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Robert Graves, el célebre autor de · Robert Graves, el célebre autor de Yo, Claudio o La hija de Homero, pone al alcance de todos, jóvenes y mayores, los mitos griegos, imprescindibles

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Robert Graves, el célebre autor deYo, Claudio o La hija de Homero,pone al alcance de todos, jóvenes ymayores, los mitos griegos,imprescindibles para comprender nosólo la civilización griega y aun laromana, sino también para disfrutaren toda su riqueza del arte y lacultura occidentales. Lasentretenidas historiasprotagonizadas por dioses comoZeus, Hera, Hermes o Poseidón, opor héroes como Heracles y Perseo,se trasforman, gracias a la maestríade Graves, en ágiles relatos llenosde sabiduría, en ocasiones

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hilarantes, en una obra destinada aacercar a los lectores a seres tanfascinantes como el caballo aladoPegaso, la hermosa Andrómeda, elcazador Orión o el centauro Quirón,y deleitarse con narraciones comolas de los Siete contra Tebas, Leday el cisne, Orfeo y Eurídice, o lasorejas del rey Midas.

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Robert Graves

Dioses y Héroesde la Antigua

Grecia

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ePUB v1.3Percas 21.02.12

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PrólogoMi experiencia, gravemente

traumática, de la religión católica fuela razón determinante de mi tardíodescubrimiento de los maravillososmitos griegos. Por ejemplo, cuandocursaba filología clásica en laUniversidad de Salamanca, allá por losaños en que aparecieron los Beatles,aunque no precisamente por el Patio deAnaya de la facultad de filosofía yletras, y asistía a las clases de griegode los grandes helenistas Martín. S.Ruipérez y Luis Gil, con la hostia

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consagrada todavía casi en la punta dela lengua, un libro tan prodigiosamentedelicioso como Dioses y héroes de laantigua Grecia, de Roben Graves, queya se había publicado en Londres, sime lo hubiera encontrado entonces, mehabría parecido un aborto del diablo.

Frente a la verdad cristianarevelada, cuyo cielo estaba gobernadoserena y castamente por Dios Padre, yque iluminaba mi vida con las másdivinas luces de los profetas delAntiguo Testamento y los salvíficosrelatos de los evangelistas, elmiserable Olimpo griego, pobladopromiscuamente por dioses y diosas,

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que copulaban como camellos, meparecía un repugnante prostíbulo sinpies ni cabeza. La religión, me decía,después de la comunión, es algoprofundamente serio y solemne, y estosdioses griegos degenerados no son másque tratantes de ganado.

Leo, estos días, por razones detrabajo, el prólogo de la excelentetraducción de Vidas de filósofos, deDiógenes Laercio, que, en el sigloXVIII, firmó el gran helenista JoséOrtiz y Sainz, quien declara que hadisfrazado muchas palabras yexpresiones menos decentes queDiógenes Laercio usa, como gentil que

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es, sin ninguna reserva. Y el traductorlas anota, para que no dañen al lector,porque son opiniones ajenas a la sanamoral. E incluso un hombre tan culto yfino como Ortiz y Sainz no puedelibrarse de la demente suficiencia quesuele generar la fe en el Dios de loscatólicos. Aquí aparece, con todos sushierros y yerros, el católico españolque es más bruto que un arado etrusco,incluso, insisto, en el caso de unhombre fino como Ortiz y Sainz: «Porlo demás, los lectores se reirán comoyo al ver los caprichos, sandeces, ynecedades de Aristipo, Teodoro,Diógenes y demás cínicos; la

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metempsicosis pitagórica; ... el ateísmode unos; el politeísmo de otros; y, enuna palabra, cuantos disparates hacíany decían algunos filósofos de estos;pues la filosofía que no va sujeta a larevelación apenas dará paso sintropiezo».

Como se ve, a Ortiz y Sainz, lehacía gracia, por disparatada, lametempsicosis pitagórica, peroencontraba muy razonables —vamos,de lógica germánicamente cuadrada—la virginidad de María después delparto, la divinidad y resurrección deJesucristo, su ascensión a los cielos.

En 1958 Luis Cernuda escribe

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«Historial de un libro. (La Realidad yel Deseo)», su autobiografía poéticaresumida en treinta y siete prodigiosaspáginas. Y allí queda claro por qué unlibro como, por ejemplo, Dioses yhéroes de la antigua Grecia eraimposible que fuera fruto de un cerebroespañol. Dice Cernuda: «No puedomenos de deplorar que Grecia nuncatocara al corazón ni a la menteespañola, los más remotos eignorantes, en Europa, de “la gloriaque fue Grecia”. Bien se echa de ver ennuestra vida, nuestra historia, nuestraliteratura». Y, aunque está muy claro,hay que explicar por qué Grecia, con

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muy pocas excepciones, no ha rozadonuestra vida, nuestra historia, nuestraliteratura. Y Grecia no ha rozado lacultura española porque aquí, levantesdonde levantes una piedra, siempre tesalta al ojo una puta iglesia románica.

Tampoco, cuando me fui a vivir aAtenas, a los veinticuatro años, tuvesuerte con los mitos griegos. Allí, alborde de la Acrópolis, quedópulverizada instantáneamente mi fecatólica e, inmediatamente, me puse ablasfemar, a razón de unas doscientasblasfemias por minuto, como unlabrador de Tudela picado en un ojopor un tábano cisterciense. Hice mío el

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odio que el poeta latino Lucrecio sentíapor todas las religiones del mundo eincluí en este odio mío, según lacélebre expresión romana, más quepúnico, a la mismísima religión griega.Para colmo, y como debía ser, losgriegos que me interesaron de verdadfueron los contemporáneos, y lospoetas Seferis, Cavafis y Elitisdesplazaron al Olimpo a Esquilo,Sófocles y Eurípides. De los diosesgriegos, por muchos años, no quisesaber nada. A mí, entonces, meinteresaban sólo los poetas, loscamareros, los quiosqueros, losfutbolistas, los taxistas: o sea, gentes

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sin complicaciones celestiales.Pero, cuando, con los años, ya vi

que había cubierto, e incluso concreces, mi cupo de blasfemiastudelanas, me acerqué por fin, ya sinresentimiento, a Dioses y héroes de laantigua Grecia y devoré estas historiascomo lo que son: unos cuentos griegosmaravillosos relatados por RobertGraves, un genial bardo de Wimbledon,que siempre gastó una prosa que está ala altura de su excelente y copiosapoesía.

Dioses y héroes de la antigua Greciaes el libro que debería ser de lecturaaconsejada en todos los colegios

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occidentales. Es el único antídotoeficaz contra el mal de ojo de loscrucifijos que todavía cuelgan en lasaulas y en algunos hospitales públicos.En la historia de Occidente, sóloOvidio, en Las metamorfosis, hanarrado los mitos griegos con lasgracia, rigor, frescura, humor,dramatismo y desparpajo del exquisitoRobert Graves.

RAMÓN IRIGOYEN

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IntroducciónCasi todas las artes y ciencias útiles

nos fueron dadas por los antiguosgriegos: la astronomía, las matemáticas,la ingeniería, la arquitectura, lamedicina, la economía, la literatura y elderecho. Incluso el lenguaje científicomoderno está formado mayoritariamentepor palabras griegas. Ellos fueron elprimer pueblo de Europa en escribirlibros; y dos largos poemas de Homero—acerca del asedio de Troya y sobrelas aventuras de Odiseo— se leentodavía con placer, aunque su autor

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viviera antes incluso del 700 a. de C.Después de Homero llegó Hesíodo,quien, entre otras cosas, escribió sobredioses, guerreros y la creación. Losgriegos tenían un gran respeto porHomero y Hesíodo, y las historias (hoyllamadas «mitos») que ellos y otrospoetas narraron se convirtieron en partede la cultura, no sólo de Grecia, sino decualquier lugar donde llegara la lenguagriega: desde Asia occidental hasta elnorte de África y España.

Roma conquistó Grecia unos cientocincuenta años antes del nacimiento deCristo, pero los romanos admirabantanto la poesía griega que continuaron

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leyéndola, incluso después deconvertirse al cristianismo. La culturaromana se extendió por toda Europa y, alfinal, llegó sin grandes cambios desdeInglaterra hasta América. Cualquierpersona culta debía conocer la mitologíagriega casi tan bien como la Biblia,aunque sólo fuera porque el mapa griegodel cielo nocturno, aún utilizado por losastrónomos, era un libro ilustrado de losmitos. Algunos grupos de estrellas estánformados por perfiles relacionados conlas personas y los animalesmencionados en aquella mitología:héroes como Heracles y Perseo; elcaballo alado Pegaso; la bella

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Andrómeda y la serpiente que casi ladevora; el cazador Orión; el centauroQuirón; la popa del Argos; el carnerodel vellocino de oro, y tantos otros.

Estos mitos no son solemnes, comolas historias bíblicas. La idea de quepudiera haber un solo Dios y ningunadiosa no gustaba a los griegos, que eranun pueblo listo, pendenciero y divertido.Pensaban que el cielo estaba gobernadopor un linaje divino muy parecido al decualquier familia humana acaudalada,pero inmortal y todopoderoso; y solíanreírse de ellos, al mismo tiempo que lesofrecían sacrificios. Incluso hoy, enpueblos europeos recónditos, donde un

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hombre rico es propietario de muchascasas y tierras, sucede más o menos lomismo. Todos los habitantes del pueblohan sido educados con el propietario yle pagan un alquiler con regularidad.Pero a sus espaldas suelen decir: «¡Quétipo más soberbio, violento y antipático!¡Qué mal trata a su mujer... y ella nopara de chincharle! ¿Y sus hijos? ¡Vayauna pandilla! La hija, tan guapa, estáloca por los hombres y se comporta decualquier manera; el chico que está en elejército es un matón y un cobarde, y elque acompaña a su padre y cuida delganado es un bocazas del que no tepuedes fiar... Por cierto, el otro día me

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contaron...».Así era como los griegos hablaban

de su dios Zeus y de Hera, la esposa deéste; de Ares, dios de la guerra e hijo deesta pareja; y también de Afrodita,Hermes y el resto de la pendencierafamilia. Los romanos les dieron nombresdistintos: Júpiter en lugar de Zeus,Marte en lugar de Ares, Venus en lugarde Afrodita, Mercurio en lugar deHermes..., sustantivos que hoyidentifican a los planetas. Los guerreros,la mayoría de los cuales aseguraban serhijos de dioses con madres humanas,solían ser antiguos reyes griegos, cuyasaventuras fueron repetidas por los

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poetas para satisfacción de susorgullosos descendientes.

R.G.Deià, Mallorca, España.

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I. El palacio delOlimpo

Los doce dioses y diosas másimportantes de la antigua Grecia,llamados dioses del Olimpo,pertenecían a la misma grande ypendenciera familia. Menospreciaban alos anticuados dioses menores sobre losque gobernaban, pero aúnmenospreciaban más a los mortales. Losdioses del Olimpo vivían todos juntosen un enorme palacio erigido entre lasnubes, en la cima del monte Olimpo, la

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cumbre más alta de Grecia. Grandesmuros, demasiado empinados parapoder ser escalados, protegían elpalacio. Los albañiles de los dioses delOlimpo, cíclopes gigantes con un soloojo, los habían construido imitando lospalacios reales de la Tierra.

En el ala meridional, detrás de lasala del consejo, y mirando hacia lasfamosas ciudades griegas de Atenas,Tebas, Esparta, Corinto, Argos yMicenas, estaban los aposentos privadosdel rey Zeus, el dios padre, y de la reinaHera, la diosa madre. El alaseptentrional del palacio, que miraba através del valle de Tempe hasta los

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montes agrestes de Macedonia,albergaba la cocina, la sala debanquetes, la armería, los talleres y lashabitaciones de los siervos. En elcentro, se abría un patio cuadrado alaire libre, con un claustro, yhabitaciones privadas a cada lado, quepertenecían a los otros cinco dioses ylas otras cinco diosas del Olimpo. Másallá de la cocina y de las habitacionesde los siervos, se encontraban lascabañas de los dioses menores, loscobertizos para los carros, los establospara los caballos, las casetas para losperros y una especie de zoo, donde losdioses del Olimpo guardaban sus

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animales sagrados. Entre éstos, había unoso, un león, un pavo real, un águila,tigres, ciervos, una vaca, una grulla,serpientes, un jabalí, toros blancos, ungato salvaje, ratones, cisnes, garzas, unalechuza, una tortuga y un estanque llenode peces.

En la sala del consejo, los diosesdel Olimpo se reunían de vez en cuandopara tratar asuntos relacionados con losmortales, como por ejemplo a quéejército de la Tierra se le deberíapermitir ganar una guerra o si se deberíacastigar a tal rey o a tal reina que sehubieran comportado con soberbia y deforma reprobable. Pero casi siempre

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estaban demasiado metidos en suspropias disputas y pleitos como paraocuparse de asuntos relativos a losmortales.

El rey Zeus tenía un enorme trononegro de mármol pulido de Egipto,decorado con oro. Siete escalonesllevaban hasta él, cada uno esmaltadocon uno de los siete colores del arcoiris. En lo alto, una túnica azul brillanteproclamaba que todo el cielo lepertenecía sólo a él; y sobre elreposabrazos derecho de su trono habíaun águila áurea con ojos de rubí, queblandía entre sus garras unas varasdentadas de estaño, lo que significaba

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que Zeus podía matar a cualquierenemigo que quisiera enviándole unrayo. Un manto púrpura de piel decarnero cubría el frío asiento; Zeus lousaba para provocar lluviasmágicamente en épocas de sequía. Eraun dios fuerte, valiente, necio, ruidoso,violento y presumido, que siempreestaba alerta por si su familia intentabaliberarse de él. Tiempo atrás, él se habíalibrado de su cruel, holgazán y caníbalpadre, Cronos, rey de los titanes y de lastitánides. Los dioses del Olimpo nopodían morir, pero Zeus, con la ayuda dedos de sus hermanos mayores, Hades yPoseidón, había desterrado a Cronos a

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una isla lejana en el Atlántico,probablemente a las Azores o quizá a laisla Torrey, en la costa de Irlanda. Zeus,Hades y Poseidón se sortearon las trespartes del reino de Cronos. Zeus ganó elcielo, Poseidón el mar y Hades elmundo subterráneo; la Tierra seríacompartida. Uno de los símbolos deZeus era el águila; otro, el pájarocarpintero.

Cronos consiguió escapar de la islaen una pequeña barca y, cambiando sunombre por el de Saturno, se estableciótranquilamente entre los italianos y seportó muy bien. En realidad, el reinadode Saturno fue conocido como la Edad

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de Oro, hasta que Zeus descubrió la fugade Cronos y lo desterró de nuevo. Poraquel entonces, los mortales de Italiavivían sin trabajar y sin problemas,comiendo sólo bellotas, frutas delbosque, miel y nueces, y bebiendoúnicamente leche y agua. Nuncaparticipaban en guerras, y pasaban losdías bailando y cantando.

La reina Hera tenía un trono demarfil, al que se llegaba subiendo tresescalones. Cuclillos de oro y hojas desauce decoraban el respaldo, y una lunallena colgaba sobre él. Hera se sentabasobre una piel de vaca, que a vecesutilizaba para provocar lluvias

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mágicamente, si Zeus no podía sermolestado para detener una sequía. Ledisgustaba ser la esposa de Zeus, porqueél se casaba a menudo con mujeresmortales y decía, con una sonrisaburlona, que esos matrimonios nocontaban porque esas esposas prontoenvejecerían y morirían, y que Heraseguiría siendo siempre su reina,perpetuamente joven y hermosa.

La primera vez que Zeus le pidió aHera que se casaran, ella lo rechazó, ycontinuó rehusándolo cada año durantetrescientos. Pero un día de primavera,Zeus se disfrazó de desdichado cuclilloperdido en una tormenta y llamó a la

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ventana de Hera. Ella, que no descubrióel disfraz, dejó entrar al cuclillo, secósus húmedas plumas y susurró: «Pobrepajarito, te quiero». De repente, Zeusrecobró su auténtica forma y dijo:«¡Ahora, tienes que casarte conmigo!».Después de aquello, por muy mal que seportara Zeus, Hera se sentía obligada adar buen ejemplo a dioses, diosas ymortales, como madre del cielo. Susímbolo era una vaca, el más maternalde todos los animales, pero para no serconsiderada aburrida y tranquila comoeste bóvido, Hera también se atribuía elpavo real y el león.

Estos dos tronos presidían la sala de

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consejos, al fondo de la cual una puertadaba a campo abierto. A ambos lateralesde la sala, se encontraban otros dieztronos: para cinco diosas en el lado deHera y para cinco dioses en el de Zeus.

Poseidón, dios de los mares y losríos, tenía el segundo trono más grande.Esta divinidad se sentaba sobre piel defoca y su trono, uno cuyos reposabrazosestaba esculpido con formas de criaturasmarinas y decorado con coral, oro ymadreperla, era de mármol verde y griscon listones blancos. Zeus, por haberleayudado a desterrar a Cronos y a lostitanes, había casado a Poseidón conAnfitrite, la anterior diosa del mar, y le

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había permitido quedarse con todos sustítulos. Aunque odiaba ser menosimportante que su hermano menor ysiempre fruncía el ceño, Poseidón temíael rayo de Zeus. Su única arma era untridente, con el que podía abrir el mar yhundir los barcos, por eso Zeus nuncaviajaba en embarcaciones. CuandoPoseidón se sentía aún mas enojado delo habitual, se marchaba en su carro a unpalacio bajo las olas, cerca de la isla deEubea, y allí esperaba que su ira seaplacase. Como símbolo, Poseidóneligió un caballo, un animal que élaseguraba haber creado: las grandesolas se llaman todavía «caballos

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blancos» debido a esto.Frente a Poseidón se sentaba su

hermana Deméter, diosa de las frutas,las hierbas y los cereales. Su trono erade brillante malaquita con espigas decebada de oro y pequeños cerdosdorados. Deméter casi nunca sonreía,excepto cuando su hija Perséfone —infelizmente casada con el odiosoHades, dios de la muerte— la visitabauna vez al año. Deméter había sidobastante alocada de joven y nadierecordaba el nombre del padre dePerséfone: probablemente era un diosdel campo con el que la diosa se habíacasado por una broma de borrachos,

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durante una fiesta de la cosecha. Elsímbolo de Deméter era una amapola,que crece roja como la sangre entre lacebada.

Al lado de Poseidón, se sentabaHefesto, hijo de Zeus y Hera. Como erael dios de los orfebres, los joyeros, losherreros, los albañiles y los carpinteros,él mismo había construido los tronos ehizo del suyo una obra maestra, contodos los metales y piedras preciosasque pudo encontrar. El asiento podíagirar, los reposabrazos podían moversearriba y abajo, y todo el trono podíarodar automáticamente cuando él lodeseara, igual que las mesas doradas

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con tres patas de su taller. Hefestoquedó cojo nada más nacer, cuando Zeusrugió a Hera «¡Un mocoso debiluchocomo éste no es digno de mí!» y lo lanzólejos, por encima de los muros delOlimpo. Al caer, Hefesto se rompió unapierna, con tan mala fortuna que tuvoque ayudarse eternamente de una muletade oro. Tenía una casa de campo enLemnos, la isla donde había ido a parar.Su símbolo era una codorniz, un pájaroque en primavera baila a la pata coja.

Frente a Hefesto se sentaba Atenea,la diosa de la sabiduría que habíaenseñado a Hefesto a manejar lasherramientas y que sabía más que nadie

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sobre cerámica, tejeduría y cualquieroficio artesanal. Su trono de plata teníauna labor de cestería en oro, en elrespaldo y a ambos lados, y una coronade violetas hecha de lapislázulis azules,encima. Los reposabrazos terminaban ensonrientes cabezas de gorgonas. Atenea,aunque era muy lista, desconocía elnombre de sus padres. Poseidón decíaque era hija suya, de un matrimonio conuna diosa africana llamada Libia. Perolo único cierto era que, de niña, Ateneafue encontrada, vestida con una piel decabra, deambulando a orillas de un lagolibio. Sin embargo, Atenea, antes deadmitir ser hija de Poseidón, a quien

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consideraba muy estúpido, permitía queZeus la creyera descendiente suya. Zeusafirmaba que un día, cuando padecía unhorrible dolor de cabeza y aullaba comoun millar de lobos cazando en jauría,Hefesto había acudido a él con un hachay, amablemente, le había partido elcráneo, lugar del que surgió la diosa,vestida con una armadura completa.Atenea era también la diosa de lasbatallas, aunque nunca iba a la guerra sino la obligaban, ya que era demasiadosensata para participar en peleas. Encualquier caso, si llegaba a luchar,siempre ganaba. Esta divinidad escogióa la sabia lechuza como símbolo y tenía

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una casa en Atenas.Al lado de Atenea se sentaba

Afrodita, diosa del amor y la belleza.Tampoco nadie sabía quiénes eran suspadres. El viento del Sur dijo que lahabía visto una vez en el mar sobre unaconcha cerca de la isla de Citera y quela había conducido amablemente atierra. Podía ser hija de Anfitrite y de undios menor llamado Tritón, que soplabafuertes corrientes de aire a través de unacaracola, pero también podía serdescendiente del viejo Cronos. Anfitritese negaba a decir una sola palabra sobreel asunto. El trono de Afrodita era deplata con incrustaciones de berilos y

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aguamarinas: el respaldo tenía forma deconcha, el asiento era de plumas decisne y, bajo sus pies, había una esterade oro bordada con abejas doradas,manzanas y gorriones. Afrodita tenía unceñidor mágico que llevaba siempre quequería hacer que alguien la amara conlocura. Para evitar que Afrodita seportara mal, Zeus decidió que leconvenía un marido trabajador y decentey, naturalmente, escogió a su hijoHefesto. Éste exclamó: «¡Ahora, soy eldios más feliz!». Pero ella consideró unadesgracia ser la esposa de un herrero,con la cara llena de hollín, las manoscallosas y además cojo, e insistió en

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tener una habitación para ella sola. Elsímbolo de Afrodita era una paloma yvisitaba Pafos, en Chipre, una vez alaño, para nadar en el mar, lo que le traíabuena suerte.

Frente a Afrodita se sentaba Ares, elalto, guapo, presumido y cruel hermanode Hefesto, a quien le gustaba luchar porluchar. Ares y Afrodita estabancontinuamente cogidos de la mano ycuchicheando en los rincones, lo queponía celoso a Hefesto. Si alguna vezéste se quejaba de ello en el consejo,Zeus se reía de él y le decía: «Tonto,¿por qué le diste a tu esposa ese ceñidormágico? ¿Puedes culpar a tu hermano si

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se enamoró de Afrodita cuando lollevaba puesto?». El trono de Ares,recio y feo, era de bronce, tenía unascalaveras en relieve ¡y estaba tapizadocon piel humana! Ares era maleducado,inculto y tenía el peor de los gustos;pero Afrodita lo veía magnífico. Sussímbolos eran un jabalí y una lanzamanchada de sangre. Tenía una casa decampo entre los espesos bosques deTracia.

Al lado de Ares se sentaba Apolo,dios de la música, de la poesía, de lamedicina, del tiro con arco y de loshombres jóvenes solteros. Era hijo deZeus y Leto, una diosa menor con la que

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Zeus se casó para molestar a Hera.Apolo se rebeló contra su padre una odos ocasiones, pero sufrió un durocastigo cada vez y aprendió acomportarse con más sensatez. Su tronoáureo, extremadamente pulido, teníagrabadas unas inscripciones mágicas, unrespaldo en forma de lira y una piel depitón en el asiento. Encima del mismo,había colgado un sol de oro con veintiúnrayos como flechas, porque Apolo decíaque gobernaba el Sol. El símbolo deApolo era un ratón; al parecer, losratones conocían los secretos de laTierra y se los contaban a él. (Preferíalos ratones blancos a los grises; a la

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mayoría de los niños aún les sucede.)Apolo poseía una casa espléndida enDelfos, en la cima del monte Parnaso,construida alrededor del famoso oráculoque le robó a la Madre Tierra, la abuelade Zeus.

Frente a Apolo se sentaba suhermana gemela Artemisa, diosa de lacaza y de las chicas solteras, de quienApolo había aprendido la medicina y eltiro con arco. Su trono era de plata pura,con un asiento forrado de piel de lobo yun respaldo con la forma de dos ramasde palmera con perfiles de luna nueva,una a cada lado de una vasija. Apolo secasó varias veces con esposas mortales

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en distintas épocas. Una vez, acosóincluso a una chica llamada Dafne, peroésta imploró ayuda a la Madre Tierra yfue convertida en un laurel, antes de queApolo pudiera atraparla y besarla.Artemisa, sin embargo, odiaba la ideadel matrimonio, aunque cuidabaamablemente a las madres, cuandodaban a luz a sus bebés. Artemisaprefería cazar, pescar y nadar a la luz dela luna, en lagos de montaña. Si unmortal la veía desnuda, ella lo convertíaen ciervo y lo cazaba. Como símbolo,esta diosa escogió una osa, el máspeligroso de todos los animales salvajesde Grecia.

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El último de la fila de los dioses eraHermes, hijo de Zeus y de una diosamenor llamada Maya, la cual dionombre al mes de mayo. Hermes, diosde los comerciantes, los banqueros, losladrones, los adivinos y los heraldos,nació en Arcadia. Su trono estabaesculpido en un único y sólido bloquede roca gris; los reposabrazos teníanforma de arietes y el asiento estabatapizado con piel de cabra. En elrespaldo había esculpida una esvásticaque representaba una máquina paraencender fuego inventada por él: labarrena de fuego. Hasta entonces, lasamas de casa tenían que coger una brasa

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del vecino. Hermes también inventó elalfabeto; y uno de sus símbolos era unagrulla, ya que estos animales vuelan enforma de V, la primera letra queescribió. Otro de los atributos deHermes era una rama de avellanopelada, que llevaba como mensajero delos dioses del Olimpo que era. De esarama colgaban unos cordones blancosque la gente tomaba a menudo porserpientes.

La última de la fila de las diosas erala hermana mayor de Zeus, Hestia, diosadel hogar: se sentaba en un sencillotrono de madera lisa, sobre un simplecojín de lana virgen. Hestia, la más

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amable y pacífica de todos los diosesdel Olimpo, odiaba las continuas peleasfamiliares y nunca se preocupó porelegir un símbolo. Se encargaba decuidar el fuego de la chimenea decarbón que había en el centro de la salade consejos.

Esto suma seis dioses y seis diosas.Pero un día Zeus anunció que Dionisos,hijo suyo y de una mujer mortal llamadaSemele, había inventado el vino y que,por tanto, se le debía conceder un sitioen el consejo. Trece dioses olímpicoshubiese sido un número desafortunado,así que Hestia le ofreció su lugar, sólopara mantener la paz. Quedaban pues

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siete dioses y cinco diosas. Era unasituación injusta, ya que cuando setrataba de cuestiones sobre mujeres, losdioses superaban en votos a las diosas.El trono de Dionisos era de madera deabeto dorada, decorado con racimos deuva esculpidos en amatista (una piedrade color violeta), serpientes esculpidasen serpentina (una piedra multicolor),jade (una piedra verde oscuro) ycornalina (una piedra de color rosa).Este dios eligió un tigre como símbolo,ya que una vez había visitado la India, alfrente de un ejército de soldados ebrios,y se trajo unos tigres como recuerdo.

En cuanto a los otros dioses y diosas

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que vivían en el Olimpo, está Heracles,el portero, quien dormía en la caseta dela entrada, y Anfitrite, la esposa dePoseidón, de la cual ya hemos hablado.También estaba la madre de Dionisos,Semele, a quien Zeus convirtió en diosaa petición de su hijo; la odiosa hermanade Ares, Eris, diosa de las peleas; Iris,mensajera de Hera, que corría a lo largodel arco que lleva su nombre; la diosaNémesis, que llevaba una lista de todoslos mortales orgullosos y merecedoresdel castigo de los dioses del Olimpo; elmalvado niño Eros, dios del amor, hijode Afrodita, que se divertía lanzandoflechas a la gente para hacerlos

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enamorarse ridículamente; Hebe, diosade la juventud, que se casó conHeracles; Ganimedes, el joven y guapocopero de Zeus; las nueve musas quecantaban en el salón comedor, y laanciana madre de Zeus, Rea, a quien suhijo trataba de forma mezquina, a pesarde que ella, una vez le salvó la vida conun truco, cuando Cronos queríacomérselo.

En una sala, detrás de la cocina, sesentaban las tres parcas, llamadas Cloto,Láquesis y Átropos. Eran las diosas másancianas que existían, tan viejas quenadie recordaba su origen. Las parcasdecidían cuánto tiempo debía vivir cada

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mortal: trenzaban un hilo de lino hastaque midiera tantos milímetros ycentímetros como meses y años y, luego,lo cortaban con unas tijeras. Tambiénsabían cuál sería el destino de todos losdioses del Olimpo, pero casi nunca lorevelaban. Incluso Zeus las temía poreste motivo.

Los dioses del Olimpo saciaban sused con néctar, una bebida dulce hechacon miel fermentada, y comíanambrosía, una mezcla cruda de miel,agua, aceite de oliva, queso y cebada,según se decía, aunque existen dudas alrespecto. Algunos afirman que elverdadero alimento de los dioses del

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Olimpo eran ciertas setas moteadas queaparecían siempre que el rayo de Zeuscaía sobre la Tierra y que eran éstas elmotivo de su inmortalidad. La ternera yel cordero asados también eranalimentos favoritos de los dioses delOlimpo así que los mortales sólo secomían estas carnes tras ofrecérselas ensacrificio.

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II. Otros dioses ydiosas

En aquellos viejos tiempos, ademásde los mortales de la Tierra, existíanunos cuantos dioses-río, fuertes, concuernos de buey y conocidos con elnombre de su río en particular. Tambiénhabía docenas de náyades inmortales, acargo de las fuentes y los manantiales,cuyo permiso solicitaban siempre losmortales antes de beber, si no queríanque algo malo les pasara. Estos dioses-río y náyades rendían pleitesía a

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Poseidón, igual que las sirenas y lasnereidas de agua salada. Pero lashaimdríades, a cargo de los robles, lasmelíades, responsables de los fresnos, ytodas las demás ninfas de nombresdiversos, encargadas de los pinos, losmanzanos y los mirtos, estaban a lasórdenes de Pan, el dios del campo. Sialguien intentaba talar uno de esosárboles sin antes hacer un sacrificio a laninfa correspondiente —normalmente laofrenda era un cerdo—, el hacha sedesviaba del tronco y el leñador secortaba las piernas.

El gran dios Pan evitabarelacionarse con los dioses del Olimpo,

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pero protegía a los pastores, ayudaba alos cazadores a encontrar presas ybailaba a la luz de la luna con las ninfas.Cuando nació, Pan era tan feo que sumadre, una de las ninfas, huyó de élaterrorizada: tenía cuernos pequeños,una barbita, y piernas, pezuñas y cola decabra. Hermes, su padre, lo llevó alOlimpo para que Zeus y los otros diosesse rieran de él. A Pan le gustaba dormirtodas las tardes en una cueva o en unbosquecillo y, si alguien lo despertabasin querer, soltaba un grito espantosoque hacía que el pelo del intruso seerizase: es lo que todavía hoy se llama«pánico».

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Una vez, Pan se enamoró de unaninfa llamada Pitis, que se asustó tantocuando Pan intentó besarla, que seconvirtió a sí misma en un pino paraescapar del acoso. Pan, entonces,arrancó una de las ramas del pino y se lacolocó como si fuera una corona enmemoria de la ninfa. Sucedió algoparecido cuando se enamoró de la ninfaSiringa: ésta huyó de él convirtiéndoseen un junco. Incapaz de saber cuál de losmiles de juncos que crecían a orillas delrío era ella, Pan cogió un cayado y losgolpeó muy enojado. Después,sintiéndose avergonzado, recogió losjuncos rotos, los cortó en diversas

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longitudes con un cuchillo de piedra, leshizo unos agujeros y los ató en fila:había creado un nuevo instrumentomusical, la flauta de Pan o siringa.

Una tarde de abril del año unodespués de Cristo, un barco navegabahacia el norte de Italia, siguiendo lacosta de Grecia, cuando la tripulaciónoyó unos lamentos a lo lejos; una vozfuerte gritó a uno de los marineros desdela orilla: «Cuando llegues a puerto,asegúrate de dar la triste noticia de queel gran dios Pan ha fallecido». Peronunca se supo cómo y por qué habíamuerto. Quizá aquello fue sólo un rumorinventado por Apolo, quien quería

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apoderarse de los templos de Pan.

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III. La hija perdidade Deméter

Hades, el tenebroso dios de lamuerte, tenía prohibido visitar elOlimpo y vivía en un oscuro palacio enlas profundidades de la Tierra. Un día,se encontró con su hermano Zeus enGrecia, territorio que compartían, y leconfesó:

—Me he enamorado de tu sobrinaPerséfone, la hija de Deméter. ¿Tengo tuconsentimiento para casarme con ella?

Zeus no deseaba ofender a Hades

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diciéndole: «¡No, qué horrible idea!»;pero tampoco quería desairar a Demétercontestándole: «¿Por qué no?». Así queno le dio a Hades ni un sí, ni un no; selimitó a parpadear un ojo.

El guiño dejó satisfecho a Hades,que se fue a Colono, cerca de Atenas,donde Perséfone, que recogía floresprimaverales, se había alejado de susamigas. Hades se la llevó en su grancarro fúnebre. Perséfone gritó, perocuando las otras chicas llegaroncorriendo, ella ya había desaparecidosin dejar ningún rastro, excepto unasmargaritas y unas violetas aplastadas.Las chicas, luego, le contaron a Deméter

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todo lo que sabían.Deméter, muy preocupada, se

disfrazó de anciana y deambuló por todaGrecia en busca de Perséfone. Viajódurante nueve días, sin comer ni beber, ynadie pudo darle noticia alguna. Alfinal, se dirigió de nuevo hacia Atenas.En el cercano Eleusis, el rey y la reinala trataron con gran amabilidad, leofrecieron el puesto de niñera de lajoven princesa y ella aceptó un vaso deagua de cebada.

Al poco tiempo, el príncipe mayor,Triptolemo, que cuidaba de las vacasreales se le presentó apresurado:

—Si no me equivoco, señora —dijo

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—, usted es la diosa Deméter. Me temoque le traigo malas noticias. Mi hermanoEubeo estaba dando de comer a loscerdos, cerca de aquí, cuando oyó ungran ruido de pezuñas y vio un carropasando a toda velocidad. En él iba unrey de cara oscura, ataviado con unaarmadura negra y acompañado de unachica que se parecía a vuestra hijaPerséfone. De repente, la Tierra se abrióante los ojos de mi hermano y el carrodesapareció por el agujero. Todosnuestros cerdos cayeron también en él ylos perdimos, porque la Tierra volvió acerrarse.

Deméter supuso que el rey de cara

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oscura era Hades. Y junto a su amiga, lavieja diosa bruja Hécate, fue apreguntarle al Sol, que lo ve todo. Ésteno quiso contestar, pero Hécate loamenazó con eclipsarlo todos losmediodías si no les contaba la verdad.

—Era el rey Hades —confesó elSol.

—Mi hermano Zeus ha tramado esto—dijo Deméter furiosa—. Me vengaréde él.

Deméter no volvió al Olimpo, sinoque recorrió Grecia prohibiendo a susárboles que dieran frutos e impidiendoque la hierba creciera, para que elganado no pudiera alimentarse. Si

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aquello duraba mucho tiempo, loshombres se morirían de hambre. Así queZeus ordenó a Hera que enviase a sumensajera Iris desde el arco iris, con unaviso para Deméter: «¡Por favor, sésensata, querida hermana, y permite quelas cosas vuelvan a crecer!». Deméterno hizo caso y entonces Zeus mandó aPoseidón, a Hestia y a la misma Herapara ofrecerle magníficos regalos. PeroDeméter gimió:

—¡No haré nada por ninguno devosotros, nunca, hasta que mi hija novuelva a casa conmigo!

Zeus entonces envió a Hermes paraque le dijera a Hades: «Si no dejas que

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esa chica vuelva a casa, hermano,iremos todos a la ruina». También le dioa Hermes un mensaje para Deméter:«Podrás tener a Perséfone de vuelta,siempre que no haya probado el"alimento de los muertos"».

Puesto que Perséfone se habíanegado a comer, ni siquiera un trozo depan, diciendo que prefería morirse dehambre, Hades difícilmente podía decirque Perséfone se había ido con él debuen grado. Así que entonces decidióobedecer a Zeus, por lo que llamó aPerséfone y le dijo con amabilidad:

—No pareces feliz aquí, querida. Nohas comido nada. Quizá sería mejor que

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regresaras a casa.Uno de los jardineros de Hades,

llamado Ascálafo, estalló en risotadas:—¡Que no ha tomado ningún

alimento, dices! Esta misma mañana, lahe visto coger una granada de tu huertosubterráneo.

Hades sonrió. Llevó a Perséfone ensu carro hasta Eleusis, donde Deméter laabrazó y lloró de emoción. Hades dijoentonces:

—Por cierto, Perséfone se hacomido siete semillas rojas de unagranada; mi jardinero la vio. Tiene quebajar al Tártaro, otra vez.

—¡Si se va —gritó Deméter—,

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nunca levantaré mi maldición de laTierra, aunque se mueran todos loshombres y todos los animales!

Al final, Zeus envió a su madre Rea(quien, además, era también la madre deDeméter) para interceder. Finalmente,ambas diosas acordaron que Perséfonese casaría con Hades y que pasaría sietemeses en el Tártaro —un mes por cadasemilla de granada comida— y el restodel año sobre la Tierra.

Deméter castigó a Ascálafo,convirtiéndolo en una lechuza ululantede largas orejas, y recompensó aTriptolemo, dándole una bolsa desemillas de cebada y un arado.

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Siguiendo las órdenes de Deméter,Triptolemo recorrió entonces el mundoen un carro tirado por serpientes, yenseñó a la humanidad a arar loscampos, sembrar la cebada y recoger lascosechas.

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IV. Los titanesLos titanes y las titánides, bajo el

mando del rey Cronos, habíangobernado el mundo hasta que larebelión de Zeus llevó al poder a losdioses del Olimpo. Había siete parejasde titanes; cada una de ellas estaba acargo de un día de la semana, junto a unplaneta, el cual daba nombre a eseperíodo de veinticuatro horas. Cronos ysu esposa Rea decidieron que la jornadaque les correspondía —el sábado,llamado así por el planeta Saturno—fuera festivo. Pero el consejo de los

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dioses del Olimpo prohibió a losmortales —a quienes Prometeo, el titánde los miércoles, había creadomodelándolos con barro de río— quesiguieran uniendo los días en semanas.

La mayoría de los titanes y lastitánides fueron expulsados al mismotiempo que Cronos. Sin embargo, Zeusperdonó a su tía Metis y a su madre Rea,ya que le habían ayudado a derrotar aCronos. También perdonó a Prometeopor haber advertido a los otros titanesque Zeus debía ganar la guerra, haberluchado al lado de los dioses delOlimpo y haber convencido a Epimeteode hacer lo mismo. Atlas, el jefe del

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derrotado ejército de Cronos, fuecondenado por el consejo de los diosesdel Olimpo a cargar sobre sus hombrosla bóveda del cielo, hasta el fin delmundo.

Zeus descubrió más tarde quePrometeo había entrado en secreto en elOlimpo, con la ayuda de Atenea, y quehabía robado una brasa encendida de lachimenea de Hestia, para que losmortales que él había creado pudieran, apartir de entonces, asar previamente lacarne, en lugar de continuarcomiéndosela cruda. Prometeo escondióla brasa en la médula de un gran troncode hinojo y la bajó, aún encendida, a la

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Tierra. Para castigarlo por dar a losmortales este primer paso hacia lacivilización, Zeus ideó un astuto plan.Creó una hermosa, alocada ydesobediente mujer a la que llamóPandora y la envió como regalo aEpimeteo. Cuando éste quiso casarsecon Pandora, Prometeo le advirtió:

—Es una trampa de Zeus. No seastonto y devuélvesela.

De manera que Epimeteo le dijo aHermes, quien había traído a Pandora:

—Por favor, transmite mi profundoagradecimiento a Zeus por suamabilidad, pero dile que no soy dignode un regalo tan hermoso y que debo

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rechazarlo.Más enfadado que nunca, Zeus

afirmó que Prometeo había ido al cielopara intentar raptar a Atenea. Así que locastigó, encadenándolo a una roca en lasmontañas del Cáucaso, donde un águilale roía el hígado durante el día.

Mientras tanto, Epimeteo, asustadopor el castigo a Prometeo, se casó conPandora. Un día, Pandora encontró unacaja sellada en el fondo de un armario.Era la caja que Prometeo le había dadoa Epimeteo, para que la guardara en unlugar seguro, diciéndole que no laabriera bajo ningún motivo. AunqueEpimeteo ordenó a Pandora que no la

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tocara, ella rompió el sello, tal comoZeus había previsto que haría, y de suinterior salió un enjambre de horriblescriaturas aladas llamadas Vejez,Enfermedad, Locura, Rencor, Pasión,Vicio, Plaga, Hambre y otras. Todasellas picaron a Pandora y a Epimeteocon gran crueldad y, a continuación,atacaron a los mortales de Prometeo(que hasta entonces habían tenido unasvidas felices y decentes) y lodestruyeron todo. Sin embargo, unacriatura de alas brillantes llamadaEsperanza salió de la caja en últimolugar y evitó que los mortales sequitaran la vida por su profunda

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desesperación.

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V. El mundosubterráneo delTártaro

El Tártaro, dominio del rey Hades yde la reina Perséfone, estaba en lasprofundidades de la Tierra. Cuando losmortales morían, Hermes ordenaba a lasalmas de éstos que fueran por el airehasta la entrada principal —situada enun bosquecillo de álamos negros al ladodel océano occidental— y que bajaranpor un oscuro túnel hasta una lagunasubterránea llamada Estigia. Allí, tenían

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que pagarle a Caronte, el viejo ybarbudo barquero, para que llevara a lasalmas hasta el otro lado. El pago debíahacerse con los óbolos que losfamiliares colocaban bajo las lenguas delos cadáveres que, más tarde, seconvertían en espíritus. Carontecontestaba a los espíritus sin monedaque debían escoger entre quedarse parasiempre temblando a orillas de la lagunaEstigia o volver a Grecia y entrar poruna puerta lateral, en Ténaro, donde elacceso era libre. Hades, por otra parte,tenía un enorme perro de tres cabezas,llamado Cerbero, que impedía queningún espíritu escapase y evitaba que

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los mortales vivos visitasen el mundosubterráneo.

La región más cercana al Tártaroeran los pedregosos campos gamonales,por los que vagaban eternamente lasalmas errantes, sin otra cosa que hacerque cazar espíritus de ciervos, si es queles apetecía. Los gamones son unasplantas altas de color blanco rosado,con hojas como puerros y raíces comoboniatos. Más allá de los camposgamonales, se alzaba el imponente y fríopalacio de Hades. A su izquierda, seerguía un ciprés que señalaba el Lete, lafuente del olvido, en la que los espírituscorrientes se abalanzaban sedientos a

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beber. Quienes bebían en ella olvidabande inmediato sus vidas pasadas, lo queles dejaba sin nada de que hablar. Perotambién existía el Mnemosine, la fuentede la memoria, señalada por un álamoblanco. Se llegaba a ella susurrando alos siervos de Hades una contraseñasecreta que el poeta Orfeo conocía y quesólo comunicaba a algunos espíritus. Alos que bebían allí les era permitidohablar de sus vidas pasadas y podíanpredecir el futuro. Hades tambiénpermitía a estas almas que hicieranbreves visitas a la superficie, cuando losdescendientes de éstas queríanformularles preguntas. Para ello, como

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pago, los mortales debían sacrificar uncerdo.

A su llegada al Tártaro, los espírituseran conducidos ante los tres jueces delos muertos: Minos, Radamantis y Eaco.Quienes habían llevado una vida ni muybuena ni muy mala eran enviados a loscampos gamonales; los muy malos ibanal patio de castigo, detrás del palacio deHades, y los muy buenos, a una puerta,cerca de la fuente de la memoria, quedaba acceso a un huerto, el Elíseo. ElElíseo estaba siempre bajo la luz delSol. Allí se jugaba, se escuchaba músicay la diversión estaba siempre presente;las flores nunca se marchitaban y todas

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las frutas estaban siempre maduras. Losafortunados espíritus del Elíseo podíanvisitar la Tierra libremente durante lanoche de Todos los Santos y el espírituque quisiera podía esconderse dentro deun haba, confiando en que ésta fuesecomida por una chica rica, sana yamable. Más tarde, la chica lo daría aluz como su hijo. Esto explica el motivopor el que ninguna persona decentecomía habas en aquella época: teníanmiedo de tragarse el espíritu de uno desus padres o abuelos.

Hades se hizo inmensamente ricogracias al oro, la plata y las joyas quehabía en el mundo subterráneo. Pero

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todos lo odiaban, incluso Perséfone, quese compadecía de los pobres espíritusque estaban a su cargo y que no teníahijos que la consolaran. La posesiónmás valiosa de Hades era un casco deinvisibilidad, forjado por los cíclopesde un solo ojo, cuando Cronos los envióal Tártaro. Al ser Cronos desterrado,Hades puso en libertad a los cíclopes,siguiendo las órdenes de Zeus, y ellos ledieron el casco en agradecimiento.

Las tres furias estaban a cargo delpatio de castigo. Eran unas mujeresnegras, horribles, arrugadas y salvajes,con serpientes en lugar de cabellos,caras caninas, alas de murciélago y ojos

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ardientes. Llevaban antorchas y látigosde nueve colas. A menudo, las furiasvisitaban la Tierra para castigar tambiéna los mortales vivos que trataban a losniños con crueldad, que no teníanconsideración con la gente mayor y losinvitados, o a quienes no eran amablescon los mendigos. También acosabanhasta la muerte a aquellos quemaltrataran a sus madres, por muymalvadas que éstas fueran. Entre losfamosos criminales del patio de castigo,estaban las cuarenta y nueve danaides.Su padre, Dánao, rey de Argos, se habíavisto obligado a casarlas con suscuarenta y nueve primos, hijos de su

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hermano Egipto. En secreto, Dánaoentregó a las danaides unos largos yafilados alfileres, y les dijo que se losclavaran en el corazón a sus maridosdurante la noche de boda. Las danaidesobedecieron y murieron todos losesposos. Aunque las furias no lasazotaron porque se habían limitado acumplir las órdenes de su padre, sí quelas condenaron a transportar agua de lalaguna Estigia en ánforas, hasta llenar elestanque del huerto de Hades. Lasánforas tenían el fondo agujereado comoun colador, así que las danaidesquedaron condenadas a caminarpenosamente y para siempre desde la

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laguna al estanque del huerto, sinterminar jamás su trabajo. (Había otradanaide, la número cincuenta, llamadaHipermestra, que también dispuso de sualfiler largo y afilado, pero resulta queésta se enamoró de su esposo y lo ayudóa escapar ileso. Hipermestra fue directaal Elíseo cuando murió.)

Tántalo de Lidia era otro criminal.Había robado ambrosía, el alimento delos dioses, para comérselo con susamigos mortales y, encima, habíainvitado a los dioses del Olimpo a unbanquete en el que les había ofrecido unguiso caníbal, ¡con carne de Pélope, susobrino asesinado! Los dioses del

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Olimpo descubrieron enseguida que lacarne era humana. Zeus, entonces,fulminó a Tántalo con un rayo ydevolvió la vida a Pélope. En elTártaro, Minos, Radamantis y Eacojuzgaron a Tántalo y le impusieron lasiguiente pena: atarlo a un árbol frutal,en el que crecían peras, manzanas, higosy granadas, que había junto a la lagunaEstigia. La condena era que cuandointentara coger alguna de las frutas quele golpeaban en el hombro, el viento sellevase la rama y, además, que cuandose inclinase a beber, el agua de la lagunaque le cubría hasta la altura de la cinturadescendiese hasta situarse fuera de su

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alcance. Tántalo sufre una interminableagonía de hambre y sed.

Sísifo de Corinto, por traicionar unsecreto de Zeus, fue condenado por lostres jueces a empujar una gran rocarodando hasta la cima de una colina ydejarla caer por la otra vertiente. Lacondena era que cuando ya casialcanzaba la cumbre, la piedra siemprerodaba hacia abajo, a grandes saltos.Sísifo entonces debe empezar de nuevo,exhausto por sus interminablesesfuerzos.

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VI. El nacimiento deHermes

Justo después de que Hermesnaciera en una cueva de Arcadia, sumadre, Maya, se apresuró a encender unfuego para calentar el agua de su primerbaño, mientras que Cilene, la niñera,cogió una vasija para llenarla de agua enel arroyo más cercano. Al ser un dios,Hermes creció en pocos minutos hasta eltamaño de un niño de cuatro años, salióde su canastillo de mimbre y se fue depuntillas en busca de aventura. Poco

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después, sintió la tentación de robar unmagnífico rebaño de bueyes que era deApolo y, para ocultar sus huellas,elaboró un calzado de corteza y dehierba trenzada para los animales y loscondujo hasta un bosque detrás de lacueva, donde los ató a unos árboles.Apolo echó de menos a sus bueyes yofreció una recompensa a quiendescubriera al ladrón. Sileno, hijo dePan, que vivía cerca de allí con susamigos los sátiros —medio cabras ymedio hombres, como él y como supadre— se unió a la búsqueda. Amedida que se acercaba a la cueva deMaya, Sileno oyó una preciosa música

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que salía de su interior.Sileno se detuvo y, viendo a Cilene

en la entrada de la gruta, le gritó:—¿Quién es el músico?—Un niño muy listo que nació ayer

mismo. Ha construido un nuevo tipo deinstrumento musical, tensando tripas debuey en el caparazón vacío de unatortuga —contestó Cilene.

Sileno se dio cuenta entonces quedos pieles de buey, muy frescas, estabantendidas a secar.

—¿Procedían acaso esas tripas delos mismos bueyes que estas pieles? —le preguntó.

—¿Acusas a un niño inocente de

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ladrón?—¡Pues sí! O tu portentoso niño ha

robado los bueyes de Apolo o bien hassido tú.

—¿Cómo te atreves a decir estascosas, viejo asqueroso? Y, por favor,baja la voz o despertarás a la madre delniño.

En ese instante, apareció Apolo y sefue directo a la cueva murmurando:

—Sé, por mis poderes mágicos, queel ladrón esta aquí.

Acto seguido, Apolo despertó aMaya y le dijo:

—Señora, su hijo ha robado misbueyes. Debe devolvérmelos

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inmediatamente.Maya bostezó y respondió:—¡Qué acusación tan ridícula! Mi

hijo es un recién nacido.—Éstas pieles pertenecen a mis

hermosos bueyes —contestó Apolo—.¡Ven conmigo, chico malo!

Apolo entonces agarró a Hermes,que simulaba dormir, y se lo llevó alOlimpo, donde convocó un consejo dedioses y lo acusó de robo.

Zeus frunció el ceño y preguntó:—¿Quién eres, pequeño?—Tu hijo Hermes, padre —contestó

—. Nací ayer.—Entonces, seguro que eres

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inocente de este crimen.—Robó mis bueyes —añadió

Apolo.—Ayer yo era demasiado joven para

distinguir entre el bien y el mal —explicó Hermes—. Hoy ya los distingo yte pido perdón. Puedes quedarte con elresto de los bueyes, si es que son tuyos.Maté sólo a dos y los corté en docepartes iguales, para ofrecerlas ensacrificio a los doce dioses.

—¿Doce dioses? ¿Quién es elduodécimo? —preguntó Apolo.

—Yo mismo —dijo Hermes,haciendo una educada reverencia.

Hermes y Apolo regresaron juntos a

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la cueva; allí, Hermes cogió la lirahecha con el caparazón de tortuga queestaba bajo las pieles de su canastilla yla tocó tan maravillosamente que Apoloexclamó:

—Suelta ese instrumento. ¡El dios dela música soy yo!

—Lo haré, si puedo quedarme contus bueyes —contestó Hermes.

Se dieron entonces la mano parasellar el pacto, el primero que nunca sehaya hecho, y volvieron al Olimpo,donde explicaron a Zeus que elproblema ya estaba resuelto.

Zeus sentó a Hermes en sus rodillas.—Hijo mío, en el futuro debes tener

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cuidado de no robar y no contarmentiras. Pareces un chico listo. Hassolucionado tu pleito con Apolo muybien.

—Entonces, nómbrame heraldo tuyo,padre —pidió Hermes—. Te prometoque nunca más diré mentiras, aunque aveces pueda ser mejor no decir toda laverdad.

—Que así sea. Y te encargarástambién de los negocios, de todas lascompras y las ventas, y de proteger elderecho de los viajeros a circular porcualquier camino público que quieran,siempre que se comportenpacíficamente.

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Zeus le dio a Hermes su cayado yunos cordones blancos. Y también leentregó un pétaso áureo para protegersede la lluvia y unas sandalias aladasdoradas, que lo harían volar más rápidoque el viento.

Además de las letras del alfabeto(en las que, por cierto, recibió ayuda delas tres parcas), Hermes también inventóla aritmética, la astronomía, las escalasmusicales, los pesos y las medidas, elarte del boxeo y la gimnasia.

El Sol, cuyo nombre era Helios,poseía un palacio cerca de Cólquide, enel Lejano Oriente, más allá del marNegro. Era un dios menor porque su

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padre había sido un titán. Cuandocantaba el gallo cada mañana, Heliosenjaezaba cuatro caballos blancos a unreluciente carro, tan brillante que nadiepodía mirarlo sin dañarse los ojos.Helios conducía el carro cruzando elcielo hasta otro palacio en el LejanoOccidente, cerca del Elíseo. Allí,soltaba a sus caballos y, cuando habíancomido, los cargaba junto con el carroen una barca dorada, en la cualnavegaba, mientras dormía, alrededordel mundo, siguiendo la corriente delocéano, hasta que llegaba a Cólquide denuevo. A Helios le gustaba observartodo lo que sucedía en el mundo que

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tenía debajo, pero nunca pudo tomarseun día libre en su trabajo.

Factonte, su hijo mayor, estabasiempre pidiéndole permiso paraconducir el carro.

—¿Por qué no pasas un día en lacama para variar, padre?

—Tengo que aguardar hasta que túcrezcas —contestaba siempre Helios.

Factonte, que cosechó un caráctertan malo que incluso lanzaba piedras alas ventanas del palacio y arrancaba lasflores del jardín, se volvió tanimpaciente que, al final, Helios le dijo:

—Muy bien, llevarás el carromañana. Pero sostén las riendas con

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firmeza. Los caballos son muyvigorosos.

Factonte intentó exhibirse ante sushermanas pequeñas; y los caballos, alver que no sabía manejar las riendas,empezaron a saltar arriba y abajo. Losdioses del Olimpo notaron un frío gélidode repente y, un instante después, vieronque los árboles y las plantas sechamuscaban de calor.

—¡Deja ya de hacer esas bromasestúpidas, muchacho! —gritó Zeus.

—Mis caballos están fuera decontrol, majestad —dijo Factonte, sinaliento.

Zeus, enojado, envió un rayo a

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Factonte y lo mató. Su cuerpo cayó alrío Po. Las niñas lloraban y lloraban. YZeus las convirtió en álamos.

Helios tenía una hermana llamadaEos o Aurora, que se levantaba cadamañana poco antes que el Sol, cogíaotro carro (de color rosa) y avisaba alos dioses del Olimpo que su hermanoestaba en camino. Aurora se casó con unmortal llamado Titón, a quien Zeus hizoinmortal como favor hacia ella. PeroAurora olvidó solicitar que Titón semantuviera siempre joven, por lo que sevolvió cada vez más viejo, cada vez másgris, cada vez más feo y cada vez máspequeño, hasta acabar convertido en un

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saltamontes.

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VII. OrfeoLa madre de Orfeo fue Calíope, una

de las nueve musas, la que inspiraba alos poetas. Además de ser poeta, Orfeotocaba la lira tan bien que podía domarbestias salvajes con su música, y hacerque las rocas y los árboles sedesplazaran para seguirle. Un mal día,su hermosa mujer Eurídice pisó unaserpiente dormida y ésta se despertó y lamordió. Ella murió a causa del veneno yOrfeo, valerosamente, descendió hastael Tártaro, tocando su lira, pararescatarla. Hechizó a Caronte para que

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lo llevara hasta el otro lado de la lagunaEstigia sin pagar; hechizó a Cerberopara que gañiera y le lamiera los pies;hechizó a las furias para que depusieransus látigos, lo escucharan y cesarantodos los castigos; hechizó a la reinaPerséfone para que le revelara lacontraseña secreta de la fuente de lamemoria; y hechizó incluso al rey Hadespara que liberara a Eurídice y la dejarasubir con él a la Tierra de nuevo. Hadesimpuso sólo una condición: que Orfeono mirara hacia atrás hasta que Eurídiceestuviera de vuelta y segura a la luz delSol. Orfeo partió, cantando y tocandofeliz. Eurídice lo seguía; pero, en el

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último momento, Orfeo temió que Hadesestuviera engañándole, olvidó lacondición y se giró ansiosamente paramirarla. Perdió a Eurídice para siempre.

Cuando Zeus nombró dios delOlimpo a su hijo Dionisos, Orfeorechazó adorar al nuevo dios, a quiénacusaba de dar mal ejemplo a losmortales con su comportamiento. Asíque Dionisos, muy enfadado, ordenó queOrfeo fuese perseguido por unamuchedumbre de ménades, seguidorassuyas. Estas atraparon a Orfeo sin sulira, lo decapitaron, le cortaron elcuerpo a trocitos y lanzaron éstos al río.Las nueve musas los recogieron

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tristemente y los enterraron al pie delmonte Olimpo, donde los ruiseñores,desde entonces, cantan con más dulzuraque en ningún otro lugar. La cabeza deOrfeo rodó cantando por el río y acabóen el mar, donde unos pescadores larescataron y la enterraron en la isla deLemnos. Zeus, entonces, permitió queApolo pusiera la lira de Orfeo en elcielo, para formar la constelación aúnhoy llamada Lira.

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VIII. El diluvio deDeucalión

En una ocasión, paseando por laTierra disfrazado de viajero pobre, Zeusdescubrió que el pueblo de Arcadia seestaba portando tan mal y con tantacrueldad, que decidió destruir a todoslos mortales con un enorme diluvio. Enaquellos momentos, Deucalión, rey deFtía, estaba en el Cáucaso, tratando deahuyentar el águila que le roía el hígadoa su padre, Prometeo, pero el animalsiempre volvía. Prometeo, que podía

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predecir el futuro, advirtió a su hijo deldiluvio, así que Deucalión construyó unarca, la llenó con sus rebaños y demásposesiones, y se subió a bordo. Suesposa, Pirra, también se embarcó.Luego, el viento del sur comenzó asoplar; la lluvia cayó a cántaros; y losríos se desbordaron, arrasando ciudadesy templos, hasta ahogar casi todas lascriaturas vivientes. Cuando el arca yaflotaba por encima de los árboles, elagua aún seguía creciendo. Al cabo deun tiempo, la lluvia cesó y el arca,después de balancearse durante nuevedías, se posó en la cima del monte Otris,en Tesalia, cerca de Ftía. Deucalión y

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Pirra desembarcaron, sacrificaron uncarnero a Zeus y, cuando el nivel delagua descendió un poco, encontraron untemplo cubierto de algas y desperdicios,en el que oraron tristemente para que lahumanidad fuese perdonada. Zeusescuchó sus plegarias y envió a Hermespara decirles:

—Todo irá bien. Cubríos la cabeza ylanzad los huesos de vuestra madrehacia atrás.

Dado que Deucalión y Pirra teníanmadres distintas, ambas enterradas encementerios sumergidos a granprofundidad, decidieron que vuestramadre significaba la madre Tierra y,

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cubriéndose las cabezas, lanzaronpiedras a sus espaldas. Aquellaspiedras, al tocar el suelo, seconvirtieron en hombres y mujeres.

Otros mortales también pudieronsalvarse del diluvio. Parnaso, hijo deldios Poseidón, se despertó a causa deunos aullidos de terror procedentes deunos lobos y siguió a estos animaleshasta la cumbre del monte que ahoralleva su nombre. Por su parte, Meagro,hijo de Zeus, se despertó con los gritosde unas grullas y lo que hizo fue seguir aestas aves hasta la cumbre del monteGerania. Ambos supervivientes tambiénsalvaron a sus familias.

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IX. OriónOrión de Beocia, el hombre más

guapo y el cazador más astuto queexistía, se enamoró de Mérope, hija deEnopión, rey de Quíos.

—Te podrás casar con Mérope —dijo Enopión—, si me prometes matar atodos los animales salvajes de mi isla.

Orión comenzó su misión y cadatarde llevaba las pieles de los osos,leones, lobos, gatos monteses y zorrosmuertos al palacio de Mérope. Cuandoconsiguió limpiar Quíos de todos losanimales salvajes mayores que un ratón

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o una comadreja, Orión llamó a lapuerta de Enopión y dijo:

—Ahora, deja que me case con tuhija.

—Todavía no —contestó Enopión—. Esta mañana, al amanecer, he oídoaullidos de lobos, leones y ososrugiendo, zorros ladrando y gatosmonteses maullando. Aún no hascumplido el cometido.

Orión entonces se emborrachó y esamisma noche irrumpió en el dormitoriode Mérope.

—Acompáñame al templo deAfrodita y cásate conmigo —le gritó.

Mérope chilló pidiendo ayuda y

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Enopión, temiendo resultar herido siintervenía, envió urgentemente a ungrupo de sátiros para que le ofrecieranaún más vino a Orión.

—¡Brindemos por un felizmatrimonio! —gritaban los sátiros.

Orión lo agradeció, bebió más yfinalmente cayó al suelo sin sentido. Fueentonces cuando apareció el cruelEnopión y le arrancó los ojos. Después,Orión, ya ciego, pudo oír el martillo deun cíclope a lo lejos y siguió aquelsonido hasta una fragua, lugar dondetomó al hijo del cíclope como guía hastael Lejano Oriente, donde el Solguardaba sus caballos junto a Océano,

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para su viaje diario cruzando el cielo.El Sol se compadeció de Orión y ledevolvió la vista. Y Orión volvió aQuíos en busca de venganza. Enopión,advertido de su llegada, se escondió enuna tumba y ordenó a sus sirvientes quedijeran que se había ido al extranjero;así que Orión se fue a Creta en su busca.La diosa Artemisa, que pasaba por allí,le dio la bienvenida a Orión.

—¿Por qué no salimos juntos acazar? —propuso—. Así veremos quiénconsigue más cabras salvajes.

—Yo no soy rival para una diosacomo tú —contestó Orión, con cortesía—, pero me encantaría verte disparar.

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El dios Apolo, hermano deArtemisa, los oyó y murmuró indignado:

—Me parece que Artemisa se haenamorado de este mortal. Debo ponerfin a esto.

Envió entonces un gigantescoescorpión, más grande que un elefante,para que atacara a Orión. Éste disparótodas sus flechas al animal y despuésusó la espada; pero, al ver que no eracapaz de matar a aquel monstruo, selanzó al mar y se alejó nadando. Apolo,entonces, le preguntó a Artemisa, queacababa de llegar con un arco y unasflechas:

—¿Ves aquella cosa negra que sube

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y baja en el mar a lo lejos?—Sí —contestó Artemisa.—Es la cabeza de un miserable

llamado Candaonte —dijo Apolo—. Hainsultado a una de tus sacerdotisas.¡Mátalo!

Artemisa creyó a Apolo, apuntó concuidado y disparó. Más tarde, cuando ladiosa descubrió que había matado aOrión, convirtió a éste en unaconstelación, perseguida eternamentepor un escorpión, para que todo elmundo recordase los celos y lasmentiras de Apolo.

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X. AsclepioArtemisa se vengó de la muerte de

Orión matando a Corónide, una mujer deTesalia con la que Apolo se habíacasado. Pero dejó con vida a su bebé.Apolo llamó al niño Asclepio y lo llevóal monte Pelión, donde Quirón, rey delos centauros, se hizo cargo de sueducación.

Los centauros eran mitad hombres ymitad caballos, pero muy sabios. Supeor defecto era la costumbre deemborracharse en las bodas y rompertodo el mobiliario. Quirón fue el tutor de

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algunos de los héroes más valientes dela Tierra, como Heracles y Jasón. AAsclepio le enseñó el tiro con arco, elalfabeto y astronomía, aunque lo vio másinteresado por la medicina. Tras variosaños en la escuela de Quirón, Asclepiose convirtió en el mejor médico deGrecia. No sólo curaba moribundos,sino que, en tres o cuatro ocasiones,resucitó incluso muertos, usando unaplanta mágica que le había descubiertouna serpiente en una tumba.

El rey Hades se quejó de aquellasresurrecciones a Zeus:

—Uno de los hijos de Apolo me estáquitando súbditos.

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—Vamos, vamos —contestó Zeus—.Asclepio hace estas curaciones porquetiene buen corazón. ¿Qué tiene de malo?Además, todos sus pacientes se muerentarde o temprano, así que, ¿por qué tepreocupas?

—Estás equivocado —continuóHades—. Hace sus curaciones pordinero. El otro día, resucitó al reyLicurgo, quien había sido descuartizadopor unos caballos, por orden de tu hijoDionisos. Como recordarás, Licurgohabía derrotado al ejército de Dionisoscuando volvía triunfante de la India. Lafamilia real pagó a Asclepio un cubolleno de oro por sus servicios.

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—¡Oh, entonces, de acuerdo! —gruñó Zeus.

Zeus entonces lanzó un rayo aAsclepio y lo mató, sólo para contentara Dionisos. La muerte de Asclepio enojóa Apolo, que se vengó matando a todoslos cíclopes, los cuales habíanconstruido los muros del Olimpo ytambién habían forjado los rayos deZeus.

Y Zeus castigó a Apolo, ordenándoleque se convirtiera en un vulgar pastordurante un año y estuviera al serviciodel rey Admeto de Feres, un simplemortal.

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XI. Las orejas delrey Midas

Midas, rey de Macedonia y amantede los placeres, plantó el primer jardínde rosas del mundo, y se pasó la vidahaciendo fiestas y escuchando música.Una mañana, sus jardineros se quejaron:

—Un viejo sátiro borracho se haquedado enzarzado en tu mejor rosal.

—Traedme a ese miserable —dijoMidas.

Aquel sátiro resultó ser Sileno, quehabía ido y vuelto de la India como tutor

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de Dionisos. Sileno empezó a contar aMidas emocionantes historias sobre laIndia y acerca de un nuevo continente alotro lado del Atlántico, un lugar dondeunos mortales, altos, felices y longevos,vivían en espléndidas ciudades. Unavez, estos gigantescos mortalesnavegaron hasta Europa en cientos debarcos, pero todo lo que allí vieron lespareció tan aburrido y feo que prontoregresaron a su casa.

Midas alojó a Sileno durante cincodías y cinco noches, escuchando sushistorias, y luego lo devolvió sano ysalvo a Dionisos. Agradecido, Dionisosprometió conceder a Midas cualquier

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deseo. Midas eligió tener el podermágico de transformar en oro todo loque tocara. Fue muy divertido alprincipio: convertir en oro las rosas olos ruiseñores. Pero luego, por error,convirtió a su propia hija en estatua yvio también cómo los alimentos quetomaba y el vino que bebía se volvíanoro en su boca, así que casi se murió dehambre y sed. Dionisos se carcajeó deMidas, pero le permitió librarse del«toque áureo», lavándose en el ríoPactolo de Frigia —cuya arena todavíabrilla por el oro— y también resucitar asu hija. Además, le ayudó a convertirseen rey de Frigia.

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Un día, Apolo pidió a Midas quefuese juez en un concurso musical entreél y un pastor frigio llamado Marsias. Lahistoria provenía de lo siguiente:mientras la diosa Atenea, que habíainventado la flauta doble, un instrumentohecho con huesos de ciervo, tocabaencantadoras melodías durante unbanquete de los dioses del Olimpo, Heray Afrodita empezaron a reírse. Ateneano sabía por qué, así que se fue a Frigiay tocó la flauta a solas, mirando sureflejo en un riachuelo del bosque.Cuando vio lo tonta que parecía con lasmejillas hinchadas y la cara roja, tiró laflauta y maldijo a quien la recogiera.

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Marsias encontró la flauta y, cuando sela puso en los labios, surgieron unasmelodías tan maravillosas que desafió aApolo a celebrar un concurso.

Apolo ordenó a las musas y a Midasque fueran los jueces. Marsias tocó laflauta y Apolo, la lira. Los jueces no sepusieron de acuerdo sobre quién lohabía hecho mejor. Entonces, Apolo ledijo a Marsias:

—En ese caso, te desafío a quetoques tu instrumento boca abajo, comohago yo con el mío.

Diciendo esto, dio la vuelta a su liray la tañó casi tan bien como antes. Comoes evidente, Marsias no pudo hacer lo

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mismo con su flauta y las musasanunciaron:

—Ha ganado Apolo.—No; ha sido una prueba injusta —

dijo Midas.Pero las musas votaron en su contra

y el resultado fue de nueve a uno. Apoloentonces le dijo a Marsias:

—¡Debes morir, miserable mortal,por atreverte a desafiar al dios de lamúsica!

Y, acto seguido, atravesó el corazónde Marsias, lo despellejó y le dio supiel a los sátiros para que hicierantambores.

Luego, llamó asno a Midas y le tocó

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las orejas, que empezaron a crecer,largas y peludas, como las de eseanimal. Midas se sonrojó, se cubrió susorejas con un gorro frigio alto y pidió alas musas que no hablaran de ello. Pordesgracia, el barbero de Midas tuvo quesaberlo, porque los frigios llevaban elpelo muy corto. Pero Midas amenazócon matarlo si se lo contaba a cualquierser vivo. El barbero, a punto de explotarpor no poder compartir el secreto, cavóun agujero en la orilla del río Pactolo,miró con cuidado a su alrededor portemor a que hubiera alguien escuchandoy susurró dentro del agujero:

—El rey Midas tiene orejas de asno.

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Luego, tapó el agujero enseguidapara enterrar el secreto y se fuecontento. Pero un junco surgió delagujero y susurró a los otros juncos:

—El rey Midas tiene orejas de asno,¡el rey Midas tiene orejas de asno!

Muy pronto, los pájaros supieron lanoticia y se la comunicaron a un hombrellamado Melampo, que conocía suidioma. Melampo se lo dijo a susamigos y, al final, Midas, que ibamontado en su carro, oyó que todo supueblo gritaba a coro:

—¡Quítate ese gorro, rey Midas!¡Queremos ver tus orejas!

Midas decapitó al barbero y después

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se suicidó por vergüenza.

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XII. Melampo yFílaco

Un día, Melampo de Pilos ordenó asus sirvientes que no mataran una nidadade serpientes cuya madre había sidoatropellada por un carro. Enagradecimiento, las pequeñas serpientesreptaron hasta su cama mientras dormíay le lamieron las orejas con sus lenguasbífidas. Cuando Melampo despertó, sedio cuenta que podía entender ellenguaje de los pájaros y los insectos.Aunque se sintió defraudado al

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descubrir lo tontas que eran la mayoríade aquellas conversaciones, a veces seenteraba de secretos muy interesantes.

Biante, el hermano gemelo deMelampo, quería casarse con su primaPero. Sin embargo, el padre de Pero nodaría su aprobación, a menos que Biantele prometiera conseguirle un espléndidorebaño de vacas que pertenecía a unvecino viejo y antipático. Este vecino,que se llamaba Fílaco, rechazó vendercualquiera que fuera la oferta, así queBiante casi se murió del disgusto.Melampo, no obstante, oyó charlar a dosgrullas, mientras cazaban ranas en unestanque cercano a su casa. Una dijo:

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—¡Qué pena lo de Biante y esasvacas!, ¿no?

—Sí —contestó la otra—. Peroresulta que sé que cualquiera que intenterobar las vacas, excepto Biante, irá aprisión durante un año exacto y, luego,será ofrecido a las vacas en sacrificio.Si el que lo intenta sin embargo esBiante, Fílaco lo matará. ¡Oh, qué ranamás hermosa!

Para ayudar a Biante, Melampo robólas vacas y fue capturado por Fílaco,que lo encerró en su prisión particular.

Diez noches antes del final de lacondena, Melampo oyó hablar a doscarcomas que estaban en una viga sobre

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su cabeza. Una de ellas afirmó que siseguían comiendo madera durante todala noche, la viga se rompería alamanecer. Melampo golpeó la puerta desu celda y pidió que lo encerraran enotra.

—¿Por qué? —preguntó Fílaco.—Porque esta viga se romperá al

amanecer. Si me mata, los dioses tecastigarán por no haber hecho lo que tedigo.

—¡Lo que dices es absurdo!—No; es la verdad.Poco antes del amanecer, Fílaco

pensó que sería mejor que pusiera aMelampo en otra celda. Lo hizo y, luego,

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mandó a una esclava a recoger la camade Melampo. Cuando la esclavaempezaba a arrastrar la cama, la viga sedesplomó y la mató.

Fílaco estaba anonadado.—Parece que eres un profeta, mi

señor Melampo —dijo—. Quizá puedasayudarme. Mi hijo es paralítico desdepequeño. Si me dices cómo puedocurarlo, te prometo que te daré mimagnífico rebaño de vacas y, además, tedevolveré la libertad.

Melampo sacrificó un toro a Apolo,dejando sus entrañas al lado del altarpara que se las comieran los buitres.Éstos, como las grullas, son aves

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proféticas y pronto aparecieron.Melampo oyó que uno, mientrasdesgarraba la carroña con su pico enforma de gancho, decía:

—Es la primera vez que como aquídesde hace diez años, cuando Fílacosacrificó un carnero a Zeus. Recuerdoque su hijo pequeño lloraba asustadoviendo cómo su padre sacaba el cuchilloy mataba al carnero. Fílaco fue aconsolar al niño, pero antes, para noherirlo, clavó el cuchillo en aquel peraly, después, olvidó desclavarlo. Aquelloenojó a la diosa Hera, para quien losperales son sagrados y, como castigo,convirtió en paralítico al chico. Mira, el

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cuchillo sigue donde Fílaco lo dejó, casicubierto por la maleza.

El otro buitre, con la boca llena,contestó:

—Si Fílaco fuera lo bastante listocomo para desclavar el cuchillo,quitarle la herrumbre, mezclarla conagua y dársela de beber a su hijo,mañana y noche, durante diez días, elchico se curaría totalmente de suparálisis.

Melampo comunicó las palabras delbuitre a Fílaco, que sacrificó uncordero, pidiendo perdón a Hera en vozalta; y, en diez días, Fílaco curó a suhijo con el agua herrumbrosa.

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Fílaco le dio las vacas a Melampo.Y éste se las dio a Biante. Y éste se lasdio al padre de Pero. Y éste le dio suhija a Biante, que se lo agradeció aMelampo y, a partir de entonces, fueconsiderado el mejor de los hermanos.Y, por una vez, todo acabó bien.

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XIII. Europa yCadmo

El egipcio Agenor se instaló enPalestina, mucho antes de los tiempos deMoisés, y tuvo cinco hijos y una hija,llamada Europa. Un bonito día, mientrasmiraba hacia abajo desde el Olimpo,Zeus se enamoró de aquella muchacha.El dios, entonces, se disfrazó de toroblanco y se puso a trotar a la orilla delmar, cerca de la ciudad de Agenor, Tiro.El toro parecía tan manso que Europa seacercó para acariciarlo. Tras aquel

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gesto, Europa recogió un cesto de flores,se las puso alrededor de los cuernos, lebesó el hocico, se montó en su fuertelomo y paseó sobre el toro por la orilla.De repente, sin embargo, el toro se tiróal agua y se alejó nadando con Europaencima. Al ser una nadadora muy mala,la chica tuvo miedo de soltarse de loscuernos. Las damas de honor de Europavieron, sin poder hacer nada, cómo suamada princesa desaparecía en elhorizonte.

Agenor ordenó entonces a sus cincohijos que fueran en busca de Europa yque no volvieran sin ella. Pero ningunode ellos tuvo éxito, porque Zeus había

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lanzado una maldición sobre cualquierdios o mortal que revelara que él,adoptando la forma de un toro blanco,había nadado hasta Creta y que allí sehabía casado con Europa. El hijo mayorde Agenor, Fineo, se fue hasta las orillasdel mar Negro, donde abandonó labúsqueda y construyó su casa cerca delBósforo. Cílix, el siguiente hijo, seinstaló en Cilicia (llamada así desdeentonces en su honor) y se convirtió enpirata. Taso llegó hasta la isla homónimay se hizo buscador de oro. Fénix fundóciudades en África y, a la muerte deAgenor, regresó a Palestina, parte de lacual se llama Fenicia en su honor.

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Cadmo, el más joven de los cinco, viajóa Grecia y preguntó en el oráculo deApolo, en Delfos, por el lugar donde seencontraba Europa. Las sacerdotisas deApolo contestaron:

—No seas tonto, Cadmo, y abandonala búsqueda. Lo que debes hacer, encambio, es seguir a una vaca con unagrande y blanca luna llena en cada anca.Allí donde se tumbe, sacrifícala aAtenea y construye una ciudad.

Cadmo vio enseguida una vaca conesa descripción. Y él y sus compañerosla siguieron hasta Beocia, donde setumbó. Entonces, Cadmo dijo:

—Debemos rociarla con agua

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sagrada para el sacrificio. Recoged ellíquido de ese manantial con los cascos.

Aquel manantial pertenecía a Ares,dios de la guerra, que había puesto a unenorme dragón para custodiarlo.Aquella bestia mató a los hombres deCadmo, así que él mismo tuvo queacercarse al manantial y aplastar lacabeza del dragón con una roca. Atenea,que olió el apetitoso aroma de la vacaasada, voló desde el Olimpo, le dio lasgracias a Cadmo y dijo:

—Arráncale todos los dientes aldragón y siémbralos como si fueransemillas.

Cadmo obedeció y, con gran

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sorpresa, vio que de las semillas surgíanhombres armados.

—Ahora, tírales una piedra —ordenó Atenea.

Cadmo volvió a obedecer y luego seescondió tras una roca. De inmediato,los hombres armados empezaron aacusarse los unos a los otros de haberlanzado la piedra y comenzaron a pelear.Al final, sólo quedaron cinco hombres,todos malheridos.

Cadmo les vendó las heridas y cuidóde ellos hasta que se recuperaron. Enagradecimiento, aquellos hombresjuraron obedecer a Cadmo en la paz y enla guerra. Cadmo, después, les ordenó

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que construyeran la famosa ciudad deTebas.

Cuando Ares se quejó de que sudragón había sido asesinado cruelmente,el consejo de los dioses del Olimposentenció a Cadmo a ser siervo de Aresdurante noventa y nueve meses. Al final,después de ayudar a Ares en variasguerras, Cadmo fue liberado y gobernóTebas en paz.

Entretanto, Europa concibió de suunión con Zeus a Minos y Radamantis,futuros jueces de los muertos. Y tambiéndio su nombre a un continente.

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XIV. Dédalo XIVDédalo, el ateniense, un herrero de

talento extraordinario al que habíanenseñado Atenea y Hefesto, teníaenvidia de su sobrino Talo, así que lomató.

Talo, aunque sólo tenía doce años,había inventado la sierra, herramientaque hizo de bronce, copiando los dientesde una serpiente. Para escapar de lahorca, Dédalo huyó hasta Creta, dondeel rey Minos, hijo de Europa, le dio labienvenida. Dédalo, que se casó con unachica cretense con la que tuvo un hijo

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llamado Ícaro, fabricó para Minos todotipo de estatuas, muebles, máquinas,armas, corazas y juguetes para los niñosde palacio. Pasados algunos años,Dédalo solicitó un mes de vacaciones aMinos y éste le contestó: «¡Por supuestoque no!», así que entonces Dédalodecidió escapar.

Vio que era inútil robar una barcapara huir, porque los rápidos buques deMinos lo atraparían enseguida, así queconstruyó, para él y para Ícaro, dospares de alas, para atárselas a losbrazos. Sujetó las plumas grandes a unarmazón y pegó las pequeñas con cerade abeja. Después de colocarle las alas

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a Ícaro, Dédalo le advirtió:—Ten cuidado de no volar

demasiado bajo, porque te mojarías conel mar; y tampoco debes hacerlo muyalto, pues te acercarías excesivamente alSol.

Dédalo despegó e Ícaro lo siguió;pero, al poco rato, Ícaro se elevó tancerca del Sol que la cera se derritió ylas plumas se despegaron, Ícaro perdióaltura, cayó al mar y se ahogó.

Dédalo enterró el cuerpo de su hijoen una pequeña isla, llamada más tardeIcaria, donde el mar lo había dejado.Después, muy triste, voló hasta la cortedel rey Cócalo, en Sicilia. Allí, pidió a

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los sicilianos que no revelaran suescondite, puesto que Minos loperseguía en barco. Mientras, el astutoMinos elaboró un plan: cogió una granconcha de tritón y ofreció una bolsa deoro como recompensa a quien pudierapasar un hilo de lino a lo largo de todoel tubo espiral de la caracola, hasta quesaliera por el pequeño agujero de lapunta. Cuando llegó a palacio, Cócalo,ansioso por ganar la recompensa,entregó la concha a Dédalo y le pidióque resolviera el problema.

—Es fácil —dijo Dédalo—. Ata unhilo de tela de araña a la pata trasera deuna hormiga; pon la hormiga dentro de la

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concha, y unta con miel el agujero de lapunta. La hormiga olerá la miel yavanzará por la espiral para buscarla.En cuanto aparezca, la coges, atas uncabello de mujer en el extremo del hilode araña y tiras de él con cuidado.Después, ata el hilo de lino en la puntadel cabello y tira también de él.

Cócalo siguió su consejo y, después,visitó a Minos.

Minos, al ver la concha con el hiloen su interior, le dio el oro y le dijo muyserio:

—Sólo Dédalo puede haber pensadoen esto. Quemaré tu palacio si no me loentregas.

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Cócalo le prometió hacerlo e invitóa Minos a tomar un baño caliente en lanueva sala de baños construida porDédalo. No obstante, las hijas deCócalo, para salvar a su amigo Dédalo—que les había regalado unas bonitasmuñecas, con brazos y piernas móviles—, vertieron agua hirviendo por latubería de la sala de baños y escaldarona Minos hasta su muerte. Cócalo afirmóque Minos había muerto por accidente,al resbalar y caer en la bañera, antes deque pudieran añadir el agua fría. Y, porsuerte, los cretenses creyeron suhistoria.

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XV. BelerofonteBelerofonte de Corinto, que estaba

prometido con la princesa Etra, mató aun hombre por accidente, durante unacompetición de tiro con dardos, por loque tuvo que abandonar el país. Huyó ala ciudad de Tirinto y allí el rey leconsideró su invitado. Pero la reina, quese enamoró de Belerofonte, lo abrazó enlas escaleras y le dijo:

—¡Querido, huyamos juntos!—¡Por supuesto que no! —exclamó

Belerofonte—. Estás casada y el rey hasido muy amable conmigo.

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La reina, entonces, se fue a ver alrey y le susurró al oído, con rencor:

—Ese sinvergüenza de Belerofonteacaba de pedirme que huya con él. ¿Hasvisto nunca tal desvergüenza?

El rey se creyó la historia, perotemía ofender a las furias si mataba a suinvitado. En lugar de eso, escribió unacarta a su suegro Yóbates, rey de Licia,en Asia Menor, y envió a Belerofonte,acompañado de la misiva, al otro ladodel mar. La nota, que estaba sellada,decía: «Por favor, decapita al portadorde la presente. Ha sido muy grosero conla reina, tu hija».

El rey Yóbates temió ofender a

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Hermes, dios de los viajeros ymensajeros, si decapitaba a Belerofonte.Y, en lugar de eso, le pidió a éste quematara a Quimera, una cabra con cabezade león y cola de serpiente que escupíafuego y que guardaba el palacio del reyde Caria, enemigo de Yóbates.

Belerofonte prometió hacer lo quepudiera. Rezó a la diosa Atenea y ésta leaconsejó que primero domara a uncaballo alado salvaje llamado Pegaso,que vivía en el monte Helicón y que lasmusas alimentaban en invierno, cuandola nieve cubría la hierba. Belerofontesabía que Pegaso volaba a menudo haciael sur, hasta el istmo de Corinto, y lo

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había visto una o dos veces bebiendoallí en su manantial favorito. Así queBelerofonte volvió a Corinto en secreto,con miedo a ser arrestado por asesinato,y rezó a Atenea otra vez. La diosaentonces le dio unas bridas doradas ycon ella, Belerofonte esperó toda lanoche detrás de una roca cercana almanantial. Al amanecer, por suerte,Pegaso llegó a beber. Y, rápidamente,Belerofonte pasó las bridas por lacabeza del caballo y lo domó tras unalucha feroz.

En ese momento, los enemigos deBelerofonte llegaron para arrestarlo,pero él montó a Pegaso y voló hacia

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Caria. Una vez allí, dio vueltas sobre elpalacio, hasta que vio a Quimera escupirfuego en un campo. Fue entonces cuandole lanzó una lluvia de flechas. PeroBelerofonte no pudo matar al monstruohasta que no clavó un trozo de plomo enla punta de una lanza y lo introdujo enlas fauces abiertas de Quimera. Elaliento abrasador de la bestia hizo queel plomo se derritiera, le bajase por lagarganta y le agujerease el estómago.Así fue la muerte de Quimera.

Más tarde, Yóbates encargó aBelerofonte otras tareas importantes.Belerofonte se comportaba siempre contanta valentía y modestia que,

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finalmente, Yóbates le enseñó la cartade Tirinto y le dijo:

—Dime, ¿es cierto eso?Cuando Belerofonte le explicó lo

que había ocurrido en realidad, Yóbatesgritó:

—¡Claro! Mi hija mayor siempre fueuna mentirosa y te pido perdón porhaberme creído esa historia.

Entonces, Yóbates casó a su buena yhermosa hija pequeña con Belerofonte y,en su testamento, dejó a Belerofonte eltrono de Licia.

Pero, a partir de entonces,Belerofonte se volvió muy orgulloso.Cometió la estupidez de intentar visitar

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a los dioses del Olimpo en su palacio,sin haber sido invitado; y se paseaba porel aire montado en Pegaso, y vestido contúnicas y con la corona puesta. Un día,Zeus, que lo vio desde lejos, gritó:

—¡Maldigo a este desvergonzadomortal! Hera, querida, envía un tábanopara que pique a Pegaso debajo de lacola.

Hera lo hizo. Y Pegaso se encabritó,haciendo caer a Belerofonte desde casimil metros de altura, que se estrellócontra la ladera de un valle, donde rodóhasta meterse dentro de una zarza.Después de aquello, el destino deBelerofonte fue vagar por la Tierra bajo

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la maldición de Zeus: cojo, pobre yabandonado por sus amigos. Pegaso, porsu lado, fue recogido por Zeus, que loutilizó como animal de carga paratransportar sus rayos.

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XVI.TeseoDurante una visita a Corinto, el rey

Egeo de Atenas se casó en secreto conla princesa Etra. Ésta se había cansadode esperar que Belerofonte, con quiendebía contraer matrimonio, volviera deLidia. Tras unos días felices con Etra,Egeo le dijo:

—Me temo que tengo que irme,querida. Si tuvieras un hijo, lo másseguro para él sería que atribuyeras supaternidad al dios Poseidón. Mi sobrinomayor te mataría, si supiera lo denuestra boda, porque espera ser el

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siguiente rey de Atenas. ¡Adiós!Egeo no regresó nunca.Etra tuvo un hijo al que llamó Teseo

y, el día que éste cumplía catorce años,le preguntó:

—¿Puedes mover esa enorme roca?Teseo, un muchacho con una fuerza

enorme, levantó la gran piedra y la lanzólejos. Escondidas bajo la roca, encontróuna espada con una serpiente doradagrabada en la hoja y un par de sandalias.

—Esto lo dejó aquí tu padre —dijoEtra—. Es Egeo, rey de Atenas.Llévaselo y dile que lo encontraste bajoesta roca. Pero, ten cuidado: no digasnada a sus sobrinos, porque se

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enfurecerían si descubrieran que tú eresel auténtico heredero del trono deAtenas. Es por ellos que durante todosestos años he dicho que tu padre eraPoseidón y no Egeo.

Teseo viajó a Atenas por el caminode la costa. Primero, se encontró con ungigante llamado Sinis, que tenía lahorrible costumbre de doblar dos pinos,el uno hacia el otro, atar algún pobreviajero por los brazos a las copas de losmismos y, de repente, soltarlos. Losárboles se enderezaban partiendo alviajero en dos. Teseo luchó contra Sinis,lo dejó sin sentido e hizo con él lo queél hacia con los demás.

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Después, Teseo se enfrentó y mató auna monstruosa cerda salvaje, una bestiaque tenía unos colmillos muy grandes ymás afilados que una hoz. Más tarde,combatió con Procrustes, un malvadoposadero que vivía junto al camino yque sólo tenía una cama en su posada. Siel viajero era demasiado bajo para lacama, Procrustes lo alargaba con uninstrumento de tortura llamado «potro»;si era demasiado alto, le cortaba lospies, y si tenía la altura adecuada, loasfixiaba con una manta. Teseo derrotó aProcrustes, lo ató a la cama y le cortólos dos pies. Pero vio que aún erademasiado alto, así que también le cortó

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la cabeza. Luego, envolvió el cadávercon una manta y lo arrojó al mar.

El rey Egeo se había casado denuevo, recientemente, con una brujallamada Medea. Teseo desconocía estematrimonio, pero cuando llegó a Atenas,Medea, con su poder mágico, supo quiénera él y decidió envenenarle, poniendomatalobos en su copa de vino. Medeaquería que el siguiente monarca fuerauno de sus hijos. Por suerte, cuandoEgeo vio la figura de la serpiente en laespada de Teseo, supuso que el vinoestaba envenenado y rápidamente tiró lacopa que Medea tenía en la mano y que,en ese momento, ofrecía a Teseo. El

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veneno hizo un gran agujero en el sueloy Medea escapó en una nube mágica.Luego, Egeo mandó un carruaje aCorinto para recoger a Etra y anunció:

—Teseo es mi hijo y heredero.Al día siguiente, cuando Teseo se

dirigía al templo, los sobrinos de Egeole tendieron una emboscada, pero Teseoluchó y los mató a todos.

Varios años antes, el hijo del reyMinos, Androgeo de Creta, estuvo enAtenas y ganó todas las competicionesde los juegos atléticos: carreras, saltos,boxeo, lucha y lanzamiento de disco.Los sobrinos de Egeo, celosos, loacusaron de conspirar para hacerse con

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el trono y lo asesinaron. Cuando Minosprotestó ante los dioses del Olimpo,éstos ordenaron a Egeo que, cada nueveaños, enviara a siete chicos y sietechicas de Atenas, para que fuerandevorados por Minotauro de Creta.Minotauro era un monstruo —medio toroy medio hombre— que Minos guardabaen el centro del laberinto que Dédalohabía construido para él. Minotauroconocía todos los rincones y curvas dellaberinto, y conducía a sus víctimashasta un pasillo sin salida, donde lastenía a su merced.

Los atenienses, enojados con Teseopor haber matado a sus primos, lo

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eligieron como uno de los siete chicosque enviaban al sacrificio ese año.Teseo lo agradeció, diciendo que estabacontento de tener la oportunidad delibrar a su país de aquel espantosotributo. El barco en el que viajaban lasvíctimas del sacrificio estaba aparejadocon velas negras, de luto, pero Teseo sellevó también unas velas blancas.

—Si mato a Minotauro, izaré estasvelas blancas. Si Minotauro me mata amí, seguirán puestas las negras.

Teseo rezó a la diosa Afrodita. Yella lo escuchó y le ordenó a su hijoEros hacer que Ariadna, la hija deMinos, se enamorara de Teseo. Aquella

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misma noche, Ariadna fue a la prisióndonde estaba Teseo, drogó a losguardias, abrió la puerta de su celda conuna llave robada del cinturón de Minosy le preguntó a Teseo:

—Si te ayudo a matar a Minotauro,¿te casarás conmigo?

—Encantado —contestó él,besándole la mano.

Ariadna guió a Teseo y a susacompañantes hasta la salida de laprisión. Luego, les enseñó un ovillomágico que le había entregado Dédaloantes de abandonar Creta. Lo que teníanque hacer era atar el cabo suelto delovillo a la puerta del laberinto y éste

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rodaría mágicamente por los caminosenrevesados, hasta llegar al claro quehabía en el centro.

—Minotauro vive allí —dijoAriadna—. Duerme exactamente unahora de cada veinticuatro, a medianoche,y muy profundamente.

Los seis compañeros de Teseovigilaban la entrada, mientras Ariadnaataba el hilo a la puerta del laberinto.Teseo entró, pasó la mano a lo largo delhilo en la oscuridad y llegó, pocodespués de la medianoche, hasta dondedormía Minotauro. Luego, cuando salióla luna, le cortó la cabeza al monstruocon una espada de hoja afilada que le

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había prestado Ariadna. Después, siguióel hilo en sentido contrario hasta laentrada, donde sus amigos lo esperabanansiosos. Mientras tanto, Ariadna habíaliberado también a las siete chicas y,después, fueron todos juntos hacia elpuerto. Teseo y sus amigos agujerearonlos cascos de los barcos de Minos;luego, subieron a bordo del suyo ypartieron rumbo a Atenas. Los barcoscretenses que intentaron perseguirlespronto se llenaron de agua y sehundieron. Así que Teseo huyó sano ysalvo, con la cabeza de Minotauro y conAriadna.

Poco después, Teseo atracó su barco

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en la isla de Naxos porque necesitabanalimentos y agua. Mientras Ariadnadescansaba tumbada en la playa, el diosDionisos se le apareció de repente aTeseo:

—Quiero casarme con esta mujer —dijo—. Si te la llevas lejos de mí,destruiré Atenas, haciendo que todos sushabitantes se vuelvan locos.

Teseo no se atrevió a ofender aDionisos y, como además tampocoestaba muy enamorado de Ariadna, ladejó dormida y se marchó. Ariadna seenfureció al despertar y verseabandonada, pero Dionisos apareciópronto, se presentó y le ofreció una gran

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copa de vino. Ariadna se la bebióentera, se encontró mejor enseguida ydecidió que era mucho más gloriosocasarse con un dios que hacerlo con unmortal. El regalo de boda de Dionisosfue la espléndida diadema de piedraspreciosas que hoy es la constelación dela Corona Boreal. Ariadna tuvo varioshijos con Dionisos y finalmente volvió aCreta como reina.

A su regreso, Teseo, a causa de losnervios, olvidó cambiar las velas, y elrey Egeo, que observaba ansioso lavuelta de las naves desde un acantiladocercano a Atenas, vio aparecer las velasnegras en lugar de las blancas. Vencido

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por el dolor, saltó al mar y se ahogó.Teseo, entonces, se convirtió en el reyde Atenas e hizo las paces con loscretenses.

Unos años después, las amazonas,una fiera raza de mujeres guerreras deAsia, invadieron Grecia y atacaronAtenas. Gracias a los consejos de ladiosa Atenea, Teseo consiguióderrotarlas; pero, desde entonces,alardeó siempre de su coraje.

Un día, su amigo Pirítoo le dijo:—Estoy enamorado de una hermosa

mujer. ¿Me ayudarás a casarme conella?

—Por supuesto —contestó Teseo—.

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¿No soy el rey más valiente que existe?¡Mira lo que les hice a las amazonas!¡Mira lo que le hice a Minotauro!¿Quién es esa mujer?

—Perséfone, la hija de Deméter —contestó Pirítoo.

—¿En serio? ¡Pero si Perséfone yaestá casada con el rey Hades, dios de lamuerte!

—Lo sé, pero ella odia a Hades yquiere tener hijos. Y no puede tenerloscon el dios de la muerte.

—Parece una aventura bastantearriesgada —consideró Teseo,poniéndose pálido.

—¿No eres el rey más valiente que

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existe?—Lo soy.—¡Entonces, vamos!Cogieron sus espadas y, por la

puerta lateral, descendieron hasta elTártaro. Allí, le dieron al can Cerberotres pasteles con jugo de amapola paraadormilarlo. Luego, Pirítoo golpeó conlos nudillos la puerta del palacio deHades y entraron.

Hades preguntó sorprendido:—¿Quiénes sois, mortales, y qué

queréis?—Yo soy Teseo, el rey más valiente

que existe. Éste es mi amigo Pirítoo, quecree que la reina Perséfone es

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demasiado buena para ti. Y quierecasarse con ella —le dijo Teseo.

Hades sonrió. Nadie lo había vistosonreír jamás.

—Bueno —contestó—. Es ciertoque Perséfone no es completamente felizconmigo. Quizá podría dejarla marchar,si me prometes tratarla bien. ¿Por qué nohablamos de ello más tranquilamente?Por favor, tomad asiento en ese cómodobanco.

Teseo y Pirítoo se sentaron, pero elbanco que les había ofrecido Hades eramágico. Y se quedaron pegados a él, deforma que no podrían escapar jamás sinarrancarse una parte de sí mismos.

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Hades miraba, soltando grandesrisotadas, mientras los dos amigos eranazotados por las furias, picados por unasserpientes con manchas fantasmagóricas,y los dedos de sus manos y sus pies eranmordidos por Cerbero, que salía de suestupor.

—¡Pobres estúpidos —dijo Hades,riéndose entre dientes—, os quedaréisaquí para siempre!

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XVII. SísifoSísifo, rey de Corinto, que construyó

la primera flota de los corintios, poseíaun gran rebaño. Su vecino Autólico teníaotro más pequeño.

Autólico se había portado bien conMaya, antes de nacer Hermes,ocultándola en su casa cuando la celosadiosa Hera quería matarla. Hermes,agradecido, le dio a Autólico el podermágico de convertir a los toros en vacasy de cambiar el color de blanco a rojo, ode negro a moteado. Autólico, que eraun ladrón muy listo, a menudo robaba el

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ganado de Sísifo en los pastos cercanosa su propiedad y convertía los torosblancos en vacas rojas, y los torosnegros en moteados. Sísifo se dio cuentade que su rebaño menguaba y que el deAutólico era cada día más numeroso.Sospechaba de Autólico, pero nuncapodía probar que fuera el ladrón. Porfin, se le ocurrió la idea de marcar laspezuñas de los animales que lequedaban con las letras SIS (abreviaturade Sísifo). Cuando desaparecieron másanimales, Sísifo envió a sus soldados alcampo donde estaba el rebaño deAutólico y les ordenó que examinaranlas pezuñas de todas las reses:

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encontraron cinco animales marcadoscon las letras SIS.

—Yo no los he robado —afirmóAutólico—. Son míos. ¿Desde cuándotiene Sísifo algún animal de este color?Sísifo debe de haber entrado en mispastos y marcado las pezuñas.

Todo el mundo discutía y gritaba.Mientras tanto, Sísifo se vengó. Entró enla casa de Autólico y se fugó con su hija,con quien tuvo a Odiseo, el más listo delos griegos que lucharon en Troya.

Un día, el dios-río Asopo seapareció ante Sísifo y le dijo:

—Tienes la mala fama de fugartecon las hijas de los demás. ¿Te has

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llevado a la mía?—No —contestó Sísifo—. Pero sé

donde está.—¡Dímelo!—Primero, haz que nazca un

manantial en la colina donde estoyconstruyendo mi nueva ciudad.

Asopo golpeó el suelo con una varamágica e hizo brotar el manantial, allado del cual Belerofonte capturaría aPegaso.

Sísifo dijo entonces:—Zeus se ha enamorado de tu hija.

Están caminando cogidos de la mano porel bosque de aquel valle.

Asopo, muy enfadado, fue en busca

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de Zeus, que había dejado sus rayosdescuidadamente colgados de un árbol.Cuando Asopo corrió hacia él con suvara, Zeus escapó y se disfrazó de roca.Asopo pasó de largo y Zeus volvió a suforma verdadera, recogió sus rayos y lelanzó uno a Asopo, que desde entoncescojearía de su pierna herida.

Zeus ordenó a su hermano Hades quearrestara a Sísifo y que lo castigara congran severidad por haberle revelado aAsopo un secreto divino.

Hades entonces fue a ver a Sísifo.—Ven conmigo —le dijo.—Por supuesto que no. El dios que

viene a buscar a los espíritus es Hermes,

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no tú. Además, yo no voy a morirtodavía. ¿Qué llevas en esa bolsa?

—Esposas, para evitar que teescapes.

—¿Qué son esposas?—Unos brazaletes de acero,

encadenados entre sí. Los inventóHefesto.

—Enséñame cómo funcionan.Hades se puso las esposas a sí

mismo y Sísifo las cerró con rapidez.Luego, desencadenó a su perro y puso elcollar de éste alrededor del cuello deHades.

—Ahora, te tengo asegurado, reyHades —rió.

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Pese a que Hades rabió y lloró,Sísifo lo mantuvo encadenado a lacaseta del perro durante un mes. Nadiepudo morirse mientras Hades estuvopreso. Pero cuando Ares, dios de laguerra, descubrió que las batallas sehabían convertido en luchas fingidasporque nadie moría, fue a ver a Sísifo ylo amenazó con estrangularlo.

—Es inútil tratar de matarme —dijoSísifo—. Tengo al rey Hadesencadenado en la caseta del perro.

—Lo sé, pero puedo apretarte lagarganta hasta que la cara se te ponganegra y la lengua te cuelgue. No tegustaría nada. También puedo cortarte la

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cabeza y esconderla. ¡Libera al reyHades ahora mismo!

Rezongando, Sísifo hizo lo que leordenaba Ares. Luego, se fue con él alTártaro y le dijo a la reina Perséfone:

—No puedo aceptar que me traiganaquí de esta forma. Ni siquiera me hanenterrado como es debido. El rey Hadesdebería haberme dejado al otro lado dela laguna Estigia, donde los jueces nopueden castigarme.

—Muy bien —contestó Perséfone—.Puedes volver a subir y arreglarlo todopara ser enterrado con un óbolo debajode la lengua, pero vuelve mañana sinfalta.

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Sísifo se fue a casa riendo. Llegó eldía siguiente y Sísifo no regresó, así queHades envió a Hermes para buscarlo.

—¿Por qué? —preguntó Sísifo—,¿acaso las parcas han cortado el hilo demi vida?

—Sí —respondió Hermes—. Vicómo lo hacían. No tenías que haberrevelado el secreto de Zeus a Asopo.

Sísifo suspiró.—De todas formas, le obligué a que

hiciera aparecer un magnífico manantialde agua para Corinto.

—Ven, sígueme, y basta de trucos,por favor.

La roca que los jueces de los

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muertos obligaron a Sísifo a empujarhasta la cima de la colina en el Tártaroera exactamente igual a la roca en queZeus se había convertido cuando seescondía de Asopo.

De todas formas, los corintiosamaban a Sísifo, por todo lo que habíahecho por ellos, y siguieron celebrandouna fiesta anual en su honor.

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XVIII. Los trabajosde Heracles

Heracles, a quien los romanosllamarían Hércules, era hijo de Zeus yde Alcmena, una princesa de Tebas.Hera, enojada porque Zeus habíallevado a cabo otro de sus casamientoscon mujeres mortales, envió doshorrorosas serpientes para que matarana Heracles cuando aún era un bebé.Heracles y su hermano gemelo Ificlesdormían en un escudo que les servía decuna, cuando las serpientes reptaron

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hacia ellos. Ificles gritó y rodó fuera delescudo. Pero Heracles, un niñoinmensamente fuerte, cogió lasserpientes por el cuello, una en cadamano, y las estranguló.

Cuando era un muchacho, Heraclesse interesaba más por la lucha que por lalectura, la escritura o la música.También prefería la carne asada y el pande cebada a los pasteles de miel o defrutas. Pronto, se convirtió en el mejorarquero, el mejor luchador y el mejorboxeador que existía. Cuando Lino, suprofesor de música, le pegó por noprestar atención a las escalas, Heraclesle golpeó con una lira hasta matarlo.

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Acusado de asesinato, Heracles dijosencillamente:

—Lino me pegó primero. Sólo medefendí.

Y los jueces lo absolvieron.Euristeo, el gran rey de Grecia,

quería desterrar a Anfitrión, rey deTebas y, ahora, padrastro de Heracles.Pero éste, noblemente, se ofreció aEuristeo para ser su esclavo durantenoventa y nueve meses, si permitía queAnfitrión se quedase y conservara eltrono. Hera advirtió a Euristeo:

—Acepta, pero encarga a Heracleslos diez trabajos más peligrosos quepuedas elegir, y que los cumpla todos

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dentro de los noventa y nueve meses. Loquiero muerto.

El primer trabajo que Euristeoordenó a Heracles fue matar al león deNemea, una enorme bestia, cuya piel eraresistente a la piedra, al cobre y alhierro. Aquel monstruo vivía en unacueva en las montañas. Primero,Heracles le lanzó flechas, pero éstasrebotaron sin hacerle daño. Luego, cogiósu gran maza de madera de olivo y legolpeó en la cabeza, pero lo que serompió fue el arma. El león sólo moviósu cabeza, porque había oído un ligeroruido, bostezó y volvió a su gruta. Estacueva tenía dos entradas. Heracles tapó

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la más pequeña con una red de bronce,entró por la grande y cogió al león porla garganta. Aunque el animal le arrancóel dedo corazón de la mano izquierda deun mordisco, Heracles consiguió meterla cabeza del león bajo el brazo derechoy aplastarla hasta que la bestia murió.Heracles despellejó al león usando unade las garras del mismo animal comocuchillo y luego se cubrió con la piel.Después, se fabricó una nueva maza demadera de olivo y se presentó anteEuristeo.

El segundo trabajo era mucho máspeligroso: matar a la monstruosa hidrade los pantanos de Lerna. Esta bestia

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tenía el cuerpo grande, como el de unperro, y ocho cabezas de serpiente conlargos cuellos. Heracles le disparóflechas ardiendo cuando salía de suagujero bajo las arenas de un pantano.Luego, corrió hacia ella y le golpeó lasocho cabezas. Pero conforme lasaplastaba, iban apareciendo otras en sulugar. Un escorpión, enviado por Hera,se le acercó rápidamente y le mordió elpie: Heracles lo aplastó de un pisotón.Al mismo tiempo, desenvainó su afiladaespada de empuñadura de oro y llamó aYolao, el conductor de su carro. Yolaotrajo inmediatamente una antorcha y,cuando Heracles cortaba una cabeza,

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sellaba el cuello con fuego para evitarque surgiera una nueva. Fue el final dela hidra. Heracles mojó sus flechas en susangre venenosa. Quien fuera herido conellas moriría dolorosamente.

El tercer trabajo fue capturar lacierva de Cerinia, una cierva blanca conpezuñas de bronce y cuernos de oro, quepertenecía a la princesa Artemisa.Heracles tardó un año entero enencontrarla. La persiguió por montañas yvalles de toda Grecia, hasta que al finalle disparó una flecha sin veneno, cuandopasó corriendo cerca de él. La flecha seclavó entre el tendón y el hueso de suspatas delanteras, que quedaron

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ensartadas, sin derramar una sola gotade sangre. Cuando tropezó y cayó,Heracles la apresó, le extrajo la flecha yse la llevó a Euristeo sobre loshombros. Artemisa se habría enfurecidosi Heracles hubiera dañado a su ciervay, además, lo perdonó por su certeroflechazo. Después, Euristeo liberó a lacierva.

El cuarto trabajo fue apresar aljabalí de Erimanto, una enorme criaturacon unos colmillos como los de unelefante y una piel resistente a lasflechas. Heracles lo persiguió por lasmontañas de aquí para allá, en invierno,hasta que quedó atrapado en un gran

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montículo de nieve. Allí, saltó sobre él yle ató las patas delanteras a las traseras.Cuando Euristeo vio a Heraclescargando el jabalí a su espalda por laavenida de palacio, huyó y se escondióen una gran vasija de bronce.

El quinto trabajo fue limpiar elinmundo establo del rey Augías en unsolo día. Augías tenía muchos millaresde animales y nunca se habíapreocupado de eliminar susexcrementos. Euristeo le encargó estatarea a Heracles sólo para molestarlo,esperando que se cubriera deinmundicia, cuando cargara el estiércolen las cestas para llevárselo.

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Augías sonrió a Heracles condesprecio:

—Te apuesto veinte vacas contrauna, a que no puedes limpiar el establoen un solo día.

—De acuerdo —dijo Heracles.Blandió su maza, derribó la pared

del establo, cogió un pico y cavórápidamente unos canales profundosdesde dos ríos cercanos. El agua de losríos atravesó el establo y lo dejó limpioen un momento.

Como sexto trabajo, Euristeo le dijoa Heracles que expulsara ciertas avescaníbales con plumas de bronce del lagoEstínfalo. Estos animales parecían

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grullas, pero tenían picos capaces dehacer pedazos una coraza de hierro.Heracles no podía nadar en lospantanos, porque el agua estaba turbia, ytampoco podía cruzarlos caminando,porque el barro no aguantaría su peso.Cuando disparó a los pájaros, lasflechas rebotaron en sus plumas.

La diosa Atenea se le aparecióentonces y le dio unos címbalos debronce.

—¡Agítalos! —le ordenó.Heracles lo hizo y las aves

levantaron el vuelo, aterrorizadas.Disparó, mató a docenas de ellas, ya queen la parte inferior de sus cuerpos no

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tenían plumas de bronce, y las obligó ahuir en dirección al mar Negro. Ningunavolvió jamás.

El séptimo trabajo fue capturar untoro que aterrorizaba Creta. Perseguíagranjeros y soldados, destruía cabañas yalmacenes, arrasaba campos de maíz, yasustaba a mujeres y niños. Este animalhabía aparecido cuando el hijo deEuropa, Minos, dijo a los cretenses:

—¡Soy el rey de esta isla! ¡Dejemosque los dioses me envíen una señal paraprobarlo!

Mientras hablaba, los cretensesvieron cómo un toro muy blanco decuernos dorados salió nadando del mar.

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Pero en lugar de sacrificar el hermosoanimal a los dioses, como era deber,Minos lo conservó y sacrificó otro. Asíque Zeus lo castigó, permitiendo que eltoro escapara y causara desgracias entoda Creta.

Heracles siguió al toro hasta unbosque. Allí, se subió a un árbol, esperóque el animal pasara y saltó sobre sulomo. Tras un difícil forcejeo, consiguióclavarle una anilla en la nariz y,cruzando el mar con unas riendas atadasa su morro, se lo llevó a Euristeo.

El octavo trabajo fue capturar lascuatro yeguas salvajes del rey Diomedesde Tracia. Diomedes alimentaba a estas

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yeguas con la carne de los extranjerosque visitaban su reino. Heracles viajóhasta Tracia y se acercó al palacio real;fue directo a las cuadras de Diomedes,echó a los mozos y condujo a las yeguas,que se caían y coceaban, hasta la costa.Alertado por el ruido, Diomedes llamó alos guardias de palacio y salió en supersecución. Heracles dejó las yeguas acargo de su mozo Abdero y volvió paraluchar. La batalla fue corta. Dejó sinsentido a Diomedes con su maza e hizoque las yeguas se lo comieran vivo,como venganza por la muerte de Abderoque, poco antes, al no haber podidocontrolar a las yeguas, había sido

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devorado por las mismas. Antes demarcharse, Heracles también instituyóunos juegos fúnebres anuales, enmemoria de Abdero. Ya de regreso,cuando Heracles vio que su barco erademasiado pequeño para que cupieranlas cuatro yeguas, las enjaezó al carrode Diomedes, abandonó el barco yvolvió, de este modo, a casa, cruzandoMacedonia.

El noveno trabajo fue conseguir elfamoso cinturón de oro de Hipólita, lareina de las amazonas que vivía en lacosta sur del mar Negro, y regalárselo ala hija de Euristeo. Heracles llegó aAmazonia sin novedad. Allí, la reina

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Hipólita se enamoró de él y podríahaber conseguido el cinturón como unsimple regalo. Sin embargo, la diosaHera, con rencor, se disfrazó deamazona y esparció el rumor de queHeracles había venido para secuestrar aHipólita y llevársela a Grecia. Lasamazonas, indignadas, montaron en suscaballos y fueron a rescatarla, lanzandoflechas contra Heracles, mientras seacercaban. Aunque Heracles rechazó elataque, Hipólita resultó muerta en laconfusión de la batalla. Así queHeracles cogió el cinturón de su cadávery se fue apenado. Le hubiera gustadocasarse con Hipólita y le molestó mucho

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tener que darle el cinturón a la hija deEuristeo.

El décimo trabajo de Heracles fuerobar un rebaño de bueyes del reyGeríones, que vivía en una isla cerca dela corriente de Océano. Geríones teníatres troncos con sus respectivas cabezas,pero un solo par de extremidades. Heraesperaba que Heracles fracasara en esteúltimo trabajo o, al menos, que notuviera tiempo de cumplirlo, antes deque expirara el plazo de noventa y nuevemeses. Cuando llegó al extremooccidental del mar Mediterráneo, dondeEspaña y África se unían en aqueltiempo, Heracles abrió un estrecho entre

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ellas. Los acantilados de cada lado sellaman, aún hoy, las Columnas deHércules. Luego, navegó adentrándoseen el Océano, en una barca de oro que leprestó el Sol y usando la piel de leóncomo vela. Cuando llegó a la isla deGeríones, Heracles fue atacado por unperro bicéfalo y por un pastor deGeríones, a los que abatió de un mazazo.Finalmente, Geríones salió corriendo desu palacio, como si se tratase de una filaformada por tres hombres. La diosaHera, entonces, intentó ayudar aGeríones deslumbrando con un espejo aHeracles, pero éste esquivó el destello ymató a Geríones con una flecha, que

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atravesó a la vez los tres troncos. Luego,disparó también contra Hera, hiriéndolaen un hombro. La diosa se fue entoncesvolando a suplicar a Apolo y aArtemisa, para que le extrajeran laflecha y la curaran.

Heracles cruzó los Pirineos con losbueyes y recorrió la costa meridional deFrancia. Pero en los Alpes, unmensajero de Hera le dio a propósitouna orientación errónea. Giró hacia eleste y bajó hasta el estrecho de Mesina,antes de darse cuenta de que estaba enItalia y no en Grecia. Muy enfadado, sedio media vuelta y perdió todavía mástiempo en lo que hoy es Trieste, porque

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Hera envió tábanos, para que picasen alos bueyes en sus partes más sensibles.Los animales salieron de estampidahacia oriente y Heracles tuvo que seguirsus huellas durante ochocientos o milkilómetros hasta Crimea, donde unahorrible mujer con cola de serpiente leprometió ponerlos en la direccióncorrecta, con la condición de que labesara tres veces. Heracles lo hizo,aunque de muy mala gana, y por fin llegóa Grecia sano y salvo con los bueyes,justo cuando terminaba el plazo denoventa y nueve meses.

Ahora, Heracles debía ser liberadopero, aconsejado por Hera, Euristeo le

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dijo:—No has cumplido correctamente

mi segundo trabajo, porque pedisteayuda a Yolao, para matar la hidra. Ytampoco hiciste bien el quinto trabajo,porque Augías te pagó por limpiar suestablo.

—¡Qué injusticia! —gritó Heracles—. Pedí ayuda a Yolao, porque Heraintervino: envió un escorpión para queme mordiera el pie. Y, aunque es ciertoque Augías apostó conmigo veinte resescontra una a que no podría limpiar suestablo en un día, yo hubiera hecho eltrabajo de todos modos.

—¡No discutas, por favor! Hiciste la

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apuesta, de manera que, en lugar detrabajar sólo para mí, conseguiste veintecabezas de ganado de otro hombre.

—¡Tonterías! Augías no me pagó.Dijo que yo no había limpiado elestablo, que lo había hecho un dios-río.

—Tenía razón. El trabajo no lohiciste tú. Debes hacer dos más, peropuedes dedicarles el tiempo quenecesites.

—De acuerdo —dijo Heracles—. Ysi vivo para cumplirlos, le sucederá lopeor a tu familia.

Euristeo había planeado dos nuevostrabajos muy peligrosos. El primero eraconseguir las manzanas de oro de las

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hespérides, ninfas que vivían en elLejano Occidente. Estas manzanas eranel fruto de un árbol que la Madre Tierrale ofreció a Hera como regalo de boda.Las hespérides, hijas del titán Atlas,cuidaban del árbol, y Ladón, un dragónque nunca dormía, lo vigilaba dandovueltas a su alrededor.

Heracles viajó al Cáucaso parapedir consejo a Prometeo. Éste le dio labienvenida y le dijo:

—Por favor, ahuyenta a esa águila;no me deja pensar con claridad.

Heracles ahuyentó el águila, peroademás disparó contra ella y la mató.Luego, pidió a Zeus que perdonara a

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Prometeo. Zeus decidió que el castigoya había durado bastante y permitió queHeracles rompiera las cadenas, peroordenó a Prometeo que llevara siempreun anillo de hierro en un dedo. Así fuecómo los anillos se pusieron de modapor primera vez.

Prometeo advirtió a Heracles: ledijo que no recogiera las manzanas élmismo, porque cualquier mortal que lohiciera moriría en el acto.

—Convence a algún inmortal paraque las recoja —le sugirió.

Tras una fiesta de despedida,Heracles partió por mar haciaMarruecos y, al llegar a Tánger, caminó

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tierra adentro hasta el lugar donde Atlas,el titán rebelde, sostenía la bóvedaceleste. Heracles le preguntó:

—Si me hago cargo de tu trabajodurante una hora, ¿querrías recoger paramí tres manzanas del árbol de tus hijas?

—Claro —dijo Atlas—, si tú matasantes al dragón que nunca duerme.

Heracles apuntó con su arco porencima del muro del jardín y mató aldragón. Luego, se puso de pie detrás deAtlas y, separando las piernas, se colocótodo el peso de la bóveda celeste sobrela cabeza y los hombros. Atlas trepó porel muro, saludó a sus hijas, robó lasmanzanas y le gritó a Heracles:

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—Hazme el favor de quedarte aquíun poco más, mientras le llevo estas tresmanzanas a Euristeo. Con mis enormespiernas, estaré de vuelta dentro de unahora.

Heracles, que sabía que Atlas nuncaentregaría las manzanas a Euristeo y quesu idea era la de rescatar a los demástitanes para empezar una nueva rebelión,simuló que le creía.

—Encantado —contestó—, peroantes sosténme un momento el peso,mientras doblo esta piel de león y mehago un cojín para la cabeza.

Atlas dejó las manzanas en el sueloe hizo lo que le pedía Heracles. Éste

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entonces recogió las manzanas y, antesde irse, le dijo:

—Has intentado engañarme —lecomentó, riéndose—, pero yo te heengañado a ti. ¡Adiós!

Cuando regresaba a casa cruzandoLibia, un gigante llamado Anteo, hijo dela Madre Tierra, desafió a Heracles a uncombate. Heracles se embadurnó porcompleto de aceite para que Anteo nopudiera sujetarlo con firmeza. Anteo, encambio, se restregó el cuerpo con tierra.Cada vez que Heracles tumbaba aAnteo, veía sorprendido cómo el gigantese levantaba más fuerte que antes,porque el contacto con su madre, la

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Tierra, le renovaba su fuerza. Heraclesvio lo que tenía que hacer: levantó aAnteo del suelo, le rompió las costillasy lo mantuvo separado de la MadreTierra hasta que murió. Un mes después,Heracles le entregó las manzanas aEuristeo sin novedad.

El último y peor de los trabajos fuecapturar al can Cerbero y arrastrarlo ala superficie desde el Tártaro. Al recibiresta orden, Heracles fue a Eleusis parapurificarse. Allí se celebraban losmisterios de Deméter. Limpio de todopecado, Heracles bajó con valentíahasta el Tártaro, pero Caronte no quisotransportar a un mortal hasta la otra

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orilla de la laguna Estigia.—Destruiré tu barca —le amenazó

Heracles— y te cubriré de flechas comoun erizo está cubierto de púas.

Caronte tembló de terror y lo llevóal otro lado. Más tarde, Hades castigó aCaronte por su cobardía.

Heracles vio a Teseo y Pirítoopegados al banco de Hades, mientras lasfurias los azotaban. Tiró de Teseo conenorme fuerza y lo arrancó del asiento,pero Teseo perdió un buen trozo deespalda. Luego, vio que era imposibleliberar también a Pirítoo, si no era conun hacha, así que lo dejó allí.

Perséfone salió corriendo del

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palacio y cogió a Heracles de lasmanos:

—¿Puedo ayudarte, queridoHeracles? —preguntó.

—Majestad, te ruego que me prestesa tu perro guardián durante unos días.Podrá volver a casa enseguida, cuandose lo haya enseñado a Euristeo.

Perséfone dirigió sus ojos haciaHades:

—Por favor, esposo, concede aHeracles lo que pide. Esta tarea le hasido encomendada por consejo de tucuñada Hera. El promete no quedarsecon nuestro can Cerbero.

—Muy bien —respondió Hades—, y

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puede llevarse también a ese loco deTeseo, ya que está aquí. Pero tiene laobligación de domar a Cerbero, sin usarni la maza ni las flechas.

Hades creyó que esta condiciónharía imposible el trabajo, pero la pielde león de Heracles era resistente a lospinchazos de las púas del lomo deCerbero, así que Heracles, con susfuertes manos, apretó el pescuezo delcan, hasta que sus tres cabezas seoscurecieron. Cerbero entonces sedesmayó y Heracles pudo arrastrarlocon facilidad. Por desgracia, el únicotúnel de vuelta a la Tierra lo bastanteancho era uno que tenía la salida cerca

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de Mariandinia, junto al mar Negro, asíque a Heracles le esperaba un viajelargo y difícil. Antes de partir, Heraclescogió una rama de laurel blanco comotrofeo y se la colocó como si fuera unacorona.

Cuando Heracles aparecióarrastrando a Cerbero con una correa,Euristeo se dio un susto de muerte.

—Gracias, noble Heracles —dijo—; ahora, quedas liberado de tustrabajos. Pero, por favor, devuelve esabestia enseguida.

Heracles volvió a Tebas, donde sumadre Alcmena lo recibió con alegría.Pero Hera ideó un astuto plan. Le dijo a

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Autólico que robara un rebaño deyeguas y potros moteados a un hombrellamado Ifito, que les cambiara el colory que se los vendiera a Heracles. Así lohizo. Ifito siguió el rastro de las pezuñasde su rebaño hasta Tirinto y le preguntóa Heracles si, por casualidad, se habíallevado él las yeguas. Heraclesacompañó a Ifito hasta lo más alto deuna torre y, muy serio, le dijo:

—¡Mira a tu alrededor! ¿Ves algunayegua moteada en mis pastos?

—No —contestó Ifito—. Pero séque están cerca de aquí.

Heracles perdió la paciencia, alverse considerado un ladrón y un

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mentiroso, y arrojó a Ifito por encima delas almenas.

Los dioses condenaron a Heracles aser esclavo de la reina Onfalia de Lidia;el dinero por su venta, que Hermeshabía acordado, fue para los huérfanosde Ifito. Onfalia, que no sabía quién eraHeracles, le preguntó por sushabilidades.

—Sé hacer lo que tú quieras, señora—contestó él enseguida.

La reina, entonces, le hizo vestirsede mujer con unas enaguas amarillas, ledio una rueca y le enseñó a hilar lana. AHeracles le pareció un trabajo muydescansado. Un día, un dragón

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gigantesco empezó a comerse a lossúbditos lidios de Onfalia, así que éstale dijo a Heracles:

—Pareces fuerte. ¿Te atreves aluchar contra el dragón?

—A tu servicio, señora.Los dragones no eran nada para

Heracles e inmediatamente disparó unaflecha envenenada entre las mandíbulasdel dragón y lo mató. Onfalia ledevolvió la libertad, como muestra deagradecimiento.

Más tarde, Heracles se casó con unaprincesa llamada Deyanira, hija del diosDionisos, y fundó los juegos olímpicos,que debían celebrarse cada cuatro años,

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mientras existiera el mundo. Establecióque los vencedores de cada competiciónserían obsequiados con coronas delaurel, en lugar de los valiosos trofeoshabituales, porque tampoco a él lehabían pagado nada por sus trabajos.Nadie se atrevió a luchar jamás contraHeracles, lo que defraudó a losespectadores. No obstante, un día, el reyZeus se dignó a bajar del Olimpo. Él yHeracles mantuvieron una formidablepelea que terminó en empate y todo elmundo quedó encantado.

Heracles se vengó de los reyes quele habían despreciado cuando llevaba acabo sus trabajos, incluyendo a Augías,

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y mató a tres hijos de Euristeo. Zeus leprohibió atacar al propio Euristeo,porque hubiera sido un mal ejemplopara otros esclavos liberados. El dios-río Aqueloo desafió a Heracles a uncombate y perdió un cuerno durante lalucha. Heracles también peleó contra eldios Ares y lo mandó cojeando de vueltaal Olimpo.

Un día, un centauro llamado Neso seofreció para ayudar a la esposa deHeracles, Deyanira, a cruzar un ríodesbordado, por una pequeña suma dedinero. Heracles le pagó, pero cuandoNeso alcanzó la otra orilla se puso acorrer con Deyanira en los brazos. A

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ochocientos metros de distancia,Heracles le disparó una de las flechasuntadas con la sangre de la hidra.Agonizante, Neso le susurró a Deyanira:

—Recoge un poco de mi sangre enesta jarra pequeña de aceite. Si algunavez Heracles ama a otra mujer más que ati, dispondrás de un hechizo quefuncionará seguro. El aceite mantendrámi sangre fresca. Tírasela en la camisa.No te será nunca más infiel. ¡Adiós!

Deyanira siguió el consejo de Neso.Estando al servicio de Euristeo,

Heracles había participado en unconcurso de tiro con arco organizadopor el rey Eurito de Ecalia, cuyo premio

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era su hija Yole. Eurito alardeaba de serel mejor arquero de Grecia y le sentómuy mal el verse derrotado porHeracles, así que gritó:

—Mi hija es una princesa. No puedoaceptar que se case con un esclavo deEuristeo. La competición queda anulada.

Heracles recordó este insulto añosmás tarde, así que saqueó Ecalia y matóa Eurito. Raptó a Yole y a sus doshermanas, y las puso a fregar suelos ycocinar. Deyanira, entonces, tuvo miedode que Heracles se enamorara de Yole,que era muy hermosa. Y cuando él leenvió un mensajero pidiéndole sucamisa mejor bordada, Deyanira pensó:

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«Se la quiere poner cuando se case conYole». Fue entonces cuando esparció unpoco de la sangre de Neso en el bordadorojo de la camisa, donde no se notaba, yse la dio al mensajero.

En realidad, Heracles necesitaba lacamisa para un sacrificio de acción degracias a Zeus, por la captura de Ecalia.En cualquier caso, cuando Heracles sepuso la camisa y estaba vertiendo vinoen el altar, sintió de repente como siunos escorpiones le estuvieran picando.El calor de su cuerpo había derretido elveneno de la hidra que había en lasangre de Neso. Heracles gritó,vociferó, chilló, golpeó el altar y trató

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de quitarse la camisa, pero se arrancótambién grandes jirones de piel. Susangre silbaba al contacto con elveneno. Entonces, saltó a un río, pero elveneno le quemaba aún más que antes.Heracles supo en ese momento queestaba condenado y pidió a sus amigos,con voz débil:

—Por favor, llevadme al monte Etay construid una pira con madera de robley de olivo.

Ellos, llorando, obedecieron.Heracles trepó hasta la plataforma quehabía encima y tranquilamente se tumbósobre su piel de león y usó su mazacomo almohada. Ardió hasta morir. El

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fuego dolía mucho menos que el venenode la hidra.

Zeus, que se sintió muy orgulloso desu valiente hijo, les dijo a los dioses delOlimpo:

—Heracles será nuestro portero y secasará con mi hija Hebe, diosa de lajuventud. Si alguien no está de acuerdo,empezaré a lanzar rayos. ¡Levántate,noble alma de Heracles! ¡Bienvenida alOlimpo!

Zeus parecía tan furioso que Hera nose atrevió a decir nada. El alma inmortalde Heracles subió sobre una nube yAtenea lo presentó enseguida a los otrosdioses. Sólo Ares le dio la espalda,

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pero cuando Deméter le pidió al diosque no hiciera el tonto, también éste ledio la mano a Heracles, aunquedesganadamente.

Cuando Deyanira supo que habíasido ella quien había causado la muertede Heracles, cogió una espada y se quitóla vida.

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XIX. La rebelión delos gigantes

Cuando Heracles mató a Anteo, laMadre Tierra protestó ante los diosesdel Olimpo. Dijo que, paracompensarla, Zeus debería comomínimo perdonar a Atlas y a los otrostitanes, sus hijos, quienes aún estabancondenados a esclavitud perpetua. Zeusla mandó callar de malos modos. Asíque, para vengarse, la Madre Tierra fuea Flegras, en Tracia, y creó allí aveinticuatro descomunales gigantes de

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largas barbas y con pies de cola deserpiente. Planearon entonces atacar alos dioses del Olimpo, lanzando gruesaspiedras y teas contra el palacio. Heraprofetizó que la única esperanza de losdioses del Olimpo era encontrar unaplanta que crecía en algún lugar de laTierra. Quien la oliera jamás resultaríaherido. Así que Zeus ordenó al Sol y ala Luna que no brillaran durante untiempo. Luego, buscó a tientas por todaGrecia, hasta que encontró la planta y sela hizo oler a todos los dioses delOlimpo. Hera volvió a profetizar:

—Ahora, un héroe vestido con unapiel de león nos salvará.

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Se refería, por supuesto, a Heracles,su nuevo portero.

Los dioses abandonaron el Olimpo einvadieron Flegras. Heracles colocó unaflecha en su arco y disparó contraAlcioneo, el jefe de los gigantes. Éste sedesplomó como si hubiera muerto, peroenseguida volvió a levantarse,reviviendo al tocar el suelo de su país.Heracles entonces combatió cuerpo acuerpo contra Alcioneo y lo arrastróhasta cruzar la frontera griega y penetraren Escitia, donde lo golpeó con su mazahasta la muerte. Mientras tanto, losdemás gigantes atacaron a los dioses,que se vieron obligados a retroceder

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hasta la cumbre del Olimpo. Luego, losgigantes levantaron un enorme montículode rocas junto a los altos muros delpalacio para, encaramándose en él,poder invadir la morada de los dioses.Una roca golpeó a Ares en la cabeza yéste cayó de rodillas y se puso a gemir.Un gigante llamado Porfirión intentóestrangular a Hera, pero Eros cogió supequeño arco y le clavó una flecha en elcorazón, lo que provocó que el gigantese enamorara locamente de la diosa y lellenara la mano de grandes y babososbesos. Zeus, muy enfadado, arrojóentonces un rayo contra Porfirión y éstelo detuvo con su escudo, mientras volvía

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a besar a Hera, esta vez en la boca.Heracles regresó justo a tiempo pararomperle el cuello al gigante y sujetarloen el aire hasta su muerte. En ayuda deAres, acudieron Apolo y Heracles, quecon sus flechas le sacaron los ojosderecho e izquierdo respectivamente aun gigante. Hefesto dejó ciego a otro,tirándole a la cara una paletada de orofundido. Después, Heracles agarró a losdos gigantes y se los llevó corriendo alotro lado de la frontera, uno bajo cadabrazo, donde les golpeó en la cabeza.Durante el fragor de la batalla, Afroditase escondió en el armario de la ropablanca, mientras Deméter y Hestia

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temblaban junto a una de las ventanasdel palacio. Atenea, en cambio,combatió con valor y sangre fría, yArtemisa corrió de aquí para allá,disparando contra los gigantes desde loslugares más inverosímiles. Alertadaspor el alboroto, las tres parcas salieronde la habitación de hilar y corrieron a lacocina, donde cada una se armó con unamano de mortero dorada, de esas que seutilizan para machacar perejil, menta oajo. Al no existir nadie que puedacombatir contra las parcas, los otrosgigantes huyeron.

Los dioses del Olimpo lanzabancualquier cosa que tuvieran a mano

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contra el enemigo en retirada. Unaenorme roca arrojada por Poseidón cayóal mar y se convirtió en la isla deNísiro. Los gigantes presentaron suúltima resistencia en Trapezunte, enArcadia. Poseidón, Zeus y Ares, que nolo habían hecho muy bien hasta entonces,lucharon valientemente ahora, contridente, rayos y lanza. Mientras tanto,Hermes, que le había pedido el casco dela invisibilidad a Hades, apuñalaba alenemigo por la espalda. Heracles matómás gigantes él solo que todos losdemás dioses juntos. Cuando la batallallegó a su fin, Hera se le acercó y le diolas gracias por librarla de aquel

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repugnante Porfirión.—Siento vergüenza por lo mal que

te traté cuando estabas en la Tierra —ledijo.

—Olvídalo, por favor, reina Hera —contestó Heracles, haciéndole una granreverencia.

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XX. Dos rebelionesmás

Siguiendo un consejo de la MadreTierra, los gemelos alóadas —gigantesmortales que cada año se hacían dosmetros más altos y medio metro másanchos— decidieron robar el alimentode la inmortalidad, expulsar a los diosesdel Olimpo y gobernar ellos el mundo.Primero, capturaron a Ares en su casade campo de Tracia: lo encadenaron depies y manos, y lo encerraron en unavasija de bronce. Después, cogieron el

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enorme monte Pelión y lo pusieronencima de su vecino, el monte Osa, para,de esta forma, poder lanzar rocas sobreel Olimpo desde arriba.

—Me casaré con la reina Hera —alardeaba el mayor, que se llamabaEfialtes.

—Pues yo, con Artemisa —alardeaba Oto, el menor.

Apolo llevó a su hermana aparte y ledijo:

—Artemisa, eres la única que puedesalvarnos.

—¿Cómo?—Prometiéndole a Oto que te

casarás con él.

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—¡Pero, hermano! ¡Prefiero morir,antes que casarme con él!

—No tienes que cumplir la promesa.Piensa un poco. Puedes enviarfácilmente a los dos gemelos al Tártaroy librarte de ellos.

—¡Es imposible! Hera haprofetizado que ni dioses ni mortalespueden matarlos.

—Probablemente es así, pero todaslas profecías tienen una trampa.

Así que Artemisa le prometió a Otoreunirse y casarse con él, en la isla deNaxos. Cuando Hermes le dio a Oto elmensaje de Artemisa, Efialtes se pusomuy celoso.

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—¿Por qué no ha prometido venirtambién Hera? —bramó—. ¿Crees quepuede preferir a Zeus, antes que a mí?Yo soy mucho más fuerte.

Oto se rió.—Quizá eres fuerte; pero, ¿cómo

quieres que una diosa se enamore de ti,con esa cara tan fea?

—Y la tuya, ¿qué?—Artemisa la adora.—¿Tú crees? En tal caso, también

puede adorar la mía. Soy el mayor delos dos. ¡Cuando llegue, me casaré conella, en lugar de hacerlo con Hera!

—No, Artemisa es para mí. Además,ella sabe que yo soy mucho mejor

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arquero que tú.—¡Mentiroso! ¡Demuéstralo!Mientras discutían, Artemisa se

disfrazó de una de sus ciervas blancas ypasó corriendo entre ellos. Los gigantescogieron sus arcos. Oto disparó alanimal desde la izquierda y Efialtes lohizo desde la derecha. Pero Artemisaiba tan deprisa que ambos fallaron ycayeron muertos, cada uno con unaflecha atravesada en la cabeza. Ningúndios podía matarlos, tampoco ningúnmortal, pero se habían matado el uno alotro.

Hermes condujo a los alóadas alTártaro, para que fueran castigados, y

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rescató a Ares, medio muerto, delinterior de la vasija de bronce.

La Madre Tierra hizo un últimointento por deshacerse de los dioses delOlimpo y creó a Tifón, el monstruo másenorme que jamás se hubiera visto.Tenía cabeza de asno, orejas quetocaban las estrellas, alas que tapaban elcielo y un amasijo de víborasenroscadas en lugar de piernas. Tifónaterrorizó de tal manera a los dioses delOlimpo cuando corrió hacia el palacioescupiendo fuego, que éstos huyeron aEgipto. Zeus lo hizo disfrazado decarnero; Hera, de vaca; Apolo, decuervo; Poseidón, de caballo; Artemisa,

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de gato montes; Ares, de jabalí; Hermes,de grulla, etcétera. Sólo Atenea no quisomoverse. Fue ella quien llamó cobarde aZeus y le dijo que se avergonzaba de sersu hija.

Zeus se ruborizó, retomó su formahabitual y le arrojó un rayo a Tifón,hiriéndole en un hombro. Gritando dedolor, Tifón agarró a Zeus, le golpeóhasta amoratarlo, le quitó los tendonesde las manos y de los pies para dejarloinútil y lo puso bajo la custodia de unmonstruo hembra llamado Delfine.

Poco después, Tifón pidió a lasparcas una medicina para su dolor delhombro. Ellas, en silencio, le dieron

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unas manzanas y continuaron hilando.Tifón mordió la fruta con sus enormesdientes, pero las parcas le habíanengañado y le habían dado unasmanzanas de la muerte. A medida que elveneno surtía efecto, Tifón se sentíacada vez más débil.

Hermes, Apolo y Pan fueron a lacueva de Delfine por la noche. Derepente, Pan dio un grito horrible yasustó mortalmente a Delfine. Mientras,Hermes se coló sin ser visto en la gruta,robó los tendones de Zeus de una vasijaque había bajo la cama y volvió aponérselos al dios. Apolo, por su parte,mató a Delfine de un flechazo. Zeus

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lanzó gran cantidad de rayos sobre eldébil Tifón y, finalmente, lo aplastó conuna enorme roca. Aquella roca es hoy elmonte Etna, en Sicilia. De vez encuando, el ardiente aliento de Tifónsurge con fuerza por el cráter, arrojandohumo, lava y piedra pómez.

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XXI. Jasón y elvellocino de oro

La reina Ino, que odiaba yconspiraba contra la vida de su hijastroFrixo, convenció a las mujeres deBeocia, el país donde vivían ella y elpadre de Frixo, el rey Atamante, paraque asaran en sus hornos, sin que nadielo supiera, todo el grano de cebada queexistía, de manera que cuando fuesesembrado en primavera no germinara niuna sola semilla. Como sabía queentonces Atamante enviaría mensajeros

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al oráculo de Delfos, para averiguar silos dioses del Olimpo estabanenfadados con él, la reina sobornó a losheraldos para que, cuando regresaran,contaran una mentira:

—El oráculo dice que a menos queAtamante sacrifique a su hijo Frixo en lacima de una montaña, la cebada nuncavolverá a crecer en Beocia.

Atamante creyó que debía obedecer.Y se llevó a Frixo a la cumbre de unamontaña cercana a Tebas. Allí lohubiera sacrificado, si Heracles, deregreso a casa, no hubiera estadopresente en aquel momento, después decapturar las yeguas del rey Diomedes.

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—Zeus detesta los sacrificioshumanos —gritó Heracles, quitándole aAtamante, de un manotazo, el cuchillo dela mano.

—Pero debo obedecer el oráculo deDelfos —dijo Atamante, entre sollozos.

En aquel instante, Zeus envió uncarnero áureo alado que descendióvolando desde el Olimpo. Frixo se subióa su lomo. Y su hermana pequeña, Hele,que lo adoraba, le suplicó:

—¡Llévame contigo, sino nuestropadre me matará a mí en tu lugar!

Frixo subió a su hermana detrás deél y el carnero se dirigió al este, hacia elpaís de Cólquide, al otro lado del mar

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Negro. Pero Hele se mareó a mediocamino y se cayó del carnero,ahogándose en el estrecho que más tardese llamó Helesponto.

Frixo continuó su vuelo. Y cuandollegó a Cólquide, sacrificó el carnero aZeus y colgó su vellón de oro en eltemplo de Ares, donde lo dejócustodiado por una enorme serpiente.Frixo vivió varios años más y se casócon una princesa de Cólquide, con laque tuvo cuatro hijos. Pero en Cólquide,los hombres no eran enterrados como esdebido: envolvían sus cuerpos en unapiel de buey y los ataban a la copa delos árboles, donde eran devorados por

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los buitres. El espíritu de Frixo regresóy protestó ante su amigo, el rey Pelias,que se había apoderado recientementedel trono de Yolco, en Tesalia,diciéndole que así no le permitiríanentrar en el Tártaro.

El oráculo de Delfos le habíaprofetizado a Pelias que un parientejoven suyo lo mataría, por lo que invitóa todos sus primos y sobrinos a unbanquete y los exterminó. Aquellamisma tarde, sin embargo, nació unnuevo sobrino llamado Jasón, cuyamadre ordenó a sus doncellas quellorasen mucho, como si el bebé hubieramuerto nada más nacer. Más tarde,

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Pelias mató a la madre de Jasón paraevitar que tuviera más hijos, pero Jasónhabía sido trasladado en secreto, sano ysalvo, hasta el monte Pelión, dondeQuirón, el centauro sabio, lo educótambién en secreto. El oráculo, entonces,advirtió a Pelias:

—¡Ten cuidado de un hombre quelleve una sola sandalia!

Pasaron veinte años. Pelias, ya muyanciano, estaba ofreciendo sacrificios enla costa de Yolco, cuando vio a unextranjero que se acercaba. Éste ibaarmado con dos lanzas de hoja ancha ycalzaba una sola sandalia.

—¿Quién eres? —le preguntó.

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—Tu sobrino Jasón.—¿Por qué no llevas dos sandalias?—Perdí la otra en el río, cuando

ayudaba a cruzar a una anciana, queresultó ser la diosa Hera disfrazada yque te acusó de no ofrecerle nuncasacrificios.

Pelias miró a Jasón con furia y lepreguntó:

—¿Qué harías tú si un oráculo tehubiera profetizado que uno de tuspropios parientes iba a matarte?

Hera se disfrazó de mosca yentonces le susurró unas palabras aJasón al oído. Él las repitió:

—Le haría ir hasta Cólquide,

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enterrar allí los huesos de Frixo yvolver con el vellocino de oro.

—Tú debes ser el hombre que mevaticinó el oráculo —contestó Pelias—.¡Márchate enseguida y tráeme esevellocino!

Jasón envió heraldos a todos losrincones de Grecia, invitando a loshéroes a unirse a él en la aventura.Pronto, cientos de ellos llegaron aYolco. Jasón se vio obligado a rechazara la mayor parte, porque el Argos, lanave que estaban construyendo para él,sólo tenía espacio para cincuentaremeros. Cuando Heracles, que acababade capturar el jabalí de Enmanto, se unió

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a la tripulación, todos quisieron quefuese él el que liderara la expedición,pero él respondió:

—No. Ese honor debe ser paraJasón, no para mí. Yo soy aún unesclavo.

Los argonautas, que es como fuellamada aquella tripulación de héroes,partieron de Yolco navegando hacia eleste a comienzos de la primavera y,poco después, llegaron a la isla deLemnos, donde atracaron para conseguiralimentos y agua. Algunos meses antes,las mujeres lemneas habían asesinado atodos sus esposos, porque éstos lastrataban con crueldad, pero ahora se

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sentían solas y perdidas. Estas mujeresintentaron que los argonautas sequedaran en la isla y se casaran conellas, pero Heracles ordenó que todosregresaran a bordo, haciendo usoincluso de la fuerza.

El Argos cruzó el Helesponto,pasando por Troya, y se adentró en elmar de Mármara. Allí, los argonautasorganizaron un concurso amistoso paraver cuál de ellos era capaz de remardurante más tiempo. Heracles, Jasón ylos gemelos celestiales — Castor yPólux— aguantaron toda una noche,hasta la hora del desayuno del díasiguiente. A mediodía, ya sólo quedaban

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Jasón y Heracles, cada uno remando aun lado del barco. Al anochecer, Jasónse desmayó y el remo de Heracles separtió justo en aquel instante. Llevaronentonces el Argos hasta una playa de lacosta de Misia y prepararon la cena;todos hicieron lo mismo menosHeracles, que se fue a construir un remonuevo. Junto a Heracles se habíaembarcado un huérfano, llamado Hilas,que hacía de grumete. Mientras losargonautas cazaban y cuarteaban unosciervos, Hilas cogió su cántaro y fue abuscar agua para el cocido. Jamás lovolvieron a ver. Heracles corrió de aquípara allá gritando: «¡Hilas! ¡Hilas!»,

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con todas sus fuerzas, sin saber que unanáyade, que vivía en el lago al que Hilashabía ido a llenar su cántaro, se habíaenamorado del guapo muchacho y lohabía arrastrado con ella hasta lasprofundidades del agua. Heracles queríaque los argonautas declararan la guerraa los campesinos de Misia, a los queacusaba de raptar a Hilas. Estaba tannervioso y se comportaba de forma tanextraña —vieron, por ejemplo, que suremo nuevo era dos veces mayor que elde los demás— que la noche siguientelos argonautas se marcharon sin él.

Cerca del lugar donde más tarde selevantaría Constantinopla, encontraron

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al rey Fineo, hermano de Cadmo, en unatriste situación. En cuanto sus criados leservían la comida, tres avesrepugnantes, con cabeza de mujer yaliento repugnante, llamadas harpías, searrojaban sobre su mesa. Si no podíanllevarse la comida, lanzaban su aliento yla dejaban incomible. Los argonautasahuyentaron a las harpías y Fineo,agradecido, le dio un buen consejo aJasón. Sus últimas palabras fueron:

—Y cuando llegues a Cólquide,¡confía en la diosa Afrodita!

Para entrar en el mar Negro, elArgos tenía que cruzar el estrecho delBósforo, que estaba custodiado por dos

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rocas flotantes que chocaban entre sí yaplastaban cualquier barco que intentaraentrar, las rocas cianeas. Fineo habíarecomendado a los argonautas que sellevaran una paloma consigo. Al llegarallí, a la entrada de las rocas, Jasónsoltó la paloma. Ésta pudo cruzar a todavelocidad, aunque las rocas lepellizcaron las plumas de la cola. ElArgos la siguió rápidamente. Las rocasse abrieron y se volvieron a cerrarenseguida, cortando los adornos de lapopa del navío. Después, Zeus ancló lascianeas firmemente y para siempre.Como la corriente del estrecho era muyfuerte, Orfeo, que era uno de los

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argonautas, tañó su lira y los marinerosremaron a su ritmo. Entraron en el marNegro tras un gran esfuerzo.

A medio camino de la costa sur, elArgos llegó a la isla de Ares, dondeestaban las aves de plumas de bronce,que vivían allí desde que Heracles lashabía expulsado de los pantanos delEstínfalo. Los argonautas pasaron delargo a toda prisa, entrechocando susescudos de bronce y sus espadas paraahuyentar a los pájaros. Al día siguiente,rescataron a un grupo de náufragos, queresultaron ser los cuatro hijos de Frixo,que viajaban a Grecia, con la esperanzade que el rey Atamante les nombrara sus

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herederos. Jasón les advirtió que noesperaran nada de Atamante, porqueestaba desterrado en un lugar desérticoen Tesalia, y les invitó a unirse a susargonautas. Había espacio para ellos abordo, ya que habían perdido a Heraclesy a otros tres tripulantes en diversosaccidentes. Los hijos de Frixo aceptarony juraron obedecer las órdenes de Jasón.Éste convocó un consejo de guerra en unremanso del río Fasis y ofreció unsacrificio a Afrodita. La diosa se leapareció y le prometió ayuda. Afroditahabía encontrado a su travieso hijo Erosjugando a los dados con Ganimedes, elcopero de Zeus, y lo había sobornado

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con una bonita pelota de oro con esmalteazul. Eros, entonces, partió hacia elpalacio del rey Eetes, en Cólquide, seescondió tras una columna y se preparópara disparar una flecha contra Medea,la hija pequeña del rey. Jasón llegó pocodespués, guiado por los hijos de Frixo, yle preguntó cortésmente al rey Eetes si,por favor, se podía llevar el vellocinode oro.

—Someteré a todos tus enemigos, sime lo das —le dijo.

Eetes se negó:—¡Vuelve a tu casa, joven, antes de

que te corte la lengua!Pero Medea le suplicó:

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—¡Padre, qué modales son esos!Este valeroso príncipe ha salvado lavida de tus cuatro nietos.

Eros lanzó su flecha e,inmediatamente, Medea se enamorólocamente de Jasón. Medea, entonces, lepidió a Eetes que le entregara elvellocino a Jasón, con la condición deque hiciera algunos trabajos.

Eetes accedió a regañadientes.—Pero serán unos trabajos

extremadamente difíciles —le dijo aJasón—. Tengo dos toros que escupenfuego. Enyúgalos, labra con ellos uncampo de una hectárea y media, ysiémbralo con dientes de dragón. Aquí

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tienes una bolsa llena de dientes dedragón que Cadmo no utilizó.

Después de hacerle jurar por todoslos dioses a Jasón que sería su esposopara siempre, Medea le ayudó untándoleel cuerpo con un bálsamo de azafránespecial de Cólquide. Este bálsamomágico lo protegería del aliento ardientede los toros. Jasón enyugó los toros, aróel campo, sembró los dientes de dragóny, cuando brotaron unos hombresarmados, hizo lo mismo que Cadmohabía hecho: tiró una piedra entre ellos,para que se mataran entre sí.

Mientras tanto, los cuatro hijos deFrixo, siguiendo las órdenes de Jasón,

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bajaron los huesos de su padre, queestaban envueltos en una piel de buey,del árbol en el que todavía estabancolgados; los enterraron con una monedade plata para Caronte, y erigieron unabonita lápida sobre ellos.

Cuando Eetes vio que Jasón habíaterminado su tarea, gritó:

—¡No te daré el vellocino,sinvergüenza! Mi hija te ha ayudado conmalas artes. Además, ¿por qué hassepultado los huesos de Frixo? Elentierro está prohibido por nuestrasleyes. ¡Abandona Cólquide antes delamanecer!

Aquella noche, Medea condujo a

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Jasón hasta el templo donde el vellocinoestaba colgado de un pilar y cantó unconjuro mágico a la serpienteprotectora, rociándole los ojos conbálsamo de amapola, hasta que el sueñovenció al animal. Jasón robó entonces elvellocino y corrió con Medea hasta elArgos. Tras una feroz batalla, losargonautas derrotaron al ejército deCólquide y se fueron, remando ríoabajo. Medea les curó las heridas con unungüento de su botiquín.

La flota de Eetes persiguió el Argospor el mar Negro, el estrecho delBósforo, el mar de Mármara, el marEgeo y por toda Grecia, hasta llegar a la

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isla de Drepane (hoy llamada Corfú), amedio camino del mar Adriático. Medeay Jasón llegaron allí a mediodía ypidieron protección al rey y a la reina.El almirante de la flota de Cólquidellegó al palacio de Drepane a la hora decenar y le dijo al rey:

—Majestad, un sinvergüenzallamado Jasón ha huido con la hija delrey Eetes, la princesa Medea. Venimos arescatarla y también a recuperar elvellocino de oro que ellos han robado.

El rey contestó:—Es muy tarde para que pueda

decidir si tienes derecho a llevarte aMedea o el vellocino. Vuelve por la

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mañana, cuando mi cabeza esté másclara.

La diosa Afrodita se le apareció a lareina y le dijo:

—Deja que te preste mi ceñidoráureo; hará que el rey se vuelva aenamorar de ti y que haga todo lo que lepidas.

—Eso sería muy bonito.Últimamente, está bastante cansado demí. Pero, ¿qué tengo que pedirle?

—Pídele que envíe a los colquianosde regreso a su casa.

Cuando la reina se abrochó elceñidor, el rey exclamó:

—¡Querida, qué preciosa eres!

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¿Puedo hacer algo por ti?—Quiero una corona nueva, con

diamantes, rubíes y esmeraldas; y unalarga túnica bordada en oro. Y tambiéndeseo saber la respuesta que le darásmañana al almirante de Cólquide.

—Te prometo la corona y la túnica,pero todavía no he decidido lo que dirémañana.

—Pues permíteme que te aconseje.Dile al almirante que si la princesaMedea todavía no se ha casado conJasón, ella deberá volver a la casa de supadre, el rey Eetes, con el vellocino.Pero que si ya se ha casado, entoncesJasón podrá quedársela y considerar el

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vellocino como su regalo de boda.—De acuerdo; eso es lo que diré...,

¡si me permites que te dé cien besos!La reina contó los besos con cuidado

y se dio cuenta de que el rey sesobrepasó de uno. Luego, fue a ver aJasón. Antes, sin embargo, se quitó elceñidor, para evitar que Jasón seenamorara también de ella y que portanto Medea se pusiera celosa.

—¡Deprisa! —gritó—. ¡Uniosenseguida en matrimonio!

Los argonautas organizaron una bodaa medianoche para Jasón y Medea. A lamañana siguiente, el rey supo losucedido y le dijo al almirante que

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Medea y el vellocino eran ya de Jasón.El almirante no se atrevía a luchar

contra los argonautas, pero tampocoosaba regresar a su reino con las manosvacías, así que pidió permiso al rey paraquedarse en Drepane con toda su flota.Le fue concedido. Algunos meses mástarde, la noticia llegó a oídos del reyEetes, en Cólquide, que murió delenfado.

Cuando navegaban de regreso aYolco, los argonautas se vieronatrapados por una tempestad que losarrastró hasta la costa de África. Allí,una enorme ola levantó el Argos y lodepositó sobre la arena seca del

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desierto. Los argonautas hubieran tenidoque abandonar la nave si no hubieraaparecido la diosa Libia que, vestidacon pieles de cabra, les prestó unosrodillos de madera. Los argonautas, deesta manera, pudieron empujar el Argosde vuelta al agua.

Navegaron luego hasta Creta, dondeun monstruo autómata de bronce,construido en la herrería de Hefesto,custodiaba el puerto, arrojando rocascontra los barcos extranjeros. Pero losargonautas necesitaban comida y agua,así que Medea embrujó al autómata debronce con sus ojos. El monstruo setambaleó, se golpeó el talón en una roca

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y se desangró hasta morir. Losargonautas, entonces, desembarcaron sinpeligro.

Llegaron a Yolco, sin másincidencias, un día de octubre, alatardecer. Un pescador solitario, queestaba sentado en la playa reparando susredes, les informó que Pelias habíaordenado asesinar a Jasón en cuantoapareciera. Medea, entonces, se disfrazóde anciana y se fue al palacio,llevándose consigo a sus doncellascolquianas. Allí, se presentó como unadiosa que había venido desde las islasBritánicas en un carro de fuego.

—Haré que vuelvas a ser joven, rey

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Pelias —le dijo.Pelias vio cómo Medea

descuartizaba un viejo cordero y hervíalos pedazos en un caldero de hierro, conhierbas mágicas y conjuros. Tras ello,Medea hizo un truco: sacó un corderillodel caldero y le dijo a Pelias:

—Éste es el cordero que hedescuartizado. ¡Míralo ahora! ¡Losmismos conjuros funcionarían contigo!

—Si sabes devolver la juventud alos viejos, ¿por qué no te la devuelves ati misma? —le preguntó, suspicaz,Pelias.

—Lo haré, si eso te divierte. ¡Cierratus ojos y cuenta hasta cien!

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Mientras Pelias contaba, Medea sequitó el disfraz a toda prisa.

—¡Abre los ojos!Al ver que Medea se había vuelto

joven de repente, Pelias pidió a una desus hijas que lo cortara en pedazos conun hacha y que hirviera los trozos en elcaldero. Aquella hija era el jovenpariente destinado a matarlo, porque elcaldero, claro está, no tenía ningúnpoder mágico.

Jasón colgó el vellocino en untemplo de Zeus, en la montaña próxima aTebas, desde la cual el carnero se habíallevado a Frixo. Luego, condujo elArgos hasta Corinto, lo varó y lo ofreció

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como sacrificio al dios Poseidón.Corinto, rey de Corinto, murió de

repente y Jasón fue elegido parasustituirle. Poco después, sin embargo,los habitantes de la ciudad descubrieronque Corinto había sido envenenado, uncrimen del que Medea se confesó autora.Aquella confesión hizo que los corintiosle pidieran entonces a Jasón que secasara con otra mujer y que continuarasiendo el rey. Él aceptó, pero con lacondición de que le perdonaran la vida aMedea.

—Juraste por todos los dioses queserías mi esposo para siempre —replicóMedea.

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—No sabía que fueras unaenvenenadora —contestó Jasón—. Serámejor que te vayas enseguida, antes deque los corintios cambien de idea ydecidan castigarte. Me casaré con laprincesa Glauce.

Poco antes de la boda, Glaucerecibió una corona de oro y una largatúnica blanca. El mensajero que las trajodijo que eran regalos nupciales hechospor Hera. Pero, en realidad, habían sidoenviados por Medea. En cuanto Glaucese las puso, empezaron a arder y laprincesa murió abrasada. El palaciotambién fue pasto de las llamas y losinvitados quedaron atrapados por el

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fuego. Sólo Jasón pudo escapar.Medea huyó y, más tarde, contrajo

matrimonio con el rey Egeo de Atenas,como ya hemos contado. Jasón, por suparte, fue maldecido por los dioses delOlimpo, pues había roto el voto defidelidad que contrajo con Medea. Elhéroe perdió su trono y vagómiserablemente por toda Grecia. Susantiguos amigos nada querían saber deél y, de viejo, cuando volvió a Corintovestido como un mendigo, se sentó a lasombra del Argos y sollozó recordandosus glorias pasadas. En aquel momento,la proa del navío se desplomó y lo mató.Y Zeus colocó la popa del barco en el

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cielo, formando así la constelación deArgos.

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XXII. AlcestisExistían varios reyes que querían

casarse con Alcestis, la más hermosa delas hijas del rey Pelias. Poco antes deque el Argos regresara a Yolco, Peliasanunció que concedería la mano de suhija a aquel rey que lograra uncir unjabalí y un león a su carro, y conduciréste en la pista de carreras. Muchosreyes lo intentaron y fracasaron.

Sin embargo, Admeto, rey de Feras,hizo llamar al dios Apolo, a quien poraquel entonces tenía como esclavo,castigado por haber asesinado a los

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cíclopes.—¿Te han tratado bien aquí, Apolo?

—le preguntó Admeto.—Muy bien, majestad. Otros reyes

mortales me hubieran ordenado hacercosas desagradables, sólo parademostrar lo importantes que eran, perotú has sido más un amigo que un amo.

—En ese caso, voy a pedirte unfavor muy especial.

—No faltaría más.—Acompáñame a Yolco, y ayúdame

a uncir un jabalí y un león a mi carro.—¡A tus órdenes!Apolo se llevó su lira a Yolco y la

tañó con tanta dulzura que el jabalí se

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quedó inmóvil, con la boca abierta, y elleón empezó a ronronear como un gato.Fue fácil para Admeto engancharlos alcarro y conducirlo.

Al día siguiente, Admeto se casó conAlcestis, pero olvidó ofrecer elsacrificio habitual a Artemisa, lahermana de Apolo, así que Artemisaconvirtió a Alcestis en una larga yretorcida serpiente. Admeto, entonces,volvió a llamar a Apolo, que lo consoló:

—No llores, majestad. Le diré a mihermana que has sido un buen amoconmigo y que no has tenido nuncaintención de ofenderla.

Siguiendo el deseo de Apolo,

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Artemisa volvió a convertir a Alcestisen mujer.

—¡Gracias, querida hermana! —ledijo Apolo a Artemisa—. Y ahora, yaque estás en ello, ¿me harías un últimofavor? Acuerda con Hades que cuandollegue el último día de Admeto, sea unmiembro de su familia el que baje alTártaro en su lugar.

Artemisa le preguntó a Hades sitenía mucha importancia de quién era elespíritu que llegara, mientras fuerapuntual.

—No —contestó Hades—, peroademás de ser puntual debe venir debuena gana.

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Un día, Hermes entró en eldormitorio de Admeto:

—Por favor, sígueme hasta elTártaro.

—¡Apolo, Apolo, ayúdame! —gritóAdmeto.

Apolo apareció y estrechó la manode Hermes.

—¡Espera un momento, hermano! Elrey Hades le prometió a Artemisa quealgún otro moriría en lugar de Admeto.

—Pues Admeto debe darse prisa,porque las parcas están a punto de cortarel hilo de su vida.

—Yo las entretendré. ¡Deprisa,Admeto, busca un sustituto!

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Apolo voló hasta el Olimpo, le pidióuna enorme copa de vino a Dionisos y sela llevó al cuarto de hilar.

—Probad esto —les dijo a lasparcas.

Las parcas bebieron el vino ychasquearon sus arrugados labios. Lamás vieja, Átropos, dejó a un lado sustijeras y gritó:

—¡Dadme otra copa!Las parcas bebieron tanto que

Admeto consiguió tres o cuatro horaspara lograr un sustituto. Primero, fue aver a sus padres, que tenían casi cienaños.

—¿Alguno de vosotros querría

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morirse en mi lugar? —les preguntó.—¡Claro que no! ¡Qué clase de mal

hijo eres! Acabamos de empezar adisfrutar de la vida.

Admeto, después, se fue a lasmazmorras para ver a dos presosmiserables, que le habían suplicado quelos sacara de su desgracia.

—¿Alguno de vosotros querríamorirse en mi lugar? —les preguntó.

—¡Claro que no! Cuanto antes temueras, mejor para nosotros. Quizá elsiguiente rey nos ponga en libertad.

Admeto, luego, fue a ver a un pobrehombre que tenía una enfermedadincurable.

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—¿Te morirías en mi lugar? —lepreguntó.

—¡Claro que no! La gente dice quemi enfermedad es incurable, perosiempre queda una esperanza: quizávenga Asclepio y me salve.

En aquel momento, Alcestis llegó deYolco, donde había sido la única de lastres hijas del rey Pelias que no se habíadejado engañar por la treta de Medeadel rejuvenecimiento.

—No quiero descuartizar a mi padre—había dicho—, aunque me lo ordeneél mismo. Me voy a mi casa.

Admeto la recibió en la verja delpalacio.

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—Nadie quiere morir en mi lugar —gimió—. Supongo que será tambiéninútil que te lo pida a ti, que dicesamarme más que nadie.

Alcestis, entonces, se despidió desus dos hijos pequeños con un beso, sebebió un veneno mortal y le hizo unaseña a Hermes.

—¡Llévame contigo! —le dijo confirmeza.

Pero éste no fue el final.Cuando Alcestis llegó al Tártaro,

Perséfone salió del palacio de Hadespara recibirla y le dijo:

—¡Vuelve a casa enseguida, señora!No puedo permitir que mujeres

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hermosas como tú mueran en lugar desus egoístas esposos.

—Pero el rey Hades no dejará nuncaque me vaya, ahora que ya estoy aquí.

—Déjamelo a mí. Yo sí sé cómotratar a los esposos. ¡Fuera de aquí,ahora mismo, por la escalera lateral!

Alcestis volvió con sus hijos y éstoscorrieron a abrazarla. Tras una fuertediscusión con Perséfone, Hades, quevenía para volver a llevarse a Alcestis,llamó a la puerta de Admeto.

Apolo, entonces, llamó a Heracles yéste bajó del Olimpo para proteger aAlcestis.

—¿No sería mejor que obedecieras

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las órdenes de Hades, querida? —preguntó Admeto, nervioso, a Alcestis.

—¡Tú te quedas, reina Alcestis! —intervino, gruñendo, Heracles.

Siguiendo el consejo de Apolo,Admeto sacrificó entonces un cerdo aHades.

—El alma del cerdo puedesustituirme —murmuró con voztemblorosa.

Y aunque a Hades el cambio no legustó, temía mucho la maza de maderade olivo de Heracles; así que se marchó,refunfuñando:

—De acuerdo; acepto el alma delcerdo. La tuya no vale mucho más,

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¡cobarde! ¡Mira que pedir a tus padresque murieran en tu lugar!

—¿Qué te hizo beber el veneno? —le preguntó Heracles a Alcestis.

—Lo hice por los niños. Si Admetomoría, su tío se hubiera hecho con eltrono y los hubiera matado.

—Eso lo explica todo —contestóHeracles.

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XXIII. PerseoUn oráculo advirtió a Acrisio, rey de

Argos, que su nieto lo mataría.—Este vaticinio significa que debo

asegurarme de no tener nietos —gruñóAcrisio.

De vuelta a casa, pues, Acrisioencerró a Dánae, su única hija, en unatorre con puertas de bronce, custodiadapor un perro feroz, y le llevó siempre lacomida con sus propias manos.

Pero Zeus se enamoró de Dánaecuando la vio, desde lejos, apoyada contristeza en las almenas. Para evitar que

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Hera lo descubriera, Zeus se convirtióen lluvia de oro y cayó sobre la torre,acercándose hasta la chica. Luego,recuperó su forma habitual.

—¿Quieres casarte conmigo? —lepreguntó Zeus a Dánae.

—Sí —contestó ella—. Me sientomuy sola aquí. Y ambos tuvieron un hijo,que se llamó Perseo. Cuando Acrisiooyó el llanto del bebé tras las puertas debronce, se enfureció.

—¿Quién es tu marido? —lepreguntó Acrisio a su hija.

—El dios Zeus, padre. ¡Atrévete atocar a tu nieto y Zeus te matará de ungolpe!

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—Entonces, os apartaré a los dos yos pondré fuera de su alcance.

Acrisio encerró entonces a Dánae ya Perseo en un arca de madera, con unacesta de comida y una botella de vino, yla lanzó al mar.

—Si se ahogan, será culpa dePoseidón, no mía —dijo Acrisio a suscortesanos.

Zeus ordenó entonces a Poseidónque tuviera un cuidado especial con esaarca. Así que Poseidón mantuvo el maren calma y, poco después, el arca fuerecogida por un pescador de la isla deSérifos, que la vio flotando. El pescadorla cogió con su red y la llevó a tierra;

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luego, abrió la tapa y Dánae salió ilesade dentro, con Perseo en sus brazos.

El amable pescador los acompañó aver a Polidectes, rey de Sérifos, queenseguida se ofreció para casarse conDánae.

—No puede ser —contestó ella—.Ya estoy casada con Zeus.

—Quizá sí, pero si Zeus puede tenerdos esposas, ¿por qué no puedes tener túdos esposos? —respondió Polidectes.

—Los dioses hacen lo que se lesantoja. Pero los mortales sólo podemostener un esposo o una esposa a la vez.

Polidectes intentó constantementeque Dánae cambiara de opinión, pero

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ella siempre negaba con la cabeza,diciendo:

—Si me caso contigo, Zeus nosmatará a los dos.

Cuando Perseo cumplió quince años,Polidectes lo llamó y le dijo:

—Ya que tu madre no quiere ser mireina, me casaré con una princesa de lapenínsula de Grecia. Estoy pidiendo uncaballo a cada uno de mis súbditos,porque el padre de la princesa quierecincuenta caballos como pago por laboda de su hija. ¿Me complacerástambién tú?

Perseo contestó:—No tengo ningún caballo,

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majestad, ni dinero para comprar uno.Pero si me prometes casarte con esaprincesa y dejar de molestar a mi madre,te daré lo que quieras, cualquier cosadel mundo, incluso la cabeza deMedusa.

—La cabeza de Medusa estaría muybien —dijo Polidectes.

Medusa había sido una hermosamujer, a quien Atenea había descubiertouna vez besando a Poseidón en sutemplo. Atenea se enojó tanto por susmalos modales, que convirtió a Medusaen una gorgona: un monstruo alado, demirada feroz, enormes dientes yserpientes en lugar de cabellos.

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Cualquiera que la mirara, se convertiríaen piedra.

Atenea ayudó a Perseo, dándole unescudo pulido para que lo utilizasecomo espejo cuando cortase la cabezade Medusa y, así, el héroe evitaríaconvertirse en piedra. Hermes, por suparte, también ayudó a Perseo, dándoleuna afilada hoz. Pero Perseo todavíanecesitaba el casco de la invisibilidaddel dios Hades, un zurrón mágico en elque meter la cabeza una vez cortada y unpar de sandalias aladas. Todo elloestaba custodiado por las náyades de lalaguna Estigia.

Así que Perseo fue a preguntar a las

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tres hermanas grayas la direcciónsecreta de las náyades. Encontrar a lastres grayas, que vivían cerca del jardínde las hespérides, y tenían un sólo ojo yun sólo diente para las tres, fue difícilpara Perseo. Pero el héroe llegó,finalmente, al lugar donde estaban y sesituó con sigilo detrás de ellas, mientraséstas se pasaban el ojo y el diente deuna a otra. Luego, les arrebató estos dostesoros y se negó a devolvérselos, hastaque no le dijeran dónde encontrar a lasnáyades, cosa que hicieron. Perseo,pues, halló a las náyades en un lago,bajo una roca cerca de la entrada delTártaro, y las amenazó con contar a todo

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el mundo dónde estaban y el aspecto quetenían, si no le prestaban el casco, lassandalias y el zurrón. Las náyades nosoportaban que alguien pudiera saberque, aunque por lo demás resultabanatractivas, tenían rostros caninos, demanera que le prestaron a Perseo lo quesolicitaba.

Perseo, ahora con el casco, el zurróny las sandalias, voló hasta Libia sin servisto. Allí, encontró a Medusadurmiendo, miró el reflejo de la gorgonaen el escudo y le cortó la cabeza con lahoz. El único accidente desgraciado fueque la sangre de Medusa, que goteó delzurrón donde había guardado la cabeza,

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se convirtió en serpientes venenosas alcaer al suelo. Esto convirtió a Libia,para siempre, en una tierra peligrosa. Deregreso, cuando Perseo se detuvo paradar las gracias a las tres hermanasgrayas, el titán Atlas le llamó paradecirle:

—Dile a tu padre Zeus que, a menosque me libere pronto, dejaré que labóveda celeste se desplome, lo quesignificará el fin del mundo.

Perseo, entonces, le mostró lacabeza de Medusa a Atlas, que deinmediato se petrificó y se convirtió enel gran macizo del Atlas.

En su vuelo a Palestina, Perseo vio a

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una hermosa princesa, llamadaAndrómeda, encadenada a una roca enJopa, y a una serpiente marina, enviadapor el dios Poseidón, nadando hacia ellacon las mandíbulas abiertas. Los padresde Andrómeda, Cefeo y Casiopea, rey yreina de los filisteos, habían recibido laorden de un oráculo de encadenar a suhija, para que se la comiera el monstruo.Parece ser que Casiopea les había dichoa los filisteos:

—Yo soy más hermosa que todas lasnereidas del mar.

Y que esa arrogancia enojó alorgulloso padre de las nereidas, el diosPoseidón.

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Perseo buceó hacia la serpientemarina y le cortó la cabeza. Después,desencadenó a Andrómeda, la llevó a supalacio y pidió autorización paracasarse con ella. El rey Cefeo lerespondió:

—¡Insolente! Ya está prometida conel rey de Tiro.

—Entonces, ¿por qué no la salvó elrey de Tiro?

—Porque tenía miedo de ofender aPoseidón.

—Pues yo no tengo miedo de nadie.Maté al monstruo. Andrómeda es mía.

Mientras Perseo hablaba, el rey deTiro llegó al frente de su ejército y gritó:

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—¡Fuera de aquí, extranjero, o tecortaremos en pedazos!

Perseo le dijo entonces aAndrómeda:

—Por favor, princesa, cierra bienlos ojos.

Andrómeda obedeció y Perseo sacóla cabeza de Medusa de la bolsa ytransformó a todo el mundo que mirabaen piedra.

Cuando Perseo regresó volando aSérifos, con Andrómeda en brazos,descubrió que Polidectes, después detodo, le había engañado, y que, en lugarde casarse con aquella princesa de lapenínsula, seguía molestando a su madre

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Dánae. Así que Perseo convirtió aPolidectes y a su familia en piedra ynombró rey de la isla a su amigopescador. Luego, le dio la cabeza deMedusa a Atenea y le pidióamablemente a Hermes que devolvierael casco, el zurrón y las sandalias a lasnáyades de la laguna Estigia. De estamanera, demostró tener mucho mássentido común que Belerofonte, quecontinuó usando el caballo alado Pegasodespués de matar a Quimera. Los diosesdecidieron que Perseo se merecía unavida larga y feliz, y le permitieroncasarse con Andrómeda, convertirse enel rey de Tirinto y construir la famosa

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ciudad de Micenas cerca de allí.En cuanto al rey Acrisio, Perseo se

lo encontró una tarde en una competiciónatlética:

—¡Saludos, abuelo! Mi madreDánae me pide que te perdone. Si ladesobedezco, las furias me azotarán, asíque estás a salvo de mi venganza —ledijo.

Acrisio se lo agradeció; sinembargo, cuando Perseo participaba enun concurso de lanzamiento de discos,un golpe de viento desvió el disco quehabía lanzado y le rompió el cráneo a suabuelo Acrisio, cumpliéndose así eloráculo. Más tarde, Perseo y

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Andrómeda se convirtieron enconstelaciones, así como los padres deAndrómeda, Cefeo y Casiopea.

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XXIV. La caceríadel jabalí deCalidón

Cuando sólo tenía siete días deedad, Meleagro, príncipe de Calidón,enfermó a causa de unas fiebres. Enaquel momento, regresando de su luchacontra los gigantes, aparecieron porcasualidad en el palacio las tres parcas.Átropos dijo:

—La vida del niño durará tantotiempo como ese tronco de acebo quearde en el hogar.

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Así que la madre de Meleagro sacóel tronco del fuego, echó agua sobre elextremo que ardía y lo escondió en uncofre. El niño se curó y llegó a ser elmejor lancero de Grecia.

Tiempo después, el padre deMeleagro, rey de Calidón, olvidómencionar a Artemisa durante unsacrificio a los dioses del Olimpo. Asíque esta diosa lo castigó, enviando unenorme jabalí para que matara a susgranjeros y arrasara sus campos detrigo. El rey, entonces, envió heraldos,invitando a todos los héroes de Grecia aque vinieran a su reino, para cazar aljabalí. Quien matara al animal podría

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quedarse con su piel. La mayoría de loshéroes que vinieron para la caceríahabían sido argonautas. ParticiparonJasón; Anfiarao de Argos (que más tardecaería muerto en Tebas); los gemeloscelestiales, y sus rivales Idas y Linceo;Anceo, el timonel del Argos, y el mismoMeleagro.

Entre el resto de los cazadores,estaba el hermano gemelo de Heracles,Ificles; Teseo, famoso por haber matadoa Minotauro; Peleo, esposo de la diosadel mar Tetis; dos tíos de Meleagro, yuna chica alta y delgada, llamadaAtalanta, así como también doscentauros.

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El padre de Atalanta, el rey deArcadia, deseaba un heredero para sutrono y tuvo tal desilusión cuando nacióuna niña, que ordenó a su criado que lallevara a la cima de una montaña y ladejara morir allí. Pero Artemisa envióuna osa para amamantar a Atalanta, lacual se convertiría en una célebrecazadora y en la corredora más rápidadel mundo. Como hija adoptiva deArtemisa, Atalanta juró que nunca secasaría.

Cuando Atalanta llegó a Calidón,Anceo bramó:

—¡Me niego a cazar con una mujer!Las mujeres siempre pierden la cabeza

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cuando un jabalí ataca. Se equivocan ydisparan sobre sí mismas o sobre susamigos. ¡Echad a Atalanta!

Meleagro respondió:—¡Por supuesto que no! Yo asumo la

responsabilidad de esta cacería. Si no tegusta Atalanta, márchate tú. Ella sabemás de caza de lo que tú nuncaaprenderás. Venga, bebamos vino juntosy seamos buenos amigos.

Anceo refunfuñó, pero al final sequedó. Tenía muchas ganas de matar aljabalí.

Ebrios a causa del vino, los doscentauros empezaron a tirar muebles portodas partes y uno le apostó al otro que,

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en cuanto empezara la cacería, sería elprimero en conseguir un beso deAtalanta.

Los cuernos sonaron y los cazadoresse adentraron entre los árboles. Cuandolos centauros intentaron besar aAtalanta, ella los mató a los dos con susflechas y siguió caminando con todatranquilidad. Linceo vio al jabalíescondido cerca de un antiguo arroyo ydio la voz de alarma. El jabalí salióentonces corriendo y mató a tres de loscazadores. Un cuarto cazador, el jovenNéstor, que más tarde lucharía en Troya,dio un grito de aviso y se subió a unárbol. Jasón y los gemelos celestiales

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lanzaron jabalinas contra la bestia, perotodos fallaron. Sólo Ificles logró rozarleun costado. Poco después, mientrasPeleo corría para ayudar a un cazadorque había tropezado con una raíz,Atalanta disparó una flecha, queatravesó la cabeza del jabalí por detrásde la oreja y que hizo que el animalhuyera chillando. De no ser por aqueldisparo, el cazador habría muerto, peroAnceo gritó:

—¡Mujer tenía que ser! ¿Y sihubiera fallado el tiro? Esa flechapodría haberme herido a mí. ¡Ahora,vedme luchar a mí!

Cuando el jabalí embistió, Anceo

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intentó herirle con su hacha de combate,pero sólo cortó el aire: el jabalí lodespedazó con sus colmillos. Luego,Peleo le lanzó una jabalina con furia,pero la lanza rebotó en un árbol y mató aotro de los cazadores, el séptimo deaquella fatídica mañana. Por fin,Anfiarao dejó ciega a la bestia,atravesándole el ojo derecho con unaflecha. El jabalí arremetió entoncescontra Teseo y hubiera acabadoenseguida con el héroe, si Meleagro nose hubiera abalanzado sobre el animalpor el lado en que éste no podía ver.Meleagro hundió la lanza por debajo delomóplato de la bestia y se la clavó en el

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corazón.El monstruo cayó muerto. Meleagro

lo despellejó enseguida y le entregó lapiel a Atalanta.

—Te la mereces, mi señora —ledijo—. Tu flecha le hubiera causado lamuerte muy pronto.

Los tíos de Meleagro protestaroninmediatamente:

—¡No, Meleagro! ¡Quédatela tú! Túla has conseguido con absoluta justicia—repuso uno.

—Atalanta sólo provocó la primerasangre —continuó el otro.

—¡No es verdad! Ificles hirió a labestia mucho antes que ella. Si no

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quieres la piel, dásela a Ificles —siguióel primero.

—¡Cerrad la boca los dos! Heotorgado la piel del jabalí a Atalanta —exclamó Meleagro.

—Estás enamorado de la chica —observó el más joven de sus tíos, conuna sonrisa de desprecio—. ¿Qué dirá tuesposa?

—¡Pide disculpas por esecomentario o te mataré! —gritóMeleagro.

—¿Por qué debería pedir disculpas?—preguntó el tío de más edad—.Cualquiera puede ver que ha dicho laverdad.

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Meleagro, colérico, agarró su lanzay atravesó a sus dos tíos.

Poco después, la madre de Meleagrose enteró de que su hijo había matado asus dos hermanos favoritos, así que sacóel tronco de acebo del cofre y lo arrojóal fuego.

Meleagro sintió un repentino dolorardiente por dentro y murió lentamente,cumpliéndose así la profecía de lasparcas.

El padre de Atalanta, el rey deArcadia, al saber que su hija habíaganado la piel del jabalí, le envió unmensaje:

—Estoy orgulloso de ti, hija mía.

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Ven a visitarme.Cuando Atalanta llegó al palacio de

Arcadia, su padre le dijo:—¡Bienvenida a casa! Deja que

busque un esposo digno de ti.—¡Pero, padre! He jurado no

casarme nunca. ¡Odio a los hombres!—La reina Afrodita te castigará con

severidad por decir esas palabras. Encualquier caso, soy tu padre y te ordenoque te cases con quien yo elija comoheredero.

—Primero deberá alcanzarme.—¿Qué quieres decir?—Lo que quiero decir es que

primero deberá ganarme en una carrera

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de noventa metros y también he deadvertir que mataré a todo aquel que noconsiga ganar la carrera.

El rey aceptó, refunfuñando. Duranteuno o dos años, Atalanta mató a variospríncipes pretendientes que, aunqueveloces, perdieron la carrera. Por fin, unpríncipe llamado Melanión ofreció unsacrificio a Afrodita y le rogó:

—¡Ayúdame, oh, diosa!Afrodita le prestó a Melanión las

tres manzanas de oro que Heracles habíaconseguido en el jardín de lashespérides y que Euristeo, más tarde, lehabía regalado. La diosa le dijo aMelanión que las tirara al suelo, una tras

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otra, durante la carrera. Melanión así lohizo y Atalanta aminoró su velocidadpara recogerlas, por lo que perdió.

Melanión se convirtió así en esposode Atalanta.

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XXV.El concurso delos comedores decarne

Zeus, adoptando la forma de cisne,se unió con la reina Leda de Esparta. Alcabo de un tiempo, Leda puso un huevoazul que contenía tres bebés, uno de loscuales llegó a ser Helena de Troya. Losotros dos fueron los llamados gemeloscelestiales o dioscuros. Castor, elmayor, se haría famoso como domadorde caballos y Pólux, el menor, en elpugilato. Entre ambos ganaron casi todas

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las pruebas de los juegos olímpicos ysiempre se mantuvieron unidos.

Sus primos, Idas y Linceo, hijosgemelos de Poseidón, también semantuvieron siempre unidos. Idas era unmagnífico lanzador de jabalina y Linceofue el hombre con la mejor vista delmundo. Podía ver en la oscuridad olocalizar un tesoro enterrado, fijando suvista sobre la tierra. Linceo fue elprimero en ver al jabalí de Calidón ydar la voz de alarma. Y durante el viajede los argonautas, Jasón lo eligió paraser el vigía del Argos.

Las dos parejas de gemelos sellevaron bien durante la expedición de

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Jasón y durante la cacería del jabalí deCalidón, puesto que debían enfrentarse aun peligro común. Pero más tarde,Castor y Pólux robaron a las doshermanas gemelas con las que estabanprometidos Idas y Linceo; las raptaron yse casaron con ellas. Esto hubierasignificado una batalla, si Idas no sehubiera enamorado oportunamente deuna chica llamada Marpesa y no lehubiese cedido encantado su antiguaamada a Castor. Tiempo después, el diosApolo intentó quitarle Marpesa a Idas yéste gritó:

—Quiero a Marpesa más que a mipropia vida, Apolo. Acepta batirte en

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duelo conmigo. No tienes derecho arobar las mujeres amadas de loshombres mortales sólo porque seas undios.

Zeus admiró la valentía de Idas ysentenció:

—Que sea Marpesa la que elijaentre Idas y Apolo.

Marpesa eligió a Idas, con estaexplicación:

—Sería estúpido casarse con undios. Me he fijado en que los diosessiempre abandonan a sus esposasmortales, en cuanto éstas se hacen unpoco mayores. Pero Idas será mi esposodurante toda la vida. Así que elijo a

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Idas.Linceo también encontró esposa y

les dijo a los gemelos celestiales:—Ahora todos podemos volver a ser

amigos.—¿Por qué no? —contestó Castor

—. ¿Qué os parece si vamos a Arcadia,los cuatro juntos, y robamos ganado alrey Iaso?

—Podría ser divertido —aprobóIdas.

Al día siguiente, las dos parejas degemelos robaron ciento una vacas delrey Iaso y derrotaron a los soldados quesalieron a perseguirles.

De vuelta a casa, se detuvieron junto

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a un arroyo y Pólux preguntó:—¿Cómo nos repartiremos el

ganado de forma justa? Ciento uno nopuede dividirse exactamente por cuatro.

Lo echaron a suertes y le tocó a Idasresolver el problema. Éste mató unavaca, la cortó por la mitad, asó ambaspartes y, después, dijo:

—Propongo un concurso de comida.Esta mitad de la vaca es para Linceo ypara mí; ésta otra para vosotros dos.Mirad, corto cada mitad en cuartos. Delas cien vacas que quedan, cincuentaserán para el primero que se coma elcuarto que le toca y las otras cincuentapara el segundo. ¿Preparados? ¡A

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comer!Castor y Pólux todavía no habían

afilado sus cuchillos para cortar lastajadas de carne, por lo que Idas empezócon ventaja. Idas se tragó la carne contal avidez, que se acabó su parte antesde que los otros tres apenas se comieranunos pocos kilos. Luego, también ayudóa Linceo a ingerir su cuarto.

—Hemos ganado todas las vacasentre los dos —anunció, limpiándose laboca con el dorso de la mano—.¡Vamos, Linceo!

Castor y Pólux siguieron comiendoy, cuando terminaron sus porciones,fueron a Mesenia y protestaron ante los

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jueces de la ciudad:—¡Idas empezó a comer antes de

tiempo!—Sí, y Linceo sólo se comió la

mitad de su parte.—En realidad, ninguno de los dos ha

ganado.Los jueces respondieron:—Esperemos a que regresen Idas y

Linceo, y entonces decidiremos. Estánen la cima de aquella montaña,ofreciendo un sacrificio a Poseidón.

Castor y Pólux se marcharonenfadados y se escondieron en un roblehueco al pie de la montaña, con laintención de matar a Idas y a Linceo.

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Pero Linceo tenía una vista tan agudaque, incluso desde el altar en la cumbrede la montaña, pudo ver a los gemeloscelestiales a través del tronco del árbol.

—Apunta a aquel roble hueco —lesusurró a Idas.

Idas cogió carrerilla y lanzó sujabalina, que se clavó en el roble y matóa Castor por la espalda. Pólux saliócorriendo para vengar la muerte de suhermano gemelo y entonces Idas learrojó parte del altar. Pólux, aunquemalherido, consiguió alcanzar a Linceocon su lanza.

Luego, cuando Idas se inclinó sobreLinceo, para ver si la herida era mortal,

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Pólux se arrastró penosamente y losapuñaló a los dos hasta matarlos.

Pólux, entonces, rezó a Zeus:—¡Padre, no permitas que me separe

de mi querido hermano!Estaba escrito que uno de los

gemelos celestiales sería inmortal y elotro mortal. Pero Zeus hizo un trato conHades y éste dejó que los dos seconvirtieran en semidioses, lo quesignificaba que pasarían medio año en elTártaro y seis meses en la Tierra.

Poseidón pidió entonces que elmismo honor les fuera concedido a susgemelos.

—¡No! —dijo Zeus, orgulloso—.

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Porque mi hijo Pólux ganó el combate.

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XXVI. Los sietecontra Tebas

Un día, Adrasto, rey de Argos,discutió con su cuñado Anfiarao.Adrasto quería permitir que Polinice,antiguo rey de Tebas, se refugiara enArgos.

—No, échalo —dijo Anfiarao—.Perdió el trono por su mala conducta yno hará otra cosa que traer mala suerte anuestra ciudad.

—Si decido acogerlo en mi palacio—contestó Adrasto—. ¿Qué tienes tú

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que decir?—Tengo que advertirte contra la

mala suerte.—¡Una palabra más y te mataré!Los dos desenvainaron las espadas.

Pero Erífila, hermana de Adrasto yesposa de Anfiarao, entró corriendo enla sala y tiró las espadas por el aire consu rueca.

—¡Ahora, haced las paces! Yprometedme que siempre me pediréisconsejo cuando haya una discusión.

Adrasto y Anfiarao se loprometieron solemnemente, ya que ellahabía evitado que se mataran. Luego,Polinice le pidió a Adrasto que le

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ayudara a recuperar el trono de suhermano, que había sido nombradonuevo rey de Tebas. Adrasto le prometióque incluso declararía la guerra a lostebanos, si fuera necesario. PeroAnfiarao contestó:

—He tenido una visión que meadvertía de que esa guerra causaríamuchas muertes, incluyendo la mía.

—¡Tonterías! —gritó Adrasto.—Te pido que dejes a Tebas en paz.—¿Qué tiene esto que ver contigo?Polinice, que sabía que Adrasto y

Anfiarao llamarían a Erífila para mediaren la discusión, llevaba encima un collarmágico que se había traído de Tebas, un

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regalo de boda de la diosa Afrodita parasu antepasada, la esposa de Cadmo. Elcollar tenía la propiedad de mantenersiempre joven y hermoso el rostro de suportador. Polinice se lo ofreció aErífila.

Erífila, que se estaba volviendobastante fea, aceptó el collar de buenagana y luego le dijo a Anfiarao quedebía obedecer al rey Adrasto, pasara loque pasara.

Cuando el ejército de Argos llegó aTebas, el profeta Tiresias, que vivía enla ciudad, advirtió a los tebanos que laciudad caería, a menos que uno de loshombres sembrados —descendientes de

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los que brotaron de los dientes dedragón sembrados por Cadmo— seofreciera en sacrificio al dios Ares deforma voluntaria. Casi inmediatamente,uno de los hombres sembrados se tiró decabeza desde lo alto de la muralla y serompió el cráneo contra las rocas.

El ejército del rey Adrasto estabaformado por siete compañías que debíanatacar las siete puertas de Tebas almismo tiempo. Cuatro jefes de compañíafallecieron en la lucha, pero murierontambién tantos tebanos, que se llegó apactar una tregua. Polinice, entonces,propuso batirse en duelo por el tronocontra su hermano, el rey Eteocles.

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Ambos lucharon y se mataron el uno alotro y, poco después, los tebanosatacaron y obligaron a huir al ejército deAdrasto. Anfiarao murió cuando sucarro cayó por un barranco, de maneraque de los siete jefes que comenzaron labatalla, sólo Adrasto pudo escapar.

Muchos años después, todos loshijos de los jefes muertos clamaronvenganza, todos menos el hijo mayor deAnfiarao, Alcmeón, que les aconsejó norealizar un nuevo ataque contra Tebas.El hijo de Polinice sobornó de nuevo aErífila, para que aconsejara resolver elconflicto mediante la guerra. Le dio latúnica mágica de Afrodita, otro regalo

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de boda de su antepasada, cuyapropiedad era mantener siempreelegante el cuerpo de quien la llevara.El cuerpo de Erífila estaba perdiendotoda su gracia, aunque su cara semantenía hermosa.

Los hombres de Argos volvieron aatacar las puertas de Tebas, y fueron denuevo derrotados. Esta vez sólo murióuno de los siete jefes, el hijo del reyAdrasto, heredero del trono de Argos.Entonces, el profeta Tiresias advirtió denuevo a los tebanos:

—Todo está perdido. Estaba escritoque Tebas no caería jamás mientrasAdrasto viviera. Pero es seguro que

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morirá de dolor cuando sepa que su hijoha muerto. Será mejor que huyamos deTebas enseguida, si no queremos que nosaniquilen.

Los tebanos gritaron:—¡Oh, Tiresias! ¿No estarás

inventándote todo esto, por miedo amorir en la batalla?

—No. Me preocupa vuestraseguridad, no la mía. Mi vida estádestinada a terminar mañana, sea cualsea vuestra decisión.

Aquella noche, todo el mundo salióen silencio de Tebas, dejando que elejército de Argos asaltara la ciudad ysaqueara las casas al amanecer. Tiresias

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murió ese día, tal como predijo, almorderle una serpiente venenosa,cuando bebía en la fuente de un camino.

Los hombres de Argos retornarontriunfantes con oro, plata, alimentos yvino. El hijo de Polinice fanfarroneóborracho sobre su astucia, al ofrecerlela túnica mágica a Erífila. De estamanera, Alcmeón se enteró de algo queno sabía: su madre había sido sobornadaen dos ocasiones, para que declarara laguerra a Tebas y, la primera vez, supadre había muerto en la lucha.

Alcmeón entonces vengó a Anfiaraomatando a Erífila. Pero cuando asestabael último golpe, Erífila gritó:

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—¡Furias, furias! ¡Perseguid a estemiserable que mata a su propia madre!¡Que ninguna de las tierras que ahora veel Sol le proteja de vuestra cólera!

Las furias persiguieron a Alcmeóncon sus látigos. La maldición de Erífilacayó sobre todos los países por dondepasó Alcmeón. Las cosechas semalograban, y las ovejas y las vacasmorían. Alcmeón era siempre obligado airse del lugar donde estuviera.Finalmente, Alcmeón encontró un trozode tierra que el Sol no miraba en elmomento en que Erífila gritó lamaldición: una gran tormenta habíaarrastrado tierra y piedras, desde las

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montañas del norte de Grecia, y habíaformado una nueva isla en ladesembocadura del río Aqueloo. Fueallí donde se estableció Alcmeón, quevivió en paz, después de contraermatrimonio con la hija de un dios-río. Yla túnica y el collar mágicos fueronenviados a Delfos, donde el dios Apolose hizo cargo de ellos, para evitar quecausaran más daño.

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XXVII. El final delreinado de los diosesdel Olimpo

Cuando nació Narciso, la madre deéste consultó con el profeta Tiresias.

—Este niño —contestó Tiresias—vivirá hasta una edad muy avanzada,siempre que no se vea a sí mismo.

Narciso creció muy guapo y todaslas mujeres se enamoraban de él, pero éllas rechazaba a todas, diciendo que elamor no le interesaba.

Zeus, al adoptar la forma de cisne y

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unirse a Leda, le dijo a Eco, una ninfa dela montaña:

—¡Por favor, Eco, evita que Herame siga!

—¿Cómo?—Háblale. Dile cualquier cosa.

Cuéntale mentiras.Eco, por tanto, le dijo a Hera que

había visto salir a Zeus disfrazado depájaro carpintero. Hera, desde entonces,escuchó con atención todo ruido. Un día,la diosa oyó el sonido de un pájarocarpintero, que golpeteaba el tronco deun árbol con el pico, y corrió paraatraparlo. Pero resultó ser un pájarocorriente, lo mismo que el siguiente que

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capturó.Hera entonces sospechó que Eco le

había tomado el pelo.—Muy bien, niña —murmuró—. Te

castigo a ser invisible para siempre ysólo podrás repetir las palabras quedigan los demás.

Más tarde, Eco se enamoró deNarciso. La situación era complicada,porque él no podía verla a ella, y ella nopodía iniciar nunca una conversación.

Un día, Narciso salió de caza y seencontró de repente alejado de suscompañeros. Eco lo siguió y Narcisooyó pasos muy cerca, sin embargo novio a nadie.

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—¿Hay alguien aquí? —preguntó.—Aquí —repitió Eco.—¡Entonces, acércate! —dijo

Narciso, confundiendo la voz de Ecocon uno de sus amigos.

—Acércate —repitió ella.—¡Aquí estoy!—¡Aquí estoy!Eco corrió hacia Narciso y lo

abrazó.—¡Eres una mujer! ¡Odio a las

mujeres que me dicen «bésame»! —exclamó Narciso.

—¡Bésame! —repitió Eco.Narciso la apartó y se fue corriendo

a casa.

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La diosa Afrodita castigó a Narcisopor ser tan testarudo y permitió queviera su imagen reflejada en el agua, alinclinarse a beber en la orilla de unestanque. Narciso, entonces, se enamoróperdidamente de su imagen.

Cada vez que intentaba besarse a símismo, sólo conseguía mojarse la cara ydeshacer el reflejo. Sin embargo, nosoportaba la idea de abandonar elestanque. Al final, lleno de pena yfrustración, se mató.

—¡Ay! ¡Ay! —gimió.—¡Ay! ¡Ay! —repitió Eco, que le

observaba desde cerca.—¡Adiós, hermoso rostro al que

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amo!—¡Adiós, hermoso rostro al que

amo! —repitió Eco.Fue entonces cuando Apolo

convirtió a aquel joven en la flor delnarciso.

Juliano de Constantinopla, el últimoemperador romano que adoró a losdioses del Olimpo, murió luchandocontra los persas, el año 363 después deCristo. Las tres parcas, entonces,informaron a Zeus que su reinadofinalizaba y que él y sus amigos debíanabandonar el Olimpo.

Furioso, Zeus destruyó el palaciocon un rayo y se fueron todos a vivir

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entre la gente humilde del campo,esperando tiempos mejores. Losmisioneros cristianos, no obstante, lospersiguieron con la señal de la cruz ytransformaron sus templos en iglesias,que repartieron entre los santos másimportantes. Y así los mortales pudieronvolver a contar el tiempo por semanas,como les había enseñado el titánPrometeo. Los dioses del Olimpo sevieron obligados a esconderse enbosques y cuevas, y nadie les ha vistodesde hace siglos.

Sin embargo, Eco sigue existiendo,igual que la flor del narciso, que inclinasu cabeza con tristeza y mira su reflejo

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en los estanques de montaña, y tambiénexiste el arco iris, de Iris. Loscristianos, además, no pusieron nombresnuevos a las estrellas. Por la noche, enel cielo, todavía podemos ver alEscorpión que pisó Heracles; al propioHeracles; al León de Nemea que elhéroe mató; a la Osa de Artemisa queamamantó a Atalanta; al Águila de Zeus;a Perseo y a Andrómeda, y a los padresde ésta: Cefeo y Casiopea; la Corona deAriadna; los Gemelos Celestiales;Quirón el Centauro, conocido hoy como«El Arquero»; el Carnero de Frixo; elToro que raptó a Europa; el caballoalado Pegaso; el Cisne de Leda; la Lira

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de Orfeo; la popa del Argos; el cazadorOrión, con su cinturón y su espada, ymuchos otros recuerdos del antiguo ysalvaje reinado de los dioses delOlimpo.