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El Rey de Amarillo Robert W. Chambers Selección de A. Laurent Traducción de Rubén Masera 1

Robert W. Chambers - El Rey de Amarillo

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Los relatos de El Rey de Amarillo han sido muy importantes en el desarrollo de la literatura fantástica norteamericana. Todos los principales escritores del periodo de surgimiento del pulp parecen haberlo conocido. Su influencia se extiende casi mundialmente, aun cuando durante muchos años el libro estuviera agotado. De él se extraen nuevos temas, se imitan y reciclan relatos, y -lo más importante de todo- los nuevos conceptos de horror metafísico son retomados por una hueste de escritores cansados de los fantasmas y fenómenos ocultistas, y desconformes con el misticismo o la investigación psicológica. En verdad, se puede señalar a El Rey de Amarillo como uno de los más importantes libros de ficción sobrenatural norteamericana entre Poe y los modernos.

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El Rey de Amarillo

Robert W. Chambers

Seleccin de A. Laurent

Traduccin de Rubn Masera

Los relatos de El Rey de Amarillo han sido muy importantes en el desarrollo de la literatura fantstica norteamericana. Todos los principales escritores del periodo de surgimiento del pulp parecen haberlo conocido. Su influencia se extiende casi mundialmente, aun cuando durante muchos aos el libro estuviera agotado. De l se extraen nuevos temas, se imitan y reciclan relatos, y -lo ms importante de todo- los nuevos conceptos de horror metafsico son retomados por una hueste de escritores cansados de los fantasmas y fenmenos ocultistas, y desconformes con el misticismo o la investigacin psicolgica. En verdad, se puede sealar a El Rey de Amarillo como uno de los ms importantes libros de ficcin sobrenatural norteamericana entre Poe y los modernos.

E. F. Bleiler

Robert William Chambers (1865-1933) naci en Brooklyn, Nueva York. Asisti al Polytechnic Institute y despus de su graduacin estudi pintura en la Academia Julien exhibiendo sus obras en el Saln de Pars de 1896. a su regreso a Nueva York se convirti -junto con Charles Dana Gibson- en uno de los ms conocidos ilustradores de las revistas de la poca. Inici su carrera literaria en 1894, con la publicacin de In the Quarter, donde utiliz -como en algunos relatos de este volumen- material de su vida de bohemio en Pars.

Sus obras ms importantes en el campo de la fantasa son las siguientes: The King in Yellow (1895), The Maker of Moons (1896), The Mystery of Choice (1897), In Search of Unknown (1904) Police!!! (1915) y The Slayer of Souls (1920).

El fulminante xito de su Rey de Amarillo le dio rpida fama y pudo dedicar todo su tiempo a escribir. Al morir haba publicado ms de setenta libros -la mayora de ellos olvidados- de todo tipo: fantasa, biografas, temas histricos, deportivos, teatro y poesa.

El Rey de Amarillo, junto con el Necronomicn, de H. P. Lovecraft, es uno de los recursos literarios ms felices de la literatura fantstica. Libro dentro de un libro, entra y sale de la narracin provocando un efecto de distanciamiento que potencia su horror. Es notable la influencia que le produjo Ambrose Bierce, especialmente Un habitante de Carcosa. La suya propia se deja sentir dentro del crculo de autores de Los Mitos de Cthulhu. Incluimos aqu las cinco historias del Rey de Amarillo (los otros relatos del libro homnimo son escenas de la vida parisina, carentes por completo de inters): El reparador de reputaciones (un extrao relato de ciencia-ficcin escrito en 1895 y ubicado en los aos 20; una visin devastadora de un Estados Unidos que no existe), La mscara, En la Corte del Dragn, El signo amarillo y La Demoiselle dYs.

Completan el volumen El hacedor de lunas, con una oscura proyeccin de amenaza oriental, relato que anticipa las historias de aventuras de Sax Rohmer, tan populares en la dcada del 20; Una agradable velada, un tema inusual en Chambers por su toque naturalista; El mensajero, ubicado en esa campia bretona que tan bien conoca y amaba; y La Llave del Dolor, otra muestra de la influencia de Bierce, con su notable parecido -si bien sentimentalizado- con El puente sobre el ro del Bho.

Toda la obra de Chambers fue escrita para una generacin que ya no existe y es probable que dentro de unas dcadas sea completamente olvidado. Pero mientras exista un lector de ficcin fantstica, el Rey de Amarillo vivir para siempre....Mirando hacia arriba, en un inslito abismo abierto en las nubes, se me aparecieron Aldebarn y las Hades! Y todo me sugera la noche -el lince, el hombre de la antorcha, la lechuza-. No haba oscuridad y yo vea las estrellas. De qu atroz sortilegio era vctima?

AMBROSE BIERCE

EL REPARADOR DE REPUTACIONES

Ne raillons pas les fous; leur folie dure

plus longtemps que la ntre... voil

toute la diffrence.I

A fines del ao 1920 el gobierno de los Estados Unidos haba prcticamente completado el programa adoptado durante los ltimos meses de la administracin del presidente Winthrop. El pas gozaba aparentemente de tranquilidad. Todo el mundo sabe cmo se solucionaron las cuestiones de Aranceles y Trabajo. La guerra con Alemania, consecuencia de que ese pas invadiera las islas de Samoa, no dej cicatrices visibles en la repblica, y la ocupacin temporaria de Norfolk por el ejrcito invasor haba sido olvidada en la alegra de las repetidas victorias navales y el ridculo apremio de las fuerzas del general von Gartenlaube en el estado de Nueva Jersey. Las inversiones cubanas y hawaianas haban dado un beneficio de un ciento por ciento y bien vala el territorio de Samoa su costo como estacin de aprovisionamiento de carbn. El estado de defensa del pas era estupendo. A todas las ciudades costeras se les haba suministrado una fortificacin en tierra; el ejrcito, bajo la paternal mirada del Personal General, organizado de acuerdo con el sistema prusiano, haba aumentado a 300.000 hombres con una reserva territorial de un milln; y seis magnficos escuadrones de cruceros y acorazados patrullaban las seis estaciones de los mares navegables, dejando una reserva de energa holgadamente adecuada para el control de las aguas territoriales. Los caballeros del Oeste por fin tuvieron que reconocer que era necesario contar con un colegio para la formacin de diplomticos como es necesaria una escuela de derecho para la formacin de abogados. En consecuencia, ya no nos representaron en el extranjero patriotas incompetentes. La nacin era prspera. Chicago, por un momento paralizada despus del segundo gran incendio, se haba levantado de sus ruinas, blanca e imperial, y ms hermosa que la ciudad blanca que se haba construido como juguete en 1893. En todas partes la buena arquitectura reemplazaba la mala y aun en Nueva York un sbito anhelo de decencia haba barrido una gran parte de los existentes horrores. Las calles se haban ensanchado y se pavimentaron e iluminaron de manera adecuada, se plantaron rboles, se abrieron plazas, se demolieron las estructuras elevadas y se hicieron rutas subterrneas para sustituirlas. Los nuevos edificios gubernamentales y cuarteles eran esplndidas piezas arquitectnicas y el prolongado sistema de muelles de piedra que rodeaba por completo la isla se convirtieron en parques que resultaron un don de Dios para la poblacin. El subsidio del teatro y la pera estatales produjo su propia recompensa. La Academia Nacional de Diseo de los Estados Unidos no difera de las instituciones europeas de la misma especie. Nadie envidiaba al secretario de Bellas Artes, ni su posicin en el gabinete ni su ministerio. El secretario de Forestacin y Preservacin de la Fauna lo pasaba mucho mejor gracias a un nuevo sistema de Polica Montada Nacional. Habamos obtenido provecho con los ltimos tratados celebrados con Francia e Inglaterra; la exclusin de los judos nacidos en el extranjero como medida de autopreservacin nacional, el establecimiento del nuevo estado negro independiente de Suanee, el control de la inmigracin, las nuevas leyes sobre la naturalizacin y la gradual centralizacin del poder en el ejecutivo fueron todas medidas que contribuyeron a la calma y la prosperidad nacionales. Cuando el Gobierno solucion el problema indio y escuadrones de una caballera de exploradores indios con sus trajes nativos reemplazaron a las lamentables organizaciones sumadas a regimientos reducidos al mnimo por un ex secretario de Guerra, la nacin suspir con profundo alivio. Cuando, despus del colosal Congreso de Religiones, el fanatismo y la intolerancia quedaron sepultadas y la bondad y la tolerancia empezaron a unir las sectas contendientes, muchos creyeron que haba llegado el milenio de felicidad y abundancia, cuando menos en un nuevo mundo, que despus de todo es un mundo de por s.

Pero la autopreservacin es la ley primera, y los Estados Unidos tuvieron que contemplar con desvalida pena cmo Alemania, Italia, Espaa y Blgica se debatan en la angustia de la Anarqua mientras Rusia, vigilante desde el Cucaso, se inclinaba para atraparlas una por una.

En la ciudad de Nueva York el verano de 1899 qued sealado por el desmantelamiento de los Ferrocarriles Elevados. El verano de 1900 vivir en la memoria de los neoyorkinos por largos perodos; ese ao se elimin la estatua de Dodge. El siguiente invierno empez la agitacin para el anulamiento de las leyes que prohiban el suicidio, que dio su fruto final el mes de abril de 1920, cuando la primera Cmara Letal del Gobierno se inaugur en el parque de Washington.

Ese da vena andando por la avenida Madison desde la casa del doctor Archer, donde haba estado por mera formalidad. Desde que me haba cado del caballo cuatro aos atrs, padeca de dolores de vez en cuando en la nuca y en el cuello, pero desde haca meses me haban desaparecido, y el doctor me despidi ese da dicindome que ya no tena de qu curarme. Apenas vala la pena pagar sus honorarios para que me lo dijera; yo ya lo saba. No obstante, no le guard rencor por el dinero. Lo que me molestaba era el error que haba cometido al principio. Cuando me recogieron del pavimento donde yaca sin conocimiento y alguien misericordioso le dispar una bala en la cabeza a mi caballo, fui llevado a lo del doctor Archer, y l considerando afectado mi cerebro, me intern en su hospicio privado donde me vi obligado a seguir un tratamiento por insania. Por fin decidi que me haba recuperado y yo, que saba que mi mente haba estado siempre tan sana como la suya, si no ms, "pagu mis derechos de matrcula" como l lo llam, por broma, y me fui. Le dije, sonriente, que ya me las pagara por su error, y l rio de buen grado, y me pidi que lo visitara de vez en cuando. As lo hice en la esperanza de un posible ajuste de cuentas, pero no me dio la oportunidad, y yo le dije que esperara.

La cada del caballo no tuvo por fortuna malas consecuencias; por el contrario, mi carcter mejor. De un joven ciudadano ocioso, me convert en alguien activo, enrgico, atemperado y sobre todo -oh, por sobre todo ambicioso. Slo una cosa me perturbaba, me rea de mi propia intranquilidad pero me perturbaba.

Durante mi convalecencia haba comprado y ledo por primera vez El Rey de Amarillo. Recuerdo que despus de haber ledo el primer acto pens que era mejor no seguir adelante. Me puse en pie y arroj el libro al hogar; el volumen dio contra la rejilla y cay abierto a la luz del fuego. Si no hubiera tenido un atisbo de las palabras de apertura del segundo acto, jams lo habra terminado, pero cuando me inclin, para recogerlo, fij los ojos en la pgina y, con un grito de terror, o quiz de alegra, tan intenso era el sufrimiento de cada uno de mis miembros, lo arrebat de los carbones y me arrastr tembloroso a mi dormitorio donde lo le y lo rele, y llor y re y tembl presa de un horror que todava me asalta a veces. Esto es lo que me perturba, porque no puedo olvidarme de Carcosa donde estrellas negras lucen en los cielos; donde las sombras de los pensamientos de los hombres se alargan en la tarde, cuando los soles gemelos se hunden en el lago de Hali; y mi memoria cargar para siempre con el recuerdo de la Mscara Plida. Ruego a Dios que maldiga al escritor, como el escritor maldijo al mundo con esta su hermosa, estupenda creacin, terrible en su simplicidad, irresistible en su verdad: un mundo que ahora tiembla ante el Rey de Amarillo. Cuando el gobierno francs incaut los ejemplares de la traduccin recin llegada a Pars, Londres, por supuesto tuvo ansiedad por leerlo. Se sabe perfectamente cmo el libro se difundi como una enfermedad infecciosa de ciudad en ciudad, de continente a continente, prohibido aqu, confiscado all, denunciado por la prensa y el plpito, censurado aun por los ms avanzados anarquistas literarios. Ningn principio definido haba sido violado en esas malignas pginas, ninguna doctrina promulgada, ninguna conviccin ultrajada. No era posible juzgarlo de acuerdo con ninguna de las normas conocidas; sin embargo, aunque se reconoca que la nota del arte supremo haba resonado con El Rey de Amarillo, todos sentan que la naturaleza humana no poda soportar la tensin, ni medrar con palabras en las que acechaba la esencia del ms puro veneno. La simple banalidad e inocencia del primer acto provocaba que el golpe se asestara despus con un efecto ms espantoso.

Era, recuerdo, el 13 de abril de 1920 cuando se estableci la primera Cmara Letal del Gobierno en el extremo sur del parque de Washington, entre la calle Wooster y la Quinta Avenida al Sur. La manzana, que anteriormente haba comprendido un montn de viejos edificios deteriorados utilizados como cafs y restaurantes para extranjeros, haba sido adquirida por el gobierno en el invierno de 1898. Los cafs y restaurantes franceses e italianos fueron demolidos; toda la manzana fu rodeada de un enrejado dorado y convertida en un adorable jardn con prados, flores y fuentes. En el centro del jardn se levantaba un pequeo edificio blanco de arquitectura severamente clsica y rodeado de macizos de flores. Seis columnas jnicas sostenan el techo y la nica puerta era de bronce. Un esplndido grupo de mrmol que representaba a "Los Hados", obra de un joven escultor americano, Boris Yvain, que haba muerto en Pars cuando slo tena treinta y tres aos.

Se estaban celebrando las ceremonias de inauguracin cuando yo cruzaba la plaza de la Universidad y entr en el parque. Me abr camino entre la silenciosa multitud de espectadores. Pero fui detenido en la calle Cuarta por un cordn policial. Un regimiento de lanceros de los Estados Unidos rodeaba la Cmara Letal. En una tribuna elevada que daba al parque de Washington estaba el gobernador de Nueva York y, detrs de l, estaban agrupados el alcalde de Nueva York, el inspector general de polica, el comandante de las tropas estaduales, el coronel Livingston,a uxiliar militar del presidente de los Estados Unidos, el general Blount, comandante de la Isla del Gobernador, el mayor Hamilton, comandante de la guarnicin de Nueva York y Brooklyn, el almirante Buffby de la flota del ro del Norte, el cirujano general Lanceford, el personal del Hospital General Gratuito, los senadores Wyse y Franklin de Nueva York, y el comisionado de Obras Pblicas. La tribuna estaba rodeada por un escuadrn de hsares de la Guardia Nacional.

El gobernador estaba terminando su respuesta al breve discurso del cirujano general. O que deca:

-Las leyes que prohiban el suicidio y sancionaban cualquier intento de autodestruccin han quedado sin efecto. El gobierno ha considerado conveniente reconocer el derecho que tiene el hombre a poner fin a una existencia que se le haya vuelto intolerable sea por padecimiento fsico o por desesperacin mental. Se considera que la comunidad resultar beneficiada si se saca del medio a gente semejante. Desde la promulgacin de esta ley, el nmero de suicidios en los Estados Unidos no ha aumentado. Ahora que el gobierno ha decidido establecer una Cmara Letal en cada ciudad, pueblo o aldea del pas, queda por ver si esa clase de criaturas humanas de cuyas desanimadas filas, nuevas vctimas de la autodestruccin caen da tras da, aceptar el alivio que se le procura. -Hizo una pausa y se volvi hacia la Cmara Letal. El silencio en la calle era absoluto.- All una muerte indolora aguarda a quien no soporte ya los dolores de su vida. Si anhela la muerte, que la busque all. -Luego volvindose rpidamente hacia el auxiliar de la Casa Presidencial, dijo:- Declaro inaugurada la Cmara Letal -y enfrentado una vez ms a la vasta multitud, exclam con clara voz-: Ciudadanos de Nueva York y de los Estados Unidos de Amrica, por mi intermedio el gobierno declara inaugurada la Cmara Letal.

La solemne quietud fue quebrantada por spera voz de comando, el escuadrn de hsares desfil tras el carruaje del gobernador, los lanceros giraron y formaron a lo largo de la Quinta Avenida para aguardar al comandante de la guarnicin, y la polica montada los sigui. Yo abandon la multitud para contemplar boquiabierto la Cmara Letal de mrmol blanco y, cruzando la Quinta Avenida al Sur, camin a lo largo del lado oeste de esa transitoria va pblica hasta la calle Bleecker. Luego me volv a la derecha y me detuve delante de una deslucida tienda que tena un cartel que deca:

HAWBERK, ARMERO

Mir la puerta de entrada y vi a Hawberk ocupado en la pequea tienda en el extremo del recinto. El levant la vista en el mismo instante y, al verme, exclam con su profunda voz cordial:

-Pase usted, seor Castaigne!

Constance, su hija, sali a mi encuentro cuando cruc el umbral y me tendi su bonita mano, pero observ el rubor de la desilusin en sus mejillas y supe que era otro el Castaigne que ella esperaba, mi primo Louis. Me sonre ante su confusin y la felicit por el estandarte que estaba bordando de acuerdo con el modelo de un plato esmaltado. El viejo Hawberk estaba remachando las gastadas grebas de una antigua armadura y el ting! ting! ting! del pequeo martillo sonaba agradablemente en la curiosa tienda. En seguida dej el martillo a un lado y empez a trabajar afanoso con una pequea llave de tuerca. El suave sonido de la malla hizo que un estremecimiento de placer me recorriera todo el cuerpo. Me encantaba escuchar la msica del acero contra el acero, el dulce choque del mazo contra las piezas del muslo y la meloda de la cota de malla. Esa era la nica razn por la que iba a ver a Hawberk. El nunca me haba interesado personalmente, ni tampoco Constance, salvo porque estaba enamorada de Louis. Esto por cierto ocupaba mi atencin e incluso a veces me mantena despierto por la noche. Pero saba en mi corazn que todo saldra bien y que yo solucionara el futuro de ambos como esperaba solucionar el de mi buen doctor, John Archer. Sin embargo, jams se me habra ocurrido visitarlos si no fuera, como dije, por la intensa fascinacin que ejerca el tintineante martillo. Me estaba sentado horas escuchando y escuchando y cuando un rayo de sol perdido daba sobre el acero con incrustaciones, la sensacin era casi demasiado aguda como para poder soportarla. Fijaba la mirada con ojos dilatados de placer que pona en tensin cada uno de mis nervios casi a punto de quebrarse, hasta que algn movimiento del viejo armero interrumpa el rayo de luz; entonces, todava secretamente excitado, me inclinaba hacia atrs y escuchaba otra vez el sonido del pao de pulir, suish! suish! suish!, que quitaba la herrumbre de los remaches.

Constance trabajaba con el bordado sobre las rodillas detenindose de vez en cuando para examinar ms de cerca el modelo del plato esmaltado del museo Metropolitan.

-Para quin es? -pregunt.

Hawberk explic que, adems de haber sido designado armero de las armaduras atesoradas en el museo Metropolitan estaba tambin a cargo de varias colecciones pertenecientes a ricos coleccionistas. Esta era la greba que faltaba de una famosa armadura que un cliente suyo haba rastreado hasta una pequea tienda de Pars en el Quai d'Orsay. El, Hawberk, haba negociado y adquirido la greba y ahora el juego de la armadura estaba completo. Dej a un lado el martillo y me ley la historia del juego rastreada hasta 1450, de propietario a propietario, hasta que fue adquirido por Thomas Stainbridge. Cuando se vendi su soberbia coleccin, este cliente de Hawberk compr el juego, y desde entonces se inici la bsqueda de la greba que faltaba hasta que, casi por accidente, se la localiz en Pars.

-Sigui con la bsqueda con tanta persistencia sin certidumbre de que la greba existiera todava? -le pregunt.

-Pues claro -contest el tranquilamente.

Entonces, por primera vez experiment un inters personal por Hawberk.

-Tena algn valor para usted? -aventur.

-No -contest riendo-, el placer de hallarla fue mi recompensa.

-No tiene ambicin de enriquecerse? -le pregunt sonriendo.

-Mi nica ambicin es ser el mejor armero del mundo -contest con gravedad.

Constance me pregunt si haba presenciado las ceremonias de la Cmara Letal. Ella haba visto pasar a la caballera por Brodway esa maana y haba tenido deseos de ver la inauguracin, pero su padre quera que el estandarte quedara terminado y ella por tanto se haba quedado en casa.

-Vio a su primo all, seor Castaigne? -pregunt con un muy ligero temblor de sus suaves pestaas.

-No -repliqu despreocupadamente-. El regimiento de Louis est haciendo maniobras en el condado de Westchester.

Me puse de pie y cog el sombrero y el bastn.

-Subir a ver otra vez al luntico? -pregunt riendo el viejo Hawberk. Si Hawberk supiera cmo odio la palabra "luntico", no la empleara en mi presencia. Despierta ciertos sentimientos en m que no quiero explicar. No obstante, le contest serenamente:

-Creo que ver al seor Wilde uno o dos minutos.

-Pobre hombre -dijo Constance meneando la cabeza-, debe de ser duro vivir solo ao tras ao, pobre, tullido y casi demente. Es muy bondadoso de su parte, seor Castaigne, visitarlo tan a menudo como lo hace.

-Creo que es malvado -observ Hawberk, empezando otra vez con su martillo. Escuch el dorado sonido sobre las placas de la greba; cuando hubo terminado, le contest.

-No, no es malvado, ni es en absoluto demente. Su cabeza es una cmara de maravillas de la que puede extraer tesoros por los que usted y yo daramos aos de nuestras vidas.

Hawberk ri.

Yo continu, algo impaciente:

-Conoce historia como nadie ms podra hacerlo. Nada, por trivial que parezca escapa a sus investigaciones, y su memoria es tan absoluta, tan precisa en los detalles, que si se supiera en Nueva York que existe semejante hombre, no podra honrrselo lo suficiente.

-Tonteras -murmur Hawberk buscando en el suelo un remache que se le haba cado.

-Son tonteras -pregunt logrando reprimir lo que senta-, son tonteras cuando dice que los faldares y las musleras del juego de armadura esmaltado comnmente conocido como el "Prncipe Blasonado" puede encontrarse entre un montn de tratos teatrales herrumbrados, cocinas rotas y desechos de traperos en un desvn de la calle Pell?

A Hawberk se le cay el martillo, pero lo recogi y pregunt con suma calma cmo saba yo que faltaban los faldares y la muslera izquierda del "Prncipe Blasonado".

-No lo saba hasta que el seor Wilde me lo mencion el otro da. Dijo que se encontraban en el desvn del 998 dela calle Pell.

-Tonteras -exclam, pero advert que la mano le temblaba bajo el delantal de cuero.

-Es esto tambin una tontera? -pregunt complacido- Es una tontera que el seor Wilde se refiera a usted como al marqus de Avonshire y a la seorita Constance...?

No termin porque Constance se puso en pie de un salto con el terror escrito en cada una de sus facciones. Hawberk me mir y alis lentamente su delantal de cuero.

-Eso es imposible -observ-, puede que el seor Wilde sepa muchas cosas...

-Sobre armaduras, por ejemplo, y el "Prncipe Blasonado" -interrump sonriendo.

-S -continu lentamente-, sobre armaduras tambin -tal vez-, pero se equivoca respecto del marqus de Avonshire quien, como lo sabe usted, mat al calumniador de su esposa hace aos y se fue a Australia donde no la sobrevivi mucho tiempo.

-El seor est equivocado -murmur Constance. Tena los labios blancos, pero su voz era dulce y serena.

-Convengamos, si lo queris, que en esta circunstancia el seor Wilde se equivoca.

II

Sub los tres deteriorados tramos de escalera que tan a menudo haba subido antes y llam a una pequea puerta al extremo del corredor. El seor Wilde abri la puerta y entr.

Despus de echar doble cerrojo a la puerta y empujado contra ella una pesada cmoda, vino y se sent junto a m mirndome fijamente a la cara con sus ojuelos de color claro. Media docena de nuevos rasguos le cubran la nariz y las mejillas, y los alambres de plata que le sostenan las orejas artificiales estaban fuera de lugar. Pens que nunca le haba visto tan espantosamente fascinante. No tena orejas. Las artificiales, que estaban ahora perpendiculares en relacin con los finos alambres, eran su nica debilidad. Estaban hechas de cera y pintadas de un rosa de conchilla, pero tena el resto de la cara amarilla. Mejor habra hecho en concederse el lujo de adquirir algunos dedos artificiales para su mano izquierda, que careca en absoluto de ellos, pero eso no pareca molestarle y se contentaba con las orejas de cera. Era extremadamente pequeo, apenas ms alto que un nio de diez aos, pero con los brazos magnficamente desarrollados y los muslos tan anchos como los de un atleta. Sin embargo, lo que el seor Wilde tena de ms notable era que un hombre de inteligencia y conocimientos tan maravillosos tuviera semejante cabeza. Era plana y puntiaguda como las cabezas de muchos de esos desdichados que la gente encierra en asilos para dbiles mentales. Muchos lo llamaban loco, pero yo saba que era tan cuerdo como yo.

No niego que fuera excntrico; la mana que tena por esa gata a la que atormentaba hasta que ella le saltaba a la cara como un demonio era por cierto una excentricidad. Nunca pude entender por qu tena ese animal ni qu placer encontraba en encerrarse con la maligna y lgubre bestia. Recuerdo una vez, al levantar la vista del manuscrito que estaba estudiando a la luz de una vela de sebo, vi al seor Wilde en cuclillas inmvil sobre el asiento de la silla, con los ojos inflamados de excitacin, mientras la gata, que haba abandonado su lugar junto a la estufa, se le acercaba arrastrndose. Antes que yo pudiera moverme, se ech de vientre contra el suelo y se agazap, tembl y le salt a la cara. Aullando y echando espuma por la boca rodaron por el suelo una y otra vez, arandose y dando zarpazos hasta que la gata lanz un aullido y fue a esconderse bajo el armario; el seor Wilde se tendi de espaldas con los miembros contrados y temblorosos como las patas de una araa agonizante. Era excntrico.

El seor Wilde haba subido a su alta silla, y despus de examinarme la cara, cogi un ajado libro mayor y lo abri.

-Henry B. Mattews -ley-, tenedor de libros en Whysot & Whysot y Compana, comerciantes de ornamentos eclesisticos. Se present el 3 de abril. Reputacin daada en el hipdromo. Conocido como estafador. Reputacin por reparar el 1 de agosto. Anticipo cinco dlares.

Volvi la pgina y recorri con los nudillos sin dedos las columnas densamente escritas.

-P. Greene Dusenberry, ministro de los Evangelios, Fairbeach, Nueva Jersey. Reputacin daada en el Bowery. Por reparar tan pronto como sea posible. Anticipo 100 dlares.

Tosi y agreg:

-Se present el 6 de abril.

-Entonces no est usted necesitado de dinero, seor Wilde -inquir.

-Escuche -volvi a toser-. Seora C. Hamilton Chester, de Chester Park, ciudad de Nueva York. Se present el 7 de abril. Reputacin daada en Dieppe, Francia. Por reparar el 1 de octubre. Anticipo 500 dlares.

"Nota: C. Hamilton Chester, capitn del Avalanche de los Estados Unidos regresa con el Escuadrn de los Mares del Sur el 1 de octubre.

-Bien, pues -dije-, la profesin de Reparador de Reputaciones es lucrativa.

Sus ojos descoloridos buscaron los mos.

-Slo quera demostrar que estoy en lo cierto. Usted dijo que era imposible tener buen xito como Reparador de Reputaciones; que aun si lo tena en ciertos casos, me costara ms de lo que ganara. Hoy tengo empleados a quinientos hombres mal pagados, pero que trabajan con un entusiasmo posiblemente nacido del miedo. Estos hombres provienen de todas las capas y matices de la sociedad; algunos son an pilares de los ms exclusivos templos sociales; otros son puntal y orgullo del mundo financiero; otros, en fin, gozan de un dominio indiscutido en el mundo de "la Fantasa y el Talento". Elijo a mi antojo entre los que contestan a mis anuncios. Es bastante fcil, todos son cobardes. De modo que ya ve usted, los que tienen a su cargo la reputacin de sus conciudadanos figuran en mi nmina de pagos.

-Puede que se vuelvan contra usted -suger.

Se frot las orejas mutiladas con el pulgar y ajust los sustitutos de cera.

-No lo creo -murmur reflexivo-. Rara vez tengo que aplicar el ltigo, slo en una ocasin en realidad. Adems aprecian sus honorarios.

-Cmo aplica el ltigo? -le pregunt.

Por un momento, fue espantoso mirarle la cara. Sus ojos menguaron hasta convertirse en un par de chispas verdes.

-Los invito a venir a sostener una pequea charla conmigo -dijo con voz suave.

Un golpe a la puerta lo interrumpi y su cara volvi a adoptar una expresin amable.

-Quin es? -pregunt.

-El seor Steylette -fue la respuesta.

-Venga maana -contest el seor Wilde.

-Imposible -empez el otro, pero una especie de ladrido emitido por el seor Wilde lo silenci.

-Venga maana -repiti.

Omos que alguien se alejaba de la puerta y volva por el corredor.

-Quin es se? -pregunt.

-Arnold Steylette, propietario y jefe de redaccin del Nueva York, el peridico de la ciudad.

Tamnbore sobre el libro mayor con sus manos sin dedos aadiendo:

-Le pago muy mal, pero l se considera beneficiado.

-Arnold Steylette! -repet asombrado.

-S -dijo el seor Wilde tosiendo con autosatisfaccin.

La gata, que haba entrado en el cuarto mientras l hablaba, lo mir y refunfu. El baj de la silla y agachndose en el suelo cogi a la criatura entre los brazos y la acarici. La gata dej de gruir y empez un prolongado ronroneo cuyo timbre pareca aumentar mientras l la acariciaba.

-Dnde estn las notas? -pregunt. El seal la mesa y por centsima vez recog el paquete del manuscrito titulado "LA DINASTIA IMPERIAL DE AMERICA".

Una por una examin las gastadas pginas, gastadas slo por mis propias manos, y aunque lo saba todo de memoria, desde el principio "Cuando desde Carcosa, las Hades, Hastur y Aldebarn" hasta "Castaigne, Louis de Calvados, nacido el 19 de diciembre de 1877", le con arrebatada atencin ansiosa, detenindome de vez en cuando para leer fragmentos en voz alta y demorndome especialmente en "Hildred de Calvados, hijo nico de Hildred Castaigne y Edythe Landes Castaigne, primero en sucesin, etctera, etctera.

Cuando termin, el seor Wilde asinti con la cabeza y tosi.

-Hablando de su legtima ambicin -dijo-, cmo van las cosas entre Constance y Louis?

-Ella lo ama-contest simplemente.

La gata en sus rodillas se volvi y le dio con la zarpa en los ojos, y l la arroj y se subi a la silla que haba en frente de mi.

-Y el doctor Archer! Pero ese es un asunto que puede solucionar cuando lo desee -aadi.

-S -contest-, el doctor Archer puede esperar, pero es ya hora de que vea a mi primo Louis.

-Es hora -repiti l. Entonces cogi otro libro mayor de la mesa y recorri sus pginas rpidamente.

-Estamos ahora en comunicacin con diez mil hombres -musit-. Podemos contar con cien mil dentro de las primeras veintiocho horas y en cuarenta y ocho horas el estado se levantar en masse. El pas sigue al estado, y a la porcin que no lo haga, me refiero a California y el Noroeste, ms le habra valido no ser nunca habitada. No les enviar el Signo Amarillo.

Me fluy la sangre a la cabeza, pero slo contest:

-Escoba nueva barre bien.

-La ambicin de Csar y Napolen empalidece ante la que no le es posible descansar en tanto no se haya apoderado de las mentes de los hombres y controlado sus pensamientos an no concebidos -dijo el seor Wilde.

-Est usted hablando del Rey de Amarillo -dije roncamente con un estremecimiento.

-Es un rey al que han servido emperadores.

-Me complace ser su servidor -contest.

El seor Wilde estaba sentado frotndose las orejas con la mano mutilada.

-Quiz Constance no lo ama -sugiri.

Iba a contestar, pero la sbita irrupcin de msica militar desde la calle ahog mi voz. El vigsimo regimiento de dragones, antes apostado en Mount St. Vicent, volva de las maniobras en el condado de Westchester, a sus nuevos cuarteles al Oeste del parque de Washington. Era el regimiento de mi primo. Era un bonito grupo de individuos con ajustadas chaquetas celestes, elegantes morriones de piel y blancas calzas de montar con doble listado amarillo en las que sus piernas parecan modelarse. Escuadrn por medio estaba armado de lanzas de cuyas puntas de metal colgaban pendones amarillos y blancos. Pas la banda ejecutando la marcha del regimiento, luego el coronel y los soldados: los caballos llenaban la calzada que resonaba bajo sus cascos mientras sus cabezas se alzaban y bajaban al unsono y los pendones flameaban en las puntas de las lanzas. Las tropas, que cabalgaban con la bella silla inglesa, lucan pardas como bayas al regresar de la incruenta campaa entre las granjas de Westchester, y la msica de sus sables contra las espuelas y el tintinear de las espuelas y las carabinas me deleitaron. Vi a Louis que cabalgaba con su escuadrn. Era un oficial tan guapo como el que ms. El seor Wilde, que se haba subido a una silla, lo vio tambin, pero no dijo nada. Louis se volvi y mir directamente la tienda de Hawberk al pasar, y pude ver que el rubor tea sus tostadas mejillas. Creo que Constance debi de haber estado a la ventana. Cuando las ltimas tropas hubieron pasado resonantes y los ltimos pendones se desvanecieron al Sur, de la Quinta Avenida, el seor Wilde baj de la silla y arrastr la cmoda desde delante de la ventana.

-S-dijo-, es ya hora de que vea a su primo Louis.

Quit los cerrojos de la puerta y yo recog mi bastn y mi sombrero y sal al corredor. Las escaleras estaban oscuras. Tanteando a mi alrededor, puse el pie sobre algo blando que gru y escupi; dirig contra el gato un golpe asesino, pero mi bastn se hizo astillas que la balaustrada, y el animal se escurri dentro de la habitacin del seor Wilde.

Al pasar otra vez por delante de la puerta de Hawberk, vi que trabajaba todava en la armadura, pero no me detuve, y saliendo a la calle de Bleecker, segu por ella hasta Wooster, esquiv los terrenos de la Cmara Letal y cruzando el parque de Washington, fui directamente a los cuartos que ocupaba en el Benedick. All com cmodamente, le el Herald y el Meteor y por ltimo fui a la caja fuerte de mi cuarto y puse en funcionamiento la combinacin de tiempo. Los tres minutos y tres cuartos, necesarios para que se abra la cerradura de operacin temporal, son para m momentos de oro. Desde el momento en que pongo en funcionamiento la combinacin hasta el momento en que cojo la perilla y abro las slidas puertas de acero, vivo el xtasis de la expectativa. Esos momentos deben de ser como los que se pasan en el Paraso. S lo que he de hallar al cabo del lmite del tiempo. S lo que la maciza caja fuerte guarda en seguro para m, para m tan slo, y el exquisito placer de la espera apenas es superado cuando la caja se abre y levanto desde su lecho de terciopelo una diadema del ms puro oro cuajada de diamantes. Hago esto todos los das y sin embargo la alegra de esperar y despus tocar la diadema slo parece acrecentarse con el paso de los das. Es una diadema para un Rey entre reyes, para un Emperador entre emperadores. el Rey de Amarillo la despreciara quiz, pero su real servidor la llevar.

La sostuve en mis brazos hasta que la alarma de la caja fuerte son con aspereza, y entonces, con ternura y orgullo, la puse en su sitio y cerr las puertas de acero. Volv lentamente a mi estudio que mira al parque de Washington, y me apoy en el antepecho de la ventana. El sol de la tarde se verta por mis ventanas y una brisa gentil mova las ramas de los olmos y los arces del parque, cubiertos ahora de capullos y de brotes. Una bandada de palomas giraba en torno a la torre de la iglesia Memorial, a veces posndose en el techo de mosaicos prpura, otras descenciendo en la fuente de los lotos frente al arco de mrmol. Los jardineros trabajaban en los macizos de flores alrededor de la fuente y la tierra recin removida ola dulce y aromtica. Una cortadora de hierba, tiraba por un pesado caballo blanco, resonaba a travs del verde csped y carros de riego vertan lluvias de roco sobre los senderos de asfalto. Alrededor de la estatua de Peter Stuyvesant, que en 1897 reemplaz a la monstruosidad que supuestamente representaba a Garibaldi, jugaban nios al sol de la primavera, y nieras jvenes empujaban cochecitos con atolondrada desconsideracin por sus ocupantes de mejillas de pastel, lo cual quiz se explicara por la presencia de media docena de elegantes dragones que lnguidamente ocupaban ociosos los bancos. A travs de los rboles, el Arco en Memoria de Washington resplandeca como plata al sol, y ms all, en el extremo este del parque, los cuarteles de piedra gris de los dragones y los establos de la artillera de granito blanco estaban plenos de vida colorida y mvil.

Mir la Cmara Letal en la esquina opuesta del parque. Unos pocos curiosos se demoraban todava alrededor de la barandilla de hierro dorado, pero dentro del terreno los senderos estaban desiertos. Mir las fuentes que murmuraban y refulgan; los gorriones haban descubierto ya este nuevo refugio acutico y los cuencos estaban hacinados con la presencia de estas avecillas de plumas empolvadas. Dos o tres pavos reales blancos avanzaban picoteando por los prados y una paloma de color pardo estaba posada tan inmvil en el brazo de uno de los Hados, que pareca formar parte de la piedra esculpida.

Cuando me volva distradamente, una ligera conmocin en el grupo de curiosos demorados en torno a las puertas atrajo mi atencin. Haba entrado un hombre joven y avanzaba con largos pasos nerviosos por el sendero de grava que llevaba a las puertas de bronce de la Cmara Letal. Se detuvo un momento ante las Parcas, y cuando alz la cabeza hacia esas tres misteriosas caras, la paloma levant vuelo, gir por un instante y se dirigi luego hacia el este. El joven apret las manos contra su cara y luego, con un gesto indefinible subi saltando los escalones de mrmol, las puertas de bronce se cerraron tras l y media hora ms tarde los curiosos se retiraron con paso indolente y la paloma asustada volvi a ocupar su sitio en el brazo de la Parca.

Me puse el sombrero y fui a dar un paseo por el parque antes de la cena. Mientras cruzaba el sendero central, pasaba un grupo de oficiales y uno de ellos exclam:

-Hola, Hildred!

Y vino a estrecharme la mano. Era mi primo Louis, que se sonrea y se daba golpecitos en las espuelas con el ltigo de montar.

-Acabo de volver de Westchester -dijo-; estuve haciendo vida buclica; leche y requesn, ya sabes, jvenes ordeadoras con cofia que dicen "vaya" y "no lo creo" cuando les dices que son bonitas. Muero por una comida decente en Delmonico's. Qu hay de nuevo?

-Nada -le respond en tono amable-. Vi la llegada de tu regimiento esta maana.

-De veras? Yo no te vi. Dnde estabas?

-A la ventana del seor Wilde.

-Oh, diablos! -empez con impaciencia-. Ese hombre est loco de atar! No entiendo por qu t...

Vio cun molesto me senta yo con su exabrupto y me pidi perdn.

-De veras, viejo -dijo-, no es mi intencin denigrar a un hombre a quien estimas, pero por mi vida, no entiendo qu diablos encuentras en comn con el seor Wilde. No es de buena prosapia, para decirlo con amabilidad; es espantosamente deforme; tiene la cabeza de un loco criminal. T mismo sabes que ha estado en un asilo...

-Tambin yo -lo interrump con calma.

Louis pareci turbado y confundido por un momento, pero se repuso y me palme el hombro con cario.

-T estabas completamente curado -empez, pero lo interrump de nuevo.

-Supongo que quieres decir sencillamente que se reconoci que jams padec de locura.

-Claro, eso... eso es lo que quise decir -dijo riendo.

Me disgust su risa porque la saba forzada, pero asent con la cabeza alegremente y le pregunt a dnde iba. Louis mir a sus colegas oficiales que haban llegado casi a Broadway.

-Tenamos intencin de probar un cctel Brunswick pero, para decirte la verdad, estaba ansioso por encontrar una excusa para ir a ver a Hawberk en cambio. Ven, te convertir en mi excusa.

Encontraremos al viejo Hawberk atildadamente vestido con un nuevo traje de primavera a la puerta de su tienda, respirando un poco de aire.

-Haba decidido llevar a Constance a dar un paseto antes de la cena -respondi a la impetuosa andanada de preguntas que le dirigi Louis-. Pensbamos caminar por la terraza del parque a lo largo del ro del Norte.

En ese momento apareci Constance, que empalideci y enrojeci sucesivamente cuando Louis se inclin sobre sus deditos enguantados. Yo trat de excusarme alegando un compromiso en el distrito residencial, pero Louis y Constance no quisieron saber nada de ello y me di cuenta que esperaban que me quedara para distraer la atencin del viejo Hawberk. Despus de todo no vendra mal que vigilara a Louis, pens, y cuando llamaron un coche en la calle Spring, sub a l tras ellos y me sent junto al armero.

La hermosa lnea de parques y terrazas de granito que miraban a los muelles a lo largo del ro del Norte, que se construyeron en 1910 y se terminaron en el otoo de 1917, se haba convertido en uno de los paseos ms populares de la metrpolis. Se extendan desde la Batera hasta la calle 190 mirando al noble ro y ofreciendo una magnfica vista de la costa de Jersey y las Tierras Altas al otro lado. Aqu y all, esparcidos entre los rboles, haba cafs y restaurantes, y dos veces por semana las bandas de la guarnicin tocaban en los kioscos montados en los parapetos.

Nos sentamos al sol en el banco al pie de la estatua ecuestre del general Sheridan. Constance inclin su sombrilla para ampararse los ojos del sol, y ella y Louis empezaron a murmurar una conversacin imposible de seguir. El viejo Hawberk, apoyado en su bastn con cabeza de marfil, encendi un excelente cigarro, cuyo igual rehus cortsmente y sonre con vacuidad. El sol estaba bajo sobre los bosques de Staten Island y la baha se haba teido de tintes dorados reflejados de las velas calentadas por el sol de los barcos en el puerto.

Bergantines, goletas, yates, torpes transbordadores con un enjambre de gente en la cubierta, lneas de transportes ferroviarios con coches de carga pardos, azules y blancos, vapores majestuosamente slidos, vapores volanderos declasss, barcos de cabotaje, dragas, chalanas y, por todas partes en la baha, descarados pequeos remolcadores que resoplaban y silbaban oficiosos; estas eran las naves que se agitaban por las aguas soleadas hasta donde la vista poda alcanzar. En sereno contraste con los precipitados veleros y vapores, una silenciosa flota de blancos buques de guerra estaba inmvil a mitad de la corriente.

La alegre risa de Constance me arranc del ensueo.

-Qu est usted mirando tan fijamente? -pregunt.

-Nada... la flota. -Me sonre.

Entonces Louis nos dijo cules eran los barcos sealando cada uno en relacin con la posicin que ocupaban respecto del viejo Fuerte Red en la Isla del Gobernador.

-Esa cosita en forma de cigarro es un torpedero -explic-; hay cuatro ms cerca. Son el Tarpn, el Halcn, el Zorro de Mar y el Pulpo. Los caoneros ms arriba en la corriente son el Princeton, el Champlain, el Agua Serena y el Erie. Al lado estn los cruceros Farragut y Los ngeles y ms all los acorazados California y Dahota, y el Washington que es el buque insignia. Esos dos pedazos de metal achatados anclados all junto al castillo William son los monitores de doble torre blindada: el Terrible y el Magnfico; detrs est el espoln, Osceola...

Constance lo miraba con profunda aprobacin en sus hermosos ojos.

-Cuntas cosas sabes para ser un soldado -dijo, y todos nos unimos a la risa que sigui a sus palabras.

Luego Louis se puso en pie, nos hizo una seal con la cabeza y ofreci el brazo a Constance; se alejaron paseando a lo largo del muro del ro. Hawberk los observ por un momento y luego se volvi hacia m.

-El seor Wilde estaba en lo cierto -dijo-. Encontr los faldares y la muslera izquierda que faltaban del "Prncipe Blasonado" en un inmundo altillo de desperdicios de la calle Pell.

-998? -pregunt con una sonrisa.

-S.

-El seor Wilde es un hombre muy inteligente -observ.

-Quiero reconocerle un descubrimiento de tanta importancia -continu Hawberk-. Y tengo intencin que se sepa que tiene derecho a la fama por l.

-El no se lo agradecer -dije con brusquedad-; por favor, no hable del asunto.

-Sabe usted el valor que tiene? -pregunt Hawberk.

-No, cincuenta dlares quiz.

-Est evaluado en quinientos, pero el propietario del "Prncipe Blasonado" dar dos mil dlares a la persona que complete el juego; esa recompensa tambin pertenece al seor Wilde.

-No la quiere! La rechaza! -respond con enfado-. Qu sabe usted del seor Wilde? No le hace falta el dinero. Es rico... o lo ser... ms rico que nadie con excepcin de m. Qu nos importa el dinero entonces... qu nos importar, a l y a m, cuando... cuando...?

-Cundo qu? -pregunt Hawberk atnito.

-Ya lo ver -dije otra vez en guardia.

Me mir atento, como sola hacerlo el doctor Archer, y supe que pensaba que estaba mentalmente enfermo. Quiz fue una suerte para l que no empleara la palabra luntico en ese instante.

-No -contest a su inexperado pensamiento-, no estoy mentalmente perturbado; estoy tan cuerdo como el seor Wilde. No quiero explicar todava lo que tengo entre manos, pero se trata de una inversin que rendir ms que mero oro, plata y piedras preciosas. Asegurar la felicidad y la prosperidad de un continente... s de un hemisferio!

-Oh -dijo Hawberk.

-Y finalmente -continu con ms calma -asegurar la felicidad del mundo entero.

-Y de paso su propia felicidad y la del seor Wilde?

-Exacto. -Sonre. Pero lo habra estrangulado por asumir ese tono.

Me mir en silencio por un rato y luego dijo con suma gentileza:

-Por qu no abandona sus libros y sus estudios, seor Castaigne, y se va de vacaciones a las montaas? A usted le gustaba pescar. La pesca de truchas resulta muy interesante.

-Ya no me interesa la pesca -respond sin el menor asomo de fastidio en la voz.

-Sola gustarle todo -continu-: el atletismo, la navegacin, la caza, los caballos...

-Nunca ms me gust cabalgar desde mi cada -dije con calma.

-Ah, s, su cada -dijo apartando la mirada de m.

Pens que todas estas tonteras haban durado ya lo bastante, de modo que llev la conversacin otra vez al tema del seor Wilde; pero me examinaba el rostro nuevamente de un modo muy ofensivo.

-El seor Wilde -repiti-. Sabe lo que hizo esta tarde? Baj las escaleras y clav un letrero sobre la puerta de entrada junto a la ma; deca

SR. WILDE

REPARADOR DE REPUTACIONES

3a Campanilla

Sabe qu puede significar "reparador de reputaciones"?

-Lo s -dije reprimiendo la ira que senta por dentro.

-Oh -dijo otra vez.

Louis y Constance se nos acercaron lentamente y nos preguntaron si no queramos acompaarlos. Hawberk consult su reloj. En el mismo momento una nube de humo sali de las casamatas del castillo William y el estrpito del caonazo de la tarde reson sobre el agua y su eco fue devuelto desde las Tierras Altas a la otra orilla. La bandera descendi de prisa por el asta, las cornetas sonaron en las blancas cubiertas de los buques de guerra y la primera luz elctrica se encendi en la costa de Jersey.

Cuando volva a la ciudad con Hawberk, ol que Constance le deca algo a Louis en voz baja que no me fue posible entender; pero Louis, tambin en voz baja, le dijo "Querida ma" como rplica; y una vez ms, mientras andaba por delante con Hawberk a travs de la plaza, o un susurrado "tesoro" y "mi Constance", y supe que haba llegado el momento casi de discutir muy importantes asuntos con mi primo Louis.

III

Una maana de mayo muy temprano, estaba frente a la caja fuerte probndome la corona. Los diamantes refulgan como el fuego cuando me mir en el espejo y el pesado oro batido arda como un halo en torno de mi cabeza. Record el grito de agona de Camilla y las terribles palabras que resonaron en las penumbrosas calles de Carcosa. Eran las ltimas lneas del primer acto y no me atreva a pensar en lo que segua... no me atreva a hacerlo ni siquiera al sol de primavera, all en mi propio cuarto, rodeado de objetos familiares, animado por el ajetreo de la calle y las voces de los sirvientes en el cuarto contiguo. Porque esas palabras envenenadas se haban filtrado lentamente en mi corazn, como las gotas del sudor de la muerte en las sbanas. Temblando, me quit la diadema de la cabeza y me enjugu la frente, pero pens en Hastur y en mi propia justa ambicin, y record al seor Wilde tal como lo haba visto por ltima vez, con la cara desgarrada y sangrante por las garras de esa criatura del diablo, y lo que haba dicho. Ah, lo que haba dicho! La campana de alarma de la caja fuerte empez a sonar estridente y supe que se me haba acabado el tiempo; pero no hice caso, y volviendo a ceirme la resplandeciente corona en la cabeza, me volv desafiante hacia el espejo. Estuve largo tiempo absorbido por el cambio de expresin de mis propios ojos. El espejo reflejaba una cara como la ma, pero ms blanca y tan delgada que apenas la reconoc Y todo el tiempo repeta dicindome entre los dientes apretados: "Ha llegado el da, ha llegado el da!" mientras la alarma de la caja fuerte resonaba y clamaba y los diamantes resplandecan y llameaban sobre mi frente. O que se abra una puerta, pero no hice caso de ello. Slo cuando vi dos caras en el espejo... slo cuando vi otra cara levantarse sobre mi hombro y otros dos ojos fijarse en los mios... Me volv como un rayo y cog un largo pual de la mesa de tocador, y mi primo dio un salto atrs muy plido gritando:

-Hildred! Por amor de Dios!

Entonces, cuando cay mi mano, dijo:

-Soy yo, Louis. No me conoces?

Guard silencio. No podra haber hablado aunque la vida me fuera en ello. El se me acerc y me quit el pual de la mano.

-Qu significa todo esto? -me pregunt con dulzura-. Te encuentras enfermo?

-No -le contest, Pero dudo de que me haya odo.

-Vamos, vamos, viejo -exclam-, quitate esa corona de latn y ven al estudio. Vas a una mascarada? Qu significa todo este oropel de teatro?

Me alegraba que pensara que la corona estaba hecha de latn y vidrio, aunque no por ello fue ms de mi agrado. Le permit que me la quitara de la cabeza, pues saba que era mejor hacerle el gusto. Arroj la esplndida corona al aire y al cogerla, se volvi a m sonriendo.

-Por ciento cincuenta centavos es cara. Para qu es?

No le respond, pero tomando la corona de sus manos, la puse en la caja fuerte y cerr la slida puerta de acero. La alarma ces en seguida su infernal tintineo. El me observ con curiosidad, pero no pareci advertir el sbito cese de la alarma. Habl de la caja fuerte, sin embargo, como si fuera una caja de bizcochos. Por temor de que examinara la combinacin, lo conduje al estudio. Louis se dej caer en el sof y espant las moscas con su eterno ltigo de montar. Llevaba el uniforme de fajina con la chaqueta trencillada y la garbosa gorra, y advert que sus botas de montar estaban salpicadas de lodo rojo.

-Dnde has estado? -le pregunt.

-Saltando arroyos de lodo en Jersey -me contest-. No he tenido tiempo de cambiarme todava; tena prisa por verte. No me ofreces una copa de algo? Estoy mortalmente cansado; he estado sobre la montura veinticuatro horas.

Le di algo de brandy que cog de mi botiqun y l se lo bebi con una mueca.

-Esto es condenadamente malo -observ-. Te dar una direccin donde venden brandy que es brandy.

-Es lo bastante bueno para mis necesidades -dije con indiferencia-. Lo uso para frotarme el pecho.

Me mir fijamente y espant otra mosca.

-Mira, viejo -empez-, tengo algo que sugerirte. Hace ya cuatro aos que te has encerrado aqu como un bho, sin ir nunca a ninguna parte, sin hacer nunca ejercicios saludables, sin hacer jams maldita cosa, salvo concentrarte en esos libros de la repisa de la chimenea.

Contempl la hilera de los anaqueles.

-Napolen, Napolen, Napolen -ley-. Por amor del cielo! No tienes otra cosa que Napoleones aqu?

-Quisiera que estuvieran encuadernados en oro -dije-. Pero espera, s, hay otro libro, El Rey de Amarillo.

Lo mir, fijamente a los ojos.

-No lo has ledo? le pregunt.

-Yo? No, gracias a Dios! No quiero volverme loco.

Vi que lament lo que haba dicho no bien acababa de hacerlo. Hay slo una palabra que detesto ms que luntico, y esa palabra es loco. Pero me control y le pregunt por qu consideraba peligroso El Rey de Amarillo.

-Oh, no lo s -dijo de prisa-. Slo recuerdo la excitacin que produjo y las condenas del plpito y la prensa. Creo que el autor se dispar un tiro despus de dar a luz semejante monstruosidad, no es as?

-Entiendo que todava vive -le respond.

-Eso es probablemente cierto -musit-; las balas nada podran contra un demonio de esa especie.

-Es un libro de grandes verdades -dije.

-S-replic-, de "verdades" que enloquecen a los hombres y arruinan sus vidas. No me importa que el libro sea, como dicen, la misma esencia suprema del arte. Es un crimen haberlo escrito y por mi parte jams abrir sus pginas.

-Es eso lo que has venido a decirme? -le pregunt.

-No -dijo-, he venido a decirte que voy a casarme.

Creo que por un momento el corazn dej de latirme, pero segu mirndolo a la cara.

-S -continu sonriendo con felicidad-, voy a casarme con la ms dulce muchacha de la tierra.

-Constance Hawberk -dije mecnicamente.

-Cmo lo supiste? -exclam asombrado-. Yo mismo no lo saba hasta esa tarde de abril en que fuimos de paseo por el malecn antes de la cena.

-Cundo ser? -pregunt.

-Iba a ser el prximo mes de setiembre, pero hace una hora lleg la orden de que mi regimiento se presentara en el Presidio, San Francisco. Partimos maana al medioda. Maana -repiti-. Imagina, Hildred, maana ser el hombre ms feliz que haya respirado nunca en esta deliciosa tierra, porque Constance partir conmigo.

Le ofrec la mano para felicitarlo y l la cogi y la estrech como el buen necio que era... o finga ser.

-Recibir mi escuadrn como regalo de bodas -sigui su chchara-. El capitn y la seora Louis Castaigne, eh, Hildred?

Entonces me dijo dnde se celebrara la boda y quin estara all y me hizo prometer que ira y sera el padrino. Apret los dientes y escuch su chchara juvenil sin manifestar lo que senta, pero...

Estaba llegando a los lmites de mi resistencia, y cuando l se puso en pie de un salto y, fustigando sus espuelas hasta que resonaron, dijo que se iba, no intent retenerlo.

-Hay slo una cosa que quiero pedirte -le dije tranquilamente.

-Dila, desde ya te la prometo -dijo riendo.

-Quiero que nos encontremos esta noche para sostener una conversacin de un cuarto de hora.

-Pues claro, si as lo quieres -dijo algo desconcertado-. Dnde?

-En cualquier parte, all en el parque.

-A qu hora, Hildred?

-A medianoche

-Vaya, en nombre de...! -empez, pero se interrumpi y asinti sonriente. Lo vi bajar las escaleras y salir apresuradamente; el sable resonaba a cada uno de sus largos pasos. Dobl por la calle Bleecker y supe que iba a ver a Constance. Le di diez minutos para desaparecer y luego lo segu llevando conmigo la corona enjoyada y la tnica en la que estaba bordado el signo amarillo. Cuando dobl por la calle Bleecker y entr por la puerta que sustentaba el letrero

SEOR WILDE

REPARADOR DE REPUTACIONES

3 Campanilla,

vi al viejo Hawberk ocupado en su tienda e imagin que oa la voz de Constance en la sala; pero los evit y sub apresurado las temblorosas escaleras para dirigirme al apartamento del seor Wilde. Llam a la puerta y entr sin ceremonias. El seor Wilde yaca en el suelo gruiendo con la cara ensangrentada y la ropa hecha jirones. La alfombra estaba cubierta de manchas de sangre; tambin la alfombra estaba desgarrada por una refriega evidentemente reciente.

-Es esa maldita gata -dijo dejando de gruir y volviendo hacia m sus ojos descoloridos-; me atac mientras dorma. Creo que terminar por matarme.

Esto era demasiado, de modo que fui a la cocina y cogiendo una cuchilla de la despensa, empec a buscar a esa bestia infernal para ajustar cuentas con ella all mismo en ese instante. M bsqueda result infructuosa y al cabo de un rato la abandon y volv junto al seor Wilde, de cuclillas sobre su alta silla al lado de la mesa. Se haba lavado la cara y cambiado de ropa. Los grandes surcos que las garras de la gata le hablan dejado en la cara estaban cubiertas con colodin, y un trapo le ocultaba la herida en la garganta. Le dije que matara a la gata cuando me topara con ella, pero se limit a sacudir la cabeza y a volver las pginas del libro mayor que tena por delante. Lea nombre tras nombre de los que haban ido a verlo en relacin con su reputacin, y las sumas que haba amasado eran sorprendentes.

-De vez en cuando ajusto las clavijas -explic.

-Algn da una de esas personas lo asesinar -insist.

-De veras lo cree? -dijo frotndose las orejas mutiladas.

Era intil discutir con l, de modo que baj el manuscrito titulado Dinasta Imperial de Amrica, que por ltima vez bajara en el estudio del seor Wilde. Lo le entero, excitado y temblando de placer. Cuando termin, el seor Wilde cogi el manuscrito y dirigindose al oscuro pasaje que va del estudio al dormitorio, llam en voz baja:

-Vance.

Entonces, por primera vez, vi all a un hombre agazapado en la sombra. Cmo no lo haba visto mientras buscaba al gato, no lo s.

-Vance, entre -exclam el seor Wilde.

La figura se alz y vino arrastrando los pies hacia nosotros. Nunca olvidar la cara frente a la ma cuando la ilumin la luz que entraba por la ventana.

-Vance, este es el seor Castaigne -dijo el seor Wilde.

Antes que hubiera terminado de hablar, el hombre se arroj al suelo ante la mesa llorando y jadeando:

-Oh, Dios! Oh, Dios mo! Aydame! Perdname... Oh, seor Castaigne, aparte de m a ese hombre. No es posible, no es posible que sea sa su intencin. Usted es diferente... slveme! Estoy quebrantado... Estaba en un manicomio y ahora... cuando todo estaba saliendo bien... cuando me haba olvidado del Rey... el Rey de Amarillo y... pero me volver loco otra vez... me volver loco...

Su voz se quebr en un ronquido de ahogo, porque el seor Wilde haba saltado sobre l y apretaba la garganta del hombre con su mano derecha. Cuando Vance cay esparrancado en el suelo, el seor Wilde subi gilmente en su silla otra vez y frotando sus orejas truncadas con el mun de su mano, se volvi hacia m y me pidi el libro mayor. Lo baj del anaquel y l lo abri. Despus de buscar un instante entre las pginas limpiamente escritas, tosi con satisfaccin y seal el nombre de Vance.

-Vance -ley en alta voz-. Osgood Oswald Vance.

Al or esa voz, el hombre tendido en el suelo levant la cabeza y volvi una cara convulsa hacia el seor Wilde. Tena los ojos inyectados de sangre y los labios tumefactos.

-Se present el 28 de abril -continu el seor Wilde-. Ocupacin, cajero del Banco Nacional de Seaforth; cumpli una pena por falsificacin en Sing Sing, de donde fue trasladado al Asilo para Locos Criminales. Perdonado por el gobernador de Nueva York y dado de baja del Asilo el 19 de enero de 1918. Reputacin daada en la baha de Sheepshead. Rumores de que vive por sobre el nivel que le permiten sus ingresos. Reputacin por reparar inmediatamente. Anticipo 1.500 dlares.

"Nota: Se apropi ilcitamente de sumas que llegan a los 30.000 dlares desde el 20 de marzo de 1919; pertenece a una excelente familia y se asegur su actual posicin por influencia de su to. Su padre es presidente del banco de Seaforth.

Mir al hombre tendido en el suelo.

-Levntese, Vance -dijo el seor Wilde con voz amable.

Vance se puso de pie como quien est hipnotizado.

-Ahora har lo que sugiramos -observ el seor Wilde, y abriendo el manuscrito, ley la historia entera de la Dinasta Imperial de Amrica. Luego, en una especie de murmullo sedante, discuti algunos puntos de importancia con Vance, que estaba como aturdido. Tena los ojos tan inexpresivos y vacos, que pens que haba perdido el juicio y as se lo dije al seor Wilde, quien me replic que, de cualquier modo, eso careca de importancia. Con suma paciencia le explicamos a Vance cul sera su parte en el asunto, y l, al cabo de un rato, pareci entenderlo. El seor Wilde explic el manuscrito recurriendo a varios volmenes de Herldica para confirmar el resultado de sus investigaciones. Mencion el establecimiento de la Dinasta en Carcosa, los lagos que conectaban Hastur, Aldebarn y el misterio de las Hadas. Habl de Cassilda y Camilla y sonde las nubosas profundidades de Demhe y el lago de Hali.

-Los festoneados andrajos del Rey de Amarillo deben ocultar Yhtill para siempre -musit, pero no creo que Vance lo oyera. Entonces, gradualmente, condujo a Vance por las ramificaciones de la familia imperial hasta Uoht y Thale, desde Naotalba y el Fantasma de la Verdad hasta Aldones; y luego, apartando a un lado el manuscrito y las notas, empez a narrar la maravillosa Historia del ltimo Rey. Yo lo observaba fascinado y lleno de entusiasmo. Levant la cabeza, extendi los largos brazos en un magnfico ademn de orgullo y poder y sus ojos resplandecieron en lo profundo de sus cuencas como dos esmeraldas. Vance escuchaba estupefacto. En cuanto a m, cuando finalmente el seor Wilde hubo terminado y sealndome grit-: El primo del Rey! -estaba mareado de excitacin.

Controlndome con esfuerzo sobrehumano, le expliqu a Vance por qu slo yo era digno de la corona y por qu mi primo deba ser exiliado o morir. Le hice comprender que mi primo no deba jams casarse, aun despus de haber renunciado a sus pretensiones, y sobre todo no deba casarse con la hija del marqus de Avonshire e incluir as a Inglaterra en la cuestin. Le mostr la lista de mil nombres que el seor Wilde haba confeccionado; cada hombre cuyo nombre figuraba en ella haba recibido el Signo Amarillo, que nadie nunca se atrevera a no tener en consideracin. La ciudad, el estado, la tierra toda estaban prontos a alzarse y temblar ante la Mscara Plida.

La hora haba llegado, y, la gente conocera al hijo de Hastur y todo el mundo se inclinara ante las Estrellas Negras que penden en el cielo sobre Carcosa.

Vance se apoyaba en la mesa con la cabeza sepultada en las manos. El seor Wilde dibuj un rudo esbozo en el margen de un ejemplar del Herald del da anterior con un lpiz de grafito. Era el plano de los aposentos de Hawberk. Luego escribi la orden, aplic el sello y yo, temblando como un paraltico, firm la primera sentencia de ejecucin con mi nombre Hildred Rex.

El seor Wilde descendi al suelo y abriendo el armario, sac del primer estante una larga caja cuadrangular. Dentro haba un pual nuevo envuelto en papel de seda y yo lo cog y se lo alcanc a Vance, junto con la orden y el plano del apartamento de Hawberk. Entonces el seor Wilde le dijo a Vance que poda partir; y l parti arrastrando los pies como un descastado de los suburbios.

Me qued sentado un momento observando la luz del da disolverse tras la torre cuadrada de la iglesia en Memoria de Judson, y finalmente, recogiendo el manuscrito y las notas, cog mi sombrero y me dirig a la puerta.

El seor Wilde me miraba en silencio. Cuando estuve en el vestbulo, me volv. Los ojillos del seor Wilde seguan fijos en m. Tras l, las sombras se espesaban en la luz menguante. Entonces cerr la puerta y sal a las calles oscurecidas.

No haba comido nada desde el desayuno, pero no tena apetito. Una desdichada criatura medio muerta de hambre que miraba desde la acera de enfrente la Cmara Letal, not mi presencia y se me acerc a contarme una historia de miseria. Le di dinero, no s por qu, y l se alej sin agradecrmelo. Una hora ms tarde otro descastado se me acerc y solt plaidero su historia. Yo tena un trocito de papel en el bolsillo en el que estaba trazado el Signo Amarillo, y se lo di. l lo mir estpidamente por un momento y luego, dirigindome una mirada de incertidumbre, lo pleg con lo que pareca exagerado cuidado y se lo guard junto al pecho.

Las luces elctricas brillaban entre los rboles y la luna nueva refulga en el cielo sobre la Cmara Letal. Era cansador esperar en el parque; fui desde el Arco de Mrmol hasta los establos de la artillera y volv nuevamente a la fuente de los lotos. Las flores y el cristal exhalaban un perfume que me perturbaba. El surtidor de la fuente jugaba a la luz de la luna, y el musical sonido de las gotas al caer me recordaba el tintineo de la cota de mallas en la tienda de Hawberk. Pero no era tan fascinante, y el triste resplandor de la luz de la luna en el agua no produca la misma sensacin exquisita de placer que la del sol en el acero pulido de un peto sobre la rodilla de Hawberk. Observ a los murcilagos que se lanzaban y giraban sobre las plantas acuticas, pero su rpido vuelo espasmdico me pona los nervios en punta, por lo que me apart y volv a caminar sin rumbo de un lado a otro entre los rboles.

Los establos de la artillera estaban a oscuras, pero en el cuartel de caballera las ventanas de la oficialidad estaban brillantemente iluminadas, y las surtidas se llenaban constantemente de soldados con uniformes de fajina que llevaban paja y arneses y cestos llenos de platos de lata.

Dos veces cambi la guardia en los portales mientras yo erraba de un extremo al otro del paseo de asfalto. Consult mi reloj. Era casi la hora. Las luces del cuartel fueron apagndose una tras otra, el portal enrejado se cerr y cada minuto o dos un oficial sala por la portezuela lateral dejando en el aire de la noche el matraque de los equipos o el tintineo de las espuelas. La plaza haba quedado sumida en completo silencio. El ltimo vagabundo sin casa haba sido alejado por el polica de chaqueta gris del parque, los carruajes ya no andaban por la calle Wooster, y el nico sonido que rompa la quietud eran los cascos del caballo del centinela y el sonido de su sable contra la perilla de la montura. En el cuartel los cuartos de los oficiales estaban todava iluminados y los sirvientes militares pasaban una y otra vez por delante de las ventanas sobresalientes. En el nuevo chapitel de St. Francis Xavier sonaron las doce y, con la ltima triste campanada, una figura sali por la portezuela lateral junto al rastrillo, devolvi el saludo del centinela y, cruzando la calle, entr en el parque y se dirigi a la casa de apartamentos Benedick.

-Louis -lo llam.

El hombre gir sobre sus talones con espuelas y vino derecho hacia m.

-Eres t, Hildred?

-S, llegas a tiempo.

Cog la mano que me ofreca y caminamos juntos hacia la Cmara Letal.

l deca tonteras sobre su boda y las bondades de Constance y sus futuras perspectivas llamando mi atencin sobre las charreteras en sus hombros y el triple arabesco en sus mangas y en su gorra de fajina. Creo que escuch tanto la msica de sus espuelas y su sable como su chchara infantil, y por fin nos encontramos bajo los olmos de la esquina de la calle Cuarta de la plaza frente a la Cmara Letal. Entonces se ri y me pregunt qu quera de l. Le indiqu que se sentara en un banco bajo la luz elctrica y me sent junto a l. Me mir con curiosidad, con la misma mirada vigilante que tanto odio y temo en los doctores. Sent el insulto de su mirada, pero l no lo saba y le ocult mis sentimientos.

-Bien, viejo -me dijo-, qu puedo hacer por ti?

Saqu del bolsillo el manuscrito y las notas de la Dinasta Imperial de Amrica y, mirndolo a los ojos dije:

-Te lo dir. Bajo tu palabra de soldado, promteme leer este manuscrito desde el principio al fin sin preguntarme nada. Promteme leer estas notas de la misma manera y promteme que escuchars lo que te dir luego.

-Lo prometo si lo deseas -dijo amablemente-. Dame los papeles, Hildred.

Empez a leer levantando las cejas con aire de desconcierto, lo que me hizo temblar de contenida furia. Mientras avanzaba en la lectura, se le contrajo el entrecejo y sus labios parecieron articular la palabra "pamplinas".

Luego pareci ligeramente aburrido, pero por consideracin hacia m, sigui leyendo con forzado inters, que en seguida dej de ser un esfuerzo. Se sobresalt cuando en las pginas densamente cubiertas de escritura lleg a su nombre, y cuando lleg al mo, baj su papel y me mir fijamente por un instante. Pero mantuvo su palabra y reanud la lectura, y yo dej sin respuesta la pregunta a medias formulada que muri en sus labios. Cuando lleg al final y ley la firma del seor Wilde, pleg el papel cuidadosamente y me lo devolvi. Le di las notas; l se apoy en el respaldo del banco echndose atrs la gorra de fajina con el ademn infantil que tan bien recordaba de los das de escuela. Le observ la cara mientras lea, y cuando hubo terminado cog las notas junto con el manuscrito y me las guard en el bolsillo. Entonces desenroll un manuscrito en que se exhiba el Signo Amarillo. l vio el signo, pero no pareci reconocerlo, y llam su atencin sobre l con cierta aspereza.

-Est bien -dijo-. Lo veo Qu es?

-Es el Signo Amarillo -dije enfadado.

-Oh, eso es lo que es... -dijo Louis con esa voz lisonjera que el doctor Archer sola utilizar para dirigirse a m y probablemente seguira hacindolo todava si no hubiera ajustado las cuentas con l.

Reprim la clera y le contest con tanta firmeza como me fue posible:

-Escucha, no has empeado tu palabra?

-Te escucho, viejo -dijo con voz tranquilizadora.

Empec a hablar con suma calma.

-El doctor Archer, que saba por algn conducto el secreto de la Sucesin Imperial, intent despojarme de mi derecho alegando que la cada del caballo de hace cuatro aos me haba provocado deficiencia mental. Trat de internarme en su propia casa en la esperanza de volverme loco o envenenarme. No lo he olvidado. Lo visit anoche y la entrevista fue definitiva.

Louis empalideci, pero permaneci inmvil. Reanud mi discurso triunfal:

-Quedan todava tres personas por entrevistar en inters del seor Wilde y del mio propio. Ellas son mi primo Louis, el seor Hawberk y su hija Constance.

Louis se puso en pie de un salto y tambin yo me levant y arroj el papel con el Signo Amarillo al suelo.

-Oh, no me hace falta decirte lo que tengo por decir -exclam con una risa de triunfo-. Debes cederme la corona lo oyes? a m.Louis me mir con aire desconcertado, pero se recobr y dijo con bondad:

-Claro que te cedo... Qu es lo que debo cederte?

-La corona -dije con enfado.

-Claro -respondi-. Te la cedo. Ven, viejo te acompao a tus aposentos.

-No intentes jugarretas de doctores conmigo -grit temblando de furia-. No actes como si me tuvieras por loco.

-Qu disparate! -contest-. Ven, se est haciendo tarde, Hildred.

-No -grit-, debes escucharme. No puedes casarte, te lo prohibo. Lo oyes? Te lo prohbo. Renunciars a la corona y te recompensar con el exilio, pero si te niegas, morirs.

El trat de calmarme, pero yo estaba indignado por fin y sacando mi largo pual le imped el paso.

Entonces le dije que encontrara al doctor Archer en el stano, degollado, y me re en la cara cuando record a Vance y su cuchillo, y la orden firmada por m.

-T eres el Rey -exclam-, pero yo lo ser. Quin eres t para quitarme el Imperio de toda la tierra habitable. Nac primo de un rey, pero yo ser el Rey!

Louis estaba blanco y rgido delante de m. De pronto un hombre vino corriendo por la calle Cuarta, entr por el portal del Templo Letal, atraves el sendero hasta las puertas de bronce a toda velocidad y penetr en la cmara de la muerte con un grito demente. Me re hasta derramar lgrimas, porque haba reconocido a Vance, y supe que Hawberk y su hija ya no se interpondran en mi camino.

-Vete -le dije a Louis, has dejado de ser una amenaza. Ya nunca te casars con Constance ahora, y si te casas con alguna otra en el exilio, te visitar como lo hice con el doctor anoche. El seor Wilde se har cargo de ti maana.

Entonces me volv y me lanc como una flecha por la Quinta Avenida al Sur y, con un grito de terror, Louis dej caer su cinturn y su sable y me sigui ligero como el viento. Lo o cerca de m en la esquina de la calle Bleecker y me met por la puerta bajo el letrero de Hawberk. Grit:

-Alto o disparo!

Pero cuando vio que suba corriendo las escaleras dejando atrs la tienda de Hawberk, no me sigui y lo o que golpeaba y llamaba a su puerta, como si fuera posible despertar a los muertos.

La puerta del seor Wilde, estaba abierta y yo entr por ella gritando:

-Est hecho, est hecho! Que se pongan en pie las naciones y contemplen a su Rey!

Pero no pude encontrar al seor Wilde, de modo que fui al gabinete y cog la esplndida diadema de su cofre. Luego me puse la bata de seda blanca en la que estaba bordado el signo amarillo y me ce la corona. Por fin era Rey, Rey por mi derecho en Hastur, Rey porque conoca el misterio de las Hadas y mi mente haba sondeado las profundidades del lago de Hali. Yo era Rey! Los primeros trazos grises del alba levantaran una tempestad que sacudira a los dos hemisferios. Entonces, mientras estaba all erguido con cada nervio en el pinculo de la tensin, debilitado por la alegra y el esplendor de mis pensamientos, afuera, en el oscuro corredor, un hombre gimi.

Cog la vela de sebo y me dirig de un salto hacia la puerta. La gata pas a mi lado como un demonio y la vela se apag, pero mi largo pual fue ms rpido que ella: la o chillar y supe que la haba alcanzado. Por un momento la o tumbarse y chocar en la oscuridad, y luego, cuando su frenes ces, encend una lmpara y la levant sobre m cabeza. El seor Wilde yaca en el suelo con la garganta desgarrada. En un principio lo cre muerto, pero cuando mir, una chispa verde apareci en sus ojos hundidos, su mano mutilada tembl y un espasmo le estir la boca de oreja a oreja. Por un momento mi terror y mi desesperacin dieron lugar a la esperanza, pero cuando me inclin sobre l, los ojos le giraron en las cuencas y muri. Entonces, mientras me qued paralizado de rabia y desesperacin al ver mi corona, mi imperio, mis esperanzas, mis ambiciones, mi vida misma postradas all con el amo muerto, ellos, vinieron, me agarraron por detrs y me ataron hasta que mis venas engrosaron como cuerdas y mi voz se quebr con el paroxismo de mis gritos frenticos. Pero todava me debat, sangrante y furioso entre ellos, y ms de un agente de polica sinti el filo de mis dientes. Entonces, cuando ya no pude moverme, se acercaron; vi al viejo Hawberk, y tras l, el rostro cadavrico de mi primo Louis y, algo ms lejos, en el rincn, a una mujer, Constance, que lloraba quedamente.

-Ah, ahora lo veo! -chill- Te has apoderado del trono y el imperio. Ay! Ay de ti!, que te has coronado con la corona del Rey de Amarillo!

[NOTA DEL EDITOR: El seor Castaigne muri ayer en el Asilo para Locos Criminales.]

LA MSCARA

Camilla: Seor, deberais quitaros la mscara.

Forastero: De veras?

Cassilda: En verdad, ya es hora. Todos nos hemos despojado de los disfraces, salvo vos.

Forastero: No llevo mascara.

Camilla: (Aterrada a Cassilda)

No lleva mscara? No la lleva?

Acto 1. Escena 2a.I

Aunque yo no saba nada de qumica, escuchaba fascinado. El cogi un lirio de Pascua que Genevive haba trado esa maana de Ntre Dame y lo dej caer en el cuenco. Instantneamente el lquido perdi su cristalina claridad. Por un segundo el lirio se vio envuelto de una espuma blanco lechosa que desapareci dejando el fluido opalescente. Sobre la superficie jugaron cambiantes tintes anaranjados y carmeses y luego, lo que pareci un rayo de pura luz solar surgi desde el fondo donde se encontraba el lirio. En el mismo instante sumergi la mano en el cuenco y extrajo la flor.

-No hay peligro -explic- si se escoge el instante preciso. Ese rayo dorado es la seal.

Me tendi el lirio y yo lo tom en mi mano. Se haba convertido en piedra, en el ms puro mrmol.

-Ya lo ves -me dijo-, ni la menor mcula. Qu escultor podra reproducirlo?

El mrmol era blanco como la nieve, pero en sus profundidades las vetas del lirio se tean del ms leve azul celeste y un ligero arrebol se demoraba en lo profundo de su corazn.

-No me preguntes la razn -dijo sonriente al advertir mi asombro-, no tengo idea de por qu se colorean las vetas y el corazn, pero siempre sucede as. Ayer hice la prueba con el pez dorado de Genevive: helo aqu.

El pez pareca esculpido en mrmol. Pero si se lo sostena a la luz, la piedra estaba hermosamente veteada de un plido azul, y desde cierto sitio interior surga una luz rosada como la que dormita en el palo. Mir el cuenco. Una vez ms pareca lleno del ms puro cristal.

-Si lo tocara ahora? pregunt.

-No lo s -replic-, pero es mejor que no hagas la prueba.

-Hay una cosa por la que siento curiosidad -dije-: de dnde proviene el rayo de sol?

-Parece un verdadero rayo de sol -dijo. No lo s, siempre aparece cuando sumerjo un ser viviente. Quiz -continu sonriente-, quiz sea la chispa vital de 1a criatura que escapa de la fuente de donde vino.

Vi que se burlaba y lo amenac con un tiento, pero l se limit a rer y cambi de tema.

-Qudate a comer. Genevive llegar en seguida.

-La vi dirigirse a misa temprano por la maana -dije- y luca tan fresca y tan dulce como ese lirio... antes que lo destruyeras.

-Crees que lo he destruido? -pregunt Boris con gravedad.

Destruido, preservado... quin puede decirlo?

Estbamos sentados en un rincn del estudio cerca de "Los Hados", su grupo sin acabar. Se apoy en el respaldo del sof dando vueltas en las manos a su sinsel y mirando con fijeza su obra.

-Entre parntesis -dijo-. He dado fin a esa vieja pieza acadmica Ariadna y supongo que tendr que presentarla en el Saln. Es todo lo que tengo listo este ao, pero despus del buen xito que tuve con la "Madona", me da vergenza mandar algo semejante.

La "Madona", un exquisito mrmol para el que haba posado Genevive, haba sido la sensacin del Saln del ao pasado. Mir la Ariadna. Era una magnfica pieza desde el punto de vista tcnico, pero estuve de acuerdo con Boris en que el mundo esperara de l algo mejor. Sin embargo, era imposible terminar a tiempo para el Saln ese esplndido y terrible grupo, a medias amortajado en el mrmol detrs de m. "Los Hados" tendran que esperar.

Estbamos orgullosos de Boris Yvain. Le exigamos y l nos exiga a nosotros por el hecho de haber nacido en Amrica, aunque su padre era francs y su madre rusa. Todos en las Beaux Arts lo llambamos Boris. Y, sin embargo, l slo a dos de nosotros se diriga de esa manera familiar: a Jack Scott y a m.

Quizs el hecho de que estuviera yo enamorado de Genevive tuviera algo que ver con el afecto que me profesaba. No que lo hubiramos nunca reconocido entre nosotros. Pero despus que todo se hubo arreglado y ella me dijo con lgrimas en los ojos que era a Boris a quien amaba, fui a su casa y lo felicit. La perfecta cordialidad de esa entrevista no nos enga a ninguno de los dos, siempre lo he credo, aunque para una al menos, fue un gran consuelo. No creo que l y Genevive hablaran nunca del asunto, pero Boris lo saba.

Genevive era adorable. La pureza de Madona de su cara podra haberse inspirado en el Sanctus de la Misa de Gounod. Pero me alegraba siempre que abandonara ese estado de nimo por el que la llambamos "Maniobras de Abril". Era a menudo tan variable como un da de abril. En la maana grave, digna y dulce; al medioda riente y caprichosa; al atardecer, lo que menos uno esperara. La prefera as a la tranquilidad de Madona que estremeca las profundidades de mi corazn. Estaba soando con Genevive cuando l volvi a hablar.

-Qu piensas de mi descubrimiento, Alec?

-Creo que es una maravilla.

-No har uso alguno de l, lo sabes, salvo satisfacer mi curiosidad en la medida de lo posible, y el secreto morir conmigo.

-Sera un golpe para la escultura no lo crees? Para nosotros los pintores la fotografa es ms prdida que ganancia.

Boris asinti con la cabeza mientras jugaba con el borde del cincel.

-Este nuevo descubrimiento maligno corrompera el mundo del arte. No, jams confiar el secreto a nadie -dijo lentamente.

Sera difcil encontrar a alguien menos informado acerca de tales fenmenos que yo; pero por supuesto, haba odo hablar de fuentes minerales tan saturadas de slice que las hojas y las ramillas que caan en ellas se convertan en piedra al cabo de un tiempo. Comprenda el proceso de manera oscura: la slice reemplaza al tejido vegetal tomo por tomo, y el resultado era un duplicado del objeto en piedra. Esto, lo confieso, nunca me haba interesado demasiado, y en cuanto a los fsiles antiguos producidos de esta manera, me disgustaban. Boris, segn pareca, sintiendo curiosidad en lugar de repugnancia, haba investigado el tema e incidentalmente haba tropezado con una solucin que atacaba al objeto sumergido con ferocidad inaudita, en un segundo cumpla la obra de aos. Esto fue todo lo que pude comprender de la extraa historia que acababa de contarme. Volvi a hablar al cabo de un largo silencio.

-Casi me da miedo cuando pienso en lo que he descubierto. Los cientficos enloqueceran si se enteraran. Por lo dems, fue tan simple; se descubri por s mismo. Cuando pienso en esa frmula y el nuevo elemento precipitado en escamas metlicas...

-Qu nuevo elemento?

-Oh, no he pensado en darle un nombre, y no creo que nunca se lo d. Ya hay suficientes metales preciosos en el mundo con los que cortar cuellos.

Aguc las orejas.

-Has producido oro, Boris?

-No, algo mejor; pero... repara un poco, Alec! -dijo rindose y ponindose en pie-. T y yo tenemos todo lo que necesitamos en este mundo. Ah, qu siniestro y codicioso es ya tu aspecto!

Tambin yo re, y le dije que me devoraba el deseo del oro y era mejor hablar de otra cosa; de modo que cuando lleg Genevive poco despus le habamos dado la espalda a la alquimia.

Genevive estaba vestida de gris plateado de la cabeza a los pies. La luz resplandeci a lo largo de las suaves ondulaciones de su cabello claro al volverle la mejilla a Boris; me vio y devolvi mi saludo. Nunca antes haba olvidado de enviarme un beso con la puntas de sus blancos dedos, y yo prestamente me quej de la omisin. Ella se sonri y me tendi la mano que cay casi antes de rozar la ma; luego dijo mirando a Boris:

-Debes invitar a Alec a que se quede a comer.

Tambin esto era algo nuevo. Siempre antes lo haba hecho ella misma.

-Ya lo hice -dijo Boris lacnico.

-Y t aceptaste, espero -dijo ella. Se volvi hacia m con una encantadora sonrisa convencional. Podra haber estado dirigida a una amistad iniciada anteayer.

Le hice una reverencia.

-J'avais bien l'honneur, madame.

Pero ella, rehusndose a adoptar el tipo de chanza acostumbrado, murmur un hospitalario lugar comn y desapareci. Boris y.yo nos miramos.

-Quiz sera mejor que me marchara no crees?

-Que me cuelguen si lo s! -respondi l con franqueza.

Mientras discutamos la conveniencia de mi partida, Genevive reapareci en la puerta sin sombrero. Estaba maravillosamente hermosa, pero su color era demasiado profundo y sus bellos ojos brillaban en exceso. Vino directamente hacia m y me tom del brazo.

-La comida est pronta. Me mostr malhumorada, Alec? Cre que tena jaqueca, pero no la tengo. Ven aqu, Boris -y desliz su otro brazo bajo el de l-. Alec sabe que despus de ti no hay nadie a quien quiera tanto, de modo que si alguna vez se siente desdeado no ha de ofenderse.

-A la bonheur! -exclam-. Quin dice que no hay tormentas en abril?

-Estis listos? -canturre Boris.

-S que lo estamos!

Y cogidos del brazo nos precipitamos corriendo al comedor con escndalo de los sirvientes. Despus de todo, no se nos poda inculpar demasiado; Genevive tena dieciocho aos, Boris veintitrs y yo no haba cumplido todava los veintiuno.

II

Cierto trabajo que haca por entonces, destinado a la decoracin del boudoir de Genevive, era causa de que estuviera constantemente en el extrao petit hotel de la rue Sainte-Ccile. Boris y yo en esos das trabajbamos duro, pero cuando nos vena en gana, lo cual suceda irregularmente, de modo que los tres, junto con Jack Scott, compartamos el ocio.

Una tranquila tarde estaba yo recorriendo solo la casa examinando curiosidades, examinando extraos rincones, encontrando confituras y cigarros en extravagantes escondrijos, y por fin me detuve en el cuarto de bao. All estaba Boris cubierto de arcilla lavndose las manos.

El cuarto era de mrmol rosado con excepcin del suelo, taraceado de rosa y de gris. En el centro haba un estanque cuadrado por debajo del nivel del suelo; se descenda a l por algunos escalones y pilares esculpidos sostenan un cielo raso en el que haba pintados frescos. En el extremo del cuarto, un delicioso Cupido de mrmol pareca acabar de posarse en su pedestal. Todo el interior era obra de Boris y ma. Boris, en sus ropas de trabajo de lona blanca, se quitaba huellas de arcilla y cera roja de modelar de sus hermosas manos, y coqueteaba por sobre el hombro con el Cupido.

-Te veo -insista-, no trates de mirar a otra parte y fingir que t no me ves a m. Bien sabes quin te hizo, pequeo hipcrita.

En estas conversaciones siempre me corresponda el papel de intrprete de los sentimientos del Cupido, y cuando me lleg el turno, respond de manera tal que Boris me cogi del brazo y me arrastr hacia el estanque declarando que me echara en l. Instantneamente me solt el brazo y empalideci.

-Dios mo! -dijo- Haba olvidado que el estanque est lleno de la solucin!

Yo tuve un ligero estremecimiento y secamente le aconsej recordar mejor donde almacenaba el precioso lquido.

-Por todos los cielos! Cmo se te ocurre guardar precisamente aqu una laguna de esa sustancia horripilante? -le pregunt.

-Quiero experimentar con algo grande -replic.

-Conmigo, por ejemplo!

-Ah, estuve muy cerca de hacerlo como para gastar bromas! Pero por cierto quiero observar la accin de esa solucin en un cuerpo viviente ms elaboradamente organizado; he all ese gran conejo blanco -dijo siguindome al estudio.

Jack Scott, con una chaqueta manchada de pintura, entr errante en la estancia, se apoder de todas las confituras orientales en las que pudo meter mano, saque la caja de cigarros y finalmente, junto con Boris, fueron a visitar la galera de Luxemburgo, donde un nuevo bronce de Rodin y un paisaje de Monet reclamaban la exclusiva atencin de la Francia artstica. Yo volv al estudio y reanud mi trabajo. Era un biombo renacentista que Boris quera que pintara para el boudoir de Genevive. Pero el niito que de mala gana posaba para l, hoy rechazaba todo soborno que le ofreca para que adoptara la actitud adecuada. No se quedaba un instante en la misma posicin, y en el trmino de cinco minutos, tuve otros tantos esbozos del pequeo miserable.

-Ests posando o ests ejecutando un baile y una cancin? -inquir.

-Lo que plazca a Monsieur -replic con una sonrisa angelical.

Por supuesto, lo desped por ese da y, por supuesto, le pagu por sesin entera, pues as es como corrompemos a nuestros modelos.

Despus que el diablillo se hubo marchado, dediqu al trabajo unas pocas pinceladas rutinarias, pero estaba de humor tan destemplado, que me llev el resto de la tarde deshacer lo hecho, de modo que por fin rasp la paleta, met los pinceles en un cuenco de aguarrs y me dirig al cuarto de filmar. En realidad creo que, con excepcin de los apartamentos de Genevive, ningn cuarto de la casa estaba tan despojado de olor de tabaco como ste. Era un extrao caos de objetos diversos y tapices gastados. Junto a la ventana haba una antigua espineta de dulces tonos en buen estado. Haba mostradores de armas, de armaduras indias y turcas sobre la repisa de la chimenea, dos o tres buenos cuadros y una coleccin de pipas. Aqu solamos venir en busca de nuevas sensaciones al fumar. Dudo que haya existido nunca un tipo de pipa que no estuviera representado en esa coleccin. Cuando habamos elegido una, bamos con ella a otro sitio y la fumbamos; porque en conjunto el lugar era el ms lbrego y el menos acogedor de toda la casa. Pero esa tarde el crepsculo era tranquilizante, las alfombras y las pieles sobre el suelo lucan pardas, suaves y somnolientas; el gran divn estaba cubierto de cojines y me tend all para fumar una desacostumbrada pipa en el cuarto de fumar. Haba elegido una con largo can flexible y al encenderla me sum en ensueos. Al cabo de un rato se apag, pero no me mov. Segu con mis ensueos y no tard en quedarme dormido.

Me despert la msica ms triste que hubiera escuchado nunca. El cuarto estaba totalmente a oscuras, no tena idea de la hora. Un rayo de luna plateaba un ngulo de la vieja espineta, y la madera pulida pareca exhalar los sonidos como flota el perfume sobre una caja de madera de sndalo. Alguien se levant en la oscuridad y se alej llorando quedamente, y yo fui lo bastante necio como para exclamar:

-Genevive!

Ella, al sonido de mi voz, se desvaneci, y yo tuve tiempo de maldecirme mientras encenda una luz y trataba de alzarla del suelo. Ella me rechaz con un murmullo de dolor. Estaba muy quieta y pidi ver a Boris. La llev hasta el divn y fui en su busca, pero no se encontraba en la casa y los sirvientes haban ido a acostarse. Perplejo y ansioso, fui de nuevo al encuentro de Genevive. Estaba donde la haba dejado y luca muy blanca.

-No encuentro a Boris ni a ninguno de los sirvientes -dije.

-Lo s -respondi dbilmente-. Boris ha ido a Ept con el seor Scott. No lo record cuando te envi en su busca.

-Pero en ese caso no puede estar de regreso antes de maana por la tarde y... te has hecho dao? Te caste por el susto que te di? Qu estpido s