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San Héctor Valdivielso Sáez

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9 de Octubre

San Héctor Valdivielso Sáez ( Hermano Benito de Jesús)

Primer santo argentino

(1910- 1934)

Héctor Valdivielso nació el 31 de octubre de 1910, en el barrio porteño de Boedo, sobre la calle Castro (hoy Treinta y Tres Orientales), en pleno corazón de Buenos Aires, en el seno de un hogar de inmigrantes españoles. Sus padres, Benigno Valdivielso Angulo y Aurora Sáez Ibáñez habían llegado a la Argentina procedentes de la provincia de Burgos, Castilla, con la idea de progresar económicamente.

Hogar de inmigrante

Héctor vino al mundo en un hogar en el que la felicidad, no exenta de dificultades, fue la tónica principal. Tenía un hermano, dos años mayor que él, llamado José Alfredo. Y pronto nació otra niña, Zulema.

El futuro santo fue bautizado el 26 de mayo de 1913 en la iglesia de San Nicolás de Bari, que por entonces se hallaba ubicada en el mismo sitio donde hoy se alza el Obelisco.

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Demolido en 1933

El tempo era célebre porque en su torre flameó por primera vez la Bandera Argentina. La familia Valdivielso vivió en Buenos Aires hasta 1914. En esa fecha, cuando Héctor solo tenía tres años, regresó a España, estableciéndose en la ciudad burgalesa de Briviesca, en cuyo templo parroquial de Santa María recibió el sacramento de la confirmación (9 de julio de 1915), de manos del Arzobispo de Burgos, D. José Cadena y Eleta.

Su vocación religiosa

Tenía seis años cuado ingresó en el Colegio de las Hijas de la Caridad, muy cerca de su casa, donde aprendió las primeras letras, pasando a los nueve años –la edad en la que tomó la Primera Comunión bajo la atenta preparación de su madre – a la Escuela Municipal. Por entonces, hacía un año que su padre, por razones laborales, se hallaba radicado en México, desde donde enviaba a su hijo cartas con máximas y enseñanzas de gran ayuda para su formación moral y religiosa. Un religioso lasallano, el hermano Celestino Pedro, solía visitar cada tanto a la familia, ocasión en que relataba, entre otras cosas, sus experiencias como educador en Bujedo, las cuales Héctor escuchaba con avidez. Y así fue que comenzó a aflorar en su ánimo el anhelo de abrazar aquella vida, deseoso de seguir los pasos de San Juan Bautista de La Salle.

San Juan Bautista de La Salle

Después de manifestar esa noble aspiración a su madre, el 31 de agosto de 1922 viajó a Bujedo, con solo 12 años de edad, para iniciar sus estudios con los Hermanos de las Escuelas Cristianas. En 1924 pasó al centro de formación de misioneros de Lembecq-Lez-Hall, Bélgica, y al año siguiente ingresó al Noviciado para recibir su hábito y un nuevo nombre: Benito de Jesús.

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De regreso en España, después de emitir sus primeros votos en 1927 y ya como alumno del profesorado de la Comunidad del Escolasticado de Bujedo, comenzó a crecer en su interior el deseo de ser misionero en Brasil o la Argentina.

Al servicio de la educación

En 1929, finalizados sus estudios, fue enviado a Astorga (León), su primer destino, donde enseña, organiza y anima grupos juveniles, escribe en periódicos locales y promueve publicaciones católicas con la intención de acercar lecturas sanas y formativas a familias y jóvenes. Fue entonces que se hizo columnista de “La Luz de Astorga” y “Los Hijos del Pueblo”, en los que publicó incontables artículos, así como también en el madrileño “La Voz del Pueblo”. Por esa época estaba decidido a dedicar su vida al Señor. “Si Dios me lo permite, estoy dispuesto a sufrir prisión, el destierro y la misma muerte. Estoy muy contento esperando la recompensa que Dios me tiene reservada en el Paraíso”, le escribió a su madre, dando señales de estar templando su alma para el martirio. Después de tres años en Astorga, Héctor fue destinado a Turón. Allí se trasladó después de un retiro de veinte días en la Casa de Arcas Reales de Valladolid y renovó sus votos trienales el 15 de agosto de 1932. El pueblo de Astorga lo despidió con emoción.

La revolución de Asturias

Previa estadía en casa de su madre, Héctor llegó a Turón, donde comenzó a enseñar. El 5 de octubre de 1934 lo sorprende allí la revolución de Asturias, prólogo a la guerra civil que estallaría menos de dos años después.

El martirio

Ese mismo día, milicianos revolucionarios tomaron por asalto el colegio cuando los hermanos se hallaban en el ofertorio del Santo Sacrificio de la Misa. Revolvieron todo en busca de armas y, al no encontrarlas, se llevaron a los religiosos a los golpes hasta la Casa del Pueblo. El hermano Cirilo, director del establecimiento, preguntó a que se debía aquello pero una andanada de insultos lo hizo callar.

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Los religiosos fueron alojados en lóbregas y obscuras prisiones, junto a otros catorce detenidos. Tres días permanecieron allí, privados de agua y comida, severamente vigilados, sin dejar de orar un solo instante, soportando todos los insultos y humillaciones a que fueron sometidos. En la madrugada de 9 de octubre la puerta de la prisión se abrió de golpe. Los hermanos fueron sacados a la calle y obligados a caminar de dos en dos rumbo al cementerio, siempre apuntados por sus captores. Iban resignados y silenciosos pero decididos y animados. Al llegar, vieron ocho siniestras fosas que habían abierto la noche anterior. Colocados junto a ellas, aguardaron unos instantes a que el enterrador llegase con las llaves, y a la orden de su jefe los verdugos apuntaron e hicieron fuego. Uno a uno fueron cayendo, el padre pasionista Inocencio de la Concepción y los hermanos lasallanos Aniceto Adolfo, Augusto Andrés, Victoriano Pío, Julián Alfredo, Marciano José, Cirilo Beltrán, Benjamín Julián y Benito de Jesús (San Héctor Valdivielso). Eugenio Mediavilla, uno de los militantes revolucionarios que los custodió hasta sus últimos momentos dijo: "No les vi quejarse en ningún momento y estuvieron todo el tiempo rezando... Eran unos santos, que no hicieron mal a nadie. Los mataron solamente porque eran religiosos". La razón: "por odio a la fe"...mientras que en Buenos Aires, al día siguiente, el Cardenal Pacelli - luego Pío XII - inauguraba el famoso 32 Congreso Eucarístico Internacional.

Todos ellos fueron beatificados por su S.S. Juan Pablo II el 29 de abril de 1990 y canonizados, también por Juan Pablo II el 21 de noviembre de 1999

Primer santo argentino

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Para entonces, los santos mártires ya habían obrado milagros, uno de ellos la inexplicable cura de Rafaela Bravo Jirón, joven nicaragüense de 24 años, que, afectada por un tumor tenía los días contados. Sin embargo, siguiendo consejo del Hermano Alejandro Zepeda, su esposo, ex-alumno de La Salle, rezó -entre el 11 y el 29 de abril de 1990, día de la beatificación- dos novenas diarias pidiendo su intercesión. El 29 por la noche, Rafaela sintió unos terribles dolores y creyendo que su hora había llegado, comenzó a rezar. Una masa visceral extraña salió de su cuerpo y al día siguiente estaba totalmente curada. Los médicos, perplejos, no encontraron explicaciones para el caso.

Madrugadores de Buenos Aires