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REYISTA EUROPEA. NÚM. 106 5 DE MARZO DE 1 8 7 6 . AÑO ni. POLÍTICA DEL TALLER. LA LUCHA. I. Hay un socialismo conciliador que, haciendo in- tervenir al Estado en cierta clase de relaciones en- tre el capital y el trabajo, pretende todavía dejar á salvo las libertades industriales. Poco exigente en la apariencia, suele limitarse á pedir una ley de ju- rados mixtos entre fabricantes y operarios; otra relativa al trabajo de los niños y mujeres, y una tercera que limite las horas de taller para los adul- tos. Con estas tres medidas, y la enseñanza obliga- toria, pretende hacer una revolución en las condi- ciones morales y materiales de las clases proleta- rias; y como no se presenta en son de guerra, sino con aire contrito y ademan suplicanta; y como en algunos puntos de su doctrina, v. gr., en lo del tra- bajo de niños y mujeres, sabe herir las fibras más delicadas del corazón humano, ya se deja com- prender que no le faltarán prosélitos aun entre las gentes que se precian de discretas, y más cuan- do se le ve tan distante de aquel otro socialismo lenguaraz y pendenciero que empezó con los talle- res do 1848, para venir á parar á las teas de la In- ternacional y á los puñales de los huelguistas in- gleses. Yo, que me fio muy poco de aguas mansas, no me atrevo á decidir cuál de los dos socialismos es peor: si aquel tremendo y petrolero que nos em- biste de frente, pero que también de frente puede ser batido, ó si eso otro que se nos viene de flanco, y por disimulados medios hace su camino, que es la guerra al capital. Lo que sé decir es, que el so- cialismo descarado tiene un sistema político com- pleto, y que el partido que lo acepte se deslinda perfectamente de los demás partidos; al paso que el socialismo de medias tintas se ingiere con suma facilidad en todas las banderías políticas; y tal hay que, creyéndose muy conservador, hace socialismo del más fino en llegando á ser gobierno, dándose aires de protector de las masas y haciendo alarde de aquel principio de autoridad de que son tan ce- losos los conservadores. Creen algunos que, sin entrar en transacciones con el socialismo, no se puede hacer política industrial; y este es un erra; ,.juy grave que me propongo des- TOMO VII. vanecer. Averigüemos primero cómo se nos ha ve- nido encima la política industrial en nuestra época de fuerzas y de motores, y luego veremos de qué manera puede manejarse mejor aquella política, si con la práctica sincera de las libertades económicas, ó echando mano de los resortes gubernamentales, siempre tan mudables y caprichosos. II. Como fenómeno histórico, la industria tiene su edad antigua y su edad moderna; pero ambas eda- des no coinciden, ni mucho menos, con las demás manifestaciones de la vida social. En la esfera reli- giosa, la edad moderna empezará, según las creen- cias, con el Budha, con Jesucristo, con Mahoma; para el movimiento de las ideas, con Descartes ó con Kant; en lo político con el establecimiento de las grandes monarquías, ó acaso después con el de las grandes democracias; para el comercio, con los descubrimientos del siglo XV. En la historia de la industria, la edad antigua es interminable: la edad moderna empieza ayer mismo con Arckwright el de la púa mecánica, con Watt el hombre del va- por, con Smith el de las leyes del trabajo, con Tur- gol que dio muerte á los gremios. Tan grandes fueron estas mudanzas, que con ellas no sufrió la industria en el pasado siglo una simple trasfor- macion, sino que nació á nueva vida. No seamos, sin embargo, injustos con la industria anterior al vapor y á la moderna maquinaria. Aquella larguí- sima hiswia de más de cuatro mil años no pasa desaprovechada para la industria antigua, ni hay razón para echar en olvido sus progresos y per- feccionamientos lentos pero eficaces. Si el Orien- te, si el Occidente clásico abandonaron por regla general el ejercicio de las artes, útiles á las clases oprimidas, al sudra ó al esclavo, ¿dónde cabía mayor 1 estima que la que les dispensaron los babilonios, egipcios y fenicios? ¿Quiénes, sino los griegos de Pericles, supieron crear aquellas maravillas de Co- rinto, en las cuales solian darse la mano el ins- tinto industrial y el de lo bello, con los primores y el atavío tan peculiares del genio helénico? Pues si nos vamos acercando á los siglos medios, tampoco hay fundamento para sostener que la in- dustria fuera desmereciendo, como no sea en aque- llos primeros tiempos del período bárbaro-cristiano, durante los cuales se bosquejaron las nuevas nacio- nalidades entre el fragor de los combates y el polvo 1

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REYISTA EUROPEA.NÚM. 1 0 6 5 DE MARZO DE 1 8 7 6 . AÑO n i .

POLÍTICA DEL TALLER.

LA LUCHA.

I.

Hay un socialismo conciliador que, haciendo in-tervenir al Estado en cierta clase de relaciones en-tre el capital y el trabajo, pretende todavía dejar ásalvo las libertades industriales. Poco exigente enla apariencia, suele limitarse á pedir una ley de ju-rados mixtos entre fabricantes y operarios; otrarelativa al trabajo de los niños y mujeres, y unatercera que limite las horas de taller para los adul-tos. Con estas tres medidas, y la enseñanza obliga-toria, pretende hacer una revolución en las condi-ciones morales y materiales de las clases proleta-rias; y como no se presenta en son de guerra, sinocon aire contrito y ademan suplicanta; y como enalgunos puntos de su doctrina, v. gr., en lo del tra-bajo de niños y mujeres, sabe herir las fibras másdelicadas del corazón humano, ya se deja com-prender que no le faltarán prosélitos aun entrelas gentes que se precian de discretas, y más cuan-do se le ve tan distante de aquel otro socialismolenguaraz y pendenciero que empezó con los talle-res do 1848, para venir á parar á las teas de la In-ternacional y á los puñales de los huelguistas in-gleses.

Yo, que me fio muy poco de aguas mansas, nome atrevo á decidir cuál de los dos socialismos espeor: si aquel tremendo y petrolero que nos em-biste de frente, pero que también de frente puedeser batido, ó si eso otro que se nos viene de flanco,y por disimulados medios hace su camino, que esla guerra al capital. Lo que sé decir es, que el so-cialismo descarado tiene un sistema político com-pleto, y que el partido que lo acepte se deslindaperfectamente de los demás partidos; al paso queel socialismo de medias tintas se ingiere con sumafacilidad en todas las banderías políticas; y tal hayque, creyéndose muy conservador, hace socialismodel más fino en llegando á ser gobierno, dándoseaires de protector de las masas y haciendo alardede aquel principio de autoridad de que son tan ce-losos los conservadores.

Creen algunos que, sin entrar en transacciones conel socialismo, no se puede hacer política industrial;y este es un erra; ,.juy grave que me propongo des-

TOMO VII.

vanecer. Averigüemos primero cómo se nos ha ve-nido encima la política industrial en nuestra épocade fuerzas y de motores, y luego veremos de quémanera puede manejarse mejor aquella política, sicon la práctica sincera de las libertades económicas,ó echando mano de los resortes gubernamentales,siempre tan mudables y caprichosos.

II.

Como fenómeno histórico, la industria tiene suedad antigua y su edad moderna; pero ambas eda-des no coinciden, ni mucho menos, con las demásmanifestaciones de la vida social. En la esfera reli-giosa, la edad moderna empezará, según las creen-cias, con el Budha, con Jesucristo, con Mahoma;para el movimiento de las ideas, con Descartes ócon Kant; en lo político con el establecimiento delas grandes monarquías, ó acaso después con el delas grandes democracias; para el comercio, conlos descubrimientos del siglo XV. En la historia dela industria, la edad antigua es interminable: laedad moderna empieza ayer mismo con Arckwrightel de la púa mecánica, con Watt el hombre del va-por, con Smith el de las leyes del trabajo, con Tur-gol que dio muerte á los gremios. Tan grandesfueron estas mudanzas, que con ellas no sufrió laindustria en el pasado siglo una simple trasfor-macion, sino que nació á nueva vida. No seamos,sin embargo, injustos con la industria anterior alvapor y á la moderna maquinaria. Aquella larguí-sima hiswia de más de cuatro mil años no pasadesaprovechada para la industria antigua, ni hayrazón para echar en olvido sus progresos y per-feccionamientos lentos pero eficaces. Si el Orien-te, si el Occidente clásico abandonaron por reglageneral el ejercicio de las artes, útiles á las clasesoprimidas, al sudra ó al esclavo, ¿dónde cabía mayor1

estima que la que les dispensaron los babilonios,egipcios y fenicios? ¿Quiénes, sino los griegos dePericles, supieron crear aquellas maravillas de Co-rinto, en las cuales solian darse la mano el ins-tinto industrial y el de lo bello, con los primores yel atavío tan peculiares del genio helénico?

Pues si nos vamos acercando á los siglos medios,tampoco hay fundamento para sostener que la in-dustria fuera desmereciendo, como no sea en aque-llos primeros tiempos del período bárbaro-cristiano,durante los cuales se bosquejaron las nuevas nacio-nalidades entre el fragor de los combates y el polvo

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REVISTA EUROPEA.—5 DE MARZO DE 1 8 7 6 .

de las invasiones. Pero desde que comienza el si-glo XIII, que fue como el preludio del Renacimiento,la industria de los pueblos europeos se abre nuevossenderos y adquiere en breve tiempo un brillo des-conocido; ya gobernada hábilmente por hombres deguerra, como en Flandes y en el Brabante, ó poruna oligarquía poderosa, como en Venecia; ya vi-viendo al calor de las libertades democráticas, comoen las ciudades lombardas y toscanas; ya luchandocon el feudalismo, como las comunidades francesas,ó con el poder imperial, como los anseatas; ya porel contrario poniendo una gran vocación industrialal amparo de celosos monarcas, como los catalanes,bajo los reyes de Aragón. Aquella fue la primeratransformación del mundo industrial. Dejóse sentiren sus proporciones, ya que no en sus procedimien-tos y en otras condiciones esenciales. Nadie adivinótodavía los agentes mecánicos, pero el trabajo ma-nual se fue simplificando. Nacieron las grandes in-dustrias de taller. Crecieron en importancia las do-mésticas, como la del lino. Hízose de la pañería unaindustria principal en el Norte y en el Sur de Europa:apareció la metalurgia en los Países Bajos; y el artemayor de la seda, después de tomar incremento enel bellísimo suelo de Italia, se corrió hacia el Occi-dente y vino con los árabes á adquirir carta de na-turaleza en nuestra España cristiana. Empiezan áser conocidas las clases llamadas obreras. Se con-centran las grandes industrias en las ciudades y vi-llas. Asoman en Flandes y en Francia los primerossíntomas de la futura lucha entre jornaleros y fabri-cantes. Nace el capitalista industrial con sus rique-zas y poderío. Nace el jefe de fábrica ó mayordomocon su práctica de taller y sus conocimientos téc-nicos. La palanca del crédito no existe, pero hallala manufactura un poderoso auxiliar en el contratode cambio generalizado por los judíos en la Lom-bardía y por los mercaderes levantinos en el em-porio de Brujas. Los Bancos son de simple depósitoó meras tablas de cambio: pero ya en Genova eiBanco de San Jorge se enlaza con la fabricación detal manera, que es, sin darse, cuenta de ello, el ru-dimento de las modernas sociedades de crédito ócomanditarias de la industria.

Fue tan considerable el cambio que experimenta-ron estas cosas al llegar á los modernos inventos,que es muy común darle el nombre de revoluciónindustrial. Tal vez convenga rectificar esta idea. Larevolución industrial de los tiempos modernos noestá toda en el vapor, ni en la maquinaria, ni en ladivisión del trabajo, ni en la competencia. Acasopueda dársela concepto más elevado; y en mí sen-tir no es otro que el distinto carácter social de laindustria moderna comparada con la antigua. Antesdel vapor, eran la manufactura y las artes una fun-ción subalterna en el seno de la sociedad general;

después pasaron á ser una fuerza impulsiva, y loque es más, fuerza política. Para llegar á serlo yaen la Edad Media, ¡cuánto no luchó la industria! Lasgnildas, los gremios, las corporaciones de artes yoficios son la expresión de sus grandes resistenciasá los poderes establecidos. ¿Consigue dominarlos?¿Consigue siquiera imponerse á ellos? ¡Ah! si, triunfadel feudalismo; pero es con el apoyo de la Iglesia,organizándose en cofradías, y con el de los reyes, áquienes presta más de una vez sus milicias comuna-les contra los barones.

Faltaba al gremio una condición esencialísimapara dar á la industria de los tiempos medios vidapropia y carácter independiente. No admitía en svseno la libertad individual. El gremio emancipabrla industria, no al trabajador. Dentro de la corpora-ción, las manos del artesano eran esclavas del maes-tro; las del maestro lo eran de las constituciones úordenanzas gremiales. ¿Y cómo nó, si la agremi;.cion no era más que el régimen feudal aplicado á •industria? Todo elemento social que aspiraba á seralgo en aquellas sociedades, tenia que revestir lasformas del feudalismo. Túvolas la milicia, las acep-tó la Iglesia, y, á estilo de las artes y oficios, llegóá adoptarlas la misma Universidad del siglo XIIIcon sus grados académicos.

Cuando llegó la concentración del poder monár-quico, aquel gran nivelador absorbió en el Estac".el gobierno de los gremios. Empezaron los reyes áutilizar la industria* como fuerza suya, y la movie-ron al compás de su política, para lo cual la eriza-ron de reglamentos y de trabas, dándola en com-pensación los mil artificios del sistema proteccionista. Suele decirse que, gracias á este sistema,perdió la industria su carácter subalterno, convir-tiéndose en interés nacional preponderante. Es in-exacto. El' gran período del proteccionismo abarcalos siglos XVII y XVIII: el país proteccionista porexcelencia fuó aquella misma Inglaterra que es hoyapóstol del libre cambio. ¿En qué industrias logrtesta nación imponer su ley á las demás? ¿Qué indus-trias representaron para ella un interés vital, á quetuvo que subordinarse toda su política? ¿Fuó la se-dería? En ella vencieron los franceses. ¿Fueron loslienzos? Halló dignos competidores en la Westphalliay Países-Bajos. ¿Fueron los paños? ¡Ah! ¡Si nuestraintolerancia religiosa no hubiese dado al traste conlas pañerías flamencas! La metalurgia y el algodónson las industrias soberanas de Inglaterra; y ¡cosabien digna de notarse! cabalmente la metalurgia yel algodón nacieron y se desarrollaron sin regalo,ni protección, ni combinaciones aduaneras.

Mas no quiero desviarme del punto á que se en-camina mi discurso. Como sistema político, la pro-tección industrial está juzgada, y no he de escogeresta ocasión para abrir su proceso. Lo que digo

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N.° 106 J. M. SANROMA.—POLÍTICA DEL TALLER.

y repito, resumiendo, es que ni las antiguas razasproductoras, ni el gremio, ni la reglamentación,ni las aduanas, ni las subyenciones del Estado, pu-dieron dar á la industria esa fuerza inicial que poseedesde los grandes inventos. En esto rae afirmo, y mees fácil demostrarlo con sólo señalar algunos de losrasgos más salientes de la industria moderna. ¿Quéhan sido las guerras continentales ó marítimas denuestro siglo? El apéndice de una cuestión industrial.En 1867 los fabricantes alemanes vencen álos fran-ceses en los escaparates del Campo de Marte, y estaprimera victoria hace presentir la catástrofe de So-dan. La fe religiosa no produce hoy otras peregrina-ciones que las de Nuestra Señora de Lourdes ó de laSaleta: los triunfos de la industria ponen el bordónen manos de millares de peregrinos que se disputanla gloria de ir á contemplar las maravillas del tra-bajo en París, en Londres, en Viena, en Filadclfia.

•c Mucho valía antes tener ejércitos, tener armadas,;i tener colonias: hoy vale casi tanto tener fábricas.

La potencia que más trabaja es primera potencia.; ¿Qué quiere decir esto? Que en el siglo en que vi-

vimos la cuestión industrial es la madre de las cues-tiones, y la política industrial la reina de las políti-cas. Y si esto se dice y se afirma sólo con miraraquellas señales externas de grandeza con que laindustria contemporánea nos embelesa y cautiva,

<>' ¡qué será cuando la estudiemos más á fondo, pene-tremos en lo íntimo de su vida, y descomponiendosus elementos morales asistamos á la eterna luchaentre el capital y el trabajo, nunca más aguda ni másenvenenada que en estos revueltos tiempos que he-

• raos alcanzado?

III.

Si he de hablar con sinceridad, yo no creo en lalucha del capital y el trabajo. El capital y el trabajose compenetran, se necesitan y mutuamente se de-penden; son solidarios, no pueden ser antagonistas.

• La lucha existe entre los intereses de los que repre-sentan el capital y los intereses de los que represen-tan el trabajo; y aun esto solamente en el caso, pornuestra desdicha muy frecuente, en que aquellosintereses no estén de acuerdo con el deber.

Supóngase por un momento que en las relacionesentre el capital y el trabajo coinciden y se dan lamano el interés verdadero y el deber. ¿Qué sucede-ría entonces? Que la ley del interés excitaría al ca-pitalista á obtener del trabajador el mayor beneficioposible, pero la ley del deber le excitaría también áestimular al operario dándole por su trabajo la ma-yor recompensa posible. Que la ley del interés ex-citaría al trabajador á obtener la mayor retribuciónposible, pero la ley del deber le excitaría tambiéná aumentar hasta lo sumo la dosis de su trabajo.

¿Qué sucede ahora? Que el capitalista propende á

obtener del trabajador la mayor utilidad posible ácambio del menor sacrificio posible. Que el operariopropende á obtener la mayor participación posibleen las utilidades del capital á cambio del mínimumposible de trabajo, te labor. Esta es la dificultad,esta es la lucha. En ella, ¿por qué negarlo? entra elcapitalista con grandes ventajas. Tiene de su partela tradición, la posesión do la tierra, la propiedadde los motores y agentes mecánicos, el prestigio dola cultura, la autoridad moral de la educación, lassimpatías de los elementos conservadores, y más deuna vez el apoyo directo de los gobernantes.

No por esto se descuida el operario. De su parteno está la riqueza, pero está ef número. No tieneen favor suyo la cultura, la instrucción clásica ó latécnica, la gentileza de modales, el roce con lospoderosos, pero tiene la constancia, la energía yaquella tenacidad propia del que no posee ó poseepoco y espera mucho. Si es operario de fábrica,suele residir en las ciudades populosas, donde lavida moderna apura sus refinamientos y luce susesplendores; donde encuentra el libro que le ilu-mina, el periódico "que le exalta, la tribuna que leenardece, el lujo que le mortifica. V allí es dondeva adquiriendo poco a poco la conciencia de susderechos de hombre, poniéndolos en su punto ó ex-tremándolos según sean sus consejeros, ó tal vezsegún el trato más ó menos benigno que haya reci-bido de los que están encima.

Así se ha ido agrandando y complicando la cues-tión industrial con la cuestión obrera, que en se-guida se ha puesto á la altura de los problemasfundamentales de la sociedad moderna. La educa-ción del operario, la familia del operario, la retri-bución y propiedad del operario son puntos á cuyoestudio y esclarecimiento concurren diariamente laciencia y la política. Cada escuela, cada parciali-dad, cada^tores les ha dado sentido distinto y di-versidad de proporciones. Quién reduce la cuestiónobrera á un mero debate de salarios; quién la le-vanta á prodigiosa altura, enlazándola con la nocióndel Poder y del Estado, con la Religión, con la Mo-ral, con el Derecho y hasta con el porvenir delArte. Para los primeros, la cuestión obrera es undetalle; para los segundos la síntesis de la rege-neración social. Y como disienten los políticos ypublicistas en la manera de plantear la cuestiónobrera, asi difieren en los procedimientos para re-solverla. Unos lo esperan todo del juego natural delas libertades; mientras que otros, fiando en la efi-cacia de la autoridad pública, creen que las crisis,los dolores y amarguras de las clases operarías nohallan seguro remedio dentro de las institucionesexistentes. Por esto unos, y son los socialistas tem-plados, se contentan con mezclar estas institucionescon otras de nuevo cuño, mientras que los furibun-

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dos y apasionados quieren derribarlas todas, lla-mando á una ruidosa liquidación social poderes, re-ligiones, principios morales, códigos civiles, fami-lia, propiedad, capital, culto de lo bello; es decir,arrojando de sus templos á todos los dioses que ado-ramos. Ya he dicho que no intento remontarme á es-tas alturas, pues harta tarea me señalo echándome áreñir (;o>n el socialismo que pasa por más simpático;y de binen grado entraría inmediatamente en mate-ria si antes no creyese conveniente hacer una lige-rísirna reseña del estado actual de la cuestión obreraen las principales naciones industriales.

IV.

La lucha de capitalistas y operarios, colosal enInglaterra, como lo es todo lo suyo, ha tomado allídos opuestas direcciones: de un lado la fuerza bru-lal, el despecho, el pugilato, el surco do sangre; deotro lado la conciliación, las leyes de avenencia,las soluciones de concordia.

Del laido de la fuerza están las coaliciones tem-pestuosas de operarios, las sociedades de resisten-cia, preludio de La Internacional, y las famosas Unio-nes de oficios, creadas para organizar las huelgas.El operario tímido y pobre de espíritu sufre la ley dela intimidación; se establecen cordones de vigilan-cia alrededor de las fábricas; se quita hasta las her-ramientas al que se atreve á protestar contra lahuelga forzosa. Pónose en guardia el fabricante •ante esla actitud belicosa: so coaliga con los suyos,cierra los establecimientos y forma listas negraspara excluir de los talleres á los huelguistas. Cor-re á voces la sangre, porque hay de por medio pu-ñales, y asonadas y motines y reñidas peleas con lapolicía, y en más de una ocasión so turba la plácidacalma de los flemáticos ingleses cuando aparecenen la escena siniestros resplandores como los queen 18(¡7 iluminaron las calles de Sheffield y deMan-chester..

Del lado do la discusión y de la calma está la ini-ciativa individual serena y desapasionada; está laasociación libre y voluntaria, y está la ley cuandopuede suplir con ventaja los esfuerzos de los parti-culares. Sobre estos puntos, Inglaterra ha descu-bierto una especie de nuevo-mundo. Aquella eslapatria de la sociedad cooperativa, de las sociedadesmutuas de operarios, de los consejos de arbitrajelibres. Con contadas excepciones, cuando la ley in-glesa ha intervenido en las luchas de fabricantes ytrabajadores, ha dado grandes muestras de oportu-nidad y sensatez, empezando por abrir largas y fre-cuenl¡simas informaciones parlamentarias. De estosy otros trabajos análogos salieron la ley de 1824dando carácter legal á las coaliciones de operarios,las de -1833 y 1844 relativas al trabajo de los niños,la de 18K9 sancionando las huelgas pacificas, y las

de 1867 y 1871 definiendo los casos de coacción yviolencia en las fábricas y castigando la intimida-ción cuando tiene por objeto alejar al trabajador delos talleres. Pero al lado de estas medidas directasy de esa política de detalle y menudeo, tienen losingleses, como es sabido, otra política obrera demás miga, más amplia, más eficaz y fecunda, pues-to que trasciende al cuerpo general de la sociedad;política menos aparatosa, si se quiere, pero infinita-mente más segura y duradera. Es la política funda-da por Peel, y á la cual aun hoy tienen que some-terse sus antiguos amigos los torys; las leyes decereales, las reformas arancelarias, la derogacióndel Acta de Cromwell, el nuevo sistema colonial,la extensión del sufragio, la baratura de las subsis-tencias, la rebaja de los impuestos indirectos.

Bien distantes vemos de este tino y perseveranciaá nuestros vecinos los franceses. Mil veces, en loque va de siglo, se ha levantado entre ellos el fan-tasma de la cuestión social, y otras tantas la han re-suelto ¿por qué no decir cortado? la pasión política,el espíritu de escuela ó el interés de las clases do-minantes. Los padres graves de la monarquía deJulio siempre se torcieron del lado del capitalista.Para él el poder, para él los aranceles, para él elmercado colonial. En 1848 todo se hubiera hecho enbeneficio exclusivo del operario si hubiese predo-minado el grupo de Luis Blanc, Flocon y Albert.Napoleón III se hizo la ilusión de que acallaría todaslas pretensiones halagando á los operarios desde eltrono y haciendo una especie de socialismo impe-rial. Si creyó de buena fe matar el socialismo deabajo dándole algún desahogo por arriba, lo acaeci-do después de Sedan vino á demostrar que anduvomuy desacertado. Aún no so había desvanecido en-teramente la gran fantasmagoría imperialista de losdiez y nueve años, y ya pudimos convencernos to-dos, bien que algunos sin sorpresa, de que el socia-lismo francés no había olvidado nada: ni maestros,ni libros, ni aficiones. ¡Qué había de olvidar! ¡Si loque hizo fue extremarlo! ¡Si hay tanta distancia delos clubs de 1870 á los anticuados falansterios éIcarias, como de los planes anodinos de 1848 á lasterribles realidades de la Commune/

Lejos de mí pretender que en Francia no hayaadelantado un paso la cuestión obrera en los últi-mos 45 años de régimen más ó monos liberal.

De sobra saben seguir los franceses las corrien-tes del siglo, y no les había de faltar iniciativa enlos problemas relacionados con las clases opera-rías. Lo que les ha faltado es firmeza de criterio yaquel esprit de suite tan notable en otros ramos desu administración. Cuentan por centenares las so-ciedades de operarios; las tienen de cooperación,de crédito popular y de consumo; las de patronatocasi han nacido entre ellas; pero en la manera de

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106 J . M. SANROMA. POLÍTICA DEL TALLER.

entender los derechos y deberes de la clase obrerahan sido tan tornadizos y tanto han tejido y deste-jido sobre sociedades y coaliciones industriales,que es difícil seguirles en su incesante carrera, ymasque difícil, imposible sorprender su último pen-samiento.

Los alemanes son gente de otra especie. Siempretuvieron gran propensión á incluir la ciencia eco-nómica entre las camerales ó de gobierno. Esteterreno es neutral para ellos, y viven aquí en es-trecho consorcio, desde la escuela histórica másfina, que ya se da la mano con el partido feudal,hasta las extremidades del racionalismo. Rau, elF. B. Say de Alemania, era autoritario en no pocascuestiones; List y Roscher, el Savigny de la Econo-mía política, lo son casi en todas. Del lado del idea-lismo es autoritario Hegel con sus secuaces, comoAhrens en su Política del Derecho, y son autoritariosen la extrema izquierda hegeliana Ruge y CarlosMarx, padrino este último y apóstol declarado de laInternacional.

Fiel á la verdad, diré aunque me duela, que las li-bertades económicas á la inglesa tienen allí pocospartidarios. Ni los fisiócratas, ni Adán Smith, ni Say,ni Rossi, ni Bastiat, han fundado escuela en Alema-nia. Nada diré do J. Faucher, pero el mismo Schull-ze-Delitsch, que pasa en su país por un adepto dela escuela de Manchester, tiene sus puntas y collarde socialista, no sólo <jn sus doctrinas generales,mas también en el sistema de crédito cooperativo,al cual debe una fama muy merecida.

Esos instintos socialistas de la raza germánicatienen una explicación natural. El ideal del alemánen el siglo XIX es la unidad: Jo ha realizado en lalengua; lo ha realizado en la ciencia con sus uni-versidades; lo ha realizado en las letras respirandopatria alemana con Güetho y Wieland desde un rin-cón de Weimar, con Schiller desde un rincón delWurtemberg; lo ha realizado en los dominios delarte con las galerías de Dresde y Munich, con elWalhalla; lo ha realizado en la industria con el Zoll-verein, en las armas con Moltke, en la política conBismark. Y, asido á su ideal como á un lábaro triun-fador, el alemán vuelve siempre sus ojos al Estado,creyendo ver en él la institución de más brío y pu-janza para llevar á feliz complemento aquella mi-sión histórica; y, según las aficiones políticas decada parcialidad, el Estado será el Imperio con laespada de Cariomagno, con el incienso de las vic-torias, con los triunfos de la diplomacia, ó será lacongregación del pueblo con el clamoreo de la li-bertad y el predominio del cuarto estado. Puede serque, con el tiempo, se vaya moderando este sublimedelirio de la patria alemana, porque no hay entu-siasmo que no ceda, ni ardor que no se temple. Hoypor hoy es un hecho dominante; hoy por hoy lo que

priva es la conciencia de la raza, y todo buen ale-mán sacrificará por ella hasta su propia individuali-dad, á cambio de un cives germanus sum.

Era de temer que los alemanes dieran esta mismadirección á las cuestiones industriales. Las doctri-nas y las prácticas socialistas se llevan la palma ensu cuestión obrera. En sus talleres se combate elcapital; en sus libros se le discute; en diez y sieteperiódicos se le amenaza. Hasta han inventado lapalabra capitalismws para expresar los vicios delcapital y los crímenes de que es responsable. Fer-nando Lassalle ha hecho de estos crímenes una largalista que se deja muy atrás á Proudhon. Como laspoblaciones obreras la tienen aprendida de memoria,suelen entregarse á frecuentes arrebatos: el Estadointerviene, pero á bayonetazos. Un dia se alteran lostrabajadores de Leipzig; otro dia los de Francfort;huelgan un dia los impresores en Sajonia, y otro lostejedores en Silesia; y otro dia -10.000 forjadores dela fábrica de Essen se mantienen durante un mesalejados de los talleres.

Para moderar estos ímpetus del socialismo de lacalle, la fecunda inventiva de los alemanes ha des-cubierto y fundado un socialismo de la cátedra. Asíllaman ellos á la economía política que explican losmás de sus profesores. El socialismo de la cátedrapretende haber hecho una revolución en las basesdo la ciencia económica, entreteniéndose en negarel orden natural de las sociedades, expuesto por loseconomistas clásicos, y sometiendo al capricho delos gobernantes y al criterio de las circunstanciaslas tres leyes fundamentales del trabajo, del créditoy del cambio. Podrá pasar esto por una gran nove-dad; pero yo entiendo que otro tanto dijeron, conmás sencillez y sin ciarse aires metafísicos, el doc-tor List en su Sistema nacional, y todos los protec-cionistas del mundo; Carey, Üupont-White y nues-tro prosaico Güell y Ferrcr. Sea como fuere, no hede discutir esto ahora, sino ver cómo por la sendaque han tomado los alemanes han convertido'lacuestión obrera en una simple cuestión de gobier-no. No advierten que se van deslizando por la pen-diente del imperialismo francés. El cesarismo es unamoda que los vencedores han tomado de los venci-dos, y moda tan general que hasta ha contagiado álos historiadores: Momson y M. de Sybel cesarízanla historia. ¡Qué gran gloria, dirán para si el doctorEngel, el doctor Wagner, el doctor Brentano, es de-cir, las eminencias del socialismo de la cátedra, siconseguimos poner á merced del ilustre canciller lapalanca de la cuestión obrera! Porque este pareceser el afán de los infinitos congresos de economistasque se están celebrando en Alemania, y muy prin-cipalmente del de Eisenach, que dio la pauta de unapolítica obrera oficial á todos los socialistas ver-gonzantes de Europa.

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6 REVISTA EUROPEA. — 5 DE MARZO DE 1 8 7 6 . N.° 106Fuera do Alemania, el socialismo de la cátedra

hace su propaganda á la callada. Ya cuenta en Bél-gica y en Italia con dos conversos eminentes, queson M. de Laveleyo, profesor de Lieja, y el señorLuzzali, profesor de Padua. Dudo mucho, sin em-bargo, que, sobre todo en la cuestión obrera, llegue;i echar hondas raíces en aquellos suelos clásicos enmateria de libertades. Y no lo digo por el mayor ómenor prestigio que hayan llegado á alcanzar enambos países los economistas rancios, que bien sa-bido es que no los hay tan puros como los belgas ycomo algunos contemporáneos de Italia: lo digoporque hay en Bélgica y en Italia unas institucionespolíticas muy liberales y demasiado firmes para quepuedan combinarse con un régimen excepcional yautoritario en las relaciones del capital y el tra-bajo.

En la América del Norte, si exceptuamos algunaque otra llamarada entre los operarios de California,quejosos á menudo de la competencia de los chi-nos, la cuestión obrera no ha ofrecido, que yo sepa,las graves complicaciones de Europa. Seguramenteos porque la cuestión general del trabajo tomó allíotro carácter mientras hubo esclavitud. Después, eltrabajo libre del Sur y el que lo era en los Estadosdel Norte, como hecho en país virgen y con gran-des medios ó esperanzas de ser bien retribuido, nolia tenido la tentación, ni el estímulo, ni el interésde luchar con el capital, evitando así la guerrade los talleres, ó, por lo menos, suspendiéndolahasta la hora presente en aquellas comarcas afortu-nadas.

V.

Aunque en nuestro país la industria, !a grandeindustria, no tiene la importancia que en otras na-ciones, la ha tenido y la tiene la cuestión obrera, yen determinados puntos de la Península es asuntovital para todas las clases. Parece por demás indicarque nuestra cuestión obrera ha estado siempre re-lacionada, como en Francia, con la política general.Aquí, como allí, los partidos la han manejado máspor las impresiones del momento que obedeciendo áun plan concertado y á la lógica de sus respectivasdoctrinas. Aquí todavía más que en Francia, dondecada partido suele tener en materias económicassi quiera algunas ideas que casen ó hagan juegocon sus principios políticos. No se precian de tanrigoristas nuestros partidos militantes, habiéndo-

' los muy extremados en política que, cuando se tra-ía de Economía, rayan en lo más tirante y anticua-do; y otros (aunque esto no es tan frecuente) que,muy aferrados á las tradiciones, no se desdeñan deaceptar algunas de las libertades más ponderadaspor los economistas. Quién sabe si esto reconoce

por causa el carácter puramente formalista denuestros partidos políticos, que, ó muy preocupa-dos con los intereses del dia, ó atentos sólo á cui-dar de las formas de gobierno y de la organizaciónde los poderes públicos, penetran poco en el fondo,en la realidad y verdaderas necesidades de la socie-dad que se proponen dirigir y administrar.

Algunas excepciones ha de tener esta regla, y enla misma cuestión del capital y el trabajo no seríadifícil ir señalando los rasgos característicos decada fracción política. Así, por ejemplo, los mode-rados, durante sus largos períodos de dominación,profesaron la máxima de que conviene á los ope-rarios vivir bajo el patronato de las clases supe-riores. No les parecía bien que el trabajador en-tendiese de una manera demasiado directa en losasuntos de su propia comunión: miraban con ma-los ojos la huelga pacífica, y ya se deja adivinarcon cuánta severidad reprimirían las violentas y tu-multuosas: de asociaciones obreras, aunque fuesenhonestas y templadas, gustaban poquísimo, y átal punto que la simple coalición ó coligación deoperarios era castigada en un artículo del Códigopenal. Cuantas veces, eso sí, cuantas voces se ofre-cía ocasión de demostrar especial cariño hacia lasclases proletarias, esta ocasión la aprovechaban conexquisita diligencia. Los delegados de aquellos go-biernos asistían gustosísimos á las fiestas y funcio-nes populares, visitaban los talleres, estrechabanentre las suyas las manos encallecidas del jornale-ro, y le premiaban en las Exposiciones. En docu-mentos públicos, en preámbulos y circulares de-mostraban estar bien enterados de las necesidadesde las clases pobres, y con sumo halago las trata-ban: si era en Academia ó en otra junta de varonesdoctos, solían sazonar sus escritos con estudios so-ciales muy bien pensados y dispuestos en galanoestilo y atildada frase.

Llovían entre tanto las mercedes de la Adminis-tración sobre el fabricante, tipo predilecto de losdoctrinarios. Él podía asociarse, podía coaligarse:él era el ojo derecho de las autoridades. Era con-cejal, diputado de provincia, diputado á Cortes.Con ayuda de un arancel se le reservaba el mer-cado interior. Otro arancel le facilitaba grandesventajas en Ultramar. No se concebía que el fa-bricante pudiese trabajar por su sola cuenta yriesgo, sin que el Estado, puestos los ojos en la al-teza de ¡a industria nacional, asegurase al capitaluna ganancia y en cierto modo le garantizase underecho al beneficio, cuyo derecho hacía pensar in-voluntariamente en aquel otro derecho al trabajoque algunos utopistas andaban pidiendo para lasmasas, y por lo bajo lo murmuraban no pocos malaconsejados jornaleros.

Apenas se apartaron de esta táctica los progresis-

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N. 106 E. HARTMANN.—ERNESTO HACKEL.

tas históricos, y, si cabe, la acentuaron más. Suyasfueron las leyes de cereales que, encareciendo lasubsistencia del jornalero, prometían un pingüerendimiento al propietario, y obra suya fue el aran-cel de 4840, acaso el más restrictivo de cuantos sehayan inventado desdo que se dio en la costumbrede proteger al fabricante por medio de la aduana.En los conflictos entre maestros y operarios inter-vinieron las autoridades de aquel bando político,siempre con buenos fines, raras veces con tino ydiscreción. Hubo quien prohibió el uso de una má-quina nueva, queriendo halagar al jornalero. Huboquien autorizó alardes de fuerza dentro del taller,creyendo halagar al fabricante. De progresistas his-tóricos se componía la hueste más aguerrida contrala reforma arancelaria de -1849, que iba enderezadaal abaratamiento de las mercancías más usualesentre la gente de condición humilde, y lo mismosucedió en la Información parlamentaria de 1856.Finalmente, si durante la larga y fecundísima cam-paña que sostuvimos en la Bolsa de Madrid los par-tidarios de la libertad de comercio nos cupo lahonra de vivir en compañía de algún progresista degran valer; si éste y otros menos conocidos nosayudaron á desenvolver nuestro programa, que,con parecer limitado al libre cambio, encerraba yencierra la mejor de las políticas obreras, tambiénes cierto que tuvimos enfrente á otros progresistasde grande autoridad en el partido, y que, por serlo,consiguieron tener extraviada la opinión y ponerobstáculos á más de una reforma económica (anjusta como provechosa.

Todavía no es ocasión de formar un juicio des-apasionado acerca de la cuestión obrera durante elperíodo revolucionario quo comenzó en 1868. Si essiempre difícil escribir historias contemporáneas,lo es más cuando aún están sobrexcitadas las pa-siones. La sencilla, la fiel Relación de los sucesospodría pasar plaza de parcial, ó ser tenida por ins-piración de naturales simpatías. A su paso por elgobierno, el partido democrático se encontró másde una vez con la cuestión industrial y sus acceso-rias: de qué manera entendió resolverlas, lo dicensus reformas fiscales y económicas, y las leyes fun-damentales que encierran su credo político. Merecetambién mencionarse la información parlamentariaabierta en su tiempo, y que, aunque no llegó á sutérmino, consiguió reunir en sucesivas legislaturasabundante copia de datos y muy extensas noticiasacerca del estado y condición de nuestras clasesoperarías.

Más directamente trataron de influir los republi-canos en la cuestión obrera. De ellos es la ley quese propone regularizar el trabajo ó instrucción delos niños y mujeres en las fábricas, y asimismo qui-sieron introducir otras sobre jurados mixtos y horas

de trabajo en las fábricas do vapor y talleres. Ca-balmente éstos son los puntos que, consideradoscomo parte de un sistema, me propongo analizar eneste escrito; y ya, sin más preámbulos, paso á exa-minarlos, empezando por los jurados mixtos.

JOAQUÍN MARÍA SANHOMÁ.

ERNESTO HACKEL. *

Ernesto Enrique Haekel nació en Postdam el lüde Febrero de 1834. Su padre, consejero del go-bierno prusiano, era hijo de un labrador de Silesia,y su madre de un abogado riniano, alto empleadoen la administración. Al año de nacer llackel, fuótrasladado su padre á Merseburgo, y allí pasó aquelsus primeros años hasta su marcha para entrar enla Universidad. Bien pronto se desarrolló en él lapredilección hacia las ciencias naturales, la Bolá-nica sobre todo, creciendo y alimentándose aquellacon la lectura de Schleiden, Humboldt y otros. Lasdudas que le ocurrieron ya de niño, á los doce años,sobre la distinción de las especies llamadas «bue-nas» y «malas» son características para sus tenden-cias ulteriores. Juntó en un herbario las especiesque reputa buenas la sistemática botánica, y dispusoen otro las formas intermedias y de transición du-dosas, que intencionalmente suele desdeñar el sis-temático. Nadie pudo satisfacer su duda, y bien secomprende hasta dónde, había de influir en él ulte-riormente la lectura de Darwin, que echa por tierrala fijeza de la especie.

En el año de 1852 pasó primero á Jcna y luego áBerlin á estudiar la Botánica, que aprendió allí conSchleiden y aquí con Alejandro Braun. Consagróseinmediatamente después á la Anatomía humana, quele enseñó Kolliker en Wurzburgo. Vuelto á Berlínen 1854, emprendió el estudio de la Anatomía com-parada, bajo la dirección de Juan Müller, con el cualhizo en Helgoland y en Niza dos años después inves-tigaciones en los animales marinos inferiores. Este

* Morfología general de los organismos. To-mo I: Anatomía general de los organismos. Tomo 11:Historia general del desarrollo de los organismos.Berlin, Jorge Reimer, 1866. Con 10 láminas, 1.228páginas gr. in 8.° (en alemán).— Historia natural dela creación. Veinticuatro conferencias científicaspopulares sobre la doctrina del desarrollo en gene-ral, y especialmente las de Darwin, Goethe y La-mark. Berlin, J. Reimer, primera edición, 1868;quinta edición, 1874, con 17 láminas, 736 pág. in 8.°(en alemán).—(Traducida al francés, con prólogode Ch. Marlins).—Antropogenia. Historia del desar-rollo del hombre, con 12 láminas, 210 grabados enmadera y 36 cuadros genéticos. Lcipsique, Guiller-mo Engélmann, 1874 (en alemán;.

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8 REVISTA EUROPEA. — 5 DE MARZO DE 1 8 7 6 . N.° 10(5

hombre eminente ejerció el mayor influjo en el des-arrollo del espíritu de Hackel; pues era de los po-quísimos indagadores de la Naturaleza que no pue-den prescindir de tenerla presente toda ella á sucontemplación cuando se ocupan en estudiar suspormenores más individuales. No creo equivocarmeal reconocer en Juan Müller el más alto mediadorque enlaza con nudo, seguramente no muy firme, elantiguo período de la Filosofía natural de Jenabajo Schellin y Oken, con el que inicia Hackel hoyen dicho punto: la devoción con que éste habla deMüller y la cita preferente que hace de sus juicios,precisamente en las digresiones de filosofía natural,parecen autorizar aquella afirmación.

En 1855 volvió de nuevo á Wurzburgo para ocu-parse, bajo la guia de Virchov, de Anatomía patoló-gica. Promovido que fue después al grado en la fa-cultad de Medicina de Berlín, en la primavera de1857, pasó el verano á Viena á perfeccionarse en lapráctica médica, y sufrió luego en Berlín el examenexigido por el Estado para el ejercicio de la medi-cina. Poco satisfecho después de practicarla aquídurante un año, se entregó nuevamente á su ocu-pación predilecta, la Anatomía comparada de losanimales marinos inferiores, la cual debía constituirdesde entonces su especialidad como naturalistaempírico. Para proseguir sus estudios comenzadosen 1856 de la fauna del Mediterráneo y especial-mente de los Radiolarios, marchó en 1859 á Italia,donde permaneció quince meses, pasando el invier-no en Ñapóles y Mesina. Volvió á Helgoland en 1865,visitó en 1866 y 1867 Lisboa, Madera, Tenerife yOibraltar, lascólas de Noruega en el 69 y en el 73las del Asia Menor, Siria y Egipto. Recogió en talesviajes en gran abundancia el material que utilizódespués con aplicación incansable, y cuyos resulta-dos expuso y discutió desde 1855 en una larga se-rie de Memorias y Monografías, cuyas descripcioneshan sido tanto más exactas y fieles, cuanto que suconocimiento del dibujo le permitía fijar sus obser-vaciones todas. Coronaron sus investigaciones biendirigida» y sus esfuerzos, laboriosos descubrimien-tos notaiblcs'que dejaron su competencia, como na-turalistai empírico, ante sus mismos contradictoresteóricos,, firmemente establecida donde no envi-diada.

En 18(61, y por instigación de su antiguo amigoGegenbaiur, abrió enseñanza comoPrivatim-Docenteen Jena, donde fue promovido un año después á pro-fesor extraordinario de Zoología, y á profesor ordi-nario eni 1865, confiándosele también la direccióndel Instiltuto y del Museo zoológicos. Proposicionesbrillantes se le han hecho en Wurzburgo, Strasbur-go, Bonni y Viena, que rehusó, quizá por no perder lalibertad (de su posición independiente en la Univer-sidad de Jena, que más de una vez ha sabido con-

servarse como estado libre para el progreso audazde la ciencia.

Lo dicho bastaría para asegurar á Hackel un lugarhonrosísimo entre los naturalistas de Alemania; perono explicaría la gran popularidad de su nombre, lahostilidad violenta que le declaran respetables es-feras de la ciencia, y el entusiasmo con que seagrupa en torno suyo una escuela joven y que llevatambién á escritores filosóficos á dedicarle susobras; lo cual explica sólo por haber Hackel iniciado,unido á Darwin, una dirección nueva en las cienciasnaturales, una renovación, que así cabe estimarla,de los ensayos hechos por la antigua Filosofía de laNaturaleza para la concepción de ía esfera orgánicade esta, utilizando la nueva empresa todos los me-dios auxiliares de la indagación exacta y de nuestrosconocimientos actuales, üarwin está ya cerca deltérmino natural de su vida, y como inglés se hainteresado siempre más en acumular materialesque en utilizarlos para elaboraciones filosóficas; áHackel, por el contrario, en la plenitud de fuerzasde los mejores años, é íntimamente penetrado de lanecesidad de elevar la ciencia natural á Filosofía dela Naturaleza, le toca recibir la herencia de Darwiny continuar la obra que éste deja incompleta.

Trátase nada menos que de una revolución entodas las esferas de la ciencia de la naturaleza or-gánica y de la trascendencia inevitable con que hado refluir aquella crisis en nuestra concepción ac-tual del mundo y en muchos prejuicios que subsis-ten en ésta todavía. Nada, pues, hay que extrañe,así en la reacción decidida que ha provocado en lospartidarios de las direcciones científicas actuales,como en la violenta contradicción agresiva que hanopuesto los que protegen por oficio y costumbreprejuicios amenazados de muerte. Exageran, porsu parte, la trascendencia de la nueva doctrina, quetan viable aparece, sus entusiastas adeptos, quesólo á su capricho aceptan á la par lo bueno y lomalo que ella tiene; y de su lado desconocen loque entraña de fecundo y le niegan su significacióntotal los del opuesto bando, por resistirse con em-peño á transigir con la nueva fase que ineludible-mente determina en la idea que se tenía del mundohasta el presente.

Hackel mismo distingue cuatro períodos en Zoo-logía y Botánica: en el primero, que simboliza Lin-neo, predomina la Sistemática emíerior; impera enel segundo, representado por Lamarck y Goethe, laMorfología flsio-Mosóftca, que,, falta de base empí-rica firme, declina en la fantástica de la Filosofíanatural de Schelling y de Oken; sigue como reac-ción el tercero, que comprende el segundo terciodel presente siglo y aparece consagrado á la inda-gación empírica de la anatomía interior de los or-ganismos en todos sus pormenores; empezando el

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cuarto con la publicación (1859) de la obra capitalde Darwin, y siendo su nota característica la com-penetración reciproca del empirismo indagador y elpensar filosófico. (Morf.gen., pág. 71 y 7"2.) (1).

(1) Como la irracional escisión de la unidadde la vida en lo dinámico y lo estático de la misma(la función y el órgano, el fondo y la forma) re-flejada en la distinción consiguiente de su cienciaen Fisiología y Anatomía ó Morfología (Amatómeanimata y Anatome) lia determinado y determinaen parte hoy todavía un verdadero divorcio en laevolución de estas dos esferas biológicas, unidassiempre en la razón y en el hecho, separadas sólopor abstracciones del entendimiento, no es dablecaracterizar los períodos del desarrollo de la Bo-tánica y Zoología, de que son miembros las cien-cias fisiológica y morfológica, por las meras no-tas que ofrezca cualquiera de éstas en sus fasesevolutivas, ni procede Hiickel con criterio tan par-cial y exclusivo. Los períodos alternativamente em-píricos y filosóficos que señala pertenecen á la Mor-fología botánica y zoológica exclusivamente , deningún modo á la Zoología y Botánica mismas, comoHartmann lo hace decir. Juzgúese en presencia delpárrafo de la Morfología general citado por Hart-mann: «Resumiendo en pocas palabras el resultadode esta rápida ojeada ai curso que ha seguido eldesarrollo de la Morfología, podemos bien distinguiren ella desdo principios del siglo XVIII hasta hoycuatro períodos alternativamente empíricos y filo-sóficos, señalados por los nombres de Linneo, La-mark, Cuvier y Darwin, á saber: I Periodo: Linneo(nacido en 1707). Primer período emj/írico (sigloXVIII). Predominio de la Morfología exterior (siste-mática) empírica. II Período: Lamarck (nac. 1744)y Goethe (nac. 4749). Primer período filosófico.(Primer tercio del siglo XIX.) Predominio de la Mor-fología fantástico-fllosóíica (Antigua Filosofía de laNaturaleza). III Periodo: Cuvier (nac. 1769). Segun-do período empírico (Tercio segundo del siglo XIX).Predominio de la Morfología interna (anatomía)empírica. IV Período: Darwin (nae. 1808). Segundoperíodo filosófico. Comienza en 1889. Predominio dela Morfología empírico-filosófica (Nueva filosofía dela Naturaleza).» Prescindiendo de que los periodosaquí indicados no abrazan la historia entera de estaciencia, como parecería resultar del silencio queguarda Hartmam sobre el hecho de estar contadosá partir del siglo XVIII, es llano que no son perío-dos de la Botánica y Zoología, sino de la parte mor-fológica de las mismas. Y si bien Hiickel los indicapara mostrar de qué modo se cumple en esta esferala ley de alternativa hegemonía con que se sucedenempirismo y especulación en el régimen históricode la ciencia entera de la vida, no resultará poreso que sean, en su sentir, períodos de las dos es-feras totales de aquella Zoología y Botánica loscuatro aquí señalados, sino que del propio modoque en la Morfología se dan estas alternativas depredominio empírico y filosófico, se ofrecen tam-bién en la Biología toda, y en sus ramas botánica yzoológica, por tanto, en sus períodos respectivos.Y si el usar Háckel impropiamente de la palabraBiología en el párrafo á que alude Hartmann inme-diatamente, pudo inducirlo á tomar por de estaciencia, y de sus miembros la Botánica y la Zoolo-gía por tanto, los períodos meramente morfológi-cos, debió salvar y corregir esta impropiedad pasa-

A la Biología nueva, esto es, á la del tercer perío-do, le reprocha la ilusión peregrina en que ha caidoal ensalzar como «Zoología y Botánica científicas,»la descripción nuda y,vacía de todo pensamientode las formas interiores delicadas, las microscópi-cas especialmente, desdeñando con soberbia no pe-queña la descripción dominante en absoluto hastahace poco, de las relaciones formales de más bulto,macroscópicas en suma, que son las atendidas porlos llamados «sistemáticos» (descriptivos, descrip-tores). Pero siendo el fin común á ambas direccio-nes, que se complacen en oponerse tan profun-damente, la pura descripción (sea de las formasinteriores ó de las externas, de las diminutas comode las voluminosas),es el valor déla una igual exac-tamente al de la otra. Ninguna de ellas constituyociencia mientras no trata de explicar las formas ysujetarlas á las leyes.

He designado en otra parte á la esfera y grado doconocimiento que, tratándose de la Naturaleza, se

jera de Háckel con sólo penetrarse del sentido queéste revela en las primeras frases del prólogo de laobra citada, que traducimos de propósito, dondeafirma explícitamente la diversa tendencia que alpresente revelan la Morfología y la Fisiología de losorganismos, partes ambas de la Zoología y Botáni-ca, empírica aquella y filosófica ésta, ocupada en des-cribir formas la primera, siú elevarse á la indaga-ción de la ley que las rige, y consagrada la segundadesde hace tiempo á investigar el nexo causal dalos fenómenos dinámicos del organismo; y no pu-diera darse semejante divorcio en el estado pre-sente de estas ciencias si hubieran corrido paralelassus fases anteriores. Y pues ambas son partes de laBiología y de sus ramas botánica y zoológica, nopueden ser, en opinión de Hiickel, períodos de estasni de aquella los correspondientes á una sola de lasdos citadas, siquiera la periodicidad se sujete en sumodo á ley igual en unas y otras, en las partes y eael todo.

La| frases aludidas son las que siguen: «De todaslas ramas do la ciencia de la Naturaleza, la Morfo-logía de los organismos es la más atrasada hastahoy... Mientras que su hermana gemela, la Fisiolo-gía, cuyo desarrollo ha sido rapidísimo, ha roto deltodo con su dualismo tradicional, elevándose alpunto de vista mecánico-causal de las ciencias dela Naturaleza inorgánica, dista mucho la Morfologíade los organismos de haberlo llegado á reconocercomo el único verdadero, mucho más, por consi-guiente, de haberlo alcanzado. El problema de lascausas por que se determinan los fenómenos y laaspiración á conocer la ley por que se rigen, ele-mentos ambos que constituyen, en general, el tipode toda indagación en aquellas ciencias, son cosaque desconocen la mayoría de los que cultivanesta... Así que nos ofrece el estado presente denuestra educación científica el espectáculo pere-grino de dos especies de ciencias naturales com-pletamente separadas: de un lado la ciencia toda dela Naturaleza inorgánica (Abiologia), y con ella laFisiología de los organismos; de otra parte, sólo laMorfología de los mismos; monísticas aquellas, éstadualistica, etc., etc.—(L.)

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detiene en la pura descripción, sin elevarse á cien-cia, conocimiento empírico de la Natnr aleta (Na-turkiinde); en este, que es el primero de los tresgrados, han permanecido estancadas en lo esen-cial hasta hace poco la Botánica, la Zoología y laQuímica. Es indudable que el periodo iniciado porDarvvin tiene el mérito de querer elevar la des-cripción de la naturaleza orgánica á ciencia de lamisma, desde el momento en que aspira á des-cubrir la conexión causal entre las relaciones for-males interior y exteriormente dadas, habiendoalcanzado ya en esta dirección resultados indis-putables con el establecimiento de diferentes teo-rías. No es menos cierto que un paso más en estecamino ha de llevar al tercer grado del estudiode la Naturaleza, á su Filosofía, la cual indaga elenlace que tienen con su fundamento metafísico losfenómenos naturales condicionados y mediatizadospor causas mecánicas, y que sólo en este grado úl-timo tiene su verdadero término la indagación na-tural. La aspiración de Hackel es manifiestamentetrascendente; pero tanta claridad como pone en ladistinción de la historia y de la ciencia naturales,tanta es la oscuridad en que queda para él la rela-ción de esta última con la Filosofía de la Naturale-za, antes bien identifica ambas esferas intencionada-mente, por ejemplo, en las conclusiones impresasen letra grande, de su Morfología general, pág. 447:«Toda verdadera ciencia de la Naturaleza es Filo-sofía, y toda verdadera Filosoflía es ciencia de la Na-turaleza. Toda verdadera ciencia es, pues, Filosofíade la Naturaleza.» Para lo cual se apoya en quetambién la ciencia de la Naturaleza necesita del Pen-sar sintético, sin reparar que el pensamiento en lasciencias particulares, siquiera sujeto á iguales le-yes lógicas que el pensamiento filosófico, es contodo en razón de s u / » otro que éste, al modo queel pensar jurídico lo es respecto del filológico ódel que tiene á la Naturaleza por objeto de su acti-vidad.

Dice Hackel (Mor/ol., I, pág. 73): «Según nuestrafirmísima convicción, sólo pueden figurar creandoy dcteirminando progresos en la marcha de la cien-cia aqiuellos naturalistas que consciamente ó sin sa-berlo son pensadores tan profundos como observa-dores (celosos. Nunca el mero descubrimiento de unhecho mudo, por notable que sea, puede engendrarun verdadero adelanto en la ciencia de la Natura-leza; dlébese todo progreso siempre al pensamien-to, á laa teoría, que explica el hecho, lo relacionapor comparación con los análogos, y deduce deellos uina ley. Reparemos en los más eminentes na-turalisitas de todos los tiempos que han cultivado laBiolog:ía, desde Aristóteles, Linneo y Cuvier, La-mark y Goethe, Bar y Juan Müller, y como muestraulteriormente la serie de brillantes astros de pri-

mera magnitud, hasta Darwin en nuestros dias,todos ellos han sido tan grandes en el pensamientocomo en la observación, y deben todos su impere-cedera fama, no á la suma de singulares hechos porellos descubiertos, sino á su espíritu pensador, quesupo traer á conexión mutua tales hechos é inducirde ellos leyes generales. Los indagadores puramen-te empíricos, que se imaginan hacer progresar laciencia por el hallazgo de nuevos hechos, contribu-yen tan poco á su adelanto, como los filósofos me-ramente especulativos, que creen poder prescindirde los hechos y quieren construir la Naturaleza sólocon su pensamiento. Declinan estos en soñadoresfantásticos, y dan aquellos, cuando más, en máquinasque copian fielmente la Naturaleza. Y en el fondolo que pasa realmente donde quiera, es que los pu-ros empíricos se satisfacen con una filosofía defi-ciente y oscura, inconsciamente dada en ellos; ylos meios ñlósofos se contentan, por el contrario,con un empirismo análogo, impuro y defectuoso.»

Palabras de oro son estas que merecen ser toma-das en consideración por ambas partes igualmente.Pero Hackel no ha discernido en ellas la doble an-títesis que se da entre la Historia natural mera-mente descriptiva y la Ciencia explicativa de laNaturaleza, y entre esta ciencia (concebida comounidad consigo misma de la Historia natural) y laFilosofía. Es innegable que los grandes naturalistassólo por haber cultivado la Filosofía al mismotiempo han influido tanto en el progreso de laCiencia natural; pero no lo es menos que tiene estosu razón de ser en que la Filosofía de la Naturalezadetermina en el descubrimiento de las teorías de laCiencia natural igual influjo fecundo que el queésta ejerce sobre el progreso y dirección de las ob-servaciones y el ordenamiento provechoso de losexperimentos.

Hackel mismo da la prueba más decisiva de laverdad de tal afirmación. Sólo por haber él entradoen el estudio de la Ciencia natural, penetrado total-mente de altas exigencias de Filosofía de la Natura-leza, convencido de la general unidad del mundo fí-sico, ante todo, y la de lo exterior é interior bajo deaquella, sólo por esto pudo desplegar tanto valorpara combatir el cúmulo de prejuicios consagradosy proclamar con tan segura persuasión como verda-des irrefutables los principios y teorías de la Des-cendencia y la Selección, cuya base empírica, sinembargo, es aún tan poco firme. Sabe bien lo quedebe á la Filosofía de la Naturaleza, y atestigua sugratitud en su enérgica defensa de la importancia yvalor de la Filosofía: en lo único en que le ha fal-tado claridad á su pensamiento es en no haber dis-tinguido la Filosofía de la Naturaleza de la Cienciade la misma, distinción tan exigida como la quehace entre la última esfera y la mera descripción

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N.° 106 E. HAKTMANN. ERNESTO HACKEL.

natural, con lo cual, resolviendo en una completaidentidad el necesario maridaje práctico de la filo-sofía y ciencia naturales, aniquila á la primera, alestimarla vertida y vaciada ya toda entera en la se-gunda.

Concepoion semejante se explicaría en un mate-rialista que no ve nada metaiísieo detrás de lo cor-póreo, ninguna esencia detras de los fenómenos na-turales. Pues si lo físico es lo último, después de locual nada ulterior se da ya, el reconocimiento delenlace causal físico debe ser necesariamente el pos-tulado supremo de toda Ciencia humana. No piensaHackel nada semejante; está, por el contrario, pene-trado suficientemente de exigencias filosóficas paracaer en el materialismo. Ni quiere con sentido espi-ritualista ver en la materia un producto del espíritu,ni trata tampoco en dirección opuesta de converlirelespíritu en mero producto material. (Antropogenia,p. 707.) Aspira á concertar espiritualismo y materia-lismo en un monismo, cuyo principio reside, en susentir, en un todo penetrado de espíritu divino (His-toria natural de la Creación, prólogo de la segundaedición), esto es, en una única sustancia metafísica,que pide ser pensada como la esencia de todos losfenómenos naturales, así los exteriores ó corpóreoscomo los interiores ó psíquicos. Pero en esta Meta-física monístiea, conforme en lo esencial con la mia,está inmediatamente dada la oposición de esencia yfenómeno, de metafisico y físico, que fuera absoluta-mente imposible la unidad exigida de espíritu y ma-teria en una misma sustancia, si no se refiriesen ma-teria y conciencia sólo como fenómeno exterior, yen relación interno á la esencia en que tienen lasdos su común fundamento. En lo-cual se afirma noser lo físico la realidad entera, sino que terminaésta en algo metafisico ulterior.

Ahora bien; pues que la Ciencia de la Naturalezacomo tal deja á un lado este elemento trascendentey se ocupa no más que de la conexión causal físicade los fenómenos entre sí, sólo podría constituir elúltimo grado del conocimiento de la Naturaleza sise admitiera con Kant y Du Bois-l\eymond que estávedado en absoluto y para siempre á la inteligenciahumana el traspasar de los puros fenómenos. No loadmite tampoco Hackel, antes sostiene contra DuBois-Reymond la ilimitada capacidad de desarrollode la inteligencia humana (Antrop., prólogo, pá-ginas XII y xni); no puede negarse, por lo tanto, áaceptar con absoluta necesidad que sobre la Cienciade la Naturaleza, cuyo asunto se cierra en la inves-tigación del enlace causal de unos fenómenos conotros, ha de darse una Filosofía natural que exami-ne las relaciones de tales leyes con la unidad de laNaturaleza, esto es, con la realidad metafísica la-tente así en el espíritu como en la materia.

El mismo Hiickel hace excursiones bastante fre-

cuentes de la esfera científica de la naturaleza á lafilosófica de la misma, y por desgracia las más ve-ces coo perjuicio de su punto do vista en la pri-mera, pues las ideas que mantiene en la segundason en parte oscuras é imperfectas, en parte abso-lutamente falsas, y sin embargo, por haber él iden-tificado ciencia y filosofía naturales, aparecen comoformando un miembro integrante de aquella, siendoasí que de hecho en nada le tocan. Es oscuro y con-fuso, por ejemplo, al identificar con la oposición deespíritu y materia la de fuerza y materia (que estásabidamente en las entrañas del materialismo), y alatribuir á éste la afirmación de que la materia hacreado la fuerza {Antrop., pág. 707-708). Es fatalí-simo su error al establecer la conclusión siguiente:la ciencia de la Naturaleza, como tal, sólo se ocupade las leyes de causación (no de leyes teleológicas);pero la filosofía natural es idéntica á la ciencia de laNaturaleza; luego su objeto no puede ser otro nin-guno que el do ésta, esto es, queda proscrita la te-leología de los dominios filosóficos. El primero deestos supuestos es exacto, pero es falso el segundo,y consiguientemente la conclusión deducida de am-bos. De que la ciencia natural en sí misma deba sóloindagar las leyes de causación de los fenómenos na-turales exteriores, esto es, corpóreos, no se sigueinmediatamente en modo alguno ni que haya tam-bién de ceñirse á la mera efieencia mecánica la filo-sofía de la Naturaleza, ni que por el contrario y parallevar su cometido propio le sea exigido aun el ele-varse á muy otros puntos de vista. El verdaderoobjeto de ésta es referir los fenómenos naturales,así corpóreos como psíquicos, juntamente con susleyes causales á la unidad de la Naturaleza toda,esto es, indagar la dependencia fenomenal en queestán con su fundamento metafisico, donde surge lacuestión de si no es quizá inmediatamente una ver-dadera consideración Ideológica esta referencia dela peculiaridad primordial de los elementos natura-les y de la armonía admirable de sus leyes á la uni-dad metafísica que los funda.

Alberto Lange precisa tal cuestión en su Historiadel Materialismo (seg. edic, tomo 11, pág. 275) enlos términos que siguen: «Es este mundo un casoespecial entre otros innumerables mundos que cabepensar igualmente, y qué permanecerían ora eter-namente caóticos, ora eternamente sólidos, ¿ó quizádebe estimarse que, sea cual fuere la primitiva pe-culiaridad de los momentos iniciales, habrían debrotar finalmente, según los principios de Darwin,orden, belleza y perfección en igual medida á comoaquí los observamos?» Y se responde de esta suerte:Se admitirá, sin duda, que debo llamarse á nuestromundo en tal sentido un caso especial, pues porgrande que sea la facilidad con que toda evoluciónes matemáticamente referible á sencillas hipótesis,

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con todo deben hacerse necesariamente supuestos po-sitivos, y á la verdad, los que explican el desarrollodel nuestro, y que sin osla relación podrían ser com-pletamente diversos.» Desenvolver ulteriormenteestos sencillísimos pensamientos capitales de laTeleología, impideselo á Lange sólo su idealismo sub-jetivo, que reduce toda Metafísica á urdimbre cere-bral vacía, y condena, por lo tanto, toda Filosofía dela Naturaleza como tal. Pero ya el hecho de que unmaterialista tan craso y un menospreciador tal detoda Metafísica como Lange, prescindiendo de suinsostenible teoría subjetivo-idealista del conoci-miento, sea quien se haya visto obligado á talesconcesiones, debió bastar para hacer vacilar á unIliiekel en su enemiga contra la Teleología.

Su repugnancia á ésta procede sencillamente de(pie en este respecto adhiere todavía á la reaccióndel tercer periodo contra el segundo de la ciencianatural. Había sido ésta menospreciada injustamentepor la fantástica Filosofía de la Naturaleza, quequiso reemplazarla con todas sus especulacionesIdeológicas, contradiciendo con ello la antigua doc-trina de Bacon que asignaba á la ciencia de la Na-turaleza la investigación del nexo causal como suobjeto exclusivo, y negaba carácter de explicaciónfísica á toda la que excediera de una pura causa-ción fenomenal. El período de «la indagaciónexacta» reobró fundadamente contra tal invasión;pero como todas las reacciones, fue demasiado le-jos la Teleología y Filosofía natural al rechazarcomo creaciones fantásticas sin valor objetivo. Estepunto de vista antiteleológico de la «indagaciónexacta» ha trascendido en realidad con influjo cre-ciente en la opinión general, hasta el punto de quela desestimación de la Teleología y Filosofía natura-les en todos los círculos de cultura influidos por elcriterio de las ciencias naturales valga como dogmaindiscutible, al cual negarle asentimiento sella conel estigma de la incapacidad científica. Impúsosetan por el terror la Ciencia de la Naturaleza con susburlas de la Filosofía en la opinión pública, quehasta filósofos llegaron á dejarse alucinar por talprejuicio, ó hicieron consistir la misión de la Filo-sofía em demostrar filosóficamente que era ellamisma mn absurdo, y que debía abdicar en manosde la ciiencia natural (por ejemplo, Lange, Dübringy otros, más).

Nunc:a será excesivo el elogio que merece Háckelpor hatoer proclamado en alta voz el valor y nece-sidad dle la Filosofía (sobre todo de la educaciónfilosóíie:a para los indagadores de la Naturaleza), es-timando) insostenible en ambas direcciones la ab-sorción de la una por otra, exigiendo por el con-trario la mutua penetración de ambas. Pero al con-cebir equivocadamente tal cooperación y eficaciarecíproca como pura identidad, hallóse ya comple-

tamente incapacitado para descubrir diversos hori-zontes ulteriores, y quedó esclavo en lo tanto delprejuicio del tercer período científico-natural con-tra la Teleología, á pesar de haberse libertado desus prevenciones contra la ciencia filosófica.

Se comprende con todo fácilmente, que desde elmomento en que la Filosofía de la Naturaleza ad-mite á su lado á la Ciencia de la misma, recono-ciéndole sus fueros sobre toda consideración mera-mente causal de ios fenómenos, debe también asen-tir ésta por su parte, y sin que en ello padezca me-noscabo, á'que se constituya al lado suyo la pri-mera, con la cual no ha de pretender identificarseen modo alguno; y es obvio además que las consi-deraciones quizá teleológicas de la Filosofía de laNaturaleza no pueden entóneos determinar pertur-bación de ningún género en las meramente causalesque forman el objeto de la Ciencia natural.

Como naturalista, por lo tanto, nada absoluta-mente autoriza á Háckel para preocuparse del te-leologismo de la Filosofía natural, extraño á su es-fera de indagación, y no serían difíciles las pacessobre esta delimitación de los campos respectivos.Sólo en su carácter áajilósofo de la Naturaleza pue-de combatir él la Teleologia, y en este terreno creohaberle demostrado en otro lugar (1) que, sobre sererrada su filosofía, el influjo de su error filosóficoen su manera de entender y tratar la Ciencia natu-ral ha sido fatalísimo, pues le ha llevado á exageraren demasía el valor de las teorías del trasformismoy de la selección, punto el último sobre que volve-remos ulteriormente.

Lo que importaba aquí era probar que la hostilidadá la Teleología, con otras palabras, la concepciónpuramente mecánica del Mundo, no es en maneraalguna elemento esencial integrante de la Cienciade la Naturaleza, á la cual, por el contrario, en nadaafecta el que una Filosofía natural, que le respetesus limites, quiera ó no profesar el finalismo teleo-lógico; y que yerra Háckel al sostener la opinióncontraria. Parócemeesta prueba tan importante, porcuanto la infundada amalgama que hace éste dela concepción mecánica del mundo con su doctrinade la descendencia, es precisamente lo que mantie-ne á los mejores espíritus alejados de la última,cuya verdad debe abrirse camino de un sólo golpeen la Filosofía y Teología, tan pronto como se esti-ma dicha amalgama funesta como un puro prejuicio,que al verificarse la eclosión para salir del tercerperíodo, quedó y llevan adherido, como pedazo dela cascara, los actuales defensores de la teoría ge-nealógica. El núcleo de las prevenciones que hacia

(1) Verdad y error en el Darvinismo. BerlínC. Duncker, 1875. Especialmente el cap. vn: «Meca-nismo y Teleología.»

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N.°406 E. IURTMANN.—ERNESTO HACKEL.

esta se sienten, es la creencia que sin reflexiónaceptan los naturalistas, de que es inseparable dela concepción mecánica del mundo, y me figuro,por tanto, que al descubrir la falsedad de talcreencia, á nadie presto mayor servicio que á aque-llos que se han puesto el triunfo de la teoría genea-lógica como fin de su vida, Ernesto Hackel sobretodos, cuyos trabajos vamos á considerar más decerca después de esta previa orientación.

Cuando salió á luz la obra capital de Hackel, laMorfología, general, sólo había publicado Darwin lasuya sobre El origen de las especies, juntamente conla que sirve á esta de ilustración por los materialesen ella acumulados, La variación de los Animales yPlantas. Propondera en ambas la masa de datos quecontienen sobre las conclusiones inferidas de ellos,en las cuales únicamente con el antiguo dogma dela fijeza específica rompió Darwin resueltamente, alproclamar la posibilidad de trasformarse una especieen otra mediante influjos naturales; pero en cambiose había guardado, por el contrario, de tocar al Dios-Creador de la Iglesia anglicana, y esquivando me-droso el problema de la génesis del hombre, dejó sindecir hasta dónde debía admitirse un lazo genealó-gico entre los diversos órdenes y estirpes de los rei-nos animal y vegetal. Sólo Carlos Vogt había puestoen excitación pasajera al público alemán algún tiempodespués, estableciendo la procedencia de las razashumanas del Orangután, Gorilla y Chimpanzé; perofue rapidísimo el merecido fiasco de su teoría porla superficialidad con que trató el problema.

Apareció Hackel entonces con su primer gran li-bro, en el cual vivamente inspirado por la ideafilosófica de la Unidad absoluta de la Naturaleza,provisto de un amplio conocimiento de los organis-mos naturales y alimentado con el fuego de un en-tusiasmo juvenil por la verdad y el progreso, aco-mete la empresa de demostrar, sobre la baso de lateoría genealógica, la verdad y realidad de la Unidadde la Naturaleza orgánica, hasta entonces mero pos-tulado ideal. Este es el pensamiento capital del libro,que tengo por el más notable, de cuantos sobre Cien-cia natural y con tendencia filosófica puede regis-trar la literatura científica entera. Es á la vez laMorfología el programa para toda la vida y es-fuerzos de su autor: cuanto Hackel ha hecho desdeentonces, y verosímilmente cuanto hará todavía,son puros desarrollos de las ideas allí depositadas.

El efecto que produjo fue una sorpresa general.Los naturalistas se hicieron cruces al ver á su cole-ga, que tenía probada ya de otro modo su capaci-dad para trabajos sólidos, y que á la sazón se pasabarepentinamente al campo opuesto; vieron en el librouna completa ruptura con el método circunspectode la indagación exacta, una renovación calurosa,extremadamente acentuada ya en las citas y epígra-

fes sin cuento tomados de Goethe, de la fantásticaFilosofía natural, caida en menosprecio y ridículo,y un monstruoso desarrollo hasta sus más extrema-das consecuencias de la teoría genealógica, ape-nas aceptada aún con la mayor desconfianza. De losfilósofos, sólo poquísimos han llegado á saber algode la existencia del libro, y en todo caso no pudie-ron presumir su contenido juzgando por su título; sise quiere, debió ser contraproducente el efecto queen los círculos filosóficos hicieron la hostilidad alTeleologismo, y la pretensión de refundir en la Cien-cia de la Naturaleza la Filosofía natural. Para el pú-blico mayor pasó totalmente desapercibida obra tanvasta, de índole tan científica y tecnicismo tan em-barazoso (con frecuencia bien elegido); aún no teníaHackel por entonces un nombre célebre que inci-tara al público profano á conocer su trabajo, conlo cual hasta por este lado le faltó todo apoyo. Ensuma, el resultado fue hacia todos lados un fracasocompleto, que no excluyó naturalmente el juiciofavorable que mereció de algunos.

En realidad hay que conceder á sus adversariosque Hackel había querido abrazar demasiado de unavez, y que sus aspiraciones excedieron de la alturaá que se hallaba entonces la fundamentacion empí-rica de las teorías por él sustentadas. Por una parte,alude él mismo á cada paso al carácter problemáti-co y oscilante de sus clasificaciones y árboles ge-nealógicos concretos, yporotra,se muestra poseídode una fe tan firme en la verdad general de susideas, que no pudieron los empíricos concertar es-tos términos, y de un laclo no lomaron por rigorlas protestas relativas á la índole provisional deaquellos pormenores,, y de otro reputaron presun-ción científica su convicción de la verdad de losprincipios. Sin duda el ensayo de Hackel para de-mostrar, con ayuda de la teoría genealógica, la uni-dad *i%al de la Naturaleza, fue prematuro; poro¿cuándo dejará de merecer este nombre toda tenta-tiva de síntesis sistemática, si se atiende al es-tado del saber empírico? Que se haya Hackel arro-jado á dar con valor el golpe, sin temer el odio delempírico á todo vuelo sintético del espíritu, sólocomo grandísimo mérito se le ha de imputar, tantomás, cuanto que el éxito que le faltó primero lesiguió á poco donde quiera, y es poderoso el im-pulso que en realidad han dado sus trabajos á lacrisis que al presente se produce en la Ciencianatural, á saber, la transición del tercero al cuartoperiodo.

Mientras proseguía Hackel consagrado á investi-gaciones de importancia y solidez reconocidas, ase-gurando con ellas su competencia ante sus colegas,consiguió, con la publicación en 4868 de la Historianatural de la creación, despertar el interés del ma-yor público en términos excepcionales, lo cual hubo

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REVISTA EUROPEA.— 5 DE MARZO DE ' 1 8 7 6 . N.° 106

de producir inevitablemente una cierta reacción enlas opiniones de los naturalistas. En 1870 aparecióla segunda edición, y en 1874 la quinta de esta obrapopular, que bien puede ser llamada el Evangeliode la teoría genealógica en Alemania. Reviste tallibro, en lo tocante al modo con que se trata en élla teoría genealógica, el carácter que en la Morfo-logía tienen sólo las consideraciones, contenidas enla mitad segunda del segundo tomo; huyese en él delodo géneno de pormenores rigorosamente técni-cos, y del resto de la Morfología sólo se apunta loque puede servir para ilustrar en todos sentidos yfundamentar la teoría de la descendencia, á la cualse ensalza como si fuera clave mágica para la solu-ción de los problemas más trascendentales de lafilosofía del Espíritu y de la Naturaleza. Los progre-sos del conocimiento empírico, tales como el des-cubrimiento ulterior de los moneras y las investiga-ciones en la embriología del Amphioxus, han idosuministrando en el curso de las ediciones posterio-res una base empírica cada vez más favorable, y lareseña histórica, que sirve de introducción, ha con-tribuido á abrir el camino á la idea de que no brotósúbitamente del cerebro de Darwin la teoría genea-lógica, sino que fue desenvolviéndose en la historiapaso á paso y con determinación mayor cada vez.

En sus estudios monográficos, en un principio deigual índole á la de los corrientes entre los natura-listas, se emancipó Hackel luego más y más de lasprácticas usadas, dejando ver cada vez más clara-mente su tendencia á probar con sus indagacionesempíricas la verdad de la teoría fllogenética. Dondemás se acentúa aquella es en la Monografía de lasesponjas calizas, cuyo título declara ya ser la obra«un ensayo para la solución analítica del problemadel origen de las especies,» que puede ser estimado,en efecto, el estudio más completo de tal cues-tión dentro de los límites precisos de una determi-nada esfera zoológica. El epígrafe Filosofía de lasesponjas calizas que lleva la sección en que se re-sume la parte primera, general, recuerda segura-mente más el empleo vicioso de la voz Filosofía,frecuentísimo en Inglaterra, que el sentido muy otroque tieine dicho término en la lengua alemana. Está,por desgracia, tan sobradamente en armonía lo vi-cioso del vocablo con la creencia de Hackel en laobsoreiion de la Filosofía natural por la Ciencia de laNaturaleza, que no es lícito ver en tal falta de len-guaje una pura reminiscencia inocente de su estu-dio de la literatura inglesa.

A seguida de la Historia natural de la Creaciónapareció la obra de Darwin sobre la Genealogía delhombre y la selección natural, que indudablementehubiera debido dividir su autor en dos libros com-pletamente separados, consagrado el uno á la selec-ción natural, y el otro al origen del hombre, pues

las dos partes de su trabajo no tienen entre sí re-laciones muy estrechas. En él desiste Darwin de suprimera excesiva sobreestima de la selección na-tural, pero en cambio extrema con exageraciónmayor el valor de la selección sexual. Relativa-mente á ésta, la profusión de datos interesantísimososcurece, como de costumbre, la inteligencia claradel asunto, sin que Hackel haya remediado tampocoeste defecto hasta ahora. Tocante á la segunda par-te, cuyo asunto es el origen del hombre, llena, á laverdad, con ella Darwin un vacío sensible de suobra capital, y no procede, sin embargo, ni remota-mente de tan amplia manera, ni desde puntos devista tan grandiosos como lo hizo Hackel en suHistoria natural de la Creación, si bien penetramucho más adentro que su joven colega alemán enla afanosa exposición de pormenores minuciosos.Con dificultad se daria testimonio más honroso delcarácter y modestia del escritor inglés que el queofrece su declaración en el prólogo de su libro: «Siesta obra de Hackel hubiera aparecido antes de es-tar escrita la mia sobre el Origen del Hombre, pro-bablemente no la habría terminado; casi todas lasconclusiones á que he llegado las establece esteinvestigador, cuyos conocimientos en muchas ma-terias exceden á los mios.» Sería muy de sentir ála verdad que nos hubiésemos visto privados deltrabajo propio de Darwin, que completa de un modointeresantísimo lo hecho por Hackel. Pero á la vezcontradice la confesión de Darwin antes citada, laopinión que con frecuencia se ha expuesto de quesólo se ha dejado remolcar por Hackel, y muestraque es sobrado fuerte el poder de la consecuenciapara obligar á Darwin independientemente de ex-teriores impulsos á dar al hombre su lugar debidoen la serie genérica gradual de la organización.

Lo que Darwin desatiende en absoluto en susobras es la Embriología, á pesar de ser ella quienofrece las indicaciones de más importancia para laconstrucción de la serie genealógica de los tipos ysuministra las bases más interesantes para la doc-trina de la descendencia en general. Ya la Morfolo-gía y la Historia natural de la Creación habían su-perado á los trabajos do Darwin, por haberse hechovaler en gran medida los datos embriológicos en susexposiciones y razonamientos, no obstante que talrama de la ciencia sólo pudo alcanzar en la econo-mía de la primera de estas obras un lugar suma-mente reducido, y merecer en la segunda un papelsecundario de mero auxiliar. Pero precisamente enesta esfera se habían realizado los progresos másconsiderables desde la publicación de la Morfología,y el mismo Hackel, con su teoría de las Oastreaspublicada en 1874 en la Revista de ciencias naturalesde Jena, puso uno de los más esenciales sillarespara completar el edificio de la teoría filogenética,

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N.° 106 J. G. ARTECHE.—LA MISIÓN DEL MARQUÉS DE IRANDA.

mediante indagaciones embriológicas, juntamentecon su estudio de las esponjas calizas.

Había probado con su ejemplo cuan provechosapuede ser la unión de la Anatomía comparada y dela Embriología, cuando ambas esferas toman á lavez á la teoría genealógica como guía para la ex-plicación de sus datos respectivos, é hizo ver contoda evidencia, mediante su crítica de los estudiosmeramente anatómicos ó embriológicos puramente,que en adelante no podrían ya ser cultivadas coninmediato fruto ambas ramas de la ciencia, á no seren recíproca relación de una con otra. Sintió enton-ces la exigencia de exponer con determinación ma-yor el fundamento que á la teoría de la descenden-cia presta el paralelismo del desarrollo embrionaldel individuo con la evolución genealógica deltipo, cosa que en sus primeras obras había bosque-jado tan sólo, y eligió como ejemplo particular paratal fin la historia del desarrollo del hombre. Limi-tando y condensando el asunto en estos términos,sobre ganar en unidad y claridad la exposición queocupa un solo tomo, se consigue también concen-trar el interés del lector, que naturalmente prestamayor atención y simpatía á consideraciones direc-tamente encaminadas á resolver el problema del lu-gar del hombre en la Naturaleza, que las que habíade inspirarle el asunto si quedase ésto reducido aveces quizá á la mera exposición de la genealogíade los insectos. Por otra parte, se enlaza en cambiola genealogía del hombre con tantos momentos dela evolución del reino animal, que puede dar por sísola, con el auxilio de una digresión preliminar úni-camente, una representación aproximada de las co-nexiones genealógicas de todo éste.

Por todos estos motivos, no vacilo en declarar laAntropogenia la obra más acabada de Hiickel, esti-mando que hace época en la historia de la Ciencianatural el modo con que es tratado en ella el asunto.Cierto que contiene también muchas afirmacionesproblemáticas aún y multitud de sistematizacionesparciales que sólo pueden aspirar á valer provisio-nalmente, respecto de todo lo cual no rechaza Hac-kel en modo alguno la merecida crítica; pero contodo, su obra es un paso de trascendencia suma,pues se trazan en ella los rasgos capitales de la his-toria del desarrollo humano, y siquiera exijan éstosaún verdaderamente ser completados en totalidad yen muchas partes corregidos, hay sin embargo quereconocerlos en principio como la base real de to-dos los perfeccionamientos ulteriores.

LA MISIÓN

DEL MARQUÉS DE IRANDA

EN 1795.

EDUARDO HARTMANN.

(Deutsche RundscAan.)(Concluirá.)

I.

Algunos historiadores, al recordar el tratado deBasilea, hacen mención de las negociaciones enta-bladas por aquellos mismos dias y con idéntico ob-jeto entre el marqués de Iranda y el general Ser-van, ex-ministro de la Guerra y representante de laJunta de salud pública en el ejército francés de losPirineos Occidentales.

Pero ninguno, que sepamos, de esos historiado-res se ha detenido á dar á conocer el momento,que importa mucho, de esa misión; los poderes delos negociadores, bastante embrollados por cierto;la marcha de sus gestiones, paralela, puede decir-se, á la que llevaban en Suiza, y el fin ó resultadode ellas.

El ciudadanoB"*—puede leerse Beaulac,—en susMémoires sur la derniére guerre entre la Frauceet PEspagne dans les Pyrenées Occidentales, dicelo siguiente al terminar la descripción de uno de losvarios ataques emprendidos por los franceses enJunio al monte de Musquirichu: «Esparciéronse en«seguida rumores de paz por el ejército. La presen-«cia del marqués de Iranda, que había llegado á San«Sebastian con el pretexto de asuntos propios, pa-«recía autorizar cuantas conjeturas se hacían sobre«el asunto, con tanta más razón, cuanto que al mis-«mo tiempo el general Servan, con el pomposo tí-«tulo de inspector general del ejército, cargo que»no ejercía, se avistaba frecuentemente con Iran-«da. El general en jefe, en la orden general del«ejército, advirtió que no debía darse fe á aquellos«rumores de una reconciliación próxima; y, habien-»do apresado varios barcos de cabotaje una escua-«dra española que se presentó en la costa de Gui-«púzcoa, los rumores de paz se desvanecieron.»

Por nota á ese mismo párrafo de sus Memoriasañade el ciudadano Beaulac: «Aquellas negociacio-»nes eran reales, y es notable que los dos gobier-«nos tratasen á la vez así en Basilea y en Bayona.»

Beaulac es el más antiguo de los historiadores dela guerra de la República en la frontera de España,y el primero, de consiguiente, que pudiera comuni-car al público la noticia de unos rumores que, pre-sente él en el teatro de la lucha, debieron llegarinmediatamente á sus oidos.

Por lo conciso, sin duda, de su narración, no loscita Thiers; por razón igual, y más fundada puestoque es de Historia general su obra, no los trasmitetampoco D. Modesto de Lafuente; pero, no pudien-do Godoy pasarlos por alto en sus Memorias, re-

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REVISTA EUROPEA. 5 DE MARZO DE 1 8 7 ( 3 . N.° 4 06

cuerda la misión de Iranda, con equivocaciones, sinembargo, notables, resultado acaso de lo remoto dela época respecto á la en que explicó al mundo sugestión política el célebre ministro y favorito deCarlos IV.

Denuncia también aquellos rumores y los comen-ta D. Miguel Agustín Príncipe, haciéndose eco de losque trasmite Múriel en su Historia manuscrita delreinado de Carlos IV, existente en la Biblioteca dela Real Academia de la Historia; pero ni ellos ninadie hasta ahora ha tenido ante los ojos datosbastantes, ni mucho menos la correspondencia deIranda con el valido para confirmar las noticias deÍJeaulac y de Godoy y apreciarlas debidamente ycon éxito.

Lo más importante de cuanto dice Múriel es losiguiente: «Mientras tanto, el duque de la Alcudia«seguía en la misma ansiedad, y deseando poner fin»ii las negociaciones, se valió del pretexto de un»viaje que el marqués de Iranda se proponía hacer»á su país pasando por Guipúzcoa, para encargarle»<[ue se avistase con los Representantes del pueblo»en el ejército enemigo, dueño entonces de esta«provincia. Las instrucciones que se dieron al nue-»vo negociador eran del todo conformes con las que»fueron comunicadas á Iriarte. Tenía, pues, la Jun-»ta de salud pública plenipotenciarios españoles en«que escoger para tratar; pero esta misma versati-lidad del Gobierno de Madrid sobre negociadores,«aunque fuese efecto únicamente de temor ó de im-paciencia por hacer la paz, dio que sospechar á los«franceses. No puedo yo impedir, aunque lo procu-raré, decía Barthelemy á Iriarte, que esta duplica-»cioa de negociadores, habiendo 'precedido el envío»de. otros más ó menos autorizados, se interprete»como un ardid para entretenernos, tanto más quenel nombramiento del marqués de Iranda se "ha he-vtcho cabalmente cuando ya, habíamos empezado á tra-»tar los dos con conocimiento de ambos gobiernos.«Com todo, el gobierno francés, viendo al marqués»do Hranda en la frontera, nombró por su parte al»ex-rministro de Guerra Servan para que tratara»con él. La llegada de los avisos que sucesivamente»iba comunicando Iriarte impidió que empezase»la negociación en el Pirineo, fijándose ésta por úl-»timo) en Basilea, en donde un correo español en-«treg'ó á Iriarte los plenos poderes el 15 de Julio.»

En la narración de Múriel, como en la de Godoyhay errores de trascendencia para la historia de lasnegociaciones que produjeron el tratado de Basi-lea, y nos ha proporcionado el desvanecerlos unhallazgo importantísimo, el de la correspondenciadel mismo marqués de Iranda con el duque de Alcu-dia, guardada entre muchísimos otros documentosde interés nacional en el archivo del duque deBailen.

El que obtuvo este título glorioso era sobrinocarnal de Iranda, llevando por apellido materno elde Aragorri, primero de aquel procer, y comúntambién, como á la familia de Castaños, á las doGirón, Zuaznábar y Las Casas. De ahí el que pape-les dados ya por perdidos en la descendencia di-recta de los Iranda, hayan venido á parar al ele-gante palacio de la calle de Alcalá, proporcionadospor manos desconocidas con la noticia de ese pa-rentesco y el aliciente del lucro (1).

Gozaba, y con razón , el marqués de Iranda famade talento como de riquezas, poseyendo gran cau-dal y muchos bienes, así dentro de España como enla frontera francesa, donde, y especialmente en Hen-daya, los tenía de valor, acreditado aún por unavasta residencia que lleva su nombre.

Valiéndose Godoy de esa circunstancia en los mo-mentos en que la Prusia le hacía conocer sus pacescon la República, y temiendo las dilaciones que ladistancia pudiera ocasionar en los tratos ya enta-blados en Suiza, tras de tanto tiempo perdido enencontrar á Iriarte, creyó que nadie mejor que Iran-da podría, para acelerar el deseado convenio, en-tenderse con los representantes de la Junta de Sa-lud pública en el ejército de los Pirineos.

La acumulación también de fuerzas que ya estabaverificando la Francia en aquella frontera, llegandoá su noticia, le haría prever el peligro que corríanlas provincias limítrofes de una invasión más ejecu-tiva aún que la del año anterior, y con mandar áIranda esperaría detenerla, por lo monos, ya queno alcanzase, antes que Iriarte, acabar el ajusta-miento de la paz.

Cuál de estos dos, ó si ambos constituían el ob-jeto que se llevaba Godoy, lo dirá el presente es-crito, según que la correspondencia de Iranda vayaprestando la luz necesaria para fijar las ideas y darsólido fundamento á los cálculos más prudentes.

En las dudas que han podido suscitarse sobrequién de entre los gobiernos, francés y español,fuese el primero en proponer la paz, nos inclinamosá atribuirlo al de la República, no por vanidad na-cional, sino por ser los historiadores ultrapirenai-cos los monos retraídos en reconocerlo, haberlohecho creer con sus discursos los Thermidorianosmás populares, y proclamarlo con datos, en nues-tro concepto suficientes, el príncipe de la Paz ensus Memorias.

El que se avanzasen proposiciones de avenencia

(1) Registrados con este motivo los archivos nacionales, ha apare-

cido eaa correspondencia también en el de Alcalá da Henares, ¡unto á la

que ocasionó el tratado de"Basilea; pero, aun no estando completa la que

posee el duque de Bailen, á ella vamos á referirnos por bastar al propó-

sito <me nos gula en el presento escrito y nos ha dirigido en los de su

misma Índole, dados anteriormente a luz en la REVISTA EUROPEA, á

cuyas columnas fueron desde luego destinados.

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N-° 106 J . G. AUTECHE. LA MISIÓN DEL MAHQUÉS DE IRANDA.

por el general Urrutia en Cataluña es una muestra,y elocuente, de que el Gobierno español deseaba lapaz, no hay para qué negarlo; mas las repulsas dePerignon, que podía muy bien ignorar los proyectosdel francés, fueron desaprobadas en París, y con-frontadas las fechas pueban que ya se habían hechopor los republicanos manifestaciones que daban áconocer sus deseos de concordia con España. Lascartas de Bourgoing, último ministro de Francia enMadrid, eco razonado de las que Tallien, influidopor su patriotismo ó por su célebre mujer, antes se-ñorita de Cabarrús, escribía demostrando su grandeseo y hasta su premura por la paz, prueban quehacía mucho tiempo se trabajaba para alcanzarla enlas regiones oficiales y extraoficiales de la Repú-blica.

Y nada tiene esto de extraño ni menos de admi-rable. La aspiración más elevada que podían abri-gar los hombres de la revolución era la de su re-conocimiento por el pariente más próximo delinfortunado Luis XVI. El ejemplo de un Borbon dan-do al olvido los hechos abominables que le habíanarrastrado á la lucha, del que había alzado en ar-mas á la nación entera, indignada, lo mismo que poraquellos atropellos, por los ultrajes inferidos á lascreencias y á los intereses morales todos de mayorrespetabilidad para ella, era para halagar el orgulloy satisfacer la ambición de gloria de los más fierosenemigos del trono y de la religión.

La guerra, por otra parte, si comenzaba entonces4 serlos favorable por los numerosos refuerzos quelas victorias conseguidas en el Norte les permitíandirigir á la frontera de España, había sido anterior-mente funesta á los franceses, arrollados en el Ro-sellon por el ilustre general Ricardos, y rechazadosdéla manera más ejecutiva por D. Ventura Caroen las márgenes del Bidasoa y de la Nivelle. Gra-cias á esos refuerzos, el ejército francés había lo-grado traspasar la frontera, y descolgándose, pue-de decirse, de los Alduides, flanquear las posicio-nes del Baztan y de Irun; pero en cambio, se veíadespués detenido en la orilla derecha del Deva sinpoder cruzar las aguas de aquel rio durante todo elinvierno, y sujeto á la acción deletérea de una epi-demia que lo diezmaba y consumía.

Las ventajas materiales que de lucha tan prolon-gada pudieran esperar los republicanos no compen-saban, pues, las morales que les produciría la pazcon España, la primera de tes naciones que habíatomado las armas en odio á la revolución y la ha-bía hecho sufrir más y más trascendentales re-veses.

Que en España se deseaba también la paz, nohay para qué dudarlo. Se había desvanecido la es-peranza de vengar la muerte de Luis XVI, de dondehabía arrancado el impulso general de la opinión

pública en 1793; las armas, victoriosas aquel añoen las dos fronteras, se habían visto obligadas áacogerse al suelo patrio, con gloria todavía en elaño siguiente, pero sin fortuna; el de 1795 ofrecíael espectáculo de las provincias limítrofes invadidasy las plazas más importantes de ellas ocupadastambién, y ofrecía además el temor de que no ce-sase hasta el interior de la Península la marchaarrebatada do los enemigos, más numerosos cadadia, y reforzados más y más por el espíritu que enellos creaban sus recientes victorias en el Norte.Los consejos, que al momento se hicieron públicos,del conde de Ara'nda, despreciados en el primerhervor de la opinión, fueron con eso haciéndoselugar en los ánimos; y eran muy pocos los es-pañoles que no los tuviesen ya por sanos y pruden-tes. No tiene, de consiguiente, nada de particularque se lo hubiesen también hecho en el Palacio real,ocupado poi" quien tan rectas intenciones abrigaba,y que el mismo Godoy, tan batallador al principioy causando la desgracia del de Aranda con sus am-biciones de gloria militar, buscase en la paz el me-dro que antes esperaba de la guerra.

Y tan fue así, que temiendo que el tratado quecomenzaba á ajustarse en Basilea ni» terminara lopronto que su impaciencia le hacía desear, buscó,según ya hemos dicho, al marqués de Iranda, bienpara que con nuevas negociaciones lo cerrase enlos Pirineos, bien para obtener un armisticio que,deteniendo al ejército francés en su marcha inva-sora, hiciese aquel mismo convenio más fácil y me-nos gravoso.

La intención era sana, y habría que alabarla silas fórmulas que la entrañaban hubieran aparecidoen la práctica hábiles en proporción y capaces dedar resultado.

II.

Y aquí empieza la correspondencia que nos pro-ponemos publicar, tan minuciosa en alguna de suspartes, que hasta se ven en ella apuntados dia pordia y con el señalamiento de todas las distancias,los diferentes itinerarios que se vio precisado á se-guir Iranda en el curso de su delicada misión.

El dia 2, como ya hemos dicho, salió el marquésde Madrid, y llegó el 8 á Hernani, donde se pro-puso establecer para mejor desorientar á los curio-sos y, sobre todo, á los franceses del objeto de suviaje, que no dejó de traslucirse al momento, se-gún haremos ver en la siguiente comunicación,primera de las de Iranda que vamos á comunicar ánuestros lectores.

Dice así: «Excmo. señor: Llegué á este lugar,distante una legua de San Sebastian, el 8, como loavisé á V. E. antes de mi salida de Madrid, quefue el 2, y no he hecho más diligencia por no ha-

2 '

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18 REVISTA EUROPEA. 5 DE MARZO DE 1 8 7 6 . N.° 4 06

bérseme proporcionado los tiros que había pedidoá Valladolid, Burgos y Vitoria, hallándose embarga-das todas las caballerías para el servicio de las bri-gadas de los ejércitos de Navarra y Guipúzcoa.»

«Aunque desde mi salida do ese sitio no estuveen Madrid más qufi 28 horas, arreglando mis asun-tos sin salir de casa sino la tarde del 1." para Po-zuelo á recoger unos papeles que me hacían falta,las plumas vocingleras de los ociosos de la capitalme habían anunciado á todas partes como pacifica-dor, y noté que desde Villacastin hasta Vitoria to-dos esperaban mi venida con la mayor impaciencia.»

«La misma noche que llegué, di cuenta al quemanda las armas en este lugar, y al dia siguiente,i), escribí la carta número i con propio al generalen jefe, que se halla en el palacio de Urtubia, ácinco leguas de aquí y media de San Juan de Luz; leenvié la carta de recomendación que me dio V. E. yle pedí me acreditase con los representantes de laConvención Nacional, para que pudiese reclamarmis posesiones, en virtud de la proclamación quehabían hecho publicar..»

«El 10, á las cinco de la mañana, se me presentóun ayudante del general en jefe, me dijo que venía¡' cumplimentarme de su parte y á acompañarme encaso de que pensase hacerle una visita: le res-pondí que estaba en ese ánimo, pero que no pensa-ba en marchar hasta recibir respuesta de la cartaque le había escrito. Con este motivo, no se meapartó un sólo instante en todo el dia; comió, pa-scó conmigo y me tocó una infinidad de materias;onlré en todas ellas con indiferencia, pero cuandome hablaba de mi venida, lo que hizo muchas ve-ees con toda la cautela posible, me ceñía siempreen responderle que no tenía otro objeto que el dereclamar mis propiedades.»

«Ya sabía entonces por mis parientes que habíatres representantes de la Convención repartidos enSan Sebastian, San Juan de Luz y Dayona, quáleseran las facultades de cada uno, y que ninguno lastenia para mi objeto. Con este seguro conocimientono hallé por conveniente desabrocharme con el ayu-danlte, ni con generales, ni otros oficiales que mevinieron á visitar, pero insinué sin la menor afecta-cioni, en varias ocasiones que se me presentaron,quj si la Francia deseaba la paz muy de veras, nocreía hubiese oposición formal de parte de mi cor-te. Soltó con todo cuidado estas especies, porqueno d udaba que llegarían muy en breve á los oídosde las Representantes.»

«Llegó la hora de la cena, y al tiempo de reti-rarmie á mi cuarto, dije al ayudante que se quedabaseguii su costumbre á dormir en casa cuando veníaá eslíe lugar: «Extraño mucho no haber recibido res-»ptiesta de su general en jefe; le he ofrecido una«visita, y si usted quiere, iremos mañana.» Queda-

mos de acuerdo, y el 11 nos pusimos en el coche álas siete de la mañana, acompañados por cuatro ca-zadores de á caballo.»

«No había caminado un quarto de hora cuandoencontró una ordenanza del general en jefe, queme entregó un pliego en que contestaba ámi carta,y me incluía un acuerdo de los dos representantes deSan Juan de Luz y Bayona, que decía: «Noticiosos»los representantes del pueblo francés por el gene-»ral en jefe de la llegada del marqués de Iranda á»llernani con pasaporte de su corte, acordamos quense présente sin dilación en Bayona.»

«Tanta novedad me hizo este acuerdo, que lo diluego al ayudante que me acompañaba, y cuando vique lo había leido, le dije: «Si este correo hubiese»llegado antes de salir de casa, hubiera respondido»al general: Sírvase usted enviarme un pasaporte»para volverme luego á España, pues no he venido»aquí á recibir órdenes de los representantes ni de»ningun otro; pero ya que le he ofrecido una visita»y que estoy caminando, se la quiero cumplir, y va-mos andando.»

«Llegué á Urtubia á las doce: el general en jefehabía tenido precisión de montar á caballo con elprincipal representante Meillan y dejó varios oficia-les para que me recibiesen: éstos me dieron unamuy buena comida, me acompañaron alternandotoda la tarde, hasta que, cansado de andar, hablar yoirlos, me despedí de ellos para retirarme al cuartoque me habían destinado.»

«El general en jefe y el representante no volvie-ron hasta las diez; subieron luego á mi cuarto, ydespués de los primeros cumplidos de estilo y ha-berse retirado todos los de su comitiva, que no eranpocos, dirigí la palabra al representante: «Caminan-»do desde Hernani hacia acá pa<"a hacer al general»en jefe la visita que le había ofrecido, recibí un«acuerdo en que se me previene me presente sin»dilacion en Bayona; quiero suponer que la forma»de ese acuerdo será una equivocación de su se-»cretariOf pues debe usted saber, como yo, que nin-»gun representante ni nadie tiene derecho de darme»órdenes, debo gozar del derecho de gentes me-«dianle mis pasaportes y la recomenda-cion minis-»terial que he presentado; pero si mi residencia en«este país no le agrada ó le incomoda por alguna«razón que no puedo alcanzar, desembarazaré á us-»ted de mi persona, y desde mañana estaró fuera»de este territorio.»

«Había notado á pocos ratos de mi llegada á Ur-tubia que el ayudante que me había acompañadomontó á caballo y no volvió hasta las ocho: presu-mí, y no lo erré, que había ido á informar al gene-ral y al representante, no sólo de las especies pa-cíficas que había soltado en Hernani, sino tambiéndel mal humor que le manifestó en el coche, con

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N.° 106 J . G. ARTECHE. LA MISIÓN DEL MARQUÉS DE 1BANDA. 19

motivo del acuerdo para presentarme en Bayona.»«En efecto, tanto el representante como el gene-

ral en jefe, después de haber oido mi corta arengasin interrumpirme, se esmeraron en darme mil sa-tisfacciones, confesaron que fue equivocación en laprisa de sus muchos negocios, que me conocían dereputación, que no podían tener la menor sospechade mi conduela, y que me darían todas las órdenesy seguridades que quisiese para ir, venir y estardonde me diese la gana. En consecuencia, el repre-sentante Meillan me envió ayer tarde un despachode que incluyo copia en el número 2.»

«Después de esta escena, nos sentamos, se toca-ron varios asuntos, y conociendo, por las precaucio-nes que habían tomado con mi persona y varias es-pecies que soltaron, que no creían que mi venidafuese á mis asuntos, sino á explorar los ánimos deestos guipuzcoanós, ó á hacer proposiciones depaz, les dije: «Señores, prescindo de todas sus ca-»bilaciones, que no debo extrañar en unos republi-«canos que desconfian hasta de sus mismos padres,«hijos, hermanos, parientes y amigos, y me haría«muy poco favor a mí mismo si intentase desvane-«cerlas, aseguro á ustedes que no he venido á tra-bar de la paz; pero si la quieren ustedes muy de«veras y se hallan con poderes suficientes, tengo«tanta confianza en las disposiciones pacíficas del«rey de España y de su ministro de Negocios ex-«tranjeros, que me lisonjeo me autorizarán á abrir«una negociación con ustedes, y si llega el caso«de que pueda tratar con un sujeto que esté bien¡¡instruido de los intereses políticos de España,•¡¡Francia ¿Inglaterra, y que tenga tan buenas inten-¡¡ciones y tanta franqueza como yo, estoy persua-«dido que esta grande obra se concluirá en pocosdias.»

«El representante me oyó con suma atención, yme contestó sentía infinito no hallarse con poderescon este objeto; pero que sus deseos para la pazeran á lo menos iguales á los mios, y que si queríaenviar un correo á mi corte, el despacharía otro in-mediatamente á la Junta de salud pública de París,dando cuenta de nuestra casual conferencia, y pi-diendo se destinase con suficientes poderes un su-jeto que tratase conmigo, y que reuniese todas lascualidades que yo exigía á fin de no perder tiempoen vanas dispulas. Quedamos de acuerdo sobre estepunto, como lo verá V. E. por los dos papeles, nú-meros 3 y 4, y en consecuencia he de merecerá V. E. me despache con la brevedad posible otrospoderes como los que he traido y que sólo han deser diferentes en la fecha, á fin de que vea este re-presentante que los he pedido de resulta de nuestraconferencia. Por este medio la negociación parecerácasual y no pedida y solicitada por mí.»

«Nuestra conversación prosiguió después hasta

las dos de la madrugada: me esforcé en ponderarletodas las ventajas que habían de resultar á la Fran-cia de volver á nuestra antigua alianza y amistad,y de hacerle conocer cuánto convenía llevar estanegociación con todo el sigilo y celeridad posiblesrespecto de que la Inglaterra se hallaba con todossus navios armados, que seguramente seriamos losprimeros á experimentar los efectos de sus iras yvenganza, y que para precaverlas debíamos tomar,sin perder un instante, las medidas más activas yvigorosas. Se hizo cargo de todo y me ofreció ocul-tar este negocio á los otros representantes suscompañeros. Preveo para concluirlo á mi gusto lasdificultades que apunté en las notas números 4 y 5que presenté á V. E. en Aranjuez, pero no me fal-tarán réplicas ni compensaciones menos gravosasque ofrecer, y cuente V. E. con todo mi celo y tra-vesura política. Hernani, 44 de Junio do '1795.»

Se nos figura que el marqués de Iranda se des-abrochó, según su expresión, con el representanteMeillan lo suficiente para que éste conociera que elGobierno español deseaba ardientemente la paz; yno sobran el testimonio de M. Lacrelelle, el de losautores de Victoires et conquétes y el de otros es-critores franceses para no dar la razón á los quesuponen á Godoy como iniciador de las negociacio-nes de la paz de Basilea. El representante francés yMoncey quedarían perfectamente convencidos deque era muy otro el objeto de Iranda al dirigirse áHernani que el de mirar por sus propiedades ó pro-mover movimiento alguno de los guipuzcoanóscontra el ejército republicano.

En cambio, esa misma comunicación de Irandasirve para demostrar el deseo en los franceses deestablecer relaciones con nuestro Gobierno parallegar á un acuerdo, y sirve, por lo mismo, paradeducir que no marchaban las operaciones militarestan satisfactoriamente para ellos como se han es-merado en querer probar algunos de sus compa-triotas y no pocos de los nuestros.

No habían pasado aún el Deva los franceses,á pesar de los esfuerzos hechos durante el otoñoanterior y en la primavera del año de 1795 paraconseguirlo. Aquel había pasado sin que tuvieraéxito ninguno do los varios ataques en que intenta-ran los republicanos arrollar la línea de puestoscon que tenían los españoles coronadas las monta-ñas que en una y otra orilla forman la cuenca deaquel rio en la segunda mitad de su curso.

En 1795, las operaciones de la guerra, interrum-pidas largo tiempo por la costumbre, entonces sub-sistente, de los cuarteles de invierno, el contagio yla falta de víveres que hubo de sufrir el ejércitofrancés en sus cantones de Guipúzcoa,, volvieron áreanudarse en toda la linea por el mes de Marzo,con el mismo resultado, sin embargo, funesto para

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REVISTA EUROPEA. 5 DE MAKZO DE 1 8 7 6 . N.° 106

él hasta fines de Junio, en que tuvo lugar la inva-sión de Vizcaya.

Habían, pues, trascurrido siete meses sin quelas tropas republicanas, reforzadas de nuevo conbatallones procedentes del ejército del Oeste, hu-biesen conseguido atravesar el Deva, el caudal decuyas aguas no alcanza á formar sino un riachuelohasta el punto á que llegan las mareas del Océano.

¿Cómo, siendo esto rigurosamente exacto, hayquien firmándose, y al parecer con orgullo, «UnVizcaíno,» ha podido decir en La Época que en 1795los vascongados se mostraron flojos, perezosos ycomo juguetes de una debilidad extraña á su carácterenérgico, duro, activo y guerrero? Por esforzar unargumento que hace innecesaria la conducta he-roica de Hernani, San Sebastian y Bilbao en la lu-cha fratricida, cruel y bárbara que nuestro valienteejército ha acabado tan rápida como felizmente enlas Provincias Vascongadas, se infiere á estas unaofensa en el presente caso inmerecida, sobre todo áesa Vizcaya, que, aun cuando sin intención, con-cluye por calumniar uno precisamente de sus hijos.

Ignoramos quién sea el autor de las cartas publi-cadas por La Época en Diciembre y Enero últimoscon el título de Los Fueros VascongaJos; pero sípacde asegurarse que ó no recuerda la historia deltiempo á que nos vamos refiriendo, ó se ha dejadoarrastrar en el párrafo trascrito de apreciacionesextrañas, en nada conformes con la verdad.

No parecerá en éste fuera de lugar la rectificaciónde los errores cometidos por el articulista de LaÉpoca; y á fin de enterar á nuestros lectores de laverdadera situación de las cosas en el teatro de laguerra al iniciarse las negociaciones por el marquésdle Iranda, vamos á hacer una ligera reseña de losprincipales hechos de armas de aquella campaña.

HI.

«De modo, dice el articulista, que el general Mon->»eey, con sólo 14.000 hombres, avanzó en monos de»un mes desde el Deva hasta Miranda, sin tener que«lamentar ninguno de esos percances que son tan^frecuentes al atravesar un país montañoso y que-»brado, en cuyos desfiladeros suelen vengarse las«pequeñas partidas de guerrilleros.»

La narración, como se ve, es incompleta; porque,de empezarla en Junio de 179S, en que se inicia sudesenlace, á hacerlo en los comienzos de la campa-ña, se suprime un espacio de siete meses de luchacasi incesante, de esfuerzos heroicos y de sacrifi-cios sin cuento en sangre y dinero que, de cono-cerse, hade contribuir á muy otro concepto sobrela conducta de los vizcaínos en aquella ocasión.

Con efecto, el 28 de Noviembre de 1794 eran ata-cados los españoles en Sasiola y Elgóibar, y el 30en Elgueta; pero rechazando al enemigo ejecutiva-

mente en los tres puntos, le obligaban á retirarse.Tan decisivo era el resultado de aquellas acciones,

que Moncey, «temiendo, dice el ciudadano Beaulac,que sus posiciones, demasiado diseminadas en elterritorio conquistado, le atrajesen algún revés, re-solvió abandonar Tolosa y concentrarlas divisionesde la derecha enderredor del campo atrincheradode San Sebastian, haciendo guardar además Herna-ni y toda la parte de la carretera que asegurabasus comunicaciones con Bayona.»

No llegó á tanto, sin embargo, evitándolo el re-presentante Garreau, recientemente llegado al ejér-cito. Obediente Moneey, y temiendo sin duda que sele achacase demasiada prudencia al relevar á su pre-decesor en el mando, el general Muller, tan estima-do del ejército, estableció sus cuarteles de inviernoen Tolosa, Azpeitia yAzcoitia, sin dejar, además, deordenar alguno, nunca importante combate, parano dar un carácter de malogro á la campaña deaquel año, abandonando allí, como en Navarra, lasconquistas de los últimos meses.

Fienováronse las operaciones ofensivas por partede los franceses en Marzo de 1798; siendo, lo mis-mo que en Abril, rechazados por los vizcaínos enlos mismos puntos y en el de Pagochoetea, donde,como en Azcárate, fueron derrotados á punto deque el cura de Lezama llegó, envuelto con la reta-guardia francesa, hasta las tapias1 mismas de Azooi-tia. Otro tanto sucedió en Mayo, hasta el 28 de Junioen que, merced á una rápida concentración de losfranceses junto á Sasiola, consiguieron forzar elpuente, penetrar hasta Motrico y Marquina y obligará retroceder al general Crespo hasta Mondragon,temeroso de verse cortado y envuelto en sus posi-ciones de Elósua y Descarga.

Ya ven nuestros lectores cuan diferente es, paraapreciar la conducta de los vascongados en aquellaguerra, comenzar la narración de la campaña enJunio de 1795 ó en Noviembre del año anterior.

Qué había hecho Vizcaya para conseguir esos re-sultados, vamos á decirlo en muy pocas palabras.

Vizcaya tenía que prepararse con tiempo para eldia en que estallara la tormenta que debían preverquienes siguiesen con la vista á la revolución fran-cesa; y en 251 de Octubre de 1792 disponía el alis-tamiento de todos los hombres de armas-tomar,desde los de diez y ocho años de edad hasta los desesenta. Se buscaron á la vez, y con providenciassucesivas, fondos con que sostener tanta fuerza,equiparla y armarla; se acudió á fortificar la costa yla frontera conforme á un plan bien meditado; yaunque sin conseguir el señorío cañones, ni fusiles,ni pólvora siquiera, del gobierno central, recurrien-do á sus propios esfuerzos en España y hasta enSuecia y Dinamarca, logró el procurarse algunos,aunque insuficientes, medios de resistencia.

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N.° 4 06 J. G. ARTECHE. LA MISIÓN DEL MARQUÉS DE IRANDA.

En Mayo de 1794, daba Vizcaya 500 hombres paraque acudiesen á Irún en defensa de Guipúzcoa, y enJulio otros 158 para la guarnición de Fuenterrabia.En Agosto se formaban tres tercios de á 8.000 hom-bres cada uno; de los cuales, el primero fue destinadoá Tolosa, no llegando á establecerse en aquella po-blación por haber desistido de su propósito de defen-derla el general en jefe del ejército, quien dispusoque la fuerza vizcaína tomara posiciones en la fron-tera de su provincia. A consecuencia do tal orden,los vizcainos se situaron en la línea de Hérmua áCampánzar, y por el lado de la costa en Ondárroa yMarquina. De modo que en ocho dias llegó á for-marse un verdadero cuerpo de ejército, pues quecontaba con más de 12.000 hombres, y esto en unpais que carecía de toda clase de recursos. En Ezter-riea se situaron 2.000, llegando á 3.200 en los diasde alarma; en Arnobate y Urcaregui, 1.100; en Hór-mua, 1.200, y en el gran campamento de Campán-zar, hasta 4.000 hombres. El general en jefe decíacon este motivo al Señorío: «He visto con la mayor«satisfacción el campamento de sus naturales en«Campánzar, y desde luego al notar la noble emula-«cion que se halla repartida entre sus comandantes,«oficiales y demás clases que le componen, me da á«conocer que es hija de los heroicos sentimientos«de V. S. por la justa causa que defendemos.«

Hay que advertir que toda aquella parte de lafrontera, desde Elgueta al mar, estaba confiada ex-clusivamente á los vascongados; pues sólo mástarde y en los combates de la campaña de inviernotomaron parte unos 350 voluntarios de Guipúzcoa ysoldados de Ordenes Militares y del provincial de La-redo: el ejército se había replegado, por completocasi, á Navarra y Álava.

El marqués de Rubí, á quien los jefes vasconga-dos acudieron en Diciembre para que les ayudaraen los ataques que proyectaban contra las posicio-nes francesas del otro lado del Deva, les contestólo siguiente: «En este estado, aumentándose por los«partes que me llegan estos mismos recelos, no me«es dable prescribir á ustedes el obrar unidos para«tomar los partidos que dicten las circunstancias en«que nos hallamos.»

Habiéndose retirado, sin embargo, el enemigopor la parte de Álava, Rubí bajó á Mondragon paracelebrar el convenio de 9 de Diciembre, en cuyosartículos se acordó que el Señorío cubriría las mon-tañas de Iciar con 2.000 hombres y Azcárate con1.000, teniendo en Elgoivar y Alzóla una reserva de2.000 y en Motrico un destacamento de 200, todosá las órdenes del general en jefe. Las demás fuerzasque campaban en la frontera debían retirarse; man-teniéndose, empero, dispuestas á acudir al primerllamamiento.

Como era de esperar, hubieron de cambiarse las

posiciones señaladas á los vizcainos, y poco des-pués del convenio de Mondragon se establecieron1.500 hombres en Sasiola y sus inmediaciones, 800en Mendaro, 1.300 en Alzóla, 500 en Elgueta y elresto hasta los 5.200 en Campánzar, Hérmua y A-¿-lerrica; esto es, en la antigua línea de montes quela fuerza del ejército no pudo guarnecer por hacerfalta en otra parte. Estas posiciones exigían contin-gentes más considerables que los señalados en elconvenio, y fue necesario llamar de nuevo á lasarmas los de las merindades y anteiglesias próxi-mas, llegando el caso de que se duplicasen las fuer-zas anteriormente indicadas.

Con ellas se dieron los combates de Sasiola del 19de Diciembre, 27 de Febrero y los casi diarios delmes de Mayo; los del alto de Azcárate de 7, 13 y 27de Enero y 16 de Abril; los do Musquirichu de 9 y21 de Mayo y de! 17 y 24 de Junio, y varios otrosen Madariaga y Deva que, como los anteriores, fue-ron otros tantos triunfos para los vascongados, decuyos laureles participaron también unos 500 sol-dados de las tropas de linea.

«¿Son estos los paisanos á quienes queríais ata-«car con 300 hombres?» decía á los oficiales el con-vencional que acompañaba al ejército francés; y elprincipe de Castelfranco escribía el 15 do Mayo alSeñorío: «Contribuiré con mucha complacencia á«que lleguen á noticia de S. M. y del público todos«los buenos servicios que han hecho (les vasconga-«dos) y en adelante hicieren, pues deseo animar su«espíritu por todos los medios posibles sin omitir la«justa satisfacción de sus trabajos, que es la del ho-«nor á que se hace acreedor el que pelea con bi-«zarría por una causa que tiene tantos estímulos.»

Estos eran los servicios que llevaban prestados losvizcaínos, y esta la situación que encontró Irandaal instalarse en Hernani y comenzar sus conferenciascoh^el general en jefe y los representantes del comitéde Salud pública en el ejército de los Pirineos Occi-dentales.

Si necesitáramos demostrar aún que no era des-ahogada esa situación para los franceses, no ten-dríamos sino describir las robustas y extensas obrasde fortificación con que habían procurado cubrir sucampo de San Sebastian y resguardar la linea decomunicación con su propio territorio.

Apoyado en la Cencha por su derecha y en elUrumea por la izquierda, extendíase el campo atrin-cherado de San Sebastian por Lugariz, Fagola yMari-gomezegui, por donde abría paso á la carreterade Hernani, y seguía á Puyo para encerrar la únicafuente de que se abastecía la ciudad de agua. Seempezaba á fortificar Oriamendi y Montevideo paraenfilar y batir los caminos de San Sebastian y deOyarzun á Hernani, ocupando fuertemente este últi-mo punto con obras interiores y otras que llegaban

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REVISTA EUROPEA. 5 DE MARZO DE 1 8 7 6 . N." 106

á cubrir con sus fuegos á Urnieta y Astigarraga. Elgeneral en jefe había creído poderse establecer enHcrnani; pero al resolverse, como antes hemos di-cho, á mantener su línea avanzada cerca del Deva,hizo también fortificar á Tolosa, donde residió átemporadas.

¿Qué demuestra todo esto sino que el generalMoncey y los representantes que le acompañabanno creían segura su oposición en aquellas montañas,y que estaban muy lejos de despreciar á sus, aunqueinexpertos, activos y tenaces contrarios?

No es, pues, repetimos, de extrañar el apresura-miento con que acogieron las insinuaciones delmarqués de Iranda, ni lo sería tampoco la suposiciónde que las esperaban, fuese por los rumores ya es-parcidos sobre su misión, ó por los que ya circulabantambién de la reunión de Iriarte y Barthelemy enlíasilea.

JOSÉ GÓMEZ DE ARTECHE.(Concluirá.)

REVISTA CIENTÍFICA.

La catástrofe de la isla de la Reunión.—Un pueblo desaparecido.—Unbosque que cambia de sitio.—Curioso ejemplo de trasporte de tierraspor deslizamiento.—Comunicación de movimientos entre grandes ma-sas.—Levantamiento del suelo producido por derrumbamientos.—Fe-nómenos volcánicos.—Casas y barrios trasladados.—-Viajes incons-cientes.—Las grandes catástrofes volcánicas. •*'

Mecánica general. —Las canoas-torpedos á gran velocidad.—Una se-mana para i r á America. —Traspones militares por locomotoras paracaminos ordinarios.— La máquina Aveling Porter.'—Experimentosentre Verona, Villafranca y Turin.—Ensayo en el Campo de Marte.—Material a vapor en el ejército italiano.—Las lincas férreas de Eu-ropa.—De Paris á San Pelersburgo en linea recta.—Wagones sintrasbordo.—El eje tipo prusiano y el eje tipo ruso.—Bel papel de laseparación de carriles bajo el punto de vista militar.

Una catástrofe espantosa ha contristado reciente-mente á los habitantes de la isla de la Reunión. Se-senta y dos personas han sido enterradas vivas bajoespesa capa de tierra y de piedras. El siniestro sedebe, según unos, al derrumbamiento de una mon-taña; según otros, á una conmoción volcánica. Unpueblo entero, casas y habitantes, ha desaparecidopor completo sin dejar rastro de él.

El centro de la isla lo ocupan dos grandes circos,uno al Norte, el de Salazie, y otro al Sur, el de Ci-laos. Estas dos vastas depresiones lindan con unalto murallon que las separa, la montaña de Salazes yul pitón de las Nieves, que mide 3.000 metros sobreel nivel del mar. En el fondo de estos circos brotanaguas termales gaseosas y alcalinas y manantialesincrustantes.

Al pié del gran peñasco de Salazes, y ocupandoun espacio de varios kilómetros, se habían estable-cido unas 10 familias de proletarios blancos. El ter-reno era fértil, el paraje magnífico, y la reducida co-

lonia prosperó. El pueblo que formaron tomó elnombre de Grande Arena. El 29 de Noviembrede 4875, estando el tiempo muy oscuro y muy car-gada la atmósfera, se experimentaron, según dicen,algunas sacudidas, algunas trepidaciones, y se oye-ron ciertas detonaciones; después, en menos de diezminutos, todo el terreno comprendido entre el marde Affouches y el cabo Pierrot, en seis kilómetrosde longitud por dos de latitud, quedó completa-mente trastornado. Según M. Vinson, se había verifi-cado un levantamiento al mismo tiempo que, des-prendiéndose una gran parte de la montaña, se der-rumbaba, deteniéndose en las desigualdades de labase del Gran Peñasco, á un kilómetro próxima-mente del paraje del levantamiento del suelo.

¿Produjo la catástrofe el derrumbamiento de lamontaña ó el derrumbamiento combinado con el le-vantamiento del terreno? Los observadores no estándé acuerdo sobre este punto; pero lo cierto es queel desgraciado pueblo de Grande Arena desapare-ció bajo los escombros. M. Vinson dice: «La mesetade Grande Arena fue completamente removida cualsi hubiese recibido el choque de inmensos remoli-nos y de olas que se hubiesen mezclado agitándoseen furioso torbellino. Bajo aquel montón de enor-mes peñascos, de piedras de todas dimensiones, doarena, que á la vez se alzaba y caía, quedó comple-tamente sepultada la colonia formada per 62 perso-nas: hombres, mujeres, niños, animales, casas, todohabía desaparecido bajo un promontorio de 60 me-tros de alto.»

Una colina apareció en el sitio del valle, y )aatmósfera se llenó de olor sulfuroso; solamentese salvó una familia. Colocados en el extremo deGrande Arena, el marido, la mujer y el niño, con lacasa, la cosecha y los árboles fueron trasladadossanos y salvos á dos kilómetros de aquel punto. Ungran trozo de terreno había corrido sin romperse yen sentido horizontal una extensión de 2.000 metroscon una velocidad de que no pudieron darse cuentalos transportados.

En el mismo momento de la traslación, un bosqueentero, situado en la orilla derecha del rio de Flo-res Amarillas, pasó, sin caer, á la orilla izquierda,atravesando sobre el instantáneo amontonamientoproducido por el alzamiento del terreno y la caidade la montaña un barranco profundo, cegado hoy.Los árboles han conservado toda su frescura, y elpitón ha verificado un movimiento que ha cambiadocompletamente su orientación primitiva. El campode Pierrot, situado sobre una elevación en frentede Grande Arena, y á dos kilómetros de distancia,fue literalmente asaltado por una granizada de pie-dras gruesas que obligaron á los habitantes á,des-alojarlo y huir. El célebre manantial incrustante,situado en el recinto de Grande Arena, ha desapare-

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cido por completo en esta convulsión geológica.En el teatro de la catástrofe solamente se ha en-

contrado una pierna humana perdida en medio deescombros de todo género. Los tres supervivientesaseguran que una conmoción violenta y subterráneaprecedió al desorden del terreno, y que sintieronun movimiento de trepidación bastante acentuado.

M. Vinson y M. Cazeau, antiguo ingeniero colo-nial, se adhieren á la opinión de los habitantes deSalazes, los más inmediatos al teatro del drama,que atribuyen el siniestro á una conmoción volcá-nica. El olor de azufre, la lluvia de polvo de puzzo-lana rojiza que cayó sobre el follaje de los árboles ¡inmediatos, indican, en su opinión, origen volcáni-co. La proyección de piedras enormes que cayeronsobre el campo de Pierrot,á dos kilómetros del pun-to del derrumbamiento, se explican difícilmente porun simple rechazo. La naturaleza volcánica de laisla y la presencia de manantiales termo-minerales,parecen militar también en favor do esta hipótesis.

Por el contrario, M. Velain, agregado como na-turalista de las comisiones enviadas para la obser-vación de Venus, y que visitó la Reunión en Enerode 187S, atribuye la catástrofe á una causa muchomás sencilla. En su concepto, no ha existido con-moción subterránea, sino que al derrumbarse lamontaña, colmó la meseta y produjo el trastornodescrito por el doctor Vinson.

Cuando visitó el circo de Salazie y el de Cilaos, lellamó la atención los inmensos destrozos que podíanocasionar las lluvias torrenciales que caen sobre lacordillera de Salazes. Los bosques han sido destrui-dos por incendios. No estando retenidas ya lasaguas por las tierras, penetran fácilmente en las ro-cas, precipitándose por enormes quebraduras; és-tas se multiplican, y fácilmente puede preverseque algunos grupos de rocas feldespáticas pococompactas, concluirán por caer, provocando nuevosderrumbamientos. M. Velain había llamado la aten-ción sobre ciertos pueblos que, situados al pié de

• las escarpas, se encontraban amenazados.El pueblo de Cilaos, en el otro lado de la monta-

ña, le pareció en posición tan crítica como el deGrande Arena, y gran parte de la meseta sobre queestá construido, especialmente la iglesia y las casasque dominan el brazo de los Estanques, minada porabundantes manantiales termales, y sobre todo poraguas que se aglomeran por encima de las casas,deberá ceder muy pronto, si no se abre una vía dedesagüe para que escape el caudal de los estanques.

Los habitantes de la colonia están aterrados, por-que creen que un derrumbamiento tan considerableno puede tener otro origen que una conmoción delvolcan extinguido desde hace mucho tiempo. Enefecto, los detalles trasmitidos hasta ahora son tandiferentes, que no es posible deducir nada en fa-

vor ó en contra de la acción volcánica. Solamenteun reconocimiento bien dirigido podrá hacer cesarlas dudas relativas á este asunto.

El trastorno de Salazes se parece mucho al queproducen los terremotos; pero puede explicarse per-fectamente por las fuerzas que ha podido poner enjuego el derrumbamiento de la enorme masa depeñascos. Cayendo al suelo una gran masa de lamontaña, determinó, por la presión ejercida, un al-zamiento por rechazo. Deprimiendo el suelo en unlado, se levantó en otro, y este doble movimiento debajada y subida pudo ser confundido con un levanta-miento de origen volcánico.

El cambio de nivel producido por esta oscilacióncompletamente mecánica debió producir, como con-secuencia, deslizamientos y trasportes de terrenosconsiderables. El rechazo sobre los manantiales ter-males podría explicar el olor de azufre. Nada hastaahora puede hacer admitir, sin profundo examen,que el volcan esté próxi-mo á despertar, sino, porel contrario, parece que se reconcentra toda la ac-tividad de las fuerzas subterráneas en la parteopuesta de la isla.

Sea como quiera, poseemos numerosos ejemplosde derrumbamientos más extraordinarios aún. Así,por ejemplo, á consecuencia de los terremotos deCalabria, en 1783, se vieron valles cegados y consi-derables masas de terrenos que cambiaron de lugar.Vivanzin refiere que, cerca de Sitizzano, ;in valle fuecompletamente cegado hasta el nivel de las tierrasaltas situadas á ambos lados, por masas enormesque se desprendieron de las colinas inmediatas. Unamasa de tierra de 60 metros de alta y de 120 dediámetro recorrió un espacio de 6.000 metros. Do-lomiell atribuye esta traslación al impulso comuni-cado á la masa por otras desprendidas de las coli-nas. Como se ve, esto es muy semejante al fenó-meno ocurrido en la Reunión.

Cerca de Leminara, un pastor y on olivar muygrande fueron lanzados á 60 metros de distancia, enun valle de 18 de profundidad. Una casita construi-da en el olivar fue llevada con sus habitantes al va-lle, sin que éstos sufriesen el menor accidente, ycontinuaron con la mayor tranquilidad la comidaque habían empezado en la colina.

Cerca de Mileto, dos talleres de tejidos que ocu-paban más de 1.600 metros de longitud por 800 delatitud, fueron llevados á un valle á más de 1.600metros. Muchas chozas llegaron intactas al nuevoemplazamiento.

Una parte de la ciudad de Polistena fue lanzadaá 800 metros, destruyéndose la mayor parte de lascasas y quedando enterrados vivos gran número dehabitantes.

En 1772, cuando se verificó la erupción del Pa-pandoyang, uno de los volcanes más elevados de

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la isla de Java, los habitantes que vivían en las la-deras de la montaña no tuvieron tiempo para huir,dicen que el suelo se hundió, desapareciendo granparte del volcan. Calcúlase que á consecuencia dola conmoción quedó sepultada en las entrañas dela tierra una extensión de 24 kilómetros de largapor 10 de ancha, comprendiendo la montaña y susinmediaciones; quedaron destruidas 40 ciudades, ysucumbieron 2.957 habitantes.

En 1751, una violenta sacudida destruyó la capi-tal de Santo Domingo, Puerto-Príncipe. Hundióseuna parte de la costa, en 20 leguas de extensión,y dio origen al golfo que existe en la actualidad.

El 16 de Junio de 1819, durante la erupción delvolcan de Denodíer, situado en el país de Kutch, sesintió un terremoto en todo el delta del Indus. Laciudad de Bondj desapareció bajo las aguas del marcon una superficie de 242 leguas cuadradas. En loscampos Phlegreenos, cerca de Ñapóles, el montenuevo, cuya altura llega á 135 metros, y que mide2.800 metros de base, se formó bruscamente el 29de Setiembre de 1588. En Méjico, el 27 de Setiem-bre de 1759, una sacudida volcánica hizo aparecerespontáneamente en medio de una llanura un mon-tecillo de 166 metros de alto, tres kilómetros de lon-gitud y de tres á cuatro millas cuadradas.

El suelo del archipiélago griego continúa agitán-dose. Las islas de Teresia y de Santorin, fueron se-paradas el año 236 antes de Jesucristo. La isla deHiera brotó de las aguas 150 años después. Micra-kameni data de 1573; Neakameni de 1707. Una islanueva brotó el 29 de Enero de 1866.

En 1571, en Hensfordshire, se vio una grande ex-tensión de tierra labrada y una pradera separarsede la masa comun, levantarse y ser insensiblementetrasladada en tres dias á 400 pasos de distancia. Latraslación se verificó sin trepidación del suelo y enel mayor silencio.

Todo el mundo recuerda el terremoto de Lisboaen 1755. En seis minutos perecieron 60.000 perso-nas. También podríamos citar las catástrofes queasolaron la ciudad de Yodo, en el Japón, pereciendo200.000 personas; el Perú, en 1746; Java, en 1695;Quito, en 1698; Sicilia, en 1693; la Jamaica, en 1692;la isla de Sumbowa, en 1815 (en una sola provinciaperecieron 12.000 personas); Caraca^, en 1812(perecieron 10.000 personas); la Carolina del Sur,en 1811; etc., etc. Desgraciadamente abundan losejemplos.

La catástrofe de la isla de la Reunión, sea el quequiera su origen, viene á demostrar una vez másque nos engañaríamos mucho si nos creyésemos ennuestra época completamente al abrigo de las con-vulsiones que tantas veces han conmovido la super-ficie de nuestro pequeño mundo.

En 1867, en la época de la Exposición universalde París, considerábase como un máximum insupe-rable la velocidad de 10 á 11 nudos para las ca-noas de vapor. Considerábase como excepcional unbarquito que andaba á razón de 10 nudos porhora (4). Se ha ensayado hace poco tiempo en elTámesis un barco-torpedo de vapor, construido porlos Sres. Thornycroft y compañía, de Church WarfChsiwick, para el gobierno austríaco. Este barquitorecorre en agua tranquila 18 nudos, ó sea 18 millaspor hora. Este resultado es muy notable.

La longitud del barco es de 20m400 en la línea deflotación, y la latitud en el bao mayor es de 0m610.El casco está dividido en seis compartimientos pormedio de cinco tabiques; está todo construido conplacas de acero Bessemer, de un espesor variableentre 1 ">">5 y 4m m05. Balas de fusil disparadas ápocos metros de distancia no atraviesan las placas,formando solamente una pequeña concavidad. Lamáquina motriz es de cilindro doble, con camisasdo vapor, del sistema Componad; su fuerza efectivaes de 200 caballos.

La tripulación y oficiales están guarecidos porcubiertas de chapa de acero. El armamento delbarco consiste en dos mástiles de l lm60 de largo,que llevan en el extremo torpedos de 12 á 25 kilo-gramos de dinamita. Cuando la chapa del torpedochoca con el barco enemigo, estalla el torpedo. In-útil es manifestar la importancia do la velocidad enuna operación tan peligrosa como la de acercarseá un buque enemigo para volarlo, puesto que seríamuy difícil á los cañones de éste alcanzar una em-barcación tan rápida.

La nueva chalupa avanza en silencio. El ruido es-tridente del vapor escapando por la chimenea seha evitado por medio de condensadores por super-ficie.

Los gobiernos de Suecia y de Dinamarca poseenya algunos barcos torpedos de Thornycroft. Des-pués do los ensayos de las embarcaciones de estaclase construidas para Austria, el gobierno inglésha encargado también algunas chalupas á los mis-mos constructores.

Hacemos mención de estos ensayos, porquenos parece que no está lejano el tiempo en quenuestros vapores, aprovechando los adelantos de laciencia, podrán atravesar grandes distancias conconsiderable velocidad. Para concebir la posibili-dad de grandes velocidades, no hay necesidad derecurrir á soluciones más ó menos problemáticas,como las que se han visto figurar en la última Ex-posición de industrias marítimas en Paris. Hoy dia,

(i) Cada nudo de la guindola, recorrido en treinta segundos, corres-

ponde á una milla marina por hora. Nueve nudos, recorridos en treinta

segundos, indican una marcha de nueve millas ó de tres luegas pnr hora,

La muta marina vale 1.852 metros

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los vapores trasatlánticos hacen de 11 á 12 nudos,ó sean 22 kilómetros por hora, ó bien cinco leguasordinarias. Si una canoa de vapor puede hacer 18nudos, un buque podrá recorrer 20, ó sea nueve le-guas por hora, que es la velocidad de los trenes deferro-carril. En llegando este caso, no serán nece-sarios 11 dias, ni aun 10 para ir desde Francia áAmérica, sino que bastarán siete dias y hasta seis; álo sumo, una semana.

Hace dos años se hacen en Italia interesantesexperimentos sobre la aplicación de las locomoto-ras para caminos ordinarios á los trasportes milita-res de segunda clase, parques de artillería, provi-siones, ambulancia, etc.; y ya parece cierto que enun porvenir poco lejano las locomotoras reempla-zarán al tren auxiliar.

En 1870 se sirvieron los alemanes do una loco-motora de caminos ordinarios entre Nanteuil y Vi-Uacoublay, para ayudar al trasporte del materialnecesario para el bombardeo de Paris. El ensayo nofue muy satisfactorio; pero los experimentos ita-lianos son, por el contrario, muy decisivos. Háseadoptado en Italia la locomotora de caminos ordi-narios de Aveling Porter, la que hasta ahora ha dadomejores resultados en todos los concursos agrícolasen Francia é Inglaterra. Esta locomotora, de fuerzade seis caballos, pesa siete toneladas, y cinco tone-ladas cuando su fuerza es de cuatro caballos.

Por una carretera buena arrastra un convoy de unpeso triple del suyo, si la pendiente no pasa de 4por 100; doble si la pendiente es de 7 por 100; y, enfin, igual al suyo si la pendiente está comprendidaentre 7 1)2 y 10 por 100.

Los carruajes reglamentarios pesan menos de dostoneladas; una locomotora de seis caballos puedearrastar de ocho á diez. Según los ensayos del cam-po de Castiglione, puede admitirse que, por términomedio, el consumo por tonelada y kilómetro es deuno á tres kilogramos de leña, de lignito ó de tur-ba, y de medio á uno y medio kilogramos de hullaó de cok, según las circunstancias atmosféricas y elestado del camino. La máquina consume de dos ácuatro litros de agua por tonelada y kilómetro.

La velocidad de la marcha no debe pasar de seiskilómetros por hora. Un convoy de carruajes regla-mentarios arrastrado por la locomotora, ocupa latercera parte del terreno que ocuparía si lo arras-trasen caballos, y la extensión puede llegar, sin in-conveniente alguno, á 40 ó 50 metros, ó sean 10ó 12 carruajes. Si la locomotora aislada puede giraren un arco de círculo de tres metros de radio, unconvoy de ocho carruajes, y por consiguiente de 40metros de largo, puede dar media vuelta en un ca-mino de 10 metros de ancho.

TOMO VII.

En pendientes de 13 á 14 por 100, la locomotorano puede hacer más que arrastrarse á sí misma.

En este caso se salva la dificultad haciéndolamarchar sola y empleándola como máquina fija, si lapendiente no es muy larga. Sóbense los carruajescon el auxilio de un cable que se enrolla en un conofijo al árbol de un volante. Si la pendiente es larga,se practica la misma operación diferentes veces. Lalocomotora puede siempre pasar por praderas, cam-pos labrados, caminos recientemente helados ócubiertos de siete á ocho centímetros de nieve.

El ténder anejo á la locomotora, contiene el aguanecesaria para una carrera de cinco kilómetros, ypuede trasportar la carga de carbón necesaria paraun trayecto de ocho á diez kilómetros. En los viajesalgo prolongados es necesario cargar un carruajede carbón ó hacer leña en el camino. El agua setoma en los fosos, arroyos, pantanos, etc., con au-xilio de una inyección de vapor, como se hace enlos ferro-carriles americanos.

Fácilmente se comprende la ventaja de este mo-derno sistema. Supongamos que se trata de traspor-tar á 80 kilómetros en un camino de pendientes re-ducidas á 4 por 100 un convoy de siete carros deparque. Una locomotora de cuatro caballos verifica-rá el trasporte en veinticuatro horas, con un gastoinferior á 170 francos; por el contrario, con el trenauxiliar se necesitarían 28 caballos y dos dias detrabajo, que representan un gasto de cerca de 3S0francos. La economía realizada es de la mitad deltiempo y del gasto. Además, los viajes de vacío he-chos por el tren auxiliar necesitan tanto comí si loscarros fuesen cargados, mientras que con la loco-motora el gastó es siempre proporcional al pesotrasportado. Durante la inacción, el tren auxiliar escostoso y las máquinas solamente exigen ligerogasto de entretenimiento (1).

Entuma, el empleo de las locomotoras de cami-nos ordinarios produce considerable reducción enla longitud de los convoyes y en el número de car-ruajes, disminución de personal, y libra del emba-razo que pueden causar las enfermedades de los ca-ballos. Hace posible el trabajo continuo de noche yde dia, y puede utilizarse igualmente para cargar ydescargar los fardos.

El ministro de la Guerra italiano ha pedido á lasCámaras un crédito de 1.200.000 fr. para la adqui-sición de 60 locomotoras. Unidas estas á las 11

(1) Gasto de la máquina en veinticuatro horas, 3.400 kilogramos deiefia, 146 fr. Maquinista, 10 fr. Amortización del precio de compra endiez años, 5 fr. Objetos diversos, 2 fr. Reparaciones y gastos eventuales,4fr.8O c. Total, 166fr.

Gastos del tren. Catorce atalajes á 9 fr. diarios, 126 fr. Víveres parasiete conductores y un jefe de destacamento, á 70 c. ración, 5 fr. 60 cén-timos. Forrajes para 28 caballos, i 1 fr. 80 c. ración, 42 fr. Total pordia, 179 fr.; por dos dias, 347 fr. 2 0 c

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existentes ya, dan un efectivo total de 71 máquinasdestinadas á asegurar el servicio de trasportes deguerra.

Los experimentos italianos se han reproducido enFrancia, en el Campo de Marte, con una locomotoraAveling Porter. Una máquina de seis caballos re-molcó un convoy de 126 metros de largo, manio-brando con extraordinaria facilidad. El convoy loformaban seis cañones de á siete, seis de á cinco yseis armones de á 12, vacíos.

En el ferro-carril del Este de Francia está utili-zándose un wagon-dormitorio de construcción ame-ricana, puesto en servicia n/ui la. Oron/jañia. 4ffcwagones-lechos (Mann's Railway Sleeping Carria-ge C", limited). Estos carruajes hacen el trayectodirecto de Paris á San Petersburgo. •

Al pronto no se comprende fácilmente cómo loswagones-camas pueden viajar indistintamente porlos carriles franceses, alemanes y rusos, puesto quelos wagones ordinarios que circulan por las lineasfrancesas no pueden hacerlo por las rusas. La se-paración de los carriles en las vias alemanas es de1m,435. En las vias rusas la separación es de lm ,524,teniendo una diferencia de 89 milímetros, que ha-cen imposible el paso de una via á otra. En la ac-tualidad hay que cambiar de tren en Eydtkünen-Wirzbolow, terminación de la linea alemana.

tínicamente el wagon-dormitorio continúa su ca-mino y va desde la estación de Paris á la de SanPetersburgo. El artificio á que se ha recurrido paraobviar la dificultad es muy sencillo: los cubos de lasruedas se deslizan sobre el eje hasta un punto con-veniente, y el carruaje pasa por la nueva via comoen la anterior. Este sistema de cubos movibles sobreel eje no es general; es el tipo oficial prusiano, y esbastante curioso para merecer que se haga menciónde él.

En el eje ruso el cubo se adapta á cada extremosobre un cordón que forma reborde y limita su po-sición. En el eje prusiano falta el reborde, y bastaempujarlo de un lado ó de otrb en sentido horizon-tal para obtener la separación necesaria para la viaque se ha de recorrer. De esto resulta una conse-cuencia que tiene cierto interés.

Los wagones prusianos pueden circular en todaslas vías posibles, tanto en las occidentales de pe-queña separación, como en las orientales de sepa-ración grande. Por el contrarío, los wagones rusos,ligados indisolublemente á la via que les es propia,son inútiles más allá de las fronteras.

Por esta razón la separación de los rails puedetemer grandísima importancia en un momento dadopa ra desplegar rápidamente fuerzas militares en unpaiís. Es posible que en el estudio de los caminos

rusos, por previsión, se decidiera la diferencia deseparación de los carriles con relación á los demásde Europa. Pero habrá que convenir en que mayorsagacidad han desplegado los prusianos adoptandoel eje movible, que hace sea provechosa para Ale-mania la determinación adoptada por Rusia. Unascuantas prensas hidráulicas bastarán en todo tiempopara dar al material alemán la separación conve-niente para las vías rusas, para vencer el obstáculoconsiderado como invencible y tomar posesión delos ferro-carriles rusos.

Parócends evidente que en adelante la diferenciade separación de los ferro-carriles europeos impli-ca la necesidad de poder cambiar rápidamente entirat/ n/tíUtísiívnjVd'Bupyracion cíe'las ruedas de loswagones. Este es un nuevo problema que hay queestudiar, y que esta vez al menos tendrá la partebuena de que, resuelto por previsión de guerra,contribuirá á facilitar los trasportes evitando lostrasbordos, y á hacer más cómodas las comunica-ciones internacionales.

ENRIQUE DE PARVILLE.

LA N U E V A E R A E N E L J A P Ó N .

i.

De todos los países del extremo Oriente no hayuno que llame hoy más la atención de Europa queel Japón. Ver á un pueblo cambiar en algunos añoshábitos de veinte siglos y hacer tabla rasa de todassus instituciones para sustituirlas de la noche á lamañana con las de naciones de otra raza, es un es-pectáculo tan nuevo, que se ha convertido enblanco de todas las miradas curiosas. Nunca habíatenido la historia que registrar cambio tan radical ytan pronto en la evolución de un pueblo; y si nopodrá en mucho tiempo todavía comprobar si modi-ficaciones tan bruscas serán duraderas, es al menosinteresante seguirlas paso á paso como un fenómenonuevo, cuyas fases se observan para averiguar suscausas y prever el término.

En este concepto, una historia moderna del Japónes un libro particularmente interesante, y Mr. Sa-muel Mossman, ya conocido por sus trabajos sobreChina y Australia, ha prestado un verdadero serviciopublicando su último libro (1), muchos de cuyoscapítulos habían aparecido ya en diversas revistasinglesas. Este trabajo es una historia cronológicade los acontecimientos desarrollados en el Japóndesde 1883, y que han traído el régimen actual. Elautor se fija con cuidado en el orden de los hechos,que registra progresivamente, y se limita á una ex-

(1) New Japnn, by Samuel Mossman. John Murray, Londún.

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N.° 106 A. ANGOT. LA NUEVA ERA EN EL JAPÓN.

posición clara, casi desprovista de apreciaciones.En su obra resplandece un sentimiento nacionalprofundo, pero tal vez un poco exclusivo, que learrastra, á despecho sujo, á sacrificar al papel que Jla Inglaterra ha jugado en el Japón el de las otras Inaciones europeas. Tan inexacto como seria desco-nocer la parte preponderante de la política inglesaen los acontecimientos del extremo Oriente, tanconveniente es hacer á todos justicia. Esta es, porlo demás, una censura muy débil que se puede diri-gir al autor, siempre muy sobrio de comentarios yque más bien consigna que juzga. Para cuantas per-sonas se interesan por el Japón, el libro de Mr. Moss-tnan vs una dura preciosa. Apoyándonos, pues, enla obra de Mr. Mossman, vamos á tratar de resumirla historia de la revolución que en algunos años hahecho andar á la civilización japonesa el camino queha costado siete siglos á la Europa.

La historia antigua del Japón comienza á ser bas-tante bien conocida en sus rasgos principales, porolo será probablemente mejor todavía dentro de poco,merced á los esfuerzos de M. Duchesne de Belle-court, cónsul general de Francia en Batavia y enotro tiempo ministro de Francia en el Japón. Recor-damos que hace un año, pasando por Batavia yrecibidos por él con la afabilidad que tan agradablees encontrar en el extranjero, versó la conversaciónsobre el Japón. Nos mostró el resumen de todas susinvestigaciones, un gran cuadro cronológico en elque la vista seguía sin trabajo y en todos sus de-talles la historia del Japón en medio de las compli-caciones y de las luchas que la hacen tan semejanteá la de Francia bajo la dinastía merovingia. Hastala publicación de este trabajo, apenas se conocíanmás que los rasgos principales de este período,cuyo final sólo se remonta á siete años, y que es in-dispensable bosquejar á grandes rasgos para la inte-ligencia de los acontecimientos contemporáneos.

Después de la invasión del Japón por las hordasvenidas de China ó de Malasia, los conquistadoresse organizaron en clanes, verdaderas baronías feu-dales, cuyo señor, daimio, tenía sus blasones y sussoldados (samourail, y poseía de hecho, sino de de-

• recho, todo el territorio de su feudo. El emperador,el mikado, era al principio jefe militar de los in-vasores; después de la conquista conservó la pro-piedad nominal de todo el país, mientras que enrealidad su dominio propio, limitado por el de losdai'mios, sólo comprendía las cinco provincias cer-canas á Kioto. Para acrecentar su influencia, tratómás tarde de monopolizar la fuerza espiritual, pro-clamándose descendiente de los dioses y jefe su-premo del clero; pero este fue siempre un poderdébil que sólo se sostenía fomentando hábilmente ladiscordia entre los clanes más poderosos. Encerradoen su palacio, según la etiqueta oriental, ó invisible

aun para los dai'mios, el mikado se vio desde luegoobligado á delegar la autoridad militar en un gene-ralísimo, el siot/oun, que abusó para acrecentarpoco á poco su poder. Al final del siglo XVI, y á con-secuencia de usurpaciones sucesivas, se dio el golpefatal por el siogoun Taiko-Sama y su sucesor Yéyas;vencedores de los dalmios más poderosos, se apo-deraron del poder civil y militar y del derecho dedisponer de las rentas del imperio. Pero en un paísligado á las tradiciones como estaba el Japón, tu-vieron la buena inspiración de no deponer comple-tamente al mikado y de aprovecharse de la influen-cia moral que ésto podía tener sobre las masas.Tíl antiguo soberano conservó el poder religioso yla superioridad nominal; pero relegado á Kioto, y noteniendo para vivir más que los recursos que leasignaba el siogoun, debía darle solemnementela investidura y consagrar así á los ojos de la naciónla usurpación de que era víctima.

Tal era la organización política del Japón hasta lagran revolución de 1868, en la que la presencia delos europeos jugó un papel importante, aunque indi-recto. Bajo el punto de vista de sus relaciones conEuropa, el Japón no nos ha sido conocido hasta elsiglo XIII, por las relaciones de Rubruquis y deMarco Polo; hacia el siglo XVI llegaron á él los pri-meros comerciantes portugueses, y después holan-deses, que fueron en un principio bien recibidos ybastante libres para comerciar en el país. Pero muypronto la cuestión religiosa vino á complicar la si-tuación: los jesuítas portugueses indispusieron á lasautoridades con su propaganda; la persecución co-menzó en el interior contra los japoneses converti-dos, mientras que todo el país quedó cerrado á losextranjeros, salvo dos puertos, Nagasaki para losportugueses, é Hirado para los holandeses. En fin,como la propaganda religiosa continuaba y conclu-yó por infundir al gobierno temores de intervenciónpolítica, fueron definitivamente expulsados los por-tugueses en 1637, y los holandeses trasladados deHirado á Nagasaki, que quedó como el único puertoabierto al comercio europeo. Todavía se halla esta-blecida la factoría holandesa en un islote artificialde 200 metros de longitud y 80 de latitud, unido átierra firme por un sólo puente de piedra, cerradopor un muro que los europeos no pueden franquear.Semejante estado de cosas no terminó hasta haceveinte años; y sólo á duras penas y á largos inter-valos pudieron algunos viajeros, como Kcempfer,Thunberg y Siebold, penetrar en el país defendido,y levantar una punta del velo que lo ocultaba.

Hacia -1850 se fijó naturalmente la atención delos gobiernos europeos en el Japón. Francia é In-glaterra, comprometidas en China en las compli-caciones que trajeron la guerra de 1856, no podíandejar de pensar en los medios de abrir el Japón á

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su comercio y su influencia. La Rusia, más atre-vida, se apoderaba sin vacilación de una parte delas pequeñas islas japonesas, que vinieron á ser li-mítrofes de sus nuevas adquisiciones en las riberasdel Amor. Pero los primeros pasos verdaderamenteserios se dieron por los Estados-Unidos de América:pensando en la importancia que tendría el Japónpara el comercio de su provincia de California, en-tonces naciente, se resolvieron á una acción inme-diata; y el 8 de Julio de 18S3, el comodoro M. C.Perry, al frente de cuatro buques de guerra, fue áanclar delante del puerto de Uraga, á la entradadel golfo de Yeddo. Su actitud fue pacífica, perodigna y muy resuelta; rehusando obstinadamenteentrar en relaciones con empleados inferiores, con-cluyó por obtener lo que pedía: un daímio de pri-mera clase le fue enviado, y en medio de una pom-posa ceremonia militar, hecha para imponer respeto,le entregó una carta del presidente de los Estados-Unidos pidiendo al emperador del Japón un tratadode amistad y de comercio. A la primavera siguientevolvió al frente de una escuadra de nueve buques,muy decidido á obtener á toda costa el tratado. Vol-vieron á comenzar las negociaciones, y después devencer todas las resistencias, el comodoro Perrytenía el honor de firmar en Kanagawa, el 31 deMarzo de 1854, el primer tratado con el Japón. Lascláusulas principales contenían la apertura inme-diata á los americanos del puerto de Símoda, de-biéndole seguir la de los puertos de Hakodadi yde Napha, este último en la isla de Loo Choo, en eltérmino de un año. El tratado, aprobado por elCongreso americano, fue ratificado en el Japón enPobrero de 1885.

Éxito tan brillante debía traer consigo imitadores.Los rusos propusieron en un momento unir sus es-fuerzos á los de los americanos; pero fueron despe-didos políticamente por éstos, por lo que muy pron-to volvieron á hacer la tentativa por sí solos. Elalmirante Pautiatine, con una sola fragata, llegódelante del puerto de Símoda, y, á pesar de la de-bilidad de sus medios de acción, á pesar de un tem-blor de tierra espantoso seguido de una marea queestrelló su barco y le obligó á pedir refugio á losamericanos, llegó á obtener un tratado parecido alprimero: los mismos puertos fueron abiertos á losrusos, á excepción de Napha, reemplazado por Na-gasaki. Los ingleses firmaron igualmente un primerconvenio, pero en términos vagos y en el que nadase decidía sobre los reglamentos del comercio in-ternacional.

A pesar de la importancia de estos primeros tra-tados, no se podía exagerar mucho su valor. Cuan-do se quiso pasar á la aplicación, las autoridadesjaponesas, aprovechando hábilmente la ambigüedadde ciertas frases del tratado, procuraron impedir á

los negociantes americanos instalarse de una ma-nera permanente en Símoda, autorizándoles sólo ápermanecer un tiempo limitado, cuya duración de-bía fijarse en el momento mismo de la llegada. Asíse hicieron muy pronto necesarios convenios másexplícitos. Ocupada Francia en la conquista deCochinchina, tuvo, por el momento, que resignarseá esperar y ceder el paso á Inglaterra.

Tan pronto como la guerra de Cochinchina ter-minó en apariencia por el tratado de Tieu-Tsin (26de Junio de 1858), el plenipotenciario inglés, lordElgin, acompañado de la escuadra, volvió al Japónpara obtener nuevas concesiones, y fue á estacio-narse delante de Yeddo. A pesar de todas las pro-testas, exigió que fuese firmado el tratado en lamisma ciudad, y fue el primero de todos los repre-sentantes extranjeros que entró solemnemente en lacapita! del siogoun, y el26 de Agosto de 1858 firma-ba en ella el tratado memorable que realmente inau-guraba la nueva era del Japón. Por este tratado, losagentes diplomáticos de Inglaterra debían residiren la misma Yeddo y tener el derecho de viajar li-bremente por todo el reino. Los puertos de Hako-dadi, Kanagawa y Nagasafti se abrirían el 1." deJulio de 1859, el de Neve-Gata en 1860, y los deHioyo y Osaka en 1863; se establecerían en estospuertos agentes consulares, á cuya sola jurisdicciónse someterían los subditos británicos, libres ya parainstalarse y residir en los puertos y para comerciaren ellos con toda libertad, sujetos á pagar derechosfijados por cláusulas adicionales al tratado.

Desde este dia estaba el Japón realmente abiertoá la influencia europea, y si en la práctica se debíanencontrar aún algunas dificultades, los extranjerosse sentían al menos en posesión de derechos seriosque tendrían fuerza para hacer prevalecer. El cón-sul americano exigió para sus nacionales un tra-tado idéntico, y el plenipotenciario francés en Tien-Tsin, barón Gros, llegó á su vez á reclamarle parasus compatriotas. Recibido igualmente en Yeddocon todos los honores, firmó allí el convenio queaseguraba á Francia los derechos de la nación másfavorecida.

Todo parecía caminar del mejor modo: las lega-ciones de Inglaterra, de Francia y de los Estados-Unidos se habían instalado sin trabajo en la capital;y algunas dificultades suscitadas por los japonesespara sustituir el puerto de Kanagawa por el de Yo-kohama se habían vencido. Los comerciantes euro-peos, sobre todo los ingleses, comenzaban á llegar,cuando una serie de acontecimientos terribles vinie-ron á mostrar que no estaba concluido todo, y quedespués de haber tratado con el siogoun, se iba átener que contar con el feudalismo poderoso de losdaímios, descontentos de la llegada de los extran-jeros.

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N." 106 A. ANGOT. LA NUEVA EBA EN F.L JAPÓN. 29Tres rusos, que habían bajado á Kanagawa para

comprar provisiones, fueron allí en un instanteasesinados por una bandada de samourais, (hom-bres con dos sables), vasallos y soldados dolos dai-mios. Algunos dias después, el intérprete de lalegación británica era asesinado á las mismas puer-tas de la legación, y después dos capitanes de barcosmercantes holandeses: los culpables eran siempresamourais, que la autoridad japonesa rehusaba bus-car y castigar. Se reunían ya los ministros extranje-ros para exigir una reparación, cuando un crimenmás horrible todavía vino á precisar la significaciónde estos atentados. El poder residía en un regentedurante la minoría del siogoun; el 24 de Mayo de1860 fue asaltado el palanquín donde iba, en plenodia y á algunos pasos del palacio, por una banda desamourais; cuando llegó el auxilio era muy tarde,pues el regente estaba muerto y los asesinos habíanhuido con su cabeza. Se cuenta que llevaron estacabeza al viejo daímio Mito, que escupió encima deella insultándola; después i'ué expuesta dos horas enel mismo Kioto, capital del Mikado, y en el lugardonde se ponían de ordinario las cabezas ele los prín-cipes condenados á ser decapitados, poniéndoselepor debajo esta inscripción: «Esta osla cabeza de untraidor que ha violado las leyes más sagradas delJapón, las que niegan la admisión de los extran-jeros en el país.» Por más que esta historia no sehaya podido probar nunca, es de tal suerte verosí-mil, que fue aceptada por todos. El hecho es que lacabeza del regente desapareció por algún tiempo,siendo encontrada después en su mismo palacio,donde se la arrojó durante la noche por encima delmuro.

El éxito de este atentado animó á los asesinos, ylos crímenes continuaron, aumentados tal vez porla actitud del nuevo siogoun, que cometió la falta,enorme á los ojos de los japoneses, de recibir élmismo á los enviados ingleses y franceses. Uncriado italiano al servicio de Francia, fue herido ála puerta de la legación, y poco después una personaoficial, el secretario de la legación americana, caíaasesinado (15 de Enero de 186-1). El crimen era estavez muy grande: los ministros de Inglaterra, deFrancia, de Holanda y de Prusia se retiraron áYokohama, esperando la venganza, y sólo el minis-tro americano, á pesar de ser la víctima directa dela ofensa, separó su causa de la de sus colegas y sequedó sin protestar en Yeddo. Por más que los mo-tivos de esta inacción continúen todavía inexplica-bles, tal vez se los encontrará sencillamente en laguerra de separación que enconaba entonces á losEstados-Unidos y hacía imposible á los americanostoda represión inmediata. El siogoun cedió ante lasamenazas de los representantes inglés y francés,prometiéndoles reparación, y les pidió volviesen á

Yeddo, garantizándoles su seguridad. Fiándose ensu palabra, volvieron allí ambos; pero los daimios noperdieron la ocasión do probar una vez más queseparaban su causa de la del siogoun: catorce emi-sarios de la tribu de Tsu-Sima, seguidos de unaturba de gentes vagabundas, invadieron el 4 deJulio la legación inglesa. Sorprendidos á medianoche los cinco europeos que allí se encontraban,resistiéronse lo mejor que pudieron con sus revól-vers, y, á pesar de algunas heridas, se sostuvieroncontra los invasores, que se retiraron dejando tresmuertos. Inmediatamente desembarcaron veinti-cinco marinos ingleses; por su parte, el ministro deFrancia, M. de Bcllecpurt, á la sazón á bordo de laDoriogne, descendió con quince soldados france-ses, y reuniéndose á su colega decidió compartir elpeligro. El siogoun, impotente como siempre, lesenvió por su parte una guardia de quinientos hom-bres escogidos, y se quedó vigilando, sin poder,no obstante, impedir el asesinato de un centinelainglés.

Sin embargo, grandes acontecimientos se prepa-raban en la política interior del Japón: los daimios,descontentos de la actitud del siogoun con losextranjeros, se agrupaban de nuevo alrededor delmikado, que otras veces habían derribado, y tra-taban de restaurar su poder, esperando servirse deél como de un instrumento dócil. A su instancia sedecidió que se tuviese una gran reunión de daimiosen Yeddo, bajo la presidencia de un enviado delmikado, y que en ella se discutiesen todas las cues-tiones pendientes. Los ministros inglés y francésfueron invitados á retirarse durante este tiempo, ycon el fin de no crear nuevas dificultades, se deci-dieron á seguir este prudente aviso.

Las deliberaciones de los daimios quedaron ensecreto, pero su espíritu se reveló muy pronto me-diant&íiuevos crímenes. Un empleado inglés, Mr. Ri-chardson, fue asesinado en el Tokaido, la gran car-retera del Japón, á la vista y por orden del padredel daimio de Satsouma, el más poderoso de losseñores japoneses. Algún tiempo después, manosdesconocidas volaban por medio de la pólvora eledificio que estaba en vías de terminarse en Yeddopara la nueva legación inglesa; y, á pesar de la acti-tud pacífica de los americanos, su legación fue á suvez incendiada. Al mismo tiempo, se sabía que losdaimios hacían levantar baterías á todo lo largo dela costa y que las armaban activamente. Y es que,en efecto, se habían tomado graves decisiones en lareunión de los daimios. Antiguamente estaban estosobligados á pasar seis meses en la corte del siogouny á dejar siempre en rehenes en Yeddo miembros desu familia; costumbre que so abolió, siendo ademásproscritos todos los daimios favorables á los extran-jeros, y degradados y privados de la mitad de sus

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bienes ciento diez de ellos; en fin, el mikado habíamandado por decreto al siogoun, en su calidadde generalísimo, expulsar del Japón á los extran-jeros.

Ante estos actos, los ministros de Francia y deInglaterra entregaron su ultimátum, y llamaron á losalmirantes Jaures y Kuper para que les sostuviesenpor la fuerza. El siogoun cedió al fin, dio todas lassatisfacciones pedidas, y pagó inmediatamente unaindemnización de más de dos millones y medio defrancos como reparación de los insultos inferidos álas legaciones extranjeras; pero al mismo tiempo sedeclaraba impotente para vengar los asesinatos or-denados por los daímios, contra los cuales eramenester obrar directamente, y una nueva agresiónde su parte decidió la guerra.

Chosiou, el daimio de Nagato, hizo atacar por dosembarcaciones de guerra un buque mercante queatravesaba el estrecho de Simanosaki, y algu-nos dias después, las baterías que había hecho le-vantar á todo lo largo del estrecho, disparabanun provocación sobre el paquebot francés Kien-chang. La lucha comenzó pronto: una corbeta ho-landesa, atacada por las mismas baterías, empezóel fuego, pero se vio obligada á retirarse; la corbetaamericana Wyoming, que había ido para vengar elinsulto hecho á su pabellón, pudo desmantelar álas dos embarcaciones japonesas, pero igualmentese vio obligada á retroceder ante el fuego bien diri-gido de las baterías de la costa. Los franceses fue-ron más afortunados: la Semiramis y el Tancredo,á las órdenes del almirante Jaures, apagaron elfuego de las baterías japonesas, y después de uncorto combate, un cuerpo de desembarco clavólos cañones y voló un templo que servía á los ja-poneses de depósito de municiones. (20 de Juliode -1863.)

Los ingleses fueron, por su parte, á vengar en latribu de Satsouma el asesinato de Richardson. Lle-gados delante de la capital Kagosima, y recibiendosólo respuestas evasivas, cogieron, como garantía,tres embarcaciones mercantes, pertenecientes aldaimio; al punto rompieron los japoneses el fuego,respondióles la escuadra inglesa, y comenzó el bom-rieo de Kagosima. La resistencia de los japonesesfuó enérgica, y causaron á los ingleses pérdidasgraves, pero pronto tuvieron que ceder. En una no-che habían perdido tres barcos de vapor y cincojuncos; su arsenal, su fábrica de cañones y el pala-cio del daimio habían sido destruidos, y la ciudadde Kagosima era presa de las llamas. Esta enérgicarepresión dio sus frutos; el daimio de Satsouma so-licitó tratar; pagó una indemnización, y prometióbuscar á los culpables.

Habiendo sido, algún tiempo después de esto,asesinado un empleado francés en las cercanías de

Yokohama, hizo el almirante Jaures desembarcarinmediatamente trescientos hombres, tomó pose-sión de una colina que dominaba el país, y, des-plegando la bandera tricolor, se instaló allí laguarnición con cañones y provisiones. Algunosmeses más tarde desembarcaron igualmente los in-gleses ochocientos hombres. Esta ocupación, ase-gurando completamente á los residentes europeos,trajo consigo excelentes resultados. Desde luego sehicieron más raros los atentados, ocurriendo dossolamente: uno en dos oficiales franceses, y otro enonce marineros, también franceses, en un recono-cimiento hidrográfico; pero en uno y otro caso loscriminales no eran sino malhechores ordinarios, yfueron castigados por las autoridades japonesas.

A pesar de todo, el mikado se mostraba siemprehostil á los extranjeros, y los representantes euro-peos que, ignorando el estado político del Japón,sólo habían tratado con el siogoun, veían llegar lasdificultades de un lado que no habían podido prever.El siogoun había enviado una embajada á Europapara negociar una dilación para la apertura de lospuertos; el mikado la llamó de pronto, y podía te-merse alguna nueva complicación, cuando un golpede efecto vino á probar á los japoneses que toda re-sistencia de su parte era en adelante inútil. El dai-mio de Nagato, Chosiou, no se creía aún bastantecastigado por la expedición del almirante Jaures, yrecuperando sus preparativos de guerra, impedíade nuevo á los europeos el paso por el estrecho doSimanosaki. Una expedición combinada de los in-gleses, franceses, holandeses y americanos se pre-sentó delante de los fuertes. Después de un cortobombardeo, desembarcaron las tropas, derrota-ron á los japoneses, destruyeron las fortificacio-nes y se retiraron, llevánd#[fj%,tos, cañones comotrofeos (6 de Agosto .de 1864.).Abatido Chosiou,aceptó todas las «puniciones y desarmó su ejército,que en su fuj?Qr.llegé basta á atacar el palacio delmikado en iSota. Esto le valió un nuevo castigo:sus fuertes fueron bombardeados, pero esta vezpor ía escuadra del mikado, y él tuvo que someter-se y retirarse momentáneamente de la escena po-lítica.

Pero la brillante victoria de los aliados habíadado sus frutos: el daimio Etzizen se atrevió á some-ter al mikado una memoria favorable á los extranje-ros; pronto se retiraron todos los edictos dadoscontra éstos, y el mikado mismo firmó el 24 de No-viembre de 186S los tratados que sin su asentimien-to había concluido el siogoun con los europeos. Lalucha entre los japoneses y el extranjero estabaterminada; pero la guerra civil iba á comenzar y átraer la revolución.

Con el acrecentamiento del comercio en lospuertos abiertos á la entrada de los productos ma-

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N.° 106 A. ANCOT. LA NUEVA ERA EN EL JAPÓN. 31

nufactureros de Europa, las ventajas de las relacio-nes con el extranjero se hicieron de tal suerte evi-dentes, que todos los daimios pronto se aprovecha-ron de ellas. Pera las leyes querían que todo pasasepor el intermedio del siogoun, por lo que los jefesde tribu, ligados al principio contra los europeos,se volvieron exclusivamente contra su soberanotemporal.

Chosion, el viejo dalmio de Nagato, fue entoncesel primero en dar !a seña!. Sostenido bajo cuerdapor el príncipe de Satsouma, y reconciliado con loseuropeos, empezó por una expedición brillante con-tra la tribu de Couzen, un aliado del siogoun, cuyoterritorio conquistó; sus tropas, armadas y disci-plinadas á la europea, fácilmente dieron cuenta delos ejércitos del imperio, y su triunfo levantó en-tonces la opinión nueva que se formaba de los ex-tranjeros. Mientras tanto murió el siogoua. El mika-do intervino para hacer firmar un armisticio, y élmismo dio la investidura á Yoshi-Hisá, de la tribude Mito, que debía ser el último de los siogouns.(10 de Enero de 1867.) Algún tiempo después mu-rió el mismo mikado, siendo reemplazado por suhijo Moutsh'to, todavía menor. El último era unniño de doce á catorce años destinado á servir detestaferro á los descontentos; el otro, hombre ins-truido, deseoso del progreso y partidario conven-cido de las nuevas ideas, era muy inteligente yenérgico, pero sus mismas cualidades debían traersu ruina. Temblando verle triunfar de sus resisten-cias, todos los grandes daimios del Sur del Japónse ligaron contra él, dirigidos por los do Satsouma,Nagato y Etzizen. El siogoun había prometido abriren 1." de Enero de 1868 los puertos de Yeddo,Hiogo, Osaka, y otro en la costa occidental; losdaimios resolvieron oponerse, á menos que les per-mitiese abrir sus propios puertos á los extranjeros.Faltábales al monos un jefe nominal, que encontra-ron en el joven mikado, y aun llegaron hasta impedirá mano armada al siogoun ir á visitarle á Kioto.

Sintiéndose Yoshí-líisá incapaz de resistir por elmomento, ofreció su dimisión al mikado, que laaceptó, dejándole el poder provisionalmente. Losconfederados, cada vez más audaces, se apoderaronentonces de la persona misma del mikado, so pre-texto de defenderle, en realidad para servirse deél como de bandera y aprovecharse del prestigiodel poder absoluto que ejercía. Ante este últimoacto no titubeó más Yoshi-Hisá; llamó á todos losdaimios del Norte, y marchó sobre Kioto. Victoriosoal principio, fue vencido en Foushimi (29 de Enerode 1868) por la traición de un aliado, y tuvo quehuir á Yeddo. Proscrito por el mikado que obrabasiempre bajo la inspiración de los confederados,perdiendo toda esperanza, se sometió; en fin, de-puso todos sus poderes y volvió á Mito, retirándose

á la vida privada, sin pensar siquiera en el harakiri,para abrirse el vientre, como algunos años anteslo habría hecho todo buen japonés enemigo de lainfluencia de las ideas extranjeras.

Tal fue el fin del siogounado, que durante más detres siglos fue el gobierno real del Japón, y al quepertenece el honor de haber sido el primero encomprender el bien que podía reportar á su país lallegada de los extranjeros. Los daimios del Nortetrataron todavía de resistir; pero tuvieron que in-clinarse ante la fuerza superior de las poderosas tri-bus del Sur.

Los acontecimientos que siguieron son bien co-nocidos: los grandes daimios del Sur, que se habíanservido del mikado como de testaferro para anona-dar á sus rivales, fueron las primeras víctimas dosus tiempos. Con una intención que todavía no estábien explicada, llegaron hasta á abandonar volunta-riamente todos sus privilegios, y aun sus feudos,esperando probablemente que se los conservaríatodo, para quitárselo solo á los débiles. Pero ocur-rió lo contrario: bajo el notable ministerio deSaujo y de Iwakoura, el mikado aceptó todas susconcesiones y destruyó todo poder que no fuerael suyo. Se abolieron los privilegios de la clase guer-rera de los samourais, lo que privó á los daimios desus ejércitos; al mismo tiempo se suprimieron todoslos feudos, y el territorio completo del Japón volvióal dominio inmediato del mikado. Para no descon-tentar á los daimios más poderosos, so les conservómomentáneamente sus privilegios, instituyéndoles,á nombre del soberano, gobernadores de sus anti-guos dominios; pero esta última satisfacción les fuemuy pronto arrebatada. Viendo que las cosas ibanmás allá de lo que habían podido prever, trataronalgunos grandes daimios, y á su cabeza los de Sat-souma,fágalo y Toza, de resistir al poder que ha-bían creado, y que concluía por destruirlos á ellosmismos. Vencidos por las armas en 1874, se some-tieron en apariencia; pero la lucha existe todavíaen el estado de sorda hostilidad, y aunque no puedaaún preverse el resultado, el Japón está por el mo-mento más tranquilo, bajo la autoridad absoluta delmikado, y marcha con el ardor que se sabe por elcamino de constituirse á la europea.

Por su parte los extranjeros, causa involuntariade la revolución, no permanecen inactivos; Si porno embrollar la historia interior del Japón hemosdejado á un lado cuanto tenía relación con el desen-volvimiento del comercio europeo, debemos ahoravolver sobre esto y demostrar cómo en medio detodas las dificultades se ha tratado de sacar partidode las concesiones arrancadas por los ministros deAmérica, Francia é Inglaterra.

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II.

Hemos visto cuál era en 4853 el estado miserablede los extranjeros en el Japón, y cómo los ho-landeses, tolerados con trabajo, y excluyendo todaotra nación, quedaron encerrados en frente de Na-gasaki, sobre la roca artificial de De-Sima. El pri-mer tratado de Kanagawa, que abrió á los america-nos los puertos de Simoda y Hakodadí, señaló el co-mienzo de la nueva era, y desde el 48 de Marzo dede 4855, una goleta que partió de San Franciscofue á desembarcar á Simoda provisiones de todosgéneros, esperando hacer de este puerto, á seme-janza de Honolulú, un depósito de víveres para losballeneros americanos del Norte del Pacífico. Apesar de las incertidumbres del porvenir, los co-merciantes americanos no titubearon en llevar susmujeres consigo; pero desde que manifestaron laintención de establecerse de una manera perma-nente, se alarmaron las autoridades japonesas, y,jugando hábilmente con los términos del tratado,pretendieron que los extranjeros podían venir á co-merciar, pero sin tener el derecho de fijarse en elpaís, y que aun debían á su llegada fijar la fechairremisible de su partida. El comandante de la es-cuadra america no se atrevió á tomar sobre sí elhacer prevalecer otra interpretación, y fue precisoresignarse por el momento. Felizmente para losatrevidos guías del nuevo comercio, el almiranteniso acababa de perder ÍU fragata en la marea deSimoda, y para volverse al Kamschatka tuvo que al-quilar la goleta americana y comprar todas las pro-visiones. Sin esta circunstancia fortuita, el primerensayo de establecimiento de los extranjeros en elJapón hubiera sido como lo fueron los sucesivos,un desencanto y una ruina.

Las cosas continuaron casi en el mismo estado has-ta 1859, después de los tratados firmados en Yeddopor Francia ó Inglaterra, que después se hicieronextensivos á las demás naciones. Los puertos deHakodalí, Kanagawa y Nagasaki debían abrirse ápartir del i.' de Julio de 1859, y ahora los cónsu-les y los comerciantes extranjeros tenían en ellosel derecho de residencia ilimitada; en la época fija-da, comerciantes ingleses y americanos llegaronen tropel de los puertos de China, y, á pesar de al-gunas dificultades, se establecieron en Yokoha-ma, que los japoneses, esperando hacer un nuevoDe-Lima, habían sustituido, sin prevenirlo, al puertode Kanagawa, señalado por el tratado. Yokohamano era entonces, en efecto, más que un puerto pobrede pescadores, perdido en medio de pantanos, lejosde toda comunicación, y para reunirlo á tierra firme,había construido el gobierno japones una larga es-collera de piedra de más de tres kilómetros. La in-tención era clara: se quería encerrar allí á los ex-

tranjeros y embarazar todo lo posible sus relacionescon el pueblo. Los cónsules protestaron, pero fue-ron contrariados por sus mismos compatriotas, que,ansiosos de comenzar sus negocios, descendieron ápesar de todo á Yokohama, en donde se instalaron.Por lo demás, el éxito probó que tenían razón, puesel mismo aislamiento del puerto los garantizabacontra un golpe de mano y contra los ataques de losvagabundos armados, samouraís y ronines, que losdaímios excitaban contra los extranjeros.

Desde los primeros dias fue obstáculo al des-envolvimiento de la factoría naciente la cuestiónmonetaria: se había estipulado que todos los nego-cios se trataran en monedas del país, que era pre-ciso cambiar á los egentes del gobierno, según ta-rifas fijadas de antemano. La moneda era entoncesde tres Glasés: la pieza ordinaria, la que servía ofi-cialmente en las transacciones, era el itzibu, discoovalado de plata, cuyo valor intrínseco era próxi-mamente de un franco 75 céntimos; de modo quetres itzibus valían, sobre poco más ó menos, unapiastra mejicana (4) ó dollar, moneda usual de todoel extremo Oriente. Pero mientras que los repre-sentantes de las potencias extranjeras cambiaban elitzibu á tasas ventajosas de 344 itzibus por 400 pias-tras, los comerciantes no podían obtener por lamisma suma del gobierno japonés más que 240, loque constituía una pérdida de 30 por 400. Por elcontrario, la moneda de oro era el cobang, de unvalor intrínseco próximamente de 22 francos 50 cén-timos para los europeos, pero cuyo valor ficticio enel Japón sólo era en su origen de cuatro itzibus; demanera que los europeos podían comprar por 40francos 20 céntimos de plata una moneda de oro querealmente valía 22 francos 50 céntimos, ó sea másdel doble. La moneda de cobre era también bara-ta. Así, el único género de negocios fructuosoen el Japón fue en un principio el cambio del oroy del cobre, y cajas enteras de estas monedas seexpidieron á China, á América y á Europa. Masel gobierno japones notó pronto la desaparición delas monedas de oro y de cobre, y suprimiendo es-tas últimas las reemplazó por una pieza de hierrosin valor, al mismo tiempo que reducía el oro á latasa del cambio europeo y mantenía para los co-merciantes extranjeros la circulación desastrosa de240 itzibus por 400 piastras. Los representantes delas potencias extranjeras y los capitanes de buquesde guerra continuaron recibiendo 344 itzibus por lamisma cantidad, con lo que ganaban en el cambioque paralizaba los negocios de sus compatriotas.Este estado raro de cosas duró hasta 4866, congran detrimento del comercio.

(i) El valor intrínseco de la piastra mejicana ó dollar, es de 5 fran-cos 55 céntimos.

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N.°106 A. ANGOT.—LA NUEVA KRA EN EL JAPÓN. 33

No era este, por otra parte, el único obstáculo:los extranjeros sólo podían entrar en relaciones conjaponeses autorizados oficialmente por los emplea-dos del siogoun, y necesitaban además otro per-miso por cada artículo que quisieran llevar al mer-cado. Estaban también obligados á rendir cuentaá las autoridades de sus negocios, compras ó ventas,del precio que habían recibido y aun de la monedaen que habían sido pagados. Si por casualidad y ápesar de la prohibición aceptaban dinero extran-jero, debían llevarlo á los oficiales del siogounpara cambiarlo por moneda del país, única cuyacirculación- se permitía en el interior. Estas one-rosas condiciones alejaban á todos los comercian-tes japoneses importantes y dejaban el comercio enmanos de gentes, muy hábiles sin duda, pero de pro-bidad dudosa, y contra las que no tenían ningúnrecurso los extranjeros en caso de falta. Nece-sitaban también arrendar el terreno en Yokohama álos agentes del gobierno y á precios enormes;en fin, grababan las mercancías con derechosexorbitantes, que, en la carencia de todo depó-sito , se satisfacían, aun en caso de salida delos mismos productos. Todos estos hechos, jun-tos á las incertidumbres de la política, á las lu-chas incesantes de ¡os daimios entre sí, contra elsiogoun y contra los extranjeros, y, en fin, á dosincendios que destruyeron sucesivamente la mayorparte de Yokohaman, no eran propios para favore-cer el desarrollo de los negocios. Así, desde losprimeros tratados de 1853 hasta 1866, la situaciónfue muy poco satisfactoria.

Es difícil precisarla por cifras, pues en unos mis-mos aranceles se encuentran para los mismos ar-tículos derechos muy diferentes; pero, sin embargo,puede calcularse aproximadamente. En 1864, añoque cierra el período de que nos ocupamos, se ha-bía experimentado un gran progreso sobre los añosprecedentes; pero, á pesar de todo, el comercio to-tal del puerto de Yokohama sólo se elevó á 77 mi-llones de francos próximamente, de los que 48 mi-llones corresponden á la exportación y 29 á laimportación. En Hakodadí sólo se elevaba á tres ócuatro millones el comercio total en dicho año, yNagasaki, muy cercano al teatro de las hostilidadesen el estrecho de Simanosaki, vio sus negocios ar-ruinarse casi por completo. En fin, había sido pre-ciso abandonar definitivamente el puerto de Simo-da, muy lejano de los centros comerciales delJapón, y cuya rada no ofrecía bastante seguridad.Los artículos de importancion eran algunos obje-tos manufacturados de Europa, telas de algodón,pero sobre todo estaño y plomo para fabricar mu-niciones; y en fin, barcos de vapor vendidos, yaal siogoun, ya á los grandes daimios, y trasfor-mados por los japoneses en embarcaciones de guer-

ra. La exportación más importante consistía prin-cipalmente en seda en bruto, té y algodón. Graciasá la guerra de separación de los Estados-Unidos,tomó tal extensión el comercio de este último pro-ducto, que de 4.600 balas exportadas en 1863, su-bieron al año siguiente á más de 47.000 las expedi-das por el puerto de Yokohama.

El año 1865 empezó bajo auspicios más favora-bles. Impresionado por la facilidad con que la es-cuadra aliada triunfó del daimio de Nagato, y per-suadido, en fin, de la superioridad material de loseuropeos, el mikado acababa de ratificar los trata-dos convenidos otra época por el siogoun: modificólos edictos dados contra los extranjeros y prometióun tratado de comercio. Bajo la influencia de estecambio de ideas y de las mayores facilidades queles concedieron, los comerciantes europeos trata-ron de extender sus negocios, y el año de 1865señaló un progreso real.

El tráfico de Yokohama se duplicó en un año, yexcedió de 175 millones, de los que sólo 99 eran deexportación; la conclusión de la guerra de Américadetuvo de repente en el Japón el comercio del al-godón que hemos visto tan floreciente en el año an-terior. En cambio, una calamidad que acababa deimpresionar á la Europa, abría una nueva fuente deexportación: bajo la influencia de la enfermedad delos gusanos de seda, los cultivadores de Francia yde Italia se veían obligados á ir á buscar al Japónhuevos más sanos y más robustos, y así solamenteen el año de 1865 se expidieron más de millón ymedio de cartones de semilla. Al mismo tiempo quela exportación, había aumentado la cifra de impor-tación; pero las épocas siguientes demostraron queeste último acrecentamiento había sido accidental,y que el país no era á propósito para el despachode 1-9* productos europeos. Con gran inteligencia»montaban los japoneses fábricas, y llegaban, porejemplo, á construir ellos mismos telas de algo-don, si no tan bellas como las de Manchester, su-ficientes, al menos, para las necesidades del país,y luchaban ventajosamente con ellas como másbaratas. Así el mercado de Yokohama quedó pobla-do de más comerciantes europeos de los que podíanvivir en él.

Por otra parte, el comercio estaba casi muertoen Nagasaki, donde sólo consistía en la venta dearmas de guerra y de barcos de vapor. En cuanto áHakodadi, había progresado algo; pero con tal len-titud, que la cifra total de los negocios apenas al-canzaba allí á tres millones.

Desde este tiempo ha ido progresando el comercio,pero mucho menos de prisa de lo que se había podi-do esperar desde un principio. En 1866 se firmó eltratado de comercio; pero sin producir gran desar-rollo, á pesar de que las cláusulas eran muy favora-

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HEV1STA E U R O P E A . — 5 DE MARZO I)E 1 8 7 6 . N.° 106hlos; los derechos de aduanas se redujeron, se crea-ron depósitos; el cambio entre las monedas indíge-nas y extranjeras se redujo á una tasa ventajosa, y,en fin, los japoneses quedaban libres para comer-ciar directamente y á su manera con los comercian-tes europeos. A pesar de todo, parecía que pesabasobre el país un sortilegio, y las medidas más(leseadas eran las que producían mayores males.Así es, por ejemplo, la reducción de la tasa delcambio produjo un efecto contrario al que seesperaba. Pasando el gobierno de un extremo áotro, ponía el cambio á 311 itzibus por 100 dollars,á cuyo precio era desventajoso para los comercian-tos japoneses, que rehusaron inmediatamente ven-der sus productos; el comercio de exportación, elmás importante hasta entonces, disminuyó conesto, y las consecuencias se hicieron sentir en laimportación. A esto se añadió en seguida la luchaentre el siogoun y el mikado, ó mejor dicho, con losdüímios del Sur que le excitaban en interés de supropia causa.

El 1." de Julio de 1868 parecía, sin embargo, quedebía mejorar la situación: el mikado era ya se-ñor único y absoluto del Japón, y la tranquili-dad renacía; por otra parte, la apertura de los puer-tos do Osaka y de Hiogo-Kobé, después el de Ni-i-gala, ofrecía nuevos elementos á los extranjeros.Pero las dificultades comenzaron con la cuestiónlinímeiera. Los armamentos y la guerra, apenas ter-minada, había agotado el tesoro del mikado y esca-seaba la moneda. Comenzando los ensayos hechosotras veces en Europa, se creyó remediar el malalterando la moneda y emitiendo Mnsals, especiede billetes de banco que no se podían cambiar pordinero y que inmediatamente bajaron bastante desu valor nominal. El resultado de esta doble medidafue reducir los negocios al mínimum posible, que-dando reducidos á lo estrictamente necesario. Losdolorosos acontecimientos de 1870 tuvieron muchainfluencia en el Japón sobre el comercio francés yalemán. En fin-, una mala cosecha vino á doblar lasimportaciones, que en 1870 se elevaron á más de150 millones, de los que cerca de 90 fueron porgéneros alimenticios, arroz, azúcar y aceite, lleva-dos de China , mientras que los acontecimientos deEuropa mantenían el total de las exportaciones porbajo de 75 millones, no cubriendo por lo tanto másque la mitad del valor de las importaciones.

ALFREDO ANGOT.

(Revue scientifique.)

FERRO CARRILES Y TELÉGRAFOS.

(Concluiré.)

Los ferro-carriles, que recibieron por primeravez la aplicación del vapor en 1829, año en que seinauguró el de Manchester á Liverpool, y que en1830 no ofrecían en todo el globo más que un des-arrollo de 332 kilómetros, hoy tienen una longitudtotal de 283.072 kilómetros, en esta forma:

Europa 136.298América 130.685Asia 11.131África 2.345Oceanía 2.613

De suerte que Europa es la parte del mundo quemás ferro-carriles tiene, no sólo en absoluto, sinoproporcionalmente á su superficie; pues mientrasen América sólo corresponden poco más de treskilómetros de vía férrea por cada 1.000 kilómetroscuadrados de superficie, en Europa esta relación esde 14 por 1.000.

Hé aquí la extensión en kilómetros de los forro-carriles pertenecientes á los diferentes paises delglobo:

Gran Bretaña 26.472Alemania 25.772Francia 20.771Rusia Europea 17.733Austria-Hungría 16.238Italia 7.372España 5.426Suecia 3.600Bélgica 3.432Países-Bajos 1.586Turquía Europea 1.536Suiza 1.532Rumania 1.236Portugal 1.033Dinamarca 1.025Finlandia 751Noruega 502Luxemburgo 269Grecia 12

136.298

Indias inglesas 10.095Caucasia : 309Turquía Asiática 274Java 261Ceylan 132Japón 60

Asia 11.131

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N/106 J. J. AGIUS.—FERRO-CARRILES Y TELÉGRAFOS. 35Estados-Unidos 116.874Canadá 6.440República Argentina 1.584Perú 1.549Brasil 1.338Chile 99-1Cuba 640Méjico 877Uruguay 30SColombia 103Honduras 90Paraguay 72Costa-Rica 47Jamaica 43Guayana inglesa 32

América 130.688

Egipto 1.828Argelia 843Isla Mauricio 108Cabo Natal 106Túnez 60

África 2.348

Australia 2.226Nueva-Zelanda 383Taití 4

Oceania 2.613

PAÍSES.

RélgicaLuxemburgoGran-Bretaña.. . .Países-BajosAlemaniaFranciaSuizaDinamarcaAustria-Hungría .ItaliaPortugalEspaña

119104

84*484839372726281110

Relacionada con la superficie respectiva la longi-tud de los ferro-carriles abiertos hoy á la explota-ción en cada una de las naciones de Europa, resul-tan ser los países más favorecidos Bélgica, Lu-xemburgo y la Gran-Bretaña, y los de cifras másdesfavorables, Finlandia, Noruega y Grecia. Asíaparece del siguiente cuadro:

Kilómetrosdrforro-carrilporlOOOk.c.

de super-tifie.

Rumania 9Suecia 8Turquía Europea 4Finlandia 4Noruega 2Grecia 0'2

Ya hemos dicho que el primer ferro-carril que seabrió en Europa á la explotación fue el de Manches-ter á Liverpool, por donde lanzó sti famosa locomo-tora El Cohete Jorge Stephenson, aquel pobre mi-nero que hasta los ocho años no había hecho másque guardar vacas, y que á los diez y siete aún nosabía leer. Las naciones que más han tardado, entrelas europeas, en conocer tan poderoso medio decomunicación han sido Grecia y Turquía, donde sehizo la primera concesión en 1887 (lineas de Atenasal Pireo y de Belgrado á Constantinopla). En España,el primer ferro-carril abierto á la explotación fue elde Barcelona á Mataró, inaugurado en el año 1848y construido sin subvención alguna. Dinamarca,Suiza, Suecia, Noruega y Portugal, han principiadodespués que nosotros á tener vias férreas. En Áfri-ca, la primera línea concedida ha sido la del cabo

j Towen, hacia el interior, en 1847; en Asia la dei Calcuta á Bombay, de 1.190 kilómetros, en 1853, y| en la Oceania la de Melboourne en igual fecha.¡ Harto se comprende que al invento de Stephenson| debieron preceder tentativas más ó menos dignas

de mención con el objeto de aplicar el vapor á lalocomoción por tierra, y que la locomotora El Co-hele, cuyos restos conservan los ingleses comoglorioso monumento, ha debido sufrir importantesmodificaciones con el objeto de aumentar la veloci-dad de los trenes. En efecto, la historia de la indus-tria registra en sus interesantes y gloriosísimosanales las tentativas hechas por Robison en 1759,por cíígnot en 1769, por Evans en 1786, por Watten 1798, por Trewithich en 1794, por Valcouren 1798, etc.; y la velocidad de las locomotoras haaumentado desde 24 kilómetros por hora en 1829,hasta 160 kilómetros por igual espacio de tiempo,que alcanzaron estas máquinas ya en el año 1853,aunque esta velocidad ya se comprende que es sinconsideración al gasto ni al peligro, pues en reali-dad la mayor distancia que hoy recorren los trenesen Inglaterra es de 72'743 kilómetros por hora enla linca de Londres á Exeter y de Exeter á Bristol,y en Francia no pasa de 65 kilómetros por hora.

Como una n\uestra del movimiento de viajeros áque se presta una extensa red de vías férreas enpaíses dedicados á la industria y al comercio, dire-mos que en 1872 circularon por los ferro-carrilesingleses 423 millones de viajeros. Como muestratambién del desden con que suelen ser recibidos losdescubrimientos más beneficiosos, y hasta de la

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36 REVISTA KUBOPEA. 5 DE MARZO DE 1 8 7 6 . N.° 106

oposición con que los rechazan aún las personasmás ilustradas, recordaremos en este momento quela reina Victoria de Inglaterra no se decidió á haceruso de! ferro-carril sino á los doce años de haberseinaugurado el primer camino de esta clase, y entrelos impugnadores de tan grande invento se halla elsabio trances Arago, que con motivo de la discusióndel proyecto de ley relativo á la construcción delferro-carril de París á Saint-Germán, se expresabaen 1 836 en ¡a Cámara de los Diputados en los si-gu¡entes términos:

«No se llegará sin dificultades á la boca del túnel.I,a parte del camino inmediata á éste está formadapor trincheras profundas comprendidas entre dosplanos verticales muy inmediatos y donde la reno-vación del aire será lenta y el calor asfixiante. Asíse encontrará en el túnel una temperatura de ochogriuidos Reaumur, después de haber experimentadootra de 40 á 45 grados. Yo no vacilo en afirmar queen osa transición súbita las personas que traspirancon facilidad se verán molestadas y adquirirán ma-les de pecho, pleuresías y catarros.»

«Apelo á todos los médicos para que me digan simi descenso repentino de 4S á 8 grados no tendráconsecuencias fatales... Ya sabéis, señores, cuáles.son mis ideas sobre la explosión de las máquinas devapor. Sabéis que no temo mucho la explosión delas máquinas de alta presión; yo he sostenido que,con las precauciones que la ley prescribe, debenser menos frecuentes que las de las máquinas ordi-narias. Pero, á pesar de todo, es posible que unalocomotora estalle, si bien á la distancia á que estáncolocados los viajeros el peligro no es inmenso.Mas no sucedería lo mismo en un túnel. Allí habríaque temer los golpes directos y los golpes reflejos;habría que temer también que la bóveda se der-rumbase.»

Preocúpase algunas veces el público de los peli-gros que se corren en los ferro-carriles; pero cuan-do las cosas se examinan de cerca, resulta que detodos los medios de locomoción, los caminos dehierro son los que menos víctimas ofrecen á igualnúmero de viajeros, como lo han demostrado hastala evidencia los datos estadísticos recogidos en lamateria, y muy especialmente la investigación lle-vada á cabo en el año 1875 por el gobierno francés,pues resultó un herido por cada 1.353.846 viajeros,y sólo un muerto por cada 1.955.555 viajeros, reba-jando del número total de víctimas los que perecie-ron por propia imprudencia ó por causas comple-tamente extrañas á la explotación; mientras que delos pasajeros que circularon así en las mensajeríasnacionales como en las generales durante diez añosresultó un muerto por cada 334.553 viajeros de lasprimeras mensajerías, y uno por cada 381.045 de lasgenerales, En cuanto á heridos, resultó por término

medio uno por cada 673.929 viajeros en los onceaños comprendidos desde 1859 á 1869, ambos añosinclusive, en cuyo período no se registró más queun muerto por cada 13.323.014 viajeros, mientrasque en las mensajerías generales hubo en diez añosun herido por cada 29.676 viajeros y uno por 30.086en las nacionales.

En Inglaterra, donde tan notable es la velocidadde los trenes, han resultado un muerto por cada

4.782.188 viajeros en el período de.. 1847-49— — 1856-59— — 1866-69— — 1870 '— — 1871— — 1872

La longitud total de las lineas telegráficas exis-tentes hoy en el globo es de 790.000 kilómetros;la de los cables 100.000, y el número anual de des-pachos trasmitidos 90.500.

Hé aquí la parte que corresponde de las anterio-res cifras á los Estados de Europa y de América:

EUROPA.Ijongitud

d« las lineas enkilómetros.

Alemania 42..571Austria-Hungría 45.441Bélgica 4.909Dinamarca 2.545España 11.754Francia 47.055Gran-Bretaña 39.208Italia 20.192Países-Bajos 3.431Portugal 3.786Rumania 3.819Rusia 47.713Servia 1.376Suiza 5.843Turquía 28.035

TOTAL 265.107

AMÉRICA.Longitud

(le tas l{obu& eitkilómetros.

Estados-Unidos 146.031Costa-Rica 320República Argentina 6.672Brasil 5.311Chile 3.909Estados-Unidos de Colombia 1.735Paraguay 1.361

TOTAL 135.339

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N.° 106 J . 1. AGIÜS. FERRO-CARRILES Y TELÉGRAFOS. 37

Relacionados el número de telegramas trasmiti-dos en cada una do las naciones de Europa con lapoblación respectiva, y el número de estacionestelegráficas con el territorio, resultan:

PAÍSES. Despachos por100 habitantes.

SuizaGran-Bretaña.Países-Bajos..BélgicaNoruegaAlemaniaDinamarcaAustriaPortugalItalia ,FranciaSueciaEspaña.R usía

PAÍSES.

BélgicaGran-BretañaPaíses-BajoaSuizaAlemaniaAustria...FranciaDinamarcaItaliaPortugalEspañaNoruegaSuecia

815451474431252221•18

171764

Kilómetros cua-drados d<> superfi-cie por cnrtrt esta-ción telegráfica.

1926288671729192

108165212440815

De suerte que las naciones de mayor número deextensiones telegráficas y despachos trasmitidosson Suiza, Gran-Bretaña, Bélgica y Países-Bajos.

El siguiente cuadro da á conocer la longitud yfecha de la colocación de los primeros cables esta-blecidos en el globo:

Años. Kilómetros.

Inglaterra y Francia 1850 36— y Bélgica 1852 114— é Irlanda 1852 103— y Holanda 1853 173

Irlanda y Escocia (dos cables)... 1853 39Italia y Córcega 1854 104Córcega y Cerdeña 1854 15Dinamarca (gran Belt) 1854 23

— (pequeño Belt) 1854 8

Años. Kilómetros.

Dinamarca, estrecho del Sund... 1855 18Escocia, estrecho de Forth 1855 6Mar Negro 1855 600Solent, isla dé Wight 1855 5Estrecho de Mesina 1856 8Golfo dé San Lorenzo 1856 111Estrecho de Northumberland.... 1856 15Bosforo , . 1856 2Nueva-Escocia, istmo de Causo.. 1856 3San Petersburgo á Cronstadt.... 1856 13Sicilia y la Argelia 1857 240Bahías de Valencia (Irlanda) y

de la Trinidad (América) 1858 2.925

Las primeras tentativas hechas para unir directa-mente Inglaterra y los Estados-Unidos por medio decables submarinos no llegaron á feliz término hasta1860. El cable, después de colocado y de habertrasmitido algunos telegramas, se rompió, comosaben nuestros lectores; poro pronto quedaron res-tablecidas las comunicaciones por medio del cabletrasatlántico entre Londres y Nueva-York, y hoy sonvarios los cables entre Europa y América.

Desdo el año 1850 á 1." de E.noro de 1875 se hancolocado 206 cables telegráficos submarinos, quemedían en conjunto 80.000 kilómetros, y de los cua-les funcionan actualmente 145.

Inglaterra y Francia son los dos países que po-seen mayor número de cables telegráficos subma-rinos. Inglaterra tiene 29, Francia 16. Los cablesque unen á ambos países son siete.

Es extraordinaria la longitud de algunos de loscables que funcionan hoy dia en el globo. El queexiste entre Irlanda y la costa americana de New-Foundlauk mide 3.093 kilómetros; el de Irlanda á lacosta de Valentía, en América, 3.100; el de San Vi-cente^ Pernambuco, 3.125, y el de Brest á San Pe-dro, que es el más largo de los existentes, 4.135.

Hasta 1870 y 1871 no se han establecido comuni-caciones directas entre Inglaterra y la India con laChina, el Japón y la Australia. En el dia no falta másque arrojar un cable en el fondo del Océano Pacíficopara que nuestro planeta se halle completamentecircundado por el telégrafo eléctrico, según deseabael célebre ingeniero americano Mr. Cyrus Field, áquien pertenece la gloria de haber concebido elprimer proyecto de telegrafía transoceánica; pensa-miento feliz que el Congreso de los Estados-Unidosrecompensó con una medalla de oro regalada aleminente ingeniero á nombre de sus compatriotas,y Europa con el gran premio de la Exposición in-ternacional celebrada en París el año 1867.

Esta línea telegráfica del Pacífico medía 8.930 ki-lómetros, distribuidos en tres secciones: de SanFrancisco á Honolulú (islas Sandwich), 3.350; de

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38 REVISTA EUROPEA. 5 DE MARZO DE 1 8 7 6 . N.° 4 06

este punto á Midway Island, 1852, y de esta isla áYokohama, 3.346.

Los cables que actualmente están construyéndoseascienden á 11, con una longitud total de 27.430kilómetros. Los más largos serán el de Irlanda á laNueva-Escocia (3.;>20 kilómetros), el de Aden á laisla Mauricio (4.480), y el de Honolulú á las islasFidji, recien incorporadas a l a corona de Ingla-terra (4.640). Cuando funcionen estos cables, to-das las partes del globo podrán comunicarse mu-tuamente por medio del telégrafo.

Por fin, las empresas más importantes de telegra-fía submarina son 16, cuyo capital pasa en juntode 500 millones de pesetas. Entre ellas, la principales la Anglo-american Company, que posee cincocables y un capital de 17S millones de pesetas.

J. JIMÜNO AGUJS.

CRÓNICA GEOGRÁFICA.

LOS INGLESES EN LA PENÍNSULA DE MALACA.

El asesinato de Birck, residente inglés cerca delsultán de Perak, ha llamado la atención sobre lapenínsula de Malaca y sobre los establecimientosque allí posee el gobierno inglés. El deseo de ven-gar á su representante asesinado y de restablecerel prestigio de su nombre se impone á dicho gobier-no, y por ello se ocupa en preparar una expediciónmilitar á aquel país.

La península de Malaca es una hermosa cadenade montañas, que parte de Birmania y avanza haciael Sur 600 millas, sirviendo en cierto modo de lazode unión entre el Asia y las grandes islas del archi-piélago indio, Sumatra, Java, etc.; una llanura es-trecha separa al Este y al Oeste la montaña del mar,y, aun cuando la península no tiene por ningunaparte 200 millas de ancha, su superficie es tangrande como la de Inglaterra: guarda en sus mon-tes los minerales más ricos del mundo, pero notiene ningún rio navegable, y está cubierta de bos-ques y juncares, en cuyas espesuras viven pueblosi.le negros aborígenes; la población de las costasy llanuras es toda Malasia y asciende á 200.000almas, todos musulmanes y algunos muy fanáticos.

La raza Malasia se extiende por un espacio con-siderable, si se toma por característico su idioma,pues la gran familia mateo-polinesia, eminente-mente marítima, se extiende al Norte hasta Formo-sa, las Marianas y las Hawaii, al Este hasta los ar-chipiélagos de las Marquesas y de Pomotu, al Surhasta Nueva Zelanda, y al Oeste hasta Madagascar,donde los Hovas son malayos puros. Los habitantesde Malaca v los de las islas de la Sonda son los ma-

layos propiamente dichos: tienen cinco pies de es-tatura, por término medio; la cabeza grande y cua-drada, algo aplastada por detrás; los pómulos pro-minentes; la mandíbula fuerte y un poco saliente;la nariz aplastada, grande y con aberturas anchas',los ojos poco inclinados, pero menos abiertos quelos de los europeos, son negros y de un brillo mate;la boca grande y con labios gruesos, pero no re-mangados; su color varía desde el cobre oscuro alcafó tostado, con una tinta amarilla; la barba esmuy rala y los cabellos tiesos y ásperos, de colornegro y algunas veces algo más claro.

Los malayos son excelentes marinos y bravosguerreros; pero, desdichadamente, son también pi-ratas incorregibles y subditos turbulentos, ávidosde botin, crueles, vengativos y pérfidos; si no hacengran caso de su vida, la cual exponen muy fácil-mente para satisfacer sus necesidades de rapiña óde venganza, todavía tienen menos respeto á lavida de los demás, y están dispuestos á servirse desu kriss, puñal largo con hoja de figura de llama,con frecuencia envenenada. Visten una especie defalda y una vesta corta y estrecha, de forma de ca-misa; un cinturon completa el vestido, y su adornode cabeza consiste en un pañuelo rodeado como unturbante, y otras en un gran sombrero.

Los diversos estados malayos de la Península deMalaca se dividen en dos clases muy distintas: losdel Norte, Queddah, Patang, Kelantan, Trínganu yKeloman son tributarios del rey de Siam, y pare-cen bastante tranquilos. No ocurre lo mismo en losdel Sur, que son precisamente los vecinos de losestablecimientos ingleses, straits setllemenis. Estosconstan de la isla de Polo Pinang, en la costa occi-dental y en frente de la provincia de igual nombre,de la ciudad de Malaca y sus alrededores, y, porfin, de Singapur, situada en una islilla en la puntade la península, donde existe el gran mercado delcomercio entre China y Europa. Cerca de Singa-pur está el principado de Djohore, cuyo maharad-jad, lleno de ideas europeas, gobierna pacífica-mente. Los otros estados, como Paharg, Rambaa,Salangore y, por fin, Perak con su anejo Larut, es-tán en continua anarquía por consecuencia de lasambiciones de sus principes.

En Perak, por ejemplo, una ley extraña regla lasucesión del poder en la familia real que gobiernaallí desde hace muchas generaciones. El Sultán es eljefe supremo, sigue después el rajah Monda, el cualelige el Sultán como el más digno para sucederle;tras el rajah Monda viene el rajah Bandahara, elcual sucede á éste cuando Monda llega á Sultán.Después siguen tres nobles do primera clase, tresgrandes oficiales, el lumangorg, el orang-raga-Bassry el tunkoa-mantri, y luego vienen ocho nobles desegunda clase y diez y seis de tercera. En 1871 mu-

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N.° 106 GIRARD DE R1ALLE. CRÓNICA GEOGRÁFICA. 39rió en Perak el sultán Alí, quien tenía por herederoá rajah Monda ó su sobrino y yerno Abdallah; perootro sultán anterior había elegido por rajah Banda-hara á cierto Isniail, el cual no tenía derecho á taltítulo por no pertenecer á la familia real sino pormujeres. A la muerte del sultán Alí, el Montri yotros jefes desobedecieron á Abdallah y nombraronen su lugar sultán á Ismail; pero el gobernador in-glés de los establecimientos del estrecho de Malaca,sir Andrew Clorke, creyó deber intervenir y resta-blecer á Abdallah en el trono de Perak, mientrasIsmail huia al interior con las alhajas de la corona.Esto pasó en 4874, en cuyo año sir Andrew Clorkeconcertó un tratado, según el cual el gobierno in-glés enviaría residentes á Perak, á Laroot, etc.Birch, antiguo oficial de marina y antiguo funciona-rio del gobierno de Ceylan, fue nombrado residenteen Perak. Por el mismo tiempo dos grandes compa-ñías chinas de las que arriendan y explotan las mi-nas de la península de Malaca entraron en contra-taciones mutuas, lo cual proporcionó al gobernadoringlés nueva ocasión de mezclarse en los asuntosde Perak.

El 1.° de Noviembre de 1875 se fijó una proclamadel gobernador inglés, firmada á más por Abdallah,y al día siguiente un malayo, al servicio del fugitivoIsmail, arrancó la proclama en Passir-Sala; el intér-prete del residente inglés le golpeó y fue muertode una puñalada. Siguió á esto un motin, en el cualel desgraciado Birch fue asesinado en el baño, y sucadáver, horriblemente mutilado, arrojado al rio.

En seguida se envió á Perak para que tomasevenganza del asesinato, una fuerza de 170 hombresbajo las órdenes del capitán Sunes, y éste, querien-do coger al culpable, marchó sobre la aldea, en elMaharadja-Lela, donde se había cometido el crimen,y no vaciló en atacar una barricada de maderos,siendo rechazado y muerto. Las barricadas malayasno son para despreciadas, pues están construidasde gruesos trozos de maderos acuñados unos conotros con un espesor de siete pies; suelen ponérse-les cañones, cuyas troneras son demasiado peque-ñas p-ara que los cañones puedan dirigir su punte-ría á varios puntos; pero la mejor defensa de ellases el valor y la obstinación de los malayos, quienes,armados de lanzas, sables y fusiles, se baten comoleones.

Este descalabro es grave para la dominación in-glesa en aquellos países, y el gobierno inglés seesfuerza por remediarlo dando un gran golpe áaquella población que no sueña sino con la guerrasanta. Refuerzos importantes se han enviado de laIndia y de la China para lavar la mancha del pabe-llón de la vieja Inglaterra.

GlRARD DE RlALLE.

MISCELÁNEA.

Combustión espontánea del carbón.

Calculando sobre el número de buques partidos delos puertos ingleses con cargamento de carbón su-perior á 500 toneladas y destinados á los puertos si-tuados al olro lado del Ecuador, se encuentra en losnueve primeros meses de 1873 á 1874, que el nú-mero de los sinieslros debidos á la combustión es-pontánea ha ascendido á 23, ó sea el 2 por 100, en1873, y á 80, ó sea el 4 por 100, en 1874. La estadís-tica demuestra que los siniestros no son imputablesá una sola clase de carbón, sino á todas indistinta-mente. La teoría que atribuye la combustión espon-tánea á la presencia de piritas en el carbón podríaexplicar hasta cierto punto el aumento del númerode siniestros, porque ante el aumento de las deman-das y de la mano de obra, en estos últimos años sehan embarcado carbones que tenían más piritas quelos que se embarcaban antes. Pero Richters ha de-mostrado que de los carbones sometidos á sus expe-rimentos, los que contenían más piritas no eran losmás expuestos á la combustión espontánea: segúnél, el carbón absorbe rápidamente el aire, y el oxí-geno de este aire se combina en seguida con loscompuestos orgánicos, produciendo ácido carbóni-co con desprendimiento de calor. Según todas lasprobabilidades, el calor que determina la combus-tión espontánea se debe á la vez á la oxidación delhierro y al de las materias carbonadas: en la calade los buques, donde los cargamentos, enormes al-gunas veces, no son suficientemente ventilados,este calor se concentra y pueda llegar á ser sufi-ciente para provocar la combustión.

***El laboratorio de zoología de Ñapóles.

El Dr. Dohrn ha hecho construir recientementeen Ñapóles un gran laboratorio de zoología conun magnífico acuarium destinado al estudio de lafauna marina. Al lado del acuarium, donde debenobservarse las costumbres de los animales marinos,pueden los sabios realizar observaciones microscó-picas con los aparatos más perfectos, teniendo á sudisposición una rica biblioteca y una bella colec-ción anatómica. Trabájase particularmente en for-mar una colección típica de toda la fauna del golfode Ñapóles y una estadística completa de todos losanimales que la componen. Este gran estableci-miento, según el Dr. Vetter, de Dresde, es superiorá todo lo que se ha creado en este género, por lariqueza y recursos que ofrece á los naturalistas.Tendrá sucursales en Sorrento, en Capri, en el caboMiseno y en otros puntos. El establecimiento cen-

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40 REVISTA EUROPEA. 5 DE MA11ZO DE \ 8 7 6 . N.° 406

tral ha tenido que ensancharse ya á consecuenciade las muchas demandas. En la actualidad, diez yocho acuariums especiales, cuyas aguas se renue-van incesantemente, servidos por dos pescadores,están dispuestos para otros tantos observadores de-dicados á investigaciones particulares. Gobiernos óUniversidades han alquilado cierto número de estoslaboratorios ó puestos en ellos. El precio de abonoes de 1.800 francos por año. Rusia é Italia tienencada una dos puestos, Sajonia uno, las universidadesde Oxford y de Cambridge uno cada una, etc.

***Efecto del rayo en los viñedos.

En la Sociedad helvética de ciencias naturales, elprofesor Ch. Dufour habló de un rayo que en el mesde Julio de 1875 hirió simultáneamente, cerca deVilleneuve, dos viñedos separados por 120 metrosde distancia. En uno de ellos, la superficie heridamedía 18 metros cuadrados, habiendo sido alcanza-das por la electricidad las dos terceras partes delas cepas, ó sean 350. En la otra viña la superficieherida tenía 10 metros cuadrados y las cepas alcan-zadas por la descarga fueron unas 100. En los pri-meros dias parecían perdidas muchas cepas; otrasse habían secado parcialmente y conservaban aunhojas en plena vegetación. Sin embargo, en el mesde Agosto, las cepas que parecían más maltratadasprodujeron vigorosos retoños, en los que se veía el") de Setiembre racimos y flores. Pero estos racimos,que debían constituir la cosecha de 1875, cesaronmuy pronto de desarrollarse. En su Memoria sobreel rayo, cita Arago, como ejemplos notables, rayosque se habían dividido en dos ó tres ramas. Aquí sehabla de un rayo que primeramente se dividió endos para herir los dos viñedos á 120 metros de dis-tancia, subdividiéndose las ramas en 100 chispas launa y en 350 la otra para herir otras tantas cepas.

***Lady Franklin.

Juana Griffin, lady Franklin, ha presenciado la sa-lida de una expedición polar organizada en partepoi* sus esfuerzos; pero pocos dias después de ha-ber perdido de vista la Pandora las blancas rocas dela vieja Inglaterra, moría la mujer heroica, tras unavida dolorosa, pero ilustrada por actos de energíaindomable. Nacida al principiar el presente siglo, ycasada en 1826 con sir John Franklin, valiente ma-rino, lo acompañó á los antípodas diez años des-pués, por haber sido éste nombrado gobernador dela tierra de Van Diemen, en cuya colonia dejaron unrecuerdo aún no borrado al salir de ella en 1844. El26 de Mayo de 1845 sir John Franklin salió de Ingla-terra para las regiones circumpolares con los bu-ques el Erebo y el Terror; el 12 de Julio siguiente

estaba en el estrecho de Lancaster, y después nadamás se supo de ól.

Por espacio de muchos años los buques enviadospor el almirantazgo inglés primero, y luego porlady Franklin, quien puso toda su fortuna á disposi-ción de valientes marinos para encontrar noticiasde su marido, nada averiguaron acerca de éste, auncuando exploraron las sombrías regiones árticas.Los gloriosos nombres de los ingleses Ross, Collin-son, Mac-Clure, Sherard Hosborn, Belcher, Ingle-field y Mac-Clintock; de los anglo-americanos Grin-nel y Kane, y del francés José Renato Bellot, des-aparecido bajo un banco de hielo, son los de lospaladines de la noble mujer á quien ningún sacrifi-cio parecía grande si conducía á conocer la suertede su marido.

En 1854 el doctor Rae, encargado por la compañíade la bahía de Hudson de practicar investigacionesen la bahía de Baffin, supo por unos esquimales queen la primavera del año 1850 habían visto en lacosta de la isla del rey Guillermo unos cuarentahombres miserables, encontrando después treintacadáveres en el continente y cinco en la vecinaisla. Varios objetos, como cucharas, brújulas yotros, permitieron reconocer en aquellos desgra-ciados á marineros del Erebus y el Terror.

En 1855, el capitán Mac-Clintock, enviado tam-bién por ¡a enérgica lady Franklin, descubrió en uncairn ó montón de piedras de la isla del rey Gui-llermo una relación acerca del resultado de la ex-pedición perdida, la cual decía que, bloqueados losdos buques por los hielos, y muertos Franklin el 11de Junio de 1847 y otros nueve oficiales, y quincehombres en Abril de 1848, los otros quinientoshombres, mandados por el capitán Crozier, abando-naron los buques poco después de la última catás-trofe citada, y marcharon hacia el continente, lle-gando á ól, aun cuando inútilmente algunos, segúnhabía sabido el doctor Rae. De estos descubrimien-tos resulta que sir John Franklin tuvo la gloria dedescubrir el famoso paso del Noroeste.

Lady Franklin recibió en 1860 la medalla de orode la Sociedad geográfica de Londres; en 1862 em-prendió un viaje alrededor del mundo; en 1866 pre-senció la inauguración de la estatua de su gloriosomarido en una de las plazas de la capital de Ingla-terra. Saludemos respetuosamente á la mujer enér-gica y tenaz, á la esposa fiel y amante, y guardemosel hermoso recuerdo de su larga carrera y su intré-pida abnegación.