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Salir del Estado para recuperar la sociedad, (re)construir la sociedad para recuperar el Estado: La lección chilena. 1 Universidad Complutense de Madrid Facultad de Ciencias Políticas y Sociología Felipe David Ponce Bollmann [email protected] Resumen: Este artículo tiene el objetivo de problematizar las transformaciones históricas de los imaginarios políticos contemporáneos en los nuevos movimientos sociales tras la crisis del orden institucional. Nuestro estudio de caso es la experiencia neoliberal chilena desde la caída de la dictadura en 1990, en la que exploraremos las estrategias de despolitización en las relaciones sociales hasta el auge del movimiento estudiantil chileno, a fin de responder ¿cómo democratizar nuestra democracia? Sumario: 1. Introducción 2. Hegemonía liberal: crítica a la razón pospolítica 3. Conclusiones: <<Transición Paradigmática>> 4. Referencias bibliográficas Palabras clave: democracia, crisis de representación, conflicto, imaginarios políticos, movimientos sociales, experiencia chilena. 1 El artículo corresponde a la ponencia que presenté en el LII Congreso de Filosofía Joven ‘Filosofía y presente: pensar la crisis’ en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Zaragoza el 13 abril de 2015.

Salir del Estado para recuperar la sociedad, (re)construir la sociedad para recuperar el Estado: la lección chilena

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#ZaragozaPiensa. Mesa: La pregunta por la representación como pregunta permanente. Felipe Ponce Bollman

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Salir del Estado para recuperar la sociedad, (re)construir la sociedad

para recuperar el Estado: La lección chilena.1

Universidad Complutense de Madrid

Facultad de Ciencias Políticas y Sociología

Felipe David Ponce Bollmann

[email protected]

Resumen: Este artículo tiene el objetivo de problematizar las transformaciones históricas

de los imaginarios políticos contemporáneos en los nuevos movimientos sociales tras la

crisis del orden institucional. Nuestro estudio de caso es la experiencia neoliberal chilena

desde la caída de la dictadura en 1990, en la que exploraremos las estrategias de

despolitización en las relaciones sociales hasta el auge del movimiento estudiantil

chileno, a fin de responder ¿cómo democratizar nuestra democracia?

Sumario: 1. Introducción 2. Hegemonía liberal: crítica a la razón pospolítica 3.

Conclusiones: <<Transición Paradigmática>> 4. Referencias bibliográficas

Palabras clave: democracia, crisis de representación, conflicto, imaginarios políticos,

movimientos sociales, experiencia chilena.

1 El artículo corresponde a la ponencia que presenté en el LII Congreso de Filosofía Joven ‘Filosofía y

presente: pensar la crisis’ en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Zaragoza el 13 abril de 2015.

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1. Introducción

Hace 28 años el sociólogo español Juan J. Linz había publicado su obra ‘La quiebra de

las democracias’, investigación que bien representa la preocupación de muchos

científicos sociales, historiadores y filósofos políticos por la amenaza latente que ejercía,

en aquel momento, el auge de movimientos antisistema a la frágil democracia liberal de

masas.

Si en aquella época la inquietud intelectual estaba dirigida a un proyecto liberal fracturado

por la interrupción del totalitarismo europeo, hoy las ocupaciones de las plazas de Tahrir

en Egipto, la acampada de Sol en Madrid, el 1% de Wall Street, o el movimiento

estudiantil en Chile han despojado a la crytes (respuestas) de su hypo (máscara). Estas

experiencias históricas han hecho que la ciudadanía dejara atrás la hipocresía a la que

estamos habituados identificar en la política, de ese clima aparente de diálogo y

distención. Y es que hoy aún nuestra democracia representativa funciona con el modelo

construido durante el siglo XVII. Las movilizaciones sociales de nuestro siglo responden

a un hecho concreto: el modelo clásico de representación política está agotado.

La quiebra de la representatividad política y la ilusión por superar ‘la vieja política’ –

como no podía ser de otra forma- es el resultado inmediato del fracaso de los más

variopintos grupos políticos por gestionar la desigualdad y el desempleo mediante el

ejercicio de la contención. Más allá de ello, inclusive, resulta que han vaciado de

contenido el ideal democrático. Por eso resulta tentador preguntarse ¿qué ha pasado con

la democracia? Nos la han secuestrado. La democracia liberal de masas no ha querido

devolver a la polis su ágora y, yendo aún más lejos, nos ha hecho confundir las palabras

y sus significados, al punto que nos encontramos en una suerte de hipocognición, es decir,

ante la incapacidad de designar con nombres lo que experimentamos.

La orientación política del malestar social expresado durante los últimos lustros no solo

ha interpelado al modelo de representación política, sino que también ataca el corazón del

sistema. El socialismo marxista-leninista, el anarquismo, o cualquier otra vieja fórmula

decimonónica no resulta ser hoy la brújula de los nuevos movimientos sociales y

políticos, aunque sí comparten un objetivo común: politizar, que no es otra cosa que hacer

consciente el conflicto invisible entre los intereses de los individuos y los del colectivo.

Un caso empírico es la pregunta que una vez se formuló en el movimiento estudiantil

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chileno, cuya máxima dirigente era la militante comunista Camila Vallejo, ¿somos un

movimiento político? Politizar, trasformar algo en un asunto político, desde la dictadura,

siempre fue algo que en el imaginario social chileno resulto negativo. Desde el

movimiento estudiantil se ha evidenciado el hecho de que politizar es reconocer el

conflicto social, y es el primer paso para la construcción de una ‘Nueva Filosofía Política’.

¿Cómo democratizar nuestra democracia? Uno de los posibles cometidos de la filosofía

política es presentar una crítica del modelo existente y proponer nuevos horizontes. En

ese sentido, esta ponencia se propone presentar las posibilidades de reinventar el sentido

de la democracia y plantear la posibilidad de pensar una democracia solidaria, cooperativa

y participativa.

Este artículo tiene el objetivo de problematizar las transformaciones históricas de los

imaginarios políticos contemporáneos en los nuevos movimientos sociales tras la crisis

del orden institucional en una parte importante del planeta. Nuestro estudio de caso es la

experiencia neoliberal chilena desde la caída de la dictadura en 1990, en la que

exploraremos la despolitización de las relaciones sociales hasta el auge del movimiento

estudiantil chileno. A tales efectos este estudio se ha nutrido de las reflexiones teóricas

de la filosofía política marxista postestructuralista con la finalidad de ofrecer una crítica

exhaustiva al orden neoliberal, al mismo tiempo ofrecer posibles prismas para pensar un

orden alternativo. Por lo tanto, el artículo hará uso de conceptos famosos en la teoría

política actual como ‘multitud’ (Negri y Hartd, 2005) y agonismo (Mouffe, 1999).

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2. La hegemonía liberal: crítica a la razón pospolítica.

"El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer.

Y en ese claroscuro surgen los monstruos"

A. Gramsci.

Durante el primer decenio del siglo XX, tras el triunfo de la Revolución de Octubre y la

caída estrepitosa de las economías capitalistas, la hegemonía del pensamiento liberal se

vio profundamente dañado. El sociólogo conservador J.J Linz recordaba en su famosa

obra ‘La quiebra de las democracias’ (1987) la responsabilidad de las élites y de los

partidos liberales frente el rápido ascenso del fascismo; o en otras palabras, que los

partidos de tradición totalitaria tuvieron una explicación política. Es cierto, aunque su

análisis es insatisfactorio. El hecho de que el fascismo italiano y el nacionalsocialismo

alemán hayan sido hostiles a las instituciones liberales, y que el entorno social y

económico de ambos países vivía un profundo malestar, significaba que el triunfo

revolucionario de un orden social, moral y económico alternativo era irreversible. En

efecto, la movilización política desde abajo que lideró la derecha fascista, la formulación

de un <<estado orgánico>> (Linz, 1975b, pp. 227 y 306-313) y un orden jerárquico y

disciplinado frente a un sistema que creía en el ‘vaso derramado’, en el liderazgo de las

clases privilegiadas y en el fracasado ‘capitalismo desorganizado’, resultaban tentadores.

La Revolución Francesa de 1789, el inicio de la modernidad política, dio origen al orden

político moderno europeo, tras la experiencia anticolonial de los EEUU que dio lugar a

la Declaración de Filadelfia de 1776. Lo que hay detrás de ambas transformaciones del

orden anterior es lo que Mouffe (1995) llama <<agonismo>> 2que se produce cuando una

parte de la población, el Tercer Estado, comienza a advertir la inadecuación del sistema

monárquico y estamental a la realidad social. Las transformaciones científicas,

tecnológicas y sociales caminaban paralelas y en dificultad con el orden tradicional. Este

desajuste se manifiesta en la emergencia de un antagonismo de clase, de intereses, que

cobra una dimensión fundamentalmente política. No obstante, esto no significa que antes

de las grandes revoluciones modernas los conflictos sociales y el antagonismo no hayan

existido, muy por el contrario estaban bastante acentuadas. Pero cuando nos referimos al

2 Mouffe (2012) definía el modelo democrático agonista como la capacidad de las instituciones liberales y

democráticas de reconocer la dimensión conflictiva.

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agonismo hacemos mención de la histórica transición de súbditos a ciudadanos, o que es

lo mismo, al inicio de un ‘ciclo rebelde’. Las experiencias revolucionarias de

Norteamérica y Francia supusieron la subversión sobre la Ley, el Orden y la Moral

tradicional, de tal forma que lo legal y armonioso que debía adoptar la actitud súbdita de

la población colonial se transformó en desobediencia. Había adoptado un carácter

progresista. En ese sentido, la emergencia de los derechos civiles y la preeminencia del

individuo sobre cualquier otra formación social y política habían dado lugar, en gran

parte, gracias a la acción subversiva y reflexiva de la sociedad. Es así también como nacen

las garantías constitucionales, por ejemplo, la Constitución mexicana de Querétaro tras

las revoluciones de 1910-1917, o la de Weimar en 1919.

Entonces podríamos decir que la extensión de los derechos y las libertades civiles han

sido posibles no por el consenso, sino por la dimensión conflictual y antagónica de las

luchas democráticas. Por lo tanto, es menester entender la política como exigencia

agonista. Durante la edad dorada del capitalismo las sociedades ‘libres’ construían el

artificio democrático sobre el consenso, por ejemplo, entre el Estado, la patronal y los

sindicatos o, también, el consenso parlamentario. Pero el conflicto pudo más que el

consenso. En primer lugar, el mundo dependía casi exclusivamente de los EEUU y su

declive en los años 60’, junto a la crisis de la convertibilidad del dólar en oro, generaron

una gran desconfianza hacia la estabilidad y estrategias de contención y gestión del

conflicto que la edad dorada había liderado. Por ese motivo emergieron científicos

sociales y filósofos que comenzaron a advertir el advenimiento de una época en el que lo

político, entendido en su forma convencional, había caído en un inevitable declive.3

En definitiva, la caída de los grandes relatos y de los grandes imperios que marcaron la

agenda política durante la Guerra Fría se consolidó la democracia liberal como la única

forma legítima de gobierno. Basándonos en la Edad de Oro no sabemos hasta qué punto

la estabilidad y el consenso resultan más una voluntad política real que un simple ejercicio

de contención. Un consenso que nunca vio con buenos ojos el multiculturalismo y el

pluralismo, pues para el liberalismo era objeto de división y una amenaza para la cohesión

social. Hasta este momento vemos las crisis de Medio Oriente como un gran grito de

advertencia sobre los problemas identitarios e imperialistas que hoy rinden cuentas con

3 Como las obras de J.K Galbraith ‘La sociedad opulenta’, ‘el futuro del socialismo’ de Crosland, ‘Más

allá del Estado del bienestar’ de G. Myrdal, ‘El fin de las ideologías’ de Daniel Bell habían puesto de

manifiesto.

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Occidente. El discurso conservador del ‘miedo’ de la ‘seguridad’ de la ‘prevención’ y de

la ‘libertad’ hoy nos hace más conscientes acerca del peligro que representa el discurso

hegemónico, cuya potencialidad reside en el hecho de legitimar y reproducir a una escala

geopolítica el ejercicio de la intolerancia. De la misma forma, en América Latina la

dimensión conflictiva de la política ha sido reprimida con golpes de Estados y generosas

inversiones, pero el contraste social entre las clases oligárquicas y gran parte de la masa

obrera industrial o campesina y la población indígena no demoró en erosionar un conflicto

que adquiriría sobre todo una matriz cultural.

Tal vez los desastres culturales, como la aculturación o los procesos de desarraigo,

provenientes del trabajo de grandes personajes Ilustrados de América Latina y Europa

sean determinantes en lo que Gramsci llamaba ‘Guerra de posiciones’. El establecimiento

de una hegemonía liberal significó en el continente americano un consenso aún más

complejo que el europeo, pues se posicionaba en sociedades con una incipiente

modernidad exógena y con una composición sociohistórica más diversa; es decir, la

convivencia entre la burguesía criolla, extranjera (ingleses, alemanes, vascos, etc.) y la

resistente población indígena hacían difícil construir un contrato social liberal, que sí

resultó ser transformadora en la Europa monárquica. Este hecho puede resultar hoy una

gran herramienta para formular nuevos horizontes políticos que trasciendan a la

hegemonía liberal.

Así que el relato del triunfo liberal en América latina queda desarticulado. Este

desacuerdo con el pacto liberal no solo pervive en los continentes y subcontinentes no

europeos, sino también en su propia matriz. Cuando hablamos de la crisis del contrato

social liberal nos referimos a la crisis de los valores que han penetrado de manera

hegemónica en la <<consciencia colectiva>>. En las últimas décadas, categorías como

‘razón’, ‘naturaleza humana’, ‘libertad’, ‘autonomía’ han sido cada vez más

cuestionadas, no como hechos en sí sino más bien su relato político. No es que

cuestionemos la libertad, sino la construcción discursiva y política de la ‘Libertad’. Así,

estos conceptos-relatos han adquirido un estatus universalista e incuestionable y han sido

enormemente perjudiciales para la ciencia y la democracia. Por ejemplo, la concepción

hegemónica de naturaleza humana ha dado lugar a la legitimación de comportamientos

que, mediante nuestra experiencia colectiva, no consideramos ético; o, también, su relato

ha sido objeto de intervención militar (como bien reza Hobbes, homo homini lupus) o

para la construcción de modelos algebraicos para la toma de decisiones en las

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instituciones públicas. En efecto, no resulta descabellado plantear la necesidad de

deconstruir los relatos bien posicionados del liberalismo y construir una nueva teoría

política.

Los elementos que debemos poner en común en la corriente de la ‘Nueva Filosofía

Política’ se encuentran en la emergencia de los nuevos movimientos sociales y en la

producción de nuevas subjetividades y clases subalternas. Hasta el momento las cláusulas

del contrato social dejan hoy fuera las reivindicaciones de los agentes sociales, como bien

podría ser el carácter de exclusión del pacto: las demandas por la inclusión ambiental, de

inclusión territorial de los inmigrantes, la politización de problemas de carácter íntimo,

como la violencia de género exaltan la inadecuación del orden liberal con la realidad

social. Por ejemplo, en Chile la ley tipifica la violencia machista como violencia

interfamiliar; es decir, hay en la sociedad chilena un <<marco hipocognitivo de los

derechos y procesos de sobresocialización de los deberes>>, máximo principio del

contrato neoliberal.

Nuevamente contrastamos la desarticulación del relato liberal, en cuanto su idea de

primacía de la sociedad civil (Linz) ha significado en realidad lo que Boaventura S. Santos

llama ‘muerte civil’. Santos no distingue, sin embargo, la muerte civil y su inexistencia.

El primero ha sido un fenómeno típico del postcontractualismo, en la época de

sobresocialización de los deberes y pérdida material y simbólica de los derechos sociales,

o como he denominado antes ‘hipocognición de los derechos’, y el segundo característico

del precontractualismo en el que se negaba la existencia de lo civil (mujeres, trabajadores

de baja renta en el voto censitario, etc.). Además, otro de los problemas que identificamos

en el contrato social es su desarrollo desigual, la construcción de un ‘subcontrato’ en

países con población indígena que define conflictivamente la definición del autoconcepto

(la convivencia indígena consigo mismos y la relación nacional) en el tiempo-espacio

moderno. No hay, entonces, un contrato social multicultural y multinacional que recupere

la memoria histórica y el reconocimiento de las cosmovisiones.

Hasta ahora hemos estado haciendo un ejercicio anárquico, nos hemos mantenido en la

sociedad sin entrar en el Estado. Es, a mi juicio, la única vía para diagnosticar la crisis de

la modernidad liberal, sus relatos y su contrato social que, en términos de Boaventura,

tiene la capacidad de iniciar un ‘periodo de bifuración’, de inestabilidad sistémica que

genere grandes transformaciones sociales, políticas, morales y cognitivas. Necesitamos

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salir del Estado y de la trampa legal-constitucional como lo hicieron los rebeldes franceses

y norteamericanos para rearmar la lucha semiótica, la definición del sentido común y la

construcción de nuevos imaginarios y representaciones sociales a fin de desarticular el

sostén del contrato neoliberal y articular una nuevo abecedario de la política.

La historia contemporánea de Chile puede resultar un gran laboratorio para los científicos

sociales y filósofos. Ha sido una sociedad golpeada por la lucha de dos imaginarios

distintos, estabilidad y conflicto. El discurso de las clases dominantes (alta burguesía,

burguesía intelectual, clase dirigente) había hecho una gran campaña nacional, durante

todo el siglo XX, por posicionar en las capas populares la imagen del Chile republicano

y estable mediante la herramienta simbólica llamada Constitución de 1925 y 1980. Ese

hecho puede que explique hoy que las últimas mediciones de la confianza social, que

Putnam denominó Capital Social, apareciera un alto grado de confianza social jerárquica

(Valdivieso, 2007). Esto quiere decir que la sociedad chilena se ha constituido

políticamente bajo la idea del ‘gobierno de los mejores’, de ahí que depositara su

confianza en las élites. Por supuesto eso ha cambiado paulatinamente, como en el resto

de Occidente, tras el creciente desinterés e indiferencia hacia los asuntos públicos. En

cualquier caso, esa ‘campaña nacional’- incluso seguida por el gobierno socialista de

Salvador Allende- fue cuestionada tras el golpe militar. La dictadura inició una rápida

transformación de la cultura, redefiniendo la ‘chilenidad’- con sus mitos y leyendas- y

sobre todo creando una institucionalidad represiva que desarticulara el ánimo socialista.

La institucionalidad neoliberal y la ‘campaña nacional’ por construir una imagen estable

y republicana de Chile fracasó. El relato de la estabilidad y el consenso llegó a su clímax

con el auge del movimiento estudiantil chileno. La dictadura dejó un Estado débil, incapaz

de asumir su rol garantista, dejando en los gigantes de los negocios la provisión de

servicios sociales, como la salud y la educación. La constitución de 1980 es la expresión

legal del contrato neoliberal que relega al Estado a funciones subsidiarias, al punto de

negar la centralidad de lo social en la relación política entre el Estado y la sociedad. En

ese pacto no existe el conflicto, la lucha social o las diferencias.

Por otra parte es un contrato unilateral que funciona bajo una lógica liberal construida y

reproducida por la contención represiva del conflicto propio del peso desigual de las

clases sociales, confiriendo un estatus elitista al contrato. Así, las garantías de los grandes

valores ilustrados (Libertad, Igualdad y Fraternidad) están aseguradas en virtud de la

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posición social de cada cual. Hay una acumulación histórica del malestar social por lo

que la protesta social de 2011 fue una expresión simbólica del malestar, mediante el uso

de performance, marchas creativas, concentraciones, reflexiones, encierros universitarios

y secundarios, obras audiovisuales, intervenciones urbanas. En definitiva, significó una

rápida apropiación del espacio público, de redefinición y posicionamiento de lo público

frente a lo privado, de lo colectivo frente a lo individual. De esta forma las movilizaciones

estudiantiles, de trabajadores del sector público y privado y otras protestas que reivindican

la diversidad sexual y el derecho a decidir, en el caso de las mujeres, puso de manifiesto

una cuestión primordial ¿Por qué tanto malestar social en un país republicano y estable?

¿Por qué había estudiantes y trabajadores en un país con excelente crecimiento y

confianza en el mercado como proveedor eficiente de los recursos? Sin rodeos, esto fue

la viva imagen del hombre de la caverna de Platón: los sujetos subalternos (gays, mujeres,

trabajadores del retail, mineros, estudiantes) salen de la cueva neoliberal y ven la luz. No

obstante, cuando la líder del movimiento estudiantil Camila Vallejo, hoy diputada por el

Partido Comunista, había declarado en Berlín que ‘el movimiento estudiantil chileno dejó

de ser gremial y pasó a ser político’4 generando gran polémica. La actitud de recelo de

gran parte de la opinión pública, que incluso había participado en los movimientos

sociales, aunque no lo supieran estaba viviendo el conflicto de la contradicción

fundamental: la imagen despolitizada de la vida social y el reconocimiento político de las

demandas sociales. De hecho, la ex dirigente decía algo de especial relevancia: ‘las

familias chilenas comenzaron a discutir políticamente en torno a los cambios que había

que hacer en educación, al interpretar que un cambio de modelo educativo significaba

un cambio de modelo social’.

Sin darnos cuenta, de manera inintencionada la erosión del conflicto social, la expresión

creativa y constructiva del malestar social había logrado algo impresionante, y es que

repolitizó a la sociedad. Registró en la consciencia colectiva el valor de la participación

cívica y de las demandas sociales. Pero aquí hay un hecho de trascendencia filosófica, y

es el éxito estruendoso de la filosofía gramsciana. Me explico. El contrato neoliberal

supuso un reordenamiento de las dimensiones morales y valóricas de la sociedad chilena,

mediante la mercantilización de todos los aspectos de la vida. Inclusive había inscrito una

nueva relación psicoanalítica en la sociedad: el ‘control’ de la inflación, del gasto público,

4 Declaraciones de Camila Vallejo en: http://www.elmostrador.cl/pais/2012/01/27/camila-vallejo-afirma-

que-el-movimiento-estudiantil-busca-como-pasar-a-la-politica/ Consultado el día 20 de marzo de 2015.

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el despertar sexual del plusvalor, de los beneficios, del óptimo de Pareto, del siempre más

por menos, de la acumulación, el ahorro (metáfora de la constricción como estado

psíquico), etc. Creó, pues, un nuevo sentido común y un discurso hegemónico que no

empezaría a desarticularse hasta el auge del movimiento estudiantil que sedimentó una

nueva consciencia colectiva, posicionando el lucro y la educación como bien de consumo

en concepciones reprochables.

Nuestra hipótesis general plantea que los movimientos sociales están desbordando el

sentido común neoliberal, y están reclamando la hegemonía de nuevas concepciones y

elementos que redefinen sistemáticamente la realidad social. Además, vemos en los

movimientos sociales un modelo de gobernanza democrática que integra la pluralidad y

la extensión social de los derechos participados.

Así, la Nueva Filosofía Política debe tomar en cuenta su tradición crítica y reelaborar la

historia de las ideas políticas, teniendo como eje central el estudio de las transformaciones

ideológicas de los actores sociales y el estudio de los aparatos ideológicos del

neoliberalismo para desarticular el discurso hegemónico. Para contrastar esta hipótesis,

nuevamente podemos volver a nuestro laboratorio y observar la primera etapa del proceso

de desmercantilización de todos los aspectos de la vida social e íntima, que llamaremos

<<etapa de repliegue>> en el que las multitudes ‘cuestionan el modo de utilización social

de recursos y de medios culturales’ (Touraine, 1997: 128), que en el movimiento

estudiantil constituyó una audaz crítica a los medios de comunicación masiva, que ha

convertido la información en un ejercicio de libertades y derechos cívicos a una mercancía

susceptible de ser manipulada según las expectativas de rentabilidad ¡La mentira es

rentable! Esta etapa aborda la iniciativa colectiva del malestar, cuando los sujetos

subalternos comienzan a organizarse en torno a un problema o una injusticia social, como

podrían ser la Asociación de Afectados del Vuelo JK5022, la Plataforma de Afectados

por la Hipoteca o la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, en Chile.

En todos los casos constituyen grupos sociales excluidos y atrapados en la ‘jaula de

hierro’ de la Ley proveniente de un contrato social ilegítimo.

La segunda etapa de desmercantilización la denominamos <<etapa de dosificación>>

donde los grupos subalternos van sumando fuerzas sociales transversales, estableciendo

un estrecho contacto con otras organizaciones civiles y políticas, y sobre todo una

posición de liderazgo intelectual y moral, que cobra una dimensión muy importante en la

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Guerra de posiciones5. Es la etapa en la que, por ejemplo, los movimientos sociales van

articulándose como movimientos políticos que se posicionan estratégicamente en el

escenario electoral y en la agenda pública. Al mismo tiempo los partidos políticos, los

movimientos sociales, los sindicatos y cualquier otra organización civil construyen un

bloque de resistencia, una ‘Nueva Mayoría’ que lidere procesos destituyentes con

potencialidad constituyente. El movimiento estudiantil, dosificado con otras

organizaciones como la Confederación Unitaria de Trabajadores (CUT) y la entrada de

los partidos de izquierda (Partido Comunista, Revolución Democrática y otros políticos

independientes) permitieron el debate de un inminente cambio de régimen, mediante el

establecimiento de una Asamblea Constituyente para construir un nuevo contrato social.

La etapa de dosificación es importante en cuanto los movimientos sociales, la ‘multitud’-

concepto ofrecido por Negri- van conquistando y recuperando posiciones, como diría

Gramsci ‘a fin de ser dirigente’. La idea de un <<multitud dirigente>> entendiendo como

tal la pluralidad de movimientos sociales, distintos entre sí, pero unidos en un proyecto

alternativo resulta atractivo para una democracia con baja cultura política, acostumbrada

a delegar el poder. Puede ser, inclusive, un agente transformador de la democracia

representativa y un modelo de democracia deliberativa.

La tercera y última etapa de desmercantilización es la <<etapa reactante>>. Cuando las

‘subjetividades comunes’ en la etapa de repliegue se han constituido y se han dosificado

en la articulación de diferentes grupos subalternos que luchan por conquistar la

hegemonía pueden llegar, por fin, a una ‘multitud dirigente’ capaz de ser una alternativa

política real y transformadora del orden moral, intelectual, político y económico de la

vida social. Es la etapa que aún no conocemos en Chile, pero que sí existe en otros países

de América Latina, como Bolivia, un pueblo capaz de desplazar a compañías como

McDonald’s o Coca Cola. La etapa reactante es el resultado revolucionario de las

interacciones producidas por las primeras dos etapas que generan cambios cualitativos en

la vida moral y social de los pueblos.

En definitiva, hemos salido del Estado para recuperar la sociedad. Ahora toca reconstruir

la sociedad para recuperar el Estado. Tal como lo hemos hecho hasta el momento

necesitamos desarticular los relatos y los discursos que han atrapado semánticamente al

5 Entendemos la Guerra de posiciones como la búsqueda de la hegemonía por parte de los grupos

subalternos, mediante la dirección intelectual y moral en momentos que no existen las fuerzas sociales

suficientes para quebrantar el orden neoliberal.

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Estado, y lo haremos primero aceptando a priori la ilusión del Estado. En realidad, nunca

hemos conocido un Estado diferente al que aquí catalogamos: a) Estado Absoluto b)

Autoritario-fascista c) Estado burocrático y d) Estado neoliberal. En todos esos modelos

de Estado sigue vigente la definición de clásica de Marx, esto es, como una maquinaria

política e ideológica que sirve y refleja los intereses de la clase dominante (clase política,

terratenientes/oligarcas, funcionarios, empresarios, etc.).

En el siguiente capítulo estudiaremos las posibles autopistas para llegar a una concepción

alternativa del Estado en la Nueva Filosofía Política.

3. Conclusiones: <<Transición Paradigmática>>

Ahora que hemos reencontrado el poder político de la sociedad debemos preguntarnos

¿cómo reinventar el Estado? Salir del Estado significa generar un nuevo contrato social,

salir del contrato significa reencontrar el Estado. Si le hemos dado un nuevo estatuto

político, hegemónico, decisivo, a la ‘multitud dirigente’ entonces podríamos seguir la

idea de Boaventura S. Santos de ‘Transformación del Estado nacional en un novísimo

movimiento social’. Es a nuestro juicio una propuesta adecuada en un momento de crisis

del Estado moderno.

El Estado neoliberal, producto del Consenso de Washington, está despolitizado y cumple

la función de despolitización y privatización de los todos aspectos de la vida. Esto

significa que el Estado cumple un rol burocrático y poco democrático. Los Estados

despolitizados son los Estados tecnocráticos que se basan fundamentalmente en la

hegemonía de los espacios técnicos en la gestión gubernamental. De hecho, en países

como Chile los estudios de modernización del Estado y de políticas públicas están hoy en

las facultades de economía e Ingeniería Civil. Por lo tanto, la multitud dirigente

cooperativa, solidaria, participativa, con poder político, revitalizaría la idea de

democracia. De hecho, el autor de este artículo considera que no tiene sentido

democratizar el Estado sin democratizar la sociedad, los espacios no estatales. Creemos

que la ‘multitud dirigente’ puede ser incluida en el sistema de pesos y contrapesos de la

democracia moderna. Boaventura, por ejemplo, nos ofrece el caso de Brasil: la

elaboración participativa de los presupuestos en los ayuntamientos donde gobierna el

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Partido de los Trabajadores, sobre todo en Porto Alegre (Santos, 1999). Son estos

mecanismos los que confieren a los movimientos sociales un carácter dirigente. Y como

vemos, son los partidos políticos o los políticos independientes quienes tienen la

posibilidad de generar un cambio paradigmático en el ejercicio de la democracia

confiriendo capacidad dirigente a los movimientos sociales.

Por lo tanto, en vistas de la reinvención del Estado como ‘novísimo movimiento social’

proponemos un modelo de metagobernanza, en el que los diferentes colectivos aseguren

mecanismos democráticos y eficientes de decisión pública. Al mismo tiempo se recobra

la legitimad social del Estado y la confianza social hacia las instituciones del Estado. Así,

estaríamos en condiciones de construir un Estado articulador de la ‘multitud dirigente’,

con poca disidencia, legítimo, y garantista.

Por otra parte, no hemos entrado en materia económica pues dejamos esa labor para

aquellos economistas que aún creen que la filosofía es un una valiosa disciplina heurística

capaz de articular nuevas teorías económicas alternativas y críticas que tomen como

referencia los resultados interdisciplinares de la filosofía, la sociología y la ciencia

política. A la luz de la nueva evidencia empírica podemos plantear un nuevo pensamiento

económico a la luz de la emergencia de un socialismo de nuevo tipo, que tenga en cuenta

las luchas democráticas, la pugna política, los antagonismos, la concepción ambivalente

de la naturaleza humana, las nuevas relaciones de trabajo y la formación de una nueva

Política Económica que tome en consideración todos los aspectos que aquí se han tratado.

En definitiva, una economía descolonizada del pensamiento neoliberal.

En síntesis, para recuperar el Estado debemos liderar un proceso destituyente que

desarticule los discursos socializadores del neoliberalismo: lucro, beneficios, escasez,

disciplina fiscal, control de la inflación, etc. Esta desarticulación se llevará a cabo, según

nuestras propuestas, mediante un proceso paulatino de desmercantilización de todos los

aspectos de la vida social e íntima. El Estado socialdemócrata, el Estado marxista-

leninista, fascista u orgánico hoy nos entregan una valiosa lección: el Estado está más

cerca de nosotros de lo que creemos. La experiencia chilena, como hemos argumentado,

y como podrían ser otras experiencias sociales en el planeta, la construcción de un bloque

contra-hegemónico y desarticulador es posible. El desafío que hoy tiene la democracia

moderna es superar principal enemigo: el neoliberalismo. Sin los procesos destituyentes,

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desmercantilizadores, y constituyentes no es posible hablar de una etapa reactiva. El

claroscuro ya pasó, dejemos paso al nuevo mundo.

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Consultado el día 20 de marzo

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