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LEYENDASLEYENDASDE LOS GAROUDE LOS GAROU

Un viento desgarrador de cristal electrificado y gemidos ator-mentados abofeteó a Mephi mientras luchaba por su vida contra unejército de fantasmas vengativos, una multitud de espíritus enloque-cidos, y enjambres de Perdiciones a los pies de la Torre del VientoEtesiano. La construcción parecía flotar justo por encima de las are-nas Umbrales de Tanta, Egipto, entre un impenetrable laberinto decalor brutalmente resistente a la tormenta colérica. Pese a los lívidosrelámpagos carmesíes que desgarraban el cielo nocturno en su de-rredor y los vientos descendentes que impulsaban olas de frenéticascriaturas en todas direcciones, la torre permanecía impertérrita antela fuerte acometida. Luchando contra el viento por intentar mante-nerse en pie y contra la arena por intentar respirar, Mephi trató deemular el ejemplo que le imponía la atalaya.

Sin embargo, sabía que estaba perdiendo la batalla contra eltiempo. Era el único superviviente del destacamento de Ahroun delcercano túmulo del Viento Etesiano que había sido enviado paraescoltarle hasta la seguridad de la torre. Había oído morir a losdemás a manos de los hambrientos seres que vivían en los vientostormentosos. Sabía que nadie más vendría hasta que la tormenta seapaciguase (si lo hacía) y su única posibilidad de supervivencia re-sidía en la torre en sí y en el largo y olvidado sendero que supues-tamente se encontraba en su interior. Sin embargo, había perdido suhoja d’siah intentando abrirse camino entre los enemigos y la torreparecía alejarse más en la distancia por mucho que se esforzara enllegar hasta ella. Gritó de desesperación pidiendo ayuda al Búho,pero incluso su espíritu patrón le había abandonado.

Iba a morir sin que nadie supiese cómo había ocurrido. Pero apesar de ello, decidió que los engendros del Wyrm pagarían cara suvictoria. Aulló de furia tratando de rivalizar con la tormenta y levan-

De arriba abajoPor Carl Bowen

tó su bastón fetiche con cabeza de cobra a modo de bate de béisbol.Volteó y descargó una y otra vez, forzando a las Perdiciones a devol-ver los ataques. Las heridas que le producían le servían para recor-dar que aún seguía vivo, y permitió que su buen talante alimentasesu Rabia ante la proximidad de la muerte.

Pero su honor y coraje le ayudaron a anticiparse al desastre.Mientras desgarraba el estómago de una Perdición con una de susgarras, otro se arrojaba detrás de él y le azotaba la espalda como ellátigo de un esclavista. Y todo ello, al compás de una tercera Perdi-ción que le apuñalaba el brazo derecho desde su hombro hasta labanda dorada de su muñeca. Se aferró a su bastón en un esfuerzopor resistir el último ataque, mientras una gran bestia se precipitabadesde el cielo para acabar definitivamente con él.

Todo comenzó en un mesón de Casablanca, en la misma callede la intersección Umbral de la Rueda de Ptah. El lugar era un puntode reunión para los Caminantes Silenciosos locales que Mephi solíavisitar con regularidad aunque sin llegar a la monotonía. Siempreestaba en calma, una zona cosmopolita para relajarse entre los de suclase antes de volver a ocuparse de sus propios asuntos. Siempreque estos no le encontrasen allí primero.

Esa noche, tras servirse una brocheta de carne y una jarra decerveza casera, se dejó convencer para recitar los últimos cánticos de laSaga de la Corona de Plata. Muchas de las otras tribus de hombres lobo(sobre las que la mayoría de los Colmillos Plateados extrapolaban suderecho a gobernar) consideraban la Saga una excusa autocomplacientepara justificar los excesos tiránicos de los Colmillos, pero conseguíatocar una fibra sensible de los Caminantes Silenciosos. Manteniendo a

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todos los presentes pendientes de sus palabras, Mephi volvió a relatar laascensión del Rey Albrecht y su regreso a la gloria.

Tenía pensado continuar la Saga con una historia sobre el mo-mento en que se había unido al rey para enfrentarse a las fuerzasdel espíritu caído Jo’cllath’mattric en Serbia, pero no tuvo oportuni-dad. Un joven y enérgico visitante había superado las proteccionesmágicas del edificio y se dirigía en ese momento a la mesa de Mephi.El extranjero compartía un cierto deje de mundanalidad con suscompañeros Caminantes, pero vestía como una figura sacada delAntiguo Egipto. Llevaba una hermosa túnica y una cofia de sedapropias de un erudito de dicho periodo, con sólo un d’siah delBúho como único testimonio de su experiencia en combate. Su apa-riencia era tal que los Garou allí presentes no pudieron contener elimpulso de mirarle por el rabillo del ojo.

Mephi no reconoció al hombre que parecía buscarle, pero lareputación del visitante habló por sí mismo cuando se presentó comoDamien Grito de la Muerte. Era de uno de los historiadores Theurgesmás prestigioso de la tribu, y había logrado grandes progresos en subúsqueda por romper la maldición tribal que pesaba sobre ellos. Sinembargo, su propósito no era social ni educacional, algo que quedóclaro tan pronto como Mephi le permitió sentarse.

—No te molestes en presentarte, Mephi Más Rápido que laMuerte —se apresuró a decir Damien justo cuando Mephi comenza-ba a hablar—. Sé quien eres y de lo que eres capaz. Tus hazañasmás recientes con Lord Albrecht de los Colmillos Plateados y tuaventura en solitario en el Río Tisza son ya tema de leyenda portodo el hemisferio.

—Perdí a mi mejor amigo en esa “aventura” —gruñó Mephi,aferrándose a su bastón con cabeza de cobra lo bastante fuerte parahacer crujir la madera—. ¿Qué quieres?

—No es lo que quiero sino lo que necesito —corrigió Damien—.Bennu y los otros niños han desaparecido. ¿Sabes lo que significa?

Mephi asintió mientras trataba de recuperarse de su aturdimiento.Normalmente, los Caminantes Silenciosos valoraban cada vida de latribu con igual fervor, pero Bennu y los otros niños eran una excep-ción. Por razones desconocidas, no sufrían de la maldición que afli-gía al resto de su tribu. Al ser desterrados de su antigua tierra natalen Egipto hace más de 3.500 años por el dios Set, los CaminantesSilenciosos habían perdido todo contacto con sus EspíritusAncestrales; contacto del que gozaban los hombres lobo de las otrastribus. Al descubrir esto, los ancianos habían decretado mantenerocultos a estos elegidos para evitar intromisiones de los agentes delWyrm. No era una posición envidiable para un joven CaminanteSilencioso; forzado a esconderse, sin posibilidad de dar rienda suel-ta a la pasión viajera que florecía en el corazón de todos ellos. Perocon el destino de la tribu en sus manos, no había alternativa posible.

Sin embargo, la situación había cambiado drásticamente.—Necesitamos tu ayuda —continuó Damien—. Debes venir

conmigo.—Lo haré —dijo Mephi—. Pero ¿cómo es posible que hayan

desaparecido?Damien sólo contestó que lo explicaría una vez que estuviesen

en camino. Decidiendo que no tenía otra opción, Mephi le siguiófuera del edificio hasta la Intersección Umbral en el corazón de laRueda de Ptah.

Su destino intermedio era el túmulo del Viento Etesiano, cercade la ciudad de Tanta, al norte de Egipto. Mientras se dirigían haciaallí a través de una senda lunar, Damien comenzó a hablar.

—Cometimos un grave error —comenzó el historiador—. Du-rante años, les hemos contado a los niños que nuestra única espe-ranza de romper la maldición de Set residía en ellos. Les convenci-mos de que confiaran en sus conexiones con nuestros espíritus

ancestrales. Y ellos, en su ignorancia, han hecho lo que creían queesperábamos de ellos.

—Que es...—Han ido a buscar nuestra tierra Umbral, Ta-tchesert. Esperan

encontrar allí la clave que les ayude a romper la maldición. Leshemos hecho creer que no tenían elección.

—Pero los senderos se han perdido —dijo Mephi—. Y aun-que...

—No del todo, aunque encontrarlos podría ser desastroso. Miscamaradas Theurges y yo pensamos que reuniendo a los niños po-dríamos ayudarles a descubrir las respuestas a los misterios másprofundos que no serían capaces de encontrar por sí solos.

—¿Y funcionó?Damien asintió.—Cuando los niños se dieron la bienvenida entre sí, los ancestros

comenzaron a hablar a través de ellos con más frecuencia que antes. Alpresionarles, nos revelaron una senda a través de la Umbra que condu-cía hacia Ta-tchesert, una que ni siquiera habíamos considerado comoalternativa. Aunque lleva abandonada mucho tiempo, nos aseguraronde que aún esperaba a aquellos que supieran de su existencia.

—¿Y enviaste a los elegidos para demostrar si los ancestrosestaban en lo cierto? —refunfuñó Mephi.

—¡No! —objetó Damien, casi a punto de detenerse—. Son muchomás valiosos como recursos. Mis camaradas y yo sólo somos culpa-bles de negligencia, no de flagrante desprecio. No, los niños eludie-ron a sus guardianes y emprendieron la búsqueda por su cuenta.

—¿Estáis seguros de que no fueron secuestrados o algo así?—Lo estamos. Cuando descubrimos su ausencia, encontramos

una nota de Bennu explicando sus intenciones. En ella, escribió“Debemos realizar una búsqueda, emprender un viaje sagrado. Ésaes la voluntad de Gaia.”

—Lo reconozco —declaró Mephi en voz baja—. Es de la Profe-cía del Fénix. Los niños deben de haber pensado...

—Exacto. Pero sólo porque les hicimos creer en ello. Les pre-sionamos para que usaran sus dones por nosotros.

—¿Y no habéis sido capaces de encontrarles?—No. No hemos podido enviar un grupo de búsqueda. Una

tormenta se desató en la Umbra poco después de su desaparición, y eltúmulo donde los habíamos reunido está bajo ataque. Algunos hanido en busca de refuerzos, pero cuando los espíritus me contaron queestabas en la Rueda de Ptah, supe que tenía que ir y pedirte ayuda.

—No necesitabas pedirlo —dijo Mephi halagado de que losespíritus le hubiesen señalado—. Haré lo que pueda por ayudarte,pero no sé cómo...

—Debes encontrarlos, Mephi. Debes hacerlo. Ningún Caminanteestá tan versado como tú en la exploración Umbral. Debes seguir sucamino, encontrar a los niños, y llevarles a Ta-tchesert. Si no pue-des, debes traerlos de vuelta sanos y salvos. No deben morir. Nodeben ser capturados por los sirvientes del Wyrm. No deben...

—De acuerdo, lo haré —interrumpió Mephi ante el tono denerviosismo en las palabras del historiador—. Pero ¿cómo se supo-ne que voy a encontrarles? No tengo ni idea de adónde fueron ocómo planearon hallar Ta-tchesert. Ni siquiera he estado allí.

—Lo sabemos —dijo Damien, controlando su acceso de pánico—.La información que recuperaron los niños ha sido registrada en el túmu-lo de los Vientos Etesianos. Es allí donde desaparecieron, y si aún no hacaído (Gaia no lo quiera), es allí donde comienza tu viaje sagrado.

—Entonces debemos darnos prisa —concluyó Mephi, apretan-do el paso—. Oigo una tormenta en la distancia.

La senda de los niños perdidos, cuando Mephi la descubrió, erasimple y extrañamente familiar. Partía de la Torre del Viento Etesiano,atravesaba un pasaje olvidado bajo la Caverna de Sokar, avanzaba

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fuera de ella hacia el reino de Agua Profunda, y finalmente terminabaen la orilla del Nilo Umbral en la tierra natal de los Caminantes. Lassendas espirituales entre estos reinos habían sido olvidadas inclusopor los Theurges más ancianos de la tribu (y hasta por los Garouoportunistas que se habían instalado en la zona desde la maldiciónde Set), pero los espíritus ancestrales de los elegidos las recordaban.Estos espíritus no sólo conocían las sendas sino también los métodospara desarmar sus trampas y evitar las protecciones. Todo este cono-cimiento había sido registrado en el túmulo del Viento Etesiano, yaún seguía allí. Obtenerlo y memorizarlo no supuso un reto muydifícil.

Lo que sí conllevaba algo de dificultad era conseguir el permisopara dejar el túmulo una vez habían llegado. Su Protector y líder defacto, Omar Salto Único se mostraba casi frenético tratando de coor-dinar una defensa cohesiva contra la horda de Perdiciones que ca-balgaba sobre la tormenta Umbral y se materializaba en oleadasdevastadoras en torno a los Guardianes. El maestro de los Rituales yGuardián de la Puerta se esforzaba por erigir todo tipo de proteccio-nes para mantener a las Perdiciones a raya, pero la tormenta quesoplaba en la Umbra apenas le dejaba un momento de respiro. Losrefuerzos que Salto Único había estado esperando tardaban muchoen llegar (aparentemente no era el único túmulo bajo ataque) y lassúplicas de que destinara un destacamento de guerreros para acom-pañar a Mephi en su búsqueda era lo último que necesitaba oír. Alfinal, tras muchas negativas, acosos verbales, y un argumento quecasi sonaba a pelea cuando Salto Único llamó a Damien “chacal hijode una mula”, el líder del túmulo aceptó ofrecer algo de ayuda.

Ordenó a una manada de Ahroun que escoltara a Mephi hastala Torre del Viento Etesiano, pero sólo con la condición de queDamien se quedara para luchar en la defensa del túmulo y Mephiregresara con refuerzos. No era un buen trato, pero considerandolo que estaba en juego, Mephi no tuvo más remedio que aceptar.Sin perder tiempo en despedidas o deseos de buena suerte, sereunió con los Ahroun que Salto Único le había concedido y salióa toda carrera en lo que esperaba sería un momento de calmaantes de la feroz tempestad. No se hacía falsas ilusiones de gloriao fama; sólo deseaba que pudiera vivir lo suficiente para hacer loque la tribu le había encomendado.

La gran bestia se lanzó en picado hacia el desierto Penumbral ylevantó a Mephi del suelo. Éste apenas tuvo tiempo de mostrar sor-presa antes de que el terreno desapareciera bajo sus pies y una granfuerza le elevara por los vientos ascendentes. Tratar de recuperar elequilibrio en la tormenta habría sido inútil, aún cuando estuviese enposición de hacer algo, que no era el caso. No había arriba ni abajo entodo este caos, y su muerte aún entraba dentro de lo posible. Como sihubiese leído su pensamiento, una pesadilla voladora con una bocade tres quijadas y una serie de ojos irregulares apareció justo frente aél, mordiendo su rostro y gorjeando alocadamente. Inmovilizado porla criatura que le había cogido del suelo, Mephi sólo pudo cerrar losojos y aferrarse al bastón que milagrosamente no había soltado.

Pasó una eternidad antes de que se percatara de que nada lehabía mordido la cara. Lo que fuera que se había abalanzado so-bre él se encontraba ahora a sus espaldas. Y a medida que retroce-día en la distancia, Mephi comenzó a percatarse de otras cosas.Sus heridas se habían curado, mucho más rápido de lo que lasimple regeneración hubiese podido hacer. Sentía cómo la fuerzavolvía a sus entumecidos brazos.

Lo siguiente que descubrió fue que ya no sentía los estragos dela tormenta Umbral. Aún podía oírla muy cerca, pero ni el viento nila arena parecían tocarle. Forzando sus ojos al máximo, comprobóque el motivo de ello era que dos enormes alas le envolvían comoun caparazón oscuro. Lo curioso es que podía oír y sentir otro par

de alas batiendo en la tormenta e impulsando a la criatura que lemantenía en el cielo Umbral. Su nido, pensó. Alimento para suscrías, probablemente.

—No exactamente, Mephi Más Rápido que la Muerte —anuncióuna antigua voz—. No temas. De momento, estás fuera de peligro.

Mephi quería creerlo con todas sus fuerzas.—¿Búho?—No —respondió la voz. Mientras hablaba, los sonidos de la

tormenta comenzaban a desvanecerse—. Pero se disculpa por elaparente abandono. Te mantiene en alta estima. Halcón tambiénhabla muy bien de ti a través de Horus, su lugarteniente.

Sus palabras eliminaron la rigidez de los músculos del Garou,pero al mismo tiempo le preocuparon.

—Gracias, espíritu, por mi rescate. No te ofendas, pero no tereconozco. Si no eres Búho, ¿quién eres?

—Su primo, podría decirse —se limitó a decir la voz. Mephidejó de oír la tormenta por completo, y se preguntó dónde se en-contraría. Un momento después, la voz volvió a hablar.

—Ahora debes ver algo.Las dos alas que le rodeaban se tornaron efímeras y Mephi

pudo contemplar un espacio interminable salpicado de estrellas.La perspectiva descendió más allá del umbral de su visión, y cuan-do miró abajo, no vio nada excepto más vacío sideral; todo ellomancillado por un mortecino brillo rojizo que provenía desde al-gún punto a sus espaldas.

—¿Dónde estamos? —preguntó sorprendido.—En el punto más alto del Reino Etéreo, más allá de la Tierra

—replicó su rescatador—. La tormenta no...—¿Por qué?—Perspectiva. Necesitas ver todo lo que está ocurriendo. De-

bes recordarlo bien y contárselo a los demás cuando regreses.—¿Dónde? —exclamó Mephi, mirando a su alrededor—. ¿Qué

tengo que mirar?—Pronto —respondió su rescatador, pero Mephi ya se estaba

volviendo para mirar hacia la zona de donde habían venido. Untono de pánico inundó la voz del espíritu—. ¡No, es demasiadopronto! ¡No mires! ¡No hasta que...!

Pero ya era demasiado tarde. Estirando el cuello hasta el límite,contempló con horror algo que de seguro hubiese detenido el corazónde una criatura más débil. Primero quedó deslumbrado por Anthelios,la Estrella Roja que empañaba la Umbra con su extraña tonalidad car-mesí y miraba de soslayo a Gaia. Pero luego su visión se aclaró, y pudover la Tierra más allá de la Estrella Roja. Lo que vio le hizo soltar un gritode terror desde lo más profundo de su alma, hasta que su mente mortalno pudo soportarlo más. Se estremeció incontroladamente, y cayó in-consciente sobre las garras de su rescatador.

Mephi se despertó poco tiempo después en un extraño lugardesértico de arena roja bajo un cielo nocturno. La tierra se habíaagrietado y estaba salpicada de profundos cráteres y enormes cana-les. Una inmensa montaña se elevaba en el horizonte, y varias tor-mentas de polvo bailaban en torno a su base. El Garou no podía verla Estrella Roja desde aquí, pero la presencia de una segunda lunaen el cielo era una perturbadora señal de lo lejos que había viajado.Se incorporó apoyándose en su bastón y, cuando llegó a la altura dela cobra, exclamó:

—Esto es genial. ¿Dónde coño estoy?—En un lugar seguro —respondió una profunda voz—. Sólo

por algún tiempo.Mephi se giró y encontró un hombre lobo Crinos de pelaje gris

a unos pasos de distancia. Llevaba un bastón no muy distinto delsuyo, y vestía prendas típicas del Antiguo Egipto. Parecía un viajeroerrante, como Mephi, pero algo en sus ojos verde azulados le dife-

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renciaban de cualquier otro hombre que hubiesevisto antes. No eran ojos mortales; pertenecían másbien a un espíritu antiguo. Sin embargo, su voz noera la de su rescatador.

—¿Lo reconoces? —continuó el espíritu, ex-tendiendo sus brazos para abarcar todo el te-rreno.

—Se parece al reino de Nerigal —respondióMephi cautelosamente—. Canopus Danzante delCielo del Clan de las Estrellas me lo describióuna vez. Pero tú no eres Nerigal.

Sonriendo, el espíritu negó con la cabeza.—Sólo un hermano que pasaba por aquí.

Vengo muy de vez en cuando.—Un hermano —repitió Mephi—. Enton-

ces, tú eres Meros, el Incarna de Plutón, ¿ver-dad? Canopus también te describió. —El espí-ritu volvió a sonreír—. ¿Qué haces aquí?

—Mejor yo que Anubis, ¿no, Caminante?—dijo el espíritu con una amplia sonrisa.Mephi no le devolvió la expresión.

—Cierto, pero ¿qué hago yo aquí?—Has sido traído para contemplar algo.

Pensé que Fénix ya te lo habría contado.—Fénix... —Las rodillas le fallaron, y no tuvo

más remedio que apoyarse en su bastón—. Claro.—Le encontré aquí intentando despertarte. Pa-

recía algo trastornado. Le dije que te vigilaría hastaque recuperaras el sentido.

—Gracias, supongo.—No hay de qué. ¿Qué recuerdas?

En un ojo Mephi vio la Tierra; en el otro vio su reflejoUmbral. En ambos vio la muerte de Gaia mientras Anthelios

la bañaba con su bilis carmesí. Vio guerras librán-dose en las tierras que los humanos consideraban

sagradas. Vio que la polución y el veneno se mezcla-ban y daban a luz un niño invisible que diezmaba a

los seres vivos. Vio las grandes telarañas de laTejedora estallando en llamas y reduciendo laobra del hombre a polvo. Vio animales arro-

jándose al mar en un ataque de pánico. Vio lasColmenas ocultas del Wyrm propagándose como

un cáncer y vomitando la vanguardia de los ejércitosde los Incarnae Maeljin. Vio la luna pasar frente al sol, y

allí donde su sombra tocaba la tierra o el mar, las criaturasvivas morían por millones. Y cuando Anthelios miró esa som-

bra, unas criaturas profundamente enterradas salieron a la luz.La muerte no existía, pues todo lo que alguna vez había

muerto se levantaba de nuevo para liberar las tormentas del Pur-gatorio en el mundo de los vivos. La seguridad no existía, pues losretoños de un dios muerto surgían para devorar a sus propios

asesinos. La esperanza no existía, pues incluso los sueños de losjóvenes se convertían en pesadillas y amenazaban con propa-gar el terror y la locura como una plaga. No había dondeesconderse, pues el propio planeta volvía la espalda a sushabitantes. Su piel se resquebrajaba y tsunamis de cientos depisos de altura atravesaban los océanos. Su piel ardía, y cue-vas de lava que habían permanecido comprimidas durantecientos de miles de años explotaban por doquier y rociabanfuego y cenizas por todo el cielo. Y en lo más profundo delocéano, una antigua criatura abría un órgano sensitivoque hacía las veces de ojo y boca. Fuera lo que fuese lo quecontemplaba, lo consumía, y no había nadie en la Tierracon el suficiente poder para detenerla.

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Mephi se alejó y vomitó ruidosamente sobre la arena roja, tra-tando de no desvanecerse de nuevo. La visión no le afectó tantocomo antes porque sólo era un recuerdo, pero aún así, tuvo queapoyarse en el bastón para no caer redondo.

—Ya es suficiente —susurró con la garganta seca—. Y yo quecreía que ya sabía lo que era el miedo.

—No digas que Fénix no te avisó —le recordó Meros—. Peroes bueno. Recordar el miedo, me refiero. Contempla cada uno desus detalles en el ojo de tu mente, pues debes recordarlos todos. Selos transmitirás a tu pueblo tal y como los has visto, ya que debéistomar una decisión.

—¿Qué decisión? —preguntó Mephi, levantando la vista paraencontrarse con los ojos del espíritu.

—Debéis decidir dónde ir ahora —replicó Meros—. La únicaelección que se abre ante vosotros.

—¿Qué? —Mephi apenas pudo pronunciar la palabra.—Existen otros templos de Gaia —explicó el espíritu—. Otros

lugares que te aceptarían si demostraras ser digno de ellos. Éste esuno. He visitado más de los que puedo contar y conozco muchos quenadie de la Tierra ha descubierto todavía. Todos los senderos ocultosdel infinito están al descubierto, y puedo llevarte por cualquiera queelijas. Puedes traer a tu pueblo, y tu pueblo traer a los demás. TuParentela, tus tribus hermanas, los Fera... Cualquiera que te siga.

Mephi sentía que la cabeza le daba vueltas ante la posibilidadque le ofrecía el espíritu. Podría escapar de la destrucción de sumundo, pero...

—No, ya he visto lo que está ocurriendo. Es demasiado tarde.—¿Ocurriendo? —bufó el espíritu—. Estabas muy cerca de este

lugar cuando viste lo que viste, Caminante. Más lejos de la Tierra delo que crees. Por muy lento que viajaras para volver hasta allí, nadade lo que viste estaría ocurriendo.

—¿Qué?—Tan joven —suspiró el espíritu—. Has tenido una visión. Y

ahora que sabes lo que va a ocurrir, debes regresar y contárselo a tupueblo. Luego, decidid dónde queréis ir.

—¿Pero qué pasa si queremos quedarnos?El espíritu le miró sorprendido.—¿Acaso no recuerdas lo que acabas de ver?—Sí, lo recuerdo —refunfuñó Mephi—. Demasiado bien. Pero

lo que no vi fue a mi pueblo, a los Garou, luchando por salvar aGaia. No puedo creer que se dieran por vencidos y permitieran queel mundo muriera a su alrededor.

—¿Crees que tu visión no fue genuina?—Claro que lo fue. Creo que vi el futuro tal y como podría ser,

no como será. Lo que vi es lo que ocurrirá si aceptamos tu proposi-ción y abandonamos nuestro hogar sin luchar por él.

—¿Estás loco? —profirió el espíritu—. Todos moriréis.—El loco eres tú si crees que vamos a ocultarnos como cobar-

des. Así que puedes meterte tu proposición por donde te quepa.Mientras la Nación Garou siga existiendo, nuestro mundo jamás cae-rá. Aunque...

—De acuerdo —interrumpió el espíritu, sacudiendo la cabe-za—. Reniega del infinito y vuelve a tu mundo condenado. Pero note sorprendas cuando las noticias de tu visión inciten a los espíritusde tu pueblo a huir hacia...

—Ya es suficiente —graznó Mephi sintiendo cómo la Rabia seapoderaba de él pese al estar afectado por lo que había visto—. Sólodime cómo volver, y apártate de mi camino. Tengo una misión quecumplir y otra que empezar.

—Toma —entonó con burla el espíritu, sacado una pluma cha-muscada de su cinturón y arrojándola a la mano de Mephi—. Fénix

te llevará. Ve a una de esas tormentas de la distancia y deja que elviento te eleve del suelo. Luego, dile a la pluma dónde quieres ir. Sila mantienes recta, volverás a la Tierra en un abrir y cerrar de ojos.Y a partir de ahí, estarás solo.

—No, no lo estaré —dijo Mephi. Sin mediar más palabras, saliócorriendo siguiendo el sonido de una de las tormentas.

—Buen chico —sentenció la voz de un anciano mientras eljoven Caminante desaparecía en la distancia—. Tómate todo el tiempoque necesites.

Se rió entre dientes mientras comenzaba a desprenderse de laincómoda piel espiritual que había estado usando. El movimientodilató parte de la picadura en proceso de cicatrización que teníaen su costado derecho. Aún estaba herido, y el veneno seguíapresente en su organismo. Y cómo dolía el condenado. Pero teníaque hacer algo. Ya no era un simple cachorro que pudiese ignorareste tipo de cosas.

—Aunque no tiene mucha importancia —musitó mientras se-guía riéndose entre dientes—. Ya no queda tiempo.

Tras lanzarse un pequeño conjuro, se sentó sobre las arenasdel desierto.

No, pensó, No queda mucho tiempo.—Bueno... al menos no está lloviendo.

Un buen rato después (o no mucho, no estaba seguro) MephiMás Rápido que la Muerte apareció en una parte de la Umbra muchomás familiar que el reino de donde había partido. Regresó sin muchasceremonias, avanzando como un rayo a través del cielo nocturno yabriendo un agujero en las nubes de tormenta como una estrella fu-gaz. La pluma del Fénix le protegía y guiaba, y descendió con unenorme chapoteo sobre el aspecto Umbral del poderoso Nilo.

El impacto le hizo caer en espiral hacia el fondo del agua. Unacorriente le arrebató la pluma de la mano, pero se las ingenió paraseguir aferrándose a su bastón. Una eternidad después, llegó a unazona poco profunda del arroyo, y pudo orientarse. Podía percibirun camino junto al lecho del río que conducía a reinos que jamáshabía visto, pero si la pluma del Fénix había funcionado como habíadicho Meros, necesitaba salir a la orilla. Así que, apoyando primerosu bastón y luego los pies, trató de incorporarse antes de que lacorriente le empujase de nuevo.

El curso del río intentó llevárselo consigo, pero no le impidiósalirse con la suya. Se desplomó en una de las orillas cercanas ro-deada por un campo de juncos. Su cuerpo se fundió en su formaHomínida y procedió a expulsar toda el agua de sus pulmones.Cuando pudo respirar de nuevo, trató de escalar la ribera con laesperanza de que la corriente no le hubiese alejado demasiado.Apenas comenzó el ascenso cuando alguien en la parte superior dela zona lodosa agarró su bastón y le aupó hacia arriba.

Ya en tierra sólida, descubrió que estaba rodeado por una seriede hombres lobo en forma Crinos que le amenazaban con sus ar-mas. Una joven en el centro del corrillo, que aún se aferraba alextremo del bastón, se acercó a él y presionó el filo de un antiguokhopesh contra su garganta.

—¿Quién eres? —gruñó la muchacha, en un tono más caute-loso y asustado de lo que pretendía aparentar—. ¿Qué estás ha-ciendo aquí?

—Mi nombre es Mephi Más Rápido que la Muerte —dijo Mephi,tratando de sonar relajado pese a las circunstancias—. Y os estababuscando.

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