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REYISTA EUROPEA. NÚM. 190 1 4 DE OCTUBRE DE 1 8 7 7 . AÑO IV. LA CIENCIA QUÍMICA. Es la química entre todas las ciencias la más mo- derna, mas no por esta circunstancia es la menos interesante. Para aparecer la química como ciencia ha sido necesario todo el tiempo trascurrido hasta el último tercio del siglo que precede, y todavía puede añadirse hasta principios del presente. Com- préndese sin dificultad cómo el hombre ha podido tener conocimientos algún tanto extensos de las ciencias naturales, porque los seres, sin más que observarlos con atención, suministran caracteres para ordenarlos de alguna manera y poderlos estu- diar; y hasta cierto punto hállanse en el mismo caso los conocimientos físicos, pues la física en nada cambia los cuerpos que somete á su estudio; mas no así la química, cuyo dominio principia allí donde termina la primera. Aunque el hombre tuviese una paciencia sin lími- tes, hubiese alcanzado una vida de larguísima dura- ción, ó bien, en cierto modo, la hubiera prolongado en sus descendientes, dejándoles por herencia sus observaciones, ya por tradición, ya por escrito, dice un distinguido autor (1), la ciencia química jamás hubiera sido conocida. Efectivamente, los fenóme- nos químicos que la Naturaleza ofrece á nuestra ob- servación son dificilísimos de comprender, y ma! podia ordenarlos para establecer algo que tuviese carácter de ciencia; por lo tanto, no debe sorpren- dernos que los filósofos de todas las escuelas racio- nales, de todas las sectas y de todos los siglos que han precedido al anterior, y aun al nuestro, no ha- yan llegado á constituir la ciencia química. Era pre- ciso para esto que el hombre, ser sublime, remedo de la Divinidad, añadiese ala facultad de observar la que posee de inventar y de progresar. Hizolo, y no contentándose con lo que en los cuerpos puede no- tarse sin alterarlos, con el trascurso de los tiempos y con el esfuerzo do su ingenio halló medios para trasformarlos de diversas maneras y conocer las relaciones que tienen entre sí, hasta el punto de de ducír leyes y poder poner la ciencia química en conformidad con el texto bíblico: Sed omnia in mensura, et numero et pondere disposuisti. Dios ha dispuesto todas las cosas con justa medida, número y peso (i), tema de este desaliñado dis- curso (2). I. En el desarrollo de las ciencias se observa una circunstancia muy digna de fijar la atención, que es la lucha de dos tendencias: práctica la una por ex- celencia, y teórica la otra, entre las cuales, ni en los siglos que preceden ni en el presente nos pare- ce ha existido el justo equilibrio. Es mucha la pro- pensión que tenemos á darnos explicación de todo, aunque carezcamos de los conocimientos suficientes para ello, y de aquí las hipótesis y las teorías que á veces aun los mismos que las inventan suelen no creer, pero que muchos las consideran como verda- des y dejan de hacer uso de sus facultades intelec- tuales. Esto sucede principalmente cuando los in- ventores son do aquellos que pasan por sabios ó que realmente lo son, pero que, extraviados por lo mucho que les sugiero su fogosa imaginación, pres- cinden de cuanto contraría sus fantásticas concep- ciones, y llegan algunos, demasiados siempre, á convertirse en verdaderos visionarios. Las hipótesis y las teorías que brotan de hombres que carecen de autoridad, pocas veces ejercen tan pernicioso in- flujo, en razón á que los errores en que suelen in- currir pasan como un meteoro sin dejar la menor señal de su existencia. Este achaque de nuestra época ha sido una enfermedad de todos los tiempos, y para curarla, Palissy, el famoso alfarero de Paris, el filósofó-iiempre respetado Francisco Baeon y el sabio Boile-alzaron su voz contra las hipótesis des- cabelladas, é invocaron la experiencia, fuente la más clara y la más abundante del humano saber. ¿Pero el hombre ha hecho alto cuando por estos y otros profundos pensadores se le ha demostrado que el camino que sé seguia no es el que conduce al mayor progreso do las ciencias? Algún efecto produjeron sin duda tan saludables consejos; pero ha sucedido lo propio que á aquel que ha experi- mentado un contratiempo en la vida, y escarmen- tado por el pronto, vuelve á incurrir en las mismas faltas y á sufrir nuevos reveses. El daño que producen las hipótesis y teorías que (1) Baudrimont: Traite de chimie, t. I. TOMO X. (1) Libro de la Sabiduría: Cap. XI, vers.21. ('¿) Leido en la solemne apertura del curso académico de 18T7 á 1878 en la Universidad Central. 31

REYISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid · no de la experiencia, y se da á lo sobrenatural y maravilloso, y de aquí el origen d e tantas doctrinas . tan poco razonables como las del

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REYISTA EUROPEA.NÚM. 190 1 4 DE OCTUBRE DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

LA CIENCIA QUÍMICA.

Es la química entre todas las ciencias la más mo-derna, mas no por esta circunstancia es la menosinteresante. Para aparecer la química como cienciaha sido necesario todo el tiempo trascurrido hastael último tercio del siglo que precede, y todavíapuede añadirse hasta principios del presente. Com-préndese sin dificultad cómo el hombre ha podidotener conocimientos algún tanto extensos de lasciencias naturales, porque los seres, sin más queobservarlos con atención, suministran caracterespara ordenarlos de alguna manera y poderlos estu-diar; y hasta cierto punto hállanse en el mismo casolos conocimientos físicos, pues la física en nadacambia los cuerpos que somete á su estudio; masno así la química, cuyo dominio principia allí dondetermina la primera.

Aunque el hombre tuviese una paciencia sin lími-tes, hubiese alcanzado una vida de larguísima dura-ción, ó bien, en cierto modo, la hubiera prolongadoen sus descendientes, dejándoles por herencia susobservaciones, ya por tradición, ya por escrito, diceun distinguido autor (1), la ciencia química jamáshubiera sido conocida. Efectivamente, los fenóme-nos químicos que la Naturaleza ofrece á nuestra ob-servación son dificilísimos de comprender, y ma!podia ordenarlos para establecer algo que tuviesecarácter de ciencia; por lo tanto, no debe sorpren-dernos que los filósofos de todas las escuelas racio-nales, de todas las sectas y de todos los siglos quehan precedido al anterior, y aun al nuestro, no ha-yan llegado á constituir la ciencia química. Era pre-ciso para esto que el hombre, ser sublime, remedode la Divinidad, añadiese ala facultad de observar laque posee de inventar y de progresar. Hizolo, y nocontentándose con lo que en los cuerpos puede no-tarse sin alterarlos, con el trascurso de los tiemposy con el esfuerzo do su ingenio halló medios paratrasformarlos de diversas maneras y conocer lasrelaciones que tienen entre sí, hasta el punto de deducír leyes y poder poner la ciencia química enconformidad con el texto bíblico: Sed omnia inmensura, et numero et pondere disposuisti. Dios

ha dispuesto todas las cosas con justa medida,número y peso (i), tema de este desaliñado dis-curso (2).

I.

En el desarrollo de las ciencias se observa unacircunstancia muy digna de fijar la atención, que esla lucha de dos tendencias: práctica la una por ex-celencia, y teórica la otra, entre las cuales, ni enlos siglos que preceden ni en el presente nos pare-ce ha existido el justo equilibrio. Es mucha la pro-pensión que tenemos á darnos explicación de todo,aunque carezcamos de los conocimientos suficientespara ello, y de aquí las hipótesis y las teorías que áveces aun los mismos que las inventan suelen nocreer, pero que muchos las consideran como verda-des y dejan de hacer uso de sus facultades intelec-tuales. Esto sucede principalmente cuando los in-ventores son do aquellos que pasan por sabios óque realmente lo son, pero que, extraviados por lomucho que les sugiero su fogosa imaginación, pres-cinden de cuanto contraría sus fantásticas concep-ciones, y llegan algunos, demasiados siempre, áconvertirse en verdaderos visionarios. Las hipótesisy las teorías que brotan de hombres que carecende autoridad, pocas veces ejercen tan pernicioso in-flujo, en razón á que los errores en que suelen in-currir pasan como un meteoro sin dejar la menorseñal de su existencia. Este achaque de nuestraépoca ha sido una enfermedad de todos los tiempos,y para curarla, Palissy, el famoso alfarero de Paris,el filósofó-iiempre respetado Francisco Baeon y elsabio Boile-alzaron su voz contra las hipótesis des-cabelladas, é invocaron la experiencia, fuente lamás clara y la más abundante del humano saber.¿Pero el hombre ha hecho alto cuando por estos yotros profundos pensadores se le ha demostradoque el camino que sé seguia no es el que conduceal mayor progreso do las ciencias? Algún efectoprodujeron sin duda tan saludables consejos; peroha sucedido lo propio que á aquel que ha experi-mentado un contratiempo en la vida, y escarmen-tado por el pronto, vuelve á incurrir en las mismasfaltas y á sufrir nuevos reveses.

El daño que producen las hipótesis y teorías que

(1) Baudrimont: Traite de chimie, t. I.TOMO X.

(1) Libro de la Sabiduría: Cap. XI, vers.21.('¿) Leido en la solemne apertura del curso académico

de 18T7 á 1878 en la Universidad Central.31

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no están fundadas en hechos exactamente demos-trados, hay quien supone y aun cree, lo que es ungrave error, que sólo afecta á lo que llaman me-dianías y á las inteligencias limitadas, por más quesea una verdad que las últimas están siempre dis-puestas á dar su asentimiento, no sólo al error,sino hasta á lo más absurdo; pues no hay idea,por extravagante que sea, que no haya tenido par-tidarios fogosos y hasta intransigentes. Aun las in-teligencias privilegiadas han dado también algunasveces su asentimiento al error; y en prueba de estopodemos citar al filósofo Kant, quien entre los ale-manes ha pasado por una semi-divinidad, que en elsiglo anterior comparó la falsa teoría de Stahl, porlo que respecta á su importancia, con la ley deldescenso de los graves que con tanta claridad habiaformulado el muy ilustre filósofo Galileo, y hasta elgran Lavoísier, en los primeros años de su brillan-tísima carrera, se adhirió á una teoría absurda delquímico alemán Meyer, y rechazó los hechos evi-dentes que en contra presentó Blak, que eran la ex-presión de la verdad, y por lo tanto absolutamenteopuestos á ella.

La química, como todas las ciencias, ha tenido ensu infancia un carácter puramente experimental.La inteligencia, libre de toda traba y sin atenerseá ningún juicio previo, aprecia simplemente los he-chos, y esto es lo que constantemente se ha obser-vado en los pueblos que se hallan en un estado rudi-mentario de civilización, aunque respectiva, comola de los mejicanos y peruanos, cuando la virilidadespañola puso suplanta en aquel mundo desconoci-do. Sabian muy poco los mejicanos y los peruanos,pero este poco era puramente experimental.

Este período comprende la más remota antigüe-dad y se enlaza con otro en que el entendimientohumano abandona hasta cierto punto el buen cami-no de la experiencia, y se da á lo sobrenatural ymaravilloso, y de aquí el origen de tantas doctrinas .tan poco razonables como las del Arte sagrado y dela alquimia. En este segundo período se halla com-prendido todo ese tiempo nebuloso, mas no paratodo, que conocemos con el nombre de Edad me-dia. Llega por fin el período actual, en que la cien-cia adquiere un carácter más definido, y habla alarazón con los hechos y no á la imaginación quehalla deleite en la variedad de las cosas. Así, pues,un hecho experimental no se interpreta hoy comolo hacía Jorg3 Agrícola, quien suponía que en lasgalerías de las minas existian espíritus malignos quemataban á los operarios, siao que decimos que enellas hay un gas irrespirable que causa la muerte; niexplicamos tampoco el ascenso de un líquido en uncuerpo de bomba por el horror al vacío.

II.

Remontémonos hasta los tiempos más remotosque han precedido á nuestra era y de que hay his-toria, por más que esta se roce con la fábula, y nohallamos ningún autor que nos hable de la química;pero se nota ya la existencia de no pocos materia-les para su futura formación, materiales que ateso-raban las artes para cederlos con el tiempo á lasciencias, de las cuales á su vez habían de recibirimportantísimos auxilios en épocas posteriores ysobre todo en la actual.

El origen de los conocimientos químicos le halla-mos en los primeros pueblos que alcanzaron losbeneficios de la civilización. El hombre en sociedadse halla rodeado de necesidades que desconoce elsalvaje, y para satisfacerlas fuéle preciso inventarlos medios. Compréndese que los pueblos más exu-berantes, en que las necesidades de la vida sonsiempre mayores, sean los que en todos los tiem-pos han hecho más adelantos en los diferentes ra-mos del saber humano; mas la necesidad no ha sidola causa única: en los grandes centros de poblaciónel entendimiento se desarrolla con la comunicaciónde las ideas, y hasta se excita con la emulación.

Es general la creencia de que en la antigüedadlas ciencias se han propagado del Oriente al Occiden-te, según nuestra posición geográfica. Pero con losconocimientos que actualmente poseen pueblos tancivilizados como la China y el Japón, ¿podria cons-tituirse la ciencia química? En estas dos grandesnaciones del Asia salen de su industria productosque nos admiran: antes que los europeos han cono-cido el papel, la imprenta, la pólvora, la porcelana,varios compuestos de mercurio, entre ellos el ber-mellón de singular belleza y otros muchos, y sinembargo, de estos países no ha podido salir ia an-torcha que^alumbra hoy á tantas artes, así en Europacomo en las naciones del Continente americano.Todos estos conocimientos son el fruto de la másescrupulosa observación, insuficiente por sí solapara constituir la ciencia química.

El imperio de los Faraones no puede negarse fueun centro de cultura en el que se dice adquirieronsus vastos conocimientos, para la época en que vi-vieron, Platón, Pitágovas, Sólon y Herodoto; y siesto así no fuese, bastaría para demostrarlo y con-vencernos de que los egipcios llegaron á un estadode civilización notable los restos que quedan desus monumentos.

A Hermes Trimegisto, ó sea tres veces grande,se atribuye la invención de la química eji Egipto1,que, según un historiador grave, es una j^St'ftCcioBmitológica; pero en lo que no parece caí>er*dti(lá, éque en Tebas y en Ménfis se enseñaba la químicacon el nombre de Arte sagrado, de un modo miste'

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rioso, por los sacerdotes de los templos de estasdos grandes ciudades. Mal medio de propagar losconocimientos, si en esto, según algunos opinan,no hay algo de fábula; sin embargo, Eusebio y Si-nesio opinan que Demócrito de Abdera, Pamenes yla profetisa María fueron iniciados en los misteriosde este arte en el templo de Ménfls por el sacerdo-te Ostanes. Lo que hay de cierto es que entre losegipcios se hallaban en un estado floreciente cier-tas artes que tienen relación con la química, talesson el vidriado de los vasos de barro con diversidadde matices; el vidrio, que sabian fabricarle blanco yde colores, dorarlo y cortarlo; la elaboración delvino y de la cerveza; la metalurgia del oro, de laplata, del cobre y aun del hierro, si bien no constaque hiciesen uso de este metal, en lo que se hallaban

. en el mismo estado que los mejicanos y que los pe-ruanos cuando los españoles arribaron á ambasAméricas; pues, según el famoso metalurgista es-pañol Alonso Barba, además del oro y la plata quela naturaleza ofrece en estado nativo, conocieron

: también el cobre, que con menos frecuencia ofrecetambién en el mismo estado; pero es evidente quela verdadera ciencia érales desconocida.

Muy distintas son las civilizaciones griega y ro-mana. Los griegos no se limitaron á observar: nó-tase en ellos una tendencia muy señalada á genera-

t lizar y á dar teorías que por su originalidad llamansobremanera nuestra atención. Los romanos, por elcontrario, menos aficionados á lo ideal que los grie-gos, prefirieron conquistar el mundo y utilizar losconocimientos de éstos; ia civilización romana te-nia un carácter esencialmente práctico.

Tales de Mileto, que vivió unos seiscientos cua-renta años antes de la Era cristiana, se afirma pasó

: parte de su vida en Egipto, y que en él fue iniciado,como otros filósofos griegos, en el Arte sagrado por

/ los sacerdotes de Tebas y de Ménfis, pero con sui genio traspasó los límites de los conocimientos que; adquirió. Estudia atentamente la naturaleza; discur

re acerca de la materia, y se pregunta: ¿cómo éstase ha producido? La materia, dice este filósofo, ¿dedónde viene y á dónde va? Cuestión es esta que haconfundido á los filósofos de todos los tiempos. Se-guro es, que si pudiéramos obtener una contesta-

l cion del único Ser que pudiera dárnosla, diría: Ahí; está mi creación; estudiadla y no exijáis más, por-1 que no está al alcance ie vuesta limitada inteligen-

cia. Ignoramos, pues, de todo punto de dónde havenido la materia; pero como no perece, sabemos

¡ á dónde va. Cuando los cuerpos de que hace parte|~ se destruyen por diferentes causas, pasa á formari otros, y esto sucederá hasta que disponga las co-

sas de otra manera él gran Ser que la formó.¡ El agua, decia Tales, es el principio de todo, y esr la que ha producido todas las cosas. Efectivamente;

si á los elementos que constituyen el agua agrega-mos los que existen en el aire que en ella se halladisuelto, observamos que contiene los elementos delos vegetales y de los animales: preciso es conce-der á este filósofo de la antigüedad que estaba enlo cierto; y no ha mucho que Dumas, uno de losquímicos más distinguidos de nuestra época, seexpresaba en términos semejantes.

Anaxímanes, algo posterior á Tales, consideró elaire como el principio de lodos los seres, y nosdice: Todo viene del aire y todo vuelve á él; y hastael alma era para este filósofo una cosa aeriforme;y añade, que el frió y el calor determinan las mo-dificaciones de la materia. ¿No son, por ventura, es-tos los medios de que con frecuencia nos servimosen nuestras investigaciones analíticas y sintéticas?En verdad que las afirmaciones de Anaxímanes sonadmisibles hasta cierto punto. De igual manera opi-naron los filósofos de la escuela eleática Xenófanesy Cenon, á cuyas ideas asociaron las del panteísmo.

Heráclito de Efeso consideró el fuego como elelemento de cuanto existe, cuyo agente, según él,determina lodos los fenómenos y todos los cam-bios. El fuego, decia, destruye, pero constituye ^la vez; lo que sabernos es verdad; pero no lo es quesea un elemento, porque el fuego no es materiacomo el aire y el agua; diferencia muy notable en-tre las ideas de este filósofo y las do Tales y deAnaxímanes. El mundo, decía Heráclito, que en unprincipio se halló en estado ígneo, volverá con eltiempo al mismo estado; pero la idea de este filó-sofo que más nos sorprende es la que tenía del fue-go, que decia se alimenta délas partes sutiles delaire, y añade que el alma del mundo es el mismocuerpo aeriforme que alimenta el fuego. ¿ConoceríaHeráclito el elemento oxígeno,, del cual no se hatenido ia menor noción, puede casi afirmarse, hastahace cie;% años? Estas ideas tan atrevidas, admi-sibles en parte, ¿emanan do la experiencia, ó sondebidas á lo que podríamos llamar inspiración? Nadaso halla en los escritos de los filósofos griegos quelas compruebe, y lo mismo puede decirse de lafilosofía de Empedócles, que establece la teoría delos cuatro elementos, aire, fuego, tierra y agua,que, adoptada por Aristóteles, ha llegado casi hastanuestros dias. Pero Empedócles fija más las ideasque los filósofos que le precedieron, pues admiteque los cuatro elementos están constituidos porpartículas pequeñísimas indivisibles, que son losverdaderos elementos de la naturaleza, entre loscuales se verifica la formación y destrucción de loscuerpos.

Los elementos de que se componen los cuerpos,según Empedócles, no son todos homogéneos, ydaba por razón que los elementos del aire se com-binaban con los del agua para dar origen á diversos

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seres, y que esto mismo tenía lugar en la forma-ción de los demás compuestos.

El fuego, según este filósofo cuyo ingenio esta-mos admirando, se diferenciaba de los demás ele-mentos por él admitidos en que era el principio ac-tivo por excelencia, y á los demás les atribuía uncarácter pasivo; pero admitía la amistad, ó llámeseafinidad, y la enemistad, que preceden a la composi-ción y descomposición de los cuerpos. En confor-midad con estas ideas, dedujo que el mundo físicoes la reunión de todas las combinaciones producidaspor los elementos simples. ¿No son en gran parteéstas las ideas que hoy profesamos?

Leucipo, filósofo contemporáneo de Empedócles>inventó la hipótesis délos átomos, que explano des-pués Demócrito. Los cuatro elementos que admitióEmpedócles eran para este filósofo cuerpos com-puestos, cuyas últimas partículas son indivisibles éinmutables, y de su cambio de posición y de su se-paración ó combinación dependen todas las varia-ciones de la forma en los diferentes cuerpos. Es áestas partículas indivisibles á las que Leucipo llamóátomos, que supuso están sometidos á un movimien-to interior que es la causa de las combinaciones ydescomposiciones. Respecto á su forma y tamaño,decia que eran variables, y que los habia tambiénesféricos. Es tal la extensión que dio Leucipo á suhipótesis, que hasta pretendió con ella dar explica-ción de las operaciones del entendimiento.

Demócrito de Abdera, discípulo de Leucipo, ex-planó la hipótesis de los átomos, cuya existencia sepropuso demostrar. Sentó como principio este fa-moso pensador que si de la nada no sale -nada, hayprecisión de admitir el átomo; porque si todo cuer-po es divisible hasta lo infinito resultará una de doscosas: ó que no quedará nada, ó que quedará siem-pre algo. En el primer caso, el cuerpo desapareceríaó resultaría constituido por una realidad aparento;y en el segundo, este filósofo nos dice: ¿Quedaráuna realidad ó una extensión? Quedarán puntos,nos manifiesta, que cualquiera que sea su númerono pueden dar una extensión. Casi de igual maneraha tratado de demostrar la existencia del átomohace unos 30 años un distinguido autor (4).

Los átomos, según este filósofo, son de peso y devolumen variable, y los más pequeños son los menosdensos, y todcs se hallan entre sí en estado activo ópasivo, cuyo estado constituye su movimiento propio.Admitió también que los átomos son impenetrables,porque cada átomo resiste al átomo que tiende á des-alojarle, cuya resistencia ocasiona un movimientooscilatorio que se comunica á los átomos inmedia-tos, los cuales á su vez le trasmiten á los átomosmás distantes, de lo cual resulta un movimiento gi-

(1) Baudrimont: Traite de chimie, t. I.

ratorio, que es el tipo de los movimientos delmundo.

Anaxágoras, Diógenes y Arquelao opinaron comolos demás filósofos de su escuela; nótase, sin em-bargo, alguna diferencia en lo que se refiere á la ma-teria y á la formación de los sores, y varias de lasconsecuencias que deducen pueden aceptarse hoysin inconveniente.

Platón, Aristóteles y Teofrasto admitieron los cua-tro elementas de Empedócles, y además un éter.Sus ideas respecto á la formación de los seres soncasi las mismas que profesaron los filósofos que lesprecedieron. El aire, decían estos filósofos, suminis-tra los elementos de todas las cosas, y los seresanimales no pueden vivir sin respirarle; los pecesrespiran el aire contenido en el agua, y si perecenen él es porque respiran demasiado.

Cuando examinamos con atención las diversasteorías que han brotado del entendimiento humanopara explicar los fenómenos de la naturaleza, nosadmiran las facultades generalizadoras de los filóso-fos griegos, cuya tendencia es nada menos queabarcar todos los hechos. ¿Pero sus teorías son elproducto de la imaginación que se entusiasma enpresencia de las maravillas de la creación, ó sondebidas á la atenta observación de los hechos? Hayen ellos gravísimos errores, pero también mucho deverdad, si verdades son los principios filosóficosque hoy admitimos en la ciencia química; y si biendejan mucho que desear, son notables por lo atre-vidas y por su originalidad: lo chocante es que estasideas hayan llegado hasta nosotros sin pruebas quelas apoyen. Preténdese que las obras en que estasdoctrinas se hallaban expuestas acompañadas delos comprobantes han perecido; lo que es inadmisi-ble en buena lógica, porque todo debió perecer almismo tiempo. Sena una cosa nunca vista que lasobras que no van acompañadas de pruebas seanlas que han llegado hasta nosotros, y hayan pereci-do las que comprendían los comprobantes. Faltan,es verdad, los hechos, nos dice un historiador gra-ve (1), pero véase si en los talleres del herrero, delque trabaja otros metales, del fabricante de vidrio,del pintor, en las artes que se ejercían en Grecia yen el Imperio romano, no hallamos todos los ele-mentos de una ciencia que estaba esperando unnombre. Todo esto nos parece demasiado insufi-ciente para que el entendimiento humano se remon-tase á tanta altura, y aún más, para que pudieraconstituirse la ciencia que esperaba un nombre.

III.

El arte sagrado era la química de los filósofos dela escuela de Alejandría, y la alquimia es la quími-

(1) Hoeffer: Histoire de la chimie, t. I.

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ca del largo período que conocemos con el nombrede Edad media, cuyas doctrinas han dominado porespacio de muchos siglos y han dado ocasión paraqiie se constituya la verdadera química.

El objeto del arte alquimica, si tal nombre mere-ce, fue en su primor periodo la trasformacion de losmetales comunes ó viles en los metales preciosos,oro y plata; mas después sus pretensiones se ex-tendieron hasta querer obtener una panacea paraprolongar la vida más allá del límite ordinario.

¿Cuál es la cuna de la alquimia? Los adeptos deeste arte con carácter de secta decían que tuvo suorigen en Egipto, y de esta opinión es el historia-dor Hoeffer, quien manifiesta creer que la trasfor-macion hacía parte de los conocimientos del artesagrado, cuyo arte allí se cultivaba desde los tiem-pos históricos; pero Luis Figuier no concede tantaantigüedad á la alquimia, y duda, cuando menos,que los sacerdotes egipcios poseyesen tantos cono-cimientos como algunos les suponen; concédeles,sin embargo, conocimientos prácticos, que no for-maban un cuerpo de doctrina que pudiera llamarseciencia, que aplicaban á las artes. La carencia dedocumentos conduce á pensar de esta manera; maslos que opinan lo contrario, dicea que su cienciase hallaba expuesta en signos y jeroglíficos que nose han descifrado; y nosotros decimos que por lossignos y jeroglíficos no descifrados, nada se pue'deafirmar ni negar. Lo que parece más natural es quela alquimia haya tenido su origen en las modifica-ciones que experimentan los cuerpos cuando reac-cionan entre sí; y como los metales son los que masse señalan en este concepto cuando se les somete álos procedimientos químicos, debieron creer quesería posible modificarlos hasta el punto de conver-tirlos en metales preciosos. Falta saber en qué tiem-po se hicieron estas observaciones y cuándo tuvolugar la aplicación; porque lo lógico, en este perío-do de la infancia de la química, era estudiar loscuerpos del modo que después se ha hecho. Latrasmutación parece debía ser un objeto secundario;pero según IOE datos que poseemos fue el principal.

Ningún documento concerniente á la alquimia quemerezca algún crédito es anterior al siglo IV, y porlo tanto la sana crítica histórica exige no anticiparsu origen mucho más allá do esta época. Es másprobable que la alquimia tuviese su cuna en el Bajoimperio, en la famosa Bizancio, que hacia el siglo IVfue el refugio de las letras y de las artes.

Figuier afirma que los primeros libros pertene-cientes á la alquimia se publicaron en el siglo Vil;pero como en este tiempo el Egipto pasaba por ha-ber sido la cuna de todas las ciencias, pareció mejorá sus autores atribuirlos al personaje, tal vez fabu-loso, Hermes, siendo bizantinos; y en el mismo casose hallan varios libros que en esta época se publi-

caron, que se atribuyen á autores de tiempos muyanteriores.

En cuanto á la trasmutación de los metales, lomás racional es atribuir las primeras investigacio-nes á los sabios de Constantinopla. Como los sabiosgriegos sostenían relaciones no interrumpidas conla escuela de Alejandría, la alquimia se cultivabasimultáneamente en Grecia y en Egipto, del quepasó á los árabes, quienes después la importaronen España cuando la invadieron en el siglo VIII.

La Europa se resentía todavía no poco del atrasoque la ocasionó la irrupción de los bárbaros delNorte en el tiempo que España sufria la invasión delos árabes; pero si bien por ella perdía su indepen-dencia, que sabemos no pudo recobrar por com-pleto sino al cabo de siete siglos, ganó por el prontoen su civilización y adelanto en las ciencias, de lasque llegó á ser su depositaría; tanto esto es así,que los hombres ilustrados de Europa, que á lasazón no eran muchos, aquí venían á instruirse enlas escuelas de Córdoba, la más notable de todasellas, de Toledo, de Sevilla, de Granada y de Mur-cia. Trasmitióse por esta circunstancia la alquimiadesdo nuestra patria á las principales naciones, ycuando llegó á decaer la dominación árabe, habiaya arraigado en ellas.

Es cosa rara que en nuestra nación, desde dondese irradió la alquimia, se contase después en ellatan pocos adeptos; figuran, es verdad, como talesel Rey Sabio, Raimundo Lulio, el Iluminado, Arnal-do de Vilanovu y algún otro después de poca cuentacomo Caravantes. No es esto de extrañar: Españase hallaba todavía empeñada en la reconquista, cuyagrande obra terminó, según sabemos, con la rendi-ción de Granada en 1492, y por esta circunstanciala manía alquimica no pudo hallar asiento. A la vistade esta bellísima ciudad, y aun bajo sus muros, seformó am escuels , no de alquimistas, sino dehéroes, que tuvo por maestros los Gonzalo de Cór-doba, los Ponce de León, los Aguilar y otros más,que con sus hazañas tanta gloria dieron á nuestrapatria y tanta admiración causaron en Europa. Deesta escuela descienden los alquimistas que enaquellos tiempos tuvo España. Pues bien, cuandolos alquimistas esparcidos por todas partes se afa-naban por el hallazgo de la piedra filosofal, Españaapenas tenía un alquimista, por más que la sed deoro que devoraba á las naciones de Europa no lasintieron también nuestros antepasados. Pero enesta época, tan venturosa para nuestra patria, apa-recióse un hombre de rara inteligencia con gran-diosos proyectos, que ya habia paseado por algu-nas cortes. Llega este hombre singular fatigado deun penoso viaje al convento de la Rábida, y en élhalla hospitalidad y consuelo de sus desventuras.Un modesto, ilustrado y caritativo religioso, fray

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Juan Pérez de Marchena, es quien recibe al viajeroColon, y éste, aliviado algún tanto de sus penas,halla ocasión de manifestar sus planes al padreMarchena. ¡De qué cosas al parecer tan pequeñasdependen á veces los grandes acontecimientos!Recomendóle el religioso á la corte de la gran rei-na Isabel la Católica, y á esta excelsa princesapresentó sus planes: oyóle con benevolencia, apro-bó sus designios y ordenó se preparase la expedi-ción que á buscar nada menos que un mundo nuevose encaminaba. No hay dinero para realizarla, y lamagnánima reina vende sus joyas para llevarla áefecto.

Colon señala un nuevo mundo en ocasión en queEspaña no tiene alquimistas que la engañen como átantos príncipes del resto de Europa, pero tiene unCortés, un Pizarro y un Almagro, quienes con unpuñado de héroes, que apenas conocían la palabraimposible, conquistan las tierras señaladas por Co-lon y envían á su rey los tesoros de Motezuma y deAtahualpa, príncipes los más poderosos del vastoContinente americano.

La ciencia económica estaba entonces poco ade-lantada, y con el tiempo ha venido el desengaño deque la plata y el oro por sí solos no constituyen lariqueza de las naciones; y aun puede asegurarse quenunca España fue más pobre que cuando los metalespreciosos abundaron en ella.

En el siglo XVII es cuando la alquimia llega á suapogeo para descender ya rápidamente y pasar delos hombres pensadores al vulgo en cuyas manosespira, y en él también se realiza un cambio favora-ble, y se vislumbran los primeros albores de la ver-dadera química. Algunos alquimistas, más ilustradosque la generalidad de ellps, conociendo sus erro-res, se proponen separar la ciencia del tortuoso ca-mino que por tantos años la habian llevado y diri-girla con más acierto. Con efecto, aunque la tras-mutación de los metales era todavía en este tiempoel objeto principal de la alquimia, y por consiguien-te el gran problema que habia que resolver, puestodo lo demás tenía un ínteres secundario, los al-quimistas de más mérito, sin abjurar sus creencias,investigan sobre un campo más extenso, con inde-pendencia de la trasmutación, las reacciones que severifican cuando los cuerpos se hallan en condicio-nes convenientes.

¿Quién duda hoy, juzgando sin prevención que laalquimia ha prestado grandes servicios á la química?El verdadero alquimista ¿no c-ra laborioso, sobrio,constante en sus propósitos, tanto que el experi-mento que solia principiar uno con frecuencia lecontinuaba otro que le habia recibido como heren-cia, y desprendido hasta cierto punto, pues sabidoes que muchos sacrificaban su fortuna para ver derealizar su ideal? ¿No salió de los trabajos de un al-

quimista el conocimiento del fósforo? ¿No fue un al-quimista también el que halló el medio de fabricaren Europa la porcelana de la China y del Japón? ¿Noson los alquimistas los que para sus multiplicadosexperimentos supieron proporcionarse vasos y hor-nos de los que después se ha servido la verdaderaciencia? Y finalmente, ¿no son dignos de compasiónlos alquimistas de la Edad Media que, operando alacaso, con frecuencia eran victimas de explosionesque no sabían evitar y de emanaciones perniciosascuya naturaleza desconocían?

Los alquimistas, se dice en cambio, eran misterio-sos, supersticiosos, achaque de aquellos tiempos,retraídos, oscuros en la manifestación de sus ideas,las que expresaban en sus libros en lenguaje alegó-rico é ininteligible, que es todo lo contrario que hoynos proponemos, que. constituían una especie desecta, cuyos adeptos se reunían en los atrios y enlos claustros de las catedrales al modo que se dicelo hacían los adeptos del arte sagrado en los tem-plos de Tebas, Ménfis y Heliopolis, y que iban enpos de una ¡dea quimérica.

Así considerados los alquimistas, son dignos decensura, y la crítica severa ha hallado motivo sufi-ciente para zaherirlos y escarnecerlos. El error yhasta lo absurdo es achaque de todos los tiempos, ysiempre lo uno y lo otro han hallado partidarios; yhoy más que en aquel tiempo las doctrinas alquími-cas tienen disculpa; y sobre todo, ¿no se proponíael alquimista para la trasmutación imitar á la natu-raleza? Seamos justos: los alquimistas son los pri-meros que han puesto en práctica el método expe-rimental, ó que han aplicado la observación y la in-ducción; y ya el árabe Geber en los siglos VIII y IXpracticaba las reglas de la escuela experimental queGalileo, Bacon, Descartes, Palissy y Boile prefijaronalgunos siglos después. Rogerio Bacon, sabio del si-glo XIII, recomendaba también los mismos precep-tos, y observándolos hizo importantísimos descubri-mientos. Sin embargo, no podemos desconocer quelos alquimistas se limitaron á un-objeto determina-do, y que por lo tanto el método experimental nopudo traer las felices consecuencias que alcanzó estemismo método invocado por los filósofos citados.Las investigaciones de los alquimistas, hechas eneste sentido, no podian atraer á nadie al buen ca-mino para el estudio de las ciencias, pues si bienexperimentaban mucho, hacíanlo de un modo mis-terioso, y por esta circunstancia principalmente, nose les puede considerar en general como los funda-dores de un método ordenado y filosófico. Ya queno se les puede conceder el honor de haber creadoel método experimental, que no obstante practica-ban en estrechos limites y con un objeto determi-nado, tampoco se les puede negar que aun así sustrabajos no fueron infructuosos.

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Su ideal, el hallazgo de la piedra filosofal, les con-dujo á hacer un estudio prolijo de las reaccionesque se verifican entre los cuerpos, tanto simplescomo compuestos; y como este ideal era irrealiza-ble y tanta su perseverancia, no en años, sino ensiglos, llegaron á reunir una porción de hechos y áconocer no pocos productos que tanto habían deservir para constituir la ciencia en el siglo pasado-El conocimiento de los ácidos minerales más impor-tantes y el de varios compuestos de mercurio, pla-ta, cobre, hierro, arsénico y azufre, son debidos engran parte á los alquimistas árabes Geber y Rhasis.A Alberto el Magno se atribuye el invento de la co-pelación de los metales preciosos: él nos describecon bastante exactitud algunos compuestos de plo-mo, y él es quien hace uso por primera vez de la pa-labra afinidad, de tanta significación en el lenguajequímico. A Marco Greco y á Rogerio Bacon se con-cede el descubrimiento de la pólvora. RaimundoLulio, versado en muchos de los conocimientos hu-manos, da en su Ars magna un sistema filosóficocompleto para aquellos tiempos, en el que consignauna porción de hechos referentes á la alquimia y ála preparación de varios productos que hoy tienenuso en medicina. Isaac el Holandés señala en susobras muchos procedimientos químicos que mere-cieron los elogios del sabio Boile y de Kunckol. Ba-silio Valentino dio á conocer en su libro Cwristrivnphalis anlimonii el modo de obtener el anti-monio y muchos productos de que este metal haceparte, así como .una porción de hechos, nuevosunos, y ya conocidos otros. Los alquimistas sabíanpurificar el alcohol y los álcalis, fijar con perfecciónvarios colores, entre ellos el de escarlatina, y nofalta quien pretende, lo que se puede negar en ab-soluto, que conocieron el oxígeno.

Todo esto y mucho más que pudiéramos añadir,¿no hace dignos á los alquimistas de nuestra consi-cion y respeto? Verdad es que todos estos hechosno constituían un cuerpo de doctrina, y lo es tam-bién que por el camino que ellos seguían jamás sehubiera podido llegar á la constitución de la cienciaquímica; pero no se les niegue que acopiaron mate-riales para que en el trascurso de los años se fun-dase esta ciencia sublime, que en cierto modo exis-tia, de la que se hacen tantas y tantas aplicaciones.No seamos, pues, severos con los que profesaron elarte hermética: la herencia que dejaron aceptadafue: locos, temerarios ó tenaces experimentadores,como quiera que se les considere, ellos son nues-tros abuelos, dice con mucha razón Luis Figuier.Que la alquimia no halló lo que buscaba, nos es evi-dente; pero encontró lo que no pretendía hallar. Nodio con la piedra filosofal, á cuyo fin encaminabatodos sus esfuerzos; pero casi puede decirse encon-tró la química, ciencia que trasforma en raudales

copiosos de riqueza materias hasta inmundas, queen otros tiempos no tenian valor; que alivia el pesode nuestros males; que perfecciona la condiciónmaterial de nuestra existencia y ensancha los lími-tes de nuestra actividad. La alquimia, repetimos, nohalló la piedra filosofal de los antiguos adeptos; peroen cambio encontró la piedra filosofal do las nacio-nes cultas, y contribuyó no poco á poner de mani-fiesto una gran verdad, que es el único dogma de laquímica.

La alquimia fue una especie de contagio que pe-netró hasta en el palacio de los príncipes, en loscuales solia haber un alquimista bien dolado, ácuya disposición se ponia un laboratorio provistode cuanto exigia para sus investigaciones; peroestos alquimistas solian ser todavía de los que te-nian fe en sus doctrinas; en cambio, habia otros quevagaban por diversas naciones, sobre todo por Ale-mania é Italia, que eran unos aventureros de malaley, y mejor dicho, embaucadores y estafadores.Estos alquimistas son los que merecen las críticasy las censuras que recayeron sobre los verdaderos.Los alquimistas aventureros conocian bastante bienvarias operaciones de la química y ciertos prepara-dos de oro y de plata, que introducían en sus criso-les para aparentar la trasmutación de los metalescomunes en métalos preciosos. Cuando estos em-baucadores eran conocidos en un país y calificadosen él de criminales, íbanse á otro á ofrecer el. gransecreto de hacer oro á los codiciosos que con fre-cuencia caían en sus lazos. Llama la atención quelas víctimas de tales engaños no comprendiesenque los que les vendían el gran secreto para ha-cerse poderosos eran unos miserables que en elcaso de peseerle le habrían utilizado para sí. Estoscharlatanes de la peor ley hacian también una es-pecie de espectáculo de sus operaciones alquími-cas, que llamahan proyecciones, las que ejecutabanen las plazas públicas, y con harta frecuencia se lesdaba entrada en los palacios de los príncipes, y aunse les acogía con sumo interés, en los cuales algu-nos recogieron buen botin. El pseudo alquimistaDaniel estafó 20.000 ducados á Cosme I, duque deToscana, por el falso secreto de hacer oro; mas nosiempre se estafaba sin riesgo de esta manera: enla corte del Elector duque de Wurtemberg se pre-sentó el titulado alquimista Honauer, que pretendióengañar al príncipe; pero éste, más cauto que elduque Cosme, descubrió la superchería y le hizoahorcar; fin que tuvieron varios de estos malvados.

IV.

La alquimia no termina en el siglo XVI: sigúesecreyendo en la trasmutación de los metales y se tra- •baja en este sentido; pero la química propiamentedicha toma un carácter que no habia tenido en el lar-

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gufsimo período de la Edad Media. El hombre filó-sofo invoca la experiencia, mas no para practicarlaComo los alquimistas, sino dirigida por la razón.

Todo siglo, por desventurado que haya sido, noha dejado de preparar, no algo, sino mucho, para elvenidero. En verdad que el siglo XV fue poco fe-cundo en descubrimientos; pero en él tuvo lugaruno que por sí solo ha bastado para darle celebri-dad en la historia, que es el de la imprenta, el másfeliz y de más trascendencia para difundir los cono-cimientos. Fue tanto lo que progresó este arte, quelibros muy raros, y por consiguiente costosos, ya lospudieron adquirir fácilmente los hombres de estu-dio antes de que este siglo terminase, próximamenteunos cincuenta años después del descubrimiento delarte más civilizador; complemento si se quiere dela invención del papel, que aunque algo antigua,no se generalizó hasta el siglo XVI. Cualquiera delos dos inventos aislados no podia conducir á los re-sultados sorprendentes obtenidos por ambos.

La sobreexcitación en que se hallaba la Europa,sobre todo la parte centra!, por diferentes causas,pero dependientes unas de otras, no dejó de ejercercierto influjo en los adelantos de la química. Invo-cóse el libre examen con un fin determinado, encuyo concepto apreciado está ya sobradamente;pero este principio no fue dañoso para las cienciasde demostración y experimentales en las que la au-toridad son los hechos, pero no así como quiera,los hechos bien comprobados; en una palabra, loevidente.

Es considerabilísimo el impulso que se dio en estesiglo á la química en varias naciones de Europa;pero en él, aunque de oro para España, lo que másbrilló en ella fue la teología, la ciencia del derecho,la literatura, que llegó casi á su apogeo, y algunasotras; pero respecto á ciencias experimentales, pre-ciso es decirlo, excedían á nuestra patria otras na-ciones monos adelantadas entonces en el primerconcepto.

El movimiento que recíbela química en este siglose la dan principalmente Paracelso, Jorge Agrícolay Bernardo Palissy. El primero puede ser conside-rado como el representante de la química aplicadaá las ciencias médicas, el segundo á la metalurgia yel tercero á la industria.

Paracelso, hombre de carácter violento, pero queposeia algunas de las dotes que debe tener un refor-mador, se propuso, y en parte lo consiguió, que losmédicos de su tiempo prestasen más atención á laquímica y adquiriesen más conocimientos de ella,única ciencia que, según él, era la que podia sacar-les de su ignorancia: así se opina también hoy conbastante más razón que la que podia asistir en aqueltiempo á Paracelso. Este hombre célebre, lo fuemás por su audacia que por su ciencia, según se

echa de ver por sus escritos; pero como á la escue-la que él fundó pertenecieron médicos do méritoreconocido, preciso es también concedérsele á él, ócuando menos cierto prestigio que no se suele ad-quirir sin causa aparente.

Las ideas de Paracelso respecto al airé eran conpoca diferencia las de los filósofos griegos de la an-tigüedad; tuvo alguna noción del hidrógeno, gasque desprendió poniendo en contacto limaduras dehierro con ácido sulfúrico. En cuanto á los metales,considerábales de la misma manera que los alqui-mistas; es decir, como cuerpos compuestos de mer-curio, azufre y tierra. ¿Es posible que cuantos estohan afirmado quedasen satisfechos, no habiendo na-die demostrado en ellos tales sustancias? ConocióParacelso algunos óxidos metálicos, entre ellos unode los de mercurio, que tal vez fue el primer com-puesto de este metal de que se hizo uso como me-dicamento interno. Es Paracelso el primero quehaya hecho mención del metal zinc, y el arsénico noparece le era desconocido, al menos en combinacióncon el azufre. Creía en la trasmutación de los meta-les, y sus ideas cosmológicas y las que tenía de lavida y de la composición material del hombre nocarecen de originalidad. No se puede negar queParacelso contribuyó más que ningún otro de suépoca á la propagación de los medicamentos quími-cos, y también que por su influencia, tanto la me-dicina como la farmacia experimentaron un cambioimportante.

Jorge Agrícola es el metalurgista más notable deeste siglo, y sus obras, principalmente la tituladaDe re metálica, fue de mucha utilidad, y aun hoy sela consulta. En esta obra clásica para aquellos tiem-po, señaló los conocimientos que debe tener el me-talurgista, y se fijó para esto de un modo espe-cial en la química, en la física y en la geología; dis-curreen ella con grande acierto acerca del beneficiode los minerales, y trata de un modo admirable delos ensayos docimásticos, parte muy esencial de lametalurgia, de que entonces se sabía muy poco,pues el análisis química en que se fundan, parte lamás esencial de esta ciencia, era casi desconocida.

A los adelantos de la química matulúrgica en estaépoca contribuyeron también Pérez de Vargas, ape-llidado el Agrícola español, que describió con bas-tante exactitud la manganesa, un procedimientopara templar el acero, el grabado en cobre por me-dio del ácido nítrico y una porción de operacionesmetalúrgicas. Beringucio, que condena las doctri-nas alquímíc'a's', "si bien admite como los alquimistasque los metales son cuerpos compuestos, trata conacierto del procedimiento analítico llamado incuar-tacion, y del modo de preparar varias aleacionesmetálicas; y Cesalpino, que trató de la metalurgiadel mercurio y además describió algunos preparados

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de antimonio y de mercurio, dio alguna idea de lacomposición del albayalde y trató además de variasmaterias que no carecen de interés. Los metalur-gistas espafloles inventaron por este tiempo, tantoen la América del Norte como en la del Sur, variosprocedimientos para el beneficio de la plata y deloro. Bartolomé Medina dio á conocer á mediados deesle siglo el método de amalgamación para benefi-ciar los minerales de plata; método que, bien exa-minado hoy, atendida la escasez de conocimientosquímicos de aquellos tiempos, admira cómo siquierapudo concebirse: este mismo método fue modificadodespués, pero solo para casos especiales, por elpresbítero Alonso Barba, cura párroco en el Cuzco.Como el método de Medina exigia para beneficiar eloro y la plata cantidades de mercurio, y la mina deAlmadén no suministraba lo suficiente por el proce-dimiento que entonces se seguía para obtener estemetal, Juan Alonso Bustamante ideó el que hoy to-davía se sigue, tanto en Almanden como en Cornio-la, con el cual se le obtuvo en abundancia. En estasregiones descubrieron después los metalurgistasespañoles el metal platino, que para utilizarle fuepreciso que la ciencia química, á la que tanta utili-dad habia de prestar, hiciese algunos adelantos;pues es evidente que sin los vasos de platino mu-chos descubrimientos estarían por hacer.

Bernardo Palissy es el que más descuella en esteperíodo en lo referente á la química industrial.Este hombre, de origen oscuro y sin ningún cono-cimiento de las lenguas muertas, falta grave enaquel tiempo y aun hoy, pero dotado de un clarísi-mo entendimiento, proclamó el método experimen-tal, único medio, según él y según todos los quepiensan con acierto, para combatir las teorías des-cabelladas que á menudo brotan de los que se de-jan llevar de su fogosa imaginación; y en esta parteprecedió al canciller Francisco Bacon y al ilustreGalileo.

El arte cerámica es lo que más llamó la atenciónde Palissy, que elevó á mucha altura con los multi-plicados experimentos que practicó para fijar losesmaltes en los objetos que él denominó piezasrústicas por las figuras con que los decoraba, obje-tos que hoy se buscan para enriquecer los museos,y que al presente se les imita por haber vueltohasta ser de moda. No era Palissy sólo el ilustrealfarero que para los adelantos del arte cerámicaquemaba el techado de su modesta y aun pobrecasa por carecer de recursos para comprar combus-tible con que atizar sus hornos: poseía conocimien-tos muy variados, tales como la física, la química,la cristalografía, la agricultura, y hasta la medicinano le era extraña. Respecto á la alquimia, hace vercon buenas razones que la piedra filosofal y la tras-mutación de los metales es una pura quimera: el

oro de los alquimistas, á quienes ridiculiza, dice,sólo tiene de tal la apariencia; mas esto habíalodicho ya hacía unos dos siglos Alberto el Magno:el oro de los alquimistas, decia este sabio de su -época, no resiste á la prueba del fuego.

En este mismo siglo brillan en Italia algunosgrandes pensadores que no dejaron de contribuiral adelanto de la ciencia, ya con los hechos quedieron á conocer, ya propagando el procedimientoexperimenta!. Merecen especial mención LeonardoVinci, que además de ser un pintor distinguido,conocía las ciencias físicas, y dio una explicacióntan clara del fenómeno del fuego, fenómeno que entodos los tiempos tanto ha llamado y llama hoy laatención de los sabios, que parece le faltó dar unsolo paso para hallar el oxígeno. Jerónimo Cardan,escritor insigne que en su libro De varietate rerum,después de dividir los cuerpos en combustibles yno combustibles, dice que el fuego no es un ele-mento, que la combustión la alimenta un fluido quevuelve á inflamar un cuerpo que sólo tenga unpunto en ignición; hecho importantísimo al que noacompañan las demostraciones necesarias para con-ceder á este sabio el conocimiento del oxígeno,cuyo efecto éste y otro gas sólo pueden producirle.Manifiesta Cardan haber hecho estudios de' algunaimportancia de las sustancias tóxicas, cuyos resul-tados no publicó, por evitar el daño que pudieracausar cosa de tanta trascendencia: precise es de-cir, sin embargo, que á la sazón sabían más acer-ca de este particular los criminales que los hom-bres de ciencia, y harto poco hubiera arriesgadodándolos á conocer: no fue en esta parte tan es-crupuloso su compatriota J. B. Porta, que hizo losmismos estudios y no tuvo reparo en publicar susobservaciones. Cardan, que era enciclopédico, hizotrabajos^de alguna importancia en lo referente á laquímica industrial, sobre todo en la coloración delvidrio por los óxidos metálicos, arte que en su tiem-po estaba bastante adelantada, y tanto, que hoyapenas se hacen en él trabajos más delicados.

Estos tres filósofos de mucho mérito, y algunosmás que pudiéramos citar, eran enciclopédicos, ypuede decirse que sólo se ocuparon de un modo in-cidental de las cosas referentes á la química; puesde otro modo tan sublimes talentos la hubieran dadomás impulso. Son á la época en que vivieron lo quelos filósofos griegos á la antigüedad.

RAFAEL SAEZ PALACIOS,

Decano de la facultad de Farmacia,de la Universidad de Madrid.

(Continuará.)

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490 REVISTA EUROPEA.—14 DE OCTUBRE DE 1 8 7 7 . N.° 190

LA TIERRA PROMETIDA.RECUERDOS OE UN PROVINCIANO,

I.

EN LA JAULA.

Había cumplido veinte años, y Pablo Montenegrovivia aburriéndose lindamente de la tranquila vidaá que se veía sujeto en una reducida capital de pro-vincia:

Esto, que no extrañará seguramente al que co-nozca un poco el mundo y la organización de lamayor parte de la juventud de nuestra época, esprobable que no pudiera explicárselo el honradovecino de una ciudad que viera en ella prosperarsus negocios, y gozara una existencia sosegada.

Ese hombre, especie de molusco adherido allícomo la ostra al peñasco, ¿cómo no había de escan-dalizarse de que Pablo viviera soñando con el tris-te porvenir que le hacian entrever la agitación desu corazón y la ociosidad de su vida? ¿cómo nohabía de creer que la dicha existia dentro de lastapias del pueblo? ¿No la tocaba él?

Razonamiento elocuente que hubieran prohijadolas tres cuartas partes de sus convecinos.

Además, un poeta, con el que por esta vez se ha-llaban con extrañeza de acuerdo, habia dicho ya:

Feliz el que nunca ha vistomás rio que el de su patriay duerme anciano á la sombrado pequeñuelo jugaba.

¿No es esto elocuentísimo? Poco importaba queel pueblo fuera como aquel de que Cervantes noquería acordarse. Ellos, por patriotismo al menos>estaban en el deber de entonarle su himno.

¿Qué se diria si no hacian por levantar el espíritude localidad?

Los descreídos podrán creer que la patria es unapreocupación, y que la casualidad que nos creóuna, hubiera podido darnos otra distinta; mas,¿quién toma en yerio las blasfemias de los descreí-dos?

Además, para abogar por la población de que setrata, no habia necesidad de hacer mucha gimnasiade espíritu. Su nombre, ni más menos que el deotros pueblos de la Vieja Castilla, se ostenta altivoen las páginas guerreras de la Etlad Media, y sabidoes hasta dónde puede hacerse agradable la vida encualquiera de estas históricas ciudades.

Dejando esto apuntado para dar siquiera una ideade su valía, volvamos á Pablo, que creía sincera-mente que su pueblo era el más detestable delmundo, no por otra cosa sino porque el destino leencadenaba en él á pesar suyo.

Había nacido ppra volar, según él mismo se decia,y las circunstancias tenían plegadas sus alas enaquel nido.

Pablo anhelaba vastos horizontes; su deseo erarespirar libremente fuera de aquella atmósfera, yrecibir otras impresiones distintas de las que un diay otro eran para él un tormento.

Los placeres de la vida de provincia, de que esta-ba saturado, no le lisonjeaban ni interesaban lo másmínimo. Su espíritu volaba á otras regiones miste-riosas, donde se figuraba tener un asiento para gozarlos variados placeres que representaba aquel mundo.

Por lo demás, ningún proyecto formal, ningunaidea determinada figuraba en su programa.

Ver el mundo, conocer sus goces y brillar en él;esto era su eterno grito de guerra y la pesadilla desu espíritu.

Las continuas lecturas á que venía entregándose,le habían extragado el gusto para saborear los en-cantos y la tranquila dicha del hogar.

Su ideal era el reflejo de las páginas cbn que suvagabunda imaginación le recreaba. Nuevo Don Qui-jote, se veía sobresaltado por las quimeras de unmundo tan seductor como el que le brindaban losnovelistas más en boga.

A falta de cálculo, vivia con esa ilusión con laque todos vivimos hasta que el mundo, visto decerca, nos hace conocer el peligro de nuestra ino-cente creencia.

El materialismo que sobrenada en la literaturamoderna habia contagiado á nuestro joven. Cautivode sus ideas, naturalmente, la mujer, tal como sela hacian concebir, era una de las mentiras que aca-riciaba. Detrás de ella, seguían en lucida procesiónlos triunfos de la vanidad y todas las efímeras satis-facciones de la juventud.

Soñando con la dicha, se despertaban en él todaslas inclinaciones naturales que la necesidad le obli-gaba á comprimir.

Delirando con los triunfos que mundo semejanteal que entreveía, guarda para sus subditos, aspira-ba á la gloria insensata con que la vanidad alimentaá las naturalezas imperfectas.

El demonio de la ambición, pero de esa ambiciónmundana que todo lo bastardea, revoloteaba sobresu cabeza haciéndole la más inocente víctima.

En una palabra» Pablo soñaba todas las locurasque á los veinte-años pueden exaltar una imagina-ción continuamente excitada.

Enamorado de sus ensueños, veía con dolorososufrimiento que su vida era la más cruel antítesisde sus aspiraciones.

En la pequeña ciudad donde vegetaba, nadapodiahacer para satisfacerlas: su vértigo se estrecha-ba al tomar cuerpo en aquellos límites tan estre-chos.

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N.°190 A. PÉREZ HIOJA. LA TIERRA PROMETIDA. 491

Pablo era hijo único, y sus ya ancianos padres,que.le adoraban, pugnaban por retardar lo posibleaquel momento en que la continuación de sus estu-dios requería su alejamiento del hogar paterno.

Pero llegó un dia en el que, haciéndose la situa-ción insostenible por el mal encubierto despechode Pablo, su padre no pudo menos de dirigirse á él,como era de esperar.

En tan decisivo momento, nuestro joven, aunquetemblando, se dispuso á afrontar las consecuenciasde lo que con su conducta habia provocado.

La escena que tuvo lugar entre el padre y el hijofue breve, aunque decisiva.

El anciano Montenegro vino á decir á Pablo, sobrepoco más ó menos:

—«Hace tiempo he notado que mi voluntad pesasobre tus ideas más de lo que yo quisiera. No voy aacriminarte por ello ni á hacer un llamamiento á tussentimientos filiales. Tratándose de hombres, el co-razón debe contenerse en los límites de lo justo, yno dejarse llevar de esos impulsos que, por más quesean naturales, nos obligan á veces á retroceder enun camino por el que la razón nos conduce. Vamosá separarnos, puesto que se hace preciso; y al ha-cerlo, por más que nuestros mutuos sentimientos serevelen, los dos habremos cumplido con un deberde conciencia. La tuya no estará satisfecha hastallegar al logro del deseo que te aqueja; por mi par-te, tengo la obligación de no combatirla ciegamente.He querido preservar tu juventud de los peligrosque el mundo tiene para esa edad: á mi lado has ad-quirido el suficiente conocimiento para guiar tu vo-luntad por el camino de lo verdadero. La instrucciónque te falta debes adquirirla; pero no olvides queésta es hoy convencional en la sociedad. Para unos,no es otra cosa que saber lo que les puede favore-cer para pasar por honrados, aunque no lo sean.Para otros, consiste en ejercicios más nobles y mo-lestos: elige sin vacilar los últimos si quieres que tepremie tu conciencia. No te fuerzo á seguir una car-rera que pueda mantenerte independiente, persua-dido de que hoy, con títulos académicos mal gana-dos, no obtendrías más que con los conocimientosque tu fuerza de voluntad y tu celo pueden alcanzaren el mundo. Cuando puedas emplear éstos en pro-vecho propio, tienes aquí un capital de que disponer.Hasta entonces, yo cuidaré de que no te falte loprecise, si con tu conducta no me obligas á reti-rarte mi confianza. En ese mundo en el que vas áentrar hay abismos de los que un joven puede salirconvertido en un infame ó en un hombre honrado.Raciocina, puesto que ya eres un hombre: en estacartera que te entrego hallarás lo suficiente paravivir con desahogo un par de años, que deseo re-corras entregado á tus propias inspiraciones. Abrá-zame, hijo mió, y disponte á partir cuando lo juz-

gues necesario. Ya tienes mi aprobación, y puedesrealizar todos tus propósitos.

Algunos dias después de esta escena, Pablo mar-chaba con dirección á Madrid, en la diligencia quediariamente partía para aquel punto.

Su salida del pueblo fue señalada solo por un in-cidente que debemos apuntar, como un cargo parala conciencia de nuestro héroe.

En S " \ como en todos los pueblos de alguna im-portancia que no habian tenido la dicha de ver cru-zado su territorio por una línea férrea, la entrada yla salida de la diligencia en la población, era un su-ceso que no por ser diario dejaba de anotarse entrelas distracciones que podian procurarse sus habi-tantes.

Todos los dias, tan luego como se oía el látigo delpostillón y se sentía en el empedrado el crujido deaquel matalotaje de hierro y madera que Fígarocomparaba á «««a casa flotante que va á llevar á otraparte á sus vecinos,» se notaba en el vecindario delas calles por donde cruzaba con la majestuosa cal-ma marcada en las ordenanzas municipales, un mo-vimiento de atenta observación que gráficamenteponia de relieve toda la mezquina curiosidad quecaracteriza á las gentes de provincia, y de cuyo im-perio es difícil sustraerse á las naturalezas ordi-narias.

El dia de la salida de Pablo, hizo sin duda la-ca-sualidad que entre los curiosos que se asomaban álos balcones, se encontrara una joven de aparienciamodesta, que tal vez por uno de esos fenómenosfisiológicos propios de nuestra doble naturaleza,fijaba sus miradas con insistencia en aquel carruajeque otra$*veces veia cruzar con indiferencia.

Nuestro joven venía asomado á la portezuela de laberlina, y la niña al verle exhaló un grito lastimero,de esos eseapados del alma, que dejan revelar toda*una historia y un martirio.

Pero la diligencia cruzó sin detenerse, y Pablo untanto inmutado al apercibirse dé lo ocurrido, excla-mó, al par que se recostaba muellemente en suasiento:

—¡Pobre Clara!...La fusta del mayoral y el cascabeleo del tiro de

muías impidieron oir los razonamientos quo des-pués de esta frase se haría, á no dudar, el joven via-jero cuya vida íntima va á pertenecemos.

11.

I.A ENTÜADA £N EL MUNDO.

Tenemos á Montenegro en Madrid, dispuesto á sa-tisfacer sus deseos.

Los primeros pasos en la corte.de España, como

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en todas las ciudades populosas, son de vacilacióny de desaliento. La grandeza de los objetos que seofrecen á la vista, más engrandecidos aún por lailusión óptica que se opera en los asombrados ojosdel recien llegado, parece como que aminoran suvaler personal y le dan á entender que no es másque un insignificante accidente que llega á caer en-tre los vistosos objetos que animan tan prodigiosokaleoróscopo.

Esta especie de contratiempo que sufre á la vistade un gran pueblo todo el que llega á él con aspi-raciones, fue breve para nuestro héroe.

El seductor aspecto del Madrid exterior, si bienle sedujo en los primeros dias, no fue bastante á po-ner la vacilación en su ánimo.

Guiado por un buen instinto, y aleccionado conel hábito de comparar y discurrir, aunque falto deexperiencia, quiso iniciarse sin salir de la orilla, an-tes de lanzarse en la corriente de aquel mar tan fe-cundo en naufragios, en ciertas pequeneces á lasque suele darse poca importancia, y cuyo conoci-miento es sin embargo de gran necesidad para losque aspiran á formar parte de la brillante sociedadde la corte.

Su primer cuidado fue, tan luego como se hallóinstalado en la Fonda Peninsular, ponerse en manosde uno de esos sastres famosos cuyo nombre llegahasta los apartados rincones de una provincia, mer-ced á los periódicos que los preconizan con un en-tusiasmo digno de ser analizado.

A las lujosas prendas del artista de más chic ensastrería, precedieron con sus satinadas facturaslas cajas de cartón de Mr. Lafin, portadoras de finí-simas camisolas, de corbatas de novedad, guantesy perfumería; el sombrerero Aimable y otros indus-triales, que vieron trocados sus productos por sono-ras onzas de Carlos III cuya legitimidad no dabalugar á dudas.

Alguno de estos honrados artistas evocaba tiem-pos después este suceso, que habia sido base paraafianzar el crédito del provinciano, convertido porentonces en uno de sus deudores más contumaces.

Mas no hemos llegado todavía á esa agitada épocade su vida. :

Comenzando por los espectáculos donde acudialo más selecto de la sociedad madrileña, el recienllegado fue poco á poco, ayudado por una atentaobservación, comprendiendo el mecanismo, digá-moslo así, de todo lo que veiav La especie de enva-ramiento que en los primeros dias del estreno desus trajes se notaba en su figura, iba desaparecien-do con el estudio que hacía de los modales de loselegantes dandys que encontraba en todas partes.

Su asistencia á los teatros le habia proporcionadoya algún conocimiento, siquiera fuese ligero, conalgunas personas no menos asiduas que él, con las

que había tenido ocasión de cambiar todos esos pe-queños favores que á nada obligan, y que á vecessuelen ser preludio de amistades íntimas, cuandoentra por algo la curiosidad ó la simpatía.

La cesión momentánea de unos gemelos, el cam-bio de unas palabras, y basta el saludo obligado deldía siguiente, van acercando insensiblemente á dospersonas sin comprometerlas á nada, hasta quellega un dia en que por cualquier lance imprevistose ve precisada una de ellas á recurrir á la amabili-dad de la otra. Sucede entonces que si el servicioque se exige es de poca consideración y la condes-cendencia del demandado llega á rebasar los lí-mites de lo que se exige, la correspondencia no sehace esperar, y el conocimiento de amistad quedade hecho entablado, á pesar de las declamacionesde los filósofos.

Esto vino á ser lo que aconteció una noche áPablo.

La butaca próxima á la suya, en uno de los tea-tros que conmás empeño frecuentaba, solía ocupar-la constantemente un joven de poca más edad quela suya, con el que ya habia cambiado todos esospequeños cumplimientos de que dejamos hecho mé-rito. Aquél joven, de franca fisonomía y de una des-envoltura que atestiguaba lo familiarizado que sehallaba con el espectáculo y los constantes habitan-tes de palcos y butacas, fuó desdo luego para nues-tro provinciano objeto de atención, y aun de vene-ración disimulada. Por las palabras sueltas quehubo de escucharle alguna vez, así como por lasalusiones que alguno al paso le dirigía, comprendióPablo que su desenvuelto vecino debia escribir enalgún periódico.

El desconocido, con efecto, formaba parte delpersonal de redacción de un diario político, y erapor tanto uno de esos brillantes jóvenes, esperanzade la patria, que desde el Olimpo de la prensa lan-zan sobre la opinión pública el fuego de sus tremen-das baterías. Su imperio lo ejercía en la gacetilla,asiento de entrada en esos laboratorios intelectua-les en cuyas aras se puede desempeñar un noblesacerdocio, ó una profesión que comercie hasta conlas ideas. La crítica de teatros, desdeñada casisiempre en nuestros periódicos por los redactoresde punta, como se les llama á los que consagrantoda su inteligencia á la política, era en toda sufuerza de la compotencia absoluta de aquel mance-bo que á los veinticuatro años, cuando aun no teníapor su edad derechos de ciudadano, podia por suposición especial descargar los más recios golpes,sin responsabilidad criminal, sobre la cabeza de unautor dramático y los encargados de dar vida mate-rial á sus creaciones.

La noche en que se trabó un formal conocimien-to, como vamos á ver, entre ambos jóvenes, tenía

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lugar el estreno de una obra dramática, acerca dela cual se habian hecho por los actores los auguriosmás desfavorables.

Al terminarse el último acto de la comedia, lasaclamaciones de un público numeroso que con in-sistencia pedia el nombre del autor, hicieron pro-rumpir á nuestro flamante gacetillero en algunasfrases enérgicas, que eran, á la par que un elogio in-directo, la condenación más terminante délos teme-rarios juicios que se habian hecho por los artistas.

—¡Claro1 como siempre,—decía volviéndose haciaPablo.—Basta que á esos badulaques de actores noagrade una obra, para que sea buena. Sepa usted,—añadió frotando con el pañuelo el forro blanco desu sombrero,—que esa comedia ha estado tres añossin representarse, hasta que el empresario, á ruegomió y de otros amigos, ha obligado casi por fuerzaá los actores á que se haga.

Pablo, repuesto de la impresión que le causaraaquel inesperado aluvión de palabras, se disponíaá contestarle con alguna frase de completo asenti-miento, á tiempo que se alzaba la cortina, y un ac-tor que se ha hecho célebre más por el modo peculiarque tiene de cortar el verso que por lo extraordi-nario de su talento, se adelantaba hacia el público,dirigiéndole con el acento de pü-picato que le especuliar, las tradicionales palabras:

«La comedia que hemos tenido el honor de re-presentar, es original de D...» (pronunciando aquí unnombre completamente desconocido en la repúbli-ca literaria, y que, aun cuando sonó con este moti-vo algún tiempo con encomio en todos los labios,ha vuelto otra vez á oscurecerse.)

Los bravos del público, y algunas voces que par-tieron de la galería demandando que el autor sepresentase, obligaron á éste á exhibirse en el palcoescénico, apoyado en el actor que habia anunciadosu nombre, y conducido de la mano por la actrizque desempeñaba el principal papel de la obra.

Pablo, á la vista de aquel conmovedor espec-táculo que nunca habia presenciado, sintió ante todouna secreta envidia hacia el afortunado mortal queasí se alraia las miradas y los aplausos de tan esco-gida multitud. Al verlo aparecer en aquel tabladomaravilloso, saludado con una salva atronadora deaplausos que remedaba el rugido de una catarata,hubiera dado la mitad de su vida por encontrarseen situación análoga.

El más puro entusiasmo aleteaba sobre la cabezade los espectadores saturándolos con su aroma, ylos gemelos de las hermosas que impregnaban lasala de luz y poesía se asestaban con fruición en lafisonomía de aquel dichoso hijo de las Musas, cuyamirada revelaba todo lo supremo de su goce.

No sé ocultaba á Montenegro que en todo aque-llo habia algo más grande y consolador que en la

fria atmósfera donde el mundo alimenta de ordina-rio las concepciones de sus cálculos.

De sus pensamientos llegó á sacarle la voz de suvecino, que gritaba de modo que le oyeran:

—Así, así debe entrarse en el teatro; por la puer-ta grande.

—¿Es la primera obra que ha escrito?—dijo Pablo.—La primera que ha escrito, no; pero al menos

es la primera que le representan.—En lo cual le cabe á usted alguna gloria,—re-

plicó nuestro provinciano por atraerse á su amableinterlocutor.

—Le diré á usted,—contestó éste bajando un tan-to la voz:—yo, que soy de los creen que en litera-tura, como en todo, se necesita gente nueva (ysupongo que usted será de mi opinión,) tenía deseode que se hiciera la obra de este muchacho y queobtuviera el éxito que usted ha visto, para que seconvencieran los actores y empresarios de que de-ben proteger al que empieza y preferir sus creacio-nes, que llevan todo el fuego de la primera inspi-ración, á las de los autores conocidos que ya hanexprimido toda la savia de su talento. Y no creausted,—continuó con un aplomo encantador,—quedigo esto porque yo me halle en un caso parecido:dos comedias mias tienen en este teatro, y á pesardel tiro que podria hacer á la empresa, no he pre-guntado siquiera á esos señores cuándo piensan re-partirlas; y si usted ve mis Revistas, encontrará quelos trato con una blandura que no merecen. ¡Oh!pero si ahora no me atienden, en vista <3e loqueacaba de pasar, yo les prometo que han de sentirlo.En fin,—terminó acentuando con un gesto de desdensu perorata,—voy á dar mi enhorabuena al autor.

—Una palabra,—exclamó vivamente Montenegroal fijarse en las últimas del autor inédito, que sedisponíase dejar su asiento.

—Usted dirá,— contestó éste con una sonrisa.Nuestro provinciano, que se había propuesto en-

tablar relaciones que juzgara de alguna utilidad,replicó sin vacilar:

—Usted es amigo del poeta que acabamos deaplaudir, y yo tendré una vivísima satisfacción enestrechar su mano. ¿Sería usted tan amable que mepresentase á él?

Pablo, que habia pronunciado estas palabras conentonación musical, quedó suspenso esperando unacontestación categórica.

El interpelado, midiéndole a! descuido desde lospies á la cabeza con una mirada de la que al pare-cer hubo de quedar satisfecho, se concretó á con-testarle:

—No tengo ningún inconveniente.—Pues en ese caso, estoy á sus órdenes.Y Pablo se dispuso á seguir á su complaciente

mentor.

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Un Londres, hábilmente ofrecido tan luego comose internaron en los corredores del teatro que con-ducian al escenario, dio nueva ocasión á Pablo parareanudar aquella conversación que le habia valido,por el pronto, una coyuntura que no pensaba des-aprovechar.

—Sentiría abusar de su amabilidad,—le deciainsidiosamente á tiempo que el periodista se dete-nía delante de una mampara situada en.el fondode una de las galerías.

—¡Oh! nada de eso,—replicaba éste empujando lapuerta y cediéndole el paso.—Entremos al salonci-llo, y aquí podrá usted satisfacer su deseo; el autores amigo mió, y tendrá una satisfacción en que yo lepresente á uno de sus admiradores.

Pablo, satisfecho con esta promesa, entró prece-dido de su complaciente guía en un saloncito llenocompletamente de personas que charlaban acalo-radamente, y que no se fijaron en él, como habiapresentido. Esto le repuso de la emoción que creyóno iba á poder ahorrarse, y más tranquilo, pudopasear su vista por aquella estancia. Estaba éstailuminada por una pequeña lámpara que pendía deltecho, y sin más adornos que un grande espejo conmarco negro en uno de los lienzos de las paredes,forradas de papel carmesí salpicado de oro.

En tanto Montenegro se fijaba en estos detalles,su acompañante, haciéndose paso entre las perso-nas que formaban el círculo, llegó hasta un veladorcolocado en el centro, en el que se apoyaba aquelmismo joven al que el público acababa de rendirovación tan lisonjera.

Pablo vio la mano que le tendia su introductor, yla seña que le hacía á él mismo para que se acerca-ra. Un tanto conmovido se acercó á ellos, oyendoque el primero decia al héroe de la fiesta:

—Te presento á este caballero que deseaba feli-citarte.

El poeta, inclinándose graciosamente, alargó sumano á Pablo, que estrechándola con efusión, notuvo aliento más que para balbucear un convencio-nal cumplido.

Nuevos apasionados que llegaron á cumplimen-tarle, interrumpieron esta escena.

Pablo, entonces, dirigiéndose á aquel joven quede una manera tan deferente le habia complacido, ledijo con acento que demostraba deseo de entablaramistad.

—Caballero, doy á usted las gracias por la aten-ción que le he merecido, doblemente de apreciarcuando yo no tenía la honra de ser su amigo.

—El honrado sería yo, amigo mió,—replicó elotro.

—Pablo Montenegro, en las Peninsulares, quedamuy suyo, y deseando tener ocasión de correspon-derle.

El periodista, echando mano á su cartera, sacóuna tarjeta que puso en manos de Pablo, añadiéndoleestas palabras:

—Enrique Ramírez, en la redacción de... ó dondedicen esas señas, queda á la disposición de usted.

Los dos, como se ve, apuraban hasta lo increíbletoda la gravedad que pueden permitirse unos jóve-nes que no han llegado á ser mayores de edad.

Planteado su conocimiento de una manera tan so-lemne, el amable Ramírez (puesto que ya podemosllamarlo por su nombro) escoltó á su nuevo amigohasta la puerta, despidiéndole allí con una sonrisa yun apretón de manos.

Todo el resto de aquella noche lo pasó Pablodando vueltas en su imaginación á las nuevas ideasque le asaltaban.

—El mundo de las letras,—se decía, queriendoconvencerse á sí mismo,—me brinda cuanto mi im-paciente ambición pretenJe. El escritor de costum-bres, el autor dramático, el periodista y el critico,¿no son un poder que todos reconocen .en la socie-dad? ¿no pisan sobre una alfombra tapizada de lau-reles? ¿no se elevan como semi-diosespor encima dela multitud? Yo mismo acabo de presenciarlo; el es-pectáculo de esta noche viene á demostrarme lofundado de mis cálculos y lo acertado de mis su-posiciones. ¿Pues, y los triunfos del periodismo? ¿yla omnipotencia de la tribuna, término de estas agi-tadas luchas? ¿No basta esto á satisfacer la más am-biciosa inteligencia? ¿no arrastra en pos de si tanbrillante destino los honores, la consideración y lariqueza? ¡Oh! decididamente me conviene explorareso mundo encantado.

Pablo no podia saber todo lo quimérico queeran sus proyectos, ni las increíbles dificultadesque tenian que salirle al encuentro. En primer lu-gar, ignoraba que en nuestro país no es bastante ser,buen poeta, buen dramaturgo ó periodista aventaja-do, para poder cubrir las necesidades más perento-rias de la vida; y de ningún modo podia imaginarlos incesantes desvelos, las prolongadas vigilias ylas encarnizadas luchas que, aun dada una nota-ble aptitud, amargarían su existencia antes de queluciese para él aurora tan risueña.

Su completa ignorancia en este punto era, sinembargo, merecedora de dispensa. ¿Cuántos abejor-ros no pululan hoy en el mundo de las letras, pre-tendiendo que se les abra paso, aun cuando nollevan por garantía más que la alabanza que á símismos se tributan?

Pablo, cuando más, llegaba á reforzar el contin-gente de los pretendidos sacerdotes del saber.

ANTONIO PÉREZ RIOJA.

(Continuará.)

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N.M90 J. PANDO Y VALLE.—ESTUDIOS MITOLÓGICOS. 495

ESTUDIOS MITOLÓGICOS.

SUPERSTICIOSA RELIGIÓN DE LOS GRIEGOS.

El hombre siempre ha tenido tendencia á la su-perstición, tanto aquel que se pierde en la noche delos tiempos como el que en nuestra época profesalas llamadas modernísimas religiones; y esto es por-que aún no ha llegado la humanidad al grado decultura suficiente para desprenderse de preocupa-ciones nacidas unas veces del país en que vivimos,otras de los estudios á que nos dedicamos, y lasmás de la primera educación que recibimos. Es estauna amarga verdad que no es posible rechazar; loshechos lo demuestran, y ante el implacable juez dela historia nada se puede oponer.

No tratamos por ahora de indicar medios paracombatir las supersticiones, pero sí nos vamos ápermitir tratar á grandes rasgos la historia de lasmás principales de los antiguos tiempos entre losgriegos, que se creyeron depositarios del saberhumano, y fueron, á no dudar, los que elevaronmás la idea del progreso.

No será menester decir que las naciones más ilus-tradas de la antigüedad abrigaban casi las mismassupersticiones que las más ignorantes. Los 'egip-cios, cuyas religiones pertenecían á la idolatría,pues eran muy varios los dioses ideales á quieneslevantaron ricos y suntuosos templos, legaron á losjudíos, según los mismos libros sagrados lo demues-tran, parte de sus erróneas creencias, preocupacio-nes y divinidades puramente imaginativas, comoOsiris que representaba el sol é Isis la luna, lasque tenían por personificación aquí en la tierra ani-males como el buey, que dio origen más tarde albecerro de oro de los persas.

Estos mismos egipcios eran presa muchísimasveces de encantamientos y magias, y creían tantoen agüei'03, que raro era el objeto que no les indi-caba algo para el porvenir; los sueños, la hoja secaque del árbol se desprendía y rodando á impulsodel huracán caia en esta ó en la otra dirección, losdias en que tenían lugar los acontecimientos, loscometas que se presentaban en el espacio, y todoaquello que era más ó menos propenso á lo extra-ño, á lo maravilloso.

Estas raras creencias del pueblo que se llamó enla antigüedad el primero en el camino de la civili-zación, fueron la base de las supersticiones de losgriegos.

Grecia, cuya colonización se verificó cuando Moi-sés hizo que los hebreos saliesen de la tierra de losFaraones, mil quinientos años antes de Jesucristo;

Grecia, repetimos, recibió de los egipcios su princi-pal educación profana y religiosa.

Son tan curiosas y extrañas las supersticionesque tuvieron después los griegos, tan especialeslas creencias y vagas preocupaciones á que les lle-vó su afán de saber y su meridional imaginación,que merecen un detenido examen.

Principiaban por no tener idea fija y exacta deDios, creador supremo del Universo, que con su po-derosa vista todo lo percibe y vela, y que con sumano omnipotente todo lo gobierna; por más que lepresentían, el concepto que formaban de la divini-dad era tan pequeño, que suponían haber sido susdioses antes hombres eminentes de su patria, guer-reros ilustres ó jefes de fracciones ó familias pode-rosas, los cuales suponían que habitaban aún entreellos.

Este ruin concepto de Dios no hubiera llegado ánosotros, después de los siglos trascurridos y detantas generaciones como pasaron aleccionadas enla escuela de la ciencia, si poetas como Hornero,el ilustre ciego que inmortalizó su nombre con laIlíada y la Odisea; Hesiodo, cantor constante de losdioses en su Teogonia y en su Escudo de Hércules;Safo, la célebre poetisa de Delfos; si historiadores 'como Herodoto y Jenofonte, oradores y filósofoscomo Sócrates y Demóstenes, y artistas no menosnotables de todos géneros, no hubieran dejado im-perecederos testimonios en sus poemas, fábulas,discursos, estatuas, pinturas y mosaicos.

Y como el verdadero concepto de Dios es la uni-dad, y la idea cierta del espíritu es la concreta, poreso no acertaron los sabios de la Grecia á encon-trar el ideal del Ser Supremo: sólo el gran Sócratesla presintió, pues aunque Heráclito y Anaxágorassintieron levantarse en su alma la noción del espi-rilualisrap, fue de una manera muy incompleta. Gre-cia concebía el espíritu sólo en la naturaleza, nadafuera de ella; no se había encarnado en la filosofíahelénica la grandiosa concepción del espíritu en símismo, y de ahí tantas y tan ridiculas supersti-ciones.

Cuando los pueblos modernos se ocupan de Dios,se elevan hasta el cieloT y con las alas de la oraciónremontan su vueio á mundos mejores, donde todoes grandeza, y de donde sólo bien y misericordiapuede esperarse; pero los griegos, que al ocuparsede Dios se ocupaban del mundo que les rodeaba-, yque tenian divinidades adornadas de iguales mise-rias y debilidades que los hombres, sólo idealesmezquinos en cuanto á Dios y necias supersticionespodían surgir de tales absurdos. Pasman los ade-lantos que en las ciencias, en las letras y en las ar-tes se realizaron en Grecia, habiendo tenido unareligión tan falta de los verdaderos principios delprogreso.

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«El pensamiento, como ha dicho nuestro queridoamigo el Sr. Castelar, conoce que la naturaleza noes toda la vida ni todo el ser, y quiere penetrar enotro mundo más alto y más hermoso, y adivinar elser que se oculta en el manto de los cielos;» y estaverdad consoladora y sublime no la conocían bienlos griegos: de ahí sus muchas preocupaciones.

11.

De los infinitos seres de pura fantasía á quienesrendían culto y veneración los héroes de las Ter-mopilas, los sabios de Atenas y todos los que ha-bitaron en tiempos antiguos las comarcas domina-das por el Helicón y el Parnaso, era el primero ymás principal Júpiter.

Este dios, que estaba erigido, por decirlo así, enrey de las demás divinidades, decían ser hijo de Sa-turno, que habia sido forzado por un hermano pode-roso y tirano, cuyo nombre era Titán, á destruirtoda su descendencia masculina. La divinidad cum-plió su promesa por espacio de algún tiempo, devo-rando cuando nacían á todos sus hijos, hasta queRhea, su esposa, encontró medios de ocultar el na-cimiento de Júpiter, Neptuno y Pluton, que no cor-rieron la suerte de sus hermanos.

Titán, sin embargo, descubrió la descendenciavaronil de su hermano, y, deponiéndole de la auto-ridad que ejercía, le aprisionó en oscura y lóbregamansión. Crece durante este tiempo Júpiter, llega ála edad viril y, con fuerzas superiores á todos losdemás de su clase, vence á su tio el célebre Titány repone á su padre Saturno en el trono.

En todos estos contratiempos y vicisitudes inter-venía Hado, poder incontrastable para los diosesgentiles, único que tenía algo de superior y que seapartaba más de lo terreno.

A pesar del amor filial demostrado por Júpiter,exponiéndose á perecer á manos del coloso Titánen lucha que aparecía antes de decidirse como muydesigual, y que habia de resultar en ella vencido elprimero, más tarde cuestionó con su padre, de cuyariña resultó el destronamiento de éste y su destierroá tierra extraña, en donde Saturno se decidió pací-ficamente, y de una manera muy provechosa para síy para su descendencia, á romper la virgen tierra, ácultivarla y hacerla producir sabrosos frutos. Mástarde fue denominado Saturno con el nombre deChrono, dios del tiempo, representándose entoncesbajo la figura de un apergaminado viejo, que en unamano tenía la guadaña de \i muerte y en la otra unaserpiente con la cola introducida en la boca, que-riendo demostrar con todo esto la destrucción queel tiempo causa y la sucesión no interrumpida delotoño, invierno, primavera y verano.

Ahuyentado Saturno por su hijo Júpiter, cuandoéste y sus dos hermanos se encontraron, decidieron

repartir entre si los dominios de sus mayores; que-dóse el vencedor de Titán y destronador de Saturnocon el supremo dominio del cielo y de la tierra, ob-teniendo Neptuno la dirección de las aguas, y reci-biendo Pluton á su cargo el gobienno de las regio-nes infernales.

Siempre las malas obras, aun entre los gentiles,han tenido castigos, y aquel que las lleva á cabo, sisu conciencia no le aguijonea, no falta nunca quienle ocasione molestias y le haga pagar su delito. Asile sucedió á Júpiter: los descendientes de Titán,terribles y valientes gigantes, trataron de inquie-tarle y derribarle de las alturas en que se hallabacolocado dirigiendo sus dominios, y proyectaron es-calar el cielo, poniendo el monte Veta sobre lacumbre del Pelion. Alarmados con esto los dioses,huyeron de su divina morada sobre el monte Olim-po, dirigiéndose á Egipto, donde se trasformaron enanimales diversos; no obstante, Júpiter, auxiliadopor su hijo el semi-dios Hércules, el más fuerte, elmás osado y el más emprendedor de todos, con-cluyó con los gigantes, asegurando su soberanía.

Se representa á Júpiter, según antiguos testimo-nios, con rayos en la mano derecha y á su lado unagran águila.

Este dios se casó con su hermana Juno, divinidadhermosísima, pero de un genio iracundo é imperti-nente: á esta se la retrata sentada en una carroza,tirada por dos grandes pavones.

A Neptuno que, según se ha dicho, era el dios delOcéano, se le pinta con un hombro medio desnudo,de majestuosa y arrogante figura, con una coronaen la cabeza y un tridente en la mano, colocado so-bre una carroza arrastrada encima de las aguas porcaballos marinos.

A Pluton, dios de los infiernos, se le personificabapor los griegos sentado en un trono, con su mujerProserpina al lado, y un gran perro de tres cabezas,guardador de la puerta de las regiones infernales,llamado Cancerbero.

III.

Habia nueve divinidades de lo más importante delOlimpo, hijas del gran Júpiter; y Apolo, cuyo re-cuerdo es de lo más grato á los artistas, porque te-nía bajo su dominio la música, arte divino que do-mestica á las fieras, y que, según Pitágoras, Arqui-tias, Platón, Aristóteles y otros antiguos filósofos,sirvió de norma para la armonía de la naturaleza.También estaban al amparo de Apolo, la poesía, len-guaje de los dioses; la pintura, que nos retratala naturaleza, que nos presenta á lo vivo mundosdesconocidos y lega á las generaciones veniderasuna historia viva, por decirlo así, é indeleble; y lamedicina, ciencia necesaria de todo punto para ha-cer más llevadera la vida.

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N.° 190 J . PANDO Y VALLE. ESTUDIOS MITOLÓGICOS. 497

Se pintaba á este dios como un elegante y apuestomancebo, con un arco en la mano y una aljaballena de flechas a la espalda.

Marte era otro de los hijos de Júpiter, educado porPriapo, y célebre sobre todo por sus amores con lahermosa Venus: fue quien dicen que favoreció á lostroyanos en la célebre guerra que ocasionó la ruinade Troya, tan elegantemente descrita por el poetade Mantua, Virgilio, en la narración que pone enboca de Eneas al hacer la historia de los hechosante la hermosa y enamorada Dido, cuya narraciónprincipia por los tan repetidos y magníficos dis-ticos:

Jnfandum regina jubes memorare dolorem.

Se le representa por un hombre alto y bien for-mado, con casco, lanza y escudo, y sentado en uncarro del que tiran dos corceles llamados la Fuga yel Terror, y con Belona, diosa inferior, á su lado: esla divinidad que presidíala guerra, cruel azote quedesde los primeros tiempos del mundo ha sido unadélas causas del anonadamiento del hombre no po-

cas veces, y de que éste no haya llegado aún á laaltura de ilustración suficiente.

Minerva, hermana de los anteriores, era la diosamás noble y de mayor importancia, pues protegía álos sabios: se le personificaba en una bella y mo-desta mujer, cubierta su cabeza de casco guerrero;en la mano derecha una pica, en el brazo izquierdoun broquel y el pecho cubierto con su égida de oroy plata.

De esta divinidad hizo uso el gran Fenelon, bajoel pseudónimo de Mentor, para dirigir á Telómaco ensus, por todos conceptos, célebres aventuras, es-critas como consejos para uno de los hijos de unrey de Francia de los más notables, obra que, ade-más de inmortalizar á Fenelon, ya célebre escritory elocuentísimo orador sagrado, sirve hoy de agra-dable lectura á cuantos aman las letras.

Mercurio, mensajero de Júpiter, era el dios detres cosas bien diversas por cierto, y que casi serepelen entre sí, porque nada hay que menos searmonice que un orador, un ladrón y un comer-ciante; pues de todos era protector. Se le presentacomo un joven con alas en los pies y en la cabeza,volando, y con una vara en una mano llamada ca-duceo, delgada, lisa y cilindrica, adornada con dosaletas en sus extremidades, y ceñida por dos cule-bras simétricamente entrelazadas ó enroscadas: estamisma varita era el emblema político que los emba-jadores griegos usaban como distintivo de la paz.

Baco, también hermano de estos y de los nuevehijos de Júpiter, era el dios de la alegría y del pla-cer, el que presidia las orgías y fiestas donde en-traba el vino como el elemento principal: su nombresignifica furor, y con esto se alude á las vivas y ve-

IOMO x.

hementes pasiones que el zumo de la vid produce.Se le representa rubicundo, festivo y adornado conracimos ó pámpanos, y montado sobre un tonel conel jarro y la copa en las manos: los beodos estabanbajo su amparo.

Habiendo como liabia dioses para todas las mani-festaciones más ó menos directas de la naturalezay del espíritu, no podían quedar sin representaciónla hermosura y el apor; la primera, manantial in-agotable de los placeres; y fuente la más abundantede los puros goces y de los deleites, el segundo.Por eso los griegos personificaron estos dos idealesen Venus, mujer hermosísima, nacida de la espumadel mar, que pintaban siempre desnuda sobre uncarro tirado por cisnes ó palomas, y á la que Safocantó en un notable himno, del cual es la siguienteestrofa traducida:

Sagrada Venus, cuyo santo numenEn varios pueblos tiene incienso y aras,Hija de Jove y de amorosas tramas

Dulce maestra.

A Venus se le construyeron templos magníficosen Lesbos, Chipre y Citerea.

También la juventud tenía su diosa entre los nue-ve hijos de Júpiter: era esta Hobe, linda joven coro-nada siempre de flores; servía la copa á los diosesdel Olimpo, pero en una ocasión se le cayó de lasmanos íi presencia de ellos, y habiéndose sonroja-do, no se volvió á presentar.

Era Vulcano hermano de los anteriores, pero elmonos querido de su padre; tenía un carácter toscoy desaliñado, lo cual contribuyó á que Júpiter learrojase del cielo á la isla de Lesbos, recibiendo enla caida tan fuerte golpe en una pierna, que se que-dó cojo pira siempre: le empleó el que le diera elser y habia sido su tirano, en la fabricación de susrayos; se casó este dios con la hermosa Venus,quien le ocasionó inquietudes y sinsabores con suligera conducta. La fragua en donde se dice queVulcauo fabricaba los rayos para Júpiter, la supo-nían bajo la ardiente montaña Etna, en Sicilia, sobreel estrecho de Mesina, derivándose, al parecer, deesto la voz volean.

La castidad y la caza encontraban su dios en lapreciosa Dian;), hembra de gallarda presencia, quecon arco y flechas en sus manos, altos y adornadosborceguíes y un gran lunar en su frente, vivía siem-pre en los bosquss y en las praderas, siendo tam-bién la que dirigía el astro de la noche, la luna, tanquerida de los enamorados, poetas y pintores.

También Apolo ó Febo, que se le conocía asimis-mo con este nombre, dirigía el sol por la bóvedaceleste, y un hijo suyo llamado Faetón, con otrosaturdidos y pretenciosos mozos, obtuvieron el per-miso de aquel para conducir un dia la carroza del

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sol; pero al llevar á cabo su atrevido pensamiento,tanto se precipitaron en su carrera los feroces ca-ballos que les conducían, que se bajaron hastaacercarse á la tierra, que se ineendió. Irritado conesto Júpiter, y temiendo que todo el universo fueraconsumido, con uno de sus flamígeros rayos diomuerte á Faetón y los suyos, volviendo á encaminaral sol por su carrera usual, y encargando á la diosaAurora, mensajera de la mañana, que le cuidase conesmero y vigilase con atención.

Antes de pasar á mencionar las divinidades me-nores, no podemos menos de ocuparnos de aquelque era conocido más que ninguno por la juventud;aquel que por lo travieso y engañador todavía andaen lenguas para personificarla pasión amorosa; Cu-pido, el célebre Cupido, niño caprichoso y juguetón,hijo de Venus, que con sus esplendentes alas y losdardos que disparaba, encendía los corazones contierna pasión, consiguiendo á veces amansar al ti-gre, a la hiena y otros feroces animales, llegando supoder hasta despedazar los rayos del mismo Júpi-ter. Por eso no nos extraña que Arólas, en su sen-tida composición á Celiva, dijese:

¿Quién contará las glorias de Cupido?

Esto después de haber hecho ver su poderío éinfluencia en estrofas como la siguiente:

Más dulce es la milicia del amante,Distintas son sus armas y peleas,Distinta la victoria; siempre venceEl que dócil se rinde, humilla y ruega.

Sí, el amor personíñeado o no en Cupido, es, áno dudar, la más noble manifestación del espíritu,y el que consigue dominar al más vehemente yaudaz, al que desprecia con mayor tesón los latidosdel corazón. Dígalo, si no, el insigne poeta deArezzo, el cantor de Laura, el inmortal Petrarca,que en uno de sus más inspirados sonetos excla-maba:

Amor, con cuanto sforzo oggi mi vinci.

IV.

Dada una idea de los principales dioses del Olim-po, vamos ahora á ocuparnos de los inferiores, deaquellos que representaban un papel secundarioen las celestiales mansiones; del Destino, .juezinexorable que todo lo gobernaba, personificado enlos llamados Hados; de las Furias, de las Gracias,de las Musas, de los Semi-Dioses; de los oráculos,sacrificios, agüeros, de la mansión del castigo óTártaro, el lugar donde estaban los bienaventura-dos ó Elíseo, y otros puntos importantes de la mito-

logía, que forman parte integrante de las supersti-ciones de los griegos.

Las divinidades inferiores más conocidas eran:Himeneo, que personificaba el matrimonio y se lerepresentaba con una corona do flores en la cabezay una antorcha encendida en la mano. Eolo, hijode Menalipe, nombrado por Neptuno rey de losvientos; se le pintaba sentado en el centro de unatenebrosa caverna donde tenía sujetos con fortísi-mas cadenas y encerrados á aquellos. CuandoUliscs, el rey de la isla de Itaca, padre de Telé-maco y uno de los que penetró en Troya dentro delcélebre caballo de madera, arribó, según Hornero,á los dominios de Eolo, que reinaba en las islasvolcánicas, el dios, sorprendido de la sabiduría deaquel, le regaló unos pellejos donde estaban encer-rados los vientos contrarios á la navegación quellevaba el héroe griego; aguzados por la curio-sidad, los compañeros de Ulises abriéronlos odres,y desencadenándose los huracanes , tan furiosatempestad tuvo lugar que todos los bajeles naufra-garon.

Se contaba asimismo entre las divinidades infe-riores Pan, dios del campo, y por lo mismo de laalegría y de la abundancia, de la paz y de la tran-quilidad, de esa vida sosegada y apacible que Ho-racio describo en su oda Vita Rustios Laudes, yfray Luis de León en aquella tan deliciosa que prin-cipia :

¡Qué descansada vidaLa del que huye el mundanal ruido,Y sigue la escondidaSenda por donde han idoLos pocos sabios que en el mundo han sido!

El campo, la aldea, lió aquí dos palabras queconmueven y enternecen á todos los que algunavez hayan experimentado las múltiples y variadassensaciones que producen la solitaria cabana don-de el pastor sencillo se alimenta de la leche quedan sus ganados, el susurrante arroyuelo que blan-damente se desliza entre las silvestres flores de lascuales á su paso murmura, la sencilla zagala conese candor que encanta, los árboles de los huertossiempre cubiertos do frutos, la vid que rastrea latierra llena de sabrosos racimos que más tardehan de producir el delicado vino, y, en fin, todoeso que ni se encuentra en el bullicioso París, enla monumental Roma, en la fabril Londres, ni enninguno de esos centros populares de agitación.

Perdone el lector esta digresión; somos tan apa-sionados de lo que estaba bajo los dominios deldios Pan, que al ocuparnos de ello casi siempre nossalimos de la cuestión. Y volviendo á la presente,diremos que aquel se personificaba en un machocornudo con pies y cola de cabra, morando casi

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siempre en los valles de la Arcadia, antigua y con-siderable porción del Peloponeso y hoy provinciade Tripolitza, en los que atraía á los pastores conexpresivos acordes de una flauta que al parecerposeía.

Céres, que era la diosa de la agricultura, é hijade Saturno y de Cibeles, enseñó á los hombres áprepararla tierra y hacerla producir las mieses: sela representa coronada de espigas y con una hozen la mano; tenía una preciosa hija llamada Proser-pina, la que robó Pluton en un momento en que sehallaba recogiendo aromáticas y frescas flores enlos extensos y bellos campos de la isla de Sicilia,haciéndola reina y señora de los dominios inferna-les. Incomodada con esto su madre, é ignorandola suerte que le habia cabido, encendió una antor-cha en el violento fuego que despedía la empinadamontaña llamada Etna, y desalentada recorrió todala tierra buscando la prenda querida de sus entra-ñas; y habiendo llegado al Ática, á aquella regiónsituada entre el mar Egeo, la Megárida y la Beociaque tenía por capital la ciudad fundada por Cécro-pe, la gran Atenas, é ignorando sus habitantes lalabranza, les enseñó á cultivar los campos, dándolessemillas y granos para echar en los surcos de latierra. Como no encontrara allí tampoco á su hija,continuó el viaje en su busca, y, al fin, pudo sabertodo lo que le habia ocurrido: entonces se elevóinmediatamente al cielo, solicitando amparo delGran Júpiter, quien después de oir sus sentidoslamentos y amargas quejas, le ofreció que obligaríaal indiscreto Pluton á restituirle á Proserpina, siem-pre que no hubiese comido desde su bajada á lasregiones infernales manjar alguno. Se trató de ave-riguar esto; pero, ¡cuál no sería el disgusto deCéres, cuando el dios le indicó que habia tomadouna granada y se hacía, por lo mismo, imposible lasalida, según las leyes del infierno!

Compadecido no obstante Júpiter de la atribuladamadre, ordenó que Proserpina residiera seis mesescon aquella y otros seis con su marido Pluton.

La Justicia, que os uno de los ideales más subli-mes, estaba regida entre los griegos por Astrea, queen la infancia del mundo, cuando no se conocía lomió y lo tuyo, y solo la buena fe imperaba, vivióen la tierra, retirándose después al empíreo, dondese trasformó en el signo zodiacal ó constelaciónVirgo.

Desamparados los mortales de la Justicia, entre-gados á las tenebrosidades de la barbarie y del er-ror, solo quedaba, para poder salvar en parte esto,Temis, diosa de la Ley, respetable y grave matronaque tenía en una mano la balanza que se decía ha-ber pertenecido á Astrea, y en la otra una espada deacero bien templada.

V.

El Destino inexorable que todo lo gobierna, y bajoel cual se hallaban cuantos sores pueblan el univer-so, está personificado en tres hermanas llamadasParcas, que, representando el pasado, el presente yel futuro, se empleaban constantemente en hilar elhilo de la vida humana; una tenía la rueca, otra elhuso y la tercera, con grandes tijeras, cortaba elhilo cuando era lo suficiente largo: la que tenía larueca se llamaba Clotho, Lachesis la que manejabael huso, y Átropos la que cortaba el hilo. Así á es-tas, como á las Gracias, ninfas y otros seres mitoló-gicos, les hace el insigne Goethe intervenir en suinmortal poema Fausto, y no solo este poeta se valede tan ideales seres para sus concepciones, sinootros muchos. A los decretos de dichas tres herma-nas se sometía el mismo Júpiter, y sus truenos, queá todos los demás moradores del empíreo asustabany conmovían, á ellas no les producía alteración al-guna.

Era el Destino conocido también con el nombrede Hado, el cual se usó más, pasando hasta las ge-neraciones modernas.

Tres eran también las Furias, encargadas de cas-tigar el crimen en la tierra y en el infierno, conguerras, enfermedades, pestes y otras calamidades.En sus cabezas tenían serpientes por cabellos y eransus miradas aterradoras, contribuyendo á hacer mástemible su aspecto el terrible látigo qne una de susmanos empuñaba, mientras en la otra una tea degran luz les servía de guia. Sus secuaces eran elTerror, la Locura, la Tristeza, la Envidia y cuantosazotes pesan sobre la pobre humanidad.

Con estas desventuradas vengadoras del crimen,hacían un^ontraste singular sus tres hermanas lasGracias. Aglaya, que tanto influjo ejercía en la vista,que hacía á los ojos, esos espejos del alma, más ómenos expresivos; Hegemona y Eufrosina, cuyosatributos y aspectos correspondían á su nombre ge-nérico, eran bellas y fascinadoras.

¿Qué poeta habrá que no haya tratado de personi-ficar las Gracias en su amada? Es seguro que Shaks-peare para la creación de suf grandes tipos de Ofe-lia y Desdómona, Dante para la de su Beatrice, Gar-cilaso para Elisa y Florida, Goethe para Margarita,y el Tasso para Leonora, se han inspirado en esahermosura fantástica, en ese idealismo de bellezacon que se suponían las Gracias adornadas.

No podían menos de ser hermosas y alegres, sien-do hijas de la incomparable Venus y del siempre ju-guetón Baco. Se las representa desnudas y enlaza-das por los brazos.

Es llegado el caso de hablar de las Musas, esasnueve hermanas moradoras del monte Parnaso ó He-licón, que bajo la dirección del rubicundo Apolo eran

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protectoras de las bellas arles: ellas son esos seresideales por quien suspiraban los poetas de la anti-güedad y de las que aun muchos de los modernosso ocupan por deferencia á la historia preclara desus mayores. Siempre, al hablar de Aristófanes,Plauto, Moliere y Moratin, se recuerda á Talía, pa-trona de la comedia. Al ocuparse de los griegosTespis, creador de la tragedia, Esquilo, Sófocles yEurípides; de los romanos Livio, Andrónico y Ennio,y de los posteriores trágicos Corneille, Shakspearey García Huerta, se viene involuntariamente á lamemoria Melpómene, su protectora. Cuando se leensentidas canciones de Horacio y Virgilio, Villegasy Melendez Valdés, Martínez de la Rosa y Bec-quer, no puede monos de recordarse á lirato, ins-piradora de todos los poetas de corazón, de lasdulces emociones, del apacible amor, y á Polimnia,patrona del género lírico; asi como la heroica ento-nación de las odas de Píndaro, Herrera y Quintana,y los discursos de Deinóstenes y Cicerón, hacen re-cordar á Caliope, bajo cuyo amparo estaban la poe-sía y la elocuencia heroicas y épicas: el nombre deClio trae involuntariamente á la memoria á Tito Li-vio y Jenofonte, á Barrante y á Mariana, pues pro-legia la historia: Urania era la que inspiraba á losastrónomos, y por eso Copérnicoy fcalileo, Kepplery Newton, al hacer sus estudios, involuntariamenteveian vagando por los espacios imaginarios estaMusa, como verían, á no dudar, á Euterpe Donizet-ti, Bellini, Beethoven y Mozart; así como todos losdanzantes y bailarines sentirán retozar cerca de síá Terpsícore cuando en sus evoluciones coreográfi-cas lata violentamente su corazón.

VI.

Aparte de la inverosimilitud que domina en todolo que á la mitología concierne, no puede menos dereconocerse en ella la gran imaginación de los grie-gos, la viveza de su ingenio, la galanura "de sus con-cepciones y su expresión y fascinadora inventiva.La mitología, así como es quimérica y absurda reli-giosamente considerada, como obra poética es in-dudablemente de gran trascendencia; sus creacio-nes no tienen semejante, sus rasgos son primoro-sos, la maravilla impera en cuanto de ella sale.

Porque no solo las creaciones mitológicas se re-ducian á lo que en los artículos anteriores va ex-puesto, sino que había aín mucho más; el espacio,el mar y la tierra estaban llenos de semi-dioses. Losbosques sombríos, donde el alto cedro y la Corpu-lenta encina, la airosa palmera y el roble secularostentaban su verde ropaje, prestaban grata y apa-cible sombra á las Dríadas, misteriosos seres quese inspiraban en el vago murmullo de las hojas, enel sentido canto del ruiseñor y de la alondra, y da-ban un aspecto de melancolía sin igual á la umbrosa

pradera, y así á esta, como al jardín ameno, que elheliotropo y las rosas, el azahar y el tomillo perfu-man, daban alegría á las Ninfas, hermosas y roza-gantes doncellas que velaban el sueño de los pasto-res y danzaban á los melodiosos acordes de la flau-ta del dios Pan, perseguidas siempre de los feos ycaprichosos Sátiros, monstruos de extraño aspecto,hombres cornudos de medio cuerpo arriba y cabrassumamente belludas el resto, y de sus compañeroslos Faunos y Silvanos.

Las montañas tenian también sus dioses tutelares,y los arroyuelos murmuradores que por entre lasguijas resbalan llevando la fertilidad al seco y áridoterreno; igual las fuentes cristalinas, natural espejode las pastoras y de los enamorados pastores,eran misteriosas viviendas de las Náyades, ninfasde las aguas que, semejantes á las Sirenas del mar,atraían á los caminantes, encantándolos con suscanciones celestes, fascinándolos con sus miradasarrebatadoras.

Eran los griegos tan dados á lo extraordinario,tan llevados por lo sublime, que creían oir la voz delgran Júpiter en el trueno; y el vago rumor de lasalas de Eolo, en la fresca y suave brisa primaveral,qu-j robando su aroma á las flores convierte el es-pació en embalsamado Edem. Ese vago eco délafloresta en las mañanas del otoño y del estío, pre-sumían que era la argentina voz do alguna diosa;el trino de los pájaros desconocidos, era la músicaque los Faunos y Sátiros concertaban para éntrete-ner á las Ninfas y á las Náyades; el chirrido de losárboles que desgajados por la tormenta venian alsuelo, los lastimeros ecos del espíritu de algún pe-cador atormentado por las Furias; la ardiente lavade los volcanes, el fuego depurador que de los in-tiernos lanzaba á la tierra el terrible Pluton; y enfin, en todo veían la mano misteriosa de sus dioses.Y hasta tal estremo habían llevado su afán de loca-lizar é individualizar, por decirlo así, la divinidad,que los albañiles y carpinteros, las costureras, lossastres y otra porción de oficios y artos mecánicastenian sus dioses, haciéndoles, por supuesto, ínter-venir siempre y en todas ocasiones en los negociosde las criaturas, lo mismo en lo noble y grande queen lo pequeño y vicioso: ellos poseían las malaspasiones ó igualmente estab an sujetos á la envidia,al rencor, á la impureza y á ftros no menos feos yasquerosos vicios que el hombre; y no solo esto su-eedia á las divinidades inferiores, sino que hastatlmismo Júpiter parece que en casos dados preva-ricaba.

A pesar de todo, los griegos creían en la inmorta-lidad del alma y en la sanción de las buenas y malasobras.

Era una mariposa el símbolo que en sus templosrepresentaba á aquella, á causa de considerarla, por

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sus transformaciones de larva, crisálida y mariposa,como el tipo más acabado de los cambios que en elser humano se verificaban, viendo en su diversidadde colores las múltiples y singulares variaciones{por que juzgaban habia de pasar el espíritu; pero elpremio y la recompensa tenían lugares á propósito.

Imaginaban que las almas, después del penosotránsito de la vida, descendían á las orillas de unlago pestífero llamado Estigia, donde Carón, bar-quero misterioso que recibía en su pequeña nave álos difuntos que habían sido sepultados, los pasabaá la contraria orilla: este lago ó rio, como algunoshan dicho, pertenecía á los dominios de Pluton.

Pisada la orilla contraria, las misteriosas y trému-las sombras se dirigían á los magestuosos é impo-nentes palacios del esposo de Proserpina, cuyapuerta resguardaba el monstruoso perro de tres ca-bezas Cerbero, cubierto de áspides venenosas enlugar de pelo; seguidamente pasaban á la presenciadel Acauto, Radamanto y Minos, los tres inexorablesjueces de las regiones infernales, qne examinandolos méritos y deméritos de los juzgados, les senten-ciaban á padecer por siempre los rigores del infier-no, el Tártaro, ó á gozar de las mansiones divinasdel gran Júpiter, el Elíseo.

Vil.

Era el Tártaro, ó lugar del castigo, mansión tene-brosa llena de horrores y miserias, donde se juzga-ban cuantos males se habían hecho sobre la tierra;era el lugar destinado á expiar las culpas mundanas.En él estaba Tántalo, hijo de Júpiter y de Piola, reyque habia sido de Frigia y de Corinto, según indi-can algunos, el cual tuvo el atrevimiento de servirá los dioses, en un dia que se hospedaron en su casa,los mutilados miembros de su hijo Pelope, por loque fue condenado á sufrir toda la eternidad ham-bre y sed. Mercurio colocó á Tántalo sujeto con ca-denas en un lugar de los infiernos, del cual, llegán-dole el agua á la barba, no puedo beber, y las fru-tas que tocan á cada instante en sus labios, no le esposible comerlas, creciendo cada dia más su ansie-dad. A éste le acompañaba también Ixíon, seductorde Juno, ligado con grandes y fieras serpientes alborde de una rueda dando vueltas constantementesin descansar un momento; y Sísifo, condenado ásubir sin cesar una gran piedra á la cumbre de unamontaña, que tan luéao como en la cúspide la colo-caba, se desplomoba de nuevo para que volviese ácomenzar su penosa tarea.

Mansión tan repugnante se la suponía llena de mal-hechores y criminales de todos géneros, que azo-tados por el terrible látigo de las Furias, deses-perados lanzaban tan horrorosos gritos que al másduro corazón conmovían; á la par estaban rodeadosde llamas y cadenas por todas partes, y un ruido es-

trepitoso y constante les molestaba hasta el extremode no oírse los unos á los otros.

¡Qué pintura más viva de tremendo castigo! ¡Quédesgarradoras consideraciones no so ocurren acercade esto! Paróeenos ver á aquellos infelices, ya atra-vesando laEsügia, ya al lado deTántalo sufriendo lamisma pena, ó rodando con Ixion sin poder parar:y el fuego, y el humo, y el estrépito sólo podemosdébilmente compararlo con la horrorosa gritería yel terrible incendio de Pompeya y Herculano al sersumergidas bajo la ardiente lava del Vesubio; solopodemos presentarlo, figurándonos con Victor Hugover el humo y el estruendo que producirá una ciu-dad al perecer presa de las llamas

Un croit voir á la fois, sur le vent de la nuitFuir toute le fumée ardente et tout le bruit,

De rembrasement d'une ville.

Por lo contrario, el Elíseo se creia el lugar de losencantos y de los placeres; la alegría y la venturaen el semblante de todos sus moradores se perci-bía; á cualquier parte que de él se miraba, praderascubiertas siempre de verde césped y esmaltadas dearomáticas y hermosas flores, se veian fuentesabundantes y arroyos cristalinos en cuyo raudal deplata, las náyades, las ninfas y las diosas juguetea-ban. Los más bellos y canoros pajarillos, en perpe-tuo canto, regalaban los divinos oidos; el aire máspuro y más sereno, la luz más brillante y la gala-nura mayor que puede concebir la imaginación,eran pálidos reflejos do otras mil preciosidades queno hay palabras para explicarlas y que se hace muydifícil concebirlas. Ni los cuidados ni las pesadum-bres molestaban á los habitantes del Elíseo, quienespasaban los flias gozando de las delicias que en latierra los habían sido más caras, y en admirar lasabiduría, el poder, la fortaleza y la serenidad delos dioss» y la sin par galanura y encanto de lasdiosas. Unieamentc leyendo ios cantos de la DivinaComedia de liante, puede tenerse una pálida ideade la mansión que los griegos presentaban para losbienaventurados.

Talos eran los puntos más culminantes de la mi-tología; réstanos algo aún que tratar de ella, peroantes de pasar más adelante, para fijar las ideas,debemos hacer algunas consideraciones acerca delculto.

Eran los habitantes de la Grecia, según se ha re-petido, de una imaginación fogosa, por lo que susceremonias y ritos parecían, mejor que parto de in-teligencia fecunda, rasgos de acalorada fantasía. Elculto público consistía en ceremonias; invocaban yofrecían sacrificios á sus dioses en suntuosos tem-plos, gloria del arte, y de los cuales aún, para honrade aquellas generaciones, se conservan brillantesrecuerdos; y sus fiestas más solemnes consistían en

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magníficas procesiones, mascaradas, bailes, repre-sentaciones dramáticas y cuanto constituye lo quehoy se llaman diversiones profanas; y si á esto seanadian las bacanales, funciones celebradas enhonor de Baco (de las cuales parecen proceder losmodernos Carnavales), en las que siempre desco-llaban los tumultos, la embriaguez y otros excesos,se formará idea de lo que era aquel culto.

Aquellos que debían ser los directores del espí-ritu, no demandaban de los otros hombres más queuna sumisa adoración á los dioses y reverencia ex-terior, haciéndoles ver que serian recompensadoscon el celestial favor á proporción del mayor valorde sus ofrendas.

VIH.

Habia también ritos y ceremonias secretas quesólo los iniciados podían practicar: las más respeta-bles de éstas eran los misterios de Eleusis, famosaciudad del Ática, donde existia un hermoso templolevantado en honor de Céres, y los iniciados esta-ban obligados con el más solemne juramento á norevelar jamás los misterios que sabían.

A tales ritos, sólo atenienses eran admitidos, yesto contribuía á que de los privilegiados sacasenpartido; creian que los que morían sin iniciarseeran condenados á revolcarse en el cieno constan-temente y por toda la eternidad. Los que revelabanlos secretos de la religión eran condenados á lapena capital: á pesar de tanta rigidez, se divulgaronlos ritos que la generalidad del público ignoraba,comprendiéndose más tarde que el misterio de quese rodeaban era sólo para excitar la superstición,el temor y la veneración por medio de místicasceremonias é ilusiones engañosas.

Una de las cosas que más excitaba la supersticiónde los griegos, eran los oráculos interpretados porsabios de nombre, tan cortos de inteligencia, quela gitana menos perspicaz de nuestro tiempo, pre-diciendo la buena ventura, demuestra más talentoque ellos. Se sostenían los templos donde losoráculos auguraban, y se daba importancia á sussacerdotes, porque esto era como una de las basesde la religión del país, subvencionada por el Estado,y éste, en cuantos asuntos de importancia y tras-cendencia tenía, los consultaba, ansiando conocerlo futuro, deseando levantar el tenebroso velo delporvenir: pasmosa es esta conducta de los griegos,que, aparte de todo, eran eu general discretos y deviva penetración: se entregaban en los asuntos másarduos á los que hoy se llaman adivinos y brujas,en vez de consultar los hechos de la historia y laverdadera filosofía, de la que son bases seguras lamoral y la experiencia.

El más célebre de todos los oráculos era el de

Apolo en Delfos, ciudad construida á la falda delmonte Parnaso-.

Se habia notado hacía mucho tiempo que de unaprofunda caverna, al lado de aquel monte, salíanvapores de efectos tan fuertes y poderosos, queproducían convulsiones á los hombres y á los ani-males; y los habitantes de los alrededores, incapa-ces de comprender este fenómeno completamentenatural, creyéronlo originado por algún misteriososer, y suponían que las frases delirantes que pro-nunciaban los desgraciados que por aspirar dichosvapores morían con horribles convulsiones, eranprofecías inspiradas por alguno de los habitantesdel Elíseo.

Al principio creyeron que aquel oráculo debia doser de la antiquísima diosa Tierra; después, á estadivinidad asociaron la de Neptuno como auxiliarenel ministerio, y Apolo fue quien llevó la gloria dolas inspiraciones. Se edificó en el indicado sitio untemplo, poniendo al frente una sacerdotisa llamadaPitonisa, cuya misión fue aspirar por intervalos elvapor profético; y para que lo hiciera sin peligro decaer en la caverna, como habia sucedido á otraspersonas, se colocó sobre la boca ó abertura de laoscura mansión una silla llamada trípode, por estarcolocada sobre tres pies: á pesar de esto, el oficiode la Pitonisa no era agradable, y estaba su vidamuy expuesta á peligros eminentes; las terriblesconvulsiones que hacía por efeeto del fétido vaporde la caverna, eran con frecuencia tan violentas,que ocasionaban la muerte, y siempre tan penosas,que á menudo se necesitaba obligar á la sacerdotisaá sentarse á la fuerza en su trípode.

Después de aspirar las emanaciones aquellas, laPitonisa pronunciaba palabras inconexas que los sa-cerdotes que la rodeaban traducían á su manera,dándoles siempre un sentido enigmático, que encaso de interpretación eran en favor de los planesque tenían y la misión que llevaban, al consultar; locual dio lugar á que más tarde hubiera impostoresque fingieran convulsiones y sacasen gran partidodel oráculo.

El de Delfos se acreditó mucho, extendiéndoserápidamente su fama, yendo de todas partes á con-sultarle, constituyendo las dádivas de los que le in-terrogaban una tan pingüe renta, que dio bastantepara levantar un magnífico templo.

Además, la veneración que se tributó á este orá-culo contribuyó para que sus directores ejerciesenmarcada influencia en los destinos de la Grecia, e le-vando personajes, dando crédito á otros, ejerciendomarcada dirección en las leyes y costumbres grie-gas, y sirviendo no pocas veces de fuerte defensade las libertades.

A pesar de este poderoso predominio, los orácu-los en Grecia, como en otros países, fueron con el

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tiempo perdiendo su reputación; sus prediccionesse hicieron ridiculas, reputándose como equívocas6 falsas, sucediendo esto mucho más cuando la es-plendente y viva luz del cristianismo abrió anchocampo á la verdad, disipando el error.

IX.

En tanto que los oráculos profetizaban pública-mente en los templos, se exploraba también lo fu-turo por medio de otros conductos, procurando se-ñales de buena ó mala ventura. Las más expresivasde éstas eran ciertas marcas en los intestinos delas víctimas que se sacrificaban sobre las aras. Pa-lomas, cabras, toros, gallos, carneros y otros ani-males, se inmolaban para aplacar las almas de losmuertos. Era opinión,por todos recibida, que si losdioses á quienes se ofrecían estaban satisfechos dela oblación, los animales sacrificados lo mostraban,pues al dar muerte á un toro ó cabra, el sacerdoteoficiante le introducía un cuchillo desde la frentehasta la cola, y si el animal so espantaba, era prue-ba de no ser aceptable á los divinos moradores delElíseo, y entonces se retiraban; pero si permane-cían quietos en el altar, se creia que les era agra-dable.

Satisfechos los sacerdotes con las pruebas, der-ramaban incienso, vino y frutas sobre las víctimas,y después les daban muerte.

Se hacian los sacrificios á los dioses al salir elsol, porque vivían rodeados de la luz que tantoamaban; y á las' divinidades inferiores se hacian ámedia noche, porque repugnaban el esplendor deldia. Al celebrarse estas ceremonias, se danzaba al-rededor del altar, mientras se cantaba por los queestaban destinados los himnos sagrados, que secomponían de tres partes; la primera, llamada estro-fa, y se cantaba cuando iban de Occidente á Orien-te; la segunda, antiestrofa, cuando marchaban deOriente á Occidente, y la tercera, éjwde, que se can-taba delante del altar.

Terminado el sacrificio, llevaban una porción elsacerdote, otra los magistrados y otra generalmentela llevaba á su casa el oferente para que le sirvierade buena ventura, ó para la preservación de losmales.

Además de estos sacrificios, habia los regalos ódones, que consistían en copas, llores, coronas yotros objetos bollos y de valor, lo que se daba paraobtener de los dioses algún beneficio. Así como losque salían de una enfermedad visitaban los templos,los que cambiaban de oficio legábanle las berra-mientas ó instrumentos empleados para que les con-cediese buena suerte en los nuevos oficios. El pes-cador dedicaba sus redes á las Ninfas del mar, elpastor sus caramillos al dios Pan, y la matrona re-galaba á Venus su tocador.

El examen de los intestinos de los animales paraadivinar el porvenir, era asunto de suma trascen-dencia, y los que lo hacian debían tener siempreexquisito esmero: el hígado, la hiél, el corazón yotros órganos interiores, presagiaban on sus variosaspectos lo que habia de suceder; tanto es asi, quela muerte del gran Alejandro, el vencedor de Daríoy conquistador de la Tracia, Hiña, Asia menor, Ti-ro, Gaza, Judea, Egipto y la mayor parte del mundoconocido, se pronosticó porque el hígado de unavíctima no tenía divisiones: el dia en que dieronmuerte a un famoso rey, presintió su fallecimiento,porque chupahan su misma sangre las cabezas delas víctimas sacrificadas.

Los sueños oran también mensajeros de lo quehabia de suceder, y de tal manera se creían, quehabia en Atenas y otros puntos de Grecia soñado-res de profesión pagados de los fondos públicos.Bien es verdad que para esto no es necesario re-montarse á tan antiguos tiempos, cuando hoy tantos pagados por el Estado sueñan constantemente,y en especial si son empleados de Hacienda ó lote-rías.

El vuelo de las aves, su canto, sus periódicas pre-sentaciones, el punto donde colocaban sus nidos yotras mil circunstancias en ellas naturales, erantambién motivo de presagios: por eso eran obser-vados el buho, el cuervo, el águila, la golondrina,los buitres y otros muchos; tanto es así, que de losúltimos, el célebre Aristóteles, maestro de Alejan-dro Magno, cuyas obras inmortales, á pesar de lossiglos trascurridos, aún son con avidez consultadas,creia eran de mal presagio, en razón á que cons-tantemente se les veía cebados en la carne, asícomo también las lechuzas por su feo aspecto, suvuelo imperceptible y su vida nocturna; sin que estofuera, no .obstante, obstáculo para que en Atenas sedijera que presagiaban la victoria y los sucesosagradables. Mucho más se podría decir acerca deesto, pero todo vendría á corroborar lo ya indicado;mas á pesar de ello, no dejaremos de mencionar elgallo, que servia en muchas ocasiones de intérpretedel porvenir, especialmente en todo lo que concer-nía á la guerra, porque oran consagrados al diosMarte: su canto auguró la victoria de Temístoclessobre los Persas, en cuya memoria se establecióuna fiesta, cuyo principal recreo eran peleas degallos.

Asimismo las hormigas, abejas, lagartijas, cule-bras, liebres, corderos y otra porción de. insectos,reptiles y animales, pronosticaban lo que habia desuceder. Por eso se dice que la huida del ejércitodo Jorges la auguró la fuga de una liebre. La muer-te de Cimon, caudillo valiente y emprendedor, sepredijo por un enjambe de hormigas que se coloca-ron sobre uno de sus pies. El gran Hornero, en su

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poema inmortal cantando la guerra de Troya, men-ciona una culebra que devoró en su nido nueve po-Huelos de gorrión, lo que se creyó significaba quela guerra había de durar tantos años como eranaquellos pajaritos.

Como todos los demás accidentes naturales, loshuracanes, las brisas, los truenos, los cayos, los re-lámpagos, los eclipses, los cometas, y esa multitudde variaciones que en el infinito espacio tienen lu-gar, eran manantial copioso de ilusiones y extravíossupersticiosos. Siempre que ventaba se creía queEolo tomaba violentas determinaciones, así comocuando la tormentosa nube se presentaba con true-nos, relámpagos y rayos se creía que Júpiter levan-taba su poderosa voz y despedía sus dardos paracastigar á los mortales. Muchos sucesos históricosse dicen presagiados por meteoros, por presenta-ciones de cometas ó por cualquiera fenómeno pa-recido, y como son tantos, nos abstenemos de hacercitas, creyendo que no serán ignorados.

X.

Hemos delineado á grandes rasgos lo que cons-tituía la supersticiosa religión de los griegos, y rés-tanos ahora, para concluir, indicar cómo aquellacontribuyó poderosamente en su mágica poesía, ensu arquitectura, en su música, en su filosofía, j entodo su modo de ser; y aunque haya quien nos ta-che de apasionados en las apreciaciones, estamos,sin embargo, satisfechos de nuestro juicio impar-cial, nacido, no solo de nuestro criterio, sino tam-bién del de muy ilustres pensadores.

Inspirados los artistas y filósofos griegos en lareligión que profesaban (que entonces, como ahora,la religión tan poderoso influjo ejerce en el hom-bre, que le cambia y modifica), no podia menos deser su poesía la poesía déla naturaleza, y su filo-sofía puramente circunscrita á los límites de aque-lla. Los griegos, que habían recurrido á la India y alEgipto para inspirarse en sus tradiciones, principia-ron por apropiarse el dogma de aquellas, y mez-clándole con las ideas propias de la libertad, de laduda y del concepto posterior que ellos formaronde la divinidad, dieron vida á una teología prácticaque contribuyó poderosamente á formar su filosofía,su política y Tamilia.

Las varias escuelas do Gnómicos (que aunque so-parada del espíritu sacerdotal, tenía con él muchospuntos de contacto), de los Dóricos, de los Jonios,sensuales y populares que se interesaban más poraveriguar la naturaleza de los fenómenos que poropreciar su fin moral; la de Thales de Mileto, granastrólogo; la de Pitágoras, cuya base principal erala armonía entre las acciones del hombre y el uni-verso; la de los atomistas, sofistas, cínicos, pirróni-

cos, platónicos, aristotélicos, epicúreos y más queseria prolijo enumerar; todas, con las excepcionespor que cada una so distingue, tienen por punto departida la vida del hombre, relacionada con la na-turaleza, sin tendencia determinada á esa vida es-piritual de virtudes que solo despertó el cristia-nismo.

Sócrates, que fue para nosotros el filósofo demayor importancia entre los griegos, y que sintióen su alma dibujarse, aunque confusamente, el con-cepto de la divinidad, tuvo solo una filosofía prác-tica, sin principios generales, y sus discípulos,obedeciendo á este plan, se desbandaron, fundandoinnumerables sectas exageradas, y ridiculas muchas,que desvirtuaron la del maestro. Por eso la doctrinade los filósofos posteriores á aquel gran pensadores indeterminada y excéntrica, predominando enella la idea de una virtud abstracta, que lleva alhombre unas veces fuera de la sociedad y contendencia al salvajismo, y en otras á una vidavoluptuosa que conduce al egoísmo y al sensua-lismo.

Pues la causa de esto era la falta de la verdaderanoción de una religión que pusiese al hombre en re-lación con la idea de Dios, Hacedor de todo lo queexiste y superior á cuanto el hombre puede imagi-nar. Aquellos dioses, con pasiones mezquinas comocualquier mortal, aquellos presentimientos absur-dos, y en fin, las ridiculas supersticiones que tenianlos griegos,no podían serla base de una sólida filo-sofía, aunque sí de una poesía maravillosa, y servirde cimiento seguro á las bellas artes.

Las vastas concepciones que inspiran esa multitudde dioses, que cada uno respectivamente festabaadornado de sorprendentes cualidades, verdadera-mente raras y muchas veces encantadoras; las mo-radas misteriosas de las náyades, de las musas, dolos semi-dioses y de todos los que regían los desti-nos de la humanidad; el Elíseo, el Parnaso, y cuan-to formaba parte integrante de la mitología, eranrobustos elementos de un arte gigantesco que habiade dejar gloria eterna.

Por eso aparecieron los órdenes de arquitecturaJónico y Dórico, cuyos edificios descollaban, los delprimero por una sencillez sin afectación, una elegan-cia y suavidad sin cargazón de adornos, líneas yfiguras; y los del segundo, por su respetuosa seve-ridad y sus pronunciadas líneas; y el Corintio, demayor magnificencia y maestría y más elegancia quelos anteriores.

Por eso descollaron al calor de las ideas inspira-das en la mitología griega la escultura y la pintura,de la que fueron notabilísimos intérpretes Fidias,Mirón, Ctesiliao, Praxiteles, Apeles, Lisipo y otrostantos.

Y por eso mismo la música alcanzó tan alto grado

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de perfecion, que puede muy bien considerarseaquella época como punto de partida de los adelan-tos de este arte; el majestuoso estilo dórico, el ri-sueño y alegre jónico y el simental eolio, patentizanla gran altura á que entonces llegó la música.

Al sonoro eco de la flauta, instrumento el mejormanejado por los habitantes de la Grecia, entonabanhimnos á la divinidad, coros en las tragedias y enlas danzas de las fiestas populares que dejaron impe-recedera memoria, como sucede en Ariadna y enRomeica, himnos cantados cuando bailaban, y quelos atenienses no há muchos siglos entonaban sobrelas ruinas de su pasada gloria.

La poesía griega. En este punto es indudable enotable predominio de la religión aludida. Una cons"Unte personificación de las cosas y de las ideas es-pirituales, una directa intervención en los más hon-dos y sublimes misterios, una obediencia ciega á losoráculos de fantástica imaginación, y un ardor cre-ciente por el conocimiento do Dios; no podía me-nos de engendrar poetas y cantores de arrebatadainspiración y acentos sublimes, donde descuellanimágenes arrogantes, idolatría por la estética, y unno sé qué especial que da impulsos á nuevos y bellosengendros; pero casi siempre en la esfera comúnde los goces menos ideales que los nuestros; siem-pre recordando goces y placeres ya sentidos.

El politeísmo todo lo revistió de divino carácter,y tratando de dar mayor majestad á la idea del SerSupremo, pobló los mares, los rios, los montes, losbosques y toda la superficie terrestre, según quedadicho, de dioses; dio carácter de tales á sus héroes,y por eso los antiguos vates celebraron en sen-tidas y potentes canciones la multitud de gracias ycualidades de los divinos seres. Hornero, aun conestas incompletas ideas, trató de regenerar la so-ciedad de su tiempo.

Tanto se podia escribir acerca do lo que vamosexponiendo, que habria materia bastante para mu-chos libros; pero como á nuestro propósito cumplotan sólo iniciar á los lectores en la mitología, conalgunos rasgos de los más culminantes, y la pode-rosa influencia que ejerció en la sociedad, termina-mos estos apuntes, no abandonando, sin embargo,el propósito de hacer un más detenido trabajocuando nuestras condiciones lo permitan.

JESÚS PANDO Y VALLIÍ.

AMOR Y AMOR PROPIO.COMEDIA EN TRES ACTOS Y EN PROSA.

PERSONAJES.

CLARA, ENRIQUE Y FERNANDO.

La escena en un pueblo de la Mancha.—Época actual.

A C T O P R I M E R O .

Gabinete elegantemente amueblado.—Puertas al foro ylaterales.—Sobre una mesa libros, periódicos y recadode escribir.—Piano.

B8CENA. PRIMERA.

CLARA.—ENRIQUE.

(Los dos sentados.—Clara leyendo un periódico.)

CLARA. (Lee.) «Y no habiendo asuntos de qué tratar,se levantó la sesión. Eran las cinco y media.»

ENRIQUE. ¡Sublime! Hé ahí una página más que aña-dir á la historia de la actividad parlamentaria es-pañola. «No habiendo asuntos de qué tratar...»Las actas de estas sesiones siempre me recuer-dan la de una del Congreso mitológico de LosDioses del Olimpo.

«Congregados á la unaen sesión acalorada,los dioses no hicieron nadani se acordó cosa alguna.»

¿Conoces esa zarzuela?CLARA. Creo recordar.ENRIQUE. Nada tendría de extraño. Los bufos son.

en mi concepto, como las expediciones veranie-gas: instiles y aun perjudiciales á veces... ¿Quépersona medio acomodada puede prescindir deunos y de otras sin grave riesgo de ser censu-rada por una mayoría menos discreta?

CLARA. Ciertamente; pero la .costumbre...ENRIQUE. ¡La costumbre! ¿Y ha de ser esa falsa ley

irreconciliable enemiga de la higiene del alma ydel cuerpo? ¡La costumbre!... Disfraz con quetrata de encubrirse esa reina absoluta de la so-ciedad que se llama moda, y que es sólo un in-agotable tesoro de efectos contraproducentes enotros tesoros, creídos también inagotables porpadres cariñosos y maridos complacientes.

CLARA. ¡Qué exageración!ENRIQUE. Desengáñate, querida... En tiempo de Adam

no se conocía el significado de esa picara pala-bra, lo que me induce á creer que los rápidosprogresos que ha hecho desde entonces acá, sonuno de tantos castigos impuestos al género hu-mano por su sensible curiosidad. Pero, en fin,

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abandono estas reflexiones, afortunadamente in-útiles para tí, que reúnes á la belleza de la mu-jer el claro talento del hombre.

CLARA. ¡Galante está la mañana!ENRIQUE. ¡Consecuencias de una noche de insomnio!

No hagas caso, y prosigamos con nuestra diartatarea de enterarnos á dúo de La Correspondencia.

CLARA. Sigo leyendo: «La reunión que tuvo lugar«anoche en los magníficos salones de la baronesa«del Césped...»

ENMQUB. Y es la tercera de que da cuenta este nú-mero.

CLARA. «Estuvo, como todas, animadísima, dándo-»se allí cita cuanto de notable encierra nuestra«coronada villa en belleza, talento y fortuna...»

ENRIQUE. El diablo son estos revisteros... ¡Con quéfacilidad dan á entender lo incompatibles que sonla belleza con el talento, aquella con la fortuna,y ésta con aquél!

CLARA. «A las dos de la mañana abrióse un magní-fico buffet, espléndidamente servido, con el que»fué obsequiada aquella escogida sociedad...»

ENRIQUE. ¡NO hay efecto sin causa! Si yo fuera indi-viduo de la Academia de la Lengua, inscribiríaen su Diccionario: «Bvffet: sustantivo masculinoafrancesado: semilla que, sembrada en el campodel periodismo, produce sueltos.» Continúa, con-tinúa.

CLARA. «La encantadora dueña de tan magníficos«salones hizo los honores de la casa con la ex-«quisita galantería que la es proverbial...»

ENRIQUE. ¡Eche usted adjetivos! A trozo de pavo engalantina, loncha de jamón en dulce y copa deChampagne por cada uno, indudablemente esemozo ha estado á pique de reventar! ¿No te pare-ce? ¡Y poco hueca y oronda que se habrá puestonuestra amiga Isabel al oirse—mejor dicho—alleerse llamar encantadora!

CLARA. ¿Serias capaz de negar?...ENRIQUE. ¿YO? ¡Dios me libre!CLARA. Cuando precisamente es mujer que para

ciertas cosas se pinta sola.ENRIQUE. Con efecto, y especialmente para hacer su

toilette.CLARA. ¡Bah! ¿Vas á hacerme creer que se pinta?ENRIQUE. ¡Pshé! Pintarse precisamente, no; pero sí

revocar una fachada algo deteriorada por las in-clemencias del tiempo.

CLARA. ¡Si es muy vieja Isabel!...ENRIQUE. Desde que yo era así... pequeñito, estoy

oyéndola llamar encantadora, y ya ves, tengotreinta y seis años!

CLARA. ¡Treinta y cinco!ENRIQUE. LO mismo da. Con tales datos, puedes cal-

cular próximamente su edad.CLARA. (Con aire burlón.) ¡Sesenta años!

ENRIQUE. ¿Sesenta? Mira, quizá no vayas descami-nada.

CLARA. ¡Eh! ¡Déjame en paz!... ¡Cuidado que te hasvuelto insufrible! ¡Preciso es quererte tanto comoyo te quiero, para poderte soportar algunasveces!

ENRIQUE. (Estrechando sus manos con cariño,) ¡Claramia!

CLARA. ¡Quite usted, zalamero! Y en verdad quees muy extraño que el que siempre vivió esclavode la sociedad, la rechace ahora, censurándolasin fundado motivo.

ENRIQUE. Nuestro casamiento...CLARA. ¡Linda disculpa! ¿Por ventura está reñido el

cariño con el trato de gentes?ENRIQUE. NO; pero el cariño, á medida que es más

intenso, se complace más en el egoísmo délasoledad.

CLARA. ¡De un pueblo de la Mancha!ENRIQUE. (Reconvención.) ¡Clara!CLARA. Y díme, ¿acaso la inmensidad' de nuestro

afecto ha sido también la causa de tu inexplicablereserva para con todo el mundo respecto á nues-tra unión?

ENRIQUE. (Si supiera...) No ignoras la última vo-luntad de mi padre. Ardiente partidario de laalianza de nombres, para él era indiferente la decorazones. Sin consultar el mió dispuso d; él, yal dártelo yo á tí, faltó á una palabra por él em-peñada y que yo debí sostener. La abierta publi-cidad de nuestro enlace hubiera sido, más quedesobediencia, descaro con respecto á mi padre;más que desaire, desprecio con respecto á la queél habia elegido para esposa mia.

CLARA. Óyeme, y sé juez en tu propia causa. Aven-tajado discípulo de D. Juan Tenorio, ibas de floren flor, robando tesoros de amor y de ternura,hasta que hallaste una mujer que, monos confia-da, ó quizá más enamorada que las demás, te hizoconocer que la virtud no es sólo una palabra,que realmente existe, y que, sin ella, el cariño,desprovisto de base, no podria subsistir.

ENRIQUE. (¡Oh!)

CLARA. Te quise, porque te juzgué digno de micariño, y más de una vez temí perderte, porcreerme en tu loco juicio esquiva á una pasiónque era mi vida; pero debia ocultar la inmensi-dad de mi afecto, porque, á veces, ama tantomonos el hombre cuanto más se siente amado.Dudaste de mí, porque te amaba demasiado: yfuese por amor propio, ó porque hubieras encon-trado en mí algo que me hacía superior á las demas, me ofreciste un nombre que no vacilé enaceptar: el tuyo, que una santa unión hizo tam-

j bien mió.i ENRIQUE. ¿A qué recordar?...

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CIARA. NOS casamos; y nuestro enlace, que á nadiedebía ocultarse, á todo el mundo se ocultó...Nada me importaba tal misterio; nada te pre-gunté. Era dueña de tu cariño, y eso me bastaba.Al dia siguiente dejamos á Madrid por este pue-blecillo, donde vivimos hace ya cerca de un año,y también nuestra partida fuó un secreto paratodo el mundo, dejando así sin contestación losmuchos comentarios que habrá originado nues-tra repentina desaparición.

ENRIQUE. (Disgustado.) ¡Clara!...CLARA. ¿Y sabes que, á no estar segura—como lo

estoy—de tu cariño, bastaria tu conducta paradudar de tu sinceridad?... Pero no; te amo dema-siado, Enrique mió, y no puedo creerte capaz deavergonzarte ante el mundo de querer á una mu-jer honrada.

ENRIQUE. (Tiene razón... ¡Hice mal!)CLARA. En fin, dejemos esta enojosa conversación;

y sepa usted, señor marido, que su esposa segui-rá como hasta ahora, respetando ese deseo... óese capricho, hasta el dia en que Dios nos enviéun pequeñin, cuya infantil curiosidad haya quesatisfacer...

ENRIQUE. (Con extremada alegría.) ¿Cómo? ¿Sería po-sible?

CLARA. SÍ, Enrique mió: es-pero que muy prontovenga un nuevo ser á estrechar más nuestroslazos, haciendo reflejarse en ól nuestro inmensocariño!

ENRIQUE. (Entusiasmado.) ¡Clara de mi vida! ¡Oh!Tienes razón... fui un imbécil en ocultar lo quetodo el mundo debia saber; necia preocupaciónme hizo callar, sin comprender que la dicha estanto mayor cuanto más envidiable os!

CLARA. ¡Enrique!ENRIQUE. Desde hoy para nadie será un misterio

nuestro casamiento... volveremos áesa sociedadque abandonamos como vergonzosos amantes:juntos siempre, iremos los tres á todas partes...el pequeñin el primero.

CLARA. (Entre gozosa y burlona.) ¡SÍ... en mantillas!ENRIQUE. ¡Y es verdad!CLARA. La noticia te ha hecho perder la cabeza.ENRIQUE. Tienes razón: tanta felicidad en un día...

Pero, no importa: daremos magníficas reunionespara presentarle en.sociedad, y para que los re-visteros nos llamen, á tí amable, y á mí encan-tador...

CLARA. ¡Qué algarabía!ENRIQUE. Empezaremos, por lo pronto, enviando un

comunicado á La Correspondencia... aunque no,eso sería dar demasiada publicidad... (AI dejar elperiódico sobre la mesa ve una carta.) ¡Calle!... Unacarta.

CLARA. ES verdad. Me había olvidado decírtelo...

Son tan pocas las que recibimos... esta mañana latrajo el cartero.

ENRIQUE. ¡De Madrid! Y esta letra no me es descono-cida. (Atoe la carta,) Veamos la firma: «FernandoAcuña.» Fernando en Madrid, y yo que aún lehacía en los Estados-Unidos... A ver qué dice:(Leyendo.) «Querido Enrique: Vengo desde New-«York, acompañando á la mujer de lord Prestly,«de la que estoy enamorado como un loco...»¡Ah, Fernando... te reconozco!

CLARA. ¡En ese detalle! ¡Lindo sujeto!ENRIQUE. «Pretextando una ardiente pasión por

«Ketty, su hermana, desoriento al marido, do»quien ya soy íntimo amigo, y me capto las sim-«patías de mi, hasta ahora, desdeñosa inglesa.«Dentro de unos días van á San Petersburgo, á«donde pienso seguirles. Por una casualidad he«sabido tu paradero, que lodos ignoran, y no des-«eonozco la causa de tu destierro. Me alegra el»que sigas soltero.» ¿Eh?... Es verdad... éste nosabe... «Porque así tendrás más libertad, y me«acompañarás á San Petersburgo...» A San... sí,espérate: ¡como no te acompañe otro que yo!...«Te cederé á Ketty...» ¡Gracias!... «Dentro de»poco me tendrás á tu lado: no quiero marchar-»me sin despedirme de mi adorada, que no me lo«perdonaría. Conque, adiós, y hasta muy pronto.«Siempre tuyo, Fernando Acuña.» (AI terminarlalectura, un momento de pausa.) ¡Caramba! ¡caramba!¡caramba!.. (Reparando en su mujer.—Con senti-miento.) Pero... ¿qué veo? ¿Lloras?

CLARA. (Enjugándoselas lágrimas.) ¡ No, no hagascaso!

ENRIQUE. (Con amante solicitud.) ¡Si! Estás llorando.CLARA. (Sonriendo tristemente.) No es nada.ENRIQUE. ¿Temes acaso que Fernando?... Tranquilí-

zate, vida mia: el puro imán de tu cariño me llevahacia ti de tal manera, que no basta á contrares-tar su poder el halago de un amigo.

CLARA. (Con amor.) ¡Enrique!ENRIQUE. Desecha ese temor, y ¡qué diablos! Sufra-

mos esa importuna visita, ya que no nos es dableevitarla. Prepáralo una habitación... cualquiera...la peor de la casa, á ver si así conseguimos quese marche más pronto.

CLARA. ¡Pobrecillo! Haré que le preparen el pabe-llón deljardin.

ENRIQUE. Como quieras; pero anda pronto... (Con-sultando eireió.) Las once: ya no puede lardar envenir, y es necesario que vea... ¿No temes ya?

CLARA. ¿Temer? ¿Y cómo, si creo en tí?ENRIQUE. (¡El tal Fernando!...)CLARA. (¿Podrá la amistad más que el cariño?...)

(Vase.)

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ESCENA II.

ENRIQUE, solo.

¡Fernando en España! ¡Aquí, dentro de brevesinstantes!... No sé por qué su presencia, que tan-to deseaba en otro tiempo, ahora... Y no es quehaya dejado de quererle, no; mi amistad hacia éles la misma de siempre, porque esa dulce afeccióndura aún más que la vida. Sin embargo, nuestrasideas, antes tan idénticas como perjudiciales, nolo son ya: él, aun no ha reconocido su error,mientras que yo he abjurado del mió, adorando ála virtud en toda su grandeza... Y cómo se reirácuando sepa que estoy próximo á ser padre de fa-milia... Pero ¿por qué se ha de reir? ¿Acaso la fe-licidad, por el hecho de ser verdadera, ha de serridicula? ¡Censúrela en buen hora la sociedad>mientras no la rechace la conciencia; porque sila sociedad es el mundo, la conciencia es Dios!Si yo pudiera convencerle... él es bueno: su co-razón, guiado por malos instintos, entregado áfáciles mujeres, ha podido dudar de la virtud;pero el corazón, intérprete del alma, inclínase máshacia el bien que hacia el mal, y quizá el consejode la experiencia haga fructificar el arrepenti-miento. Sí; pero vaya usted á convencer á quienviene nada menos que de New- York persiguiendoá una mujer casada... á lady Prestly, que Diossabe qué casta de pájaro será!... «Te cederé áKetty...» Lo mismo dispone de ella... ¡ay! Estacesión me recuerda otra que yo le hice... ¡ah!Pero la mia era más ventajosa... él me cede unasoltera, y yo le cedí una casada! ¡Qué tiempoaquel! Siempre unidos, compartíamos triunfos yderrotas, y aún recuerdo alguna estocada que re-cibí por él, en pago á las que él recibiera pormí! Pero lo que nunca podrá borrarse de mi ima-ginación, es la noche de nuestra despedida, antesde que él partiera al Nuevo Mundo... Legalizadoy sellado por el choque de sendas copas dechampagne, hicimos el juramento de permanecerinvulnerables al matrimonio... Él lo ha cumplido;pero yo... Si su estancia aquí fuera corta... evi-tando la presencia de Clara podría ocultarle...Lady Prestly no tardará en partir, y una vez lejosde España, ¡quién sabe cuándo volverá! Todo ellose reduce á retardar un par de dias más... ¡un parde dias! ¡Necio corazón, que se avergüenza dehonrado! ¿Acaso es delito violar un juramentoque rechaza el alma? Lo que es infame, es pos-poner á mi imbécil amor propio el puro cariño deuna esposa amante. Lo que debiera avergonzarmees haber mentido haciendo de la última voluntadde mi padre una máscara para encubrir ese amorpropio. ¡La amistad! No... no era la amistad lo

que meunia ¿Fernando... No puede ser tan dulceafección el lazo que une dos seres educados enel vicio. Aquél, la muerte solo puede romperle...le deshace la virtud. Censúreme en buen hora:éste, nada me importa. ¡La censura del malvadoes el mejor elogio del hombre de bien!

ESCENA III.

DICHO.—FERNANDO.

FERNANDO. (Dentro.) ¡No... no es necesario!ENRIQUE. ¡Él!FERNANDO. (Entrando.) ¡Enrique!ENRIQUE. ¡Fernando!FERNANDO. (Abrazando á Enrique.) ¡Aprieta!ENRIQUE. ¡Afloja, chico... me vas á ahogar!FERNANDO. Perdona, Enrique... es tanta mi alegría

al volverte á estrechar entre mis brazos...ENRIQUE. NO es menor la que yo experimento; pero

creo que el cariño nada tenga que ver con laasfixia.

FERNANDO. Tienes razón: sin querer, trató de poneren práctica el refrán de «tanto te quiero...»

ENRIQUE. «Como te trituro...» ¡Gracias!FERNANDO. ¿Habrás recibido mi carta? No puedes

imaginarte el deseo que de verte tenía. Al llegará Madrid, mi primer cuidado fue volar en tu bus-ca. Estabas aquí, y era natural que no te encon-trara: tu ausencia me hizo sospechar lo que, po-cas horas después, supe por Perico Arcvalo, queera ya el trigósimoquinto ó trigósimosexto amigoá quien preguntaba por tí...

ENRIQUE. ¿Y te dijo?...FERNANDO. Fue muy lacónico, pero expresivo: «Hace

un año, me dijo, en un mismo dia desaparecieronde entre nosotros Clara... no recuerdo el apelli-do, y él. Hay quien dice que viven en amor—estafrase la dijo con mucha intención—y compañaen...» y me indicó este pueblo. No dijo más, aun-que, de decirlo, yo no lo hubiera oido, pues sa-biendo lo que deseaba, corrí á hacer mis prepa-rativos de viaje, y aquí me tienes.

ENRIQUE. ¿Por mucho tiempo?FERNANDO. Por muy poco. El tiempo es oro, como

dice lord Prestly, y yo no estoy muy sobrado deél para malgastarlo.

ENRIQUE. ¡Derrochador!FERNANDO. Además , mis muchas ocupaciones al

lado de mi adorada lady y de miss Ketty, su her-mana, me impiden...

ENRIQUE. Cualquiera, al verte aquí, diria lo con-trario.

FERNANDO. Gracias en nombre de tu administrador.ENRIQUE. (Con inquietud,) ¿Le has visto?

FERNANDO. Y soy portador de cartas suyas.

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ENRIQUE. ¡Gracias á Dios! Por primera vez en tu vidahas hecho algo de provecho.

FERNANDO. (Mucho temo que te equivoques.)ENRIQUE. Empezaba á inquietarme su silencio.FERNANDO. (Si tendré que arropentirme de haberlo

interrumpido...)ENRIQUE. Y tú me devuelves la tranquilidad.FERNANDS. Queda terminado el incidente. Hablemos

algo de tí. ¿Sabes que te encuentro muy cam-biado?

ENRIQUE. ¡Pshé! ¿Qué quieres?Los años...FERNANDO. ¡LOS años! ¿Acaso no soy yo más viejo

que tú—poco más, se entiende—y me encuentromejor conservado?

ENRIQUE. ¡Fatuo!FERNANDO. NO soy yo quien lo digo... Es la opinión

de toda mujer á los tres dias de conocerme.ENRIQUE. Vamos, siempre el mismo... ¡Ahora, como

antes, no se te cae la mujer de la boca!FERNANDO. ¡Ay! Ojalá fuera cierto.ENRIQUE. (Dándole una palmada en ol hombro.) ¡Coque-

ton!FERNANDO. ¡No lo creas... ya se me escapan... ya no

me quieren! (Abrazándose á Enrique.)ENRIQUE. NO te quieren... ¡Como si le hubieran que-

rido alguna vez!FERNANDO. (Fatuidad.) Hombre, me parece...

ENRIQUE. LO habrás creído así; pero la mujer queama verdaderamente, no se rinde al falso halagode un hombre.

FERNANDO. (Sorprendido.) ¿Eli?

ENRIQUE. E\ verdadero amor, esa dulce inclinaciónhija de la naturaleza, sólo puede justificarlo lavirtud.

FERNANDO. Pero...ENRIQUE. Ves á una mujer dotada de innumerables

encantos, más bellos aún que la hermosura: suvista produce en ií una grata sensación, mezclainefable de mil afectos encontrados, pero refleja-dos en su mayor parte de uno solo: la admira-ción. A esto llamas amor, y tu corazón no, tu ca-beza no vacila en creerlo así. La ves asediadapor infinitos adoradores que, como ellos á tí, ta-chas tú de importunos, y entonces un nuevocomponente de esa falsa afección viene á robus-tecerla. Este es el amor propio. Pues bien: supon-gamos que por tus bellas cualidades... físicas, ópor un afecto simpático, ó—como sucede las másde las veces—por un capricho, te da la preferen-cia sobre los demás... ya no es amor propio loque en tí domina: ahora son el orgullo y la vani-dad los que vienen á reemplazarle. De su unión

. nace el deseo, inevitable casi siempre, y casisiempre perjudicial. Con más talento que tú, óquizá más amante, evita la ocasión del peligro, yentonces tú, insultando á la verdad, exclamas in-

dignado: «Su amor es mentira...» ¡Cuántas vecesno habrás pronunciado esa frase!

FERNANDO. Ciertamente; pero...ENRIQUE. Cambia la decoración, y tomáis la ficción

por la realidad, y exclamáis recíprocamente:«¡Cuánto me ama!», y no vaciláis en pronunciaresa frase errónea, que, traducida al lenguaje delalma quiere decir: «Cuánto nos despreciamos!»¡Desengáñate, Fernando! La mujer es una joya querequiere ser engarzada; y tan mal sienta á unbrillante un aro de cobre, como á un trozo decristal un anillo de oro!

FERNANDO. (Después do una pausa.) ¡Enrique!ENRIQUE. ¿Qué?FERNANDO. ¿A ver?... Mírame cara á cara.ENRIQUE. ¡Me harás reír!FERNANDO. Estaríamos en paz... ¿Quieres hacer el

favor de decirme si el que hace poco ha pronun-ciado ese más que soporífero sermón tíe SemanaSania es el mismo Enrique de quien yo me sepa-ré hace diez años?

ENRIQUE. ¡En cuerpo y alma!FERNANDO. En cuerpo, quizá; pero lo que es en al-

ma... ¡qué quieres!... la encuentro tan variada...ENRIQUE. Las circunstancias...FERNANDO. ¿Ese disfraz déla hipocresía?No lo creo:

nunca le he conocido hipócrita... ahora, muchomenos...

ENRIQUE. Entonces serán... lósanos.FERNANDO. ¿Otra te pego? Ya te he dicho que no me

gustan esas bromas. Además, la juventud vivecon el amor, y la vejez no empieza sino cuandoaquel acaba.

ENRIQUE. ¡Filósofo estás!FERNANDO. Por imitarte... aunque mi filosofía,

afortunadamente, está exenta del puritanismo dela tuya?

ENRIQUE. ¡Siempre el mismo!FERNANDO. Por supuesto, que no ignoro el motivo.

Sé que esas ideas no son tuyas, sino que estáninspiradas por una segunda persona...

ENRIQUE (Con temor.) ¿Cómo? ¿tú sabes?FERNANDO. ¡Lástima fuera! ¿No soy tu amigo, y tu

amigo verdadero?ENRIQUE. (Incitándole á hablar.) Pero...FERNANDO. ES inútil que insistas. Sin embargo, en

el corto tiempo que esté aquí, procuraré lomardatos de vuestro sistema de vida, para si algunavez me ocurre casarme... ¡no te asustes! hablode un enlace de corazones, no del verdadero ma-trimonio, cuya sola idea me horroriza.

ENRIQUE. (¡Estoy siendo un infame!)FERNANDO. Por otra parte, supongo que no me

creerás capaz de violar un juramento que tú, yeso que eres más sensato que yo, has sabido res-petar.

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ENRIQUE. (¡Oh!)

FERNANDO. Pero ¿querrás creer?—hice mal, lo con-fieso;—¿querrás creer que en mi reverte duranteel viaje llegué á sospechar de tí? |

ENRIQUE. Hicistes...FERNANDO. Mal, soy franco; ¿creer que tú?... pero

en fin, ¡qué diablos! amor con amor so paga, ymal pensamiento con mal pensamiento: piensa túmal de mí una vez no más, y cree que estaremos 'en paz.

ENRIQUE (Disgustado.) ¡Fernando!FERNANDO. ES que si hubieras faltado á tu palabra,

nunca te lo hubiera perdonado; y, la verdad, lohubiese sentido, por recaer en tu daño la ejecu-ción del proyecto favorito de mi catecismo ama-torio: «Amarás á la mujer de tu mejor amigo yrespetarás á la que sólo lo sea in nomine.»

ENRIQUE. ¿Cómo? ¿serías capaz?...FERNANDO. ¿LO dudas? ¿Piensas que no?... ¡Ah! Va-

mos, eso es que has querido tomar la revanchade mi sospecha de antes, ¿no es así?

ENRIQUE. ¿A qué tomar en serio sus locuras?FERNANDO. ¡Mis locuras! Tienes razón: soy un loco,

pero con unos ribetes muy anchos de cuerdo, ycree que, á no serlo, me parecería increíble quetú, el Enrique de otro tiempo, trataras de locura lamáxima que más de una vez has sabido poner enpráctica.

ENRIQUE. SÍ, ciertamente; pero ahora...FERNANDO. (Sorna.) ¡Hipocriton!ENRIQUE. ¡Fernando!FERNANDO. ¡Resellado!ENRIQUE. Pero...FERNANDO. ¡Creyente!!!... ¡Me parece que no se le

puede insultar más!ENRIQUE (Con enfado.) ¡Vete al diablo!FERNANDO. ¡Refutarme un principio eminentemente

social!ENRIQUE. ¿Qué quieres, que te dé la razón? De to-

das maneras has de quedarte con ella... Para te-ner razón basta hablar siempre.

FERNANDO. SÍ, eso dice Fausto á Mefistófeles; y parano ser menos que él te diré yo también: tienesrazón, pues que te necesito.

ENRIQUE. ¿A mí?

FERNANDO. ¡A tí! Vente á San Petersburgo.ENRIQUE. ¿YO? A San...

FERNANDO. ¡Petersburgo, tú! Ya sabes que te cedo áKetty.

ENRIQUE. ¡Eh! ¡Déjame en paz!FERNANDO. Después que me acompañes.ENRIQUE. Pero...FERNANDO. ES necesario , créeme , especialmente

para tu satud: un mismo plato todos los dias llegaen poco tiempo á extragar el estómago más fuer-te... después de un año, el tuyo debe ser de hierro.

ENEIQUE. ¡Imposible!FERNANDO. NO sé qué significa esa palabra.ENRIQUE. ¿Cómo he de abandonar...FERNANDO. ¿A Clara? Sencillamente: la dices que vas

á Madrid... á compras; eso la agradará: ella tecree, te deja marchar, y una vez allí, de un sal-to... á San Petersburgo.

ENRIQUE. ¡Sí,como quien dice, á Vallecas! ¡No lo ve-rán tus ojos!

FERNANDO. ¿NO?

ENRIQUE. ¡NO!FERNANDO. (Resueltamente.) ¿Decididamente no?ENRIQUE. Decididamente ene, o, no.FERNANDO. ¡ESO es una infamia! Tenga usted amigos

para que luego se porten así... Hoy mismo he deborrar esa palabra del Diccionario, para que noexistan ni aun en letras de molde.

ENRIQUE. Pero, hombre, escucha.FERNANDO. Repito que esto es una infamia; que esto

verdaderamente clama á... Pero no tengas cuida-do, yo le diré á esa señora...

ENRIQUE. ¡Fernando! ¿Quieres oirme?FERNANDO. ¿Me seguirás? ..ENRIQUE. ¡Pero, hombre, atiende!FERNANDO. ¿Me seguirás?...

ESCENA IV.

DICHOS. — CLARA.

CLARA. ¿Estorbo?ENRIQUE, (A Fernando.) (¡Calla!)FERNANDO. (¡Ella!) Nunca, señora. (¡Admirable tipo

de belleza!)ENRIQUE, (A ciara.) Tengo el gusto de presentarte á

mi amigo Fernando de Acuña... (A Fernando.) Tepresento á...

FERNANDO. Las tres Gracias refundidas en una. ¡Pre-ciosa criatura!

CLARA. (¿Qué dice?)FERNANDO. (Acercándose desenvueltamente á Clara.)

Ojos africanos, perfil griego, talle de sílflde, pié...el pié debe ser andaluz.

CLARA. (Conteniéndole.) ¡Caballero!ENRIQUE. (Llamándoloásu lado.) (¡Por piedad, Fer-

nando!)FERNANDO. (¡Comprendo tu resistencia!)CLARA. (¡Ese lenguaje!... ¿Le habrá ocultado Enri-

que?...)FERNANDO. (Bajo á Enrique,) (¡Ya conoces mi precep-

to! Bien se explica fu aislamiento: dueño de taltesoro, eres lo bastante digno de envidia para te-merlo todo.

CLARA. (¡Ah! En su carta le ereia soltero, y él...Será posible.)

E.NRIQUE. (¡Dios mió! ¡Dios mió!)

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N.M90 J. BEAÜVISAGE. LA EXPLORACIÓN DEL AFB1CA. 511

• FERNANDO. (Mirando con descaro á Clara y luego á Kn-

rique.) ¡Tendré que hacer el viaje sólo!ENRIÓSE. (¡Callarás!)CLARA. (Nunca lo hubiera creído.) Venía á anunciar

á ustedes que el almuerzo nos espera.FERNANDO. Siempre es descortesía hacer esperar...

y tanto más, cuando se tiene como yo un apetitode ocho horas de viaje.

CLARA. Nada entonces mejor que ser corteses. (Yosabré la verdad.) En route.

FERNANDO. En route. (Le ofrece el brazo, que Clara

acepta.)CLARA. Gracias. (A Enrique.) Aprende.FERNANDO. (¡Bravo! ¡Ya se insinúa!)CLARA. (¡YO le castigaré!)

ENRIQUE. (¿Habré hecho mal?)

J. DE FlJUNTES.—A.

LA EXPLORACIÓN ÜEL ÁFRICA.

En este momento en que la Asociación africanainternacional prepara el establecimiento de una es-tación científica, destinada á servir de centro á la ex-ploración metódica del inmenso continente africano,es oportuno resumir brevemente la historia de losdescubrimientos hechos en estos últimos años, éindicar en pocas palabras cuáles son las principalesexpediciones actualmente en vías de ejecución ó enproyecto.

Ya se ha hablado suficientemente de la región delMediterráneo y del Sahara, para que insistamos so-bre ello. Bastará recordar algunos nombres: el ca-pitán Roudairo, que se prepara á completar sus es-tudios en Argelia y Túnez; Largeau, que después desus dos viajes á Ghademés, espera en este momentoen Onargla una ocasión favorable para ganar el To-nat; Say, que acaba de interrumpir su viaje al Hog-gar, para llevar á Argel los Tonarey encontradospor él en la Zaonia de Temassimio (estos dos viaje-ros están aún lejos de haber traspasado los puntosalcanzados de un lado por M. Pablo Soleillet, en1874, y del otro por M. Enrique Duveyriep, en 1862);el capitán de marina Mouchez, que ha efectuado re-cientemente, no sin peligro, el trazado hidrográficode la costa de Trípoli; el viajero alemán Erwin vonBarry, que trata en vano de encontrar el Hoggar porel Este, y que acaba de retroceder de Ghat sobre elFezzan; en fin, Mardochée, judío marroquí, corres-ponsal de la sociedad francesa de Geografía, queanunció hace algunos meses su próxima partida paraTombuctu.

Mencionemos, además, el proyecto inglés de in-

troducción del mar en el Sahara occidental, puestoen práctica por el Sr. Donald Mackenzie, quien elaño anterior intentó en vano desembarcar en lacosta frente á las islas Canarias.

Sobre la costa de la Guinea septentrional, encon-tramos á M. Bounat que, al emprender su tercerviaje al país de los Achantis, ha experimentado eldolor de cerrar los ojos á su compañero GeorgesBazin, muerto de fiebre tifoidea en Axim.

En el curso inferior del Ninger funciona actual-mente un servicio regular de seis vapores, hastamás arriba de la confluencia del Bernoué. El obispoanglicano Crowther, que ha pasado ya 30 años eneste país, debe regresar muy pronto con ánimo depenetrar más lejos en el interior.

Un francés, M. Gustavo Sahler, ha propuestorecientemente el curso del Ninger, para llegar áTombuctu, y aun más allá; pero la rapidez de lacorriente de este rio presenta un obstáculo insu-perable.

Otro proyecto de exploración, cuyo punto departida es el Ninger inferior, acaba de ser sometidoá la sociedad francesa de geografía, por un antiguoteniente del ejército francés, el conde de Sémélé,que quería remontar hacia el Este el Renoné, granafluente del Ninger, y el Chary, tributario del lagode Tchad; después ganar los grandes lagos del altoNilo y la costa de Zanguebar, á la altura del monteKilimadjaro. Atravesaría asi de parte á parle laporción septentrional de la región desconocida, yuniría entre sí los puntos extremos alcanzados enel Sud de Tchad por Barth y Overweg. en la Ada-rnaua, 1851; y por el Dr. Nachtigal, en el país delos Gaberi, 1872; á la región de los Niam-Niams yde los Mombuttus, visitada por Piaggia, 1860-4865;los hermanos Poncet, 1875-1858, y Dr. Schwein-furth, 187$ Miani, 1872; y el coronel Chaillé-Long,1874. Uniria además las exploraciones del alto Niloá los estudios hechos á poca distancia de la costapor los misioneros de Mombaz, rodeando al N. E. ellago Victoria Nianza á través de la comarca desco-nocida de Galles.

Sigamos la costa occidental de África, al Sur delNiger. Hacia el Ecuador encontramos la expediciónfrancesa de Savornan de Brazza, Marche y el doc-tor Ballay, que, partiendo de Gabon hace ocho me-ses próximamente, ha romontado el rio Ogoonehasta 300 kilómetros más allá de la confluencia delIvindo, punto extremo de la peligrosa navegaciónde Compiegne y Marche en 1874.

Entre el Ogoone y el Congo, la costa de África esimpenetrable á causa de la hostilidad declarada delos indígenas, que en estos últimos años han impe-dido el paso á los esploradores alemanes Bastían,Güssfeldt, Homeyer, etc.

Los hermanos Grandy no han sido más afortuna-

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dos en el Congo, donde una misión bautista inglesatrata de fundar un establecimiento en las cataratasdel Yellala, barrera que no ha sido franqueada ja-más, y remontar este gran rio.

En las colonias portuguesas de Angola está el li-mite meridional del país desconocido indicado porel itinerario del comandante Cameron.

Al Sur de esta línea, la región que se extiendeentre Angola al Oeste y Mozambique al Este, y queha sido el teatro de las exploraciones de Livingsto-ne, va á ser estudiada de nuevo por la expediciónportuguesa, organizada bajo el mando de los seño-res Serpa Pinto, Brito Capello y Roberto Ivens.

Esta región comprende el naciente del Zambeze,y al Norte de éste, los altos valles de Casai y Lua-laba, inmensas corrientes de agua, cuya termina-ción no es conocida, aunque según Cameron se re-unen para formar el Congo, hipótesis que necesitaser confirmada, y bien podria suceder que se des-mintiera por el viaje de Savorgnan de Brazza, sieste descubre, lo que no tendría nada de extraño,la continuidad del Lualaba y del Ogoone.

Muchos viajeros han regresado recientemente deesta región; entre otros un alemán, el Dr. PabloPogge, que ha visitado el país de Muota Yamro,y el Dr. Emiliano Holub, que ha explorado deta-lladamente el curso del alto Zambeze y de susafluentes.

Sobre la costa oriental, los exploradores abun-dan. Son, sobre todo, misioneros ingleses que vaná fundar establecimientos coloniales lo más lejosposible en el interior, marchando sobre las huellasde los viajeros que han recorrido los primeros lasdiversas rutas.

Así, en la cuenca de Zambeze inferior, sobre losbordes del lago Nyassa, ha fundado Young la colo-nia Livingstonia, á la que se debe ya la exploracióncompleta de este lago, y la supresión casi absolutade la trata en estos parajes.

A la latitud de Zanzíbar, Roger Price y A. Dodshun,están en camino para fundar una misión 3obre losbordes del lago Tanganyika. Un poco más al Norte,G. J. Clark, t . T. Wilsson, 0. Neil y Smith, estable-cen una colonia en la punta del Sur del VictoriaNyanza, sobre terreno de un antiguo campo deStanley.

Este, habiendo partido de Zanzíbar hace tres años,ha efectuado en un vapor la circunnavegación dellago Victoria, y ha llevado si; osadía hasta el extre-mo de internarse en el lago Alberto. Después, des-cendiendo hacia el Sur, ha explorado el curso delKitangule Kadgera, señalado por Speke, que, des-embocado en el lago Victoria, debe ser uno de losprincipales orígenes del Nilo. Después de haber dadoá este rio y al lago Akenyara, de donde se forma,los nombres de Nilo Alexandra y lago Alexandra,

se encaminó al lago Tanganyika, que también c;r-cumnavegó completamente. Las últimas noticias su-yas datan ya de algunos meses, suponiéndose queha debido penetrar después más al interior aún paravisitar la región desconocida que se extiende alS. 0. del lago Alberto.

Durante este tiempo, dos alemanes, G. H. Fischery A. Denhardt, remontan al rio Dam en el paísGalla, mientras que la expedición italiana de Anti-nori y Chiarini espera en el Choa (Abisinia meridio-nal) los socorros y refuerzos que le llevan los capi-tanes Martini y Sechi, para penetrar por el Norteen el mismo país Galla y llegar por este camino allago Victoria.

De Martini y Sechi se tienen noticias que alcan-zan hasta el 19 de Julio, en cuya fecha se hallabanen el campo de Jull Harré, donde la guerra entredos tribus les habia obligado á quedarse. Engaña-dos por la tribu de los Danakils, envueltos en unalucha entre estos y los Assimarats hubieran inten-tado vanamente enviar á Shoa en el Oesíe ó á Zeliaen el Este á algún emisario que pudiese dar á co-nocer su peligrosa situación. Habían perdido unabuena parte de sus equipajes; sin embargo, no des-confiaban de alcanzar el territorio -de Shoa, dondegracias á la protección del rey Meneiik que sehalla muy bien dispuesto en favor de los italianos,esperan encontrar los recursos y medios de conti-nuar su viaje.

Del lado del alto Nilo hace algún tiempo que nose tienen noticias del Dr. Schnitzer (Emin-Effendi),que habia llegado por este camino al Ouganda, alNorte del lago Victoria, ni del Dr. Yunter, que debehallarse actualmente en el país de los Niam-Niams.Consignemos además la próxima partida para estaregión de una expedición franco-suiza, dirigida porlos Sres. Girardin y Blanc de Feigle, y, en fin,la reciente exploración del.Dr. Schweinfurth, enel desierto arábico de Egipto, á lo largo del marRojo.

La exploración del África se encuentra, pues, envías de realización, y los numerosos viajeros quese dedican á ella llegarán seguramente á conseguirsu objeto en poco tiempo, gracias sobre todo á laparte activa que ha tomado en este asunto la Aso-ciación africana internacional, que dará robustez álos esfuerzos de todos en provecho da la ciencia,del comercio y de la civilización.

JORGE BKAUVISAGE.