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8/19/2019 RKurz - Dominación Sin Sujeto
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Dominación sin sujeto
Robert Kurz
1.
Uno de los términos dilectos de la crítica social de izquierda, proferidos con el descuido de la
obviedad, es el de «dominación». Los «dominantes» fueron y son considerados en
innumerables ensayos y panfletos como grandes y universales malvados difusos, a fin de
explicar los sufrimientos de la socialización capitalista. Este molde es aplicado
retrospectivamente a toda la historia. En la jerga específicamente marxista, este concepto de
dominación se amplía con el de «clase dominante». La comprensión de la dominación recibe
de tal manera una «base económica». La clase dominante es la consumidora de la plusvalía, de
la que se apropia con astucia y perfidia y, por supuesto, con violencia.
Salta a la vista que la mayoría de las teorías de la dominación, incluso las marxistas, reducen el
problema de modo utilitario. Si hay apropiación de «trabajo ajeno», si hay represión social, si
hay violencia abierta, es para uso y provecho de una persona cualquiera. Cui bono –a esto se
reduce la problemática. Una consideración de este tipo no se adecua a la realidad. Ni aun la
construcción de las pirámides de los antiguos egipcios, que devoró una parte nada
insignificante del plus-producto de esa sociedad, se deja reducir forzosamente a una
perspectiva de disfrute (puramente económico) de una clase o casta. La matanza recíproca de
los diversos «dominantes», por razones de «honra», queda notablemente fuera de cualquier
sencillo cálculo de utilidad.
La reducción de la historia humana a una lucha infinita por «intereses» y «ventajas», librada
por sujetos inmersos en un estéril egoísmo utilitario/1, simplemente recorta o distorsiona
muchos fenómenos reales como para poder tener un valor explicativo decisivo. La idea de que
todo lo que no se resuelve en el cálculo utilitario subjetivo es un mero envoltorio de
«intereses» bajo formas religiosas o ideológicas, instituciones y tradiciones, se vuelve ridícula
cuando el gasto real en esa supuesta envoltura supera en mucho el núcleo sustancial del
presunto egoísmo. Muchas veces se debe decir más bien lo contrario: que los puntos de vista
del egoísmo, si es que pueden ser reconocidos, representan un mero envoltorio o una mera
exterioridad de «algo diferente» que se manifiesta en las instituciones y tradiciones sociales.
Sin embargo, se podría afirmar que existe aquí simplemente un típico anacronismo delpensamiento burgués. Una constitución y un modo de pensar capitalistas, esto es, propios de
http://o-beco-pt.blogspot.com.es/2009/08/robert-kurz-dominacion-sin-sujeto.htmlhttp://o-beco-pt.blogspot.com.es/2009/08/robert-kurz-dominacion-sin-sujeto.html
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la sociedad moderna, son proyectados a épocas premodernas, cuyas verdaderas relaciones,
así, no se entienden. Esto significaría que la reducción de la dominación al egoísmo y a la
lucha de intereses sería válida al menos para la modernidad burguesa, en cuyo suelo brotó
esta propia forma de pensamiento. De hecho, no se puede negar que el aspecto externo de lassociedades modernas, inclusive la psiquis de los hombres «que ganan dinero», parece
resolverse en el egoísmo abstracto.
No obstante, precisamente el carácter abstracto de ese «provecho», más allá de todas las
necesidades sensibles, es al mismo tiempo lo que desmiente esa superficie. Si el egoísmo
moderno es retraducido al plano sensible de las necesidades, con eso adquiere algo de
fantasmagórico, de puramente irracional. Paradójicamente, el egoísmo, del modo como es
puesto en la forma-dinero totalizada, parece ser algo por completo autonomizado en relacióncon los individuos y su «singularidad». Este carácter ajeno del interés, que en hipótesis es
inmediatamente egoísta, permanece todavía encubierto en la fase histórica del ascenso del
capital, cuando el egoísmo de constitución moderna aún no se separaba por completo del
contenido sensible de la riqueza. Podía parecer entonces que el egoísmo era realmente la
simple forma de la lucha por el plus-producto material («escaso»), y como si ello fuese el
fundamento común a toda la historia hasta hoy, que sólo en la modernidad capitalista se
simplificó hasta el extremo y por fin fue descubierto como tal.
Esta concepción del marxismo vulgar, la misma que la del Manifiesto comunista, pierde sin
duda sentido cuando se la confronta con la realidad del capitalismo maduro. En la actualidad,
el egoísmo constituido se emancipó definitivamente de todo contenido de carencia sensible
bajo la forma-dinero. El plus-producto material ya no puede ser definido como objeto de
apropiación para uso y provecho de una persona cualquiera: se autonomizó a la vista de todos
como monstruoso fin en sí mismo. La capitalización del mundo y los pululantes proyectos
abstractos de utilidad se impregnan de una desesperante semejanza con la construcción de las
pirámides en el umbral de la civilización, incluso bajo relaciones sociales totalmente diferentes
(mercancía y dinero). A las personas que sólo reclaman aún «empleos», y no ya la satisfacción
de las necesidades, habrá que atribuirles una especie de inimputabilidad que denuncie su
llamado egoísmo como una mera ratificación de un principio religioso secularizado. Esto vale
igualmente para aquellos que, como propietarios, administradores, políticos, etc., son
obligados a mantener en vigor ese principio autonomizado. También su provecho es
meramente secundario, y es costeado cada vez más con el propio perjuicio.
Se puede concluir por tanto que la modernidad posee de hecho algo en común con todas las
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formaciones sociales anteriores. Sólo que esto no es el egoísmo abstracto, que al fin se habría
revelado como tal en el capitalismo. Justamente al revés: esta identidad es más bien aquello
que no se resuelve en ningún cálculo económico o político de intereses, y lo que en la
modernidad surge paradójicamente como egoísmo, en verdad no es nada propio del individuo,sino algo que lo domina. También los dominantes son dominados; en realidad, nunca dominan
por la propia necesidad o bienestar, sino para algo simplemente trascendente. En esto siempre
se perjudican a sí mismos y realizan algo que les es ajeno y evidentemente superficial. Su
supuesta apropiación de la riqueza se transforma en automutilación.
La reducción utilitarista, en una versión modificada, se da también en las modernas teorías de
la dominación no-marxistas o neoliberales. El provecho económico abstracto es sustituido aquí
sólo por un provecho no menos abstracto del «puro poder». Si el marxismo vulgar presuponeuna base ontológica del «interés económico», las otras teorías burguesas de la dominación dan
por supuesta la base biológica genéticamente arraigada de un «impulso hacia el poder» (o
impulso hacia la agresión) o al menos unas constantes antropológicas y ahistóricas. Arnold
Gehlen, por ejemplo, ve la necesidad de poder en la existencia de instituciones sociales en
general, que habrían ocupado el lugar del instinto con el fin de guiar la conducta. Una
concepción que reaparece diluida en aquellos aforismos de botiquín sobre que el «el hombre»
en sí es un animal libre de trabas que tiene que ser amansado por el Estado autoritario.
En el mejor de los casos, el poder o la dominación aparecen siempre como domesticables para
el derecho, que cabría entonces ser definido igualmente como locus ontológico fundamental.
De manera ecléctica, toda esa especie de derivaciones de la dominación se duplica en las
fórmulas dualistas de poder y dinero como «medios» de aquella imaginable sociabilidad. La
domesticación por el derecho, pues, de acuerdo con el temperamento y la situación histórica,
puede ser entendida como desnaturalización infamante, que oculta la verdadera imagen
humana de la lucha por la existencia (survival of the fittest [supervivencia de los más aptos]), o
a la inversa como progreso hacia la verdadera imagen humana de una dominación expurgada.
La propia dominación permanece como un principio eterno y su «diferenciación» reformista,
hasta el grado más alto de ocultamiento, se mantiene como la única forma posible de
emancipación, con Habermas, además, como su profeta. Así se demostraría que toda la
historia hasta hoy fue en el fondo la historia de los socialdemócratas.
El marxismo combatió siempre las teorías «reaccionarias» de la dominación solamente desde
otra perspectiva de la dominación, a saber, la de su determinación económica, en tanto que laidea de una superación de la «dominación del hombre por el hombre» permaneció en el estado
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de promesa para un futuro indeterminado –promesa débil y abstracta, más allá de toda teoría y
praxis. Si la abstracción es un principio ontológico, sea por razones económicas, biológicas o
antropológicas, sólo restaría aún la cuestión de quién domina o debe dominar al final de
cuentas, y de qué modo se consuma la dominación. «Impulso hacia el poder», placer ybeneficio del puro poder o cálculo económico utilitario como modelos explicativos llegan
siempre al mismo resultado: la existencia empírica de la dominación, a diferencia de su
determinación ontológica, es un producto de la voluntad subjetiva. El sujeto de la dominación
domina porque quiere dominar, porque de ello «extrae alguna ventaja».
Esta reducción de la dominación empírica a un simple aspecto subjetivo se manifiesta más
fatalmente en los propios criterios de la dominación. Mientras que las teorías biológicas y
antropológicas de la dominación tienden normalmente a afirmar el orden existente y, en suversión extrema, a exigir otro aún más autoritario, los marxistas (que quieren sustituir el tipo
existente de dominación por otro, «de acuerdo con las clases») y los anarquistas (que sugieren
una abolición inmediata y sin sucedáneos de la dominación) denuncian empíricamente a los
dominantes, de preferencia, como puercos subjetivos. En ocasiones, esto puede ser
desmentido por aserciones teóricas contrarias, al traerse espectralmente al campo de visión la
objetividad estructural de la dominación, más allá de los sujetos existentes. Pero el prodigio
nunca dura demasiado. Los tímidos comienzos de una penetración teórica en la sistemática
ausencia de sujeto de la dominación no se conservan. Cuanto más se consagra el pensamiento
a las relaciones de forma aislada, a la praxis y a la agitación para fines sociales, más subjetivo
se vuelve, más groseramente el reduccionismo vulgar se transforma en un mero cálculo de
intereses. Los dominantes son «injustos», acaparan todas las ventajas para sí, explotan,
ordenan y contraordenan a su antojo, viven en la abundancia y la comodidad a costa de la
mayoría y, en caso de que quisiesen, podrían enmendarse, puesto que siempre saben
perfectamente lo que hacen.
De este modo, la vulgar reducción de la dominación a un cálculo utilitario exige la vulgar
reducción de la ejecución de la dominación a un sujeto volitivo autárquico. Dicha reducción
puede ser demostrada a voluntad en la literatura marxista y de izquierda. El concepto subjetivo
de dominación es supuesto axiomáticamente, y sobre ese trasfondo se hacen entonces análisis
detallados. La «asimetría entre capital y trabajo en el proceso productivo» es evocada sin
supuestos, para afirmarse enseguida de manera superficialmente subjetiva que «los
empresarios individuales o los administradores, en la medida en que disponen ellos solos de
los medios de producción, tienen también el poder exclusivo (!) de destinar tales medios y alos trabajadores a ellos vinculados por la organización del trabajo a algunas finalidades de uso
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e igualmente de disponer de los productos que de ahí surgen de acuerdo con sus propios (!)
cálculos de valorización»./2
La «valorización» se reduce aquí al cálculo egoísta, subjetivo y particular de los depositarios dela dominación, una concepción que caracteriza en cierto modo al tradicional marxismo del
movimiento obrero y a la Nueva Izquierda, a pesar de todos los antagonismos (que hoy se han
vuelto irrelevantes). De manera tanto más coherente, el «Grupo Marxista» expresa la misma
reducción en un canto de cisne en la fecha de su autodisolución. Se censura en los dominantes
el descaro de la conducta de «que cada trabajador que gana su dinero (!) tenga que
agradecerles la oferta de un empleo. Que, a la inversa, insistan en no poder evitar despidos,
pues las coacciones del mercado, del que ellos mismos hacen uso (!), les prohibiría
hacerlo»./3.
Tal declaración difícilmente puede ser mal entendida, toda vez que el «Grupo Marxista» define
sus esfuerzos de agitación junto a las «víctimas del capital» como exigencia de «no dejarse
usar más por las coacciones que crearon otros» (op. cit., p. 5) y reduce de este modo el trato
práctico con la coacción de la forma-mercancía total al punto de ver una vez más en éste sólo
la osadía de «traspasar los efectos problemáticos desagradables a sus creadores (!)» (idem).
La presión agitadora desprecia claramente todas las percepciones rudimentarias y poco claras
de la naturaleza de la relación del valor, ahoga toda reflexión referente a ella y exige la
interpretación de que súbitamente todos los «capitalistas», políticos y administradores «hacen
un uso» arbitrario de las leyes del sistema productor de mercancías. El desempleo, nos sugiere
la tosca declaración agitadora del «Grupo Marxista», no es una ley estructural del sistema
productor de mercancías, sino un acto de voluntad negativo de los «dominantes». Este es el
concepto de dominación burgués e ilustrado de 1789, que a pesar de las múltiples categorías
del capital inculcadas a la fuerza, nunca estuvo presente en la crítica económica de Marx.
La valorización del valor, la máquina social de un objetivo en sí mismo sin sujeto, es en Esser –
uno de los sociólogos sindicales de izquierda de los años 70– igualmente remontable al sujeto
de una voluntad pura, que a través de su supuesta «voluntad de explotación» crea toda la
organización denominada «capitalismo». También forma parte del repertorio-modelo
argumentativo de las izquierdas de contenido agitador, entre ellas los «realos»/4 devotos del
Estado y creyentes de la economía de mercado, el desmentir las coerciones de la socialización
por la forma-mercancía y denunciarla como pura maniobra estratégica de aquellos dominantesque habrían inventado el argumento de la coerción sólo en beneficio propio (probablemente
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por «sed de lucro»).
En el nirvana político donde ahora yace pacíficamente, le puede parecer al «Grupo Marxista»
una especie de infamia equipararlos a un ensayista reformista o incluso a los «realos» (podríansumarse obviamente, y con mayor razón, los autónomos). Pero en lo que respecta a la cuestión
decisiva de la crítica social, aquél no fue ni una pizca mejor que éstos. El problema del fin en sí
mismo sin sujeto se le mantuvo oculto o no fue movilizado teóricamente.
2.
La reducción del capital y de su perniciosidad a agentes subjetivos, a sujetos guiados por la
voluntad y por intereses, no es sólo un craso error teórico, sino que también tieneconsecuencias prácticas fatales. Con los venerables lemas agitadores sobre la voluntad
malévola y el cálculo subjetivo de utilidad de los dominantes, ya no se aprehende la realidad
en progreso ni son captados los sujetos constituidos por esa realidad. Como es patente, el
carácter tautológico y destructivo de la máquina capitalista superó cualquier egoísmo de los
agentes y propietarios. Y, por otro lado, las «víctimas y servidores del capital y del Estado»
tienen claridad en lo que respecta al contenido objetivo de la realidad de aquellas coerciones
que los marxistas atribuyen tan obstinadamente a los intereses subjetivos de los dominantes.
El argumento subjetivista se prestaba para la fase histórica de ascenso del capital, cuando los
trabajadores, todavía dentro de ese envoltorio social, tenían que revelarse como sujetos de la
forma-mercancía. Mientras los diversos sujetos-mercancía se forman y libran la lucha por sus
intereses monetarios en el terreno de la forma-mercancía, mientras crean y movilizan las
instituciones y los vínculos para ello, la crítica social puede reducirse al prisma subjetivista.
Desde el comienzo, sin embargo, este argumento no se presentó teóricamente, sino que
permaneció oculto, pues todo el movimiento práctico de la crítica podía ser aún inmanente al
capital.
A partir de esta inmanencia se desarrollan en forma abstracta las posiciones seudo-radicales
del marxismo vulgar, como por ejemplo la del «Grupo Marxista»; hoy, con todo, ellas han sido
superadas y carecen de sentido, pues el capital, como relación universal, alcanzó su estadio
maduro (de crisis) y así imposibilitó en principio una crítica inmanente. La coerción de la
forma-mercancía es objetiva, no en sentido antropológico, sino histórico. Es superable, pero
solamente como superación de la propia forma-mercancía. El lastre de la agitación subjetivistay de su inmanencia radica exclusivamente en el hecho de que no puede abordar este problema
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de la superación. Ya que los «efectos desagradables» sólo procedían de la voluntad y del
cálculo de utilidad de los dominantes, que supuestamente, a pesar de la forma social sin
sujeto, podían cambiar de actitud, aquellos deben ser eliminados dentro de esta forma, con lo
que las «víctimas y servidores» podrían librarse de los «efectos» sin tener que tocar su propiaforma como sujetos-mercancía.
La ventaja de esta conclusión reductora para el agitador es sin embargo sólo ilusoria, en
especial cuando «no quiere ser reformista». El axioma de su agitación ya es per se reformista,
en la medida en que no define críticamente en su forma social la necesidad sensible. En esto él
es compatible con la conciencia constituida por la forma-mercancía de sus destinatarios
«ganadores de dinero», aunque con ello, lo quiera o no, caiga en las garras de la coerción
material. Incurre en la insoluble contradicción de exigir por un lado que los sujetos hagan valersus necesidades sensibles sin tener en cuenta las leyes estructurales coercitivas de la forma-
mercancía, pero por otro lado formula tal exigencia dentro de la propia forma-mercancía o al
menos oculta el hecho de que sólo así aquélla puede ser comprendida. El «Grupo Marxista»,
por ejemplo, deja transparentar ocasionalmente en sus obras que la «correcta economía
planificada» no podría incluso funcionar con «dinero», pero esto se transforma en letra muerta
e incomprensible cuando, con anterioridad, él mismo ha hecho causa común con la noción
monetaria de lo cotidiano capitalista, a la cual apela en todo momento en nombre del «interés»
de las señoras y señores de la clase trabajadora.
A partir de este dilema se explica también por qué la teoría estrechamente ligada a la agitación
es incapaz de basar sistemáticamente la crítica de la relación dinero-mercancía en los escritos
de Marx. Un reciclaje teórico del marxismo histórico del movimiento obrero y de su concepto
de socialismo es tan imposible como una mediación social de la crítica indispensable de la
economía. Con la crítica radical del dinero no se puede, de inmediato, hacer la agitación
proletaria y viceversa: quien reparte sin mediación panfletos a las masas no puede elaborar la
crítica radical del dinero. La supuesta «burla» a las "víctimas y servidores» tiene que ser
siempre atacada en su propia forma sin sujeto, que es el verdadero «autor» social. La agitación
fracasó por tanto debido a sí misma, y no a causa de la estupidez de las masas o de las
presiones del Tribunal de Defensa Constitucional/5. El esfuerzo en vano de los agitadores pasó
por alto a los activistas y a los movimientos sociales, censurados sólo por su «pensamiento
equivocado», su «inconsecuencia», etc., aunque lo más importante no haya sido dicho ni
elaborado aún; en realidad, fue la propia inconsecuencia de los marxistas la que mantuvo
incólume el abismo entre el cálculo de intereses constituido por la forma-mercancía y la críticadel capital.
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La movilización per se siempre inmanente de la «asimetría entre capital y trabajo», que sólo
podía impulsar una contradicción en el interior del propio capital, llegó históricamente a su
término. Los momentos de la teoría de Marx contenidos en ella caen por tierra, se conviertenen documentos históricos, y con ello muere el marxismo en todas sus variantes. Pero la teoría
de Marx contiene, en el concepto de crítica del fetichismo, un acceso completamente diferente
a la realidad, hasta ahora mantenido encubierto. El marxismo nada puede hacer con él, sobre
todo nada práctico. Para el «Grupo Marxista» (extendiéndonos un poco en su necrológica), el
problema del fetichismo en los análisis del «capital» contenidos en su documento originario de
fundación no es aprehendido sistemáticamente. El Grupo, a pesar de todo, juzgó oportuno
denunciar la «palabrería sobre la reificación y la alienación»/6 y repudiar expresamente una
infiltración de la vida burguesa en las «esferas derivadas» (formas de pensamiento, sexualidad,arte, etc.). En vez de librar el problema del vicio de la «palabrería» y asimilarlo teóricamente,
no se tomó ningún conocimiento de su alcance, para, en cambio, embestir de forma
seudopositivista contra las categorías económicas. La crítica simultánea –bastante vaga– de las
concepciones del capital como una «relación personal de dependencia» y de las «teorías
vulgares de los agentes» (Resultate..., ibidem) estaba así condenada a mantenerse ineficaz. El
propio «Grupo Marxista» no se atuvo a ello, en la medida en que, en su imagen teórica
reductora, recaía constantemente en un concepto de dominación subjetivista.
En realidad, toda teoría de la dominación que se remonta a un cálculo de utilidad económico o
político tiene dificultades para librarse, excepto de manera superficial, de un concepto de
«dependencia personal». El problema de la cosificación de las relaciones sociales y de la
dominación es aprehendido de forma muy reductora cuando se limita al hecho de que, en la
forma de la mercancía, «los hombres se utilizan recíprocamente como medio para sus
objetivos individuales» (Resultate..., ibidem). El apego a la subjetividad dada y constituida,
incomprendida en su constitución sin sujeto, permanece así como no superada. Esta
concepción reductora sugiere un salto ágil e inmediato entre la constitución de los sujetos
pautada por la forma-mercancía y la «explotación capitalista». La cosificación y la «utilización
recíproca» se reducen entonces rápidamente al hecho de que, en la dependencia del
trabajador, no se trata de un vínculo «personal», en la medida en que aquél no permanece
durante toda su vida como dependiente del capitalista Fulano de Tal sino más bien de la «clase
capitalista» en general y de «sus» instituciones. El concepto subjetivista de dominación es
criticado aquí como «personal» en el sentido más tosco, aunque no sea resuelto, sino apenas
desplazado hacia un sujeto colectivo de dominación.
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El «Grupo Marxista», de hecho, relativiza su propia crítica a las teorías de la dominación
«vulgares» y de trasfondo personal moralizador al tergiversar la referencia de Marx a la
cosificación (fetichista) en el sentido de que, «por otro lado», en «la misma declaración se
oculta la referencia a que, junto a la abstracción que constituye el contenido social de suactividad, los individuos productores de mercancías se someten a otros individuos»
(Resultate..., ibidem). De este modo, la argumentación elude el problema del fetiche y vuelve a
hablar de resolver la relación cosificada en un ámbito subjetivo. El concepto de «sujeto
automático» (Marx), el verdadero plano sin sujeto de la relación fetichista, se pierde así
fundamentalmente.
El hecho de que los individuos productores de mercancías se «sometan a otros individuos» por
medio de la abstracción de la forma-mercancía es simplemente falso como afirmación aislada.Semejante concepción podía valer a lo sumo mientras la forma-mercancía de los sujetos no
estuviese completamente desarrollada, por tanto, mientras el resto de las demás tradiciones
premodernas no hubiesen perdido aún su eficacia. En tanto quedase alguna duda de quién
trataría a quién como «señor», la propia abstracción de la mercancía no constituía todavía con
pleno sentido para los individuos «el contenido social de su actividad». Hoy en día, el maestro
de obras dice con toda cordialidad a su ayudante: «Señor X, tráigame por favor del depósito la
escalera y 20 ladrillos con los planos». Por otra parte, una conversación con el pronombre «tú»
(du) no significa un rebajamiento, sino la confianza igualitaria (piénsese también en la
jerarquía francamente absurda del apretón de manos en tantas empresas). Los más recientes
programas de administración operan deliberadamente con tales formas de interacción
igualitaria.
Esto no es simplemente una formalidad superficial, detrás de la cual se ocultaría la antigua
«sumisión guillermina a otros individuos». Ningún sujeto-mercancía plenamente modernizado
tiene ya la sensación de «someterse» a otro individuo como tal. Y esa evaluación espontánea
no engaña. Lo que los individuos perciben hoy como su heteronomía es siempre un
funcionalismo abstracto del sistema que ya no se resuelve en ninguna subjetividad. Todos los
funcionarios de las jerarquías funcionales son tomados por lo que son: ejecutores subalternos
de procesos sin sujeto a los que las personas no sólo no se «someten», sino que hasta son
juzgadas de acuerdo con su «capacidad funcional».
Un superior odiado es juzgado en su irracionalidad menos por modelos satisfactorios de
relación humana que por el hecho de en qué medida su conducta es disfuncional para elfuncionamiento de la empresa, esto es, en qué medida desempeña mal «su trabajo». Por el
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contrario, un «sujeto duro», de comportamiento correcto, igualitario y orientado al «éxito»,
puede ser aceptado justamente porque «hace su trabajo» («yo haría exactamente lo mismo»).
Por eso no se puede pensar aquí en «sumisión» a un individuo, porque, primero, en su función
el ejecutor no es una resistencia individual ni es aprehendido como tal, y, segundo, porque lapropia identidad individual se mantiene intocada como sujeto-mercancía monadizado. Según el
momento y la situación, es plenamente aceptable hacer ejecutar con sobriedad comercial las
funciones relativas al empleo sobre los individuos y después, si es posible, salir con ellos a
tomar una cerveza.
El discurso de la «sumisión a otros individuos», que debe ser llevada a cabo por los hombres
productores de mercancías justamente por medio de «la abstracción que constituye el
contenido social de su actividad», evidentemente pasa por alto el problema. Se trata de unlenguaje limitado a las categorías de un concepto de dominación superficial y subjetivo, ligado
eclécticamente en cortocircuito al problema aún por elaborar de la ausencia fetichista de
sujeto. Con este tipo de agitación ya no se puede captar la verdadera heteronomía de los
individuos productores de mercancías ni la conciencia que ellos tienen del asunto.
Sin embargo, de este modo la propia base del sistema es concebida erróneamente. El hecho de
que los sujetos-mercancía «se utilicen recíprocamente para sus objetivos individuales» no es la
X de la cuestión ni mucho menos su explicación. Más bien, es la mera forma fenoménica de
«algo diferente», a saber, del fetiche sin sujeto que se manifiesta en los sujetos que actúan.
Sus «objetivos individuales» no son lo que parecen ser: según su forma, no son objetivos
individuales o voluntarios, y por eso también el contenido es distorsionado y desemboca en la
autodestrucción. Lo esencial no es que los individuos se utilicen mutuamente para sus
objetivos individuales, sino, en la medida en que parecen hacerlo así, que ejecuten en sí
mismos un objetivo totalmente distinto, supraindividual y sin sujeto: el movimiento autónomo
(valorización) del capital.
3.
La diferencia no podría ser más precisa: para el marxismo vulgar, el movimiento autónomo del
capital, la valorización del valor, es justamente aquella apariencia que se debe remontar hasta
los objetivos, la voluntad y la actitud subjetiva de las personas, resolviéndose, por tanto, en la
subjetividad (de cuño autoritario y «errado»). Una crítica radical y coherente del fetichismo, por
el contrario, tendría que denunciar como apariencia la propia subjetividad empírica, o sea,tendría que disolver los objetivos, la voluntad y la acción subjetiva de las personas productoras
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de mercancías en su verdadera ausencia de sujeto, como simple ejecución de una forma-
fetiche presupuesta en todos los sujetos –no para someterse al «sujeto automático», sino para
poder aprehenderlo como tal y superarlo.
Sólo esta inversión permite reconocer en general el escándalo de la total falta de conciencia en
el plano de la determinación social de la forma, que es el requisito para superarla. Cuando
afirma que la ausencia de sujeto en el sujeto burgués y constituido por la forma mercancía es
mera apariencia o simple ilusión, el marxismo vulgar y las teorías tradicionales de la
dominación se vuelven cómplices del fetiche y se ven imposibilitadas de criticarlo en su
objetividad. La contradicción del seudo-radicalismo de la agitación tiene profundas raíces en el
concepto de sujeto. Irónicamente, la evocación directa del sujeto presupuesto y apriorístico no
es otra cosa sino la forma teórica de la sumisión a la ausencia fetichista de sujeto.
El eterno anatema lanzado a los dominantes y la eterna suposición de que dentro de las
propias formas modernas del dinero y de la mercancía sería posible una organización
completamente diferente y más humana, bastando apenas una voluntad distinta y mejor que la
oriente, sin duda se volvieron con el tiempo una terapia ocupacional para los más tontos de los
críticos sociales. Este insigne círculo abarca hoy tanto a lo que queda de los marxistas
ortodoxos y seudo-radicales como a los realos. Sin embargo, al margen de estos incorregibles
no-pensadores, hace mucho que se desarrolla la teoría de la dominación. Desde el cambio de
siglo [del XIX al XX], o a más tardar desde los años 20, los más inteligentes entre los críticos
sociales de Occidente se enfrentan cada vez más con los fenómenos de la ausencia de sujeto.
Un producto de estos esfuerzos fue la tesis de la burocratización. En los análisis burgueses,
que, al contrario del breviario de la literatura marxista, no concentraban tan fijamente su
atención en un malévolo grupo personificado llamado «burguesía», desde temprano flotó en el
aire el emblema del «mundo administrativo». En la famosa sociología de las asociaciones
partidarias de Robert Michels/7 y sobre todo en la teoría de Max Weber se empezó a formar un
concepto estructural de la verdadera ausencia de sujeto de la dominación moderna. Weber
enlaza el concepto general de la burocracia a los «intereses» de los poderes sociales, aunque
aún superficialmente, al calificarla de «instrumento de precisión» «que se puede poner al
servicio de los intereses dominantes tanto puramente políticos como puramente económicos o
cualesquiera otros»/8. Al mismo tiempo, sin embargo, hace también referencia a la dinámica
«material» y sin sujeto del proceso moderno de burocratización, que se aleja de las
tradicionales teorías de la dominación:
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«El funcionario de carrera es [...] solamente un miembro aislado, a cargo de tareas
especializadas, en un mecanismo [...] de progreso infatigable, que le prescribe, en esencia, la
marcha forzada. Los dominados, además, no pueden prescindir ni sustituir el existente aparato
burocrático de dominación [...] El vínculo del destino material de las masas al funcionamientosiempre correcto de las organizaciones de capital privado cada vez más burocráticas crece
contantemente, y la posibilidad de su desvinculación se vuelve así cada vez más utópica [...] La
burocracia tiene carácter racional: regla, objetivos, medios e impersonalidad material rigen su
conducta.» (Weber, ibidem, p. 570 ss.).
En la retórica de la lucha de clases de la izquierda, la tesis de la burocratización se insinuó
primero y sobre todo en los trotskistas, que se consideraban a sí mismos como los defensores
del Graal de las advertencias correspondientes de Lenin y se veían de nuevo con el problemade explicar una supuesta dominación no-capitalista sobre la «clase trabajadora» en un Estado
con «fundamentos económicos socialistas» por ellos defendidos. Por eso caló la fórmula de la
dominación burocrática. Con ésta, sin duda, no se proponía un concepto de dominación sin
sujeto. Más bien, se trataba únicamente de sustituir sin rodeos, especialmente en la Unión
Soviética, al antiguo sujeto explotador y dominante de la «clase capitalista» por el sujeto
dominante supuestamente transitorio de la «casta burocrática». El concepto subjetivo de
dominación no fue puesto teóricamente en cuestión, a pesar de que haya sido
involuntariamente debilitado. El concepto de burocracia fue preferentemente un sucedáneo
teórico; fue utilizado con disculpas y celosamente separado del concepto de «clase dominante»
en sentido estricto. Incluso Trotsky fuerza este vacilante concepto de burocracia en el antiguo
esquema, que en Weber resuena sólo sordamente:
«En la sociedad burguesa, la burocracia representa los intereses de los propietarios y de la
clase cultivada, que dispone de innumerables medios de controlar su administración. La
burocracia soviética, sin embargo, se alza sobre una clase que acaba de liberarse de la miseria
y la oscuridad y que no posee ninguna tradición de dominio o mando (!). Si los fascistas,
después de alcanzar sus sinecuras, se aliaron a la alta burguesía por medio de intereses
comunes, amistades y lazos matrimoniales, la burocracia de la Unión Soviética tomó para sí las
costumbres burguesas, sin tener a su lado una burguesía nacional.»/9
Por lo que se ve, Trotsky no abandona siquiera vagamente el concepto de dominación
subjetivo y colectivamente personal del marxismo vulgar. La burocracia es introducida como
una especie de ayudante de sheriff socioeconómico que perdió casualmente a su jefe y ahoragobierna por su propia cuenta, sin disponer de la «particularidad» de la dominación (de
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clases). Este pensamiento –prisionero de las meras categorías sociales (clase trabajadora, alta
burguesía, burocracia), cuya constitución por la forma social sin sujeto no entra en el campo
de visión y que son aprehendidas como tales de modo acrítico, en su reciprocidad subjetiva de
acciones–
no puede ofrecer teóricamente nada nuevo a la tesis de la burocratización. Elconcepto trotskista de burocracia se mantiene empíricamente reductor y fue únicamente
instrumentalizado para poder representar el desarrollo incomprendido de la Unión Soviética
con una apariencia de plausibilidad propia del marxismo vulgar/10. Un paso más allá fue dado
por la Teoría Crítica, cuyos representantes vislumbraron los cambios con mucha mayor
claridad que el marxismo vulgar de partido. Los teóricos de la Escuela de Frankfurt se
apartaron de la mera retórica de la lucha de clases, cuya endeblez fueron los primeros en
observar (sin, no obstante, poder superarla teóricamente), hicieron uso de la tesis de la
burocratización de la sociología occidental y buscaran adaptarla dentro de un proyecto decrítica social (cada vez más pesimista). Pero Horkheimer esbozó para ello una imagen peculiar
de la dominación, en la cual los conceptos del marxismo vulgar y de las teorías sociológicas
sobre la burocracia se funden eclécticamente:
«La burguesía está diezmada, la mayoría de los burgueses perdieron su autonomía; cuando no
se rebajan al nivel del proletariado o de la masa de desempleados, caen bajo la dependencia
de grandes empresas o del Estado. [...] Lo que queda como caput mortuum del proceso de
transformación de la burguesía es la burocracia industrial y estatal de alto nivel./11»
Si Weber aún formula el problema de modo ambivalente, si para Trotsky y sus discípulos
occidentales domina todavía inequívocamente el concepto subjetivo y clasista de dominación
en relación con el concepto de burocracia, Horkheimer (que obviamente está más cerca de
Weber que de Trotsky) tematiza ya la disolución del concepto de dominación de clases a través
del desarrollo real de las propias sociedades occidentales. Pero la expresión «caput mortuum»
muestra que no se libraba de la obstinada idea subjetivo-sociológica de la dominación. Esta se
encuentra profundamente arraigada en el pensamiento ilustrado occidental, que desde el
principio señala la «subjetividad» como abstracta y apriorística. Todas las relaciones sociales
deben ser deducidas de algún modo de este sujeto francamente quimérico, que se mantiene
como el alfa y omega de todos los análisis.
La tesis de la burocratización, en todas sus variantes, parece aproximarse a un concepto de
dominación sin sujeto. Con todo, revela al mismo tiempo la resistencia de la idea ilustrada de
sujeto, propensa al escrúpulo cuando pierde sus prerrogativas. El hecho de que tanto Webercomo Horheimer y Adorno, así como también Freud, se deslizaran hacia un pesimismo
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antropológico los alinea involuntariamente junto a aquellos pesimistas culturales reaccionarios
que ellos siempre criticaron. Tal afinidad impura no se debe sólo a las experiencias
catastróficas de las Guerras Mundiales, sino también a las contradicciones de la ideología
ilustrada del sujeto y del marxismo como su apéndice.
El concepto de burocracia refleja apenas negativamente el despropósito tanto de las teorías de
dominación burguesas como de las marxistas. En lo que respecta a la manifiesta ausencia de
sujeto dominante, sin embargo, permanece inexplicada y simplemente descriptiva. El
confinamiento dentro de la ideología burguesa del sujeto y con ello dentro de un concepto
subjetivo de dominación permite poco más que la constatación de un fenómenos sociológico
que no puede ser deducido sino de acuerdo con patrones «técnicos» y de «organización». El
concepto de tecnocracia es el eco de este desamparo hasta hoy no superado. La dominaciónde la burocracia es discutida aún en términos teóricos subjetivos, aunque su verdadera
dependencia (en contraste con los grupos dominantes fácilmente aprehensibles, como la
nobleza o la burguesía) apunte hacia aquel «Otro» sombrío, incapaz ya de ser captado por el
espíritu ilustrado. Así, no es de asombrar que la propia Teoría Crítica no haya asimilado
sistemáticamente la crítica del fetichismo de Marx. Esta incapacidad no es fruto de una
debilidad analítica, sino que indica realmente una limitación básica de la racionalidad
occidental, que no se da a conocer ni aun en las variantes críticas de su propio carácter
fetichista.
4.
La disolución de las antiguas teorías subjetivas de la dominación se extendió, sobre la base de
la tesis de la burocratización, por las más modernas concepciones del estructuralismo, del
estructural-funcionalismo y de la teoría de los sistemas. La sistemática ausencia de sujeto es
aquí por fin abiertamente tematizada, no sólo como resultado histórico (lamentable) de la
modernidad, sino también por primera vez como principio propio de la socialización humana.
A partir de los análisis estructurales de la lingüística se afirmó la idea de que lo constitutivo no
son el sujeto ni la praxis de los sujetos, sino antes bien las «estructuras» sin sujeto en las
cuales y por medio de las cuales se constituye la respectiva acción. No es el hombre (el sujeto
humano) quien habla, es «la lengua la que habla». O, en términos sarcásticos: el hombre «es
hablado».
Este proyecto histórico, preparado por Ferdinand de Saussure («lingüística estructural»), seextendió rápidamente a la etnología (Claude Lévi-Strauss) y a la psicología (Jacques Lacan),
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para desde allí alcanzar la historia, la sociología y la filosofía. De acuerdo con tal proyecto, en
todas partes lo que está en juego no son, en última instancia, individuos y sujetos humanos,
sino estructuras sin sujeto como seudo-sujetos (aunque no conscientes y activos, pero sí
«determinantes»). Si el hombre no habla, sino que «es hablado», entonces tampoco piensa,sino que es «pensado»; entonces no actúa de forma social, política o económicamente, sino
que es «actuado», etc. Se predicó así nada menos que la muerte del sujeto/12.
Nadie expresó tal resultado de un modo filosófico más consecuente que Michel Foucault, cuya
obra extremadamente contradictoria es considera, ora como postestructuralista, ora como
posmoderna:
«Desde el momento en que se toma conciencia de que todo el conocimiento humano, toda laexistencia humana, toda la vida humana y tal vez todo el legado del hombre reposan sobre
estructuras, dentro de un conjunto de elementos que están sometidos a relaciones
susceptibles de descripción, es como si el hombre dejara de ser sujeto de sí mismo para ser al
mismo tiempo sujeto y objeto. Se descubre que aquello que hace al hombre posible es un
conjunto de estructuras que éste puede pensar y describir, pero de la que no es el sujeto ni la
conciencia soberana. Esta reducción del hombre a las estructuras que lo circundan, me parece
característica de todo pensamiento contemporáneo; de esta forma, hoy la ambigüedad del
hombre como sujeto y objeto ya no es una hipótesis fructífera ni un tema fructífero de
investigación»/13.
Como sin embargo el verdadero tema de Foucault es el «poder» de corte nietzscheano (y su
hazaña es la de ser un nietzscheano estructuralista o un estructuralista nietzscheano), el
concepto de dominación sin sujeto parece así liberado de la antigua tesis de la
burocratización. Donde todo es «poder» y ya nada es «sujeto», se agotan también las antiguas
teorías subjetivas de la dominación, para las cuales el «poder» es impensable sin un sujeto-
poder, a cuya voluntad el «poder» puede ser asimilado. Obviamente, Foucault no se muestra
satisfecho con esto, ya que admira a Nietzsche y la «voluntad» se mantiene relevante para él.
Con todo, la voluntad es al mismo tiempo un compañero perdido que, al expresarse, sólo
puede ejecutar «funciones» de la «estructura», sea ésta o no su «voluntad». De la misma
manera que la voluntad, expresada en «deseos», está en todas partes, así también el «poder»
está en todas partes como estructura sin sujeto, en cuyas formas exclusivamente puede
expresarse la voluntad. Foucault intenta rastrear esta inevitable constelación hasta los más
ínfimos poros de la psiquis en la «microfísica del poder»–
éste es también el título de una desus colecciones de ensayos.
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Con esto, sin duda, la praxis emancipatoria cae definitivamente en la desesperación. O mejor
aún: el vínculo entre praxis y fundamentación teórica se rompe aparentemente de forma
definitiva. Actuar a pesar de la teoría: éste es el lema explícito o implícito. El propio Foucaultse unió apasionadamente al Grupo de Información Penitenciaria (GIP) y se implicó en las
revueltas de los presos. Llevaba por así decir una doble vida como «profesor de historia de las
ideas» en el College de France en París y como «enemigo de la normalidad» (a través también
de su propia situación como homosexual). El dilema de Foucault no es sin embargo
únicamente personal ni puramente el mismo del estructuralismo, sino que más bien se
asemeja irónicamente al del adversario «humanista» y existencialistas tan duramente criticado.
Aquí se incluye también la Teoría Crítica. Al fin y al cabo, Foucault se expresó de forma
positiva incluso con relación a Adorno.
La praxis sin esperanza, sin mediación e incapaz de ser fundamentada es una consecuencia
universal de este sistema de ideas, sin hablar del resto de los antagonismos. Los
estructuralistas habían frecuentado juntos la escuela de las teorías del sujeto (marxismo,
existencialismo, fenomenología, Teoría Crítica). Sus ataques al humanismo ideológico fueron
siempre también una discusión interna. En este sentido, el propio estructuralismo es una
forma decadente del pensamiento ilustrado que se destruyó a sí mismo hasta la consecuencia
última de la completa desubjetivización. Si para la Teoría Crítica ese proceso de
desubjetivización aún es histórico –la extinción de una promesa o el colapso de la una
realidad–, los estructuralistas admiten que jamás existió un sujeto en el sentido ilustrado.
Si incluso los llamados pueblos salvajes actúan dentro de estructuras sin sujeto, como la
etnología de Claude Lévi-Strauss intenta demostrar, entonces la «estructura» es integral y
ontológica, entonces puede haber «procesos diacrónicos» pero no propiamente historia. El
concepto final alcanzado de dominación sin sujeto, por ser idéntico a la «muerte del sujeto» en
general, destruye también al adversario hipotético de la dominación, el contra-sujeto
emancipatorio. La idea de dominación sin sujeto es por tanto forzosamente idéntica a la
separación definitiva entre teoría y praxis. El estructuralismo sólo llevó hasta sus últimas
consecuencias el pensamiento ilustrado. Por eso el alarido furioso de Sartre y de los marxistas
ortodoxos en Francia mereció tan poco crédito como el de los gestores del expolio de la Teoría
Crítica en Alemania. Y por eso les fue posible a los afanosos lenguaraces académicos, a
ejemplo de los artiodáctilos y rumiantes, regurgitar como una gran masa unitaria de
pensamiento todas las teorías occidentales de la dominación y del sujeto desde el cambio desiglo y verterla en la tolerante hoja en blanco.
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Al concepto de «estructura» corresponde el de «sistema», sea como sinónimo, sea como
principio del «conjunto de relaciones [...] que se conservan y modifican independientemente de
los contenidos por ellas unificados»./14
Aquí, el estructuralismo entra en contacto con la teoría de los sistemas, que se desarrolló a
partir de la sociología positivista anglosajona, sobre todo de Talcott Parsons/15. En
conformidad con el atajo anglosajón, la teoría de los sistemas tiene pocos pruritos y
absolutamente ningún escrúpulo teórico-subjetivo en disolver el sujeto dominante y por tanto
el sujeto en general en leyes cibernéticas del movimiento de los «sistemas». El funcionario
público alemán Niklas Luhmann, elevado a la estatura de gran teórico, alumno de Parsons y
uno de los más destacados teóricos contemporáneos de la teoría de los sistemas, pareceincluso divertirse secretamente al describir en lenguaje protocolario el mundo social como una
máquina de relaciones sin sujeto y considerar el punto de partida de la Ilustración como una
ideología superada y precientífica.
«La teoría de los sistemas rompe con ese punto de partida y no tiene por tanto ninguna
utilidad para el concepto de sujeto. Ella puede sostener, entonces, que cada unidad utilizada
en este sistema [...] tiene que ser constituida por este mismo sistema y no puede mantener
relaciones con su ambiente.»/16
El impacto de esta declaración sólo se vuelve claro al comprenderse que como «ambiente» de
este sistema no se entiende otra cosa sino los actuales «sujetos», o sea, los hombres reales
con su conciencia real, sus necesidades, sus deseos, sus ideas, etc.
«Obviamente, no afirmamos que pueda existir sistema social sin conciencia presente. Pero la
subjetividad, la presencia de la conciencia, la radicación de la conciencia es concebida como
ambiente del sistema social, y no como su autorreferencia.»/17
No carece de humor negro (involuntario) el que los sujetos humanos sean degradados a mero
«ambiente» de su propio «sistema» social. El sistema no es nada más que el sistema de las
relaciones entre los hombres que se ha vuelto estructuralmente autónomo de éstos. La historia
puede ser entendida, a lo sumo, como la «diferenciación» cada vez más progresiva de los
subsistemas del «sistema» ontológico llamado sociedad. La sociedad se torna cada vez más un
«sistema de sistemas», con lo que, no obstante, la autonomización de las «autorreferencias»sistémicas, en oposición a la conciencia humana y subjetiva, se impone de forma tanto más
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inevitable. Como los sujetos sólo pueden pensar y obrar en relación con este «sistema de
sistemas» y en el interior de sus respectivos subsistemas, permanecen desde el principio
reducidos funcionalmente, en el plano de las relaciones «como tales», pensables sólo como sin
sujeto. La «autorreferencia» del sistema es por tanto el proceso–
vacío de sujeto–
de avance,diferenciación y desarrollo en el plano de las relaciones sociales, que tienen que ser
consideradas estructuralmente con independencia de los hombres reales que les sirven de
base sólo como «ambiente». Este aburrido funcionalismo ya no se espanta ante la cabeza de
Medusa de la ausencia de sujeto: él mismo ya es una./18.
El «sistema» siempre preexiste, no sólo en el macroplano, sino también en el microplano de la
relación humana en general:
«Todo contacto social es concebido como sistema, inclusive la sociedad, en su condición de
conjunto de consideraciones de todos los contactos posibles. La teoría general de los sistemas
sociales tiene la pretensión, en otras palabras, de aprehender toda la esfera de objetos de la
sociología y, en ese sentido, ser una teoría sociológica universal.» /19.
Bajo este prisma, la propia pareja hombre-mujer es un «sistema», al igual que el individuo
soltero (como sistema para sí mismo en la robinsonada de su autorrelación social). Como el
tormento de los dolores del sujeto desaparece con la total amputación de este miembro
gracioso pero reseco, con toda inocencia se puede proponer un sistema inductivo de
abstracciones a partir de la descripción banal de relaciones «sistémicas» en el micro y
macroplano de la sociedad – una especie de oráculo de la sociología vacía de conceptos, en la
que todas las relaciones imaginables ocurren bajo tipos ideales y pueden ser diferenciadas o
«calculadas». Además del sujeto, se extingue todo concepto del conjunto de la sociedad.
Desde este punto de vista, o la «dominación» desaparece por completo o adquiere un
significado enteramente nuevo. Si para Foucault ésta es todavía un adversario, aunque sin
sujeto, inaprehensible e incontrastable, Luhmann a su vez ni siquiera llega a preguntarse: «Y
de ahí?» Para la teoría de los sistemas, toda crítica de la dominación es tan absurda como una
crítica de la circulación de la sangre o de la evolución. Como todo tipo de relación acarrea
siempre, con necesidad lógica, un sistema de relaciones trascendente a los que se relacionan e
inaccesible en su autonormatividad, aquello que hasta ahora parecía «dominación» puede ser
también sólo una función indispensable de los sistemas. Y como los sujetos son siempre mero
«ambiente» de sistemas, la dominación no puede ser más que un tipo de campo de fuerzas desistemas, comparable tal vez a las relaciones gravitacionales de un sistema solar.
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19
5.
El marxismo no sólo se mostró incapaz de permanecer inmune a los desarrollos delestructuralismo y de la teoría de los sistemas, con la excepción, por supuesto, de los
ignorantes de los movimientos de agitación, sino que además hizo nacer en su propio terreno
una variante teórica seudoestructuralista, que a su vez influyó sobre los proyectos no-
marxistas (Foucault, por ejemplo). Como se sabe, fueron los trabajos de Louis Althusser los
que produjeron tal avance. Althusser fue y sigue siendo, en muchos aspectos, un marxista
tradicional (y también un marxista de partido dentro del PCF, aunque inconformista y
opositor). Con la ayuda de las ideas «estructuralistas», sin embargo, intentó fundar una nueva
lectura de Marx.
Ésta no se redujo sólo a un flirt con la terminología estructuralista, como Althusser intentó
hacer creer más tarde/20, sino que fue un elemento plenamente genuino del «proceso»
estructuralista y de la teoría de los sistemas dirigidos «contra el sujeto». El propio Althusser,
ya en el texto Pour Marx escrito en 1965, señala como su objetivo «trazar una línea
demarcatoria entre la teoría marxista y las formas del subjetivismo filosófico (y político) en las
que se internó o que la ponen en peligro».21
El verdadero objetivo se muestra aquí aún velado por el concepto de «subjetivismo», muchas
veces instrumentalizado por el vocabulario marxista medio –concepto éste que en sí no implica
ninguna reflexión sistemática sobre el concepto de sujeto en general. Pero Althusser se volvió
luego más explícito, como indican algunos ejemplos extraídos casi al azar de su obra:
«El proceso (o la dialéctica) sin sujeto de la alienación es el único sujeto reconocido por Hegel.
En el propio proceso no hay sujeto: el proceso mismo es el sujeto, justamente por el hecho de
no tener sujeto. [...] Se elimina, en lo posible, la teleología, y queda la categoría filosófica de
un proceso sin sujeto asimilada por Marx. Este es el legado positivo más importante legado
por Marx y Hegel: el concepto de un proceso sin sujeto. Tal concepto da sustento a El Capital.
[...] Hablar de un proceso sin sujeto implica sin embargo que la expresión 'sujeto' es una
expresión ideológica.»/22.
Las consecuencias inferidas por Althusser para la «nueva lectura» de la principal obra de Marx
(Lire le Capital, 1965, en colaboración con J. Ranciére, R. Balibar y otros) contienen losprincipales momentos del estructuralismo e incluso de la teoría de los sistemas, como nos lo
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aclara el resumen en cierto modo inadecuado de Günther Schiwy. Según éste, el marxismo
tendría que asimilar un conocimiento esencial, el de que:
«El hombre no está en el centro del mundo y ni siquiera en el centro de sí mismo, pues talcentro no existe. No obstante, esto confirma la desconfianza marxista ante toda concepción
humanista del hombre y ante el concepto de homo oeconomicus, como si el hombre fuese el
sujeto y el motivo de la economía, y el concepto de homo historicus: el hombre como sujeto y
objeto de la historia mundial. En verdad, los verdaderos sujetos de la actividad económica no
son los hombres que poseen empleos, y tampoco los funcionarios que distribuyen cargos, y
mucho menos los consumidores, sino las condiciones de consumo, distribución y producción.
Tales condiciones forman un sistema complejo, a cuyas estructuras el hombre es extraño, pero
que lo determinan hasta los menores detalles. Sólo el equívoco ideológico y humanistaconvierte este conocimiento científico en la ilusión de la indispensable interioridad del hombre,
que determina el curso de las cosas.»/23
Resta saber cómo Althusser armoniza esta interpretación con posiciones «revolucionarias». En
realidad, con la exclusión del sujeto, Althusser alivió al marxismo de la vieja crítica de la
dominación. ¿Acaso deseaba algo más? El estructuralismo no excluye de ninguna manera
«procesos diacrónicos» y la teoría de los sistemas permite perfectamente cambios, crisis e
incluso transformaciones sistémicas. Sólo que éstas, de acuerdo con su esencia, están tan
desprovistas de sujeto como el «funcionamiento» y el movimiento de los propios sistemas. Es
exactamente en este sentido como entiende Althusser su reinterpretación del marxismo. Él
supera el marxismo no con un paso adelante, esto es, a través de una asimilación sistemática
de la crítica del fetichismo, y tampoco enfrenta al supuesto adversario, sino que más bien
absorbe en su núcleo, sin modificaciones, todo el marxismo del movimiento obrero, aunque
ahora plasmado en una nueva forma «normativa» de movimiento estructuralista y sin
sujeto/24. Todo está ahí, como antes: la burguesía, el proletariado, la lucha de clases, los
intelectuales fluctuantes. Sólo que ahora ya no se trata de sujetos autónomos sobre el ring
histórico, sino justamente del «funcionamiento» de un proceso contradictorio sin sujeto. Todos
actúan como deben actuar según su «función sistémica». Althusser no se atreve siquiera una
vez a tocar inocentemente el famoso «instinto de clase» del proletariado. La burguesía ejecuta
las funciones sin sujeto de la conservación del sistema, el proletariado ejecuta (ya que se trata
de un proceso sistémico contradictorio) la función contraria y sin sujeto de la crítica al sistema,
y así se desarrolla la lucha de clases igualmente sin sujeto como resultante sistémica. El
resultado final de este «proceso sin sujeto» sólo puede ser la transformación sistémica–
obviamente sin sujeto– en el socialismo, que a su vez constará entonces, para nuestro
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asombro, de (otro) sistema sin sujeto.
Hechas las cuentas, la construcción de Althusser parece sumamente insatisfactoria. El hecho
de no haber constituido una renovación del marxismo, sino más bien su enterramiento fuealgo que pronto se reconoció. En verdad, el marxismo vivió siempre de la ideología ilustrada
del sujeto autónomo a priori. Amputarlo y continuar desenredando el antiguo ovillo era una
empresa condenada al fracaso. El monstruo desdentado que quedó no puede ser la novia
radiante de la renovación humana. Sin embargo, no sólo el énfasis revolucionario del
marxismo tenía que escaparse con la interpretación estructuralista como el aire de un globo
pinchado, sino que también toda la práctica justificativa le fue arrebatada contra la propia
intención de Althusser. De hecho, si tanto la lucha de clases como el propio socialismo
anhelado son simples «procesos sin sujeto», ¿quién podrá garantizar un contenido humano ylos resultados guiados por las necesidades humanas? Los comunicados del «frente de
construcción socialista» en el este y de la praxis de los «movimientos de liberación» en el sur
se volvían cada día peores y más alarmantes. Althusser fue apenas uno de los muchos
enterradores del marxismo que, en Francia, pondrían luego manos a la obra de manera mucho
más abierta y menos contrita.
Como ya ocurriera con los estructuralistas en general, la antigua ideología del sujeto se alzó
también, con todas sus variantes, en contra de su destrucción por la interpretación de
Althusser. Pero ni las reprimendas del Partido, que temía un «entierro del compromiso
revolucionario», ni las polémicas de Sartre o Alfred Schmidt pudieron ya detener, una vez
iniciado, el proceso teórico de la destrucción del sujeto ilustrado. Tales tentativas eran tan
inútiles como la discusión análoga entre Jürgen Habermas y Niklas Luhmann, por ejemplo/25.
Como se ha dicho, las teorías occidentales del sujeto hacía mucho que se habían destruido y
revelado a sí mismas las aporías del concepto de sujeto como «Dialéctica de la Ilustración». El
estructuralismo y la teoría de los sistemas no hicieron más que deducir las consecuencias que
estaban en el aire. Así fue como la larga historia del sujeto occidental llegó a su definitivo fin.
En realidad, resulta difícilmente impugnable el profundo contenido de verdad de los conceptos
«sistema», «estructura» y «proceso» sin sujeto con relación a la empiria observable de las
relaciones burguesas de la modernidad tardía o «posmodernas». El estructuralismo dice
solamente lo que de hecho es así, o sea, lo que aparece como realidad. Los ideólogos
humanistas e ilustrados del sujeto, inclusive el marxismo, no cuestionan el «caso»
superficialmente, sino que quieren criticarlo. Su punto de vista es sin embargo bastanteprecario, pues tienen que aceptar un sujeto apriorístico que «se olvidó» de que así es y de lo
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que creó. La lira de este concepto de sujeto entona siempre la misma canción: se ha de
restablecer una conciencia que se perdió de la hechura subjetiva de los procesos sociales. Esto
es en verdad el más despreciable rousseaunismo, puro siglo XVIII, mal enriquecido en su
superficie con los resultados de las ciencias modernas y los saldos de la crítica de la economíade Marx. El pensamiento ilustrado es fundamentalmente incapaz de imaginar la «hechura» de
«algo» sin un sujeto preexistente de esta acción; una acción sin sujeto no le parece sólo
monstruosa, sino también una imposibilidad lógica. El hecho de que aquí, en la sociedad
existente, algo gira en falso, le es de algún modo consciente (sobre todo en su variante
marxista); pero por cierto se ha de tratar de un «error», que a su vez fue causado
subjetivamente, o sea, por la «voluntad de explotación» o por la «voluntad de poder» de los
dominantes. Los sólidos argumentos del estructuralismo y de la teoría de los sistemas
concluyen que la aceptación de este sujeto apriorístico es «metafísica» inconsistente, que esesujeto jamás existió ni podrá existir de acuerdo con la lógica.
Esta posición es sólida, pero también irremediablemente afirmativa. Vierte agua sobre la
ebullición de toda la crítica social. Contra ella nada pueden ni la desesperada «praxis a pesar
de la teoría» de Foucault ni el vaporoso proyecto «secundario» de la lucha de clases de
Althusser. Esta era también desde hacía mucho tiempo la posición de la Teoría Crítica. Por otro
lado, la praxis social del «sistema» moderno, que se ha convertido en un sistema mundial
directo, es más que nunca digna de crítica o, para decirlo todo, insostenible. Es manifiesto que
ese «todo sistémico» –a la par, irónicamente, de la ideología crítica del sujeto– llega a su fin
histórico cada vez más catastrófico.
La praxis crítica y revolucionaria tiene que ser, sin embargo, fundamentable y por tanto
fundamentada nuevamente. Los movimientos prácticos, los partidos y las sectas marxistas
(como por ejemplo el antes citado «Grupo Marxista») «pensaron por inercia», durante años, de
una forma teóricamente ignorante. No comprendieron ni superaron el desarrollo teórico y sus
resultados, pero o bien no los tomaron en cuenta o bien simplemente los descartaron como
«falsos» o «absurdos». Todo parecía tan «simple»: los hombres sólo tenían que seguir sus
«intereses» o ser empujados a ello; la «praxis» parecía ante todo fundamentable a partir de sí
misma. La pena para esa ignorancia infundada es justamente el fracaso práctico –y esto de
forma definitiva. El hecho de que todos los antiguos marxistas y sus organizaciones, revistas,
etc., sacudidos por el colapso del este europeo, murieran como las moscas en otoño tiene en
sí algo de liberador. La más reciente «crisis del marxismo», proclamada ya a mediados de los
años 60 por Althusser, fue en verdad la última.
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Si hoy existe todavía la posibilidad de un pensamiento de crítica social y de una praxis
trascendente (no a partir de reacciones ideológicas obstinadas, sino porque la praxis clama por
ello), y si esto tiene que ser realizado echando mano de la insoslayable teoría de Marx, el único
camino posible es el que se interna por el «continente sombrío» de la crítica del fetichismo,que fue encubierto por el marxismo de corte subjetivo-ideológico. No por casualidad Althusser
rechazó expresamente el concepto de fetichismo como «ideología» a ser descartada/26.
Queda por probar en qué medida la readmisión sistemática del concepto de fetichismo
posibilita, más allá del marxismo, la metacrítica de la modernidad burguesa, o sea, si se puede
formular un concepto fundamentalmente distinto de conciencia social, capaz de romper
efectivamente los grilletes técnicos del estructuralismo y de la teoría de los sistemas, y no sólo
de ofrecer una nueva infusión, diluida hasta la insipidez, de la metafísica rousseauniana e
ilustrada de la subjetividad a priori. Sólo entonces la crítica de la dominación sería nuevamentefundamentable, y sólo entonces sería posible una rehistorización del movimiento estructural
sin sujeto de base aparentemente ahistórica.
6.
En rigor, esto es, sin las reducciones del marxismo ilustrado y subjetivo-ideológico, el
concepto de fetichismo de Marx contiene una crítica al menos tan fuerte de la metafísica
ilustrada y a priori del sujeto como la iniciativa estructuralista y de la teoría de los sistemas.
Una crítica completamente diferente, sin duda, que en lugar de ser afirmativa es
revolucionaria. En la medida en que Althusser no tiene en cuenta esto y atribuye precisamente
el concepto de fetichismo a la interpretación humanista y subjetivo-apriorística del marxismo,
rechazándolo de una sola vez, destruye para sí mismo cualquier esbozo de solución crítica y
acaba forzosamente en el callejón sin salida del estructuralismo.
No es por azar que el concepto de fetiche se proponga a partir de la analogía con las
relaciones premodernas, aunque tampoco se trate de una simple analogía. Con él se designa
aquella identidad de la historia humana que une la premodernidad y la modernidad burguesa
en el continuum de la «prehistoria» (Marx), siendo que sólo más allá de ésta comienza la
«verdadera» historia del hombre. Esta declaración de Marx, tan oscura como sorprendente,
sólo se puede aclarar sobre el telón de fondo de la crítica del fetichismo, que es incompatible
con la metafísica ilustrada del sujeto. Si la propia modernidad integra la «prehistoria»,
entonces forma parte, juntamente con sus formas subjetivas, de un proceso que de hecho se
mantiene inconsciente en el plano de la determinación social de la forma–
aunque no comoimposibilidad lógica de la conciencia general en ese plano, sino como un proceso del devenir
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en el cual sólo se puede constituir la autoconciencia social después de una larga y dolorosa
historia evolutiva. Esta constitución está frente a nosotros y se manifiesta en la superficie
social como revolución contra la forma-mercancía, o sea, contra la última y más elevada
constitución del fetiche de la prehistoria humana, cuya insuficiencia práctica rompe elhorizonte del fetichismo en general.
A partir de esta idea básica cabría desarrollar una nueva estrategia teórica de doble acción,
tanto contra el estructuralismo o la teoría de los sistemas como contra el pensamiento
ilustrado de cuño humanista y subjetivo-apriorístico; en este sentido, sería posible también
elaborar la identidad interna de estos dos antagonistas como formas de ascenso y declive del
pensamiento teórico en la modernidad burguesa. Ambos son igualmente incapaces de una
crítica de la forma mercancía fetichista como tal, o sea, de su manifestación en última instanciacomo dinero. El humanismo ilustrado del sujeto permanece ciego ante la verdadera
constitución fetichista sin sujeto de su sujeto metafísico y supuestamente «olvidado», que
debe ser «reconstruido» eternamente en vano. El estructuralismo y la teoría de los sistemas
renuncian a este propósito, sin comprender, no obstante, las premisas correspondientes, y
mucho menos modificarlas. Perciben la constitución sin sujeto de la «prehistoria» actual, pero
simplemente como lógica ahistórica de la socialidad, o incluso como identidad humana y
constitución no-humana de sistemas (sin sujeto) vivos. Como, por ejemplo, en la afirmación de
que los «procesos complejos están caracterizados por el azar, la no-linealidad y la
contradicción: y el nexo entre mutación y evolución, entre desvío e innovación, es el
fundamento de la vida (o sea, del desarrollo de la célula al de la sociedad) (!) [...]»/27
La reducción de la historia a historia natural ciega, a una ausencia de sujeto, y mutante «de la
célula a la sociedad», se remonta en cierto modo a los orígenes de la sociología moderna de
Comte y Spencer, es decir, a una consideración seudobiológica en la cual las relaciones
naturales y sociales «de la vida» son tratadas como estructuralmente idénticas, de manera que
cualquier diferencia fundamental entre la sociedad (el hombre) y la naturaleza puede ser
denunciada como «estrechamente humanista» (Luhmann). La diferencia es que el
estructuralismo y la teoría de los sistemas incluyen el proceso de desarrollo de las sociedades
modernas y sus sistemas de conocimiento, y por eso son mucho más elaborados/28. Con
todo, también Marx habla de la «historia natural» de las actuales formaciones sociales
históricas bajo la influencia de la modernidad, aunque no en una acepción afirmativa, sino en
un sentido crítico-revolucionario: a saber, como una condición superable y a ser superada
prácticamente, y con cuya superación se alcanza aquel «fin de la prehistoria».
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Esta perspectiva sólo es posible porque Marx, a pesar de la ausencia de sujeto comprobable en
el plano de la determinación social de la forma, no cae en la despreciable equiparación de
leyes sistémicas absurdas «de la célula a la sociedad», sino que antes bien propone una
distinción entre «primera» y «segunda naturaleza». Tal distinción es decisiva para lahistorización crítica, con base en un metanivel, de «leyes naturales de la sociedad»
aparentemente ahistóricas. El concepto de fetichismo es la clave para la comprensión de este
nexo.
La «segunda naturaleza» significa que la socialidad de los hombres, elemento de su esencia, se
constituye y se presenta, de manera análoga a la primera naturaleza, como una esencia que les
es externa, ajena y subjetivamente no integrada. De hecho, se trata de una constitución sin
sujeto puesta en movimiento por la acción y actividad de los hombres, aunque actúesimplemente como función de un proceso sin sujeto –exactamente como exige la jerga de la
teoría de los sistemas. La comparación con otros sistemas vitales es natural, ya que
prácticamente todas las poblaciones biológicas posibles se comportan, se diferencian y se
desarrollan «sistemáticamente» (por ejemplo, sociedades de animales o plantas, sistemas
celulares, etc.), sin que se suponga un sujeto en el sentido ilustrado.
Con todo, existe ya aquí una ignorancia fundamental por parte de la teoría de los sistemas,
pues la analogía no es una identidad, o sea que primera y segunda naturaleza no pueden ser
equiparadas de ninguna manera. El hecho de la constitución sin sujeto, de procesos sin sujetos
y de formaciones sistémicas en el plano de la segunda naturaleza no es simplemente historia
natural, sino una historia de segundo orden, una historia elevada a potencia. Su supuesto es
que el hombre se libera de la mera historia biológica y natural de primer orden. Al mismo
tiempo, la constitución sin sujeto del segundo orden es ante todo la condición de posibilidad
de tal liberación.
El hombre se libera de la primera naturaleza (y así se opone a ella, aunque permanezca como
una de sus partes integrantes) al desembarazarse del instinto de los animales. Él es el animal
sin instintos (he aquí, en todo caso, el momento de verdad de la teoría de Arnold Gehlen). Con
ello, sin embargo, se impone la necesidad de conciencia como subjetividad frente a la primera
naturaleza. Lo que diferencia al peor maestro de obras de la mejor abeja, dice Marx en un
pasaje famoso, es el hecho de que la construcción de aquél tiene que pasar antes por su
cabeza. Así, el hombre se opone a la primera naturaleza como sujeto, pero sólo es capaz de
esto como hombre, es decir, como ser social. En cuanto tal ser social, sin embargo, estáconstituido en la ausencia de sujeto, justamente como constitución de segundo orden sin
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sujeto. Esto sólo quiere decir que el hombre no se creó directamente como sujeto social ni fue
creado por un dios-sujeto, sino que sólo pudo surgir sin sujeto como animal liberado. Nació
como sujeto frente a la primera naturaleza, pero necesariamente no sabe quién es; sólo sabe y
tiene conciencia de aquello en que se convirtió, esto es, en un ser u organismo de segundoorden.
La diferenciación frente a la primera naturaleza, la formación del hombre como sujeto en
oposición a ella, es por sí misma necesariamente sin sujeto. El ser social «surgido» y no creado
sólo pudo ver la luz como sistema de segundo orden sin sujeto. Esta ausencia de sujeto de
segundo orden es el precio inevitable para el devenir del sujeto frente a la ausencia de sujeto
de primer orden –ausencia ésta absolutamente natural y biológica. «Surgen» por tanto
sistemas de segundo orden sin sujeto, sistemas simbólicos (códigos) del ser humano surgido ypor surgir. Es esto precisamente, en esencia, la constitución del fetiche. Incluso los primeros
grados de desarrollo no tienen ya nada que ver con los sistemas de la primera naturaleza. En
una consideración superficial, los sistemas totémicos, a través del criterio de la
«consanguinidad», pueden parecer estrechamente ligados a la primera naturaleza. Pero los
animales, como mucho, no forman más que parejas o grupos guiados por el instinto (y no
simbólicamente regulados); incluso el joven sexualmente maduro (o púber) rompe relaciones
con sus progenitores. El sistema de consanguinidad es ya un sistema simbólico de segundo
orden, imposible de ser fundamentado biológicamente. Según todo indica, se trata de la más
antigua constitución del fetiche humano.
Sería una tarea por separado investigar la secuencia y diferenciación históricas de los sistemas
de fetiche. La historia, bajo este aspecto, ya no es definida de modo omnicomprensivo como
«la historia de las luchas de clases» (como corresponde aún al estadio de conocimiento del
Manifiesto Comunista), sino como «la historia de las relaciones fetichistas». Las luchas de
clases (y otras formas de confrontación social) obviamente no desaparecen, sino que son
rebajadas a una categoría interna de algo jerárquicamente superior, a saber, la constitución sin
sujeto del fetiche y de sus respectivos códigos o leyes funcionales. La forma-mercancía,
convertida en forma social de reproducción en la figura del capital, es así la última y la más
elevada forma-fetiche, capaz de ampliar hasta el extremo el espacio de la subjetividad en
relación con la primera naturaleza. Sólo en el terreno de esta constitución-fetiche
secularizada/29 –depurada de toda religiosidad, que asume un carácter sistémico
omnicomprensivo y se desenvuelve hasta llegar al verdadero «sistema mundial» (Immanuel
Wallerstein)–
pudieron surgir los conceptos de «estructura» y «sistema».
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Así como según Marx la anatomía del mono tiene que ser explicada a partir de la del hombre,
y no a la inversa, la naturaleza de la constitución del fetiche sólo puede ser inferida a partir de
su más alto grado de desarrollo, del fetiche de la mercancía como fetiche del capital; sólo en
este grado, se vuelve reconocible y al mismo tiempo obsoleta. Se puede reconstruir, a partir dela constitución y la crisis del fetiche secularizado, el modo por el cual se creó un nexo a
espaldas de los sujetos activos sobre la base de efectos involuntarios de acciones aisladas,
nexo éste que se consolida «en sistema» y crea tanto códigos como regularidades que nadie
jamás «imaginara» y que, por tanto, no nacen de ningún acuerdo consciente. Con ello se
destruye también definitivamente el proyecto rousseauniano del «contrato social», que en el
debate contemporáneo sobre la contención de la crisis de la forma-mercancía goza de una
supervivencia fantasmagórica y aún sirve de alimento a la proliferación conceptual inmanente e
ilusoria (sobre todo de las izquierdas decrépitas).
7.
A primera vista podría parecer que, con el concepto de constitución del fetiche, no sólo el
antiguo concepto subjetivo-ilustrado de dominación se volvería obsoleto, sino también el
propio concepto de dominación en general. La destrucción del sujeto tendría entonces que ser
aprehendida en el concepto de simple marioneta. Semejante abandono inmediato del concepto
de dominación sería por así decir tácticamente inaceptable. En primer lugar, parecería disuadir
a los hombres de las coerciones experimentadas en la realidad (y sentidas en todo su peso),
que se insinúan hasta en los poros de lo cotidiano de las sociedades-fetiche secularizadas del
mercado total y del Estado democrático de derecho. En nada modifica el carácter de esta
represión el hecho de que no pueda ser referida a un sujeto determinado, de ser «estructural»
y aun digna de odio.
En segundo lugar, dicho concepto de marioneta disculparía en cierto modo la «dominación del
hombre por el hombre». En cuanto se percibe el carácter sin sujeto de las determinaciones
sociales, en cuanto los conceptos de «papel» y «estructura» descienden del Olimpo científico
hasta la conciencia diaria, éstos son instrumentalizados de forma más o menos ingenua para
justificar y tranquilizar a los que cumplen ciertas funciones de dominación. Alguien «sólo»
hace su trabajo, cumple su «deber», actúa según su «papel» y se expone, en cuanto a lo
demás, a las propias «estructuras» –tales afirmaciones hace mucho tiempo que forman parte
del repertorio de la falsa y equivocada legitimación del ejercicio del poder dominante. Así, el
conocimiento crítico es transformado en afirmación banal.
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Esto es particularmente desagradable cuando las funciones de dominación no se hallan
rígidamente formalizadas como en las relaciones económicas y burocráticas, sino que más
bien son ejecutadas informalmente y se manifiestan en atribuciones estructurales de papel,
como en la relación entre los sexos o en la relación de enseñanza (y también en preconceptosy discriminaciones raciales). La complacencia del hombre compulsivamente heterosexual y no
verdaderamente interesado, a pesar de las corteses reverencias al feminismo, en superarse a sí
mismo es notoria cuando se afirma que, en el fondo, no es él mismo como persona el vehículo
de ciertas manifestaciones autoritarias en la relación entre los sexos, sino que «sólo» ejecuta,
forzado y a disgusto, una estructura socialmente prevaleciente e históricamente sin sujeto.
Esto es evidente en diversos grados y en expresiones implícitas («mudas») o explícitas de un
seudo-reflexivo trabajo de represión masculino. De la misma manera que el sistema productor
de mercancías puede transformar aparentemente en mercancías todas las formas de crítica yconsiderarlas como tales «estructuralmente» inofensivas, así también la conciencia masculina y
compulsivamente heterosexual de la dominación, con sus exigencias obsoletas de
independencia y soberanía, parece desplegar todo el contenido cognitivo de la crítica de la
estructura de los sexos hacia una forma superior y más elaborada de autoafirmación.
Precisamente a fin de no tener que abandonar su «altivo» punto de vista dominante, cada vez
más inconfesado, y de no dejar que la crítica se extienda hasta la «identidad» compulsiva o
aun hasta su propio cuerpo, el sexo masculino se refugia aliviado por así decir en la ausencia
de sujeto y su concepto. Esta es casi la forma de conciencia del criminal psicótico, que se
convence de la propia inocencia, ya que «nada puede contra el acto», aunque tenga pleno
conocimiento de sí mismo y de sus acciones. Para seguir siendo lo que es y poder continuar
ejerciendo la dominación, el hombre compulsivamente heterosexual, soberano e idéntico a sí
mismo está dispuesto a declararse inimputable y transferir el estatuto de sujeto a la
«estructura» o al «sistema» –al poder abrumador de la ausencia de sujeto que no le hace
ningún mal concreto (este tal vez sea el sentido psicológico de la teoría de Niklas Luhmann y
de su considerable éxito).
Obviamente, con todo, el abandono del concepto de dominación y la metáfora de las
marionetas no deben ser simplemente repudiados por razones seudotácticas, a fin de poder
afirmar una posición negativa en lo relativo a las relaciones odiosas e insoportables. El
problema tiene que ser también elucidado teóricamente. En su paradoja, de hecho, la astucia
casi «femenina» de la autoafirmación masculina «estructuralmente» seudorreflexiva apunta a
un problema teórico, a saber, la cuestión de la relación entre la constitución del fetiche y la
subjetividad. El reconocimiento de que la estructura y el sistema no son de naturalezaontológica ni descienden hasta la naturaleza orgánica, sino que en realidad «surgieron» en su
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alteridad en el plano de la segunda naturaleza y se volvieron tan manifiestos como obsoletos
en el estadio de desarrollo del sistema productor de mercancías, aún no es capaz de
solucionar la relación interna entre sujeto y ausencia de sujeto. Si el concepto de fetiche lleva
espontáneamente a la reproducción del punto de vista estructuralista y de la teoría de lossistemas (y a la proximidad con su contenido afirmativo) apoyada en concepciones
simplemente modificadas y en una ampliación historicista, si la metáfora de las marionetas y la
negación del concepto se imponen espontáneamente, entonces queda claro que existe aún un
«eslabón perdido» en la reflexión teórica.
El sujeto no desaparece simplemente como un mero error, sino que continúa existiendo, si
bien ahora como mero sujeto interno de la constitución del fetiche, ella misma sin sujeto. El
problema es que el fetiche no es sin embargo un «ser» autónomo y provisto de concienciapropia, a quien se puede dotar por decirlo así de dirección y apartado postal. La ausencia de
sujeto no es, a su vez, un sujeto que pueda «dominar», sino que constituye la dominación y de
manera paradójica es definida como algo simultáneamente propio y ajeno, interno y externo.
Marx captó metafóricamen