S. Isabel de Hungría. 17 Noviembre

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    SANTA ISABEL DE HUNGRA(1207-1231)

    Memoria obligatoria

    17 de noviembre

    Trece carros se detienen delante del castillo de Wartburg. Bajan

    damas, condes y escuderos; sacan vasos de oro, cofres de marfil, collares,

    diademas, tapices, espuelas y frenos de plata; piafan caballos blancos de

    sangre rabe; cantan pjaros exticos; pero entre el tumulto general, todas

    las miradas, todas las solicitudes se dirigen hacia una nia que con ojos

    estupefactos contempla la escena desde su cuna de plata. Unos brazos la

    arrebatan; de ellos pasa a otros brazos; la abrazan, la besan, la acarician.

    Ella re sin comprender del todo aquella explosin de cario.

    As entr Isabel en el castillo de Wartbufg, alta montaa desde la cual

    el landgrave Hermann gobierna sus vastos dominios de Turingia. Tiene la

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    nia cuatro aos. Hija de Andrs, rey de Hungra, viene al centro de

    Alemania, desposada con el primognito del landgrave, siete aos mayor que

    ella. All empieza a conocer a su futuro esposo, aprende a leer, se ejercita en

    las pequeas labores de su edad, juega, re. Juega con las hijas de los

    condes, que han venido a la corte para hacerla compaa. Pero, a juicio de

    sus compaeras, tiene cosas raras, que no se le ocurren a nadie. Interrumpe

    los juegos para hacerlas rezar el Avemara, las lleva hasta la capilla del

    palacio, las mete en el cementerio y all les dice palabras serias sobre lo corta

    que es la vida; se junta con los nios de casas pobres, y les da parte de su

    alimento o las sobras que ha podido encontrar en la cocina. Estos sntomas

    alarman a las gentes del castillo: aquella nia no es una princesa, es una

    beguina. El duque, que es un gran caballero y un gran cristiano, que nunca

    se acuesta sin leer un captulo de la Biblia, la defiende; pero Hermann se

    muere al poco tiempo, dejando a la duquesa Sofa el gobierno de sus

    Estados.

    Sofa no puede ver la direccin que va tomando la niez de la

    pequea princesa. Quiere en ella ms dignidad, ms respeto a su sangre, y

    se indigna contra aquella santidad precoz. Hoydijo un da a su hija Ins y

    a su futura nueravamos a or misa abajo, en la ciudad de Eisenach; poneos

    los mejores vestidos y las diademas de oro. Bajaron a la ciudad; pero en la

    iglesia, Isabel, viendo un gran crucifijo, dej la corona en un banco y se

    prostern en tierra.

    Qu haces, seorita Isabel?le dijo Sofa al verla de aquel modo.

    Quieres hacer rer a todo el mundo?

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    No os enfadis, querida seorarespondi la nia, deshecha en llanto;

    est aqu mi Dios y mi Rey, este dulce y misericordioso Jess, coronado de

    espinas, y voy a estar yo delante de l coronada de perlas?

    Est vistodeca luego la duquesa; va a haber que meterla en un

    convento. Y todos en la corte, los parientes del landgrave, los consejeros y

    las damas se declararon contra ella. Slo uno la defenda: Luis, su prometido.

    Siempre que poda, la consolaba en sus momentos de tristeza, aunque

    secretamente, por no ofender a su madre. Cuando al cumplir los diecisis

    aos se hizo cargo del gobierno, ya pudo obrar con ms libertad. Siempre

    que se alejaba del castillo, volva con algn regalo para su desposada: un

    rosario de coral, un crucifijo, una cadena, un alfiler de oro... Entonces ella

    sala a su encuentro, y con los obsequios reciba las caricias. Pero una vez se

    olvid de darla el regalo de costumbre. Ella se puso triste y comunic su pena

    a un viejo caballero que era quien la haba trado de Hungra. Y sucedi que

    un da este caballero, estando con el duque de caza cerca de la montaa de

    Inselberg, le hizo esta pregunta:

    Seor, me permits hablaros con toda confianza?

    Hablad tranquilamenterespondi el joven prncipe.

    Quera preguntarosreplic el caballeroqu es lo que queris hacer de laseorita Isabel.

    Al or estas palabras, Luis que estaba tendido en la hierba, se

    levant, y extendiendo la mano, dijo:

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    Veis esta montaa? Pues bien, si fuese oro puro desde el pie hasta la

    cima, y me lo diesen con la condicin de dejar a esa nia, no lo aceptara. Por

    lo que es, por su virtud, por su piedad, la amo sobre todas las riquezas del

    mundo.

    El matrimonio se realiz

    entre aplausos y banquetes y

    cantos de minnesingers. Isabel

    tena trece aos; Luis, veinte. l

    era un joven de hermosura

    varonil, alto, tez sonrosada,

    blondos y largos cabellos,

    semblante amable y sereno,

    sonrisa irresistible y voz de

    extraordinaria dulzura. A un valor

    legendario en los torneos y en los

    combates, una una inocencia

    inverosmil en un caballero

    rodeado de todos los prestigios del poder, del lujo y de los peligrosos azares

    de una vida agitada. Sus ojos azules se inflaman con la indignacin contra

    cualquier cosa que pudiese poner en peligro la pureza de su alma. Modelo del

    prncipe cristiano, haba encontrado en su esposa todo cuanto puede seducir

    un corazn juvenil. Isabel era una belleza morena: cabellos negros, talle

    elegante y gracioso, andar lleno de majestad. Sus ojos, sobre todo, parecan

    un foco de ternura, de bondad y de misericordia. Pero no era el atractivo

    puramente humano lo que haba unido aquellos dos grandes corazones. Luis

    vea, sobre todo, en su esposa, los encantos de la fidelidad, de la humildad,

    de la sumisin admirativa, de la virtud acrisolada. Virtuoso l por una

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    conviccin varonil, vea con emocin y hasta con orgullo aquellas

    manifestaciones heroicas de la santidad de Isabel.

    Por las noches, aprovechando el sueo de su marido, la joven esposa

    sala del lecho conyugal y se pona de rodillas, rezando largamente. A veces,

    Luis se despertaba y la coga de la mano, diciendo: Querida hermana, no te

    mates as, descansa un poco. Sin embargo, siempre la dej en libertad

    completa para entregarse a sus ejercicios piadosos. Uno de los mayores

    escrpulos de Isabel era tener que alimentarse de las contribuciones que

    haban de pagar los vasallos. Para librarla de estos temores, el duque mand

    poner en la mesa pan de sus tierras, vino de sus vias y carne de sus

    rebaos. Por lo dems, todo lo que haba en el castillo era de los pobres. Ya

    siendo nia, la pequea no poda soportar la vista de un necesitado sin que el

    corazn se le partiese de dolor. Ahora su mayor alegra era remediar

    necesidades. Daba todo lo que haba en el castillo: dinero, alhajas, ropas,

    provisiones, su alimento, sus adornos, sus vestidos. Recorra las viviendas de

    sus vasallos, entraba en las casas ms necesitadas, las provea de las cosas

    necesarias, y consolaba a los enfermos que haba en ellas. Con frecuencia

    haba recepciones y convites en el palacio, y suceda que la duquesa se vea

    en la imposibilidad de asistir, porque le faltaba el manto, el collar, el ceidor

    o los zapatos. Se lo haba dado a los pobres. Pero alguna vez un manto ms

    precioso apareca de repente en la habitacin, trado por los ngeles. Un da

    caminaba Isabel por la ciudad de Eisenach, regiamente vestida y coronada de

    perlas. Pronto se vio rodeada de pobres, que gritaban: Madre, madre!

    Ella, siempre misericordiosa, les dio su plata y todas las joyas que llevaba, y

    no teniendo ms que dar, sac de la mano su guante, adornado de una

    hermosa amatista, y se le dio a un pordiosero. Viendo esto un gentilhombre

    que la acompaaba, corri al afortunado, y, comprando el guante, le at a su

    casco a guisa de cimera, como prenda de proteccin divina. Desde este

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    momento, observaba l ms tarde, siempre sali vencedor en los combates y

    en los torneos. En otra ocasin, estando el duque ausente, su mujer dej

    exhaustos los graneros, las bodegas y todos los almacenes ducales. Al llegar

    su amo, los intendentes salieron a su encuentro, indignados de aquel

    despilfarro.

    Buenodijo l; est bien la duquesa? Y como le contestasen que s,

    aadi:

    Pues eso me basta.

    Pero apenas haba caminado unos pasos, cuando se encontr con su madre,

    que gritaba furiosa:

    Ven, ven, y vers cmo te quiere tu mujer. Llevle a su habitacin, y

    acercndole al lecho conyugal, le deca:

    Ves? La asquerosa!

    Y sucedi una cosa extraordinaria: que el duque no vio al gafo repugnante

    que Isabel haba puesto all para cuidarle, y acariciarle y sanarle, sino al

    mismo Cristo crucificado.

    Aquella virtud sobrehumana, aquel amor a los pobres, aquella vida

    penitente y abnegada, juntbanse en Isabel con el ms tierno amor a su

    marido. Pocas veces hubo dos esposos que se amasen como aqullos. Tan

    ntima era la unin de sus almas, que apenas podan estar separados.

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    Siempre que poda, ella le acompaaba en sus expediciones, sin que la

    asustasen los calores, las nieves, ni las tormentas. Cuando el viaje era

    demasiado largo, Isabel se quedaba en el castillo, se vesta las tocas de viuda

    y se entregaba con ms ardor que nunca a sus penitencias; pero apenas le

    anunciaban la vuelta de su marido, volva a buscar sus sedas y sus joyas, y

    con alegra infantil, dice el viejo cronista, sala a su encuentro para recibir

    mil besos en los ojos y mil en el corazn. Acaso, alguna vez, aquel

    sentimiento tan legtimo llegaba a hacerse demasiado humano, pero Isabel

    no tardaba en sentir los efectos de la voz divina, que se levantaba en su

    alma. Un da, asistiendo a una misa solemne, la duquesa fij su mirada y su

    pensamiento en aquel esposo amado que estaba junto a ella, y estuvo

    contemplndole largo rato; mas he aqu que al llegar el momento de la

    consagracin, viendo en la Hostia al Seor llagado y crucificado, reconoci su

    falta y empez a llorar sin consuelo. El llanto continu todo el da, de suerte

    que no pudo acudir a una fiesta que se celebraba en el castillo.

    En uno de aquellos momentos de dulce familiaridad que haba entre

    los dos esposos, Isabel desat el cinturn a su marido, y empez a curiosear

    en la cartera que a l estaba unida. Entonces cay en sus manos una cruz

    como las que los cruzados solan llevar en sus vestidos. Este descubrimiento

    la impresion de tal manera, que cay en tierra sin conocimiento. Aquello

    significaba la separacin de con su marido por mucho tiempo.

    Si no es contra la voluntad de Dios, qudate conmigo, querido hermanoledeca despus de volver en s.

    Es un voto que he hecho a Dios, querida hermana responda l:

    permteme partir.

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    La lucha fue larga, desgarradora. Al fin, ella logr dominarse, y sus ltimas

    palabras fueron stas: No quiero detenerte contra la voluntad de Dios; he

    hecho el sacrificio de ti y de m. Vete en nombre de Dios y que su bondad

    vele sobre ti. Como se deca entonces en Alemania, Luis se haba adornado

    con la flor de Cristo para tomar parte en la quinta Cruzada. Durante algn

    tiempo guard el mayor secreto por no afligir a su esposa; pero al fin era

    preciso marchar, y un da de San Juan Bautista, acompaado de sus condes y

    sus caballeros, dijo adis al castillo de Wartburg. Isabel quiso acompaarle

    hasta las fronteras de Turingia. All no acertaba a despedirse y camin otra

    Jornada a su lado; despus, otra. Al fin, el escanciador del duque se acerc a

    ellos, diciendo: Seor, ya es tiempo; hay que caminar con ms rapidez.

    Haba llegado el instante supremo. Los dos esposos se abrazaron entre

    lgrimas y sollozos. Luis se dirigi hacia Italia para embarcarse en Otranto, e

    Isabel volvi medio muerta al castillo; desde entonces se despidi de sus

    joyas, vistiendo las tristes tocas de la viudez.

    Haba presentido que no volvera a ver a su marido, y as fue. Luis se

    embarc, pero su alma vol a la Jerusaln del Cielo antes que sus ojos viesen

    la de la tierra. Fue la madre del difunto quien se encarg de dar la noticia a la

    joven esposa.

    Ten valor, hija male dijo; vengo a anunciarte una desgracia.

    Viendo que Sofa no lloraba, Isabel respondi bastante tranquila:

    Si mi hermano est cautivo, con la ayuda de Dios y de nuestros amigos le

    rescataremos.

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    Oh, querida ma!prosigui la madre; ten paciencia; tu marido te enva

    este anillo; desgraciadamente, ha muerto.

    Ah, Seor Dios mo! El mundo entero ha muerto para m; el mundo y todo

    cuanto hay de amable en l.

    As deca la pobre viuda con voz entrecortada por los sollozos,

    corriendo como loca por las galeras del castillo y gritando; Muerto, muerto,

    muerto!

    Fue el primer mpetu de dolor. No tard en dominarse, ofreciendo al

    Seor aquel cliz de amargura. Pero era verdad: todo haba muerto para ella.

    Desde ahora ya no queda nada en su alma ms que Dios. La esposa perfecta

    se convierte en el ms alto modelo de la viuda cristiana.

    Los hombres, en vez decomprender su dolor, le

    aumentan. En el castillo se

    urde una conjuracin contra

    ella y sus hijos. Su primognito

    es el heredero de Turingia;

    pero los barones, envidiosos de

    los mendigos que reciban susddivas y sus favores, aclaman

    como landgrave a un hermano de su esposo. Esto era poco: Isabel recibe

    orden de salir inmediatamente del castillo. No puede llevar joyas, ni vestidos

    preciosos, ni dinero. Slo puede llevar su hijo, el prncipe heredero, y sus tres

    hijas, una de las cuales acaba de nacer. Baja a pie la pendiente del castillo

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    cargada con la pequeuela. Dos fieles doncellas llevan a las otras nias, y el

    nio se ase a la mano de su madre. Isabel ya no llora. En su cara brilla una

    resignacin divina.

    Todo me lo han llevadodeca, pero an puedo rezar a Dios.

    Entra en Eisenach, recordando los beneficios que durante diez aos

    ha derramado en aquella ciudad. Pide hospedaje para ella y sus hijos, y nadie

    se le quiere dar, por temor al nuevo seor de la tierra. Tiene que meterse en

    una posada, cuyo dueo le ofrece para dormir un establo oscuro, lleno detrastos, cuyos inquilinos han sido hasta ahora los puercos. Sin embargo, est

    contenta. Slo siente pesar por aquellos pequeos prncipes, nacidos en

    cunas de oro; pero encuentra gentes piadosas que se encargan ocultamente

    de ellos, y entonces la pobre desterrada, ms tranquila, come, dando gracias

    a Dios, el pan duro que mendiga cada da. Una noche, estando an con su

    marido, haban tenido ambos esta conversacin:

    Seor, si no te desvelo, voy a decirte una idea.

    Dila, dulce amiga.

    Es casi una tonterarepuso Isabel: quisiera que no tuvisemos ms que

    una yugada de tierra y cien ovejas; entonces t cultivaras el campo, yocuidara del ganado, sufriramos por amor de Dios y seramos felices. Al or

    esto, el duque se ech a rer, y dijo:

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    Oh dulce hermana! Seran mucho campo y muchas ovejas. An habra

    gente que nos envidiase.

    Ahora Isabel poda estar segura de que no la envidiaba nadie, y

    adems era completamente feliz.

    Un da llegaron a Wartburg los guerreros que haban acompaado al

    duque Luis en la expedicin, y como amaban entraablemente a su seor, se

    irritaron de que tratasen de aquella manera a su esposa. Y gracias a ellos

    empez a hacerse justicia. El hijo de Isabel fue declarado heredero, bajo latutela del usurpador; y la madre volvi al castillo. Fue para poco tiempo. Ella

    no tena nada que hacer entre las danzas, los torneos, los cantos de amor,

    las intrigas polticas y el mundo cortesano, donde todos la llamaban la

    loca. Naturalmente, este mundo no la miraba con muchas simpatas. Para

    alejarla, dironle la ciudad de Marburg, que va a ser el ltimo teatro de

    aquella caridad prodigiosa. Isabel se instal en una pequea choza, junto a

    las puertas de la ciudad. Frente a la choza levant un hospital, donde recibaa los pobres y curaba a los enfermos. Llam a todos los necesitados de la

    comarca para deshacerse de todo cuanto tena, y desde entonces no vivi

    ms que de su trabajo. Ella misma iba a vender lo que hilaba o teja. Slo

    una joya quiso guardar: el manto viejo y remendado que le haba regalado

    San Francisco. Al fin de su vida, su vestido era el sayal de la Tercera Orden

    del Pobrecillo de Ass.

    Y al poco tiempo, dice un cronista, Dios orden que la que haba

    despreciado el reino terrenal tuviese el reino de los ngeles. El amor y la

    penitencia la haban consumido y agotado en plena juventud. Veinticuatro

    aos tena cuando le vino el mal que la iba a conducir a la verdadera vida.

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    Aquellos ltimos das, los prodigios se multiplicaban en torno de ella. Pjaros

    maravillosos venan a posarse en sus labios cantando dulces canciones. Las

    palabras saltaban alegres de su boca y con las palabras, el cario a cuantos

    la rodeaban. El da antes de morir, un poco antes de medianoche, pregunt:

    Qu haramos si el enemigo se presentase aqu ahora? Algo despus

    gritaba: Huye, huye, malvado, no quiero nada contigo. Y aadi: Ya se

    va; hablemos ahora de Dios; no podr ser mucho tiempo. El canto del gallo

    la hizo decir: Esta es la hora en que la Virgen Mara dio a luz al Nio Jess.

    Sigui hablando muy gozosa, y al fin exclam: Oh Mara, aydame!... Dios

    llama a sus amigos a las bodas... El Esposo viene preguntando por la

    esposa.... Silencio, silencio. Al pronunciar estas ltimas palabras, dej caer

    su cabeza y se durmi en el ltimo sueo.

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    4ta Edicin del Ao Cristiano de Fray Justo Prez de Urbel O.S.B

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    http://es.wikipedia.org/wiki/Justo_P%C3%A9rez_de_Urbelhttp://es.wikipedia.org/wiki/Justo_P%C3%A9rez_de_Urbel