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Rumbo a tierra nueva. Encuentros y desencuentros en torno a la fábrica de la ermita de Guadalupe, extramuros de la Ciudad de San Luis Potosí. 1654-1664 Jorge E. Traslosheros H. El Colegio de Michoacán A mi bella dama antigua, doña Beatriz González de H. -I- Desde que el Nicán Mopohua saliera de la pluma de los indios sabios del colegio de Santa Cruz de Tlatelolco (c.1560),1hasta las obras más recientes que versan sobre la virgen de Guadalupe y que se cuentan por montones en periódicos, libros y revistas; durante esos cientos de años mucho se ha discutido en torno a la virgen del Tepeyac y sus consecuencias para lo que hoy es México. Durante más de 400 años muchas han sido las obras y más los pensadores que de ello se han ocupado. Desde los cuatro evange- listas guadalupanos del siglo xvn, Br. Miguel Sánchez, don Luis Lasso de la Vega, don Luis Becerra y Tanco, don Francisco de Florencia,2hasta las reflexiones de los cuatro científicos de nues- tros días, David Brading, Jaques Lafaye, don Francisco de la Maza y don Edmundo O’Gorman;3 sea por las genialidades de fray Servando Teresa de Mier a finales del siglo xvm y principios del xix,1 o bien en las interesantes y bien sustentadas proposiciones de Clodomiro Siller en nuestros días;' fuesen o sean los pensadores aparicionistas o antiaparicionistas -todos ellos finalmente guada- lupanistas-, a través de tantos años de reflexión y pleitos, encuen -

Rumbo a tierra nueva. Encuentros y desencuentros en torno ...estrella parecía opacarse. La falta de brazos y avío para las minas ... (donde estuvo nueve días haciéndole un novena

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Rumbo a tierra nueva.Encuentros y desencuentros en torno a la fábrica de la ermita de Guadalupe, extramuros de la Ciudad de San

Luis Potosí. 1654-1664

Jorge E. Traslosheros H.El Colegio de Michoacán

A mi bella dama antigua, doña Beatriz González de H.

-I-

Desde que el Nicán Mopohua saliera de la pluma de los indios sabios del colegio de Santa Cruz de Tlatelolco (c.1560),1 hasta las obras más recientes que versan sobre la virgen de Guadalupe y que se cuentan por montones en periódicos, libros y revistas; durante esos cientos de años mucho se ha discutido en torno a la virgen del Tepeyac y sus consecuencias para lo que hoy es México.

Durante más de 400 años muchas han sido las obras y más los pensadores que de ello se han ocupado. Desde los cuatro evange­listas guadalupanos del siglo xvn, Br. Miguel Sánchez, don Luis Lasso de la Vega, don Luis Becerra y Tanco, don Francisco de Florencia,2 hasta las reflexiones de los cuatro científicos de nues­tros días, David Brading, Jaques Lafaye, don Francisco de la Maza y don Edmundo O ’Gorman;3 sea por las genialidades de fray Servando Teresa de Mier a finales del siglo xvm y principios del xix,1 o bien en las interesantes y bien sustentadas proposiciones de Clodomiro Siller en nuestros días;' fuesen o sean los pensadores aparicionistas o antiaparicionistas -todos ellos finalmente guada- lupanistas-, a través de tantos años de reflexión y pleitos, encuen­

tros y desencuentros, se ha podido llegar en nuestros días a un punto de común acuerdo y es que, parte muy importante de la identidad del mexicano, de nuestra mexicanidad, se forjó en los hornos guadalupanos, se moldeó a golpes guadalupanistas. Y que ese fuego fue avivado y la masa sostenida, en mucho, por un grupo social que se hizo presente e importante en la vida novohispana a lo largo del siglo xvn, bien en el clero diocesano, en los cabildos de pueblos y ciudades españolas, en los empresarios privados, hacen­dados y mineros, por un sujeto social que hoy identificamos como criollos.

No obstante tantos esfuerzos y no menos pleitos, resta por hacer lo más. A pesar de todo, no hemos descendido aún a la cotidianidad de la historia de aquel culto, de sus vicisitudes, cuitas, a la forma en que aquellos hombres lucharon por su devoción y en ella por su identidad en el quehacer de todos los días.

De cara a este problema, en estas líneas queremos contar una pequeña y linda historia de guadalupanos comunes, de encuentros y desencuentros, de luchas y acuerdos, la historia de la ermita de Guadalupe extramuros de la ciudad de San Luis Potosí entre 1654 y 1664. Una historia pedacito de aquella historia mayor que está por escribirse.

Antes, hay que decir que la importancia de esta ermita no es poca, pues se trata de uno de los primeros, si no el primer santuario de monta que se contruyó fuera de la ciudad de México,6 tan sólo seis años después de haber aparecido la obra del primer evangelis­ta guadalupano, Br. Miguel Sánchez, obra que marca el inicio de la difusión consistente y sistemática del culto a la virgen de Guadalu­pe allende la ciudad de México, empresa encabezada en lo funda­mental por los criollos y no necesariamente intelectuales.

Converge nuestra pequeña historia con la reforma de la iglesia del antiguo Michoacán encabezada por el obispo Ramírez de Prado y el cabildo catedral michoacano,7 reforma que fue expre­sión local de una transición general de la iglesia y sociedad novo- hispanas. La transición de una iglesia misionera y fraylesca a otra diocesana, disciplinaria y episcopal, de una sociedad rural a otra

urbana, de un mundo representado por el monasterio erguido a media campiña a otro visible en las ciudades por la arquitectura monumental de las catedrales, el tránsito de una sociedad susten­tada en la economía comunitaria de los indígenas, a otra que se levantaba sobre la empresa privada de mineros y hacendados, en su mayoría criollos.8 No es, pues, obra de la casualidad que la lucha que sostuvo la ciudad de San Luis Potosí por la construcción de su santuario guadalupano coincidiese en el tiempo con la que libra­ron el obispo y capitulares de la catedral michoacana por la construcción del edificio monumental que hoy es testigo vivo de toda aquella época, edificio que domina el paisaje de lo que hoy es la ciudad de Morelia, su preciosa y monumental iglesia catedral.9

Ahora bien, si todo lo anterior no fuese suficiente para dar importancia y gravedad a nuestro santuario, la tiene por el simple hecho de que, gracias a los esfuerzos de aquellos hombres, hoy podemos contar una linda antigua historia.

-II-

Fundado en 1592, para 1649 el pueblo de San Luis Potosí se había transformado en el asentamiento más grande del obispado de Michoacán. Poblado de españoles, mestizos, negros y mulatos (con quinientos vecinos españoles y dos mil quinientas almas de confesión), era asiento del alcalde mayor teniente de capitán general de aquella dilatada comarca. A dos leguas de distancia tenía su par indígena, el pueblo de San Miguel Mezquitic formado por inmigrantes de origen tlaxcalteca, mexica, otomí y tarasco. Su riqueza, la minería y todo lo que giraba alrededor de ella.1"

Sus minas, por ser de fundición, tenían la ventaja de no depen­der del azogue como las demás de Michoacán y Nueva España. Esto evitaba suspensiones en el beneficio de los metales y abara­taba mucho los costos. Para 1649 se nos dice que se quintaban más de cien mil marcos de Plata y también algo de oro.11

Su riqueza le ganó el privilegio de ser asiento de una de las cajas reales de “Su Mejestad”, privilegio del cual sólo gozaba en el

obispado de Michoacán el real de Guanajuato, y en la audiencia de México los puertos de Acapulcoy Veracruz, el real de Pachuca, y Mérida.12

En lo religioso, era beneficio secular atendido por más de veinte clérigos, aunque el cura compartía la administración de las almas con dos conventos, el de San Francisco de la provincia de Zacatecas y el de San Agustín de la provincia michoacana, mismos que adoctrinaban indios.

Hacia mediados del siglo xvn y aún desde antes,13 su buena estrella parecía opacarse. La falta de brazos y avío para las minas y poblaciones perjudicó fuertemente al real de minas,14 lo que seguro se agravó con las enfermedades que azotaron aquella zona desde septiembre de 1652 hasta bien entrado 1653 por lo menos. Para agosto de 1654 en Valladolid se recibían informes sobre la carestía de la vida en el pueblo de San Luis Potosí y de la migración de los trabajadores.15 Mal y de malas, también por esos años se quitó al pueblo su caja real, con seguridad en fecha posterior a marzo de 1649.1,1

Es probable que, ante tantos males que amenazaban efectiva­mente su prosperidad y acorde con las creencias de entonces, los españoles (criollos) volvieran sus ojos a otra estrella, a un “lucero de la mañana” que por aquellos entonces empezaba a extender su presencia por todo el reino de la Nueva España, y que pronto habría de convertirse en punto de referencia obligado para sus pobladores de toda calidad y condición.

El 14 de abril de 1654,17 el juez eclesiástico de San Luis Potosí, don Juan Pardo de Quezada, escribía desde aquel pueblo a fray Marcos Ramírez de Prado, obispo de la iglesia Michoacana. Entre otras cosas, en su carta le informaba que el tesorero de la caja real andaba muy entusiasmado con querer fundar una capilla. No obstante no tener todavía recurso alguno, ya buscaba un sitio para su fábrica. Como fuera, agregaba con cierta sorna, no era nada de tomarse en serio pues ese don Francisco de Castro Mampaso pocas cosas cumplía. Por cierto, la capilla sería ofrecida a la virgen de Guadalupe de México.

Poco después, el 9 de mayo, se apersonaba en Valladolid, ante el “prelado y pastor” de la iglesia michoacana, el apoderado de los oficiales de la caja real de San Luis Potosí, y escribano de la misma, don Alonso de Pastrana.18 Su misión, solicitar licencia para la fábrica y patronato de la ermita.19

En la solicitud se apuntaba que, durante aquellos difíciles años en la vida del pueblo, el tesorero de la caja real había mandado hacer un “trasumpto” del “verdadero retrato” de la virgen de Guadalupe “que está extramuros de la ciudad de México”. Una vez terminado, fue llevado a San Luis Potosí y colocado, con licencia del obispo, en la iglesia mayor (parroquial) para regocijo de propios y extraños. Según afirmaban tan importantes sujetos en su petición, aquel

fue de los días de más concurso que ha habido en este pueblo, haciéndose una solemne procesión desde el convento de nuestra señora de la Merced (donde estuvo nueve días haciéndole un novena­rio de misas) [entre paréntesis en el original], con todas las cofradías, religiones y clérigos, el alcalde mayor y diputados haciendo muchos altares, chanzonetas, y loas que a la venida de la virgen se represen­taron y cantaron continuando con la devoción tan grande que se tiene...

A partir de entonces, continúa la solicitud de aquellos oficiales reales, habían sido muchas las mercedes concedidas por la virgen a los pobladores. Así, cuando fue retirada la caja real del pueblo, don Francisco de Castro Mampaso hizo manda a la Guadalupana prometiéndole que, si volvía aquella a San Luis Potosí, él le construiría ermita en gratitud por su protección.

La caja real volvió a finales de 1653 y, desde entonces, “las minas están en prosperidad de metales y ricos”, tanto que de diciembre de 1653 a mayo de 1654 “Su Majestad” había cobrado y se habían entrado en la reinstalada caja la cantidad de 41,000 pesos, suma que tenía muchos años que el rey no obtenía de aquel

real. Y todos decían, “en justicia”, ser producto de la generosa protección que les brindaba aquella virgen.

El tiempo de cumplir su promesa había llegado para el tesor ero don Francisco de Castro, y si bien él había concebido tal proyecto, ya no estaba solo en su empresa. Contaba con el apoyo de los demás oficiales de la caja real quienes se ofrecían por patrones principales de la fundación, con compromiso de dar 200 pesos el tesorero y otro tanto el contador, y 100 pesos cada uno de los cinco oficiales restantes. Además, se comprometían a conseguir otros cien patrones de 100 pesos cada uno. Si bien esto fue importante no era todo.

También prometían que “la república deste pueblo” la juraría por patrona, se le harían dos fiestas en el año y, para la suya se gestionaría la autorización del virrey para disponer 100 pesos, de los bienes del pueblo, “que por todas partes se va augmentando (sic) la devoción que a esta señora se siente en este pueblo”. Y, muy importante, ofrecían al obispo michoacano el honor de ser el primer patrón.

Por todo lo anterior, tesorero y demás oficiales de la caja real de San Luis Potosí solicitaban licencia a su “Señoría Ilustrísima” para, “hacer edificar casa a la que lo fue y morada de nuestro Dios y señor [...] donde ha de estar la efigie verdadera de la reina de los ángeles”.

El 31 de mayo fray Marcos Ramírez de Prado,20 concedía licencia bajo ciertas condiciones que eran: cuando se terminara su fábrica y tuviere el “orden y decoro” suficientes, se le debía dar aviso para que fuera visitada y él nombrase capellán y sacristán para su culto y servicio; que la fundación fuera a título de santuario donde sólo se celebraría culto a la virgen, sin administración de sacramentos y; que su construcción se hiciese en terrenos libres de todo compormiso. Al parecer todo quedaba claro. Pero sólo pare­cía.

Contra los augurios de don Juan Pardo de Quezada y ante él como autoridad eclesiástica, Gaspar Núñez vecino de San Luis Potosí, el 12 de diciembre de 1654 hacía donación de unos terrenos

en las afueras del pueblo, llamados Tierra Nueva, para que allí se erigiese capilla a la virgen de Guadalupe. En el mismo acto, el generoso donador era recibido por patrón de la fundación, y por ello gozaría de las gracias, indulgencias y prerrogativas debidas.21

El 13 de febrero de 1656, en solemne ceremonia presidida por don Juan Herrera Sandoval, beneficiado de San Luis Potosí, y en presencia de la ciudad y sus vecinos se colocaba la primera piedra de la ermita de Guadalupe.22 El regocijo de don Francisco de Castro Mampaso debió ser grande al ver que su sueño empezaba a tomar cuerpo, sueño que no pudo ver culminado porque al poco tiempo murió. Su lugar como promotor de la fábrica, por petición personal del tesorero, lo ocuparía don Francisco de Alcorta quien era vecino y mercader de aquella ciudad.23 Casualidad del destino, ese mismo año San Luis Potosí dejó de ser un simple pueblo y obtuvo el título de ciudad.2,1

El 18 de enero de 1657 fray Marcos Ramírez de Prado se encontraba de visita en la ciudad de San Luis Potosí y a él dirigió sus pasos don Francisco de Alcorta quien le planteó el siguiente problema. Poco antes de morir, don Francisco de Castro le había pedido, a título personal, que tomara a su cargo tan importante fábrica y para ello había dejado algunos efectos personales, mis­mos que se agotaron rápidamente. La obra no podía continuar pues, no obstante su voluntad y los deseos del difunto, no había parte legítima para cobrar los muchos donativos y legados existen­tes en favor de la capilla guadalupana. Ante el problema, pedía al prelado confirmara la voluntad del finado tesorero a modo de ser él la parte legítima en la cobranza y llevar a feliz término la fábrica de la ermita. La súplica es atendida con generosidad por el obispo y lo nombra superintendente y mayordomo de la obra del santua­rio de la virgen de Guadalupe extramuros de la ciudad de San Luis Potosí.25

Como bien señalara don Francisco de Alcorta, no eran pocos los donativos, limosnas y legados testamentarios para aquella capilla, y varios eran los pleitos que había pendientes sobre el particular! Ejemplo de ello tenemos en el donativo de 9,000 pesos

que hiciera Juan Ramos, vecino de San Luis Potosí, de los tienes del capitán Origüela quien le debía tal cantidad. También en los muchos enredos que había en torno al testamento del mismo don Francisco de Castro Mampaso derivados de la falta de limpieza con que los albaceas, don Juan Herrera Sandoval, cura de San Luis, y el sargento Vitoria, trataban la herencia, razón por la que el superintendente no podía cobrar un céntimo de la misma, no obstante haber dejado don Francisco por heredera universal “a su ánima” y con ello la obligación de utilizar todos sus bienes para su salvación eterna -vale decir para el santuario de Guadalupe.26

Sin embargo lo peor era que había quienes, a pesar de estar obligados así por compromiso ante el obispo, como por el ejemplo debido, no cumplían sus promesas. Por ello, el 4 de marzo de 165727 el mayordomo y superintendente de dicha fábrica acudía de nueva cuenta ante el obispo, todavía presente en San Luis Potosí. El edificio se adelantaba con la limosnas pedidas a título de lo ofrecido por los patronos fundadores, esto es, sobre la base de tan definitivo antecedente. Sólo que esos fundadores eran precisa­mente los que no cooperaban en nada, fuera de los pocos pesos que habían adelantado al concederse la licencia en 1654.

Ese mismo día fray Marcos, con el fin de evitar el “peligro de descaecer de la devoción que se debe a tan alta señora y entendien­do a que las mandas hechas a Dios nuestro señor y a su bendita madre son deudas debidas”, rogaba y encargaba a aquellos oficia­les de la caja real que pagasen a don Francisco de Alcorta sus deudas. Hubo que esperar el tercer requerimiento y excomunión para que las partes pudieran llegar a un acuerdo.

La negativa de aquellos distinguidos señores para cumplir con los ruegos y encargos del obispo se sustentaba en lo siguiente. Argumentaban que, según la licencia concedida por el prelado en 1654, ellos deberían ser los patrones de dicha fundación, sin embargo jamás habían recibido confirmación ni nombramiento alguno por parte del obispo. Y dado que su “Señoría Uustrísima” en persona había nombrado mayordomo y superintendente de la

fábrica, debía entonces entenderse que él era quien hacía las veces de patrón y, por no serlo ellos, cesaban todas sus obligaciones.

Según el mayordomo, seguramente representando aquí la vo­luntad misma de fray Marcos, no había “llegado el tiempo ni ocasión en que haygan (sic) de ser nombrados por patrones”, y más porque el mismo obispo les tenía ofrecido que, llegado su momen­to se les haría tal distinción, lo que sucedería al terminarse la erección del santuario. Cuando, según la licencia concedida, todo estuviese en condiciones para que el obispo hiciese nombramiento de capellán, sacristán y dispusiese lo demás para el culto a la virgen. Así, sus obligaciones seguían vigentes.

Como vemos, era un “detalle” el que los separaba. Unos querían el nombramiento ahora y el pago después. El obispo y mayordomo querían el pago ahora y el nombramiento después. Detalle que significaba el control sobre el santuario ahora y después. Obispo celoso de sus deberes no podía dar ocasión a que un grupo de supuestos patrones, por importantes que fuesen, le impusieran condicion alguna. Las condiciones él las pondría.

Los problemas se prolongan hasta septiembre de ese mismo año, mes en que el espíritu enérgico y conciliador del obispo termina por imponerse. Ni nombramiento ni pago. Forzada la situación por la excomunión fulminada contra los oficiales de la caja real, a cambio de la promesa de que efectivamente ellos verían cumplidos sus deseos, depositarían en el juez eclesiástico todo el dinero en deuda. El obispo conservaba para sí el control sobre la fábrica y los oficiales reales verían convertidos en realidad sus anhelos, justo cuando el obispo lo creyera conveninete.

En paz todo mundo, el 25 de octubre de 165728don Francisco de Alcorta, en su calidad de mayordomo y superintendente, anuncia­ba que en breve se pregonaría el techo de la capilla para que los interesados presentaran sus propuestas. Esto es, se sacaría a concurso la concesión para construir el techo del santuario. La obra avanzaba y rápidamente. Para el 9 de abril de 166(P el mayor­domo, ante el alcalde mayor de San Luis Potosí, tomaba posesión de dicha ermita y del solar, sitos en Tierra Nueva. Cerró y abrió

puertas, se paseó por el sitio, “arrancó yerbas y tiró piedras e hizo otros actos de posesión”.

Para principios de 1662, la capilla estaba lista, en orden y con decoro para transformarse en el santuario de la virgen de Guada­lupe de México. El esfuerzo colectivo de aquella ciudad había adornado bellamente su pequeño y querido templo. En su interior no faltaban lámparas, aras, cálices, patenas, vina jeras y candeleros, todos de plata; una casulla de lana fina con su estola y demás enseres de vesturario; ámitos, corporales de cambray deshilados de oro con puntas también de oro, otra casulla de damasco leona­do, cortinas, un cielo de cama con cinco cortinas y rodaquis y bal- doquín de terciopelo verde todo bordado de oro; un Cristo grande para el altar mayor, cuadros de los doce apóstoles, de los cuatro doctores y otro de San Ildefonso; un órgano viejo, tres campanas ya colocadas en el campanario, un misal, y otro tanto de cosas cu­riosas.30 Tan sólo faltaba colocar en el templo el “trasumpto” del original de la virgen de Guadalupe. Todo estaba listo para que aquellos hombres, aquella ciudad, vieran culminar su obra para su virgen, para dar un lugar a su devoción.

La tarde del 19 de enero de 166231 fue memorable para la ciudad de San Luis Potosí. Visitada la capilla por fray Diego de Aguilar, visitador del obispado por nombramiento de fray Marcos Ramírez de Prado, y concedida la licencia necesaria por el obispo, se procedería a abrir la capilla y santuario, bendecirlo, dedicarlo y colocar en el mismo a la “santísima virgen”, para “aumento de su devoción, paz del reino, grandeza de la monarquía, bien de la iglesia, salud del obispo, bienestar de la ciudad y consuelo de toda la comarca”.

Las celebraciones tendrían tres momentos. Primero, procesión solemne y toma de posesión del santuario en la víspera del 20 de enero, día de San Sebastián; segundo, el día veinte se haría la dedicación, bendición y “collación” y; tercero, octava de misas con la participación, cada día y en este orden de, cabildo y regimiento de la ciudad con el visitador, oficiales y jueces de la real caja, mineros y hacendados, republicanos, mercaderes y dueños de

tiendas, gremio de zapateros, para finalizar con la cleresía. En suma, la celebración conjunta de todos los estamentos y corpora­ciones principales de aquella ciudad.

La tarde del 19 de enero de 1662, víspera de San Sebastián, fue memorable para la ciudad de San Luis Potosí.

Cantándose las vísperas con toda solemnidad y general paz, consuelo, devoción y quietud y procediéndose a la dicha procesión, para cuyo mayor aplauso y festejo y veneración asistencia y súplica de los vecinos al dicho señor general [alcalde mayor], se dispuso una solda­desca que con regocijo y alegría iba haciendo salva a la sanctísima imagen que se llevaba en la dicha procesión, mostrando todos los vecinos y feligreses así españoles como naturales, mestizos, negros y mulatos el singular consuelo y gusto que les causaba semejante acto [...] prosiguiéndose la dicha procesión con suma veneración, reveren­cia y compostura, paz y alegría interior de todos, que se manifestaba por los júbilos, aplausos y demostraciones esteriores...

Envuelta en devoción y júbilo, la procesión seguía su camino rumbo a Tierra Nueva, a través de calles profusamente adornadas de flores y altares, donde se cantaban “motetes” y otras loas de “regocijo y acción de gracias”.

Apenas había salido la procesión de la ciudad, de súbito se detuvo. Le habían dado aviso al alcalde mayor y éste al visitador que, a las puertas de la ermita estaban los franciscanos con cruz alta y revestidos de capas, listos para recibir la procesión y a fray Diego de Aguilar como a persona que representaba al señor obispo. Actitud que indicaba inequívocamente que los franciscanos de la provincia de Zacatecas se sentían dueños de aquella capilla. De lo que sucedió después tenemos tres versiones. La de fray Diego de Aguilar visitador el obispo, la del alcalde mayor de San Luis Potosí don Fernando de Flores, y la del guardián del convento de San Francisco de aquella ciudad fray Francisco de Anzía.

Según fray Diego de Aguilar, apenas supo de ello mandó llamar a fray Francisco de Anzía quien se encontraba en la procesión junto con sus hermanos de hábito. Inquirido por el visitador, el

fraile contestó que, si se encontraban a las puertas de la capilla era porque estaban “en su casa propia”, en tierras de indios bajo su administración.

Terció el alcalde mayor reclamando que aquella tierra era sólo del rey y la ermita de su real patronato, por lo que pedía a fray Diego mandase a los religiosos no perturbar ni alterar “el populo­so consenso de toda la ciudad”. Sin reparar en las palabras del alcalde ni en los ánimos de la gente -continúa el relato de los sucesos-, el guardián llevó una de sus manos a una de las mangas de su hábito y “sacándose un papel de la manga” (literal en el texto) lo entregó al visitador.

El joven e inexperto alcalde, visiblemente alterado, estaba dis­puesto a dar por terminada la procesión. Con mayor experiencia, fray Diego de Aguilar pidió al alcalde que se “sosegase”, al tiempo que mandó a los franciscanos retirarse del sitio para que todo siguiese “con igual, paz, sosiego y quietud”. Pero aquellos francis­canos no estaban dispuestos a abandonar su puesto. Es más, querían recibir la imagen, tomarla en sus manos y “entrarla” en la capilla “con título de administración”. La situación no era fácil pues, ante la rebeldía, aquellos frailes en derecho merecían la ex­comunión, por otro lado impensable en aquellas circunstancias. Se requería tanta prudencia como energía.

Fray Diego de Aguilar, entonces, pidió al juez eclesiástico, don Juan Pardo de Quezada, parárase frente de la puerta de la ermita para recibir la imagen de la virgen de Guadalupe y a la procesión, sin permitir que los franciscanos hiciesen algo que “indujese título ni pretexto de administración”.

La procesión siguió su marcha, mas al llegar a las puertas de la capilla, los querellosos franciscanos seguían en lo suyo. El visitador de nueva cuenta volvió a requerir al guardián para que se alejase del sitio, y como éste se negara, él en persona quitó la cruz a los frailes. Acto seguido, fray Francisco de Anzía mandó a los suyos regresar al convento.

Pasado el percance, continúa la versión del visitador, fray Diego de Aguilar tomó la mano del alcalde mayor y “con el

reconocimiento debido a su majestad y su real patronato” le dio posesión de la capilla poniéndola bajo su protección. Después él mismo tomó posesión por la jurisdicción eclesiástica y dejó el santuario en manos del capellán nombrado por el obispo. Acabada la ceremonia, visitador y alcalde se dieron “muestras de gratitud y mutua amistad”. Como corolario, pidió a todos los fieles regresar a la ciudad y continuar los festejos con todo “regocijo y gusto”.32

La versión del alcalde mayor don Fernando de Flores es casi idéntica a la rendida por el visitador. Se agregan tres puntos. Uno, durante todos los años que duró la construcción de la ermita, años en que fue visitada en persona por el obispo, nadie hizo contradic­ción alguna, hasta el momento mismo de los hechos sucedidos la tarde del 19 de enero. Dos, que las pretensiones de los francisca­nos eran falsas por ser tierras de la ciudad y no de indios. Y tres, que nadie podía construir templo a título de administración sin poseer licencia de “Su Majestad” al efecto, y por eso aquella había sido construida a título de santuario exclusivamente.33

Los frailes de la provincia de San Francisco de Zacatecas dieron una versión un tanto distinta de lo sucedido, contenida en el papel que fray Francisco se sacó de la manga, y en la información que hicieron días después para ser presentada ante el obispo Ramírez de Prado.'1

Según fray Francisco de Anzía, en obediencia a un “acuerdo superior”, mandó a un grupo de sus hermanos que se adelantaran para recibir a las puertas de la ermita a la procesión y al padre visitador “como a prelado, con cruz y capas y ciriales y (sic) incensario por estaren el territorio del convento”. Sólo que antes que nada sucediera, apareció el alcalde dando voces, alterando al vulgo, exigiendo que se retiraran de la puerta de la ermita, y amenazando con suspender la procesión.

Según fray Francisco de Anzía, él en persona explicó al alcalde mayor que el asunto era “acción elcesiástica y no le competía”, por lo que todo se arreglaría ante la autoridad competente que allí mismo se encontraba. Pero el alcalde no entendió razones, ni atendió a las palabras del mismo visitador quien intentaba calmar­

lo, palabras q uc le valieron a fray Diego de Aguilar la acusación de tener previo acuerdo con el guardián. En fin, como aquél no entendiera nada, entonces el visitador pidió a fray Francisco que se encaminaran juntos a la ermita y, al llegar al sitio le pidióla cruz “que al punto se la entregué”. En tan buenos términos quedaron el guardián y el visitador, que al día siguiente el mismo fray Diego había ido al convento a consolarlo, ya que su pesadumbre era mucha. Incluso insistió en invitarlo a la octava de misas que ya se celebraba en el santuario, lo que no pudo ser por la gran oposición que hiciera el alcalde, tanta que el mismo visitador retiró la invitación.

En suh.^, ellos no habían procurado “alterar ni inquietar a nadie”, tan sólo habían actuado conforme a su derecho por estar la ermita construida en tierra de indios, llamada Tierra Nueva, visita y doctrina de su convento.

Al día siguiente, el alcalde mayor mandó sacar testimonio de lo actuado por la justicia eclesiástica -que es la versión de fray Diego de Aguilar-, y realizó la propia para ser enviadas al virrey conde de Baños, a modo que “Su Excelencia”, en su calidad de vicepatrón, proveyese lo necesario. El 24 de enero, los patrones de la ermita seguían los pasos del alcalde.

Por su parte, el 23 de enero el guardián del convento de San Francisco terminaba su informe para ser enviado al obispo. Por último, más sereno, el visitador esperaba a que termínasela octava sin mayor problema, y el 3 de febrero remitía su informe y autos a Valladolid, para ser revisados por el obispo.

Aquellos religiosos, otrora tan pasivos, se empiezan a mover con celeridad. El 7 de febrero35 se hacía presente su procurador en Valladolid para informar de lo sucedido al prelado michoacano y pedir su protección. La petición y querella, que reproduce la versión arriba expuesta, concluía con palabras que dejaban muy mal al visitador y chanteajaban al obispo. En agresivo manojo de palabras, se apuntaba que:

...en la ocasión presente se ha querido ultrajar y lo sagrado de la religión con tanto desprecio excluyéndonos y echándonos de la iglesia por dar gusto y placer a un tal alcalde mayor sin ciencia, edad, ni experiencia, todo motivado de haberse fabricado una ermita dentro del territorio de la administración del convento [...] cosa que siempre y perpetuamente ha de sentir esta provincia, y lo más sensible y sin igual encarecimiento que gobernando su señoría ilustrísima y siendo nuestro prelado se haga befa a los religiosos de su orden...

En este tenor exigían al obispo que declarara ser la ermita de ellos. D e lo contrario, pedirían el auxilio del rey, el auxilio de la real fuerza, lo que de hecho era una amenaza.

Si los hermanos de hábito del obispo apostaron a esta condi­ción, fallaron. En un lenguaje muy poco usual por lo duro, el obispo manda al procurador “ante quien deba”. Su petición era indeterminada, no contenía autos probatorios algunos hechos ante autoridad competente y, por la amenaza de acudir ante la real justicia, era claro que recelaba del tribunal eclesiástico. Con él no había nada que tratar.36

Poco después y en mejor conocimiento de los hechos, el obispo mandaba cerrar la ermita para evitar mayores problemas y en espera de solución al conflicto por la real justicia. Las llaves que­darían depositadas en el juez eclesiástico de la comarca, de suerte que, quien osare entrar al santuario sería excomulgado en el acto.37 Y es que, en efecto, una de las condiciones del obispo para otorgar licencia no se había cumplido. Tierra nueva era tierra comprome­tida por un largo litigio entre los indios de la doctrina franciscana y la ciudad de San Luis Potosí. Aquella Tierra Nueva estaba en disputa.38

Los esfuerzos de los hermanos menores de San Francisco no se limitaron al fuero eclesiástico. Acudieron también y principalmen­te ante el virrey y abrieron causa ante la real audiencia. Inteligen­tes, presentaban los hechos de tal suerte que todo quedase en una disyuntiva. Por un lado, afirmaban que los pretendidos patrones de la ermita habían actuado contra lo dispuesto por el obispo michoa-

cano pues Tierra Nueva era tierra de indios, indios sujetos a su ad­ministración, por lo que la ermita debía adjudicárseles. Por el contrario, si se aceptaba la administración de un clérigo para la misma, entonces debía considerarse la insuficiencia de aquella licencia del obispo pues, para tal contrucción, se hubiese requeri­do licencia del real patrono, así que la ermita tendría que ser derruida hasta sus cimientos. En otras palabras, o sería de ellos o de nadie.39 Recibida la información, el virrey conde de Baños mandó a la parte contraria dar su versión de los hechos, y luego a su fiscal y asesor dar su punto de vista sobre el particular.

Antes de ver la opinión de aquellos letrados señores, es nece­sario llamar la atención sobre el hecho de que, con toda habilidad, los franciscanos introdujeron el equívoco de considerar la cons­trucción de la ermita a título de administración de sacramentos, contra lo mandado por el obispo en aquella licencia de 1654. El equívoco prosperó.

En opinión del fiscal, el asunto no tenía más vueltas pues era del todo claro que la ermita estaba construida sobre tierras de indios, en doctrina franciscana y carecía de las debidas licencias para su construcción. No había más que derruirla hasta sus cimientos. Más benévolo (o devoto), el asesor del virrey afirmaba que, así en lo temporal como en lo espiritual lo que pasaba era notoriamente irregular. En lo temporal, porque contravenía el real patronazgo al ser contrucción sin licencia, y en lo espiritual porque el obispo había actuado contra la costumbre de ser Tierra Nueva de doctrina y administración franciscana, así que sólo podría salvarse aquella fábrica en consideración a que, destruirla, “sería de sumo descon­suelo a toda aquella provincia que no cabe en la devoción y veneración a la santísima y milagrosísima imagen de nuestra seño­ra de Guadalupe.”

El virrey conde de Baños hizo caso a su devoto y guadalupano asesor por lo que, el 3 de octubre de ese 1662, mandaba al alcalde mayor de San Luis Potosí dar posesión de la ermita de Guadalupe a los franciscanos.4() Como suele suceder, la razón legal no siempre se sustenta en la legitimidad de los actos.

El 7 de noviembre de ese año el alcalde mayor cumplía con lo ordenado sólo que, para hacerlo, fue necesario violentar los cerro­jos de la puerta. El juez eclesiástico, quien tenía en depósito las llaves como vimos, no se encontraba en la comarca y el alcalde cedió ante las presiones y amenazas del guardián del convento franciscano quien quería actos inmediatos. Al enterarse el juez Pardo de Quezada de lo sucedido, excomulgó al cerrajero, al escribano y al ayudante del alcalde mayor por haber violado el templo y. contravenido los mandatos del obispo, si bien fueron absueltos poco después para que pudiesen acudir por su derecho ante el tribunal que quisiesen.41

Mal y de malas, los republicanos devotos de la guadalupana recibían al poco tiempo nuevo motivo de lamento. El 23 de diciembre el mismo virrey ordenaba entregar a los franciscanos la imagen de la virgen y todos los ornamentos de la capilla en posesión.42

Si bien era muy claro que los religiosos iban por todo, aún no habían ganado del todo. Aquel 3 de octubre de 1662 ganaron un mandamiento del virrey, de suerte -para la ciudad- que aún queda­ba pendiente la sentencia de vista de la real audiencia.

Ante el supremo tribunal, la ciudad de San Luis Potosí centró sus argumentos en tres puntos y un detalle. Lo primero fue demostrar que Tierra Nueva era de la ciudad y no de los indios, sólo que, conflicto por tierras y contra indios, el argumento no tenía futuro alguno. Lo segundo, mejor fundado, fue probar que la calidad con que había sido construida la ermita no era a título de administración, tan sólo de santuario, de buena suerte que no había justificación para demoler el templo, sin embargo pudo más el equívoco introducido por los franciscanos. Lo tercero, demos­trar la mala fe de los franciscanos, pues bien habían guardado silencio durante siete años sobre la construcción de la ermita “hasta que la vieron perfecta y acabada”. Actitud que se hacía más violenta pues el convento franciscano era el más rico de la ciudad con sus cuatro visitas de indios. Indios que, para colmo, no traba­jaban en las minas, indios que, diríamos hoy día, estaban al margen

del conjunto de relaciones sociales que daban cuerpo a la ciudad de San Luis Potosí.

Por último, el detalle consistía en lo siguiente. En posesión de los religiosos ningún español (criollo) podría ni querría fundar cofradía en la ermita ni acudir a ella, “con que en el primer estado [en posesión de la ciudad y a cargo de un clérigo] reconoció la ciudad y sus vecinos general consuelo y lo experimentó en el tiempo que se colocó la santísima imagen y milagrosos efectos con su patrocinio.”

Pedido su parecer por la real audiencia, los religiosos contesta­ron con los mismos argumentos de antes, agregando un pequeño comentario en relación con el detalle anterior. Si el problema era la devoción por la virgen, ellos la cuidarían mejor que nadie, como hacían con todo lo que estaba a su cargo.

Sólo que el problema, como vemos, era que los pobladores de aquella ciudad no peleaban por la devoción, sino por su devoción a la virgen de Guadalupe y en ella por su ermita, su tierra, sus organizaciones, por aquello que les hacía ser distintos y únicos, como dirían los antropólogos de hoy, por su identidad.

El detalle pudo más que toda probanza. En actitud muy distin­ta, el mismo fiscal advertía que, por razones devocionales ya no estaba a discusión la existencia de la ermita, tan sólo su adjudica­ción. Así, en lo material y sólo en lo material quedaba claro que estaba dentro de doctrina franciscana y en terrenos de indios. Pero en lo formal de ella no era menos claro que, en todo lo que habían dado y ofrecido por su devoción los vecinos de aquella ciudad tomaba cuerpo la intensión de que fuera de españoles.

El 16 de noviembre de 1663, con calidad de sentencia de vista la real audiencia mandaba rebocar el auto del 3 de octubre del año anterior, y adjudicar la ermita a sus originales poseedores y patro­nes, bajo tres condiciones principales: que se respetaran las calida­des y licencias otorgadas por el obispo michoacano, esto es, a título de santuario y nada más; que no se permitieran asentamientos que perjudicaran los derechos de los indios sobre sus tierras y; que en

seis años la. ciudad trajera de España la confirmación de “Su Majestad” para la fundación de dicha ermita.

Los religiosos hicieron uso de su derecho de revista, pero igual perdieron. Sólo que en la sentencia dictada el 14 de enero d e l 664 la real audiencia hacía una adición, y era que, “en nombramiento de sacristán de la dicha ermita se proceda conforme a lo dispuesto en el real patronato, proponiendo por nómina tres sujetos al excelentísimo señor virrey”. Luego se presentaría al obispo el sujeto de su elección y éste lo instituiría canónicamente en su cargo.

En su conjunto, el fallo parecía salomónico. Guardaba el dere­cho de los indios, hacía realidad los anhelos de la ciudad, daba su lugar a la Iglesia Michoacana, reafirmaba las regalías de “Su Ma­jestad”, y ponía en su lugar a los franciscanos.

El nuevo alcalde mayor de la ciudad, que era don Fernando de Torres y Avila, a pesar de la oposición de los franciscanos, en su calidad de “mero ejecutor” de la voluntad de la real audiencia daba posesión del santuario dedicado a la virgen de Guadalupe al cabildo de la ciudad de San Luis Potosí. Acto seguido,

pasando todos al altar mayor, se corrieron las cortinas y velos que están puestos a la sacrantísima imagen, hicieron oración y algunos clérigos y sacerdotes en hacimiento de gracias cantaron el te deuni laudcimus.

EPILOGO

Muchos años después de que se cantara aquel Te deum , en otro tiempo y en otro lugar, un nuevo templo se erigía también para servir de santuario a la virgen de Guadalupe. Del suceso el doctor David Brading13 escribió lo siguiente:

Si el Estado asignó generosos fondos para el museo de antropología y a la vez, más recientemente, para la reconstrucción de la gran pirámide de Huitzilopochtli frente a la catedral, una suscripción

popular ayudó a financiar la construcción de la gran basílica en honor de Guadalupe en Tepeyac. Si el museo está en gran medida lleno de turistas y niños de escuela, en cambio en Tepeyac Nuestra Señora de Guadalupe sigue atrayendo a cientos de peregrinos cada día de la semana. Tenemos aquí un México muy alejado de la ideología del Estado, pero al que habrían reconocido tanto los primeros francisca­nos como el padre Mier. Pues el pasado vivo del México moderno [...] no es el de Anáhuac sino el de la Nueva España.

NOTAS

1. Para la filiación del texlo, ver el precioso estudio de don Angel María Garibay que seencuentra en su Historia de la literatura Náhuatl, Porrúa, México, 1971, Vol. II. Cap. VIII.

2. Con este nombre los bautizó don Francisco de la Maza en su libro, Elgnadalupanism omexicano , FCE México. Las obras de ellos se encuentran en Testimonios históricos guadalupanos, compilación de Ernesto de la T'orre Villar y Ramiro Navarro de Anda, FCE, México.

3. Cfr. de David Brading, L os orígenes del nacionalismo mexicano ERA, México, 1983, y,M ito vprofesía en la historia de México, Vuelta, México, 1988. De don Francisco de la Maza, la obra ya citada. De Jaques La laye, Guadalupe y Quetzalcóatl: la fonnación de la conciencia nacional en México. FCE. México, 1977. Y de don Edmundo O ’Gorman su reciente libro titulado Destierro de sombras, UNAM, México, 1988.

4. Cartas, sermones, discursos y escritos guadalupanos de fray Servando Teresa de Mierpueden encontrarse en, de Edmundo O ’Gorman, El heterodoxo guadalupano, UNAM , México, 1981; también en Fray Sovando, biografía, discursos, cartas, gobierno del estado de Nuevo León/U ANL, Monterrey, México, 1977; así como en Testin ionios his­tóricos guadalupanos. Op. Cit., principalmente.

5. Siller, Clodomiro. Flor y canto del Tepeyac. Servir, México, 1981.6. Cfr. Album del 450 aniversario de las apariciones de nuestra señora de Guadalupe,

ediciones Buena Nueva, México, 1981.7. Sobre esta reforma estamos terminando una investigación que tiene por título tentativo,

“La reforma de la iglesia en el antiguo Michoacán".8. Sobre el problema de la transición puede consultarse, en principio, en Flistoriageneral de

México de El Colegio de México, los textos de Andrés Lira y de Jorge Manrique. Igualmente la obra de P.J. Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial. Zacate­cas (1546-1 700), FCE, México, 1984. Así como de Jonathan I. Israel, “Méxicoy la crisis general del siglo XVII", en Ensayos sobre el desanollo económico de México y América Latina. 1500-1975.. FCE, México, 1975.

9. Sobre la reforma de la iglesia y la fábrica de la nueva catedral, del autor de estas líneas,veáse la ponencia "Valladolid, el pedestal del poder", presentada en el simposio por el 450 aniversario de la ciudad de Morelia, marzo de 1991.

10. Ysassy, Francisco Arnaldo, Demarcación y descripción del obispado de M ichoacán , Biblioteca americana, Vol, I, Núm. 1, Sept. 1982, p. 130. Peter Gerhard, Geografía his­tórica de la Nueva España. UNAM, 1986. pp. 242y 243. Carmagnani. Marcelo. “D em o­

grafía y sociedad: la estructura social de los centros mineros del norte de México, 1600- 1720”, en Historia Mexicana, XXI: 3 (83), El Colegio de México.

11. Ysasy. Loe. Cit.12. Recopilación de las leyes de los reinos de las indias. Op. Cit., libro VIII, título VI, ley VI.

Ysassy, Loe. Cit.13. En opinión de Bakewell en Minería y sociedad en el México colonial. Zacatecas (1546-

1700). Op. C it, p 91, es aceptable el ubicar el inicio de la depresión minera en San Luis Potosí a partir de 1620.

14. Ysassy. Loe. Cit.15. Archivo histórico Manuel Castañeda Ramírez (AHM CR), Morelia, Michoacán. N ego­

cios diversos, Leg. 18 (1653). Cartas de don Juan Pardo de Quezada, vicario in cápite

y juez eclesiástico de San Luis Potosí al obispo del 11 de febrero y 24 de mayo de 1653 y 9 de agosto de 1654.

16. En esta fecha don Francisco Arnaldo Ysassy termina de escribir la obra que hemos referido en estas páginas, y en ella todavía menciona la existencia de la caja real en San Luis Potosí, así como en Guanajuato. Sin ahondar, diremos que la presencia de una real caja transformaba al lugar en un centro de acopio y recolección de las contribuciones a su Majestad, sobre todo provenientes de la minería y el comercio. Lo convertía en un centro político y económico de gran relevancia, de allí la gran consternación que causó su pérdida.

17. A H M C R . Negocios diversos, Leg. 18 (1653).18. Por lo regular los cargos públicos eran ocupado por los mismos criollos, mineros y

hacendados. Para San Luis Potosí, confrontar de Woodrow Borah, “Un gobierno provincial de frontera en San Luis Potosí (1612-1620)”, en Historia M exicana , Níím. 52, El Colegio de México, México.

19. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 23(1657). “Autos fechos en razón de la fábrica del santuario y capilla de nuestra señora de Guadalupe, licencia concedida por el Illmo señor D. fray Marcos Ramírez de Prado... cobranza de las cantidades de pesos que se ofrecieron por dicha obra”. 1654-1657.

20. Idem.21. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 20 (1654). “Donación de solar y sitio...”22. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 30 (1662).23. A H M C R . Negocios diversos, Leg. 23 (1657). “Autos fechos...” Op. Cit.24. Gerhard. Loe. Cit.25. A H M C R . Negocios diversos, 23 (1657). “Autos fechos...” Op. Cit., 1654-57.26. AH M CR. Negocios diversos, Leg. 23 (1657). “Autos fechos...” Op. C it., 1654-57. Y en

los autos de visita de fray Marcos a San Luis Potosí de enero a marzo de 1657, Idem. Obvio es que ante los tribunales sólo se litigaban aquellos donativos y legados cuya cobranza se dificulataba por alguna razón. Como sea nos sirven de muestra para apreciar la generosa respuesta de los pobladores al proyecto del santuario.

27. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 23 (1657). “Autos fechos...” Op. Cit., 1654-57.28. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 22 (1657).29. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 20 (1654). “Donación de solar y sitio a favor de la

ermita de Guadalupe”. Op. Cit., 14 de diciembre de 1654.30. AHM CR. Negocios diversos. Leg. 23 (1657). “Memoria de los bienes que tiene el

santuario de nuestra señora de Guadalupe de San Luis, de plata y demás ornato*'. 8 de abril de 1662.

31. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 30 (1662). “Autos fechos en torno a la collación de la imagen de Guadalupe en la ermita de San Luis Potosí, procesión y octava y lo que sucedió." Enero de 1662.

32. Idem.33. Idem.34. El papel que el guardián se sacó de la manga está junto con los autos hechos por fray

Diego de Aguilar y que citamos anteriormente. La versión entregada al obispo en AHM CR. Negocios diversos, Leg. 30 (1662), 21 de enero de 1662.

35. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 30 (1662), 7 de febrero de 1662.36. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 30 (1662), 7 de febrero de 1662.37. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 32 (1663). Febrero-marzo de 1663.38. AHMCR. Negocios diversos, Leg. 35 (1664). Real provisión y autos sobre la posesión

de la ermita. 1664.39. Archivo General de la Nación (A G N ). Reales cédulas duplicados, Vol. 22, Exp. 121,12

de marzo de 1662.40. AGN. Reales cédulas duplicados, Vol. 22, Exp. 130. 3 de octubre de 1662.41. AHMCR. Negocios diversos, Leg. 32 (1663). Febrero marzo de 1663.42. AHM CR. Negocios diversos, Leg. 35 (1664). Autos sobre la adjudicación de la ermita

de Guadalupe. Marzo de 1664.43. Braiding. M ito y profesía..., Op. Cit, p. 210.