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Richard Gamboa Ben-Eleazar - Zikaroním Versión 2.4 - Parte I: Vectores

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Autobiografía de Richard Gamboa Ben-Eleazar. Tomo I: de 1977 a 1987.

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Richard Gamboa Ben-Eleazar

Memorias

(Autobiografía) Versión 2.4

Parte I: Vectores (1977 – 1987)

5771/2011

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NOVEDADES DE LA VERSIÓN 2.4

Más información autobiográfica: nuevas anécdotas, más recuerdos.

Más fotografías

Un Playlist al final de cada capítulo o sub-capítulo

El tamaño de la fuente se ha aumentado de 10 a 11, para facilitar la lectura a quienes tienen problemas con la letra pequeña.

Nuevas portadas

Vari@s amig@s me comentaron que el libro estaba demasiado largo, así que lo he fragmentado en tomos más pequeños para que su lectura sea corta, fácil y amena (y así l@s pongo en suspenso a la espera de la siguiente parte!)

Los títulos están escritos con la fuente OCR A Extended (instala esa fuente en tu PC si ves esta frase en otro tipo de letra).

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PRÓLOGO

No recuerdo cuándo fue la última vez que intenté escribir mis memorias y publicarlas sin haber completado el objetivo; me he empeñado en esta tarea en más de una ocasión desde mi adolescencia y he tenido que recomenzar esta tarea una y otra vez. Las dos primeras veces que lo intenté fueron cuando yo tenía 13 y 18 años, mi mamá arrojó mis manuscritos a la basura por considerarlos una demencia de mi parte y una completa pérdida de tiempo. La última vez lo guardé en un diskette, pero con tan mala suerte que, por un error de tecleado el sistema lo formateó automáticamente y perdí varios meses de trabajo. En otra ocasión intenté escribir nuevamente por consejo de una psicóloga en un proceso de terapia que, por cierto, jamás concluyó. Y pasaron los años sin que retomara ese trabajo, hasta que el 9 de Av del año 5765 (correspondiente al calendario gregoriano sábado 13 de agosto de 2005 en la noche) un amigo del Opus Dei, el padre Diego Torres, me invitó a escribir mis memorias; protesté por la razones que ya he expuesto pero a lo último pero a la final decidí tomar seriamente el consejo de este amigo sacerdote y retomé de manera definitiva la redacción de mis memorias. No busco la aprobación de la gente, por ello este escrito no pretende ser un libro de espiritualidad, nunca he alcanzado el nivel de santidad de aquellos cuyas autobiografías son más que joyas literarias, enriquecedores manuales de espiritualidad. Soy simplemente un miserable pecador pidiendo diariamente la misericordia del Padre Celestial, no soy más que eso, así que pierden tiempo quienes desean encontrar en este libro la vida de un santo libre de tentaciones y de pecados, porque eso es lo que es mi vida: una compilación de todos mis pecados y errores… pero debo confesar que es además la compilación de todas las veces que el Todopoderoso no me ha castigado como merecen mis pecados y de todas las veces que El ha mostrado Su misericordia en mi vida sin merecerlo yo. Esta es, entonces, una historia la Infinita Bondad y Misericordia actuante de Dios a pesar de mis continuas pataletas, rabietas y errores… pero es también la historia de un hombre que ha resistido por años al Sistema. Aún teniendo en cuenta esa parte espiritual que deseo resaltar, no quiero que quien lea este documento se lleve la imagen de un hombre que no sentía emociones como cualquier otro. Si escribo de mi vida no quiero dejar de lado mi personalidad y cómo he percibido las cosas, aunque eso no será del agrado

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de muchos. Pretender mostrar otra imagen para conveniencia o tranquilidad de algunos sería una infame traición a mi verdad. Otra razón que me motiva a escribir mis memorias es el temor a que en el tiempo se pierdan, y cuando digo esto me refiero a que le temo a la amnesia. Hasta el momento conservo muchos recuerdos de mi vida como si los hubiera vivido ayer, pero con el tiempo me hago más viejo (aunque en mi generación tener 35 años era considerado estar en la flor de la juventud) y ya empiezo a detectar fallas en mi memoria cronológica. Quiero dejar archivado y para siempre todo lo que tengo en mi cabeza y en mi corazón antes de que la información desaparezca por causa del paso de los años. Y sí! Hay una última razón que me motiva a escribir. Muchos (en especial los de mi familia biológica) no lo aceptarán, pero mi pubertad y mi adolescencia fueron un traumático momento, ya que desde esa edad experimenté en carne propia y a temprana edad la infamia de la segregación, la amargura de la censura, la persecución y la discriminación por razón de mi raza y por defender a capa y espada mis convicciones y creencias. Fui la piedra en el zapato para muchos de los que me rodearon y pagué un muy alto precio por mantenerme en pie e inamovible. Es rabia lo que siento? no. Odio? Rencor? Para nada… bueno, sí siento una tristeza por lo que me tocó vivir, por lo que no pude llevar ciertas etapas de mi vida con normalidad, pero me queda en el corazón la satisfacción de que no di el brazo a torcer y que a pesar de mis duras y profundas caídas me levanté nuevamente, para dolor de mis enemigos. Pero hay algo que definitivamente valoro en todo esto: a pesar de todo, a pesar de mis rabietas y pataletas, a pesar de mi rebeldía y de mis continuos pecados, vi en mi vida la acción de Dios. Soy de los que afirman con absoluta certeza que Dios es Dios de verdad, es un Dios Viviente y que no está pintado en la pared. Tengo la más completa certeza de Su amor y misericordia, por lo que digo “definitivamente, todo esto valió la pena!”.

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INTRODUCCIÓN

(Adaptación del “Manifiesto Cyberpunk” de Christian Kirtchev) Qué tal si empezamos respondiendo a una pregunta que me suelan hacer los psicólogos cuando quieren evaluar mi estado emocional: “quién es Richard Gamboa? Cómo te describes?” Si ustedes me pidieran que resumiera toda mi personalidad en una sola palabra, esa sería DIFERENTE. Me considero una persona demasiado adelantada a mi tiempo, soy el hombre al que todos consideran extraño porque ve la realidad de manera completamente distinta; mi punto de vista expresa mucho más de lo que la gente común y corriente se atreve siquiera a pensar, tal vez por eso me considero más un visionario que un idealista. Me importa un comino lo que los demás piensen de mí, no me importa lo que la gente diga de mí a mis espaldas (lo que no quiere decir que no me duela profundamente cuando lo vengo sabiendo por boca de terceros que considero “mis amigos”). Siempre he percibido que la gente no me entiende, mi familia jamás pudo entenderme! soy el "raro", el "loco"; siento que la sociedad me desprecia (y a veces me ha perseguido salvajemente) porque mi pensamiento es global, libre, incluyente, de vanguardia, que cambia por completo las reglas del juego cuando éstas son obsoletas e injustas, o si ya no responden a las necesidades de las nuevas generaciones… pensar de esa manera en una sociedad de mentalidad medievalista e inquisidora está prohibido. Tal vez por eso me considero una persona que nació en el lugar correcto pero no en la época correcta… siento que debí haber nacido unos cien, doscientos o trescientos años más adelante. Soy un hombre que, a la vez que ha tenido una experiencia profunda y radical de Dios, al mismo tiempo soy un hombre de la Era de la Información, por eso no puedo vivir sin una computadora y una conexión a Internet a mi lado. La Red, el mundo virtual, es el único espacio en el Universo que me ha ayudado verdaderamente a difundir sin restricciones mi testimonio, mis pensamientos y mis enseñanzas; me ha dado refugio y me ha permitido cultivar valiosas amistades en el mundo físico. Bendito seas, Padre Celestial, el Soberano de todos los mundos! Soy un hombre rebelde por naturaleza porque yo voy hacia delante, porque Dios me impulsa hacia adelante, pero el Sistema se esfuerza por empujarme violentamente hacia atrás (el Sistema es esa estructura económico-político-

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religiosa que con sus manuales de casuística, sus dogmas medievalistas, sus narcóticos publicitarios y sus terroríficos anatemas ha esclavizado las conciencias de millones de personas y no permite la natural evolución humana). Me gusta construir la historia al lado de los que considero los grandes profetas de la Humanidad, pero cuando ellos no me acogen ni me permiten caminar a su lado siendo tal cual soy, o cuando ellos pretenden alienarme y someterme, entonces los abandono y forjo por mi propia cuenta nuevas sendas, abro nuevos caminos para que las futuras generaciones los recorran. El Sistema, en represalia, me acusa de “falso profeta”, “anticristo”, “demonio encarnado”, “desquiciado”, “desadaptado”. El Sistema puede perseguirme y herirme casi de muerte en el mundo físico… pero en el mundo virtual, aún a pesar de que allí también se gestan agresivas cruzadas para destruirme, allí en la Red soy intocable, incensurable, invencible. Incluso, pueda que no se me permita predicar frente a un atril, dar un discurso sobre una tarima o impartir una cátedra en un aula de clase… pero el Sistema no puede impedir que cientos de millones de personas de diferentes razas, nacionalidades y religiones, clérigos y laicos, profesores y estudiantes, adolescentes y ancianos, creyentes y ateos, reciban mis enseñanzas y lean mis escritos en alguno de mis blogs, textos que descargan desde algún enlace o que reciben en sus buzones de correo electrónico. Pueda que el Sistema me acuse de desarrollar mis actividades sólo en el mundo virtual y así afirme que no tengo autoridad alguna, pero siempre acallo sus bocas cuando puedo levantar mi voz en el mundo físico, y cuando lo hago produzco como resultado un terrible alboroto. Por eso el Sistema me ha considerado, desde mi tierna infancia, su peor y más peligroso enemigo. Dios se ha manifestado en mi vida con milagros que me suceden a diario: víspera mañana y mediodía; millones lo ven y así encuentran sentido a sus vidas y trabajan por forjarse cada quien y desde sus propios contextos un futuro mejor; en eso radica mi autoridad y poder y por eso el Sistema me teme con el pánico de una película de terror, y precisamente por eso mismo se esfuerza en lograr mi completa aniquilación. Soy un hombre que vive por el bien de los demás pero no sometido a ellos, y esto le desagrada a quienes confunden “lealtad” con “servidumbre”. Me duelen las injusticias que sufren los jóvenes, las familias, las mujeres, los niños, los trabajadores, las personas de fe, me duele ver a mi país caminando hacia la ruina… entonces levanto mi voz en su defensa y para despertar sus conciencias dormidas por generaciones, y cuando lo hago el Sistema nuevamente grita de terror e intenta con su “autoridad” descalificarme públicamente, o si le es posible, exterminarme.

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Lo que yo intento hacer es cambiar la situación, con mi labor intento ajustar el mundo presente a las esperanzas de los demás sin descuidar mis necesidades y visiones, adecuar el Universo a su máxima función y olvidar toda la basura que nos ha convertido en esclavos con grilletes de fantasía. Eso es lo que soy: un verdadero hebreo, un auténtico jabirú, un hombre que vive “del otro lado”.

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Un Niño Nacido en el Lugar

Correcto, pero en la Época Equivocada

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I De Mis Raíces Hasta 1980

Yo no sé por qué los autobiógrafos o los historiadores tienen la bendita costumbre de empezar a contar la vida de alguien desde el momento de su nacimiento. Pues bien, yo voy a empezar a contar las cosas arrancando de muchísimo más atrás, esto para que ustedes puedan comprender muchas cosas que me sucedieron. Esta información fue muy difícil obtenerla, y peor partiendo del hecho de que casi todos los miembros de mi familia tomaron la postura de olvidar deliberadamente sus orígenes; consideran inútil tal información, pero olvidaron que “quien ignora su historia está condenado a repetirla”. Y como yo no pienso caer en el mismo ciclo vicioso! Así que me di a la tarea y aquí va lo que logré averiguar.

Fachada del Hospital Infantil Universitario

Lorencita Villegas de Santos, hoy llamado “de San José”. Aquí nací yo.

… está bien, les haré caso: mi nombre completo con el que nací, ese que aparecía hasta hace poco en mi cédula de ciudadanía colombiana, es RICARDO RODRÍGUEZ GAMBOA, nacido en Bogotá, Colombia, el jueves 23 de Siván del año 5737, esto es, el 9 de junio de 1977 a las 15:00 horas en sala de maternidad del Hospital Universitario Lorencita Villegas de Santos (que hoy se llama “Hospital Infantil Universitario San José); hijo de MODESTO RODRÍGUEZ GAMBOA y TERESA DE JESÚS GAMBOA MONTEALEGRE. Ahora permítanme comenzar esta historia por donde debo comenzarla. LOS RODRÍGUEZ Poco o casi nada pude averiguar de los orígenes de la familia Rodríguez. Sí, es un apellido judío sefardí (es decir, de los judíos de origen español).

Pero de parte de papá, si acaso, heredé los rasgos del Medio Oriente, pero todo parece indicar que eran moros o sefaro-marroquíes convertidos al catolicismo y que luego llegaron a Colombia en el proceso de colonización. Mi investigación genealógica me llevó hasta mi abuelo Adriano Rodríguez (a quien jamás pude conocer), de quien supe, tuvo dos mujeres simultáneamente

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y con las que tuvo hijos. De la primera mujer nacieron Josefa y Antonio (a quienes conocí personalmente) y otros que no pude localizar, y de la segunda mujer, es decir, mi abuelita Isabel Gamboa nacieron cinco: Nicolás (quien murió muy joven en un accidente dentro de un vagón de Ferrocarriles Nacionales), Lucas, José Ángel, Israel, Gertrudis y mi papá, Modesto. Por parte de los Rodríguez el historial no es alentador. Se me informó de que en busca de mejorar la posición social, los papás de mi abuelita Isabel la hicieron casar con el abuelo Adriano casi a la fuerza, cuando ella amaba a otro hombre y con quien tuvo hijos. Mi abuelita era demasiado ingenua y no tenía personalidad para hacer valer sus derechos como esposa, y eso repercutió gravemente en su descendencia. El abuelo Adriano solía abandonarla a su suerte y durante semanas enteras (seguramente para verse con su otra mujer) en la finca “La Vega” que ellos tenían a las afueras de Chicoral, Tolima, justo donde cruza el Río Coello y comienza la ladera oriental de la Cordillera Central, y que fue donde sus hijos nacieron. En su propia cara el abuelo Adriano rechazaba y menospreciaba a la abuela Isabel, pero no supe si alguna vez la golpeó. Esto es importantísimo para entender el por qué mi abuelita Isabel, por guardarse estos maltratos en su corazón y no expresar su rabia, esos sentimientos se fueron acrecentando convirtiéndola en una mujer vengativa y llena de odio… supe que ella no es que quisiera mucho a mi papá, de hecho pudimos confirmar por el testimonio de mis propios tíos que jamás lo corrigió ni lo aconsejó (grave error de una madre). Una vez abá (“papá” en hebreo) y mi tío Lucas vendieron sin permiso una de las dos vacas que mi abuelita Isabel poseía; ella se enteró y ellos le dieron el dinero equivalente a lo que la vaca costaba, pero la abuela no quiso aceptar el dinero. Así que mi tío Lucas le entregó el dinero a mi papá para que lo administrara; una versión cuenta que era para pagar una formación en Contabilidad, pero por otro lado me enteré de que abá derrochó ese dinero en su pasatiempo favorito: el billar. Y fue cuando mi abuelita Isabel lanzó sobre ellos una maldición: “se tragaron la plata de la vaca, pero con la misma hambre quedarán”. Por un problema similar mi abuelita denunció a su hija Gertrudis y la hizo echar a la cárcel, pero su esposo Abelino se hizo arrestar en lugar de ella y finalmente pudo pagar la fianza. Pocas veces he sabido de una madre que maldice a sus hijos y les desea lo peor, y mi abuelita Isabel entró en esa lista de madres maldecidoras y cuyas sentencias cayeron duramente en mi papá. Más adelante les mostraré el por qué. Con excepción de mi tía Gertrudis (quien con Abelino tuvieron a Aramís, Gabriel, Hermes y Nancy), absolutamente todos mis tíos por parte de papá cayeron en la trampa de destruir su hogar saliendo con otras mujeres y teniendo hijos con ellas. No ha habido en la historia de la familia Rodríguez ni un solo hombre fiel a su primera esposa hasta la muerte!

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Nunca conocí a los hijos extra-oficiales de mi tío Lucas, pensionado de Ferrocarriles Nacionales y dedicado a “de todo un poco”, quien con su esposa Concepción (a quien todos llamábamos “Concha”) tuvieron a José Lucas “Joselito”, Esperanza y otro primo que no recuerdo. Pero conocí a un hijo extra-oficial de mi tío Israel (odontólogo de profesión y casado con Mercy, cuyas hijas son Doris, Libia y Carmenza), a quien yo catequicé una vez y que estuvo estudiando para ser sacerdote. Mi tío José Ángel, sargento primero retirado del Ejército, se casó con Sonia Illera (oriunda de Popayán) y con quien tuvo a Eduardo, Liliana, Alexander y Katherine… los hijos extra-oficiales de mi tío José Ángel se llaman Allison y Rosemary. Abá formó hogar con Consuelo Vargas cuando yo tenía tres años de edad, y de ese matrimonio nació Oscar Mario, y muchos años después con una señora Ángela (a quien conozco personalmente y doy fe de su vocación como esposa y madre, además de que es una mujer temerosa de Dios y que ama a mi papá y da todo de sí porque él sea feliz), matrimonio del cual nació mi hermanita menor Laura.

Esta foto fue tomada por mi esposa en junio de 2008 en una finca de Albán, Cundinamarca;

abá a mi derecha, su esposa Ángela y mi hermanita menor Laura. Otro dato de los Rodríguez es que tuvieron el defecto de derrochar el dinero que obtenían con su trabajo, se enloquecieron en tiempos de abundancia y compraban cosas que realmente no necesitaban, eran compradores compulsivos y muchas veces no saldaban las deudas adquiridas... todos acabaron con sus negocios en bancarrota y con deudas (por ejemplo, mi tío José Ángel cayó en la quiebra con su empresa de intermediación aduanera, acabó debiéndole al Estado una multimillonaria suma).

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Como podrán darse cuenta, los Rodríguez heredaron la tendencia de sus mayores de tener hogares fuera del oficial, y eso les trajo siempre problemas; y se lo heredaron a sus hijos con las consecuencias de sus actos. Por eso me suena siempre esa sentencia del Eterno que dijo en el Sinaí cuando nos entregó los 10 Mandamientos: “Yo castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación”. Y qué le heredó el abuelo Adriano a su descendencia? Caos, desorden, hogares mal llevados, ruina. A pesar del odio que mi abuelita Isabel profesaba contra algunos de sus hijos (muy en especial contra abá), siempre me tuvo a mí como el nieto favorito de la familia (cuando debería ser todo lo contrario, seguramente por mi impresionante parecido físico a mi papá, tal vez actuaba conmigo como queriendo retroceder el tiempo y educar a Modesto como hubiera querido educarlo); se refugió en la religión para compensar la falta de afecto y la paz que no tenía en su alma, y ese fervor de la abuela Isabel por las cosas de la fe me lo transmitió de muy pequeño. Aún puedo recordar aquellas tardes en la finca de la tía Gertrudis en Chicoral, aquellas canciones de la iglesia que mi abuelita me cantaba (como esa de “en el hogar, en el hogar, en el hogar necesitamos a Jesús”, y la letra de esa canción quedó para siempre grabada en mi corazón) y muchas otras cosas del Catecismo que me enseñaba, aunque yo no fui educado de niño en la fe católica. Hubo una reliquia que mi abuelita me dejó como legado: una medallita de la Milagrosa, que aún conservo. Debo apuntar que mi abuelita Isabel estimaba mucho a mi mamá, y en sus últimos días en Chicoral fue ima (“mamá” en hebreo) quien le tendió la mano y la atendió con el respeto que se le debe a una madre… Isabel Gamboa murió en 1999, abandonada por varios años en un ancianato, tratada por sus hijos como un vejestorio y con su cuerpo paralizado. LOS GAMBOA Aquí el escudo de la familia, el original es coronado por un yelmo de plata con penachos de sinople y plata, y tronchado por una franja de gules engolada por dos cabezas de dragón de sinople; en campo de oro dos calderas de sable, una en lo alto y otra en lo bajo. De la familia Gamboa puedo decirles que tampoco son una perita en dulce, pero siempre los ha caracterizado su inquebrantable unidad como familia y su perseverancia. De hecho, mi familia es muy conocida y envidiada en El Espinal, Tolima, de donde nacieron todos mis tíos y mi mamá.

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Los Gamboa son oriundos de Guipúzcoa, al norte de España y según pude averiguar, tenían poder político en el país vasco, pues pertenecían a una élite llamada “Los Señores de Vizcaya”. De origen judío a través del linaje ashkenazi de los Guttman (según nos informó el doctor Yehudá Manrique, de la Comunidad Hebrea Sefaradí de Bogotá - compañero de trabajo del médico Manuel Montealegre, tío de mi mamá - cuando revisó los antecedentes genealógicos de mi familia), tuvieron que enfrentar el decreto de los Reyes Católicos en 1492 cuando cientos de miles de sefardíes salieron del país para no aceptar la conversión forzada al catolicismo. Mi familia fue sometida a la conversión forzada alrededor del siglo XIII, por eso siempre se van a encontrar en ese debate entre la fe aceptada y la identidad ancestral expresada públicamente o escondida e los secretos de familia, clasificados en el despreciado grupo de los Cristianos Nuevos. Esto lo explico para que ustedes comprendan por qué mi familia se iba a llevar muchas angustias (hasta el punto de negar su propio linaje) desde el momento de mi teshuvá (retorno a la tradición judía). En su obra Bienandanzas e Fortunas, Lope García de Salazar cuenta la leyenda del inicio de las hostilidades entre Oñacinos y Gamboínos. Relata como en las festividades religiosas del primer día del mes de mayo, las cofradías acostumbraban a llevar enormes cirios a las iglesias. Una de ellas decidió llevar los cirios en los hombros, por lo alto, y los otros a pie pero con los cirios a nivel del cuerpo. En la confrontación, los unos gritaban, Gamboa! "por lo alto" y los otros, Onas!, "a pie", lo que terminó en una tremenda batalla campal que se multiplicó luego en quemas de pueblos y repetidos ataques entre uno y otro bando. La lucha constante entre Castilla y Navarra por la posesión de las tierras de Rioja, Bureba y Provincias Vascongadas alimentaron esta rivalidad, ya que los Oñacinos apoyaron a Castilla mientras los Gamboinos apoyaron a Navarra. Oñaz y Gamboa se convirtieron en sinónimos de Castilla y Navarra, es decir, la unidad española en la Corona de Castilla y la unidad vasca en la Corona de Navarra.

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El Castillo de Arteaga en Vizcaya, perteneció a nuestra familia en la Baja Edad Media. El blasón de armas (ver

foto der.) da testimonio de ello.

Se dice que los Gamboa llegaron a Colombia a finales del siglo XVI, pero en 1610 se desplazaron hacia los Santanderes huyendo del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición que se había establecido en Cartagena de Indias (sabemos que varios miembros de los Gamboa fueron quemados en un auto de fe en 1715 por el delito de “judaización”, en Cartagena de Indias), y fue así como los Gamboa pasaron casi definitivamente de ser judíos de fe devota, a convertirse en católicos más papistas que el mismísimo Papa. Jorge Augusto Gamboa, antropólogo y Magister en Historia de la Universidad Nacional de Colombia e investigador del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, nos dice que hubo algunos mercaderes de apellido Gamboa en la ciudad de Pamplona (una habilidad propia de judíos: el comercio). Uno de ellos, Miguel de Gamboa, se estableció en la ciudad y dejó mucha descendencia, y algunos de sus parientes (o él mismo) viajaron al Perú y allí se pierde su rastro, pero otros se quedaron en la ciudad. Posteriormente encontramos que paralelamente al desarrollo del país a través de la construcción del Ferrocarril de Antioquia y la colonización del Eje Cafetero a mediados del siglo XIX, se introdujeron al Tolima. Pero hubo algo con que los demás no contaban: los Gamboa y los Villanueva (esta segunda, también familia sefardí asimilada, pero no tanto como los Gamboa) supieron transmitir la historia a través de la educación moral a los hijos, el respeto a la mujer y al hogar, la importancia de trabajar para una buena provisión económica para la familia, y una curiosa tradición de la cual yo alcancé a participar cuando pequeño: pelar chivo en Semana Santa o en la fiesta de San Pedro cuando no se podía en Semana Santa, es decir, matar una cabra y repartir entre la familia y los vecinos la carne junto con papas y cerveza… una forma subliminal de celebrar la Pascua; costumbre, según los expertos, exclusiva de descendientes directos de judíos.

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Nuestra fuente directa nos remonta a los hermanos Isabel, Ricardo y Rosario Gamboa. No poseemos datos de Rosario, pero sabemos que Rosalbina, Gerardo y Joba (Jobita) fueron hijos de Isabel. Ricardo Gamboa es mi bisabuelo, pescador en el Río Coello (en Chicoral) y además talabartero (fabricante de monturas para caballo), casado en primer matrimonio con doña Elvira Sánchez, con quien tuvo a Floro, Ramón y Bárbara; doña Elvira no murió de vieja pero sí en santa paz, y luego de un par de años de duelo, Ricardo contrajo segundas nupcias con mi bisabuela, doña Juana Lozano, su empleada doméstica (mi abuelo Nemesio me contaba que en aquella época solamente las familias más pudientes y prestigiosas de la región tenían empleadas domésticas, era un lujo que no cualquiera se podía dar!) quien acogió a los tres niños de Elvira como sus hijos (conforme a lo que la Ley Judía ordena: los hijastros acogidos y amados como hijos legítimos, y la madrastra amada y respetada como madre legítima). Además le dio a mi bisabuelo 10 hijos más: Ricardo, Erasmo, Consolación, Lorenzo, Mariano, Teodomiro, Abel, Nemesio, Trifón y Bárbara. Sabemos que Trifón fue padre de don Federico Gamboa. Del matrimonio entre Manuel Montealegre y María Villanueva nacieron Ciro, Aníbal, Manuel (quien como mencioné antes, se convirtió en un prestigioso médico de Bogotá y muy conocido por la colectividad judía) y Alicia, mi abuela materna. Hablemos ahora de mi abuelo Nemesio (su nombre deriva del griego Némesis, un ser mitológico griego que significa “justicia”). Campesino. Casado con Alicia Montealegre hacia 1942, tuvieron 15 hijos; el primogénito murió al nacer. Los otros son: Anyul (coordinadora de transmisiones en Inravisión, hoy RTVC), Ruth (ejecutiva), Teresa (ama de casa y microempresaria independiente), Martha (empleada), Inés (ama de casa), Piedad (gerente de una empresa de análisis de aguas), Doris (ama de casa), Marfy (ejecutiva) y Nancy, la menor. Y de varones tenemos a Fernando, César Augusto, Carlos Oliverio, Euclides, Ezequiel (todos hábiles comerciantes), y Ricardo quien murió en un accidente en 1982. Quince hijos. El abuelo Nemesio tuvo que llevar la peor parte durante la persecución del partido conservador contra los liberales (nota: quienes apoyaban al Partido Conservador eran los oficialmente reconocidos como católicos; en esa época, años 50 del siglo XX, ser liberal era sinónimo de ser anti-católico, judío y/o masón). Le quemaron la casa y tenía que esconderse en la espesa selva del Valle de las Papas, entre El Espinal, Chicoral y El Guamo. Quizás esta represión fue lo que lo llevó a educar muy severamente a sus hijos, tanto que todos en el pueblo le tenían el apodo de “El Nazi”. Pero debo hacerle un apunte a favor del abuelo Nemesio: a pesar de la violencia con la que trataba a su esposa e hijos, jamás traicionó su hogar saliendo con otra mujer ni teniendo hijos por fuera del matrimonio.

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Esa necedad y la eterna tendencia a contradecirlo todo (típico entre judíos), y mantenerse uno firme en sus convicciones, esa fue herencia de mis abuelos a sus descendientes, valores que nos han puesto en aprietos en muchas ocasiones pero que nos han mantenido con la cabeza en alto (haciendo así honor a nuestro apellido, mantenernos “por lo alto”), siempre en búsqueda de lo mejor para uno y la familia. Muchos nos han admirado la unidad tan fuerte que hay entre hermanos: problema de uno, problema de todos. Como se meten con uno, se meten con todos. Muy raros los amigos que tienen mis tíos, porque como siempre andan programando algo para los demás hermanos, ahí se hace el ambiente… Claro está que escuchar a los hermanos Gamboa es peor que estar en una clase de Seminario Rabínico: todos hablan casi a grito, el uno le pide al otro que baje la voz y al rato es éste quien levanta el volumen de la conversación. No son diálogos sino debates (y bastante candentes, para envidia de los periodistas que tienen espacios de debate en radio o televisión), pero a diferencia de muchos otros, jamás terminan deseando nunca más ver al otro y jamás acaban agrediéndose, siempre terminan sus discusiones en hermandad. A pesar de que algunos son católicos irredentos, ninguno de los Gamboa mira con buenos ojos el consagrarse a la vida religiosa o al sacerdocio. Digamos que son de ese tipo de personas que piensan que al adentrarse a esta opción de vida, es el cambio radical del disco duro de defectos por otro de defectos mucho peores, pero no tienen en cuenta el lado humano de quien se consagra al servicio del Evangelio. Una prima de mi mamá sufrió mucho para hacerse religiosa salesiana, actualmente vive en Roma (menos mal la trasladaron para allá!). Otro primo de ella entró de seminarista, y se arrepintió unas semanas antes de ser ordenado; se dejó deslumbrar por la Teología de la Liberación de los años 70 y se sabe que en una manifestación lo arrestaron y lo torturaron de las mil y una formas, y que cayó en la demencia. Por eso mi familia respeta a los sacerdotes y a las religiosas y frailes, pero no acepta que ninguno de la familia piense seriamente en la vida religiosa. Todo esto lo escribo para que comprendan todo lo que he tenido que sufrir por la opción vocacional que abracé. Siempre se llaman y están pendientes los unos por los otros, los unos ayudan al que está en necesidad (sólo existen dos excepciones: Inés, quien poca ayuda recibe a causa de una esquizofrenia obsesiva que la lleva a ser demasiado agresiva, y Nancy, la menor y que vive en la finca en El Espinal, quien sufre de lo mismo a causa de un accidente en motocicleta. Mis tíos, poco entendidos en Psicología, creen que se trata de rebeldía de ambas, y dos de mis tías juran que están endemoniadas, pero los patrones de conducta indican que la cosa va mucho más allá de un simple ataque de histeria). En el momento en que escribo estas líneas cuento con la bendición de tener vivos a mis abuelos maternos, y de haber podido conocer más profundamente a mi familia por parte de mamá.

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MI NACIMIENTO “Ima, qué le vio usted a mi papá?” le he preguntado cientos de veces a mi mamá, y esta es la hora en que ella no me ha sabido dar una respuesta coherente; digamos que hubo química entre ellos a pesar de que la presentación personal de mi papá era un desastre, y además él era tan flaco que la camisa de su pijama no tenía sino una sola raya. Resumamos un poco los años antes de mi nacimiento: ima decidió escapársele a sus padres en busca de salir adelante, se fue a vivir a Bogotá con su tío el doctor Manuel Montealegre (como dije, un médico muy conocido por la judería bogotana), en donde por varios años aprendió los secretos del glamour, el protocolo y la etiqueta de la alta sociedad, sin dejar de lado su sencillez y el estar siempre dispuesta a servir a quien lo necesitara (más tarde ella transmitiría todo eso a sus hijos). Luego se independiza y mientras vivía en el Hogar de Señoritas de Ravasco (dirigido por una monja salesiana de nombre Leopoldina, al suroriente de la capital y justo en la esquina sur del Colegio Isaac Newton), encuentra trabajo en la Harinera La Estrella del Norte que estaba administrada por don Carlos Monroy, uno de los integrantes de los famosos Hermanos Monroy que tanto hicieron reír a los colombianos con sus presentaciones músico-humorísticas; luego llegó a la Panadería La Mejor, en donde conoció a mi papá. Se sabe que se conocen en una fiesta en la cual mi tía Inés era amiga de Sonia Illera, la esposa de mi tío José Ángel Rodríguez, y ahí arranca el idilio entre ellos dos. Llevaban conviviendo juntos un par de años, luego se aburrieron de estar solos y se pusieron de acuerdo para complicarse la vida entre ellos, y he aquí el resultado de esa decisión: yo.

Yo cuando tenía 6 meses de edad.

Yo a los 10 meses de edad… literalmente hablando

me comí la cuna de madera!

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Como les dije, el jueves 23 de Siván del 5737 a las 3 p.m., nací en el Hospital Universitario Lorencita Villegas de Santos en Bogotá, y puedo afirmar que la Muerte ya me estaba esperando: nací sin respiración y los médicos me dieron los cuidados de rigor porque nací muy frágil. Abá me cuenta que estuve 72 horas en observación, pero salí victorioso de esta lucha contra la muerte. Para cuando nací, vivían mis papás en el barrio Bosque Popular, cerca al Parque El Salitre (que ahora es el Salitre Mágico), y ellos trabajaban en la Panadería La Mejor, con varias sucursales y propiedad de Pascual Pérez. Su hijo, Luis Alberto, era gerente de la sucursal principal en Chapinero (Calle 60 abajo de la Carrera 13, que ya está demolida) y era jefe de mis papás, y luego vino a ser mi padrino de bautismo.

Yo cuando cumplí mi primer año de vida, dando mis

primeros pasitos. Sálvese quien pueda!!!

Yo tenía un añito y medio cuando me

tomaron esta foto.

Como pueden ver en las anteriores fotografías, fui un bebé terriblemente inquieto y aprendía rápido. Existen tres fotos en las que me celebran mi primer añito (aquí publico una), y dicen que ese día le pegué una patada al ponqué de tres pisos que habían conseguido para la fiesta. Me contaba ima que siempre fui de temperamento explosivo desde la cuna, y que a los dos años yo me arrojaba al piso a llorar y a gritar, y a veces en plena calle… tanto que algunos transeúntes pensaban que yo estaba endemoniado. Jamás pude permanecer quieto en ningún lado, siempre tenía que estar explorando, agarrando cosas, corriendo, sentía desde mi más tierna infancia la necesidad de permanecer ocupado haciendo algo; no me gustaba estar presente y quieto ante ninguna visita… todo eso me trajo cientos de golpes por parte de mis papás que creían que yo fastidiaba por simple rebeldía de bebé, y ninguno sabía qué hacer conmigo para mantenerme quieto y callado (en aquella época ser niño hiperactivo era sinónimo de ser rebelde o de estar poseído por un demonio).

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El 24 de Tevét del 5739 (23 de enero de 1979) nace Diego Mauricio, mi hermano. Y este dato es mucho más interesante: Diego y yo fuimos bautizados justamente en la fiesta de Purím, el 14 de Adar del 5740 (2 de marzo de 1980) en la Iglesia Nuestra Señora de Lourdes, en Chapinero. Al respecto les tengo una anécdota: cuenta mi mamá que cuando el galad (“cura” en ídish) me iba a echar el agua bendita sobre mi cabeza, yo le pegué al pobre sacerdote una insultada: “oiga! usted es un bruto, cómo así que me va a echar agua? Qué le pasa?”. Cuenta mi mamá y mi tía Anyul (madrina de bautismo de Diego) que la monjita que ayudaba al curita no podía de la risa, que casi arroja al suelo el recipiente con el agua bendita, presa del ataque de risa y de la vergüenza. Una anécdota digna de Purím, no creen? Diego y yo solíamos tener un curioso juego por esa época: poníamos una tina azul (en las que bañaban a Diego, que sólo contaba con un año en ese entonces) en el piso, nos metíamos los dos, uno a una esquina y el otro a la otra. La idea era lanzar el uno al otro una pelota sin dejarla salir de la tina. Hay una foto en la que nos ven en pleno juego. POR QUÉ NOS BAUTIZARON AÚN SIENDO SEFARDÍES? Voy a explicarles por qué, aún a pesar del historial judío de mi familia acabamos bautizados. Hay que dejar en claro que para los Gamboa (con excepción de algunos familiares que terminaron demasiado aferrados a la fe católica) el bautismo no tenía ningún tipo de significación soteriológica, es decir, que uno se fuera a salvar por recibirlo; no tenía ningún tipo de significado como sacramento… nos bautizaban por una sencilla razón: para asegurar la aceptación de los hijos en la sociedad colombiana. Resulta que desde el siglo XVII hasta 1991 en Colombia sólo se reconocía como único documento de identidad público y válido la fe de bautismo católico-romana; este documento era obligatorio para posesionarse a un cargo público, para ingresar a la escuela o para obtener diversos derechos sociales y jurídicos. Aunque la ley colombiana estableció a partir de 1932 la Cédula de Ciudadanía como documento de identidad, en la praxis cotidiana se seguía exigiendo Fe de Bautismo católica romana y se rechazaba a todos los que no la poseyeran; esta situación se mantuvo hasta 1991, cuando la nueva Constitución Política Nacional decretó libertad religiosa e igualdad para todas las iglesias y confesiones de fe en el país. Mi familia, como cientos de familias sefardíes, mantuvo esta práctica hasta hace unos años, práctica que quedó incrustada como “un deber social”, aunque como aclaro, casi nadie entre los Gamboa (excepto una que otra tía con Ruth Gamboa a la cabecera) cree que el bautismo tenga significado trascendental alguno, sólo es un simple ritual para cumplir con deberes sociales (por ejemplo, para facilitarle a los hijos el matrimonio por la Iglesia, proceso que tiene muchas trabas burocráticas para los no-católicos).

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TAN CHIQUITO Y YA QUERÍA EXPLORAR EL MUNDO!! Uno de los defectos que tuve de pequeño era la excesiva confianza que le tenía a los extraños, y sufrí del Síndrome del Patito Feo… no! No le decía “mamá” al primer palo que veía, pero sí confiaba ciegamente en los extraños que me hablaban, y si me invitaban a algún lado me iba con ellos sin más ni más. Parece que desde muy pequeño yo ya había roto el cordón umbilical afectivo con mi madre y quería expresar mi ferviente deseo de tomar las riendas de mi vida, ir a donde yo quisiera así mis papás no estuvieran de acuerdo. Con mi actitud les hice pasar muchos sustos fuertes a mis papás por años, ya que yo había llegado a la niñez en una época en la que los niños eran robados para extraer sus órganos. Pero yo no veía eso, sólo veía mi deseo de conocer cada día nuevas cosas, nuevos lugares, nuevas personas. De pequeño me caractericé además por ser un destructor profesional de cuanto aparato llegara a mis manos. Recuerdo que una Navidad (creo que fue Navidad de 1980) nos regalaron a Diego y a mí un juego de carros a control remoto. Si el carrito se topaba con una pared iba y venía una y otra vez, y para hacerlo salir se le disparaba con una pistola que, no recuerdo qué tipo de onda tenía, el caso era que al dispararle el carro éste tomaba otro rumbo y seguía andando. Al cabo de unos meses despedacé mi carrito para ver lo que tenía por dentro, y quedé asombrado de la cantidad de cositas que tenía: resistencias y cablecitos, y todo soldado en una tarjeta verde con cientos de puntos plateados en la parte de atrás. Y así hacía con cuanto juguete me llegaba a las manos: los abría para mirar su contenido, y ya se podrán imaginar ustedes los fuetazos que me daban mis papás para que no destrozara las cosas… esta manía se me extendió hasta los 12 años, así que las reprimendas no ayudaron mucho. En otra ocasión, por esa misma época, llegó a mis manos una cámara Polaroid, que tomaba fotos instantáneas. Hay una foto en la que estoy sentado sobre la cama de mis papás con la Polaroid en mano, así que ustedes ya podrán deducir la suerte del aparato. PLAYLIST Al final de cada capítulo o sub-capitulo agregaré un listado de las canciones que identifican esta etapa de mi vida, digamos que viene siendo como la banda sonora interior de mi vida. Búsquenlas en sus listados personales de música o en Internet (por ejemplo, en YouTube) y disfrútenlas junto conmigo! Boney M - “Oceans of Fantasy” (álbum completo) The Tornados – Telstar Rick Dees – Disco Duck

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Kraftwerk - The Robots Kraftwerk – Spacelab Kraftwerk – Radioactivity Hot Butter – The Popcorn Song Jean Michel Jarre – “Oxigen” (álbum completo) Jean Michel Jarre – “Equinox” (álbum completo)

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II 1980 - 1985

CONTEXTO. NIÑO PRODIGIO. Colombia empezaba a abrirse a una modernidad más influyente hacia los años ochenta del siglo XX, y el fenómeno de la guerrilla cobraba fuerza. Michael Jackson, Yuri y Menudo son los ídolos del momento. Nace el Nuevo Liberalismo, una propuesta política del caudillo Luis Carlos Galán. Como les decía anteriormente, los Rodríguez se caracterizaban por la poligamia, y mi papá no fue la excepción.

A los 3 añitos de edad desarrollé mi pasión por la música. Esta fue la primera guitarra que tuve,

de juguete pero cuenta.

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De acuerdo! él era un hombre trabajador y juicioso que prefería quedarse todo el domingo en casa descansando y viendo televisión o escuchando música y en compañía de su mujer e hijos. Pero había algo que jamás pudo soportar ni llevar bien: el terrible y explosivo temperamento de ima, que ha sido desde siempre una mujer demasiado difícil de llevar. Obviamente uno de hombre llega a un límite con una mujer que refunfuña todo el día todos los días, pero estoy seguro de que si a abá le hubieran infundido el valor del diálogo y la perseverancia y a ima le hubieran enseñado un poco más de relaciones humanas, de seguro ella se hubiera aplacado un poco… pero abá tomó una decisión que dañó para siempre la relación con ella. Recuerdo que a eso de 1981 dejamos las comodidades de la casa del barrio La Serena, al norte de Bogotá (en el mismo barrio vivía mi tío José Ángel, quien luego de retirarse del Ejército montó Imporexport Atlantic Ltda., que luego vino a ser Imporexport Services Ltda., una intermediaria de aduanas) para irnos a vivir a un lote en el extremo sur de esa época en Bogotá: Ciudad Roma, un barrio en obra negra (hoy está localizado en la localidad 8 Kennedy) y con todas las incomodidades del mundo… absolutamente todo lo contrario a lo que mi madre estaba acostumbrada a vivir. El lote era el de la Carrera 84 No. 55-17 sur y tenía como número telefónico el 777-0540. Era una media-casa a la cual le entraba de todo: aguas negras, polvo, zancudos, ratas, moscas… y a eso súmenle las incomodidades por materiales de construcción: bultos de cemento, varillas, ladrillos, etc. Pues considero que ima tomó semejante decisión como un muy infame paso hacia la involución, que en lugar de mejorar la calidad y el estilo de vida mi papá se empeñaba en echar hacia atrás. MI HIPERACTIVIDAD ME LLEVÓ A APRENDER MÁS. SE PONE DE MANIFIESTO QUE YO NO PERTENECÍA A ESTE TIEMPO. MI PRIMERA CONSOLA DE VIODEOJUEGOS. Pero hagamos una pausa y permítanme contarles que por esa época, o resulté ser un autista o un niño hiperactivo que con absolutamente nada se quedaba quieto; tenía tantos deseos de explorar el mundo, cada detalle, conocer, aprender… y esa sed de conocimiento me arrastró a que, a mis escasos cuatro añitos de edad, yo ya supiera leer y escribir fluidamente. De visita en casa de mi tío José Ángel, yo asaltaba la biblioteca y le caía a la enciclopedia “El Mundo de los Niños” y otro libro sobre exploración del espacio (siempre me apasionó la astronomía). Por aquellos años la tecnología apenas estaba entrando a la sociedad colombiana, para millones de personas las computadoras y los videojuegos eran toda una novedad, algo traído del otro mundo. Las personas más conservadoras (una significativa mayoría de la población) eran reacias a esta nueva tendencia de tecnología y siempre invocaban las delicias de los tiempos

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pasados… era un mecanismo colectivo de defensa ante el avance de lo que ya se visualizaba como la llegada del Futuro al estilo de las películas de ciencia ficción. Esa misma sed de conocimiento y de acceder a la tecnología de me llevó a recibir la intolerancia de todos los que me rodeaban, porque no comprendían el por qué me comportaba de esa manera o les molestaba el que yo poseyera un poco más de información de la que los demás tenían, o que yo hablara de aquellos aparatos que, para muchas de mis tías, eran una monstruosidad. En mi infancia no pude ver jamás la saga de la Guerra de las Galaxias (Star Wars) porque las películas dobladas al castellano las transmitían por televisión en las noches… justamente a la misma hora en que en otro canal pasaban aquellas películas de drama y románticas que tanto gustaban a mis padres. Recuerdo perfectamente una noche en que recibí unas fuertes bofetadas por parte de ima porque yo quería ver junto con Diego “El Imperio Contraataca”, pero mis papás querían ver por el otro canal el idílico romance de “La Laguna Azul”. Pero abá alcanzó a percibir en mí esa pasión por la tecnología y nos compró dos juegos: el primero fue una consola de videojuegos de primera generación. Por años estuve buscando el modelo de esa consola, pero al ver que nadie la conocía me permito presentarles un dibujo en Microsoft Paint que hice, para que ustedes sepan, más o menos, cómo era esta consola:

Como ven, era muy sencilla pero a mi edad era gigante y pesada! Incluso mi papá debía sostenerla con ambas manos. Las palancas que ustedes ven a los lados era una para cada jugador (una consola para dos personas!!). Al centro una perilla similar a la de los televisores de inicios de los años ochenta, para programar cuatro juegos. El primero era el famoso “Pong” que

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aquí aparecía como “Tennis”. También se podía jugar fútbol, squash y práctica individual de squash. Para visualizar se necesitaba de un adaptador UHF conectado atrás del televisor y a la antena plana de dos puntas que tantos dolores de cabeza nos dieron a los que pertenecemos a la Generación de la Guayaba (mayor información véase Andrés LÓPEZ. La pelota de letras, Bogotá 2007). Podíamos jugar los fines de semana pero en realidad mi madre se encargó de que prácticamente NUNCA pudiéramos jugar, jamás supe las razones… pero como yo siempre he sido un hombre demasiado rebelde y siempre aplicando la manera judía de resolver las cosas, aprovechaba las ausencias de ima para conectar la consola y jugar junto con Diego, al menos una hora. El segundo regalo de abá fue para mi cumpleaños número 5: un juego llamado “Estra-Landia”, que consistía en un centenar de fichas en formas de ladrillos, puertas, dinteles o caballetes para armar casas de diferentes modelos; no era un juego para menores de 7 años porque a menos de esa edad no se tiene nociones de espacio y de las proporciones… … pues bien, qué dirían ustedes de un pequeño diablillo de 5 años que ya hacía sus primeras maquetas de arquitectura, combinando estética y sentido de las proporciones? Ese era yo a tan tierna edad. A medida que yo crecía los problemas con la familia se agravaban por lo que ellos consideraban “una rebeldía sin límites de Richard que sólo puede ser eliminada a punta de golpes y toda clase de reprimendas”. Especialmente la represión de mi madre (que siempre esperó de mí un chico completamente dócil, obediente, que jamás cuestionara sus órdenes y que me mantuviera completamente callado y quieto) me ocasionó cientos de moretones en mi cuerpo. Ella jamás lo supo, ima creía que sus golpes con los cinturones de mi padre o pantuflas, bofetadas y puños no dejaban huella y que de mis llantos la cosa no pasaría a mayores… pero yo siempre oculté los hematomas y heridas que me dejaban sus continuas reprimendas. Esta situación se mantuvo por muchos, muchos años, y las heridas del alma han tardado demasiado en sanar! No es algo que se pueda superar de la misma manera como se supera la pérdida de un juguete; los adultos jamás lo entienden, jamás lo han entendido (o tal vez no lo quieren entender!), pero quienes han pasado por la misma experiencia que yo saben perfectamente de qué hablo y que no me equivoco en lo absoluto en este asunto. Nadie, ni siquiera mis tíos y tías, se imaginaron a qué niveles de violencia y de represión podía llegar ima contra mí, ni siquiera mis hermanos menores recibieron semejante carga de violencia que yo recibí de manos de mi propia madre, siempre dijeron que yo exageraba para ganarme la lástima de la gente.

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ABÁ NO SOPORTA MÁS Y CONSIGUE A OTRA MUJER. Volvamos a las peleas a muerte entre mis papás. Como les contaba, ima no resistió la precaria realidad de la nueva casa en Ciudad Roma, estallaba a diario en ataques de histeria y muchas veces no diferenciaba entre abá y yo para descargar toda su ira (que jamás se contenía). Al fin Modesto no soportó más y tenía que estallar de alguna manera! Desconozco las circunstancias en que abá conoció a Consuelo Vargas, el caso es que ellos empezaron a salir, se encapricharon el uno con el otro y mi mamá, obviamente lo supo. Las discusiones entre ellos pasó a los golpes (y esa situación se iba a mantener por muchos años sin solución). Mi papá decidió separarse, pero se quería llevar a sus hijos consigo, algo que ima jamás le permitió, y defendió la custodia de sus hijos cual leona peleando por sus cachorros. Éramos muy pequeños y poco entendíamos las cosas, pero yo me alegraba cuando mi papá llegaba los sábados a recogernos para llevarnos a salir. Lo recuerdo bien, yo gozaba manejando el equipo de sonido de abá en su nueva casa y poniendo los discos, en especial el álbum “Oceans of Fantasy” de Boney M, y me acuerdo bien que por ese tiempo él me pegó un susto que me quedó de por vida al poner el LP de Frank Pourcel “Concorde”, cuyo intro es el sonido de este avión supersónico pasando… el muy gracioso de abá le subió todo el volumen del equipo de sonido y ya ustedes se podrán imaginar mi llanto de pánico.

Diego y yo. Como pueden observar, ima siempre procuraba

vestirnos con lo mejor, de marca y de calidad. Mis papás pelearon mucho por esto, ya que abá muchas veces no tenía cómo comprarnos estos lujosos vestidos, pero ella

presionaba con violencia.

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Me acordaba de eso y de los niños con los que jugábamos en esa casa que, si mi memoria no me falla, quedaba cerca de la Avenida 68 y la Calle 68. Tengan en cuenta este dato: abá jamás quiso contraer nupcias con ima porque él no era creyente en ninguna religión y siempre consideró que el matrimonio fue una institución inventada por los hombres y no por Dios… pero por razones que aún desconozco sí se casó bajo el rito católico con Consuelo, de quien nació Oscar Mario (en agosto de 2011 nos conocimos en persona, estuvo en mi casa compartiendo una merienda mientras adelantábamos los cuadernos), el caso es que para finales de 1981 y luego de medio año, abá abandonó a Consuelo y volvió con ima. LA MUERTE DEL TÍO RICARDO. UNA FOTO QUE SERVIRÍA PARA EL FUTURO. Ricardo Gamboa, el penúltimo hijo de Nemesio y Alicia, muy joven, trabajaba en Cegam, la empresa de productos naturales que fundó mi tío Augusto. A Diego y a mí nos quería mucho, de él tenemos fotografías en la finca del Espinal. En enero de 1982 fue enviado al Tolima a atender una remesa, y el bus donde él viajaba perdió los frenos, y en medio de la espesa neblina cayó al barranco del Alto de las Rosas, una elevación a las afueras de Bogotá, por la vía hacia Melgar. Entre las decenas de muertos estaba el tío Ricardo. La noticia de su muerte desestabilizó a toda la familia; aún puedo recordar la tarde de esa trágica noticia en casa de mi tío Fernando en Santa Matilde (centro de Bogotá), los llantos desconsolados de mis tías. Escuché que mi tío Ricardo había muerto, la noticia me hizo entrar en shock y recuerdo que no derramé ni una lágrima (siempre he sido fuerte ante la muerte de algún familiar, aunque no insensible). A mi abuelita Alicia la noticia la bloqueó, pero jamás dejó de ofrecer oraciones por él. Su memoria siempre se ha mantenido viva entre nosotros, sus restos están actualmente en el osario de la Parroquia de San Lucas en el barrio La Asunción, y los Gamboa velan por este lugar cual Custodios de Tierra Santa.

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Para 1983 mi mamá nos hizo tomar de un fotógrafo unas instantáneas al aire libre y aprovechando un jardín con flores que había en una casa frente a nosotros. Diego y yo quedamos bien; sobre todo esta foto la tengo muy en cuenta, porque mucho tiempo después pude entender que había nacido con talento para posar ante las cámaras; lástima que modelaje profesional para niños no existía ni en el concepto por aquel tiempo!

Y doy gracias a Dios en cierta manera, porque mi mamá siempre quiso para sus hijos lo mejor, lo más fino y lo más elegante que existiera (la Gemará enseña que uno debe gastar en sus hijos por encima de su presupuesto), y así tuviera que llevarle la contraria a mi papá (que con buena intención procuraba conseguirnos lo más económico, pues él sabía que la Gemará enseña también que uno debe vestir de acuerdo a su presupuesto), ya que ella llevaba por consigna “una cosa es ser pobre y otra muy diferente es ser miserable y cochino” (eso me lo enseñó siempre). Pero el costo de buscar siempre lo más lujoso fue desastroso para la familia. Ahora que soy adulto y cabeza de hogar, puedo adquirir la ropa que me gusta pero siempre procuro que se ajuste a mi presupuesto, no tengo manera de adquirir ropa fina y de marca (usualmente me la paso en casa vestido con uniformes militares teñidos de negro y calzo el único par de botas militares que poseo y que me han soportado mis trajines por casi 20 años), para no desgastar la poca ropa y calzado que tengo para salir)… pero tampoco consigo ropa demasiado barata y de mala calidad… “en el medio está la virtud”, dice un viejo dicho rabínico. UN COLEGIO QUE RESULTÓ SER UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN Tanto le insistí a ima que quería estudiar, que quería ir al colegio, que en 1984 me matricularon a cursar Primero de Primaria en el Liceo Pedagógico Pulgarcito (o debería decir “Vulgarcito”?), en Ciudad Roma.

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Aún puedo recordar mi primer día de escuela, iba tan ilusionado! La foto que ustedes ven a la derecha es de ese día: mi impecable uniforme de escuelero (camisa blanca, zapatos negros, jean y suéter azul oscuro en cuello V), lonchera roja de plástico y bien dotada, y la sensación del momento: maletín de cuero con motivos de Disney (en esa época sólo los niños de clase alta usaban ese maletín, y tener uno sin estar viviendo en las zonas exclusivas de Bogotá despertaba las envidias de muchos: miles de maletas como ésta les fueron robadas a muchos niños).

Me enamoré ese día de los pupitres y del tablero, pero me desilusionaron cuando supe que esos eran los pupitres de Cuarto, y que a nosotros nos correspondía una mesa larga y una butaca larga, como la que hay en la finca de mi abuelita Alicia. En ese lugar (no creo que se merezcan el título de “Plantel”) aún profesaban el lema de “la letra con sangre entra”. La profesora que me tocó se llamaba Mery y trataba demasiado mal a todos, nos gritaba por todo y por nada, y por nada nos hacía pasar a todos al tablero a hacer 20 o 30 cuclillas (aún rezumban en mis oídos los aterradores gritos de esta mujer: “por qué no se callan? Por qué no se callan los niños de Primero B?”). Cómo rayos podía uno aprender a sumar y restar con semejante pedagogía? Parecía una neurasténica y créanme: con esa mujer gritando a cada rato (suficiente tenía con los gritos de mi mamá) no se podía ni siquiera hacer lo que teníamos que hacer. No sé cómo pude soportar medio año, y cómo fue que no perdí la paciencia escuchando lo que yo ya sabía, porque mi madre ya me lo había enseñado tiempo atrás. Mes pesado para mí: Mayo. Quiero aclarar: no soy iconoclasta ni anti-mariano, lo que pasa es que por un lado en casa siempre me educaron en el más estricto monoteísmo, mientras abá vivió con nosotros jamás permitió que se rezara el Rosario ni mucho menos que existiera imagen alguna de ninguna

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Virgen y la escasa educación católica que aprendí fue en el colegio, nunca en casa. En segundo lugar, con semejante testimonio de la profe (o debo decir “nuestro capataz”?), cómo podía entender que ella, que nos trataba como animales, luego viniera a enseñarnos a rezar el Padrenuestro y el Avemaría, y a cantar “Yo tengo un amigo que me ama” y “el trece de mayo la Virgen María…”? No le hallaba sentido rezarle al altar de la Virgen y luego agarrar a reglazos a los niños que medio se movieran. Ocurrió una vez que la profe se puso a revisarnos las manos para ver si las teníamos sucias; manitas sucias, ahí le iba su golpe con la regla de plástico! Ustedes podrán hacerse una idea de la rabia que yo sentía al ver a mis compañeritos (sobre todo a las niñas) llorando de dolor por el reglazo de la profe y sobándose sus manitas…justamente porque conocía como muy pocos la violencia odiaba este tipo de injusticias, la sangre me hervía de la ira y quería hacer algo para defender a mis compañeritos y compañeritas de las garras de este monstruo llamado “profesora Mery”, pero yo era muy pequeño: enfrentarse a un adulto con apenas 6 años no era lo recomendable, y esto lo aprendí con los cientos de fuetazos y chancletazos que me ganaba en casa todas las semanas, sin falta (es decir, no había ni una sola semana que pasara sin que me golpearan en casa). Bueno, esa vez me tocó el turno de mostrar mis manitas, y efectivamente, algo sucias. Pues sucedió que la profe lanzó su reglazo, pero falló en su ataque porque alcancé a retirar mis manos, y la regla tuvo un mal final al partirse por el impacto contra la mesa. La profesora gritaba de ira, estaba que se salía de los chiros mientras mis compañeros se reían. Me sacó a los empujones al tablero a hacer la módica suma de 100 cuclillas. Yo salí a medio hacerlas en medio de la risa que no pude contener… era una victoria pequeña contra la tiranía de esta profesora, y un aviso de alerta de lo que le esperaba conmigo, que yo no era como los demás niños y que no me iba a dejar pisotear más por ella… pero al parecer nunca entendió el mensaje que le quise dar. Yo realmente estaba muy aburrido en ese sitio y deseaba ser cambiado a otro colegio, quería salir corriendo y nunca más regresar… sólo estaba esperando el momento indicado para huir, y ese momento llegó providencialmente. EL GRAN ESCAPE Todas las mañanas veía que algunos chicos de cursos superiores salían a sus casas por la puerta principal… que quedaba precisamente al lado de nuestro salón, en el primer piso. Todo se veía: quién entraba y quién salía. La puerta permanecía sin llave y analicé la libertad con la que salían los de Cuarto y Quinto a la hora de irse a casa. Un día de julio decidí ejecutar el escape, pero

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debía ser hábil y que la profesora Mery no me viera levantarme del puesto, o podría ser mi última pilatuna sobre la tierra (así pensaba yo a los 6 años). Pues bien, ese día llegó, a eso de las 11 de la mañana. La profesora nos dejó solos haciendo un ejercicio de matemáticas y creo recordar que iba al baño; y mientras todos estaban en el cuento, guardé rápidamente mis cuadernos y lápices, y ante la mirada y el silencio impotente de mis 40 compañeritos de curso (que no me preguntaron siquiera por qué había guardado los cuadernos) me dirigí con la habilidad de una liebre a la puerta… el corazón me latía con mucha rapidez en ese momento: abrí, salí, cerré la puerta y me dirigí a mi casa a toda prisa, pues no quería que me descubrieran, salieran corriendo a la cacería de Ricardo y me devolvieran al campo de concentración… perdón! al colegio. Cuando llegué a mi casa mi mamá estaba lavando el piso, y como es lógico se le hizo extraño que yo hubiera llegado tan temprano, así que le inventé que nos habían enviado temprano a casa. Ustedes creen que ima es boba? Pues se averiguó bien la cosa y la mentira se me cayó de fundamento, y entre lágrimas tuve que contarlo todo, y todo es todo: el por qué me escapé del colegio, el cómo nos trataba la profe y los castigos que nos imponía. Si algo no se aguantaban mis papás era que alguien diferente a ellos o nuestros tíos nos reprendieran, y se fueron a poner la queja contra la profesora. Todo resultó ser cierto y mi mamá les dijo hasta de qué se iban a morir, que era un delito que un profesor le pegara a los estudiantes; pero las directivas, encerradas en su ideología de la educación tradicional, no prescindieron por ese año del trabajo de la profesora y en cierta manera la justificaron. Mis papás decidieron retirarme (tenerme otro día más era ponerme en bandeja de plata ante la “capataz”) y mi primera libreta de calificaciones, la cual tenía muy buenas notas académicas, fue cerrada con esta frase: “SE RETIRÓ POR PROBLEMAS PERSONALES”, como queriendo decir que yo era el del problema y no ellos. Protestamos contra ese concepto, pero ellos no lo quisieron cambiar. LA VIDA EN LA CASA DE CIUDAD ROMA. LOS AMIGOS DEL BARRIO. JOHANNA. Como les decía, Ciudad Roma, un barrio al sur occidente de Bogotá, era un barrio en construcción y las incomodidades de la misma parecían no molestarle a casi nadie, excepto a mi mamá. La casa de nosotros se componía de dos plantas en el primer piso: la casa original en ladrillo, húmeda y pequeña (tanto que mi mamá tuvo que poner plástico transparente en las paredes porque la humedad era terrible y eso me generaba terribles ataques de asma), y una segunda planta que se levantó luego y a donde se trasladaron nuestras habitaciones… aclaro: todos en sus camas en la misma habitación, pero al menos ya había más espacio. La cocina fue trasladada hacia un área que comunicaba las dos plantas, donde antes quedaba el patio de ropas.

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A pesar de la incomodidad (ladrillos, cemento en polvo, arena, varillas) los Gamboa gozaban pasar los fines de semana allí. La especialidad de la familia para el fin de semana con todos: arroz con leche (que jamás me pudo entrar!) y carne asada con papas saladas, gaseosa y buen provecho! Pero no sólo la casa era centro social de los Rodríguez y de los Gamboa, también fue el hogar de mis tías Piedad, Doris y Marfy por un par de años mientras se ubicaban laboralmente. Ellas, adolescentes de la época, soñaban con Menudo, Oscar Athié, escuchaban a Nika Costa, a Pimpinella y la inigualable Yuri, y coleccionaban en un cuaderno recortes de estos artistas. Por esa época la emisora radial de moda era Radio Tequendama y su programa estrella “El Patito Discotequero”, hacían sonar lo último en música pop en inglés; yo me incliné mucho a aficionarme a la música moderna que la gente llamaba. Modesto poseía un tesoro que años después nos dolió mucho perder: la cantidad de discos de acetato que tenía: Michael Jackson “Off The Wall”, Sabú, Arpa Llanera, los Corraleros del Majagual, Los Melódicos, Boney M “Oceans of Fantasy”, todas las colecciones de Julio Iglesias, Leonardo Favio, Manolo Otero, Demis Roussos “Forever and Ever”, Jesús David Quintana, Los Diplomáticos, 14 Cañonazos Bailables, Los Hispanos (con los que se prendían las fiestas a donde nos invitaran, porque Diego y yo junto con mi papá éramos los que poníamos la música), Salvatore Adamo, Tania, Karina, Frank Pourcel, Rocío Durcal, y música italiana, árabe (una compilación orquestada de David Carroll llamada “Percusión Oriental”), polkas de un álbum llamado “Café Internacional”, un par de cassetes de rock que por ahí sonaban y una cantidad de música que sólo podía ser igualada por un DJ.

Diego y yo en un performance musical en casa.

La Giannini, la guitarra con la que aprendí

seriamente a tocar música. Una guitarra Giannini importada de Brasil y con la que aprendí a tocar (véase foto arriba derecha), a pesar de lo inmensa y pesada que era. Un acordeón de botones que nunca aprendí a tocar, bongoes, una guacharaca de metal y otra de madera. Pero en honor a la verdad les cuento que abá jamás supo tocar

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ninguno de los instrumentos que compró. Hubo una escena que se vino repitiendo por muchos años: cuando a mi papá le daba por beber (media botella de brandy al lado de la cama) le daba por agarrar la guitarra y ponerse a cantar música para planchar (romántica) acostado en su cama. Yo quería muchas veces salir corriendo para no escucharlo tan destemplado (si en sano juicio era desafinado, imagínenselo con tragos en la cabeza!) Existió en casa otra posesión, bastante peligrosa: un rifle de aire deportivo, para cargarlo con diábolos (balas de aluminio, huecas y en forma de cono, cada diábolo del tamaño de un grano de lenteja). Y a los seis años yo aprendí a manejar armamento. Al principio el rifle me pareció pesado pero luego lo dominé. Con el primer disparo me gané un buen golpe en la mejilla con la culata y otro en la cuita derecha de mi ojo (porque tenía puesta la mira telescópica), pero luego descubrí que el secreto no estaba en tomar el rifle simplemente sino que la posición del cuerpo y la firmeza contra la culata evitaban los golpes. Y es que mi primera experiencia con armas no sólo fue dura por el primer disparo, sino porque ese domingo que mi papá llevó el rifle a la casa, uno de mis tíos (creo que Euclides) disparó al aire y mató un pajarito que por ahí pasaba. Fue impactante ver el animalito agonizando y luego muerto en el patio de la casa y lloré de tristeza, pero mi papá lo que hizo fue burlarse de mí, y me acuerdo que hasta me dio un par de fuetazos para que no siguiera llorando más. Me dije que no podía quedarme con el miedo hacia el arma, así que saqué de mis adentros el coraje y la ira, y al cabo de un mes ya disparaba sin ayuda de nadie, y desarrollé una muy buena puntería para blancos de reducido tamaño y sin necesidad de usar la mira (así fue como me convertí en el francotirador más joven del mundo!). Buen recuerdo del rifle: jamás fue usado para agredir a alguien, ni en defensa ni en ataque. Pero Diego y yo nunca fuimos aislados del ambiente del barrio, es más: nuestros vecinos nos estimaban mucho, nos veían en el trato hacia ellos algo que nos hacía completamente diferentes al resto de la vecindad. En la casa vecina al costado sur de la nuestra vivía don Carlos Guzmán (yo lo veía y se parecía mucho a Julio Iglesias), su esposa Mery y su hija Sandra, una rubia muy linda y muy parecida a Paulina Rubio chiquita (en serio!). Dos casas más hacia el sur vivía (y todavía) don Antonio León y su esposa Berenice Cock, con sus seis hijos: Milton, Marcela, Alejandro, Heidy, Edwin y Angélica. Mi mamá es comadre de los León, porque es la madrina de bautismo de Edwin. Al frente vivían doña Vinda y su hermana Edith, y sus hijos: Ferney y Johanna. Vengan y les cuento un poquito de Johanna: cabello largo lacio y castaño, y ojos azules. Muy linda, pero quién rayos se va a fijar en una mujer a los cinco, seis años de edad? Muy estimada por nosotros, tanto que nos la llevamos una vez a vacaciones a la finca de la abuela Alicia, unas vacaciones muy lindas y de las cuales tenemos fotografías. No sé de dónde sacó mi mamá la idea de

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ponernos en fila india a Johanna, a mí y a Diego (nombrados en orden de estatura), ponernos a trotar uno detrás del otro y así tomarnos un par de fotos. Por qué les hablo de Johanna? Porque fue la primera mujer con la que bailé… está bien, seré sincero con ustedes!! Me sacaron a la fuerza para que bailara con ella en una fiesta, creo que fue para los cumpleaños de Diego, y a pesar de que yo era el más expresivo de la cuadra era demasiado tímido en asuntos de mujeres, y cuando todos gritaban “a bailar!” yo salía despavorido. Pues esa vez no me pude escapar, y me agarra Johanna a bailar con ella aquella canción de Anan que dice “ya llegó la perra con la lengua afuera”; yo estaba rojo de la vergüenza, no podía de la risa nerviosa, y para rematar Johanna era más alta que yo. Cómo no me iba a sentir mal? A qué jugábamos? De todo: a “la lleva”. La Lleva consiste en que se elige a uno que luego tocará a todos; esos todos salimos corriendo para no dejarnos tocar, y el que se dejara tocar se convierte en “lleva” y le toca salir en persecución de todos los demás. Había dos modalidades: el relevo, cuando se toca a alguien, el que estaba haciendo de Lleva queda libre. La otra es la epidemia, todos los que sean tocados son Llevas y deben tocar a los que no han sido tocados. Otro juego era los Ponchados. Se lanzaba una pelota a una torrecita de tapas aplanadas con una piedra; el que derribara las tapas debía agarrar de inmediato la pelota mientras todos salíamos despavoridos. El que tenía la pelota debía “ponchar” a todos, es decir, golpear con la pelota a alguien, el que se dejara ponchar salía del juego. También jugábamos Rejo Quemado, que consistía en encontrar un cinturón que había sido escondido, y quien lo encontrase debía darle un correazo a alguno, y todos debíamos correr para no dejarnos golpear. Esos eran nuestros deportes extremos de la época. En abril, Ciudad Roma era invadida por los tan molestos cucarrones, esos insectos negros que vuelan como abejas y que aparecen al caer la tarde, y que incluso se insertan en el cabello de las mujeres. Mis cualidades de líder se pusieron al descubierto cuando organicé a mis amigos del barrio para que nos diéramos a la tarea de acabar con los molestos insectos. En cuestión de una semana no quedaban muchos cucarrones volando por el barrio. Aún no me explico cómo fue que logré convencer a mis amiguitos para semejante “misión”. MI SALUD EMPEORABA CON EL PASO DE LOS AÑOS Una de las más grandes falencias que he tenido en mi vida es no poder gozar de una excelente salud. Toda mi vida he tenido un historial médico abundante. Desde el instante mismo en que nací he estado expuesto a la muerte y siempre tuve accidentes de todo tipo… en honor a la verdad, estoy vivo y de pie de puro milagro!

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Mis tías me cuentan que mi madre no me dio los cuidados de salud necesarios, de bebé me sacaba a la calle acalorado y desabrigado, pero me abrigaba (o mejor, me forraba con cobijas y bufandas como forrar un pollo al barro) cuando realmente no estaba haciendo frío. Siempre me mantenía expuesto a cambios bruscos de temperatura que me acarreaban frecuentes resfriados. A los 3 añitos de edad me rompí severamente la nariz con una matera colgante; me tomaron puntos en la frente entre las cejas (aún se puede verla cicatriz de ese accidente en mi rostro) y el tabique quedó desviado hacia la derecha. Por razones de dinero jamás me pude operar y a veces en el colegio mis compañeros más malvados se burlaban de mí y me gritaban “nari-chueco” o “deforme” (puedo entender que, por este defecto fisiológico yo no fui en lo absoluto atractivo para casi ninguna chica). Este accidente dañó para siempre mi salud porque desde entonces no pude volver a respirar por la nariz, debía tomar aire por la boca, siempre tenía las fosas nasales tapadas. Roncaba en las noches y eso me hacía ganar muchos más puños y bofetadas de mi mamá a altas otras de la noche, para que yo dejara dormir al resto de la familia. Y para empeorar la situación, lo que comenzó con una simple sinusitis crónica se convirtió en el desarrollo de crisis asmáticas. Bastaba la exposición a áreas llenas de partículas de polvo, a cambios bruscos de temperatura o una gripe mal cuidada y ahí tenía las molestas recaídas que me bloqueaban los bronquios, me hacían carraspear con desesperación y me obligaban a tomar aire forzadamente para no morir ahogado. Mi madre jamás supo tratarme esta enfermedad como era debido; en lugar de llevarme al neumólogo me trató con toda clase de remedios caseros que las vecinas le sugerían, o ella misma se los inventaba. Una de ellas eran las horribles gotas de remolacha en la nariz o beber extracto puro de cebolla cabezona. Por años me torturó obligándome a inhalar el vapor del agua hirviendo mientras ella me mantenía la cabeza tapada con una toalla (este tratamiento, en lugar de calmarme las asfixia me empeoraba aún más, pero mi madre estaba obsesionada con que era el mejor de los remedios). Unciones en el pecho con Vick Vaporub o Yodosalil y el uso de bufandas en la nariz (la lana de las bufandas no sólo me asfixiaba aún más sino que me hacían estornudar de maneras descontroladas, por eso no puedo usar absolutamente nada que me impida respirar libremente y me bloqueé el paso del aire, incluso debo viajar en autobús con las ventanas abiertas para no asfixiarme, por más frío que esté haciendo), en fin… conmigo experimentó de mil maneras para curarme el asma, aunque ima estaba obsesionada en que lo que yo tenía no era asma sino una ridícula sinusitis. Tuvieron que pasar 12 años para que ima reconociera mi enfermedad, aunque de ahí en adelante yo me encargaría de cuidar de mí mismo como les contaré más adelante.

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COLEGIO EL LIBERTADOR. ÁNGELA. PRIMERA APARICIÓN EN PÚBLICO. Por fin mis papás se pusieron serios en cuanto a mi educación, y me lograron conseguir un cupo para Primero de Primaria en el Colegio El Libertador de Bosa. Este colegio, bastante llevado en años, por cierto, era considerado uno de los mejores de la localidad, y allá fui a parar. Recuerdo perfectamente el examen de admisión aunque los profesores consideraban en primera instancia que yo debía cursar Preescolar. El examen, para mi pobre intelecto, fue la cosa más sencilla del mundo: consistía en hacer algunas figuras geométricas en el aire y luego plasmarlas en un papel. Ese fue todo el dichoso examen de admisión, por lo que fui aprobado a cursar Primero de Primaria. Yo esperaba no tener en El Libertador los problemas que tuve en el Pulgarcito. Mi tía Doris entró al mismo colegio a cursar Décimo, pero no le fue para nada bien por la constante exigencia de excelencia académica. Por ese entonces el colegio estaba dirigido por su fundador, don Luis María Hidalgo Dueñas.

Este era nuestro uniforme de gala en el Colegio El Libertador.

Foto cortesía de John Jairo Peñuela Contábamos con servicio de transporte, desde el barrio hasta el colegio, y los que vivíamos en Ciudad Roma estábamos clasificados entre las “rutas cortas” (siempre a finalizar las clases empezábamos a localizar a nuestros compañeritos para irnos en el bus, gritando “brutas cortas!”). Nunca se me va a olvidar a Don Serapio, ese viejito que conducía la ruta de Ciudad Roma, al que yo saludaba sagradamente todas las mañanas y despedía a mediodía.

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Edelmira Bejarano fue mi profesora en Primero A, era una maestra en todo el sentido de la palabra, nos trataba bien aunque a ratos apretaba las tuercas a los indisciplinados (13 años después, en servicio militar, fui a visitarla). Recuerdo con mucho cariño a una niña. Llevo años intentando recordar cómo era ella pero nada! Sólo recuerdo su nombre: Ángela, y su puesto quedaba a unos cuatro pupitres delante de mí… y yo fui ubicado en un pupitre contra la pared, bien atrás, justo donde estaban los niños más fastidiosos. Yo quería quedar en el pupitre de adelante, para no perderme ni un detalle de las clases de la profe Edelmira… pero ella me envió atrás, y es que yo contaba con la desventaja de ser uno de los niños de mayor estatura entre la clase. Nunca se me va a olvidar que todas las mañanas, sagradamente, Ángela y yo nos saludábamos con un tierno beso en los labios…

… Ahá!! picaroncillo desde chiquillo!! Así es, señoras y señores, la primera mujer que besé en los labios y durante un año seguido, pero por qué? Que yo recuerde Ángela no me atraía para nada, y precisamente tenía que ser con ella!! pero para mí era algo tan normal como desayunarme en la mañana con las coladas de Maizena tan sabrosas que ima me preparaba. Este fue uno de mis secretos mejor guardados de toda mi vida, porque ni siquiera la profe Edelmira llegó a saberlo, ni mis papás, ellos jamás lo supieron… bueno, no fue un secreto tan bien guardado porque precisamente nos sorprendió una vez uno de los compañeros más terribles: Octavio, y me acuerdo bien de él por su piel cobriza, su cabello negro lacio y con peinado de “lamido de vaca”. El muy desventurado solía gritarme junto a sus amigotes en el patio de recreo “tiene novia! tiene novia!”. Una vez, creo que fue para el mes de agosto, no me aguanté que a la pobre Ángela la metieran a su burla pública, y le zampé su buen empujón. La cosa por poco acaba en un round de boxeo, y de no ser porque la profe Edelmira intervino, yo hubiera llegado a casa con la nariz ensangrentada. Lo mejor de todo es que Octavio no fue capaz de revelarle a la profe delante de mí la razón de nuestra riña, creo que se sintió intimidado porque yo era el favorito de la clase. Pero a la profe Edelmira se le hizo raro, cómo era posible que su estudiante favorito, el que en las libretas de calificaciones jamás bajaba del podio académico, fuera agresivo? (para los dos últimos bimestres ocupé el primer lugar y nadie me pudo arrebatar ese privilegio en lo que quedaba de 1984). Yo me aguantaba en silencio ese llamado de atención, y le saqué a la profe Edelmira la excusa de que Octavio me tenía ya cansado de tanta molestadera y ese día no aguanté más… pero por nada del mundo mencioné a mi Ángela. Una cosa era que yo casi nunca estaba a su lado en los recreos (en eso siempre nos respetábamos, ella con sus amiguitas y yo con mis amigos o jugando solo,

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cosa que hacía con frecuencia), pero otra muy diferente era que se metieran con ella. Recuerdo que para el Miércoles de Ceniza nos llevaron a la iglesia de la plaza central de Bosa, justo diagonal al colegio. El padrecito de esa iglesia, bastante entrado en años por cierto, nos hacía preguntas sobre el Catecismo; hasta donde me acuerdo respondí correctamente un par de esas preguntas referentes a lo que en esa época se llamaba Historia Sagrada, pero la profesora me regañó porque no quise ponerme la ceniza, así que el mismo curita acabó convenciéndome de que me la pusiera (o mejor, que él mismo me la pusiera). Ese día de regreso a casa mi mamá me felicitaba mientras mi papá expresaba su enojo y desacuerdo por lo sucedido. Obviamente ellos pelearon esa noche por este suceso. Para el Día del Idioma le tocaba a Primero la conducción de la Izada de Bandera en el teatro pequeño del colegio, para toda la Primaria. La profe me eligió para ser el maestro de ceremonias. Al principio me dio algo de nervios, al estar subido en la tarima y ver a decenas de niños mirándome, pero luego de unos segundos me parecía que eran una montonera de hormigas ante mis pies, y en ese momento se me quitó el miedo al público y para siempre. Hubo algo que siempre me disgustó (y aún!), y era el bendito protocolo de inicio: “programa con el cual los alumnos del curso ____ rinden homenaje al pabellón nacional”. Pues bien, ese día decidí hacerle al protocolo unos pequeños cambios sin perder la seriedad del acto. Me inspiré en esos animadores que yo veía en la televisión: Jairo Alonso, el que por esa década era el maestro de ceremonias de los reinados de belleza que mi mamá y mis tías no se perdían aunque mi papá echara chispas… él fue mi inspiración ese día. Tomé un profundo respiro y a la señal de la profe Edelmira salí a la tarima. Le di a todos los buenos días y dije que nos habíamos reunido para rendir un homenaje a los símbolos patrios y al idioma español. Las profesoras que estaban presentes palidecieron, muy en especial la profesora Edelmira, pues creían que yo me había salido deliberadamente del programa, pero luego suspiraron de tranquilidad cuando leí los puntos de l,a izada de bandera. La emoción me había invadido tanto, que cuando había acabado un baile (una cumbia, me acuerdo), leí nuevamente el punto del baile. La profe inmediatamente me corrigió, y me devolví al público con una sonrisa, diciendo “ay, perdón! Eso ya pasó… ahora sí, séptimo punto: a continuación (otra vez saliéndome del protocolo) nuestro compañero _______________ de Primero C nos va a declamar unas coplas alusivas al Día del Idioma; recibámoslo con un aplauso!”. Terminada la Izada de Bandera, la profe me felicitó delante de toda la clase, y mis compañeros me aplaudieron; fue un instante glorioso… pero ese momento de gloria se tornó de repente en instantes de amargura. Media hora después de haber quedado como un príncipe ante todos, los amigotes de Octavio nos

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aguaron la clase de Sociales, mi favorita y a la que yo le apuntaba el 100% de atención. La profe Edelmira empezó a ordenar a sus sospechosos que se pusieran de pie y se quedaran con las manos en alto. Y no sé qué le dio por pensar que yo había participado en el desorden y me ordenó ponerme de pie y levantar las manos. Sentí que el mundo se me hundía. Desde mi escape del Liceo Pulgarcito, yo no había vuelto a saber qué era un castigo en el salón de clase, y ahora esto? Obedecí, pero créanme que no pude contener el llanto. Castigado por una falta no cometida, eso sí me hería el alma hasta el fondo, y creo que a la profe le pesó luego cuando supo que yo no había tenido nada que ver en el desorden. Otra ocasión en la que probé nuevamente el sabor del castigo fue cuando en clase de matemáticas, para eso de agosto, la profe Edelmira borró unas restas que muchos no alcanzamos a apuntar; y gritamos que no nos borraran, aunque yo grité muy suave, por respeto a la profe. Ella inmediatamente se enojó y preguntó quién había gritado… todos, absolutamente todos mis compañeros me señalaron. A la pobre maestra se le saltó el taco y me ordenó con otro grito peor que me saliera del salón, y qué creen? A llorar y a obedecer, señores. Fue entonces cuando me gané para siempre la fama de llorón y de afeminado (en esa época en Colombia, un niño que lloraba no era considerado un hombrecito sino una “nena” y era el hazmerreír de todos). Yo tenía dos opciones: responder a actos de violencia en mi contra con otro acto de violencia en igual o peor magnitud, o desahogarme llorando todo lo que pudiera sin lastimar a nadie. No era signo de cobardía, era mi mecanismo de defensa ante los ultrajes que sufría, ya que no quería dañar mis notas académicas, no quería desahogar mi furia agrediendo a nadie y no quería que a mis papás los llamaran a hablar con la coordinadora de disciplina por la violencia de su hijo mayor contra los profesores y sus compañeritos de clase. O era desahogarme llorando, o era acabar con lo que encontrara a mi paso, no tenía terceras opciones. BERRINCHE POR UNA MEDALLA. LA SOLUCIÓN DE MIS PAPÁS. Diego fue matriculado a Kinder en 1984 porque salió lentito para aprender a leer y escribir, pero me sorprendí cuando lo matricularon precisamente en el campo de concentración, o sea, el Liceo Pulgarcito. Me quedé de una sola pieza cuando supe que él logró izar bandera el mes de mayo y se ganó una medalla (tenemos una fotografía de Diego que da fe de tal hecho). Cuando lo supe no pude controlar la ira y la tristeza, ya que nunca en mi vida, ni en la Primaria ni en el Bachillerato, supe lo que era recibir una medalla en una izada de bandera. Siempre he sufrido cuando no se valora los esfuerzos de uno y otra persona es homenajeada a costa de mi esfuerzo, se siente como si le quitaran a uno el honor que por mérito y derecho propio le pertenece a uno.

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Eso sí, esa tarde que supe del honor dado a Diego me pegué una llorada monumental, y los fuetazos de mis papás fueron igual de monumentales. No volví a tratar el asunto luego de semejante reprimenda, pero no pude sanar esa herida en el alma durante muchísimos años (cada vez que me veían llorar, mis papás procedían a golpearme: con chancleta, con correa, con el palo de escoba, con un cable eléctrico, con los puños o con lo primero que tuvieran a la mano, pues ellos creían que entre más golpes yo recibiera mucho más macho me volvería; ellos jamás se imaginaron que todos esos golpes sanaban físicamente rápido, pero que dejaban en mi alma una serie de heridas y de huellas demasiado profundas que sólo Dios pudo sanar con algo de dificultad). Para mis cumpleaños decidieron que nos celebrarían a Diego y a mí juntos, eso me agradaba porque era reunir a la familia y a los amigos. Pero este año la estrategia de mis papás fue regalarnos a Diego y a mí unas medallas al mérito, como las que daban en nuestras escuelas. Una de dos: o lo hacían para que yo me olvidase de lo ocurrido el mes anterior, o la conciencia les remordía por la fuetera que me dieron. Por esos días sonaba en la radio una canción de los Corraleros del Majagual llamada “La Medallita”, así que cada vez que escucho esa melodía recuerdo estos instantes. LA NAVIDAD DE 1984. SE PIERDE DIEGO EN SU PRIMER DÍA DE COLEGIO. Poco recuerdo de las Navidades que vivía de niño, pero el recuerdo más cercano de esta festividad me remonta a este año, 1984. Fue una Navidad en la que viví a plenitud todo lo que un niño sueña en la Nochebuena. La novena rezada por nuestras mamás y tías junto al pesebre, las galletas, natilla y buñuelos al final, algunas de esas noches calurosas en las que jugábamos. En Nochebuena me regalaron dos cosas: una pistola espacial que, al halarse el gatillo, emitía una luz de chispas al interior del arma de juguete, y un camión ganadero anaranjado, con el que Diego también jugaba sin que yo me enojara por ello. Fue la última Navidad en la que supe qué era recibir regalos de Navidad, reunidos todos en familia. Y entramos al año 1985, un año bastante agitado para Colombia, y digamos que por esa época se empiezan a agitar las cosas para nosotros. Seguí en El Libertador para cursar Segundo de Primaria. Recuerdo el primer día que me habían asignado a Segundo A, y luego me trasladaron a Segundo D porque el primer grupo tenía demasiados niños. Nunca más volví a saber de Ángela, porque por esos días la busqué en los demás grupos de Segundo y nadie me supo dar respuesta. Segundo D estaba dirigido por la profesora Cecilia, una rubia obesa, cincuentona, de ojos claros y gafas; fue un año especial porque experimenté lo que era recibir clases con profesores distintos. Diego Mauricio también fue matriculado en el colegio a Primero de Primaria. Yo me culpo por no haber estado pendiente de su salida en su primer día de colegio, el caso es que se quedó del bus y nadie daba razón de él. Cuando yo

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llegué a casa, era obvia la reacción de mi mamá: “Dónde está Diego?”… llamamos al colegio y no se sabía de él. Varias horas después llegó a nuestra casa la directora de curso de Diego y con mi hermano, mi mamá lloró de la angustia y más cuando llegó la profesora con Diego. En adelante tomé la decisión de no subirme al bus a la salida de clases sin Diego, y así lo cumplí a cabalidad el resto del año. CAROL ANGELY. DIFICULTADES CON MATEMÁTICAS Y EDUCACIÓN FÍSICA. Ya les conté que de Ángela no supe más, correcto? Pues bien, no crean que el corazoncito se quedó quieto en 1985. Por primera vez sentía verdaderamente algo por una niña, sentía el enamoramiento… pero a eso le debo echar la culpa a que no podía evitar el ver junto con el resto de la casa las telenovelas de moda (con excepción de mi papá, que las odiaba). Hagamos memoria: mi mamá se desvivía por ver a doña Victoria Rulfo y a Eduardo Capetillo en “La Fiera” (esa telenovela mexicana sí que dio palo! Hasta Lisandro Mesa le sacó vallenato), “Amándote” protagonizada por Armando Gutiérrez y Martha Liliana Ruiz, y la inolvidable actuación de Nelly Moreno, que luego se volvió cristiana y echó su carrera actoral a la basura, pero se volvió congresista. Tan poderosa es la influencia de la televisión que no respeta edad. Y a eso agreguémosle otro causal: las continuas peleas entre mis papás y la manera tan severa como yo era tratado por ellos, eso creó en mi corazón y a muy tierna edad el sentimiento de la soledad, del vacío que produce todo esto, y el anhelo del amor verdadero como respuesta a todo lo que me pasaba. Yo no tenía más de ocho años pero la vida me estaba tratando muy duro y eso hacía que yo me adelantara psicológicamente al resto de mis compañeros de clase. Yo veía coyunturas sociales que ellos, por ser niños con alma de niños, no veían. En fin, el caso es que en Segundo D me hallé con una niña muy linda, y como la cantaba Pedrito Fernández: la de la mochila azul, la de ojitos dormilones, me dejó gran inquietud y malas calificaciones… tal cual se cumplió en mí. La susodicha se llamaba CAROL ANGELY RODRÍGUEZ TORRES… Waw!! Esto sucedió hace casi 30 años y aún recuerdo su nombre completo como si hubiera sido ayer. Bueno, con ella las cosas no salieron como con Ángela, porque me parecía tan bonita, que me la dejé ganar de la timidez. Jamás pude entablar con ella conversación alguna, nunca tuvimos la dicha de realizar algún trabajo en grupo. El único contacto al que pude llegar con ella fue aprovechando que estaba atrasado en unas tareas y debía adelantarme, y me le fui a Carol Angely a pedirle prestado el cuaderno de matemáticas (justo la materia que nunca me gustó y en la que siempre me iba mal, pero por tratarse de hablarle a ella bien valía el esfuerzo). La chica lo pensó dos veces y luego accedió. Al día siguiente, cumplido el deber, se lo entregué conforme a mi palabra de honor… yo

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esperaba alguna palabra más de ella… no sé! Que me dijera “nos vemos en el recreo?” o por lo menos que en el recreo me llamara y nos repartiéramos las provisiones de la lonchera entre los dos, hubiera sido un buen comienzo… pero nada, señores. Carol Angely recibió su cuaderno de mis manos y no se mutó para nada más, ni una palabra después de las gracias que le di. Me senté nuevamente en mi pupitre, y bien aburrido! Y para colmo de males por esos días la profe Cecilia, que nos dictaba matemáticas, nos la clavó con lo de las divisiones por dos y tres cifras. Me puso a hacer una división por tres cifras en el tablero, y delante de todos. La profe salió del salón, no sé a qué, y un par de minutos después sonó la campana de cambio de clase. Yo estaba desesperado porque no tenía ni la más remota idea de qué hacer, así que tomé la tiza y escribí en el tablero: “no sé dividir por dos ni por tres cifras”. Al menos fui sincero públicamente y no me quedé callado cobardemente. En otra de las materias en las que me fue mal fue Educación Física, a causa de la enfermedad que ya les conté. UN DISFRAZ QUE RESULTÓ SIENDO VERGONZOSO. NOVENA EN EL GIMNASIO IMPERIAL. El 4 de Jeshván del 5746 (19 de Octubre de 1985) nació Kenny, cuando todos esperábamos una niña como hermanita (mi mamá hasta le tenía nombre: María Catalina, pero vean cómo es la vida!), pero igual de bienvenido fue el nuevo miembro de la familia (llegó el que faltaba para completar “Los Tres Compadres”), Diego y yo nos gozamos al máximo el ser niñeros de Kenny junto con mi mamá; pero volvamos al colegio: nos organizaron una fiesta de Halloween; yo, producto de la sociedad de aquel entonces, me uní al combo de los disfraces. Me encantaba ver a mis compañeros disfrazados de variedad de personajes, y en mi imaginación crear historias en las que ellos eran los personajes, de manera que yo sentía, no estar en el colegio sino en un mundo lejano, con personajes fantásticos y en el que yo era el protagonista. A propósito, mi disfraz de ese año, digamos que no me ayudó mucho. Se supone que era un disfraz de robot y yo me imaginaba que mis papás me habían conseguido un disfraz que diera esa impresión, pero me llevé una sorpresa: el dichoso disfraz de robot resultó siendo un chaleco de plástico con el dibujo de un robot y una máscara de plástico que me asfixiaba. No sólo me sentí incómodo con él en la pequeña rumba que nos habían armado, sino que además pasé la vergüenza la noche del 31 de Octubre en el barrio, ya que la gente me preguntaba de qué estaba disfrazado, porque no daban con la idea del dichoso disfraz. Llegó el mes de diciembre de 1985, y detrás de nuestra casa estaba ubicado el Gimnasio Imperial, cuyo rector era José Cifuentes, mejor conocido en el barrio como “el viejo Cifuentes”. Tenía algo más de 45 años y su fama no era la mejor que digamos. Supe que él y mi papá habían hecho un negocio con

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nuestra casa, mi papá se la había vendido a Cifuentes, y éste se encargó de montarle a la segunda planta (donde dormíamos) un segundo piso, en el que se ubicaban un par de salones de clase. En diciembre de 1985 la ampliación del colegio a costa de nuestra vivienda estaba en obra negra, y Cifuentes organizó en las instalaciones del colegio la Novena de Navidad. Allá fuimos a rezar la novena acompañados de nuestra pandilla de barrio: Ferney y los hijos de Berenice. Y reconozcámoslo! El ambiente en mi casa (mi papá empezó a beber con mucha más frecuencia) ya no se prestaba para rezar la novena en familia. Un par de noches antes del 24 de Diciembre, Cifuentes nos quiso obsequiar algo a todos los muchachos que habíamos ido, y había escondido los regalos en medio de la oscuridad de la obra en levantamiento, y allá fuimos a encontrar los regalos; luego me vine a dar cuenta de que todos habíamos recibido el mismo regalo: pistolas de agua. Y como yo ya estaba familiarizado con armamento real o de juguete, no me pareció mal regalo. Así viví la última Navidad en Ciudad Roma. Ahora se nos venía un cambio de planes. PLAYLIST Frank Pourcel – “Concorde” (álbum completo). Los Corraleros del Majagual – La Medallita Michael Jackson – Beat It Demis Roussos - “Forever and Ever” (album completo). Boney M – No More Chain Gang A Flock Of Seagulls - I Ran (So Far Away) Devo - Whip It Eurythmics - Sweet Dreams Gary Low - You Are a Danger Gary Numan – Cars Herbie Hancock – Rockit Jonzun Crew - Space Is The Place Styx – Mr. Roboto New Kids On The Block - You Got It (The Right Stuff) Talking Heads - Burning Down The House Tears for Fears – Shout Thomas Dolby- She Blinded Me With Science Visage - Fade To Grey

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III 1986 - 1987

CONTEXTO. AL GIMNASIO IMPERIAL. JULIANA El trasbordador espacial Challenger explota en su elevación hacia el espacio y mueren sus 7 tripulantes. El Papa Juan Pablo II visita Colombia, Virgilio Barco es elegido presidente de la nación. En el Medio Oriente explota la Intifada (la revolución popular palestina contra Israel), y nace el rock en español. Andrés Pastrana es el primer alcalde de Bogotá elegido por votación popular. 1986 arrancó con muchas preocupaciones por nuestro estudio, no había forma de seguir estudiando en El Libertador; así que se llegó con el viejo Cifuentes a un acuerdo, en el que nos permitirían a Diego y a mí estudiar en calidad de asistentes, sin pagar pensión, mientras desocupábamos nuestra casa, que ahora le pertenecía al Gimnasio Imperial. La tristeza de mi mamá era latente: luego de todo lo que hubo que sufrir levantando esa casita, y ahora deberíamos irnos. Hasta entonces abá había trabajado en la Panadería la Mejor llevando la contabilidad, oficio que hacía muy bien. Vendió la casa de Ciudad Roma y prácticamente despilfarró el dinero (típico en los Rodríguez, como ya vimos), aunque parte del dinero la invirtió con un socio suyo montando una oficina de distribución de productos naturales, a la que le llamaron Disprovical. Tenían una oficina en la Calle 11 sobre la Carrera Décima (sector que en esa época no estaba tan deteriorado como ahora).

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El patio central del Gimnasio Imperial, donde yo me paseaba sin rumbo aquellas tardes en aquellos meses en los que estuve estudiando allí. Foto cortesía de Erickson Farian. No me convencía del todo entrar al Gimnasio Imperial, pero había que aprovechar el tiempo, estaba claro que en casa no me podía quedar. Y entré a Tercero. Mi profesora se llamaba Yolanda, era muy joven y conté con que era quien nos dictaba matemáticas (cero y van dos!). Fue difícil amoldarme al uniforme del colegio (suéter rojo en cuello V, pantalón negro y camisa blanca), en primer lugar no teníamos con qué comprarlo, y para qué comprar un uniforme de un colegio que a mitad de año debíamos abandonar? En segundo lugar en El Libertador solíamos ir, por lo normal, de particular, sólo se usaba el uniforme de Educación Física cuando era el día y el de gala (pantalón gris ratón, suéter blanco de cuello tortuga y saco de paño verde oscuro) para ocasiones especiales. En el Gimnasio Imperial se estudiaba en las tardes, lo que me desestabilizó en cuanto a la atención a las clases, ya que estaba acostumbrado a estudiar en las mañanas. Y la profesora Yolanda se daba cuenta de todo esto. Y completemos el cuadro con una niña morenita, bien parecida, pero que a mí no me gustaba ni poquito: Juliana. No recuerdo sus apellidos. Yo no sé qué tenía de especial para ella, el caso es que se adentró a mi vida por todo un semestre. Era compañera de clase, y todos los días llegaba a mi casa a recogerme, para que nos fuéramos juntos al colegio. En algunas ocasiones entraba a mi casa sin permiso, y hasta una vez me escondí debajo de la cama de mis papás para que Juliana no me encontrara… mala estrategia, allá me encontró. Es de ese tipo de chicas que cuando se obsesionan con uno, no hay quién las detenga! Recuerdo que se llegó el mes de abril y no soporté más el ambiente del Imperial, no aprendí nada en lo absoluto porque me había concentrado en sobrevivir a su entorno, así que decidí no seguir más. Una tarde a eso de las seis, cuando anochecía, me topé con Juliana; estábamos con mis amigos en

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trabajo de escuadrón (matando cucarrones), y no sé qué me dio por dar la orden de retener a Juliana por unos minutos en calidad de rehén; quería darle un susto como retribución a sus actos de niña intensa, quería dejarle en claro que podía hacer realidad cualquier cosa que me propusiera… … aún recuerdo sus palabras, algunas de ellas eran “y ahora, qué vas a hacer?” Tenía mucha ira, Juliana había marcado para siempre mi niñez de una manera no tan romántica. Esto había ocurrido dos semanas después de mi retiro del Gimnasio Imperial, y debo anotar que desde mi retiro Juliana no fue a mi casa como lo hacía mientras yo estudiaba allí. Pero ese no sería mi último encontrón con Juliana sino el penúltimo. Ya retirado y a inicios de junio el Gimnasio Imperial había organizado una Coca-Cola bailable para un sábado, el primero del mes, y para poder estar allí era necesario tener una boletita que tenía un sol con gafas y el sello del colegio. Yo no tenía el más mínimo interés en estar, pero no recuerdo quién del colegio me vio y me regaló la boleta. Mi mamá lo supo y me rogó que fuera, discutí con ella pero luego obedecí. Y llegó la tarde soleada de tan esperado evento, eran como las dos de la tarde porque ya había almorzado, y con mi mejor vestuario informal me fui para el colegio (a la esquina de la casa); había música, gente bailando y un profesor (si mi memoria no me falla era el de Educación Física) animando. Recuerdo un instante del profesor con el micrófono: “dónde están los muchachos de décimo?... po, po, po, po, gallinas!” (porque no bailaban). Y luego se bajó de la tarima para bailar. Digamos que me entretuve mirando a la gente que bailaba y comiendo gelatinitas y bebiendo gaseosa… no bailé porque no sabía (después del episodio del baile forzado con Johanna, qué ánimos tenía para aprender a bailar en el futuro? Dos décadas después vine a entender que mi apatía a los bailes tenía una poderosa razón espiritual) y desde siempre fui enemigo de la música tropical, y peor, bailarla. Además, no tenía con quién bailar… bueno, hasta las tres menos diez minutos, porque me llegó una niña que me hubiera servido de pareja, de no ser porque se trataba de Juliana. Señores, yo quería que la tierra me tragara en ese momento! Le tomé a la pobre un fastidio monumental y recuerdo que Juliana me rogaba que lo intentáramos de nuevo, que no me fuera, que la esperara. Yo fui una caspa completa con ella esa tarde de junio de 1986, la traté muy mal y la sentencié cuando le dije “si hubo algo entre nosotros, ya no más! Lo nuestro se acabó!”, y me acuerdo perfectamente que esa frase se la dije de muy mal genio, y me fui del colegio a mi casa. Desde ese día, jamás volví a saber de Juliana. Los años pasaron y a final de mi carrera universitaria le pedí perdón a Dios por la manera tan ruin que traté a Juliana; por un lado porque la herí en sus sentimientos y no la supe valorar, y

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segundo porque estoy seguro de que en adelante empecé a pagar con lágrimas y humillaciones mi mal comportamiento. Contrario a lo que los cristianos piensan, los judíos sabemos que todo en esta vida se paga, y yo tuve que pagar mis pecados caramente. AL BOSQUE DE SAN CARLOS. CLUB EL ARCO IRIS. PRIMER ATRACO. Jueves 27 de Iyar del 5746 (5 de junio de 1986), dejamos la casa de Ciudad Roma y nos fuimos a vivir a la casa de José Vásquez y mi tía Anyul Gamboa que ellos habían comprado en el Bosque de San Carlos, en el sector del Gustavo Restrepo, al sureste de Bogotá. Yo estaba muy contento porque nuevamente íbamos a vivir en una casa con dos pisos y alcobas independientes… y lo mejor, con calentador de agua. Era una casa que queda en la Carrera 13 A # 31 F – 23 sur; eran casas nuevas del Conjunto Residencial Bosque de San Carlos; nuestra casa quedaba frente a un potrero en el que luego se construirían edificios de apartamentos. Escoltados por los bosques de eucaliptos, yo no me cambiaba por nada del mundo, ya que nunca había conocido un bosque y ahora lo tendría todos los días para ir a jugar.

El Bosque de San Carlos. Esta foto está tomada sobre la Carrera 13 mirando hacia el sur.

Foto cortesía de Diego Franco.

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Se habían construido algunos vehículos fijos en madera, pero no los pudimos usar durante dos meses porque los estaban engrasando. Había en el bosque principal dos troncomóviles como los de Los Picapiedra, un muro de dos metros de alto, pequeñas elevaciones de troncos en fila, un puente, dos pasamanos… y la atracción mayor: un avión en el que jugábamos a ser pasajeros o pilotos de avión, o a veces pilotos de un avión de combate, todo hecho de troncos de madera. Y para mí era apasionante conocer la gigantesca antena parabólica del bosque, se decía que se podía ver televisión de otros países pero yo jamás pude saber qué era eso, hasta una década más adelante. Esa antena parabólica fue la fuente de muchas de mis historias imaginarias que yo jugaba porque aún no me sentía con capacidad para escribir cuentos.

Otra toma del Bosque. Esta está tomada mirando hacia el suoriente. Abajo a la derecha se ve el

edificio del Salón Comunal del Conjunto Cerrado, en el cual estaría yo a finales de los años noventas prestando un muy importante servicio. Cuando nosotros llegamos a vivir allí los

edificios no existían, sólo había un gran potrero.

Llegué al nuevo barrio enfermo, así que pasé mi cumpleaños número 9 en cama; mi papá me había regalado de cumpleaños un microscopio de juguete, y sentí que me habían dado en la vena del gusto. Eso era lo que necesitaba! Algo que me alimentara cada vez más mi sed de conocimiento. Kenny tenía ocho meses de edad y Diego y yo nos convertimos en su niñera, pero nos encantaba cuidar del hermanito chiquito, jamás tuvimos ese problema de celos de niños porque los papás le daban más importancia al bebé. No, con nosotros la cosa fue diferente, la mejor muestra de aprecio que se nos podía dar era asignarnos la responsabilidad de cuidar del bebé, y Diego y yo hicimos un buen equipo de atención infantil.

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Contamos en el Bosque de San Carlos con excelentes vecinos: una pareja de pastusitos (la mujer se llamaba Marina) que siempre viajaban a Ipiales y nos traían dulces ecuatorianos, que vivían en el 31F-25. Doña Consuelo una casa más abajo, y en el 31F-21 vivía una chica alta, delgada y bonita llamada Diana, a la que atendimos en muchas ocasiones porque tenía separados a los papás. En el 31F-19 vivía don Hernando, quien trabajaba como oficial de Tránsito (un chupa, como les decíamos en esa época). A la cuadra diagonal, hacia el sur, vivía en toda una esquina nuestros amigos Obed, Andrés y sus hermanas cuyos nombres no recuerdo. Tres casas hacia el este vivía doña Noemí con su hijo, y dos casas más al este don Arturo Dávila con su esposa Gladys y sus hijos Arturo (el menor), Blanca y Ángela, la mayor. Hacia la esquina de donde vivíamos, hacia el norte, vivía don Alejandro Larrota (quien trabajaba en Inravisión y se conocía con mi tía Anyul) con su esposa Patricia Bojacá y sus hijos David y Tatiana (quien nacería luego). Tres o cuatro casas hacia el oeste vivía una señora que era confeccionista, de quien más adelante les hablaré. Detrás de nuestra casa vivía (y aún) don Joaquín con su esposa Gloria (quienes luego serían los padrinos de bautismo de Kenny), y sus hijos Mayerly y John Freddy. Hacia la colina, al sur del conjunto que más bien me daba la impresión de una ciudadela futurista, teníamos a don Erminzo, profesor tolimense, con su esposa Marina, también docente, y sus hijos David, William, Nasly y Andrea. Bien, esos eran nuestros vecinos más cercanos; contamos con la ventaja de caerles bien y hacer amistades fácilmente. Nuestros amiguitos habían organizado algo llamado Club el Arco Iris. Se trataba de un improvisado cambuche con plásticos y palos, para jugar allí dentro. Esta idea surgió por la moda de la serie de dibujos animados “La Pequeña Lulú” en la que se mostraba la idea original. Había que aportar algo para ser parte de dicho club, y se construía con materiales que los constructores arrojaban en el mismo potrero, frente al bosque. Yo quise ser parte de ese club pero me rechazaron porque me consideraban “el loco del bario”, así que se me ocurrió emular el club ejecutando un proyecto similar, pero lo que me gané fue la oposición de mis amigos (empezando por Andrés, el líder del club) y por supuesto!, de Diego. Peleamos un par de veces porque no me apoyaba en la idea, y lo que me gané fue una fuetera de mis papás porque según ellos, yo estaba muy cansón, pero ellos no se percataban que era mi honor lo que me estaba jugando. Así que decidí emprender el proyecto por mi propia cuenta. Tomé unas decenas de ladrillos y construí mi club lo mejor que pude… no tenía sino un metro cuadrado y un metro de alto, y más bien parecía un calabozo que un club, je, je… Dos hechos me entristecieron a raíz de ello: por un lado nadie en absoluto me seguía, fue una gran frustración y por un tiempo no entendía a los niños del Bosque de San Carlos, si en Ciudad Roma bastaba que yo abriera la boca para que todos hiciéramos algo… aquí mis dotes de líder no funcionaban.

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El otro hecho fue una tarde que uno de los vigilantes de la obra de apartamentos se acercó al potrero y derribó mi obra; bastó una patada del vigilante para que los ladrillos cayesen uno junto al otro como un castillo de naipes. Días después retiraron todo escombro de la zona. Esta situación se repetiría en años posteriores: proyectos en los que absolutamente nadie me seguía o que con tanto esfuerzo había levantado y eran destruidos por otros. Una vez nos fuimos con mi papá y don Alejandro Larrota a caminar por la colina sur del barrio Las Lomas y El Pesebre (que en esa época no tenía ni un arbolito), un domingo en la tarde. Íbamos Diego, David y yo. Dos tipos nos salieron al encuentro para atracarnos, y en una acción que nos tomó por sorpresa, Alejandro le arrebató la navaja a uno de los tipos, y los dos ladrones salieron despavoridos. Bajamos de la loma con el trofeo (o sea, el cuchillo de los ladrones). ME CONVERTÍ EN PIROTÉCNICO, NO EN PIRÓMANO!! Los siguientes días de septiembre de 1986, como no estábamos estudiando porque abá no quiso matricularnos en ningún colegio, frecuentábamos una zanja de unos ochenta metros cuadrados que habían hecho para el salón comunal del nuevo conjunto de edificios. Tenía unos tres metros de profundidad y como el suelo era impermeable, solía quedar lleno de agua. Diego y yo nos divertíamos lanzando piedras de diversos tamaños para crear ondas. Entre más grande y pesada la piedra, más grande la onda. Luego llegó un tiempo de sequía, y por ponernos a hacer una fogata resultamos incendiando todo el pasto del potrero… afortunadamente el potrero no estaba contiguo a ninguna vivienda, de lo contrario hubiera ocurrido una tragedia. Y cuál propósito creen ustedes que me hice para el futuro?... no volver a encender hogueras? Eso jamás! Me propuse aprender a controlar el fuego. Así que me especialicé en manejo de pólvora... olvídense de las chispitas de bengala, eso es para bebés y niñas!! estamos hablando de artillería pesada: pitos, martillos, varitas de colores, mechas, totes, piedras explosivas y rosetas que en esa época se vendían en cualquier esquina como vender arepas de queso. Además yo solía desarmar aquellos juegos pirotécnicos para hacer bolsas de pólvora, a los cuales luego les ponía una mecha... el efecto era estupendo: una espesa cortina de humo, ideal para escapes de ninja. EMPRESARIO FRUSTRADO. INICIACIÓN AL GNOSTICISMO. En aquel tiempo, y hasta finales de 1988, abá se dedicó a producir jarabes, calcios y concentrados multivitamínicos en casa; esto le trajo muchas batallas campales con mi mamá, que no soportaba cómo él destruía algunos elementos

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de la casa para utilizarlos en la producción, además del terrible desorden que hacía. Nunca comprendí cómo fue que mi papá perdió su puesto y sus acciones en Disprovical. Lo que hizo en consecuencia fue montar otra distribuidora de productos naturales llamada MARKOL. MARKOL eran las siglas de los nombres de Mauricio, Ricardo y Kenny. Algunas veces tuve la oportunidad de ir a su oficina en la Calle 17 arriba de la Calle 13... recuerdo que una vez fui solo allá, un sábado para ser exactos. Quedé encerrado en el ascensor por media hora, y ya se podrán imaginar ustedes el susto. La empresa no le funcionó. Así que trasladó la oficina para la de mi tío José Angel en la Calle 14; así que allí funcionaban dos empresas en una misma oficina: MARKOL e Imporexport Atlantic Ltda. La cosa tampoco le dio resultado, y recuerdo haberlo visto en las mañanas, en el comedor de casa (bueno, en lo que quedaba del comedor hexagonal de madera), fumando un cigarrillo y revisando la hoja de clasificados, en busca de empleo. Pero Modesto Rodríguez tenía deseos de formar su propia empresa, a él no le gustaba para nada estar sometido a órdenes de nadie ni cumplir horarios. Por eso registró en la Cámara de Comercio un proyecto empresarial llamado Runner Collect; nunca le entendí buen de qué se trataba, pero parecía que él quería crear una empresa de juguetes, y se inventó algo llamado Trípoli (como la capital de Libia); consistía en hacer tríos de un bingo de personajes de las tiras cómicas. Yo hice los dibujos de las fichas: Picapiedra, Pantera Rosa, personajes de Disney... su proyecto nunca se cristalizó. Era curioso y preocupante! Ningún proyecto empresarial que Modesto se propuso se llevó a cabo, perdió tiempo y dinero invertido. Ima le echó en cara eso siempre, y a ratos tenían fuertes peleas por ello... pero a mis ocho años y medio de edad me di cuenta de algo que podría explicarlo todo: las borracheras de mi papá. Para mí era deprimente verlo cada dos o tres semanas recostado en la cama con el equipo de sonido, poniendo sus discos de música romántica... y a su lado también, media botella de brandy o aguardiente. Verlo ebrio, a ratos le daba por tocar la guitarra y cantar pretendiendo ser Julio Iglesias. Cuando ima no estaba o salía furiosa de verlo pasado de tragos, él me sentaba a su lado y empezaba a echarme sus discursos filosóficos de la vida y de las mujeres; no podía conectar lo que quería decir porque cuando ya estaba en su máximo nivel de inhibición hablaba enredado. Pero siempre era con el mismo tema: justificar su afición a la bebida alegando que mi mamá no lo quería. Cambiemos la realidad por otra mucho peor, y que nos traería más problemas. Por influencia de mi tío Lucas Rodríguez, mi papá se hizo amigo de un tal Pascal que comercializaba en el barrio con literatura gnóstica.

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Como ustedes ya saben, yo era un niño demasiado curioso y libro que llegara a mis manos lo estudiaba seriamente. Ya por esa época me había leído “Aquí Vive el Horror” de Jay Anson y “El Poder Mágico de las Pirámides” de Max Coth y Greg Nielsen (un niño con apenas segundo de primaria, leyendo libros de terror y de Nueva Era?), no es de extrañar entonces que los libros de Samael Aun Weor hubieran llegado a mi poder y me los hubiera leído completos. Libros sobre quiromancia, metafísica, viajes astrales y explicaciones gnósticas de Jesús de Nazareth. Téngase en cuenta que antes de los 12 años jamás había tomado una Biblia en mis manos, así que en materia de Sagradas Escrituras estaba nulo, aunque conocía algo, pero no precisamente por fuentes fidedignas. Uno en especial, un libro de medicina natural y conjuros, fue el que me acompañó por cuatro años. Me especialicé en algunos, en especial el conjuro a Barbas de Oro, que era para producir viento. Y créanme que no eran hechizos baratos de charlatanes! Abá, mi tío Lucas, y varios de la familia quedaron aterrorizados de cómo los hechizos que yo invocaba me funcionaban. En cambio cualquiera de ellos lo repetía y no sucedía nada. Tío Lucas concluyó que yo tenía que ver con la reencarnación de algún maestro iniciado de la Antigüedad, pues no era normal entre los gnósticos que un niño estuviera en un nivel tan avanzado de conocimiento y de poder como yo lo estaba. Así que accedí a literatura mucho más pesada, que sólo se la acceden a quienes los gnósticos consideran “maestros iniciados”; es lo que llaman “segunda cámara”. Mis papás accedieron a asistir a una conferencia de inducción a la Gnosis, en la que les explicaron cómo debían usar la Estrella Esotérica. Y hasta donde recuerdo, por esa época se agravaron los problemas. EXTRAÑOS ATAQUES DEMONIACOS CONTRA LA FAMILIA. Ocurrió que una noche Diego empezó a gritar de pánico, veía que algo así como una rata del tamaño de un perro le perseguía. Yo también fui víctima de la visión, aunque recuerdo que el espectro no era tan nítido, pero yo sentía que algo merodeaba alrededor nuestro con intenciones de atacarnos a Diego y a mí (para aquel tiempo yo ya había desarrollado ciertos niveles de percepción extrasensorial, lo que causaba en los demás gnósticos gran interés hasta el punto en que algunos afirmaron que yo era la reencarnación de algún maestro iniciado). No era necesario que yo lo viera con mis ojos, lo sentía, lo percibía perfectamente y era una presencia muy peligrosa, olía a muerte y yo temía que esa noche alguien saliera muerto (por algo dicen que “el mal conoce al mal”). Nadie pudo dormir esa noche. En adelante fui muy cuidadoso al apagar las luces de la cocina por la noche porque sentía energía pesada merodeando por la casa por un buen tiempo (mis papás se acobardaron al extremo! siempre me

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enviaron a mí a asegurar la puerta y a apagar las luces de la sala y de la cocina; yo decía resignado “por qué a mí?”). Al día siguiente vine a saber de boca de mis papás que el ataque no era sólo contra nosotros: mi papá también estaba mal, la circulación le estaba afectando, veíamos cómo las venas de sus manos se habían hinchado y su cuerpo de había puesto de color rojizo. Y para completar los males, la salud de mi mamá andaba de mal en peor. En ese tiempo supe que a ella le habían aplicado radiación nuclear en la matriz para eliminar un cáncer que amenazaba con matarla. No se sabe qué fue peor, si la cura o la enfermedad. Mi mamá concluyó que era Consuelo Vargas la causante de estos males, que por venganza contra mi papá había intentado acabar con él y el resto de la familia. Así que mis papás terminaron llevando a Diego a un brujo, que además de un poco de menjurjes le obligó a Diego usar en su cuello un talismán (ellos le llamaban “contra”) que lo defendería de cualquier ataque maligno y le atraería la paz y la suerte. A mi papá le ordenaron tomar agua con hojas pulverizadas de ortiga. Mi mamá en adelante recurrió a cuanto medicamento y curandero le recomendaron, sin éxito alguno. A Kenny le pusieron también un talismán atado al puño derecho de su manita derecha para protegerlo. Lo que jamás nadie supo explicarme fue lo siguiente: si todos en la familia estaban siendo atacados, por qué rayos a mí jamás me asignaron ningún tipo de protección ni me hicieron ninguna clase de “limpieza”? Por qué todos estaban en tratamientos o con talismanes, pero yo no? Alguien me puede explicar esto? COLEGIO ISAAC NEWTON. PISANDO FUERTE. GERALDO CARUSO. DIANA CAROLINA VALENZUELA. Por fin mi papá accedió a que estudiáramos. Fuimos matriculados en el Colegio Isaac Newton, Diego a Segundo de Primaria y yo a Tercero. El colegio me agradaba porque era de fachada colonial y tenía su propia capilla; en marzo de 2011 pasé al colegio a saludar a los rectores Francisco Ortiz Alfonso y su esposa Gloria Moreno de Ortiz, y lamentablemente me informaron de la muerte de su hijo José Ortiz “Chepe”, quien fue el legendario coordinador de disciplina, recordado por su extrema severidad. Mi profesor en Tercero fue Carlos Fernando Gil Mora. Lo bueno: que era joven y era excelente maestro. Lo malo: dictaba matemáticas. Por culpa del profesor Gil me trasnoché en varias ocasiones aprendiendo las divisiones por cuatro cifras.

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Fachada principal del Colegio Isaac Newton, ubicado en la Calle 11 sur con Carrera 9. No ha cambiado en nada!! Mi esposa también estudió en este colegio sus primeros años de secundaria.

Pero además el profe Fernando nos dictaba Religión y Manualidades, y por ese lado me decidí mandarme con todo. 1987 fue un año de victoria para mí, porque pude potenciar al máximo mis habilidades, en especial las artísticas. Febrero y marzo fueron meses de “vuelo de reconocimiento”. En abril empecé a lanzar mi artillería de liderazgo participando en el Día del Idioma. En mayo hice parte de la coral del profesor Norberto Antonio Marín Marulanda (quien hoy día es un exitoso académico y miembro de la Gran Rondalla Colombiana, sus recitales están siendo transmitidos por el Canal Radiola TV), que nos dictaba música cantando “Madre, Óyeme! Mi plegaria es un grito en la noche”. Recuerden que nunca he sido buen devoto de la Virgen, así que ya que era flojísimo para rezarle, por lo menos contentarla con mis cantos, a ver si era cierto aquello que dicen de “el que canta, ora dos veces”. En junio toqué para todos el Himno Nacional en flauta y recuerdo que Diego y yo recibimos en mis cumpleaños videojuegos de bolsillo; el mío era un juego de un taxi que debía llevar a los pasajeros hasta el otro lado de la avenida evadiendo trancones. En julio hice con Diego una actuación burlesca de Emeterio y Felipe, los Tolimenses, durante el Encuentro de Artes, lo que nos ameritó una mención de honor. Agosto y septiembre fueron como de receso, pero en Octubre retomamos liderazgo con coplas. Y en noviembre, a recoger el fruto de mi trabajo. Tres compañeros de Tercero se quedaron para siempre en mis recuerdos. Voy a hablarles en primer lugar de Geraldo Bastiano Caruso (de descendencia italiana, curiosamente del famoso barítono que tenía la capacidad de romper cristales con su alto tono de voz), un chico terriblemente inteligente. Siempre nos la pasábamos en los recreos dialogando sobre nuestros temas favoritos: astronomía, filosofía, geología, geografía. De religión hablábamos poco porque como él era testigo de Jehová y yo estaba metido en el Gnosticismo hasta el cogote, no tocábamos el asunto.

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Una vez Geraldo escribió un cuaderno llamado Planeta Tierra, en donde se explicaría el origen de muchos fenómenos de la Tierra; la idea era que entre Caruso y yo lo escribiéramos, así que un día escribía uno y al siguiente día el otro; si algo no concordaba, el uno rebatía la teoría expuesta. Luego de un tiempo tuve que renunciar, porque mi compañero de disertaciones poseía más fuentes informáticas que yo, pero quedó demostrada mi capacidad de inventar argumentos; eso no me gustó, y para no dañar más la obra de Caruso decidí no seguir más con el proyecto, aunque Geraldo me insistía en que continuásemos. Caruso fue un buen contrincante académico; era el duro en matemáticas, en español, en biología (una vez reprobé un quiz y fue tanta la rabia que me dio, que arrojé el quiz calificado a la basura; la profe de Biología se dio cuenta y se fue al coordinador de disciplina, y éste me propinó un horrible jalón de orejas, y me envió llorando a la casa… en donde remataron la noche propinándome otra fuetera mucho peor que el jalón de orejas de Chepe). Quien sí fue un mal contrincante fue Ricardo Izquierdo; tenía un peinado de nerd y unas gafas muy grandes, y digamos que no era muy compañerista que digamos. Me tenía envidia porque junto con Caruso era el estudiante favorito del profesor Gil. Esta envidia estuvo a punto de terminar algunas veces en puñetazos, y de no ser por las niñas del salón de clases, yo hubiera terminado con las narices rotas. Y no podía faltar la mujer que me robaría el corazón: Diana Carolina Valenzuela Carranza. Para mí era la más bonita del curso y me deshice en atenciones hacia ella, pero Diana jamás me mostró señal alguna de interés. Me la llevaba bien con su madre, Amelia, y yo la visitaba en vacaciones a la casa que ellas tenían en el barrio Gustavo Restrepo, justo frente al colegio distrital del barrio y a unas cuadras de casa en el Bosque de San Carlos... pero ni siquiera sirvió la amistad con la suegra potencial. 13 años después me encontré con doña Amelia y Diana Carolina, quien ahora es mamá. Kol hakavod!

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Ese año estrené disfraz de Kalimán, totalmente confeccionado en satín blanco y lentejuelas plateadas (véase foto izq.). Era un disfraz que generó excelentes comentarios y envidias. La noche de Halloween se organizó una fiesta en mi casa y el profe Fernando Gil fue invitado. Esa noche el profe tuvo una conversación con mis papás e hizo una no muy gratificante profecía sobre mí... algo así como que mi actitud me pondría en aprietos en el futuro. Por eso mi mamá se empeñó en que yo fuera en adelante un estudiante callado, dócil, manso, dedicado 100% a los libros. Ima no quería protagonismos de mi parte, pero jamás logró ponerle el bozal a su indomable potro.

UN FINAL FELIZ EN EL COLEGIO Terminé 1987 con excelentes notas académicas: ocupé el primer puesto el primer y el último periodo, y el segundo puesto en el periodo dos y tres. Nadie me logró hacer descender del podio, y siempre estuvimos Geraldo Caruso y yo peleándonos en primer puesto; cuando el uno estaba en primer puesto académico, el otro ocupaba el segundo. Fui yo quien propuso el examen final de artes: un circo en miniatura con muñequitos de los que venían en los empaques de papas y chitos. En la Clausura, Geraldo recibió medalla a la excelencia. Y yo recibí diploma por rendimiento académico.

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Y aquí está el Podio de los Mejores del Colegio Isaac Newton – Sección Primaria 1987.

A mi izquierda está Bastiano Caruso. José Ortiz “Chepe”, el temible coordinador de disciplina, está a la derecha superior de la foto luciendo unas gafas de sol. A la izquierda de la foto la

profesora Gloria (de gafas y vestido blanco), nos dictaba Sociales. PLAYLIST Bee Gees – Tragedy Michael Jackson – Thriller Chic – Good Times Chic – A Warm Summer Night Chic – Dance Dance Dance Donna Summer – I Feel Love Anita Ward – Ring My Bell Bert Kaempfert and his Orchestra – todas. Chicago – It’s Hard to Say I’m Sorry Lipps Inc – Funky Town Martika – Toy Soldier Miami Sound Machine – Dr Beat Modern Romance – Everybody Salsa Wilfrido Vargas – Comején Sabrina – Boys Queen – Another One Bites the Dust Richard Clayderman – todas.