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96 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO En los años setenta, ochenta, Gustavo Ala- triste era una celebridad. Había produci- do películas importantes de Luis Buñuel (Viridiana, El ángel exterminador, Simón del desierto) y las suyas propias. Se casó su- cesivamente con hermosas mujeres del am- biente artístico: Ariadne Welter, Silvia Pinal, Sonia Infante. Abrió sus exclusivos cines de arte y luego el complejo de los cines Plaza. Se hizo dueño y director de la popular re- vista Sucesos para todos… En su oficina de Sucesos, precisamen- te, me citó una mañana de principios de los ochenta para proponerme “un nego- cio im portante”, según prometió por la vía telefónica. —Aquí tengo mi chequera abierta —di- jo después de los saludos. Y me la mostró. —Tú me dices la cantidad, lleno el che- que ahora mismo y te lo firmo. Ya después vemos lo del contrato y esos papeleos. Tardé en darme cuenta del asunto que me había llevado a su oficina. Era la pri- mera vez que veía al cordialísimo Alatriste y ya me trataba como a un viejo conocido. —Leí tu novela sobre Excélsior. Quiero hacer una película. —Ah caray. —No pongas esa cara. No te llamo para que escribas el guión, de eso yo me encar- go. Lo que quiero es comprarte los dere- chos del libro. Dime la cantidad de una vez, la que sea —y tomó su Mont Blanc en la actitud de quien está a punto de escribir sobre un cheque. —Ah caray —volví a decir más descon- certado aún. —Tienes razón, tienes razón, necesi- to explicarte cómo entiendo la película. Yo me voy a concretar al cabronazo que les dio Echeverría y que tú cuentas en un tabicón de páginas. No me interesa la fun - dación de Proceso ni las otras chingade- ras. Sólo el golpe. —Está bien. —¿Vieras que a mí me irritó tanto co - mo a ustedes? Estaba furioso. Encabronado porque era un ataque a la libertad de ex- presión, traicionero. Lo que no me explico todavía es que Julio y ustedes se hayan sali- do así del periódico, tan campantes, deján- dole la mesa puesta a… a ese reporteru- cho… ¿cómo se llama? —Regino Díaz Redondo. —Ése. Cómo que ya nos vamos y ahí te quedas con el periódico. No puede ser, carajo. —Bueno, en el libro yo explico/ Alatriste me interrumpió sin soltar su Mont Blanc. Me señaló con ella como si fuera a disparar. —¿Sabes en quién he pensado para que haga el papel de Julio Scherer en la pelícu- la? ¿A quién crees? —Ni idea. —A Héctor Suárez. Ahora sí me sorprendí de veras. Tenía en la mente al Héctor Suárez de aquella pe- lícula dirigida por Alatriste años an tes: Mé- xico, México, ra, ra, ra. Héctor Suárez repre- sentaba a diferentes mexicanos prototípicos, y la película era una sucesión de sketches so- bre la corrupción, repletos de pa l abrotas y chistes y albures que hacían carcajearse al público. Fue un exitazo de taquilla. —¿Héctor Suárez como Julio? —Sería muy original, ¿a poco no? —Pero no es una historia cómica. Héc- tor Suárez es un cómico. —Es un actorazo. Y un actor como él puede interpretar a quien nos dé la gana. Los labios aplanados de Gustavo Ala- triste parecían palpitar con una risita iróni- ca a punto de floración. ¿Me está tomando el pelo? ¿Quiere utilizarme? Modificó el gesto cuando dijo: —La película va a ser totalmente seria, de eso no te preocupes. Dramática como tu libro. —¿Con Héctor Suárez? —¿Sabes cómo pienso el final? —se le - vantó del asiento—. La última escena es en el Paseo de la Reforma. Ustedes van sa- liendo de Excélsior, chille y chille por la ban queta, con mucha gente y curiosos. En - tonces un taxista, que podría ser Héctor Suárez si no lo metemos en el papel de Ju- lio, se asoma por la ventanilla, desde la calle, y les grita a todo pulmón: ¡Pendejos!... La imagen se va a negros. Oscuro final. En ese momento fui yo el que sonrió con franca ironía como diciendo “no ma- mes”. Me levanté del silloncito que estaba frente a su escritorio. —Entonces qué, ¿no le entras? Sabía mi respuesta. Me dejó ir sin ne- cesidad de cruzar más palabras. Cerró la chequera. Lo que sea de cada quien La chequera de Gustavo Alatriste Vicente Leñero Gustavo Alatriste

RUM 85. La chequera de Gustavo Alatrsite

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Vicente Leñero

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96 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

En los años setenta, ochenta, Gustavo Ala -triste era una celebridad. Había produci-do películas importantes de Luis Buñuel(Viridiana, El ángel exterminador, Simóndel desierto) y las suyas propias. Se casó su -cesivamente con hermosas mujeres del am -biente artístico: Ariadne Welter, Silvia Pinal,Sonia Infante. Abrió sus exclusivos cines dearte y luego el complejo de los cines Plaza.Se hizo dueño y director de la popular re -vista Sucesos para todos…

En su oficina de Sucesos, precisamen-te, me citó una mañana de principios delos ochenta para proponerme “un nego-cio im portante”, según prometió por lavía telefónica.

—Aquí tengo mi chequera abierta —di -jo después de los saludos. Y me la mostró.—Tú me dices la cantidad, lleno el che-que ahora mismo y te lo firmo. Ya despuésvemos lo del contrato y esos papeleos.

Tardé en darme cuenta del asunto queme había llevado a su oficina. Era la pri-mera vez que veía al cordialísimo Alatristey ya me trataba como a un viejo conocido.

—Leí tu novela sobre Excélsior. Quierohacer una película.

—Ah caray.—No pongas esa cara. No te llamo para

que escribas el guión, de eso yo me encar-go. Lo que quiero es comprarte los dere-chos del libro. Dime la cantidad de unavez, la que sea —y tomó su Mont Blanc enla actitud de quien está a punto de escribirsobre un cheque.

—Ah caray —volví a decir más descon -certado aún.

—Tienes razón, tienes razón, necesi-to explicarte cómo entiendo la película.Yo me voy a concretar al cabronazo queles dio Echeverría y que tú cuentas en untabicón de páginas. No me interesa la fun -

dación de Proceso ni las otras chingade-ras. Sólo el golpe.

—Está bien.—¿Vieras que a mí me irritó tanto co -

mo a ustedes? Estaba furioso. Encabronadoporque era un ataque a la libertad de ex -presión, traicionero. Lo que no me explicotodavía es que Julio y ustedes se hayan sali-do así del periódico, tan campantes, deján -dole la mesa puesta a… a ese reporteru-cho… ¿cómo se llama?

—Regino Díaz Redondo.—Ése. Cómo que ya nos vamos y ahí

te quedas con el periódico. No puede ser,carajo.

—Bueno, en el libro yo explico/Alatriste me interrumpió sin soltar su

Mont Blanc. Me señaló con ella como sifuera a disparar.

—¿Sabes en quién he pensado para quehaga el papel de Julio Scherer en la pelícu-la? ¿A quién crees?

—Ni idea.—A Héctor Suárez.

Ahora sí me sorprendí de veras. Teníaen la mente al Héctor Suárez de aquella pe - lícula dirigida por Alatriste años an tes: Mé -xico, México, ra, ra, ra. Héctor Suárez repre -sentaba a diferentes mexicanos prototípicos,y la película era una sucesión de sketches so -bre la corrupción, repletos de pa labrotas ychistes y albures que hacían carcajearse alpúblico. Fue un exitazo de taquilla.

—¿Héctor Suárez como Julio?—Sería muy original, ¿a poco no?—Pero no es una historia cómica. Héc-

tor Suárez es un cómico.—Es un actorazo. Y un actor como él

puede interpretar a quien nos dé la gana.Los labios aplanados de Gustavo Ala-

triste parecían palpitar con una risita iróni -ca a punto de floración. ¿Me está tomandoel pelo? ¿Quiere utilizarme?

Modificó el gesto cuando dijo:—La película va a ser totalmente seria,

de eso no te preocupes. Dramática comotu libro.

—¿Con Héctor Suárez?—¿Sabes cómo pienso el final? —se le -

vantó del asiento—. La última escena esen el Paseo de la Reforma. Ustedes van sa -liendo de Excélsior, chille y chille por laban queta, con mucha gente y curiosos. En - tonces un taxista, que podría ser HéctorSuárez si no lo metemos en el papel de Ju -lio, se asoma por la ventanilla, desde la calle,y les grita a todo pulmón: ¡Pendejos!... Laimagen se va a negros. Oscuro final.

En ese momento fui yo el que sonriócon franca ironía como diciendo “no ma -mes”. Me levanté del silloncito que estabafrente a su escritorio.

—Entonces qué, ¿no le entras?Sabía mi respuesta. Me dejó ir sin ne -

cesidad de cruzar más palabras. Cerró lachequera.

Lo que sea de cada quienLa chequera de Gustavo AlatristeVicente Leñero

Gustavo Alatriste

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