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Autobiografía de Richard Gamboa Ben-Eleazar. De 1988 a 1993.

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Richard Gamboa Ben-Eleazar

Memorias

(Autobiografía) Versión 2.4

Parte II: Pixeles (1988 - 1993)

5771/2011

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NOVEDADES DE LA VERSIÓN 2.4

Más información autobiográfica: nuevas anécdotas, más recuerdos.

Más fotografías

Un Playlist al final de cada capítulo o sub-capítulo

El tamaño de la fuente se ha aumentado de 10 a 11, para facilitar la lectura a quienes tienen problemas con la letra pequeña.

Nuevas portadas

Vari@s amig@s me comentaron que el libro estaba demasiado largo, así que lo he fragmentado en tomos más pequeños para que su lectura sea corta, fácil y amena (y así l@s pongo en suspenso a la espera de la siguiente parte!)

Los títulos están escritos con la fuente OCR A Extended (instala esa fuente en tu PC si ves esta frase en otro tipo de letra).

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INTRODUCCIÓN A LA PARTE II

El Sistema es una compleja estructura política, social, económica y religiosa sedienta de poder y cegada por su propia autoglorificación neurótica. Arrasa todo a su paso para establecer su paradigma de orden mundial, y cuando ha logrado coronarse como incuestionable autoridad se encarga de programar a los seres humanos para que le produzcan los tributos y producciones que demanda. No siempre el Sistema derrama sangre inocente, pero siempre está dedicado al terrorismo espiritual y de conciencia para anular cualquier tentativa de sublevación, para evitar pensamientos que éste considera “subversivos”, “heréticos”, “rebeldes” o “contrarios a la naturaleza”. Para evitar este tipo de fluctuaciones el Sistema recurre a los medios de comunicación y a la educación formal como recursos efectivos y eficientes para programar a sus esclav@s, extirpar el espíritu de investigación y de cuestionamiento y así lograr que cada ser humano, abrazando los protocolos de “estudiar para trabajar, trabajar para ganar dinero, ganar dinero para disfrutar el hoy porque no hay futuro ni hay pasado”, viva con el Sistema, viva por el Sistema, viva para el Sistema… y de ser necesario, que asesine en defensa del Sistema. La experiencia que yo tengo de Dios es del Dios de la Vida y de la Libertad, un Dios que no me exigía sometimiento sino que simplemente hiciera las cosas bien. El llegó tocando las puertas de mi vida en medio de una adolescencia dolorosa, yo encontré en el Padre Celestial la razón para decir NO! a todo lo que mis contemporáneos solían hacer y pensar, y por esta convicción fui señalado por la sociedad como “loco”, “desadaptado”. Las siguientes anécdotas de mi vida son una clara muestra de cómo el Sistema te presiona al extremo, hasta poner en grave peligro tu propia vida. Fue la primera vez que me enfrenté seriamente al monstruo de la intolerancia. Soy un sobreviviente del bullying (matoneo). Lo que me pasó es lo que sucede cuando expresas tu propia opinión y ésta es diferente a la del profesor y de tus compañer@s de escuela.

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Parte 2

El Toque de Dios

en una Adolescencia

Dolorosa

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IV DE LA VICTORIA A LA HUMILLACIÓN

1988 - 1991

ENTRADA AL COLEGIO DEL MAGISTERIO. EL ASCENSO DE GRADO. El Colegio Cooperativo del Magisterio de Cundinamarca (foto der.) fue fundado en 1958 por Eustorgio Romero para brindar educación a hijos de profesores que laboraban en el Departamento de Cundinamarca, pero a inicios de los ochentas se abre el colegio al público en general, lo que aumenta su población escolar y su credibilidad ante otros colegios de Bogotá. En esa época estudiar en el Magisterio (o COLDEMAG, por sus siglas) era el equivalente en el sur a estudiar en los más prestigiosos colegios de Bogotá, como el San Carlos, el Helvetia o el Gimnasio Moderno.

Allá fui a parar. Recuerdo en enero de 1988 cuando me llevaron a la entrevista de admisión, me la hizo la orientadora del colegio, la profesora Lucila Laverde. Digamos que la descresté y esperaba de mí muchas cosas buenas, así que fui admitido a cursar Cuatro Año de primaria. Me fascinaba la fachada del colegio y el patio, daba gusto estar allí y me imaginaba cómo sería un día de clases. Anhelaba estudiar nuevamente en la jornada de la mañana; en el Isaac Newton tuve que estudiar en la jornada de la tarde y sentía cómo muchas veces daba pereza estudiar, mientras que en la jornada de la mañana sentía la mente más fresca y lúcida, y así podía asimilar con mayor facilidad las lecciones. Entré la primera semana de febrero de 1988 y nunca me imaginé que en este colegio pasaría los siguientes nueve años de mi vida; lo malo del colegio era su uniforme (a los varones nos tocaba el mismo uniforme de escuelero, es decir, saco azul oscuro de cuello V, jean, zapatos y camisa blanca). Aún así siempre me caractericé por llevar mi uniforme pulcro y ordenado. Mi salón quedaba en un agradable lugar del tercer pido del edificio del colegio, y allí llegaba directamente la luz del sol en la mañana; éramos casi 40 estudiantes, y aún puedo recordar a una compañera en especial. No recuerdo su nombre pero jamás olvidaré su cabello castaño oscuro y corto, bien corto... y para completar la niña era muy hermosa porque tenía rasgos

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de europea, como francesa. Fue una verdadera lástima no haber compartido lo suficiente con ella. Un suceso muy bueno tuvo algunas consecuencias buenas que, sin duda, me trajeron grandes males para los años siguientes. Resulta que yo aventajaba absolutamente en todos los conocimientos que se recibía en Cuarto Año, era como si yo hubiera tenido acceso a toda la información curricular de ese nivel de primaria, y no habían pasado ni siquiera tres semanas. Las directivas del colegio estudiaron mi caso y decidieron que yo debía gozar de los beneficios de la Promoción Automática, es decir, ser ascendido de curso. Yo me imaginé que sería llevado al grupo 501, y así podría estar gozando de la compañía de mis compañeros de Cuarto. Pero mi sorpresa, la triste sorpresa, consistió en que fui trasladado de jornada: a la de la Tarde. Y fui asignado al grupo 502 que dirigía la profesora Mariela Marín. Ahí fue donde todo comenzó a salir mal. LA PROFESORA MARIELA MARÍN Para empezar, una de las cosas que me dolían era que no había recibido ningún tipo de condecoración con ocasión de mi promoción a Quinto año, así que eso me había desmotivado un poco. Nuestra directora de curso, la profesora Mariela Marín, era una mujer muy dinámica, de carácter demasiado fuerte, y ese carácter hacía que impusiera la disciplina. Había un dato mucho más interesante: la profe no era católica, era cristiana pentecostal pero no tengo recuerdos de haber tenido discusiones al respecto con ella. Otros de mis profesores eran la anciana Marina de Azuero, que a pesar de sus casi 70 u 80 años era una excelente profesora de Educación Física. Mi profesor de música era Germán Humberto Castro, quien iba a influir en mí en ese aspecto. Hubo una profesora de inglés llamada Inés (creo) que tenía una hija, Ángela, que estudiaba justo en el mismo salón que yo; al principio me pareció una linda niña y en el salón corrió el rumor de que yo estaba enamorado de ella, pero luego me di cuenta de su agresividad y soberbia por ser la hija de la profe de inglés. Si quería un duelo con ella no debería ser con los puños ni los insultos, sino atacándola por su talón de Aquiles. Y me propuse dedicar el 100% de atención a las clases de su mamá. El momento de enfrentarla llegó tres meses después, cuando su mamá fue trasladada a otro colegio y llegó en su reemplazo la profesora Beatriz Amador, ex – alumna de Coldemag; ella sería mi maestra de inglés durante mi permanencia en el plantel. Hubo un encuentro de Integración una tarde, y se trataba de integrar a todos los estudiantes de todos los cursos. Yo terminé elegido para representar a un grupo compuesto por estudiantes de Noveno, Décimo y Once. No sé cómo terminé siendo el representante de ese grupo, y cuando llegó el momento de hablar delante de más de 900 estudiantes (el representante debía tomar el micrófono y leer las conclusiones), me

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transformé como jamás me había transformado: no sólo leí lo escrito en la cartelera, sino que todos me creían la reencarnación de Luis Carlos Galán, porque hablé de la misma manera que en uno de los discursos del caudillo. Hice rezumbar los parlantes con mis gritos de líder político (21 años después yo haría exactamente lo mismo, pero en el Parlamento colombiano). El caso es que terminé alzado en hombros por mis compañeros de grupo de integración y en medio de gritos y aplausos de todo el colegio. Yo me sentía el niño más afortunado, me sentía en el cúlmen de mi vida, y sentía que había llegado al lugar indicado y que en Coldemag podríamos hacer grandes cosas, transformar el mundo de ser necesario... Pero aquel día de contundente victoria se convirtió en la firma de mi sentencia de muerte. A mis diez años y medio yo era todavía muy confiado, no podía pensar mal de la gente y creía que todos eran buenas personas, y nunca pensé que nadie me fuera a hacer daño... hasta que llegó la siguiente semana. EMPIEZAN LAS HUMILLACIONES Y EL MATONEO EN SERIO. Resultó que el uniforme de gala del colegio era vestido de paño con corbata; a mí me habían regalado una corbata azul oscura de cuero y yo quería usar corbata siempre, así que junto con el uniforme incluí la corbata. Me sentía y me veía bien. No recuerdo haber recibido llamados de atención del coordinador de disciplina por ello, pero sí por parte de la profesora Mariela, que veía en ello una violación al reglamento. La peor parte la llevé al salir a los descansos. En la jornada de la mañana los niños de Primaria tenían su hora de recreo antes del descanso de los de bachillerato... aquí el 502 salía a descanso a la misma hora de bachillerato, 15:30 horas, hasta las 16:00. Los grandulones de Noveno y Décimo aprovechaban mi paso junto a ellos para gritarme “sapo!”, “regalado!”, “nerd!” (estos insultos los iba a recibir durante los 9 años que permanecí en COLDEMAG). Algunas veces me echaban encima la basura de una caneca de plástico del patio; en otra ocasión me ganaba calvaceras (fuertes palmadas a la cabeza) y jalones de cabello muy fuertes que me hacían llorar. Una tarde llevé un jugo de guayaba en leche que mi mamá me había preparado, en un frasco de vidrio, y los desventurados me hicieron hacer caer el frasco y me quedé sin merienda... quedé castigado al final del descanso, recogiendo todos los papeles del patio, por haber arrojado vidrios al suelo, y en casa fui nuevamente golpeado por los fuetazos de mi mamá por haber roto el frasco. En vista de los peligros de llevar merienda al colegio logré convencer a mis papás para que me dieran dinero y así yo podía comprar algo en la tienda escolar; pero había que ser muy astuto para poder acceder a merienda sin peligros. Resulta que tan pronto sonaba la campana para descanso, todos los estudiantes corrían como una estampida de búfalos a hacer la fila, y a eso de los diez minutos ya la fila estaba totalmente colmada, y los grandulones aprovechaban para empujar a los demás o a hacer sándwich

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con los de la mitad, y así salían varios desmayados por la presión de los apretujones. Fui víctima de ese salvaje juego en repetidas ocasiones, durante toda mi estadía en el colegio. Sí, ya sé lo que ustedes van a preguntar: “si ellos te hacían todo eso, por qué no lo comentaste al coordinador de disciplina?”... claro que lo hice! Ante el segundo ataque con insultos incluidos me fui al profesor Eulogio Romero (quien en esa época era el coordinador) y puse la queja. El no sólo no me puso atención sino que me pegó un fuerte regaño por inmaduro y llorón. Además, era muy difícil identificar a los atacantes cuando eran decenas de ellos. De otro lado, ya en el salón de clase, comencé a sufrir el rechazo tanto de compañeros como de la profesora Mariela cuando yo levantaba la mano para hablar y presentar mi aporte o inquietudes a lo que la maestra enseñaba. Debido a que yo, a tierna edad, ya me había devorado una enciclopedia completa, poseía mucha más información que el resto de la clase, especialmente en asuntos de sociales, historia y biología. Esto no agradaba para nada a la profesora Mariela, que inmediatamente ordenaba que me callara y me sentara en mi pupitre, no sin antes agregar: “usted está loco y no sabe ni lo que dice!”. LA LOGIA DE “LOS EXCLUSIVOS” El curso 502 contaba con un grupo élite de chicos, los favoritos de la profesora Mariela, que a pesar de que eran la pandilla de la clase (los que formaban muchas veces los desórdenes), eran los más sobresalientes y sus notas académicas eran indiscutiblemente excelentes. Simplemente los conocíamos como “Los Exclusivos” o “Los Exclusivations”; era una élite muy difícil de acceder y ser parte de ellos era imposible, eran toda una logia. La conformaban cinco muchachos, entre los que recuerdo, Leonardo Roa y Ricardo Ojeda Medina; había entre ellos unos muchachos de nombre Alexander y Ovidio pero no recuerdo sus apellidos. Los Exclusivos se robaban el show casi en todo; debo reconocer que eran excelentes estudiantes a pesar de que eran unas caspas, y eso era una herida a mi ego y a mi paradigma del estudiante juicioso y noble (en pocas palabras, el nerd de la clase, pero si bien lo fui en el Isaac Newton, en Coldemag yo estaba demasiado lejos de serlo porque tenía una muy fuerte competencia). Los Exclusivos se dieron a conocer a la comunidad magisteriana en abril. Había una poesía llamada “Salpicón” de Víctor E. Caro (también se le conoce con el título de “Perico Murallas”), y me esforcé al máximo para aprendérmela y declamarla con mi estilo particular, que en el Isaac Newton me había lanzado al podio del éxito. Pero fue humillante cuando la declamé en la clase. No había llegado ni a la tercera estrofa cuando la profesora Mariela me ordenó a gritos que me callara y me sentara en mi pupitre, y muy campantemente dijo que no le había gustado, que ella quería algo más trabajado, más original, y se le

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ocurrió que los indicados para esta misión eran los Exclusivos. Pues los puso a ellos como las estrellas, cada uno declamando una estrofa, y era obvio que al momento de la presentación ante todo el colegio, ellos se llevaran todos los aplausos. A la profesora Mariela también se le ocurrió organizar una coreografía infantil de la canción “Mambrú se Fue a la Guerra” y yo me negué a participar de esa marcha porque me parecía lo más infantil del mundo; nuevamente se libró una guerra entre la profe Mariela yo, y aunque de nada valieron los fuetazos de ima para que respetara la autoridad de la profesora, me impuse sobre ella y no hice parte de la coreografía aunque por respeto no interferí en lo absoluto en dicha presentación. El día de la presentación Ricardo Ojeda se disfrazó del pilluelo de la poesía con un vestido muy parecido al de los matachines del Carnaval de Barranquilla. Yo miraba ese día desde las gradas del pasillo principal del colegio, desde donde se veía todo... humillado, triste y aburrido, así estaba yo esa tarde. La segunda función oficial de estos muchachos entre el salón fue un performance de un concierto de rock en español durante una clase de lúdicas. Yo odiaba en aquella época la música rock en español, me parecía lo más patético del mundo (claro! En mi casa no se escuchaba nada diferente a la música de Melodía Stereo 96.9 F.M., música estilizada, como mis padres decían, yo fui criado bajo un olfato musical demasiado refinado: Frank Pourcel, Bert Kaempfert, The Tornados, Jean Michelle Jarre, David Carroll, Kraftwerk, algo de disco y un inclemente bombardeo de lo que hoy día llamaos “música para planchar”), y quería salir corriendo del salón para no tener que ver semejante desfachatez. Pues intenté salir pero la profe no me dejó y me obligó a permanecer en el salón. Hubo un momento de euforia en la que arrojaron confetis de papel a todos, y yo me tapé la cabeza con una toallita que yo siempre cargaba para secarme las manos después del descanso. Toda la clase se burlaba de mí mientras disfrutaban del espectáculo. Una tercera aparición fue también entre el salón, una obra de teatro que organizaron. Se llamaba “La Herencia”, la disputa por un testamento sin signos de puntuación. Eso sí, la obra fue muy buena y bien montada, pero me sentía patéticamente mal porque yo no podía lograr alcanzar el nivel de ellos. Claro! Estaba completamente solo, sin apoyo de nadie, qué iba a lograr? Nuevamente los Exclusivos se harían sentir en un trabajo de clase de Español, que consistía en escribir un cuento. Todos llevaron interesantes historias, Alexánder escribió una historia de un soldado colombiano perdido en las selvas de los Llanos Orientales en una guerra contra Venezuela, al estilo Rambo. Otro compañero hizo algo así como una bitácora de detective, que sería mi inspiración 3 años después. A mí se me ocurrió que mis papás me podían ayudar, y fue ima quien me guió para escribir un cuento que luego leí en clase, y recibí el aplauso de

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mis compañeros (en meses yo no había recibido ningún tipo de estímulos). Pero la profesora Mariela lanzó un grito de furia y me hizo quedar mal delante de mis compañeros al decir que ese cuento ya existía, y que por tanto mi calificación era de 0.0. Me pegué una llorada monumental, le conté a mis papás quienes hablaron luego con la profesora, y aceptaron que el cuento debía ser inventado por mí mismo. De todas maneras esa sanción académica iba a sembrar en mí un extraño sentido de creatividad literaria que iba a desarrollar sin parar más adelante. Es lo que siempre nos pasa a los judíos: cuando somos maltratados, presionados, oprimidos, es entonces cuando sacamos lo mejor de nosotros. EL CONTRAATAQUE DESDE LAS TABLAS. COMPAÑEROS DE CLASE. Todas estas presiones llevaron a que yo buscara la manera de evadir la presencia de mis compañeros, la verdad no soportaba estar un día más en el patio junto con los demás, temía que algún día de esos yo acabara linchado. Así que logré, no sé cómo, convencer al coordinador de disciplina para que me dejara en la biblioteca; me fascinaba leer las enciclopedias y siempre me interesé por los libros de religión que allí estaban. También logré un permiso para empezar a tocar el piano, un viejo piano que allí estaba. El profesor Germán lo supo y me regaló un par de lecciones para que fuera soltando la rigidez de las manos; él estaba impresionado de cómo no sólo había sacado la melodía de una canción que nos enseñó a principio de año, sino que había logrado ejecutar la melodía del tema de la película “El Violinista Sobre el Tejado”... sin partitura, sin notas escritas, a oído. Quién me había enseñado? Sin duda era una cualidad que el Espíritu Santo me había regalado a esa corta edad. El profe Germán decidió que yo era un buen elemento para formar parte de su grupo de rajaleñas (música tradicional del Huila); estuve en varios ensayos pero nunca logré presentarme, nunca supe por qué no me seleccionaron para las presentaciones. En otra ocasión armé unas marionetas con cartones para representar una obra teatral que estaba consignada al final de un libro de Español de Cuarto Grado (si mi memoria no me falla, era un libro de la colección Palabras de Educar Editores), me aprendí de memoria el guión completo de más de 15 páginas. Esto sorprendió a la profe Mariela que me recomendó asistir a los ensayos de teatro de los sábados en la mañana en el colegio. Yo creía que iría a una audición y me llevé mis marionetas consigo, pero cuando vi en el salón a un grupo de jóvenes en sudaderas y descalzos, el pánico me invadió porque deduje que me harían desvestirme y regresé a casa despavorido. Dos días después, y una vez más, me gané otro de esos regalitos humillantes y en público de la profe Mariela. Por esa época se acercaba el Día del Idioma, y habían convocado a concurso de coplas. Tres estudiantes más participaron conmigo, y yo me vestí del tradicional campesino paisa con sombrero, ruana y alpargatas. Eso

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sí, esa tarde no me faltaron los abucheos de todo el colegio, pero todo fue consternación cuando habían leído los finalistas del concurso... y el ganador: 502, Ricardo Rodríguez. Yo salté y grité de la alegría por una parte, pero por otra le hice a los profesores una cara fea porque se atrevieron a nombrarme con mi primer apellido (algo que jamás había ocurrido en el Isaac Newton), y recibí una bandeja que certificaba mi triunfo. Hasta donde me acuerdo, la profesora Mariela no me felicitó y tampoco lo hizo mi mamá cuando le mostré el trofeo. Por la noche lloré en silencio debajo de mis cobijas, porque sentía que ya a nadie le importaba si ganaba algo o no. Era como si el entorno en el que estaba me hubiera dado la espalda definitivamente. Otra forma de desquitarme de las tantas humillaciones recibidas fue haber montado una canción especial para el Día del Trabajador, la canté a los del cuerpo administrativo del colegio. A ellos y al rector les gustó mi canción (se llamaba “Catemos Juntos” y me la habían enseñado en el Isaac Newton). A pesar de que no era del agrado de muchos, aún así conté con la amistad de Claudia Liliana Bustos. Ella era una hermosa niña de ojos claros, tez blanca y cabello rubio oscuro ondulado y de mediana longitud, y tenía un cierto parecido a Madonna. La recuerdo especialmente por el color rojizo de sus manos, hasta llegué a pensar que era un problema de la circulación de la sangre y le recomendé tomar una infusión de ortiga en polvo. Fue de las pocas compañeras de clase que me dirigían la palabra. A finales del 2004 la vi un día entre semana, al caer la tarde, caminando por la Carrera 11 junto a la Universidad Pedagógica, pero el bus iba rápido y no contaba con más dinero para tomar otro bus... me tuve que conformar con darme cuenta que su belleza no había desaparecido con los años. AL FIN, QUÉ? RODRÍGUEZ GAMBOA, O GAMBOA RODRÍGUEZ? Creo que no les he dejado en claro de dónde sale el que me hubiese llamado en adelante Richard Gamboa. Esto viene desde el Isaac Newton. Desde 1987 fui apático a que me llamaran por el primer apellido de mi papá. Por qué? Por qué me disgustaba tanto que me llamaran Rodríguez? En mi humilde opinión, el nombre de una persona define su misión y su destino y yo sabía que seguir llevando ese nombre sellaría mi vida irremediablemente, y yo quería desde muy niño que conmigo toda esa maldición inter-generacional acabara; no quería que mis hijos llevasen como primer apellido el Rodríguez, quería acabar con esa maldición empezando por mi cambio de nombre, quería tomar las riendas de mi destino, empezando por reclamar ante el mundo mi derecho a elegir un nombre... mi rebeldía llegó a tal punto de elegir el nombre con el cual quería ser conocido por el mundo entero, por el resto de mi vida, así la ley colombiana de esa época no me permitiera cambiarme el nombre. Y a mis 10 años de edad tomé una de las más importantes decisiones de mi vida, una de varias decisiones que generarían guerras y ataques interminables, y elegí llamarme igual que mi bisabuelo, que el hermano del

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abuelo Nemesio y que mi tío difunto... en honor a ellos, para honrar su memoria, en adelante sería conocido como RICHARD GAMBOA. En el Isaac Newton no tuve problemas, pero en Coldemag los tuve siempre. Yo me empeñaba en firmar todos mis documentos, exámenes y trabajos como Richard Gamboa, y todos los profesores me llamaban la atención.

- Usted es Ricardo Rodríguez, ese es su primer apellido. - No, profesora, es Gamboa. Soy Richard Gamboa. - Sus papas lo bautizaron Rodríguez, tiene que firmar como lo

bautizaron. - No puedo hacerlo, profe. - Por qué? - Porque no es el nombre de mi verdadero ser. No puedo llevar toda la

vida un nombre que no me identifica, así me hayan puesto así. - Usted está loco, Ricardo! Voy a llamar a sus papás para que

arreglemos esta situación. - Bien pueda, profe, pero no van a lograr que yo cambie de opinión.

Hoy día hablando con abá al respecto, él dice que no ve problema en ello porque para él los nombres no definen a las personas sino sus acciones. En cierta manera el Rodríguez Gamboa me presentaba como hijo con papá y sin mamá (pues Modesto tiene exactamente los mismos apellidos que yo), así que para honrar también a la abuela Isabel, el Gamboa también cuenta como válido… porque Modesto también pertenece al clan Gamboa! NADIE ME CREYÓ QUE ESTABA MAL ANTE UN DOLOR EN EL PECHO. UN FIN DE AÑO SIN PENA NI GLORIA. NAVIDAD AMARGA. Durante todo el año estuve peleando con la profesora Mariela, y en el mes de septiembre llegué a un nivel que no pude soportar más la dura situación que estaba viviendo; traté de convencer a mis papás para que habláramos con el rector y me devolvieran a la jornada de la mañana. La sentencia de la profesora Mariela, quien me hablaba siempre de mal genio, fue tajante: “o se va del colegio o se queda, pero no voy a permitir que lo cambien de jornada”. El stress de la conflictiva situación en Coldemag me llevó a experimentar, por primera vez en mi vida, una serie de fuertes dolores en el pecho que fácilmente podrían ser confundidos con una taquicardia. Eran dolores como si me enterraran agujas en el corazón y que me hacían recogerme el cuerpo en posición fetal porque del mismo dolor no soportaba permanecer erguido. Eran dolores espantosos que hasta me congelaban las manos en cuestión de segundos y me hacía temblar la quijada como si tuviera escalofríos, me hacían sentir un helado ardor en la frente y en los ojos, casi hasta hacerme nublar la vista, y obviamente el mareo que acompaña este tipo de dolores… y en tres ocasiones esos ataques al pecho me hicieron caer al suelo en plenas peleas con la profesora Mariela y delante de to@s mis compañer@s del curso.

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La profe Mariela, sin mutarse, me gritaba aún más ordenándome levantarme, ya que según ella, yo estaba haciendo teatro y fingiendo infartos. El día del tercer ataque fui llevado por un par de compañeros a la enfermería del colegio (al tercer piso), pero la enfermera (una anciana) se negó a darme siquiera un vaso de agua y una aspirina porque dijo “eso es para drogarse, no tiene nada, que regrese al salón!”. En la coordinación de disciplina el profesor Eulogio Romero aumentó la presión con sus regaños y sus amenazas de escribir una amonestación en el tan temido Anecdotario del Alumno. Al día siguiente abá me llevó al hospital para que me examinaran pero no encontraron absolutamente nada anormal, y al llegar a casa mi padre descargó contra mí, y en represalia por haberle hecho perder tiempo y dinero, una serie de fuetazos y de puñetazos, golpes que mi mamá terminó de complementar. Llegué al día siguiente al colegio con la cara aruñada y con claras señales de haber sido brutalmente golpeado (y eso que nadie vio cómo habían quedado mis piernas, mis brazos y mi espalda, que estaban mucho peores que mi rostro). Si esto hubiera sucedido en esta época de la historia, mis padres hubieran sido demandados ante Bienestar Familiar por lesiones personales contra un menor de edad… pero en esa época (1988) nadie prestaba importancia a ese tipo de situaciones de violencia intrafamiliar, de hecho las aprobaban porque “la letra con sangre entra”. Cuando todos en el colegio se fijaron en mi rostro golpeado y mi mirada perdida, se decían “uy, a Gamboa le pegaron una tunda, hhmm!!!”, y “como que se estaban demorando en poner al sapo regalado ese en su lugar, a ver si después de esta va a seguir boleteándose”. Otros decían: “hasta aquí llegó Richard Gamboa, después de esa fuetera no volverá a desafiar a los profes ni a los compañeros”. Le escuché decir a una de las admiradoras de los Exclusivos en la esquina izquierda de atrás del salón: “para mí que Gamboa se retira del colegio o termina matándose, yo no creo que él soporte más tanta presión”. Absolutamente todos en el colegio vieron lo que había pasado conmigo (el coordinador de disciplina me prohibió refugiarme en la biblioteca, debía salir al patio al descanso como todos los demás), pero absolutamente nadie se compadeció de mí ni me dirigió, al menos, una palabra de aliento o de solidaridad. Nadie me dirigió directamente la palabra en casi un mes, ni siquiera la profesora Mariela me determinaba. Lloré continuamente y en el más hermético silencio y aislamiento durante todo ese mes, refugiándome acuclillado en el rincón más oscuro y alejado del patio. Mis padres jamás se imaginaron que estos ataques al pecho iban a afectar mi salud por el resto de mi vida. Debido al riesgo de un paro cardiaco no puedo, médicamente hablando, tener ningún tipo de rabietas porque un ataque de ira podría llevarme a la tumba. Por décadas he trabajado arduamente en mí mismo para aprender a controlar al extremo posible mi fuerte y explosivo temperamento que podría fulminarme si no conservo el valor y la calma frente al peligro, al desprecio, abuso o al oprobio.

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1988 terminó en lágrimas. Aún no sé cómo rayos terminé Quinto Año. En matemáticas estaba mal, jamás pude comprender lo de las radicaciones (raíces cuadradas). Educación Física la pasé raspando porque mi condición de pulmones no daba para mucho. Música la pasé con honores. Religión? La profe Mariela no nos la dictó por razones de conciencia, era obvio. Bueno, yo esperaba desde noviembre el momento de la graduación, como se hace en todo colegio cuando uno termina la Primaria, le celebran a todos los de Quinto una graduación... pues en Coldemag no nos hicieron ningún tipo de ceremonia de grado ni nada por el estilo, recibimos el reporte de calificaciones común y silvestre, con el agregado de que pasábamos a Sexto Grado. En ese momento, con diez años y medio de edad, había descubierto la más terrible de las realidades: nací en el lugar correcto pero en la época equivocada; la sociedad en la que me había tocado nacer estaba atascada en el conservatismo y el medievalismo, cuyo lema era "todo para nosotros, todos los demás que se pudran!". Me tocó vivir en una sociedad podrida, donde el odio era un arma y la paz una efímera ilusión de hippies. Me tocó vivir en una sociedad que suprime la libertad de pensamiento con crueles programas de educación en colegios y universidades; nos eliminaban la capacidad de raciocinio con sus puntos de vista, nos castigaban y nos negaban todo intento diferente. Crecí educado en esa decrépita estructura medieval que, incluso, aún hoy día no ha cambiado, pero al fin y al cabo, una estructura que jamás pudo doblegarme ni ponerme de rodillas ante sus pies a pesar del salvajismo con el que intentó someterme. El Sistema de maltrataba porque yo no hacía las cosas como ellos querían que las hiciera. Los casi diez años que permanecí en Coldemag fueron como si se hubiera detenido el tiempo. Todo era tan ordinario, la gente era la misma, sus actos también lo eran… como si la sociedad sintiera una necesitad intensa de vivir atrás en el tiempo y de hacer todos los días las mismas cosas. Durante siglos las generaciones han sido educadas de una misma manera. Se olvida la individualidad. La gente piensa de una misma forma, siguiendo un modelo impuesto en ellos desde su juventud, la "educación-modelo" para todos los niños: y, cuando me atreví a desafiar la autoridad fui severamente discriminado, perseguido, estigmatizado, atacado y castigado y esto se repitió cientos de veces a lo largo de mi existencia. La Navidad de 1988 fue un completo desastre; no sólo estábamos en una grave situación financiera sino que además abá enloqueció; armamos con mi mamá un pequeño y humilde pesebre sobre una caja de cartón forrada en papel celofán, sobre una butaca. Mi papá, con tragos en la cabeza, agarró el pesebre a patadas. Nochebuena no tenía nada de buena, llegaron las 12 de la noche e ima estaba hecha un mar de lágrimas mientras Modesto bebía brady como kozako y maldecía con sus groserías… luego mis papás peleaban a grito entero y luego pasaban a los golpes.

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Año Nuevo de 1989 nos sorprendió en igual tónica. Fue muy triste recibir esas dos fechas tan especiales en medio de la guerra intra-familiar. La verdad, no daban ganas de seguir adelante. PLAYLIST A Flock Of Seagulls - I Ran (So Far Away) Barrabas - On The Road Again Devo - Whip It Eurythmics - Sweet Dreams Gary Low - You Are A Danger Gary Numan – Cars Herbie Hancock – Rockit Thomas Dolby - She Blinded Me With Science RUMBO A MONTEBLANCO. SEXTO AÑO. EPIDEMIA DE VARICELA. El 11 de enero de 1989 es una fecha muy triste. José Vásquez y mi tía Anyul se habían divorciado, y como la casa pertenecía a él, la pidió porque la necesitaba. Mi tío Lucas tenía un apartamento en el barrio Monteblanco, al suroriente de Bogotá... bueno, para ser sinceros a las afueras de Bogotá, en las colinas de Usme que dan hacia el Páramo de Sumapaz. Así que tuvimos que abandonar la casa del Bosque de San Carlos y toda la magia del bosque para irnos a vivir allí.

Monteblanco era un barrio que tenía calles destapadas y en subida. Cuando llovía era tanto un peligro como una gran molestia por causa del abundante lodo. La inseguridad era indescriptible, de noche uno se arriesgaba a enfrentar cualquier tipo de peligros en las calles. Los buses siempre iban llenos y no faltaba la ocasión que los ladrones no aprovecharan; incluso a mí me alcanzaron a robar unos libros cuando me abrieron el morral. La casa de mi tío Lucas tenía en el primer piso una tienda administrada por una señora de nombre Carmen, que a veces nos fiaba lo del almuerzo porque en el momento no teníamos con qué pagarle. Por aquel tiempo, recién llegados a Monteblanco, mi tío me llevó a una sesión de los gnósticos para segunda cámara, siguiendo adelante en ese proceso.

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Yo no sé de dónde sacaron para pagarnos a Diego y a mí el estudio. Diego cursó su Quinto de Primaria en la Escuela El Remanso, cerca de donde mi mamá trabajaba. Yo ingresé a Coldemag, nuevamente, a la jornada de la tarde, al curso 601. Un curso que tenía 55 estudiantes. Esta era una época difícil, ya que la influencia de las sectas generó en la gente un cierto pánico apocalíptico, una temerosa expectativa del Fin del Mundo. Yo no fui ajeno a ese temor colectivo aunque procuraba tomarlo con calma, y contemplaba de manera especial los atardeceres sobre las colinas que se divisaban en la ventana, con el pensamiento de que podría ser el último atardecer y luego todo sería destruido. Algunas canciones de Soda Stereo, que por aquella época sonaban, y un programa de comics que se llamaba “Espartaco y el Sol Bajo el Mar” (que trataba de un héroe en una época en la que la Tierra enfrentaba la desaparición del sol y la lucha por la supervivencia) me daban ese ambiente de alistarse para lo peor. Nuestra permanencia en Monteblanco estuvo marcada por el haber vivido en carne propia el dolor de la pobreza; supe durante un año y medio lo que era comer sólo papas o sólo arroz porque no había para los suculentos banquetes a los que estábamos acostumbrados. Supe lo que era desayunarse con un calado (una tostada redonda que se hacía de panes duros y un poco más de agua) y una aguadepanela, porque no había para comprar leche y pan. Supe lo que era cocinar en estufa a gasolina (ese elemento doméstico que tantas víctimas había cobrado por décadas), supe lo que era llevar de merienda agua de apio para calmar el hambre porque, ni siquiera había con qué comprar nada en el colegio, y mucho menos manera de llevar merienda. Hubo cosas que no cambiaron; Modesto siguió bebiendo, cada vez más doblaba su dosis de brandy o de aguardiente, y con ello su nivel de violencia. Las peleas entre ellos dos siguieron y cada vez el nivel de violencia se incrementaba… en cualquier momento uno de los dos acabaría asesinado por el otro. Ima se empeñó en que sus hijos no deberían adoptar bajo ninguna circunstancia las costumbres o los modos de los niños que vivían en este barrio. Así fue como la vivienda en Monteblanco se convirtió para nosotros en un gueto; no existía otro mundo fuera de nuestro entorno, salir era arriesgarse a multitud de peligros y de malas amistades. Nosotros fuimos totalmente ajenos a la vida de los habitantes de Monteblanco a pesar de que vivíamos junto con ellos. Jamás tuvimos amigos allí, pero cultivamos entre mis hermanos un fuerte lazo de unidad, además porque Kenny ya tenía 3 años y en varias oportunidades hubo conflictos entre él y Diego (celos de niños), pero nunca pasó a mayores. Quiero mencionar que Kenny se caracterizó por ser un niño muy despierto para su edad, aprendía rápido y nos preocupábamos por mantenerlo alejado de las peleas entre mis papás... sin éxito. Finales de marzo de 1989, mi tío Lucas nos envía a una pieza atrás de la primera planta porque decide arrendar el apartamento que nosotros ocupábamos en el segundo piso; mi mamá se sintió traicionada y humillada

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por él, que la hizo quedar mal delante de toda la familia Rodríguez (aunque luego mi mamá logró algo que nadie había logrado; hacer llorar a mi tío Lucas pasándole la cuenta de cobro, es decir, echándole en cara todas atenciones que ella había tenido para con los Rodríguez y ahora el pago que recibía por ello!). Era más una celda de prisión que una habitación: no entraba luz, era demasiado húmeda y los zancudos y las pulgas abundaban, y por supuesto! Una que otra rata merodeando. Diego presentó un brote... se identificó que se trataba de varicela, un brote que podría matarlo a uno si no se cuidaba. A Diego le duró 15 días, y luego vine a ser infectado. Yo duré tres semanas sin poder ir al colegio, así que aproveché ese tiempo para estudiar en casa y adelantar algunos temas de Geografía e Historia. En esa época estudiábamos la Pre-Historia, la evolución del hombre y los primeros rasgos de civilización, un tema que me impactó mucho. Ima llevó la peor parte porque también se contagió, y ella duró un mes completo enferma, con toda clase de dolencias y escalofríos. Abá jamás se infectó. ESPERANZA. LA QUEMA DE LOS LIBROS DE GNOSIS. Cuando mi tío Lucas nos pidió vivir en la planta principal, en esa celda que nosotros adaptamos como apartamento (7 metros cuadrados), llegó una familia a la que se le arrendó el confortable segundo piso. Era una familia de cinco miembros, los papás y tres hijos, dos mujeres y un varón. La mayor de las hijas se llamaba Esperanza, que por sobrenombre tenía “Pancha”. No recuerdo el nombre de sus hermanos, pero sí recuerdo que la hermanita tenía retardo mental, y se la pasaba llorando como espanto de campo. ... está bien! Admitamos que sí me sentí atraído por Esperanza; tenía unos rasgos muy hermosos y parecía ser una chica muy noble... pero como soy demasiado malo para decir mentiras y para disimular, ima se dio cuenta y de una vez me cayó con la prohibición de tratar con las personas del piso de arriba, muy en especial con Esperanza. Tiempo después pude descubrir que la prohibición era porque la chica era hija de humildes campesinos boyacenses; eso a mí jamás me importó, pero mi madre (que jamás pudo superar el hecho de que ya no era una refinada muchacha de estrato 6) insistía en que nosotros no teníamos por qué “revolvernos con la gente”. Corría la Semana Santa de 1989. Mi madre se llevó a mis hermanos al Espinal y yo me quedé solo con mi papá esos días. El Jueves Santo fuimos hasta la población de Usme a pie, y no recuerdo si entramos al templo del pueblo. El caso es que a eso de las 4 p.m., de regreso a Monteblanco, abá decidió quemar todos los libros de Gnosis que por años yo había estudiado y practicado. No me molestó que lo hiciera, era como reconocer que parte de los problemas que teníamos habían sido por causa de abrazar el Gnosticismo. Por esa semana abá consiguió una Biblia y empezó a estudiarla, y luego él me enseñó a leerla.

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COMPAÑEROS DEL 601. MARYLUZ HERRERA. Hablemos un poco de mi curso, el 601 de la Jornada Tarde de Coldemag. Nuestro salón de clases quedaba en el costado suroccidental del tercer piso, daba a la calle y desde allí se podía divisar los atardeceres (cosa que me deprimía muchas veces por causa del pánico apocalíptico). Entrábamos a clases a las 12:30 p.m. y salíamos a las 6:10 p.m. El grupo de 55 estudiantes estaba dirigido por la profesora Margarita Vidal, algo obesa y con un gran lunar en su mejilla derecha. Ella dictaba Ciencias Sociales Integradas (en esa época ya se integraba la Historia con la Geografía). En listas yo ocupaba el número 40. El primer periodo académico logré sin dificultad ocupar el primer puesto académico, pero al segundo periodo, cuando enfermé de varicela, descendí brutalmente al puesto 40 de rendimiento académico, y en adelante, jamás en mis años de bachiller volvería a estar siquiera entre los cinco primeros, y los estudios de Secundaria se me dificultarían como jamás me había ocurrido. Nuevamente compartía salón con Claudia Bustos y con Mayerly Avendaño Rojas. Recuerdo a Germán Alzate, un chico bastante inteligente aunque con el tiempo fue uno de los revoltosos de la clase. Recuerdo a los hermanos Miller y Alicia Urrego, reconocidos por su voz afónica (ambos) pero muy pilos. Recuerdo a un compañero que era acólito del 20 de Julio, pero no recuerdo su nombre; pero más adelante hablaré de él porque fue pieza clave en mi primera conversión hacia Dios. Pero no cabe duda de que no olvidaré tan fácil a la prima de Nancy Rincón: Maryluz Herrera Rincón, a quien apodábamos “la Boyacacuna”, por su corte de cabello cual niña campesina de quince años atrás y su extraño acento (que luego de varios años vine a identificar ese dialecto entre la gente de origen cundiboyacense radicada en los barrios de periferia de Bogotá). Era extremadamente tímida y nunca participó en clase, pero... oh, sorpresa! Yo que me quejaba de que ninguna mujer se interesaba en mí, y he aquí que Micia Maryluz (“micia” es un término usado entre los campesinos del Altiplano Cundiboyacense para llamar a una dama) empezó a dar muestras de que yo le atraía. Una de las atenciones especiales que tuvo para conmigo fue regalarme una cajita del doble de tamaño de un dado de parqués... con un perfume en envase blanco de marca COCA. Cuando mi mamá vio el obsequio (que me fue dado hacia la semana de mis cumpleaños) se rió porque ese era un perfume para mujer; - pobrecita la chinita! – decía ella. Pero Maryluz, aunque era tan tímida, también se mostraba celosa aunque yo jamás le presté la menor importancia o le haya dado alguna muestra de estar interesado en ella. Y eso ocurrió cuando me escribió en una hoja de cuaderno una adaptación del poema “La Ingrata” (que estaba en nuestro libro guía de Español), y le escribió por título “El Ingrato”. El caso es que el último verso termina diciendo “al cabo de un tiempo se dio cuenta de que a él no le gustaban las uvas verdes... sino Claudia!”. Ahá! Con que Micia Maryluz sentía celos de Claudia Bustos, eh? Inmediatamente le escribí una cartita en donde le explicaba que Claudia sólo era mi amiga, y en verdad que lo era porque yo compartía un poco más de tiempo con ella, hasta tal punto que hasta mediados de 1990

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Claudia se enteró de la precaria situación en la que yo estaba viviendo y sus papás me invitaron el resto del año a su casa para que almorzáramos y nos fuésemos juntos al colegio. Al final de año me gané el desprecio de Maryluz cuando le confesé que quería llegar a ser santo, decía que me había enloquecido de remate. En el curso 601 sufrí una vez más el rechazo generalizado del curso cuando yo levantaba la mano para participar de las preguntas que los profesores formulaban. Esta vez los profesores no me censuraron, pero cuando yo comenzaba a hablar, todos mis compañeros emitían gestos de fastidio y murmuraban “ay no! Aquí va el sapo otra vez”. Y esto se iba a repetir por muchos años más. PLAYLIST Pasaporte – Igor y Penélope Joaquín Sabina – Una de Romanos Los Prisioneros – El Baile de los que Sobran Soda Stereo – La Cúpula Soda Stereo – Corazón Delator Enanitos Verdes – La Muralla La Sonora de Bruno Alberto – Tú Tienes que Entregármelo Los Toreros Muertos – Los Toreros Muertos Mecano – Héroes de la Antártida Miguel Mateos – Cuando Seas Grande Sociedad Anónima – Río Bogotá La Trinca – Sube al Avión La Trinca – El IVA MI CONVERSIÓN A LA SANTIDAD. LA PROFESORA CECILIA. CATEQUESIS DE PRIMERA COMUNIÓN. Mi vida espiritual se puede dividir en varios momentos específicos en los que he tenido una experiencia radical de Dios. El primer momento que vamos a describir a continuación lo llamaremos “Mi Conversión a la Santidad”, que es el inicio de mi caminar serio hacia Dios pero envuelto en escrúpulos, el deseo de ser santo y de consagrarme a Su servicio cuanto antes. Este momento va desde agosto de 1989 hasta febrero de 1992, que es cuando comienza mi Tiempo de Crisis. Como les decía, en agosto de 1989 uno de mis compañeros de clase, que era acólito en el 20 de Julio, me obsequió un pequeño libro verde de no más de 50 páginas: era la Novena-Biografía de Santo Domingo Savio, el colegial italiano que fue alumno de San Juan Bosco y que murió antes de cumplir 15 años. Recibí el libro con algunas dudas pero al fin accedí a leerlo. Lo leí con juicio en una hora, y les cuento que desde ese momento mi vida dio un giro vertiginoso. En primer lugar encontraba algunas cosas en las que me identificaba plenamente con el santo, como por ejemplo la edad en la que estábamos caminando: 12 años tenía Savio cuando Don Bosco lo recibió en su colegio de Turín; 12 años tenía yo cuando recibí esta pequeña

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biografía. Les cuento que ese día cambió toda la visión que yo tenía de mi pobre vida, y yo no sé con certeza por qué se me metió en la cabeza el ferviente deseo de llegar a ser presbítero, sacerdote católico. Y además, igual que Savio, sentía ahora el fuerte deseo de alcanzar a santidad, de ser santo. Hay que reconocer que yo no me convertí a Dios sino a la santidad. Estaba completamente deslumbrado, ahora hablar con Dios me parecía más deleitoso que los conjuros que yo había practicado en los años de militar en el gnosticismo. Todo me parecía que tenía luz, el temor por el Fin del Mundo se había disipado y sentía como si una nueva esperanza naciera para todos. La lectura de la Biblia de mi papá era un deleite, las clases de religión me cautivaron para siempre. Ahora que estamos hablando de eso, debo dar gracias al Eterno por la profesora Cecilia, esa que apodábamos “La Loca”, porque a veces hablaba y hablaba si parar, aunque medio curso hablara a gritos y no le pusiera cuidado. Ella era nuestra maestra de Religión (Y lo fue hasta 1992, cuando la jubilaron) y era una mujer entregada por completo a brindar a sus estudiantes una formación en la fe conforme a esa época, que todavía se utilizaba el Catecismo Astete como texto guía. Siempre la profesora Cecilia iniciaba sus clases invocando la Consagración al Inmaculado Corazón de María, y lo hacía rezar a todos aunque no fuesen católicos (esa parte siempre se la critiqué, pero ella luego me explicaba que era una misión que la Santísima Virgen le había encomendado de convertir al catolicismo a cuanto protestante llegara sus manos, por la salvación eterna de ellos). Esto, obviamente, le creaba conflictos con la profesoras Analy Acosta, que nos dictaba Mecanografía, y Carmen Beatriz Bohórquez, que luego me dictaría Filosofía, que al igual que la profesora Mariela (ella ya no estaba en el colegio en ese año) eran cristianas pentecostales y que por cierto, intentaron convertir en varias ocasiones a mi mamá al cristianismo pentecostal, sin éxito. Siempre recordaré con cariño a esta maestra de la fe, que por años me alimentó mi deseo de ser sacerdote y cuyos consejos me mantuvieron alejado de muchas ocasiones de pecado. Motivado precisamente por la profesora Cecilia, Diego y yo logramos convencer a mi mamá de que nos apoyara para hacer nuestra Primera Comunión (tengan en cuenta que en esa época sólo teníamos como referente religioso el catolicismo, a millones de sefardíes descendientes de conversos les pasa exactamente la misma situación, por lo que yo le aconsejo a todos mis hermanos de raza que comprendan la situación etno-histórica en lugar de condenarla; si yo hubiera tenido contacto con la sinagoga a esa edad, sin duda alguna no hubiera abrazado la idea del sacerdocio), y con la ayuda de mi tía Anyul fuimos inscritos en la Parroquia María Madre de Dios en el barrio El Jazmín. Todos los sábados en la mañana salíamos de Monteblanco hacia la parroquia, estábamos allí un par de horas y luego nos íbamos a pie hasta el apartamento de nuestras tías Doris y Marfy en La Asunción, a desayunar. En la tarde regresábamos a casa y entre los dos hacíamos las tareas de catequesis.

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Yo no recuerdo los nombres de mis catequistas. El caso es que estuve tres semanas con un señor, pero como le resulté todo un experto en Historia Sagrada, me promovieron con los chicos de más edad para terminar mi formación. Mis habilidades para asimilar la doctrina católica no eran las mejores, pero siempre me caractericé en ese grupo de catequesis por mi admirable conocimiento de la Biblia, conocimientos demasiado avanzados para un simple niño de 12 años (aunque hasta ahora la estaba empezando a estudiar junto con mi papá). Hubo un domingo (de los tantos que teníamos que estar en la parroquia para la Sagrada Eucaristía) en que, luego de ver a los chicos que hacían de acólitos, yo me dirigí al padre Duque, el párroco, solicitándole que me permitiera acolitar. El me preguntó si yo estaba preparado y yo le respondí que sí, que conocía todo el movimiento de los acólitos (mentiras! Yo no sabía ni una jota de Liturgia, pero confié ciegamente en mi memoria fotográfica y tenía tantos deseos de estar junto al altar, que era capaz de hacer lo que fuera por lograrlo). Pues aquí sí debo decir que el Espíritu Santo intervino, porque me desempeñé como acólito que llevaba años en eso. Yo me sentía en el mismísimo Cielo vistiendo el alba (la túnica blanca de los monaguillos) y rezando frente al altar junto con el sacerdote y sin hacer alarde de nada más, yo en esa época me imaginaba cómo debería sentirse el estar frente al altar del sacrificio en el Templo, en la época de Jesús. En mis años de adolescente conservé ese momento y esos pensamientos frente al altar como una señal de mi éxtasis... ahora que soy conciente de mi sacerdocio aarónico puedo afirmar que mi diminuta alma de la niñez ya añoraba esa información filogenética que llevaba en mi ser, y me transportaba a 3000 o 2000 años atrás, cuando mis ancestros se encargaban de las ofrendas de Israel. En consecuencia, todo tenía sentido. Bien, ya se podrán imaginar la cara de asombro de todos los catequistas: de dónde había salido Richard Gamboa? Qué clase de chico era éste que, sin haber hecho la Primera Comunión, no sólo se conoce la Biblia de la A a la Z, sino que servía de acólito cual experto monaguillo? Eso hizo que los catequistas y varios de mis compañeritos me apreciaran más. Otra coincidencia entre Savio y yo: el acolitado, y yo también sentía deseos de jamás retirarme del altar, y a veces yo quedaba extasiado del ambiente de gloria y de espiritualidad que se sentía junto al altar. NUESTRA PRIMERA COMUNIÓN: MI BAR MITZVÁ Para Diego y yo fue, como dice la canción, “la fecha dulce y bendecida”. Pero para mí fue mucho más que eso, y haciendo retroalimentación, en verdad que fue mi Bar Mitzvá por varias razones: ese día yo subía a proclamar la Palabra de Dios por primera vez ante la asamblea eucarística, y además tenía 12 años y medio cuando eso ocurrió. La preparación para nuestra primera confesión fue maratónica; Diego y yo repasábamos las oraciones que todo católico debía saber de memoria, porque en el examen final eso nos preguntarían. Acordamos además, para

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nuestra primera confesión, escribir una lista de nuestros pecados, para que no se nos olvidara ninguno. A mí me salieron como cuatro hojas porque yo hice sufrir mucho a todos los que me rodeaban. Era el 7 de diciembre, en la tarde, cuando nos tocó la confesión. Antes de dirigirme a la parroquia, me fui hasta la cocina y le dije a ima el mismo discurso de Sto. Domingo Savio el día de su primera confesión:

- Mami, mañana voy a hacer mi Primera Comunión. Yo quiero que usted me perdone por las veces que le he desobedecido y por las rabietas que le he hecho dar. Voy a procurar portarme mejor en adelante.

- Bueno, pero no me haga rabiar más! – fue su respuesta: una respuesta fría, tosca y desinteresada.

Un momento! Yo esperaba que ima me diera algún consejo para vivir en una mejor amistad con Dios, algo que me motivara a ser un buen cristiano. Así que por esa parte me sentí algo desmotivado esa tarde, porque sentí que faltó algo… o mejor, faltó todo! Aún así llegamos Diego y yo a la parroquia. Temíamos lo peor, en esa época se decía que nos confesaría un cura de los viejitos, que tenían fama de inquisidores, puesto que regañaban a la gente en confesión y por eso la mayoría de los católicos no les gustaba confesarse. Nada de eso, nos tocó con un cura jovencito muy amable, que recibió nuestras listas y las leyó, y nos dio consejos con el mayor cariño. No es mucho lo que recuerdo de los consejos de mi primer confesor, pero lo poco que recuerdo era que yo debía trabajar mucho la cualidad de la paciencia, que no quemara etapas y que procurara vivir cada momento... pero que en eso debía trabajar toda la vida. Y por fin, señores! Llegó aquella mañana soleada del viernes 8 de diciembre de 1989, que en el calendario hebreo fue el 10 de Kislév del 5750. Luego de muchos sacrificios y continuas peleas entre mis papás (Modesto estaba radicalmente en contra de que hiciéramos la Primera Comunión), a pesar de que el vestido de Primera Comunión me quedaba pequeño (mi tía Ruth me lo había comprado desde el año pasado, yo había crecido aún más y hasta ahora lo pude usar), me sentía el chico más afortunado de la tierra y estaba que no me cambiaba por nadie. Era tal mi emoción que agarraba el cirio cual asta de bandera... era de esperarse los regaños y el pellizco de ima en plena misa: “no haga el ridículo! Agarre bien ese cirio!”. Es una lástima que no se tengan fotos del momento en que yo leía la Primera Lectura, justamente una haftará (lectura de los Profetas) de Sofonías que correspondió a ese tiempo litúrgico... pero tenemos fotos de Diego, y dos de mí, cuando fui elegido para el saludo de paz con el sacerdote y yo distribuiría ese saludo entre mis compañeros.

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Y aquí tienen ustedes: la foto del momento en que recibí la Comunión por primera vez. Y hay otra foto en la que recibimos unos crucifijos de recordatorio (aún lo conservo). Al terminar la misa pude ver que mi mamá estaba hecha un mar de lágrimas... ella decía que lloraba por los problemas con mi papá. Para ser sinceros yo estaba en un ánimo de misticismo que yo no quería fiestas ni pastel, ni fotos ni regalos de Primera Comunión, sólo gozar de la presencia del Señor en mi ser... … pues ni modo de escaparme, me tuve que aguantar todo el protocolo festivo de la familia (hasta la borrachera que mi papá se pegó entrada la tarde).

EVANGELIZACIÓN Y HUMILLACIÓN EN MORTIÑO. Mi tío José Angel me había invitado a quedarme en su casa los 9 días de la Novena de Navidad para animar a los de la cuadra en su rezo, y accedí sin pensarlo dos veces. La acogida de los habitantes del barrio Mortiño, al noroccidente de Bogotá fue grande, ya que les parecía inusual que un chico con apenas 12 años se convirtiera en todo un misionero al que seguían pequeños y adultos. Y en verdad me dediqué a la catequesis de los niños. Pero sucedió que mi primo Alex estaba de novio con una muchacha llamada Adriana, que era cristiana pentecostal; y delante de los niños el séptimo día de la novena, me pegó una humillada terrible en la que echaba pestes de la Iglesia Católica, de los curas y de la Virgen. Yo me sentí humillado porque mis explicaciones, todas basadas en el catecismo que siempre cargaba conmigo, eran insuficientes, mientras que ella con apenas citar unas cuantas frases de la Biblia que yo conocía perfectamente, había logrado ponerme en entredicho público. Yo me entré a la casa de mi tío porque ya me era imposible escuchar a esta mujer, que había logrado poner a varios chicos en mi contra. Aún así permanecí hasta el último día de la novena, con el propósito de formarme mejor en adelante para enfrentar valientemente a los protestantes (en esa época pensar en el Ecumenismo o la Cooperación Interreligiosa era una aberración, todas las confesiones de fe en Colombia se presentaban cada quien como la única religión verdadera y señalaba a

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todas las demás iglesias o religiones como “sectas peligrosas”; esa conducta se agravó aún más cuando en 1953 el gobierno colombiano firmó el Concordato con el Vaticano dándole al catolicismo privilegios tributarios y poderes supremos para monopolizar la educación en el país). Ese día, el 24 de diciembre de 1989, los pocos chicos que me seguían me hicieron una despedida especial, pues yo les había comentado mi presentimiento de mi pronta muerte; días anteriores yo sentía que al igual que Savio, mis días estaban contados. Recuerdo en especial una carta y una fotografía de una chica llamada Vanessa, en la que me decía que me olvidara de la idea de morirme, que esperaba que yo vivera muchísimos años, que me daba su foto para que jamás me olvidara de ella (la foto y la carta las perdí, pero recuerdo muy bien el rostro de Vanessa, hagan de cuenta la cara de Zory, la chica de Los Dumis temporada en donde aparecían como personajes Chester, Petronila y otros). RESULTÉ PSICOLÓGICAMENTE ENFERMO A CAUSA DE MI FIJACIÓN EN LA RELIGIÓN Llegó el año 1990 y yo me encontraba absolutamente exaltado de ánimos por causa de mi Primera Comunión. Empecé a obsesionarme enfermizamente con la santidad, a querer ser santo porque se me había metido la idea de que, al igual que Savio, mi muerte se acercaba y el tiempo no daba espera. En fin, quise ser Santo Domingo Savio versión Colombia Siglo XX, pero yo estaba completamente alejado de alcanzar ese ideal, aunque me empeñaba día y noche en lograrlo. Eso repercutió gravemente en mis estudios de Séptimo Grado. Estaba en el curso 701, cuyo director de curso fue el profesor Hugo Martínez, que nos dictaba matemáticas (si mi memoria no me falla, el profe Hugo, quien a algunos de nosotros nos llamaba “Remolacho Martínez”, tenía una hija llamada Claudia Andrea, quien estudió conmigo). Era un profesor muy chistoso y daba gusto estudiar con él. Nuevamente estaba bajo la dirección espiritual de la profesora Cecilia, quien me alimentaba con especial atención el deseo de ser sacerdote. Uno de los problemas que tuve a inicios de 1990 era que yo no contaba con un director espiritual y yo buscaba desesperadamente uno entre los sacerdotes de los barrios aledaños a Monteblanco. Así fue como terminé yendo casi a diario a la iglesia de Nuestra Señora de Częstochowa, en el barrio Yomasa, muy cerca del barrio. Un par de días y le mostré interés al sacerdote, pero luego que quise platicar con él, pude oír perfectamente que le decía al sacristán en la puerta de la Casa Cural: “dígale a ese muchacho que no sobe!” (traducción al castellano latinoamericano: que no fastidie!). Me sentí ofendido y jamás volví. Quise intentarlo en el mismo barrio, que sabía, se estaba construyendo una parroquia por parte de los Misioneros Redentoristas; no recuerdo el nombre del galád, pero me atendió un par de veces; en la segunda ocasión me recetó para el asma beber un concentrado de cebolla cabezona, que no pude probar más de una vez.

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Cerca al colegio había conocido a un tal padre Héctor que me recibía en su casa una hora antes de la hora de entrada a clases, y a veces prefería llegar tarde a clases para dedicarme a hablar con este presbítero. Un mes duramos en la charla, pero nunca se llegó a nada concreto en asuntos de dirección espiritual, aunque le expuse mi fuerte deseo de ser sacerdote. No tenía cabeza sino para una sola cosa: ser santo, y si el camino indicado para la santidad era el sacerdocio, no quería perder más tiempo y tenía que emprender el recorrido de inmediato. Eso me causó, como ya les decía, problemas en atención en clases. La profesora Lucila Laverde, nuestra orientadora escolar, no sabía qué hacer conmigo porque en mi mente no tenía otra idea que “la religión”. De esta manera caí en un trastorno psicológico llamado “neurosis obsesiva”; esta enfermedad lleva a quien lo sufre a experimentar una sensación de tener nublada la vista, una fijación obsesiva en un aspecto concreto (en mi caso fue la religión) y una exaltación exagerada de los ánimos que a veces desencadenaba en ataques de ira frente a una situación o escenario opuesto al punto de fijación. En mi caso los síntomas fueron: pérdida del sentido de contexto de la realidad, auto-hipnosis mística (algunas veces yo creía haber tenido visiones celestiales cuando rezaba, aunque menos mal no creí haber recibido ningún tipo de mensajes de lo Alto en aquella época, porque eso sí hubiera agravado mi situación!) y auto-violencia por demanda de pureza (me maltrataba físicamente buscando purificar mi alma). La neurosis obsesiva que yo sufría también se manifestó con un síntoma llamado “carga de lenguaje” o “sublimación del lenguaje”. Este consistió en que yo empecé a hablar como una persona completamente escrupulosa y santurrona, lo que me convirtió aún más en el hazmerreír de mis compañeros del colegio, lo que agravó aún más la situación de discriminación que yo ya estaba sufriendo desde el año 1988. Varias veces fui golpeado por los grandulones de Grado Décimo u Once porque yo, en mi imprudencia y fanatismo religioso, los corregía a causa de sus conversaciones acompañadas de groserías y morbosidades. Por un tiempo soporté esas golpizas como un acto de martirio que agradaba a Dios, pero en honor a la verdad las agresiones de mis compañeros me llevaron al desespero y acabaron por desplazarme del patio del colegio y permanecer refugiado en un oscuro rincón del patio por años… porque en honor a la verdad nadie me hablaba, y si alguien lo hacía era para ofenderme, para arrojarme encima la caneca de la basura (con basura y todo), robarme la merienda o en el caso de las chicas para que yo les hiciera algunas tareas (“interés, cuánto valés!”). ... bueno, admitamos que el sacerdocio estaba como meta principal porque yo no tenía ninguna otra alternativa vocacional, pero tampoco es que no sirviera para nada! Mi papá había logrado conseguir trabajo en la Panadería La Mejor (donde él y mi mamá se conocieron) y se encargaba de repartir en bicicleta pedidos de panes, unos panes que sabían a gloria, y como mis

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hermanos y yo siempre hemos sido malos para comer pan... señores! Cada uno se comía un paquete de 5 panes en el desayuno! En fin, se me ocurrió que era buen plan acompañarlo a empacar pan hasta el mediodía. Había allí una grabadora, así que aprovechaba ratos libres para grabar mi voz en cassetes y ensayar como locutor de radio juvenil, mientras le empacaba los panes en los paquetes de plástico. Esa labor se hacía en una mesa de metal que había justo al lado del gran horno giratorio que funcionaba con combustible Diesel. PLAYLIST First Patrol - Rambo III (remix) First Patrol - V First Patrol - Mr. Bond: Her Majesty Awaits You First Patrol - Airworlf UN AMIGO QUE SE CONVIRTIÓ EN MI PAPÁ Bueno, volvamos a mi situación espiritual. Mi tío José Angel regaló a mi papá la Novena al Niño Jesús, y a él se le ocurrió que yo lo acompañara el Jueves Santo al Santuario del Niño Jesús del 20 de Julio. Yo había oído hablar a la gente de este templo y de la cantidad de prodigios que allí se obraban, así que no quise perderme de eso, y llegamos ese día. Era un día de bruma, es decir, espesamente nublado pero no amenazaba con llover, aunque hacía frío. No sé qué me dio por ir a confesarme, y llegué al Claustro del Santuario (que ahora es el Patio Cubierto).

Allí estaba un sacerdote que había conocido semanas antes en plena misa en la Plazoleta: se trataba del famosísimo padre Gustavo García, el padre regañón de la misa de 9 de la mañana, el único sacerdote del 20 de Julio que se dignaba de llenar cada domingo la Plazoleta con más de cinco mil personas. Sólo sus más allegados colaboradores sabían que el padre García era Eliécer Sálesman, el más famoso escritor salesiano del siglo XX. Este sacerdote oriundo de Betulia, Santander, era un sefardí asimilado hijo de campesinos muy trabajadores que descendían de cohaním o sacerdotes levitas; en su adolescencia siempre quiso estudiar pero las condiciones políticas de su época se lo impidieron, pero gracias a que su hermano llegó a ser alcalde del pueblo fue enviado a un colegio de los Padres Salesianos, y

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allá se enamoró de la vida sacerdotal. Se graduó como Historiador de la Pontificia Universidad Javeriana y fue ordenado sacerdote en octubre de 1959. Preocupado por ayudar a la gente común y corriente a instruirse en religión debido a la exitosa publicidad de las sectas, se dedicó a escribir libros para llevar la Teología a los hogares católicos, al común de la gente. Sus libros (a sus 80 años de edad alcanzó la cifra de más de 100 textos escritos, todos de su autoría o frutos de sus investigaciones) siempre han agradado a la gente por tres razones: 1), que son muy económicos de adquirir (el más costoso vale unos US$7 dólares). 2), son libros que llevan ilustraciones, fotografías, lo que hace más amena su lectura; y 3), son libros que no tienen lenguaje técnico propio de teólogos profesionales, sino que enseñan religión y psicología de autosuperación en el lenguaje de la gente de clases populares, sin perder, eso sí, el rigor científico. A eso de los quince días mi mamá se animó a ir al 20 de Julio y le presenté al padre, quien citó a ima entre semana. Ella le contó al sacerdote todo lo relacionado con nuestra familia, nuestra precaria situación económica y las dificultades para que nosotros siguiéramos estudiando, pero muy en especial ima se desahogó con el padre acerca de lo que ella consideraba “rebeldía” de mi parte, e hizo un informe detallado y extenso de mi vida desde que nací, de mis pataletas y desobediencias continuas (siempre conté con la triste situación de que mi propia madre hablaría sólo cosas negativas de mí a la gente, nunca resaltaba algo bueno de su hijo mayor), y le suplicaba al padre Sálesman que él, ahora que nos habíamos conocido, le ayudara con mi educación. Le decía: “padre, yo no sé qué más hacer con este muchachito, a mí se me salió de las manos desde que empezó a hablar y caminar; haga que me obedezca”.

Eliécer haCohen Sálesman. Este santo varón fue una

gran bendición de parte de Dios al asumir la responsabilidad sobre mí como papá sustituto. La

mitad de lo que soy, se lo debo a este santo varón.

El padre luego me llamó al domingo siguiente, y me pidió que yo le hablara de mi vida; le conté qué había sido de mí desde que conocí de Santo Domingo Savio en septiembre 1989 hasta la fecha. En sólo esa parte de mi vida nos tomó un mes completo hablar en varios encuentros. En verdad debo agradecer al Eterno por la paciencia que me tuvo el padre Sálesman todos estos años, porque yo quería ser sacerdote cuanto antes y él no hacía más que atajarme e insistirme en tener paciencia y estudiar a conciencia para poder entrar al seminario.

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Un día le pedí permiso para usar un clergyman de papel que yo mismo había hecho (el clergyman es el cuello blanco que usan los sacerdotes), pero él, muy amablemente me dijo que por ahora no era necesario que yo lo usara. De otro galád me hubiera enviado a freír espárragos! MI PRIMERA PREDICACIÓN 11 de mayo de 1990, de noche… otra de las típicas peleas a muerte de mis papás pasó, como siempre entre ellos, de los insultos con palabrotas a los golpes. Abá estaba furioso por la nueva amistad con un galád y decretó que nunca jamás nos ayudaría más para el estudio; esta sentencia de Modesto Rodríguez empeoró la relación familiar en todo sentido porque él decidió invertir el poco dinero que ganaba en alcohol y cumplió con esta amenaza a cabalidad, desde esa noche jamás volvió a ayudar para ningún tipo de gastos del hogar ni de sus hijos (excepto para Kenny, a quien sí le ayudó hasta que él entró a la universidad), y lo que fue mucho peor: renunció a su rol de figura paterna de la casa, pues sintió celos de Sálesman. “En adelante ustedes no son mis hijos y yo no soy su papá”, concluyó así su amenaza que siempre cumplió a rajatabla. Esa noche abá decidió viajar a Ibagué bajo fuertes efectos de alcohol, ima me pidió que lo acompañara para asegurarnos de que no le fuera a pasar nada por el camino en ese estado, así que alisté mi morral con algo de ropa y mi equipo de apostolado: unos rosarios, libritos y estampitas que el padre Sálesman me había dado para regalar. Salimos de Monteblanco a las 10 de la noche, llegamos al terminal de transportes a las 11, subimos a eso de las 23:30, salimos de Bogotá a medianoche.... créanme que no pude dormir en todo el camino, tenía la consigna de no dormir mientras mi papá estuviera bajo efectos del alcohol. Recuerdo que llegamos al terminal de transportes de Ibagué amaneciendo porque habíamos tomado un bus corriente (el cual hizo escalas en varios municipios: Fusagasuga, Melgar, Girardot, Espinal y Chicoral, hasta Ibagué), para llegar a la casa de mi tío Lucas en un barrio cerca al Estadio Manuel Murillo Toro. A pesar de la llegada a casa del tío Lucas, no pude conciliar el sueño porque a las 8 a.m. salimos para Chicoral a recoger a mi abuelita Isabel, y estuvimos de regreso a Ibagué a mediodía. Luego del almuerzo me dediqué a regalar unas Consagraciones del Hogar entre los vecinos de mi tío, recuerdo que me alcancé a visitar unas 30 casas. Yo no sé quién fue el de la idea que, como ya se acercaba el 13 de mayo, esa noche ofreciéramos un rosario e hiciéramos una procesión sencilla con el ícono de la Virgen del Carmen. Con ayuda de un par de niños del sector limpiamos bien el ícono, lo adornamos con claveles, nos conseguimos un par de velas e invitamos a los vecinos al rosario a las 7 p.m. Y llegó la noche. Yo mismo no lo podía creer, habíamos logrado reunir a más de cien personas, que alegremente y con mucha devoción cantaban himnos a la Santísima Virgen, nos habíamos recorrido unas diez cuadras con el ícono en procesión. Luego llegamos al frente de la casa de mi tío

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Lucas, que tenía una entrada bien elevada y con su rejilla, un lugar perfecto para dirigir el rezo del rosario.... y para predicar. Yo no sé qué me dio por hablar tan pronto llegamos. El caso fue que sentí un impulso tan irresistible de dirigirme a la gente, y aún recuerdo con cariño cómo la gente, sobre todo los Rodríguez, estaban tan impresionados de que un muchachito que aún no había cumplido los trece años se atreviese a hablar con voz potente a un centenar de personas, como si fuese un predicador experimentado. De qué hablé esa noche? Hablé de lo importante que es mostrar con el ejemplo una correcta devoción a la Virgen María (esto lo decía porque muchos católicos creen que con sólo rezarle a Ella y no cambiar su vida pecaminosa por una vida santa tienen la salvación asegurada), de lo terrible que es el pecado que no nos deja estar en paz con Dios, del castigo que les espera a los pecadores y el premio que está reservado a los que cumplen los mandamientos de Dios. Sin misericordia arremetí contra los maridos que tratan mal a sus esposas e hijos, que les dan mal ejemplo y que se entregan al alcohol en lugar de invertir ese dinero en el hogar (seguramente se las quería echar a Modesto sin delatarlo públicamente), y que Dios era tan misericordioso que se alegraba siempre cuando un pecador de arrepentía e iniciaba una nueva vida. Mientras yo hablaba a la gente, abá (no sé con qué intención lo había hecho) tomó una olla pequeña y se puso a recoger dinero entre la gente como si fuese el acólito que recogía la ofrenda para el sacerdote. Yo me vine a enterar de esto a nuestro regreso a Bogotá, y no era para menos mi enojo. Rezamos todos el Santo Rosario con mucha devoción, y al final de la oración rifé unos libros entre la gente haciéndoles preguntas sobre los sacramentos, los mandamientos y las obras de misericordia. El resultado de esta predicación fue que uno de los hijos de mi tío Israel, que me había escuchado con tanta atención y a quien le di un librito, sintió que Dios le llamaba a consagrarse al sacerdocio... este primo fue ordenado presbítero para la Diócesis de Ibagué en el año 2005. 13 de mayo de 1990: por fin pude dormir, luego de permanecer despierto 38 horas. Esa mañana fuimos con mi abuelita Isabel a una parroquia franciscana; me presenté a los sacerdotes y me dieron permiso de hacer de monaguillo, pero cuando creía que me darían un alba o la tradicional sotana roja de monaguillo, me sorprendí cuando los curitas me pidieron que usara una túnica marrón con un cíngulo blanco... el hábito de la Orden Franciscana. Y así salí en la misa, mi abuelita creía estar soñando, que su adorado nieto era su orgullo, su Fray Ricardito junto al altar. Mis tíos y mi papá no hacían sino burlarse. De regreso yo venía con el olor a incienso hasta por las narices; no recuerdo en qué consistió exactamente el almuerzo que nos ofrecieron, el caso es que llevaba de base aguacate, y me supo a revuelto de aguacate e incienso, y acabé con un muy horrible malestar.

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Ese día descubrí varias cosas de los Rodríguez. Descubrí un libro de iniciación a tercera cámara de los gnósticos y conocí el rito que me hubiera tocado pasar si hubiera seguido. Descubrí que mis tíos tenían hijos por fuera del matrimonio, todos: Rosemary y Adison, hijos de mi tío José Ángel. El hijo de mi tío Israel que ahora es presbítero; otros hijos de mi tío Lucas, y para rematar mi papá que tenía a Oscar Mario, pero que no sabía dónde estaba. Luego mi papá me contó que había hecho la novena al Niño Jesús para que él apareciera, y apareció pero no supe si lograron seguirse viendo (hoy día la comunicación entre ellos es fluida). Este acontecimiento me hizo reflexionar seriamente sobre la clase de familia que yo tenía de antecedente, y dije que en mí ese historial familiar no se podría repetir jamás; “menos mal seré sacerdote, así no tendré hijos que pasen por las que he tenido que pasar”, me decía. MIS PRIMERAS CONFERENCIAS FUERON UN FRACASO TOTAL! A LAS TABLAS CON “YEDERMAN”. UNA IMPRUDENTE INTERVENCIÓN DE IMA AGRAVÓ LAS COSAS PARA MÍ. De regreso a Bogotá me ofrecí para ayudar al profesor de Religión de la jornada de la mañana del colegio a reforzar algunos elementos de catequesis a los niños de Sexto grado. Preparé bien mi conferencia sobre los libros de la Biblia, y me fue divinamente. En algunos otros salones de clase fui recibido con agrado e interés, pero no fue así en un grado Séptimo que mostraba total apatía a la religión, así que no pude hacer mayor cosa en ese salón de clase. Pero nunca voy a olvidar esa tarde que me invitaron al Gimnasio San José a dictar una charla sobre la Virgen María. La habíamos dejado para los niños de Cuarto y Quinto. Todo estaba listo: proyector de diapositivas, papelógrafo, marcadores... la conferencia estaba programada para la una de la tarde... pues se llegaron las tres y media y no llegó nadie en absoluto. Y yo estaba sin almorzar. Esa fue la primera de muchas conferencias que organicé y a las que no asistió absolutamente nadie a escucharme. Creo que fue de regreso de vacaciones cuando propuse que en la próxima izada de bandera de los Séptimos se me permitiera montar una obra de teatro, me basé en un pequeño parlamento que el padre Sálesman había publicado en su libro “Lecturas Sabrosas”, un aparte de una obra de teatro llamada Yederman, que trataba de un tipo al que la muerte le había avisado que tenía una hora para que llevara a la eternidad quién lo defendiera, que nadie lo quiso apoyar y que murió maldiciendo la hora en que había cultivado malas amistades y placeres en la vida. Pues con ayuda del profesor Manuel Álvarez, un anciano pero brillante profesor de Literatura y Español, hicimos el montaje de la obra. Y la estrenamos en septiembre de ese año. Ayudé a organizar la escenografía, el guión, la asistencia de dirección y obviamente, tomé el papel protagónico. El papel de la Muerte estuvo a cargo de Liliana Constanza Contreras, una rubia bonita de la clase pero terriblemente malgeniada y ruda de carácter. La obra fue todo un éxito y fuimos todos ovacionados por el estudiantado

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del Magisterio, pero como siempre: no me faltaron los abucheos de siempre... “sapo!”, “regalado!”. Y esos abucheos empeoraron una tarde que mi madre fue al colegio a justificar varias ausencias nuestras por la crisis económica. Esa tarde estaba hablando en el pasillo frente a mi salón con mi director de curso, el profe Hugo (yo estaba con ella afuera del salón), y se escuchó una algarabía típica de un salón de clases con adolescentes. Ima se acercó a la puerta del salón y arremetió contra todos mis compañeros llamándoles la atención porque no estaban en silencio. Dejó el curso 801 en medio de un silencio sepulcral, pero ese atrevimiento de ima lo iba a venir pagando bien caro yo… porque cuando todos supieron que esa señora que había metido las narices donde nadie la había llamado era mi mamá, las agresiones contra mí se incrementaron. UN ASESINATO. MI PRIMERA MISA CONCELEBRADA. En Monteblanco un joven que vivía en una casa esquinera a la de nosotros había sido asesinado en un intento por robarle una chaqueta de cuero. La noticia conmocionó al barrio, y mi mamá, en un gesto de solidaridad, quiso acompañar a la mamá del muchacho asesinado al novenario, que son nueve noches posteriores al funeral en las que se reza el Santo Rosario por el eterno descanso del difunto. Como mi mamá se puso a decirle a las vecinas que tenía un hijo que sabía rezar bien el rosario (no como las viejitas que lo rezaban en tono de Re sostenido y a la carrera, que apenas se les entendía) y más encima que quería ser sacerdote, pues me llamaron para que les dirigiera el rezo del rosario en esas noches. Yo sentía y me percataba de que a estas personas tan pobres, eran tan poco formadas en materia de religión, que perfectamente las sectas podían venir y les lavarían el cerebro en poco tiempo, así que sentí una inspiración del Espíritu Santo para que aprovechara ese espacio de oración y les ayudara a hacer un repaso del Catecismo. Y así lo hice; las personas del barrio estaban muy contentas; la primera noche sólo habían unas siete personas, a la tercera noche ya estaban quince, y para la última noche tenían en la casa de los dolientes más de cincuenta personas. La séptima noche del novenario llegó un sacerdote de Itsminia, Chocó, un misionero que iba a celebrar en esa casa la misa de novenario. Tuve antes de la misa una entrevista de casi media hora con el padre, y en un hecho que me tomó por sorpresa le dijo a la gente que yo concelebraría con él. En esta misa me correspondió la lectura del Evangelio y la invocación de una parte de la Plegaria Eucarística. Por una parte yo estaba saboreando una partecita de mi sueño adorado y anhelado de ser sacerdote, pero por otro lado pensaba luego: cómo reaccionarían otros sacerdotes si supieran de esto? Quién se atrevería a negar mis raíces cohen en esto? De acólito y ahora de concelebrante de misa?

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AL GUSTAVO RESTREPO. POR QUÉ SOMOS ASÍ? MI NEUROSIS OBSESIVA SE ACABÓ GRACIAS A... IBETH! Por fin mis papás habían logrado ponerse de acuerdo para irnos de Monteblanco, y lograron conseguir en arriendo un apartamento en el barrio Gustavo Restrepo. Partimos hacia allá el miércoles 7 de Tishrei del 5751 (26 de septiembre de 1990), la víspera del cumpleaños de mi mamá. Por ese tiempo abá había mostrado una mejoría en su problema de alcoholismo, así que deduje que el Niño Jesús había respondido mis plegarias y que mi papá se había curado gracias al milagrito del “Amigo que nunca falla”. En esos días fue al 20 de Julio un equipo periodístico de un programa de investigación periodística llamado “Por Qué Somos Así?”, y me entrevistaron. La pregunta fue sencilla: por qué vienes al 20 de Julio? Mi testimonio era que mi papá era un borrachín y que el Niño Jesús lo había curado, y que en acción de gracias venía a rezarle todos los domingos. Mis papás vieron luego la entrevista por televisión y se burlaron de mis palabras, ima me señaló de mentiroso y loco, y a pesar de la humillación de mi propia familia no reaccioné violentamente. La llegada a nuestro nuevo hogar en el Gustavo Restrepo vendría a dar un cambio radical a mis emociones. Hasta ahora en Monteblanco yo estaba alejado de cualquier “sofisma de distracción”… una vez me confesé con un joven sacerdote, quien de penitencia de confesión me había puesto la tarea de conseguir novia. Cuando le conté al padre Sálesman acerca de esta penitencia dijo furioso que los curas jóvenes no sabían en dónde estaban parados y que ese tipo de “penitencias” no eran del agrado de Dios, y me prohibió terminantemente conseguir novia. “Sólo tendrás dos novias: la ciencia y la santidad”, agregó Sálesman. De otro lado hasta esos días yo sentía que no me atraían las mujeres, no porque estuviera comenzando a identificarme como gay sino por una simple razón: se suponía que estaba consagrando mi virginidad para el servicio a Dios, para qué fijarme en las mujeres si se suponía que iba a hacer voto o juramento de castidad? … pero a mi llegada al Gustavo Restrepo la cosa cambiaría. Resultó en la misma casa, en un pequeño apartamento junto a nosotros, habitaba una familia de la cual hacía parte una hermosa chica rubia.

NOTA: Publiqué el nombre completo de la chica junto con una fotografía que poseo de ella, cuando lancé la primera edición de mi autobiografía; pero la familia y el esposo de esta rubia reaccionaron agresivamente y me exigieron retirar toda referencia fotográfica y su nombre. Por eso he borrado su identidad. Y para evitar más problemas, decidí borrar los nombres completos de otras chicas que llegaron a mi vida, pues no faltará aquella que me escriba o me llame en medio de gritos e insultos exigiéndome que la borre de mis memorias.

Adón sheOlám, qué aldabones son los que suenan?!! Esta chica de trece años, de tez blanca, ojos castaños, de cabello rubio largo y lacio. Tamaña razón tenía el cantor al decir “cuando el amor llega así, de esa manera, uno

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no tiene la culpa”. Señores, esta chiquilla fue mi amor platónico por muchísimos años. Pero como tanta dicha no podía ser, aunque durante un par de meses no escatimaba esfuerzos para contemplarla, luego de unas típicas peleas de niños acabamos peleados por muchísimo tiempo; aunque yo deseaba ardientemente que nos perdonáramos mutuamente y a lo mejor de ahí al amor no habría sino un pequeño paso... pero eso jamás ocurrió. Haber conocido a esta hermosa chica me ayudó muchísimo en una cosa: mi neurosis obsesiva entró a una etapa de “baúl de virus” hasta que ese trastorno desapareció. LA VIOLENCIA DE MIS PADRES CONTRA MÍ SE AGRAVÓ CON MIS ATAQUES DE IRA. POR QUÉ ME LLAMABAN ADEMÁS “NIÑITA LLORONA” y “RAMBO”. Continué mis estudios en Coldemag para Octavo grado en la jornada de la tarde, y nuevamente tuve mis problemas con las matemáticas, esta vez las cosas se me complicarían aún más con la llegada del álgebra. Este año fue mi directora de curso la profesora María Elena Alfonso, quien además me dictaba en ese tiempo Literatura Colombiana y Castellano. La amistad con el padre Sálesman se fortaleció. De mis compañeros de curso puedo recordar que seguían conmigo Liliana Contreras, Claudia Andrea Martínez, Luz Ángela Rodríguez, Diana Pinilla, Daniel Caycedo, Luz Amparo Fernández, Angélica Niño Roldán, Juan Gabriel Lenis, Alfonso Muñoz y las hermanas Nasly y Carol Jimena Merizalde… y de compañeros que no eran del 801 pero con quienes manteníamos amistad puedo recordar a Claudia Paéz, Rocío López y Alexander Sabogal. Como les conté anteriormente, el haber conocido a la hermosa chica rubia me ayudó a que mermara un poquito mi neurosis obsesiva, pero aún tenía en mente el deseo de ser sacerdote (recuerden que yo no me convertí sinceramente a Dios, sino que me convertí a la santidad, al deseo de convertirme en un “San Ricardo Gamboa”). Pero mi pasión por la santidad me metió en muchos más problemas en el colegio, especialmente en mi curso 801 porque siempre fui el hazmerreír de la clase. Si yo hacía alguna acción buena era humillado bajo la acusación de hipócrita y santurrón lambe-ladrillos, pero si yo metía las patas diciendo o haciendo algo indebido, ahí sí todos me caían como implacables inquisidores diciendo “no que muy santo?”. Incluso mis propios profesores se prestaron también para esa faena discriminatoria. Ese año fue lanzada la película “Las Tortugas Ninja” y con ella se consolidaba un género de música electrónica llamado house; me encantaba! recuerdo los temas de Technotronic y el videojuego de las Tortugas Ninja, de Kung-Fu y de Contra de la corporación Konami (un videojuego inspirado en las películas Rambo y Commando), que jugaba con mis ahorros del dinero que me daban para las onces en el colegio.

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Pero llegué a obsesionarme un poco con esto de los video-juegos que había en las tiendas, que tenían instalados un temporizador que paralizaba el juego luego de dos o tres minutos de juego y había que insertar una nueva moneda para continuar jugando. Una vez me demoré una mañana cerca de la casa, pues se me había enviado a comprar una libra de carne para el almuerzo y me distraje con este videojuego del barrio... … yo estaba emocionado jugando y digamos que iba bien con el de Tortugas Ninja, porque había pasado como tres tableros cuando sentí que algo como una madera se había roto, enseguida sentí como si se me hubieran ido las luces y se me enfriara la cara, y luego otro golpe a la espalda que me dejó sin respiración por unos segundos y por poco caigo al suelo.... pues era mi mamá que me había encontrado, y en honor a la verdad y sin exagerar, había partido violentamente un palo de escoba sobre mi cabeza (que era lo que había escuchado que se había roto) y con el pedazo de palo que aún tenía en la mano me estaba golpeando con extrema furia delante de toda la gente que estaba mirando lo sucedido. Y a punta de empujones, más palazos y pellizcos, me regresó a casa. Obviamente no faltaron mis lágrimas y el llanto. Y es que mis papás jamás perdieron ocasión de mis rebeldías y desobediencias para reprenderme con toda la ira posible. Les diré la verdad: una cosa es corregir a los hijos, otra cosa es descargar su ira contra ellos, y así se los hacía saber... pero ellos entendían “obediencia” como docilidad absoluta y silenciosa (ya de rabino diría yo en tono de burla, que la obediencia es una forma diplomática de decirles a los papás “saben qué? no quiero discutir con ustedes”). Siempre me echaron en cara: “de qué le sirve a usted tanta rezadera si es desobediente y rebelde?”, y me decían que jamás yo sería sacerdote y que rezaban para que eso nunca ocurriera porque sería el peor de los curas. Siempre me tenía que aguantar los sermones de mis tías, en especial de mi tía Ruth, que respaldaba las querellas de mi mamá. El suceso del palo roto en mi cabeza (que menos mal no dejó heridas, pero sí un fuerte dolor de cabeza durante tres días) fue de las pocas causas justas en las que me merecía los golpes, pero en muchas otras consideraba que se estaba cometiendo contra mí toda una injusticia; y siempre ocurrió que cuando hacía valer mis derechos como chico, como hijo y como persona, recibía con mucha más furia los correazos, fuetazos o bofetadas de mi mamá; en repetidas ocasiones ella me arrojaba a la cara una olletada de agua fría porque realmente estaba alterado contra ella, y con la ropa completamente mojada me tenía que ir a estudiar. En otras ocasiones eran los puñetazos de mi papá lo que yo recibía, que eran golpizas mucho peores que las que recibía por parte de ima. Y con uno que otro moretón en la cara, pero con decenas de hematomas en el cuerpo, así tenía que irme al colegio a estudiar. Mis hermanos jamás supieron de esto porque yo no acostumbraba mostrarles mis heridas. Recuerden que en esa época no existía tal cosa llamada “Ley de Infancia y Adolescencia” y que la violencia intrafamiliar no era considerada delito sino un asunto interno que las familias debían resolver por su propia cuenta, por

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eso yo llegaba golpeado al colegio y nadie se solidarizaba conmigo porque el imaginario colectivo de la sociedad de esa época era “si lo golpearon, fue porque se lo buscó!”. Esta situación de violencia intrafamiliar me deprimía mucho porque realmente no me sentía respaldado por nadie; yo le contaba todas estas cosas al padre Eliécer, y aunque él poco o nada podía hacer frente a esa situación, descubrí con ayuda de él que yo poseía un temperamento pesado, iracundo, que tenía una fácil tendencia a la ira y ahora que había llegado yo a la adolescencia me era imposible controlarla en mi casa... lo peor era que esa ira me estaba hiriendo físicamente (por causa de la cantidad de fuetazos, correazos, chancletazos, bofetadas y lavadas de agua fría, que aumentaron de intensidad y de cantidad con el paso de los años en respuesta a mi reacción iracunda ante sus agresiones) y además estaba hiriendo a mis hermanos porque yo estaba cometiendo el error de descargar mi ira reprimida contra ellos mediante gritos y uno que otro golpe. Lo que jamás hice, y en eso sí le agradezco a Dios, fue que nunca descargué mi ira destruyendo las cosas de la casa. Es más, me dolía profundamente que mi papá nos destruyó la casa, literalmente hablando. Aún poseo recuerdos de cuando yo tenía tres añitos, aún puedo ver en mi memoria a abá destrozando todos los muebles, electrodomésticos y decoraciones que mi mamá había conseguido arduamente, que era casi todo lo que teníamos. En cierta ocasión, tanta fue su ira con tragos en la cabeza que levantó una de las camas y como si fuera Hulk (el Hombre Increíble), le dio media vuelta y la arrojó contra la pared al otro lado de la habitación. Así que de los muebles que hay en casa de ima de esa época, hoy día no existe absolutamente nada. Modesto lo destruyó todo en medio de sus borracheras y ataques de ira.

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Este es el patio del colegio, en donde por más de 7 años fui sistemáticamente

agredido por cientos de compañeros, y cuando no era agredido me refugiaba en el rincón más oscuro y apartado. Foto cortesía del blog Voces Coldemag.

Volvamos al colegio, en donde además de los honorables títulos de “sapo”, “regalado”, “loco” y “bicho raro”, fui bautizado “niñita llorona” porque mis profesores y compañeros me veían llorando. Es importante que ustedes sepan que yo soy demasiado sensible al dolor y por eso los golpes que recibía tanto en casa como en el colegio los sentía como verdaderas torturas propinadas por verdugos del Viet-Kong. El dolor era sencillamente insoportable y era inevitable que gritara de dolor y que expresara el mayor grado de dolor a través de las lágrimas. Cuando la depresión invadía mi corazón (cosa que ocurría a menudo) yo lloraba en silencio sobre mi pupitre; aunque procuraba esconder las lágrimas mis compañeras se daban cuenta y aunque ellas querían ser solidarias conmigo, no podían siquiera acercarse a abrazarme porque inmediatamente, tanto mis compañeros varones como mis profesores arremetían con sus burlas y despreciativos públicos en mi contra; “dejen a la niñita llorona en paz”, decían, “es lo único que sabe hacer: llorar como una nena” (recuerden que en esa época no era aceptable socialmente que un varón llorara porque era considerado un acto deshonroso, era sinónimo de ser afeminado). En ocasiones me decían: “a ver, llame a su mamita para que venga y lo consuele”. Aún hoy día la sensibilidad al dolor físico es intensa, lo siento hasta lo más profundo de mi ser… pero ustedes deben saber que soy sensible, pero no frágil. Por el contrario, agradezco al Padre Celestial que me dotó de huesos

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resistentes (razón por la cual jamás he sufrido algún tipo de fracturas) y músculos fuertes. Y aquí es donde entra otro apodo que me acuñaron en el colegio: “Rambo”. Yo lloraba continuamente a causa del dolor físico y psicológico, de acuerdo! Pero cuando se trataba de poner a prueba mis fuerzas, nadie me hacía competencia! Resulta que cuando había que desplazar los pupitres, absolutamente nadie los levantaba, sin excepción todos arrastraban esos pupitres con patas de metal que hacían rechinar el suelo. Yo era el único de que era capaz de levantar hasta cuatro pupitres, dos en cada mano, agarrándolos del espaldar. Ni siquiera los Machos Alfa del curso me hacían competencia, pero siempre que había ocasión de poner a prueba mi fuerza, al menos en esos cortos momentos era llamado “Rambo”, porque para todo lo demás me seguían insultando con sus apodos despreciativos. También me llamaban a veces “Rambo” porque permanecía completamente solo, sin nadie que me hablara, no tenía amigos, no tenía amigas… eso sí, tenía demasiados enemigos en el colegio y a causa de sus agresiones continuas (eso sumado a las agresiones de mis papás) fue que comencé a tornarme iracundo (y en ciertos casos me defendía con golpes de los golpes de los más atrevidos, pero yo a la final siempre acababa en el suelo, golpeado y sin aire a causa de los puñetazos en el estómago). UN PEQUEÑO SECRETO PARA CALMAR LA IRA En fin, la ira casi a niveles de esquizofrenia no me la pudo tratar la profesora Lucila Laverde, la orientadora del colegio, porque de nada servían sus consejos. De nada servían las llamadas de atención del profesor Álvaro Sánchez, el coordinador de disciplina que tenía un temperamento peor que el mío. Ni siquiera se salvó de mí el padre Sálesman, que una vez no quise ir a misa por cuatro domingos seguidos, porque estaba lleno de ira hasta con Dios mismo. Pues de nada sirvió el libro “Cómo Alejar la Depresión, la Tristeza y el Mal Genio” que el padre Sálesman me regaló dos semanas después, porque cuando puse en práctica el no responderle a mi mamá estando yo de mal genio, o cuando me alejaba para no responderle a ella, inmediatamente ella respondía con un grito y unas bofetadas para que yo no la dejara hablando sola, que yo tenía que escucharla y responderle lo que fuera, porque si algo la sacaba de casillas era que el silencio la anulaba como persona (el problema era que esa misma respuesta la tenía abá: siempre callaba y se iba de casa cuando ella estaba enojada en lugar de hablar las cosas). En este caso el remedio resultó peor que la enfermedad. Otro libro que el padre Sálesman me regaló para mejorar mi carácter fue “Mil Chistes Elegantes”, una compilación de chistes sanos que aprendí y con la cual aprendí a hacer más amenas mis conversaciones a quienes me rodeaban. Mis compañeros del colegio, en respuesta, me abucheaban y me propinaban salvajes calvaceras (golpes a la cabeza) por mis “chistes malos” (el problema de muchos jóvenes es que sus conversaciones corrompidas

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van acompañadas de chistes de doble sentido, obscenos y con groserías, y por eso ellos ven los “chistes elegantes” como “chistes flojos y sin sentido”). AHORA COMO JUGADOR DE BASKETBALL. AGRESIONES A LA SALIDA DEL COLEGIO. Quiero resaltar que se nos incluyó en la clase de Educación Física bases de baloncesto, así que empecé a apasionarme por este deporte. Para mí no era suficiente con las clases que se nos dictaban, sino que además aprovechaba algunas mañanas para ir a entrenar e la cancha de basketball que había cerca de la casa. Por qué baloncesto? Por dos razones. En primer lugar parte de la terapia para aprender a controlar mi explosivo temperamento demandaba un ejercicio físico para “quemar toda esa adrenalina reprimida”. Muchas veces las personas iracundas son así porque no tienen una actividad física que les ayude a realizar una sana catarsis. En segundo lugar, en el colegio los jugadores de baloncesto eran admirados por las colegialas y por medio colegio, así que me decía: “bueno, imposible que jugando bien, ninguna mujer se fije en mí”. Por eso me concentré bien en entrenar duro y jugar lo mejor posible al baloncesto... tal vez algún día podría ser algo así como un Michael Jordan colombiano! Pero mis compañeros de clase no me querían con ellos en el equipo, aún así logré convencerlos y en abril 1991 fue mi primer juego: 801 (de chaleco rojo y yo con el número 10) contra 1002 (de chaleco verde), a las 3:30 p.m. en el patio del colegio. Recuerdo muy bien la jugada, esos cinco minutos gloriosos: el juego arranca con 1002 al poder del balón, y luego de esquivar una defensa yo impido que el número 6 de 1002 continúe a nuestra zona y le arrebato el balón con una poderosa palmada al esférico cual serpiente lanzándose a su presa. Inmediatamente entrego el balón al armador mientras todos nos acomodamos en nuestras posiciones de ataque... luego de dos pases uno de los artilleros me entrega el balón, y a pesar de que soy el más enano del equipo esquivo a una de las defensas en el área, me elevo con todas mis fuerzas y lanzo, encestando limpiamente y dándole a 801 los dos primeros puntos con los que se abrió el marcador. Al minuto siguiente hubo un cambio... no lo podía creer! me estaban cambiando por otro compañero que, me constaba, jugaba pésimamente, pero no podía discutir el cambio, la presión de grupo pudo más que mi talento. Le protesté a mis compañeros y al capitán del equipo: cómo era posible que, si estaba jugando bien y aún más, le estaba dando puntos al equipo, me cambiaran de esa manera? ... después de ese partido jamás me dejaron volver a jugar y de nada me sirvió solicitar que nuestra directora de curso, María Elena Alfonso, convocara una reunión de dirección de curso para resolver el problema con mis compañeros del salón, todos alegaban contra mí lo de siempre: que yo era un regalado, un arribista, un sapo… quedaba evidenciado que no me querían ni poquito!

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Pero no me quería quedar con la espina de la humillación, tenía que demostrarle al mundo que yo no era el objeto de burla que siempre había sido en el colegio, al que siempre podían golpear, al que siempre podían insultar y del que siempre se podían burlar. Así que con la ayuda del coordinador de deportes del colegio, Enrique Gilette, me preparé como juez de baloncesto; aprendí a llenar la planilla de juego y las señales de arbitraje. Y en eso sí pude permanecer todo el resto del año 1991. Una o dos veces por semana me encargaba de pitar algún partido de baloncesto. Todos estaban sorprendidos al ver a un juez de baloncesto tan joven, pero tenía en mis manos el pito y con él el poder, y no estaba dispuesto a más humillaciones... por lo menos en el campo de juego. Por más de medio año yo era la vaca sagrada del colegio, nadie me podía golpear aunque los insultos siempre continuaron. Y así ocurrió una tarde de octubre de 1991 cuando jugaron 1101 contra 1001. El juego iba bien hasta que en el minuto ocho un artillero de 1101 empujó a su oponente mientras tenía el control del balón. Yo pité la falta a favor de 1001 y el contraventor me alegó su inocencia; yo por señas le expliqué que los empujones no estaban permitidos, muchos menos si el equipo tenía el control del balón, y el muchacho lleno de ira contra mí lanzó violentamente el balón contra el suelo. Por un momento yo podía responderle con ira, pero tenía la boca ocupada sosteniendo el pito. Qué hacer? Pues pité falta técnica conforme al reglamento, lo que equivalía que 1001 tendría derecho a dos lanzamientos desde el área contraria, de a un punto cada lanzamiento. Los muchachos de décimo celebraron mi decisión. Los profesores de Educación Física me felicitaron por mostrar una actitud profesional en el arbitraje, pero eso me equivalió a ganarme muchos más enemigos de los que ya tenía. Dice Monseñor José María Escrivá que uno no debe llamar a nadie enemigo, pero entonces qué otro nombre merecen quienes lo insultan a uno, lo desprecian, lo humillan, quienes se burlan de uno y no contentos con eso lo amenazan a uno con la temible sentencia “espere que a la salida arreglamos!”? sentencia que ese año, en diez o quince ocasiones, los magisterianos cumplieron propinándome entre diez o quince muchachotes, justamente a media cuadra del colegio (solían golpearme justo en la esquina sureste de la Carrera 13 con Calle 17 sur porque esa era mi ruta habitual de regreso a casa), la ejecución colectiva con puños, patadas, calvaceras y rasgaduras de mi ropa y de mi morral. Sólo bastaban unos segundos para que el mundo me cayera sobre mí con todo su salvaje poderío, y luego todos mis agresores huían a toda velocidad, corriendo en todas las direcciones para no dejar evidencia de quiénes me habían agredido. Yo quedaba tendido en el suelo hecho una miseria y aún así nadie del colegio que pasaba por mi lado me ayudaba a levantarme y a reponerme, sino que al contrario, se burlaban de mí al verme en ese estado. Cuando yo llegaba a casa con el sweater roto, el morral rasgado y la camisa sin botones, una vez más una lluvia de golpes caían sobre mí, esta vez propinados por mi madre que veía esto como el resultado de un juego de adolescentes. Ima jamás fue consciente de esto que hacía porque ella siempre se creyó que jamás me agredía, sino que ejercía su labor de madre

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corrigiéndome por no vestir pulcramente y por no cuidar celosamente mi presentación personal, y nunca me escuchaba. Y en dónde estaba Diego, que nunca presenció esas agresiones contra mí? Él no andaba conmigo, siempre iba al colegio y regresaba a casa con un grupo de sus compañeros de clase que justamente vivían en el mismo barrio que nosotros, yo por lo general andaba solo. Aún así el colegio me dio un diploma de felicitación por participar de los eventos deportivos de ese año. Les conté que ese año vi Algebra y que jamás pude con ella, sino que tuve que hacer un curso de recuperación a final de año para poder pasar el año? PLAYLIST Technotronic – Get Up Technotronic – Pump Up the Jam Technotronic – Spin That Wheel (banda Sonora de “Las Tortugas Ninja”) Vanilla Ice – Ninja Rap (banda Sonora de “Las Tortugas Ninja”) Black Box – Strike It Up 2 In a Room - Wiggle It AB Logic – The Hitman MC Hammer – Can’t Touch This Milli Vanilli – Don’t Forget My Number INTENTO DE IR A CATEQUESIS DE CONFIRMACIÓN. VÍSPERA DE AÑO NUEVO COTRA-RELOJ. Una de las cosas que se me olvidaba contarles, era que el padre Eliécer me había regalado el libro “Militantes de Cristo” y que quería con toda mi alma entrar a catequesis de Confirmación. Con la ayuda de Sor Conny, una salesiana muy amable, pude acceder en marzo a la catequesis, pero no pude estar sino dos sábados en la tarde. Mi mamá lo supo y dedujo que el padre Sálesman, en lugar de ayudarla a que yo permaneciera en casa como hijo dócil y obediente, aumentaba mi rebeldía y desobediencia yendo a “lamber ladrillos”, así que me prohibió asistir alegando que me necesitaba los sábados en la casa para que le ayudara con el oficio (lavar, barrer, etc.). Cuando había cumplido la segunda falla hice un esfuerzo por estar nuevamente, pero esa vez discutí fuertemente con mi mamá y le dije que quería hacer la confirmación... cinco o seis fuetazos y otra lavada con un baldado de agua fría terminaron por impedirme ir ese sábado, y quedé fuera de los que iban a ser confirmados ese año. Lloré silenciosamente por casi una semana porque expresar mi dolor o hablar de él implicaba recibir muchos más golpes. Esta fue la primera vez de miles de veces que mi mamá se opuso agresivamente contra mis intereses espirituales y en adelante me pondría a elegir entre Dios y ella… desde ese día mi mamá se convirtió en la enemiga número uno de mi vocación religiosa, hasta el día de hoy.

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En diciembre de 1991 mi tía Marfy Gamboa me había invitado al Espinal, a visitar a mi abuelita. Aparte de los mismos problemas que siempre he sufrido cada vez que viajaba a la finca de la abuelita Alicia (los zancudos se daban su gran banquete conmigo, y así llegaba yo a Bogotá completamente picado por estos insectos, deshidratado, asfixiado y con fiebre), esta vez por querer sacar agua de pozo no pude agarrar bien la soga, el peso del balde con agua me ganó y casi acabo sin el dedo índice izquierdo (el dedo que siempre me mordía cada vez que me daba un estallido de ira y que era el más gordo de los dedos de mi mano) porque el dedo rozó contra la polea. No lloré de dolor pero sí dolía, mi abuelita me envolvió el dedo herido en papel higiénico y vertió petróleo sobre el dedo... y créanme! El dedo sanó en cuestión de días. No recuerdo por qué nos dio por llegar a Bogotá el 31 de diciembre. No había mucho transporte por la fiesta a venirse, el caso es que con mi tía Marfy nos propusimos llegar a como diera lugar, y llegamos a Bogotá a eso de las nueve de la noche. Al llegar por el Alto de las Rosas y divisar a lo lejos la ciudad iluminada en la noche, se me vino a la mente una idea de comparar la ciudad con Nueva York, y soñaba con estar en esa megalópolis algún día. Me sentía como el protagonista de una película, me imaginaba manejando una motocicleta a toda velocidad por la carretera hacia la gran ciudad al anochecer, mientras se escuchaba la canción “Personal Jesus” de Depeche Mode. Algunas de esas ideas las dejé plasmadas en mi primera historia “Operación Extraterrestre”, en la que el protagonista era un humanoide venido de la galaxia Trífida en misión especial en la Tierra. Esa noche, 31 de diciembre de 1991, mis tías me habían regalado un conjunto de jean color gris, una camiseta color azul aguamarina y un desodorante, pues la adolescencia no venía sola. En fin, 1991 concluyó bien, pues yo hace tiempo que no sabía lo que era recibir un regalo de Navidad, y con algunos puntos de alegría... pero ahora vendría a mi vida una época completamente oscura, y yo no estaba preparado para enfrentarla. PLAYLIST Madonna – Live to Tell Madonna – Vogue London Beat – I’ve Thinking About You Depeche Mode – Enjoy the Silence Enya – How Can I Keep in the Singing The Cure – Lullaby Cindy Lauper – Time After Time Black Box – Fantasy Milli Vanilli - Keep On Running Red Hot Chilli Peppers – Give It Away Red Hot Chilli Peppers – Under the Bridge Heavy D – Now That We Found Love Depeche Mode – Personal Jesus US3 – Cantaloop Depeche Mode – Enjoy the Silence

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London Beat – I’ve Been Thinking About You Crystal Waters - Gypsy Woman MPeople – Moving on Up 2 in a Room – Wiggle It

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V EL ESTIGMATIZADO DE COLDEMAG

1992 EL SUEÑO QUE ME MARCÓ TODA MI ADOLESCENCIA. CASANOVA FRUSTRADO. NUEVO INTENTO EN CATEQUESIS DE CONFIRMACIÓN. Llega el año 1992 con la aparición del Canal A en Colombia, la telenovela “Sangre de Lobos” protagonizada por Aura Cristina Geithner y Edmundo Troya y la primera película del año en ese canal: “Cobra”, protagonizada por Silvester Stallone. Yo recuerdo mucho esa película porque yo me identificaba con el protagonista, el detective Marion Cobretti; su fuerte temperamento, su mirada bohemia y solitaria y su tenacidad para enfrentar los ataques. Además, sentía que en cierta manera yo me parecía a él en la cara, y así me lo decían algunos compañeros. Colombia había entrado a una preocupante escasez de agua producto de la sequía, y las represas estaban a su nivel más bajo. La decisión del gobierno fue promover el racionamiento de agua y de energía eléctrica, por lo que en Bogotá se habían decretado apagones en toda la ciudad en horas de la tarde hacia la noche. Y como medida de seguridad se adelantó la hora nacional a una hora, la famosa “Hora Gaviria”, quedando con el mismo huso horario de Caracas y Nueva York; así, cuando eran las seis de la tarde en este nuevo huso horario, en realidad eran las cinco de la tarde. Fue un poco complicado acomodarnos al nuevo horario pero luego nos acostumbramos. El 20 de enero de 1992, al cumplirse diez años de la muerte de mi tío Ricardo Gamboa, tuve un sueño que me marcó durante toda mi adolescencia. Soñé que estaba entrando a una capilla blanca, habían algunas personas rezando... todos llevábamos ropas blancas, no túnicas pero sí me veía con un saco de lana y un pantalón, ambos de color blanco. Yo llevaba una camándula en mis manos, pero yo la estaba agitando en mi mano derecha como si fuese un komboloi (un collar de perlas que los griegos usan batiéndolo en su mano derecha y haciéndola sonar para calmar el stress, pero que ya es toda una tradición en Grecia). Mientras me acercaba a lo que parecía un altar, se me apareció un personaje con vestiduras blancas, pero al que no le pude ver su rostro, su presencia no daba temor, por lo que deduje de inmediato que era el Señor.

- Qué haces aquí, Richard? - me dijo – tú no deberías estar aquí.

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Miré a la gente que estaba rezando, y se me había dicho que ese lugar era el purgatorio, que en esa capilla estaban los que oraban para salir rápido al cielo. Luego el personaje de ropas resplandecientes me dijo: “prepárate porque te quedan nueve años de vida”. Yo desperté sobresaltado y tan pronto tuve oportunidad le conté al padre Sálesman el sueño. Yo que quería ser como Santo Domingo Savio y acababa siendo el más miserable de los pecadores, y ahora se me avisaba en sueños que mis días entre los mortales estaban contados y que no me quedaban más de nueve años de vida. Este sueño me marcó definitivamente y como decimos en hebreo, Barúj HaShem! Gracias a este sueño fue que me propuse aprovechar mi juventud como ningún otro joven de mi generación la hubiera aprovechado, y de paso para tener, si no una muerte santa, por lo menos una muerte aceptable ante los ojos del Todopoderoso. Sólo hasta ahora vine a entender que lo que el Señor me decía: me estaba avisando que tenía menos de nueve años para que me preparara bien, porque justo nueve años después iba a ser ordenado rabino. Con unos ahorros había logrado cumplir un sueño reprimido: tener mi walkman de bolsillo, compré uno de color rojo con sus audífonos, y mi emisora favorita era Radioactiva, que en esa época pasaban música rock y pop en inglés y español. Ese walkam fue mi inseparable compañero de camino de ida y de vuelta al colegio (ya me iba a pie para guardar el dinero de la mesada escolar para mis gatos personales, además de que me mantenía haciendo ejercicio físico mediante estas caminatas urbanas). Entré a Noveno grado en Coldemag, nuevamente y contra mi deseo, a la jornada de la tarde. Mi directora de curso 901 fue la profesora Teresa Parra, que me dictaba Castellano y Literatura Latinoamericana. Me tocó en ese momento un curso con compañeros nuevos. Aún recuerdo a compañeros con los que más interactuaba: Hugo Pelayo, Nora Carolina Herrera, Leonardo Orjuela, Ivonne Garay (que era una pilera de mujer, la más inteligente de todos y además esbelta), Viviana Sabogal, Ofelia del Pilar Paredes “Pili”, Ana Judith Ballén, Carolina Díaz, Carolina Soto, Fernando Hernández “El Poeta”, Astrid Rojas, Miryam Urrea, Luis Suzunaga, Diana Pinilla y las hermanas Luz y Sandra Présiga; Ángela Neira y estaban las hermanas Nasly y Andrea Merizalde, Luz Amparo Fernández, Susana García, una gordita trigueña a quien apodábamos “La Gusana”. Con casi todos ellos actualmente tengo contacto gracias a la red social Facebook. Bien, llegué al colegio el primer martes de febrero de 1992, y no me salvé de las flechas del enamoramiento. Seguramente muchos de ustedes recordarán con cariño los amores de colegio, y cómo en muchos de ustedes se identificaron con Kevin, el protagonista de la serie “Los Años Maravillosos”... yo anhelaba que tuviera en mi vida un episodio como aquel chico, pero al contrario de muchos, yo jamás supe lo que era tener novia en el colegio ni mucho menos en el salón de clases.

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Sí! me enamoré y no de una, sino de varias compañeras en un mismo mes (aclaro: no me enamoré de todas a la vez, sino que cuando una me rechazaba, inmediatamente enfocaba a otra posible pretendiente). La primera carta de amor que escribí fue para una lindura de mujer de tez blanca, ojos marrones, cabello negro rizado y mediano. Su respuesta al día siguiente de mi cartita de amor era que ya estaba comprometida, y decidí tomar respetuosa distancia. No recuerdo bien a las otras compañeras pero sí me acuerdo que fueron cuatro más, y todas me respondieron igual: del “déjamelo pensar” le seguía al día siguiente la hiriente sentencia “no quiero nada contigo”. Para finales de febrero mis sentimientos apuntaron a una chica que, por su ternura y sencillez me atrajo muchísimo y de quien duré enamorado dos años (para evitar que esta chica, que ocupó un lugar especial en mi corazón, me escriba o me llame exigiéndome que borre su nombre porque le da vergüenza ser mencionada y con el argumento de que si la menciono sólo le causaré problemas, la vamos a llamar aquí Marylin, de acuerdo?). Marylin era de estatura baja, hermosamente robusta, tez blanca, ojos castaños, cabello castaño lacio y largo. Todos en el salón sabían que yo estaba enamoradísimo de Marylin pero nadie decía nada. Esa semana me dije “muy bien, señor Gamboa: las cartas no dieron resultado, entonces pon la cara y díselo de frente”, y me acerqué antes de salir para descanso y le abrí mi corazón: - Marylin, quiero decirte algo. - Sí, Richard? - No es fácil decirte eso pero ahí va; resulta que de un tiempo para acá me he fijado en tu manera de ser, y me gustas mucho. Me gustaría compartir un poco más contigo... - Pues mira – me interrumpió -, mi apellido es un apellido árabe y no me gustaría que mi apellido se extinguiera, de todas formas gracias por las palabras que me has dicho. Oigan! Todo lo que yo le estaba pidiendo a Marylin era que nos conociéramos un poco más, no le estaba proponiendo matrimonio! (si hubiéramos sido novios, sin duda alguna lo hubiera hecho). Por lo menos sincerarme con ella sirvió para que en algunas ocasiones trabajáramos en grupo, especialmente en clases de Biología, Electrónica, Historia del Siglo XIX y de Literatura Colombiana, ya que yo era pésimo para el álgebra. Llegó el mes de marzo; el 8, como es la costumbre, se celebró el Día de la Mujer contratando mariachis y comprando paquetes de rosas. Y las chicas nos celebraron a nosotros el 19 de marzo, que vendría a ser el Día del Hombre. Por esa época yo me hablaba con todas las chicas del curso y digamos que yo sentía que ellas me tenían en cuenta, por lo menos como un compañero que las apreciaba y estaba siempre dispuesto a colaborarles… al menos eso era lo que ellas me daban a entender. Pero me sentí engañado cuando en la Izada de Bandera nombraron a los

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“compañeros que por su caballerosidad merecen izar el pabellón nacional”. Creí que por mis méritos me nombrarían, por fin un reconocimiento a mi esfuerzo! Pero... de 901 llamaron a otro compañero. Yo me decía: por qué? Se trataba del Macho Alfa del curso, las trata a todas como enamorándolas, no es justo! Por lo menos ima decía a sus amigas que sus hijos, en especial Ricardo (Diego aún estaba muy pequeño), eran muy respetuosos con las mujeres. Yo dije: si ima me tiene en ese concepto, era obvio que eso se reflejara en el colegio... pero no fue así. Otro momento doloroso: ya en el salón de clase las compañeras tuvieron para con nosotros un detalle, además de gaseosa: mandaron a hacernos un llavero con nuestros nombres gravados. Cada niña le entregaría a un compañero su llavero. Pues yo hacía fuerza para que Marylin tuviera en sus manos el llavero para mí... pues nada, señores! ella entregó el llavero al homenajeado del curso. Yo quedé de una sola pieza y como si esto no hubiera sido suficiente, cuando me tocó el turno hubo un silencio sepulcral porque ninguna de las muchachas se atrevía a darme mi llavero.... al fin Ana Judith Ballén se animó y en un gesto de compañerismo (o de resignación “a regañadientes”?) me lo entregó. Yo le agradezco a Judith por ese noble detalle, pero este suceso de dejó ver que yo no era tan apreciado en el curso, y que yo aún gozaba de tener la pésima popularidad del colegio... … en el fondo las entiendo: qué chica se iba a fijar, al menos como amigo, en el estudiante más estigmatizado y rechazado del Cooperativo del Magisterio de Cundinamarca Jornada Tarde? En fin, el dolor del amor no correspondido sumado a las interminables burlas y agresiones de los más de 800 estudiantes de Coldemag contra mí, hicieron que yo comenzara a ver mi permanencia en el colegio como una prisión en la cual yo no tenía aliado alguno y tendría que sobrevivir por mi propia cuenta y evitar que centenares de lobos rapaces me despedazaran. Cada día de clase lo asumía como un día más en aquella cárcel a la que yo había sido arrojado, y rezaba a Dios porque se me concediera el cambio de jornada, o el cambio de colegio. Me era imposible estudiar como era debido en medio de la discriminación y las continuas molestias de todos aquellos que me señalaban como “el loco”, “el raro”. Es más, ni siquiera en mi propia casa sentía paz, ni amor ni alegría. Desde los 15 años ya soñaba con independizarme y forjarme mi propia vida, la continua y creciente violencia intrafamiliar que se respiraba en el apartamento donde vivíamos afectaba, incluso, a los demás inquilinos y a los dueños de casa. Mientras conviví con mi familia jamás conocí la paz y el amor sino todo lo contrario. Con todo esto, la Parroquia del Niño Jesús se convirtió para mí en el único espacio en el mundo en donde yo era apreciado y valorado, el único lugar en el mundo en donde yo sentía que había alegría y paz, el único espacio en el mundo en donde yo podía explotar al máximo mis capacidades y virtudes sin ser juzgado o estigmatizado por nadie (aunque más adelante me daría

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cuenta de que ni siquiera allí era apreciado por “haberme salido del orden establecido”). Ese mismo mes tomé la decisión de retomar la catequesis de Confirmación, y así se lo hice saber al padre Eliécer; le dije que esta vez terminaría el curso aunque me costara la vida, pues mi mamá no estaba de acuerdo, entonces el padre se encargó de hablarle a mi mamá para que me diera permiso. Ella al principio no aceptó porque decía que ni con exorcismos yo cambiaría la desobediencia y la rebeldía, pero luego aceptó. Mi catequista se llamaba Doris Sánchez, una mujer que quería estudiar medicina. Allí conocí a Omaira Bermejo, quien se convertiría en una gran amiga. También estaba en el grupo de catequistas Félix Gómez y su hermana Dora, Alejandro Ramírez y Claudia Fernanda Alava. Durante el proceso de catequesis aprendí lo importante que era tener bien claras las cosas, pues había gente que se decía católica pero vivía como atea, y que el Espíritu Santo nos exigía testimonio. Un sábado el mismísimo padre Sálesman nos dictó una charla sobre los frutos del Espíritu Santo. Lo que no me gustó fue que uno de los catequistas, a la semana siguiente, habló del padre Eliécer como un cura enchapado a la antigua; no me gustó para nada el comentario pero no dije nada. Otro proceso de reflexión vocacional surgió en ese momento. Sabiendo que yo tenía una férrea vocación religiosa, pero a la vez veía que mi corazón se moría de amor, se me presentó la opción del Diaconado Permanente, es decir, ser diácono de la Iglesia pero a la vez la oportunidad de estar casado y fundar una familia llena de amor y santidad. Desde entonces dejé de insistir en el sacerdocio y me enfoqué con toda en el diaconado porque ello me permitiría cumplir mis dos anhelos: servir a Dios y a la vez amar a una mujer. En la vida hay tres maneras de hacer las cosas: la manera correcta, la manera incorrecta y la manera judía, y he aquí la manera judía de resolver mi encrucijada vocacional y sentimental! A partir de ese momento se me acabaron las excusas y los conflictos del tipo “Pájaro Espino”, y empecé a trabajar en la reingeniería de todo mi proyecto de vida en función de esa meta: el diaconado… pero en el colegio jamás pude convencer a mis compañeros y profesores al respecto, ellos siempre tuvieron en sus cabezas la idea de que yo me convertiría en sacerdote y en nada más. Nuevamente: tengan en cuenta que en esa época de mi vida los antecedentes judíos de mi familia eran protegidos cual secreto de estado y fuera del gnosticismo sólo tenía como referencia religiosa el catolicismo; pero varias circunstancias llevaron a que, poco a poco, el secreto más censurado y mejor guardado del Clan Gamboa saliera a luz… pero con funestas consecuencias!

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OTRA HUMILLACIÓN PÚBLICA. CHEERLANDER FRUSTRADO. Por esa época estaba de moda el famoso baile del meneíto. Me parecía un baile genial porque se podía bailar, tanto solo como en grupo y sin necesidad de pareja, además hasta donde yo había visto no era uno de esos típicos bailes sensuales de trópico. La machera! Además la coreografía me parecía pulcra, sencilla y para nada provocadora (mucho después otro grupo musical vino dañando la cosa metiéndole mujeres moviéndose como culebras envenenadas). En fin, en el colegio convocaron a un concurso de meneíto; organizaron varios grupos por curso, pero de 901 nadie se le midió y no era justo que el curso apareciera mal ante todo el colegio. Pues me inscribí y completamente solo salí al centro del patio, delante de los 800 estudiantes, y puse el pecho y la cara por el curso 901. Empezó la música y arranqué a bailar siguiendo los pasos oficiales del baile, que yo estaba convencido, no lo hacía nada mal (téngase en cuenta que de pequeño me daba vergüenza bailar por las burlas de mi familia, así que me la estaba jugando el todo por el todo). Y quería demostrarle a Marylin mi valentía, a ver si por lo menos con este gesto de coraje me apreciaba un poco más. Los primeros quince segundos de la canción la gente no podía contener la risa, luego otros diez segundos de silencio y luego silbido tras silbido, hasta un abucheo general con el cual acabaron sacándome del concurso. Ya ustedes se podrán imaginar el remate de abucheos en el salón de clases acompañado de un bombardeo masivo de bolas de papel contra mí. Desde entonces tomé la firme determinación de que jamás en mi vida volvería a bailar, ni solo ni en pareja (años después decidiría que sólo danzaría para Dios y eso por razones profesionales, por haber escrito un libro especializado para ministerios de danza, y que los demás bien se podían ir al diablo! lamentablemente en los años siguientes, las mujeres se fijarían en un varón especialmente si ellos sabían bailar, de lo contrario eran rechazados). Pero el colegio organizó una Coca-Cola Bailable, que era como un bazar escolar para recaudar fondos y obviamente, había música y baile. Ese día me había propuesto que, sin importar el tipo de mujer que se me acercara y aunque yo no supiera bailar, bailaría con ella o al menos haría el intento. Resultó que durante tres horas absolutamente ninguna colegiala se me acercó ni siquiera para conversar conmigo, yo estaba aburridamente sentado en una de las gradas que daban del pasillo principal del colegio al patio viendo cómo casi todos mis compañeros del colegio bailaban con sus parejas y los más pequeños, los de grados Sexto y Séptimo, jugaban por el patio. Al fin una chica de grado Décimo (una chica de nombre Adriana, recuerdo que era de ojos marrones, tez blanca, delgada, cabello rizado largo y

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castaño claro) se me acercó a hablarme. Me dije “bueno Richard, por fin una mujer te habla!”… con una sonrisa coqueta me habló:

- Richard, tú bailas? - Por supuesto! – respondí alegremente levantándome de la grada

donde estaba yo sentado. - Ah, qué bien! Felicitaciones! Sigue así! Adiós!

Dicho esto se alejó de mí burlándose a carcajada abierta mientras regresaba junto con sus compañeros que también se reían a carcajadas por la broma que me había hecho la chica. Este evento se convirtió en el chiste institucional de un mes entero en el Colegio Cooperativo del Magisterio de Cundinamarca – Jornada Tarde. Se organizó en el colegio la competencia de cheerlanders (en Colombia se les conoce con el nombre de “porristas”); por lo general eran las chicas las que participaban en estas competencias pero el curso 901 decidió innovar con la participación de los varones, especialmente para agregar a las coreografías pasos de rap y algunas acrobacias. Yo participé con mis compañeros en los ensayos y hasta había dado algo de dinero para el buso con capota en tonos violeta y azul oscuro que los varones usaríamos con un pantalón de sudadera. Por desgracia mi mamá se enteró y ya se podrán imaginar ustedes la cantaleta que me armó. Cuando le pedí que me permitiera continuar no sólo me lo prohibió expresamente alegando que yo debía estar estudiando y cuando no eran horas de estudio debía estar en casa, en ningún otro lugar, y que agradeciera que yo estaba en catequesis de Confirmación por el mérito del padre Eliécer, “de no ser por él yo lo retiraba de inmediato”, advirtió. Yo le reclamé que ella no me permitía prácticamente hacer nada, y ahí fue cuando me gané otra fuetera por haberle respondido eso.

Fotos de mis compañeros de 901 compitiendo en el festival de cheerlanders del colegio. Si

mi mamá me hubiera permitido participar, yo hubiera estado presente. Fotos cortesía Diana Pinilla.

PLAYLIST Snap – See the Light KWS - Please Dont Go La Unión – Ella es un Volcán

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Gun’s ‘N Roses – Welcome to the Jungle Red Hot Chilli Peppers – Give It Away Wilfred Morales y la Ganga – Mi Abuela Right Said Fred – I’m Too Sexy U96 – Das Boot Rolling Stones – Paint It Black Technotronic – Move This 2 Unlimited – Twilight Zone Lidell Townsell & A3 - Nu Nu (Hot Radio Appella) Opus III – It’s A Fine Day MC Hammer – Have You Seen Her El General – Son Bo! (El Meneito) MI CONFIRMACION Mi primer retiro espiritual fue en preparación a la Confirmación, y había sido en el Colegio Sor Teresa Valsé; fue un sábado muy especial para reflexionar, y yo estaba decidido a canalizar mi deseo de ser santo a pesar de que mi mamá hacía todo lo posible por alejarme de todo lo que fuera religión. Ima, como lo dije anteriormente, se había propuesto aislarme de todo lo que fuera “religión” porque concluyó que esa era justamente la causa de mis desobediencias y rebeldías. Ima creía que una vez yo alejado de toda conexión con lo religioso, perfectamente estaría dócilmente sometido a todos sus caprichos. Sábado 12 de Siván del 5752 (13 de junio, fiesta de San Antonio de Padua). El Santuario del Niño Jesús estaba siendo remodelado, así que la misa fue en el Patio Cubierto; monseñor Héctor Flórez, obispo del Ariari, presidió la ceremonia. Concelebraron con él el párroco Rodrigo Díaz y el padre Juan Pablo Rodríguez, director del Departamento de Audiovisuales y del Orfeón Juvenil Salesiano (con el que grabarían junto con la ex – reina Carolina Gómez unos villancicos) y me sirvió de padrino Carlos Tiria, el esposo de mi tía Marfy. Debo agradecerle al Eterno un regalo especial que mi padrino me dio esa tarde: de alguna manera supo de los orígenes judíos de la familia y me regaló un pequeño kipá blanco con encajes dorados en forma de Estrella de David (ese kipá aún lo conservo).

Cuando mi mamá vio el regalo soltó un gesto de lamento; decía que con este regalo iba a ser mucho peor mi situación espiritual. Textualmente dijo: “y ahora quién se va a aguantar a este sirilí, si cuando a Ricardo se le mete algo en la cabeza no hay quién se la saque?... sí, somos judíos! pero nadie debe saberlo, para qué? ahora no es que se vaya a poner a llevar el kipá al colegio y meta en más problemas a la familia”.

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Luego de la ceremonia, a la que no fue mi mamá por obvias razones, me ofrecieron en casa un sencillo almuerzo, pero Carlos Tiria tenía para mí otros planes. Esa noche me llevaron a una discoteca de Santa Isabel llamado “Noches de Media Luna”. Yo como siempre, apático a bailar en especial música tropical, pero pasaron algo de house y me animé. Luego en la euforia quise cantar el rap de la Abuela y logré convencer al DJ para que me la pusiera, que la quería cantar, y la canté. Bueno, a la gente le gustó y por cortesía de la casa me regalaron un vaso de gaseosa. Curiosidad: no me tomé ni una gota de licor. Bonita manera de celebrar mi cumpleaños número 15 y mi confirmación, verdad? VACACIONES DE JUNIO Y JULIO SIN ÉXITO EN EL AMOR. MI RE-ALINEACIÓN VOCACIONAL. Llegaron las vacaciones de mitad de año con el corazón dispuesto a hallar una linda muchacha que se fijara en mí. Armado de la bicicleta de mi papá (una bicicleta delgada tanto de armazón como de llantas, de esas que se usaban antiguamente para las competencias del Tour de Francia) daba vueltas por el Bosque de San Carlos para probar suerte, pero era inútil. Lo único que me dio esperanzas fue haber conocido a una niña preciosa llamada Diana y su amiga Yineth, pero nunca pasamos de simples conocidos. Por esos días me había reencontrado con una vieja amiguita que vivía diagonal a nuestra casa en Bosque de San Carlos. Vivía con sus hermanos y ella ya iba para los quince años. Frecuenté su casa con el beneplácito de sus padres y mantuvimos una amistad muy linda. Recuerdo que ella me contó un sueño que tuvo, que a la puerta de su casa llegó una luz y se aparecieron dos corazones; en uno decía “I Love You” y en el otro “Forever”. Qué romántico! Sus padres me invitaron a una pequeña celebración que le hicieron de quince años, y luego le dije a la chica que ella me agradaba; adivinen cuál fue su respuesta... jamás la hubo! De otro lado yo veía en el barrio a decenas de adolescentes que, para mi gusto y visión, eran hermosas. Mis hermanos y primos me condenaban porque, para ellos, yo me fijaba en muchachas que ellos consideraban “gaminas”, “ñeras”, “niñas malcriadas”, “asquerosamente horrendas” y que además no estaban a la altura de nuestra supuesta posición social. Es cierto que yo no me fijaba en chicas que gustaban de beber licor, fumar o que eran cortejadas por muchachos que, en efecto, eran de dudosa reputación. Por el contrario, siempre me fijaba en aquella niña callada, sencilla, de mirada tierna y moderada en su hablar, en su vestir y en sus expresiones; nunca me fijé en las bulliciosas o en las más coquetas o a las que vestían prendas demasiado pequeñas e insinuantes. No miraba a la chica de malos modales o a la que hablaba con palabrotas, de esas me mantuve siempre a distancia.

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Pero ni siquiera con semejante protocolo de clasificación logré que muchacha alguna se fijara en mí. Aún recordaba aquella penitencia de confesión de aquel cura joven que me aconsejó conseguirme una novia… pero, qué hacer entonces si ninguna chica quería ser mi novia? Recuerdo que frente a casa, en el barrio Gustavo Restrepo, junto al otro lado de la plazoleta, vivía una hermosa niña llamada Carolina; conversamos unas tres o cuatro veces y de hecho, me invitó para sus cumpleaños. Yo le llevé un ramo de claveles rojos y una de esas típicas cartas de amor de adolescente… el resultado fue que Carolina me dejó de hablar para siempre, y no volví a verla desde septiembre de ese año. Para el corazón adolescente es muy difícil vivir por el bien de los demás si la sociedad le oprime, le esclaviza y le extermina sistemáticamente; por experiencia y con conocimiento de causa, sé con absoluta certeza que es necesario brindarle a l@s jóvenes espacios en donde ell@s se sientan amad@s y valorad@s, para que ell@s puedan establecer sanas relaciones de amistad y de pareja que les ayude a vivir por el bien de los demás y en alegría. PLAYLIST Ten Sharp – You Phill Collins – Hold On My Heart Cómplices – Cuando Duermes Gun’s ‘N Roses – You Could Be Mine Nirvana – Smells Like Teen Spirit Willy Morales – Last Train to London Simply Red – Stars MIS VIAJES A RADIOACTIVA. PROBLEMAS CON MARYLIN.

En ese tiempo Radioactiva (una emisora de música pop-rock perteneciente a la cadena radial Caracol) sacó un Concurso de Canto Colegial y pedían que se llevara un cassete con lo que uno iba a cantar. El de la idea fue Diego, que rapeó algo que decía:

Hola, compañeros, cómo están? Vamos a bailar juntos este rap.

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Diego me invitó a que le pusiera más letra al resto de la canción, y escribí algo que se llamó “Baila Nuestro Rap”, lo grabé y lo llevé a Radioactiva para entrar al concurso. Y no contento con eso escribí una especie de radionovela humorística, que Diego y yo llevamos para que se emitiera; este libreto lo recibió José Ordóñez Jr, el que organizaba la parte humorística de Radioactiva (y quien después se convirtió en un famoso humorista con su programa “Ordóñese de la Risa”). Pero yo seguí yendo algunas tardes al estudio de la emisora, y conocí a Andrés Nieto, a Oscar Jaime López (al que todos conocían como Tito López), a Juan Manuel Correal que se hizo famoso por su personaje Papuchis y a Alejandro Villalobos, todos ellos eran el staff de la emisora. Andrés Nieto me dio la oportunidad de hablar al aire para leer los eventos escolares, incluyendo los de mi colegio, y me enamoré de la locución, de ese ambiente de un estudio de radio, del micrófono y de poner música... no era justamente eso lo que hacía yo de pequeño y unos años atrás? Bueno, regresamos de vacaciones en julio, y ocurrió en el salón del curso 901 algo en lo que se había acusado a Marylin; la profesora Teresa sometió el respaldo a nuestra compañera a votación y más de la mitad del curso levantó la mano para apoyarla, incluyendo mi voto... pero lamentablemente yo estaba fuera de la vista de Marylin y no se fijó que yo apoyaba mi voto a su favor, y sólo por hacerme el daño algunos le dijeron a ella que yo no había levantado la mano para apoyarla. En adelante Marylin me miraría con odio por el resto de nuestro tiempo de estudios juntos. Yo no entendía lo que había ocurrido, por qué si antes Marylin me daba, por lo menos una sonrisa, ahora no me miraba, y yo sufría a causa de su indiferencia o su rabia, no sabía por qué estaba furiosa conmigo. En agosto me le acerqué para preguntarle qué pasaba, y en respuesta me dijo toscamente que no quería saber nada de mí. Por ese tiempo el colegio nos programó una salida ecológica a la Laguna de Pedro Palo, al oeste de Bogotá, era una laguna que se parecía a la de Guatavita pero mucho más hermosa. Además de llenar el cuestionario de la salida ecológica, el ambiente me sirvió para dejar volar mi imaginación para escribir la segunda parte de Operación Extraterrestre. Hubo algo que me dolió profundamente en el alma, no sé si ya les conté que en todas las salidas del colegio siempre me tocaba ir y venirme solo, es decir, en mi puesto en el bus nadie se sentaba a mi lado. Bueno, yo anhelaba que ocurriera un milagro y que Marylin se sentara a mi lado. Señores, mientras en el bus sonaba la canción “Let It Be” de The Beatles, me di cuenta de que en las sillas de adelante Marylin estaba recostada en los brazos de otro de los Machos Alfa del curso y según como se veía el panorama, se estaban besando. Bíblicamente hablando, una espada de dolor atravesó mi alma, no pude contener el llanto, mis lágrimas se confundían con el viento que entraba por la ventana del bus y el verdor de los árboles del camino, pero menos mal nadie lo notó porque de lo contrario me hubieran bombardeado nuevamente con lo de “niñita llorona”.

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Desde entonces decidí ignorar a Marylin... pues qué creen ustedes? Fracasé! no podía quedar ante su presencia como si fuese una desconocida, cada vez que llegaba al salón de clases la veía tomando nota de las clases, me desordenaba la vida y me distraía. Acerca de mis novelas, nadie en el salón del curso 901 las conoció; no tenía otra manera de expresar lo que sentía sino a través de las novelas. El padre Eliécer me decía que no perdiera el tiempo escribiendo novelas porque las novelas son mentira, y el mundo ya está suficientemente engañado con tantas otras novelas. En cambio a Fernando Hernández “el Poeta”, Marylin lo admiraba por su talento literario y su indiscutible inspiración, cualidades que yo también admiraba de nuestro compañero de curso. Una forma de conectarme con el ser de Marylin, pensaba, era a través de la música aunque no le pudiera dirigir la palabra, entonces supe que en una emisora de AM pasaban a medianoche una media hora de bambucos (Marylin venía de familia antioqueña). Sin que mi madre lo supiera, todas las noches cumplía con esta cita a través de mi walkman (el cual camuflaba bajo mi almohada), y escuchaba los bambucos y me imaginaba cantándoselos a Marylin, porque eran letras llenas de sentimientos puros y nobles. PLAYLIST Led Zeppelin – Stairway to Heaven The Beatles – Let It Be Gun’s ‘N Roses – Don’t Cry Gun’s ‘N Roses – Civil War Def Leppard – Love Bytes Tesla – Love Song Michael Jackson – Another Part of Me Saigon Kick – Love Is On The Way EL INCENDIO Miércoles 13 de Av, 15 de agosto de 1992. Ya no estaban viviendo en la casa del Gustavo Restrepo los García Puertas sino una pareja con dos niños; el señor tenía fama de irresponsable. Esa mañana yo dormía, Kenny tenía en ese entonces 7 años y también dormía. Desperté escuchando gritos y un extraño rugido; cuando me levanté vi que el apartamento de la pareja estaba envuelto en llamas. Me vestí lo más rápido que pude, desperté a Kenny y lo tomé en mis brazos. Kenny apenas tenía 7 años de edad y estaba llorando del susto. Yo siempre he tenido en mi casa fama de nervioso, de cobarde y de bueno para nada, que perfectamente podría morir del sólo pánico en cuestión de segundos. En ese momento no me salía ninguna lágrima ni llanto, sólo veía fuego que salía de la alcoba del apartamento (nosotros vivíamos en el apartamento del primer piso atrás de la casa). Le dije a Kenny que íbamos a salir, que a mi cuenta tomara aire.

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Uno, dos, tres! Y corrí hacia la columna de fuego y de humo negro, que amenazaba con avanzar hacia el apartamento nuestro. Abracé a Kenny contra mi pecho mientras yo cruzaba corriendo y cabeza abajo para que las llamas no me alcanzaran... logramos salir a la calle mientras don Marcos y doña Blanca, los dueños de la casa, intentaban controlar el fuego. Me temblaban las piernas del pánico, pero ya estábamos fuera. Ima estaba fuera comprando el almuerzo. Cuando llegó un minuto después, se sorprendió por nuestra salida, pero tan pronto vio que salía humo de la casa arrojó la bolsa del mercado y se entró; todos le gritaban que no entrara, pero no la pudieron detener. Al minuto mi mamá salió con el cilindro de gas en la mano, para evitar una explosión que verdaderamente lo destruyera todo. A los cinco minutos llegaron los bomberos, pero el fuego había sido extinguido con la ayuda de los vecinos, que tenían extintores. Estos fueron los datos del incendio: los inquilinos prácticamente lo perdieron todo, el armario quedó completamente incinerado excepto una parte en donde estaba una estampita del Niño Jesús. Nuestro apartamento no sufrió daño alguno, pero toda la casa quedó envuelta en humo por dos semanas... y para completar, en todo el barrio estábamos sin suministro de agua esa semana, por causa del racionamiento. Yo quedé en cierta forma traumatizado por el impacto del incendio, jamás en mi vida había presenciado uno y mucho menos sabía lo que era pasar por en medio de dos columnas de fuego que superaban mi estatura. Yo siento que superé ese percance, pero para mi familia yo quedaría con el trauma para siempre. CONOCIENDO LA ESCUELA DE CATEQUISTAS. NAVIDAD SANGRIENTA. Si quería ser diácono casado era necesario empezar la preparación inmediatamente, así que luego de haberle compartido al padre Sálesman mi decisión él me sugirió iniciar la preparación siendo catequista, y la Obra Salesiana del Niño Jesús tenía su propia Escuela de Catequistas dirigida en ese entonces por la salesiana Sor Cristina Gamboa (esta religiosa no era del linaje tolimense sino del santandereano). Yo me animé por invitación de mi antigua catequista Omaira Bermejo, a quien mi mamá y mis hermanos habían ya conocido porque vivía a una cuadra de nosotros. A veces me extendía horas y tardes enteras hablando con Omaira acerca de asuntos bíblicos y pastorales (advierto que jamás hubo ninguna pretensión romántica porque Omaira era mucho mayor que yo), y entonces mi mamá enviaba a Diego a buscarme en casa de mi amiga, aunque a veces me recibía con gritos y puñetazos por llegar tarde. El segundo ciclo de 1992 me sometí a un semestre propedéutico, como un semestre de inducción a la Catequesis; en esto el padre Sálesman me apoyaba aunque no era momento para decirle a mi mamá que estaba dentro.

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Hubo una fiesta en el barrio Guacamayas, creo que en casa de Fernanda Avala, y todos los catequistas del 20 de Julio estaban invitados. Con el permiso de mi madre me fui con Omaira (y eso porque ella le dio a ima todas las garantías de que a su hijo no le pasaría absolutamente nada). Recuerdo esa noche, una fiesta sana, importante aclarar. Recuerdo entre mis amigos catequistas a Illis Giovanna Cruz y a Bárbara Luciana Bedoya; fui pésimo compañero de baile para Omaira pero me encantaba platicar con todos. Llegó Navidad, y mi papá estaba cada vez de mal en peor; el 24 de diciembre por la tarde estaba tan ebrio y tan alterado con la cantaleta de mi mamá, que él se lanzó contra ella para golpearla; yo intervine para evitar que la golpeara y abá me propinó un par de puñetazos que me reventaron la nariz; la pared de la sala quedó manchada de mi sangre. Ima de inmediato me ordenó salir con ella, pasaríamos Navidad en casa de uno de mis tíos, no recuerdo en casa de quién estuvimos, pero mi madre no estaba dispuesta a soportar más borracheras de Modesto, y peor en fiestas de fin de año. Recuerdo que para Año Nuevo de 1992 acompañé a mi papá a Chicoral porque mi mamá me pidió que lo escoltara (como siempre, salía de viaje borracho!), y fuimos a una vereda cerca al Río Coello, fuimos a la finca en donde, según me contó mi papá, había nacido y crecido él. Era una casa muy pobre y pequeña, y estaba abandonada. DE MISIONES AL META. A LA SIJÍN. EL DÍA QUE MALDIJE MI SUERTE. En el Santuario del 20 de Julio yo había conocido a un sacerdote de nombre Herber; parecía muy amable y me veía como un muy importante potencial para el sacerdocio. Me invitó a misiones a Cumaral, Meta; yo estaba demasiado motivado porque yo nunca supe lo que era ir de campamento de misiones, y ahora se me daba la oportunidad. Mis papás conocieron al padre Herber y les inspiró confianza. En enero de 1993, cuando mi papá y yo llegamos de Chicoral, mi mamá no estaba ni mis hermanos (ellos estaban con ella en El Espinal). Así que abá me dio el permiso para irme con el padre Herber, y sin más ni más arranqué con el sacerdote a Cumaral. Cumaral es una pequeña población del departamento del Meta, junto a la falda este de la Cordillera Oriental, pero nosotros nos ubicamos en la vereda Santa Ana, en la falda de la montaña, y fuimos recibidos junto con unos seminaristas en la escuela de la vereda; allí fue nuestra base de operaciones por casi una semana. Las caminatas que nos dimos visitando finca por finca eran bastante exigentes; había que cruzar por lomas completamente secas, allí no pasaba ninguna quebrada, y la única bebida que los campesinos ofrecían era el famoso guarapo y que no quise ni probar, razón por la que al cuarto día me deshidraté. En algunos tramos había que cruzar propiamente espesos bosques que más bien parecía una selva en miniatura. Mejor dicho, ya que

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tanto admiraba a Rambo y me sentía tan valiente como él, ahí tenía a mi disposición una versión a mi contexto. Yo estaba extasiado del paisaje llanero, de lo amaneceres dorados, de todo lo que se podía ver desde las cumbres de las lomas; había un tramo en el que se podía divisar hasta parte del territorio de Venezuela. Un río turbulento cruzaba a unos kilómetros de la vereda, en él disfruté nadando aunque casi me ahogo por querer deslizarme montado sobre un neumático inflado, pues al pasar por un remolino la fuerza de la corriente me hundió, pero logré salir bien. Por las noches había reuniones de vecinos para la celebración de la misa y un compartir comunitario. Allí el padre Herber y los seminaristas amenizaron la tertulia y me enseñaron algunos chistes. En fin, fue una semana genial, pero sentía que era el momento de regresar a Bogotá; logré convencer al sacerdote para que me dejara regresar solo, y luego de un día de presión accedió. Eso sí, nadie me dio un peso para devolverme, afortunadamente yo contaba con un presupuesto de emergencia con el que me regresé; llegué de noche a Bogotá pero sentí el impulso de no llegar a la casa (presentía que mi mamá acabaría conmigo al verme, esperaba una fuetera inolvidable y yo no estaba dispuesto a recibirla), así que decidí llegar a la casa de mi tío Augusto, en Santa Isabel. Ellos estaban de viaje, así que sólo estaban Edwin y Dany, mis primos, quienes no vieron problema en que me quedara. Con Edwin compartí unas salidas a su pasatiempo favorito: el billar. Al día siguiente me presentó a Adriana, una chica muy linda y atractiva... parecía que yo le gustaba. Pero esa tarde de enero de 1993, al despedirnos, Edwin se le acercó a Adriana y se besaron. Ese día sentí que el mundo se me venía abajo; cómo era posible que una mujer me sonriera como diciéndome que yo le gustaba y luego estaba besándose con otro hombre? Aunque hay algo que debo apuntarle a Edwin: de adolescente él tenía una avasalladora facilidad de conquistar a cualquier chica que se le cruzara por su camino, a veces hasta yo lo envidiaba y quería que él me enseñara sus secretos de galán. Edwin me dijo que lo primero que se necesitaba para conquistar a una chica era aprender a bailar, cosa que jamás logré. Luego Edwin me dijo que debía vestir a la moda… bueno, mis primos siempre contaron con la ventaja de poder vestir prendas de aquellos a quienes llamábamos “gomelos” (generalmente era el término para referirse a un joven de clase alta o de clase media-alta, de expresiones vanidosas - usando extranjerismos y muletillas como “o sea”, o “qué oso!” - vestido según las últimas tendencias de la moda y/o por lo general con prendas de marcas reconocidas)… yo, por desgracia, no vestía absolutamente nada a la moda, toda la ropa que yo vestía era elegida por mi madre y mis tías, o en el peor de los casos era ropa usada de mis tíos (que tenían su propio estilo de vestir propio de los papás y las mamás de la Generación W, es decir, generación 60s o 70s).

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Lo tercero era oler muy bien; otra tarea difícil de cumplir cuando en esa época aún no se producían suficientes líneas de perfumería para varones adolescentes. Sólo tenía en mi poder una colonia Old Spice de Shulton que me habían regalado mis papás de cumpleaños, pero era imposible usar esa colonia diariamente porque la instrucción que tenía al respecto era usar la colonia exclusivamente para ocasiones muy, muy especiales. Creo importante aclarar que las mujeres colombianas gustan de ir a bailar, de rumba, su fuerte es la música tropical y casi todos los varones poseen esa habilidad para bailar, que es con la que las conquistan a ellas (en efecto, la inmensa mayoría de las relaciones de pareja en Colombia han surgido en medio de los bailes). Yo, por el contrario, jamás pude pertenecer a ese gremio nacional de bailadores y de rumberos, aunque me lo haya propuesto en algunas ocasiones, y eso probablemente pueda explicar por qué estuve tanto tiempo sin novia. Pero volvamos al caso de Adriana y Edwin. Luego de ver esta romántica escena, las lágrimas cayeron de mi rostro y ya en casa de mis primos maldije tanto ese día como el día de mi nacimiento. Fue la única vez en mi vida que se me habían escuchado palabrotas de alto calibre, parecía un demente maldiciendo y exclamando groserías; para Edwin mis palabrotas no eran más que dichos populares y hasta reía alegremente escuchándome, pero luego me arrepentí profundamente de haberlas dicho. Ese día fue el primero y el último de mi vida en que se me escucharía decir palabrotas. Al día siguiente mi mamá me llegó de sorpresa a la casa de mi tío Augusto. Yo estaba terriblemente asustado porque esperaba lo peor, pero ella procuró calmarme, me prometió que no me haría nada malo y me pidió que la acompañara a una diligencia. Subimos a un taxi... y llegamos a un lugar que me heló los huesos: las oficinas de la Sijín de la Policía, en el Comando de Policía de Bogotá. Entramos con mi mamá a una oficina y nos atendió un teniente que, para mi sorpresa, llevaba un folio con mi fotografía. El teniente me llevó a una oficina aparte y me tuvo allí por más de media hora. Me comentó que mi mamá había denunciado mi desaparición y pidió que le comentara detalladamente las razones por las cuales me había desaparecido. Yo le conté al teniente lo que hice en Cumaral, con quiénes yo había ido y en qué condiciones estábamos. Me preguntó sobre el padre Herber y sobre todo, insistió en preguntarme si habían abusado sexualmente de mí, si me habían reclutado para la guerrilla, si me habían hecho daño, si fui ultrajado o amenazado de alguna manera. Afortunadamente el padre Herber fue muy respetuoso conmigo, aunque sí sospeché por el trato tan dulce que tenía para conmigo, seguramente por ser el menor del grupo de misioneros. Cuando salí de la oficina había llegado mi papá, a quien también lo interrogaron, y por lo que sé le pegaron un regaño terrible por haberle callado a mi mamá sobre mi paradero, pues no quiso decir en dónde estaba yo, y por eso mi mamá tuvo que recurrir a la Sijín.

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Cuando llegué a la casa mis hermanos me abrazaron llorando y mi mamá tampoco pudo contener las lágrimas... y yo tampoco. Prometí no desaparecerme así, aunque le pedía a mi mamá que jamás me volviera a pegarme, porque yo ya no soportaba más maltratos y prohibiciones por parte de ella. Mi mamá prometió nunca más golpearme y hacerme prohibiciones de estar en la iglesia, pero esa fue una promesa de político porque jamás la cumplió; por el contrario, sus maltratos se incrementaron aún mucho más desde ese día. PLAYLIST INXS – Taste It MC Sar & The Real McCoy – It’s On You Marky Mark – Good Vibrations Locomía – Niña 2 Unlimited – No One 2 Unlimited – Tribal Dance

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VI DÉCIMO GRADO, PÉSIMO GRADO!

1993 PRIMER SEMESTRE DE CATEQUESIS. OTRO AÑO MÁS EN COLDEMAG. Es el año 1993. Me matriculé en la Escuela de Catequistas porque el padre Sálesman me había aconsejado que, si quería ir perfilando mi vocación diaconal debía iniciar como catequista, así que inicié estudios de Primer Semestre; recuerdo que el discurso de bienvenida nos los dio el padre Luis Rodríguez, el gran animador y director de la Pastoral Social. Nos dio una predicación sobre Marcos 16,15: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. Mis compañeros eran más de setenta, entre ellos estaba alguien que le trabajaba al padre Sálesman pero a quien yo no le caía bien: Román, un muchacho alto, de bigote y cabello largo. Yo llegué a la Escuela de Catequistas con una cantidad de ideas terriblemente locas y un espíritu bélico pesadísimo, pues mi admiración por Rambo me salía hasta por la piel, pues también me fascinaba la vida militar. En fin, creo que fue para clase de Introducción a la Pastoral que el profesor nos puso una exposición de cómo evangelizar, y yo salí con una explicación que más bien parecía el inventario de un arsenal de fuerzas especiales; a mis compañeros hasta les gustó mi exposición, pero enseguida el profesor me pegó un regaño de padre y señor mío delante de todos, que yo era el más claro ejemplo de lo que podía hacer la sociedad de consumo con un joven, y que Cristo quiere evangelizadores de paz, no mercenarios. Así fue que me gané, al igual que en el colegio, la fama de “loco” y de “raro” en toda la Escuela de Catequistas (y allá también me apodaron “Rambo”). Días después me puse a reflexionar qué rayos estaba pasando conmigo. Lo ocurrido en la Escuela me dio a entender que demasiada represión me estaba afectando, pero no le encontraba salida. Yo me identificaba con Rambo, no por su bravura y su uso de las armas... el personaje de las películas de Hollywood era un hombre solitario, rechazado, reprimido y no tenía otra manera de desahogar su ira más que con la muerte de sus enemigos en el campo de batalla. Yo me sentía con un estrés post-traumático de guerra, que en caso de conflicto alguno explotaría. Eso era exactamente lo que me estaba ocurriendo, esos mismos sentimientos yo los sentía, eso era lo que estaba recibiendo del mundo: violencia y censura en mi casa, y violencia y censura en el colegio.

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Para ese año comencé a presionar a mi mamá para que yo pudiera estudiar en la Jornada de la Mañana de Coldemag, o en el peor de los casos cambiarme de colegio, pero nuevamente la violencia de ima por mi solicitud reprimió mi corazón que ya estaba demasiado lesionado, y ahora tenía que repetir otra dosis de persecución magisteriana. Sentía como si estuviera condenado a pagar una larga condena permaneciendo en aquel centro de reclusión que llamaban “colegio”. HaShem! Cuánto más duraría esta condena? Cuándo saldría de esta prisión en la que me estaban matando a diario? Cuánto más tendría yo que soportar este campo de concentración? Es más: habría la posibilidad de salir con vida de este Alcatraz escolar? Pareciera como si en el colegio hubiera salido un edicto en el que se le prohibía a toda estudiante magisteriana de la Jornada de la Tarde entablar amistad con Richard Gamboa. La sociedad que me rodeaba no me entendía, siempre fui señalado en el colegio como el "raro", el "loco"; yo era despreciado especialmente porque pensaba de forma libre, y el pensamiento libre en una sociedad represiva y alienada está prohibido. Por eso no me gustaba salir a descanso, y en muchas ocasiones el temible coordinador de disciplina Álvaro Sánchez me hizo bajar al patio a las malas y a punta de insultos (y a veces a empujones), no me permitía quedarme en la biblioteca leyendo. Diego estaba ahora en séptimo grado, creo, y sentía yo que a él le daba vergüenza ser el hermano del estudiante-bufón de Coldemag. Yo me sentía en una profunda soledad, pero aún lo peor no había llegado. Bueno, sigamos con el colegio. Décimo grado, nuevas materias: Física, Química, Filosofía, Trigonometría. Francés era una de mis materias favoritas junto con Informática… lástima que este idioma romance fue eliminado del colegio en 1995 para darle prioridad a la enseñanza del inglés. Director de curso: Ferneth Cortés, nos dictaba Educación Física. No recuerdo mucho de ese año, salvo que cada día era igual que el anterior y que seguía con mis compañeros de 901 que ahora éramos el 1001, y que la relación con Marylin parecía seguir igual o peor de tensa. La única victoria que tuve ese año en el colegio fue que en abril vencí a mis oponentes en el concurso de ortografía pero en lugar de aplausos recibí rechiflas; una victoria amarga porque los únicos que me felicitaron fueron algunos profesores, pero ninguno de mis compañeros me felicitó. EL PADRE HUMBERTO SILVA. MONSERRATE. Yo había conocido al padre Humberto Silva en la primera comunión de mi prima Katherine, en Suba, el 26 de Siván del 5751 (8 de junio de 1991), pero para 1993 mi mamá se puso en contacto con este sacerdote para que me ayudara con la pensión del colegio, pues era imposible continuar sin ayuda (ya habían pasado tres años desde que Modesto juró no volver a ayudarnos en nada). El padre Silva con gusto me apoyó porque yo le parecía un chico agradable.

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El padre Silva fue inicialmente miembro de la Congregación del Oratorio (Padres Filipenses) pero después se retiró de la comunidad y siguió trabajando como sacerdote secular; había fundado un instituto de teología llamado Escuela de la Palabra y apoyaba a algunos muchachos en su formación al sacerdocio. Pero había un muchacho cuyo origen era mucho más pobre que yo, y que al parecer fue mendigo (gamín, como le llamamos en Colombia a los niños mendigos). No recuerdo su nombre, el caso es que me tenía una envidia visceral, tanto así que una vez en son de juego me propinó un puñetazo al estómago con el que me dejó sin aire por varios segundos. Este muchacho tenía una fuerza animal, y yo sabía que debía cuidarme bien de él porque en un arrebato de celos podría hasta matarme.

El imponente Santuario de Monserrate que custodia a la ciudad capital de Bogotá. Allí serví

de monaguillo durante el año 1993. Además el padre Silva era capellán del Santuario de Monserrate y allá oficiaba misas sábados y domingos, así que como gesto de agradecimiento le serví de monaguillo los sábados y un domingo cada dos meses. Recuerdo muy bien a Don Venancio, que tenía frente al santuario un restaurante en donde se servía el mejor desayuno del lugar: el emblemático tamal con chocolate santafereño. Durante ese año fui privilegiado en contemplar seguidamente la panorámica de Bogotá y de estar ayudando como monaguillo en este santuario tan importante en la capital colombiana. De otro lado yo le conté al padre Silva acerca de lo poco que hasta el momento sabía de los orígenes judíos de la familia y hasta le mostré el kipá que mi padrino de confirmación me había regalado, por lo que el padre

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Silva me prestó un libro llamado “El Hebreo a su Alcance” de Eliécer Tirkel, con lo que pude familiarizarme con el idioma, además de que me mostró varias reliquias que él consiguió en su viaje a Tierra Santa años antes. Todas estas cosas fueron para mí tan familiares desde el primer instante en que llegaron a mis ojos, como si la información acerca de estos objetos yo ya la hubiera sabido desde siempre. Un sábado llegó a celebrar un obispo auxiliar de Bogotá, monseñor Agustín Otero. Como ya estaba en la Escuela de Catequistas yo me sentía representando al santuario ante la Escuela y me le presenté a monseñor como catequista de Monserrate. La respuesta del obispo fue: “en Monserrate no existen catequistas”. Otro golpe para mi orgullo y mi autoestima. Yo le conté al padre Silva mis intenciones de ser diácono casado pero a la vez le expresé mi deseo de entrar a un seminario a estudiar, pero él me dijo que yo no tenía la vocación para ello, entonces me animó por la locución y me prometió que cuando yo terminara el Bachillerato me enviaría a la Universidad Estatal de Guadalajara, en México, a estudiar Periodismo. Entonces empecé a soñar con México y a apropiarme apasionadamente de todo lo que pudiera saber del país azteca: música, gastronomía, costumbres, historia. Hasta adquirí su dialecto, pero tanto se me pegó que me quedé de por vida con un cierto aire de charro boyaco-marrano en mi tono de voz (además combinen ustedes todo esto con el aprendizaje del hebreo, peor por ahí!!) El padre Silva, aunque nació en Tello (Huila) era mexicano de corazón, devotísimo de la Virgen de Guadalupe y de un amigo suyo de la infancia que fue asesinado durante la guerra civil española y declarado beato: Gaspar Páez Perdomo, de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios. Y POR FIN ME DIERON EL PRIMER BESO! Parece que el amor esta vez sí me iba a sonreír porque en abril conocí en el santuario a una hermosa chica morena llamada Lourdes, que venía de Cali. Lo más impresionante es que ella me esperó hasta mediodía, ella y su prima (cuyo nombre no recuerdo y que vivía en Bogotá) me invitaron a almorzar. Luego bajamos a Bogotá y las acompañé a una casa en el barrio La Candelaria, que era donde ellas se estaban quedando. La razón por la que le atraje a Lourdes fue por mis motivaciones vocacionales y matrimoniales, ella me decía que jamás había conocido a un joven hablar de esas cosas, además de haberle atraído mi dialecto. Lo que pasó fue que los familiares de Lourdes nos dejaron solos en la sala, y por favor no me pidan explicaciones racionales! El caso fue que Lourdes y yo nos lanzamos al mismo tiempo el uno hacia el otro y nos besamos. Bendito seas, haShem! Por fin una mujer se había fijado en mí! Esto era más que un milagro, era todo un acontecimiento, un suceso histórico. El romántico beso sólo nos duró unos minutos porque luego llegaron a la sala los familiares de Lourdes. Pasé con ellos toda la tarde compartiendo

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más anécdotas y antes de regresar a mi casa en el Gustavo Restrepo le di a Lourdes mis datos personales, hasta la dirección del colegio para que nos viéramos a mi salida de clases a mediodía el lunes siguiente… estaba dispuesto a faltar a clases ese día con tal de ver a mi Lourdes nuevamente. Como era de esperarse, la cita jamás fue cumplida. Pero cometí un grave error: no le pedí a Lourdes sus datos personales, y así acabé perdiéndola para siempre. Lourdes jamás me llamó ni me escribió. OTROS INTENTOS FALLIDOS DE CONQUISTA Por ese tiempo estaba visitando a una amiga llamada Adriana, que yo había conocido en Unicentro una tarde de diciembre de 1992 que acompañé a mi hermano Diego para que conociera este importante centro comercial de Bogotá. Bueno, seamos exactos: la conocí en la buseta de regreso a casa, nos entrecruzamos miradas coquetas, nos intercambiamos números de teléfono y mantuvimos la amistad. Adriana vivía en el barrio Molinos II Sector, en las montañas del suroriente de Bogotá, en un apartamento en un conjunto cerrado. La visité dos veces y en esas dos visitas intenté cortejarla sin éxito. Por el contrario, Adriana me confesó sus frustraciones y angustias existenciales a la vez que se fumaba uno o dos cigarrillos. Perdí la comunicación con Adriana en septiembre de 1993 y jamás volví a saber de ella. Mi angustia por la soledad me llevó a seguir fielmente un programa de medianoche de Radioactiva llamado “Desesperadamente se Busca”, era un espacio para establecer contactos de amistad o de romance (recuerden que tenía en mi poder mi walkman rojo, que siempre me acompañaba a todo lugar; yo me acostumbré desde los 15 años a dormir escuchando música para neutralizar mi ansiedad producto de la hiperactividad que me ha acompañado toda la vida, pues desde los 10 años he sufrido de insomnio, tanto así que puedo permanecer despierto hasta 72 horas y sin sentir sueño o cansancio). En ese entonces “Desesperadamente Se Busca” lo conducía la locutora Deysa Rayo, a quien llamé un domingo a la emisora para que alguna muchacha me contactara; obviamente no di mi nombre sino el pseudónimo de Michael y el número telefónico de la casa (aún no contábamos con Internet en aquel entonces). El problema era que era el número pertenecía realmente a los dueños de la casa, y así la noche en que se transmitió mi mensaje me llamó una chica llamada María Fernanda; por obvias razones mi llamada no fue atendida. Al fin me decidí en dar mi nombre completo y la dirección postal de casa para que me escribieran. Ya ustedes se podrán imaginar luego la burla colectiva de la cual fui objeto en el colegio, ya que centenares de magisterianos escuchaban Radioactiva en las noches; “qué oso!”, exclamaban las colegialas avergonzadas, tanto de mi curso como de otros cursos. Y ni con todo esto alguna colegiala se conmovió con mi situación!

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Por fin mi mensaje había tenido respuesta. Recibí en casa la carta venida de Cali… era Lourdes? No, señores! La chica se llamaba Yamilet Carabalí Aponzó, que había escuchado mi deseo de contactar amigas desde Bogotá y Densa Rayo le había suministrado por llamada telefónica privada mis datos. Era una carta muy bonita y expresaba los sentimientos nobles y sanos de una colegiala del Pacífico Colombiano. No pude responder a la carta de Yamilet porque ima, en uno de sus tradicionales ataques de ira y de represión, rompió la carta que yo había recibido y la echó a la basura sin que yo pudiera recuperar los pedazos rotos de la correspondencia. Esta iba a ser la primera de muchas veces en que se me privaba del derecho universal a las comunicaciones y la correspondencia que reza la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y ahora nuestra nueva Constitución Nacional. Otro intento de romance no provino de mi iniciativa sino de una compañera del colegio, de Grado Noveno, llamada Carolina. Era alta, delgada, de piel trigueña, de ojos pequeños y de cabello castaño claro y corto; sus rasgos faciales la mostraban como una mujer demasiado iracunda y había algo en su mirada que me inspiraba más temor que gusto. Jamás pude entender qué era realmente lo que le había atraído de mí (o estaba jugando conmigo como parte de un complot colectivo en mi contra? Era muy sospechoso que yo le atrajera a una extraña de un momento a otro y sin que hubiera un trato amistoso previo) y uno de nuestros compañeros en común me insistió en que ella estaba enamorada de mí y que le diera la oportunidad de un romance, ya que justamente en el colegio se comentaba que yo permanecía solo, o porque yo era un demente, o porque yo era gay… prácticamente accedí a la oferta de este shadjám (casamentero) escolar y a través de él le envié a Carolina una caballerosa carta de aprecio, aunque ni siquiera se nos había presentado formalmente. El sábado siguiente la invité a casa a compartir una merienda y aprovechada la ocasión de que estábamos solos y con apenas 5 minutos de plática, Carolina y yo nos besamos pero ella intentó presionarme para que tuviéramos algo más que un beso… comprendí qué era lo que ella quería, el terror me invadió y habiéndome sentido acosado sexualmente me resistí con cortesía pero con firmeza. Carolina salió furiosa de mi casa. El lunes siguiente Carolina me envió a freír espárragos por haberme negado a hacer el amor con ella, y delante de todos en el patio del colegio me insultó con palabrotas de alto calibre y me gritó que yo era un homosexual y un enfermo mental, y que jamás le volviera a dirigir siquiera la mirada. Una vez más la lluvia de burlas de centenares de magisterianos bombardeó mi alma y la discriminación contra mí en el colegio se agravó aún más de lo que ya estaba. Mi compañero que nos había servido de intermediario amoroso se enojó mucho conmigo y me recriminó que en el colegio muchísimos habían iniciado su vida sexual, incluso a los 12 años, y él no podía entender cómo fui capaz de rechazar a semejante sabrosura de mujer por aferrarme a lo que él y muchos consideraban, una mutilación psicológica. “Mírate Gamboa!

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Los curas te han dañado la cabeza, por estar con ese cuento de la pureza acabas de echar a perder la mejor experiencia de tu vida”, me decía. MI PRIMER CIGARRILLO En el barrio donde vivíamos conocí a un par de chicas que, al parecer, yo les agradaba y como era el cumpleaños de una de ellas me invitaron a la fiesta de cumpleaños. Esa tarde organizaron una mini-teca (una improvisada pista de baile con las ventanas forradas con plásticos negros y cartones) y, además de que absolutamente ninguna de las chicas quiso bailar conmigo, estaban presentes muchachos con pinta de busca-pleitos. Tanto el alcohol como el cigarrillo abundaron en esa fiesta, incluso algunos de los muchachos me invitaron a fumar cigarrillo con ellos. Un NO de mi parte me hubiera puesto en aprietos y me decidí por aceptarles el cigarrillo. A simple vista todo parecía que el ambiente era normal con los jóvenes, y muchos creerían que fue ahí donde comencé a fumar… pues se equivocan! Al contrario de los demás, yo no era tan tonto como para pasarme en humo a los pulmones, yo simplemente chupaba el humo, lo retenía uno o dos segundos en la boca a la vez que tomaba aire por la nariz y luego lo botaba suavemente, y así todos creyeron que yo fumaba con naturalidad. Al principio mis compañeros del colegio se burlaban de mí porque yo no fumaba (jamás cigarrillo alguno tocó mis labios mientras vestí el uniforme del colegio, que a pesar de que lo odiaba y deseaba con toda mi alma retirarme de estudiar de Coldemag, aún así respeté siempre ese uniforme y jamás hice cosa indebida ni di el más mínimo mal ejemplo con él), pero en la vacaciones de mitad de año algunos compañeros que vivían en el barrio y sus alrededores me sorprendieron con un cigarrillo en la mano, y desde ese día nadie volvió a fastidiarme por no fumar como los demás, aunque permanecieron vigentes todos los demás ataques que sufría. El día de mis cumpleaños número 16 lo pasé en casa de mi tía Piedad Gamboa, en Ciudadela Colsubsidio, al noroccidente de Bogotá. Lo pasé completamente solo y en medio de la depresión. PLAYLIST The Beloved – Sweet Harmony Matía Bazar – Cavallo Bianco Maná – Cómo Te Deseo Café Tacuba - María Durán Durán – Ordinary World Enya – How Can I Keep in the Singing MARÍA OLGA MURCIA En junio de 1993 fui invitado por mi tía Marfy a ir a visitar a mi abuela Alicia al Espinal. A mí me gustaba viajar con mis tías y no con mi mamá, para empezar porque ellas no alegaban por el camino como ima lo hacía (mi

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madre jamás podía permanecer en silencio! Cantaleteaba por todo y por nada), y además porque yo ya había llegado a los 16 años y quería empezar a desenvolverme en el camino a la finca de mis abuelos por mi propia cuenta. Llegamos al Espinal justo para las fiestas del Corpus Christi, ya varios de mis tíos estaban en la finca (creo que fueron Fernando, Ezequiel y Doris) a y mi abuela le dio por ir, no al Espinal sino a otro pueblo más lejos: Guamo, que era un punto de encuentro en la vía Espinal-Neiva. Se decía que allí las fiestas de Corpus Christi eran muy pomposas, se hacían procesiones a todo dar y prácticamente la fiesta religiosa acababa por convertirse en un carnaval. Pues fuimos allá. Aproveché que mis tíos acompañarían a la abuela Alicia a la misa solemne del mediodía para colarme por entre el tumulto de la gente y llegar a la sacristía. Le pedí permiso al sacerdote para acompañarlo como acólito en la misa y sin pensarlo dos veces me dio el permiso a la vez que me entregaba el alba o túnica blanca y que me revistiera cuanto antes. Así acompañé a los Gamboa en la misa de Corpus: desde el altar. Mis tíos no tenían palabras para describir la situación, pero mi abuela estaba orgullosa. Al salir de misa tuvimos una interesante plática con mi abuela, pues ella ya se estaba haciendo la idea de que yo me iría de sacerdote, y aunque le expliqué a mi abuela lo referente al diaconado permanente y de cómo podría yo servir a Dios a la vez que podría estar casado; ella en realidad no entendió qué era eso pero no le importó, lo importante para Alicia Montealegre era que habría para el futuro un sacerdote en la familia. En fin… De regreso a la finca, como lo había hecho el día anterior, visité a una amiga de la infancia: María Olga Murcia Guzmán (aclaro: nada qué ver con los Murcia Guzmán de la famosa pirámide DMG). María Olga era hija de Arnulfo Murcia y Chela Guzmán, que tenían una tienda de gaseosas y por la que cruzaban los autos, esa tienda fue llamada “la Tienda de los Chacón” porque en el pasado la casa era propiedad de una familia con ese apellido. Olga era la mayor de tres hijos. En esa época María Olga ya era toda una mujer de mi misma edad que cursaba Noveno Grado en un colegio en el Espinal, y a decir verdad más de uno en la vereda ya la estaba cotizando como proyecto matrimonial. Olga no era una mujer de muchas palabras pero era sencilla, servicial, cortés y dulce.

María Olga Murcia Guzmán en su adolescencia. Foto cortesía de la

mismísima Olga!

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Aquella tarde de domingo de Corpus Christi y luego de ayudarle a Arnulfo Murcia a ensartar hojas de tabaco en sogas, le ayudé a Olga a redactar con la máquina de escribir un trabajo de historia que ella debía presentar al día siguiente, pues a mí me rendía escribir (de algo sirvieron los tortuosos ejercicios de mecanografía de Analy Acosta en el colegio, porque me convertí en uno de los digitadores más ágiles, tanto en el colegio como en la universidad). Pero la redacción y las conclusiones de lecturas resultaron tan extensos que acabamos a las 8 p.m. Menos mal uno de mis tíos había pasado por allí con su auto y le había informado a mi abuela en qué andaba. Doña Chela (aunque ella me prohibía que la llamara “doña”) me ofreció la típica cena tolimense: sancocho (una sopa a la que se echa de todo: plátano verde, papa, arracacha, pollo y/o carne y yuca), mientras la familia Murcia Guzmán me hacía preguntas sobre religión, y le expliqué a Olga lo del diaconado casado cuando me preguntó si me iría a estudiar para sacerdote luego del bachillerato. Debía regresar a Bogotá al día siguiente, después de almuerzo, pues aún quedaba una semana de clases en Coldemag antes de salir a vacaciones de mitad de año. La Tienda de los Chacón distancia de la finca de mi abuela Alicia unos 700 metros hacia el sur, caminando uno se tarda 10 o 15 minutos pero en motocicleta o auto son 2 minutos. El problema más grave eran los perros bravos que salían de la finca de Erasmo Gamboa (el hermano de mi abuelo Nemesio), y en la noche pasar por allí a pie era suicida porque los siete perros hambrientos de esta finca me despedazarían. Olga lo sabía, ni siquiera ella misma se atrevía a pasar por allí a pie, así que se ofreció llevarme hasta la finca de mi abuela en su motocicleta. La noche del 25 de Siván del año 5753 (13 de junio de 1993) era una noche de luna menguante pero extrañamente estaba el cielo completamente despejado, sin una sola nube y totalmente lleno de estrellas. Un escenario muy romántico para lo que sucedió inmediatamente María Olga se detuvo en la entrada de la finca de mi abuelita. Bajamos de la moto, le di cortésmente las gracias y no sabemos si fue por el ambiente o qué, el caso es que acabamos abrazados y besándonos muy románticamente. Waw!!! Esos besos duraron, si mi noción del tiempo es correcta, como cinco o diez minutos. Luego nos prometimos vernos antes de partir a Bogotá. Me fui a dormir muy contento y bendiciendo al Padre Celestial por este suceso… “después de todo no soy el Patito Feo”, me decía mientras intentaba conciliar el sueño pues aún sentía los labios de María Olga sobre los míos y la fuerza de sus abrazos. Al día siguiente, como lo prometimos, nos vimos en su casa a la hora del almuerzo (yo ya había avisado a mi abuelita que no almorzaría con ellos porque Olga me había invitado, además de contarle lo sucedido la noche anterior, a lo cual ella asintió y me dijo que Olga era una muchacha muy juiciosa y que si algún día pensábamos en casarnos, yo me habría ganado la lotería con esa chica). Conversamos muy amenamente y parecía que Chela también se había enterado del romance que había nacido entre nosotros, y lo apoyó con convicción.

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A eso de las 2 p.m. había llegado mi tía Marfy para llevarme de regreso a Bogotá. Antes de tomar el taxi en la carretera, Olga y yo nos intercambiamos carnés estudiantiles para que no nos olvidáramos el uno al otro y ella además me regaló una cartita con unas frases que jamás he olvidado, las memoricé con certera precisión y aquí les escribo exactamente lo que mi Olga escribió en esa cartita:

“Nunca la ausencia causa olvido de quien se quiere tanto; podré no verte, abrazarte, pero olvidarte nunca jamás. En el pétalo de una rosa dos cosas escribí: que te quiero, que te amo desde que te vi. Qué lindos son los pajaritos cuando están volando, qué lindos son tus ojos cuando me están mirando. Te quiero, chao!”.

Al llegar a Bogotá le compartí a ima lo sucedido y el regalo de Olga. Ella se enfureció terriblemente y me recriminó el por qué yo había permitido que ese romance sucediera. Me gritó que nosotros no éramos campesinos sino gente educada y estudiada, que Olga era una simple muchachita de campo con la cual no convenía emparentarse porque, según ella, eso podría causar terribles problemas entre los Gamboa y los Murcia-Guzmán, y que Olga, por ser una adolescente como yo, no sabía en dónde estaba parada ni qué era lo que quería en la vida… y me aseguró que más adelante Olga se conseguiría un hombre mucho más adinerado y apuesto que yo (por desgracia esa parte sí sucedió al pie de la letra), y hasta ahí llegó el idilio romántico con Olga. Y para asegurarse de que yo no le desobedecería, me bloqueó todos los permisos para ir al Espinal; en adelante yo debería viajar estrictamente con mi madre. PLAYLIST PARA MIS VIAJES AL ESPINAL The Mammas & The Pappas – California Dreamer The Beatles – She’s Got a Ticket To Ride The Beatles – Eight Days A Week The Beatles – A Hard Days Night The Beatles – Drive My Car The Beatles – Every Little Thing Janis Joplin – Move Over Sam the Sam & The Pharaohs – Wooly Booly Cream – Sunshine of Your Love Cream – White Room Totto - Africa Four Tops – Reach Out (I’ll Be There) Jefferson Airplane – White Rabbit (Go Ask Alice) Rolling Stones – Paint It Black The Animals – We’ve Gotta Get Out of This Place The Animals - Its My Life The Animals - When I Was Young Jimi Hendrix - All Along the Watchtower Santana – Samba Pa’ Ti Them – Gloria (version original 60’s)

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MÓNICA. UN MAL ROMANCE QUE SE CONVIRTIÓ EN UNA AMISTAD DE TODA LA VIDA Como estaban las cosas, pareciera que 1993 iba a ser un buen año para mí en cuestiones del amor y que por fin mi soltería había llegado a su fin. Había en la Escuela de Catequistas una niña llamada Tatiana que me fascinaba, y entrados a Segundo Semestre de catequesis le dije que yo estaba enamorado de ella, y su respuesta fue exactamente la misma que me daban las chicas del colegio: NO. Un mes después la hija mayor del dueño de la casa donde vivíamos me presentó a una de sus compañeras del Liceo Femenino de Cundinamarca llamada Mónica; esta niña era para mí lo más cercano a la imagen de Zory, la de los Dummies, y a mí me parecía bonita (recuerden que los cánones de belleza que yo manejo no se ajustan a los criterios de belleza que el Sistema impone y con los cuales cientos de millones de personas establecen sus relaciones de pareja), además Mónica, de entrada, se interesó en mí; fue como amor a primera vista. Mónica me invitó a su casa en el barrio Villa Claudia, su familia me recibió muy bien. Fui invitado un sábado a cenar con ellos. Esa misma noche Mónica y yo quedamos a solas en la sala y nos besamos. Nuestra relación duró tan sólo una semana, y es que como yo estaba desesperadamente concentrado en mis tareas del colegio, no hubo tiempo para departir mas. De otro lado en casa mi madre no veía con agrado que yo saliera de clases al atardecer para irme a casa de Mónica, así que me decretaron que si quería verme con ella tendría que ser exclusivamente los fines de semana. Y ahora que lo recuerdo, ima sí me formó un escándalo mayor por haberme involucrado sentimentalmente con Mónica, todo porque era la amiga de la hija de la dueña de la casa; “yo no quiero tener problemas con la dueña de la casa porque usted se metió con la amiga de la hija de ella, si nos piden que les desocupemos será por su culpa!”, me gritó una noche entre semana. Mónica era una fan irredenta de Ricky Martin y de la emisora 88.9 FM, y además estaba enamorada de un practicante de comunicación (un agradecimiento especial a Mónica quien me ayudó a efectuar las debidas correcciones de información, ya que lo que yo siempre creí, de lo cual yo estaba convencido en todos estos años, era que Mony estaba enamorada de uno de los locutores de la Súper Estación: Memo Orozco), así que la única semana que estuvimos de novios resultó en nada. Mónica me estuvo recordando acerca de un grupo musical que se supone, íbamos a conformar junto con unas amigas de ella, pero la verdad es que no recuerdo absolutamente nada al respecto.

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En definitiva, el idilio no pudo continuar. PLAYLIST Sangre Q-Agulada – No Quiero Ir al Colegio Sangre Q-Agulada – Rambús Ricky Martin – Fuego Contra Fuego Ricky Martin – Sin Control Ya en la Escuela de Catequistas conocí a una de nuestras compañeras de Segundo semestre. Angela Yasbleidy Melo, catequista de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima. Pareciera que le caí bien, y una vez que me invitó a su casa en el barrio Fátima nos besamos, pero al domingo siguiente me dijo que yo no le atraía... lo curioso fue que al domingo siguiente me dijo que fuéramos novios y al siguiente domingo me rogó que me alejara de ella porque quería ser casta para consagrarse a Dios. Esto sucedió cuatro veces más a lo largo del semestre. Algunas veces acordábamos una cita, yo debía recogerla en su casa en el barrio Fátima pero sucedía que ella me dejaba plantado, yo la esperaba hasta 5 horas y jamás aparecía. Esto ocurrió durante un mes y medio más. Aún así ella y yo cultivamos una amistad que se ha mantenido a lo largo de los años. En fin, Yasdy (como yo le digo cariñosamente), como novia, es una buena amiga, y ella misma así lo dice y lo admite. Yo no hababa mucho de esta situación con el padre Sálesman porque simplemente él no lo entendería. A SAN RAFAEL. PATRICIA “LA GUISA”. A mis papás les ofrecieron un trabajo que consistía en administrar la panadería Moroledt en el barrio San Rafael, al este del barrio Galán, cerca de Puente Aranda. Nos fuimos a finales de agosto a ese barrio; nuestro apartamento estaba en el tercer piso y era demasiado pequeño, así que fue una odisea acomodar las cosas que teníamos. Entre otras cosas teníamos panorámica del barrio, patio de azotea con palomera incluida, una bandada de palomas que anidaban allí. El apartamento era propiedad de un señor de apellido Osmos, tenía tres hijos: dos mujeres y un varón que estudiaba en un colegio militar; la mayor estaba a punto de casarse y no recuerdo mucho de la otra chica. En el pasillo hacia el tercer pido estaba colgado un afiche que relacionaba el Beit HaMikdásh (el Templo, en Jerusalén) según la descripción del profeta Ezequiel, siempre me llamó la atención ese afiche porque me era demasiado familiar. A veces yo duraba hasta diez minutos contemplando el plano del Santuario, como si yo tuviera que ver por completo con eso. Esto se lo conté al padre Eliécer en confesión, por lo que él me aconsejó no dejar de rezar. Hablemos de la panadería; desde que mis papás la tomaron se hizo una reestructuración en la producción y surtido del pan, y me animó mucho el

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poder ayudarles a atender la clientela, tal vez muy influenciado por Brandon, el personaje de la serie americana Beverly Hills 90210. A la gente le gustaba mucho el ambiente que poníamos, la calidad de los productos, la atención, el aseo, tanto así que en pocas semanas Moroledt se convirtió en la panadería más concurrida de San Rafael. En aquel tiempo ocurrió un acontecimiento histórico para Colombia, que se convirtió en fiesta patria, como si hubiéramos logrado la independencia nacional: la tarde del domingo 5 de septiembre la selección nacional de fútbol le ganó a Argentina 5 – 0 en el famoso estadio Monumental, en Buenos Aires. Todos enloquecieron, en las calles se arrojaban huevos, harina, agua, desde las ventanas de las casas y de los automóviles. Mi mamá fue también partícipe de la euforia colectiva, yo me salvé de ser bañado en harina. Fue por esas semanas que empezó a ir de compras una chica de ojos pardos, tez trigueña, cabello negro lacio y largo, de contextura atlética y por sus rasgos parecía que no era bogotana, que le fascinaba que yo la atendiera (mis papás inmediatamente se percataron de que me había ganado una admiradora); se llamaba Patricia. Al cabo de un mes y medio por fin nos atrevimos a hablar más de cuatro frases, y mis papás me dieron permiso para salir un sábado en la tarde con ella. Digamos que fuimos novios por dos semanas, sólo tuvimos dos salidas, pero luego me enteré de que trabajaba como empleada doméstica en una casa muy cerca de la panadería; a mí no me importó eso en lo absoluto pero mi mamá, que siempre vivía del qué dirán los demás, me ordenó romper con ella porque podría ocurrir un problema en la casa donde ella trabajaba y podría yo estar implicado. Tuve que llamarla por teléfono para decirle que no podíamos seguir saliendo, por el bien de los dos. Pobrecita! Se pegó una llorada monumental, y yo también sentía una profunda tristeza porque yo la quería realmente, pero aún yo no estaba en condiciones de luchar contra mi familia por defender mis sentimientos. Luego de eso llegó el Censo de 1993, a mí me tocó de empadronador en el barrio; fue una experiencia muy interesante recopilar datos de cuántos éramos en el país, cómo vivíamos (o mejor, cómo le hacíamos para sobrevivir). Pero sigamos con la vida en el barrio; ganamos la amistad de varios vecinos, había una pareja que tenía una miscelánea por la misma cuadra donde vivíamos. Al frente, esquina oriental, había un paisa que hablaba fuerte, tenía el apodo del Taita, porque a los muchachos nos decía “taitíbiri, amigo insigne”. Y frente a esta tienda había una peluquería que era atendida por un travesti de nombre Raquel. Eso para mí era un espanto, además de una aberración, y es que mi papá me había metido temor contra ellos... pero ima fue todo lo contrario, ella tenía la gran cualidad de ganarse prontamente el aprecio de la gente. Un día me llegó el turno de pasar a peluquería y esta vez tendría que ir con mi mamá porque ella era la que pagaba el cote de cabello. Me llevó justamente a la peluquería de Raquel, yo estaba espantado y sentía que me

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robarían la pureza. Afortunadamente Raquel resultó ser una persona correcta, jamás tuve queja de Raquel y me cortaba el cabello con todo el profesionalismo del caso. Desde ese día aprendí a apreciar y respetar a los miembros de la Comunidad LGBTI porque descubrí que son personas común y corrientes, cómo tú o como yo, y que tienen las mismas capacidades, sentimientos y pensamientos que los heterosexuales. Esto lo aprendí en la adolescencia, no es un pensamiento que haya asumido yo recientemente. PLAYLIST Ace of Base – The Sign Ace of Base – Don’t Turn Around Ace of Base – All That She Wants 2 Unlimited – No One 2 Unlimited – No Limit 2 Unlimited – Here I Go 2 Unlimited – Jump for Joy 2 Unlimited – Tribal Dance 2 Unlimited – The Real Thing Basic Element – It’s Must Be a Dream (DJ Nefi remix) DJ Bobo – Everybody Technotronic – Hey Yoh Here We Go Two Boys – I Won’t Let You Down Fun Fun – I’m Needing You Melodie MC – Dum Da Dum Eurodancer – All I Want Is Yoy (VJ Yama edit) Dance 4 Color – More of the Hot Stuff Dr. Alban – It’s My Life Dr. Alban – Hello Africa Dr. Alban – Mata O-A-Eh Haddaway – Life (Bas Bumpers Mix) Haddaway – What Is Love Haddaway – Rock my Heart MI PRIMER CONTACTO EN SERIO CON LA COMPUTACIÓN Es en el año de 1993 cuando llegaron al colegio 20 computadores, y se instituyó la clase de Informática. Esta fue siempre una de mis materias favoritas y la que más altas calificaciones obtuve. Sólo había una cosa mala: teníamos que usar los computadores en parejas, así que los 45 minutos de trabajo individual no me alcanzaban para mi espíritu creativo, alocado y vanguardista que requería horas y a veces días enteros de trabajo. Además del aprendizaje básico de configuración de sistema prompt y formateo de diskettes (aún recuerdo aquellos diskettes de 5”1/2 pulgadas que apenas tenían capacidad para 360 KB) y el manejo de los programas Banner (que era para diseñar pendones y avisos a escala grande) y Story Board, que nos lo enseñaron a usar como secuenciador de caricaturas.

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Pero mi curiosidad por la computación fue mucho más allá y el profesor de Informática me enseñó a utilizar desde el sistema MS-DOS el comando “type” para almacenar lo que fueron mis primeros bocetos de esta autobiografía, y que luego aprendí a transcribir en Word cuando apareció Windows 3.0. LA PRIMERA GRAN DERROTA Noviembre 12, 1993: acabé el año con las pésimas notas de la historia: había perdido con notas inferiores a 4.0 Trigonometría, Fisica, Química y lo inesperado: Filosofía, que se me había dificultado terriblemente porque aún no había adquirido la disciplina de lectura que la materia exigía (en realidad no era porque me diera pereza leer, sino porque no tuve dinero con qué comprar los libros que había que leer). Fue muy dura esa tarde cuando el profesor Ferneth Cortés leyó mis notas, y dijo la sentencia: “lo siento, hermano: perdiste”. En cierta manera asumí la responsabilidad de mis errores, este Décimo lo había perdido por pura y física vagancia escolar a pesar de que no falté casi a clases, estaba tan concentrado en mis estudios de la Escuela de Catequistas y en sobrevivir al bullying, que finalmente no pude atender lo que había que atender. A eso hay que sumarle mi completa desmotivación por continuar en Coldemag, quería salir de allí cuanto antes y no regresar jamás porque humanamente hablando, ya no aguantaba más. Lo más duro fue contemplar a Marylin por última vez como compañera de clases; yo sabía que jamás estaríamos nuevamente sentados en el mismo salón de clases, además con esto acababa de rematar el mal concepto en el que ella me tenía desde el malentendido de 1992 que muy difícilmente pudimos resolver un par de semanas antes de finalizar el año escolar. Marylin me miró con un gesto de tristeza y como queriendo decirme “qué rayos te pasó?”... luego salí del salón y del colegio como un rayo, sin poder contener el llanto. EL DESTIERRO POR HABER PERDIDO EL AÑO La rabia de haber perdido el año me llevó a que la comunicación con mi mamá se deteriorara mucho más de lo que ya estaba. Abá abandonó la panadería y la casa por culpa de sus borracheras, y se fue a vivir a Soacha (un municipio muy cerca de Bogotá, al sur) para atender la panadería Pan Coqui de su amigo Rodrigo Urrego. Él se fue a inicios de noviembre porque ima lo sacó, literalmente hablando, a escobazos… … y en un ataque de ira por haber perdido el año, mi madre me desterró de la familia y me envió a vivir con él (no sin antes haberme propinado otra de sus legendarias golpizas). Modesto no puso reparos en recibirme, aunque sí me advirtió lo que me tocaba como trabajo, es decir, el trabajo sucio de la panadería: el área de IBM (Inventarios, Bueltas y Mandados!j jejeje…), limpieza de latas, evacuación de basura, aseo... fueron tres semanas terribles en donde

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aprendí lo que tiene que pasar un menor de edad para poderse ganar la comida y la vivienda; eso es exactamente: mendigar la comida a cambio de trabajo humillante. Yo, que siempre había estado acostumbrado a permanecer aseado, perfumado y con ropa limpia, ahora tenía que andar con ropas sucias y manchadas de la grasa de las latas de la panadería, o andar lleno de polvo de harina o de mugre. Si antes estaba acostumbrado a una ducha de agua tibia y a mi cama limpia con sus tendidos pulcros y cuidadosamente cuidados, ahora tenía que aprender a soportar la cortante ducha de agua helada, a dormir en malolientes cobijas de pésima calidad, pesadas por el mugre y el polvo, y en una alcoba que más bien parecía una barraca de campo de concentración, y además rodeado de estiércol de tres conejos que los hijos de don Rodrigo cuidaban en la azotea donde mi papá y yo habitábamos. Si antes estaba acostumbrado a vivir en un barrio decente con árboles y aire más o menos limpio, ahora debía acostumbrarme a la pobreza del barrio Compartir de Soacha y al permanente olor de las curtidoras de cuero que rodeaban el sector, y a la contaminación del Río Bogotá y del Embalse del Muña, cuya fetidez llegaban hasta este barrio. Yo no renegaba al cielo por mi suerte, a la final me lo merecía por vago, por haber perdido el año!! El padre Silva sólo me ayudó a pagar hasta la pensión de junio, entre otras cosas porque yo no quise seguir con el sueño de locutor sino que quería ser diácono, además las calumnias del muchacho que el sacerdote cuidaba dañaron nuestra comunicación. En fin, se me había venido el mundo encima y no había manera de protestarle a Dios por lo que me pasaba. Pero humanamente no soporté estar más en ese precario estado, además me dio un severo ataque de asma producto de todo el polvo que había comido esas semanas, la ducha de agua fría que congelaba mis bronquios y la pésima alimentación que recibía. Para Modesto todo eso era un paraíso, una bendición comparado con el infierno de escuchar y ver a mi mamá (eso me decía en una de sus tantas borracheras allá en Compartir), pero yo sentía que así no podían seguir las cosas. Decidí entonces probar suerte como recreador, al menos eso había aprendido bien en la Escuela de Catequistas. Pasé una hoja de vida en Akí-Q’ Tal, una empresa de recreación que quedaba en la calle 170 cerca de la Autopista, en el barrio Toberín. Ustedes ya se podrán imaginar el viajecito de dos horas y media desde Soacha hasta la Calle 170 y otras dos horas y media de regreso. Pasé una semana de inducción y firmé contrato con ellos, pero fallé en la primera prueba de trabajo, pues en lugar de ponerme a recrear a los niños grandecitos, mi especialidad, me pusieron a recrear a los bebés, labor en todo sentido imposible. Me pegaron una regañada monumental en el feed-back, me alegaron que “era recreación de grupo, no que el recreador se entretuviera”. Me pagaron 3 dólares por el trabajo de ese día y jamás volví.

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Lo peor fue que en adelante mi familia me agarraría como el payaso de cabecera de las piñatas de los primitos; al principio lo asumí con resignación, pero cuando entré a la yeshivá (el seminario rabínico) juré que nunca más me prestaría de bufón gratuito para mi familia. PLAYLIST D'New, feat. Temple – Forever Vanilla Ice – Cool as Ice (Everybody Get Loose) Denise Lopez - I Want U 2 Know Rozalla – Faith Guns ‘N Roses - Ain't It Fun POSIBLE TÉTANOS AL REGRESO DEL ESPINAL Ante este deprimente panorama pedí perdón a mi mamá y le solicité que me aceptara de nuevo, y logré convencer a mi tío Ezequiel para que me llevara en diciembre al Espinal, y me llevó para la Navidad. El Día de Navidad lo pasamos con mi abuelita en la casa, y el 26 le ayudé a Arnulfo Murcia, el papá de Olga (mi vieja amiga de la infancia, con quien compartía parte de mis vacaciones cuando yo viajaba al Espinal) a insertar hojas de tabaco verde para el secado. Al respecto de Olga, les cuento que la sentí muy extraña y alejada, es como si lo sucedido en junio jamás hubiera ocurrido. Algo le ocurría a Olga pero no pude lograr que ella me contara por qué me trataba de manera tal que me alejaba. Regresé a Bogotá el 2 de enero con decaimiento y sospeché que el clima del Espinal me había afectado gravemente. Cuando llegué a la casa no me pude volver a levantar de la cama por casi una semana, me dolían por completo los músculos, los pulmones y los huesos, sentía fiebre y escalofrío, me dolía hasta para acomodarme mejor para estar recostado. Además presenté en el rostro una extraña secreción, como si algún insecto de los tantos que hay en el Espinal me hubiera picado. Por cierto, qué insecto no me picaba allá? Mi cuerpo expedía ahora un fuerte olor, insoportable para mí y para quienes me rodeaban. Yo temía lo peor. Por esos días había muerto el famoso humorista chileno Lucho Navarro, así que la idea de la muerte nuevamente se me hizo familiar y cercana. Ima, como pudo, me llevó hasta la droguería en donde me aplicaron una inyección, pues a juzgar por los síntomas parecía ser que yo tenía la temible enfermedad del tétanos. Luego me aplicó en el rostro un baño de agua hirviendo con una solución antiséptica y sal, lo que me ayudó a sanar rápidamente la llaga en la frente y alrededor de los labios, y como en los tiempos del Beit HaMikdásh, me hizo cortar todos los pelos del cuerpo,

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todos, incluyendo el vello púbico, para luego pasar por una mikvé (baño de purificación) con agua de yerbas amargas. El tratamiento incluyó dos frascos de suero Pedialyte porque yo estaba terriblemente deshidratado y una dieta a base de papaya. Tenía que desintoxicarme de todo lo recibido en Compartir – Soacha. Mi cuerpo se recuperaba, pero llegó el año 1994 y tanto el matoneo en el colegio como la interminable violencia intrafamiliar se incrementaron más, y pronto llegaría el detonador que haría explotar todo y que, por un pelo, estuvo a punto de enviarme a la tumba.