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SALUD LABORAL Y GÉNERO Rebeca Torada, Neus Moreno (Capitulo publicado en Mujer y trabajo. Problemática actual. Valencia. Editorial Germania) ¿Existe una salud laboral para mujeres y otra para hombres? ¿Tenemos las mujeres la misma percepción de nuestra salud que los hombres? ¿Tenemos las mismas condiciones de trabajo? ¿Y de vida? El binomio que titula este capitulo no es un simple ejercicio de lingüística, sino que responde a uno de los mayores retos que en el ámbito laboral tenemos en estos momentos los agentes sociales, los profesionales y la administración: contemplar la especificidad del colectivo de las mujeres en las políticas preventivas de las empresas. Si en general la implantación de sistemas de gestión de la prevención en las empresas está siendo un proceso lento y costoso 1 más difícil es que las escasas prácticas preventivas desarrollen estrategias e indicadores específicos para conocer y prevenir las molestias, daños, enfermedades y patologías que afectan de forma específica a las mujeres. Es objeto del presente capitulo reflexionar sobre la situación de las mujeres en el mundo del trabajo, las diferentes condiciones de trabajo que caracterizan su presencia en él y cómo repercuten éstas en su salud. También se realiza una valoración de las deficiencias existentes hoy en día en las prácticas preventivas, que se reducen básicamente a ignorar las diferencias entre géneros, para concluir con algunas propuestas sobre cómo orientar la acción preventiva. Por último se anexa un pequeño resumen del II Congreso Mujer, Trabajo y Salud, celebrado en Río de Janeiro en septiembre de 1999. Pensamos que en el momento actual, cuando la globalización de la economía incide de forma contundente en las relaciones de trabajo y en la salud de 1 En 1998, alrededor del 62% de los empresarios o directivos tenía un conocimiento escaso o nulo de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales y en el 81% de la empresas no se había establecido un modelo de organización de la prevención.” La formación en prevención de riesgos laborales”. Informe de situación. 1998. ISTAS. 1

SALUD LABORAL Y GÉNERO laboral y género.doc  · Web viewInforme entregado en la Comisión Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo Acoso sexual en el entorno de trabajo. Nuria

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SALUD LABORAL Y GÉNERORebeca Torada, Neus Moreno

(Capitulo publicado en Mujer y trabajo. Problemática actual. Valencia. Editorial Germania)

¿Existe una salud laboral para mujeres y otra para hombres? ¿Tenemos las mujeres la misma percepción de nuestra salud que los hombres? ¿Tenemos las mismas condiciones de trabajo? ¿Y de vida?

El binomio que titula este capitulo no es un simple ejercicio de lingüística, sino que responde a uno de los mayores retos que en el ámbito laboral tenemos en estos momentos los agentes sociales, los profesionales y la administración: contemplar la especificidad del colectivo de las mujeres en las políticas preventivas de las empresas. Si en general la implantación de sistemas de gestión de la prevención en las empresas está siendo un proceso lento y costoso1 más difícil es que las escasas prácticas preventivas desarrollen estrategias e indicadores específicos para conocer y prevenir las molestias, daños, enfermedades y patologías que afectan de forma específica a las mujeres.

Es objeto del presente capitulo reflexionar sobre la situación de las mujeres en el mundo del trabajo, las diferentes condiciones de trabajo que caracterizan su presencia en él y cómo repercuten éstas en su salud. También se realiza una valoración de las deficiencias existentes hoy en día en las prácticas preventivas, que se reducen básicamente a ignorar las diferencias entre géneros, para concluir con algunas propuestas sobre cómo orientar la acción preventiva.

Por último se anexa un pequeño resumen del II Congreso Mujer, Trabajo y Salud, celebrado en Río de Janeiro en septiembre de 1999. Pensamos que en el momento actual, cuando la globalización de la economía incide de forma contundente en las relaciones de trabajo y en la salud de las personas, hay que dar una dimensión más allá de las fronteras para entender la relación entre el trabajo y la salud de las mujeres.

El mundo del trabajo asalariado y de las mujeres en permanente cambio.

En las últimas décadas hemos vivido importantes avances encaminados a la no discriminación de las mujeres; avances que se han producido principalmente en el terreno legislativo, pero también en el ámbito social. Y el trabajo asalariado es uno de los ámbitos sociales en los que podemos observar mayores cambios. Día a día vivimos reflexiones y reivindicaciones legislativas. Sin ir más lejos el año 1999 se produjo un importante debate social, con no poca repercusión en la prensa, en torno al anteproyecto para promover la conciliación de la vida familiar y laboral de las personas trabajadoras, ley que vio la luz en noviembre de ese mismo año2, y que presenta un desequilibrio entre las expectativas que puede generar el título y las medidas concretas. 1 En 1998, alrededor del 62% de los empresarios o directivos tenía un conocimiento escaso o nulo de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales y en el 81% de la empresas no se había establecido un modelo de organización de la prevención.” La formación en prevención de riesgos laborales”. Informe de situación. 1998. ISTAS.2 Ley 39/1999 de 5 de noviembre, publicada en el BOE de 6 de noviembre.

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Pero esta discusión y su repercusión social nos señala la existencia de una crisis del modelo social en el que el conjunto de su organización gira en torno al trabajo asalariado. Esta organización actual de la sociedad es insostenible para las mujeres. El modelo lineal de distribución del tiempo - un tercio para el trabajo, un tercio para el descanso y un tercio para el ocio - marcado por la presencia única y casi exclusiva de los hombres en la esfera social y de trabajo remunerado, no se adapta a la nueva realidad social donde una gran cantidad de mujeres integran la actividad pública y privada, asumiendo responsabilidades en ambas esferas coexistentes en el tiempo y a menudo en el espacio.

Las alertas sociales no se producen únicamente en el ámbito legislativo, sino que aparecen en el ámbito más amplio de lo social. Hoy es motivo de alerta, como mínimo en algunos sectores sociales, las discriminaciones más evidentes como los despidos por embarazo o el acoso sexual que se justifica por la manera de vestir o comportarse de las mujeres. Pero, tampoco nos podemos engañar, existen numerosas discriminaciones y realidades que son muy invisibles o bien no generan “escándalo” social; y estas discriminaciones también afectan al terreno de la defensa de la salud en el puesto de trabajo.

El mundo del trabajo está en permanente cambio. Empecemos por la misma concepción del término trabajo. Se ha definido el trabajo como una actividad humana orientada a la realización de actividades que satisfacen necesidades y puede ser realizado bajo diferentes contextos sociales, uno de los cuales es el sistema asalariado. Cuando nos planteamos la especificidad de género en la relación trabajo-salud esta visión global del trabajo es de una importancia vital. Cuando nos referimos al genérico trabajo, generalmente, sólo nos estamos refiriendo a una parte del trabajo: el trabajo asalariado. Y éste no es el único trabajo que existe en nuestra sociedad. Reflexionemos ¿Funcionaria nuestra sociedad si las mujeres no realizasen el trabajo doméstico o reproductivo? ¿Qué pasaría si los miles y miles de persona que realizan trabajo voluntario dejasen de hacerlo?

Lo que caracteriza al trabajo asalariado y lo hace diferente del resto de “trabajos” desde el punto de vista de las relaciones que en él se establecen, es que se trata de una relación jerárquica que está regulada legalmente y es un espacio social donde existen numerosos conflictos sociales fruto de la confrontación de intereses. Esta confrontación es la que da lugar a la legislación que regula de forma específica las relaciones laborales, en la que se encuentra incluido el marco legal específico para la protección de la salud en el trabajo.

El mercado de trabajo es un mundo en permanente cambio. Conocer y reflexionar sobre estos cambios es importante, por interés social, y también, porque nos puede ayudar a entender el binomio trabajo / salud.

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A continuación se señalan algunas de las tendencias actuales3 del mercado de trabajo asalariado que nos pueden servir para entender la posición de las mujeres en él:La tasa general de actividad está aumentando, y dicho aumento se produce, principalmente, por la incorporación paulatina de las mujeres al trabajo asalariado. La tasa de actividad en el primer trimestre del 1993 era de 48,6 (mujeres 34,2 y hombres 64,2), mientras que en el primer trimestre del 2000 era del 51,01 (mujeres 39.50 y hombres 63,46).

Así mismo estamos observando cambios importantes en la estructura económica. En el primer trimestre del 2000 la población ocupada era de 14.213.000 y su distribución por sectores era: 7,09% en agricultura, 19,8% en industria, 10,8% en construcción y 62,2% en servicios.

Por tanto la constante incorporación de las mujeres al trabajo asalariado se realiza de forma paralela al peso cada vez más importante del sector servicios en la economía: prácticamente el 80% de la población femenina ocupada se concentra en este sector. Este es un elemento importante para identificar el tipo de condiciones de trabajo que determinan la salud de las mujeres trabajadoras.

La precariedad afecta más a las mujeres que a los hombres: la tasa de temporalidad de los hombres es del 32,1 y de las mujeres de 34,56. En condiciones precarias la defensa de la salud se hace más difícil: el miedo a la pérdida de trabajo, la falta de información e formación, la ocupación de los puestos con más riesgos, más inseguros y molestos que el personal fijo de plantilla puede rechazar o evitar, son obstáculos a la participación en la construcción de la salud en el trabajo.

También las mujeres representan un porcentaje importante del trabajo no regularizado o de economía sumergida. Sectores industriales manufactureros como textil, calzado, elementos eléctricos... externalizan su actividad a los domicilios o naves clandestinas en condiciones totalmente precarias, donde se concentra un cúmulo de riesgos que se asumen sin ningún conocimiento, y no existe ningún tipo de control ni de medidas preventivas. Esta desregularización

3 Los datos que se presentarán en este apartado son de la EPA (encuesta de población activa) y se refieren al conjunto del Estado español.

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deja totalmente desprotegidas a las trabajadoras frente a los riesgos y frente a los empleadores que se los han transferido.

La feminización del desempleo también es patente, en el primer trimestre del 2000 la tasa de paro era de 15,01, existiendo notables diferencias entre hombres (tasa de 10,54) y mujeres (tasa de 21,64), y encubre un sector importante de mujeres activas registradas como demandantes de empleo, pero que en realidad desarrollan trabajos de economía sumergida, ya mencionados.

La incorporación de la mujer al trabajo asalariado no ha sido uniforme en los sectores y puestos de trabajo que hombres y mujeres ocupamos. Hablamos de “segregación horizontal” en cuanto que las mujeres se concentran en determinados sectores de la producción y de “segregación vertical” por las diferentes tareas que ambos sexos tienen asignadas dentro de un mismo sector. De manera que no nos debe extrañar que cuando hablamos de diferentes riesgos laborales existan diferencias importantes entre mujeres y hombres, y que en una parte importante se explican por las tareas que realizamos. Por ejemplo, diversas encuestas referentes a la percepción de riesgo4 señalan que los riesgos a los que se encuentran expuestos los hombres están relacionados con la seguridad y la higiene, mientras que las mujeres relatan, mayoritariamente, riesgos relacionados con la organización del trabajo y la ergonomía. Rápidamente podemos recordar que los hombres se concentran en sectores como construcción, minería, metal, industria pesada... donde los riesgos de accidentes y exposición a tóxicos tienen más protagonismo, mientras que las mujeres se concentran en el sector servicios, fundamentalmente sanidad y educación, donde las patologías musculo-esqueléticas y los riesgos derivados de una inadecuada organización del trabajo son sentidos como prioritarios.

Pero la diversidad de género va más allá de la división sexual del trabajo. La importante incorporación de las mujeres al trabajo asalariado se ha acompañado por un escaso cambio del papel de hombres y mujeres en el trabajo doméstico5, un trabajo imprescindible para el desarrollo de la sociedad y

4 Condiciones de trabajo en la Unión Europea. Fundación para la mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo. 1996./ III Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo. Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo. 1999.5 Con el término de trabajo doméstico, también denominado trabajo reproductivo, hacemos referencia al trabajo necesario para garantizar el cuidado de las personas, desde sus aspectos más materiales, a su componente más

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que entre otras cuestiones se caracteriza por no estar sujeto a las leyes del mercado. Este tipo de trabajo está realizado prácticamente por las mujeres, sin embargo únicamente se han producido pequeños cambios en la atención de la infancia y en la compra en las grandes superficies. Paralelamente en el estado español ha existido un escaso desarrollo de servicios sociales encaminados a favorecer ayudas y facilitar los trabajos habitualmente considerados como “privados” y realizados (y de responsabilidad) de las mujeres, como son la atención a las necesidades de las personas dependientes (personas enfermas, niños y niñas, las personas mayores, etc....). Esta realidad social ha provocado que la doble presencia (necesidad de hacer compatible los requerimientos del ámbito doméstico y del trabajo asalariado) se convierta para miles y miles de mujeres en una realidad que vertebra y atraviesa sus vidas cotidianas. Esta realidad genera estrés e incide sobre la salud.

Condiciones de trabajo de las ocupaciones de las mujeres

¿En que sectores se concentra la población ocupada femenina?

Como ya se ha expuesto existe segregación de las mujeres en la actividad laboral remunerada en dos sentidos. Respecto a la segregación horizontal, destacan el sector servicios que concentra el 80% de la población femenina ocupada. En 1993 del total de mujeres asalariadas más de las dos terceras partes se concentraban en las ramas de comercio/hostelería (20,9%), administración/banca (16,7%), actividades sanitarias (13,2%), educación (11,5%), trabajo doméstico (9,4%), textil y confección (4.7%) y alimentación (2.5%)6.

La segregación vertical implica que las mujeres ocupan determinadas categorías laborales dentro de un mismo sector: destacan las trabajadoras de servicios de restauración, personales, protección y vendedoras (22,43%), trabajadoras no cualificadas (18,81%) y empleadas de tipo administrativo

afectiva, y que normalmente se desarrolla en el marco de la familia.6 La mujer en industria y servicios. María Felix Villar Fernández. Salud y Trabajo. INSHT 1995.

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(15,64%)7. Es decir que las mujeres, tanto respecto al sector de actividad como a las ocupaciones en que se concretan sus tareas, se encuentran en aquellos empleos que son una prolongación de las tareas asignadas tradicionalmente a éstas, vinculadas al trabajo reproductivo: cuidado de personas, socialización de los menores, confección de prendas de vestir, provisión de alimentos, etc… Algunos ejemplos de daños a la salud en las tareas desarrolladas mayoritariamente por mujeres.

Las trabajadoras de las escuelas infantiles o guarderías tienen graves problemas de espalda y dolores musculares producidos por la atención constante a menores, con frecuencia los cogen en brazos, el mobiliario está diseñado pensando en el tamaño del/la menor y no en las trabajadoras. Tienen un requerimiento afectivo constante y sienten que su trabajo está poco reconocido socialmente, al fin y al cabo están cuidando de niños y niñas como lo han hecho siempre las mujeres.

Las cajeras de supermercados y las camareras de piso en hoteles, dos ocupaciones totalmente feminizadas en el sector comercio/hostelería, manifiestan el esfuerzo físico y el ritmo intenso como los factores de riesgos que más les afectan. El mantenimiento de posturas forzadas, el elevado ritmo de trabajo, la falta de pausas, los equipos de trabajo antiguos y pesados, y la alta presión de jefes, mandos intermedios y los propios clientes, tienen como consecuencia un elevado número de bajas por lumbalgias, ciáticas, trastornos musculo-esqueléticos de muñecas, hombros o codos. Las bajas son tan continuas que les producen secuelas psicológicas.

Las empleadas de hogar y trabajadoras de la limpieza, realizan trabajos de constante, aunque “leve”, esfuerzo físico: desplazamiento de mobiliario, utilización de equipos de trabajo, posturas forzadas para llegar a determinadas zonas… Utilizan productos de limpieza de elevada toxicidad, sin formación sobre éstos ni sobre los posibles efectos acumulativos y potenciadores que tienen al emplearse varios de ellos de forma simultánea. Se desplazan por diversos centros de trabajo a lo largo de la jornada y en horarios muy dispares: la limpieza de determinados centros de trabajo viene determinada por el cese de actividad en ellos, por lo que se realiza en horarios intempestivos al finalizar la jornada habitual o antes de que esta comience. Con frecuencia presentan tendinitis y degeneración de los discos invertebrales.

Las trabajadoras de la salud, principalmente auxiliares de clínica y enfermeras, así como las trabajadoras de servicios sociales, educadoras y auxiliares de ayuda a domicilio, realizan un trabajo muscular dinámico de levantamiento de pesos: manipulación de pacientes, personas con minusvalías y personas mayores. La característica específica de este requerimiento es que se trata de seres vivos que pueden reaccionar y moverse, no son objetos inanimados, con lo que las exigencias son diferentes. Además en este tipo de empleos las mujeres son “el colchón emocional de la sociedad”, lo que genera más tensión y agudiza los riesgos de origen musculo-esquelético.

7 EPA, IV trimestre de 1999.

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En las empresas de fabricación de porcelana decorativa, donde la plantilla está formada mayoritariamente por mujeres, éstas se quejan de ritmos elevados, incomodidad por falta de espacio, movimientos repetitivos, trabajo monótono y rutinario y alta atención visual. El ritmo de trabajo viene marcado por tiempos establecidos de antemano, al finalizar la jornada se deben haber producido un número determinado de piezas, en caso contrario hay una merma salarial. En estas trabajadoras es frecuente el síndrome del túnel carpiano, ya que las tareas de pintado, pegado, montaje, conllevan movimientos constantes de extensión-flexión de la muñeca a ritmos elevados.

En el puesto de trabajo de administrativa o auxiliar administrativa, el trabajo con pantallas de visualización de datos ocupa un porcentaje relevante del tiempo de trabajo, caracterizado por movimientos repetitivos de manos, posición sentada mantenida durante mucho tiempo, esfuerzo permanente visual, y carga mental por el gran volumen de información que se maneja. En una encuesta de percepción subjetiva realizada a trabajadoras de administración en empresas de sectores tradicionalmente masculinos, construcción y transporte, éstas manifestaron como problemas el etiquetado vitalicio de “secretarias”, infravaloración e insuficiente remuneración respecto al grado de responsabilidad, realización de tareas de categorías superior a la contratada, criterios de promoción arbitrarios, que en la realidad se traducen en la imposibilidad de promocionarse para las mujeres.

Las encajadoras y seleccionadoras de los almacenes hortofrutícolas desarrollan sus tareas en pie de forma constante, el ritmo viene marcado por las cintas que transportan las frutas y hortalizas, que requiere un grado de atención muy elevado con grandes requerimientos visuales y rapidez en los miembros superiores. No cuentan con apoyos que permitan descansar los pies y las condiciones ambientales son extremas en las diferentes épocas del año: mucho calor en verano y frío en invierno, ya que se trata de grandes naves de difícil acondicionamiento. Manifiestan problemas de carácter musculo-esqueléticos en extremidades superiores e inferiores y de circulación de la sangre.

El sector textil y confección, que concentra un número importante de trabajadoras, éstas ocupan los puestos de trabajo donde los requerimientos físicos “parecen” menores: corte, confección, punto, calcetines, mientras que los hombres están en cabecera (hilo, tela y tintas), cadenas de montaje y almacenes. Las trabajadoras sufren trastornos musculo-esqueléticos por movimientos repetitivos, posturas forzadas y ritmo elevado. Sin embargo esta patología pasa inadvertida frente a los problemas musculo-esqueléticos de los hombres, que tienen su origen en la manipulación de cargas y maquinaria pesada. En las fases de estampación hay una exposición elevada a sustancias tóxicas, que se ve fuertemente aumentada por las condiciones climáticas. Un caso conocido y que tuvo gran difusión social es el “síndrome de Ardystil”, en la Comunidad Valenciana, donde cerca de una treintena de personas, mujeres en su mayoría, ha padecido una fibrosis pulmonar que ha desembocado en la muerte de seis de ellas, por la exposición a estas sustancias durante un tiempo prolongado en unas condiciones de precarización extrema de las relaciones laborales.

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En la industria del calzado los trabajos de acabado y montaje, desarrollados mayoritariamente por mujeres, son procesos externalizados que se desarrollan en economía sumergida y a través de trabajo domiciliario. Concurren en este tipo de trabajo características similares a las descritas anteriormente, donde la falta de diseño ergonómico de los puestos de trabajo, el mantenimiento de posturas forzadas, los movimientos repetitivos y la exposición a sustancias tóxicas de colas y pegamentos, suponen una grave agresión a la salud. La “parálisis del calzado”, intoxicación provocada por un agente conocido desde los años 70, ha supuesto para un número importante de mujeres la inactividad de los sistemas nervioso y muscular8.

Si bien las situaciones descritas suponen apenas una pequeña muestra de algunos de los sectores feminizados, nos sirve para constatar los datos emanados de las diferentes encuestas mencionadas anteriormente, en las que se recoge la opinión subjetiva de trabajadoras y trabajadores. Vemos como en todas estas ocupaciones aparece un denominador común: problemas musculo-esquéleticos y derivados de la organización del trabajo. Esta tipología de daños a la salud se caracteriza porque la sintomatología es difícil de identificar y se infravaloran en las actuaciones preventivas. Se presupone que las exigencias emocionales y afectivas de determinados trabajos feminizados son “naturales” en las mujeres y no entrañan riesgos para la salud. En definitiva son riesgos invisibles que van mermando la salud poco a poco.

Los problemas musculo-esqueléticos.

En la encuesta9 realizada por la Fundación Europea para la mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo en los 12 países comunitarios, las mujeres se mostraban más afectadas por la carga osteomuscular, un menor control sobre el trabajo y una menor autonomía que los hombres.

La Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo10 lanza datos que confirman esta percepción subjetiva de las mujeres en el estado español en la línea de las situaciones descritas anteriormente: las mujeres refieren algún tipo de molestia musculoesquelética con más frecuencia que los hombres: un 76,3% frente al 65.5% de los hombres.

Estas patologías se presentan en diferentes zonas corporales en hombres y mujeres: mientras que los primeros se ven más afectados en la zona baja de la espalda, zona lumbar, las mujeres localizan más molestias en el cuello, zona dorsal, lumbar y miembros superiores. Esto es así por que los trabajadores varones están más expuestos a manipulación de cargas pesadas, y las mujeres realizan trabajos repetitivos que afectan fundamentalmente al cuello, hombros y extremidades superiores .

8 “Parálisis del calzado: diez mujeres intoxicadas” A. Calera. Revista Por experiencia. ISTAS. Julio 19989 Condiciones de trabajo en la Unión Europea. Fundación para la mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo. 199610 III Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo. Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el trabajo. 1999

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Por ramas de actividad, entre las mujeres trabajadoras, el cuello es señalado de forma muy importante en Administración y Banca (42;5%), en los Servicios Sociales (40,6%) y en Otros Servicios (36,6%), sectores claramente feminizados, que se caracterizan por la exposición a movimientos repetitivos y la manipulación de cargas poco pesadas pero de forma constante.

En este sentido es importante la contestación que las mujeres realizan a la pregunta ¿qué tipo de demanda física tiene en su trabajo? en la citada encuesta: el 38,3% de las mujeres manifiestan realizar movimientos de manos o brazos muy repetitivos y el 36,9% mantener una misma postura, en ambos casos porcentajes superiores a los varones.

Pero no solo existe diferencia en cuanto a las zonas afectadas, sino también en la edad: en las mujeres las molestias aparecen a una edad más tardía que en los hombres. Cabria preguntarse ¿A que se debe esta mayor incidencia en las mujeres, y la diferente edad en que aparecen?

Ana María Seifert11, de la Universidad de Quebec, plantea que existen tres condiciones globales que pueden explicar este hecho:

- La tarea asignada es diferente. Las mujeres ocupan empleos en los que se demanda movimientos repetitivos de los miembros superiores a un ritmo muy rápido, agudeza visual para percibir los detalles, una postura estática, sentada o de pie sin posibilidad de movilidad.

- La interacción entre la persona y su puesto de trabajo es diferente. Los hombres y mujeres tienen diferente tamaño, pero también diferentes proporciones . Los hombres son generalmente más grandes que las mujeres y también los segmentos corporales de uno y otro sexo difieren.

- La duración del trabajo (en años de servicio) con exposición al riesgo es mayor. Las mujeres se quedan más tiempo en un mismo empleo. En promedio, las mujeres no cambian su carga de trabajo físico en un periodo de 24 años, mientras que los hombres la disminuyen gradualmente.

A estos factores hay que añadir las responsabilidades familiares, la doble presencia ya mencionada. Por un lado supone una mayor exposición al mismo tipo de riesgos: las tareas domésticas y de cuidado de las personas cercanas tienen muchos factores de riesgo en común con los trabajos remunerados de las mujeres, y por otro lado supone que no descansan lo suficiente. Esta falta de reposo es otro factor que aumenta el riesgo de problemas musculo-esqueléticos.

Riesgos derivados de la organización del trabajo.

11 El trabajo de las mujeres y los riesgos de lesiones musculo-esqueléticas. Ana María Seifert. Ponencia presentada en el I Foro ISTAS. Valencia, 17-19 noviembre de 1999.

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Respecto a los riesgos derivados de la organización del trabajo, las mujeres manifiestan falta de control y autonomía, ritmos excesivamente acelerados, asignación de tareas que se superponen en el tiempo, tener que dar respuestas a demandas de diferentes personas, servir de tapón entre la institución y los clientes y supervisión agresiva por parte de superiores. Estos riesgos dan origen a problemas de estrés y ansiedad que en las mujeres tienen una prevalencia significativa.

Un primer aspecto a valorar en este sentido es la paradoja existente entre las ocupaciones de las mujeres, que se corresponden con las categorías laborales más bajas, con peor remuneración y escasas posibilidades de promoción12, y el elevado nivel de formación alcanzado por las mujeres como colectivo. El 17,7%13 de las mujeres manifiestan tener un nivel de estudios superior al necesario para desempeñar el puesto de trabajo, hay una infrautilización de las capacidades que genera insatisfacción y desmotivación.

La falta de reconocimiento del trabajo es también una condición que afecta en mayor grado mujeres que a hombres y repercute de forma negativa sobre su salud. Un 7.6% de mujeres percibe que su puesto de trabajo es considerado de poca o ninguna importancia, frente al 5,2% de los hombres12. Dos factores pueden influir en esta diferente percepción, la discriminación laboral que padecen las mujeres, reflejado en la asignación de las categorías más bajas, la menor remuneración y escasas posibilidades de promoción, y la desvalorización social de las ocupaciones de las mujeres, que en un porcentaje alto reproducen las tareas “femeninas” que tradicionalmente se han realizado desde el ámbito privado y doméstico. En las unidades familiares donde hay ingresos de dos miembros, en numerosas ocasiones el salario de la mujer se concibe como la "ayuda” que permite alcanzar mayor nivel de vida, pero de la que se puede prescindir. De hecho en épocas de recesión económica son las mujeres las que pasan a engrosar las listas de desempleo, pues su trabajo no es valorado como una opción profesional real y además tiene inferior remuneración que el desempeñado por el hombre.Un factor depresógeno particular para las mujeres situadas en niveles de alta cualificación es el llamado “techo de cristal”: una superficie invisible construida mediante elementos que no están escritos ni sujetos a normas o leyes objetivas, sino a un conjunto de expectativas, actitudes o valoraciones latentes que dificultan la promoción de estas mujeres a posiciones de poder.

El ritmo de trabajo elevado es una variable común en las ocupaciones “femeninas” que tiene su origen en diferentes tipos de demandas: las mujeres que trabajan en el sector servicios, con atención al público y/o prestación de servicios personales, manifiestan que el ritmo viene impuesto básicamente por las propias necesidades de los clientes o usuarios, mientras que las trabajadoras de producción manufacturera definen el riesgo por la presión de los tiempos cronometrados, que determinan la salida de una producción determinada. En sectores en auge como servicios de atención telefónica, las 12 En la propia ENCT se define el perfil de trabajador con menores posibilidades de promoción: mujer, entre 18 y 34

años, de empresas pequeñas y trabajadores/as no cualificados y administrativos.13 III Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo. Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el trabajo. 1999.1

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trabajadoras manifiestan que la presión no sólo se debe a la cantidad de llamadas que deben atender, sino que la empresa establece un tiempo límite por llamada, con lo que la atención al cliente está mediatizada por criterios de productividad que entran en conflicto con la calidad del servicio. Además este tipo de trabajo se caracteriza porque se ofrece servicio durante las 24 horas del día, con lo que la organización del trabajo establece turnos que dificultan de forma considerable la vida familiar y social de las trabajadoras, además del trastorno de los ritmos circardianos que produce efectos negativos sobre el sueño, el sistema nervioso y el sistema digestivo, entre otros.

El trabajo repetitivo y monótono, además de las repercusiones sobre el sistema musculo-esquelético ya descrito anteriormente, produce somnolencia, laxitud física, disminución y alteraciones en el rendimiento, reducción de la respuesta y una mayor variabilidad de la frecuencia cardiaca. Es un elemento desmotivador y aumenta la accidentabilidad al bajar los niveles de atención.

La supervisión agresiva por parte de mandos superiores también es un factor de riesgo que las mujeres manifiestan como muy presente en algunos sectores de producción y está muy vinculado al mantenimiento del ritmo productivo. Tiene especial presencia en industrias manufactureras y en la prestación de servicios a través del teléfono. Las trabajadoras tienen tiempos establecidos para ausentarse del puesto de trabajo y se controla la frecuencia con que lo hacen. En el caso de las trabajadoras que utilizan pantallas de visualización de datos existen programas informáticos que realizan esta labor de control y cuentan con dispositivos para alertar del tiempo empleado. En otros casos la supervisión se convierte en hostigamiento psicológico que da lugar a estados de estrés y ansiedad, llegando incluso a suponer la baja médica. En una empresa de Orihuela (Alicante), la situación llegó a ser tan alarmante que las trabajadoras iniciaron una campaña de denuncia que obligó a la Inspección de Trabajo a actuar. Las mujeres de esta empresa textil manifestaban que tenían sentimientos de amenaza, de fracaso, impotencia, frustración, baja autoestima, apatía e incluso cuadros depresivos14.

Riesgo reproductivo

En el proceso de la reproducción intervienen diversos mecanismos biológicos que pueden alterarse por exposiciones del padre o de la madre, antes o después de la concepción, y que pueden manifestarse en una amplia gama de efectos. Estos efectos incluyen tanto trastornos previos a la concepción (reducción del deseo sexual, alteraciones de la menstruación o reducción de la fertilidad) como alteraciones que se presentan después de la concepción (aborto espontáneo, muerte fetal, anomalías congénitas, retraso del crecimiento uterino, prematuridad, cáncer infantil y otras enfermedades infantiles o del adulto). Con frecuencia, un mismo agente puede interferir en diferentes etapas y provocar diferentes tipos de alteraciones.

Sólo una pequeña parte de las decenas de miles de compuestos químicos presentes en el ambiente de trabajo han sido adecuadamente valorados en

14 Calera , A. “Huelga contra el hostigamiento psicológico”. Revista Por Experiencia, abril 1999, 11.

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cuanto a su toxicidad sobre la reproducción y el desarrollo. Aunque una variedad de agentes se comportan como tóxicos para la reproducción en animales de laboratorio, los efectos sobre la reproducción humana para la inmensa mayoría de sustancias químicas industriales y ambientales son desconocidos. Otras exposiciones con un riesgo potencial sobre la reproducción (por ejemplo, carga física, ruido, radiaciones o carga psíquica) son también frecuentes en los lugares de trabajo.

Se ha señalado el aumento entre las mujeres trabajadoras del riesgo de parto prematuro en relación con diversos factores que inducen "fatiga" como el riesgo postural, el trabajo con máquinas industriales, el esfuerzo físico, el estrés o un microclima inadecuado (ruido, frío, calor, humedad, etc.). También se ha encontrado correlación con el número de horas de trabajo y los turnos.

En la regulación y protección del riesgo reproductivo de origen laboral hay que evitar cualquier tipo de discriminación por género. Las alteraciones de la reproducción pueden afectar tanto a los trabajadores como a las trabajadoras, y el objetivo de la prevención debe ser evitar la existencia de los riesgos para todos.

En algunos casos, se utiliza el argumento de la prevención del riesgo reproductivo para discriminar a las mujeres de determinados puestos de trabajo. Por ejemplo, en muchas industrias de los Estados Unidos en las que existe exposición al plomo no se permite trabajar a las mujeres. Pero esta exclusión se limita a grandes empresas, en las que los salarios son relativamente elevados. No se excluye a las mujeres de empresas más pequeñas en las que también existe exposición al plomo, como por ejemplo en la industria de la cerámica, en las que los salarios son mucho más bajos y en las que la mayoría de los trabajadores son mujeres.

Riesgos específicos de género: la doble presencia, el acoso sexual, la discriminación y la exigencia en cuanto a imagen y comportamiento. El colectivo de mujeres tienen riesgos específicos que están íntimamente ligados al género, con independencia del sector o puesto de trabajo que desempeñamos. Los horarios del trabajo asalariado, de las ciudades y de los servicios públicos, así como el desarrollo social y público del insuficiente estado de bienestar no se han establecido pensando en que cada día somos más las mujeres que estamos incorporadas al mercado de trabajo. Se han estructurado basándose en que detrás de las necesidades sociales de cuidado a las personas existe una mujer que tiene las 24 horas del día para responder a las exigencias del espacio familiar. Tal y como apuntábamos anteriormente, las mujeres nos hemos incorporado al mercado de trabajo sin que se hayan producido cambios importantes en quién y cómo se realiza el trabajo doméstico y la atención a las necesidades familiares. Esta realidad genera la doble presencia (necesidad de atender las demandas del trabajo doméstico y el trabajo asalariado) produciendo sobrecarga de trabajo, agotamiento y estrés.

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En relación a este tema nos parece importante conocer dos estudios realizados por el Ayuntamiento de Barcelona:

El primero de ellos15 tiene como objetivo analizar la influencia de la carga de trabajo doméstico en la salud de la población ocupada de Catalunya teniendo en cuenta su posible impacto diferencial en hombres y en mujeres. Su población de estudio es de 3.379 personas ( 2.164 hombres y 1.215 mujeres) entrevistadas en la encuesta de Salud de Catalunya de 1994, que realizaban un trabajo remunerado y eran cabeza de familia o pareja del cabeza de familia. Se estudió la relación entre la salud percibida y la carga de trabajo doméstico -carga de trabajo doméstico: número de personas en el hogar (2, 3, 4 o más de 4), la convivencia con menores de 15 años y la convivencia con mayores de 65 años-, ajustando los resultados según la edad y la clase social. Los resultados fueron los siguientes: no se observó relación entre el estado de salud de la población masculina y la carga de trabajo doméstico; mientras que en las mujeres el riesgo de mal estado de salud aumentaba al hacerlo el número de personas en el hogar. Tanto en hombres como en mujeres el riesgo de mal estado de salud aumentaba al disminuir la clase social ocupacional.

El segundo de ellos16 tenía como objetivo analizar el estado de salud percibido de las mujeres de Barcelona según el tipo de trabajo realizado ama de casa o trabajadora. La población de estudio fueron 1.194 mujeres entrevistadas en la encuesta de Salud de Barcelona de 1992. Teniendo en cuenta el conjunto de variables consideradas17, a excepción de la clase social, las amas de casa tienen una percepción de salud peor que las mujeres asalariadas. La clase social es una variable que invierte esta relación: las mujeres asalariadas de las clases IV y V (escalas peor remuneradas) tuvieron peor estado de salud percibido que las amas de casa de las clases I y II.

Cada día son más las mujeres que se atreven a denunciar las situaciones de acoso sexual. El acoso sexual puede producir estrés con daños emocionales y físicos, afectar el rendimiento de trabajo, al absentismo por enfermedad, e incluso a dejar el trabajo para buscar otro. Las víctimas expresan sensaciones de asco, enfado e impotencia. También puede afectar el entorno de trabajo creando un ambiente humillante, hostil e intimidatorio, y, teniendo incluso efectos sobre la economía de las empresas.

Las mujeres viven numerosas situaciones de discriminación en el mundo laboral. Se ha estudiado poco cómo inciden en la salud las situaciones de discriminación; no ha sido un tema prioritario para la ciencia. Pero conocemos perfectamente que las situaciones de discriminación, sobre todo cuando no encontramos la manera de enfrentarlas, inciden en la autoestima, la satisfacción y la capacidad de relacionarnos con otras personas, y, por ende,

15 Artazcoz L, Cortès I, Moncada S, Rohlfs I, Borrell C. Influencia del trabajo doméstico sobre la salud de la población ocupada. Gac Sanit 1999; 13: 190-196.

16 Rohlfs, I et al. Influencia del trabajo remunerado en el estado de salud percibido de las mujeres. Medicina Clínica, 1997; 108:566-571.17 Se relacionó la salud percibida con el tipo de trabajo, edad, trastornos crónicos, visitas médicas, presencia de menores de 12 años y mayores de 65 años en el hogar y clase social.

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afectan a la salud. No obstante ya existen algunas sentencias judiciales que atribuyen a los empleadores la responsabilidad ante cuadros depresivos de trabajadoras que han vivido situaciones de discriminación. En noviembre de 1999 se hacía pública una sentencia del Tribunal Supremo que condenaba a la compañía Swissair a indemnizar con tres millones a una ex empleada a la que el trato discriminatorio (según la prensa por discriminación salarial) “generó o aceleró” la depresión que padecía la trabajadora.

Otro aspecto social importante son las exigencias añadidas al puesto de trabajo por ser mujer. Estas exigencias tienen que ver por una parte con su imagen. En muchos trabajos se exige belleza y apariencia “femenina”, aun cuando ello suponga una incomodidad a la hora de realizar el trabajo, requiera dedicarle un tiempo previo no retribuido y suponga un gasto, ya que del sueldo que percibe debe emplear una parte en vestir a la moda, peluquería, etc.

La delgadez es también una característica física que se exige en determinados puestos de trabajo: vendedoras de tiendas de moda, vendedoras de grandes almacenes en determinadas secciones, modelos, azafatas, etc. Estas exigencias en cuanto al aspecto físico de la mujer están teniendo graves consecuencias para la salud, como la aparición de trastornos en la alimentación (anorexia y bulimia).

Así mismo se añaden determinadas exigencias de comportamiento por el hecho de ser mujeres, como es una actitud de complacencia, estar siempre disponibles y mostrarnos agradables y, en puestos de cara al público se añade el mostrarse sonrientes.

La respuesta en las practicas preventivas a la salud diferencial de las mujeres.

Lamentablemente la respuesta que suelen encontrar las mujeres trabajadoras cuando demandan asistencia sanitaria por daños a la salud ocasionados con motivo del trabajo no es acorde con la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. Rara vez se realiza la pertinente valoración del daño relacionándolo con las condiciones de trabajo de las ocupaciones laborales de estas mujeres, más bien al contrario la practica generalizada de los “profesionales médicos de la prevención” tienden a justificar estos daños en la biología específica de las mujeres o en las tareas que realizan en su vida privada.

Numerosas experiencias nos confirman esta falta de ética y rigor técnico en la actuación de los servicios de prevención.

Cuando en el verano de 1994 las trabajadoras del hospital público la Vall d´Hebró de Barcelona acudieron a los servicios de prevención con lagrimeos, sensación de hormigueo en las manos, gusto metálico en la boca y dificultad para respirar, el primer diagnóstico fue que eran “quejicas” e “histéricas”. Las mujeres intoxicadas explican como sus síntomas no fueron escuchados. No se daba importancia a sus quejas. Durante casi dos años trataron su malestar como un trastorno del área psíquica. Fue necesaria una dura y constante acción sindical y la implicación de un grupo de expertos independientes, para

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que se realizara un diagnóstico más serio que permitiera el tratamiento adecuado y se estableciera la relación entre el uso de plaguicidas en locales cerrados y los daños a la salud mostrados por estas mujeres.

Menos “suerte” tienen las trabajadoras de las empresas de cerámica decorativa que tienen serias dificultades para que se reconozca el origen laboral de los diversos trastornos musculo-esqueléticos que padecen. Frente a las consultas originadas por dolor en cervicales y miembros superiores, tendinitis y síndrome del túnel carpiano, han tenido que soportar cómo el médico de empresa o de la mutua achaca dichos daños a las tareas que como amas de casa y madres realizan en sus hogares. La actuación médica se ha reducido a suministrar de forma generalizada y constante antiinflamatorios y analgésicos desde el botiquín, situación que empieza a ser realmente seria pues hay trabajadoras que han incorporado la medicación a su “dieta habitual”, con la consiguiente adición que este tipo de medicamentos genera. También se han establecido en los propios centros de trabajo servicios de rehabilitación para evitar la ausencia de las trabajadoras más allá del tiempo estricto que duran los ejercicios. Sólo en los casos de accidentes ocurridos en el transcurso de la jornada se contemplan como daños a la salud de origen laboral, pasando prácticamente la totalidad del resto de daños como enfermedad común, con lo que no se reconoce la necesidad de establecer medidas preventivas.

También en los hoteles es generalizado el suministro de analgésicos y antiinflamatorios a las camareras de piso cuando acuden con lumbalgias, ciáticas y dolores musculares de espalda. Las bajas duran el tiempo imprescindible e incluso se dan altas médicas antes de la recuperación total por necesidades productivas. En estos casos el diagnóstico ofrecido por el médico de cabecera, ya que ni siquiera son atendidas por el personal médico de los servicios de prevención o mutua, se basa en cuestiones como los desarreglos hormonales, la condición de ser mujeres, la edad… A todo menos al trabajo18.

Los diagnósticos iniciales en el caso de la “parálisis del calzado” ya mencionado, atribuían los síntomas a anemias, otitis y problemas en los huesos. Tuvo que ser necesario que fueran “excesivos” casos para que se alertaran los médicos de atención primaria e interviniera el Gabinete de Seguridad e Higiene en el Trabajo, que finalmente diagnosticó un “cuadro neurológico compatible con una polineuropatía de origen profesional debido a la manipulación de adhesivos y disolventes”.

En definitiva cuando las mujeres expresan molestias, dolores, cansancio, que se encuentran mal… se achaca a las supuestas características de las mujeres, ya que son más vulnerables, quejicas, e incluso “histéricas”. Se supone que es normal que las mujeres tengan dolores, estemos cansadas, deprimidas… como si se tratase de un fenómeno intrínseco al hecho de ser mujeres.

No sólo entre los técnicos de prevención y personal médico encontramos estos prejuicios, es alarmante también la respuesta de algunos magistrados ante situaciones en las que empleadas de hogar, que padecen serios daños de origen musculo-esquelético, reivindican su derecho al reconocimiento de la

18 “La otra cara de las estrellas” A. Niño. Revista Por Experiencia. ISTAS. Julio de 1999.

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invalidez producida por el trabajo. A principios de 1999 se hicieron públicas dos sentencias judiciales en este sentido.

La primera, del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, revocaba el reconocimiento de una invalidez permanente total para la profesión habitual a una empleada de hogar previamente admitida por el Juzgado de lo Social número 4 de Vizkaia. EL reconocimiento se había basado en las probadas dolencias en la columna, con degeneración de los discos invertebrales de la zona cervical y lumbar, tendinitis en el hombro izquierdo y un cuadro depresivo de intensidad leve desde 1994. El Tribunal Superior rebatió esta argumentación en base a que la condición de empleada de hogar “no requiere de esfuerzos físicos” y que las tareas que precisan de esfuerzo “son de carácter leve y cuenta con la ayuda de medios mecánicos.

En la segunda, del Juzgado de lo Social nº5 de Sevilla, el magistrado rechazó la petición de invalidez absoluta de una empleada de hogar que, según el informe médico, “está incapacitada para grandes sobrecargas y esfuerzos importantes con la mano derecha, así como trabajos de gran responsabilidad” alegando que “hoy en día existen numerosos aparatos técnicos que simplifican las tareas domésticas”.

En ambos casos se aprecia un desprecio por los trabajos tradicionalmente asignados a mujeres, ignorando que las tareas de casa y el cuidado de personas exigen de las mujeres una variedad de esfuerzos cuya penosidad está muy lejos de desaparecer con la introducción de los electrodomésticos.

¿Existen diferencias de género en la prevención?

Como se ha señalado anteriormente condiciones de trabajo diferentes inciden de manera diferente en la evolución de la salud, y, cabe preguntarnos si esta diversidad de la población trabajadora supone una incidencia sobre las políticas de prevención.

En primer lugar hay que realizar una reflexión en torno a la cultura de la prevención dominante. No es exagerado señalar que prácticamente todos los esfuerzos preventivos se dirigen a actuar sobre los riesgos de seguridad, en definitiva a actuar sobre las lesiones que son más visibles y que desafortunadamente continua siendo un problema de primer orden, los accidentes de trabajo. El estudio de la tasa de accidentalidad en hombres y mujeres expresa resultados bien diferentes. En un estudio desarrollado por el INSHT19 durante 1997 en el conjunto del Estado español la tasa de incidencia de accidentes de trabajo en hombres fue de 69,5 cada 1000 ocupados, mientras que la de las mujeres la tasa fue de 22,8, es decir que en los hombres fue tres veces mayor. Por tanto la actuación preventiva sobre los accidentes de trabajo se realiza en los puestos de trabajo ocupados por hombres, donde se concentra este tipo de daño a la salud, mientras que se infravaloran una serie de riesgos presentes en el trabajo que son importantes y que poco a poco inciden en la salud de la población trabajadora: aquellos

19 INSHT. Siniestralidad laboral según sexo. Mayo 1999. Informe entregado en la Comisión Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo

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riesgos que producen enfermedades profesionales y patologías relacionadas con el trabajo. Estas políticas dirigidas casi exclusivamente a los riesgo de seguridad (a los accidentes de trabajo), apenas actúan sobre los riesgos que tienen prioridad en los sectores feminizados.

El segundo elemento de reflexión es si las prácticas preventivas contemplan aquellos riesgos que afectan de manera prioritaria (y casi específica) a las mujeres. Anteriormente hablábamos del tema de la doble presencia, situaciones de intimidación, trato vejatorio y acoso sexual, viendo afectado su derecho individual al trabajo, y también, su salud.

Estas diferencias de género que forman parte de un extenso conocimiento de la sociología y otras ciencias no han sido contempladas en la construcción del conocimiento y metodología de trabajo relacionadas con la prevención de riesgos laborales. De manera que éstas contemplan y tratan a la población trabajadora desde una falsa homogeneidad basada en el modelo masculino.

¿Por qué no se establecen indicadores específicos para detectar situaciones de acoso e intimidación sexual? Desde los agentes sociales se han definido indicadores que, si bien por sí mismos no definen este tipo de situaciones, pueden ayudar a detectarlas20:

El absentismo repetitivo. El aumento del nerviosismo y de los errores en el trabajo. La reticencia a trabajar a solas con algún colega. El aumento de las bajas por enfermedad. El cambio de puesto de trabajo a otro departamento. El abandono del puesto de trabajo o la dimisión sin motivos comprensivos.

En caso de que el acoso sexual se dé por parte de un superior aparecerá también:

El incremento de expedientes disciplinarios. Quejas sobre la calidad del trabajo. Agravios de carácter laboral. Negaciones o dificultades para conceder fiestas, permisos, transferencias y

abuso de poder.

Son en su mayoría indicadores que las técnicas preventivas suelen utilizar para detectar otro tipo de riesgos y problemas, pero que raramente se toman como elementos que definen los riesgos a los que específicamente se ven expuestas las trabajadoras.

Pero no son únicamente estas diferencias laborales y sociales las que nos apuntan sobre la diversidad de género en las prácticas preventivas. Hay que partir de una biología diferente, y, debemos tener claro que cuando hablamos de diferencias no nos referimos a supremacías de un sexo sobre otro, sino simplemente, a que no respondemos igual. Quizá uno de los ejemplos más claros (por su universalidad de conocimiento) es cuando analizamos los

20 Acoso sexual en el entorno de trabajo. Nuria Garcia. Comissió Obrera Nacional de Catalunya.

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indicadores de salud frente al estrés. Es frecuente que la lista de indicadores de salud no contemple las alteraciones de la menstruación, cuando ante una situación de estrés uno de los primeros cambios que se producen en las mujeres es el relacionado con la menstruación: se adelanta, se atrasa, aumenta el sangrado… aparece un cambio en el ciclo menstrual.

Por otro lado es preciso señalar que el impacto de los nuevos conocimientos tienen en las prácticas preventivas es escaso. El impacto lo observamos, principalmente, en los foros de debate, pero muy escasamente en la práctica habitual de las políticas de prevención. Algunos colectivos de investigación han dedicado esfuerzos, fundamentalmente, al estudio de la ergonomía diferencial, el estrés, el embarazo y los indicadores de salud. En el campo de la exposición a sustancias químicas pocos son los esfuerzos dedicados al tema, mientras van saliendo a la luz graves intoxicaciones como las que explicábamos anteriormente.

No conocemos, ni hemos tenido la oportunidad de ver, prácticas preventivas que incorporen, de manera cotidiana, las diferencias de género en su hacer y su actuar. Es más, en la práctica habitual hay incluso que recurrir a las denuncias a la inspección de trabajo, por no considerar las diferencias de género en el estudio de algún problema en los que se intenta establecer una relación entre las condiciones de trabajo y la salud.

IV. Hacer visible y contemplar la especificidad de género en el conjunto de actividades preventivas: Un objetivo imprescindible.

Cuando hablamos de prevención uno de los aspectos que se deben tener en cuenta es la evaluación inicial de riesgos. En esta práctica preventiva, y en relación al tema de género es frecuente que nos encontremos dos problemas.

Por un lado la misma concepción de los riesgos y cómo éstos se estudian supone un primer sesgo en la valoración de los problemas de salud en el trabajo, es decir, que aquello que no se contempla como riesgo no es tenido en cuenta, por lo que no es identificado como tal ni evaluado en relación al posible daño que pueda producir. Reflexionemos sobre un ejemplo: ¿qué entendemos por esfuerzo físico y cómo lo valoramos? En la práctica predominante de la prevención se considera que un trabajo requiere esfuerzo físico cuando supone la manipulación periódica, aunque con frecuencia no elevada, de objetos que se caracterizan por su elevado peso; y estos tipos de trabajo son habitualmente realizados por hombres. Por el contrario, aquellos trabajos que suponen posturas inadecuadas o manipulación de objetos no demasiado pesados, pero con unas frecuencias pequeñas (a veces de segundos) no es habitual considerarlo esfuerzo físico, cuando en realidad está suponiendo un peso acumulado excesivo. Por ejemplo una costurera que está manipulando tejidos durante toda la jornada laboral puede llegar a un peso acumulado de varios cientos de kilos. Este tipo de trabajo no es considerado como una tarea que requiere esfuerzo físico; a nadie se nos escapa que estamos hablando de ocupaciones extremadamente feminizadas.

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Por otro lado nos encontramos con otra problemática: partir de que el conjunto de la población es homogénea y que no existen diferencias entre diversos colectivos laborales. Y esta falsa concepción nos conduce a que riesgos específicos que afectan a colectivos concretos no sean valorados ni tenidos en cuenta. Por ejemplo cuando hablamos de las diferencias de género en el mundo laboral existen características que son prácticamente especificas del colectivo de mujeres y que pueden incidir negativamente en la salud. En concreto, Comisiones Obreras hemos identificado tres posibles factores de riesgo en los que son las mujeres las que están expuestas mayoritariamente: la doble presencia (la realización de trabajo doméstico y asalariado), el acoso sexual y las situaciones de discriminación.

La realidad, lo que pasa en el día al día en las empresas, es que los anteriores factores de riesgos no son mencionados nunca de manera específica. También cabe señalar que en las metodologías desarrolladas, tanto al nivel institucional, como de mutuas y otros servicios de prevención, con el fin de sistematizar métodos que faciliten la evaluación de riesgos en ninguno de ellos se contemplan estos riesgos como condiciones de trabajo que se deben identificar. Proponemos la introducción de tres items en las encuestas de percepción subjetiva para facilitar que las trabajadoras identifiquen estos problemas como riesgos: 1) agresividad, acoso sexual o violencia; 2) dificultad para compatibilizar el trabajo en la empresa con el trabajo doméstico; y 3) situaciones de discriminación laboral. Cuando este tipo de encuesta se realiza son muchísimas las trabajadoras que consideran el tema de la doble presencia como un factor de riesgo para su salud.

Nuestra experiencia es que conseguimos visualizar estos problemas a través de la recogida de la subjetividad de nuestras compañeras de trabajo, pero, después, siempre nos encontramos con un obstáculo evidente: chocamos con la metodología de la practica predominante de la prevención; no conseguimos que el resto de sectores con los que coincidimos en el diálogo y la negociación (patronal y personal técnico) analicen los riesgos incorporando las diferencias de género. Podemos afirmar en general que o bien existe la visión de que estas realidades no son factores de riesgos, y en el caso que se acepten como factor de riesgo entonces se considera que es un tema que no depende de las relaciones laborales, que se debe contemplar dentro de la privacidad y la individualidad de las personas afectadas y que su ámbito de solución es extralaboral. Qué duda cabe que estamos hablando de realidades cuya única fuente de generación de conflictos no es laboral y la solución es compleja; pero todo ello no exime de buscar soluciones a este tipo de problemas.

Podríamos decir que las prácticas preventivas imperantes parten de un supuesto que dificulta la protección de la salud de algunos colectivos, especialmente de las mujeres trabajadoras. La propia concepción de lo que es evaluar riesgos lleva implícito un gran sesgo: ‘evaluar riesgos es “medir” a través de indicadores “objetivos” situaciones que, comparadas con los “criterios” establecidos, nos permiten emitir un juicio sobre la posible incidencia sobre la salud’. Tres elementos de esta concepción de la evaluación de riesgos han de cuestionarse en este momento para adecuar la prevención a la diversidad de la población trabajadora: no todas las condiciones de trabajo se

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pueden medir de la forma en que tradicionalmente lo han hecho las técnicas preventivas. Por ejemplo las respuestas fisiológicas ante el estrés varían mucho de unas personas a otras ¿Cómo establecer una medida estándar que nos garantice que realmente se detecta una situación de estrés?. En los riesgos que afectan de forma específica a las mujeres, ¿Cómo medir la pérdida de autoestima ante una situación de discriminación salarial? ¿Cómo valorar la incidencia del acoso sexual?

Otro sesgo es el establecimiento de indicadores “objetivos”. La salud tiene un fuerte componente subjetivo en función de la propia percepción, la biología diferencial, las experiencias previas y el entorno socio-afectivo de la persona. Pretender establecer indicadores objetivos limita la prevención a aquello fácilmente observable, dejando de lado toda una serie de afectaciones a la salud que sólo se detectan en un inicio a través de la expresión de quienes la padecen, como los trastornos musculo-esqueléticos que no aparecen en una radiografía, las alteraciones del sueño y de la alimentación ante situaciones de presión y estrés o la desmotivación ante trabajos monótonos y repetitivos.

Por último está la cuestión de los criterios para emitir el juicio de valor: estos normalmente se han definido en base a un prototipo de trabajador, supuestamente neutro, pero que en la realidad responde al trabajador varón. Por ejemplo, cuando se establecen valores límite para la exposición a sustancias tóxicas, este valor está definido para un tiempo determinado de exposición, unas características fisiológicas y unas condiciones de trabajo normales. ¿Qué ocurre cuando la persona que trabaja es una mujer, con diferente biología, expuesta más horas de las contempladas y en condiciones de precariedad? Cabría preguntarse: ¿Quién establece los límites? ¿Cuánto riesgo es demasiado? ¿Se pregunta a las trabajadoras si la exposición les está produciendo algún daño a la salud?

Se ha analizado la problemática en relación con la evaluación de riesgos y señalado como uno de los problemas fundamentales que nos encontramos es la invisibilidad de algunos de los factores de riesgo que afectan de manera casi específica a las mujeres y, por otro lado, el poco valor que la cultura predominante de la prevención da a los factores de riesgos en los que, fruto de la división sexual del trabajo, están expuestas de manera mayoritaria las mujeres. Esta misma concepción del riesgo provoca en la práctica que los puestos de trabajo ocupados por mujeres no sean los prioritarios en cuanto a la aplicación de medidas de prevención. Por ejemplo es una práctica habitual que en las empresas que son mixtas las secciones ocupadas por mujeres sean las últimas en las que se actúa, cuando la realidad es que nos encontramos con numerosas alteraciones de la salud relacionada con el trabajo. Esta situación es habitual en la industria. Aquellas secciones en las que las tareas que requieren movimientos repetitivos (tareas realizadas principalmente por mujeres) y que producen numerosa patología osteomuscular, principalmente de miembros superiores, no se da respuesta a esta problemática.

A continuación reproducimos las propuestas del Centro de estudios de las interacciones biológicas entre la salud y el trabajo de la Universidad de Québec, Canadá, CINBIOSE, para tener en cuenta la perspectiva de género en

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la intervención ergonómica. Esta propuesta tiene validez como propuesta para orientar las prácticas preventivas en general, más allá de las dirigidas específicamente a prevenir las molestias musculo-esqueléticas. Estas conclusiones aparecen en uno de los trabajos publicados recientemente21 por este centro:

1. En la identificación del problema. En una misma empresa es habitual que nos encontremos diferencias en la identificación y percepción de los riesgos, así como problemas de salud diferentes. Estas diferencias recomiendan entrevistar a los trabajadores y trabajadoras de manera separada para facilitar hacer visibles problemas específicos de género que en las reuniones conjuntas no acostumbran a explicitarse (funcionamiento sexual, acoso sexual, problemas de la menstruación, relacionados con el embarazo, la familia...)

2. Durante la observación de las tareas: Como anteriormente se ha analizado será imprescindible contemplar las diferencias específicas de género, desde las exigencias físicas, a las emocionales y a las mentales, derivadas de las propias exigencias de los puestos de trabajo, así como de las exigencias derivadas de la doble presencia y de los roles de género en la sociedad.

3. En el momento de la búsqueda de soluciones. La experiencia ha demostrado que es necesario buscar espacios de propuestas de soluciones propios para las trabajadoras, ya que las mujeres utilizan la palabra menos en los grupos mixtos y las propuestas de soluciones pueden ser diferentes. En esta fase es importante combatir que dichas diferencias no supongan discriminaciones para las mujeres.

4. En el momento de la formación. En numerosas ocasionas las mujeres se ven excluidas de los procesos sociales: la vida sindical, de las políticas de prevención y de atención a la salud. Esta realidad supone que en las actividades de formación se debe realizar un esfuerzo suplementario con el objetivo de que las mujeres se integren plenamente en los procesos formativos, y adoptar medidas como incluir los problemas específicos de género en los programas de formación.

Necesidad de participación: que las mujeres tomen la palabra

En la práctica general de la prevención la participación de la población trabajadora es imprescindible para conseguir que la prevención sea una realidad en las empresas y fundamentalmente por dos motivos. El primero de ellos porque la población trabajadora tiene un conocimiento extenso y práctico sobre su trabajo y como se realiza; un cocimiento que es imprescindible, insustituible y complementario del conocimiento técnico. El segundo de ellos, e igual de importante, es que no podemos olvidarnos que para que la prevención sea una realidad es imprescindible la implicación del conjunto de las personas, y las personas adultas se implican cuando tienen la posibilidad de participar,

21 Messing, Karen. La pertinence detenir en compte du sexe des “opérateurs” dans les études ergonomiques: Bilan de recerches. Pistes, Vol 1 nº 1, novembre 1999

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partiendo de la base que participar quiere decir tomar la palabra y que las opiniones tengan un impacto sobre las actuaciones.

En la práctica nos estamos encontrando con números obstáculos para que la participación sea real. El principal de ellos es la misma practica habitual de la prevención, ya que no se le da valor a la subjetividad y conocimiento de la población trabajadora. Y existe un obstáculo poco conocido y reflexionado: el derecho a la participación, hoy, no es universal; el conjunto de la población trabajadora no tiene el mismo derecho a tomar la palabra, ni todas las opiniones tienen la misma incidencia. Las diferencias en cuanto al derecho de participación de producen en el conjunto de las relaciones sociales, y también en las relaciones laborales, ya que están relacionadas con el poder. Las mujeres, las personas jóvenes, las personas con contratos precarios, etc... están situados entre los colectivos que deben superar más obstáculos para conseguir su participación.

Cada uno de los colectivos y agentes sociales que intervenimos en la prevención debemos creernos lo de la participación y realizar actividades que contemplen el objetivo de dar valor a la subjetividad y conocimiento de la población trabajadora. Pero estas actividades deben contemplar la universalidad y la diversidad de experiencias y situaciones. Si partimos de la homogeneidad de la población trabajadoras, sin duda, nos equivocaremos a menudo. Las mujeres, los y las jóvenes, las personas con contratos precarios deben tomar la palabra.

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Anexo:

II CONGRESO MUJER, TRABAJO Y SALUDRío de Janeiro, SEPTIEMBRE DE 1999

Alrededor de 800 personas (en su mayoría mujeres) procedentes de 32 países asistieron al Segundo Congreso Internacional sobre: “Mujer, trabajo y salud” celebrado en Río de Janeiro del 19 al 22 de Septiembre 1999. Era la continuación de un primer Congreso celebrado en Barcelona en Abril de 1996, ha creado vínculos más estrechos entre la investigación científica multidisciplinar y el sindicalismo y ha habido un mayor compromiso político y social. Es por eso que la conferencia de Río no era solo un escaparate de trabajo investigativo, sino también un foro para el debate crítico sobre la lucha de la mujer en el capitalismo global por unas condiciones de trabajo dignas y saludables.

El Comité organizador del congreso formado por científicos y sindicalistas brasileños estuvo asesorado por un comité consultivo internacional, que incluía el BTS. No son suficientes estas líneas para apreciar con justicia el valor de los documentos y debates. Se presentaron más de 100 informes e intervenciones orales, además de unos 200 carteles, que abarcaban una gran variedad de temas entre los que se encontraban:

el impacto del cambio de los sistemas de producción en el género; salud mental y género; violencia en el trabajo y salud; la perspectiva de género de la vejez; interdisciplinaridad y producción de conocimientos; trabajo, sexualidad y salud reproductiva; trabajo infantil; violencia doméstica; acción sindical; cómo las mujeres trabajadoras afrontan las lesiones músculo-esqueléticas, etc.

La mayoría de estos temas fueron tratados desde un ángulo multidisciplinar (antropología, sociología, psicología, ergonomía, medicina, toxicología, etc). Los informes sectoriales eran la fuente para el debate basado en la experiencia laboral de las mujeres en la enseñanza, los servicios de salud, la industria metalúrgica, la agricultura, las telecomunicaciones, etc.

La larga lista de documentos presentados, los instructivos y animados debates y los múltiples contactos entre investigadores, científicos y sindicalistas llevaron al desarrollo y aprobación consensuada de un complejo documento final. Lo que fue notable, sin embargo fue la falta de interés de la mayoría de las autoridades sanitarias nacionales. Casi todas, excepto las de Quebec, Suecia, Finlandia y Brasil aún tienden a desestimar en gran medida los efectos para la salud de la división sexual del trabajo.

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El congreso también demostró que la relación entre salud, trabajo e igualdad no solo es una cuestión de países industrializados. La globalización acentúa las diferencias y esto afecta particularmente a las mujeres trabajadores de los países subdesarrollados. Los informes de la situación en Asia, Africa y América Latina muestran que las condiciones de trabajo han empeorado materialmente, cuyo efecto directo se evidencia en el derrumbe de los sistemas públicos sanitarios y de educación. Las mujeres han sido el blanco principal de las “políticas de ajuste estructural” emprendidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, lo cual ha motivado que los sindicatos de Quebec hiciesen un llamamiento a todos los participantes en el congreso a apoyar la marcha mundial de las mujeres.

Las conclusiones aprobadas en la sesión de clausura del Congreso fueron las siguientes:

1. La organización social del trabajo y las políticas de regulación estructural han creado inseguridad en el empleo y un aumento en el desempleo a costa de la salud de hombres y mujeres.

Entre las prioridades del Congreso se incluyen:

vincular las acciones en diferentes países para prevenir que el riesgo y las duras y peligrosas condiciones de trabajo se exporten de los países ricos hacia los más pobres;

apoyar la creación de una red internacional de defensa de la salud, en particular para la prevención de enfermedades relacionadas con el trabajo como las lesiones músculo-esqueléticas.

2. Deben garantizarse las conquistas sociales establecidas y desarrollarse el derecho y la legislación en salud laboral para preservar la dignidad y la ciudadanía. El Congreso ha hecho un enérgico llamamiento a favor de la revisión del Convenio 130 de la OIT sobre Protección de la Maternidad.

3. La actividad rural incluye aspectos específicos de la división del trabajo que también tiene implicaciones concretas en la salud. Es prioritario hacer visibles todas las formas de daño a la salud en el trabajo rural, para eliminar los numerosos aspectos nocivos del proceso de producción.

4. Las nuevas normas de trabajo y nuevas tecnologías productivas tienen resultados subjetivos de tipo psicológico, ético y generacional que crean tensiones psicológicas y nuevas formas de enfermedad. Se debe esclarecer prioritariamente la manera en que la inseguridad en el empleo afecta la autoestima y la salud mental.

5. Debe abolirse toda forma de desigualdad y violencia de género, clase, raza o etnia en las relaciones laborales y en los servicios sociales y de salud.

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6. Debe examinarse el impacto de las condiciones de trabajo sobre la vida sexual y reproductiva para ampliar los derechos sociales. El Congreso acentuó su oposición a las pruebas de embarazo y VIH, y a los certificados de esterilidad, como requisitos para el empleo o la continuidad del mismo.

7. La conspiración de silencio en el tema de la violencia contra la mujer ha empezado a romperse. El Congreso considera que la violencia contra las mujeres debe considerarse una cuestión de salud pública y que el acoso sexual es un riesgo en el trabajo que provoca trastornos psíquicos y físicos.

8. Debe estimularse la elaboración de métodos multidisciplinares en colaboración con las ONG’s y los sindicatos.

Los objetivos prioritarios serán:

aumento de la participación de los sindicatos y otras organizaciones sociales en la investigación en el campo de la salud laboral.

estudio de la continuidad trabajo asalariado - trabajo doméstico basado en técnicas específicas de encuesta como el análisis social del tiempo.

reconocimiento de la bioética como un campo altamente político que requiere de una reflexión acerca de las aplicaciones de la biotecnología vinculadas con la salud y el trabajo.

9. Erradicación del trabajo infantil

El Congreso destacó los vínculos entre esto y la garantía de una educación pública de calidad, así como la creación de una conciencia en los consumidores.

10. La relación entre el trabajo doméstico y la salud es difícil de estudiar debido a la invisibilidad del trabajo doméstico y la interconexión entre la vida pública y la privada y la resultante pérdida social y económica.

La política de salud laboral pública debe referirse a la diferencia entre la ley escrita y los hechos vistos desde una perspectiva de género.

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