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ROMÁN FUENTES Román Fuentes, madrileño de nacimiento, conoció en el campamento de la milicia universitaria de Robledo (Segovia) a Luis Antolino, natural de Sabiote (Jaén). Juntos convivieron durante dos veranos consecutivos en la misma tienda de campaña con doce colegas más, y juntos hicieron instrucción, asistieron a las clases que el capitán explicaba bajo los árboles, e incluso piropearon en los jardines de La Granja a las chicas que hacían el servicio social en una residencia próxima. Ambos amigos, distintos en apariencia, tenían sin embargo notas comunes que, a la larga, les hizo ser inseparables. Román era un madrileño alegre, bullicioso, locuaz y de gran simpatía, además de un buen estudiante, y como su padre era catedrático universitario conocido por su dedicación al estudio e investigación de distintas ramas de la historia, al igual que lo fue el padre del mismo, cuando él terminó el bachillerato y aprobó el examen de Estado no dudó al elegir carrera. Igualmente, por ser hombre de iniciativas y amigo de aventuras, pandereta en mano había recorrido media España con la tuna de su facultad, y en tres veranos consecutivos viajó cuanto pudo por Europa, mas como disponía de poco dinero, durante el primero trabajó en Inglaterra en la recolección de patatas; en París fregó platos en un hotel durante el segundo, y en Berlín occidental limpió alfombras en casas particulares a lo largo del tercero. De esta forma, a la vez que estudiaba y practicaba para perfeccionar sus conocimientos de idiomas, conseguía reunir dinero suficiente a fin de volver a España, e incluso para tener algunos ahorrillos que a lo largo del curso administraba con prudencia, pues en su casa eran familia numerosa. Para Fuentes, Antolino era un andaluz “de pura cepa”.Y, ciertamente, tanto en los ademanes del mismo como en su forma de hablar y de comportarse, se veía en él al hombre de su tierra al que ni las costumbres de Madrid ni el contacto con compañeros de otras regiones ni de otras ideas, ya sociales, políticas o religiosas, le hacia cambiar lo más mínimo. Era tranquilo en apariencia, un tanto irónico e incluso mordaz a

Román Fuentes

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Relatos de hechos ocurridos en Sabiote

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ROMÁN FUENTES

Román Fuentes, madrileño de nacimiento, conoció en el campamento de la milicia universitaria de Robledo (Segovia) a Luis Antolino, natural de Sabiote (Jaén). Juntos convivieron durante dos veranos consecutivos en la misma tienda de campaña con doce colegas más, y juntos hicieron instrucción, asistieron a las clases que el capitán explicaba bajo los árboles, e incluso piropearon en los jardines de La Granja a las chicas que hacían el servicio social en una residencia próxima. Ambos amigos, distintos en apariencia, tenían sin embargo notas comunes que, a la larga, les hizo ser inseparables. Román era un madrileño alegre, bullicioso, locuaz y de gran simpatía, además de un buen estudiante, y como su padre era catedrático universitario conocido por su dedicación al estudio e investigación de distintas ramas de la historia, al igual que lo fue el padre del mismo, cuando él terminó el bachillerato y aprobó el examen de Estado no dudó al elegir carrera. Igualmente, por ser hombre de iniciativas y amigo de aventuras, pandereta en mano había recorrido media España con la tuna de su facultad, y en tres veranos consecutivos viajó cuanto pudo por Europa, mas como disponía de poco dinero, durante el primero trabajó en Inglaterra en la recolección de patatas; en París fregó platos en un hotel durante el segundo, y en Berlín occidental limpió alfombras en casas particulares a lo largo del tercero. De esta forma, a la vez que estudiaba y practicaba para perfeccionar sus conocimientos de idiomas, conseguía reunir dinero suficiente a fin de volver a España, e incluso para tener algunos ahorrillos que a lo largo del curso administraba con prudencia, pues en su casa eran familia numerosa.

Para Fuentes, Antolino era un andaluz “de pura cepa”.Y, ciertamente, tanto en los ademanes del mismo como en su forma de hablar y de comportarse, se veía en él al hombre de su tierra al que ni las costumbres de Madrid ni el contacto con compañeros de otras regiones ni de otras ideas, ya sociales, políticas o religiosas, le hacia cambiar lo más mínimo. Era tranquilo en apariencia, un tanto irónico e incluso mordaz a veces, pero siempre afable y cariñoso con compañeros y amigos; y respetuoso, mas no servil, con los superiores. A primera vista parecía hombre serio, y durante los primeros días de campamento así lo conceptuaron los compañeros. Luego vieron en él a un muchacho a veces hablador a veces reservado, pero siempre complaciente y generoso. Ello, y el profundo amor que sentía por su tierra, se le notaba tanto en su forma de hablar como en las canciones que tatareaba continuamente, en las alusiones a historias y temas diversos que hacía sobre el pueblo que lo vio nacer, así como en la poesía andaluza que en muchas ocasiones recitaba de memoria o leía en voz alta, preferentemente los romances de García Lorca

Fuentes, que era un tanto zumbón, presumía y quería dejar sentado que a él le preocupaban toda clase de problemas, ya nacionales e internacionales, pero, sobre todo, culturales. Él llamaba a esto “inquietudes”, y el momento que elegía para las mismas era preferentemente tras el toque de silencio, es decir, cuando por obligación todos debían estar acostados en los respectivos petates y, teóricamente al menos, durmiendo. Era entonces cuando se solía oír su voz diciendo:

-Bien señores, iniciemos las “inquietudes”. Y ocurría que como lo habitual era que planteara un tema que a todos interesaba, incluso a

los más dormilones, la conversación se generalizaba y dicho tema se convertía en motivo de debate. Pero cuando mayor era el apasionamiento, Román, acaso saboreando su éxito, solía dormirse, si bien él decía después que como todo discurría normalmente no era necesaria su intervención.

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Fue en una de aquellas noches cuando Antolino, que presumía de flemático, perdió por unos momentos la compostura.

Román dijo como siempre: -Iniciemos las “inquietudes”. Y de un petate salió una voz como de ultratumba que, bajo la manta, clamaba: -¡Calla hombre¡, que tengo imaginaria a las tres. -¡Que no he dormido la siesta!, dijo el de al lado.

-Creo -siguió el otro impertérrito-, que en ciertas regiones de España (y con el dedo gordo señalaba el suelo), se sigue practicando eso que se llama señoritismo. Y esta forma de ser y de comportarse no se refiere sólo a los propietarios de grandes extensiones, ocupados normalmente en jugar en los casinos de pueblos y ciudades o en que el limpiabotas de turno saque brillo a sus zapatos. Es que, además, ya sea por el clima o por la buena producción de las tierras, se rinde poco. Y así, mientras el señorito derriba reses bravas o botellas de coñac, el obrero duerme profundas siestas a la sombra de las encinas o de los olivos, con lo cual la producción se resiente. Con voz potente y sonora dijo Luis llamando al imaginaria de turno:

-¡Sereno!, cállale a éste la boca o de lo contrario me oye el campamento entero.El imaginaria acudió rápido diciendo:-¿Joer, callaros! No me metáis en compromisos, que está el capitán Castro de guardia y si

doy parte de vosotros os mete un paquete que os balda. Así es que silencio, dijo al marcharse. -Bien, continuó Román, hablemos sin levantar la voz, pero hablemos. -De dormir tengo tiempo, -habló Luis-, pero no lo tengo para oír impertinencias. Y añadió: ya sabes mi vinculación con la tierra que me vio nacer, pero no por eso admito tópicos ni demagogia sobre Andalucía y lo andaluz. Así es que si queréis reducir la grandeza de Andalucía a productividad, procurad al menos ser precisos, y cuando me digáis las divisas que para España genera el aceite de oliva seguiremos hablando.

-No se trata sólo de divisas o de producción de la tierra; para mí el problema es de tipo humano y se concreta en esta pregunta: ¿producen en forma suficiente los hombres andaluces o se abandonan ante la buena productividad del terreno?, dijo Fuentes.

-Hay mucho cuento en Andalucía, intervino Ribot. Y añadió: yo soy de Lérida y he vivido en Sevilla; pues bien, sólo al ver las calles de una y otra ciudad se aprecia la diferencia. En las de mi tierra se ve soledad, pero trabajo; en tanto que en las andaluzas hay aglomeración, bullicio y vagancia. Si, y gitanos, señoritos, gente deambulando y juerga, mucha juerga.

- Pero lo que aquí hay es muy mala leche, dijo Luis exaltándose.-Eh, despacio, que aquí estamos todos muy educaditos, manifestó Ribot en tono jovial.-Pues no lo parece. Habláis sin conocer el problema y generalizais para ello hechos muy

particulares. El amigo Ribot debe al menos reconocer que cuando había juerga y gente deambulando por las calles de Sevilla, él era uno de ellos.

-Esas son evasivas, dijo el aludido. Para llegar al fondo del asunto bien puedes leer a Ortega y Gasset, como lo he leído yo.

-¿Y qué? ¿Es que has deducido de Ortega que en Andalucía se trabaja y se rinde menos que en otras regiones de España? ¡No me matéis! Habláis de lo que veis en la superficie. Valoráis lo externo, que por cierto también es lo más vistoso, pero olvidáis al hombre que trabaja la tierra de sol a sol o el rudo trabajo de los pescadores durante la noche.

-Hombre, eso ocurre en todos sitios...-Pues eso es lo que yo digo, que en mi tierra ocurre lo que en todos sitios, ni más ni

menos. Allí trabajamos y allí nos divertimos, como en Pekín, como en Estambul...-Total, una región como cualquier otra, dijo uno que quería dormirse.-Eso no amigo, ahí te equivocas. Los problemas pueden ser similares. La tierra no.

Andalucía es... Andalucía.-“La España de charanga y pandereta...” que dijo Machado, inició Román.-Y la mala uva que tienes, terminó Luis.

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-La corneta no tiene “inquietudes” y la diana la tenemos encima. Acabemos pues, dijo Ribot.

-Buenas noches, añadieron otros ya entre sueños.

Acabó el campamento, y meses después Román Fuentes y Luis Antolino hicieron las practicas de la milicia universitaria en el mismo regimiento de Madrid, y como en la residencia de oficiales había mandos de distintos cuerpos, un capitán de aviación, que era de Jaén y que conocía a Luis por tener con él lazos familiares, le propuso que lo acompañara en un vuelo a Granada. Pero como quiera que al enterarse Román y gustarle la idea el capitán no tuvo inconveniente en que se sumara al viaje, una mañana de primavera partieron en un viejo avión de hélice que despegó de Getafe.

-Mira Román, le decía Luis mientras volaban, ahí tienes el sur de España, porque tú por el norte has llegado hasta el círculo polar ártico, según dices, pero por el sur no creo que hayas pasado de Aranjuez. Pero mira la carretera Madrid-Cádiz. Yo es la primera vez que vuelo, y la verdad, impresiona ver la tierra desde aquí.

-¿Sientes vértigo?, le preguntó el capitán.-En absoluto.-¿La Mancha?, preguntó Fuentes.-No es difícil adivinarlo. Pero sigue fijándote, que pronto aparecerá Sierra Morena.-Si, ya veo que la tierra se va ondulando, dijo al poco rato aquél. La llanura manchega es

impresionante. Hubiera dado cualquier cosa por ver en la lejanía a un caballero andante montado sobre un rocín flaco y seguido por un escudero gordo a lomos de un jumento. ¿Tú que dices Luis?

-Pues mira, en aquella serranía agreste se refugiaron Don Quijote y Sancho Panza para que no los vieran los de la Santa Hermandad. Pero observad los pueblos. ¿No os parece el paisaje el de un portal de Belén?

En un momento de distracción de Luis, el capitán dijo al otro:-Se va a impresionar tu amigo y pariente mío. Por primera vez verá Sabiote desde el aire,

y no lo sabe. Y así fue. Desde La Carolina volaron por derecho buscando el río Guadalimar. Vieron a lo lejos un puente sobre el mismo, pero no se percató. Enfilaron hacia un pueblo que se vio en la lejanía y el piloto apretó el brazo de Román. Su amigo no se dio cuenta, pero en la segunda pasada sí. Al grito de “si es el castillo; si es la iglesia”, se abalanzó sobre el cristal del parabrisas y así se quedó durante las vueltas que el aparato dio alrededor del pueblo.

-¿Qué ves?, le preguntó el capitán en un determinado momento.-Mucho y nada, decía Luis emocionado. ¡Pero no vayas tan aprisa hombre! Mira, las

murallas; y lo que blanquea tras ellas es el Albaicín, un barrio medieval, lo mejor de la villa. Y allá arriba, ¿veis?; es el barrio nuevo de los Arenales. Y allí, ¡mira que bien se ve la plaza de toros!; pero la que no veo es mi casa... Esa es la Vega, la Corregidora, la Muela. el Pico…

Tras las vueltas a Sabiote y a sus campos, el avión se encaminó a Granada, y cuando al siguiente día los dos amigos volvieron a Madrid, cada cual continuó sus respectivas ocupaciones, que para uno era preparar oposiciones a judicatura, y para otro doctorarse en filosofía y letras y seguir como profesor ayudante de la cátedra de filología.

Transcurrido un tiempo, Luis convenció a Román para que visitara Sabiote. Le hizo ver que las vacaciones de Semana Santa eran idóneas para hacer el viaje y esos días los adecuados a fin de conocerlo. Y así, una buena mañana ambos salieron de la estación de ferrocarril de Atocha, y en un incómodo vagón de tercera con asientos de madera, llegaron a la de Baeza en donde tomaron el tranvía de la Loma que los llevó a Úbeda y, desde esta ciudad, en el autobús que llamaban la Alsina, a Sabiote.

La casa de Luis queda en la parte baja del pueblo, antes de llegar al barrio del Albaicín y muy cerca de la que llaman la plazoleta. Es una típica casona de pueblo andaluz con dos

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plantas y graneros, amplios portales y escaleras, así como extenso corral con pozo en el centro, cuadra en la parte derecha y una gran cocina en la izquierda.

Los recién llegados fueron recibidos por la familia en pleno, que eran el padre, la abuela, la hermana y el hermano menor. La madre murió al nacer éste y la sustituyó su madre en el quehacer diario.

El padre, don Carlos José, licenciado en derecho por la universidad de Granada, era el juez municipal de la villa y tenía el juzgado en su propio domicilio. Pero dedicaba gran parte del tiempo a atender sus propiedades agrícolas.

Durante los días que permaneció Román en Sabiote pudo apreciar que don Carlos José, además de hombre afable y cordial, era culto, instruido, sumamente preocupado por la educación de sus hijos, moderado en sus sinceras creencias religiosas, ajeno a la política entonces imperante y, al parecer, a cualquier otra concreta, aunque a través de su fluida y amena conversación se le apreciaba talante demócrata, ideas liberales y tendencia monárquica.

La abuela Ginesa era de lo mejor de la familia. Dicharachera, trabajadora y sumamente cariñosa con los suyos y con sus amistades, fue siempre querida por cuantos la conocían, sobre todo a raíz de la muerte de su hija, de la que supo sobreponerse para ayudar a los que la misma dejó.

Respecto a los hijos, Dolores seguía a Luis en edad y eran ambos de gran parecido físico, si bien distintos en la forma de ser. De ellos decía la abuela “del mismo vientre y con distinto temple”, pues al carácter tranquilo y un tanto taciturno de él, se oponía el vivaracho e inquieto de la hermana. Ésta estudió magisterio en Jaén y en la actualidad preparaba oposiciones ya que, según decía, enseñar y educar a los niños era su gran vocación. Buena prueba era lo que llamaba “la escuela”, es decir, la estancia que montó en la cocina grande del patio de su casa y en la que durante las vacaciones enseñaba a Jacobo, su hermano menor, así como a otros niños de su edad.

Antes incluso de su llegada, Fuentes venía ya impuesto respecto a lo que entonces se sabía de la historia de Sabiote y de la ordenación urbana de su recinto amurallado, pero, ya en la casa, Luis le entregó lo que él llamaba un “recorrido”, que no era otra cosa que una guía con su correspondiente plano, todo hecho por su mano, en donde figuraban los diversos puntos de interés y la descripción de los mismos.

Al siguiente día, tras desayunar con toda la familia, Román ya sabía al salir de la casa que tenía enfrente el barrio del Albaicín y muy cerca la plaza de la iglesia. Y cuando con Luis llegó a la misma, pronto conoció los mesones, el edificio que fue del pósito y en el que entonces radicaban tres escuelas públicas, así como la casa de los Teruel enfrente, en la que también había ya escuelas y estuvo años antes el edificio del ayuntamiento, radicado ahora en la Puerta de la Villa. Admiró después la esbelta torre de la iglesia parroquial, rodearon ésta, hizo preguntas sobre datos y detalles de la puerta del Sol y del arco, y penetraron a continuación en el templo, al que, tras verlo con rapidez, pues iban a cerrarlo, llamó “pequeña catedral”. Contempló a continuación, y le gustó, la portada plateresca de la casa de las Columnas, así como la sencilla y severa fachada renacentista de la de las Manillas.

En tanto caminaban, a Luis lo paraban continuamente vecinos y vecinas con preguntas de este tipo:

-¿Qué, ya has venío? Ahora si que te has tirao tiempo fuera... O bien:

-Cucha, ¿ya estás aquí? A tu papa le he preguntao mucho por ti y siempre me dice que sigues tan bueno.

Y un viejo, que iba montado sobre un burro, lo saludó con afecto y le dijo que venía del campo de coger amapoles para sus conejos. Y galantemente le ofreció algunos para los suyos.

Al llegar al castillo, en la amplia explanada de delante del mismo vieron que había un grupo de muchachas, todas muy arregladas, que miraban con atención la fortaleza. Una de ellas, al verlos, se acercó y saludo a Luis estrechándole la mano efusivamente. Éste le presentó a continuación a su amigo, y ella les dijo que enseñaba el pueblo a unas compañeras de la

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facultad de letras de Granada, que habían visitado Úbeda y Baeza y también querían conocer Sabiote. Al separarse, supo Román por su amigo que ella era Lucía Quirós, amiga desde la infancia de su hermana, así como compañera de la misma en los estudios de magisterio; y que al terminar éstos había seguido y estaba terminando los de filosofía y letras, rama de historia. Le aclaró que entonces era la única mujer de Sabiote que estudiaba en la universidad y que sería la segunda que obtuviera un título de esta naturaleza cuando se licenciara.

Aunque Fuentes no quitaba ojo del grupo de las universitarias, siguieron viendo el castillo y conversando sobre el aspecto externo del mismo, pero Lucía llamó desde lejos:

- Luis, ¿nos podéis ayudar? Los dos amigos, todo solícitos, se acercaron al grupo femenino y ella les dijo:-Mis compañeras me están abrumando con preguntas sobre la historia de nuestro pueblo y

yo no sé qué contestarles. Me pierdo, sobre todo en la sustitución de los caballeros de Calatrava por las huestes del emperador Carlos V, además de en muchas cosas más. Es que éstas son unas empollonas, añadió con gracia.

Ambos se presentaron al grupo y cada uno se refirió a la titulación y conocimientos históricos del otro, pero el forastero termino diciendo:

-El sabioteño y el erudito es éste. Yo, sobre la historia de esta villa poco puedo aclarar que no me haya enseñado él. Pero ¡qué os vamos a decir a vosotras sobre historia sabioteña que Lucía no sepa! Llegó entonces un hombre que se les ofreció para abrir y enseñarles el castillo, si bien antes de entrar Lucía explicó que éste pertenecía al marqués de Camarasa por ser descendiente directo de don Francisco de los Cobos, el secretario de Carlos V que compró al mismo el señorío de Sabiote, castillo incluido, cuando todo ello era de la Orden de Calatrava desde que en el año 1247 se la entregara el rey Alfonso X el Sabio en encomienda.

-¿Luego Sabiote tiene este nombre en recuerdo del rey sabio?, preguntó Román.-No exactamente -contestó Lucía-, el pueblo figura así en crónicas y documentos

anteriores.-Entonces, ¿de dónde proviene el nombre de Sabiote?- Lo más probable es que se trate de un topónimo y que, en consecuencia, proceda, como

en estos casos es habitual, del nombre que tenía el lugar o bien la gente que en tiempos lo habitó, con lo cual tal nombre inicial bien puede ser el de sabos, sabios o algo parecido. Un caso similar lo tenemos en Sabaria, antiguo lugar cercano al lago de Sanabria, que así se llamó porque lo habitaron los sabbos, un pueblo nómada del que hay pruebas que en sus correrías llegó hasta Córdoba. ¿Y quién nos dice que el mismo no pudo llegar aquí y diera origen al nombre de Sabiote? Todo puede ser.

Llegaron y se unieron al grupo Dolores, la hermana de Luis, con una amiga y tres amigos, todos sabioteños y graduados como ella en la escuela normal de Jaén.

-Como veis, el exterior del edificio se halla en buen estado, pero aquí dentro no hay más que ruina y desolación, dijo Lucía cuando traspasaron el pequeño recinto de la entrada del castillo. Éste es el resultado de la invasión francesa de Napoleón, cuyos soldados, que ocuparon la villa en 1812, vivieron aquí, pero al marcharse dejaron el interior destruido. Esa era entonces la costumbre de la fuerza invasora. Luego, el tiempo y la desidia contribuyeron a que todo se halle en la forma en que está. Lo que si os puedo decir es que se trata de un palacio fortaleza cuyas obras, dirigidas por el arquitecto del secretario Cobos, Andrés de Vandelvira, dieron mucho que hablar en aquel tiempo en cuanto parece ser que se hicieron, más que por necesidad defensiva, como signo de poder de su propietario, máxime cuando el mismo, que tantos honores, riquezas, prebendas y poder consiguió, no logró obtener un título de nobleza.

-¿Y los numerosos escudos nobiliarios que hay en los muros del exterior del castillo y aquél que allí vemos?, preguntó otra.

-Son de las familias Cobos y Mendoza. Ella, la esposa, era doña María de Mendoza y Sarmiento, de noble y pudiente familia castellana que se casó cuando sólo tenía catorce años y

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él más de cuarenta. Ya sabéis, matrimonio de conveniencia propio de aquellos tiempos, pero que salió bien, ya que vivieron en buena armonía durante veinticinco años y dejaron dos hijos, Diego, que se casó con la marquesa de Camarasa, y María, que lo hizo con el duque de Sessa. Pero dejemos de hablar de las personas y hagámoslo ahora sobre este lugar, terminó diciendo.

-¿Quieres empezar por el patio? Porque yo, que tantas veces he estado aquí, me estoy haciendo un lío sobre como era, dijo Dolores a Lucía.

-Tenía doble galería de arcos, es decir, abajo y arriba, pero sólo en tres de sus lados, mas no en esta pared que mira al norte y en la que sobre el pozo podéis ver el escudo y la fecha en esa forma: AN 1543. Lo demás lo examinaremos a continuación detenidamente, añadió Lucía. Pero mirad, mirad desde aquí la torre del homenaje, así como ese otro torreón pentagonal que tiene todas las trazas de ser muy anterior a la reconstrucción de Cobos y que incluso dicen que tiene reminiscencias romanas; ved los miradores situados sobre las torres y los adarves, a los que subiremos para contemplar los hermosos campos de este pueblo y las serranías lejanas, es decir, Sierra Morena al norte, y a continuación, en dirección este-sur, las de las Villas, Segura, Cazorla y Mágina. Después veremos lo que queda de los salones que aquí hubo y bajaremos a las mazmorras y caballerizas.

Así lo hicieron durante largo rato, y a continuación las visitantes salieron del castillo dirigidas por el grupo local y se encaminaron al barrio del Albaicín, cuyas típicas casas y calles les habían impresionado cuando las vieron desde la torre del homenaje. Por eso, al llegar se extasiaron en sus callejas, todas con casas modestas y sencillas, pero llenas de encanto. Luego siguieron la muralla, y por un portón abierto en la misma entraron y subieron a la torre de la Barbacana, situada en el sitio El Chiringote y en cuya parte baja está la puerta de los Santos, una de las seis por las que antiguamente se entraba a la villa. Visitaron con posterioridad las iglesias y el convento y dejaron para después otros lugares.

Un poco tarde para comer llegaron a la casa de los Antolino, en donde el padre recibió al numeroso grupo; y la abuela Ginesa justificó la comida que había preparado y la atribuyó a lo imprevisto del aumento del número de invitados, pero quedó contenta ya que recibió las felicitaciones más efusivas de todos los comensales por un menú compuesto fundamentalmente de migas, tanto de chocolate como cortijeras. Pensaba la abuela que para las forasteras tendrían más éxito las primeras, pero cayeron todas y todo, porque las cortijeras estaban acompañadas de rábanos, aceitunas, ajos fritos, cebolletas y fritura de torreznos y chorizo, así como de vino de la cantina de la casa y gaseosa del Cuenco, o sea, todo del pueblo. De esta forma, cuando llegaron platos de habas con jamón, apenas pudieron probarlas, si bien hicieron frente al gazpacho con delectación, así como a los borrachuelos y flores que constituían el postre de tan suculenta como alabada comida.

Se suspendieron con el fausto motivo de las migas las pocas visitas que quedaban por hacer, se prorrogaron éstas hasta el verano, y al anochecer salieron las forasteras para sus respectivos destinos. Después Román dijo a Luis que tras la “borrachera de monumentos sabioteños” (entre los que incluyó a Lucía con carácter preferente), quería dedicar la mañana siguiente a ver el pueblo y hablar con la gente, pero sin acompañamiento alguno. Y como lo pensó lo hizo, pues el lunes, muy de mañana, salió con ánimo de recorrerlo. Cuando amanecía, varias mujeres barrían ya el suelo de las fachadas de sus casas, y algunos campesinos, con abarcas y peales en los pies, cargaban los aperos sobre las bestias de labor. Mas como observara también que un pastor con ganado iba llamando de casa en casa, al picarle la curiosidad preguntó al mismo el motivo, y éste le contestó:

-Mire usted amigo, cada uno nos buscamos la vida como podemos, y yo, al mismo tiempo que pastoreo mi ganao, me saco un real llevando también el de otras personas. Y con ese fin les aviso pa que lo echen “a la vez”, si es que quieren y pagan.

Continuó su marcha el madrileño curioso (como cariñosamente llamaba don Carlos José al invitado), cuando oyó una voz estentórea que ofrecía algo. Dio la vuelta a la esquina y vio un hombre de baja estatura, gorra con visera y cara de pocos amigos que, con las manos atrás, pregonaba dando grandes voces.

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-¿Qué pregonas Pesetillo?, le preguntó una mujer enlutada cuando terminó.-Pues lo he dicho bien claro, contestó el interpelado con mal humor. Pero pa que te

enteres: habas de la Serna a real y medio el kilo en casa de Frasca la Cañamazo.Cuando los rayos del sol empezaron a penetrar en las calles, Román llegó a la Puerta de la

Villa y observó movimiento, pues había gente que iba al mercado, así como otros que formaban grupos de hombres que permanecían en dicha plaza y de los que ya les había hablado Luis. Se acercó a un grupo y al punto se le vio en animada charla con ellos.

Entretanto, al notar los Antolino la ausencia de Román durante el desayuno, Luis les informó del deseo del mismo de ver “el amanecer de Sabiote y de sus gentes”, según él decía textualmente dando a la frase un doble sentido.

-Pues cuando a Román yo le digo lo de madrileño curioso, también lo hago en distintos sentidos -manifestó el padre-, pues utilizo el vocablo curioso dándole dos de las acepciones que la palabra tiene y que en su caso vienen como anillo al dedo: una, su deseo de saber y de averiguar lo que desconoce; otra, el hecho de tratar las cosas con especial cuidado. A mi juicio, es un muchacho culto y bien preparado, terminó diciendo.

Al llegar el convidado a la casa a eso de las dos, justificó primero su tardanza y subió después al dormitorio de Luis en donde éste se hallaba estudiando.

-Vengo entusiasmado, le dijo. Ya se de tu pueblo casi tanto como tú; y lo mejor es que he visto a Lucía y que en el ayuntamiento me ha enseñado el fuero de Sabiote.

-Pero aclárate, dijo Luis con sorna: ¿qué es lo mejor, el fuero o Lucía?El otro lo miró con gesto divertido aunque siguió hablando como si nada hubiera oído.

Pero continuó:-Que sepas que oí a Pesetillo pregonar habas de la Serna; que he visto a Bocarrayo vocear

su mercancía y darle a los niños paloduz y algarrobas a cambio de trapos y alpargates viejos, así como que he conocido a Merengue, a Chocolate y a Chacón.

-Mal concepto vas a formar de mi pueblo...-Muy al contrario. Los dos primeros se ganan la vida en forma que yo desconocía; los

otros son, al parecer, más o menos disminuidos síquicos, pero por lo que he podido apreciar se relacionan y son acogidos con afecto por los demás vecinos. Ahora, eso sí; he visto algo de lo que si bien me habías hablado, no ha dejado de sorprenderme. Me refiero al mercado de trabajo (llamémosle así) que por las mañanas se forma en la Puerta de la Villa. El hecho de que en estos tiempos los trabajadores del campo ofrezcan públicamente sus servicios en la plaza y sean contratados por quienes los necesitan, es algo más propio de un país africano que de un europeo. Aunque he de reconocer que viendo, como he visto, la forma en que se hacía un “trato”, la cosa resulta bastante más humana.

-Explícate. -Yo, diciendo que soy forastero y que estaba esperando que abrieran las oficinas

municipales, frecuentaba los diversos corros y hablaba con unos y con otros. Y a uno de estos corros se acercó también cierto paisano y dijo a un hombre de los allí había estas palabras textuales que se me quedaron grabadas:

-“Oye Juanillo: ¿estás parao?, pues vente conmigo hombre, que me san venteao las habas que sembré en mi olivarillo de la Solana, y tengo que arrancarlas pa que no le den más por saco a las estaquillas”. Como ves -siguió Román-, la forma afable en que en la mayoría de las ocasiones discurren las cosas en los pueblos, tapa el gravísimo problema económico y humano que subyace.

- Así es, dijo Luis. Y añadió: la desigual distribución de la riqueza que afecta a España en general y a Andalucía en particular, no es tan ostensible en este pueblo como en otros, pero evidentemente existe. Por fortuna, la pobreza absoluta en la que aquí se desenvolvían muchas familias hasta hace poco (y que sigue afectando a algunas), se está paliando con la emigración. Con esto, naturalmente disminuye de forma sensible el censo de población, pero el dinero que mandan los que se fueron ayuda a los que quedan. Aunque eso sí, es difícil olvidar toda una época, como la de aquel fatídico año del hambre de 1945-46. Yo era pequeño, pero recuerdo

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que las personas se ponían amarillas, se hinchaban y finalmente morían. De la muerte por hambre hay pruebas en los libros del registro civil, pues el médico local, al certificar no se andaba por las ramas, pese a las presiones políticas del momento, y siempre utilizaba los términos clínicos de inanición o caquexia, con lo cual quedaba clara la causa del fallecimiento.

-Son datos para la historia. Datos terribles, como fueron también los de la guerra civil, que por edad no hemos visto, pero que ahí quedan, dijo Román a la vez que se levantaba cuando oyó que la abuela los llamaba para comer.

El martes de pascua, Dolores, Lucía y sus amigas y amigos, organizaron un paseo a la Corregidora, con la consiguiente merienda que llevaba un burro conducido por su dueño, Ginesico el Parao, ducho en estas excursiones y otras fiestas en las que entretenía a la juventud con sus dichos, acertijos, chistes más o menos picarescos, cuentos y... con su flauta.

El grupo llegó pronto a su destino por ser el camino corto; y Román contempló y admiró desde arriba el profundo barranco de la Corregidora lleno de vegetación, pudiendo comprobar también que había gitanos en la cueva de este nombre, pues toda una familia la ocupaba; y niños, perros y burros de la misma deambulaban por sus alrededores y los del Zurraero, o sea, la cascada de agua que nacía en la cercana tierra de la Vega. Luego, a medida que bajaban y se adentraban en el soto, Lucía le enseñaba los restantes lugares de interés, tales como el puente, el pilar, el arroyo, el peñón del Hueco, la sugestiva y recoleta fuente de la Salud… Todo un lugar de ensueño en el que la juventud visitante gritaba y cantaba, a la vez que miraban de reojo a Lucía y a Román, pues se decía en el pueblo y allí se comentaba, que de estas visitas siempre salía una pareja para el altar.

Y ciertamente algo empezaba a vislumbrarse sobre el dicho, pues, tras la merienda, y antes de que empezara el baile al son de la flauta de Ginesico, la pareja se adentró en la cueva de la fuente para ver las estalactitas, no pararon de bailar luego, y cuando al anochecer se encaminaron a Sabiote, como lo hicieron por la empinada cuesta Peorra, él tiraba de ella para ayudarla a subir y, posteriormente, al quedarse los últimos, las que los miraban con el rabillo del ojo decían al resto que Román siempre procuraba cogerle las manos.

.Las procesiones de Semana Santa locales no tenían por aquellos tiempos el atractivo que después adquirieron, pues las imágenes perdidas durante la guerra se iban reponiendo lentamente, así como sus vestiduras y tronos. Pero cada toque de campana o corneta o bien cada cohete, era motivo para que la chiquillería, los jóvenes y... Román, se lanzaran a la calle en busca de sus respectivos objetivos.

El viernes santo Lucía invitó al grupo a su casa a fin de que desde los balcones vieran la procesión general; y allí Román tuvo ocasión de conocer al padre de ella, Salvador, así como a Martina, la madre, y a los dos hermanos menores.

Martina, que ya se olía algo, observaba con recelo la larga conversación que su hija mantenía con el forastero, pero el padre, que era hombre sencillo, espontáneo y locuaz, tal vez por desconocer el interés del visitante por su hija le hablaba con absoluta normalidad y le gustaba repetir que él era labrador por vocación, profesión y tradición. Esto último lo justificaba diciendo que todos sus antepasados siempre lo fueron, y que el quiñón de seis cuerdas que tenía en la Barquera se venía transmitiendo de padres a hijos desde tiempo inmemorial, sin que nadie ni documento alguno pudiera precisar época en que no fuera de los Quirós. Algo parecido -según dijo-, ocurría con la casa que pertenecía a la madre y antes a sus antepasados, los del Rox, apellido francés procedente, al parecer, de un soldado de esta nacionalidad que se quedó en Sabiote tras la ocupación napoleónica.

De todo lo dicho, así como de su lucha en el frente durante la guerra civil, de sus posteriores problemas económicos y de organización para labrar lo propio y lo ajeno, habló Salvador de forma rápida y desordenada, pero simpática, metiendo de cuando en cuando dichos, refranes, historietas y algún taco que otro, a la vez que presumiendo, de forma un tanto velada, de su esfuerzo y del de su mujer para dar carrera a su hija y del deseo de ambos de que los pequeños sigan el mismo camino.

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Después, con el estruendo de los cohetes, trompetas y tambores cesaron las charlas, y desde los balcones todos vieron el paso de las procesiones. Luego, cuando terminadas y ya en la calle la pareja se aisló unos instantes, él le habló de la galantería de su padre al ofrecerle la casa, y le dijo que si ella se la ofrecía también se quedaría para vivir siempre juntos. Lucía, toda ruborosa, nada le dijo, pero en adelante se separaron del grupo y se les vio pasear solos.

El sábado, don Carlos José mandó sacar el landó, y tras engancharle dos caballos, conducido por él, con Román a su lado y los hijos detrás, iniciaron un viaje con destino a Baeza y Úbeda. De la primera ciudad comenzaron visitando el instituto, del que fue profesor de francés Antonio Machado, y el cual tenía interés en conocer el madrileño por ser su poeta preferido. Luego, recorrieron sus calles y monumentos, comieron en un mesón conocido y marcharon a continuación a Úbeda en donde hicieron un recorrido similar. Ya en casa, quiso saber el padre la impresión de cada uno por lo que habían visto, y si bien los hijos mostraron sus preferencias por Baeza por haber estudiado en ella, Román alabó de la misma su conjunto, y de Úbeda todos y cada uno de sus monumentos.

Al profesor Fuentes le salió un trabajo especial en Sabiote antes de marcharse. Consistió éste en el examen de la tesina fin de carrera que Lucía preparaba y que versaba sobre “Las colonias romanas en Andalucía”. A este efecto, ella llevó a la casa de los Antolino cuantos datos, apuntes y antecedentes tenía, y trabajaron ambos mañana y tarde con el solo paréntesis necesario para ver la procesión del Resucitado, la cual, por tener imagen nueva y reciente, resultó más vistosa que las anteriores.

Román, que con carácter general conocía el tema de las colonias romanas, tanto por haberlo estudiado como por haber trabajado para la localización de una concreta, hizo a Lucía algunas consideraciones sobre las fuentes utilizadas por ella para situar al actual Sabiote en la que fue colonia romana Salaria, a la que hace referencia Plínio el viejo, así como la atribución de santo a Januario, el obispo de dicha colonia, tema éste que estudió el padre Flores y respecto al cual se manifestó en desacuerdo con muchas de las afirmaciones hechas por determinados cronistas de su época.

-Pero dejemos esto -añadió Román-, ya que, sin perjuicio de lo que tú puedas seguir estudiando, creo que una vez en Madrid podré echarte una mano.

Trabajaron después sobre el preámbulo o presentación de la tesina, así como en su índice y distribución del contenido, con lo cual ambos pensaron que quedaba bien dispuesta para que la examinara el director de la misma, y con sus indicaciones y sugerencias, más lo que ellos investigaran sobre la colonia y obispado, presentarla antes del 15 de junio próximo, día éste en que finalizaba el plazo.

Sobre el tema en cuestión Román dirigió desde Madrid una larga carta a su ya novia que comenzaba diciendo:

Amor mío: La carta de hoy te va a parecer menos atractiva (y acaso menos cariñosa), ya que me voy a referir a un tema histórico, cual es la imposibilidad de que la colonia romana Salaria radicara en el actual Sabiote, así como que Januario fuera obispo de la misma. Sobre ello tengo fuentes y bibliografía más que suficientes para demostrar que tal afirmación fue una curiosa patraña inventada en el siglo XVI por un tocayo mío, es decir, un fraile llamado Román de la Higuera, y creída luego, entre otros, por unos cronistas jiennenses que la propagaron. Así es que con la bibliografía y datos que te adjunto, trata el tema en esta forma y no te preocupes porque esto pueda constituir un demérito para tu pueblo, ya que el mismo, por todo lo que se ve y se conserva, como su castillo, Albaicín, murallas y fuero en particular, así como por su historia en general, reúne méritos sobrados para justificar todo lo bueno que de él pueda decirse y escribirse. Por lo demás, creo de verdad, y no sólo por cariño, que tu tesina tiene asegurado el sobresaliente.

Román volvió a Sabiote a mitad de agosto y pasó en el pueblo los días de la feria de San Ginés. Entonces ya era Lucía toda una licenciada en filosofía y letras, rama de historia, si bien el “doctorado en baile” lo hizo junto a su novio en la verbena que por la noche se celebraba en

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la plaza de la Santa Cruz, en donde, sentados junto a una de las mesas que colocaban en los laterales, Martina y Salvador los observaban complacidos. Y es que el muchacho, olvidando que en los pueblos todavía era costumbre que los novios hablaran por las rejas, tan pronto llegó a Sabiote se presentó en la casa de su novia y abiertamente hizo saber a sus futuros suegros la relación que mantenía con su hija, a la vez que les entregó una carta en la cual sus padres les comunicaban la satisfacción que les producía que su hijo tuviera una novia como Lucía, así como el deseo de que la misma pasara con ellos una temporada en su casa de Madrid.

Transcurrido poco más de un año, los padres del novio llegaron a Sabiote para visitar a los de Lucía a fin de pedir para aquél la mano de su hija. Por entonces, él acababa de obtener por oposición la cátedra de la asignatura que desempeñaba como profesor ayudante en la facultad de letras madrileña, así como de conseguir una vivienda en el pabellón de profesores de la Ciudad Universitaria. Y Lucía, que también había superado con éxito otra oposición para acceder como investigadora titulada al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, consiguió su sueño dorado de trabajar en el mismo.

Meses más tarde se celebró la boda en la ermita de San Ginés por deseo expreso de los contrayentes, pero la cena y la fiesta posterior tuvieron lugar en la casa de los Antolino en donde se habilitaron para tal fin el patio y todas las dependencias útiles. Otra nota destacada fue una noticia que se propagó de forma inmediata: Luis Antolino, ya juez de primera instancia e instrucción, se había puesto novio con Virginia López, una sabioteña amiga y compañera de su hermana Dolores, de la que, a juzgar por la forma en que la miraba, parecía estar profundamente enamorado.

Lucía y Román no se retiraron mucho para hacer el viaje de novios. Durante unos días recorrieron la sierra de Cazorla y las cercanas, con sus correspondientes lugares y pueblos de interés. Desde allí fueron a Granada, estuvieron en Jaén y regresaron por Baeza y Úbeda. Doce días inolvidables, pero escasos, según dijeron a familiares y amigos al volver a Sabiote, si bien la brevedad la justificó ella por tener que incorporarse a su destino.

Luego, cuando Lucía insistió en la necesidad inmediata de marcharse para empezar a trabajar, él le dijo con sorna:

-Sí, date prisa y no llegues tarde, que pueden quitarte el puesto tan duramente conseguido.-Pues mi esfuerzo he hecho, que aprobar una oposición en estos tiempos no es tarea fácil,

contestó ella algo picada.-Anda, anda, “que en Sabiote tos nos conocemos”, remató el marido con ironía al tiempo

que se fundían en un apasionado abrazo.

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