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Rogelio Paredes Pasaporte a la utopía

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Historia Moderna.

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Indice

INTRODUCCION:

Apuntes para una estetica del capitalismo 13

Agradecimientos . 21

CAPITULO I Acerca de la adquisici6n de un pasaporte 23

La angustia :............... 25 La libertad 27 EI cambio 30 La ciudad 33 Las letras 34 La inesperada revolucion 36

CAPiTULO II Racionalismo clasico y modernidad imposible: Gulliver y Swift............................................................. 39

De los viajes 39 Una pluma al sevicio del poder 44 Gulliver, un hombre modesto 46 Degradacion, contrautopia y modemidad 52 Farse e historia 57 Razon y desmesura: el horror de los Antiguos 62

CAPITULO III La experiencia urbana: identidad, destino y anonimato en Defoe 69

Peste y modemidad . 69

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Historia de un rebelde Lo colectivo y 10 personal: publicidad, anonimato Disolucion de 10 humano colectivo Purificacion y restauraci6n del individuo Rebeldfa y redencion

CAPITULO IV Modernidad, fracaso y esperanza: Espana y sus criticos

ldentidad tradicional 0 modemidad elitista. Un debate El comienzo de otro extrafiamiento: el padre Feijoo Ramon de la Cruz y la ebullicion de las masas Vida popular y modelos esteticos: Cadalso, lriarte Perspectiva, preceptiva y decepcion: Jovellanos

CAPITULO V Ilustraci6n, individuo y libertad. Esperanzas divergentes en Voltaire y Diderot

Francia, en la encrucijada Gobemar con los ojos, juzgar con el alma Calles para la religion La ciudad, la mirada, el cuerpo, el suefio Algunas conclusiones sobre la herencia libertaria

CONCLUSION

EI precio de una adquisicion

Bibliograffa

74 78 84

. 91 97

.. 101

. 101 .. 105 . III . 117

.. 127

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137 141 150 158 165

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He nacido en otra ciudad que tambien se llamaba Buenos Aires

Recuerdo el ruido de los hierros de la puerta cancel Recuerdo los jazmines y el aljibe, cosas de la nostalgia ... En aquel Buenos Aires que me deja, yo seria un extraiio. Se que los unicos paraisos no vedados al hombre son los

paraisos perdidos. Alguien casi identico ami, alguien que no habra leido

esta pagina lamentara las torres de cemento y el talado obelisco.

Jorge Luis Borges

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Introduccion Apuntes para una estetica del capitalismo

Los versos de Borges sobre una Buenos Aires de la que ha sido despojado evocan una experiencia repetida en la literatura del si­glo XX, que renueva el clasico topico del carpe diem y de la futi­lidad de las cosas humanas con un ingrediente que solo puede describirse como un genuino resultado de nuestro contexto his to­rico y social concreto: una estetica del capitalismo, expresion que Marshall Berman ha preferido traducir como "la experiencia de la modernidad".

Esta alusion a la modemidad como experiencia, como "aven­tura" y provocacion entrafia, sin embargo, algunos aspectos que se hace necesario dilucidar y que, segiin parece, permanecen irn­plfcitos en el concepto, sin que se lleguen a percibir de inmediato sus reales alcances. En primer terrnino, la experiencia de la mo­dernidad es, ante todo, una experiencia estetica y cotidiana. La fragilidad de un mundo amenazado por un cambio permanente que, como en ninguna otra etapa de la vida social, se lanza hacia el futuro bajo la presion incontrolable del cambio tecnologico, productivo y cognoscitivo no resulta de una reflexion abstracta ni de un esta­do de consciencia especialmente inclinado a la observacion, Por el contrario, la intensidad y extension del cambio material y espi­ritual del entomo es una experiencia social compartida de una manera general por todos los sectores sociales, con un grado de intensidad y de igualitarismo imposibles de concebir hasta el sur­gimiento de la sociedad industrial. Para pobres y para ricos, para crfticos y conformistas, para "apocalipticos e integrados", el cam­bio -esperanzador 0 destructivo, pero siempre catastrofico- ha venido a constituir un dato perceptible, estetico al fin, de la vida de cada dia.

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Introducci6n Apuntes para una estetica del capitalismo

Los versos de Borges sobre una Buenos Aires de la que ha sido despojado evocan una experiencia repetida en la literatura del si­glo XX, que renueva el clasico t6pico del carpe diem y de la futi­Jidad de las cosas humanas con un ingrediente que solo puede describirse como un genuino resultado de nuestro contexto histo­rico y social concreto: una estetica del capitalismo, expresion que Marshall Berman ha preferido traducir como "la experiencia de la modernidad".

Esta alusion a la modernidad como experiencia, como "aven­tura" y provocaci6n entraria, sin embargo, algunos aspectos que sc hace necesario dilucidar y que, segun parece, permanecen im­plfcitos en el concepto, sin que se lleguen a percibir de inmediato sus reales alcances. En primer termino, la experiencia de la mo­dernidad es, ante todo, una experiencia estetica y cotidiana. La fragilidad de un mundo amenazado por un cambio permanente que, como en ninguna otra etapa de la vida social, se lanza hacia el futuro bajo la presi6n incontrolable del cambio tecnol6gico, productivo y cognoscitivo no resulta de una reflex ion abstracta ni de un esta­do de consciencia especialmente inclinado a la observacion. POl' el contrario, la intensidad y extensi6n del cambio material yespi­ritual del entomo es una experiencia social compartida de una manera general POl' todos los sectores sociales, con un grado de intensidad y de igualitarismo imposibles de concebir hasta el sur­gimiento de la sociedad industrial. Para pobres y para ricos, para entices y conformistas, para "apocalipticos e integrados", el cam­bio -esperanzador 0 destructivo, pero siempre catastrofico- ha venido a constituir un dato perceptible, estetico al fin, de la vida de cada dfa.

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Segun Gyorgy Lukacs, la vida cotidiana constituye, en la so­ciedades de clases, esa esfera "a traves de cuya mediaci6n pueden ser comprendidas cientfficamente las interrelaciones e interac­ciones entre el mundo economico-social y la vida humana. Los hombres -en su particularidad- se adaptan a las formas sociales que sus fuerzas productivas hacen nacer cada vez concretamente. En la medida en que tales adaptaciones se realizan, como de cos­tumbre, inmediatamente en actos particulares, esto se verifica en actos particulares de hombres particulares, en el interior de gru­pos concretos de un proceso social conjunto concretamente deter­minado". ASIpues, la vida cotidiana viene a constituir "la media­ci6n objeti vo-ontol6gica entre la simple reproducci6n espontanea de la existencia ffsica y las formas mas altas de la genericidad".

Pero esta "realizacion" del particular en el conjunto de las interrelaciones e interacciones del mundo socio-economico y el vital se convierte, gracias a la experiencia de la modernidad, en una operaci6n tan permanentemente renovada que los saberes in­dispensables para asegurar una reproducci6n exitosa se toman, con rapidez, no en mecanismos aprobados y reconocidos socialmente para esos fines, sino en vfas aceleradas de enajenaci6n del parti­cular respecto de su entomo personal y social. Particular e indivi­duo descubren, como 10 sefiala el poema de Borges, que las pro­pias vivencias adquiridas como logros de su propia adaptaci6n se transforman, en raz6n de la violencia de los cambios del entomo, en verdaderos escollos para la eficaz pertenencia a un mundo que deberfa haber sido el propio, pero ya no 10es.

ASI, pues, la experiencia del "extrafiamiento", definida por Carlo Ginzburg como una perplejidad ante una distancia a la que no puede interponerse otra cosa que el sirnbolo verbal 0 iconogra­fico que trata de acotarla y designarla, hace su irrupci6n en la herrneneutica de la modemidad. Este descubrimiento de una "dis­tancia" insalvable entre el individuo y el entomo del cual el mis­mo procede, cuya genesis de transformaci6n, sin embargo, no al­canza a percibir sino como algo externo, distinto y peligroso, se Ie presenta al mismo tiempo como una instancia esperanzadora y aleccionadora de su propia condici6n. En efecto, en tanto "aven­tura", angustiosa pero excitante, inevitable pero apetecible, esa marcha cotidiana al extrafiamiento y la enajenaci6n abre camino a la necesidad de desarrollar facultades creadoras y transforma­doras de ese mundo ajeno con el cual, pese a todo, no s610 es ne­cesario convivir, sino que inevitablemente sigue siendo el uni­co percibido como propio.

INTRODUCCI6N: ApUNTES PARA UNA ESTETICA DEL CAPITALISMO I 15

Es aSI que, desde mediadosdel siglo XVI los europeos han venido repetiendo cada vez de un modo mas extendido y general la vivencia de encontrarse, a medida que avanzaban en sus vidas, con una experiencia cotidiana constituida por un vida personal en interaccion e interrelaci6n con un mundo socio-econornico abrumadoramente cambiante, cuyas consecuencias resultaban de­cisivas en la propia "realizacion" y "reproduccion" cotidiana, y cuyo aprendizaje se tomaba mas complejo, imprevisible, penoso y, en tanto adaptaci6n a un mundo extrafio,alienante. Desde el siglo XVI, podria decirse, cada vez mas hombres han aprendido a vivir en sus propias culturas y sociedades como seres gradualmente al6genos en lucha para adaptarse a una realidad continuamente ex6tica. Sin embargo, la continua adecuaci6n a esas nuevas cir­cunstancias desarro1l6, como contrapartida, la generalizaci6n de un inedito individualismo, la extensi6n a un ruimero creciente de personas que han llegado a ser, a traves de esta alienacion, como sefiala Agnes Heller, "cada vez mas productivo, cada vez mas social, cada vez mas consciente y libre... podemos hablar de un desarrollo de la esencia humana solo si y en la medida en que el hombre desarrolla estas caracteristicas".

A partir de finales del siglo XVII y cornienzos del XVIII, este triple proceso de alienacion, realizaci6n e individualizaci6n, su­fri6 una intensificaci6n inedita, EI capitulo primero pretende de­mostrar, precisamente, que solo en esas condiciones -la intensifi­cacion de la angustia vital, la nueva percepci6n de la libertad indi­vidual, la aguda consciencia de la fragilidad social y material del orden vigente y una renovada experiencia de la ciudad- se crea­ron las condiciones para una nueva forma de producir literatura que anticipa mucho los rasgos esteticos de la experiencia moder­na que Berman describe desde el Fausto de Goethe. Esta nueva literatura verifica en grado 6ptimo este "crecimiento del indivi­duo" a traves de un crecimiento de la enajenaci6n, que se refleja en el topos literario del extrafiamiento del individuo frente a su entomo material y espiritual, verdadero emblema de los peligros y atractivos de ese pasaporte a la utopia cuya inmediata adquisi­ci6n se presenta ante los ojos deslumbrados de los nuevos autores de la Europa de la Ilustraci6n.

Por cierto, el siglo XVIII ya no es un siglo "transicional": des­de la instalaci6n efectiva de un mercado mundial, desde la culrni­naci6n del proceso de proletarizaci6n de Jos antiguos campesina­dos en buena parte de las sociedades europeas, desde el crecimiento acelerado de los mercados urbanos de trabajo, alimentos y capi­

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tal, el historiador se encuentra con la instalaci6n de un sistema socio-econ6mico y polftico global que es autor de los mecanis­mos de su propia expansion, que se retroalimenta reproduciendo las condiciones que aseguran su propio mantenimiento y expan­sion. En el capitalismo, tanto la produccion de bienes como la producci6n de sfrnbolos tiende a volverse actividades alienadas y alienantes, porque si la primera se independiza cada vez mas de los Ifmites impuestos por las regulaciones externas al campo pro­ductivo, la segunda apela a una biisqueda de topicos y a la crea­ci6n de imageries total mente ajenas a la tradicion.

Es asf entonces que se comprende de que manera los viajes a pafses increfbles, los naufragios y las pestes, la torpeza primitiva de las masas en todo asimilable a la de los barbaros clasicos 0 el debate sobre derecho y consciencia -todos ellos argumentos de las fuentes literarias estudiadas aquf- vienen a prefigurar, final­mente, otros tantos tantos rostros del extrafiamiento del hombre frente a un mundo cotidiano que ha dejado de ser esa instancia consabida de repeticion y rutina, que asume el perfil peligroso de una espada que pende sobre el destino individual y social, y se vuelve una repetida invitacion a sufrir y a crecer, a frustrarse y arnbicionar.

Yes que, segun cree el autor, este conjunto de ensayos sobre la literatura europea previa a la Revolucion Francesa parece ofre­cer, desde la perspectiva de la aparicion de un individualismo enajenado pero "cada vez mas productivo, mas social, mas libre", una seleccionada variedad de topicos acuciantes sobre nuestra propia condicion lanzada al mundo del siglo XXI, igual que el de XVIII, tanto mas atractivo cuanto mas riesgoso en tanto desve­lamiento de la inevitable enajenacion ante nuestra experiencia cotidiana. Asi, el capitulo primero, dedicado a Swift y Gulli ver se adentra en algunas reflexiones sorprendentemente cercanas a nues­tros interrogantes sobre el papel de la razon y de la ciencia y sobre sus consecuencias mas indeseables en el nuevo mundo cultural que se aproxima. En el capitulo II, se trata de demostrar c6mo la na­rrativa introspectiva y catastrofica de Defoe se interroga sobre las posibilidades de la fe y ellugar de la Providencia en el nuevo con­texto de relaciones entre el hombre, la sociedad y el cosmos, en una tension entre individuo, razon y providencia que, en nuestros tiempos, puede ilustrarse perfectamente con el fenorneno de la "privatizacion" del sentimiento religioso. En cambio, el capitulo III sobre los ilustrados espafioles avanza sobre el debate de las atribuciones del Estado y los poderes del mercado en un mundo

INTRODUCCION: ApUNTES PARA UNA ESTETICA DEL CAPITALISMO I ]7

cultural que, mas alla de sus grandes logros pasados, atraviesa una crisis de identidad y asume una consciencia de su marginalidad que 10abruma, tal como ocurre en nuestros debates presentes so­bre la cultura de los "mass media" y sobre la "banalizacion" del discurso. En cuanto a Voltaire y Diderot, sus debates y vacilacio­nes sobre la libertad y el derecho de los individuos se sienten tan cerca que parecen asumir los argumentos de algunas polernicas actuales sobre los alcances ultimos de las demandas de individuos y minorfas que, hasta poco tiempo arras, eran percibidas como pe­Iigrosas para el conjunto social y hoy se erigen como portadoras de estilos de vida verdaderamente "alternatives".

Las circunstancias en que fueron redactadas estas paginas tam­bien tienen que ver, par supuesto, con su contenido y caracter, A fines de 1992, cuando era ayudante de la Catedra de Historia Moderna de la Facultad de Filosoffa y Letras de la Uni versidad de Buenos Aires, fui favorecido con el aumento de mi dedicaci6n -y consecuentemente, de mis obligaciones- docente. A cambio de ella debi preparar un programa de trabajo que inclufa las actividades de lectura, fichaje y comentario de textos que, final mente, con­c1uye aquf con la redaccion de Pasaporte a la Utopia.

En esa ocasion, el profesor titular de mi.catedra, el Dr. Jose Emilio Buruciia, que era a su vezjefe del Departamento de Histo­ria de la Facultad, convino conmigo en iniciar una extensa con­sulta y recopilaci6n de obras narrativas del periodo 1680-1780, entre la "crisis de la consciencia europea" y las visperas de la Revolucion Francesa, con el proposito de realizar una guia de lee­tura y selecci6n de textos para su empleo en la catedra que dicta­ba. EI proyecto resulto extraordinariamente ambicioso, y con la sola consulta de los antiguos ficheros de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires estaba en condiciones de contar con un horizon­te de lecturas de cerca de trescientos titulos -que inclufa obras de Adisson, Alfieri, Beaumarchai s, Gay, Moratfn, Goldoni, Goldschmidt, Mme. De Sevigne, Pope, Isla, Johnson, Prevost, Fielding, Sterne y muchos otros. Pronto, sin embargo, hubo que retornar a lfrnites mas prudentes y realizables. Desde el afio 1994 me vi abocado a otras tareas de la catedra igualmente importan­tes. Ese afio dio comienzo la preparacion del Viaje por el Atlanti­co (1591- I 603) de Anthony Knivet, primer titulo de la Coleccion de Libras Raros Olvidados y Curiosos dirigida por Buruciia, ta­rea que estuvo a mi cargo. En 1995, ademas de comenzar a dictar las c1ases teorico-practicas, colabore en la traduccion y edicion de la Descripcion de la Inglaterra Isabelina, de Raphael Hollinshed

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y William Harrison, tercer tomo de la misma coleccion, y presen­te una parte de un trabajo colectivo sobre la influencia de la Biblia en la historia intelectual de Occidente y, mas tarde, seguf partici­pando del esfuerzo de la catedra por medio del dictado de clases especiales y la traduccion 0 seleccion de textos para la bibliograffa del curso.

Estos afios feIices de producion intelectual restaron, sin em­bargo, tiempo a la realizacion efectiva de las tareas previstas para Pasaporte a la Utopia. Estas circunstancias reforzaron la necesi­dad de seleccionar el materialliterario con el objeto de abandonar generos menos provocativos y alusivos al tipo de trabajo que se pretendia realizar, como la dramaturgia de Goldoni 0 el ensayo de Lessing, y lanzarse por el camino de obras tanto mas plurisig­nificativas en tanto emblemas de la ficcion "burguesa" del siglo XVIII, como expresion de identidad y tambien como objetos de consumo preciados y ampliamente difundidos en su epoca. Los Viajes de Gulliver, Las aventuras de Robinson Crusoe, el Teatro Critico Universal, las Cartas filosoficas y los Pensamientos Fi­losoficos no solo son monumentos de la cultura europea del siglo XVIII a los cuales todavia se venera como fetiches: en su momento, fueron tarnbien grandes "exitos editoriales", que estuvieron lejos de recibir la unanirne aprobacion del mismo publico que los leta avidarnente, los censuraba y los defendia y que tuvieron influen­cia decisiva en las ideas de los conternporaneos.

Este caracter "representative" -en tanto sintomatico- y ver­daderamente polemico de estas obras lanzadas hacia un publico que era capaz de leerlos y apreciarlos en su grandeza y rechazar­los en su contenido, parece, pone en crisis esta idea de la "conti­nuidad" de los discursos "apropiados" y "reapropiados" como meros bienes en circulacion. Estas obras denunciaban la aliena­cion creciente de una clase burguesa dispuesta a alienarse y a alienar su propio mundo, de destruir tradiciones, valores y creen­cias incluso para reconstruirlas para identificarse con elIas y de­fenderlas. i,Quienes serfan los actores, productores y consumido­res, de este discurso enajenador del mundo y de los individuos, si este fuera tan s610 la suma de estrategias explicativas sucesivas, absolutamente inutiles en una realidad que cada momenta resulta mas inaprensible en sus cambios y posibilidades? Para sostenerse en una posicion irreductible en la "autonornfa de los discursos" hace falta considerar la perfecta inmovilidad de la realidad 0, mejor aiin, una especie de empecinado autismo donde, en la misma acti-

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tud de los peripateticos, la percepcion de la vida cotidiana ha sido enteramente desplazada por los signos de los textos y las palabras.

Estas actitudes nos parecen perfectamente extrafias a los hom­bres que se han acostumbrado, a 10 largo de siglos a considerar la fragilidad de su mundo y las creencias que 10sustentan en el uni­co dato paradojicamente cierto y seguro. Resulta extrario que cuan­to mas vertiginoso e imprevisible se toma el espectaculo de la modernidad, vigorosa enajenacion creadora y destructura de ver­dades, convicciones y realidades diversas, los intelectuales pre­fieran refugiarse en la decodificacion de ciertas capacidades hu­manas consideradas innatas e inmutables y, afirmandose en elIas, dejar de correr los riesgos de formular opiniones que. desde un comienzo, deban asumirse necesariamente como provisorias y renuncien a la petulancia de la explicacion intemporal u omnin­terpretativa.

En tal sentido, y por la razones antedichas, Pasaporte a la Utopia no pretende ser, de ningiin modo, una clave sobre la gene­sis del individualismo moderno, aunque esta sea su eje de articu­lacion, POl' todas las razones antedichas -POl' su interes centrado en la "experiencia" cotidiana de la modemidad, pOl' eI extrafiamien­to que trata demostrar y describir en ella, por el caracter a la vez "emblernatico", polernico, creador y enajenante de las obras que analiza, por su conviccion de que el cambio no solo no es una mera apariencia, sino, paradojicamente, la condicion esencial de la modernidad- Pasaporte a la Utopia sigue siendo, ante todo, una guia de lectura, una Ifnea interpretativa desplazada de texto en texto, una especie de pequefio croquis sobre la aventura de la modernidad en el siglo XVIII que es, asombrosamente, una vez mas, nuestra propia aventura.

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Agradecimientos

Adernas de al Dr.Jose Emilio Burucua y al Departamento de His­toria de la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Buenos Aires, a quienes he mencionado anteriormente, quiero dejar un explfcito y calido agradecimiento a mis colegas, compafieros pasados y presentes, de la Catedra de Historia Moderna: a Omar Bagnoli, a Raul Carioli, a Mariano Rodriguez, a Rafael Ruffo, a Angeles Soletic, a Gabriela Monezuelas, a Soledad Justo y a Fabian Campagne. Sin las horas que compartimos de trabajo en com un, de discusi6n en seminarios previstos y reuniones casuales, nada de 10 realizado aquf habrfa llegado a escribirse. Quiero incluir, adernas, un agradecimiento especial a Fernanda Gil Lozano y a Adriana Pawelkovsky, cuyos comentarios fueron tal vez los mas oportunos y valiosos que se han realizado sobre algunas partes de mi trabajo en particular. Y tambien a mi querida familia, ami es­posa Lia, a mis hijos, a mi. madre y a mi hermana, que llenan de sentido cada minuto de mi vida y de mi tarea.

Ramos Mejfa Abril de 2000

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Capitulo I

Acerca de la adquisicion de un pasaporte'

"La esperanza legftima es rapida y vuela can alas de golondrina. De los reyes hace dioses y de las modestas criaturas hace reyes".

Bajo estos versos de Ricardo III, puestos por Shakespeare en boca del futuro Enrique VII, Agnes Heller intenta iluminar el momen­to en que la cultura occidental comienza a atravesar el proceso de exaltacion del individualismo que, para la historiograffa iluminista y liberal prepare el camino hacia la afirmacion de la libertad espi­ritual y el desarrollo de cada una de las facultades transformadoras del hombre: un proceso tradicionalmente instalado desde sus on­genes en los comienzos del Renacimiento, puesto a prueba en la Refonna y la Revolucion Cientffica, victorioso al fin en las revo­luciones del siglo XVIII, afianzado para siempre, en apariencia, con el desarrollo creciente del conocimiento cientifico, con el avance de la tecnica y con el mejoramiento del nivel moral y ma­terial de la sociedad universal.

Este discurso, unanime en literaturas tan diversas como los manifiestos revolucionarios del siglo pasado, las piezas oratorias de gobernantes, funcionarios y maestros partidarios del orden y del progreso pero enemigos de toda amenaza subversiva, los rna­nuales de los estudiantes a los que se preparaba a la vez para el poder y la obediencia y la prensa partidaria de ilustrar a socieda­des cada vez mas extendidas de trabajadores y consumidores del mundo industrial y urbano, ha sido asediado, casi desde sus on­genes, par incontables adversarios del campo propio y ajeno, sur-

Una versi6n preliminar de este capitulo fue presentada y lefda en las V Jor­nadas Inlerescuelas Departamentos de Historia y I Jornadas Rioplatenses Universitarias de Historia (Montevideo, Universidad de la Republica 27­29 de septiembre de 1995.

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gidos a la vez de la dinarnica impuesta desde el cambio deseado y practicado, y tambien de la resistencia al mismo.

Es el mismo vortice de la transformacion moderna el que ha abierto grietas permanentemente entre los que, proyectados al poder por sus ideales y sus intereses, procuran acertar con la sen­da que logre el elusivo equilibrio entre conservacion y progreso, y los siempre anhelantes proselitos de un cambio mas radical y liberador. i,No era, acaso, para estes ultimos, la epoca anunciada por Kant durante la crisis del I1uminismo, en la que por fin termi­narfa la ilustracion de las masas para abrir paso al poder de las ma­sas itustradas?

Esta tragic a experiencia de escision y lucha permanente entre progresistas y radicales, que se inicia con las experiencias revolu­cionarias del siglo XVIII, se prolonga y repite en cada fecha clave de cataclismo social y polftico: 1830, 1848, 1871, 1919, hasta el presente, en que el triunfo del capitalismo global y la atomizacion individualista, etnica 0 sectorial de todo proyecto colectivo de redencion y dignificacion individual tornan aparentemente ftitiles las discusiones sobre las posibilidades, naturaleza y profundidad del cambio.

Pero la crisis mas grave dentro del proyecto de la modernidad no la encarnan tanto los conflictos internos entre los que esperan la inmediatez de los beneficios de la Iibertad, la igualdad y la fra­ternidad y los que sefialan la imposibilidad concreta de plasmarlos en un mundo social e individual atravesado por conflictos que es­capan a la mera solucion humana, sino, paradojicamente, aque­1I0s que, describiendo a la modernidad como un proceso en pro­greso inevitable, encuentran en cualquiera de sus beneficios las semilias de una esclavizacion creciente del hombre por aquellos valores, conductas y bienes con que se 10 pretende promover. Porque el proyecto de la modernidad, es decir, la esperanza en alcanzar una sociedad que haya suprimido los privilegios y ase­gurado para todos, a traves de la instruccion popular y la partici­pacion polftica, el mas alto grado de equidad material y de pro­mocion social y cultural, parecfa a veces volverse sospechoso como herramienta de masificacion, despersonalizacion y manipulacion,

Desde esta perspectiva, la expansion del conocimiento, el de­sarrollo de la tecnica, la masificacion de la educacion, la cultura y el consumo, el aumento de los recursos cientfficos e ideologicos para controlar y organizar el mundo natural y el humano, no se­dan instrumentos de prornocion y exaltacion del individuo, sino de construccion de un orden oprimente que cercaria a cada hom-

CAPiTULO I: ACERCA DE LA ADQUISIcrON DE UN PASAPORTE I 25

bre en todos y cada uno de los pIanos de su consciencia individual para convertirlo en un componente de estructuras cada vez mas poderosas, extendidas y eficientes de dominio.

Esa grieta -esas grietas, en verdad- que recorren el campo de la modernidad, dividiendo a los hombres que 10 habitan entre tor­mentas y esperanzas, son tan antiguos como la modernidad mis­rna. Esta dialectica entre el ternor y la esperanza, la creacion y la destruccion, la libertad y la angustia constituye, segiin Marshall Berman, el componente esencial de toda consciencia moderna. Esta grieta es el precio que la sociedad europea debe pagar por haber comprado un pasaporte hacia la utopfa en el viaje de la esperanza legftima, a traves de un mundo cuyos horizontes materiales y es­pirituales se han venido abriendo una y otra vez a 10largo de los ultimos quinientos afios. La doble ernocion de anhelo y de decep­cion por un viaje cuyo fin no ha lIegado aun, reune y separa a los viajeros al mismo tiempo, e invita a muchos a proclamar la inuti­Iidad final del viaje. La historia de ese pasaporte a la utopia sera el tema de esta obra, porque procurara mostrar como, antes de que estallaran las fuerzas -que algunos juzgaban, desde el siglo ante­rior, tan inexorables como las del cosmos- de la Revolucion del siglo XVIII y todo retorno al pasado se hiciera imposible, los eu­ropeos fraguaban sus suefios y sus terrores respecto de ese hori­zonte todavfa lejano.

La angustia

Debe de haber un punto de inflexion en torno al siglo XVII, en que los espiritus de Europa abandonaron la melancolia por las bellas obras del pasado clasico, destruidas pol' un mundo cada vez mas perverso y decadente, 0 porIa armenia de una dudosa Edad de Oro a la que nunca retornarfa la maldad humana, y cambiaron su pesadumbre anterior por una angustia nueva ante las posibili­dades de un mundo apenas insinuado a fines del siglo XVII, pero cada vez mas inquietante a partir de esc momento, hasta que el periodo revolucionario de 1774-1848 la convirtio por fin en un panico exultante -piensese en Burke- 0 en un entusiasmo aterro­rizado -piensese en Robespierre-. La angustia parece ser el ver­dadero nudo de la modernidad. Su presencia acecha, con notoria recurrencia, en los discursos revolucionarios franceses, y despues, en la literatura rornantica y naturalista de la burguesfa decimo­nonica. Pero su presencia crece a pasos agigantados con la segun­

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da mitad del siglo XIX, se convierte en el tema de la filosofia y, especialrnente, en el tema del psicoanalisis y, por ultimo, del en­sayo polftico.

Si la filosofia de Inmanuel Kant instala el proposito de la Ilustracion en la salida, por parte del hombre individual, "de su autoculpable minoria de edad" y cree ver en los principios eticos y politicos de aquella la plasmacion de una moral racional y hu­mana, colectivamente admitida por los hombres con la mera ayu­da de su sentido cormin, no cabe duda de que Soren Kierkegaard pone a ese individuo en la contemplacion de su soledad culpable yen la necesidad de encontrar, en Dios, una realidad que 10resca­te de la insoportable consciencia de limitacion que le imponen sus nociones esteticas y eticas, de su incapacidad de encontrar otras razones para sostenerse en sus actitudes y conductas que vayan mas alla de la mera conviccion etica, Si hay nocion de pecado, hay Dios, y es imitil pretender que la consciencia individual pueda escapar a la certeza de su incapacidad para evitarlo totalmente.

Kierkegaard resulta asiel fundador de una nueva etica moder­na, una etica que enfatiza, en un proceso de crecimiento de la autocofianza en la capacidad de los hombres para asumir como adultos su propio destino, el caracter intrinsecamente limitado de esa adultez y libertad. La poderosa corriente de angustia filosofi­ca que brota de su obra -y se extiende, vigorosa, en las obras de Nietzsche, en una biisqueda de autosuperacion- reconoce, en la modemidad clasica, un aporte significativo en las tensiones origi­nadas por la predica jansenista y por la definicion de la razon como instrumento humano insuficiente y defectuoso para superar la in­nata inclinacion del hombre hacia el Mal, que se entiende aqui como una incapacidad para percibir y superar en sus compor­tamientos cotidianos su mera inclinacion a satisfacer sus apetitos mas elementales.

Este topico de un camino sin salida para los que aspiran a so­brepasar la condicion de hombre lim'itado por los rigores de su naturaleza imperfecta se remonta ya a las obras de Marlowe y Sha­kespeare, que hicieron patentes, detras de la gloria militar, el sa­ber 0 la riqueza, las acechanzas continuas del error y la corrupcion, agravadas en sus consecuencias por la soberbia humana. Pero es a partir del movimiento jansenista en la Francia del siglo XVII, que el contraste entre el exito mundano y la angustia existencial se vuelve un aspecto nitidamente percibido por la consciencia mo­dema. En Pascal, en Racine, el alma humana se lamenta por su incapacidad de conocer los verdaderos medios de su salvacion, en

CAPiTULO I: ACERCA DE LA ADQUISICI0N DE UN PASAPORTE I 27

medio a causa de un espejismo mundano que invita a olvidarse, a perderse, escapar por todos los artilugios de la verdadera cuestion: el medio de encontrar aDios.

"Mira como me has perdido -reprocha Fedra a Enona, que ha favorecido con intrigas su amor culpable hacia Hipolito-. Cuan­do yo escapaba fuiste til quien me entregaste. Tus ruegos me hicieron olvidar mi deber. Evitaba a Hip6lito y tu 10has puesto ante mi vista... No te escucho mas... Pueda dignamente pagarte el cielo y pueda tu suplicioespantar por siempre a cuantos como til, con mafias cobardes, fomentan las t1aquezas de los desdi­chados principes, los empujan por la pendiente donde resbala su coraz6n y osan facilitarles el camino del crimen, aduladores detestables: que son el mas funesto presente que la c61era de los cielos haya podido hacer a los reyes!" (Fedra, acto IV, es­cena 6).

Enona, la cortesana obsecuente, se ha perdido junto a su ama, la poderosa reina de Atenas. i,No hubiera sido mejor asumir que, sin el auxilio de los dioses, el alma del hombre esta naturalmente inclinada al pecado? i,0 reconocer francamente, como los perso­najes de Euripides, que no hay en el alma raz6n ni escnipulo sufi­cientes que rescaten al individuo de su inclinaci6n al placer y al delito? Estas preguntas tientan al hombre modemo, que va a lan­zarse a la btisqueda de un mundo con un Dios oculto, problernati­co 0 distante -cuando no inexistente-, y en el que la razon sera suficiente para establecer reglas y elegir conductas. Una respues­ta a estas cuestiones se hara visible en la portentosa obra de Swift: en rigor, los Viajes de Gulliver no son sino una pequefia excur­sion hacia ese mundo, donde el capitan-autor se apurara a antici­par a sus contemporaneos que ningun pasaporte le dara al hombre ni la cordura, ni la certeza suficientes para asegurarse un arribo feliz, si este llegara a ser posible para una criatura tan naturalmen­te desgraciada como el hombre.

La libertad

Swift confiesa que escribe para rehuir de la melancolia, aun­que es notorio que su locura final es el precio que debe pagar para xobrellevar el espectaculo desolador de un mundo futuro sin ra­Ion ni progreso posible. i,No es en todo caso la angustia un pro­

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ducto de la libertad? Es esa la invitacion que la razon hace a los hombres: la esperanza que, segiin Shakespeare, "hace dioses a los reyes y reyes a las modestas criaturas", es el resultado de esperar que el mundo futuro sea un mundo racional, en el que los hom­bres puedan conseguir su lugar de acuerdo con sus meritos y no con las pesadas cargas que un orden, una ley 0 una costumbre han impuesto a favor de unos pocos y en contra de los pueblos.

La razon liberadora sera la bandera de la Ilustracion: la Ciu­dad de los Hombres es el ultimo logro al que aspiran los filoso­fos, segiin Hazard

"Reconstruirfan la luz de la Razon... volverian a encontrar el plan de la naturaleza... para recobrar la felicidad perdida. Insti­tuirian un nuevo derecho, que ya no tendria nada que ver con el divino, una nueva moral independiente de la teologfa, una nue­va polftica que transformarfa en ciudadanos a los subditos ... darfan nuevos principios de educacion. Entonces el cielo baja­ria a la Tierra" (27)*.

Ninguno de los emblemas de la Razon ha sido tan castigado como esta aspiracion a la libertad: Kant sefialo c1aramente por que resultaba tan paradojico este esfuerzo de la Ilustracion en allanar los caminos del hombre individual hacia la libre determinacion:

"(S610 un unico senor en el mundo dice: razonad todo 10 que querais y sobre 10 que querais, pero obedeced). Por todas par­tes encontramos limitaciones de la Iibertad. Pero que Iimitaci6n impide la Ilustracion? y por el contrario (,cual la fomenta? Mi respuesta es la siguiente: el uso publico de la razon debe ser siempre Iibre ... En cambio, el uso privado de la misma debe ser a menudo estrechamente limitado, sin que ello obstaculice es­pecialrnente, el progreso de la llustracion. Entiendo por uso publico de la propia razon aquel que alguien hace de ella en cuanto docto ante el gran publico del mundo de los lectores. Llamo uso privado de la misma ala utilizacion que le es permi­tido hacer en un determinado puesto civil 0 funci6n publica... en algunos asuntos que transcurren a favor del interes publico se necesita un cierto mecanisrno, lease unanimidad artificial, en virtud del cual algunos miembros del Estado tienen que com­

* Los numeros entre parentesis eorresponden al ruimero de pagina de los que fueron extraidas las citas en 1a edicion eorrespondiente a la que figura in­die ada en bibJiografia.

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portarse pasivamente para que el gobierno los gufe hacia fines publicos 0, al menos, impida la destruccion de esos fines. En tal caso, no esta permitido razonar, sino que se tiene que obe­decer" (12).

Ese conflicto entre Razon y Poder ha quebrado, a 10 largo de la historia, la esperanza de convertir el discurso racionalista en un discurso plenamente Iiberador. Los crfticos y enemigos de ese discurso han enfatizado que sus propositos redentores han sido subvertidos, una y otra vez, en elementos de una dominacion cada vez mas eficiente por parte del poder. Esa corriente de pensamiento se inicia con Tocqueville, que encuentra en la Revolucion Fran­cesa el camino por el cual el Estado centralista allana por fin las prerrogativas que protegfan a los estamentos, los derechos parti­culares y las jurisdicciones privilegiadas del viejo feudalisrno, contra los que habia fracasado la monarqufa borbonica; se conti­nua en Weber, para quien el crecimiento de la ciencia y la razon constituye un proceso de construccion gradual de la racionalidad que el autor denomina instrumental-deliberada y que facilita el desarrollo de una burocracia, una manipulacion y un conocimien­to cada vez mas perfectos en desmedro de la Iibertad individual; y remata en Foucault, para quien la historia se reduce casi exclusi­vamente a la construccion de un poder cada vez mas ilimitado, que crece a medida que su discurso se reproduce abarcando mas y mas pianos de la realidad, a los que va incorporando a su proyecto de dominio, discrimacion, control y represion,

Pero estos autores han acusado al discurso racionalista de cons­truir un aparato de dominacion desde fuera de la consciencia, aun­que Foucault ha procurado trazar un paralelo entre aquel y la sub­ordinacion interior del sujeto al mismo. En rigor, ha sido Freud quien mas inteligentemente ha planteado la articulaci6n entre an­gustia y libertad. Para el creador del psicoanalisis, la irnposicion creciente de valores y conductas socialmente aceptados como ra­cionales y eticos ha exasperado en el individuo y en la sociedad toda la represion de tendencias primarias que las sociedades pri­mitivas han encauzado de un modo menos peligroso yexplosivo. Elmalestar en la cultura proviene al fin del abismo entre los al­tos logros y exigencias del racionalismo europeo y de la cada vez mas acuciante exigencia de satisfacer pulsiones a las que la socie­dad occidental no ha dado un lugar en el comportamiento social­mente aceptado, reprimiendolas prolijamente.

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Los mismos fuertes matices ya aparecen dentro del propio grupo de los filosofos del siglo XVIII: para estos crfticos del An­tiguo Regimen, ya era claro que era necesario optar por un mode­10 de libertad. La libertad, pues, podia considerarse como el pro­ducto del reconocimiento publico y, en consecuencia, una socie­dad de individuos libres serfa aquella que piiblicamente aceptara o tolerara la diversidad y la disidencia manifiesta. Pero una postu­ra mas radical podia considerar a la libertad como la capacidad intima y personal de resistir las imposiciones sociales de todo tipo y mantenerse victorioso frente a ella, pero en un estado de palpi­tante tension, que permitiera superar la culpa de verse subyugado y al mismo tiempo facultara para la realizacion de las esperanzas y apetitos personales mas reconditos.

Voltaire y Diderot han encamado estas tendencias confronta­das: las opiniones liberales de las Cartas Filosoficas mostraban un paisaje armonico de hombres e ideas que se empefian y convi­yen en la mutua tolerancia, hasta el que valfa la pena arriesgarse a surcar los desconocidos trayectos de la modemidad, pero para el autor de los Pensamientos filosoficos -y sobre todo para la des­graciada protagonista de La Religiosa- ese viaje sera imitil si la libertad que se aprecia en ese paisaje oculta un tumultuoso transfondo de consciencias violentadas.

EI cambia

La angustia frente al cambio,la libertad para el cambio... Los europeos del periodo que se abre aproximadamente con la Revo­lucian Gloriosa y se cierra con la Revolucion Americana han so­pesado, dentro de sus posibilidades, las fuerzas que los compe­Han a lanzarse hacia desconocidos horizontes en pos de la moder­nidad, apreciando cual seria el costo del pasaporte a la utopia modema. No todos apreciaron que 10 que se dejaba era tan malo; otros en cambio consideraron que, incluso por encima de las posi­bilidades de su mundo material y social, la mera adhesion a la Ra­zan remediarfa todos los males y cambiaria el curso de la historia.

La polemica entre Antiguos y Modemos es un episodio con­cluido ya en los origenes de la modemidad clasica, des de que Perrault reivindicara, como cristiano, la superioridad del Evange­lio sobre el saber de los antiguos, y Swift asistira, a su vez, a la indecisa "Batalla de los Libras" desde el campo de los Antiguos para ver como se deshacfan los discursos en enojosas argumenta-

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ciones. La ciencia modema se autodefine como perfectible, nin­gun saber se considera concluido y, en principio, su progreso es indefinido, y su avance en las condiciones actuales -ya sea este progresivo 0 catastrofico, gradual 0 disruptivo- no concluye nun­ca. Sin embargo, es notorio que los perfodos de crisis de la mo­demidad hayan coincidido con proyectos de reinstalaci6n del para­digma cfclico en la concepcion historica, por ejemplo en Spengler, o con impugnaciones antirracionalistas 0 imposiciones dog mati­cas al saber cientifico, como en la Alemania nazi y en la Rusia stalinista, como si en cada uno de estos momentos se restablecie­ran las condiciones en las cuales tuvo que desenvolverse la cien­cia actual en sus ongenes, en que la asociacion entre el poderpo­lftico y la ideologfa imperante se garantizaban recfprocamente su statu quo.

Hay, pues, visibles ligaduras que estrechan el pensamiento enrico, la libertad de consciencia y la creatividad cientifica: la labor de los "sabios" consiste, desde el siglo XVIII, en disefiar los me­dios para hacer posible el cambio, un cambio que, como producto de esa accion reflexiva es, al mismo tiempo, redentor de un hom­bre nuevo y restaurador de su dignidad oscurecida por el error y el pecado. Es Bacon quien introduce, en la nocion de progreso, esta doble funcion del cambio social y material de la Humanidad ago­biada por la caida de los primeros padres; es Rousseau, en cam­bio, quien resignandose a la idea de que la civilizaci6n material vuelve depravada una naturaleza humana originalmente pura, en­cuentra en la actividad politica de los ciudadanos el permanente reclamo por la restitucion de un pacta original que debe custodiar los derechos naturales de los hombres, pennitirles en parte recu­perar la condici6n de que gozaban antes de que la sociedad los obligara a abandonarse a sus imperativos.

Pero-10 cierto es que el cambio tambien es la causa principal de la angustia: la modemidad, segun Berman, es una condicion que amenaza permanentemente todo 10 que creemos, todo 10 que sabemos, todo 10 que somos. La angustia ante la incertidumbre del cambio refuerza la continua angustia perpetua frente a la inutili­dad de los medios humanos para superar su finitud. Es asi, enton­ces, que a medida que el cambio es eficaz y sus consecuencias se advierten en la sociedad, la esperanza depositada en su caracter redentor y restaurador se diluyen en la misma medida que aumen­ta el temor al pensar que ese cambio es incontrolable y sus conse­cucncias imprevisibles. Es facil contrastar, no s6lo las posiciones ideologicas y sociales, sino los datos de la realidad que conside­

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ran los entusiastas partidarios del maquinismo y los abrumadores escritos de Dickens y del joven Engels sobre el paisaje urbano y social de los nuevos centros industriales, medio siglo despues. En la segunda mitad del siglo XIX, los propios beneficiarios de esa voraz creaci6n destructiva que se desencadena con el capitalismo, inciaran desde sus bancas 0 sus despachos en el poder, polfticas urbanisticas, laborales y sociales que atemperen el rigor en el que viven el grueso de los habitantes de la grandes ciudades de Euro­pa. Pero tam bien se dejaran sentir sus efectos en las grandes ideas entre las que habitan sus intelectuales mas hicidos.

Cuanto mas distantes sus efectos, tanto mas esperados: esa es la actitud comun de los hombres modemos ante la inminencia de la modernidad, la vacilaci6n ante sus ventajas y sus peligros in­evitables. Mientras ya se advierten frente a las consecuencias no deseadas del progreso disimulados quebrantos en las voces fran­cesas e inglesas que desde el siglo XVIII piden que se abran defi­nitivamente sus compuertas pero se contengan sus arrebatos, los autores espafioles parecen no ver sino las ventajas: la Razon, pe­netrando en las consciencias, las hara tolerantes, activas y labo­riosas, multiplicara el saber y la riqueza, restaurara la grandeza politica del Estado y hara posible otra vez la esperanza en el hom­bre, descuajada por tantos afios de ultramontanismo, resignaci6n y abandono. En suma, ensefiar a los hombres a reflexionar con las Luces, es devolverles la vida a los ojos de la consciencia:

"A pesar del cuidado que pondre para no herir a nadie particu­larmente, y censurar los vicios, respetando las personas, puede darse que alguno se imagine ofendido en mis discursos. Nin­guna cosa me podra ser mas sensible. Pero si me sucediese esta desgracia, y por este u otro motivo tuviese la fortuna de ser irnpugnado, desde ahora declaro, que estoy firmemente resuel­to a no responder de otra manera que corrigiendo 10 que me parezca notado 0 impugnado con raz6n; de suerte que cualquiera que se imagine vulnerado, puede desahogarse diciendo cuanto se Ie ofrezca, verdad 0 mentira, y usar de las expresiones que sean de su agrado, atentas 0 insolentes, y aunque sean de las comprendidas en la ley, con toda seguridad y sin el menor re­celo de ser refutado, ni aiin respondido; pues para ella le doy desde luego todo mi consentirniento, cuanto es menester, y de derecho se requiere" (65-66).

Este edificante discurso en boca de EI Censor sobre el espfri­tu fraternal que contagia la raz6n a los hombres de un pals hasta

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entonces dominado por la censura y la tolerancia, contrasta tragi­camente con el que, en boca de Gulliver, muestra que la verdade­ra Razon, tal como la entiende el melanc6lico capitan, apenas puede servir a los ingleses decentes para repudiar las instituciones y cos­tumbres del gobiemo que toda Europa considera entonces el ejem­plo de la libertad y la convivencia. Para Swift, la experiencia re­volucionaria de Inglaterra ha puesto en evidencia que ningun po­der puede prescindir, para mantenerse, de la mentira, el fanatismo y la corrupci6n. Y sin embargo, esa pasi6n democratizadora de los criticos espafioles, que exige abrir a las consciencias la igual­dad de su propia razon, no dejara de atraer los peligros por los avances de un creciente escepticismo, de una vigorosa vulgariza­cion, de un plebeyismo intelectual entre las masas de los petimetres y los hombres de moda que llevara a recordar, con cierta nostalgia inconfensada, las grandezas limitadas de la autoridad.

La ciudad

EI escenario del cambio es la ciudad: en ella pueden apreciarse cotidianamente la fragilidad en la oferta y el olvido de los bienes y de los valores, el goce de la libertad del anonimato, el sufrimiento producido por la angustia del individualisrno radical ante la ofus­cacion social 0 de la soledad del hombre frente a su consciencia ctica.

La ciudad conjuga como escenario los elementos mas distinti­vos del mundo modemo: la Ciudad de los Hombres que los pen­sadores ilustrados quieren construir, es en parte una herencia del pasado clasico, del antiguo municipium que permite entre sus murallas una nueva libertad al individuo, al mismo tiempo que Ie confiere una condicion en la organizaci6n colectiva. Pero, como indica Hannah Arendt, en el mundo antiguo esa libertad y esos dcrechos no eran ni naturales ni congenitos, sino producto del acuerdo entre los hombres, originarios del nomos y no de lajisis. Para la Iiustraci6n, en cambio, las comunidades urbanas y los Estados no otorgan libertades ni reconocen derechos: deben limi­larse a respetar los que se originan en la misma naturaleza humana.

La arquitectura urbana es el escenario donde se realiza el hom­brc modemo, donde vive y sufre su libertad en busca del cambio rcdentor. Ella conjuga, pues, los polos de una dialectica podero­sa: la construcci6n es an6nima y fria, como un mundo dado y ar­hitrario, pero en ella transcurren los espacios cotidianos, indivi­

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duales, vivenciales, de cada hombre. Asi, 10 anonirno del mundo urbano se encuentra con la esfera personal del yo a la vez Iibre y angustiado; 10 colectivo de la calle, la plaza y el palacio fluyen hacia el ambito dentro del cual cada individuo ve, juzga y valora.

La ciudad como vortice, la ciudad como fracaso, la ciudad como escenario, la ciudad como protagonista: de todas estas for­mas se hace presente en la literatura del siglo XIX. Los gran des novelistas realistas y naturalistas recrean esos escenarios para sus personajes arrastrados por la poderosa fuerza colectiva que, como una ley ffsica, los transforma hasta no dejarles opcion ante la ac­cion. Es asf para Victor Hugo, para Balzac, para Baudelaire, para Dickens, para Dostoievsky, para Toistoi, para Zola. (,Era asf tam­bien en el siglo XVIII? No es diffcil advertir que sf.

Las grandes ciudades europeas del 1700 todavia no son los centros industriales que floreceran un siglo mas tarde, pero sf son espacios 10 suficientemente grandes y complejos como para con­vertirse en escenarios renovados de confluencia, reconocimiento e identidad. Ya en los titulos mismos de las obras aparece esta vocacion urbana: el teatro del mundo parece un horizonte de ca­lles y de casas al que se asoma el observador desde su ventana, convertida en palco. El afiode la peste de 1665 descripto por Defoe, (,tiene en realidad otra protagonista que la Londres de la Restau­racion? Toda una parabola erigida por Voltaire sobre la condicion del mundo se reduce por fin a describir una ciudad: la misma Londres de medio siglo despues, emblema de una libertad y una tolerancia basadas en el egofsmo de los hombres

Este siglo de grandes soberanos, es un siglo de grandes ciuda­des: San Petersburgo erigida en los pantanos del Neva por Pedro el Grande; Versalles, cultivada como un jardin particular por el Rey Sol; Londres reconstruida desde sus cenizas por los ultimos Estuardo; Madrid, ampliada y reedificada por Carlos III en medio de los tumultos populares contra sus ministros italianos e ilustra­dos. (,Podia ser indiferente todo ese despliegue urbano del Estado moderno para los espiritus agudos de intelectuales y cronistas que querfan, a su vez, reedificar el mundo como los soberanos reedi­ficaban sus capitales?

Las letras

La novela es, sin duda, el gran aporte del siglo XIX a la histo­ria de la literatura: los burgueses de las grandes capitales encon-

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traron en ella el paradigma narrativo de sus aspiraciones al orden y la regularidad, en que personajes verosimiles vivian. en socie­clades verosimiles, aventuras aceptables para el contexto de su epoca y su cultura. Cualquier desapego excesivo a esta aspiracion de normalidad solia ser castigado mucho mas que un apego exce­sivamente estricto a un mundo demasiado cercano y conocido, pero no por eso menos fascinante para los lectores. Una ciencia ficcion instalada y dominada en el siglo XIX por Verne -y la relativa marginalidad posterior del genio de Wells- da cuenta en parte de esta afirmacion, Los personajes de muchas de las obras de Verne viven las aventuras mas escandalosas que podian proporcionar los atisbos tecnologicos del autor, sin sufrir graves consecuencias en sus cosmovisiones del destino del hombre y de sus obras. En tal sentido, sin embargo, los Viajes de Gulliver vendran a soldar dos corrientes literarias diversas: una, que arranca en el mundo clasi­co con Luciano de Samosata, llega a la modernidad en Cyrano de Bergerac y se emplea como un instrumento de ataque a la credu­lidad y al abuso literario -y politico- que ella hace posible; la otra, que anticipa en los futuros avances tecnologicos de una moderni­dad desbocada, las desdichas del mundo futuro: maquinas vola­dares, bombardeos aereos, deshumanizacion, policias polfticas, alienacion tecnologica y despojo de 'los valores,

Pero aun asi, Balzac, Stendhal, Dumas, Hugo, Flaubert, Maupassant, Zola, Dickens, Gogol, Turgenev, Tolstoi, Dostoievsky, rinden culto a esas inclinaciones de su publico. Ni siquiera las aventuras de Stevenson en mares plagados de piratas -0 en los mas ocultos mares de la ciencia y la consciencia del Doctor Jekyll- se alejan del todo de la norrnalidad, mas bien pa­rccen reforzar el poder de 10 verosimil sobre 10 romantico y 10 lantastico. No habia sido ese el papel del roman, de la novela ori­:~il1al, destinada mas bien a proveer a sus adictos de un entreteni­miento mas general y provocativo, a conmover las rafces de esa rotidianidad abrumadora de las sociedades europeas bajo el pri­Iller absolutisrno. Las novelas de caballeria, las bizantinas, las picarescas, eran valvulas de escape de la angustia material y espi­ritual sofocada por la ruda cotidianidad de represion y esfuerzo que se prolongaba desde laEdad Media. Hasta los pfcaros como \'1 Lazarillo de Tormes, el Guzman de Alfarache 0 el Buscon lla­uuulo Pablos, que comparten el hambre de las masas agrarias es­p.uiolas, hasta el Simplicius Simplicissimus que conoce el pavor tic los campesinos alemanes ante los soldados, parecen, antes que proiotipos de sus clases, antes que lfderes ficticios de una rebe­

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lion imposible de los oprimidos, proveedores de risa, de entre­tenenimiento y de evasion. La literatura fantastica de Rabelais, los relatos imposibles del Quijote, las hazafias criminales, heroic as 0

magic as de Macbeth, Enrique V y Prospero, no encarnan a nin­gun actor social en particular; reflejan, en cambio, un distorsionado mundo, risible por su inversion carnavalesca u horrendo par sus implicancias sobrehumanas, pero distante de la pintura del orden aceptado todos los dias por sus lectores y publico.

i,Donde se encontraba la literatura del siglo XVIII en este tran­sito entre la literatura reparadora y la literatura exploradora de la sociedad? Ciertamente, anticipa mas a Balzac de 10que evoca a Rabelais, muestra mas cercana la radiograffa del hombre de las cal1es que el diagnostico de un genio loco como Don Quijote. Gul1iver es un hijo de una clase media honesta e mediananmente ilustrada al que Ie toea escribir un libro de viajes maravillosos, pero la maravil1a esta en los viajes, no en el sana -y a veces bastante ramplon- criterio del autor. Robinson Crusoe, as! como el cronis­ta de la peste de Londres, son hijos de comerciantes piadosos y ahorrativos: ellos pueden narrar muy bien sucesos mernorables, de modo objetivo, sin afectar demasiado sus sencillas descripcio­nes. Tipos como El sobrino de Rameau 0 La Religiosa provienen de estratos profesionales bien considerados socialmente, pero fa­ciles de hal1aren cualquier ciudad francesa de cierta importancia. Y los relatos de Voltaire, esas verdaderas fabulas que trataban de recobrar el espiritu edificante de las de la Antigliedad -como ya 10 habia intentado el propio La Fontaine- estan totalmente distan­tes de todo proposito de entretenimiento 0 distraccion, mas alla de que las alegorias de Babuco, Candida 0 El lngenuo proporcio­nasen a los espiritus sensibles la dosis suficiente de satira como para ver reflejados los vicios bien proximos de sus sociedades y reirse de el1os.

Ya en el siglo XVIII -y tambien en el XIX- cada obra es una tesis sobre el destino del hombre y la sociedad: es vano creer que mas alia de los paradigmas de aquellos que asisten deslumbrados a un cambio social y cultural inedito pueda haber, como proposito real, el deseo de proparcionar entretenimientos en pafses ut6pi­cos. Era mas util, para el1os, realizar la utopia en el mundo con­creto desde el modesto aporte de sus obras.

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La inesperada revoluci6n

i,Que pasaria, en efecto, si un dia los populachos de esas ciu­dades renovadas se levantasen en armas, persuadidos de que el suefio de los escritores de novelas y ensayos es posible, de que vale la pena embarcarse todos juntos hacia los puertos de la uto­pia cuyas rutas parecen trazar tantas y tantas paginas de enci­clopedistas y filosofos? Ese vertigo estuvo mas alla de los planes de estos hombres que laboriosamente trazan sus planes y sopesan temores y anhelos, evaluando hasta donde conviene que se des­aten las fuerzas del cambio y la libertad, el combustible que l1eva al mundo perfecto.

i,Realmente creian los soberanos y los filosofos que inundan­do con novedades cientificas los perfodicos, los fol1etos y los li­bros, multiplicando las bibliotecas y socavando con discusiones y criticas el saber tradicional y el moderno, no arruinanan por fin el orden social e ideologico que regia su mundo? Un siglo despues, Dostoievsky, ese escritor ruso que habia probado los dulces vinos de la conspiracion revolucionaria, se complacera en ridiculizar esos delirios subversivos mostrando, en el capitulo central de Los De­manias, que la ofuscaci6n provocada por tanto programa, por tanta critica y par tanta esperanza liberadora, conducirian por fin a plan­tear como utopia una esclavitud incondicional, iinico medio de acal1ar demandas y antagonismos irreconciliables entre sf, pero todos "racionales" en terminos de su propia fundamentacion.

Los tremendos episodios iniciados en 1789, prolongados en la guerra napoleonica, horrorizaron a Europa. A Catalina de Ru­sia, a Federico II, a Jose II, que acogieron en sus cortes a los propa­gandistas de la Enciclopedia y pagaron sus ediciones, los suce­dieron los soberanos que .establecieron, apenas cuatro decadas despues, la Santa Alianza; Carlos III dej6 el trono a su hijo Carlos IV, que debio virar su politic a ante los arrestos revolucionarios para que su hijo Fernando VII, por fin, se dedicase a exterrninar todo destello de iluminismo. Y todo esto sin contar los desastres y decepciones del iluminismo italiano. i,En que medida la labor de los hombres de la Ilustracion, antes de la Revoluci6n Francesa, prepare a la sociedad europe a para un transite tan traumatico?

Ciertamente, podrfan decirnos, las arnarras se cortaron a des­tiernpo. Nadie podia prever en 1780 -salvo algunos sombrios auguries de Rousseau- que la ruptura con el mundo tradicional (uese tan violenta, que la conduccion del viaje a la utopia escapa­

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se asi a la conducci6n natural de sus pilotos, los reyes y los minis­tros, los literatos y los cientificos. El viaje a la utopia se torn6 rapidamente borrascoso, y el vertiginoso trayecto impidi6 que los nostalgicos se convencieran de las ventajas del cambio. Las grie­tas se ahondaron ante la consciencia de la inestabilidad del cam­bio porque los grandes logros que podian esperarse del bienestar material y espiritual creciente, de porciones cada vez mas vastas de la sociedad, era un objetivo que podia ser reclamado, una y otra vez, por los que consideraban que era imposible cumplirlo sin revisar totalmente el orden social.

La fragilidad del mundo es la pesadilla que acecha nuestra vida cotidiana y no es un logro pequefio que haya podido sostenerse un sistema de valores y conductas sometidas a la tensi6n permanente de la amenaza destructiva, arrasado peri6dicamente por guerras y revoluciones materiales 0 espirituales, socavado por criticas per­manentes sobre el papel que la riqueza, el saber y el poder deben desempefiar, La esperanza de las corrientes posmodernas coniste en que la sociedad presente pueda beneficiarse del bienestar ma­terial renunciando a arrostrar toda amenaza de cambio, todo peli­gro de cuestionamiento, toda esperanza ut6pica.

En los origenes del mundo moderno, en la esperanza de la trans­formaci6n futura, estaba el riesgo a enfrentar un cataclismo refun­dador. Es necesario preguntarse sobre la posibilidad de seguir afrontando permanentemente esa apuesta. Una apuesta en la que, como en la de Pascal, cada hombre pone 10 mejor de sus pecados y sus virtudes en riesgo para alcanzar el paraiso de la utopia.

Capitulo II

Racionalismo clasico y Modernidad imposible: Gulliver y Swift'

De los viajes

La modernidad comienza con los viajes ultramarinos y se pro­longa y profundiza con ellos, a medida que avanzan los siglos. La ampliaci6n del horizonte geografico es tambien la ampliaci6n del espacio ideol6gico y cultural. lPuede ser caprichoso -0 peli­groso- entonces, que en 1969 uno de los.t6picos en boga fuera la comparaci6n entre la hazafia de Col6n y la de la Apollo XI? lNo es sintomatico, en cambio, que la crisis de la esperanza modema en este siglo haya comenzado en la decada de los '70, cuando cesaron, en la carrera espacial, los proyectos de exploraci6n de planetas y satelites? Los que vivieron esa singular etapa del mundo reciente y venian sorprendiendose una y otra vez de los cambios vertiginosos que parecian acercar a la Humanidad a la supera­cion de toda controversia lno se preguntaron acaso cual seria el limite de la acci6n humana una vez que la huella de un hombre hiriera la superficie polvorienta de la Luna?

La tradici6n narrativa de los viajes como instrumento para rnovilizar a la reflexi6n, la perplejidad y la critica deberia rernon­turse hasta La Odisea, 0 tal vez de modo mas preciso, a las His­torias de Her6doto. Desde este remotos inicios, la literatura de viajes opera al menos en dos sentidos en los espiritus dispuestos

Algunos de los temas de este capitulo formaron parte de una ponencia pre­sentada a las VII! Jornadas de Historia Europea, organizadas por el Depar­tamento de Ciencias Humanas de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Rio IV y Ia Asociaci6n de Profesores Universitarios de Historia Europea (Rio IV, 10-12 de septiembre de 1997).

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a nutrirse en ella para la polemica religiosa, axiologica 0 polftica: por un lado, suministra elementos de juicio para mostrar como se organizan las sociedades de Estados y culturas distantes; por otro se convierte en un espejo ejemplarizador, en una utopia palpitan­te que espera eI primer espfritu abierto que decida atreverse hasta allf, hasta ese lugar que puede convertirse en modelo viviente de los que quieren escapar de los absolutos.

Sin embargo, es Luciano de Samosata, con su Relato Yeridi­co, quien va a echar las bases de una literatura destinada a perdu­rar como ingrediente esencial de la utopfa y de la contrautopia modema. Antes de lanzarse por su parodico relato, Luciano de­talla los rasgos de una tradici6n que llegara hasta el Renacimien­to, poniendo en el banquiIlo de los acusados, por falaz, el saber pseudoilustrado de su epoca:

"(Son estos) relatos que ofrecen una pura evasion, frutos del ingenio y del humor. .. no s6lo les atraera (a los !ectores) 10no­vedoso del argumento, ni 10gracioso de su plan, ni el hecho de que se cuentan mentiras de todos los colores, sino ademas de que cada historia apunta a alguno de los antiguos poetas, histo­riadores y fil6sofos que escribieron relatos prodigiosos y legen­darios. ...me oriente hacia la ficci6n, pero mucho mas honradamente que mis antecesores, pues al menos dire una verdad al confesar que miento... Escribire sobre cosas que jamas vi, trate 0 aprendf de otros, que no existen en absoluto, ni por principio pueden existir. Mis lee­tores no deberan prestarle fe alguna" (177-178).

Ataque a la tradicion, invitacion al escepticismo, espiritu de crftica: la literatura de viajes -supuestamente realista 0 declara­damente fantastica- sigue latente en los excepcionales viajeros medievales a Oriente: Marco Polo y John de Mandeville escri­ben para entretener, para instruir y, en ciertas ocasiones, para turbar. La expansi6n ultramarina de los siglos XV YXVI revitaliza estilos y prop6sitos, pero la expectativa ut6pica agrega nuevos elementos, ya visibles en la temprana Utopia (1516) de Tomas Moro. Herederos de la tradici6n lucianesca -que implica a la vez la devocion y la crftica a la herencia literaria del mundo clasico­Francois Rabelais -la peregrinaci6n al "Oraculo de la Botella" incluida en el libro final de Pantagruel cuya autorfa se atribuye a sus continuadores (1562)- y Cyrano de Bergerac -Historia co­mica de los lmperios y Estados del Sol y de la Luna (1657)- in-

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corporan elementos novedosos. En ambos casos, los territorios visitados por los viajeros asumen la forma de escenarios de re­dencion de los perpetuos males humanos que, en el caso de Cyrano, incorporan, adernas de una virulenta crftica contra la concepci6n geocentrica y organicista del Universo aristotelico­ptolemaico, una ironica proclama racional-materialista en favor de la pluralidad de los mundos habitados y de la insuperable li­mitaci6n de los saberes humanos.

Pero la inquietud de espfritu que se origina en los viajes, en la Europa modema, parece anteceder y continuar el movimiento espiritual que reclama cam bios profundos en su realidad mate­rial y cultural, como sostiene Hazard al tratar de disefiar las cau­sas que lIevaron a la crisis de la consciencia europea despues de 1680. Es el nuevo impulso de las exploraciones ultramarinas en el Pacffico y el Oriente, a cargo ahora de holandeses, ingleses y franceses, 10 que lanza una nueva etapa en la producci6n y la lectura de este tipo de obras. A partir de alli, como 10habfan hecho doscientos afios antes, parece que los europeos curiosos y reflexi­vos pensaron solo en embarcarse hacia otras naciones y hacia otros continentes, y si no pudieron 0 no se atrevieron a hacerIo, volvieron a devorar las cartas, relatos y cronicas de viajeros de toda especie: comerciantes, piratas, misioneros, ernbajadores, naturalistas, pilotos, 0 simplemente curiosos enganchados a ve­ces como tripulantes y a veces como pasajeros, en los viajes de ultramar.

La literatura de viajes opera al menos en dos sentidos en los espfritus dispuestos a nutrirse de ellos para la polemica religio­sa, moral 0 politica: por un lado, suministra elementos de juicio para mostrar c6mo se organizan las sociedades de Estados y cul­turas distantes, y por 10 tanto da fundamento a las criticas que se dirigen a los propios; por otro, se convierte en un espejo ejem­plarizador, una palpitante utopia que espera al primer espiritu abierto que decida atraverse hasta alli, hasta ese lugar que puede muy bien convertirse en modelo viviente de los que suefian con cscapar de la tutela de las iglesias y de los absolutismos. Ambos procesos son inversos, porque mientras que el primero aporta datos para desencantar un mundo todavfa verosfmilmente pobla­do de sirenas y dragones, el otro parece sugerir que cualquier cncanto debera estar lejos del lector, en civilizaciones a la vez Ian distantes y complejas como la de China, donde gobiernan los [ilosofos. 0 la de Siam, donde a sus tolerantes soberanos, a dife­rcncia de los de Francia.jamas se les hubiera ocurrido importunar

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a los pueblos de ultramar. pensando en seducirlos para atraerlos a su religion.

Una historia de la modemidad en Francia podria ser redacta­da sobre la base de un conjunto de obras, autores y modelos cul­turales instalados fuera del pais y tornados como ejemplo. Asi, a Montaigne, Ie correspondena haber aport ado los canfbales del Brasil y su inocente ferocidad, tan superior a la de catolicos y hugonotes europeos; a Voltaire, los mandarines chinos y su igno­rancia del cristianismo, los bolsistas ingleses y su tolerancia reli­giosa, 0 los hurones del Canada y su culto del valor y la fuerza; a Condorcet, los colonos americanos, su amor a la libertad y la defensa de sus derechos; a Tocqueville, los pioneros estadouni­denses y su respeto unanime por la igualdad y el trabajo como bases de su sociedad. Pero tambien los ingleses, menos ostensi­blemente inclinados que los franceses a sacar conclusiones poll­ticas 0 morales de viajes ultramarinos, buscaron modelos mas alla de su patria.

Es el caso del pufiado de viajeros ingleses que recorrieron las Provincias Unidas entre la Restauraci6n y la Revoluci6n Glorio­sa para admirarse a la vez con su organizacion politica y con su capacidad productiva, e introdujeron esos hallazgos en su pro­pia pafs, adaptandolos a sus recursos y tradiciones. Entre estos ingleses, que por su alto rango social y sus destacados servicios diplomaticos eran requeridos para continuar sus viajes de juven­tud ahora al servicio de su corona, brillara sir William Temple (1628-1699). En los tratados de Aquisgran y de Nimega, sir William supo negociar las paces que limitaron las ambiciones de Luis XIV de convertirse en duefio unico de la margen sur del Canal de la Mancha y atrajeron a Holanda a una alianza con su pais. Ademas, el uno de los principales promotores de las negocia­ciones de Lord Danby para lograr el enlace entre Marfa Estuardo y Guillermo de Orange, preparando de este modo el transite po­litico de Inglaterra a una nueva dinastia y a un nuevo sistema politico Intimamente vinculados entre sf. Precisamente, fueron las cambiantes circunstancias en el juego de alianzas y rivalidades entre Inglaterra, Francia y Holanda las que decidieron a Sir William, en 1681, a abandonar su cargo y retirarse a sus pose­siones en Moor Park (Sussex).

La experiencia de Temple en las Provincias Unidas, refleja­da luego en sus Memorias (1672-1679), pero especialmente en sus Notas sabre el estado de las Provincias Unidas (1674) resul­tara sorpresivamente paradojica con algunas de sus opiniones

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posteriores. Retirado del servicio diplomatico, dedicado por ente­ro a la redacci6n de las obras que su inclinaci6n literaria y su eru­dici6n Ie irnponian escribir, Sir William se hizo presente con sus Ensayos sobre el saber de los antiguos y modernos (1690), en la polernica que sobre todo en la segunda mitad del siglo XVII invi­taba a los sabios del Continente a expedirse sobre la posibilidad de que el conocimiento europeo de esos afios hubiese podido de­jar atras la tutela de los maestros griegos y latinos. polernica que, iniciada hacia 1640, concluyo en los primeros afios del siglo XVIII y pas6 a la historia como la Querella entre Antiguos y Modernos.

En los Ensayos, Sir William parece haber olvidado las gran­dezas de las Provincias Unidas que ha descripto anteriormente para sus compatriotas necesitados de buenos ejemplos: ninguna accion, ninguna instituci6n, ningun saber presente pueden perfec­cionar a los de la Antigiiedad. Ecos amargos de Hesfodo resue­nan por toda su obra: los antiguos no solo eran hombres mejores, tambien la tierra y el aire los hacfan superiores. La paz que los romanos habian impuesto en su imperio habia dado libertad y dignidad a conquistadores y conquistados. EI presente, en cam­bio, habia sido envenenado por las guerras y las discordias entre Estados e individuos, no s610 con armas asornbrosarnente letales y en los campos de batalla, sino tambien con disputas religiosas que habian encendido el fanatismo y exasperado la intolerancia en el seno mismo de las naciones y de las familias. Es verdad que los modemos eran mas ricos que los antiguos, porque su rapifia les habfa hecho conocer y explotar en su provecho las tierras y los hombres de ultramar, pero aun esa prosperidad los habia crnpeorado al despertar ambiciones y apetitos hasta entonces dormidos. Los dorados linajes de los antiguos estaban, para Tem­ple, definitivamente extinguidos: a los europeos del siglo XVII correspondia un nuevo siglo de hierro, de avaricia, de torpeza, de ignorancia.

Los polemistas del bando moderno recibieron gustosos la en­nuda en el campo del arist6crata ingles: rapidamente, su compa­triota William Wotton replic6 a sus teorias degenerativas sobre el hombre y el mundo. Pero ya en ese momenta Temple no se halla­ba solo en la polemica: un discfpulo, protegido y secretario suyo rcdacto dos agudos escritos, mordaces y penetrantes, que aunque cscritos en 1697, s610 fueron publicados en 1704: la Historia de 1I1W Barrica (The Tale of a Tub) y The Battle of the Books. Esa dclcnsa de la tesis de Temple, y la experiencia parad6jica de un protector a la vez curioso observador de las sociedades extranje­

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ras y celoso conservador de valores clasicos, iban a signar el des­tino literario y filos6fico del joven autor, Jonathan Swift.

Una pluma al servicio del poder

Jonathan Swift (1667-1745) iba a prefigurar, con su carrera, las desventuras de Gulliver en la corte de Liliput. Hijo postrero de un modesto abogado de Dublin, siempre tendrfa razones para reprocharse orfgenes tan oscuros: su talento, su ambici6n esta­ban muy por encima de su condici6n social. Despues de conse­guir, a duras penas, un titulo en la Universidad local, s610 pudo comenzar la carrera polftica que anhelaba al entrar al servicio de su conspicuo amo, con el que se hallaba lejanamente emparenta­do por lfnea materna, en 1689, alojandose desde entonces en Moor Park. En 1692 obtiene un titulo en Oxford y, sorpresivamente, vuelve a su ciudad natal a los dos afios para recibir las 6rdenes religiosas: que motiv6 a Swift a un paso semejante serfa una res­puesta reveladora para muchas de sus acciones posteriares (i,su melancolfa respecto de la condici6n humana, su desconfianza del mundo, su ambici6n de alcanzar un reconocimiento imposible para su condici6n?) pero nada se dice sobre el particular. Entre 1695 y la muerte de su protector, el futuro dean viaja varias ve­ces entre esta ciudad y Moor Park, enredado en los amores de Esther Johnson (Stella) y Jane Waring (Varina), hasta que por fin, en 1700 consigue el puesto que 10 inmortalizara en la histo­ria: prebendario de la Catedral de San Patricio de Dublin.

Con la muerte de Guillermo de Orange y la llegada al trono ingles de Ana Estuardo, Swift llega a 10 que sera el pinaculo de su carrera. Ana favorece a la facci6n tory, a cuyo servicio ha puesto Swift, tras la muerte de Temple, su pluma terrible, tal como aconsejara descarnadamente a todo el que quisiese tenerlo como maestro: "Debereis buscar cuanto antes un empleo para vuestra musa en relaci6n con su capacidad y sus talentos, como lechera, cocinera 0 criada para todo; quiero decir que debereis alquilar vuestra pluma a un partido que os de salarios y proteccion'',

La literatura facciosa terrninara por poner a Swift en el centro de un rutilante conjunto de plumas asalariadas, y al fin, por trans­mitirle la dosis de genialidad literaria que engendrarfa a Gulliver y a sus viajes. En 1713, poco antes de que el advenimiento de Jorge I de Hannover al trono como Jorge I de Inglaterra arrebatase a los tories la primacfa polftica de que habian gozado bajo Ana Estuardo,

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y mientras publicaba venenosos libelos contra los adversarios whigs de sus nuevos amos, el duque de Oxford y el vizconde de Bolingbroke en las columnnas del Examiner, Swift -que segiin afirman algunos no habia perdido las esperanzas de alcanzar una alta jerarquia en la Iglesia de Inglaterra con el patrocinio de su partido- se reline con Atterbury, Arbuthnot, Pope y Gay para for­mar el Scriblerus Club y reunir sus talentos en la redacci6n de satiras contra las obras literarias de sus enemigos, firmadas preci­samente por un ficticio Martinus Scriblerus. Durante esas reunio­nes se decide hacer al supuesto personaje protagonista y relator de varios viajes. Cuando finalmente estas ideas tomaron alguna forma, hacia 1727-1729 -aunque The Memoirs of Martinus Scriblerus s610 se publicaron en 1741- ya habia aparecido, en 1726, la primera edicion de Travells to the divers and remotes Nations of the World by Lemuel Gulliver, un anticipo que Swift se habia atrevido a adelantar con las inspiraciones del Club.

Pero las circunstancias en las que el Dean de Dublin redacto su obra deberfan haber preanunciado el contenido de sus mora­lejas: adernas del destierro en Irlanda y el fracaso de sus proyec­los politicos, Swift debia arrostrar una larga !ista de penurias de las que no alcanzaria a consolarse dando forma a sus liliputienses retratados con la perfidia de los whigs. Afectado por el sfndrome de Meniere, sufna de sordera y de ataques de lipotimia, que agra­vaban su pesimismo habitual y la melancolfa que Ie habia produ­cido la muerte de uno de sus mejores amigos, Matthew Prior, y a lodo esto se sumaba el insomnio que Ie provocaban afecciones intestinales dolorosas y persistentes. En los prirneros afios de la dccada de 1720 -Los Viajes habnan sido concebidos y redacta­dos entre 1721-1725- se habfa sellado el destino adverso de Swift. Ya nunca recuperarfa su destacada posicion de propagandista politico en la corte, pero al poner su pluma al servicio de sus compatriotas irlandeses, abrumados par la explotacion y la mi­scria que les imponfa Inglaterra, provocarfa otra vez un escanda­10 y un odio del que no se vena a salvo ni siquiera el propio Walpole. La locura termin6 tardfamente con su vida (1745), peru Sll furiosa pluma panfletaria, que ya no servia para defender su posicion ascendente, se empleaba ahora en denunciar la situaci6n colonial de Irlanda originada en la despiadada deshumanizaci6n de sus campesinos y en la politica impositiva de la Corona, que Swift contribuy6 a contrarrestar.

Los Viajes de Gulliver marcan asf el momenta de inflexi6n de la carrera de su autor: de polftico fracasado a genio literario, reco­

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nocido como tal incluso antes de su locura y su muerte tan penosa -ya en 1735 se publicaron por primera vez sus Works que inclufan la versi6n corregida y definitiva de Los Viajes-. EI exito de la pri­mera edici6n de Los Viajes decidi6 en gran medida ese destino, que era tarnbien, en cierto modo, el destino del ficticio protago­nista de esa colecci6n de utopias ligadas por relatos de viaje muy verosfrniles, puestos en boca de un hombre cuyo estilo de narra­ci6n es tan despojado, tan honesto y tan llano, que a veces da tra­bajo creer que, efectivamente, este experto marino no haya des­embarcado del otro lado del mar para visitar las tierras que descri­be. A Gulliver, como a Swift, sus exploraciones por el poder de los extrafios pafses que visita -siempre Ie ha tocado, como extran­jero conspicuo, conocer cortes y tratar con arist6cratas- no Ie ha dejado otra cosa que el amargo resentimiento de que poco debe esperarse del genero humano y, tal vez, la sarcastica esperanza de poder vivir de acuerdo a las reg las que ha aprendido en la tierra de los Houyhnhnms.

Gulliver, un hombre modesto

Porque el cirujano-capitan Lemuel Gulliver es, en efecto.run hombre modesto. Tanto es asf que su figura aparece casi des lei­da en el relato, a la vez portentoso y sereno. Sin embargo, el re­lato abunda en dislates anticipatorios, en el peor de los cuales George Orwell ha querido ver la situaci6n de los yahoos de la Republica de los Houyhnhnms como una cruel metafora profetica de los judfos bajo el regimen nazi, y en el mejor, el anticipo de las computadoras y de las maquinas voladoras. Gulliver es, de algun modo, la verdadera antftesis de Robinson Crusoe -cuya historia habfa publicado Defoe en 1719-. Robinson es nitido, rico en instrospecci6n y construye un relato desde su singular expe­riencia de naufrago-filosofo enfrentado a las verdades de la Na­turaleza y de Dios; Gulli ver -se inisua quizas, desde el comienzo, que el pretendido autor usa pseudonirno no se llama asi ni como personaje de ficci6n- es en cambio un cronista desapasionado que hace de su ramplona honestidad -asaltada a menudo por sorpre­sas escandalosas, pero siempre auxiliada por la mayor ecuanimi­dad- la mas excelente de las virtudes de un viajero dispuesto a narrar su viaje.

Y no es que Gulliver eluda informar sobre sus origenes, su familia y su carrera. Los puntillosos parrafos del comienzo per-

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miten trazar un perfil biografico tal vez mas sugerente -y deter­minante, segun se vera, a 10largo del desarrollo de la obra- que el del propio Robinson.

"Mi padre tenia un pequefioestablecimiento en Nottinghamshire. Yo era el tercero de sus cinco hijos. Me envi6 al Enrnanuel­College, en Cambridge, a los catorce aftos, donde permanecf durante tres afios y me aplique con dedicaci6n a mis estudios. Pero la carga de mantenerme (aunque yo era muy cauteloso en mis gastos) como resultaba demasiado grande para una estre­cha fortuna, determin6 que fuese enviado como aprendiz a la casa del senor James Bates, un eminente cirujano de Londres, con quien continue durante cuatro afios, Ahora, mi padre me enviaba de vez en cuando pequefias sumas de dinero, que yo gaste en aprender el arte de la navegacion y otros conocimien­tos de matematicas, utiles para quienes se proponen viajar, como yo siempre habta crefdo que debfa hacer mi fortuna. Cuando deje a Bates, volvf con mi padre, y con la ayuda de el, de mi tfo John y de algunas otras relaciones, conseguf cuarenta libras y la pro­mesa de unas treinta al afio para mantenerme en Leyden: alli estudie ffsica dos afios y siete meses, aprendiendo aquello que me sena muy util en los largos viajes..." (3)..

El hijo segundon, entonces de un arrendatario sin duda pros­pero pero no rico (Nottinghamshire formaba parte de las regio­lies mas profundamente transformadas por los cam bios produc­rives y sociales del proceso conocido como Revolucion Agrico­la que tenia lugar desde mediados del siglo XVII), puritano, como la mayorfa de su clase, educado en un colegio de esa tendencia religiosa, interesado en mejorar su fortuna a traves de la partici­paci6n en la empresa colonial britanica, aplicado al estudio de conocimientos cientifico-tecnicos (rnedicina, maternatica, ffsica), Gulliver es casi el epitome de los sectores sociales medios a los que el desarrollo comercial ingles iba otorgando un protagonismo social y politico cada vez mayor desde la Guerra Civil -de los cuales tarnbien provenia Swift- al ocupar los cargos dejados por personas de pros apia mas antigua. Es tarnbien un representante de una clase culturalmente pujante y modernizadora, instruida lcjos de las universidades dominadas por la teologia y la filoso­Iia, publico y protagonista a la vez de los cambios educativos y de los progresos del empirismo y de las ciencias aplicadas, tan pro­movidas por la obra de Francis Bacon, y de los institutos y acade­

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mias que los disidentes controlaban, fuera de la 6rbita de la cultura y la politica oficiales dominadas por arist6cratas anglicanos.

Esos valores e inquietudes los hace explfcitos Gulliver ante los divertidos nobles de Luggnag, cuando estes Ie preguntan que harfa si Ie hubiese tocado en suerte nacer struldbrug, es decir inmortal:

"Asf, si hubiese tenido la fortuna de venir al mundo como struldbrugg, tan pronto como hubiese descubierto mi propia fe­licidad al comprender la diferencia entre la vida y la muerte, re­solverfa primero, por medio de todas tas artes y metodos, con­vertirme en rico. Y consiguiendolo con destreza y administraci6n, podrfa razonablemente esperar, en unos doscientos afios, ser el hombre mas rico del reino. En segundo lugar, desde mi mas tern­

prana edad, me aplicarfa al estudio de todas las artes y las cien­cias, por medio de 10cual, arribarfa con el tiempo, a destacarme por encima de todos los otros sabios. Finalmente, registrarfa cui­dadosamente cada acci6n y even to de importancia que ocurriese en la Republica, trazando imparcialmente los caracteres de las diversas sucesiones de prfncipes y grandes ministros del Estado, con mis propias observaciones sobre cada punto. Anotana con exactitud los diversos cambios en las costumbres, idioma, moda en el vestir, alimentaci6n y diversiones. Con todo esto llegarfa a ser un viviente tesoro de conocimiento y sabidurfa, y con certeza habna de convertirme en verdadero oraculo de la nacion" (210).

La fortuna, el conocimiento, el poder: el programa de expan­sion material y cultural que ciento veinte afios despues los socia­listas cientfficos atribuirfan ala ahora victoriosa burguesia. Pero ese momenta no habia llegado, y el resentimiento de Gulliver­Swift de no poder sobreponerse en un escenario todavfa domi­nado por una etica y una concepci6n del mundo dominadas por la aristocracia, instilara lentamente de cada pagina

Y como los hombres modernos que parecen ser hijos de su propio talento y capacidad, Gulliver sigue trazando su derrotero biografico: los burgueses creativos y llenos de iniciativa no tie­nen mas remedio que hacerio, porque su ascendente poder solo proviene de su capacidad de modificar su propia realidad indivi­dual. Como 10demuestra Elias para el caso de Mozart en una Viena todavfa mas arcaica que la Londres de Swift, esta insoslayable estrategia burguesa tiene limites claros que pesan a la larga de modo oprimente. Decepcionado Gulli ver por los resultados de su pro fe­si6n en la capital, mejora "un tanto" su fortuna como medico de a bordo, en varios viajes que realiza a las Indias Orientales y Occi-

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dentales, durante los cuales se entretenia leyendo "los mejores autores, antiguos y rnodernos"; en esa situacion se encuentra en 1699, cuando se embarca en el viaje que 10 llevara a Liliput, 10 mismo que en 1702, cuando llega a Brobdignang. Pero en su viaje a Laputa, en 1706, ya no necesita ofrecer sus servicios, sino que los mismos Ie son solicitados a cambio de grandes ventajas: se Ie concede paga doble, un ayudante y mando de la nave; su capitan, incluso, le conffa la direccion de una balandra cargada de merca­derias que es asaltada por piratas, de resultas de 10 cual queda abandonado en el mar, a merced de los elementos. Antes de viajar a fa Republica de los Houyhnhnms, en 1710, esta en condiciones de abandonar su oficio "harto de ser medico naval" y en virtud de sus avanzados conocimientos de navegacion, conseguir un pues­to como capitan de barco. Es posible que Swift aluda, con este ultimo ascenso de Gulliver, a cierto deterioro moral de su perso­naje: en efecto, el Adventure que declara capitanear es, por su nombre, quizas un barco pirata, Pero 10cierto es que el relato per­mite contemplar la dimension del progreso social del protagonis­ta, a que el mismo no es ajeno, porque de regreso a Inglaterra, y para no extrafiar a sus admirados Houyhnhnms, consigue recur­sos como para "cornprar dos caballos jovenes, a los cuales instale en un muy buen establo", con caballerizo incluido.

Sin embargo, la condicion social de Gulliver contrasta, como se dijo, con el papel de huesped involuntario de cortes, ministros y arist6cratas que debe desempefiar en cada uno de sus viajes, contraste que refuerza todavia mas sus otros extrafiamientos. No s610es un extranjero, sino un extranjero singular, un gigante entre los liliputienses, un liliputiense entre los gigantes, un lego mari­nero entre astr6nomos e ingenieros sutiles, un yahoo entre los Houyhnhnms. Este tema de las proporciones y desproporciones constituye, segun se vera, uno de los aspectos esenciales del re­lato. Eso explica que, una y otra vez, Gulliver ponga de mani­fiesta su extrafieza de plebeyo poco acostumbrado a las grandezas y miserias de la aristocracia y la corte. Asi, cuando se Ie avisa que la clemencia del Rey de Liliput prepara secretamente su eje­cuci6n por medio de la ceguera y la inanici6n, luego de que Gulliver ha salvado al Reino de la invasi6n de Biefuscu, la reflexion del protagonista brilla al mismo tiempo por su inocencia y su mali­ciosa ironia:

"...nada aterrorizaba tanto al pueblo como aqueJlos elogios ala clemencia de Su Majestad, porque se habia observado que,

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cuando mayores eran las alabanzas y mas se insistfa en elias, mas inhumano era el castigo y mas inocente el acusado. Sin embargo, en 10 que a mf respecta, debo confesar que, no habien­do sido formado para cortesano ni por mi nacimiento ni por mi educacion, era tan mal juez de las cosas que no acertaba a des­cubrir la lenidad y el favor de esta sentencia, sino que me pare­cfa (quizas erroneamente) mas bien rigurosa que suave" (60).

Del rnismo modo, cuando su amo houyhnhnm cree favorecerlo, atribuyendo a Gulliver un origen aristocratico en su patria, este re­acciona rapidamente como si 10 hubiesen insultado, con una reflexion mucho mas grave, directa y corrosiva que la anterior:

"Concedf a Su Honor mi mas humilde agradecimiento por la buena opinion que se complacfa en concederrme, pero Ie ase­gure al mismo tiempo que mi nacimiento era de la mas humil­de condicion, dado que habfa nacido de padres sencillos y hones­tos, que apenas eran capaces de darme una tolerable educacion. Que la nobleza, entre nosotros, era una cosa totalmente distinta de la idea que el tenia respecto de ella; que nuestros jovenes nobles eran educados desde su nifiez en la pereza y en la lujuria, y que, tan pronto como sus afios se 10 perrnitian, consumian su vigor y contraian odiosas enfermedades de hembras irnpudicas, y cuando sus fortunas estaban arruinadas, se casaban con algu­na mujer de mediano nacimiento, desagradable persona y cons­titucion debil, a quien odiaban y despreciaban, solo por causa de su dinero ... Que un cuerpo debil y enfermizo, una tez cetrina y una muy delgada complexion eran las verdaderas sefiales de la sangre noble ... Las imperfecciones de las mentes corrian paralelas a las de su cuerpo, siendo una mezcla de hastio, tor­peza, ignorancia, capricho, sensualidad y orgullo" (260-261).

EI resentimiento de Swift -ese hijo de un humilde abogado dublines- contra la gran aristocracia whig por el fracaso politico y social suyo y de su partido; el resentimiento de Gulliver, un hombre que solo arriesgando penosamente la vida ha alcanzado una posicion desahogada que, sin embargo, esta muy lejos de ser tan brillante como la de los que nada hicieron para merecer la suya; el resentimiento en fin, de los que solo se procuran una posicion honorable escribiendo para los poderosos 0 atravesando el mar para satisfacer sus apetitos. l,Son esos los frutos amargos de la moder­nidad que descubre a los individuos talentosos y emprendedores los limites objetivos de su condicion? l,Es esa la esperanza que

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hace reyes a las humildes criaturas? Asi, en el conjunto de la obra, la crftica va siendo cada vez mas general, profunda y radical a medida que uno se adentra en la demoledora descripcion de la sociedad burguesa europea que el viajero realiza para su amo. Se despliegan asi los origenes de la riqueza, el poder y el conocimiento de la sociedad capitalista: la satisfaccion de necesidades cada vez mas complejas por medio de una explotacion cada vez mas am­plia y mas intensa de hombres y recursos:

"Respecto a ello, tuve muchas dificultades para describirle el uso de la moneda, los materiales de los que se hacfa y el valor de los metales. Que cuando un yahoo ha logrado un deposito de aquella preciosa sustancia es capaz de proveerse de cualquier cosa que deseare... Desde el momento en que solo el dinero podia permitirnos tales cosas, nuestros yahoos pensaban que jamas podrfan tener suficiente cantidad de el para gastar 0 para guardar, dado que por su naturaleza todos se inclinaban al de­rroche 0 ala avaricia. Que los ricos gozaban el fruto de la labor de los pobres, y que estes iiltimos se encontraban en una pro­porcion de mil a uno respecto de los primeros. Que el grueso de nuestro pueblo se vela forzado a vivir miserablemente, tra­bajando todo el dia por una pequefia ganancia para mantener a unos cuantos en la abundancia... Le asegure que todo el globo terraqueo debfa ser circunvalado al menos tres veces antes de que una de nuestras mejores hembras yahoo pudiera conseguir todo 10 necesario para su desayuno, 0 la vajilla para servfrse­10... Pero que, a fin de proveer a la lujuria y a la intemperancia de los machos y a la vanidad de las hembras, enviabamos la mayor parte de las cosas utiles que producfamos a otras regio­nes, de las que en cambio, se nos expedian elementos de enfer­rnedades, locuras y vicios para ser consumidos entre nosotros ... De allf se segufa que, por necesidad, el mas grande ruimero de nuestro gente se veia compelido a procurarse sus medios de vida mendigando, robando, hurtando, alcahueteando..." (255-256).

Esta sociedad es, por eso mismo, la mas progresista de Euro­pa, y tarnbien la mas envidiada en las demas naciones por 10 avan­zado de sus instituciones representativas: las camaras, los gabine­tcs y los primeros ministros, representantes del pueblo mas libre y mas celoso de sus libertades y sus derechos. EI mercado, en fin, de las voluntades compradas por dirigentes inescrupulosos:

"En una ocasion expuse forrnalmente a mi amo la naturaleza del gobierno en general, y particularmente de nuestra propia y

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excelente constituci6n, la cual provocaba la maravilla y envi­dia de todo el mundo... Le dije que el primer ministro 0 jefe de ministros de un Estado, segun intente describfrsela, era una criatura totalmente exenta de alegrfa y tristeza, amor u odio, piedad 0 ira, 0 al menos que hacia uso de ninguna otra pasi6n, sino de un violento deseo de poder, riqueza y tftulos, Que aplicaba sus palabras a todos los usos, excepto para decir 10que tenia en mente. Que nunca de­cia la verdad, sino con el prop6sito de que 10tomasen por una mentira, ni mentia sino bajo el designio de que 10tomasen por verdad ... Que esos ministros, como tienen a su disposici6n to­dos los empleos, se mantienen en el poder corrompiendo a la mayoria del senado 0 de los grandes consejos, y que, por ulti­mo, mediante un expediente Ilamado Acta de Inmunidad... que­dan a salvo de posteriores reclamos, y se retiran de la vida pu­blica cargados con los despojos de la nacion" (259-260).

Se observa aqui a Gulliver abjurando de valores y practicas que, segtin el mismo reconoce, 10 han puesto en una posici6n expectable respecto de una buena porci6n de sus compatriotas asalariados, granjeros, sirvientes y artesanos. Asi pues, el traba­jo y el ingenio del hombre, que deberfan liberarlo de sus opre­siones y contribuir a su crecimiento, s610 Ie aportan confusi6n y esclavitud. Pero entonces, l,cual es el origen, la naturaleza, el alcance final de esta abjuraci6n? Antes de procurar una respues­ta, es preciso relevar en la obra de Swift y en los Viajes... los tra­zos de la arquitectura que viene sustentando la escalera por la que trepan estos hombres: la vida urbana, la superioridad del conoci­miento cientifico, Ia noci6n del progreso hist6rico.

Degradaci6n, contrautopfa, modemidad

Es este, entonces, un Gulliver burgues, un burgues que, a des­pecho de su origen, detesta el comercio, la manufactura y, desde el comienzo mismo de la obra, las ciudades. Ese escenario de la nueva cultura, lanzado por Berman como creador aut6nomo de la sensibilidad moderna, s610 inspira la repugnancia de Swift: las ciudades de Irlanda, sugiere corrosivamente, s610 sirven para po­ner en evidencia, en medio de su arquitectura ordenada y su esce­nografia de autoridad, la irracionalidad y la ferocidad de los hom­bres que oprimen a otros hombres. En su aberrante libelo lanzado

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contra los terratenientes y oficiales ingleses Una modesta propo­sicion para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres 0 su pais y para hacerlos utiles al publico (1729~ son los que "pasean por esta gran ciudad (Dublin) 0 viajan por el campo" quienes tienen que ver "calles, caminos y puertas de cabanas atestadas de mendigos femeninos, seguidos de tres, cuatro 0 seis nifios" cuyo mejor destino (propone despiadadamente) serfa convertirse en alimento material de sus amos, dado que de hecho ya 10son por la codicia con que los mismos los despojan de sus medios de vida; transformarse en ganado humano digno de ser faenado para satisfacer un apetito que, de todos modos, causa es­tragos entre los pobres. Tres afios despues, en un libelo titulado Un examen de ciertos abusos, corrupciones y enormidades de la ciudad de Dublin, retoma el camino de la sustituci6n por degra­daci6n: ahora, los ciudadanos se hacen presentes en las calles a traves de "la inmensa cantidad de excrementos humanos en las puertas y umbrales de las casas desocupadas, ya los lados de cada pared abandonada, a los cuales el Partido descontento ha asigna­do la causa falsa y maliciosa... (de que) fueron depositados alii secretamente por traseros britanicos, para hacer creer al mundo que nuestro irlandes vulgar come y bebe diariamente, y que, en conse­cuencia, eI clamor de la pobreza entre nosotros debe ser falso".

En fin, que para Swift -cuya defensa del pueblo irlandes con­tra los abusos de la rnonarquia y del partido whig asumi6 esta rigurosa forma de satira escandalosa y corrosiva muchas veces­Dublin, su patria, apenas puede ser habitada por hombres-alimento o por hombres-excremento, porque la adversidad de la explota­ci6n y la maldad de los hombres los ha reducido a eso. Pero no todas las ciudades son como Dublin.

Gulliver tarnbien detesta otras ciudades: en Londres Ie ha ido mal porque las deshonestas practicas de sus colegas -que el mis­rno se niega a repetir- Ie hacian imposible la competencia y ter­rninaron por obligarlo a embarcarse como cirujano de a bordo. Una relaci6n de las capitales que visit6 demuestra que esta impresi6n que Ie produjo Londres jamas 10abandon6 del todo: es verdad que en Mildendo, la capital de Liliput, se vi6 forzado por la circun­stancia de salvar la vida en peligro de la emperatriz, pero si el Palacio Real Ie hubiera merecido mAs respeto, al menos hubiera vacilado antes de vaciar su vejiga como medio para apagar el in­cendio que devoraba la residencia de sus soberanos; de Lorbrul­grud, la capital de los gigantes, se detiene apenas en algunas notas sabre los pordioseros, que apiiiandose en torno de su caja-residen­

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cia, Ie depararon "el mas horrible espectaculo a que puede asistir ojo europeo, por sus lIagas, suciedades y purulencias" -Ia dife­rencia de escalas corre el registro en general hacia el asco y el horror el aspecto de los cuerpos de los gigantes-, y sobre el grotesco episo­dio del monumental mono que 10arrebato de la corte con el pro­posito de arrojarlo a la calle; Laputa, la isla-ciudad-nave, es noto­ria por la imperfeccion de su arquitectura y la ridiculez de las ves­timentas de sus habitantes, resultado del abismo existente entre las pretensiones geornetrico-matematico-musicales de sus hom­bres y su torpeza para operar con elias en cuestiones de mera prac­tica, por 10cual "sus casas estan muy mal construidas, con muros achaflanados, y sin un solo angulo recto en ningiin aposento... el vestido es mal hecho y de muy pobre forma", adem as de las cos­tumbres demasiado Iiberales de damas y de criados; en contraste, los Houyhnhnms, entre sus muchas virtudes, carecen por comple­to de ciudades, y viven con extrema sencillez en sus chozas de paja y adobe con pisos de tierra. Por su extension la descripcion de Lagado, la capital de Balnibarbi, merece una consideracion aparte.

Balnibarbi constituye la porci6n terrestre y continental de los dominios del Rey de Laputa: en la isla-ciudad-nave, habitan junto a el solo los matematicos, los astronomos y los rmisicos, pero en Lagado, segun informa Munodi, un noble de ideas conservadoras:

"...hacfa cerca de cuarenta afios (que) ciertas personas fueron a Laputa por negocios y diversion, y despues de cinco meses de permanencia volvieron con una muy pequefia tintura materna­tica, pero con el cerebro lIeno de espfritus volatiles adquiridos en aquella regi6n aerea... esas personas, apenas retomaron, co­menzaron a disgustarse con el manejo de todas las cosas de allf abajo, y se entregaron a preparar proyectos para poner todas las artes, ciencias, lengua y mecanica sobre un nuevo fundamento. Con este fin, recabaron patente real para erigir una academia de proyectistas en Lagado..." (176).

Lagado y Balnibarbi son pues un estado dirigido exclusivamen­te por ingenieros e investigadores, pero el resultado de esta situa­cion, segun 10juzga Gulliver, es lamentable. La descripcion de las ciudades y los campos balnibarbos tiene un fuerte dejo a lite­ratura de anticipacion del sigl~ presente, ya a comienzos del XVIII: "casas de muy extrafia construcci6n y en su mayorfa medio ruino­sas", transeiintes apresurados, de aspecto hurafio, y cubiertos de andrajos, labradores trabajando el suelo con raras e inutiles herra­mientas y con miserables resultados, pese a la tierra excelente:

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"No pude dejar de observar todos esos extranos aspectos de la ciudad y del campo, y me atrevf a expresar a mi conductar mi deseo de que me explicase que significaba que con tantas ma­nos, cabezas y rostros ocupados y preocupados, tanto en las ca­lles como en los campo, no descubriese ningun buen efecto de 10 que producfan, sino que por el contrario, nunca habfa visto suelo tan infortunadamente cultivado... ni gentes cuyas ropas y apariencias expresasen tanta miseria y necesidad" (174).

Esta descripcion de ciudades en el pleno trafago de la "des­truce ion creadora", que en verdad, anticipa el destino de muchas ciudades europeas de los siglos XVIII y XIX, se completa con uno de los episodios mas contundentes de toda la obra: la visita del autor a la Academia de Lagado. Allf Gulliver entrevista a una turba de proyectistas (Projectors) andrajosos, delirantes y avidos de contribuciones para sus investigaciones: pero son los investi­gadores en materia polftica (political Projectors) los mas alarman­tes para ellector moderno, por los alcances ultimos de sus inves­iigaciones. Entre ellos se proyecta un programa polftio que con­sidera a las instituciones pasibles de ser curadas por medio de medicos y cirujanos, como los individuos; alguien sugiere que las virtudes y calidades como la galanteria; la cortesfa, el valor y cl talento sean tasadas para el cobro de impuestos. Gulliver rea­Iiza un inquietante aporte sobre la eficacia del poder para ocupar cada espacio social y cultural con los instrumentos extorsivos de la denuncia y la persecucion, para uniformar los lenguajes, las practicas y las representaciones como parte de su tarea polftica:

"Le explique que en el Reino de Tribnia, que los nativos lIa­man Langden, donde yo habia residido, el grueso de la pobla­ci6n consistia totalmente en investigadores, testigos, informan­tes, acusadores, persecutores, evidenciadores y perjuradores; todos con diversos sirvientes y subalternos, todos bajo el color, la conduccion y la paga de los ministros del Estado y sus de­legados. Los complots de ese reino constituian el empleo de tales personas, quienes desean elevarse a sf mismos como presonajes profundamente politicos, restaurar nuevo vigor a una debil ad­ministracion, burlar 0 desvirtuar el descontento general, lIenar­se el bolsillo con las confiscaciones y alzar 0 aminorar la opi­nion del credito publico, a la vez que procurar su ventaja privada. Desde un principio se acuerda y establece entre ellos que per­sonas seran acusadas de complot, hecho 10cual se procede cui­dadosamente a aduefiarse de sus cartas y documentos, en tanto

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que sus propietarios son encarcelados. Estos papeles se entre­gan a un cuerpo de artistas muy diestros en descubrir el signifi­cado de los misteriosos mensajes de palabras, sflabas y letras. Por ejemplo, pueden descifrar que un ladr6n encerrado signifi­ca un consejo privado, que una bandada de gansos puede sig­nificar un senado; un perro cojo, un invasor; la peste, un ejerci­to acampado; un majadero, un ministro; la gota, un alto sacerdote; una horca, un secretario de Estado; una bacinilla, un comite de grandes nobles; una criba, una dama de la corte; una escoba, una revoluci6n; una trampa para ratones, un cargo; un pozo sin fondo, el tesoro; un cenagal, una corte; un buf6n, un favorito; una cafia rota, un tribunal; un odre vacfo, un general; una lIaga abierta, la administracion" (191-192).

Asombra en verdad que esta ironica alusi6n a las delaciones dentro de la Corte britanica del aborrecido Jorge I se tina con los tonos tan sornbrios de los que han creido ver en los procedimien­tos de los Estados totalitarios y las policfas secretas del siglo XX las consecuencias inevitables de la razon instrumental de un Es­tado modemo que obra con criterios de eficacia que muy poco tienen que ver con la realizaci6n social e individual de la felici­dad, sino con la uniformizaci6n de pautas de conducta y de com­prensi6n impuestas por medios cada vez mejor dirigidos a esos fines, en un espectro que lIega desde el comportamiento "racio­nal" hasta el empleo del lenguaje.

Es muy diffcil que alguien haya escrito una satira tan demoledora y definitiva sobre la ciencia como la que redact6 Swift-Gulliver en su viaje a Laputa, no solo por 10 perdurable de la misma (la inconsistencia de los propositos de las investigaciones, la lucha por recursos dudosamente empleados, la ceguera etica de muchos cientfficos que ponen su trabajo al servicio de cualquier poder) sino tambien por estar claramente dirigida contra la obra del fundador de esta alianza de ciencia y tecnica -esto es, en terrninos del rela­to de Gulliver, entre maternaticos laputanos e ingenieros laga­denos- Sir Francis Bacon, y contra buena parte de su herencia, la Real Academia de Ciencias de Londres. Lagado es la contrautopia de la Nueva Atlantida, y su Academia, la caricatura ruinosa de la Casa de Salom6n baconiana. Para Swift, los proyectos de la nue­va ciencia, el Novum Organum, son un peligroso instrumento de caos 0, mas bien, una incitaci6n al despertar de ciertas fuerzas desconocidas, que el autor intuye oseuramente, y a las que, sin embargo, serfa mejor no invocar.

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Farsa e historia

~No es acaso la historia misma el claro testimonio del error de Swift? ~No es evidente, en todo caso, que los europeos del 1700, par el s610hecho de haber nacido en ese momenta y lugar. podfan lIegar a ser mas sabios -si no mas famosos- que Arist6teles y Arqufmedes? Ninguno de los sabios de la antigiiedad -afirmaban los partidarios de los modemos- conoci6, como podfa conocerlos cualquier ingles de cierta instruccion como Gulliver, la navega­ci6n oceanica, las armas de fuego, las tierras de ultramar, la bni­jula, el reloj de cuerda, las lentes, los molinos de viento, la fundi­ci6n de hierro y otros metales en cantidades industriales, el baro­metro, la bomba hidraulica, y tantos descubrimientos, inventos y transformaciones en la geograffa, la astronomfa, la mecanica, la navegaci6n, la fundici6n, la medicina, la mineria, etc. Sin duda, Swift tuvo oportunidad de leer elluminoso parrafo de Bacon so­bre el presente y el futuro de los europeos:

"La opini6n que los hombres tienen de la Antiguedad, se ha formado con exeesiva negligencia, y ni aiin se compadece bien con la misma expresi6n de antigiiedad. La vejez y la anciani­dad del mundo deben ser consideradas como la antigiiedad ver­dadera, y convienen a nuestro tiempo mas que ala verdad de la juventud que presenciaron los antiguos. Esta edad, con respec­to a la nuestra, es la antigua y la mas vieja: con respecto al mundo, 10 nuevo es 10mas joven. Ahora bien; asf como espe­ramos un mas amplio conocimiento de las cosas humanas y un juicio mas maduro de un viejo que de un joven, a causa de su experiencia del mimero y de la variedad de cosas que ha visto, ofdo 0 pensado, del mismo modo serfa justo esperar de nuestro tiempo (si conociera sus fuerzas y quisiera ensayarlas y servir­se de elias) cosas mucho mas grandes que de los antiguos tiem­pos; pues nuestro tiempo es el anciano del mundo y se encuen­tra rico en observaci6n y experiencia" (54-55).

Pero la lectura de Swift no se lineal, sino polernica: por eso su carrera literaria se habia iniciado con The Battle ofBooks, yaun­que en 1704 quiza todavfa vacilaba sobre el resultado, ya no vaci­la en 1726. Si es verdad que los whigs eran el partido de la gentry progresista, y ese progreso involucraba decidamente las condicio­nes que el dean denunciaba en Irlanda, los costos reconocidos de la empresa parecfan desuadirlo de 10que significaba lIevarlo ade­

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lante. Pensaba que acaso cuatro 0 cinco mil afios de historia no s610 no habian sido suficientes para que sus conternporaneos hu­biesen salido de la indigencia moral e intelectual en que los vela desenvolverse, sino que la habian incrementado a causa del au­mento de su voracidad por los bienes y el poder que provenia de ellos. Ademas, y de por si, el paso de los afios es para Swift -como para su primer protector, el ya distante William Temple- mas bien una garantfa de degradaci6n, decadencia y miseria, que una certe­za de progreso.

Asi, y para presentar a sus lectores la inutilidad de la historia como "maestra de la vida" 0 "proceso de ensayo y error" desti­nado a desembocar por fin en una humanidad mas perfecta, le toea a Gulliver viajar a la pequefia isla independiente de Glubbdubdrib, cuyo monarca tiene el poder de convocar, des de el mundo de los muertos, a todos los espectros que desee, para su servicio y su diversi6n. Es asi como es posible trazarse un panorama 10 sufi­cientemente general sobre la autentica capacidad instructiva de la historia y el progreso del genero humano.

EI huesped comienza por pedir que se le presenten los sena­dores romanos junto a los parlamentarios ingleses: los primeros le parecen "una asamblea de heroes y semidioses, los segundos, una reuni6n de buhoneros, rateros, salteadores de caminos y ru­fianes", Un viejo hacendado ingles es evocado "uno de aquellos tipos tan famosos por la sencillez de sus maneras, vida y atuendo y su justicia en los tratos; por su sincero espfritu de libertad; por su valor y amor a la patria", cuyas virtudes prostituyeron sus coetaneos, los nietos de aquellos hombres, a cambio de un puna­do de dinero, "al vender sus votos e intrigar en las elecciones", y asf "habian aprendido toda la corrupcion y vicios que quepan aprender en una corte".

La historia no solo muestra la corrupcion de las costumbres: si no fuera porque Gulliver entrevista en persona a los difuntos, continuaria engafiado respecto del pasado por una coleccion de mentiras, dado que la historia solo es favorable a aquellos que han sabido acomodarse a las circunstancias mas alla de todo de­fee to moral 0 tara intelectual, 0 (10que es peor atin) a los que, pese a su estupidez 0 por mera casualidad, son dignos de recuerdo:

"Quede disgustado sobre todo con la historia modema... encon­tre hasta que punto el mundo habia sido desfigurado por escri­tores prostituidos por adscribir las grandes hazafias de la gue­rra a los cobardes, los consejos mas sabios a los necios, la

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sinceridad a los aduladores, la virtud romana a los traidores de su patria, la piedad a los ateos, la castidad a los sodomitas y la verdad a los informantes. Cuantas personas inocentes y excel­sas habian sido condenadas a la muerte 0 al des tierra a causa de la influencia ejercida por los grandes ministros sobre la co­rrupci6n de los jueces y la mali cia de las facciones. Cuantos villanos habian sido exaltados a los puestos mas altos de la confianza, el poder, la dignidad y el provecho; en que gran medida las mociones y los eventos de las cortes, los consejos y los senados podfan atribuirse a alcahuetes, rufianes, parasites y bufones. [Que baja opinion llegue a tener de la sabiduria y la integriddad de los hombres una vez que fui verfdicamente in­formado de los prop6sitos y moti vos de las grandes empresas y revoluciones del mundo y de los mimisculos accidentes a los cuales deb fan su exi to!" (199).

La historia que ve Gulliver es, entonces, una microhistoria de acuerdos, alianzas, accidentes, intrigas, egoismos y traiciones mimisculas entre grandes hombres, una verdadera "genealogia de la moral" al estilo de Nietzsche 0 Foucault. Sin embargo, no solo la moral y la politica estan a merced del error, la contingencia, la torpeza y la intriga de los conductores que s610 por accidente terminan escribiendo una historia que carece por sf misma de sentido: ni siquiera las letras y las ciencias escapan a elIas. Es alli que, junto a los espectros de Homero y de Aristoteles, entran una multitud de fantasmas en los que estes no reconocen a sus comen­taristas y ernulos de varios siglos de indigencia intelectual y pe­danterfa literaria que, en el infiemo, saben evitar la proximidad de sus maestros para no tener que rendirles cuenta de las torpezas y errores que han venido escribiendo desde que eligieron falsificar, tergiversar y degradar sus grandes obras con sus propias plumas:

"Presente a Dfdimo y a Eustaquio a Homero y Ie rogue que los tratase mejor de 10que quiza se merecieran, porque pronto se dio cuenta de que necesitaban un genio para entrar en el espfri­tu de un poeta. Pero Aristoteles perdi6 la paciencia cuando se enter6 de quienes eran Escoto y Ramus cuando se los presente, y me pregunto si el res to de la tribu eran tan grandes zopencos como ellos'' (197).

EI Aristoteles resucitado por Swift para Gulliver hace suyos argumentos sorprendemente cercanos a los abordajes epistemo­logicos de las ciencias que describen sus "progresos" como resul­

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tado de tensiones y coyunturas particulares dentro del sistema psico-sociologico y cultural en las cuales aparecen antes que como verdaderos "avances" en un conocimiento mas exacto dela reali­dad que se pretende abarcar. Cuando Gulliver Ie presenta al Esta­girita a Descartes y a Gassendi, muy lejos de irritarse con las cri­ticas a sus doctrinas 0 turbarse por las transformaciones radicales propuestas por estos autores, como sf 10habia ocurrido en el caso de los comentarios de Escoto.

"Este gran filosofo reconocio con franqueza sus propios erro­res en filosoffa natural, porque procedio en muchas cosas por conjetura, como todos los hombres tienen que hacerlo, y encon­tro que Gassendi, que habfa hecho las doctrinas de Epicuro tan accesibles como cabia, y Descartes, con sus vortices, eran igual­mente reprobables. Predijo la misma suerte a la Atraccion, la cual tiene tan celosos sostenedores en la ciencia presente. Dijo que los nuevos sistemas de la naturaleza no eran sino nuevas modas, que irian variando en cada edad, y que incluso aquellos que pretendian demostrarlos por principios matematicos no flo­recenan sino durante un breve penodo, quedando luego fuera de boga cuando este se hubiera terminado" (198).

No hay, pues, ni progreso ni acumulacion ni "verdad" alguna en el "desarrollo" del conocimiento humano, sino ruptura y, en el mejor de los casos, oportunismo (,Sorprende aqui la "rnoder­nidad" ((,0 la posmodernidad?) de Swift 0 mas bien el "arcais­mo" de autores como Bachelard, Kuhn, Foucault? De cualquier manera, para todos ellos, este pufiado de migajas despojadas de sentido y de verdad no puede ser, en absoluto, la marcha de los siglos de la cual Bacon queria derivar una ilusoria adultez de la humanidad cada vez mas sabia, mas virtuosa, mas perfecta. Nada seguro puede venir del pasado: la intencionada epica de los po­deres actuales convierte las miserias humanas en actos virtuosos, y a la inversa, las grandes obras son depredadas por comentaris­tas incapaces y pedantes, tarnbien ellos demasiado involucrados con los intereses del momento; las ciencias no pueden proporcio­nar ninguna certeza si en cada porcion de siglos caen y se regene­ranverdades tan fragiles que solo pueden ser mantenidas por fa­naticos 0 snobs mas 0 menos consecuentes: constituyen, como decian los Antiguos, mera doxa, una pura opinion ni mejor ni peor que cualquier otra; en cualquier caso, una pobre apariencia de verdad.

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Pero Swift no se conforma con negar toda posibilidad de pro­greso intelectual al conjunto de los hombres, a partir de la inexis­tencia de cualquier ensefianza, escondida 0 manifiesta, en el de­curso del tiempo: quiere ir mas alia, asegurar tambien la ineluc­table verdad de la degradacion ffsica y del embrutecimiento moral que aguarda a cada hombre en su vejez como destino inevitable de la humanidad toda: el porvenir no es una escala por la que tre­pa, es un pantano en el que se hunde. Para demostrarlo, envia a Gulliver a conocer (y describir) a los inmortales struldbrugs de Luggnag:

"Despues de este prefacio, (se) me hizo una descripcion parti­cular de (la vida de) los struldbruggs entre ellos... Actuan como los mortales por cerca de treinta afios, despues de 10cual au­menta tanto el grado de melancolfa como el abatimiento, los cuales se incrementaban hasta los ochenta... Al lIegar a los ochenta, que se reconoce como la edad extrema que se alcanza en el pais, no solo tenfan todas las boberias y enfermedades de los hombres de su edad, sino muchas mas, que provenian de la temible perspectiva de no morir nunca. No solo eran tercos, malhumorados, codiciosos, melancolicos, vanos y charlatanes, sino tambien incapaces de amistad y muertos para todo afecto natural, que nunca se extendia mas alia de sus nietos. La envi­dia y los deseos impotentes eran sus pasiones prevalentes. Pero 10que mas parecian envidiar eran los vicios de los jovenes y la muerte de los viejos... No tenfan recuerdos de nada sino de 10 que habian aprendido en sujuventud y madurez, y aun esto de modo muy imperfecto ... Los menos miserables entre ellos pa­redan aquellos que chocheaban y perdian por completo su memoria ... A los noventa alios perdian los dientes y el cabello; a esta edad no distingufan los sabores, sino que comian y bebian cualquier cosa que podian conseguir, sin deleite ni apetito. Las enferme­dades a que estan sometidos continuaban sin aumentar ni dis­minuir. Al hablar, olvidan los nombres comunes de las cosas y los nombres de las personas, incluso los de los mas intimos amigos y relaciones. Por la misma razon, no podian entretener­se con la lectura, ya que su memoria no servia para recordar una frase de principio a fin, y por este defecto se veian privados del iinico placer del que hubiesen podido ser capaces" (212-213).

He alli el destino de la raza humana, sabiamente previsto por los clasicos en el destino de Titonos, esposo de Aurora, a quien

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a Zeus concedi6 la inmortalidad s610 para convertirlo en un an­dana decrepito por el paso del tiempo, incapaz de mantener la dulce lozanfa de la juventud (i,en este caso de la Antigtiedad?). Sin nada para aprender de un pas ado de mentiras, nada que espe­rar de un futuro de decadencia que, inexorablemente, replica por si mismo el elogio de Bacon de la observaci6n y de la experien­cia adquiridos con la edad. Es asf como, a los ojos de Gulliver, la esplendorosa inquietud del progreso s610 podia mostrarse como la horrenda pantomima de esa misma utopia, en una republica de caballos virtuosos.

Raz6n y desmesura: el horror de los Antiguos

La redaccion del viaje al pais de los Houyhnhnms constituye, de entre todos los Viajes de Gulliver, el relato que paga el tributo mas alto a los maestros clasicos de Swift, no solo a Luciano de Samosata -de don de parece ex traer la anecdota de los habitantes equinos del P<tfs-, sino tambien a los filosofos estoicos. Cuando Gulliver describe para su amo houyhnhnm las grandezas de Euro­pa, apela al celebre recurso estilfstico introducido por Marco Aurelio en sus Pensamientos. En ellos, el emperador-filosofo en­sefia que la mejor forma de disuadir al alma de las tentaciones del placer consiste en representarse los bienes apetecidos "tal como son en realidad", eludiendo deliberadamente 10 que representan como valores sociales 0 culturales: i,que es el vino de Falerno, entonces, sino apenas el zumo de cierta uva? i,Y que la purpura senatorial, sino cierta fibra animal tefiida con la sangre de un ca­racol? i.Y que el acto sexual, sino la frotacion de una vfscera, acom­pafiada de secreci6n y espasmo? La descripci6n objetiva de los bienes y los placeres, asegura Marco Aurelio, nos hace posible penetrar total mente en las cosas y desdefiarlas tal como son.

Al proponer una herrneneutica del extrafiamiento, de la "dis­tancia" entre la cultura y los sujetos que la observan sin participar de ella, Carlo Ginzburg sefiala en la biograffa ap6crifa de Marco Aurelio redactada por el padre franciscano Antonio de Guevara, el Libra del Emperador Marco Aurelio call relax de principes (1529) -en el que Ginzburg quiere ver una velado alegato contra la conquista espafiola de America dirigido al Emperador Carlos V- el recurso estilfstico-moral del "hombre-bestial" que den un­cia ante el agente civilizado la futilidad de su aparente superiori­dad cultural e intelectual. Montaigne, La Bruyere, Voltaire, Toistoi

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continuan empleando la voz de los salvajes inocentes para denun­ciar a los civilizados pecadores. Tolstoi en particular, dice Ginzburg, aspiraba a ver las cosas humanas "como son realrnente", como las veria el "hornbre-bestia" que carece de los prejuicios morales y culturales que rodean las convenciones hurnanasde la civilizaci6n, "con los ojos de un caballo 0 de un nifio",

Entre todos los ejemplos citados, y aunque parece acercarse mucho a el, Ginzburg omite el viaje de Gulliver a los Houyhnhnms, el pais donde, precisamente, todos los bienes y los valores de la modernidad son vistos y explicados por un hombre que debe dar cuenta de ellos para el punto de vista de los caballos. En este ela­borado proceso de traducci6n de sus propias ideas y conductas a las posiblidades idiomaticas de sus bestiales anfitriones, el pro­pio Gulliver se confunde y termina adoptando la perspectiva de los caballos parlantes, descubriendo a traves de su lenguaje la "verdadera" condicion humana:

"Mi amo me escuchaba con grandes aparicncias de intranquili­dad, porque dudar 0 no creer es algo tan poco conocido en este pats, que los habitantes no saben como comportarse en estas cir­cunstancias. Y recuerdo que en mis frecuentes discursos para mi amo, concernientes a la naturaleza de la humanidad en otras partes del mundo, en ocasi6n de hablar de la mentira y las fal­sas representaciones, fue con mucha dificultad que compren­di610 que querfa decirle; aunque, por otra parte, tenia un juicio muyagudo... EI trabajo de dar a mi amo una idea correcta de 10que decia me cost6 much os circonloquios; porque su lengua no abunda en variedad de palabras, a causa de que sus deseos y pasiones son menos que entre nosotros" (242-244).

En estas condiciones. el rudimentario vocabulario de los Houyhnhnms fuerza a Gulliver a describir -como proponfa Mar­co Antonio- las "cosas tal cual son": el barco es una cas a hueca de madera que flota; la navegaci6n a vela se reduce al ejemplo de un pafiuelo henchido por el soplo del propio Gulliver; la reina de lnglaterra aparece consignada como una "hembra del genero hu­mano"; el comercio y la industria como un producto de la lujuria, la intemperancia y el vicio de los hombres; las leyes como un ins­trumento de la falsedad y la injustica; los abogados como una corporaci6n de profesionales del abuso y del engafio; los minis­tros y los jueces, en fin, como los beneficiarios de la general in­rnoralidad de la especie humana.

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Asi pues, para concluir, en el concepto de los Houyhnhnms, los yahoos tienen sobre los europeos la ventaja de no verse enga­fiados por las ambigtiedades del lenguaje, la multiplicacion de los conceptos y de los objetos: su perversidad natural no se dis­fraza con nada, el ropaje no oculta 10 odioso de sus formas, la pomposidad de los "civilizados" no puede enmascarar --como en Europa- la corrupcion y la malignidad de su estirpe.

Este alegato radical contra la pemiciosa futilidad de la civili­zacion europea aparece en la obra como parte del transite de Gulliver hacia su disolucion como miembro de la burguesia, di­solucion que, como se ha visto, comienza en Londres y termina precisamente aquf, entre los Houyhnhnms. Es en este punto don­de esa perspectiva pesimista y disolvente merece un pequeiio alto que explique, no los viajes en si, sino la exploracion de las posi­bilidades del hombre que Swift quiere indagar y representar en su personaje. Para eso hay que volver atras, a los modestos on­genes dublineses, al patrocinio de Sir William Temple, a los pri­meros panfletos que satirizaban la "batalla de los libros".

Jonathan Swift fue un hombre inusualmente conservador y fiel, durante toda su vida, a las ensefianzas de su primer maestro y pro­tector. Temple hizo de los viajes una literatura moralizante para sus conciudadanos; su antiguo secretario busco en Gulliver un mismo proposito; Temple quiso mostrar a la humanidad modema desbocada en la loca carrera por arrojarse en brazos de la codicia, la enfermedad, la guerra y la muerte; el dean de Dublin mostro con delectacion las sefiales de sus avances en ese camino. Criatu­ras de una perfidia tan grande que no trepidan en condenar a muerte al heroe que no solo los habia salvado del desastre, sino que in­cluso podia precipitarlos en el casi sin esfuerzos; gigantes extraor­dinariamente poderosos cuyos altos principios les impeden, sin embargo, destruir vida humanas con el mismo desden de los eu­ropeos; sabios astronomos cuya conternplacion de las estrellas no les permite descubrir las mas pedestres realidades de sus lechos matrimoniales; ingenieros que construyen para la pobreza y la ruina; fantasmas que rectifican la mentira de su gloria 0 de su condena; inmortales que desean morir. Los Yiajes no son una mera coleccion de paradojas con fines satiricos. Detras de Swift esta el horror de los antiguos: la desmesura.

La razon, como el ser aristotelico, se predica de much as ma­neras: desde Descartes, Europa la ha concebido como un instru­mento 0 facultad para conocer y aduefiarse del mundo, como un medio para separar la "sustancia extensa" del yo individual y

CAPiTULO II: RACIONALlSMO CLAsICO Y MODERNTDAD IMPOSIBLE ... I 65

pensante. Pero Swift mantiene fresco en su perspectiva el nexo que liga la razon en su sentido clasico con la amartia, la predisposi­cion humana a temer a los dioses y evitar el deseo de sobrepasar el limite que Ie impone su naturaleza imperfecta. Asi, para los griegos -y para Swift-Ia razon es, ante todo, "causa", "medida", "proporcion", "equilibrio". Y tal vez, en un sentido mas indirecto y profundo, "10que corresponde a cada uno segiin su naturaleza", su "su justa medida", su moira.

Si ella es asi, podrfa descubrirse eso temible que Gulliver-Swift advierten en sus contemporaneos: una concepcion instrumental, cficaz, de la razon como elemento transformador y ciego a la vez, incapaz de advertir las tremendas consecuencias que su empleo innovador tiene para la condicion del hombre, del mundo y de las relaciones entre ambos. Los Viajes de Gulliver son, ante todo, la denuncia de una desproporcion entre la razon-objeto y la razon-fin, Y el sintoma horrible de esa forma de concebir la razon -el que hace manifiesto tanto a los ojos de Swift como a los de Temple la superioridad de los Antiguos, que carecian de navegacion de altu­ra, comercio intemacional y arrnas de fuego- es la guerra.

Las alusiones a la guerra ocupan casi un quinto del total de las descripciones del relato de Gulliver: asi, 19S liliputienses son do­blernente despreciables como soldados y ciudadanos por pre­tender que su miserable islita y la de sus vecinos de Blefuscu son las unicas potencias mundiales, y porque adernas de carecer de armas de fuego, son de un tamafio insignificante para un euro­peo; al reves, los gigantes de Brobdignag son altruistas y pacifi­cos, y yen en Gulliver el contraste entre su condicion de "insec­to" y su vocacion para verter sangre humana. Pero en donde las reflexiones y las descripciones sobre la guerra alcanzan su punto de exasperacion es en los comentarios que Gulli ver hace a su amo cn el pals de los Houyhnhnms de los combates entre los yahoos curopeos: canones, culebrinas, mosquetes, carabinas, pistolas, balas, polvora, espadas, bayonetas, quejidos de moribundos, vis­ceras que vuelan por el aire, humo, ruido, confusion, saqueos, pillajes, destruccion, quemazones, hecatombes, miembros despe­dazados cayendo de las nubes entre las risotadas de los atacantes. Todo ese furor, producto del conocimiento, de la voluntad y del poder sobre la naturaleza, puesto al servicio de la codicia, la vani­dad, la mentira, la intriga, el prevaricato, el oportunismo, la co­hardia, la ferocidad, la conveniencia, la hipocresfa, la mala fe, las disputas de familia, la avidez de los pobres, la soberbia de los ri­cos, las miserias y las aventuras de soberanos, ministros, genera­

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les, almirantes, soldados, comerciantes y pordioseras. Pero para Gulliver-Swift las peores guerras, las mas despiadadas y sangrien­tas, son las que se inician, se contimian y se concluyen en torno a cosas sin importancia, en particular las religiosas:

"Las diferencias de opini6n han costado millones de vidas: por ejemplo, si la carne era pan 0 el pan era carne; del mismo modo, si el jugo de cierta baya era sangre 0 vino; igualmente, si silbar era un vicio 0 una virtud; de la misma manera, si se debia besar un madera 0 echarlo a la lumbre; cual es el mejor color de un habito, si negro, blanco, rojo 0 gris, e igualmente. si debia ser largo 0 corto, angosto 0 amplio, sucio 0 limpio, y muchas co­sas mas. lamas eran las guerras eran tan sangrientas y furiosas como cuando se motivaban en diferencias de opiniones, en es­pecial si versaban sobre cosas sin importancia" (249).

Aquf se recoge un apretado epitome de las mas enconadas di­vergencias entre anglicanos, puritanos, presbiterianos, episcopales, cuaqueros y otros muchos reformados de que esta poblada la tra­dicion polftico-religiosa de Inglaterra. EI atinado comentario del caballo-filosofo cierra todo el capitulo sobre la incurable necedad del hombre y, mas aun, todo 10 que el relato de Gulliver puede afirmar sobre los empefios de la nueva razon humana en la mar­cha hacia la modernidad:

"Dijo... que nos consideraba como una especie de animales los cuales comparnan. por un accidente sobre el que no podia con­jeturar, una pequefia porcion de raz6n, de la cual no podfamos hacer otro uso sino ayudarnos a agravar nuestras nuestra natu­ral corrupcion, y a adquirir otras nuevas que la naturaleza no nos habia dado. Que nos privabamos a nosotros mismos de las pocas capacidades que poseiamos, habiendo sido muy exitosos al multiplicar nuestras necesidades naturales y derrochando to­das nuestras vidas en vanos esfuerzos por sustitufrlas por nues­tras propias invenciones..." (263).

Este es el anatema de la modernidad en tanto multiplicacion de objetos y actitudes que inducen al apartamiento del hombre de su verdadera naturaleza: el "vano esfuerzo en sustituir nuestrasi faltas naturales -las de la propia moira, de la propia razcn- pc otras inventadas por nosotros", Porque Swift considera respecta de la razon -en honor a su antiguo maestro y protector, Sir William;: Temple- que el unico significado legitimo y antropologico es e'

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CAPiTULO II: RACIONALISMO CLASICO Y MODERNIDAD IMPOSlBLE... I 67

heredado de los Antiguos, el que hace del vocablo razon sinoni­InO de "rnedida", "proporcion", "equilibrio", "arrnonfa", "cosmos". La modernidad que ha quebrado esas acepciones ortodoxas de la raz6n y sus implicancias, al reemplazarlas por otras, que la pre­sentan como una "facultad", un "medio", un "instrumento" que sirve a los hombres para poner a su servicio los recursos que pro­porciona la naturaleza, ha levantado tempestades que ya no se podran controlar. La razon como "instrumento" es. precisamente, cl camino hacia la desmesura, hacia 10 ilimitado de capacidades terribles que solo pueden pracurar al hombre, en el mejor de los casos, una angustia interminable, en el peor, su simple pero inape­lable autodestrucci6n. Para Swift, la razon de los modernos es el horror de los antiguos: la ubris no solo alimenta la ruina de los soberbios -ruina de la que la guerra, por su monstruosidad, es el sintoma mas horrible, ellugar al que se llevan todos los artificios que son, ala vez, la causa y el producto de las "faltas inventadas"­sino de todos los que, como Gulliver, de una manera u otra, y mas alia de su pretension de honestidad y moderacion, no tengan otro mcdio de procurarse su sustento mas que agregando desorden, artificio y avidez a ese mundo social.

A partir de esta conclusion, parece que cobra significado la ex­travagante y horrenda metafora de la Repiibl ica de los Hoyhnhnms: Ian alabada por Gulliver -un pequefio burgues exitoso, pero decep­vionado- parece anticipar los suefios de Robespierre, los horrores de Hitler, las pesadillas de Orwell. En tal sentido, no es claro en ahsoluto que el caracter utopico del estado caballuno resulte de la unposibilidad de constituirlo por los hom bres a causa de su natura­lcza depravada; no se trata esencialmente de que los hombres nun­va liegaran a ser virtuosos y felices, y que, antes de que eso suce­da, 10 lograran primero los caballos, ni de que la justicia, la vir­tud, la belleza esten por encima de la condicion del hombre. Los Ilouyhnhnms constituyen una sociedad en que la inexistencia de hmites entre la esfera privada y la publica, la supresion de los progresos tecnicos y sociales y la nocion de igualdades y desigual­.ludes "naturales" cimentadas en la comunidad -cada raza tiene sus rneritos y capacidades, y unos nacen para mandar y otros para ohcccder-, alejan definitivamente los peligros y las angustias de 1111 horizonte de aspiraciones personales y transformaciones colec­I i vas de consecuencias tan terribles que parecen justificar la per­dida de la libertad individual. Pero Swift es demasiado honesto p.uu suponer que esta supuesta utopia pueda realizarse en la so­ri.-dad humana de la Europa moderna: ironiza sobre ella porque

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sabe que los instrumentos para intentar aplicarla serian tan noci­vos y destructivos en sf mismos como las amenazas que se procu­ra prevenir con el1os,y por esa razon los presenta como una mons­truosidad: la imposible virtud de los brutos.

En ese ultimo y desconcertante tramo de los Viajes algunos han querido ver una parodia del estoicismo y el deismo; otros, un intento de degradacion intelectual de Gul1iver, al que su autor ha elegido presentar finalmente como un demente que ha venido dictando una sarta de mentiras y alucinaciones; pero una tercera interpretacion, mas inquietante, parece que se ajusta mejor a 10 dicho anteriorrnente. Swift, probablemente inspirado en Luciano, no quiere en realidad contrastar la figura bestial de los caballos con la virtud de sus consciencias, ni poner en especial evidencia la ridiculez de su existencia: como los clasicos personajes de la Historia verdadera, el marino ingles ha cafdo bajo el hechizo de espiritus malignos; pera mientras que para Luciano, estes aspi­ran a alimentarse con los cuerpos de sus vfctimas, para Swift han aniquilado la razon de su pobre personaje, mostrandole un mun­do a la vez ideal y gratesco; una utopia delirante que, por fin, 10 ha convertido en un misantropo al poner en su consciencia los aspectos mas degradantes de la sociedad humana y de sus logros culturales.

EI Gulliver que regresa a Inglaterra en 1715, que siente el horror de abrazar a su esposa y a sus hijos sabiendo que son yahoos, anticipa al Swift que hacia 1740 anuncia solemnemente su locura a aquellos que 10radean. Ni el autor ni el personaje han regresado indemnes de la tierra de Houyhnhnms que les ha ser­vido, mas que nada, doscientos afios antes de la batalla de Verdun y de los campos de Auschwitz, de las hambrunas sovieticas de 1930 y de los juicios de Stalin, para prafetizar que la razon, tal como la concibe el hombre modemo, es como un arma temible en manos de un nino feraz y a la vez inconsciente; pero adernas, que cualquier intento de renunciar a las facetas mas desdichada­mente horribles de la condicion humana en busca de una socie­dad perfecta, constituira tal vez el peor de todos los male volos artificios de la modemidad, el camino segura a la locura y a la misantropfa,

Capitulo III

La experiencia urbana: identidad, anonimato y destino en Defoe'

Peste y modernidad

La singular experiencia social y cultural de la burguesfa inglesa -absolutarnente inedita y por completo prematura respecto de la

del resto de las de Europa- no solo iba a revivifiear la literatura de viajes en vistas a volver a introducir en el1alos aportes de la criti­ca social y del utopismo que se habfan insinuado ya desde el Re­nacimiento. Tambien dana nueva vida a formas de narrativa que, originadas vagamente en la clasica novela de aventuras, se ina ti­riiendo de los nuevos valores "realistas" de sus autores que, desde una posicion cada vez mas dominante, estaban en condiciones de rcalizar a la vez una exegesis y una apologia del nuevo orden so­cial. Las ironfas de Gul1iver se contagian y desarrol1an en otras relates menos extraordinarios y causticos, que siguen utilizando diversas formas del "extrafiamiento" como instrumentos de su critica y su estetica: asi es mas cIaramente en el easo del Rasselas (1759) de Samuel Johnson, pera tarnbien, de modo mas sutil e indirecto, en el Tom Jones (1749) de Thomas Fielding y en la Vida \' Opiniones de Tristram Shandy de Laurence Sterne.

Una experiencia diferente de "extrafiamiento-reflexion-criti­ca" frente a la modernidad, sin embargo igualmente totalizadora, I'S la que emprende, desde la experiencia devastadora de la peste,

Algunos de los temas de este capftulo y del anterior fueron expuestos en una ponencia que, bajo el titulo Revolucion materlal y crisis idcof6gica. Perspectivas eticas y esteticas de fa modernidad ell fa obra de Swift y Defoe, se present6 en las III Jornadas "Los que ensefiamos historia'', Uni­vcrsidad de Moron, 24-26 de agosto de 2000.

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la obra de Daniel Defoe. Par cierto, a 10 largo de sus casi cuatro siglos de presencia en la Europa modema, el influjo ejercido par la peste bubonica en la crisis de la consciencia tradicional y sus apartes decisivos a la aparici6n de la sensibilidad modema en el pensamiento europeo constituyen un topico recurrente en la historiograffa y en la literatura. Desde su primera aparicion de 1347-1349, cuando la peste penetra desde Constantinopla par Ita­lia y Francia y en el corto lapso de dos afios aniquila entre un quinto y un tercio de la poblacion de Europa, da prueba de su eficacia como catastrofe terminal de una epoca, En apenas dos afios detie­ne el proceso de Reconquista en Espana y abre una etapa de inter­minable crisis nobiliaria; paraliza la Guerra de los Cien Afios y exaspera al extrema las tensiones entre los senores feudales de los reinos contendientes; arruina en buena parte el ya decadente co­mercio de las ciudades italianas, f1amencas y alemanas y debilita al Imperio Bizantino ante el avance otomano en el Oriente asiati­co y europeo; rebela a los pobres por hambre y desesperacion, y aterroriza a los ricos ante las revueltas de los pobres. Horroriza a todos par igual, no solo por 10 subito de su desenlace, casi siem­premortal, sino tarnbien por 10 repugnante de su agonia y la" masividad de su alcance: con estos instrumentos, convertidos a 10 largo de generaciones en parte obligatoria de la vida de cada una de elias, la peste borra gradualmente las nociones de una concep­cion teleol6gica que sustenta el orden cotidiano y prepara a la sociedad y al individuo para reencontrarse con Dios.

La peste y sus tenebrosas realidades son un fenomeno tan modemo como la expansion ultramarina, el Renacimiento y la Revolucion Cientffica, y quizas mas decisivo en sus consecuen­cias culturales y materiales. Estos cambios tremendos, tan fulmi­nantes como la peste misma, no son solo extemos, sino que los i

que se operan en el interior de la consciencia social e individual son todavia mas catastr6ficos. Los rigores de la enferrnedad di­suelven no solo los rituales de pasaje que aseguran a cada muerto el duelo y la ruptura dentro de la pequefia sociedad estamental que abandona: los emblemas mismos de los estamentos que expresan la jerarquia, el poder y la obediencia se disgregan tambien, espe­cialmente en las ciudades, santuario de las Iibertades y los logros de la sociedad del Antiguo Regimen. Se abandonan los sacramen­tos y el culto de las reliquias a favor de una ferviente necesidad de predicacion, arrepentimiento y piedad individual, al mismo tiern­po que las honras funebres se reducen a sumarias operaciones de higiene y las grandes ceremonias religiosas se abandonan muchas

CAPITULO III: LA EXPER1ENCIA URBANA: IDENTIDAD, ANON1MATO... 1 71

veces por temor al contagio 0 por mera extenuacion. Y el mundo, siempre concebido hasta ahora como una morada peregrina hacia Dios, se vuelve, efectivamente, mucho mas fragil, dramaticamen­te expuesto a los stibitos cambios de la muerte masiva y de sus consecuencias inmediatas.

Las lIamadas "danzas de la rnuerte" anticipan, en el topico de los esqueletos que todo 10 invaden, y a todos sorprenden por igual en su oficio, condici6n y estamento, algunos de los primeros re-, clarnos de una nueva concepci6n del mundo y del hombre, mas igualitatia, vivencial y esceptica. Muerte y desnudez abren cami­no primero al antropocentrismo renacentista, luego a individua­lismo evangelista, por ultimo, a nueva piedad personal, privada e introspectiva, como la que Daniel Defoe trata de exponer en la estetica individualista de su narrativa.

Las condiciones de vida de la sociedad europea preindustrial invitan a reflexionar sobre los alcances reales de la catastrofe pes­tffera. La alienacion permanente de las masas de campesinos y artesanos, originada en la fragilidad de sus recursos para la sub­sistencia habfa instalado una cultura de escasez, terror y estupe­facci6n recurrentes de las que era imposible Iiberarse. Sin embar­go, la irrupcion de la peste, aun en los contextos menos proclives a sufrir las consecuencias de las crisis alimentarias, como la In­glaterra del siglo XVII, agregaba elementos poco habituales en las tcrribles condiciones de vida de las c1asessubaltemas que, en este caso, alcanzaban tambien a los poderosos, mejar alimentados y provistos frente a la catastrofe. Pocos autares han sabido transmi­tir tan bien en una pieza literaria este ramillete de horrores desen­cadenados a partir de la "visita" como 10 ha hecho Edgar A. Poe cn su relato-paema El Rey Peste, y en apenas unas cuantas lmeas, Poe ofrece alli un censo prolijo de los emblemas materiales e imaginaries que la peste lIeva a las ciudades, en esa recreacion rardfa de los distritos londineses atacados por la peste en el siglo XVI:

"el espantoso grito de 'peste' ... las oscuras, angostas y asque­rosas callejuelas y pasajes... el Terror, el Horror y la Supersti­ci6n... espantosas soledades... inmensas barreras erigidas por orden de la autoridad... despojadas y deshabitadas habitaciones saqueadas... la rapifia nocturna... espfritus de la peste, duefios de la plaga y demonios de la fiebre... eI terror, como una mor­taja... la masa de los edificios prohibidos ... eI horror de los pro­pios depredadores... las piedras del pavimento sacadas de sus

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lugares y apiladas ... los fetidos y envenenados hedores ... las habitaciones sin ventanas... grandes piedras y vigas que a cada momenta cafan de los podridos tejados ... algun esqueleto, 0

restos de cadaveres descompuestos ... sucesiones de espantosos alaridos..." (651-653).

En efecto, muchos mueren de la plaga, pero muchos mas se les suman en las tumbas por la desesperacion, la locura, el ham­bre y la represion que afectan a los que no se han contagiado. A los curtidos marinos de Poe todas estas implicancias los tienen sin cuidado: huyen de la escena llevandose a las mujeres-vampiro cuando las cosas se toman demasiado desagradables. Expresan asf una rebeldfa ante la muerte en que la procacidad y el deseo carnal vienen a consolar a los hombres de su terror animal, sorprendente rehabilitacion de la sensualidad, secularmente censurada en el camino a la salvacion propuesta por la tradicion judeo-cristiana.

Yes que el miedo a la peste introduce terrores espectaculares, respecto de los cuales no servian de nada las mediaciones tradi­cionales, mas utiles para otros desastres, de los alimentos sustitu­tos 0 de la farmacopea popular 0 ilustrada. La inmediatez en la escenificacion de una muerte en que la cangrena, la putrefaccion y el hedor sobrevenfan al cabo de una pocas horas de iniciada la infeccion, que no perdonaba genero, estamento ni edad, y en que la dolorosa agonfa y la destruccion corporal precedian largamente al deceso del enfermo, tenfan consecuencias psicologicas y eticas catastroficas. EI perfecto desconocimiento de las causas y de los mecanismos de contagio y la ausencia de todo tratamiento eficaz de cura 0 de alivio ejercfan una poderosa disuasion respecto de cualquier forma de solidaridad y cornpasion. Es por eso que, como pone de relieve el texto de Poe, la sensibilidad ante la peste podfa aparecerse a la consciencia como una coleccion de horrores histe­ricos e inconexos, por eso rnismo mas terrible: fetidez, auIIidos repentinos, asfixia de casas cIausuradas, agobio de calles desier­tas de dia y de noche, putrefaccion, nausea, cadaveres cargados y descargados como fardos, el funebre sonido de los carros de la muerte rodando sobre los empedrados. Como cita Camporesi a Ludovico Muratori, autor de Le tri governi politico. medico ed eclesiastico (Milan, 1721):

,.... es muy facil debilitarse y morir de espanto al ver u oir que los rninistros de los lazaretos y los sepultureros dan vueitas al­rededor con rostros horribles, ropas extravagantes y voces que

CAPITULO III: LA EXPERIENCIA URBANA: IDENTlDAD, ANONIMATO... I 73

causan espanto, Ilevandose a enfermos y sanos, vivos y muer­tos, siempre que haya algo para ratear. Y no se puede decir que horror inspira el frecuente ruido de las campanillas" (115).

Segiin Tito Vignoli -cuyas investigaciones sobre el mito y la ciencia publicadas en 1879 indujeron a Aby Warburg a iniciarse en el anal isis de los "estados dinarnicos" en el arte- las diferen­cias entre el temor animal y el humano consisten en que este ulti­mo es capaz de interponer, entre el motivo de ese temor -Ia apari­cion de algo inesperado 0 amenazante en el entorno inrnediato- y la huida, un aislamiento que aparta 10 temible del resto del mun­do, 10 personifica, 10 abstrae y Ie permite controiario. En tal sen­tido, el terror pestffero parece actuar suprimiendo esa capacidad humana de contenerse gracias ala mediacion de simbolos y apro­piaciones. La supresion de ese umbral, la urgente inmediatez de las sensaciones precedentes de la vivencia ante la peste parecen provocar una regresion a los instintos primarios: la huida, el de­seo sexual, la violencia.

Sin embargo, esta regresion a las etapas primarias de la psico­logfa humana -descriptas una y otra vez en las cronic as pestife­ras, desde el Decameron al Diario de Defoe- no constituye la unica experiencia documentada de las sociedades y los individuos ante la peste. Hay otro genero de experiencia frente a la peste, ala vez opuesta y concurrente con la anterior, que es precisamente la que, como se seiialaba anteriormente abre camino a un creciente indi­vidualismo en la esfera social, psicologica y religiosa. Elegir en­tre la cobardfa y el heroismo, segun Delumeau, era el dilema de los hombres que afrontaban el terror de la peste, y esa eleccion hacia posible una indagacion atormentada y minuciosa de las cues­tiones relativas a toda la cosmovision de una sociedad. Sumergir­se en el horror pestffero contribufa a descubrir, de una manera cierta, los verdaderos contomos de la condicion humana, sus li­mites, sus posibilidades, sus abismos. La procesion permanente de atropellos, abandonos, canibalismos, contagios deliberados, asesinatos, ataques de histeria colectiva y espanto generalizado abria camino hacia una primitiva investigacion de la desconso­ladora condicion de la criatura humana condenada solamente a sus fuerzas ffsicas y espirituales, capaz -0 no-- de IIegar a sus lirnites para volver de elIos tras haber atisbado el fonda de la propia alma, y de esos mismos lfrnites.

La obra narrativa de Defoe levanto un monumento literario a la soledad radical que el hombre solo experimenta en las catastro­

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fes como la peste. Era un nino apenas cinco afios cuando Londres fue "visitada" por la peste. Sin embargo, el Diario del Ano de la Peste (Journal of the Year ofthe Pest, 1722), sigue siendo uno de los documentos basicos que describen la experiencia de una ciu­dad arrasada por Ia peste desde una mirada personal y anonima a la vez. Tampoco conoci6 Defoe la experiencia de abandonar In­glaterra en busca de aventuras marineras, y sin embargo, en mas de un sentido, el Diario viene a convertirse en una continuacion de esa cronica de rebeldia, naufragio y soledad que fue Robinson Crusoe (1719), en la que la supervivencia al naufragio y la cons­trucci6n individual del destino singular del personaje parecen anticipar de alguna manera las reflexiones del ciudadano londinese que, desde su ventana, mira la ciudad apestada que se ha negado a abandonar. Ambos personajes, presentados como expresiones profundas de un corazon atormentado por la tension entre la con­vicci6n individual y la obediencia a la autoridad y a la opini6n de los hombres, suministran una imagen de la prueba a la que el au­tor cree someterse para sondear hasta el fin el arraigo de sus con­vicciones y de su valor para sostenerlas.

Historia de un rebelde

En efecto, cabria preguntarse por que Defoe escribe dos na­rraciones enteramente ficticas pero que, escritas en primera per­sona e inspiradas en episodios reales de su epoca, siguen siendo citadas por los historiadores como verdaderos testimonios de la peste de Londres y de las condiciones de la navegacion y del nau­fragio en los siglos XVII YXVIII, aun a sabiendas de que se trata de obras de ficcion. Aunque Defoe gan6 y perdio mucho dinero asegurando barcos ajenos, carecio de cualquier experiencia mart­tima personal; casi seguramente sus acomodados padres burgue­ses abandonaron Londres durante la peste de 1665, lIevando con ellos al pequefio Daniel, que afios despues atribuina el Diario de su autorfa a unas notas tomadas por su tio, el honesto mercader Henry de Foe, que sf se quedo en la ciudad. (,Por que, entonces, nos encontramos ante estas narraciones personales, introspectivas y realistas en la que el autor encama en sus personajes y parece asf narrar vivencias que todavia hoy siguen siendo reconocidas por su minuciosidad y verosimilitud cuasi-hist6ricas.

Una respuesta en general aceptada y s61idamente fundada en­cuentra las razones de esta particular eleccion de topicos yestilos

CAPiTULO III: LA EXPERIENCIA URBANA: IDENTIDAD. ANONIMATO.•. I 7S

en la coyuntura particular que afrontaba el autor en esos afios, Verdadero fundador del periodismo moderno, Defoe estaba espe­cialmente atento a las exigencias de un publico lector cuyos gusto por la lectura ya comenzaba a ser atrapado por las "cronicas" mas que lIamativas de la naciente prensa britanica. La redacci6n de Robinson Crusoe se inspira sin duda en relatos, notus y testimo­nios del escoces Alexander Selkirk, que vivi6 una singular expe­riencia como naufrago en la isla de Juan Fernandez entre 1704 y 1709,10que sin duda convirtio a su historiaen una verdadera atrac­cion para los redactores de la epoca. Lo mismo puede decirse del Diario, que vio la luz en 1722, cuando todavla estaban frescos los recuerdos del ultimo brote de peste en Europa occidental, en la Marsella de 1720, y se pensaba con raz6n que la experiencia po­dfa volver a repetirse en las Islas, como habra venido ocurriendo desde 1347-1348. No fue asf, peru gracias a elito el Diorio alcan­zo una notoria repercusi6n.

Es sabido que el Defoe de esos afios se ganaba duramente la vida con la pluma, primero como inforrnante y luego como panfletista de polfticos ingleses, mas tarde tumbicn como cronista de su Review y, por ultimo, como novelista. Sus ingresos de esa cpoca de gloria literaria los destinaba a pagar deudas de su epoca inicial como empresario, pero 10cierto es que, en tal sentido, fue rnucho mas lejos que su conternporaneo Swift en el camino de la lormacion del autor modemo. Aunque inicialrnente asalariado por la aristocracia parlamentaria, Defoe madur6 como autor, desarro­llo una tematica y un estilo narrativo cuasi-periodistico, cre6 su publico y consolid6 firmemente su obra como una produccion personal y como un objeto literario para ser vendido y consumido en un mercado cultural concreto: la burguesfa inglesa i1ustrada y curiosa de su epoca. Apropiandose de su obra como narrador, Defoe avanzo en la lucha contra editores y mercaderes y la con­virtio en mercancfa artfstica destinada a proveerlo de sus medios de vida corrientes. Se trata entonces de un autor-capitalista que explota temas comercialmente atractivos, de un autor propietario, de un escritor moderno, en una medida quizas superior a 10que 10 permitia el medio a la republica literaria inglesa de la epoca. Tan­to es asf que durante algun tiempo se atribuyo a Defoe la autorfa de la conocida y anonima Narraci6n historica del grandiose y terrible incendio de Londres, 2 de septiembre de 1666, continua­cion -se pensaba- por su ternatica y mercado, del Diario.

Sin embargo. aunque fundada y explicativa, esta argumenta­cion no alude a un rasgo estilfstico particular de la narrativa de

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Defoe: la introspecci6n individualista, la recurrencia a una pers­pectiva siempre aut6noma, individualista, presentada en primera persona. Una respuesta posible procurara aquf poner en evidencia un cierto paralelo entre las anecdotas aterradoras de la muerte y de la soledad en tomo de las cuales Defoe construye sus novelas, y su experiencia a la vez vital y espiritual, que es 10 que busca mostrarnos en estas verdaderas parabolas Iiterarias como los tor­mentos menos obstensibles pero no menos terribles que han cefii­do y cificn su propia condicion, y la del hombre en general. Si Swift comenz6 empleando su pluma como un medio para satisfacer sus ambiciones de ascenso personal y polftico, para Defoe su tecnica tardia de periodista y panflestista iba a ser el instrumento adecua­do de su defensa, porque crefa que las adversidades que habia conocido 10 habilitaban igualmente para narrar con memorioso detalle ese mundo casi ignorado en el que reinaban tanto la peste como el mar, ambos con su silencio y su terror, igualmente em­blemas externos que ilustraban mejor que nada los posibles alcan­ces de a naturaleza original del hombre, tanto en sus limitaciones como en sus oportunidades,

La vida de Defoe, en efecto, estuvo atravesada por el infortu­nio irreparable de los naufragios y de las calamidades naturales, a 10 que contribuy6, sin embargo, con su irremediable terquedad. Hijo de un comerciante pr6spero de origen flamenco -el apellido original de su padre, Foe, se convirti61uego en el que us6 el autor del Diario, en un rasgo autobiografico del que dot6 luego a su personaje mas celebre, Robinson Crusoe, hijo de un mercader ale­man lIamado Kreutznaer- recibi6 una buena formaci6n academi­ca de ferrea inspiracion puritana. Su radicalismo religioso, que 10 acompafiaria toda la vida, 10inclinaba a convertirse en pastor pres­biteriano, pero su vocaci6n especulativa y aventurera, que 10invi­taba a probar fortuna en los negocios, prevaleci6 en 1683, cuando comenz6 a traficar activamente con el extranjero, mientras se dedi­caba a la fabricacion de ladrillos y de tejas y a vender seguros ma­ntimos. La Guerra de la Liga de Augsburgo contra Francia arruino todas sus cmpresas par 10que se precipit6 en la bancarrota.

La carrera de Defoe comenzo a transcurrir de catastrofe en catastrofe, porque a la quiebra empresarial se sum6 la persecuci6n: miembro destacado del partido whig, opuesto a la candidatura del cat6lico duque de York, el futuro Jacobo Il, la llegada al trono de Guillermo 1IIde Orange, el rey "glorioso, grande y bueno" segun sus propias palabras, Ie inspir6 el poema apologetico The True Bam Englishman (1701), Pero en 1702 los tories,llegados al poder con

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la entronizaci6n de Ana Estuardo (1702-1714), 10 hicieron victi­rna de una intriga a causa de un ir6nico panfleto contra la iglesia oficial (The Shortest- Way With the Disenters), la cual, parad6ji­camente, provoc6 igual irritaci6n entre sus propios partidarios. Fue arrestado en 1703, luego de que se publicara un afrentoso aviso recomendando su captura por sedicioso,

Tras la vergonzosa exposici6n publica que por tres veces Ie toc6 sobrellevar en la picota, arruinado econ6micamente, expul­sado de los cfrculos politicos que habfa frecuentado, al borde de la muerte civil-un naufrago en tierra, un impenitente arrepentido que debi6 tomar los habitos y desoy6 su piadosa vocacion- acu­di6 desesperado a ponerse incondicionalmente a las 6rdenes de un magnate politico, Robert Harley, quicn en 170410 tom6 asalaria­do bajo su protecci6n como panfletista e inforrnante. Asimilado a la nueva realidad del excluido que regresa a la sociedad sin perder sus estigmas, Defoe nunca dej6 de ser, pese a su exito literario, un apenado marginal de la republica de las letras. Los informes de sus viajes y su ejercicio continuo en la literatura periodfstica cons­tituirian una excelente preparaci6n para la redacci6n de sus nove­las autobiograficas, que se desarrollan entre el estilo de la cr6nica

, y el del texto periodistico. EI relata defTour thro' the whole Island (!t"Great Britain (1724-1726) y, par supuesto, los mimeros apare­cidos de su Review (1704-1713) son ejemplos notables de los 10­gros del autor en ese genera, que por ultimo, de modo casi imper­ceptible, 10llevarfa a la ficci6n.

Desde 1714, con la lIegada al trono de Jorge I (1714-1727), los whigs decidieron aprovecharse a su vez del indiscutido talen­[0 de Defoe para la propaganda y la polernica, Su posici6n no mejoro, pero Ie permitio especializarse en una carrera literaria a la que lleg6 entrado en los cuarenta. Su inicial vocaci6n pastoral, su irreductible radicalismo religiose, las adversidades de su vida

, avcnturera y su rnarginalidad literaria y politica contribuyen a tra­lar con rasgos netos el estilo y los prop6sitos de la obra de Defoe. Para un hombre con su sed de respuestas sabre Dios y con una vida signada por la persecuci6n y la resignaci6n, redefinir el pa­pel de la providencia divina en el destino humano tiene que haber cnnstituido un objetivo central de su vida intelectual. Pero esa redcfinicion s610 serfa posible en la medida en que el hombre aban­.lonura -de Ia misma rnanera que en el viaje infernal propuesto por Iiantc, pero en un mundo dominaclo ahora por la experiencia ur­hana y 1:1 avidez de nucvos conocimientos y riquezas-las certe­/.as y las comodidndcs do 1:1 cxpcricncia cotidiana y se adentrasc

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en los Ifmites de la experiencia social e individual: la peste y el naufragio. Ast, los personajes de Defoe buscan aDios y a su pro­videncia en sus novelas por una senda que su creador se ha pre­ocupado antes de despojar de cualquier maleza de vivencia humana que haga tropezar a los que caminan por ella.

Lo colectivo y 10 personal: publicidad, anonimato

"Fue en los comienzos de septiembre de 1664 cuando, entre otros vecinos, escuche durante una charla habitual que la peste habfa regresado a Holanda... No tenfamos nada que se pareciese a los peri6dicos impresos en aquellos dfas como para diseminar rumores e informes so­bre las cosas y para mejorarlas con la inventiva de los hombres, como he visto hacer desde entonces. Pero novedades como esta se recogfan a traves de las cartas de mercaderes y de otras per­sonas que mantenian correspondencia con el exterior..." (23).

Desde sus primeros parrafos, Defoe introduce en el Diario... el estilo que dorninara la obra desde el comienzo al fin: la incierta pero eficaz interacci6n entre un autor personal, que narra en pri­mera persona y suministra abundantes referencias de su vida coti­diana -es un comerciante verosimilmente pr6spero, soltero, puri­tano y bien instruido que se dedica a manufacturar y vender artf­culos de talabarteria para el mercado colonial; tiene un hermano mayor, casado y con hijos que importa textiles y otros articulos caros; vive en la Calle Ancha de Whitechapel y mantiene criados y dependientes, 10 que refuerza la idea de una fortuna mediana­mente importante- pero permanece estrictamente anonimo de su propia parte, al igual que casi todos los personajes de la tragedia pestifera que narra para un publico tambien incierto, como si se tratara efectivamente de los lectores de un periodico, En esta ver­dadera Comedia Humana, sino por su extension y densidad, al menos por la enorme variedad actores, solo uno (un tal Doctor Heath, amigo personal del autor) tiene un nombre individual y propio, y s6lo uno (el mismo) registra una condicion similar a la del autor como burgues instruido. Todos los dernas son los seres anonirnos de la plebe urbana: carpinteros, sirvientes, toneleros, buhoneros, fabricantes, tejedores, soldados. A 10 largo de todo el Diario... , como desde su primer parrafo, el autor estara alli, mez-

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dado ocasionalmente en esta horrorosa lucha por la vida con una multitud de projimos sin nombre y casi sin historia, como la oca­sian en la que se entera de que la peste arribarfa a Londres desde Holanda.

En Robinson Crusoe, en cambio, el modo de presentar al per­sonaje es completamente inverso: desde el titulo, Defoe pone de relieve el caracter especfficamente personal y autobiografico, de su relato. El propio Robinson es el que narra asi sus ongenes:

"Nacf el afio 1632 en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no del pats, dado que rni padre era originario de Bremen, se establecio primero en Hull: alcanzo una buena posicion gra­cias al comercio, y dejando esa actividad, vivi6 mas tarde en York, donde se cas6 con mi madre, perteneciente a la familia Robinson, una de las mejores familias dellugar por 10 cual fui lIamado Robinson Kreutznaer..." (1).

Entre estas primeras lineas, se multiplican las referencias per­sonales -tambien burguesas y evangelicas-: un hermano mayor, muerto en la guerra con Espana por los Parses Bajos, otro herma­no cuyo destino se ignora; primeros estudios en una escuela local; deseos patemos de darle una formacion en leyes; consejos fami­liares para desterrar de su mente aventurera los propositos de via­jar y duras reprimendas de un padre severo pero carifioso, A dife­rencia del anonirno pero personal autor del Diario, Robinson tie­ne una densa matriz biografica autonoma e intransferible, que se hace cada vez mas consistente con los episodios indiciales que anticipan la tragedia central de su naufragio. Las huidas del ho­gar, el comportamiento vergonzoso del novato en su primera ex­periencia maritima, las temibles tempestades, la reaccion colerica de un capitan que Ie reprocha su contumacia, su captura y esclavi­tud en Mauritania, la fuga y posterior llegada al Brasil, son verda­deros hitos en la vida de un individuo que ha preparado su propia ruina con actos que son fruto de un libre y desordenado albedrio, y muy distintos, por cierto casi opuestos en sus consecuencias, de los de un testigo real y personal, pero anonimo, al que Ie ha toea­do asistir, sin eleccion posible, sin merito ni castigo alguno, a una catastrofe general e impredecible que 10 involucra como parte del todo mayor que es la ciudad de Londres de 1665.

Los aciagos presagios que Defoe va sembrando en la vida de Robinson y anticipan el castigo de su rebeldla son la contracara de los que Ie hace describir al anonimo autor del Diario, el cual

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deplora en ellos la ignorancia y lacredulidad de la plebe londinense. AI comienzo, las visiones apocalfpticas, luego, mientras la peste avanza, el negocio impiidico de los impostores que venden pocio­nes 0 conjuros para evitar que el mal alcance a sus clientes:

"No mencionare sino algunos pocos (prodigios y presagios). Pero seguramente hubo tantos; y tantos los hechiceros y bella­cos que las propagaban, que muchas veces me preguntaba como era posible que alguien (especialmente las mujeres) se hubiera quedado en la ciudad. Podrfa lIenar este relato con las extrafias narraciones que esta gente daba cada dfa sobre sus visiones; y cada uno de ellos es­taba tan seguro de 10que habfa visto, que era imposible contra­decirles sin riesgo de romper la amistad 0 de ser reputado de grosero y descortes por una parte, y de profano y pertinaz por otra" (29-43).

Este clima de histeria, confiesa con pudor, 10alcanza a el mis­mo, tan piadoso. Admite haber visto dos cometas que, arnenazan­do a la ciudad, pasaban sobre ella, uno lento y pesado como la peste, el otro rapido y brillante, como el incendio. Pero el autor del Dia­rio enseguida se aparta de 10 que Ie parece apenas una grosera interpretacion del anuncio de la providencia, para pagar tributo al creciente racionalismo cientffico:

"Yo vi estos dos astros y, debo confesarlo, tenfa tantas de las nociones comunes respecto de estas cosas, que estaba dispues­to a admitirlos como precursores y advertencias del Juicio de Dios; y especialmente cuando, luego de que la plaga hubo se­guido al primero, vi a otro de la misma especie, y entonces no pude sino decir que Dios todavfa no habfa castigado suficien­temente a la ciudad. Pero, al mismo tiempo, no podrfa llevar estas cosas al extrema que otros la llevan, sabiendo, tambien, que los astronomos han asignado causas naturales a estas cosas, y que sus movirnien­tos, y aun sus revoluciones estan calculadas, 0 se pretende que 10 estan, por 10 que no podrfan ser Ilamadas propiamente predictores, y mucho menos precursores, de eventos tales como las pestes, la guerra, el fuego y otros sernejantes" (41).

Pero las muchedumbres de los arrabales, por supuesto, insis­ten en ver a un angel de nfveas vestiduras que agita una espada flamfgera, amenazando ala ciudad, 0 en adivinar espectros que se

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mueven entre las tumbas de los cementerios anunciando la doble catastrofe de la plaga y del fuego. EI cronista comienza por des­preciar a esos pobres infelices que yen a creen ver los signos se­guros de su ruina inminente, como asf tarnbien a los otros que corren detras de los charlatanes "individuos malvados y pfcaros ... adivinos y bellacos... astrologos que les hacfan conoccr su desti­no... enjambres de pretendidos hechiceros y nigromantes, practi­cantes de magia negra", pero termina por conceder que la razon de esas "debilidades, locuras y perversioncs del pueblo" y de los repugnantes personajes que se aprovechaban de elias -todos los cuales perecieron durante la peste, algunos vfctimas incluso de terminar creyendo en sus propios engafios- son un producto legf­timo de la desesperacion, la ignorancia, el desamparo. l.Con que otra cosa sino con sus esperanzadas supercherfas pueden conso­larse y confortarse los pobres desgraciados ante la dura prueba que va a sobrevenir y respecto de la cual no tienen rcsponsabilidad alguna? Es comprensible entonces esta enumeraci6n de desvarfos, resumida por fin en la frase que mas a rnenudo sc escucha en sus conversaciones: "[Seiior, ten piedad de nosotrosl ,;Que podemos de hacer?",

Esta bien claro el contraste que surge de la cornparacion entre los a vatares que signan higubremente el destino individual de Robinson hasta su naufragio, producto de su rebeldfa y su espfritu aventurero, y los que amenazaban colectivamente a los habitantes de Londres, que no pueden mas que dejarse aterrorizar par la in­minencia de la peste. Los primeros parecen resultar de la propia elecci6n de un destino tal vez equfvoco; los segundos, clararnen­te, provienen de la necesidad imperiosa de las masas de compren­der de alguna manera las ciegas tragedias que se abaten sobre ella. EI resultado de las aventuras de Robinson parece probar que el hombre es, en alguna medida, artffice de sus desgracias persona­les; pew para el cronista de la peste la relacion causa y efecto, presagio y calamidad, no solo no alcanza a probarse a la luz natu­ral de la razon: incluso, parecen poner en duda la justicia 0 la be­nevolencia de la divinidad, por 10menos en principio.

Estas fuertes antinomias muestran en la narrativa yen la ideo­logfa de Defoe una tension presente entre libre albedrio y destino individual s-segun aparece en Robinson Crusoe- y entre fatalidad y destino colectivo --como se advierte presentc en el Diario-, en­tre indi viduos culpables y calamidades publicas, que ira desarro­lIando, a 10 largo de las dos obras, una imagen sin embargo cohe­rente tanto del destino del hombre como de sus lfrnites frente a la

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voluntad divina, en la que la tesis del autor, que parece provenir de poderosas raices clasicas y cristianas, se mostrara al fin como un fruto tipico de una modemidad naciente. Ni Robinson ni el autor del Diario son personajes inciertos 0 inverosimiles, sino indivi­duos con una carrera y un destino propio, y aunque el primero sea victima de su conducta personal y el autor exalte su individuali­dad y el segundo, en cambio, se yea involucrado anonimamente en un drama colectivo, ambos comparten, adernas de sus orige­nes, de su instruccion, de su religiosidad puritana, una epoca. Una epoca en la que la imprenta permite,justamente, la multiplicacion de la experiencia y del saber y la arnpliacion casi infinita de la esfera publica en la que, paradojicamente, no haran sino exponer a su publico anonimo los mecanismos que cada uno ha utilizado para reconstruirse como ser indi vidual a partir de -y en alguna medida gracias a- las propias calamidades que han tenido que enfrentar.

El naufrago anota detalladamente cuales son las culpas que ha venido a expiar y los medios con que cuenta para enfrentar ese destino que considera demasiado terrible:

"Tenia una sombria perspecti va de mi condicion, porque como no habia sido arrojado a esa isla, como se ha dicho, sino a causa de una violenta torrnenta, total mente fuera del curso de viaje que nos proponfanos, y a gran distancia, algunos cientos de leguas, fuera de las rutas ordinarias de la humanidad, tenia grandes razones para considerar que era una determinacion del Cielo que en este desolado lugar, y de esta desolada manera, encontrara el fin de mi vida. Las lagrimas rodaron abundante­mente sobre mi rostro cuando me hice estas reflexiones; y a menudo me preguntaba por que la Providencia arruinaba tan completamente a sus criaturas, y las volvia miserables de modo tan absoluto, tan desprovistas de ayuda, tan enteramente des­esperadas, que diffcilrnente encontraba razonable dar gracias por encontrame vivo" (52).

Agobiado por una misteriosa fiebre, los remordimicntos de Robinson llegan a ser todavia mas explfcitos y tormentosos:

"Esta segunda vez tuve un terrible sueno horraroso: creta que estaba sentado en el suelo fuera de mi muralla... y que vela des­cender a un hombre desde el centro de una negra nube, en el brillo de un torbellino de fuego. e iluminando la tierra: 10en­volvia el resplandor de una llama al punto que apenas si podia mirarle; su aspecto me provocaba el mas inexplicable terror,

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imposible de describir con palabras: que cuando pis6 el suelo con sus pies, me pareci6 la tierra se estremecta... y todo el aire parecia, en mi ternor, como si estuviese cargado con rayos de fuego... se dirigi6 hacia mf con una larga pica 0 arma en la mano, para matarme, y cuando lleg6 sobre una elevaci6n, a alguna distancia, me hablo, 0 escuche una voz tan terrible que me es imposible expresar el terror que me provoc6: "Viendo que to­das estas cosas no han provocado tu arrepentimiento, no han sido suficientes todas tus penas para lograr tu arrepentimiento, ahara vas a morir!"; y dichas estas palabras, me parecio que alzaba 10que estaba en su mana para matarme" (72-73).

EI autor transmite aqui una vivencia muy personal, intima, cxclusiva de su personaje, que ellector no puede dejar de relacio­nar con el abierto desaffo a la voluntad paterna que 10 llevo a cmbarcarse por primera vez, con la pertinacia que todavia le llevo a pro bar suerte en el Brasil luego de ya conocer la esclavitud, la miseria y el naufragio. En cambio, el cronista sin nombre pero igualmente personal del Diario narra los horrores de agonias no menos compartidas, des de el punto de vista colectivo, por su pro­pia identidad, pero mucho mas difusas en sus causas que las que puede sefialar el naufrago para sf mismo:

"...y muchos (apestados) de los que asf se condujeron (saliendo de sus casas) fueron arrastrados a sufrir horrorosas exigencias y privaciones, y perecieron en las calles 0 en los campos de mera necesidad, 0 fulminados por la violencia de la fiebre que los so­metia. Otros erraban por el pais, avanzando sin ningun rumbo, y s610su desesperaci6n los guiaba, sin saber por donde iban ni adonde irian: hasta que, hambrientos y agotados, sin recibir ayuda alguna, dado que en los pueblos y en las casas del cami­no se rehusaban a alojarlos estuvieran enfermos 0 no, perectan al borde del camino 0 entraban en un pajar y morfan alii, sin que nadie se atreviese a acercarse para auxiliarlos, aunque qui­zas no estuviesen infectados, porque nadie 10 hubiese creido" (73).

GY que decir de esta siibita e instantanea expiacion de una mujer que se asoma a la ventana sirnplernente para gritar su dolor?

"Pasando un dia a traves de Tokenhause Yard, en Louthbury, de repente un postigo se abrio violentamente, justo encima de rni cabeza; y una mujer lanzo tres chillidos terrorificos y enton­

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ces grit6 "Oh, muerte, muerte!" en un tono inimitable, y que me \len6 de espanto y me helo toda la sangre" (98).

Defoe puede intentar trazar la senda moral y espiritual de la perdicion que ha arrojado a Robinson a esas playas ignotas, pero no puede mucho mas que sugerir, en los tintes mas sornbrios po­sibles, la desgarrada ansiedad de estos muchos seres an6nimos que huian por calles y por campos, abrasados por la fiebre, carcomi­dos par las heridas, sin agua y sin alimento, y que en medio de sus congeneres se echaban a morir sin el menor consuelo material 0 espiritual. Se trata de un ejercicio literario sobre todo este conjun­to de dolor humano que s610 puede llevarse adelante con ejem­plos aislados de individuos de la multitud, y por eso mismo inter­carnbiables, 0 simplemente, como en el parrafo citado, ilurninan­do con vaguedad, y por eso mismo con fuertes certidumbres, el estado de las almas de estos desgraciados (,Que decir sobre sus consciencias atormentadas tal vez par culpas tan crueles 0 mas que las del propio Robinson, 0 tal vez perfectamente inocentes?

Desde diferentes perspectivas, entonces, tanto Robinson como el autor an6nimo del Diario se interrogan sobre 10mismo: la des­dicha humana y sus causas, verosimiles 0 no, en el error y la culpa individual. Esa interrogaci6n es legitima, pero tambien imitil, pa­rece pensar Defoe, segun se advierte par el giro que van tomando los acontecimientos en ambos textos. Pero antes de llegar a expo­ner el objetivo del autor al agobiar a sus desgraciados personajes con los mayores infortunios a los que puede enfrentarse el hom­bre, es preciso explorar ciertos aspectos comunes de estas trage­dias paralelas que dan coherencia a los esfuerzos del autor en su investigaci6n sobre el destino, la culpa y el horror de la existencia humana en situaciones Iimites.

Disoluci6n de 10 humano colectivo

Sin duda, las pestes y las catastrofes maritimas son las mayo­res pruebas a las que puede someterse la consciencia humana de cualquier epoca. La ajenidad del mar a toda dimensi6n y capaci­dad de dominio par parte del hombre y el horror cotidiano de las muertes instantaneas e inesperadas que banalizan y degradan la suprema experiencia de la extincion de la vida se asemejan rnu­cho entre sf y se diferencian de cualquier otra catastrofe general. Asi, en las guerras y en las hambrunas, las diferencias sociales y

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econ6micas marc an una frontera importante entre los que pueden vivir y los que deben rnorir, 10 mismo que en Ins incendios 0 en los terremotos, que no destruyen por igual las casas bien edifica­das en piedra y mortero de los nobles y los patricios que las hu­mildes moradas de madera a adobes del pueblo llano. Mucha mas democratizadores -hasta el punta que siemprc sc los propene como verdaderos t6picos de un panico que deja abolida toda norma de convivencia 0 altruismo social-las pestes y los naufragios, cuan­do tienen lugar, no permiten que nadie puedu haccr reconocer su status social a sexual, ni condici6n alguna Iucra de su rnera perte­nencia elemental al genero humane, en el que cada individuo es penosa e igualitariamente arrastrado a luehar por su propia vida par encima de cualquier otro principio, ufccto n consideracion,

EI yo social de Robinson Crusoe. al cual rcnuncia de una vez tras su naufragio en las aguas tropiculcs de Amcrica, csta expre­sado con conceptos transparentes en los imitilcs conscjos can que su padre trata de disuadirlo de su vocacion uveruurcra:

"Me dijo que, par un lado, estahan los hombres de situacion desesperada y, par otro, los que aspiran a una fortuna superior, a los cuales les es permitido ernbarcursc en graudcs avcnturas, elevarse par sus empresas y hacersc famnsos de mnncra que no comprendfan los que siguen la traycctnria conuin: que tales cosas se encontraban dernasiado por cncima de rni condicion, a eran demasiado bajas para mf; que el mfo cra un cstado inter­rnedio, que podria considerarse por cncirna de las gentes de vida miserable. la cual hallaba, por larga expericncia, la rnejor de todas en el mundo, la mas propicia a las Iclicidades humanas, no expuesta a las miserias y durezas, los trabajos y los padeci­mientos de la parte mecanica de la humanidad, ni estorbada par el orgullo, Ia lujuria, la ambici6n y la cnvidia de la parte mas elevada de la sociedad. Me dijo tambien que cornparase por mf mismo la felicidad de este estudo de vida con la de la otra gente que envidiaba, que los reyes han lameruado can frecuencia las miserables consecuencias de haber nacido para las grandes co­sas y han deseado encontrarsc en una posicion alejada de am­bos extremos, justo terrnino medio entre los grandes y los pe­quefios: que deseaba dar testimonio de clio como el justo media de la verdadera felicidad, cuando daba las gracias por no haber nacido ni en la pobreza ni en la riqueza" (2).

La moderaci6n propuesta por el burgues exitoso pero conscien­te de su condici6n (la swfrosunh helenica) y la vocaci6n de desa­

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ffo y el apetito de transgresion de Robinson (la ubris) ofrecen un vivo contraste entre los tiempos clasicos y la modernidad que irrumpe: algunos ecos de los discursos de Gulliver parecen reso­nar, en su tributo a la sabiduria de los antiguos, incluso las reflexio­nes de Arist6fanes euando en Las Nubes exalta las grandezas del saber tradicional por encima de los desvarios de la nueva sabidu­ria de los sofistas y de Socrates, Pero ya los jovenes ingleses de la pequefia burguesfa y de las cIases medias -como Gulliver, por ejemplo, 0 como el menos ficticio Samuel Pepys- estaban demos­trando que el camino hacia un ascenso en principio ilimitado se iniciaba, justamente, en el momenta en que uno dejaba de creer que habia nacido nada mas que para renunciar a ser algo distinto de 10 que era.

Asi, una vez en su isla, Robinson se siente arrebatado brutal­mente y de un modo definitivo a esas convenciones morales que ya habfa rechazado cuando gozaba de la Iibertad para hacerIo, pero con las que ahora ya no puede ni sonar. Abruptamente, el naufra­go se ha convertido a la vez en un ser mas Iibre y poderoso que un monarca, pero tambien mas enteramente constrefiido a sus fuer­zas y capacidades que cualquier bestia que no requiere de la so­ciedad para terminar de reconocer su condici6n -parad6jica con­cepci6n de un criterio de libertad individual enteramente nuevo, cuyas posibilidades y Iimitaciones siguen atormentado al hombre actual-. Este contraste se muestra en todas sus facetas en las nue­vas actitudes de Robinson, que se ha apartado de su mundo, al que sigue Iigado, sin embargo, cultural y afectivamente, a traves de valores y de conductas que 10 llevan a comparar su situacion con la de las jerarquias y cIases dominantes de su pais, Apenas ha desembarcado y ya se descubre a sf mismo, mientras se apodera de los restos del naufragio, "el dueno del mayor deposito general que juzgo haya podido reunirse para un solo individuo", Mientras recorre su isla, se describe "con una especie de gozo mezcIado al mismo tiempo de tristes pensamientos" que todo eso era suyo, de la misma manera que las posesiones nisticas de un lord ingles. Se siente cabecilla y majestad de una corte de animales dornesticos -su perro, sus gatos, su papagayo- sobre los que dispone del de­recho de vida y de muerte en unos "Estados en los que no existian las rebeliones". Ahora el dinero Ie parece, en cambio, el emblema de aquello a 10cual cree haber renunciado definitivamente. Cuan­do encuentra un pequefio tesoro en el interior de su navfo naufra­gado, anota:

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"[Oh, veneno! -exclame- (,que puedo sacar de ti? No tienes ningun beneficio para mi, no vales ni para que me agache a le­vantarte; uno de esos cuchillos es mas digno de mi deposito. No hay manera de que pueda emplearte, quedate donde estas y vete al fondo del mar, como una criatura cuya vida no es digna de salvarse." Sin embargo luego de estos pensamientos, 10tome tarnbien y 10ernpaque con todo 10demas en una pieza de lona" (47).

Aqui -otra vez, como en Swift- el radical extrafiarniento de Robinson, su redefinici6n del orden etico y moral, la disolucion de la personalidad burguesa que 10 habia contenido en su patria de origen. Obviamente, este extrafiarniento encuentra su rafz en su condici6n de naufrago. Pero (,que sucede cuando el naufragio sobreviene en el interior del conjunto social y, en lugar de aislarse en distantes islas trapicales, los habitantes de una comunidad bus­can alivio en el interior de sus personas, de sus viviendas, de sus valores y conductas? (,Que ocurre en efecto con este individualis­mo forzoso que se alimenta, paradojicarnente, de los impulsos vitales mas primitivos, del deseo de seguir viviendo? Es esto, pre­cisamente, 10 que describe, como tal vez ninguna otra obra, el Diario del Mia de la Peste.

La disolucion de los espacios piiblicos, de los lugares donde los hombres se hablan, se reconocen y se asignan sus posiciones en el cuadra social y, consecuentemente, del reconocimiento co­lectivo de la condicion material, espiritual, social y laboral de los individuos se enfatiza todas las cr6nicas de las pestes a 10largo de la modernidad. Las diferencias jerarquicas desaparecen, precisa­mente, porque ninguna comunidad de hombres se mantiene en condiciones de seguir reconociendolas y, como en los naufragios, cada hombre redefine sus valores y su condici6n de acuerdo a la abrumadora situacion, Hay dos parrafos particularrnente enfaticos de esa disoluci6n social, que el autor del Diario dedica precisa­mente, a hablar de los espacios que ahora ocupan 0 abandon an los vivos y los muertos. Asi, a traves de sus ojos, se asiste a un entie­rro masivo de apestados:

"EI carro tenia dieciseis 0 diecisiete cuerpos: algunos estaban envueltos en lienzos de lino, algunos en harapos y algunos poco menos que desnudos, 0 tan despojados, que el arropamiento que tenian se les desprendia al ser descargado el carro; y caian casi desnudos entre el resto; pero eso no debia importarles mucho, ni tampoco la indecencia a nadie, dado que estaban todos muer­

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tos e iban a ser apilados todos juntos en la fosa comun de la humanidad, que es como podemos llamarla, pues aquf no exis­tfa diferencia alguna, sino que tanto ricos como pobres, iban juntos: no habfa otro tipo de entierros ..." (81).

Asi, como la perspectiva impuesta por el naufragio 10lIeva a Robinson a perder noci6n de sus origenes para gozar con el poder y con la libertad de un soberano, asi tambien, ante los ojos del autor del Diario se confunden las sabanas de lino de los ciudadanos pudientes con los harapos de los pobres artesanos 0 la pura des­nudez de los miserables: todos ellos han regresado, una vez que se han abandonado los sagrados pero tambien rutinarios ritos fu­nerarios, a un estado de democratica igualdad natural. i,Cuanto han perdido de sus personalidad cada uno de estos muertos con esa drastica y fatidica equiparaci6n que les ha quitado su rango?i,Que eran, en realidad, mas alia de su condici6n social?

Los vivos, por su parte, han renunciado a lucrar, a exhibirse, a reconocerse 0 a combatirse con tal de salvar la vida, y por ello han abandonado todo espacio publico: las iglesias, las tiendas, los mercados, las tabemas y, por supuesto, las calles:

"La gran calle en que yo vivfa (a la cual se conoce por ser una de las mas anchas de Londres ...) en todo el lado en el que vi­vfan los camiceros, especialmente sin comercios, era mas bien una campifia verde que una calle empedrada; y las gentes tran­sitaban par 10general por el medio de la calle, entre caballos y carros. Es cierto que el extrema mas lejano, hacia Whitechapel Church, no estaba empedrado en absoluto, sino que incluso la parte empedrada estaba lIena de hierbas; pero esto no extrafia­ba a nadie, dado que en las grandes calles del centro como Leadenhall Street, Bishopsgate Street, Cornhill e incluso en la propia Bolsa misma, crecian las hierbas en muchos lugares; ni carros ni carruajes se vefan por las calles, desde la manana a la noche, excepto algunas carretas que trafan rafces y judfas, gui­santes, heno 0 paja al mercado ..." (117).

Como se reitera en las cr6nicas y comentarios de testigos, el silencio de las habitaciones enclaustradas y afixiantes en el vera­no, se agravaba con la mortal quietud de las calles donde hasta entonces se escuchaban las voces de los hombres y los ruidos del transite cotidiano -origen de los accesos de melancolfa y psicosis que siempre acornpafiaban a la peste-. Resultaba imitil tratar de ignorar otras sefiales ominosas de la peste: los distantes lIantos y

,!

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aullidos de las vfctimas, el vago peru omnipresente hcdor de los muertos y de los enferrnos expuestos al calor de la estacion, cl crujir sobre el empedrado de las ruedas de los carros cargudos de cad a­veres, haciendo sonar sus campanillas. Soledad. aislamiento, si­lencio, sofocaci6n, hedores y lamentos en el amhientc; odin, des­esperaci6n, abulia, temor, ausencia de consuclos, de amistad y de buenos sentimientos en la can sciencia de cada hombre, Un aban­dono naufrago mucho mas oprimente que el de Robinson, que se multiplicaba para cada habitante de Londres, en cada casa, en cada cuarto y que por las noches incrementaba sus cspantos:

"Todos los trabajos imprescindibles que acarrcarun ICITor y que fuesen tan desagradables como peligrosos, sc realizahan durante la noche; si se trasladaban cuerpos apcstudos, 0 si se enterra­ban cadaveres, 0 si se quemaban ropas, eso se hada de noche y todos los cadaveres que se arrojaban en los grandcs fosos de los diferentes cementerios 0 camposantos, COlIHl ya sc ha descripto, eran lIevados hasta alii poria nochc, y lodo se cubrfa y se cerraba antes de la salida del sol. De modo que durante las horas del dfa ni la mas mfnima serial de la culumidad se vela 0

se escuchaba, excepto aquello que sc ohscrvaba en la dcsola­ci6n de las calles, y los apasionados gritos y l.uncntos de las personas, lanzados desde sus ventanas: yen la gran cantidad de casas y de tiendas cerradas que aurncntaba" ()lJX).

Jean Delumeau ha resumido la expcricnciu de la peste en la Europa moderna en un concepto que es un perfecto resumen de la desesperaci6n que se expande pOI' pueblos, grupos e individuos sin encontrar limite: "vi vir sin proyccto". "Vivir sin proyccto", escribe el autor, "es inhumano". En cl rnundo de las poblaciones apestadas se disuelven los lazos del parentcsco y de la amistad, la tragica reparaci6n de los ritos funebres, la ulcgrla 0 el consuela del trabajo cotidiano y, por supuesto, la cspcrurrza. No hay rne­diaci6n 0 distanciamiento cultural posible entre la arncnaza de fa muerte y el horror de la agonfa y cualquier rclacion social que irnplique el mantenimiento de las convencioncs del.l'fatu quo ante. No se puede simular, ni lIegar a un acucrdo, ni postcrgar, actitu­des esenciales de la vida en sociedad. La rnuerte se hace rutina­ria y rnon6tona sin dejar par ello de ser repulsiva y terrible, en especial cuando la peste se vuelve bub6nica -en sus otras for­rnas, neurn6nica y septicernica, la afecci6n es mas virulenta y ful­minante, pero rnenos horrible- y los tufos y los gritos de los en­claustrados-condenados no pueden dejar de escucharse, Todos

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viven, anota Delumeau, en una insostenible promiscuidad de los vivos con los muertos. Sin embargo, es interesante advertir que la experiencia de Robinson en su ignota isla, sin esos tintes tan si­niestros, presupone tarnbien una existencia sin proyecto, el ver­dadero limite de la condici6n humana; el limite que, como hom­bre moderno que ha dejado atras los Iimites de su origen social y cultural, Ie impone la Providencia. EI trabajo cotidiano en absolu­ta soledad, el permanente murmullo del mar que evoca la distan­cia infinita que separa y aparta de la totalidad del rnundo, la enfer­medad sin asistencia, el pensamiente siempre presente de la muerte -inesperada y fulminante 0 lenta y dolorosa- tienen un lugar pri­vilegiado en el arsenal de cavilaciones del pobre Robinson, hasta que la amenaza de los canfbales y la esperanza de procurarse un cornpafiero-sirviente los sal van en parte de elias. Alli tambien es, radicalmente, imposible volver arras.

En este vivir inhumano, entonces, las condiciones inconcebi­bles que 10 hacen posible -y el altfsimo costa de verse extraordi­nariamente reducido a una porci6n esencial, irrenunciable, de ser y de existencia- terminan lIevando a sus protagonistas a un tre­mendo clamor, a un verdadero grito de desesperaci6n existencial. Robinson escribe:

"i,Por que Dios ha hecho esto conmigo? i,Que he hecho para ser tratado asf? La consciencia me detuvo subitamente en este examen, como si hubiese blasfemado; y pense que me hablaba algo parecido a una voz: "[Miserable! i,Tu preguntas pOI' 10que has hecho? Examina tu vida disipada de modo tan terrible y pregiintate, al contrario pOI' 10que no has hecho. Pregiintate por que raz6n no has sido aniquilado hace mucho tiempo. Por que no te has ahogado en la rada de Yarmouth, 0 no has sido asesi­nado en cornbate, cuando el barco fue capturado pOI' el guerre­ro de Sale; pOI' que no fuiste devorado pOI' las bestias alvajes en la costa africana; 0 ahogado aquf, cuando toda la tripulaci6n pereci6, excepto til mismo. i.Y eres ni quien preguntas por 10 que has hecho?" Quede mudo con estas reflexiones. como ato­nito, y no encontre una sola palabra para replicarme a mf mis­mo" (77).

Y el anonirno, pero igualmente burgues, cronista londinense anota:

"Pero nada sirvio, la infecci6n se exacerbo, y las gentes se ate­rrorizaron y horrorizaron hasta el ultimo grado, al punto que,

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puedo decirlo, se abati6 y, como dije mas arriba, se entreg6 a su desesperaci6n. Pero, permftaserne observar en este punto, cuando digo que las gentes se abandonaron a su desesperacion, no me refiero a 10 que los hombres lIaman una desesperacion religiosa, 0 a una desesperacion de su condici6n eterna, sino que hablo de una des­esperacion respecto de su capacidad de escapar ala infeccion y de sobrevivir a la peste, a la que vefan tan violenta y tan arro­lIadora en su virulencia que, pOI' cierto, muy pocos de los que fueron alcanzados pOI' ella en su apogeo... pudieron salvarse, y 10 que es realmente muy notable... la mayorfu de las personas atacadas... morian por 10 general en el lapse de dos 0 tres dias como maximo... Ya he mencionado como el pueblo se sumio en un estado de desesperacion respecto de su vida y de abandono de sf mismo, hecho este que tuvo, de pOI' sf, un cfecto cxtruiio entre nosotros durante tres 0 cuatro semanas, es decir, nos trunsforrno a todos en seres audaces y temerarios... Uno podfudccir al otro: "No os pregunto como estais, ni os digo como cstoy yo: cs seguro que todos partirernos..." (186-187).

Desesperacion, perplejidad, estupor, incapacidad de compren­der el pasado y de pensar en el futuro. EI mar, la peste, son para el hombre realidades descomunales, verdadcros monstruos abismales e inhumanos contra los que no cabe la rebclion ni cs posible en­frentarse en pie de igualdad, como sf pucdc haccrsc, en cambio, contra los padres y los tiranos, 0 al menos dcscargar angustias, rebelandose y escapando, como durante Ins castigos, las ham­brunas, las carestias,

Purificacion y restauracion del individuo

i,En que radica, entonces, la modernidad de los personajes de Defoe y de su literatura? Extrafiamiento, superacion de lfrnites individuales y colectivos, responsabilidad personal, crftica radi­cal de los fundamentos sociales: un abanico de experiencias que encuentran sus rakes en situaciones limites muy especfficas -peste, naufragio-, pero que adquieren una nueva definicion filosofica y psicologica en el contexto socio-cultural y economico de la narra­tiva de una sociedad dominada ya poria burguesia, individualis­ta, transformadora y dispuesta a correr los riesgos de revolucio­nar el mundo sin tratar de renunciar enteramente aDios y a su

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Divina Providencia. Sufrir penurias como naufragios y pestilen­cias y atribuirselas a la c61era divina es un topos a la vez mftico y literario, tanto judeo-cristiano como helenico,

Asf en Samuel II (capitulo XXIV), se describe c6mo Yahve castig6 a David par haber levantado un censo de su reino, lanzan­do una peste sobre los israelitas; toda la profecfa de Jonas se rela­ciona con eI mar y con la descripci6n de sus monstruosos habitan­tes como instrumentos a Ja vez obedientes y terribles de la c61era de Yahve, En Iliada, el canto I comienza justamente con la peste que Apolo arroja sobre los aqueos por una culpa individual del rey Agamenon, del mismo modo en que las ofendid as divinidades apes tan a los tebanos por causa del abominable pero ignorado cri­men de Edipo. Las tempestades y los naufragios motivados en el castigo propinado a Ulises por un dios ultrajado constituyen, prac­ticamente, la parte medular de Odisea, y es la alusi6n a esa ven­ganza divina la que da comienzo al poema. Para la c61era divina, las pestes y los naufragios son las armas excelentes que, como ninguna, castigan sin par a los pueblos y a los individuos, omi­tiendo especialmente la diferencia entre justos y pecadores. (,Que podia agregar Defoe a esta saga plurisecular de regiones y de ejer­citos diezmados por la enfermedad y el terror y de naufragos soli­tarios perseguidos por sus pecados y sus infartunios?

Sin embargo, sus personajes no se limitan a ser las vfctimas pasivas de la adversidad pestffera 0 marinera, ni tampoco -pese a sus limitados recursos, no pueden dejar de hacerlo- a contender contra esa adversidad. Lo que hacen, en verdad, es contender con ellos mismos en la adversidad par tratar de comprenderla y com­prender cual es su destino -propio, individual, intransferible- en el terrible curso general de los acontecimientos. Aquf, la catastro­fe, antes que actuar como un instrumento de disoluci6n 0 de cas­tigo, se presenta como el elemento verdaderamente creador del individuo 0, en todo caso, como la circunstancia que hace posible su descubrimiento a traves de la interiaridad de la reflexi6n. La revelaci6n de ese destino individual no es el fruto de una ins­tantanea y milagrosa inspiraci6n divina. La Providencia de Dios no ha desaparecido del horizonte mental e ideologico del disiden­te Daniel Defoe y de sus personajes, todo 10contrario, como era de esperarse de piadosos puritanos, pero no es ya una activa pro­tagonista, sino una instancia de verdad a la que estos hombres arriban tras una elaborada, desoladora, personal y -solo muy al final- gratificante exploracion personal del mundo y de sf mismos.

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Asf pues, despojados de todo marco de referenciu social, de toda aspiracion relativa a un sistema de conductas y valores res­paldados hasta ese momento por el "sentido conuin", por el "de­ber ser", por el status convencional que la costurnbre y la comuni­dad han sancionado con vistas a su constitucion, el agobio de la prueba se invierte y se transfarma en un mecanismo de liberaci6n. Robinson, en efecto, anota que la verdadera nuturalcza de Dios solo se Ie hace presente en esa condici6n de naufrago ahandonado que 10ha liberado de su compromiso, de ese culpable "contrato" con los otros hombres que 10habfa lIevado hasta entonces a invo­carlo solo para lograr sus miserables proposiios obscurecidos por el interes, el pecado y el miedo de la vida colectiva:

"... y guarde el30 de septiembre con los mismos usos solernnes que antes, par tratarse del aniversario de mi arribo a la isla, lue­go de haber transcurrido dos afios y con menos perspectivas de ser liberado que el primer dfa que llegue allf. Consagre el dfa entero a humildes y agradecidos reconocirnientos de las muchas y maravillosas mercedes que se me habfan concedido en mi so­litaria condici6n, y sin las cuales podria haber sido infinitamente mas miserable. Di gracias sincera y humildemente de que Dios se complaciera en acardarse de mf, aun cuando era posibJe que fuera mas feliz en mi solitaria situaci6n de 10 que hubiera sido en medio de la libertad de la sociedad y con todos los placeres del mundo, par su presencia. y la cornunicacion de su gracia a mialma... Sucedfa ahara que comenzaba a ser capaz de sentir cuanto mas feliz era esta vida que lIevaba, con todas sus miserables circuns­tancias, que la perversa y abominable existencia de los dias pa­sados, y que ahora habfa cambiado tanto mis atlicciones como mis regocijos y... mis delicias eran perfectamente nuevas res­pecto de aquellas que habfa tenido en un comienzo ..." (93).

(,Pobre consuelo de un alma desesperada que debe conformarse en esas condiciones para seguir justificando su existencia? Es posible, pero en las piadosas palabras de Robinson resuenan, asom­brosamente, ecos de las consignas populares de Wat Tyler preser­vadas en el folklare campesino ("Cuando Adan cavaba y Eva hi­laba...") y se atisban ya algunos rumores de los mitos de Rousseau y de Diderot sobre el individuo y la sociedad, sobre la naturaleza y el contrato social-como se sabe, la Ilustracion francesa fue una deslumbrada lectara de Robinson Crusoe-. Y si bien a 10 largo del Diario se adviere un curso distinto de la indagacion sobre el

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papel de la Providencia en la vida social, no carece de un sentido al cual se vera refluir sobre estos indicios del radicalismo espiri­tual individualista que aparecen en Robinson.

Al comienzo de su relato, el autor del Diario recuerda que, si bien desde un primer momenta se mostr6 vacilante en cuanto a las ventajas de abandonar la ciudad, cuando su hermano 10 per­suadi6 por fin de hacerlo, las dificultades imprevistas 10 fueron demorando, de modo que por fin se convenci6 de que la Divina Providencia habia mandado que permaneciera en su hogar duran­te la plaga:

"L1eg6 a mi mente muy ernpefiosamente, una manana en que me hallaba meditando sobre este asunto particular, que nada nos ocurre sin la voluntad y permiso del Poder Divino, de manera que estos inconvenientes (los que habfa experimentado al tra­tar de alejarse de Londres) debfan tener, intnnsecamente, algo de extraordinario... que era voluntad del Cielo que yo no me marchase. De inmediato, continue con mi pensamiento, en el sentido de que si en realidad Dios deseaba que me quedase, EI podia efectivamente preservar mi vida en medio de toda la muerte y de todo el peligro que me rodearian; y que si yo deci­dia salvarme huyendo de mi morada y actuaba en contra de esas intimaciones que yo creia divinas, ello serfa como huir de Dios; y que EI podia ordenar a sujusticia que me alcanzase cuando y d6nde Ello creyese justo" (32).

Es notable que, a continuaci6n, el autor del Diario nos comente que su hermano "aunque era un hombre muy religioso, se ri6 de todo 10que Ie dije acerca de intimaciones del Cielo", Porque, en efecto, el propio protagonista, luego de haber arrostrado el espan­to de la peste creyendose designado para ello por poderes celes­tiales, termina por interrogarse acerca de la intervenci6n de la voluntad divina en toda esa horrible combusti6n morbosa que consumia a los habitantes de Londres: "la peste, termina por ad­mitir, es como un gran incendio: ... si se inicia en una villa 0 una ciudad densamente edificada y consigue tomar cuerpo, alli su voracidad se incrementa, devasta toda la ciudad y consume todo cuanto se pone a su alcance". La peste es, entonces, un fen6meno que responde a realidades ffsicas concretas y previsibles, y el ce­lebre incendio de 1666, que nada debi6 tener de providencial por­que a diferencia de la peste sus causas eran claramente humanas, iba a dar al autor un argumento concluyente y anticipatorio en mas de un sentido: la infecci6n se trasrnite igual que el fuego donde la

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poblaci6n es numerosa y concentrada, y es tan extraordinarmente peligroso -sino directamente suicida- confiar en la Divina Provi­dencia cuando se hace presente en una gran ciudad, como quedar­se a esperar sentado en el hogar a que las llamas de un incendio se apaguen al lIegar hasta allf despues de haber arrasado todas las casas del vecindario.

"Sobre la base de todas estas observaciones debo decir que pien­so que la Providencia pareci6 disponer que mi conducta fuese distinta; sin embargo, es mi opini6n -y que debo dejar en cali­dad de prescripci6n- que La mejor medicina contra La peste es huir de ella. Se que las gentes se alientan a sf mismas diciendo­se que Dios puede preservamos estando en medio del peligro, y abatimos cuando nos creemos lejos de el: y esto fue 10que mantuvo a miles de personas en la ciudad, cuyas osamentas fueron a parar a las grandes fosas, a carradas, y que si hubiesen huido del peligro, segun creo, hubieran estado libres del desas­tre; 0 al menos es probable que se hubieran salvado" (209).

Es claro que para el autor del Diario, tanto como para el pro­pio Robinson, Dios puede y debe ser dispensado de la problema­tica y polernica tarea de intervenir personalmente para salvar la vida y la salud de los fieles. La revelaci6n de la Providencia en la vida cotidiana, parecen sostener los personajes de Defoe, no se manifiesta en el grosero -y a la larga peligroso- consuela de creer que evitara el miedo, el dolor y la muerte de los hombres que no han sabido preservarse gracias a sus -siempre limitados- medios espirituales 0 materiales. La verdadera revelaci6n divina s610 puede hacerse clara y evidente cuando las circunstancias -particularmente las pestes y los naufragios, en este caso-Ie muestran al individuo su caracter de criatura divina, el origen milagroso de su historia, de su identidad y de sus capacidades, siempre distintos y, parad6­jicamente siempre iguales, 0 en todo caso semejantes, a los de otras hombres como el. La presencia de Dios en la vida humana, parece querer concluir Defoe, en ningun lugar se hace mas transparente que en el reconocimiento consciente de la propia humanidad y de su origen divino, por fuera, 0 tal vez mas alia. de toda otra consi­deraci6n del hombre que, como ser social y polftico, se ve en la necesidad de acatar normas y conductas, en todo caso extemas 0

superficiales, sin embargo, para su condici6n esencial de criatura divina y racional.

Asf, entre las impensables consecuencias de la epidemia, nin­guna mas beneficiosa que la que el autor del Diario reconoce en

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la renovada espiritualidad y en la desconocida tolerancia que se instala en Londres en las etapas finales de la peste, las mas furio­sas y letales:

"Lo que llevo a la gente en busca de cornpafiia (la entera con­viccion de que nadie se salvaria) la indujo tambien en forma asombrosa a concurrir en multitud a las iglesias. Ya no se pre­ocupaban de quienes se sentaban cerca 0 lejos de elIos, tampo­co de los hedores ofensivos que encontraban, 0 respecto de cual era el estado de salud que aparentasen tener los demas: sino que, observandose a si mismos como si ya estuvieran muertos, acu­dian a las iglesias sin la menor precaucion, y se congregaban como si sus vidas no tuvieran ninguna importancia compara­das con la obra que venian a cumplir alIi... Tampoco carecio este fenorneno de otros efectos extrafios,pues hizo desaparecer toda clase de prejuicios y escnipulos acerca de las personas a las que se encontraba en el pulpito cuando iban a las iglesias ... Como par aquel entonces algunas iglesias parroquiales estaban vacantes y abandonadas, la gente no sin­ti6 ningun escnipulo en desear que en las iglesias predicasen los Disidentes, que algunos afios antes habian sido desposei­dos de sus beneficios eclesiasticos por virtud de la Ley de Uni­formidad, para predicar en las iglesias; ni los ministros de las iglesias pusieron dificultad alguna en aceptar en aquella ocasi6n la ayuda de los Disidentes: asi, pues, muchos de los que eran lIa­mados ministros silenciados hablaron en aquella ocasi6n y pre­dicaron publicamente a las gentes del pueblo" (187-188).

Este estado de unanimidad espiritual y benevolencia religiosa -eon el que tal vez hubiera querido encontrarse Robespierre cuan­do, can su fallido culto al Ser Supremo, pertendio instalar una sensibilidad que solo podia ser un espontaneo y colectivo como resultado de la peste- era el producto ultimo de las sucesivas di­soluciones de la vida social originadas en el "vivir sin proyecto". Por fin, ni los negocios, ni el trabajo, ni el gobiemo, ni la religi6n, ni los amigos, ni la propia familia distraian al hombre de su pro­pia conternplacion como producto de la creacion, y esa contem­placion, a su vez, hermanaba de una vez a todos. Por fin, los habi­tantes de Londres y el autor del Diario encontraban que el naufra­gio, aun el que tenia lugar en el propio escenario de sus vidas cotidianas, restablecfa un vinculo poderoso entre Dios y los hom­bres, similar al que habia sentido, en su remota isla, Robinson Crusoe.

CAPiTULO Ill; LA EXPERIENCIA URBANA: IDENTIDAD, ANONIMATO···I 97

Rebeldia y redencion

l,Que queda entonces, en medio de estos cataclismos sociales y personales creadores del individuo, de esa legitima esperanza que "de las modestas criaturas hace reyes"? QUiZ3S deba decirse que pocos literatos de la Inglaterra del siglo XVIII estuvieron mejor preparados que Defoe para contestar a esta pregunta. No puede ser casual que un hombre rebelde, polemico y desafortunado haya escrito estas narraciones sobre la resignaci6n, la esperanza y la redencion de seres agobiados por infortunios tales como el nau­fragio y la peste. Es verdad que su coyuntura personal, su exce­lente formacion como publicista y la conforrnaci6n de un merca­do avido de lecturas "sensacionalistas" formaron parte de las circunstacias en las cuales Defoe redact6 sus dos novelas mas celebres. Pero parece claro que la elecci6n del estilo personal e introspectivo involucraba convicciones personales y sociales que sobrepasaban las meras ventajas literarias 0 comerciales de las que podia beneficiarse un autor acosado por adversas circunstancias.

Peste y naufragio representan una especie de equilibrio 0 ten­sion entre Providencia y destino individual, entre misticismo y realismo, entre adhesion tradicional a las verdades reveladas y convicciones resultantes de la iniciativa personal, en fin, entre tra­dicion y modemidad. Peste y naufragio marcan un Ifmite insupe­rable que no pueden sobrepasar las acciones: nada se puede ha­cerse en esas ocasiones, sino resignarse, esperar, confiar y final­mente descubrir -l,o inventar?- un destino trascendente para el hombre individual abrumado por su mundo social y polftico pero dispuesto a recrear una espiritualidad propia e intransferible. Como rebelarse es imposible, los personajes de estas novelas tratan de redefinir el papel de la Providencia en el destino del hombre, y creen descubrir un Dios que es ajeno a la intenci6n de poner a la soledad, al abandono, a la desesperacion como pruebas eticas 0

espirituales para sus pobres criaturas: parecen querer creer, mas bien, que su poder impersonal, pero no arbitrario, obliga al indi­viduo a buscarse para sf y en sf un destino trascendente, mas alla de su vida 0 de su felicidad.

En el contexto de una sociedad que gradual mente va ganando un dominio mas eficaz sobre la vida cotidiana, y moderando los efectos mas devastadores de los infortunios humanos -tanto las epidemias de hambre y la difusion de infecciones por la carencia de higiene, como las sediciones violentas 0 la amenaza de una agresion extema- la Inglaterra de los Estuardo proporcionaba un

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marco propicio al afianzamiento de la confianza en el hombre en el cual, sin embargo, segufa vivo el espfritu puritano de resigna­ci6n y disciplina. Asf, tanto el naufragio de Robinson Crusoe como la peste de Londres descripta en el Diario parecen espantables curas contra el atefsmo, escuelas ilimitadas en las que el hombre toma consciencia de sf mismo y de la enorme dimension de su esperan­za como realidad vital, ajena en todo caso a los imposiciones de la sociedad y del poder, al mismo tiempo que revelan que lejos esta Defoe de ver a la fe como un artfculo superfluo. Las calamidades acaecidas a sus desgraciados personajes son el ultimo remedio ,I

contra la rebeldfa inevitable, la rebeldfa frente a las consecuen­cias insuperables de la condici6n del hombre: la soledad, el dolor, la muerte. S610 una reclusi6n en esa carcel sin salida de la peste y del naufragio preparan al hombre para comprender su Iimitada condici6n en un mundo al que Dios, desde Descartes y Malebranche ha venido a regir cada vez mas como un legislador sabio que como un padre amoroso.

La confianza excesiva en sus propios medios, 0 la entera falta de confianza, la ciega creencia en una Providencia demasiado tra­dicional 0 la imposibilidad de comprender que algunas cosas ocu­rren y no pueden ser asimiladas simplemente a la voluntad divina, se muestran igualmente ruinosas en los personajes de Defoe, y pa­recen hablar mas bien, en este hombre maduro que escribe novelas para ganarse la vida despues de haberse jugado su fortuna y su re­putacion, de la superficialidad de toda rebeli6n que no implique, en ultima instancia, un hallazgo del individuo en sf mismo. La creen­cia en una rebeli6n que, de por sf, Ie permita instalar al hombre por sus propios medios una justicia reparadora de las miserias de su condici6n natural es una noci6n enteramente ajena a Defoe.

La obra del autor del Diario ofrece un nexo entre esta pers­pectiva ya personal e individualista del hombre y del destino y su actual concepci6n heredera, en gran medida, de una modernidad que ha venido avanzado cada vez mas en el senti do de afirmar que todo debe ser posible y que el fracaso y la impotencia son realida­des subhumanas que es imposible aceptar. La producci6n narrati­va de Albert Camus parece construida simetricamente respecto de la de Defoe en tomo de los Ifmites de la capacidad del hombre para reparar esos terribles e incurables legados de su condici6n huma­na. Escribe Camus en El hombre rebelde, cuando c1amacontra los intentos revolucionarios del siglo XX que han contribuido, sobre todo, a perfeccionar las tecnicas de sometimiento y degradaci6n de las sociedades modemas:

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"EI extravio revolucionario se explica, ante todo, por la igno­rancia 0 el desconocimiento sistematico de ese lfrniteque pare­ce inseparable de la naturaleza humana y que fa rebeli6n des­cubre, precisamente ... Ahora sabemos, al termino de esta larga investigaci6n sobre la revoluci6n y el nihilisrno, que la revolu­cion sin mas lfmite que la eficacia hist6rica significa lu servi­dumbre sin lfmites... AI mismo tiempo que sugiere una natura­leza comiin a los hombres, la rebeli6n pone de manifiesto la medida y el lfmite que estan al principio de esta naturaleza. En este limite, el existimos define parad6jicamente un nuevo individualismo. Existimos ante la historia y la historia debe con­tar con el existimos que debe, a su vez, mantenerse en la histo­ria. Yo necesito a los demas, que me necesitan a mf y a cada uno. Toda acci6n colectiva y toda sociedad suponen una disci­plina, y el individuo, sin esta ley, no es mas que un extrafio doblado bajo el peso de una colectividad enemiga" (363 y 366­367).

Un regreso, quizas, a la swfrosunlt despues de experimentar la rebeli6n como actitud legfmita por el desencanto y la fratemidad que origina, mientras que para Defoe 10era por el desencanto y el individualismo. En efecto, separados por tres siglos de revolucio­nes, estos dos novelistas que hacen del individualismo modemo el eje de su producci6n literaria coinciden al hablar sobre los If­mites de la naturaleza human a, pero allf donde Defoe cree que la rebeldfa s610sirve para distraer al hombre de su verdadera condi­ci6n y hallar en la desgracia implacable la posibilidad de descu­brir el corruin origen divino de la humanidad, Camus sefiala, en cambio, que es la rebeldfa la que muestra al hombre su autentica naturaleza y Ie permite establecer lazos fratemales con los otros. Estas diferencias resumen muy bien el desgarrado transite de la experiencia moderna. En El extranjero, el hombre solo -otro Robinson Crusoe- no descubre ninguna reconciliaci6n ni consi­go mismo, ni con Dios, sino tan solo el extrafiamiento y 10absur­do de un mundo que no entiende y que Ie disgusta y del cual, sin embargo, Ie aterra marcharse hacia la nada. En La Peste, su cro­nista, el doctor Rieux, prefiere ocultar hasta el final su identidad, narrar en tercera persona y mezclarse con sus ostensibles perso­najes (su amigo Tarrou, el juez Othon, el periodista Rambert, el padre Paneloux, el doctor Castel, Grand, Cottard, etc.) que sf des­crnpefian un papel decisivo en la trama, con sus esperanzas y sus terrores, porque en lugar de realizar un buceo de su propia cons­ciencia como ser anonimo y personal, de contender consigo mis­

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mo en la adversidad en busca de un aprendizaje, e1igeconvertirse en otro personaje mas, desposeerse de sf mismo, confundirse con los otros, porque no habfa uno solo de sus sufrimientos que no fuera al mismo tiempo eI de los demas.Asi, eI individuo Rieux no apren­de nada porque no hay nadaqueaprenderenesa voragine horren­da de la peste en Oran. La ausencia absoluta de Dios en Camus, cuya presencia era el mas profundo descubrimiento de los perso­najes de Defoe, ha vaciado de contenido las iruitiles desgracias y las inutiles rebeliones. En eI Diana, la muerte de los nifios apes­tados y de las madres que mueren con ellos por llevarlos en sus brazos y negarse a abandonarlosservia para que los habitantes de Londres se reconciliasen en las iglesias con ellos mismos y con Dios; en La Peste, la monstruosa agonta del pequeno Othon no sirve mas que para demostrar que Dios no existe y que el hombre es impotente, a menos que se juzgue que no es un cos to dernasia­do alto para que los enemigos se reconozcan hermanados en la cormin rebeldia que les provocaelescandaloso e iruitil sufrimien­to de los inocentes.

EI radicalismo y la libertadquehall6 Robinson en su isla; la paz, la tolerancia y la fratemidadque los londinenses descubrie­ron en sf mismos durante las jornadas mas terribles de la peste, parecen anticipar los valores que la I1ustraci6n y la Revoluci6n pondran como bandera de su batalla apenas unas decadas mas tarde. Es probable que el hombre queinterpret6 y describi6 esos valores en sus novel as -y que habfasufrido por defenderlos frente al poder de sus adversarios-Ioshubiera compartido, pero es muy dudoso que creyera que la pnictica polftica bastara para impo­nerlos de una vez como destinocolectivo de los hombres. Mas bien, Daniel Defoe creia en las profundas ensefianzas de la ad­versidad.

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Capitulo IV

Modernidad, fracaso y esperanza: Espana y sus crfticos I

Identidad tradicional 0 modernidad elitista. Un debate

Lejos de las arduas interrogaciones sobre los beneficios y los cos­tos de la modernidad que abrumaban a Swift, 0 de la tension irresuelta entre destino individual, providencia y raz6n que se atre­vian a afrontar los personajes de Defoe, el debate sobre la moder­nidad espanola se asume con la unanime candidez de intelectua­les que, situados en la remota margen de una experiencia casi desconocida, discuten si ella se trata de la panacea largamente es­perada 0 de la poci6n letal que Ie tocara beber al mundo hispani­co, mas tarde 0 mas temprano, porque en algiin momento no ha­bra alternativas. Oponerse a los que se oponen parece el emblema de los que, de un lado y del otro, juzgan que la modernidad puede cludirse como si no existiera, 0 puede abrazarse sin renunciar a nada, 0 s610 renunciando a una parte de una herencia que se con­sideraba desgraciada pero en todo caso grandiosa. Contra 10que han sostenido los intelectuales hispanoamericanos del siglo XIX y parte del XX, el debate sobre la modernidad de las nuevas na­ciones surgidas de la revoluci6n de las colonias espafiolas es un producto que poco tiene que ver con los calculos de los te6ricos ingleses del siglo XVII 0 con las satiras y manifiestos de los filo­sofos franceses del siglo XVIII, y que, en cambio, se encuentra

Una version parcial de este capitulo ha sido publicada en las Aetas de las I Jornadas de Historia de Espana, en Fundacion, Ill, Buenos Aires, Fun­daci6n para la Historia de Espana, 2000-2001, pp. 177-212.

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genuinamente, anticipado entre los polemistas que ponen su plu­rna al servicio de las Luces 0 de la Tradici6n en la Espana borb6nica.

Sin embargo, el aporte de la experiencia espanola a la com­prensi6n de estos procesos de cambio es tan decisivo como poco apreciado: rebasa por cierto el marco estrecho del mundo hispa­nohablante, anuncia mucho mas que las guerras civiles entre con­servadores y liberales en Mexico, Colombia y Chile que diriminan el papel de la Iglesia, el mantenimiento del mayorazgo, y la insta­laci6n de la libertad de prensa y la educaci6n publica en el nuevo orden social y politico. EI debate espafiol sobre la Ilustraci6n an­ticipa -aunque con rnatices inesperados- una inagotable saga de batallas entre laicistas y clericales, entre occidentalistas e integristas islamicos, entre socialistas africanos y partidarios del black power, entre abogados de la vocaci6n universal al progreso humano, material y espiritual, que se quiere instalar con la ciencia, la in­dustria y la educaci6n popular, y los defensores de los "legitirnos estilos de vida" de sociedades afro-asiaticas, americanas yeuropeo­orientales que quieren ver en esa modernidad la aniquilaci6n de una identidad que no podra sobrevivir a la presiones de la penetraci6n econ6rnica, cientffica y cultural de las naciones portadoras de la misma, resultado de su imperialismo polftico e ideol6gico.

Antes que en todo este abigarrado conjunto de momentos y escenarios, el caso espafiol fue anticipatorio de una paradoja que, mas de una vez, terminaria catastr6ficamente. Persuadido de la necesidad de "impulsar el progreso", solitario frente a una socie­dad que s610 presenta antagonistas cuando se siente agredida en sus prop6sitos de nada mas que perdurar, es el propio Estado el que asume el escabroso papel de poner en cuesti6n valores, prac­ticas y creencias establecidos, como 10 hara mas tarde en cada nuevo espacio en que el "progreso" se haga presente y ponga en peligro su espacio polftico y econ6mico. A diferencia de Inglate­rra, ese Estado no es el instrumento de clases persuadidas de que la modernidad redundara en una prosperidad sin Ifmites, pero tam­poco se presenta a sus adversarios como el defensor acerrimo de anticuados valores que los ricos y los instruidos quieren reforrnar, como en Francia. Hay una dura lucha irresuelta en esta forzosa clecci6n de un Estado que quiere revolucionarlo todo para tratar lie prcservar algo. Porque en Espana, los protagonistas y pioneros del cumbio hacia la modernidad no seran polfticos activos en la lIercn~lIlic los intcreses de su clase y en la producci6n de un saber y 1111 1I11I,lIr rcnovados, ni ricos burgueses impedidos de disfrutar

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de la autoridad y el reconocimiento suficientes que se apropian de las Luces para propagar su resentimiento contra el Absolutismo, sino modestos burocratas a sueldo, representantes de ese mismo Estado, a la vez demasiado debiles para provocar cambios decisi­vos del conjunto social y demasiado omnipotentes, sin embargo, como atraer hacia sf mismos el odio coaligado de los poderosos amenazados y de los pobres importunados por una reforma cultu­ral y fiscal a la que consideran una agresi6n contra una identidad y unos valores sentidos como propios. Y esta soledad, esta modestia y esta debilidad no podran continuar con el esfuerzo iniciado, y la Revoluci6n Francesa representara, en Espana y en America como en ningun otro lugar, el naufragio del proyecto ilustrado.

Habfa razones para esa desconfianza largamente acunada en el seno del pueblo espafiol contra la dinastfa borb6nica y sus agen­tes, lectores y cultores de un estilo de vida extranjero y agresivo. Felipe V (1700-1746), un pnncipe frances de una monarqufa has­ta entonces odiosa, habfa llegado al trono gracias a una guerra europea entre Francia e Inglaterra que, para terrninar de resolver sus diferencias, aprovecharon bien el ya devastado teatro espaftol y que, adernas de haber sido una guerra civil espanola entre parti­darios de los Borbones y de los Habsburgos, fue tambien una guerra nacional entre Castilla y Arag6n. Felipe, victorioso y escarrnenta­do a un altfsimo precio (1702-1713), rein6 avasallando fueros, privilegios y tradiciones en provincias, 6rdenes y corporaciones; llev6 a Espana a la guerra en defensa de sus aspiraciones persona­les de recuperar el norte de Italia y el Reino de Napoles y procure organizar a su reino segun el modelo autoritario que su abuelo Luis XIV habfa establecido en Francia, no solo por vocaci6n y expe­riencia familiar, sino tambien porque tenfa razones para compro­bar que, de hecho, ocupaba el trono de un Estado hasta entonces casi inexistente como tal y al que era preciso identificar definiti­vamente con una monarqufa y una burocracia centralizada. Algo menos vigoroso pero mucho mas procupado poria restauraci6n material espanola, su hijo mayor Fernando VI (1746-1759) pare­ci6 volverse al interior del pafs y poner algun coto al furor refor­mista y revanchista de su padre y antecesor. Pero fue durante el largo reinado de Carlos III (1759-1788) que la experiencia movilizadora espanola, con toda su carga de aspiraciones, tensio­nes y conflictos alcanz6 su momenta culminante.

Carlos intent6 lanzarse, a la vez, sobre todos los frentes que consideraba necesitados de reforma: desde los atavfos de los ma­drilefios a las instrucciones para el uso de la artilleria; desde la

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planificacion urbana hasta la produccion de canones pictoricos y literarios que sirviesen a los artistas para hacer sentir la presencia del Estado, ala vez censor y patron privilegiado, en la vida coti­diana de espectadores y de lectores. Aunque esta ofensiva no con­taba con medios suficientes para sostenerse, sin embargo, era de por sf 10suficientemente ambiciosa como para crear adversarios por todas partes, unidos en el culto de la tradicion. Espana conta­ba, en efecto, con demasiados logros en su pasado de grandeza como para que muchos de sus beneficiarios considerasen que la reforrna era un abierto atentado contra la nacion espanola y su identidad, y la viesen como la ingerencia de una cultura foranea introducida por la prepotencia real bajo el pretexto de su superio­ridad y contra valores propios y sensibles. La legitimidad argu­mental de la resistencia era consistente, pero entrafiaba -y sigue entrafiando todavfa, en cada contexto que aparece- el grave ries­go de considerar que la rniseria material, el retraso tecnologico, la ineficacia adrninistrativa y militar, el oscurantismo intelectual, la ignorancia de las plebes rurales y su explotaci6n mas despiadada a favor de un rnicleo reducido de privilegiados que aquejaban a Espana eran prendas espirituales dignas de ser defendidas como las mas propias del genio nacional. Asf, a la monarqufa de Carlos III no Ie quedaba otro camino que abrirse paso peligrosamente en un terreno nuevo para ella y en el que debra avanzar sin auxilio, impulsando un cambio cuyos resultados, tras la Revolucion Fran­cesa, pareceran tan terribles que sera abandonado por completo, con aplauso de sus opositores, pero con consecuencias penosas que prolongaran hasta mediados del siglo XX el ingreso a Espana de algunos de los logros -y de los costos- de la modemidad.

Nada mas riesgoso, en efecto, para un Estado cimentado en el apego a valores religiosos y tradicionales, que impulsar una mo­demidad a la cual aspira a controlar en funcion de sus intereses de eficacia intema y extema, pero que s610encuentra sus fuentes de inspiracion cultural, politica y econ6mica en model os extranjeros y aviva en el interior antinomias sociales y politicas alineadas y realineadas frente a ella. Ha sido ese el dilema enfrentado por,] Espana antes que por ninguna otranacion de Europa -salvo la Rusia de Pedro 1- pero nunca resuelto en sus sucesivos desarro­llos latinoarnericanos, asiaticos y africanos, que como aquella, ca­recieron de motivaciones econ6micas y de actores sociales pro­pios para el cambio, pero que comprendieron que de otro modo quedaban al margen de la historia. En esos procesos, los perjudi­cados por la transforrnaci6n han denunciado con raz6n la aliena-

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cion de sus formas culturales y sociales originales, y han querido ver en los programas de reforma, no un impulso liberador, sino una manipulacion elitista destinada a sojuzgar a la nacion a la in­fluencia nefasta de poderes extranjeros. La denuncia contra el elitismo, la manipulacion y la sumision, ha disculpado a los ad­versarios de la reforma de proponer salidas a las lacras materiales y espirituales que esa tradici6n, en ultima instancia, perpenia y sacraliza,

Asi, la creaci6n de la modemidad en las condiciones propias de un desarrollo politico, social y econ6mico aut6nomo propone serios desaffos a las sociedades que de ben afrontarlos sin instru­mentos propios. EI dilema parece de hierro: marginaci6n e identi­dad cultural, integraci6n y renuncia a valores y logros. Pero es notorio que este dilema introduce un aspecto basico de la expe­riencia modema, incluso entre aquellos que creen defender la tra­dicion: la consciencia de que los habitos, las practices y las nocio­nes son productos de la actividad humana, de que su cleccion 0

impugnaci6n no deviene de una instancia suprasocial, sino que resulta de una posicion vital frente a ellos. Y en tal scntido, los espafioles no solo resultaron innovadores en el planteo del deba­te, sino incluso en la composici6n de los actores del debate: el impulso de la critica ilustrada saldra de un miembro de la propia iglesia y se ira asentando con vigor no s610como ideologfa de la dorninacion estatal, sino tambien como expresi6n de un racio­nalismo sorprendentemente arraigado en la sociedad espanola, que impugna desde una perspectiva cuyas rafces se hunden en el siglo XVI, el abuso de la tradicion y la reverencia ilimitada al intlujo de autoridades culturales y sociales establecidas, Se trata de un casu excepcional, donde la polemics sobre la modernidad, sus ventajas y consecuencias, rejuvenece saberes y actitudes aparen­temente arcaicos y pone a los intelectuales, reformistas 0 no, en la consciencia de que la concepcion general del mundo cs tam bien el producto de una eleccion y una creaci6n del hombre.

El comienzo de otro extrafiamiento: el padre Feijoo

EI pueblo, el pueblo, proclaman y repiten una y otra vez los defensores de la tradicion. Por cierto, dicen, el pueblo se apega a la verdad transmitida por la monarquia y la Iglesia: se da por des­contado su caracter de despositario de un concepto de justicia y

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de verdad que, expresado colectivamente, esta por encima inclu­so de la potestad rea!. La cultura del Barroco ha trabajado sabia y concienzudamente para mostrar desde el teatro en particular y desde el arte en general de que manera y hasta que punto no pue­den existir conflictos entre 10 que el pueblo quiere y 10 que su soberano admite, entre 10 que el soberano realiza y 10 que su pue­blo interpreta como obrajusta a la sencilla luz de su consciencia, iletrada pero iluminada por la luz que Dios dispensa al saber de los humildes. Fuenteovejuna, El Alcalde de Zalamea, El mejor alcalde, el Rey parecen demostrarlo asf. Y en cuanto a los doctos, es verdad que algunos corolarios del racionalismo de Suarez y de Vitoria parecen trasmitir la noci6n de que el caracter natural del poder politico de los soberanos no implica nada sobre la naturale­za en sf de esa dominaci6n y de sus medios, no siempre conside­rados lfcitos. Pero tambien es verdad que la sustancia de esa do­minacion sigue encontrandose en la naturaleza de la condicion humana, que asigna a cada individuo un papel a desempefiar en el orden social, y que las concepciones contractuales de la soberanfa no solo no despiertan debates en el pensamiento espafiol: han sido los emblemas levantados por la sedicion de las Provincias Unidas contra la soberanfa natural de la monarqufa espafiola y, por supues­to, esta las considera una amenaza directa contra su propia super­vivencia en el territorio de Espafia.

Para fray Benito de Feijoo y Montenegro (1676-1764) de la orden benedictina, el acceso a la palabra escrita era una diferencia menos importante entre doctos e ignorantes que su visible una­nimidad en un furioso dogmatismo, en una entera irnpugnacion de la experiencia como instrumento adecuado para revisar opinio­nes consagradas solo por la inercia, en ese abroquelado saber con­siderado no como un logro, sino como una herencia establecida por la practica polftica y cultural de la monarqufa Habsburgo y de sus agentes literarios y religiosos. Fray Benito conocio una fama tardfa pero inmensa: hasta 1726 fue apenas un profesor de teolo­gfa de la Universidad de Oviedo, recibido en Salamanca, bastion de la tradicion castellana. Era nativo de Galicia, la provincia mas arcaica de la monarquia castellana, hijo deun modesto hidalgo rural y miembro de la orden religiosa mas inveterada: nada en esa tra­yectoria pennitfa adivinar otra cosa que un continuador de la pre­ceptiva quietista del saber espafiol. A los cincuenta afios dio a la imprenta su Teatro Critico Universal fruto de sus lecturas ex-cd­tedra de la producci6n cientffica, literaria y fil0s6fica europea; en 1739 les sumo las Cartas Eruditas, epftome de un epistolario es-

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crito para defender su obra, tan lefda como el Quijote, pero criti­cada como ninguna otra. La perspectiva crftica de fray Benito, su simpatfa por Bacon, su prosa moderada y racionalista, muestran el caso ejemplar de un hombre que escapa de su tradici6n mas alia de condicionantes sociales, profesionales y eruditos, ponen en evidencia el vigor de una individualidad autoproducida al margen de un contexto que no pennitfa sospechar este brote de inconfor­mismo intelectual, dan idea del vigor con que la experiencia de la modernidad puede desembarazarse incluso de una sensibilidad cotidiana, atin al costa de forjar una imagen demasiado despro­vista de matices y cargada exclusivamente de sus aspectos de ino­cente esperanza redentora.

Pero fray Benito paga costos por su excepcionalidad, y se atreve a pagarlos, incluso desde el titulo mismo de su obra. Los teatros abundan en la produccion literaria y filosofica espanola: son obras que pretenden presentar la totalidad del mundo desde un saber academico dominado por la exposicion escolastica, Feijoo toma apenas distancia de esa tradici6n, pero agrega que su Teatro es critico, es decir que quien observa interpone en esa observaci6n una perspectiva personal, un saber no heredado, un juicio desti­nado a poner en cuesti6n desde un conocimiento propio y adqui­rido 10 que doctos e ignorantes no han sido capaces de elegir, y se les ha impuesto 0 han aceptado sin dudar. Este esfuerzo de distan­ciamiento entre un yo afirmado en la raz6n y un incierto publico tenaz en la opinion equivocada se desarrolla desde las primeras paginas:

"Lector mio, seas quien fueres, no te espero muy propicio, por­que siendo verosfrnil que estes preocupado de muchas de las opiniones comunes que impugno, y no debiendo yo confiar tan­to, ni en mi persuasiva ni en tu docilidad, que pueda prometer­me conquistar luego tu ascenso z,que sucedera sino que, firme en tus antiguos dictamenes, condenes como inicuas mis deci­

.SlOnes ?.... Aquf era la ocasion de disponer tu espfritu a admitir mis maxi­mas, representandote con varios ejemplos cuan expuestas vi­yen al error las opiniones mas establecidas... Si nada te hiciera fuerza, y te obstinaras en ser constante sectario de la voz del pueblo, sigue norabuena su rumbo. Si eres discreto, no tendre contigo querella alguna, porque seras benigno y reprobaras el dictamen, sin maltratar al autor. Pero si fueres necio, no puede faltarte la calidad de inexorable. Bien se que no hay mas rfgido

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censor de un libro que aquel que no tiene habilidad para dictar una carta ... ... debajo del nombre de errores comunes, quiero significar que los que impugno sean trascendentes a todos los hombres. Basteme para darles ese nombre que esten adrnitidos en el co­rmin del vulgo, 0 tengan entre los literatos mas que ordinario sequito. Esto se debe entender que la reserva de no introducir­me jamas a juez en aquellas cuestiones que se ventilan entre varias escuelas, especialmente en materias teol6gicas; porque (.que puedo adelantar yo en asuntos que con tanta reflexi6n meditaron tantos hombres insignes? .. No por eso pienses que estoy muy asegurado de la utilidad de la obra ... Lo que puedo asegurarte es que nada escribo que no sea conforrne a 10que siento..." (1:3-5).

Invitacion a un debate sobre convicciones personales ("no te espero muy propicio... nada escribo que no sea conforme"); su­perposici6n discrecional e individualista entre 10 intelectual y 10 volitivo ("mis decisiones"); condena moral del dogmatismo ("si eres necio, no puede faltarte la calidad de inexorable"); uniforrni­dad del adversario, no en el grado de instrucci6n, sino en el error ("en el cormin del vulgo ..., entre los literatos"); asunci6n subjeti­va del argumento baconiano sobre la futilidad de la polernica teol6gica ("z,que puedo adelantar yo en asuntos?"); moderaci6n concesiva ("no por eso pienses"). En en estos pocos parrafos de la prosa de fray Benito impera un racionalismo individualista y una consciencia intelectual que parecen anticipar una actitud kantiana frente al saber y al hacer. Lo cierto es que su subjetivismo crftico Ie atraera no s610la esperable reacci6n de ardientes defensores del "sentido cormin", sino el apoyo inesperado y en verdad parad6ji­co del propio Fernando VI que, lejos de hacerse eco de su procli­vidad a la polemica, prohibita publicar refutaciones a la obra de Feijoo, por ser esta del agrado real.

La actitud del este rey partidario de las Luces es sintornatica y pone en evidencia hasta que punto el Estado ira perdiendo de vis­ta sus objetivos al tratar de reemplazar oficialmente un dogmatismo oscurantista, por otro al que se declara ilustrado sin que medie precisamente aquello que demanda Feijoo: la exposici6n de cau­sas y principios para las convicciones. A esta polftica confusa ter­minaran sumandose sus agentes burocratico-intelectuales, desde el Conde de Aranda hasta Antonio Mengs, ese "regenerador del arte clasico puro" y maestro de Goya, y esa circunstancia los pon­dra muy lejos de la pristina honestidad del fraile benedictino, ala

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vez que despertara en el conjunto la sociedad espaftola una resis­tencia a la reforrna en general que otorgar4 la victoria. en ultima instancia, a los defensores del Antiguo Regimen,

Pero fray Benito, en relidad, previene contra las opiniones, las practicas establecidas y las errores consagrados por la repetici6n. Su honestidad no 10pondra a salvo del extraftamiento. sino que 10 precipitara cada vez mas en el y, consecuentemente, en la conde­na del saber hasta entonces oficial. Para refutar que las opiniones mas difundidas, aceptadas y defendidas sean siempre las correc­tas a la luz de la raz6n y la experiencia (argumento que ml1s trade volvera a utilizar Diderot) Feijoo incurrira en una audacia costosa en extrema: comparar a las plebes espaftolas con las naciones in­cultas del pasado y del presente; convertir a sus contemporaneos en un objeto digno de una indagaci6n etnol6gica que establece un abismo entre el sabio que observa y la masa que provoca pena 0 condena por su ignorancia. Asi, llueven barbaros de todas las epo­cas y todos los lugares, desde los molosos epirotas del pasado hasta los indonesios de Balf de hoy:

"Seria cosa inmensa si pudiese referirme alas extravagantfsimas supersticiones de varios pueblos. Los antiguos gentiles ya se sabe que adoraron los mas despreciables y viles brutes ... Los idolatras modemos no son menos ciegos que los antiguos. EIdemonio, con nombrede tal,es adorado en muchas naciones... z,Que dire de los disparates historicos que en muchas nuciones se veneran como tradiciones irrefragables?" (I: 16·18).

Otra vez, entonces, el extrafiamiento individual. no demasia­do diferente del de Gulliver frente a los liliputienses 0 del de Robinson ante su condicion de hombre no social: sustento primor­dial del radicalismo racionalista, que actua aquf como una espe­cie de pirronismo desfasado en el tiempo y en el contexte cultu­ral, y que ahora ha atravesado los Pirineos y el Mar del Norte, provoca en Feijoo la busqueda de la impugnaci6n de las autorida­des, en particular en la profesi6n medica, que sustenta Sll antigua estructura jerarquica y su ejercicio contrario a la practica y a la experiencia, en el interesado apego al saber de los Antiguos, ar­gumento muy valioso que disimula la general ignorancia de los galenos. Distrafdos del "observar con reflexion, que es su estudio principal", los medicos s610 poseen un saber que se reduce a una colecci6n de prejuicios impartidos desde escuelas antagonicas, y la eficacia de sus opiniones es enteramente contingente en los resul­tados, siempre y cuando la ignorancia no termine por abrumarlos:

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"En tanta discordia de los medicos ... l.que hara el pobre enfer­mo? l.L1amani, si tiene que escoger, al medico mas sabio? Mu­chas veces no sabra quien es este. EI aplauso corruin frecuente­mente engana, porque suelen tener mas parte en el el artificio y la politica que la ciencia. Una casualidad pone en credito a un ignorante, y una desgracia sola desautoriza a un docto ... Sea cuanto quisiera un medico docto, siempre su dictamen cu­rativo sera arriesgado, por cuanto estan contra el otros medi­cos, igualmente doctisimos. Todos alegan experiencia y razo­nes; l.que Ariadna Ie da el hilo, ni al medico ni al enfermo, para penetrar en este laberinto..." (1:35-36).

Hay pues opiniones: mera doxa aplicada en tormentos curari­vos que terminan con la poca salud del enfermo: a la sangria Ie sucede la purga y viceversa, peru los criterios nunca son unani­mes, por mas que se sustenten en autoridades. Por esta raz6n, el saber de los doctos medicos no se diferencia del de las plebes in­cultas. Y la pluma adolescente de fray Benito se extiende corro­yendo por arriba y por debajo el paradigma cultural de Espana: la astrologia y los almanaques al lado de la profesi6n literaria; la magia y las profecfas junto con la esfera de fuego; los duendes y los familiares allado de la piedra filosofal y las peregrinaciones con los meritos de Arist6teles; los libros politicos y las tradicio­nes populares; los zahones y las celebridades hist6ricas. La criti­ca del benedictino ataca menos la propensi6n de las masas a sus­tentar nociones sin fundamento que la presunci6n de los letrados que creen hallar las necesarias para sustentar sus opiniones igual­mente infundadas. En este panorama de brumosas incertidumbres defendidas con fanatismo, la actividad productora de tradiciones ocupa ellugar mas oscuro, desde eI cual alcanza a confundirse todo el saber humano: la historia, otra vez, como ejercicio absoluto de la contingencia que alimenta, sin embargo, el empleo rnejor JUS

ficado del dogmatismo.

"A todos los principios... de los errores de la historia, coopera la cortedad de la Iectura.EI que lee poco aprende frecuentemente como cierto 10 dudoso, y a veces 10 falso. Generalmente en to­das las facultades te6ricas humanas produce el mucho estudio un efecto en parte opuesto al de las matematicas, En estas, el que mas estudia mas sabe; en las otras el que mas lee mas duda ... Lo propio sucede en la historia. EI que lee la historia ... todo 10 que lee da por firme, y con la misma confianza 10 habla 0 10 escribe, si se ofrece. Si despues se aplica a leer otros libros, cuan-

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to mas fuere leyendo mas ira dudando... de modo que at final hallara 0 falsos 0 dudosos muchos hechos que al principia te­nia por totalmente ciertos" (II: 48-49).

Un saber parcial, entonces, sostiene el dogmatismo, peru una creciente aspiraci6n al conocimiento lieva a la perplejidad, nece­saria para la reflexi6n. Aun otorgando a Feijoo un papel s610dis­creto en la cultura europea del siglo XVIII. no puede dejar de apreciarse que esta pagina del Teatro abre una perspectiva menos estrecha del saber antropol6gico que la que puede derivarse de la historia presentada por el Discurso preliminar de la Enciclopedia redactado por Diderot y D' Alembert y del tono ecurnenico y pontificial de la tolerancia volteriana.

Estas paginas muestran, 0 bien un fiel reflejo de la perplejidad provocada por la "crisis de la consciencia europea" un siglo an­tes, 0 bien el nacimiento en la obra de fray Benito de Feijoo de una concepci6n ilustrada que, en los hechos, parece negar la exis­tencia del progreso. Mas pr6xima a la franqueza de Swift que al optimismo de los philosophes, la honesta predica de Feijoo, ins­talada al parecer en un racionalismo local que hundia sus rafces en el pasado, reflejaba tardiamente esa destrucci6n del saber anti­guo que las sociedades del norte de Europa ya habian experimen­tado, e ira dando paso a una propaganda intelectual-estatal de las Luces que se convertira, no ya en un mecanismo eficaz de genera­lizaci6n de la I1ustraci6n en la cultura espanola -que fray Benito experimentaba con esa combinaci6n entre la provocaci6n al de­bate del Teatro y la sagaz replica de las Cartas Eruditas origina­das por este- sino en el rnejor medio para ampliar el horizonte de ese distanciamiento entre saber tradicional y saber modemo, en­tre opini6n y juicio, que Feijoo no habia tenido mas remedio que iniciar. EI dogmatismo de los ilustrados espafioles abrira una bre­cha luego imposible de cerrar que alejara a la plebe del proyecto reformista y 10pondra a merced de los que utilizaran los saberes del pueblo como emblema para la defensa del Antiguo Regimen.

Ramon de la Cruz y la ebullicion de las masas

Ram6n de la Cruz (1731-1794) fue toda su vida un modesto burocrata de la Contaduria de Penas de Camara y Gastos de Justi­cia, en la que apenas ascendi6 dos cargos. Sin embargo, lIeg6 a ser tambien el autor mas reconocido, aplaudido y saludado por el

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publico madrilefio, en especial por la plebe que asistia a la repre­sentacion de sus sainetes, convertidos mas tarde en los modelos de un genero que Don Ramon contribuyo a configurar de un modo definitivo. Una gran parte de su fama se debio, durante su vida, al hecho de representar un verdadero bastion de la cultura popular madrilefia en la lucha contra la doble ofens iva de una cultura ofi­cial-a la que se consideraba sin duda artificiosa e importada- tanto en el espacio artistico como en el urbano; una ofensiva cuyo obje­tivo, la conversion integral de la realidad espanola a los valores de la naciente modernidad, era percibida como una agresion tanto por la nobleza como por las clases mas humildes. No debe sor­prender el hecho de que, y a diferencia de otros autores del perio­do, miembros mucho mas conspicuos de la burocracia estatal, Don Ramon haya sido patrocinado por dos Grandes de Espana: Fer­nando Alvarez de Toledo, duque de Alba, y Faustina de Tellez­Giron, condesa-duquesa de Benavente.

Y es que la bateria monarquica de instrumentos oficiales y oficiosos destinados a transformar los estilos de vida y de repre­sentacion de sus elites y de sus piiblicos urbanos fue muy impor­tante. Desde que Felipe IlIa habia establecido como iinica corte de Espana, Madrid habia crecido tumultuosamente, sin dejar de ser hasta mediados del siglo XVIIII, tanto por su estructura como por su edificacion, mas bien una modesta ciudad castellana que la gran capital de una monarquia europea, equiparable, al menos en sus perspectivas, a Paris, Berlin y San Petersburgo. Desde Felipe V, los reyes borbones se ernpefiaron en transformar esa antigua fortaleza en una urbe digna de su condicion, y la dotaron de una suntuosa coleccion de instituciones representados por su ornarnen­tacion edilicia: Libreria Real (1714), Real Academia Espanola de la Lengua (1714), de la Medicina (1734), de la Historia (1735), de Farmacia (1737), de Jurisprudencia (1742), de las Nobles Ar­tes de San Fernando (1744), del Buen Gusto (1749), organizacion del Colegio de Reales Estudios de San Isidro (1771) sobre la base del antiguo Colegio jesuita de Madrid. Ademas, se llevo adelante la reforma de los programas universitarios, la defensa y fomento de una prensa renovada y vigorizada con la aparicion de periodi­cos ilustrados, El Pensador, El Censor, El Correo de Madrid, El Correo Literario.

Como se advierte, el proposito de ocupar y controlar los espa­cios publicos en esta antigua ciudad parece el mismo que mani­festaron los soberanos de Europa Oriental que, como Pedro I 0

Federico II, que establecieron ellos mismos sus propias capitales.

CAPiTULO IV: MODERNIDAD, FRACASO Y ESPERANZA... I 113

Tambien aquf se hizo presente la presencia estatal: se establecio de la Ronda del Pecado, para alojamiento y correccion de mujeres abandonadas y prostitutas; se construyo el nuevo Palacio Real sobre las ruinas del antiguo alcazar (concluido en 1764), el Puen­te de Toledo, el Teatro de los Carlos del Peral, la Real Fabrica de Tapices, el Seminario de Nobles, la Plaza de Toros; se fundo el Jardin Botanico, la Casa de Correos, el Ministerio de Marina; se edifice de la Aduana Nueva, el Palacio de Liria, el Palacio de Altamira, la Puerta de Alcala, del Observatorio Astronornico; se emplazaron las fuentes del Prado; se iniciaron las obras de empe­drado, iluminacion e higiene de calles y avenidas.

Lasrevueltas de marzo de 1766 contra el marques de Esquilache y sus propositos de reformar las costumbres demasiado plebeyas y sospechosas de Madrid -prohibicion del uso de chambergos y capas que ocultaran el rostros de los majos e imposicion de los sombreros tricornios- muestra que sensibles resultaban las plebes capitalinas a las medidas del rey ilustrado y de su ministro. EI propio Goya parece haberse esforzado en realizar grandes conce­siones a las fuerzas en pugna, al reflejar en sus cartones para tapi­ces, con estilo academico frances, a los majos y a los encapotados entremezclados con los soldados y guardias reales. Y es que esta ofens iva de la presencia del Estado en el espacio publico cotidia­no de los madrilefios no solo es estetica y propagandistica sino que tambien adopta ademas la forma de un reforzamiento de la segu­ridad publica, del control policial y de una verdadera reforma y enmienda de las costumbres. Pero en algunos casos, estetica y propaganda se combinaron con practicas policiales. Asi, eI ministe­rio del Conde de Aranda (1766-1773), continuador de Esquilache, prornovio la difusion de obras, estilos y preceptivas neoclasicos y, al mismo tiempo, trato de restringir 0 debilitar las formas tradi­cionales del teatro, la poesfa y el arte.

Sin embargo, no es facil, determinar hasta que punto buena parte de esta polftica respondia solo a una concepcion ilustrada de la monarqufa y en que medida eran resultado de una demanda real, originada en una sociedad que cambiaba incluso por encima de su apego a la tradicion, Madrid crecia aceleradamente con el aporte de la riqueza, de la poblacion, y del talento de las provincias -Ia vida del propio Goya, hijo de un pobre labrador aragones, es un excelente ejemplo de ese traslado socio-espacial: del campo a la ciudad, de la provincia a la capital, del oficio a la Corte, del cargo ala fama-. Esos recursos y esos hombres no solo debian ser con­trolados y administrados, sino que el Estado consideraba que era

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su obligacion polftica convertirlos en emblema y objeto de la nueva Espana que los monarcas insistfan en que se podia crear. Y la ple­be madrilefia no era un material suceptible de ser persuadido so­bre la felicidad que queria lIevaries la monarqufa.

Es por eso que Don Ramon de la Cruz, al que sus contempo­nineos amigos y enemigos juzgaron, mas alia de su celebridad, apenas como un buen pintor de costumbres, ha ganado para los historiadores de la literatura un renombre que en su epoca se hu­bierajuzgado inmerecido. Porque mientras la literatura de Feijoo, Isla, Rodriguez de Campomanes, Samaniego, Fernandez de Moratfn, Cadalso, lriarte, Jovellanos y Melendez Valdes, se ha querido ver como un palido reflejo de los modelos franceses, un fallido intento de continuar desde la inspiracion neoclasica la gran­deza de la literatura nacional del siglo de Oro, parece que en Don Ramon perdura -sepultado bajo una capa grosera de concesiones al publico y una notoria falta de oficio artfstico- un ligero resplan­dor de ese realismo naturalista en que se cimentaron las obras de Cervantes y de Quevedo.

La nobleza, enconada con la reforma, estereotipaba la vida popular y procuraba encontrar en sus practicas el combustible para su resistencia: las corridas de toros, los bailes callejeros, las ta­bernas, el teatro y las procesiones se juzgan los escenarios mas idoneos para reconstruir su identidad disidente allado de la de los desclasados. Y el pueblo coincidia en esa disidencia, 0 al menos asf 10 muestra Ramon de la Cruz en sus obras, escritas con la munificencia de los Alba y los Benavente: levantisco y agravia­do, no por la monarqufa -los personajes de los sainetes parecen mas temerosos de los gendarmes que fieles al rey- sino por la in­solencia de los petimetres y por las estrecheses de una vida urba­na que tal vez no este hecha para ellos.

Ramon de la Cruz escribio mas de' trescientos sainetes, pero su frondosa contribucion de zarzuelas, traducciones, adaptaciones e imitaciones tomadas del teatro frances contribuye mucho a os­curecer esa cantidad y a replantearse los alcances de esta verdade­ra apropiacion del teatro de Shakespeare, Moratfn Moliere y Boileau realizada por un escritor de piezas ligeras para la plebe madrilefia, Pero esta diversidad de tftulos mantiene sin embargo una vigorosa coherencia ternatica y una clara identificacion de actores sociales y culturales: de un lado, la vistosa variedad de matices que adorna al pueblo y a sus oficios -tabemeros, castafie­ras, zapateros, albafiiles, esparteros, calzeteras, carpinteros, tonele­ros, cantadores, duefiosdefondas y pensiones y, sorprendenternente,

CAPiTULOIV: MODERNIDAD. FRACASO Y ESPERANZA .•. I 115

.

....~~ ..

..

adustos caballeros vestidos al viejo estilo castellano-; del otro, petimetres, criados y literatos,

Este bando popular, sin embargo, no es solidario nada mas que en su sometimiento: esta profundamente atravesado de conflictos cotidianos que, justamente, constituyen el nucleo de las debiles intrigas de los sainetes, al tiempo que refejan ese cambiante mun­do de asalariados y modes lOS propietarios que no cia abasto para

'..hscer higar a todos, Asi, la lucha por el alojarniento es el terna de ..,.. ,·ft et:ESa de loslifiJje~ tns bellas vecinas, donde el hacmarnien­!..4.,-~sputaJ1t)r.~fovoca el alboroto del vecindario;

.-fliclos pocla.c}i~ el espacio, en cambia, inician la accion de Las castaiiectWicadas en el que Geroma La Temera­

_liz HM:nrostra~ste~raLa Pintosilla su superior condicion de -.,., ltYe~dada:. 'i " ;

--~~ ......)

"Por 10 menos tengo tienda sefialada, tengo nurnero y estoy .g:lmotal matriculada ..

-en el gremio; pero ni eres supernumeraria y castafiera de esquina, que si el amo de la casa quiere, te echara esta tarde del puesto... a patadas" (1983: 94).

,..

EI menosprecio y la burla de campesinos y provincianos re­cien lIegados y la venganza de estes es el micleo en torno al cual se desarrolla Las usias y las payas. En Manalo y Los bandos de Lavapies, la parodi a del teatro neoclasico no alcanza a ocultar la orfandad y la violencia de una poblacion marginal que disputa avidamente incluso esos mismos margenes de criminalidad y mi­seria, de los que el propio Manolo se ha visto desplazado por su condena en los oresidios africanos. Los sirvientes asturianos de £1 Rastr.. i)OT la manana son estigmatizados por su acento pro­vinciano. La situacion de estos madrilefios advenedizos y poco favorecidos provoca entretenimiento, no se plantea ni como pro­testa ni como reclamo; se sobrelleva con cornicidad porque se considera inherente a una existencia colectivamente aceptada, de la que el sainete devuelve una imagen destinada a liberar tensio­nes acumuladas entre los espectadores cuando las presenta como

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parte de la conducta social habitual y, por 10 tanto, de la de los individuos.

Esta aceptacion comica de las dificultades de la plebe cambia de direccion euando aparece el otro bando, hacia el que se dirige todo el encono nobiliario-popular. Los sainetes criticos y satiricos de Don Ramon tienen siempre como destinatarios a los petimetres, a los que se considera como jovenes que, de la modernidad, ape­nas recogen los usos, los vestidos y ellenguaje, importados de un pais extranjero que menosprecia a los espafioles. Mas atin, esa es la unica perspectiva del cambio cultural que transmiten estos sainetes contra los advesarios del espiritu espafiol. El petimetre bien puede considerarse modelo de esta linea argumental. Don Zoilo, vocero de la moda, confunde a esta con el progreso de las costumbres y no cree que Espana pueda ser patria de las personas de su calidad:

"­ DON MONICO: [Que ansia tendriais de volver!

- DON ZOlLO: Por cierto que en mi vida 10pensara si hubieran mis existencias alcanzado a la bizarra ostentacion que es forzosa en un extranjero que anda con privilegios de noble corriendo tierras extranas...

- DON MODESTO: Poco os debia la patria Senor don Zoilo

- DON ZOlLO: Tan poco que solo puedo, en la rara melancolia que tuve desde que me vi en Espana aliviarme la amistad de los finos camaradas

- DON MODESTO: iTan bien os han parecido otras cortes?

- DON ZOlLO: Cosa extrana es que vos 10pregunteis, habiendo corrido tantas" (1972: 65).

iAcaso no es evidente la superioridad del extranjero sobre el retraso de Espana? iAcaso no piensan todos los hombres como Don Zoilo que la suya es la patria del atraso, la ignorancia ':f la

CApjnJLO IV: MODERNIDAD, FRACASO Y ESPERANZA..• I 117

marginalidad? Es esta la perspectiva que de los seguidores de la moda transmite Don Ramon a su platea popular y que, casi con seguridad, ella comparte. Los petimetres (y superficialmente iden­tificados con ellos, todos los partidarios de la reforma) son cuer­pos extrafios a la sociedad madrilefia, cuya verdadera patria esta mas alla de las fronteras nacionales, y que, para seguir siendo admitidos c)Jfuo compatriotas, deberian sobrellevar el tratamien­to indicado en El Hospital de la Moda, sainete en el que un severo caballero espafiol, de acendradas costumbres castellanas, va inter­nando en esa supuesta casa de salud a los que dan muestras de estar infectados con el germen de los afrancesados tiempos modernos. En cambio, en El poeta aburrido, en que el autor recrea a sus ad­vcrsarios en el campo de la literatura y de la critica teatral, un eru­dito a la violeta, una especie de petimetre de la critica que guarda apenas una apariencia de erudicion y se despacha a su gusto con­tra el autor de sainetes por transgredir el arte peregrino de repro­ducir la estetica del teatro frances.

En el teatro de Ramon de la Cruz, inopinadamente, aparecen otra vez esos signos inquietantes que recuerdan vagamente los argumentos de Aristofanes contra S6crates en Las Nubes, pero que, mejor que en el Robinson Crusoe, parecen mas bien anticipar un poco del discurso de los nacionalismos extremistas de los siglos XIX YXX. Asf, mientras se presenta la "vida del pueblo" como una expresion cotidiana y autentica de su naturaleza profunda, aunque no especialmente virtuosa, y se disculpan 0 se apafian sus rasgos menos favorables -"presto al vicio y al delito colorido tan halaguefio que hizo aparecer como donaires y travesuras aquellas acciones que desaprueban el pudor y la virtud", escribe Morann sobre el teatro popular de don Ramon- se denuncian como si fue­sen una forma de snobismo, dandismo, 0 mero desarraigo las as­piraciones de los partidarios de impulsar la transformaci on de los valores y de los habitos tradicionales, mientras que ellos mismos son juzgados como elementos extranos a la identidad nacional, integrantes de una cofradia ajena al pueblo y pasible de sufrir, en el mejor de los casos, el ridfculo 0 la segregacion,

Vida popular y modelos esteticos: Cadalso, Iriarte

Asi, mientras la honestidad intelectual y el racionalismo indi­vidualista habian llevado al padre Feijoo a denunciar la tradicion

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y a juzgar que las plebes de su tiempo no Ie parecfan demasiado distintas de los barbaros de la Antigtiedad y tan distantes como ellos del saber y de la razon de la Europa de las Luces, de modo parecido el Estado borbonico habfa encontrado, en sus esfuerzos por introducir la modemidad en Espana, un instrumento ideol6gi­co-cultural eficaz para consolidar su autoridad y recabar legitimi­dad de una sociedad para la que resultaba sospechoso y extranje­roo Detras de los argumentos de los majos, las castaneras y los

._~ ,,.*,, petimetres de Don Ramon se adivinan algunos rastros de xenofo­.., ~ _. bia e intolerancia, pero es indudable que ese tipo de argumersos, ..........' c-: -"'q~ aspiran a expresar la siempre esquiva voz del pueblo, tenfan " ...~" '.' ,poderosas razones que alegar en su defensa. Las imposiciones de A:oi. la Ilustracion estatal implicaba transformar radicalmente una tra­

dicion que daba sentido a las practicas espirituales y materiales ~ del grueso de la sociedad espanola, la cual carecfa, casi por com­

pleto, de un sector equivalente a las clases prosperas e ilustradas de que disponian Inglaterra y Francia, social mente involucradas y polfticamente interesadas en impulsar ese proceso en su propio favor. En tales condiciones, imponer esa transforrnacion era va­ciar de sentido la experiencia vital de aquellos a los que se preten­dia empujar por el camino de la modemidad, enrostrarles su inca­pacidad y su ignorancia, demoler toda una concepcion quietista y jerarquica del mundo instalada por la monarqufa de los Habsburgo. Adernas, el hecho de ser la propia monarqufa la que hubiese teni­do que tomar sobre sf esa tarea, no contribufa a que el conjunto social apreciase su esfuerzo como otra cosa que como un intento autoritario de instalar en el pais una cultura frances a destinada a legitimar, precisamente, a una dinastfa francesa.

EI surgimiento de un eclecticismo ilustrado espafiol resulta de un intento de superar esa dicotomfa, al parecer insalvable. Su fra­caso, en ultima instancia, deviene del hecho ya mencionado de la falta total de autonornfa de los intelectuales espafioles -todos ellos agentes de un Estado siempre demasiado poco confiable para su pueblo, para la Iglesia espanola y para una aristocracia aferrada a valores y costumbres que sostenfan su prevalencia cultural y so­cial- sin medios reales que les permitieran subsistir mas alia del cobro de sus salarios, sin insercion profunda en el cuerpo social espafiol y desprovistos de una iniciativa que solo les hubiera per­tenecido como posibles representantes de un verdadero grupo con reales aspiraciones a transformar profundamente la realidad na­cional. La inutilidad del esfuerzo no fue producto, iinicamente, de sus propias debilidades: la Revolucion Francesa y su expansion

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CAPiTULO IV: MODERNIDAD, FRACASO Y ESPERANZA... I 119

por Europa provocarfan la retirada de la monarqula de su proyec­to reformador, y abrirfa para el pueblo y la nobleza, en lucha de vida 0 muerte con el Imperio Napoleonico, la posibilidad de de­nunciar a la Ilustracion y a los ilustrados como agentes de una potencia enemiga y como defensores de los excesos doctrinarios y polfticos de los revolucionarios franceses.

Estos ilustrados eclecticos -miembros ellos tambien del funcionariado borbonico, pero menos disciplinados por su condi­cion relativamente marginal en la burocracia- parten de dos prin­cipios fundamentales: en primer lugar, de la aceptaci6n de la re­forma y la consciencia del atraso y el aislamiento implicados en la posicion de los defensores de la tradici6n; en segundo lugar, del hecho de que esa aceptaci6n fuese un proceso mas largo, com­plejo y delicado de 10quela monarquia habfa juzgado, y del que era necesario desterrar todo rasgo de imitacion servil, de autorita­rismo intelectual y de superficalidad inherente a una moda. Estos intelectuales trataban de retomar la senda independiente de Feijoo -quien preferfa poner en duda el dogmatismo de sus adversarios antes que correr el riesgo de convertirse en un dogmatico- al juz­gar que el iinico camino posible era intentar el paso hacia una verdadera modernidad nacional, autentica y profunda, sin renun­ciar a su grandeza y originalidad, superando los fuertes compo­nentes de oscurantismo, intolerancia y privilegio que muchos se mostraban dispuestos a aceptar como productos genuinos de la cultura espanola.

Es en esa linea de debate que hay que ubicar a los autores que, en general, no han sido considerados entre los mas descollantes del siglo XVIII espafiol y que, por casualidad, vieron igualmente tronchadas su vida y su obra intelectual por una muerte prematu­ra: Jose de Cadalso y Vazquez (1741-1782) y Tomas de Iriarte (1750-1791) autores respectivamente de las Cartas Marruecas (1788) y de las Fdbulas Literarias en Verso Castellano (1782). Cadalso, hijo de un rico comerciante vasco, se enrol6 en el ejerci­to luego de una vida aventurera, bastante rara entre sus contem­poraneos, y fue pupilo en el Colegio Louis-Le Grand de Pads, dirigido por los jesuitas -el mismo en el que estudi6 Voltaire- y en el Seminario de Nobles de Madrid. En una ocasi6n fue perse­guido y desterrado de la capital, sospechado de haber escrito una satira contra la nobleza, El Calendario manual y Guia de foraste­ros de Chipre (1768) y sufrio la censura 0 el fracaso de sus obras teatrales. Mas serena y burocratica, la vida de Tomas de Iriarte transcurrio como enrico Iiterario y publicista, heredero del cargo

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I

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de su tfo Juan, traductor oficial de la Secretaria de Estado del rei­no. Ambos escribieron sus obras mientras se desempefiaban al ser­vicio de la monarqufa; Cadalso como oficial del Ejercito, aunque ya habfa alcanzado algiin renombre literario por su obra Eruditos a la violeta. Curso completo de todas las ciencias... Publicase en obsequio de los que pretenden saber mucho, estudiando poco; e lriarte, funcionario y crftico de la Corte, se habfa dado a conocer apenas gracias a una traducci6n del Arte Poetica de Horacio y a la cornposicion de algunos poemas.

Es notable que estos autores, que proponen una autonomfa cultural de la Espafia ilustrada, dejen notar tan fuertemente, desde los tftulos de sus obras, la influencia de la literatura francesa. En efecto, es facil adivinar la inspiraci6n de Montesquieu detras de Cadalso y la de La Fontaine detras de Iriarte, aunque ambos se presenten a sf mismos como enteramente libres de todo patronaz­go estetico 0 filos6fico de cualquier origen. Cadalso reclama una independencia de criterio personalista y renovadora que le permi­ta erigirse enjuez fntegro de la polemica entre reforrnadores y tra­dicionalistas:

"Estas cartas tienen caracter nacional, cuallo es en el dfa y cual 10ha sido. Para manejar esta crftica al gusto de unos, serfa pre­ciso ajar la naci6n, lIenarla de improperios y no hallar en ella cosa alguna de mediano merito. Para complacer a otros seria igualmente necesario alabar todo 10 que se nos ofrece al exa­men de su genio, y ensalzar todo 10que en sf es reprensible. Cualquiera de estos dos sistemas que siguiese en las Cartas Marruecas tendrfa gran ruimero de apasionados, y a fuerza de mal conceptuarse con unos, eI autor se habrfa congraciado con otros. Pero en la imparcialidad que reina en ellas, es indispen­sable con traer eI odio de ambas parcialidades., Por ejemplo: un espaii.ol de los que lIaman rancios ira perdiendo parte de su gravedad, y casi casi llegara a sonreirse cuando lea alguna es­pecie de satira contra el amor a la novedad; pero cuando lIegue

Ii al parrafo siguiente y yea que el autar de la carta alaba en la novedad alguna cosa titil, que no conocieron los antiguos, tira­

I" ra el libro al brasero y exclamara: [Jesus, Marfa y Jose! Este hombre es traidor a la patria, Por la contraria, cuando uno de estos que se averguenzan de haber nacido de este lado de los Pirineos vaya leyendo un panegfrico de las much as cosas bue­nas que podemos haber contrafdo de los extranjeros, dara sin duda mil besos a tan agradables paginas, pero si tiene la pacien­cia de leer pocos renglones mas, y lIega a alguna reflexi6n so-

CAPin· "'JLO IV: MODERNIDAD, FRACASO Y ESPERANZA."I 121

sensible 0 .Ibre 0 . ~ \.1e es la perdida de alguna parte apreciable de tt O antiguo e--, " I hi di .< nues d d - ~aracter, arrojara el libro a a c imenea y rra a

su aylJ bal e bca~ara: esto es absurdo, ridfculo, impaciente y Ct a e, a o~ .. . '78)exce ~'llnable y pitoyable' (77- .

U espfritu de,.. . d denci , id d In, rgual in epen encia y ecuarurm a es e quelnartep~ ,

reclama, a sus fabulas: en la pnmera de elias, el elefante I Ye aSI una ~" di . ld I d Icone u ~abla y virtuosa arenga mgi a a resto e os

animateS:

"A t - .-lOS Ya niI:\ (]V ,~uno

, ad"ertencla~ rrus , tocan;

. las siente,quien Se culpa;

e no, que I~ . eI qu ':s Olga".

"Quien rnis fabl\ • Ibi ---as eatam len, q...

sepa, , <re todas h blan a mil nao, :i

a , a la es _ones no soJa , P<\'liola, N' de estos tlem~ h bl .

I defectos as a an, porque I 110tan

boen e ~ , que hU h h~ lundo siempre como lOS ay.a 't;}ra,

eS nos vltu~Y pu eran -aladas persof>.sen .. ' '''as , )laga aplio

quien I ~ciones Pan se a

con su ,~ coma" (13).

ta mirada . Can I d I tnusulmana de los persas de Montesquieu pro­

da a a e o~ , I' . . Iyecta I ~ marroqufes, en ese genero iterano-episto ar . na a ~on los artificios ios de losde los libros d e viaje mezcIa-a vez ..que Juel:;' , hbros

jos articuj , ,dos can d 'Js de costumbres y las penpecias de la novela,

& rrna e eel '. I' I .-una 10 " ~ctJclsmo en cuyo desp iegue e escntor espa­- I pera, quizas, "'" dal d I no su '" oq su maestro- Ca so preten e menos una exa ­" de la ongtn~ , .tacion "'-hdad de la cultura europea en su conjunto que

dicto exact: 'b" d I'" d Eun vere ~ sobre las POSI ilida es y rrrutacrones e s­pafia de ingresdar "-1 entero espectaculo de la modernidad. Es por

00 se eS<\'l' eso que , renta por los rasgos conservadores del mundo hi , 'co. con not"", 'b' I' G Iisparu d oqble sagacidad, Ie hace escn ir a joven aze,

dun a cart: en su set' a a su preceptor Ben-Beley:

"L europeos ll..... . I' id d Ios '., d '-J parecen vecinos; aunque a extenon a os U Ol1orma ~ , ,. I'haya en mesas, teatros, paseos, ejercitos Y ujos, no

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122 I ROGELIO PAREDES

obstante las leyes, vicios, virtudes y gobiemo son sumamente diversos, y por consiguiente las costumbres propias de cada naci6n" (81).

Esta feliz argumentaci6n, que el autor desarrolla primorosa­mente a 10largo de toda la obra, y sobre la cual vuelve una y otra vez, Ie permite incluir a Espana en el coraz6n del mundo europeo y superar la marginaIidad que algunos reformadores yen originar­se precisamente en el aislamiento cultural espafiol, marginalidad que Cadalso prefiere no ver cuando afirma que la uniformidad de "mesas, teatros, paseos, ejercitos y lujos" de los europeos -em­blemas del progreso material- son exterioridades. Esta generosa perspectiva no Ie impide sefialar que los rasgos de esa singulari­dad espanola, no distinta en el fondo de la del resto de las nacio­nes de Europa, contiene aspectos que es necesario corregir y, en tal sentido, apoya plenamente el discurso de los reformistas parti­darios del Estado:

"EI atraso de las ciencias en la Espafia de este siglo i,quien pue­de dudar que proceda de la falta de protecci6n que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos pe­sos duros, y cocinero que funda mayorazgos; perona hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias, exceptuadas las del ergo,que son las iinicas que dan de comer" (93).

Este diagn6stico sociol6gico es preciso y elegante, y anticipa otras crfticas mas directas contra las clases dirigentes espafiolas: los que pagan tanto a cocheros y a cocineros y no patrocinan a cientfficos e ingenieros, los que contratan a ret6ricos y maestros de 16gica y no a matematicos y a ffsicos, son los nobles y la Igle­sia y, en ese caso, la protecci6n parece que s610puede otorgarla el Estado, a quien justamente estan enfrentados los poderosos de Espana. Pero en esta defensa que hace Cadalso en relaci6n con el aumento de los conocimientos, no Ie parece necesario extenderla a otros aspectos de la modemidad que se Ie presentan como cen­surables: el agobio de una existencia dominada por la moda, el consumo y la oferta aparentemente ilimitada de placeres 10disua­de bastante de una aceptaci6n acntica de la vida modema. Masl' aun, sefiala con indudable agudeza, el trauma de la modernidad originado en la expansi6n de una cultura que todo 10uniforma en desmedro de tradiciones y particularidades cuya extincion impli­

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CAPITULO IV: MODERNJDAD, FRACASO Y IiSPI::RANZA ... 1 123

ca el fin de form as de identidad preexistentes, mientras exaspera un individualismo cada vez mas exigente y despojado de referen­cias contextuales mas profundas, que Iimiten su apetito de expan­sion. EI propio Nufio Nunez escribe sobre sus compatriotas:

"La multitud y variedad de trajes, costumbres, lenguas y USOS,

es igual en todas las cortes por el concurso de extranjeros que acude a ellas: pero las provincias interiores de Espana, que por su poco comercio, malos caminos y ninguna diversi6n no tie­nen igual concurrencia, producen hoy unos hombres compues­tos de los mismos vicios y virtudes de sus quintos abuelos. Si el caracter espafiol, en general se compone de religi6n, valor y honor a su patria, por una parte, y por otra de vanidad, despre­cio a la industria (que los extranjeros llaman pereza), y dema­siada propensi6n al amor; si este conjunto de buenas y malas cualidades componfan el caracter espafiol cinco siglos ha, el mismo compone el de los actuales. Por cada petimetre que se yea mudar de moda siempre que se 10manda su peluquero 0 sastre, habra cien mil espafioles que no habran reformado un apice en su traje antiguo... En medio de esta decadencia apa­rente del caracter nacional, se descubren de cuando en cuando sefiales del antiguo espfritu... querer que-una naci6n se quede con solas sus propias virtudes, y se despoje de sus defectos pro­pios para adquirir en su lugar las virtudes de las extrafias, es fingir una republica como la de Platen... Es muy justo trabajar a disminuir estas (las malas propiedades del alma) y aumentar aquellas (las buenas) pero es imposible aniquilar 10que es par­te de su constituci6n" (137-138).

De este modo, la reforma espanola debera prescindir de los aspectos que robustezcan su empobrecimiento y limiten su capa­cidad de creacion cultural y originalidad productiva: la moda debe ser condenada, el consumo s610debe realizarse sobre la produc­cion nacional y la literatura debe reflejar ese esfuerzo de origina­lidad, como si, una vez desencadenado el proceso de modemiza­cion por el Estado, de la misma manera que 10ha iniciado, pudie­ra evaluarlo imparcialmente, corregirlo, limitarlo y llevarlo a objetivos previamente sefialados. Asi, y aunque desde una pers­pectiva distinta de la de Ram6n de la Cruz, tambien Cadalso fustiga a los crfticos literarios como petimetres del arte nacional.

"Hay una secta de sabios en la republica literaria que 10son a poca costa: estes son los crfticos. Afios enteros y muchos nece­

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sita el hombre para saber algo en las ciencias humanas, pero en la crftica (cual se usa), desde el primer dfa es uno consumado... Pero no creas que esta clase comprende a los verdaderos crfti­cos. Los hay dignfsimos de todo reparo ... La regia fija para no confundirlos es esta: los buenos hablan poco sobre asuntos de­terminados, y con moderaci6n; los otros son como los toros, que forman la intenci6n, cierran los ojos y arremeten a cuanto en­cuentran por delante... apenas puedo llamar hombres a los que no cultivan su raz6n, y s610 se valen de una especie de instinto que les queda para hacer dafio a todo cuanto se les presente, amigo 0 enemigo, debil 0 fuerte, inocente 0 culpado" (217-218).

Por su parte, tanto el objetivo como la obra de Tomas de Iriarte eran mas modestos que los de Cadalso que, al tratar de conferirle a sus cartas un "caracter nacional", removi6 Integramente el pa­norama de creencias y practicas cotidiana tradicionales y refor­mistas en busca de un juicio general sobre la identidad espafiola. lriarte pudo perrnitirse una dosis mayor de ironia y fineza al fus­tigar solamente la crftica literaria y artfstica y, de modo mas indi­recto, la generalizaci6n de un estilo neoclasico al que el mismo adhena, pero a la cual intentaba instalar plenamente en los gustos literarios de un publico menos intransigente y sectario -no es poco significativa que, para escribir sus Fdbulas, genero tradicional en sus origenes. haya empleado generosamente el verso en octava, propio de la poesfa sencilla de factura popular, aunque sin renun­ciar a los endecasflabos, no demasiado afortunados en su caso-. Desde el comienzo advierte Iriarte que la suya no es una obra que resulte del apuro 0 la precipitaci6n, como la de la arafia 0 la de los criticos a la violeta, denunciados por Cadalso, de los que trata de tomar distancia (Fabula II: El gusano de seda y la araiia); pero pronto se dirige contra los partidarios de la tradici6n (Fabula IV: La abeja y los zdnganos):

"[Cuantos pasar por sabios han querido con citar a los muertos que 10 han sido! jY que pomposamente que los citan! Mas pregunto yo ahora: i los imitan?" (16).

Pero en la Fabula XII, Los Huevos, el autor trata de dar una idea exacta de su concepto de modemidad, en la literatura y en la experiencia cotidiana, y par su caracter sintetico y a la vez pinto­resco parece adecuada para presentar el esfuerzo de su actitud eclectica:

CAP111JLO IV: MODERNIDAD, FRACASO Y ESPERANZA•.. I 125

"Mas alla de las islas Filipinas hay una, que ni secomo se llama, ni me importa saberlo, donde es fama que jamas hubo casta de gallinas, hasta que alla un viajero llevo por accidente un gallinero. Al fin, tal fue la crfa que ya el plato mas cormin y barato era de huevos frescos; pero todos los pasaban por agua (que el viajante no enseiio a componerlos de otros modos)" (29).

Luego, en el relato, sobreviene una lista de supuestos invento­res: uno introduce la costumbre de comerlos estrellados; otro los prepara escalfados; otro rellenos; mas tarde se inventa la tortilla, se Ie agregan luego a los tomates; por su parte, los repostreros inventan los huevos moles, 0 los ponen en caramelo, en leche, en sorbetes, en compotas, en escabeches.

"Mas un prudente anciano les dijo un dfa: "Presurnfs en vano de esas composiciones peregrinas. [Gracias al que nos trajo las gallinas!"

"Tantos autores nuevos ino se pudieran ir a guisar huevos mas alta de las islas Filipinos?" (30).

Aquf se aprecia la esperanza de los reformadores eclecticos y nacionalistas: aceptar la innovaci6n y renunciar a las consecuen­cias "desagradables", que degraden los valores de la autoridad academica 0 intelectual: la ampliaci6n de la producci6n y de los mercados de bienes materiales y espirituales, la masificaci6n de la producci6n cultural, la crisis de las instancias tradicionales de patronazgo y prestigio, la generalizaci6n y banalizaci6n de la en­tica, la exasperaci6n de las polemicas y la degradaci6n de argu­mentos y de publicos, la desacralizacion de la lectura y la vulga­rizacion de los debates en tomo al saber. Una soluci6n moderada, bien acorde a una parte de la republica de las letras que aspiraba a elevar sus conocimientos y a modemizar sus criterios con los apor­tes de la Ilustraci6n francesa, sin atacar los pilares tradicionales de la sociedad espafiola, a los que no s610 nunca quiso desafiar, sino que debi6 incluso aceptarlos como protectores y patrones, al

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menos para algunos de sus representantes: la monarqufa y la Igle­sia. Pero parecia imposible afrontar la experiencia del cambia sin exponerse a que este pusiera en crisis todos los valores del espa­cio socio-cultural espafiol: el progreso era un beneficio que s610 resultaba de la masificaci6n de las practicas culturales y de ese juego perpetuo de ensayo y error frente a las demandas de un mere ado en expansi6n que las autoridades no podfan ni controlar ni dirigir: las infinitas experimentaciones de los huevos imporra­dos "mas alld de las islas Filipinas",

Y es que, en ultima instancia, abrirse camino hacia una com­pleta libertad de expresi6n y hacia una abierta orientaci6n de los bienes culturales para el mercado significaba para estos sagaces comentaristas del mundo cultural espafiol, hacerle concesiones a Don Ram6n de la Cruz, a sus manolos, a sus catafieras y a sus petimetres. i,Podrfan ser ellos, acaso, esas modestas criaturas a las cuales, segtin Shakespeare, torna reyes la legftima esperanza? Ni Cadalso ni Iriarte estan dispuestos a aceptar semejante triunfo de los palurdos y los ignorantes. Esta perpetua tensi6n entre promo­ver la necesidad de una mejora de las letras y las artes y denun­dar, a la vez, la masificacion de la literatura y de la crftica y el culto de los nuevos fdolos ilustrados se desarrolla a 10 largo de todas las fabulas versificadas por Iriarte. En la Fabula XXVIII, El asno y su amo, se critica a los escritores de "farsas indecentes" que producen para "el vulgo necio que de 10bueno y 10malo iguala el precio"; en la Fabula XXXII, EI galdn y su dama, se alude a los excesos del fetichismo extranjerizante: en ella "cierto galan, a quien Paris ac1ama... que el oro y la plata sin temor derrama" decide poner a prueba el gusto de su dama estrenando hebillas de estafio en sus zapatos: por supuesto, ella sucumbe a la adulaci6n y al servilis~

mo, alabandolas como si fuesen de plata, de la misma manera que un volumen lleno de tonterfas de un autor famoso provccars el fervor de sus incondicionales; en la Fabula XXXVI, La compra del asno, un pobre campesino es estafado cuando adquiere un pesimo animal al que Ie han vendido adecuadamente enjaezado y empenachado, de la misma manera que ellibro bien encuaderna­do de un pesimo autor.

No por audaz y riesgosa esta vfa intentada por Cadalso e Iriarte j ha dejado de intentarse de una u otra manera en cada sociedad a la que la modemidad lIeg6 impuesta como una coyuntura hist6rica y no como resultado de un proceso social e ideol6gico enteramen­te aut6nomo. La biisqueda de una sfntesis eficaz entre una trans­formacion radical de las posibilidades materiales y espirituales,

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por un lade y, por otro, de una adecuada integraci6n con el espa­cio cotidiano, presente y concreto en que esa modemidad se ins­tala, poco preparado para soportar los cambios impuestos a la vida de los hombres.

Perspectiva, preceptiva y decepci6n: lovellanos

En el debate entre tradici6n y modernidad, los que no quisie­ron hacer concesiones fueron quiza muchos mas en el campo con­servador que en el renovador, 10cual se explica no s610por la si­tuaci6n de fuerza desde la cual negociaban los primeros, sino tam­bien por la vigorosa insercion con que contaban inc1uso fuera de las esferas de poder, lejos de la Corte y de las universidades, en el corazon mismo de la vida cotidiana del grueso de los espaftoles, que se sentfan partfcipes de los valores y de los intereses que se defendfan. Pero los reformistas intransigentes tambien existieron y, si no intentaron seguir la vfa conciliadora propuesta por Cadal­so y por Iriarte, se encontraron frente a dilemas en que la defensa de sus posiciones los forz6 a la censura, al destierro 0, a mas largo plazo, a la traici6n.

Entre los intransigentes, los editores de EI Censor (1781-1787) ocupan un lugar destacado. Luis Marfa Garda del Cafiuelo (1744­1802) YLuis Marcelino Pereira (1754-1811) llevaron adelante la empresa periodistica mas agresiva por reformar fntegramente los valores, las actitudes y las practicas de la sociedad espanola. Ins­pirados en el periodismo ilustrado de Madrid y, en ultima instan­cia, en el papel descollante de The Spectator, de Adisson y Steele en la vida intelectual inglesa de comienzos del siglo, Cafiuelo y Pereira lanzaron desde su primer mimero una linea editorial con la que fueron enteramente consecuentes y que les vali6 largos perfodos de clausura:

"Por otra parte, ninguna autoridad humana, ni la costumbre mas antigua, ni la moda mas general, es capaz de persuadirme 10 que mi razon repugna, y acostumbrado a meditar en todo, ya ape­nas leo sino errores, no oigo sino necedades, no yeo sino des­orden. En todas partes hallo cosas que me lastiman. En las ter­tulias, en los paseos, en los teatros, hasta en los tempIos mismos hallo en que tropezar. Para colmo de desgracias no puedo ca­liar nada...

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Faltando esto censuro desde entonces en casa, en la calle, en el paseo; censuro en la mesa y en la cama; censuro en la ciudad y en el campo; censuro despierto; censuro donnido; censuro a to­dos; me censuro a mf mismo, y hasta mi genio censor censu­ro ya no soy conocido de los que me tratan sino por El Cen­sor " (63-64).

De este modo, en tres ocasiones, entre enero de 1782 y noviem­bre de 1783, entre abril de 1784 y septiembre de 1785 y, de modo definitivo en agosto de 1787, el EI Censor establecio una acerri­rna polernica contra los estilos de vida que los sectores defensores de la tradicion identificaban con la Iglesia y la nacion y sobrevi­vi6 tenazmente a los esfuerzos de la censura oficial del Concejo de Castilla para cerrarlo de modo definitivo. Los logros de esta valerosa resistencia, mas alla de mantener abierto un canal para los productores y consumidores del discurso ilustrado, fueron es­casos: sus continuadores -en particular EI Corresponsal del Cen­sor- nacieron y se desarrollaron en un ambiente cada vez mas envenenado por eI brusco giro que la Revolucion Francesa impu­so al rey Carlos IV y a sus ilustrados pero ahora aterrorizados ministros y literatos encabezados por el Conde de Floridablanca, quien tambien habfa sido ministro de su padre.

En efecto, luego de la crisis de junio-julio de 1789, las expec­tativas de los refonnadores ilustrados se vieron quebradas tanto por la sorpresa que les provocaba un estallido revolucionario que;' reclamaba para sf la misma inspiracion ideol6gica que ellos se atrevian a defender, como por el brusco cambio de la Corona que, tras decadas de mantenerse como sosten principal de los intelec­tuales que actuaban como propagadores de su politica, los aban­donaba a merced de los sectores conservadores, a los que ahora vol via a abrirles espacios de poder y publicidad hasta entonces reservados a los partidarios de las Luces. En el contexto de los afios noventa, el eclecticismo, que en los ochenta parecfa una posi­bilidad; se volvia una imperiosa necesidad para que los refonnistas," pudieran continual' con su proyecto y recuperar el problernatico apoyo de la Corona.

Es en est a coyuntura que tennina de adquirir sus perfiles la ultima -y quizas mayor- figura de la Ilustracion espanola, Gaspar Melchor Jovellanos y Ramirez (1744-1811). Provinciano, como la enonne mayoria de los refonnistas, hijo de una familia de la pequena nobleza asturiana, Jovellanos parecia destinado a tomar los habitos luego de tenninar sus estudios de filosoffa, leyes y

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canones en Oviedo yen Avila, cuando lIeg6 como becario a Alcala de Henares. Persuadido por sus parientes madrilefios, entre en la carrera judicial, desempefiandose en Sevilla en varios cargos has­ta alcanzar un lugar en la Audiencia. Es allf donde comienzan sus esfuerzos por una reforma que, a 10 largo de toda su carrera, lovellanos va concibiendo cada vez mas como una transforrnacion ala vez espiritual y material: proyectos e iniciativus para cstuble­cer escuelas de hilaza de lino, mejoras en el cultivo y poda de los olivos y en la producci6n de aceites son sus primeras emprcsas. En 1778 pasa a Madrid como alcalde de la Corte y es admitido en las Academias de la Historia, de la de Nobles Artes de San Fer­nando, y en la de la Lengua (1781). En 1790, luego de varias con­sultas del Consejo de Castilla y de integral' la Sociedad Economi­ca de Madrid, Jovellanos sufre en carne propia los cambios en la politica de la Corona y es desterrado a Asturias donde, en Gijon, funda el Instituto Asturiano, al cual se propone convertir en el modelo de la nueva ensefianza que espera impulsar. Pero su de­signaci6n como Ministro de Gracia y Justicia a instancias de Manuel Godoy (1797-1798) 10 con virtio en lfder de los partida­rios de la reforma eclesiastica y de la politica ilustrada y, en con­secuencia, en el enemigo declarado de Iossectores conservadores cercano a la corte que, luego de lograr para el un nuevo destierro en Gijon, consiguieron encarcelarlo en Mallorca desde 1801 has­La 1808.

Es notable que su Memoria para el arreglo de la policia de los espectdculos y diversiones publicas y sobre su origen en Es­paiia, concluida en diciembre de 1790, sea uno de los mayores logros en la obra todavia juvenil de Jovellanos. Redactada en el contexto cada vez mas oprimente de la cambiante politica de Car­los IV, cuando ya se encontraba desterrado, la Memoria muestra fuertes rastros de la lucha interior de un intelectual convencido de la necesidad de la reforma, pero tambien de los limites que la rea­lidad espanola Ie va imponiendo de un modo cada vez mas con­tundente,

Escrita en un estilo que cornbina elegancia literaria con la minuciosidad burocratica, la critica social y la reverencia a la au­toridad, la Memoria es portadora de esa amalgama conflictiva que representa tan bien las grandezas y las miserias de la Ilustracion espanola:

"... el primer tribunal de la naci6n trata de arreglar este impor­tante ramo de policfa (de las diversiones publicas), y conocien­

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do cuanta luz puede recibir de los ejemplos de la antiguedad, con vida a la Real Academia para que teja su historia. El des­empefio de tan estimable confianza requeria alguna preparaci6n, y la Real Academia, honrandome con la suya, me encarga que retina los hechos y noticias antiguas que dicen relaci6n con las diversiones piiblicas. No me toea a mf recomendar rni trabajo, ponderando la exten­si6n y dificultad de la materia y la falta de auxilios con que Ie he emprendido; t6came, sf, adelantar dos advertencias conve­nientes para la instrucci6n de rnis lectores: primera, que no he puesto grande empefio en fijar la introducci6n de los especta­cuIos en cada una de nuestras provincias... segunda, que he puesto mas intenso cuidado en descubrir las relaciones polfti­cas del objeto de esta Memoria, porque, destinada a la instruc­ci6n de un expediente gubernativo, debf creer que la parte de erudici6n serfa en ella menos importante. En consecuencia, he dividido mi trabajo en dos partes, desti­nando la primera a descubrir el origen de las diversiones piibli­cas en Espana y su progreso hasta nuestros dfas, y la segunda a indicar el influjo que elias pueden tener en el bien general, y los medios que me parecen mas convenientes a tan saludable fin" (11-12).

Es en esa segunda parte en la que Jovellanos concentra los saberes reunidos en la I1ustraci6n, pero sobre todo en los doce afios de experiencia polftica madrileiia. Asf, despues de hacer un infor­me extenso pero algo elusivo sobre la historia de los juegos yes­pectaculos espafioles -caza, romerias, juegos escenicos, juegos privados, torneos, corridas de toros, fiestas palacianas- el autor se dirige a eso que se ha atrevido a describir como "el influjo que las diversiones pueden tener en el bien general". Porque, trai­cionando en apariencia su inspiraci6n ilustrada, Jovellanos se aviene a admitir que la fiesta popular no s610 no se opone a la propagaci6n de las Luces, sino que puede ser un instrumento apto para agregar a las masas al progama de reformas que la monar­qufa -cree el- todavfa qui ere instalar en la sociedad. EI Estado debe retirarse del control de la sociabilidad campesina, porque ella es depositaria de los verdaderas fuentes de su solidaridad polftica y social, y abrirle campo a la libre expresi6n de sus ins­tintos recreativos.

"Los que miran con indiferencia este punto (la escasa libertad de los campesinos para gozar Iibremente de sus propias formas

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festivas) 0 no penetran la relaci6n que hay entre la libertad y la prosperidad de los pueblos 0, por 10menos, la desprecian, y tan malo es uno como otro ... Un pueblo libre y alegre sera precisa­mente activo y laborioso, y siendolo, sera bien morigerado y obe­diente a la justicia. Cuanto mas goce, tanto mas arnara el go­bierno en que vive, tanto mejor le obedecera, tanto mas de buen grado concurrira a sustentarle y defenderle. Cuanto mas goce, tanto mas tendra que perder, tanto mas temera el desorden y mas respetara la autoridad destinada a reprimirle... ...unos hombres frecuentemente congregados a solazarse y di­vertirse en corruin formaran siempre un pueblo unido y afec­tuoso; conoceran un interes general y estaran mas distantes de sacrificarse a su interes particular. .. Tan cierto es que la liber­tad y la alegrfa de los pueblos estan mas distantes del desorden que la sujeci6n y la tristeza" (45).

i,Claudicaci6n inevitable de la preceptiva ilustrada en un me­dio polftico y cultural hostil? i,Orfgenes de un populismo roman­tieo que pretende encontrar en el saber del pueblo las rafces de la comunidad polftica ideal? i,Concesi6n al poder imbatible de los defensores de la tradici6n? No es sencillo afirmarlo si se sigue adelante con la lectura. Porque el centro de las preocupaciones de Jovellanos se dirige a reformar los espectaculos urban os y es alli donde el autor quiere dar batalla. Pero incluso asf, el esfuerzo re­formista parece buscar, en el fondo, una sana restauraci6n: los ejercicios de maestranza, los saraos, las mascaradas son concedi­dos a la nobleza, entregados a su imperio como forma de perpe­tuaci6n de tradiciones e identidades que los ilustrados espafioles han recuperado para sf, en una concesi6n que, tal vez, oculte me­nos que una derrota politica y cultural que el iniciodel descubri­miento de una naci6n amenazada por el expansionismo revolucio­nario en el que late, de todos modos, el peligro extranjero. Parece diffcil precisar si Jovellanos -ya desterrado y sospechoso para su soberano- ha optado a esta altura por el panico de Floridablanca 0

por la convicci6n de que cualquier Asamblea Constituyente que incorpore a la nobleza no podra hacer caso omiso los valores y las practicas de nobles y plebeyos, por encima de los gustos y opinio­nes de los reformistas.

Pero sf es claro que Jovellanos no renuncia a asignar al teatro cI papel de propagador y constructor de los ideales positivos de la identidad polftica. Si ha concedido a la nobleza y al pueblo la pre­servaci6n de sus usos y costumbres festivas es porque, de grado 0

por fuerza, ha lIegado a la conclusi6n de que son capaces de in­

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fundir el amor a la patria, el respeto ala autoridad y la conscien­cia de participacion polftica y cuidadana. En cambio, cree que el teatro es un genuino instrumento de construccion de la identi­dad que no puede quedar a merced de la demanda de los merca­dos plebeyos, y que en el se encuentra el molde de las formas culturales que se intentan transmitir desde un Estado al que juz­ga todavia ilustrado.

"La reforma de nuestro teatro debe empezar por el destierro de casi todos los dramas que estan sobre la escena. No hablo sola­mente de aquellos.a que en nuestros dias se da una necia y barba­ra preferencia; de aquellos que aborta una cuadrilla de ham­brientos e ignorantes poetucos que, por decirlo asi. se han levantado con el imperio de las tablas para desterrar de elIas el decoro, la verosimilitud, el interes, el buen lenguaje, la corte­santa, el chiste comico y la agudeza castellana... l,Quien podra negar que en ellos (los dramas espafioles del siglo de Oro y sus imitaciones actuales) segun la vehemente expresion de un en­tico moderno "se yen pintadas con el colorido mas deleitable las solicitudes mas inhonestas, los engafios, los artificios, las perfidias; fugas de doncellas, escalamiento de casas, resisten­cias a lajusticia, duelos y desafios temerarios ... robos autoriza­dos, violencias intentadas y cumplidas, bufones insolentes y criados que hacen gala y ganancia de sus infames tercerias?" (54-55).

Otra vez, como en Cadalso y en Iriarte, se hace presente la prevencion contra los males de una cultura mercantilizada para el " mercado de un vulgo que se resiste a adquirir los bienes manufac­turados y aprobados por el saber academico-estatal afrancesado. Pero mientras que entre los que escribieron a principios de la de-: cada, esa condena resultaba de una correcta ecuacion politica y cultural, en Jovellanos era producto de una experiencia personal, 'I,

que se resiste a abandonar al teatro como ultimo bastion del saber! y de la practica ilustrada.

"De este caracter particular de las representaciones dramaticas se deduce que el gobiemo no debe considerar al teatro solamente como una diversion publica, sino como un espectaculo capaz de instruir 0 extraviar el espfritu, de prefeccionar 0 corromper el corazon de los ciudadanos. Se deduce tambien que un teatro que aleje los animos del conocimiento de la verdad, fomentan­do doctrinas y preocupaciones erroneas, 0 que desvie los cora-

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zones de la practica de la virtud, excitando pasiones y sentimicn­tos viciosos, lejos de merecer la proteccion, mereccra el odio y la publica censura autoridad. Se deduce, finalmerne. que aque­lIa sera la mas santa y sabia polida de un gobicrno que sepa reunir en un teatro esos dos grandes objetos: la instruccion y la diversi6n publica" (53).

Como puede observarse, la estetica ejemplar del clacisismo no solo debe abrirse paso entre la selva de comedias, sainetes, entre­meses "modernos" mencionados antes, inspirados en el tcatro ita­liano, sino incluso entre los pilares del drama castellano -"aque­1I0s justamente celebrados entre nosotros, que algun dia sirvieron de modelo a otras naciones"- cuyos autores Jovellanos no se atre­ve a mencionar. En ese teatro, cada vez menos destinados a exal­tar el destino individual frente a las fuerzas de la adversidad y mas el sacrifico colectivo por el bien cormin, se mostrara no solo la grandeza de las acciones sublimes -religiosidad, amor a la patria, respeto al soberano, espiritu de justicia, la temura hacia el pr6ji­mo y la obediencia a la ley- sino tam bien eI castigo ejemplar de las ruines 0 indignas de los representantes del poder 0 el presti­gio. EI celo censorio se explica por la descripcion que presenta Jovellanos en el momenta de describir la composici6n del publi­co teatral:

"l,Se cree, par ventura. que la inocente puericia, la ardiente ju­ventud, la ociosa y regalada nobleza, el ignorante vulgo, pueden ver sin peligros tantos ejemplos de imprudencia y grosena, de ufania y necio pundonor, de desacato a la justicia y a las leyes, de infidelidad a las obligaciones publicas y domesticas ... pinta­dos con los colores mas vivos y animados con el encanto de la ilusi6n y con las gracias de la poesia y de la musica" (40-41).

Porque para Jovellanos claro que al teatro no acuden los hom­bres prosperos e instruidos de origen burgues -bastante escasos en el escenario social espafiol-: ellos no necesitan del teatro por­que son, de por sf, los portadores la consciencia polftica de subor­dinaci6n a la ley que Jovellanos quiere propagar y establecer en­tre la nobleza y la plebe a las que, a cambio, como prenda de bue­na voluntad, les concede sus di versiones folkl6ricas.

"Creer que los pueblos pueden ser felices sin diversiones, es un absurdo: creer que las necesitan y negarselas, es una inconse­cuencia tan absurda como peligrosa; darles diversiones y pres­

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cindir de la influencia que pueden tener en sus ideas y cos tum­bres, sena una indolencia tanto mas absurda, cruel y peligrosa que aquella inconsecuencia; resulta pues que el establecimien­to y arreglo de las diversiones publicas sera uno de los prime­ros objetos de la buena poiftica" (41).

Es el mismo publico al que esta destinado la ensefianza de los nuevos saberes, que para el autor se encuentran indisolublemente unidos con el teatro estatal:

" ....nuestro extrema cuidado en multiplicar cierta especie de ensenanzas cientfficas no basta a disculpar el abandono con que miramos la ensefianza civil; aquella que necesita el mayor rui­mero, aiin entre los nobles y los ricos, y que es tanto mas im­portante cuanto mas influjo tiene en el bien general y, sobre todo, en las costumbres publicas. Bien se yo que la educaci6n publica, y sefialadarnente la de la clase rica y propietaria, necesita otros medios, pero lpor que no aprovecharemos uno tan obvio facil y conveniente (como el teatro)" (56).

Asf pues, a traves de la Memoria Jovellanos comienza a tran­sitar, casi en el momenta en que terrnina de celebrarse la Fiesta de la Federacion en Paris revolucionario, el camino que lIeva de la Ilustraci6n al Romanticismo, del Despotismo al Liberalismo. Ya no hay tan s610 una rninoria que ilumina al Estado y a la sociedad sobre los medios adecuados para alcanzar la felicidad comtin: hay un pueblo que preexiste, con una cultura autonorna y reconocida que comienza a convertirse en la base de la identidad nacional; ya no hay una monarqufa que se propone rehacer fntegramente las practicas y los saberes de sus gobernados, sino apenas usar efi­cazmente algunos instrumentos culturales para recabar de ellos el mfnimo de obediciencia, respeto y solidaridad. Y es la cultura social en su conjunto la que debera imponerse como nuevo hori­zonte en la competencia hist6rica por la supervivencia de la iden­tidad nacional.

En tal senti do, el intelectual asturiano dio un paso decisivo que no alcanz6 a dar su colega y compafiero Melendez Valdez: cuan­do en 1808 el gobiemo de Jose I Bonaparte intento atraerse la voluntad y la colaboraci6n de los ilustrados espafioles, el primero se sumo al esfuerzo de la resistencia nacional y procure apoyarla y dirigirla, no s610desde la accion directamente polftica, sino tam-

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bien tratando de reabrir el Instituto Asturiano -empresa en la que dej6 su vida-; el segundo, en cambio, que crey6 posible continuar con la obra ilustrada de su generaci6n colaborando con la ocupa­ci6n extranjera, muri6 en el exilio tras la expulsion de las fuerzas francesas.

De poco sirvi6 esta laboriosa conversi6n de los ilustrados es­pafioles, cosmopolitas y racionalistas, en nacionalistas rornanti­cos y liberales, tras decadas de debates y experiencia. La Guerra de la Independencia (1808-1814) no les devolvi61a oportunidad que les habfan ofrecido los reinados de los primeros Borbones. Los sectores conservadores, que combatieron ferozrnente tanto al in­vasor extranjero como a los ideales revolucionarios de que eran portadores, no tuvieron dificultades en hacerles pagar a los patriotas liberales el costa de la victoria, presentando a la intolerancia y al absolutismo como los pilares de la identidad nacional de los espa­fioles, Los agentes de la modernidad, despojados, ahora definiti­vamente, del patrocinio estatal, siguieron encontrandose tan huer­fanos de respaldo social como un siglo arras, euando al menos contaban con la esperanza de que la monarqufa alentara el desa­rrollo de una Espana manufacturera y burguesa. En este contexto desolado, los pocos que continuaron con la e.mpresa, siempre agen­tes estatales -ahora, sobre todo, el ejercito de la Independencia­fueron abrumados una y otra vez por esa soledad que no alcanza­ban a mitigar ni siquiera con su proclamado nacionalismo.

Los que asumieron con toda claridad la consciencia de la or­fandad modema en Espana, perduraron s610 gracias a su genio individual y al precio de un desgarramiento que evoca el las so­ciedades coloniales, liberadas en los siglos XIX y XX. Un desga­rramiento que solo un arte como la pintura de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) es capaz de expresar en su inedito es­plendor. Esas pinturas de grotescos, brujas y terrores que, en par­te, permiten recordar las proclamas de Bolivar, las arengas de Guerrero y de Juarez, los dicterios de Sarmiento y los murales de Siqueiros y Ribera.

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Capitulo V

Ilustraci6n, individuo y libertad: esperanzas divergentes entre Voltaire y Diderot'

Francia, en la encrucijada

A mitad de camino entre Inglaterra y Espana, Francia parecia marchar directamente hacia la resoluci6n mas arrn6nica de los con­flictos que los intelectuales europe os presentian latentes en la mo­demidad. Su monarqufa, la mas estable y poderosa de Europa, combinaba una tradici6n polftica cuyo origen se perdia en los os­curos tiempos carolingios con un impulso renovador en la cuIlura y en las artes que ni siquiera Inglaterra conocia y que el propio soberano auspiciaba como un emblema mas de la superioridad de su Estado: sostenfa los mejores colegios e instituciones cientifi­cas, patrocinaba a sus literatos, imponia sus estilos en la moda y en el arte. Sus intelectuales y cientfficos iban a la cabeza de las innovaciones mecanicas y artesanales del Continente, protegidos en sus carreras por cortesanos y mercaderes inquietos e influyen­tes. Los talleres y manufacturas reales reunian a los mejores espe­cialistas; sus navies y sus manufacturas eran los de mas calidad del mercado europeo, y la moda francesa en el vestido, la cons­trucci6n y el mobiliario se propagaba como estilo de vida en toda Europa, en tanto que el frances se convertfa en la lengua culta e ilustrada por excelencia.

Para muchos autores, sin embargo, este periodo de paz, pros­peridad y moderacion -que contrasta, sin embargo, con las reite-

Una version preliminar de este capitulo se ha publicado en las Aetas de las Primeras Jornadas de Historia Moderna y Contempordnea, Universidad Nacional de Tucuman, Sociedad Argentina de Estudios del Siglo XVIII. tomo II, p. 67-87.

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radas c1audicaciones militares y politicas ante Inglaterra- prepa­rarfa rnejor el estallido de la violencia revolucionaria que, insos­pechadamente para algunos, visiblemente para otros, se ina anun­ciando gradualmente a 10largo de la decada de 1780. (,Como un Estado dominado por estos impulsos de excelencia cultural y material, moderadamente administrados por el soberano mas au­toritario del Oeste del Elba, iba a ser presa de una impensada vio­lencia revolucionaria? Academias, institutos, salones, institucio­nes oficiales y cuasi oficiales obraban como una flexible bisagra entre el Estado absolutista y el carnbio acelerado que se operaba en las no tan visibles entrafias de la sociedad france sa. En verdad, parecia haber razones concretas para el optimismo respecto a la salud de ese equilibrio, mucho mayores, tal vez, que las que po­dian mencionarse para la Inglaterra de Defoe y de Swift, y logros mucho mas esplendidos que las que habria de conocer Espana a 10largo de todo su periodo borbonico,

Asi, El siglo de Luis X/V (1750) tal como 10 describio Voltaire, se convirtio en el espejo en el que trataron de verse reflejados los "despotas ilustrados" en tanto proteccion de la libertad de pensa­mien to. Paradojicarnente, la intolerancia del Rey Sol pudo cobijar al jansenista Racine y al galicano Perrault mientras instruia al fu­turo defsta Voltaire y soportaba las audacias de los esprits-forts como Fontenelle. Y sin embargo, la burguesfa francesa -que qui­zas no sea ni unanime ni monolitica en su cornposicion ni en sus ideales, segun 10 muestra la historiograffa actual, pero no entera­mente imposible de identificar- no deberfa dejar de observar con perplejidad esta ambigua condicion que la monarquia parecfa rei­vindicar para sf: defensora del orden tradicional y propulsora de artes, de ciencias y de saberes necesariamente corrosivos para ese orden; garante ostensible de la prirnacfa catolica y maquiavelica defensora galicana de sus privilegios politicos antes que espiritua­les; representacion suprema de los ideales de la nobleza, a la que acaudilla, y sabia formadora de nuevos instrumentos de su poder entre burgueses exitosos y funcionarios de robe.

Los sintomas y consecuencias de esta sinuosa polftica del mas autoritario de los Estados modernos se encuentran en cada pro­ducto de esa genuina cultura "nacional" anterior a la nacion mis­rna, gracias a los esfuerzos nunca concluidos de centralizar la au­toridad. Cultura ante todo burguesa y pedagogica, casi exclusiva­mente monarquista, mucho mas monarquista que la producida por la nobleza, dos de cuyos exponentes mas destacados, el duque de Saint Simon y el baron de Montesquieu, se destacaron, precisa-

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CAPiTULO V: ILUSTRAClON, INDIVlDlJO Y L1BERTAD... 1 139

mente, por su mal disumulada antipatfa hacia el cnprichoso des­potismo de los soberanos. Estos parad6jicos efectos pueden en­contrarse ya en el siglo XVI, entre los pensadores politicos que, como Bodin, hacfan derivar la preeminencia de su lealtad ala ins­titucion monarquica. Y los reinados de Luis XIV y de sus suceso­res son los que se adornan cada vez mas con estos bellos pero peligrosos equfvocos, en que la c1aseburguesa de Francia defien­de el viejo orden y, sin saberlo, 10pone a la vez en crisis al con­vertirse en su portavoz privilegiado. La burguesfa, precisamente, por ser un componente basico pero pertubador de ese equilibrio denorninado, tambien parad6jicamente, absolutismo, nunca tuvo del todo claro como se esperaba que actuara. Las ambigUedades de esta adhesion que sigue proclamandose devota y sinceramente fiel hasta los Cahiers de 1789 son el tema central de los debates sobre el origen y desarrollo de fa Revolucion Francesa que siguen vigentes en la actualidad. Pero la nomina de titulos en la que los autores burgueses se muestran como los mas fieles servidores del absolutismo podrfa comenzar por EI burgues gentilhombre y no concluir, todavia, con el EI siglo de Luis XIV.

EI repetido rito burgues de la lealtad inconscientemente infiel comienza a ponerse de manifiesto enel jansenismo. Una angus­tiosa posicion frente aDios, al Destino y, en ultima instancia, al Rey, ha constituido la clave interpretativa de un movimiento que viene a ser, segiin Goldman, algo asf como una neurosis de clase, en que el deseo de realizar sus propios valores y creencias se ve reprimida por la lealtad a un orden tradicional reconocido como unica fuente legitimade tulela y promocion. Esta angustia teologica, sociologica y polftica constituia la piedra de toque de la produc­ Ilil,

, 1 1cion artistica y filosofica de Pascal y de Racine, en una especie de

sublimacion que desplaza el conflicto del plano concretamente "ill,l, social al teologico y moral. La clave vital de una burguesfa que se

11

enfrentaba a la espinosa opcion entre una solidaridad dependiente ~lliide la rnonarquia 0 una identidad individualista, riesgosa y atracti­1

11/1 ,1 ,va "al margen" de un sistema autoritario que protegfa y mutilaba "

fue 10que entre en crisis inmediatamente despues de la muerte de 1 1

Luis XIV. '1 1'1

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II11 1

1Las razones de esta traicion revolucionaria del bando rnonar­quico burgues, 0 de esta postera afirrnacion de una nueva cons­ciencia de su papel en el marco del poder politico y social, se han

1IIIilencontrado en los motivos mas diversos: en el presunto incremento 1

del escepticismo religioso, en la creciente difusion concepciones filos6ficas a las que les resultaba cada vez mas ajeno el principio 1111

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140 I ROGELIO PAREDES

de autoridad, en la desacralizacion de las practicas y, en particu­lar, de los discursos, en la constitucion de un frente identitario ante el insolente progreso de la aristocracia en los principales rangos de la sociedad y del Estado. En realidad, la verdadera pregunta de los debates entre Soboul y Furet, entre Chartier y Damton, sigue siendo la cuestion de hasta d6nde y de que manera se hizo posible esa traici6n y como se concreto en los hechos. Pero es mas facil sacudir un mecenazgo estatal personificado por el rey que una tra­dicion de servicio de la instituci6n rnonarquica, y la perduracion de la tradicion ideol6gico-literaria secularmente desarrollada du­rante el Antiguo Regimen terminaria produciendo, parad6jicamen­te, los frutos mas maduros de la Ilustraci6n francesa.

Es verdad que ese conjunto de convicciones y retos al orden establecido que se denomina genericamente Ilustraci6n parece menos un corpus ideol6gico coherente que un amplio repertorio de nociones empleadas y reempleadas segtin los sectores sociales a los euales lIegaba -y tal vez a ningun otro movimiento ideologi­co Ie corresponda tan estrechamente el concepto de apropiacion de parte de actores sociales y nacionales especial mente divergen­tes y muchas veces antag6nicos- y que ello se comprueba al veri­ficar de que modo diverso participaron de ella autores de extrac­cion social que lIega desde el noble Charles de Secondat hasta ese oscuro marginal de Jean Jacques Rousseau. Sin embargo, se trata de sostener aquf que detras de esa diversidad, se oculta un elemento clave que perdura y se renueva: la innegable impronta del Anti­guo Regimen en la identidad cultural burguesa, que determine en gran medida el desarrollo de la creaci6n de los philosophes hasta la Revolucion Francesa.

Por cierto, por su extraccion social, su carrera Iiteraria y su diversa influencia sobre un publico lector cada vez mas radicalizado, Francois-Marie Arouet Voltaire (1694-1778) y Denis Diderot (1713-1784) representan muy bien, segun parece posible demos­trar, tanto el antagonismo de las corrientes sabre la libertad pre­valecientes en la Ilustracion como, sobre todo, la perduraci6n de topicos de la cultura francesa hasta entonces predominantemente filornonarquica de la burguesia, ahora remozada con motivos de denuncia que revelan un malestar mas vasto pero reciente. Ahora bien, eI impacto de estas concepciones sobre la libertad ha llega­do mucho mas alla de la Francia del siglo XVIII, dado que aborda cuestiones centrales relativas a las relaciones entre el individuo y el Estado y, en un plano mas profundo, plantea aspectos funda-

CAPiTULO V: ILUSTRACION, INIJIVIIJl!O Y LlBERTAD..• 1 141

mentales de la definicion de los conceptos de naturaleza y socie­dad en el mundo modemo.

En efecto, Voltaire y Diderot expresan bien Ius angustias pero tarnbien los logros eticos y culturales de una clase que, hasta dos decadas antes, todavia scguia empantanada en Ius pesadillas jansenistas que, desde una perspectiva sociologica, todavia la dis­trafan de su "papel hist6rico"; demorada por cuestionumientos intemos de los que ella misma parecfa no querer Iihrarse para no asumir de sf una consciencia de clase necesariarnente "revolucio­naria" y, pOI' 10 tanto, peligrosamente seductora, Mu.~ alia de las similitudes que, en apariencia, sinian plenamente a los dos auto­res en el mismo campo de los philosophes, ambos encarnan de modo ejemplar las concepciones antag6nicas sobre la libertad y el poder con el que el Ancien Regime habfa construido su propia imagen de legitimidad. Ahora bien, ambos autores revalorizan esos instrumentos, los recrean como herramientas en la construcci6n de su propio discurso anti-absolutista, pero, tal vez sin proponer­selo, traducen eficazmente un debate arraigado en las profundida­des de Ia sociedad estamental para hacerlo comprensible a los nuevos actores sociales que preparan el revolucionario camino a una sociedad burguesa y, sin saberlo, para abrirle paso hasta nues­tros dfas. Porque la crisis de legitimidad que lanzaba la predica de los philosophes -eon perfecto desden de la cuestion de si estaba 0

no destinada a provocar una revoluci6n a largo plazo- terminaba por fin con siglos de tutela estatal sobre extensas provincias de la psicologfa individual y del comportarniento social de Francia, y tomaba necesario, desde todo punto de vista, revisar la perspecti­va con que todos y cada uno iban a salvaguardar y a reconocer las libertades propias y ajenas.

Gobernar can los ojos, juzgar can el alma

(,D6nde encuentra el individuo su libertad? Es decir (,d6nde resulta que, finalmente, su naturaleza queda plenamente descubier­ta para sf mismo y para los dernas, confiriendole una nocion clave de sus lirnites, posibilidades y peligros? Ejercicio de poder sobre sf mismo y sobre el conjunto de la sociedad, el debate sobre los escenarios y las condiciones de la Iibertad, entendida como autoconocimiento y conocimiento del dominio de las situaciones, va a tener un lugar privilegiado en las obras de dos hombres que pintaron mejor que nadie las grandezas y miserias de ese lugar

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142 I ROGELIO PAREDES

privilegiado desde d6nde los autores del siglo XX tratan de atis­bar el conjunto de la sociedad francesa del siglo XVII: la corte de VersaJles. Sorprende que uno de esos hombres sea nada menos que su creador, el Rey Sol, Luis XIV (1638-1715); mas compren­sible es la posici6n de su inopinado antagonista -nunca reconoci­do como tal, ni siquiera por si mismo- que fue el mas celebre moralista de la Francia de Luis, preceptor y criado de los grandes y, por eso mismo,juez despiadado de una aristocracia altiva que 10despreciaba por su falta de pertenencia a una condicion nobiliria que 10 degradaba a sus ojos, Jean de la Bruyere (1645-1696).

En efecto, los apuntes personales que constituyen las Memo­rias sobre el arte de gobernar (1668-1670) y esa colecci6n de maximas y retlexiones titulada Los Caracteres (0 las costumbres de este siglo) (1688) se nos presentan como textos antag6nicos. Asi, 10 que en los escritos del reyes el producto de la observa­cion, de una proyecci6n del yo sobre el mundo, en los del mora­lista es introspecci6n, repliegue, retracci6n; el soberano custodia los escenarios publicos, el instructor defiende los espacios priva­dos; el hombre de Estado se lanza a construir su autoridad sobre el conjunto social, presentado como una especie de cuadro que s610 el ojo real alcanza a ver en su totalidad; el intelectual parece pre­pararse para fortalecer el dominio sobre si mismo. EI escenario del rey Luis es, por supuesto, la corte y, por eso misrno, toda Fran­cia y toda Europa; el de La Bruyere, el gabinete y la biblioteca personal.

Es asf como describe el joven Luis su lIegada al poder tras la muerte de Mazarino:

"Cornence a dirigir la mirada por todos los lados de mi Estado, y no miradas indiferentes, sino miradas de duefio sensiblemen­te afectado por no ver uno s610 que me invitara y presionara a hacer algo; pero observando con cuidado 10que en el tiempo y en la disposici6n de las cosas me podia permitir. Por todas par­tes reinaba el desorden" (29-30).

EI desorden, dice el Rey, 10 rodea por todas partes pero nada se Ie oculta a la mirada omnipresente del verdadero duefio: nin­gun resorte se Ie escapa, ninguna intriga Ie resulta invisible. La corte, alejada del servicio; las finanzas, en manos inescrupulosas; la Iglesia, conmovida por sutiles rencillas ajenas al espiritu de la unidad politica; la nobleza, repleta de usurpadores; la Justicia, sublevada contra la corona con el celoso prejuicio de su preminencia.

CAPiTULO V: ILUSTRACION, INOIVIDIJO Y L1RI;RTAn... ! 143

A todo alcanza el soberano, que siembra su discurso de metafo­ras, irnagenes y giros solares a cada memento, ul cual identifica con su discurso real: el monarca, como el Sol, haec llegur su om­nipotente mirada desde 10alto a cada rincon, a cuda recovcco os­curo, a cada secreta celosamente guardado. Es esa observacion total la que permite al rey gobernar; masann,es practlcamente 10 unica tarea que nadie podra compartir con ~I, adem4s de tornar Insdeci­siones que Ie corresponden como tol: a arnbas tureas deherl1 dedi­carse por entero:

"Porque, hijo mfo, no debemos imaginarnos que los asuntos de Estado sean como ciertas partes oscuras y espinosas de las den­cias ... La tarea de los reyes consiste principulmente en dejur obrar el buen sentido, el cual obra siempre natural mente y sin dificultades... AI mismo tiempo... hijo mlo, consiste en tener los ojos bien abiertos hacia todas partes; saber a cualquier hom noticias de todas las provincias y de todas las naciones, cl sc­creto de todas las cortes, el humor y lu debilldud de lodos los prfncipes y ministros extranjeros; estar informado de 1111 mime­ro infinito de cosas que se cree que ignorumos: uveriguur res­pecto a nuestros subditos 10que nos ocultan con "I mayor cuida­do; descubrir las intenciones mas lejanas de nucstros cortcsnnos,

sus intereses mas oscuros, los cuales llegan a nOliolros por los intereses contrarios. Y en fin, no s~ que otro placer lbnmos a mantener en vez de este, si la sola curiosidad nos III dieru" (16).

Si los poderosos yen desde 10alto, como los ustros, tanto mas yen cuanto mas poderosos son, y la condici6n de los verdudcros reyes es verla todo. Por cierto, al monarca que huhfa establecido el desarrollo cotidiano de la etiqueta versallesca como una alego­ria del desplazamiento solar que, en su marcha, VII alumbrando y vivificando cada comarca de la tierra, no Ie costaba truhajo consi­derar que su presencia lIegara mucho ml1s allit de su persona, como una extensi6n imaginaria pero vital de su poder estotal. Frente a el, encarnaci6n y sfntesis de la monarqufa perenne de los francos, los individuos no pueden siquiera elegir entre seguir a su natura­leza u obedecer sus mandatos regios: son apenas accidentes que comienzan a existir s610 desde el momento en que la mirada real se topa con ellos y les da vida, sentido y funci6n, pero que a la vasta consciencia del rey se presentan como un todo homogeneo y sencillo, facil de conocer con una una mirada, sin otro matiz particular que el que Ie permite alcanzar el conocimiento personal

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de algunos cortesanos, privilegiados apenas por su cercanfa con el monarca:

"Francia es una monarqufa. EI rey representa a la naci6n ente­ra, y cada particular no representa otra cosa que un solo indivi­duo respecto al rey. Por consecuencia, todo poder, toda autori­dad reside en manos del rey, y s610 debe haber en el reino la autoridad que el establece. Sed el duefio; escuchad, consultad a vuestros consejeros pero decidid... Ni vos ni yo, hijo mio, iremos a buscar para estos empleos [de consejeros y ministros] a quienes se encuentran en la mas com­pleta oscuridad, cualesquiera que sean sus capacidades. Natu­ralmente, hay que determinarse entre un pequefio mirnero que el azar nos presenta; es decir, entre quienes se encuentran ya con algiin cargo, 0 bien entre quienes estan mas cerca de noso­tros par su nacimiento" (59 y 65).

Es este el rey personalista que ha ocupado eI trono a la muerte del cardenal y al que ahora pueden atribuirse todas las grandezas de la polftica francesa, la subordinaci6n de la monarqufa de los Habsburgo, los exitos militares en los Pafses Bajos espafioles, eI desarrollo de Francia como potencia colonial y manufacturera que, sin confesarIo, se prepara a golpear sabre Holanda, mientras apro­vecha la obligada simpatfa de la monarqufa inglesa de Carlos II. En esta posicion, eI soberano antagoniza con la nacion, la tiene frente a sf, y ambos se examinan mutuamente, se observan desde posiciones de mutua vigilancia, pero mientras el soberano mira desde 10 alto y no puede dejar de ver la totalidad de su reino, los siibditos s610 yen del soberano 10 que este consiente poner ante sus ojos. Lo dernas, la verdadera trama de su grandeza, sus em­presas futuras y los medios para lograrlos, son asuntos exclusivos del Rey Sol. Asf, a1 rey Ie toea \'er el hambre de su pueblo desde una perspectiva aerea, de la que el soberano se mantiene entera­mente distante: los mercados vacfos, los labradores desocupados, los obreros encareciendo sus trabajos, los pobres quejandose, los ciudadanos respetables ahorrando sus caridades, los ricos abruma­dos por sus sirvientes. S610 en esas condiciones de apartamiento, lejanfa, distancia, puede obrar la perspicacia del rey y arrancar el buen desempeiio, incluso a los malos cortesanos 0 a los siibditos infieles: es tanta la penetraci6n de la mirada del amo que "ningun mal quedara oculto (y) ... ningun rnerito deja de hallar. .. (para) el debido agradecimiento". En fin, que esta omnipresente mirada es

CAPiTULO V: IUISTRM'II)N, INIlIVIIlIIO v 1.1I11',IHAIl... [ 145

eI instrumento inseparable de una iguulmcnte ilinutudu uutoridad, que solo el rey la alcanza, que nadie puede compurtirlu con cl, que los siibditos terminan por reclamurlu C0l110 principal sustcnio de su existencia cotidiana:

"Apenas notarnos el orden admirable del mundo y cl cursu Ian reglado y tan util del sol hasta que cuulquicr desurreglo de las estaciones, 0 cualquier aparente desorden en su mccamsmo nos obliga a reflexionar sobre ello, En tonto que todo prospcrucn un Estado se pueden olvidar los bienes infinitoNque produce III realeza, envidiando solamente los que ellu posee. .. Son los UL:­

cidentes extraordinarios los que Ie hacen considerar 1111 hom­bre natural mente ambicioso] la utilidad que le 1'1'1'01'111, COIl1­

prendiendio c6mo sin el mando serta presu f4cil del rn4s lucrtc, no hallarfa justicia en el rnundo, ni ruzrin, ni sC)luridlld puru cuanto posee, ni recurso para 10que hubicsc perdido; y usi llc­ga a amar la obediencia tanto como ama lu pl'Opiu vida y 101 pm· pia tranquilidad" (63).

i,Donde reside ese poder que todo 10 sosticuc? Luis XIV es capaz de contestar que en ese lugar exclusive del sobcruno dcsdc donde se pueden dirigir todas Jas rnirudus y, por cxo lIliSIIlO, dis­poner de todas las acciones con la umicipacion, III prcmura y la eficacia necesarias; es decir, el lugar desdc don de se controla d

, ~ I espacio en el que se desarrollan y cntrccruzun lns hisll'lricas accio­ 'I,' nes del rey y las cotidianas de su "pueblo", uccioues que cl sobc­rano es capaz de dirigir y controlar porquc las VI' desde su all lira,

1,111111i!1

mientras que el pueblo no alcanza 1I distinguirlu» desdc su posi­ci6n subalterna porque su horizonte -incluso cI de los mas proxi­ 1

mos a su persona- es demasiado estrccho, Escupnr II esc podcr 11 1111 1consiste, en todo caso, en sustraerse a csu mirnda, en huccrsc in­II! III,', ,I,:! ~ I

mune al sistema de halagos y de advertencius con que cl rcy pre­ Ii'! tende sostener la soberanfa establecidu desde Sll sitial, porquc acu­tarlo significa no solo reconocer la propin condicion de subaltcr­ ' I11"1

no sino, 10 que es peor, renunciar a III cnndicion de individuo: II

diluirse en esa entidad en la que cuda purticulur "no rcprescnta l11~is I

que a sf misrno" a convertirse en un instrumcnto poderoso, pcro I

apenas poco mas que un instrurnento, de lu mouarqufu, La simulacion es, entonees, la unicu muncru en que Luis puc­

de seguir compartiendo su existcnciu tic rl~y con csa infiniia mul­titud de subalternos. Expresar uquello que cl rcy suhc, picnsa, di­visa 0 percibe es rebajar la condicion real. ponerla a merced tic aquellos que no estan preparados para el podcr y. por 10 tanto. hanin

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1

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s6lo un uso egoista de el, mientras que el egofsmo real es sagrado, desde que de el depende la gloria de toda la monarqufa.

"Otro error igualmente se desliza entre los hombres, pues como este arte de aprovecharse de todas las cosas, de las que el pue­blo ignora como de las que conoce, es mas grande y perfecto cuanto mas se 10 oculta y disimula, en esto contraria su propia gloria, y frecuentemente sucede que se quiere oscurecer el me­rita de los buenos actos imaginandose que el mundo se gobier­na pOI' sf mismo mediante ciertas revoluciones fortuitas y na­turales que serfa imposible preyer ni evitar; opini6n que los espfritus vulgares reciben facilmente, porque halaga a sus po­cas luces y pereza, permitiendoles Hamar desgracias a sus fal­tas y suerte a la industria de los demas" (70).

Queda asf trazado el cuadro de la distribuci6n del poder y de la libertad segun 10conciben los Estados autoritarios, en este caso el de Luis XIV: privilegio absoluto e indelegable del secreta para sf rnismos, que se denuncia como una usurpaci6n para el resto de los particulares. Para los que quieren resistir, poner reparos eticos o pudores individualistas a esta mirada discrecional y a esta ac­ci6n prepotente -y los jansenistas fueron los primeros en inten­tarlo y fracasar- el dilema es de hierro: 0 procurar una realizaci6n personal que afirme los logros individuales para convertirse en mero objeto e instrumento del poder monarquico, 0 renunciar a cualquier carrera polftica, intelectual 0 burocratica que exponga a quien la emprenda a las arbitrariedades de la autoridad, avinien­dose asf a convertirse en ese particular que no representa otra cosa que su necesariamente oscura personalidad y que, en palabras del Rey Sol, prestara su callada conformidad a la autoridad de los re­yes -siempre y cuando no sea necesario acallar alguna abierta di­sidencia- y jamas sera objeto de particular consideraci6n de parte de esa perspectiva vivificadora de la mirada real. Pero para los discretos burgueses de la Francia absolutista, antagonizar con el monarca no puede ser otra cosa que rehuir, y tratar de ser un hom­bre libre no es mas que renunciar a ser un "hombre publico", es decir, expuesto.

"l,Quien puede, can los mas raros talentos y el merito mas ex­celente, no estar convencido de su inutilidad cuando considera que deja, al morir, un mundo que no siente su perdida y donde se encuentra tanta gente para reemplazarIo?

CAPiTULO V: lLUsTRAcloN, INLlIVIUl)O Y LIIIEMTAJ>... I 147

jCUantos hombres admirables, que tienen genies muy herrno­sos, mueren sin que se haya habludo de ellosl [Cuantos viven todavfa respecto de los que no se hobla y de los que no se ha­blara jamas!" (41).

Las frases contundentes del comienzo Ilintetizun los concep­tos principales con que La Bruyere abre el segundo cupftulo de su obra, que dedica al espinoso tema del "Mc!rito personal", Esa la replica que se Ie ocurre al moralista burgu~ll (rente soberuno pre­ceptor: a la sed de gloria, contrapone lu certezll de 10 vanidad de las acciones humanas, al rey irremplazoble contr••tu el particular cuyos meritos brillan bien lejos de la mirada ulurpadorll e impu­dica del publico y del Estado. La obligaci6n de 101 individuos vir­tuosos es cumplir las obligaciones de un empleo 0 un cargo como una pesada carga que angustia y abrurna, pero evila que de cste modo verse reducido al lugar de instrumento del poder uutoritario del otro, que exalta mas y cuanto mds ellcluvil.o,

"Debemos trabajar para hacernos muy dignos dc ION l'ur~os: cl resto no entra en nuestras consideraciones, eliasunu) de ION otros, En Francia, hace falta mucha firmeza y una grnn IIl1udela de espfritu para pasar por los cargos y los empleos y consentirse a sf mismo permanecer en ellos sin hacer nadu. Calli no huy per­sonas con bastante merito para desempenar ese pupe] con dig­nidad, ni bastantes recurs os para lienal' el vucfn dcl tiempu sin eso que el vulgo llama affaires ..." (42).

De este modo, la condici6n del cortesuno -topico prcferido desde antes de Erasmo como ejemplo de servidumbre. hipocreslu y molicie, que en La Bruyere se tii'le de nuevas connotucioncs­estigmatiza al individuo que en su oflcio debe combiner el mas ilimitado ejercicio de la discrecionalidad -los cll}'C/irt'.\·, que son el deporte, pero tambien el medio de vida de los que gozun de Ull

cargo- con la entera subordinaci6n a un poder igualmente discre­cional, el del soberano, frente al cual los hombres de merito s610 preservaran su libertad cumpliendo fielrnente su turea sin entre­garse a los halagos de la obsecuencia personal y del favoritismo real:

"Es costoso para un hombre de rnerito hacer la corte asiduamen­te, pero por una raz6n bien opuesta a la que podrta crccrsc: no 10 es tal sin una gran modestia, 10 que 10 aleja de pensal' que produce el menor placer a los principes cudu vez que se cruza

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en su camino, se para delante de sus ojos y les muestra su sem­blante; mas bien esta casi persuadido de que los importuna, y tiene necesidad de todas las razones procedentes del usa y del deber para resolverse a mostrarse. Asi, al contrario, quien tiene una buena opini6n de sf, al que el vulgo llama un glorioso, tie­ne el gusto de hacerse ver..." (45).

A partir del momenta en que el hombre de merito se convierte en un glorioso, eI delicado equilibria que 10 mantenfa a salvo de los arbitrios del poder se ha rota irreparablemente. Atrafdo a la esfera de la instrumentalizaci6n y, par 10 tanto, de la enajenaci6n, se convertira en una personalidad expectable porque el soberano Ie concedera el flaco favor de hacer destellar en el, mientras asf 10 desee, un reflejo de su soberanfa, al costa de cortarle cualquier retirada sabre su consciencia, al precio de despojarlo de su capa­cidad de introspecci6n para juzgarse a sf mismo de acuerdo a los propios valores individuales: como cortesano cada vez menos 10 propio sera suyo, mientras vaya adquiriendo poder sabre los de­mas:

"Un hombre que conoce la corte es duefio de su gesto, de sus ojos y de su semblante; es profunda, impenetrable; disimula los malos oficios, sonde a sus enemigos, contraria su humor, dis­fraza sus pasiones, desmiente a su corazon, aetna contra sus sen­timientos. Todo este gran refinamiento no es otra cosa que un vicio que se llama falsedad, algunas veces tan inutil a los corte­sanos, para su fortuna, como la franqueza, la sinceridad y la virtud" (121).

"Disimula, contraria, disfraza. actua contra sus sentimien­tos... ": el cortesano es, par excelencia, un ser enajenado por su soberano, un absoluto proletario que, despojado de sf mismo, re­canace en el poder del rey al arbitro perpetuo de su carrera, como 10 admite, con paladina frescura, can perfecto orgullo, el propio Luis XIV. Pero el hombre que quiere preservarse de esa enajena­cion no puede ni sonar can otra cosa que sentirse para siempre cohibido y distante de 101 compafifa de los poderosos, a compelido a la acci6n solo por sus ocultos meritos personales 0 los deberes de su cargo, alto precio a pagar par la preservacion de 101 mas que dudosa independencia de accion y de consciencia que permitfan las estructuras sociales y materiales de 101 Francia de mediados del siglo XVII, pero primer paso, sin embargo, hacia un creciente in­flujo del individualismo entre buena parte de sus c1ases ilustra-

CAPiTULO V: ILUSTRA('I(lN, INIIIVIIIIJIl Y 1.1 IIE1lTllfl... I 149

das. En 101 monarqufa de Luis XI V, ln utirmaclon burgucsa de sf mismo conlleva la consciencia, paradojica de que esu ufirmucion carece de toda relevancia en el plano social y de que lu que puedu lIegar a tener en el plano psicologico es ml1s bien problcnuuicu que

asert6rica Como es evidente, esta actitud senequistu pregonndu por La

Bruyere, que bien podrfa denorninarse unu "eticu de III preserve­cion" burguesa, termina par ser, mas alll1 de liUS intenciones prin­cipistas de resistencia y altivez, perfectamente funcionul coil cl totnl abandona del escenario publico a In uccion lutull",udlll'll de IIIIU

monarqufa que considera a la nacion un cuerpo unlco y solidurio, y no la articulaci6n de una serie de intereses partlculure» u los que deberia preservarse en sus siemprc tensas oportunldudes de rculi­zaci6n. Como agente a como pacicntc, In ideologfu burgucsu del rnerito personal, etico a realista, es un instrumeutn illdisllensnhlc para la monarquia absoluta. Gracias a ella uunbien, lu uubleza comparte can su soberano una parte pnru nudu deHdrMhlr de csu vision que Ie permite adelantarsc a los que s610 logrnn ver ell su estrecho horizonte, para dominarlos y uumipulurlos: no eScasual que, en Las Relaciones Peligrosas, la murqucsu De Mertcuil y cl vizconde de Valmont puedan controlar U SIIS vlctlmus hurgucsns _y sabre todo, a la presidenta de Tourvel- solumentc Itlacius a que conocen el verdadero entramado de la intrigu, esc conjunto lie circunstancias que, como dice Luis XIV, se prcscntnn u Iu vistu del profano nada mas que como un COltjunto de clrcunsruucius

fortuitas. Par cierto, los t6picos expuestos por los escriu» de Luis XIV

y par La Bruyere no son par completo originulcs, pew es su vigo­rosa desarrollo posterior 10 que demuestra que Ius trndicioncs en la cuales se instalan ambos han madurudo nl punto de dnr trutos tan elaborados que puedan ser apropiados y reempleados ell critc­rios, perspecti vas y contextos absolutumcntc distintos, enrcnuncutc antag6nicos respecto del mundo Cit el cuul se han originado. En efecto, si el rey y el moralista dedicubun sus csfucrzo« II dcscrihir y precisar los espacios del poder y los margcnes de lu libcrtud, una exacta inversion de los terrninos en lu distribucion de los podcrcs y las libertades podia apelar a formas de prescntur los tenninos opuestos y complementarios con los mismos criterios de unalixis, convertidos ahora en herramientas de los filosofos que cumicn­zan a socavar el absolutismo.

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ISO I ROGELIO PAREDES

Calles para la religi6n

Las Cartas Filosoficas de Voltaire, escritas durante el exilio ingles de su autor (1726-1728), parecen reunir en los anteceden­tes de su red ace ion, todas las ocasiones de queja de una aguda consciencia burguesa contra la violenta irrupcion del patronazgo del Antiguo Regimen en la vida de un "particular que solo se repre­senta a sf mismo". Hijo legftimo de un honrado notario jansenista y discipulo de los jesuitas en eI Colegio Louis Le Grand, parece que su formacion juvenil Ie brinda ocasion de instruirse a la per­feccion en la situacion polftica de su clase, instrumento eficaz de una monarqufa que la apremia entre el apetito de poder y la re­nuncia a su identidad individual. Pronto inicia una paradigrnatica carrera como funcionario y literato de la nobleza de corte, que 10 hace prematuramente celebre, pero no tarda en descubrir la inme­diatez de su Iimitada condicion de huesped de la c1ase dominante: dos veces se 10encierra en la Bastilla antes de cumplir los treinta y cinco afios por desconocer esos Ifmites y tratar de ponerse a la altura de sus superiores y, como Swift, como Mozart, pronto com­prende cuan distante se encuentra el talento literario del reconoci­miento social. Apaleado por los sirvientes del duque de Rohan,

ue se niega a reconocerle siquiera su derecho de retarlo a duelo; I celebrado autor de la Henriada es exiliado por 10que se consi­

clera comportamiento escandaloso en eI que eI propio Voltaire se niega a reconocer como algo distinto de la defensa de su dignidad personal.

Durante su destierro en Inglaterra, se vera a Voltaire ingeniar­selas para vaciar en los antiguos moldes descriptivos y en la me­taforas politicas del discurso autoritario de la monarquia france­sa, el subversivo contenido de la propaganda a favor de la monar­quia constitucional de Inglaterra, con el proposito de atacar desde sus bases eI regimen que 10 ha agraviado personalmente. Es pre­cisamente por el hecho de emplear de este modo invertido los mismos em blemas autoritarios de la monarqufa francesa en su con­tra que las Canas Filosoficas (1734) provocaron eI escandalo que las beneficia en su prop6sito final de extender el debate sobre el papel de la mirada del poder en la defensa de la libertad personal.

"Entrad en la Boisa de Londres, ese lugar mas respetable que muchos otros cursos, vereis alli reunidos diputados de todas las naciones. Alli, el judie, el mahometano y el cristiano se tratan el uno al otro como si fueran de la misma religion, y no dan el

CAPITULO V: ILlJSTRAnON, INlllVIDIiO Y L1RJ:RTAD ... \ lSI

nombre de infieles mas que a los que van a III buncarrota: allf un presbiteriano se ffa de un anabaptisra, y un anglicano recibe la promesa de un cuaquero, AI salir de e~tll~ pucffieus y lihrcs asambleas, unos van a la sinagoga, otros u beher bien: 61e se hace bautizar en una gran cuba en el nornbre del Padre, dcl llijo y del Espiritu Santo, aquel le haee cortar el prepuclo u su hijo y hace recitar sobre el nifio palabras hebraicus que no entiendc, estos otros se van a su iglesia a esperar In inspirllcic'lI1 de Dios con el sornrero puesto; y todos esllin contentos. Si no hubiese en Inglaterra mas que una religion, su despotis­mo serfa de temer: si no hubiese mlisque dos, las gentes se cor­tartan la garganta mutuamente, pero hay treinta, y todo~ viven en paz y dichosos" (9-10).

Esta mirada amplia y abarcadora de Voltaire, que en III Carta VI solo se extiende hasta los muros que encierrun el recimo de la Bolsa, lIega tambien mucho mas alia en Ius dcm4s, Asf, comicnzu poniendo de relieve Voltaire, los cuaqueros, que sc visrcn de modo diferente del resto de los hombres. 10 hacen puru recordur, prcci­sarnente, que "no deben pareeerse" a ellos; los pustores unglica­nos van a la taberna entre el resto de los purroquiunos y "si sc ernborrachan, 10 hacen seriamente, sin escnndnlos"; de lu misma manera, los fieles de las distintas iglesius se cntrcmczclun en cl ejercicio de usar los domingos "para escuchur serrnoncs, ir a la taberna y a las casas de mujeres alegres"; mientrus que en cl uso del poder parlamentario, los senores "son grundes sin insolcncius y sin tener vasalios", el pueblo "participa en el gobierno sin con­fusion"; el hijo de un par se confunde, en porte, educacion y for­tuna, con el hijo de un rico burgues y ambos no se distingucn de­masiado caminando por las calles y en los edlflcios pllhlicns de la City. Como la del Rey Sol, pero sin sus imperativus uspiruciones personales de ser la piedra angular del orden, tnmbien lu perspcc­tiva de Voltaire pretende penetrar cada rincon de lu vida social y polftica de Inglaterra y emplearla Integramentc como instrumento de una sociedad en la que el orden y la mutua toleruncia de los hombres no necesitan de la tutela de nadie y se cimentun en el recfproco interes de esos particulares que "no se represcntan mas que a sf mismos'',

Luis XIV en tendfa que la mirada ilimitada de los reyes era la garantfa de su poder y el instrumento de su uutoridad. Ahara, en Voltaire, esa mirada absoluta del soberano, fuente insustituihle de una inteligencia polftica tambien absoluta, pasa a convertirse en mirada defensora de la soberanfa indi vidual, erigida en nueva pie­

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dra angular de la vida social y politica, Del mismo modo que, mas adelante, el fundador del gobierno ilimitado de los monarcas se convertira para el filosofo frances en el modelo de los despotas ilustrados que velan por la felicidad de sus pueblos, ahora su mi­rada intrusiva e insolente se convierte en la celosa vigilancia de un poder que escrudifia los espacios publicos, asegurando a cada uno el libre ejercicio de sus facultades. Pero ese poder aparece enteramente despojado de los atributos de una soberama tan cis­tentosa como la del senor de Versalles, no se halla depositada en una persona y ni siquiera en la propia institucion parlamentaria: es el producto de una experiencia historica que ha demostrado a los ingleses que la unica forma de asegurarse la libertad -aunque est a revelacion de Voltaire constituya hoy un lugar comun- con­siste en someterse solamente a la ley, un sometimiento que, sin embargo, consagra como modelo de vida la plena entrega de los particulares a la defensa de sus propios intereses, habitos y valo­res. Demostrarlo es el proposito de las Cartas VIII y IX:

"Los ingleses, sin embargo, se han disputado sus lugares reci­procamente y se han destruido en batallas campales por quere­lias de la misma especie (relativas a las opiniones religiosas); la secta de los episcopales y el presbiterianismo han trastorna­do alguna vez las cabezas melancolicas. Me imagino que se­rnejantes sutilezas no volveran a ocurrir, me parece que se han vuelto sabios a costa de ellas y no se los ve para nada ansiosos de degollarse de aqui en mas por silogismos... EI gobierno de Inglaterra no se ha hecho para alcanzar un brillo semejante, ni para un fin tan desgraciado (como el de Roma); su fin no consiste de ninguna manera en la brillante locura de realizar conquistas, sino impedir que sus vecinos las hagan. Este pueblo es tan celoso de su libertad como de la de los otros... Lo que cn Inglaterra se convierte en una revolucion, no es mas que una sedicion en otros parses ... Los franceses piensan que el gobierno de esta Isla es mas tormentoso que el mar que la ro­dea, 10 cual es verdad, pero ello es asi cada vez que el rey des­encadena la tempestad, y es cuando quiere convertirse en el arno del navfo, del cual s610 es el primer piloto. Las guerras civiles de Francia han sido mas Iargas, mas crueles y mas fecundas en cnrnenes que las de lnglaterra, pero con ninguna de esta gue­rras civiles se ha tenido por objeto una sabia libertad" (11).

A vanzando decidido contra el saber de los Antiguos, Voltaire declara la grandeza inigualada de los ingleses, cuya victoria sobre

CAPiTULO V: IUlsTRAcl()N, INlllVlllllll Y I.Il1liRTAII... 1 l!i-'

los soberanos propios y ajenos no s610 juzgu superior II III cnnfnr­macion misma del Imperio Romano, sino tumhien ln unicu leccion que la historia de la Humanidad ha sido CUpIl1. de uansmitir, por fin, de su sangrienta coleccion de guerrus y revueltas. Esa cnsc­fianza es la presencia palpable de una libertad que, como SC' ad­vierte, resultajustamente de la diversidad de los intereses pnrticu­lares y de la ecuanimidad de las accioncs publicus en relucion con esos mismos particulares, en todo 10 demds perfcctumenrc due­nos de sf:

"Un hombre, por mas que sea noble 0 sacerdote, no csul cxcnto del pago de ciertas tasas, todos los irnpuestos esuln rcilludlls por la Camara de los Comunes que, mientras que no eN ~inll lu sc­gunda por su rango, es la primera por su credlru, Los senores y los obispos pueden rechazar el bill de Ill,~ ( '1111111­

nes cuando se trata de recaudar dinero, pero no les l'stn pcrmi­tido modificarlo. Cuando el bill es confirmudo por los lorcs y aprobado por el rey, entonces todu cl mundo pllllll, cud II uno, no segun su rango (10 cual es absurdo) sino SC)l11ll NU ingrcso: no hay talla ni capitacion arbitraria, sino unu tusu reul sulu'c Ius tierras ... La tasa sigue siendo la misma, aun cuundo Iii rentu de lu 1icrra haya aumentado; asf que nadie se pcrjudicu ni sc qucjn .., Sc vc a muchos campesinos que tienen corea L1c quinicntus II serscicn tas libras esterlinas de renta, y que no huccn oun cusu que cul­tivar la tierra que los ha enriquecido y sobrc III CU1I1 vivcn Ii· bres" (15).

Libertades publicas, espacios colcctivos, uutoridndcs cimcn­tadas en el proceso historico: la libertud se mucstru asi, para Voltaire, como el resultado de un podcr dcrivado de la accidn cormin de la sociedad a 10largo de su evolucion. Mmucnicndo una perspectiva mas elevada, esa misma uccinn sc va dcscuvolvicndo como guardiana de las atribucioncs de aqucllos que, en d discur­so de Luis XIV, debfan disolversc, incvitublcmcntc, en cl un;\ni­me cuerpo de la nacion toda. En las Cartus Filo,\'l!lil'll,I', 101 lihcrtud es tal solo si el poder que es duefio de 101 violcnciu suficicntc como para avasallarla no puede hacerlo porquc la mirada colcctiva 10 inhibe de ello y 10 compele, en camhio ..-dc la Illisllla mancra que el Rey Sol a sus secretarios- a obrar solo en dclcnsu de sus intcrc­ses. Es por eso que la libertad -y, en cstc caso, 101 libertad religio­sa, la mas provocativa de todas para un frances cducado pOI' los jesuitas- solo puede reconocerse en los cspacios piiblicos que se

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describen y enumeran con delectaci6n: las asambleas del culto, las tabernas, la Bolsa, las calles...

Asf mientras Voltaire continua promoviendo, probablemente sin saberlo, una forma de concebir la libertad y la autoridad que procedia de una monarqufa a la que trataba de poner en crisis, el joven Denis Diderot reunfa la experiencia para la preparaci6n de su primera obrita: Pensamientos filosoficos. Diderot carecia de la fortuna, de la tradici6n social y religiosa y de la esmerada educa­ci6n de los Arouet; sus agravios ternan poco que ver con una dis­puta de preeminencias ya varias veces secular entre la rancia no­bleza d' epee y la burguesfa arribista asentada en la robe y en las artes liberales al servicio del monarca. Sus motivos de queja son, ala vez, menos personales y mas amplios pero, parad6jicamente, mas concretos. Lo que Diderot pretende es ir mas alia en la de­nuncia de la intrusi6n de la mirada publica en los pliegues interio­res del alma y del intelecto, en el alegato contra la coacci6n moral y material que toda autoridad, cualesquiera fueran las libertades que garantice 0 respete, impone a la subjetividad de los individuos. Por cierto que aunque prosiga por el mismo camino, Diderot no se pronuncia por ese recatado repliegue de La Bruyere, que se niega a ser confiscado por un poder al que s610 es posible eludir sin

III desafiar. EI joven Diderot quiere pasar abiertamente a la ofensiva porque, aunque instalandose tarnbien en la tradici6n francesa deIII una burguesfa de aspiraciones genericarnente jansenistas, 10 im­pulsa tambien el influjo recibido del conde de Shaftesbury y de su escepticismo racionalista frente a los desbordes de intolerancia, recogidos en su traducci6n francesa de la Inquiry Concerning Virtue and Merit (1711), que ponfa al discemimiento individual como fuente del comportamiento etico, lejos de toda revelaci6n religiosa 0 mero acatamiento politico y civil, en ese complejo debate sobre la politica, la etica y el egofsmo "natural" del hom­bre que se abre con Thomas Hobbes y se continua hasta Adam Smith.

"Se declama sin fin contra las pasiones; se les imputan todas las pen as del hombre y se olvida que son tarnbien la fuente de to­dos sus palceres ... Sera pues una felicidad ... tener fuertes pasio­nes. Sf, sin dudas, si todas se producen al unfsono, Estableced entre elias una justa armonfa y no ternereis a los des6rdenes". La re­flexi6n introspectiva de Diderot contrasta con la amplia perspec­tiva de Voltaire, que se dirige a la totalidad de un escenario social controlado por un Estado garante de la libertad individual. Una mirada reducida a la interioridad individual que indaga en la lu-

CAPiTULO V: IWSTRAClc'lN. INIlIVIDlJO Y LlREMTAIl ... I 1.55

cha entre las mociones parece referirse 11 c!stl1~ con III misrna VOClI­

ci6n igualitaria y equilibrada con que Voltaire quiere describlr los estamentos de la sociedad inglesa: las posiones equlvalen enton­ees a facciones polfticas y religiosas antagoniclIs. 18 consciencia personal al escenario de la vida publica, la propla perspective moral que cada uno a establecese como supremo leglslador de sr mismo, a la unica autoridad que debe ser obedecida, til subordtnnclon 1I

supuestas autoridades exteriores, apenas inVelllklll1l de una upnrentc potestad intelectual 0 religiosa que deri va de 10 vldll en sociedud y se sobrepone voluntariamente a esa propia autoridad individual, es 10 que rebaja la grandeza intelectual y moral de IllS personas, incluso la de los individuos descollantes, Allr. por ejernplo, un admirable racionalista del siglo anterior.

"Pascal tenfa rectitud, pero era miedosos y credulo, Elegunte escritor y razonador profundo, habrfa sin duda esclurecido cl universo, si la Providencia no 10 hubiera abandonado U gentes que sacrificaron sus talentos a sus adios. ICu4nlo serfn de de­sear que hubiese abandonado a los teologoN lie HU tlempo III preocupaci6n de solucionar sus querellas, que se hubicrn libra­do a la busqueda de la verdad, sin reservas y sin mledo de olen­der aDios, sirviendose de todo el esptritu 'que hnhfu recibido y, sobre todo, que hubiera rechazado como rnaestn» lie los hom­bres a quienes no eran dignos ni de ser SUN discfpulos! Bien sc le podrfa haber aplicado aquello que el ingenloso Ln Morhe decta de La Fontaine: que fue 10 suficienternentc heslill COl1l0 para creer que Arnaud, Sacy y Nicole valian mlis que ~I" ( IOh).

Los anhelos de una ruptura decisiva con todn uutoridud tradi­cional impuesta coercitivamente se nutren en 10 capacidnd de upelar allibre ejercicio de la polemica y en la conflanzu en III cupucidad individual para afirmar y sostener sus convicciones. En tal senti­do -y Diderot habfa tenido y tuvo tambien u 10largo del rcsto de su vida ocasiones para demostrar la consecuencia de SII conductu personal con sus ideas- resulta inevitable lu dcnunciu de todo dis­curso emanado de un poder publico y no sustenrado CII otro cle­mento que en la tradici6n, que no es sino el fundumento mas ama­ble, pero tam bien mas hip6crita, con que esc poder se sustenta a sf mismo en su capacidad de irnponer su propio punto de vista a los demas, mientras procura enmascarar con la santidad la rncra per­duraci6n de habitos y de creencias aceptadas como ortodoxas:

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156 I ROGELIO PAREDES

"He aquf, dice el ateo, 10que tengo de objetaros (a los creyen­tes); (,que teneis que responderme? .. 'Que soy un criminal, y que si nada temiera de Dios, no combatirfa su existencia.' De­jemos esta frase a los declamadores: no puede ofender a la ver­dad, la urbani dad la defiende y dice bien poco de la caridad. Porque un hombre se equivoque al no crer en Dios (,tenemos acaso derecho de injuriarlo? No se recurre a las invectivas mas que cuando se carece de pruebas" (33). Es con un baston que se ha probado a un pirronico que estaba equivocado al probar su existencia. Cartouche, pistola en mano, Ie habrfa podido dar a Hobbes una leccion parecida: 'La bolsa o la vida: estamos solos, yo soy el mas fuerte; y entre nosotros no hay cuestiones de equidad'" (107-108).

De este modo, los escenarios en los que se desenvuelve la vida publica que sostiene a estos poderes no solo no representan nin­guna garantia de libertad y de mutuo respeto, tal como se Ie pre­sentaban a Voltaire las iglesias, los salones y las tabemas londi­nenses, sino que las muchedumbres callejeras estan muy lejos de ser el producto social activo y consciente que ha aprendido de un proceso historico a procurarse garantfas politicas y madurez civi­ca. Estas multitudes ubanas, para Diderot, seguirian siendo gus­tosamente el pasto de la supersticion y de la ignorancia, si la ins­truccion de los tiempos no hubiese ganado penosamente algunos disputados espacios a los apetitos de una salvaci6n demasiado grosera como para merecer otra cosa que su condescendencia:

"El tiempo de las revelaciones, los prodigios y las misiones extraordinarias ha pasado. EI cristianismo ya no necesita de ese fundamento. Un hombre que se propusiera representar entre no­sotros el papel de Jonas y correr por las calles gritando: 'En el plaza tres dias Parts ya no existira; parisienses, haced peniten­cia, cubnos de sacos y de cenizas, 0 en tres dfas perecereis', sena capturado al instante y llevado ante un juez que no dejarfa de enviarlo a las Petites-Maisons. Harfa bien en decir 'Pueblo, (,OS ama Dios menos que al Ninivita? (,Sois menos culpable que el?' Nadie se molestarfa en responderle y, al tratarlo como a un visio­nario, no se esperarfa el cumplimiento de su prediccion" (120).

"Un barrio prorrumpe en aclamaciones: las cenizas de un pre­destinado han hecho allf, en un solo dfa, mas prodigios de los que hizo Jesucristo en toda su vida. Se corre, se acude alh, y yo estoy en medio de la muchedumbre. He llegado apenas cuando

CAPITULO V: lLlISTKAC'!ON, INlIlVlIlliO Y 1.IIII'.KTAll... 1 1~7

oigo gritar: 'Milagro, milagro' Me ucerco, miro y veo uun cojito que se paseacon la ayuda de Ires 0 cuutro personas curitativas que le sujetan, y el pueblo, que se maravilla, repite [rnilugro! [milagro! (,D6nde esta el mitagro.pueblo lrubecil?i,No vcs que ese bribon 10unico que ha hecho hu sido cambiar de mulctus? ..." (129-130).

En efecto, parece preguntarse Diderot (,lJui~n podrfu tolcrur que el siglo de las Luces siga conviviendo con los lumcruublcs cspcc­taculos de una credulidad popular que upenus desplcnu colcru y compasi6n en los sinceros creyentes? (,Son dignull Ius cullcs ilus­tradas de los reyes de Francia de sus plebes de funt1licos'/ Adcmris (,en que medida esos artificiosos milagros, esus rcbuscudus cxhona­ciones a la fe cultivadas pol' los defensorcs de Dios pucdcn sin­ceramente esperar verse reflejadas en 01 vcrdudcro cspucio de la convicci6n que es la consciencia individual, en 1\llilllU instuncia impenetrable para cualquier poder terrenal? I>idcrot dcsdc Paris, reclama para sl-y sobre todo para st-, CII SII balance. I\llU libcrtad concebida de modo casi minuciosumeutc UI11UM.I~l1ico U Iu cxigida pOI' Voltaire desde Londres: libertades iudividuulcs, cspncios per­sonales, autoridades civiles 0 religiosas 411c rcnuncicn a loda mac­ci6n basada en Ia jerarqufa, la potcstad 0 11I1lIcru opiuion colccti­va, tradicional 0 santificada. Asf, la lihcruul ex lulloda VCI que cl Estado renuncie involucrarse CI1 cl libre ejercici« de lu conscicn­cia, sobre todo si ellaes perfectamente individuulistu y. mejor aun, deliberadamente opuesta al conjunto socinl, poluico, idc'ol(\l!,im y confesional. Si el poder no es capaz de pcrsuudir. debe privursc de utilizar cualquier otro mecanismo que impliquc una violcncia en las creencias, las aspiraciones y los luibitos privudos,

Este antagonismo filosofico-literariu entre cl hijo de 1111 nota­rio jansenista educado pOI' los jesuitas y disgustudo con cl Anti­guo Regimen y el modesto autodidacta de ortgcncs oscuro» tras­ciende los margenes de una concepcion dctcrminudu de la vida social y politica: involucra escenarios, uctorcs y motorcs distin­tos. Para Voltaire, la Iibertad es un producto del desarrollo histo­rico social, abarca el espacio publico dondc los hombres sc rcco­nocen y se toleran distintos y husta cnfrcntados, y por 10lal110 debe ser advertida en los escenarios colcctivos contrnludos 1'01'1111 COIll­

portamiento racional que provicnc de fa vida de los ciudadanos como integrantes de un todo social. Para Didcrot, en cambio, la libertad es ahist6rica 0, mejor dicho, esui fucra del proceso social: es un logro individual al que aspiran y que dcfiendcn los hombres

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movidos simplemente por una pulsi6n interior y aut6noma, casi animal, y que, por 10 tanto, no requiere de ningun escenario publi­co para manifestarse 0 realizarse. La libertad se goza de forma individual cada vez que el hombre, en su pensamiento, en sus palabras y en sus actos, esta a salvo de tener que coincidir en sus opiniones con los poderosos de la tierra, que sustentan la suya en tradiciones poco seguras 0 en la plebeya estupidez de las masas.

Asf pues, reviven en los fil6sofos ilustrados los impulsos re­novados de un tradicional debate sobre el papel de la libertad y el poder en la vida polftica y social: la mirada de Voltaire, como la de Luis XIV, juzga que la libertad y el poder se construyen des de un centro que observa, consiente, reprime, legitima; para Diderot, en cambio, la libertad consiste en no consentir y reclamar perma­nentemente un espacio que asegure a cada hombre no s610 la tf­mida resistencia a la enajenaci6n reclamada por La Bruyere, sino una alternativa gratificante de plena identidad que se funda en la convicci6n de sf mismo. Este antagonismo de perspectivas no s610 resulta en un debate filosofico: madura y se completa en la crea­ci6n literaria propiamente dicha.

La ciudad, la mirada, el cuerpo, el suefio

En 1747, como muestra de buena voluntad para con la aristo­cracia francesa que acababa de reconciliarse con el despues de una nueva persecuci6n, Voltaire redact6 un pequefio relato satfrico, COl1lO anda el mundo que se public6 por primera vez al afio si­guiente. En una segunda publicaci6n, en 1749, el autor decidi6 cambiar el titulo por el de Babueo, 0 como anda el mundo. EI ti­tulo definitivo, de 1764, termin6 por abrirle camino a 10 que po­drfa considerarse una especie de sutil y elusivo corolario de sus Cartas Filosoficas: Como anda el mundo. Vision de Babuco, don­de en esta noci6n de perspectiva area y general sobre la condicion del hombre y la sociedad parece volver a advertirse el estilo y la vocacion de las Memorias del Rey Sol. Sin embargo, la Vision anticipa mejor que nadie la concepci6n liberal de un mundo so­ciallibrado a la fuerza de sus actores que, a cambio de perpetuar­se en un estado de perpetua catastrofe, construye -como mas tar­de querrfa Pangloss- el mejor de los mundos esperables de la na­turaleza humana.

Babuco, un barbara escita celebre por su modestia y su virtud -otra vez el extrariamiento del testigo primitivo lanzado al incom-

CAPiTULO V: IWSTRACION, INI)IVll>lJO Y I.lKIJIlTAIl, .. 1 159

prensible mundo moderno- es comisionodo por el genic lturiel para observar los habitos, pecados y meritos de los persus, sospecho­sos de merecer como castigo una universal aniquitacion pur la corrupci6n de sus vidas. Babuco visita el campo de batulla dondc los persas contienden con los indios por una srescil entre eunucos y ministros que disputan por el cobro de un derecho: Ie asornbra la crueldad, la indiferencia, la venalidad y 10 uvuricia con la cual los enemigos se entregan a la guerra. la frlvolidad COil que los re­yes hacen matar a su pueblo, la despreocupacion con que los ofi­ciales, los medicos y los ministros dejan sufrlr n sus tropus el do­lor y las privaciones de las campanas en lugures miserubles y

1111111:distantes. Visita luego Persepolis, su capitol, y queda escandaliza­do por la brutalidad, la suciedad, la ignorancia, el funatismo, el hambre y la agonta perpetua de las mas as inocentes, pero mucho mas la corrupci6n, el cinismo, la hipocresfu, el egofsmo, la codi­ I"~"I cia, la presunci6n, la envidia, la rapacidud y lu vnnidud de los di­rigentes que deberfan dar ejemplo u la plebe, viviendo como vi­yen en la abundancia y la frivolidad gracias nl esfucrzo y ul sufri­ I' miento de todos los dernas, Pero cuundo estl1u punto de crnitir el l

'I'i ,temido veredicto de la destrucci6n, Babuco recibe In visita de un respetable fil6sofo que Ie advierte prudentementc sobre lu forrnu­

Ilaci6n de un juicio seguramente demusiado upresurudo: I

II 1"tSois lin extranjero, Ie dijo el hombre juicioso que Ie hahlaha,

y los abusos se os presentan en tnultitud 1I vurstros ojos, y el ,1 11

bien, que esta oeulto y que resulta a vecesdr estos IIIi,l'lI/OS abu­sos se os escapa'. Entonces aprecio que entre los Iiteratos ha­bfa algunos que no eran envidiosos, e incluso entre los mismos magos habfa hombres virtuosos. Comprendio al fin que estas grandes corporaciones que parecfun cstur unas contra las otras preparando su ruina eran en realidad fundaciones provechosas, que cada una de elias constitufa un freno para sus rivales, que si sus emulos diferfan de opinion, ensenuhan todas una misma moral; que instruian al pueblo y vivfun sujetas a las leyes ... Sospech6 al fin que podfan muy bien ser 10 mismo las costum­bres de Persepolis que sus edificios, los cuales unos le habtan parecido dignos de Iastima y otros Ie habfan maravillado de admiraci6n" (160-161).

Asf pues la maxima aplicada II los magos (alusi6n directa a las 6rdenes religiosas y al clero cat6lico en general) podfa extenderse al resto de la poblaci6n: los comerciantes robaban descaradamen­te en el precio, peru gracias a ello -y a la tonterfa de un publico

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160 I ROGELIO PAREDES

dispuesto a gas tar su dinero en baratijas- mantenfan casa, familia y estudios para sus hijos, trabajo y salario para sirvientes y artesa­nos y construfan bellas casas para su ciudad; los j6venes ric os compraban con favores 0 con dinero sus cargos en el ejercito y en lajusticia, pero no por eso eran los peores generales y jueces, sobre todo cuando estes iiltimos se dejaban agobiar demasiado par sus excesivas responsabilidades; los Iiteratos eran en general charla­tanes, presuntosos y vacios, pero esa caterva de iruitiles hacfa posible que algun autor de merito Ilegase a ser conocido por el pueblo ignorante que compraba sus obras para ilustrarse un poco; los satrapas y los ministros podian mostrarse insolentes 0 sober­bios, pero en realidad eran hombres abrumados por las dificulta­des de su tarea, porIa lucha cotidiana con sus adversarios y por el proposito de satisfacer a .cada uno; las damas y los caballeros de la aristocracia eran sisternaticamente infieles en sus obligaciones conyugales, pero eso no les impedfa ni el afecto ni la solidaridad mas sinceras. Obligado a concluir un veredicto delante de Ituriel, Babuco apelo al expediente de reflejar por medio de un objeto material el cosmico caos de las modernas sociedades urbanas:

"He aquf como se aprest6 para rendir cuentas. Hizo hacer por el mejor fundidor de la ciudad una pequefia estatua compuesta de todos los metales, de las tierras y de las piedras mas precio­sas y mas viles; se la lIev6 a Ituriel ',:Hareis pedaros. Ie dijo, esta linda estatua porque no todo ell ella es de oro y de dia­mante?' Ituriel entendi6 a medias palabras; decidi6 ya no pen­sar en corregir a Persepolis y dejar seguir al mundo como va: 'Porque, se dijo, si no todo es bueno, al menos todo es pasa­ble" (166).

Sin abuso de imaginaci6n, casi puede entreverse en esta pers­pectiva de Ituriel-Voltaire la etica defendida por Adam Smith trein­ta aiios mas tarde. Si el Estado no puede hacerse cargo de la mo­ralidad de los fines de los particulares, ni fijarle objetivos como un padre 0 un despota, y los particulares son "naturalmente" egofs­tas y s610 procuran su beneficio, entonces es necesario esperar que el egofsmo de los particulares, Iiberado de la tutela estatal, sea capaz por sf mismo de promover eI bienestar del conjunto si pue­de atenerse a unas cuantas reglas que aseguren la libre concurren­cia y eI respeto general por la propiedad. Pero mas alia de esta cinica resignaci6n y de este m6dico optimismo, los personajes animados por Voltaire contimian haciendo suya la forma de mirar y de ver del Rey Sol, en la cual poderes y libertades, autoridad e

CAPiTULO V: ILUSTRAC'I()N, IN/lIVIIJIIO Y 1.1 III '1lTM1 .. , I t61

individuo se fijan recfprocamente sus utributos en cl COIllIIl1 espa­cio de la vida social colectiva.

La saga volteriana se mantienc por lu mlsma sendu cstctico­filos6fica de la amplia mirada que contempla.juzgu, critica y utri­buye a los aciertos y los errores de sus pcrsonnje« III nprohnciou y la condena del autor. En Micromegas (17~2) cs un gigllnlesco extraterrestre que. desde su distante perspective, eluhoru ulgunas conclusiones sobre la sociedad humunu: en ('III/dido (1759) se realiza una larga y detail ada satira sobre el mundoconllcmplado desde la perspectiva de la filosoffa provldenclnlbtn de l.cihuiz­Wolff; en El Ingenuo (1767) se apela al sencillo pero slemprc cfcc­tivo expediente montaigniano de trasladar un ~lIlv"je huron II Pa­rfs y comentar desde su "natural" sentido comun lUll puradojus, vicios y miserias de la sociedad curopea, convlrrlendo ul cscitu Babuco en un indigena americano afectadopor III mlsrnn pcrpleji­dad que Gulliver en la Republica de los Houyhuhums. Voltaire cs quisquillosamente fiel a su estilo: sus perHolln.lt'!'l rnrumcntc sc vuelven hacia sus reflexiones, en cambio, sc IIllllnlly trunsitun por un mundo lleno de estimulantes cspcctaculos <jut' Il'IIllSl'lllTCII en plazas; en teatros, en tribunales, en cortes, en pnilldos, en cullcs, en mercados y en templos. La satira volteriunuell~nsi impcnsuhle sin ese tumultuoso transcurrir de esccnus y pt'I'SOlllljt'S xicmprc divergentes, que campea sobre todo en Clllldld" y qll(' ('usi parccc concebido como contrapunto a las rncsurndus rt'~lus Il'ulraks del mundo clasico, a las que se aplico con mncstrfu, ( 'onn'hilla de estc modo, la novela de Voltaire se asemeja ul recorrklo dt' una mirada dilatada par una avenida siempre concurridn pOl' los cumhiantcs personajes y feriantes de todo tipo cuyns nvcmurns son las que abren paso al juicio del autor,

Las verdaderas dimensiones del despotlsmn pl'llvidcncial rc­chazado por Voltaire, pero trusludadas II 111 esfern personal de lu consciencia Intima e individual uparcccn en 1,(/ ,.t'li,~i(l,\'(/ (1760), de Diderot. EI autar traslada los conflictos rcsultnntcs de la oprc­sion y la tiranfa de la escena publica III mundo privndo, del mo­narca al padre, del siibdito a lu hija, del rciun III convcnto Frcntc al aprecio de Voltaire por los espacios priblicosy uhicrtos, Didcrot contrasta una estetica dominadu por III reclusion 1I cl uislamicnto de la intirnidad: sus novel as son prcdomimuucmcutc introspectivas y autobiograficas, sus personujcs nnrrun hisiorias que transcurrcn, por 10general. en los reconditos rcplicgues de la vida privada y se desarrollan en las reflexioncs cullcjcrus, las ccldas convcntualcs, los pri vados gabinetes de lcctura y de cstudio, Incluso Jacques el

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162 I ROGELIO PAREDES

fatalista (1778) disfraza de aventura 10 que no es sino un largo relato autobiografico confesado en el secreta de una conversacior, personal entre amo y criado. "Suelo pasear hacia las cinco de la tarde por el Palais-Royal... -comienza confensando El Sobrino de Rameau (postumo, 1805)- Hablo conmigo mismo de polftica, de arte 0 de filosoffa. Abandono mi espiritu a su pleno Iibertinaje", Asf, pues, la estructura dialogica de dos personajes contendien­tes, antagonicos, que procuran convencerse mutuamente, es un recurso al que Diderot apela de modo recurrente: aparece ya en La religiosa y constituye, como se dijo, el elemento narrativo pre­ponderante de Jacques elfatalista. Pero parece indudable que El Sueiio de d'Alembert (1782) es la obra que resume mejor los prin­cipios esteticos y filosoficos y las nociones vitales de Diderot sobre el individuo y su relacion con la sociedad y con la naturaleza, en una obra verdaderamente singular por su genero, elegancia y vi­gorosa poesia,

El Sueiio recoge practicamente todos los recursos narrativos de los que suele echar mana Diderot: la argumentacion polemica, la exposicion erudita, los giros coloquiales del salon que combi­nan la coqueterfa, la sagacidad y la elegancia de las clases ilustra­das del siglo XVIII. Una primera parte introductoria la forman los apuntes de una discusion entre el autor y su colega D' Alembert sobre materia, sensibilidad y espfritu. Para demostrar la intima vinculacion entre 10 inerte, 10 animado y 10 hurnano, Diderot des­cribe de que manera una estatua de marrnol, convertida en polvo, puede pasar a nutrir desde el humus a una planta que, a su vez, nutra a un hombre de came y hueso, con suefios, imaginacion y "alma'. De este modo, en la exposicion materialista del autor, el alma no puede ser mas que un derivado de la materia sensible:

"D'Alembert: Verdadero 0 falso, me gusta el pasaje del mar­mol al humus, del humus al reino vegetal, y del reino vegetal al reino animal, a la came.

Diderot: Digo pues a la came, 0 al alma, como dice mi hija, una materia activamente sensible; y si no resuelvo el problema que me habeis planteado, me aproximo bastante; pues me con­fesareis que hay mucha mas distancia entre un pedazo de mar­mol y un ser que siente, que entre un ser que siente y un ser que piensa" (I8).

Aquf pues, un coloquio entre amigos y socios que, sin embar­go, gira nada menos que en tomo de una concepcion materialista

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CAPiTULOV: IWSTKAClI)N, INlllVlIlllll Y I.IIJ1iKTAl>... 1 163

III/

de Diderot sobre el universo y la mutertu con lu que pretcndc sus­ II

tentar su atefsrno. La conversaci6n lie Introduce en lu psiqui» de 1

d' Alembert, pasa de 10real a 10onfrico, de 10Ncnllible 1110 imugi­nario y prefigura el tema de su suel'lo que, pUl'lId6.1il:IIIllCllle, WI1­

vierte al relato en una bella y secreta llIetlifol'llsobre IllS lcycs que rigen el universo mecanicista de su umiwo. A III mununll siguiente (parece deducirse) Mmelle. de L'E~pinuNHc convocu ulnnuudu ul

!!II!medico Bordeu: el filosofo, Ie dice. fehrll durunte todu lu nochc. sigue presa del delirio. Impresionada por HliS nrdientcH divngucio­ II:' nes, la propia Mmelle de L'Espinasse hu tornado notu de IllS lru­ses desarticuladas al pie de su lecho, que U Illcdldu que IlVIIIIZIl III obra, se van convirtiendo en Ius piezull de 1I11 rcmpecubczus ill­trincado pero grandioso:

"Mmelle. de L'Espinasse: ...Tiene todn cl uspecto de Ull deli­rio. Comenzo con un galimatfus de cuerdux vlhrnnte« y de t'i­bras sensibles. Me ha parecido tan loco que, I'CNUOIlIl II 110 pusur la noche sin saber que hacer, me IIcCI'l!u6 II lOll I'jell de ~II lc­cho y me puse a escribir todo 10que he plldillo 1111'111'111' dt' SII

ensueiio.

Bordeu: Ha sido una feliz idea de VUCIlII'll pnrte I, Y Ne pucdcu ver esas notas? Mmelle. de L 'Espinasse: Sin dificuluul. Pero lluenlll Illorir si llegarais a entender algo de todo csto" (.n),

Y sin embargo, Bordeu enticnde JlOI' que, como dlcc II Mmcllc, de L'Espinasse, "no hay ninguna dtfercuclu entre 1111 m<.'dil'o que vela y un filosofo que suei'la" (36), Didernt Vll dcsgrlllllllldll de IllS

palabras de su colega y socio d' Alembert todo Nil esqucnur des­criptivo de un universo unitario, mecanico y evolucloulsta: y sus amigos mas Intimos en una churlu unlmndn, cusi gulnme, entre adivinanzas e insinuaciones, van reconstruycndo csu uzurosa cosmogonia producto de III agitudn mente del subin que sucnu obsesionado por un problema, en un rcducido guhinctc, ccrca de la habitacion donde D'Alembert, en su delirio, sigue cnconuundo en el interior de su mente las cluves de III mutcrin y III sensibilidud que le ha descubierto la convcrsacion con Diderot.

"Bordeu: Bien, l.sabeis que cste slIef'io cs 11111y hermoso, y que habeis hecho muy bien en escribirlo? Mmelle. de L'Espinasse: i,SoMis asf tambien? Bordeu: Tan poco que casi me atreverfu a dcciros como sigue, Mmelle. de L 'Espinasse: Os desaffo a hacerlo.

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Bordeu: ",Me desafiais? Mmelle. de L'Espinasse: Sf Bordeu: l.Y si acertara? Mmelle. de L 'Espinasse: Si acertarais os prometo... as pro meta teneros por el mas grande loco que haya habido en el mundo" (35).

La experiencia del "sueiio", por cierto, no s610 tiene matices misticos, acentuados mas de una vez en el ambiguo materialismo de Diderot: es tam bien la experiencia mas personal, mas secreta y mas intima que puede vivir cualquier individuo. Mas de veinte aiios despues de la redaccion de los Pensamientos (el Sueiio fue redac­tado en 1769) el autor sigue fiel a la doctrina de Shaftesbury res­pecto de que la consciencia humana, como vivencia interior del individuo, es la fuente principal de inspiracion moral y cognoscitiva que opera sobre el intelecto y el comportamiento. Al dormirse, la consciencia individual de d'Alembert ha vuelto a reunirse con la totalidad de la que forma parte y su propio cuerpo y su propia experiencia vital -Ia de sus moleculas, sus celulas, sus nervi os, los oscuros ligamentos interiores que vinculan materia, sensibili­dad e imaginacion- dejan de ser individuales para integrarse al gigantesco mecanismo de la naturaleza, hasta en sus resquicios mas Intirnos, como en la forrnacion del feto en el interior del vientre materno:

"Bordeu: Como quiera que sea. veis que en una cuestion en la que se trata de la formacion primera del animal, es demasiado tarde abordar su consideraci6n y las reflexiones sobre el ani­mal formado: es necesario remontarse a sus primeros rudimen­tos... y volver al instante en que no se es mas que una sustancia blanda, filamentosa, informe, vermicular, mas analoga a un bulbo y ala rafz de una planta que a un animal" (54).

En este punto se completa y se cierra una comparacion y un contraste entre Voltaire y Diderot: la prosa narrativa del primero abre camino hacia la reflexion sobre el posible equilibrio de un orden racional y sobre el desarrollo historico progresivo de la vida social dentro del Estado; la obra literaria del segundo abre una marcha hacia la introspeccion y el descubrimiento del sujeto ple­no que, en el caso del Sueiio lIega hasta su ultimo umbral, el um­bral en que la Naturaleza forma a cada individuo hasta desarro­lIario en una tension con su medio, su especie y el cosmos en su totalidad. La realizaciorn personal reclamada por cada uno es,

CAPiTULO V: ILUSTKA<·/()N. INlllVIDliO v IIUhK I AD... I 16!i

entonces, antagonica y complementariu respcctu lie 11I1iei otro. La predica de Voltaire ancia en 10 publico, upuntu ul Estudu y a la sociedad, mira la calle y los escenurios publicos, crcc dcscuhrir I" razon del progreso detras de las acciones colcctivus de los hOI\1­bres; la predica de Diderot se establece sobrc 10 privndo, sc dirigc ala naturaleza y al indi viduo, se instulu ell los !luhillcles, I"s red­maras y hasta en los propios lechos, cncucuuu que deln\s de I" razon de los comportamientos se agilu cl motor pusiouul dcl uni­mal que desea la libertad ffsica y, en cl cuso del hombre, tarubicn II la libertad de pensamiento. IIII

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Algunas reflexiones sabre la herenciu libcrturia

i,Cual es. entonces, el individuo sobre cuyu lihcruul pnrcccn I'I disentir Voltaire y Diderot? i,C6mo scrfu PUI'll cudn 11110 de dills esa "modesta criatura" a la que la osperun....u cOllvcrlin\ en sohl'ra· no? Por cierto, el ciudadano heredero de lu Revolucinn 'iI'llIlCI'S". que prosiguio su eco a 10largo del siglo XIX purccehuherxc uduc­fiado mejor de la concepci6n sabre lu libcrtnd de Voltulre que dl' la de Diderot. La lucha contra el Antiguo Ht'~llIlcn y rl mudclo Ilil institucional y politico de Inglatcrru, u los cUlllrs l'llIlllor dc' ( '(III dido encarnaba mejor que nadie en e] Contincnrc. I'XI'IiCIlUllI cfi ­cacia y la perduracion de su obra pl'llpu~nudislkll y lIpOIO~I.I\Iil'a.

La Revolucion Francesa hizo de las libcruulcs "[ulhlicus", /-tllnlU' tizadas por el Estado desde la Declurncinn de los Ikrrl'llOs dl'l Hombre y del Ciudadano, el nucleo fundudor cit' SII predicu, y la exaltacion de la "virtud" como requisito de In vidn ciududunu rc­forzo el poder de ingerencia de lu autoridud pollticn en In vida privada. Desde entonees, el individuo-riudadano flit' rl/-tidumclllc model ado por una familia, una escuclu y II1\us institueionc» puhli­cas que esperaban de ella obedienciu n Ins nliloridndc's que 10rc­presentaban y la consciencia polftico-culturnl de SIIS rcsponsubi­lidades civiles en relaci6n eOI\ el Estudo, con In comunidud y COil

Ia continuidad de ambas en el futuro, 11I1les que unn rlcfcnsu a ultranza, y en el plano intelectual y vital. de SII personal p.urimo­nio afectivo y espiritual, mas alia de uquclla parte que cstuvicru involucrada en la adhesion a un partido, a una cOlll-:n'l-:ncioll reli­giosa 0 a una asociaci6n civil.

La herencia radical de Didcrot, aSIcomo tumhicn algunos Irag­mentos de la de Rousseau, fuc rcclumadu de modo mas vago y generico por los descontentos y los Iracasados en sus aspiracio-

II!

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166 I ROGELIO PAREDES

nes a una sociedad posrevolucionaria que restaurara plenamente la igualdad de los individuos, no en 10que consideraban el mero goce de las "libertades" que habfa preferido Voltaire, sino en la perfecta realizaci6n de las vocaciones de cada hombre. Algunos distantes ecos de Diderot parecen resonar en el marxismo que denuncia la expropiaci6n del trabajo como enajenaci6n de la esen­cia de la condici6n humana, con el resultado de una enajenaci6n que deja al hombre sometido a los dictados de la necesidad, pero esos ecos son apenas audibles. Sin embargo, su influencia se deja ver mejor en las denuncias del joven Marx contra unas libertades y garantias que, segun cree, enmascaran el ineludible sometimiento de las c1ases trabajadores a las imposiciones del capital, que ape­nas tolera que los proletarios consideren esas "libertades" como connaturales de una condici6n humana de la que han sido despo­sefdos a favor de sus patrones. Asf, en La Cuestion Judia (1843):

"Toda emancipaci6n es la reducci6n del mundo humano, de sus relaciones, al hombre mismo. La emancipacion polftica es la reducci6n del hombre de un lado a miembro de la sociedad ci­vil, a individuo egofsta e independiente, y del otro a ciudada­no, a persona moral. S610 cuando el real hombre individual recoge en sf al ciudadano abstracto, y como hombre individual se convierte en ser social en su vida ernpfrica, en su trabajo in­dividual, en sus relaciones individuales, s610 cuando el hom­bre reconoce y organiza como fuerzas sociales susforees propes y por eso no se separa mas la fuerza social en forma de fuerza pohtica, s610 entonces se cumple la emancipaci6n" (125).

Adernas, Diderot quiza vuelve a hacerse presente, en ocasio­nes, en la predica ut6pica frances a de Fourier y de Proudhom, pero esos reclamos ya se instalan en un contexto socio-economico de denuncia etica del capitalismo que hace diffcil distinguirlos en su dimensi6n casi ahist6rica de exaltaci6n de un individuo que, sin fronteras, debe ejercer la responsabilidad de equilibrar en sf mis­mo sus propias pasiones, sin soportar los patronazgos exteriores.

Es luego de finales del siglo XIX que se ve renacer con vigor la concepcion de Diderot de una libertad estrictamente intima 0 personal que el Estado no puede garantizar de otra manera que asistiendo como testigo mudo a las resoluciones particulares de los individuos que no 10afecten. En tal sentido, desde la crisis del liberalismo polftico tradicional, iniciada con la Primera Guerra Mundial y proseguida incansablemente hasta la cafda del Muro de Berlin, las facultades de los individuos para poner en crisis los

CAPiTULO V: IlUSTRACION. INI)IVIDUO Y UBERTAD... j 167

valores publicos y tratar de reemplazarlos -no siempre exitosa­mente- por otros nuevos, individuales y originales, ha ido en ere­ciente aumento. EI desasosiego originado en la cultura polftica por la pasividad 0 la indiferencia frente a las hcrencias colectivas-el culto a la nacion, el apego a las tradiciones institucionales, eI es­cepticismo frente a la vida publica y a la participaci6n polftica, social 0 generacional- parece que se compensa -no sin terribles costos- con una nueva forma de rcconocimiento y respeto indivi­dual 0 colectivo que minorfas, fracciones 0 grupos no partidarios reclaman cada vez mas como logros en la realizaci6n de 10 que consideran el verdadero progreso social. Ast, las objeciones de consciencia frente determinadas obligaciones cfvicas 0 polfticas, el pacifismo radical, la preservaci6n del medio ambiente, la lucha contra la discriminaci6n sexual, la defensa casi quisquillosa de un nuevo concepto de dignidad personal frente al poder del Estado y de los otros individuos y la denuncia de sus abusos ya no sola­mente en el plano de coacci6n ffsica sino tam bien de una violen­cia calificada de simb6liea se toman una nueva forma de militancia.

Paralelamente, sin embargo, la crisis de los grandes mercados de bienes y valores accesibles a casi todos, que sustentaba mejor ese regimen de "libertades piiblicas" interpretado por Voltaire como la expresi6n superior de la libertad, ha dejado paso a una sociedad polftica y culturalmente mucho mas desigual, y en gran medida, injusta en sus mecanismos de participaci6n. Precisamen­te, al precio de esa desigualdad y de esa injusticia en el reparto de bienes y valores parece haberse lIegado casi hasta el paroxismo en la defensa del "individuo soberano, el individuo que no es se­mejante mas que a sf rnismo", segun palabras de Nietzsche. Se trata, entonces, de una nueva consideraci6n sobre los valores, creencias y actitudes personales que ya no pueden concebirse y mantenerse mas que en el plano de los estricticamente personal, desde donde se los reclama al resto del conjunto social. Fue este reinado el que anticip6 la indudable c1arividencia de Diderot que, a diferencia de Voltaire, no tenfa mas remedio que anticiparla desde una utopia y una militancia mucho mas individuales que Ie costaron la censura y la persecuci6n.

Hoy mas que nunca sigue sorprendiendo la violenta oscilaci6n de los tiempos hist6ricos y de sus respectivas demandas: los sec­tores progresistas de nuestros dias, mucho menos perseguidos que el autor de El Sobrino de Rameau, condenan cada vez mas acer­bamente el desamparo que el Estado impone al conjunto social, es decir, la desaparici6n de esa mirada que, para castigar 0 para

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168 I ROGELIO PAREDES

garantizar, se extendfa por cada rincon de la sociedad, como 10 exaltaban Luis XIV y Voltaire y 10 denostaban La Bruyere y Diderot. Pero, paradojicarnente, mientras se aferran a la defensa de nuevas libertades adquiridas solo gracias a que esa mirada au­sente ha consentido abandonar terreno a logros individuales -que un saber y un poder mas igualitarios y menos onerosos en su asig­nacion de objetos y conocimientos no estarian en condiciones de garantizar de ninguna manera- demandan tambien que la esfera de la realizacion individual ocupe un espacio cada vez mas am­plio en la sociedad. Un cierto criterio de modemidad sin costos y sin Ifrnites (tal vez un poco frivolo) parece seguir alimentando el fuego de crfticos y comentaristas que, a diferencia de los de la Francia prerrevolucionaria, no alcanzan a discemir total mente sus esperanzas en relacion con su libertad.

I 169

Conclusion

EI precio de una adquisicion

EI celebre ensayo de Horkheimer y Adorno, W(/h','tlm lid 11/1­minismo, parece aportar una conclusion dccisivn u IUl'IICsli(lII de los ventajas, riesgos y arnenazas que cnuunubu 1I111/IIirir cl pusa­porte a la Utopia, es decir, dar alas a III csperunzn 'lilt' "de las modestas criaturas hace reyes", e irnpulsu 1/ los hOll1hres por csu senda que los tornara "seres mas productivos, sociulcs, conscicn­tes y libres". Como se ha visto en cl capitulo prccedentc. csn cs­peranza y ese impulso no procedfan ni union IIicspcciulmcntc de una ideologizacion de la realidad, de lu mcru illtcrJlosicic~n dc ,~ig­nos y simbolos procedentes de una rcaccion contra III rrccicurc enajenacion contra la vertiginosa trunstormucion. de 1111 pl'Ogra­rna adoptado pOI' una perfecta convlccion mcionul, interior. t\ cllu contribuian, mas bien, esa arnbiguu duplicidud de scntimicntos antagonicos: la estetica de 10 cotidiano y III csteticn del cxtraiia­miento, inseparables en la expericncia de III modcrnidud. Y cstu experiencia se hallaba en las calles. en IllS i~lesills, en los gnbinc­tes, en el interior de los convcntos, en los buncos de las plazas. en las tabernas, en las Bolsas de accioncs, y hustu en la clutmbrc de los filosofos, Allf, pOI' 10 menos, af'irmun hubcrla cucontrado Voltaire y Diderot.

Pese a ello, denuncian Horkhcirncr y Adorno, los intelectua­les ilustrados, partidarios decididos de luuzarsc por cl camino de la realizacion de esas utopias que sc les rcvclahan pOI' todas par­tes, los primeros en denunciar las injusticius prcseutes de un mundo basado en la opresi6n y en la dcsiguuldud, son esencialmente -y catastroficarnentes- incupaces, sin embargo, de llegar a realizar en la practica el prograrna de lihcraci6n y restablecimiento de la justicia que proclaman anhelar. Y no s610eso: su sola e inevitable

I

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I' CONCLUSI6N: EI. I'IUWIO IIh I II'M i\lIlJIIISll'l(\N I 171170 I ROGELIO PAREDES

participaci6n en la realizaci6n de esas utopias los hace responsa­bles de justificar un nuevo orden igualmente opresivo y de abonar la falaz ilusi6n de que, por fin, se ha logrado la realizaci6n de la esperada liberaci6n.

Esta asuncion recurrente de los limites impuestos por una rea­lidad humana a la que la consciencia no puede dejar de percibir como imperfecta, frustrante y desdichada, con su carga de dolor, de oprobio y de injusticia es, sin embargo, ellogro mas elevado y mas costoso de la rnodernidad, el premio y el castigo del hombre modemo, enteramente expuesto a las esperanzas y a la arnenazas de su Iibertad.i.C6mo no correr los riesgos que denuncian Horkheimer y Adorno en un mundo en que, a falta de dioses, el hombre ha venido a ser, desgraciada 0 afortunadamente, el duefio de su des­tino?

En Forbidden Knowledge, el enrico literario Roger Shattuck echa mana de una inteligente analogia para poner de relieve la orfandad del hombre en el nuevo mundo en que, para los intelec­tuales del siglo XVIII, parecen haberse concretado todas los be­neficios y los horrores de la modernidad. AI analizar 10 que denomina "La explosi6n del conocirniento" de la segunda mitad del siglo XX, en 10relativo al empleo de la energfa nuclear y a las tecnicas de investigaci6n genetica, Shattuck retoma como ejern­plar uno de los relatos hornericos de La Odisea:

"Existe una antigua epica, uno de cuyos episodios describe 10 que podrfa interpretarse como una elaborada estrategia para ob­tener conocimientos sin necesidad de actuar sobre ellos 0 apli­carlos de alguna manera. En el Canto XII de la Odisea, Odiseo es advertido por Circe acerca del canto de las Sirenas, con el cual pronto se encontrara, Si el y su tripulaci6n ceden al en­canto de esa rruisica, correran peligro. Circe 10instruye acerca de como, si quiere escucharlo, debera actuar para no sucum­bir. ~Por que no Ie dice que tape sus propios ofdos con un ta­p6n de cera, como sf manda que 10hagan sus credulos marine­ros?l,Por que Odiseo afronta la posibilidad de ofr ese canto mortalmente peligroso? l,Por que Circe acepta y, tal vez, ad­mira su privilegiada curiosidad respecto de algo que no nece­sita conocer? Por ultimo (,por que Ie ayuda a alimentar su cu­riosidad cuando la diosa sabe que, por sf rnismo, el heroe serfa incapaz de resistir el canto de las Sirenas? La Odisea presenta un universo ambiguo, habitado por dioses y semidioses, estes iiltimos favorecidos por los dioses. Las ins­trucciones de Circe dejan lihres a la mente y a la perccpcion de

Iii

Odiseo, al mismo tiempo que restringen 10 respuesta de su cuero 1I1I

po. Le garantiza al heroe la posibilidad de un conocimiento pro­ IIItegido por una distancia salvadora, sin III imnedhuez de: III ex­

illlposici6n directa. Esta exposici6n podrta cosrurle ln vidn, Antes Iy despues del hecho, a salvo de su actuultentucll'ln. Odlsco sc I I 1

alegra de aceptar este conocimiento indirccto e incompleto. 11

'1.1 , 11Homero narra este episodio a su lector 0 escuehn con \11\ cuuto 1

IIIgesto. 'Escucha con cuidado', indica que Circe le dice II Odlsco 'y un dios aprestara tu mente'. Cuundo finalmente Odisco Ie 1

1

narre este episodio a Alcinoo y a su corte. corncnzurd usf: 'Me­[1 1

1

jor que un hombre 0 dos, mis queridos arnigos, eonocereis vo­1 1

sotros estas cosas sabidas pOI' Circe'" (I II I). 1

11[11

III La decepcionante constatacion de Horkheimcr y Adorno y la I

aleccionadora interpretaci6n de la cita horncricu tun bien escogi­IIII!da por Shattuck parecen representar bien III sintesis de un cstado

espiritual de la modemidad que pueden sinrctizur ulguuus de las ['III 1, 'lecturas realizadas a 10largo de este texto. EI.\'III'I'r(' I1Il1lr kuntiano

"

tiene su costo, y mientras que los fil6sofos de III escuclu de Frankfort parece que se rehusan a uccptarlo y usumir las consc­cuencias, toda vez que rehuyen el vcrdadcro origcn de las dcsvcn­turas que denuncian, el crftico literario, mucho mas sensible a csos impulsos estetico-vitales que se le manificstun en la aventura de ,\

11la ficci6n narrativa, recuerda friamcnte, sin dcsespcracion ni cs­1 I

candalo, que simplemente ya no cxisten dioscs que nos prcscrven 1

de las consecuencias de nuestro saber y nuestro poder, ni heroes 1'I \

privilegiados cuyos contactos con la divinidad -con la tradicion, con el secreto orden del cosmos-Ies anticipen graciosamente aque­ 1111

,

110 que todos los demas deben sufrir -en su biisqueda y en sus consecuencias- para poder adquirirlo. II

Dioses e individuos han antagonizado a 10largo de estas pagi­nas en la que los hombres de letras del siglo XVIII reflexionan

1,1

sobre las ventajas, los limites y los horrores de la modernidad in­minente. EI piadoso y lucido dean Swift teme demasiado que in­cluso los hombres tan sencillos y honestos como el capitan Gulliver s610puedan sobrevivir en la modemidad recayendo una y otra vez en la ubris y la pleonexia, pecados imperdonables para cualquier divinidad, pero una verdadera arnenaza, sobre todo, para el resto de los mortales. Menos pesimista pero mas practice, su contem­poraneo Defoe encuentra que si la Providencia ya no puede apar­tar a ningiin hombre piadoso de los terrores de la muerte, del aban­dono y del dolor -a los que se yen expuestos, mas que nadie, to­

1,1

Ii II I,

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172 I ROGELIO PAREDES

dos aquellos que hacen depender su status de las contingencias de los negocios maritirnos y financieros-Ia creencia en ella sigue sien­do un instrumento de la virtud individual para fortalecerse frente a un mundo que ha escapado (y asf 10observarfa un hombre de una piedad mas tradicional e ingenua que la suya) a todo control por parte de una voluntad semejante a la humana. Los entusiastas espafioles, como Iriarte, Cadalso y Jovellanos, quienes tanto es­peran de la penetracion de las "Luces" por parte de la monarqufa borbonica, deben hacer concesiones y terminar aceptando que la superacion de toda autoridad basada en la tradicion deja librado el valor del arte y la literatura -y de la suya propia, tambien- al profano criterio de los anonirnos juicios de lectores, probablernen­te, ignorantes y de "criticos" demasiado engrefdos. Mas inocen­tes, pero tam bien mas refinados que sus conternporaneos ingleses y espafioles, Voltaire y Diderot se interrogan y debaten respecto de si el descubrimiento de la individualidad y de su defensa radi­cal hara necesaria, posible 0 provechosa la vigencia de poderes politicos, religiosos e ideologicos que puedan censurar ((,0 prote­ger? (,0 auspiciar?) las legftimas aspiraciones a pensar, a decir y a hacer 10 que cada uno quiera.

Sin embargo, los costos que estos hombres presintieron antes de la Revolucion Francesa, antes de que la historia se inflamara con la irrupcion de las masas en una vida espiritual y material cada vez mas ampliada y en ese individualismo sin los tutelajes de la tradicion y la creencia, iban a pesar de una manera distinta una vez que los cambios involucrados en la modemidad terminaran de materializarse. Sucesivas "creencias" profanas reemplazanan a la antigua religiosidad que fuera sustento ideologico de los po­deres constituidos y aplacarfan esa "sed de libertad" tan temida esperada a mediados del siglo XVIII. La "fe en el progreso", en la "liberacion del proletariado", en la "superioridad del Estado como razon historica" pondrfan fin ala rebelion metaffsica que solo fue posible luego de la difusion ilustrada de los logros de la Revolu­cion Cientifica. La realizacion de los supuestos fines superiores de la humanidad darfan paso a los momentos mas terribles de la historia del hombre como ser social e individual: abrirfa camino a la ciega violencia de las revoluciones y las contrarrevoluciones, a las purgas stalinistas, a los campos de concentracion, a la concre­cion de un programa eficaz y completo de sujecion del individuo a poderes cuasi-di vinizados en sus fines pero completamente pro­fanos en sus medios.

CONCLIISIc'JN: I~I.I'I(I'(·I() IJlIINA AIl<)IIISICI()N I 173

Asi, el reproche de Horkheimcr y Adorn 0 udquicrc lin drama­tismo que va mas alia de la denunciu de III IIlIslraci61l como pro­grama irrealizable de liberaci6n y de justiciu, I.us rcliuioncs secu­lares, construidas sobre las accidcntudus coyuururus dl~ los violcn­tos cambios de los siglos XIX y XX. no podfun scr cludidas por los dirigentes politicos e ideologicos de Ius sociedudcs post-re­volucionarias. La "rebel ion mctnftslcu'', run csptcudidumcntc

descripta por las paginas de £111O","rt' rrbrld», no rill' l" produc­to de una libre eleccion emprendida con cl cntusiusmo dl~ una crcu­cion artistica, sino la ineluctable rurcn de los hercdcros de las Guerras Napoleonicas, de los espectudores de III Europu indus­trializada y darwiana, de los crfticos 0 de Ilis upologlstus del irn­perialismo y la sociedad de masus. Ese siglo de brlllnntes tcoricos y politicos que fue el siglo XIX deherfu SCI' repcnsndo, 1111 WZ, como un siglo de laboriosos y angustiados profclns <ll.' IlIIn 1II11'va Ii.' cn vias de penosa construccion. Porquc si Dios yu 110 orupu cl pinri­culo en el orden natural, social y poljtico, cs illdispl'lIsahll' que ulgo o alguien ocupe su lugar, y es explicable 'IIII.' su uccion, n'gida por el misterio y por la gracia inescrutuhlcs purn In illll'Ii~I'lIcia huma­na. pase a ser organizada de acucrdo u critcrios de ruzrin y dl~ ccua­nimidad. de modo tal que las autoridndc» que dehcu responder a los principios ideologicos y U los vulorcs c inll'rrS(',s dl' SIiS scgui­dores puedan justificarlos y justificarsc a trnves dl' cllos,

Pero la modemidad que tanto tcmicron y nnhclnrou los hom­bres que se plantearon la posibilidud de udquirir 1'1 pasuportc ala utopia, se parece mucho mots a la uuesnu, a la de la crisis de los paradigmas mentales e ideologicos de fines de cstc siglo, que a la que idearon y lIevaron a la practica los hombres de los siglos XIX y mediados del XX. Por su pcrplcjidud y su desamparada auda­cia, nos encontramos mas proximos al capit.in Lemuel Gulliver y al aventurero Robinson Crusoe que a los hurgucscs heroicos, re­signados 0 algo prosaicos de Sthcndal. Balzac ° Mann. EI cinis­rno, la desesperacion y el rcscntimicnto dc las masas de los ex­cluidos actuales parece mcjor anticipado por las plebes madrile­fias de Ramon de la Cruz que cxprcsado cn las paginas de Dickens, de Hugo, 0 de Zola. En cuanto a la cucstion de la libertad indivi­dual y a las facultades del Estado para iutelarlas 0 garantizarlas en toda su amplitud, esta cucstion huhiera sido impensable a media­dos de este siglo, aunque ya era una cuestion vital, ineludible, en los primeros escritos de Voltaire y de Diderot.

Asi, pues esta privatizacion de los individuos, esta degrada­cion de los discursos, esta crisis de las significaciones imagina­

II

I

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174 I ROGELIO PAREDES

rias, como el progreso 0 Ia revoluci6n, en fin, este "avance de Ia insignificancia" en nuestra epoca nos pone mas cerca del siglo XVIII que del XIX y del XX. EI problema de Ia modemidad vuel­ve a ser una vez mas, ya sin ropajes ni equfvocos, esa tensi6n irresuelta entre autoridad e individuo, el sapere aude kantiano, Ia serena consideracion de sus condiciones de existencia proclama­das en el Manifiesto comunista. Volviendo una vez mas al comien­zo, si es verdad como afirma el Enrique VII de Shakespeare, que la esperanza de un mundo que cambia hace "dioses a los reyes, y reyes a las modestas criaturas" Lc6mo seguir aguardando que las verdades reveladas, las palabras autorizadas 0 los liderazgos ecumenicos no puedan ponerse en crisis, asf vengan de Ia tradi­cion, de la fe 0 del ineluctable desarrollo de las fuerzas histori­cas? La lIamada crisis de las ideologfas nos ha devuelto los as­pectos verdaderamente esenciales de la modemidad: no la secula­rizacion, no la expectativa lanzada hacia el futuro, sino sobre todo, y ante todo, la cuestion de un individuo que solo puede -como Gulliver, como Robinson Crusoe, como el sobrino de Rameau 0

el propio D'Alembert, sumergido en su suefio materialista- contar­se a sf mismo y a sus opiniones para decidir su lugar en el mundo.

La pregunta de estos tiempos, como Ia de los hombres que vivieron y escribieron antes de la Revolucion Francesa, no es Ia de Albert Camus en EZ hombre rebelde: Les lfcito matar porque asf 10 impone el desarrollo determinante de una concepcion del mundo y del hombre?, sino Lque es lfcito 0 ilfcito en un mundo respecto del cual nada puede afirmarse sino que es necesario de­cidir? Si es licito que los simples mortales aspiren a la gloria de los reyes y los reyes ala inmortalidad de los dioses Lquien conta­ra en su favor con un poder y una autoridad que no pueda ser so­cavado, disminuido, ignorado, disuelto, olvidado? Estas pregun­tas que atormentan a la sociedad actual son las mismas que, antes de las elaboradas construcciones ideologicas del siglo XIX, antes de las revoluciones y contrarrevoluciones, las guerras y las crisis del siglo XX, lIevaron ala escritura de las obras que se han rese­fiado, comentado y criticado en esta apretada sintesis.

Mucho mas modernos que muchos de los libros del siglo XX, las obras de Swift, de Defoe, de Feijoo, de Cadalso, de Voltaire y de Diderot reclaman una atencion distinta de la que se les ha otor­gado en un mundo rnucho menos critico y confuso, aunque plaga­do de amenazas y antagonismos como 10 fue el nuestro hace ape­nas algunas decadas. Sin embargo, estos autores experimentaron las vivencias que los impulsaron a la literatura en una sociedad

1I I I

1ill CONCLUSION: EL PKE('IO DE UNA ADQUISICION I 175 'I

lilli,

que, si abria camino a la consolidnci6n del individualismo, con­trolaba aun poderosos instrumentos para constrcfiir su expansi6n. En nuestros dias. esa sociedad tienc entre sus tarcas primordiales III1

11 la exaltaci6n de un individualismo destinndn a uutrir a los merca­ '1

1

dos de consumidores, de votantes y de adhcrcntcs para las cam­biantes oferlas que surgen en su seno. EI individuulismo del siglo

1

XVIII era una construcci6n posible en un dctcrminudo contexto, 11 , \

en que sus principales figuras resultabun SCI', ell gran medida, sus III propios menlores. En las condiciones uctuulcs. purafraseando a Sombarl, la condicion de individuo es impuestu, nudic puede re­ Iii chazarla ni morigerar sus consecuencius y. purn logrur la supcrvi­ III vencia y el reconocimiento no quedu otro camino que ceder a pre­

IIIsiones que acennian la individualidad, sin opciones para cludirln, IIIarrostrando los costos del esfuerzo de seguir si~ndolll y la angus­IIItia de su fragilidad proyectada hacia el futuro,

Ahora que nadie pide ni debe rnatur () morir por Ulgll superior Ia su propia individualidad, parece que tumpoco sc snhc muy bien

por que vivir, mas alia de las pulsiones que el medio social genera I

para desarrollar un individualismo irnpucsto por Ius prcxioncs economicas y culturales, La masi vidad del Ienomcno imponc una I reflexi6n mucho mas extendida, profunda y dccisivu quc ufcctc a cada vez mas personas acerca de las ventujnx de rulquirirpasupor­tes a nuevas utopias, que aquella a la que S(~ ubocuruu Ills uutores del periodo prerrevolucionario. Descuhrir que nucvos cimicntos habra que establecer para Ja nueva socicdud, que cxcluyun cl pcli­gro de la intolerancia, el fanatismo y III dcshumauizacion y sos­tengan sobre nuevas bases 10 que, en el prescutc, sc nos aparcce otra vez como un temible, amenazador c insoportublc uvuuce del indi vidualismo, constituye el verdadero --y easi unico- dcsafio de esta nueva etapa de la modernidad, estc actual debate acercu de las ventajas de adquirir un nuevo pusuportc,

I

11

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