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San Juan de Los Lagos, Jal. Abril de 2018 Nº453

San Juan de Los Lagos, Jal. Abril de 2018 Nº453...servidores del Altar (monaguillos), Equipo de decoración y otros ministerios presentes en sus comunidades; y también para todos

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1. MENSAJE DEL SEÑOR OBISPO

2. PRESENTACIÓN

3. INDICACIONES METODOLÓGICAS PARA LA X SEMANA DE FORMACIÓN Y ANIMACIÓN LITÚRGICA

4. TEMA 1 UNA LITURGIA QUE FASCINA

5. INSTRUMENTO DE ESCUCHA SOBRE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS

6. TEMA 2 LA LITURGIA, ESPACIO DE ESCUCHA

7. TEMA 3 LA LITURGIA, ESPACIO DE DISCERNIMIENTO

8. TEMA 4 UNA LITURGIA QUE FAVORECE LA CONVERSIÓN LITURGIA Y CONVERSIÓN

9. TEMA 5 UN UNA PIEDAD POPULAR QUE FASCINA Y QUE AYUDA A ESCUCHAR, DISCERNIR Y CONVERTIR

10. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE CARTA PLACUIT DEO A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA SALVACIÓN CRISTIANA

11. TRIVIALIZACIÓN DE LA SANTA MISA

SUMARIO

Centro Diocesano de Pastoral

Morelos 28 A. P. 21Tel. (395) 785-0020 Correo- E: [email protected] [email protected] San Juan de los Lagos, Jal.

Responsable:

Diócesis de San Juan de los Lagos

Comisión Diocesana de Pastoral Litúrgica

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HACIA UNA LITURGIA REVITALIZADA Y REVITALIZADORA

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MENSAJE DEL SEÑOR OBISPOAsunto: Semana de Animación Litúrgica.

Pascua del Señor 2018.

Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor.

Durante el Tiempo de pascua la experiencia del Resucitado fascina y revitaliza la vida de nuestras comunidades. En este contexto litúrgico-

sacramental -que conecta lo terreno con lo celeste- que agrada, atrae y encanta, se encuentra la clave revitalizadora de toda acción de los bautizados.

Este “culto a Dios en la vida diaria del mundo” comporta la conformidad entre liturgia y vida, entre realización exterior y realización interior. Tal consonancia entre lo interior y lo exterior y tal transparencia de lo exterior para lo interior y del ámbito de lo corporal para el espíritu, forma parte de la esencia de la belleza que resplandece en la acción litúrgica. Así, la celebración litúrgica debe posibilitar, por medio de la palabra y los símbolos, que resplandezca y se manifieste anticipadamente la transfiguración escatológica de la realidad entera. De este modo, la liturgia debe permitir que, sobre nuestra vida diaria, a menudo tan gris, brille algo del resplandor de la belleza de Dios.

Por ello, la liturgia debe celebrarse bellamente, a fin de que ella nos eleve por encima del mundo cotidiano, nos fascine y entusiasme y, así, nos invite, inspire y motive a la doxología, a la glorificación de Dios. Tal ars celebrandi es un momento intrínseco y constitutivo de la celebración litúrgica misma.

En la actualidad corremos el peligro de reducir la realidad a lo mensurable, factible y utilizable, y de proceder con ella de forma irreflexiva e irrespetuosa, desfigurando y destruyendo la creación en vez de cultivarla. También la liturgia se celebra en ocasiones sin amor, sin cultura, sin brillo. En cambio, cuando se celebra y configura bellamente, la acción litúrgica abre nuestro cerrado y ensimismado mundo. Puede ayudarnos a redescubrir las realidades de la naturaleza, el trabajo y la vida diaria en su significado simbólico más profundo y en su belleza. Así, la Iglesia no realiza su contribución a una cultura renovada primordialmente a través de lo que dice, sino a través de lo que es y de lo que celebra en la liturgia (Cfr. Walter Kasper, La liturgia de la Iglesia, Sal Terrae, 2015, 80-83).

Con esta conciencia, la Comisión Diocesana de Pastoral Litúrgica, nos ofrece este instrumento, para que el resplandor de la belleza de Dios en la acción litúrgica, siga siendo el que, fascinándonos, también nos ayude a revitalizar la vida de nuestra Iglesia diocesana.

Que la gracia del sacramento pascual fructifique en nuestras vidas y comunidades, para que, por la intercesión de la virgen de San Juan, podamos corresponder a los dones del amor de Dios que por el bautismo nos dio.

Con mi bendición:

+Jorge Alberto CAVAZOS ARIZPE

Obispo de San Juan de los Lagos

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piedad popular) ha de traer consigo, no sólo una recepción y asimilación de la Tradición de la Iglesia (1Cor 11, 23), sino también una vivencia de gozo y de fe, en medio de la comunidad y de nuestras realidades temporales, recordando aquella invitación de Jesús, de sabernos en el mundo pero sin ser del mundo (Cf Jn 17,11.16), con la mirada y la esperanza puesta en la vida eterna.

Por ello, esta X Semana de Animación y Formación Litúrgica quiere ser un instrumento de estudio, reflexión y trabajo, que nos mueva con un impulso fascinado, HACIA UNA LITURGIA REVITALIZADA Y REVITALIZADORA, propuesta que nace del XXVI Encuentro diocesano de ministerios litúrgicos, realizado en noviembre del 2017, y que viene iluminado por el proceso metodológico de la revitalización pastoral, propuesto por las Orientaciones para una Pastoral Juvenil Latinoamericana, Civilización del Amor, Proyecto de Misión, del CELAM y asumido en nuestra diócesis en vistas al

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En la CODIPAL, en este año pastoral “…de la

escucha y del discernimiento pastoral comunitario” nos hemos propuesto el siguiente objetivo: “Animar la Pastoral litúrgica y la atención a la Piedad Popular, fascinados desde el encuentro con Cristo para que, escuchando la voz de nuestro pueblo, fomentemos en nuestra diócesis, una auténtica vida cristiana”; y lo hacemos porque reconocemos que el encuentro con Dios a través de la celebración de nuestra fe (en los sacramentos, en los sacramentales y en la

PRESENTACIÓN

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VI Plan Diocesano de Pastoral. Y que, en estrecha conexión con el Tiempo Pascual, nos invita a renovarnos en la fe y en el modo de celebrarla y vivirla. La pascua que, como cada año, nos alegra, nos renueva e ilumina con la llama del Cirio, hace que la Iglesia se vea embellecida y renovada con sus nuevos hijos e hijas, que, naciendo de las aguas del bautismo, se ofrecen como frutos para la comunidad cristiana.

En la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium, sobresalen -en el número 14- tres características con que se debe vivir el espíritu de la liturgia: plena, consciente y activa. Para lograr estas cualidades es necesario amar lo que celebramos y celebrar con gozo y júbilo lo que en la liturgia amamos.

Es, por tanto, deseo de la Iglesia la instrucción, educación y participación de todos en la acción litúrgica, para poder vivir y celebrar el Misterio de Cristo.

La participación plena y activa tiene su fundamento en el Bautismo, de tal manera que en la celebración litúrgica los fieles beben plenamente el espíritu cristiano y asistan a ella no meramente como espectadores, sino con la consciencia de la dinamicidad que -desde ella- a cada uno corresponde.

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Procurando que la vivencia celebrativa de la fe nos fascine y sea signo unidad, esta herramienta que favorece, anima y alienta la formación litúrgica, quiere ser una oportunidad para renovarnos juntos en nuestro caminar diocesano -en el que, llamados a escuchar nuestra realidad, iluminados y alentados por la palabra de Dios, en actitud de escucha atenta y espíritu dócil-, para saber discernir, inspirados por el Espíritu, los signos de los tiempos, y así transformemos nuestra realidad.

Es así que los temas propuestos favorecerán el estudio y profundización de la liturgia como a) … un espacio de fascinación; b) …como espacio de escucha; c) …espacio de discernimiento; d) como la que favorece a la conversión y; e) La Piedad Popular, que fascina y que ayuda a escuchar, discernir y convertir.

Que este itinerario de animación, formación y sensibilización litúrgico-sacramental, nos ayude para que la celebración de nuestra fe sea motivo para que, conociendo, amando y sirviendo al Señor; nos veamos renovados en Él y así “la celebración del Misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, santifique los acontecimientos de la vida y los oriente a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios” (Cfr. SC 61).

Pbro. José Emanuel Vázquez Carrillo Asesor de la Comisión Diocesana de Pastoral Litúrgica.

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Para propiciar la acción transformadora de los cristianos en sus ambientes y favorecer la coherencia entre la fe y la vida les recordamos, una vez más, que este espacio de estudio y formación va dirigido especialmente a los agentes de pastoral de nuestra Diócesis (sin exclusión de los agentes de otras Diócesis), presbíteros, diáconos y laicos miembros de la comisión parroquial de pastoral litúrgica: Proclamadores de la Palabra, Ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, Integrantes de los coros, Músicos-cantores, Sacristanes, Campaneros, Colectores, Monitores, Coordinadores de las celebraciones, Coordinadores de los servidores del Altar (monaguillos), Equipo de decoración y otros ministerios presentes en sus comunidades; y también para todos aquellos miembros de la comunidad parroquial que gusten beber de esta fuente de vida cristiana.

El tema general para esta X Semana es: “Hacia una liturgia revitalizada y revitalizadora”.

Les recomendamos promocionar la Semana de animación litúrgica en la comunidad a través de los avisos, carteles, invitaciones personales, etc., así como reflexionar cada uno de los temas en un ambiente catequético y evangelizador.

Para el estudio de estos temas, en los que utilizamos y proponemos la metodología del ver nuestra realidad, iluminarla y actuar para mejorarla, será de gran ayuda que, a la luz del

INDICACIONES METODOLÓGICAS PARA LA X SEMANA DE FORMACIÓN Y ANIMACIÓN LITÚRGICA

contenido y la reflexión de los temas, revisemos cómo está funcionando la comisión parroquial de pastoral litúrgica, cómo es asesorada, cómo está su programación y organización y qué necesidades tiene. Es necesario también revisar con qué frecuencia se reúne la comisión parroquial en pleno para la oración y el estudio.

De lo estudiado en la semana es bueno llegar a compromisos concretos. El mejor tiempo propuesto para su realización, es el tiempo pascual, pero si en alguna comunidad no puede realizarse en este periodo, puede realizarse en el tiempo y momento que mejor sea conveniente, lo importante es favorecer este espacio oportuno para la formación, el estudio y la oración.

En el tema 1 encontrarán una encuetra de muestreo para la escucha, les pedimos que sea aplicada a nivel parroquial y

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después decanal, y se informe de los resultados a la CODIPAL a través del coordinador decanal de pastoral litúrgica, ya sea parroquia por parroquia o haciendo el vaciado de todo el Decanato, y enviarla directamente al asesor o secretario de la Comisión Diocesana.

Sugerimos que se concluya la semana celebrando la Eucaristía para agradecer al Señor el trabajo realizado en bien de toda la comunidad, y al término de la misma se dedique un tiempo para convivir y se comparta la experiencia vivida.

De antemano los felicitamos y les auguramos una buena realización de la X Semana de Formación y Animación Litúrgica. Les recordamos que el buen desempeño de nuestro trabajo pastoral dependerá mucho de cómo sea preparado, coordinado y realizado, de nosotros dependerá el rostro que le queramos dar a la Pastoral Litúrgica Parroquial.

Comisión Diocesana de Pastoral Litúrgica y Piedad Popular

Diócesis de San Juan de los Lagos

- CODIPAL

TEMA 1UNA LITURGIA QUE FASCINA

I. OBJETIVOReflexionar el papel de la liturgia como actividad de la Iglesia que glorifica a Dios y santifica al hombre, para redescubrir su valor y su atractivo para las nuevas generaciones.

II. ORACIÓN

Monición: Antes de reflexionar sobre la actividad litúrgica recitaremos el Salmo 8; procuremos sintonizar con el escritor sagrado, quien, extasiado ante la grandeza de la creación, intuye la majestad divina y su amor peculiar por el ser humano. Unámonos a su voz, que

alaba al Señor bajo el cielo nocturno y en medio de los ángeles; contemplemos con el salmista el poder de Dios en las obras de la civilización y en la ternura de los niños; llenémonos de gratitud por los rebaños de ganado; y bendigámoslo por las creaturas del cielo y del mar.

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Salmo 8Señor, dueño nuestro, ¡que admirable es tu nombre en toda la tierra!Ensalzaste tu majestad sobre los cielos. De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos, para reprimir al adversario y al rebelde.Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos; la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él; el ser humano, para darle poder?Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies:rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por las aguas.Señor, dueño nuestro, ¡que admirable es tu nombre en toda la tierra!

III. INTRODUCCIÓN

¿Cómo es que decimos que la liturgia debe fascinarnos? ¡Sí! La celebración litúrgica de nuestra fe debe “encantarnos”. Debe atraernos y cautivarnos de forma irresistible, de tal manera que logre engancharnos para favorecer nuestro encuentro con el Misterio, para salir de nosotros mismos y para dejarnos mirar y encantar por Dios, mirando también a nuestro prójimo. Significa llegar a una dinámica de encantamiento que requiere una conversión que pasa por el modo de mirar y de ejercer la gratuidad. Si la celebración litúrgica debe fascinarnos, preguntémonos:

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¿Qué tiene Nuestra Señora de Guadalupe, que atrae? Creo que su abrazo a las culturas, y el hecho de que nos muestra al Fruto bendito de su vientre. ¿Qué hace atractivo al cristianismo? El amor extremo de Dios, manifiesto en su Hijo crucificado y glorioso. Esto mismo hace atractiva a la liturgia.¿Que si recuerdo episodios de una liturgia fascinante? ¡Claro que sí! Enumero algunos: Casi en todas las misas que celebro recuerdo a mi madre María de Jesús Orozco, quien el día de mi cantamisa avanzaba por la nave central del templo de Acatic llevando el cáliz durante el ofertorio; era la ofrenda de un esfuerzo, de muchas plegarias, y de un hijo. Recuerdo a Matteo Maiorino y Christian Ciolli en la celebración de la misa en el Camino Neocatecumenal, en Roma: canto potente, alabanza y grito simultáneo, solista y coral al mismo tiempo, teología y Biblia entrelazadas. Recuerdo el comentario de mi tocayo Juan Carlos de Tepatitlán, que comentaba la fuerza de la eucaristía ante el embate del mal: “pero en cuanto ustedes levantan la hostia y el cáliz, allí está todo y cambia todo”.Recuerdo también el corazón abierto y el alma trasparente del seminarista Roberto Pablo González, y su unción conmovedora al confesarse, mirando como si viera al Invisible en su ministro. Recuerdo a varios ordenandos, que, postrados, no dejaban de llorar. Recuerdo el matrimonio de Alejandro Aguilera y Alejandra, quienes con cuidado lo prepararon, con intensidad lo celebraron y con gozo lo festejaron. Y considero los

IV. VEAMOS NUESTRA REALIDAD

miles de adoradores nocturnos de nuestra Diócesis que mes a mes se sienten atraídos a la guardia al pie del Santísimo.Y si hacemos referencia a las vidas de los santos, podemos recordar las misas del padre Pío, largas y llenas de lágrimas y conmociones, sus confesiones en las que no pocas veces reprendía severamente, ¡y era tan fascinante su liturgia! Las palabras del santo cura de Ars eran sencillas pero fervorosas y vivenciales, y atraían multitudes y transformaban los corazones. Para el beato Anacleto González era vital la comunión diaria, “el pan de los fuertes”, y no se fijaba en el ministro que la presidía. La beata Chiara Luce Badano, mientras sufría un cáncer terminal, preparó su misa exequial, eligió los cantos y decidió llevar vestido de novia para el

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encuentro con el Divino Esposo, ¡su mismo funeral fue fascinante! Y claro que todos nos hemos conmovido con la audaz ofrenda de santo Toribio Romo a Jesús: “¿Aceptarás mi sangre que te ofrezco por la paz de tu Iglesia?”.En realidad, todos podemos evocar muchos momentos indelebles de celebraciones litúrgicas, donde hemos experimentado la gozosa fascinación de los dones de Dios.

1. ¿Podemos compartir y describir algunas experiencias en que nos ha invadido el gozo y el fervor en las celebraciones litúrgicas?2. ¿Qué rasgos tienen en común estas vivencias? ¿A qué se debió ese gozo y fervor?3. También hemos experimentado desagrado en ciertas celebraciones litúrgicas. ¿Podemos compartir o describir esas experiencias?4. ¿A qué se debió esa sensación de desagrado?

Luigi Guissani, comentando el evangelio de san Juan 1, 35ss, explicó que éste es el método cristiano: “Ven y lo verás” (Cfr. Jn 1, 39). El cristianismo es un encuentro fascinante con la persona de Cristo, esa es su fuerza. El cristianismo no es un sistema ideológico cuya fuerza estuviese en la coherencia interna o

en la propaganda; el cristianismo no es un moralismo, una especie de sociedad de buenas costumbres, interesada en las buenas maneras, la honradez y la pureza sexual; el cristianismo tampoco es un conjunto de celebraciones rituales de domingo o de algunas veces en la vida.

Es decir: no es verdad que un cristiano se forma con sólo el estudio de la

doctrina cristiana, no es cierto que la mera observancia de los mandamientos y la moralidad nos hagan discípulos, y tampoco es verdad que nos convierte en seguidores de Jesús la práctica religiosa,

por muy evangelizadora que sea la liturgia. ¡Es el encuentro

vivencial con Cristo, trasmitido por un discípulo, el que nos hace creyentes!

Como señala el Documento de Aparecida, la Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción; y lo que atrae es la comunión (Cfr. DA 159), porque el contexto del encuentro siempre es comunitario.Por otra parte, estamos asistiendo al alejamiento paulatino de muchos bautizados de la fe católica; unos son practicantes, pero su estilo de vida o sus ideas no son las de un cristiano; otros han abandonado no sólo los

mandamientos sino también la oración y los sacramentos; otros más han

buscado otros grupos religiosos, que les ofrezcan más cercanía y vivencias más intensas. ¿Por qué han tenido lugar estas experiencias de desencanto de la Iglesia católica? Porque en muchas ocasiones faltó el

encuentro con la persona de Cristo dentro de la comunidad

cristiana. Antes, en una sociedad cristiana, se podía permanecer dentro

V. ILUMINEMOS NUESTRA REALIDAD

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del redil aún sin el encuentro con Cristo, pero hoy ya no hay cultura cristiana y, además, se fortalecen una serie de factores expresamente agresivos contra el catolicismo, sobre todo en nuestra región, debido a su fama de tradición católica. Sin embargo, nada puede hacer el fanatismo anticlerical y anticristiano contra alguien que conoce personalmente a Cristo, aunque tal fanatismo se presente con piel de ciencia.En este contexto, ¿qué tiene que hacer la liturgia? Ser liturgia. Si es liturgia, fascinará. Ya sabemos que las cualidades de la liturgia son la sacralidad, la bondad y la universalidad. Pero ¿qué significa fascinar? La palabra fascinar, viene del latín facere, hacer. Significa hacer algo en el otro, producir en el otro, provocarle, agradarle, atraerlo, cautivarlo, raptarlo, influirlo, impactarlo, enamorarlo.Muchas cosas pueden fascinar a las personas: una joven puede fascinar a un muchacho, un espectáculo circense o una película nos puede fascinar, una pieza musical o una edificación nos pueden fascinar, al igual que un libro o una corriente ideológica. Pero si todos estos fascinan es porque son excepcionales en su esencia; una mala película no puede

fascinarnos por más que sea muy bueno el libro en que se basa. Hablando de liturgia, ésta no es un foro político, una actuación teatral o un concierto acompañado de desfile de modas; la liturgia es una acción sagrada de la Iglesia para la glorificación de Dios y la santificación del hombre (Cfr. SC 10); y puede fascinarnos si es lo que debe ser, claramente, intensamente.

Primero: La liturgia fascina en la medida en que es liturgia. Cuanto más sea acción sagrada que glorifica a Dios y santifica al hombre, tanto más será fascinante. Su atractivo proviene principalmente de su peculiaridad sacra, y no tanto de la creatividad del ministro, de su inteligencia, brevedad o de la confección litúrgica que elabora.Sacro y santo son palabras

que provienen del verbo latino sancire, delimitar un lugar, segregarlo del resto, apartarlo; lo contrario es lo común, lo exterior, lo profano. Lo sagrado, de suyo, se manifiesta (según Rudolph Otto) como tremendo y fascinante. Tremendo significa que posee majestad, grandeza, soberanía absoluta; la experiencia de lo tremendo nos hace adoptar actitud de solemnidad y de humildad reverente. Fascinante, como ya vimos, significa que atrae, seduce, gusta y embriaga; al experimentarlo provoca deseo de unión con él. Así que la liturgia que adopta la solemnidad y la humildad puede ser más fascinante.Lo sagrado requiere personas propias (ministros sagrados), tiempos propios (el domingo, las fiestas, las horas), lugares propios, música propia, vestiduras

La liturgia fascina

en la medida en que es liturgia

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y vasos propios, lenguaje propio. Por eso la liturgia sufre desacralización cuando adoptamos elementos o lenguajes de otros ámbitos: ritmos bailables en la música, ropa común en el ministro, estilo cómico o vulgar de la predicación, diseño ceremonial de espectáculo, actitud agresiva o lenguaje moralizante, etc. Lo desacralizado puede llamar la atención, pero ciertamente no fascinará.

Segundo: La liturgia fascina llevándonos al encuentro con Dios. El que fascina es el Señor; nos hace vibrar su convocación, su mirada, su palabra, su perdón, su entrega, su gloria, que esclarecen nuestra existencia. Lo que decía san Agustín de los salmos, lo podemos decir de toda la liturgia: en ella Cristo “ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros, como cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios” (citado en CCE 2616).Los discípulos de Emaús sentían arder su corazón al escuchar a Jesús, que describía la poderosa vía de la cruz por la cual Dios ha mostrado su corazón misericordioso y su plan de salvación, y les ha abierto los ojos (cfr. Lc 24, 13-32). El pueblo congregado tras el destierro por Esdras y

Nehemías, llora conmovido ante la Palabra que escucha y en la que descubre su pecado frente al camino del Señor (cfr. Neh 8, 6-11). Esta también es fascinación.Dios es glorificado cuando se muestra su grandeza, se alaba su poder, se canta su bondad, se adora su ser, se bendice su obra, se anuncia su verdad, se proclama su obra de Creador, Redentor y Santificador.La liturgia puede ayudarnos a conocer a Dios y amarlo; si lo conocemos, como los primeros discípulos, quedaremos fascinados. Como reza un canto de Kairoi “Es imposible conocerte y no amarte; es imposible amarte y no seguirte”. Y el amor hace deseable renovar el encuentro para más conocer a Dios, más amarlo, más adorarlo. “La alegría más auténtica está en la relación con él, encontrado, seguido, conocido y amado, gracias a una continua tensión de la mente y del corazón. Ser discípulo de Cristo: esto basta al cristiano. La amistad con el Maestro proporciona al alma paz profunda y serenidad incluso en los momentos oscuros y en las pruebas más arduas” (Benedicto XVI, Ángelus, 15 enero 2006).

Lo que da fascinación a la liturgia es su fuerza sagrada, su hondura espiritual, la gracia que se nos da en ella y que es Dios mismo, su salvación, sus dones y sus frutos. Más aún, lo fascinante de la liturgia no es lo que los creyentes hacemos, sino lo que hace Dios. Con palabras del Papa Benedicto: “En toda forma de esmero por la liturgia, el criterio determinante debe ser siempre la mirada puesta en Dios. Estamos en presencia de Dios; él nos habla y nosotros le hablamos a él. Cuando, en las reflexiones sobre la liturgia, nos preguntamos cómo hacerla atrayente, interesante y hermosa, ya vamos por mal camino. O la liturgia es opus Dei [obra de Dios y para Dios], con Dios como sujeto específico, o no lo es. En este contexto os pido: celebrad la sagrada liturgia dirigiendo la mirada a Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viva de todos los lugares y de todos los tiempos, para que se transforme en expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios amigo de los hombres” (Discurso a los monjes cistercienses de la Abadía de Heiligenkrenz, Austria, 9 septiembre 2007).

“Es imposible conocerte y no amarte; es imposible amarte y

no seguirte”.

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Tercero: La liturgia fascina más si la comprendemos. En 1947 el Papa Pío XII recordaba que “Con la enseñanza de la fe católica, con la exhortación a la observancia de los preceptos cristianos, la Iglesia prepara el camino a su acción propiamente sacerdotal y santificadora” (Mediator Dei, 48); en el mismo sentido los padres conciliares señalaban: “para que los hombres puedan llegar a la liturgia, es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión” (Sacrosanctum

Concilium 9); en efecto, el marco general de la liturgia es la vida cristiana, de la que es cumbre y fuente (cfr. Sacrosanctum Concilium 10); y aunque haya excepciones, la liturgia sólo puede ser atractiva para quien ha sido evangelizado y vive de acuerdo a la fe cristiana. En este mismo sentido, el Papa Juan Pablo II señaló que el alejamiento de los fieles de la Eucaristía dominical se remedia con a) “una auténtica madurez espiritual”, “fuertes motivaciones de fe”; b) y con “una comprensión más

profunda del domingo”, “el deber de dar gracias al Señor, rezándole junto con otros, dentro de la comunidad eclesial” (Dies Domini 4-5).Ya sabemos el que el Concilio Vaticano II insistió en la necesaria comprensión de los sagrados ritos (cfr. Sacrosanctum Concilium 11 y 14). Es muy cierto que los signos han de hablar por sí mismos, sin necesitar moniciones, o largas catequesis explicativas de los ritos. En todo caso, más que clases sobre la mecánica ritual o sobre el significado técnico de las palabras, las acciones o los elementos, convendría

que la educación litúrgica ayudara a agradecer la gracia recibida y a

unirnos interiormente a lo que se celebra en la liturgia.Pero, sobre todo, hay que comprender que la fuerza de la liturgia no consiste sólo en ser signo de la salvación de Cristo, sino que contiene en sí misma la salvación él nos da. Que la liturgia no es sólo recuerdo de Cristo o teatralización sobre su presencia, sino que Cristo se hace presente en la asamblea reunida en su nombre, en el ministro sagrado que la preside, en su Palabra que es proclamada, y en los sacramentos mismos que se celebran (cfr. Sacrosanctum Concilium 7). Que no ha de conmovernos la

memoria de su acción, sino la experiencia de su presencia. Que en la liturgia nos hace el Señor descubrir su mensaje y su gloria, embeber su vida, participar de su victoria, hacer propia la historia de la salvación, renovar la alianza nueva y eterna, actualizarla, y recibir vida nueva. Saber esto, creerlo y celebrarlo, es de suyo fascinante.¿Cómo no fascinarnos cuando comprendemos que en la liturgia glorificamos al Padre, por Cristo, con Cristo y en Cristo, en la unidad del Espíritu Santo, y le damos todo honor por los siglos de los siglos? ¿Cómo no embelesarnos cuando en la liturgia anunciamos la muerte de Cristo, proclamamos su resurrección y anhelamos su venida? ¿Cómo no sentirse envuelto por la majestad del Señor, a quien se entrega el cosmos, el hombre y toda la creación en la liturgia para que la santifique, la cristifique y la deifique?

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Cuarto: La liturgia nos fascina si participamos. La liturgia, según la mente de los padres conciliares, es más atrayente para los fieles cristianos, si participamos en ella (cfr. Sacrosanctum Concilium 11, 12, y 14); para el Concilio Vaticano II, hay dos aspectos que han de vigilarse en las celebraciones: la observancia de las leyes relativas a la celebración válida y lícita, y la participación consciente, activa y fructuosa. Por eso

permitieron el uso de las lenguas de los pueblos, por eso reestructuraron

los ritos litúrgicos, por eso abrieron posibilidades

de adaptación. por eso pusieron el acento en la índole comunitaria de la liturgia, por eso motivaron el desempeño de los diversos ministerios, y

por eso incentivaron el ejercicio del sacerdocio de

los bautizados.La liturgia es de la Iglesia, de todo

el pueblo de Dios jerárquicamente constituido, pero la hacemos nuestra de un modo especial cuando participamos activamente en ella, de modo que no se involucre solo nuestro oído y vista, sino también nuestra voz, nuestro cuerpo y nuestro corazón.

Quinto: La liturgia fascina más cuando el primer fascinado es el que preside. Es necesario que el ministro que preside la confesión, el bautismo, la misa o la adoración, sintonice con lo que celebra; es decir a) que no privatice la misa, mediante decisiones arbitrarias, sino que reconozca que la liturgia es acción de la Iglesia y, como consecuencia, siga las

rúbricas; b) que diga de corazón las palabras y que realice los gestos con plena consciencia, sin distracción, rutina o indiferencia; que vibre con lo que celebra, sea la confesión, la eucaristía, la adoración, etc.; c) que brille su piedad, su fe y su amor a Dios, su fervor. La liturgia no es el ámbito de la espontaneidad y lo casual, menos de lo trivial o la distracción, por el contrario, es el campo de los que se saben mirados por el Señor, y en diálogo con él. Es el ámbito de la contemplación y del silencio.El ministro fascinado, saluda de verdad cuando pronuncia el saludo litúrgico, pide perdón de corazón cuando invoca la misericordia de Dios, escucha también la Palabra que se proclama, se dirige conscientemente a Dios cuando recita las oraciones, va con gratitud a celebrar cada sacramento, considera lo que celebra y configura su vida y su corazón con el corazón de Cristo.Pero no sólo el ministro ha de estar fascinado, una asamblea distraída o distante, una comunidad fría o irreverente no ayuda a una liturgia atractiva. Una comunidad fervorosa y atenta, integrada y activa en la celebración es absolutamente necesaria. Los presbíteros notamos la fascinación de los penitentes cuando se confiesan con verdadero arrepentimiento y no como una formalidad, de los novios que saben que su amor se alimenta del amor fiel y eterno de Cristo, cuando los papás y padrinos del bautismo se alegran por la extraordinaria obra del nuevo nacimiento de sus hijos y de la bella tarea de formar Cristo en ellos, cuando agradecemos

al Señor en la ordenación sacerdotal el que nos dé pastores porque es

eterno su amor, cuando en la comunión se descubre la

presencia amante de Cristo que se une a nuestro corazón, que le adora y le agradece, fortalecido.

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Sexto: La liturgia fascina más si es más bella. Reza un salmo: “Es hermoso cantar a nuestro Dios, es dulce alabarlo” (Sal 147, 1); nos conmueve la oración de los niños, nos gozamos con la oración de los jóvenes, nos apoyamos en la plegaria de los grandes, y eso es bello. Nos impacta el poder de la plegaria del Pueblo de Dios, de la intercesión de los santos, el poder revitalizante de los sacramentos, y eso es bello. Dar gracias al Señor, nuestro Dios, es justo y necesario, como decimos al comenzar el prefacio de la misa, y la gratitud, que debe impregnar a todas las celebraciones litúrgicas, es bella.La liturgia es bella en su contenido (la gracia que significa y realiza el bautismo, la confirmación, la eucaristía, la confesión, la unción, el orden sacerdotal, el matrimonio, la adoración, o la bendición, etc.); la liturgia es bella también en su estructura: desde el saludo, la proclamación de la Palabra, la oración, o las fórmulas litúrgicas; y la liturgia es bella en su ejecución, con los ritmos propios y la personalidad de cada ministro y de cada asamblea. La liturgia ante todo es bella porque celebra la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios, y en él se expresa la belleza más profunda de Dios.

Pero la liturgia puede enriquecerse aún más con el apoyo de las bellas artes: la dignidad y el simbolismo de los edificios, el valor de los vasos sagrados y las vestiduras litúrgicas (incluidos presbíteros y monaguillos); la manufactura de las imágenes, las pinturas y la decoración, la calidad de la música sacra y su letra, el ornato de flores, el orden de los elementos. Si todos estos elementos se integran en una armoniosa unidad, interactuando los símbolos, las personas y las acciones, la riqueza gana en fascinación.

Séptimo: La liturgia es fascinante si nos envuelve en la comunión. La liturgia debe crear una atmósfera sagrada en la que todos los participantes puedan sentirse inmersos, ante todo en el Inmenso e Inefable; pero también incluidos dentro del edificio, en zona con visibilidad, y oyendo el sonido de la celebración. Claro que esto implica la atención de todos, y que todos se sientan incluidos y amados, incorporados al Pueblo de Dios, cara a cara ante la presencia del Dios vivo y verdadero.Lo que fascina, lo que atrae, es la comunión (ya lo decía Aparecida 159); la gozosa fraternidad, la hermosa amistad es fascinante, el encuentro personal, la compañía real de los hermanos, nos alegra. Una asamblea santa, una santa convocación (que eso es la Iglesia), es fascinante; la pertenencia y la comunión son de suyo fascinantes. La Iglesia es signo e instrumento de la comunión de los creyentes con Dios, y de los hombres entre sí: “El fruto del Espíritu en la liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna” dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE 1108).

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Al concluir nuestra reflexión seguramente ya tenemos una conclusión en germen. Pero trataremos de facilitar su gestación con unas preguntas.¿Qué actitudes nuestras pueden volver más fascinantes nuestras celebraciones?¿Qué elementos pueden volver más fascinantes nuestras celebraciones?¿Qué cambios pueden volver más fascinantes nuestras celebraciones?

VII. CELEBREMOS

MONICIÓN: Oremos ahora con el salmo 102, siendo un himno de alabanza y reconocimiento a Dios por sus obras y sus maravillas, y que todo nuestro ser, como el de María, cante de alegría y gozo, por la gloria de Dios.

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura; él sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos barro.Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como flor del campo, que el viento la roza, y ya no existe, su terreno no volverá a verla.Pero la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a nietos: para los que guardan la alianza y recitan y cumplen sus mandatos.El Señor puso en el cielo su trono, su soberanía gobierna el universo. Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra.Bendecid al Señor, ejércitos suyos, servidores que cumplís sus deseos. Bendecid al Señor, todas sus obras, en todo lugar de su imperio.Bendice, alma mía, al Señor.

VI. ACTUEMOS PARA MEJORAR NUESTRA REALIDAD

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INSTRUMENTO DE ESCUCHA SOBRE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS

Particularmente misas, confesiones, bodas, bautismos, comuniones y adoración eucarística.

1. Según tu parecer ¿qué hace atractiva, agradable o cautivante a una celebración litúrgica?

2. Marca 20 aspectos de la siguiente tabla sobre el sentir de los jóvenes sobre las Celebraciones Litúrgicas.

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3. ¿Qué opinas de una liturgia donde para glorificar a Dios se adopta una actitud solemne, humilde, reverente?4. ¿Qué piensas de una liturgia que lleva al encuentro con Dios, para conocerlo, alabarlo, pedirlo, seguirlo?5. ¿Qué piensas de una liturgia que nace de la vida cristiana y ayuda a vivirla?6. ¿Qué opinas de una liturgia en la que las personas participan cantando, respondiendo, realizando algún servicio y comprendiendo lo que se celebra?

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TEMA 2LA LITURGIA, ESPACIO DE ESCUCHA

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7. ¿Qué opinas de una liturgia donde se hace notar el fervor del sacerdote y el gusto y la fe de la asamblea?8. ¿Qué opinas de una liturgia donde hay una hermosa música, el templo es bello, adornado y todo está limpio, preparado y ordenado?9. ¿Qué opinas de una liturgia en la que se respira un ambiente de comunidad y amistad?10. ¿Qué opinas de una liturgia con muchas personas y de distintas edades?

I. OBJETIVODescubrir la celebración litúrgica como un espacio en el que el creyente puede escuchar la voz y la voluntad de Dios, la voz de la Iglesia que transmite el Evangelio de Cristo y escucharse a sí mismo y a la realidad que le rodea; para que la participación sea más plena, consciente y activa, y resulte en mayores frutos de santidad.

1. eres calor: calienta mi existencia;

2. eres libertad: hazme libre;

1. eres fecundidad: cúbreme con tu sombra;

2. eres agua viva: dame de beber;

Todos: eres respuesta: dame fuerza para decir sí

al Padre, al Hijo y a ti, Espíritu Santo.

II. ORACIÓN

Invocación al Espíritu Santo: 1. Espíritu Santo, eres viento: llévame donde quieras;

2. eres brisa: déjame respirar lo nuevo;

1. eres fuerza: levántame del suelo;

2. eres vida: dame pasión por la vida;

1. eres alimento: nútreme de tu savia;

2. eres luz: ilumíname con tus rayos;

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III. INTRODUCCIÓN

Más que en otros tiempos, en el presente vivimos en la era de las comunicaciones, sobre todo porque los avances tecnológicos, las redes sociales, el internet, permiten realizar un tipo de comunicación que supera distancias, fronteras geográficas y culturales y, sobre todo, se caracteriza por una fluidez casi inmediata. A pesar de lo avanzado de las teorías y metodologías de la comunicación, se conserva el esquema básico para que funcione el proceso comunicativo, cuyos elementos son: emisor (de donde brota el mensaje), receptor (quien recibe el mensaje), mensaje (el contenido que se transmite de emisor a receptor), código (lenguaje o conjunto de signos y símbolos común a ambos extremos, que facilita el entendimiento), canal (medio a través del cual se envía y recibe el mensaje), respuesta (es la retroalimentación, la reacción al mensaje, del receptor al emisor).

En base a este esquema, con todo y las variaciones y actualizaciones que sean posibles, siempre hay un emisor y siempre se necesita de quién reciba el mensaje y dé una respuesta a él.

Puesto que en nuestra Diócesis estamos viviendo el “Año de la escucha y del discernimiento

pastoral comunitario”, consideramos valioso descubrir de qué manera es importante reflexionar sobre la actitud de la escucha como parte de este proceso de comunicación, sobre todo cuando este proceso se refiere a la comunicación no sólo de palabras humanas sino de la misma vida que Dios nos ofrece, y que tiene lugar, de manera privilegiada y eficaz, en

el contexto de la celebración litúrgica, en la que no sólo se recuerdan conceptos o se trae a la memoria palabras del pasado, sino que se celebra, se hace presente y se recibe en cada creyente la misma Palabra hecha Carne que puso su morada entre nosotros (cfr. Jn 1,14). IV. VEAMOS NUESTRA REALIDAD

Leer con atención la siguiente anécdota (se puede representar, también, si las posibilidades lo permiten):

“La Historia del Cometa Halley”

En una empresa de muchos empleados y muchos departamentos de trabajo, un buen día, el presidente de la Compañía, después de ver el noticiero, le dice a su Gerente General:

“El lunes próximo, a eso de las siete de la tarde, el cometa Halley se hará visible. Es un acontecimiento que ocurre cada 78 años. Reúna a todo el personal en el patio de la fábrica, todos usando casco de seguridad, que allí les explicaremos el fenómeno. Si llueve, este raro espectáculo no podrá ser visto a ojo desnudo; en ese caso, entraremos al comedor donde será exhibido un documental sobre ese mismo tema”.

El Gerente General mientras realizaba varias actividades, dice al Jefe de Producción:

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“Por orden del presidente de la compañía, el lunes a las siete aparecerá sobre la fábrica el cometa Halley. Si llueve, reúna a los empleados con casco de seguridad y llévelos al comedor, donde tendrá lugar un raro espectáculo, que sucede cada 78 años a ojo desnudo”.

El Jefe de Producción, entre sus trabajos, le comunica al Supervisor:

“A pedido de nuestro gerente general, el científico Doctor Halley, de 78 años, aparecerá desnudo en el comedor de la fábrica usando casco, porque va a ser presentado un documental sobre el raro fenómeno de la seguridad en días de lluvia”.

El Supervisor comunica a su Asistente lo siguiente:

“Todo el mundo desnudo, sin excepción, deberá estar en el patio el lunes a las siete, donde, con seguridad, el famoso músico Halley mostrará el vídeo ‘Bailando con casco bajo la lluvia’. El show se presenta cada 78 años”.

El Asistente dice finalmente a los Empleados:

“El mero jefe cumple 78 años el lunes y habrá una fiesta en el patio y el comedor con el famoso conjunto Bill Halley y sus cometas. Todo el que quiera, puede ir desnudo, pero usando casco, por si llueve, porque se va a armar una tremenda parranda, con música y videos”.

En diversas ocasiones y bajo diferentes formas Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas, hasta que, en estos días, que son los últimos, nos habló a nosotros por medio del Hijo, a quien hizo destinatario de todo, ya que por él dispuso las edades del mundo (Heb 1,1-2).

En el proceso de comunicación es muy importante la capacidad del Receptor, es decir, que

V. ILUMINEMOS NUESTRA REALIDAD

Preguntas para compartir:

1. ¿Cuál es el tema de esta anécdota?

2. ¿Qué fue lo que falló al transmitir el mensaje de un nivel a otro?

3. ¿Cómo habrá reaccionado el presidente de la compañía al ver lo que al final hicieron los empleados?

4. ¿A nosotros nos suceden esos fallos de comunicación?

5. ¿Qué sería necesario para que no pase lo que pasó en la anécdota?

6. ¿Cuáles son los elementos necesarios para que haya una buena comunicación?

aquel a quien va dirigido el mensaje, tenga efectivamente la capacidad para recibirlo y entenderlo, si no es así, ¿de qué sirve enviar grandes cantidades de información (con el desgaste que esto representa) a quien no va a entender o no va a saber qué uso darle al mensaje recibido?

No hace falta profundizar mucho para concluir que, si no se puede escuchar (recibir el mensaje, aunque no sea por el sentido del oído), no tiene caso iniciar un diálogo. Existe un refrán que dice que, a palabras

necias, oídos sordos, pero también podríamos decir que a falta de oídos que escuchen, palabras inútiles.

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Dios ha estado comunicándose con el ser humano de muchas maneras a lo largo de la historia de la salvación, la misma creación del universo narrada por el libro del Génesis es una forma de expresar la comunicación divina. La manera como Dios camina con el pueblo de Israel para llevarlo a la Tierra Prometida y se dirige a todos a través de Moisés, pero también a través de la Columna de nube y fuego, la forma como los elementos de la naturaleza facilitan que el pueblo vaya tomando conciencia de su propia identidad de ser elegidos por Dios; la voz de los jueces, los profetas, los reyes, etc., todas estas son expresiones de la intensidad y la profundidad con la que el Señor ha querido mantener la comunicación con el ser humano.

No se trata de que Dios quiera hablar al hombre porque necesite de alguien con quien hablar. Hay que dejar muy claro que la comunicación Dios-hombre no puede ser otra cosa sino consecuencia de la primera y más básica comunicación que se da al interior de la misma esencia de Dios Trino y Uno. Este Dios familia, este Dios-Tres-Personas, tiene en su interior un nivel muy alto de comunicación: el nivel propio del amor (que, como

se diría de forma poética, no necesita palabras); el Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre, ese amor se personifica en el Espíritu Santo y esos mismos actos de amor son actos de comunicación, que, en este caso no significan decir o dar algo de la persona, sino dar-se, ofrecerse al otro; por eso, la comunicación, vista desde la Trinidad, significa comunicar-se la persona misma, dar-se al otro. Y eso mismo es lo que Dios busca realizar al realizar la creación y poner al hombre -creado a su imagen y semejanza- como culmen de ésta.

Dios no quiere sólo hablar, quiere donarse al ser humano y a la creación. El hermano Roger (fundador de la comunidad de Taizé) decía que “Dios no puede más que amarnos”, en esta línea de pensamiento, puesto que Dios no puede más que amarnos,

luego, Dios busca por todos los medios comunicarse con nosotros. Así entendemos el texto de Heb 1, 1-2 arriba citado, y nos queda muy claro por qué ha enviado a su propio Hijo Jesucristo, para que, con sus palabras, obras, su pasión, muerte y resurrección, nos diera a conocer la profundidad del misterio de la comunicación-amor-donación del Padre.

La comunicación de Dios, pues, alcanza su máximo nivel en la Palabra hecha Carne que puso su morada entre nosotros (Jn 1,14), Jesucristo. Él es la Palabra definitiva y el acontecimiento decisivo; la expresión final de lo que Dios quiere decir y la realización de lo que Dios quiere hacer.

En este punto, regresamos a la primera inquietud planteada: ¿de qué sirve todo este accionar de Dios por mostrársenos (regalársenos) si el ser humano tiene sus oídos (la mente, el corazón, los sentidos), cerrados a

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la Voz de Dios, ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen (cfr. Mc 8, 17-18). Por eso, nuevamente afirmamos que, para que se complete el proceso de comunicación, es necesario que haya un emisor (Dios) y un receptor (el ser humano), y que éste cuente con los recursos necesarios para poder recibir el mensaje.

La liturgia ofrece al ser humano el mejor contexto, el mejor canal, el medio más propicio para recibir esta Palabra de Dios que no sólo se escucha, sino que se recibe en el corazón y en la existencia. El designio salvador que la Palabra de Dios no deja de recordar y prolongar alcanza su más pleno significado en la acción litúrgica, de manera tal que la liturgia se convierte en una continua, plena y eficaz presentación (en el sentido de realidad presente) de esta Palabra encarnada.

La celebración litúrgica realiza el “hagan esto en conmemoración mía”. En ella se actualiza y renueva la misión evangelizadora, y la propuesta misericordiosa de Jesús toma forma en medio de la asamblea que está reunida en la fe. El Concilio Vaticano II afirma: Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, […] bajo las especies eucarísticas.

[…] en los Sacramentos, […] en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos… (Sacrosanctum Concilium, 7).

Por ello, el creyente, para recibir el mensaje de Dios -que es Dios mismo, a través de Jesucristo- debe tener una gran actitud de escucha. Tal escucha debe tener las siguientes

características:

* Apertura a Dios: La liturgia, en cuanto obra divino-humana, debe realizarse no como la asistencia a un monólogo, sino llevando la cadencia propia de un diálogo, en el cual, Dios habla a través de Cristo, de los signos, de la Palabra proclamada, etc., y después el hombre responde en la oración, en los cantos, en la reflexión, en el silencio mismo

y, sobre todo, en la apertura a la acción transformadora, es decir, la conversión. Jesús pasaba largas horas nocturnas en diálogo con su Padre (cfr. Lc 6,12), lo que lo fortalecía para ser dócil al Espíritu Santo (cfr. Lc 4,1) y actuar dando testimonio de la voluntad de Dios (cfr. Lc 22,42).

* Apertura a la Iglesia, a su historia y Tradición: La Palabra que se proclama y se escucha en la liturgia no es fruto de un ejercicio académico intelectual. Todo lo que conforma la celebración litúrgica es un testimonio del caminar de la comunidad eclesial prefigurada desde el Antiguo Testamento. Las palabras en los libros litúrgicos están llenas de historia; cada término, cada palabra, cada sonido, no son sólo repetición hueca de fórmulas, sino que hacen presente toda una experiencia de fe, toda una experiencia de encuentro entre Dios y el hombre. En la liturgia, no contamos historias humanas, celebramos la Historia de la Salvación. Por ello, al ser fieles a la liturgia

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de la Iglesia, escuchamos años y años de voces jubilosas que aclaman, que oran, que piden perdón, que se dirigen a Dios y se dirigen a la humanidad; hacemos presente ese caminar que no inició ayer, sino que narra largas travesías del espíritu humano que busca a Dios y que es encontrado por él.

* Apertura a sí mismo: La celebración litúrgica ofrece también la valiosísima oportunidad de escuchar no sólo “lo que viene de arriba”. En el contexto de la celebración, es muy oportuno que cada uno pongamos atención y escuchemos lo que hay en nuestro propio interior. No solamente las necesidades más urgentes -que brotan solas y se convierten espontáneamente en oración, “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” (Lc 18, 35-43)-, sino también escuchar lo que nuestra conciencia nos sugiere para acercarnos más a Dios, o bien, aquello que nos reprocha y de lo cual necesitamos pedir perdón. La liturgia es propicia no sólo para escuchar las voces exteriores y responder con palabras o gestos realizados exteriormente; es un espacio importante para escuchar nuestra voz profunda,

nuestro verdadero yo, y permitir que se dirija tanto a Dios, como a nosotros mismos, para descubrir qué rasgos de Cristo hace falta imprimir en nuestra

propia existencia.

* Apertura a la realidad del mundo que nos rodea: Puesto que no vivimos

como islas, puesto que

nuestra realidad personal también

está conectada y enriquecida por lo que sucede a nuestro alrededor, es importante también que la celebración litúrgica se convierta en un espacio para escuchar la realidad en la que estamos inmersos. Escuchamos a Dios, nos escuchamos a nosotros mismos, pero también hay que prestar oído a la realidad en que vivimos, pues es también un lugar donde Dios se expresa y, muchas veces, lugar que está necesitado de Dios. Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (Gaudium et spes, 1). La oración de la

Iglesia, por ser oración de Cristo, es también oración de toda la comunidad humana que él ha querido unir a sí (cfr. Ordenación General para la Liturgia de las Horas, 3). Por eso, nuestra oración-respuesta a la Palabra no puede surgir solamente de nuestras necesidades e inquietudes personales. Si escuchamos la realidad que nos envuelve, nuestra oración se dirige a Dios (las preces que hacemos en las celebraciones nacen de esta escucha atenta), pero, además, nos compromete a convertirnos en puentes que faciliten que la Palabra eficaz y transformadora de Dios llegue a todos los rincones de la tierra siguiendo el mandato del Señor: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio” (Mc 16, 9-15).

Condiciones de la escucha: Ojalá hoy escuchen la

voz del Señor (Sal 94, 7). Retomando el proceso de la comunicación, nos queda claro que no puede bastar con que

tanto el emisor como el receptor estén en

condiciones de realizar su función, hace falta también que haya circunstancias adecuadas para que el mensaje transmitido llegue a su destino, es por ello que se requieren algunas

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condiciones para que la escucha se pueda realizar:

- El silencio: El silencio litúrgico no es solo la ausencia de cantos o de palabra; es saber callar a todo lo que bulle en nuestro interior y escuchar. Abrir la mente y el corazón al acontecimiento de Dios y dejarse llenar por él1. Es, más allá de la cuestión de sonidos presentes o ausentes, un clima, una atmósfera propicia para que la voz de Dios pueda ser escuchada con los oídos del corazón y de la mente.

Es por ello que sería muy provechoso revalorar la práctica de hacer silencio exterior antes de iniciar la celebración litúrgica, un silencio donde se perciba el “aleteo del Espíritu” (Gen 1, 1-2), donde nos podamos “desconectar” de las actividades exteriores para dar lugar a la gran acción interior que Dios quiere realizar en cada persona: “Retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6,6), (cfr. Instrucción General del Misal Romano, 45).

Durante la Santa Misa son también provechosos los silencios breves que se hacen antes del “Yo confieso”, antes de la Oración Colecta, después de las Lecturas, después de la homilía, durante la consagración del Cuerpo y la Sangre del Señor, así como el silencio más prolongado después de la comunión y, por qué no, el silencio agradecido que podemos guardar al finalizar la celebración, antes de salir del templo y regresar al hogar.

Pero, más allá de los momentos específicos, es toda la liturgia, es más, la Iglesia misma

como espacio sagrado, donde podemos recuperar el clima de silencio. “La capacidad de interioridad, una mayor apertura del espíritu, un estilo de vida que sepa sustraerse a lo que es ruidoso e invasivo, deben volver a parecernos metas que colocar entre nuestras prioridades […] Seamos honrados: hoy hay una hipertrofia

del hombre exterior y un debilitamiento preocupante de su energía interior” 2.

- Signos auténticos y elocuentes: Aunque la sagrada Liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto

y la oración. Más aún: las oraciones que dirige a Dios el sacerdote —que preside la asamblea representando a Cristo— se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Los mismos signos visibles que usa la sagrada Liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar realidades divinas invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee “lo que se ha escrito para nuestra enseñanza” (Rom 15,4), sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los participantes se alimenta y sus almas se elevan a Dios a fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia (Sacrosanctum Concilium, 33). La liturgia es un ejercicio de diálogo en el que los signos y los símbolos juegan un papel muy importante. Este tema debe profundizarse con entusiasmo en un momento aparte, pero baste recordar que, siendo Cristo el signo más elocuente y cercano de la realidad de Dios para

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el hombre, todos los demás signos y elementos simbólicos utilizados en la liturgia, comenzando por los mismos sacramentos y los sacramentales, deben facilitar el que el creyente se ponga en comunicación de fe y amor con Dios, en Cristo, mediante el Espíritu.

Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro (Sacrosanctum Concilium, 7).

Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones (Sacrosanctum Concilium, 34). Por esta razón, urge que los signos empleados sean verdaderamente significativos, que “hablen” con claridad a la mente y a la fe de las personas, no sean improvisados o introduzcan rasgos o tendencias profanas, desviando con ello la finalidad de la liturgia.

Dijo un párroco con sencillez: Con un signo fuerte, la fe se fortalece, con un signo débil, la fe sufre.

Es importante considerar en este punto de qué manera los signos litúrgicos pueden ayudar a profundizar el diálogo entre la fe y la cultura. Utilizando en la celebración expresiones verdaderamente artísticas del mundo de la música, la arquitectura, la pintura, etc., y expresiones genuinas de la piedad sencilla del pueblo de Dios, pueden encontrar en este diálogo el lugar propio para enriquecer el aspecto celebrativo y, al mismo tiempo, resultar empapadas por los rasgos propios del Evangelio que se celebra.

- Importancia de la buena Proclamación de la Palabra: La liturgia, como acción de la comunidad eclesial, es el espacio primordial en el que la Palabra de Dios resuena con particular eficacia. En las diferentes formas celebrativas en las que los

fieles participan plena, consciente y activamente, se expresan los múltiples tesoros de la Palabra de Dios y ella se convierte en el eje fundamental de toda la liturgia cristiana. Los destinatarios de la Palabra no son individuos aislados, sino el pueblo de Dios reunido y congregado por el Espíritu Santo, que por la escucha se transforma en Iglesia en oración y signo de salvación3 .

La Palabra presupone ser acogida y proclamada en un clima festivo, entre cantos y oraciones (cfr. Neh 8,1-12). No debe ser sólo leída, sino celebrada. El clima de acogida no puede ser otro sino el de la escucha con fe, en oración, con apertura a la conversión, se debe favorecer este clima con los signos y símbolos propios que ya la liturgia ofrece 4 . Pero hay que resaltar particularmente la manera como el lector o ministro proclama la Palabra, pues así ofrece a los fieles una profunda comprensión del mensaje y revela su permanente actualidad salvífica.

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Lo que más ayuda a una adecuada comunicación de la Palabra de Dios a la asamblea por medio de las Lecturas es la misma manera de leer de los lectores, que deberá ser en voz alta y clara, y con conocimiento de lo que leen (Ordenación de las Lecturas de la Misa, 14). El lector debe estar consciente de la importancia de su función y papel, haciendo presente la Palabra viva a la asamblea; además debe tener presentes las exigencias técnicas de uso del micrófono (el cual, junto con todo el sistema de sonorización, debe estar siempre en óptimas condiciones), la vocalización, la dicción, la modulación y las inflexiones de la voz, el ritmo de la lectura y la postura corporal5. Debe evitar la improvisación, la temeridad (leer sin estar seguro de poder hacerlo bien), la recitación impersonal, neutra, monótona y uniforme. Se sigue, por lo tanto, la necesidad de preparar seriamente la proclamación que se va a realizar.

Cabe añadir en este punto la pertinencia de introducir las Proclamación de la Palabra con algunas moniciones que tengan como finalidad proponer a los fieles breves explicaciones para introducirlos en la celebración y para disponerlos a entenderla mejor. Conviene que las moniciones del comentador estén exactamente preparadas y con perspicua sobriedad

(Instrucción General del Misal Romano, 105).

- Escucha que lleve a la acción, al compromiso: La Palabra que se escucha, que se celebra, es una palabra “operativa”; “Y dijo Dios: -Que exista la luz. Y la luz existió” (Gen 1,3). Dios, cuando dice algo, lo realiza al mismo tiempo: lo hace por el mismo hecho de decirlo; en Él, “decir” equivale a “hacer”, “Pues Él lo dijo y se hizo todo, Él lo mandó y así fue” (Sal 33,9). Su Palabra crea, convoca, salva, da vida.

De igual forma, la Palabra proclamada en la liturgia, más que expresar ideas, hace presente y actualiza la voluntad salvífica de Dios. El mensaje de la Palabra de Dios sugiere un camino y un proceso histórico a realizar. Es también una palabra que “modela”, es decir, se convierte en criterio de vida.

Por ello, escuchar a Dios, escuchar su Palabra, implica tomar una postura; “Al que atiende la Palabra le irá bien, dichoso quien confía en el Señor” (Prov 16,20). La Palabra, cuando es recibida por la escucha, transforma el corazón. Quien, en la celebración litúrgica se abre a la escucha, consecuentemente tiene la oportunidad de que algo suceda en su vida. El que escucha, es transformado, es modelado por los criterios del Reino que Jesús nos propone.

Por ello, la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza (Sacrosanctum Concilium, 10). La fuerza de la Palabra se transmite y se transforma en energía que reside en el creyente para comprometerse en el trabajo cotidiano, haciendo que el Reino de Cristo vaya imprimiendo sus huellas en la realidad del mundo en que habitamos. La escucha en la liturgia se torna en atención a la dimensión social de la fe, que se compromete, que se actúa. Las palabras con las que el ministro despide a la asamblea eucarística “Vayan en paz” o bien “Vayan a hacer vida lo que aquí hemos celebrado”, comienzan a tomar forma a partir de esta escucha creyente.

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Respondamos algunas preguntas que nos pueden ayudar a “aterrizar” la reflexión hecha el día de hoy:

VI. ACTUEMOS PARA MEJORAR NUESTRA REALIDAD

1. ¿En qué aspectos de nuestras celebraciones podemos destacar que es necesario escuchar a Dios, a la Iglesia, a nosotros mismos y a nuestra realidad?

2. ¿Cómo promover en nuestras comunidades los momentos de silencio antes, durante y después de la celebración?

3. ¿Qué hacer para escuchar y comprender mejor los signos propiamente litúrgicos y evitar improvisaciones o confusiones?

4. ¿Cómo animar a todos los que con su ministerio ponen de relieve la presencia de la Palabra de Dios (lectores, proclamadores, monitores, cantores, coros, salmistas, etc.), a formarse mejor para que su servicio ayude a una auténtica escucha litúrgica?

5. ¿Qué hacer para que los recursos técnicos (sonorización, micrófonos, instrumentos musicales, luces, etc.), realmente favorezcan la escucha de la Palabra celebrada?

6. ¿Cómo motivar a quienes realizan el ministerio de la presidencia de la asamblea litúrgica a favorecer la escucha con la predicación, la homilía, la guía de la oración y el ritmo de la celebración?

7. ¿Qué podemos proponer para que el fruto de la escucha realizada en la celebración sea un verdadero compromiso cristiano, como auténticos discípulos y misioneros?

Recomendación de algunas apps para preparar nuestra participación litúrgica y disponernos mejor a la escucha:

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VII. CELEBREMOS

Oración para pedir silencio y escuchar a Dios (P. Javier Leoz)

Ayúdame a hacer silencio, Señor,quiero escuchar tu voz.Toma mi mano, guíame al desierto,que nos encontremos a solas, Tú y yo.Necesito contemplar tu rostro,me hace falta la calidez de tu voz,caminar juntos…callar para que hables Tú.Me pongo en tus manos,quiero revisar mi vida,descubrir en qué tengo que cambiar,afianzar lo que anda bien,sorprenderme con lo nuevo que me pides.Me tienta creer que te escucho,cuando escucho mi voz.¡Enséñame a discernir!Dame luz para distinguir tu rostro.Llévame al desierto Señor,despójame de lo que me ata,sacude mis certezas y pon a pruebami amor Para empezar de nuevo,humilde, sencillo, con fuerzay Espíritu para vivir fiel a Ti.

Oración para Escuchar y seguir a Dios: https://www.youtube.com/watch?v=VHp1syfb5Js, o bien: https://goo.gl/LKasDZ

1 EGÜÉS OROZ I., La celebración litúrgica en la Orden de Predicadores. Editorial San Esteban, Salamanca 1997, p. 68.2 RATZINGER J., Fede, Verità, Tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo, Cantagalli, Siena 2003, p. 167.3 CELAM, Manual de Liturgia. La Celebración del Misterio Pascual, Bogotá 2015, p. 234.4 Ibidem, p. 244.5 Ibidem, p. 246.

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I. OBJETIVO

Descubrir la celebración litúrgica como un espacio en el que el creyente que ha escuchado la voz de Dios pueda, orientado por la gracia y la luz del Espíritu Santo, hacer del encuentro con la Palabra y los demás sacramentos, una verdadera opción por Cristo y por su Reino, manifestando la estrecha conexión con su ser de bautizado, discípulo y testigo del resucitado, en medio de las realidades temporales.

II. ORACIÓN

(Se sugiere para este momento, que se medite el prefacio de la Santísima Eucaristía II, en el que se habla de los frutos de la Eucaristía, y se contemple con

TEMA 3LA LITURGIA, ESPACIO DE DISCERNIMIENTO

(Celebrar la belleza de la fe propicia espacios y momentos para el discernimiento)

la celebración y participación en la misma, el centro y la fuente de la vida nueva del cristiano).

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Jesucristo, Señor nuestro.El cual, mientras comía con sus apóstoles en la última cena, y para perpetuar el Memorial salvífico de la Cruz, se ofreció a ti como Cordero inmaculado, y culto de la perfecta alabanza.

Por este venerable misterio alimentas y santificas a tus fieles, a fin de que todos los hombres que conviven en un mismo mundo, sean iluminados por una misma fe y congregados en una misma caridad.

Por tanto, nos acercamos a la mesa de tan admirable sacramento, para que llenos de la suavidad de tu gracia seamos transformados en el hombre celestial.

III. INTRODUCCIÓN

Todos los fieles que participan de la liturgia están llamados a ser testigos y portadores de la buena nueva en la experiencia cotidiana y concreta de la fe. Ahí en su realidad el cristiano se encuentra cuestionado por sus vivencias temporales; es por ello que la celebración litúrgica de la fe deberá ser, en su preparación y ejecución, el espacio de encuentro con Cristo resucitado y con sus hermanos en el que, de frente a sus realidades, pueda dar respuesta a aquello que le aflige y, a la vez, dar razón cierta de la fe que profesa.

Por eso, Señor, todas las creaturas del cielo y de la tierra te adoran entonando un cántico nuevo, y también nosotros, unidos a los ángeles, te alabamos, y te glorificamos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…

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IV. VEAMOS NUESTRA REALIDAD

Un sacerdote comparte su testimonio sobre una Señora y su familia (participantes en un Congreso de Renovación Carismática Católica). Tal señora, de 35 años de vida y de digna y agradable presencia, perdió la vista biológica apenas unos años antes por una receta mal dada, o por una aplicación medicinal no bien aplicada. El caso es que perdió la vista hasta la total ceguera biológica. Saltando los pormenores de la angustia de toda su familia, y después de largo tiempo de reflexionar humanamente, y en momentos de profunda reflexión cristiana, habló públicamente ante miles de congresistas viviendo el encuentro con Jesucristo, y la parte central de su testimonio fue: ¡BENDITA CEGUERA QUE DIOS ME DIO, QUE AHORA VEO! Después de ese congreso, siguió con un estilo de vida alegre, confiada en su marido, sus hijos y especialmente de

su hija quien se hizo cargo de presentarla siempre como ella lo hacía antes de esa experiencia y confiada siempre en Dios Providente. Fortalecía su relación con Dios diariamente por medio de los sacramentos y, además, era invitada frecuentemente a compartir su testimonio al que le agregaba su experiencia de vida por su trato con otras personas y por la dirección espiritual que ella daba, aunque se profesaba incompetente para hacerlo. ¡Cuánto tiempo se llevó esta mujer testigo de lo que Dios le iba dictando! Y, como la Virgen María, guardaba y meditaba todas estas cosas en su corazón. Comenzó a ver más con los ojos de la fe que cuando gozaba de su vista biológica.

¿Cuántos hermanos sacerdotes y también laicos que en las ajetreadas ocupaciones en su mundo laical (consagrados, agentes de pastoral, etc.), han pasado por experiencias

de vida y sus frecuentes y, muchas veces, prolongados silencios al participar en las diferentes manifestaciones de la celebración de la fe han sentido la voz de Dios y graban en su mente y en su historia momentos de encuentro con Dios en dichas celebraciones, aunque parezcan meros actos y presencias sociales comprometidas?

¿Cuántos laicos comienzan a valorar la celebración de la Liturgia de las Horas? ¿Cuántos van aprendiendo a conocer los salmos y a orar con ellos para los momentos de dar gracias, o de pedir perdón y misericordia, o en momentos de confusión en sus vidas, etc.? Los Salmos y el rezo y meditación de ellos son momentos en los que Dios también nos habla en nuestra vida, en momentos existenciales de diversa índole, nos llevan a buscar la palabra de Dios que nos ilumine para tomar decisiones que es el punto final de un discernimiento; este discernimiento no sólo es para llegar a distinguir lo bueno de lo malo iluminados por Dios sino, más bien, es un discernimiento que nos ayuda a elegir de entre lo bueno, lo que es mejor para nosotros.

V. ILUMINEMOS NUESTRA REALIDADI. Experiencia de vida y escucha para discernir.

El discernimiento no se da en abstracto, sino en personas que viven situaciones físico materiales, o situaciones humanas marcadas por estados de ánimo (psijé) de la persona, de un grupo, de una comunidad o, más en lo profundo de

“Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”

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la persona, en situaciones en las que, por ser personas humanas se está abierto a la trascendencia, a lo que está más allá de nuestro alcance por esfuerzos puramente humanos. Abiertos a la relación con Dios en quien creemos y confiamos, y quien, por su Palabra revelada, nos ayuda a ver y distinguir entre lo bueno y lo malo, lo que le es gracia y lo que le es pecaminoso, lo bello y lo feo, lo sublime y lo ridículo, lo que pensamos y lo que sentimos, lo que queremos y quisiéramos, lo que es necesario y conveniente tanto en lo material como en lo sentimental y más propiamente en nuestro espíritu con inspiración religiosa cristiana o de otras confesiones. El discernimiento se da en medio de un contexto existencial que vive una persona, un grupo de personas o una comunidad entera.

Un segundo elemento es tener la referencia con otra persona que conozca a quien busca hacer el discernimiento y las actitudes necesarias para que sepa oír, sepa escuchar, que atienda, que se interese por la persona y la situación que vive, o por la de un grupo, o por determinada comunidad para que le ayude a remediar una

situación o varias con referencia a lo material, a lo psicológico, a lo psicofísico, a lo espiritual y, dentro de esto último, lo más sublime: lo religioso.

Entre estos dos elementos hay un tercero: quien ayude a descubrir ese proyecto de Dios que tiene para cada persona, grupo o comunidad, etc., y quien, en nombre de Dios, ayude a la persona, grupo o comunidad, a interpretar cuál es ese proyecto que Dios tiene para la persona como individuo, para determinado grupo de laicos en su laicidad, o de laicos agentes de pastoral en lo “intraeclesial”, o grupo de pastores entre sí, o de pastores junto con determinado grupo de agentes laicos quienes, colaboramos con Jesucristo, en comunión con su Iglesia como instrumento instituido por Jesucristo, en su proyecto por Salvarnos, instaurar su reino desde ahora y con plenitud en el más allá de la muerte.

II. ¿Qué nos ofrece la Iglesia para el discernimiento?

De entre las tres tareas fundamentales para la evangelización (anunció profético, la vivencia de la fe en la caridad y la celebración cultual de la fe), nos centramos

en la celebración de fe. En primer lugar, la Iglesia nos anuncia la llegada del Reino de Jesucristo con el permanente anuncio y proclamación de la palabra de Dios, que es Jesucristo. La fe, don de Dios, por la que nos adherimos a Jesucristo nos lleva a reconocernos

como destinatarios de su preferencia y

nos incorpora a la comunidad creyente y celebradora de la fe y nos induce a vivir los valores del Reino con todas sus incidencias y exigencias. Y el vivir los valores del Reino, vivir como Dios quiere y nos pide, se vuelve, a su vez anuncio

para quienes no lo conocen y

fortalecimiento para quienes ya hicieron su

profesión de fe y viven su adhesión a Él.

La Liturgia, en su amplísima gama de celebraciones de la fe: sacramentos, sacramentales y piedad popular, siempre nos anuncia la palabra de Dios, la oímos, la leemos, la escuchamos, hacemos oración con ella, la reflexionamos, la meditamos (sobre todo en la homilía que debidamente reflexionada y asimilada por quien la pronuncia, es

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una comunicación “de corazón a corazón” – como lo dice el Papa Francisco- con el conocimiento de realidades por parte de quien la dirige), para que nos ilumine y Dios mismo nos ayude a discernir y a decidir estilos de vida y de comportamientos nuevos y diferentes (conversión), descubriendo qué es lo que Dios nos dice a cada uno y lo que Dios nos pide.

Los momentos y espacios que la Iglesia propicia explícitamente dentro de las celebraciones litúrgicas, sean o no sacramentales, son oportunidad de ver nuestra vida, nuestra vida existencial (alegrías, penas, gozos y esperanzas, enfermedades, tribulaciones de diversa índole, etc.) en lo personal, en lo familiar, en lo comunitario y, a la luz de la Palabra de Dios, aprendemos a ver nuestra experiencia vital de otro modo.

III. ¿Qué nos ofrece la piedad popular para saber discernir?

Aunque este tema de algún modo es tratado en otro de los artículos de este Boletín, no está por demás decir alguna palabra como planteamiento.

Si son más los que se profesan Guadalupanos que católicos, como muchos lo afirman ¿cuántos viven su fe nutrida por la piedad popular en sus pueblos -valga la redundancia- y con mayor alimentación -tal vez no mejor nutrición- y sentido de vida que con la frecuencia a los sacramentos? Vivimos nuestra infancia inmersos en la piedad popular de nuestra familia, de nuestros barrios y ranchos, y de la comunidad parroquial. Aprendimos a manejar el calendario civil, del 1º. de enero al 31 de diciembre, aprendimos a manejar el calendario escolar, aprendimos

a manejar el calendario familiar de nacimientos y defunciones, fechas de recibir por primera vez los sacramentos y quiénes fueron o son todavía los padrinos, aprendemos a manejar el calendario litúrgico, estamos aprendiendo a manejar el año fiscal, y entre todos estos aprendizajes nunca olvidamos el calendario de las fiestas patronales. Sabemos manejar los diferentes calendarios y nunca olvidamos el calendario de la fiesta patronal en la que siempre hay tradición y novedades: los que organizan los diferentes eventos civiles y religiosos, los predicadores y sus temas evangelizadores, los hijos ausentes que se hacen no siempre presentes, las ofrendas de los de casa y de los de fuera. ¡Para cuántos es la oportunidad de decidirse a hacer algún juramento o

sencillamente una promesa y de algo que en verdad les

cuesta! ¿Cuántos padrinos se sienten tomados en

cuenta y sienten que es la voz de Dios quien los invita a acercarse al Señor con motivo del padrinazgo?

Dios no deja de hablarnos por distintos

medios y, aunque parece que no lo escuchamos, hay

una voz interior que nos llama a decidir cambios de vida, incluso a través de esos momentos de piedad que se viven en nuestras comunidades. Este discernimiento no es tan técnico, pero sí es funcional, es vivencial.

Termino con exponer este breve artículo reafirmando que la piedad popular se da con nosotros, sin nosotros, o a pesar de nosotros, y sigue siendo la manifestación de Dios que también a nosotros los pastores nos llama a mirar este fenómeno con los ojos del

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corazón, con la mirada de Dios Padre y Pastor que nos ama y se nos manifiesta sobre todo en los pobres y sencillos y nos invita a leer sus expresiones, a buscar el sentido más profundo de dichas expresiones. Detrás de cada feligrés, de cada peregrino y de cada exvoto hay una historia en la que va inmerso el mundo de Dios y el mundo de cada uno de nosotros.

Los ritos de la Piedad Popular son también espacio y ambiente para el discernimiento y toma de decisiones que nos hacen cambiar de rumbo de vida.

Profundicemos un poco más en nuestro tema.

1. ¿Cómo identificar en nuestra vida diaria espacios para el discernimiento (la voz y la presencia de Dios, que acompaña y conduce nuestro camino)?

VI. ACTUEMOS PARA MEJORAR NUESTRA

REALIDAD

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2. ¿Qué tanto, la palabra de Dios es fuente y sustento en mi vida, siendo el espacio donde Él me habla y yo puedo hablarle y, a partir de este diálogo, discernir?

3. Sabemos que la homilía, es el espacio dentro de la liturgia, donde se medita y profundiza la palabra de Dios que con anterioridad se ha escuchado ¿Con qué actitud se escucha, recibe y apropia este mensaje? ¿Las homilías que escuchamos nos ayudan a discernir personal y comunitariamente?

4. ¿Qué tanto en nuestros grupos, asociaciones o movimientos, se viven espacios de discernimiento de las realidades en que vivimos, se dejan iluminar con la palabra de Dios, y ofrecen posibles respuestas llenas de esperanza? ¿Qué hará falta para vivir está dinámica?

VII. CELEBREMOS

Conscientes de que todos los dones vienen de Dios, y necesitamos siempre su divina acción para obrar y vivir conforme a su gracia, pidámosle que nos regale los dones de su Espíritu, para dar testimonio de su presencia de nuestros corazones.

Todos: ¡Oh, Espíritu Santo!, llena de nuevo mi alma con la abundancia de tus dones y frutos. Haz que yo sepa, con el don de Sabiduría, tener este gusto por las cosas de Dios que me haga apartar de las terrenas.

Que sepa, con el don del Entendimiento, ver con fe viva la importancia y la belleza de la verdad cristiana.

Que, con el don del Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme, perseverar y salvarme.

Que el don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la fe y en el camino de la salvación.

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Que sepa con el don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, lo falso de lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo y del pecado.

Que, con el don de Piedad, ame a Dios como Padre, le sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.

Finalmente, que, con el don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración

por los mandamientos de Dios, cuidando de no ofenderle jamás con el pecado.

Lléname, sobre todo, de tu amor divino; que sea el móvil de toda mi vida espiritual; que, lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al menos con mi ejemplo, la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y la dulzura de tu amor. Amén.

TEMA 4UNA LITURGIA QUE FAVORECE LA CONVERSIÓN

LITURGIA Y CONVERSIÓN

I. OBJETIVO

Queremos reflexionar sobre cómo están relacionados la liturgia y el camino de la conversión, para que en cada momento que le demos culto a Dios podamos actualizar la gracia en nuestras vidas.

II. ORACIÓN

1. Aquí estamos Señor, delante de ti, con nuestro presente y con nuestro pasado; con todas nuestras capacidades y limitaciones, con nuestras fortalezas y debilidades.

2. Te damos gracias por llamarnos a la vida y, en especial, por el amor que nos muestras cada día, sabemos bien que por muy cerca que

creamos estar de ti, por muy buenos que nos juzguemos a nosotros mismos, tenemos mucho que cambiar en nuestra vida, mucho que convertirnos, para que podamos cumplir con tu voluntad y con el proyecto que tienes para cada uno.

1. Que la reflexión de este día nos ilumine el entendimiento y el corazón, con la luz de tu Verdad y de tu amor, y que descubramos que en cada momento que vivimos en la liturgia tu bondad nos habla de mil maneras al corazón para que vivamos la gracia.

2. Haznos sensibles al dolor y al sufrimiento, que sepamos descubrir la cizaña que el

enemigo ha plantado en nuestro campo para que no nos aparte de ti, para que sepamos ser ejemplo de tu amor siendo sensibles a los odios y rencores que nos separan de ti y de nuestros hermanos a quienes deberíamos de amar y servir.

1. Haznos sensibles a todo aquello que nos aleja y ayúdanos para que cada

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día profundicemos en tu palabra y nos entreguemos con generosidad a la búsqueda de tu reino.

2. Para que cada instante de nuestras vidas seamos un reflejo de tu amor infinito. Amén.

III. INTRODUCCIÓN

Cuando estamos atentos a lo que el Señor nos pide, nos damos cuenta de que el Evangelio siempre es una invitación y una llamada a la conversión, camino que no es propio y exclusivo de la Cuaresma; antes bien, es una reincidente invitación a emprender “el camino de transformación del corazón a la medida del corazón de Cristo”: ser misericordiosos, no juzgar ni condenar, perdonar, ser generosos. Si no buscamos ese cambio, corremos el riesgo de vivir ese tiempo como un periodo en el que únicamente cambiamos algunas “rutinas”, pero al final nuestro corazón puede salir “intacto”.

El camino para hacer vida, esto es, mirar a Cristo en torno a su misterio pascual, en su pasión, muerte y resurrección, que nos muestra el verdadero rostro de Dios. Mirar a Cristo y dejarnos mirar por Él. Es siempre un camino eficaz para que mueva nuestro

corazón. “La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno a medida del Creador y Padre; el amor, al que ‘Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo’ es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del “reencuentro” de este Padre, rico en misericordia” (San Juan Pablo II, Dives in mesicordia, 13).

IV. VEAMOS NUESTRA REALIDAD

Ejemplo:

… Y cuenta la historia… que, en la tarde, después de la misa, estaban platicando Doña Chelo y Lupita “la sacristana”:

- Lupita, yo no sé si a usted le pase, pero yo siempre he notado que cuanto más me acerco a Dios, más fuertes son las tentaciones, ¿no lo cree?

- Pues a veces sí me pregunto eso -contestó Lupita- hasta le he dicho al Padre Luisito, que ya tiene sus setenta y más, si será posible que algún día yo deje de tener malos pensamientos y malos deseos. Y, muy sabiamente, me dijo que todos estamos expuestos a las tentaciones pero que debemos hacer mucha oración para no caer en la tentación,

como decimos en el Padre Nuestro, y tener espíritu de conversión.

-Y eso, ¿cómo se obtiene?, preguntó doña Chelo.

- Pos, no le entendí del todo -dijo Lupita-, pero eso sí, me dijo que cuando lea la Biblia y medite el evangelio, trate de dejar que la palabra de Dios toque mi corazón y que, cuando celebre un acto de culto a Dios, debo prepararme bien antes, en y después. Para que esté en camino de conversión.

- Pues eso suena como cuando rezamos el rosario, cuando le decimos a la Virgen que es purísima, antes, en y después de parto (ja, ja, ja, -rio doña Chelo).

- Pero el Padre no se refería a eso, doña Chelo, más bien yo creo que quería motivarme y, además, como soy la sacristana y preparo las cosas para la liturgia, no quiere que haga las cosas al ahí se va; así que, yo creo que cada vez que hago mi trabajo, teniendo todo en orden y listo para cada celebración, y cuando en las celebraciones atiendo bien a lo que hacen para ayudar o para participar. Y que, cuando saco algún propósito y luego lo cumplo tratando de ser buena persona, estoy en el camino de conversión y, la verdad, a

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mí, trabajar aquí me ha ayudado mucho, porque todos necesitamos de la conversión.

Doña Chelo: - Es cierto, yo oí el otro día, que el padre Rizo les dijo a las gentes que pidiéramos por el Sr. Cura para que, ora que iba a ejercicios se convirtiera, (ja, ja, ja, ríen las dos).

Lupita: - Sí, yo creo que sí, todos necesitamos de la conversión, porque luego hay gente que cuando ya anda aquí, no sabe lo importante que es prepararse bien para las celebraciones, para luego vivirlas con una buena participación y no a las puras carreras, queriendo saltarse cosas o sin que les importe la dignidad de las cosas santas, y pareciera que cuando termina la celebración, todo cayó en saco roto.

-Pues hablando de “saco roto”, yo me voy a visitar a las señoritas Sánchez, que están todas malitas y no hay quien les lleve la avena, porque no quiero que mi buen propósito de hoy quede a medias, nos vemos mañana Lupita, si Dios quiere. Adiós.

V.ILUMINEMOS NUESTRA REALIDADMarcos 1, 12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían. Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Conviértanse y crean en el Evangelio».

1. ¿Qué me dice este texto? 2. ¿De qué deberíamos arrepentirnos en la actua

lidad?3. Señala algunos pecados o situaciones de peca

do de los cuales necesitamos arrepentirnos y convertirnos.

En la búsqueda de la satisfacción del deseo íntimo de Dios, el hombre continuamente puede verse envuelto en el desorden o el pecado y, en consecuencia,

necesita un camino de purificación para las

intenciones del corazón, la conversión es un camino

que le ayudará a acercarse al Reino de Dios y su justicia. La Liturgia cumple con un papel importantísimo para actualizar en el ser humano el Kayrós, el tiempo de Dios, que hace presente la salvación en cada momento.

Para nuestra reflexión queremos partir preguntándonos: ¿qué entendemos por conversión?, y luego, ¿qué entendemos por liturgia? Tratando de dar una respuesta integrada a las dos preguntas.

Cuando el Catecismo de la Iglesia católica toca el tema de la conversión en los números 1427, 1428 y 1429 señala que la conversión es parte esencial para formar parte del

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Reino y que es un llamado. Que en los cristianos el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental, por él se renuncia al mal y se alcanza la salvación (1427). Aunque en el Bautismo es fundamental y necesaria, a lo largo de la vida del cristiano la conversión debe ser continua, ya que resuena en la vida de los cristianos como respuesta al llamado de Cristo y a su seguimiento, pero el esfuerzo no es solo obra humana, también es obra de Dios por medio de su gracia (1428). La conversión debe llevar al hombre a r e c o n c i l i a r s e consigo, con los demás y con Dios mismo (1429).

En la Liturgia, en cada celebración litúrgica, nos reconocemos pecadores, y pedimos las gracias necesarias para perseverar. Por ello debemos de prepararnos siempre para las celebraciones en las que actualizamos o recordamos el misterio Pascual de Cristo. La Liturgia es tan variada y tan importante que acompaña al ser humano en cada momento de su vida, desde su nacimiento espiritual, crecimiento y desarrollo en la vida de Dios, como hasta

el último momento en el que tiene que presentarse ante la presencia de su creador.

En palabras del Papa Pío XII en su encíclica Mediator Dei: “La liturgia no es solamente la parte exterior y sensible del culto, ni mucho menos el aparato de ceremonias o conjunto de leyes y reglas..., es el ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo”.

En la Constitución Sacrosanctum Concilium, número 7,

encontramos esta definición concisa: “Es el ejercicio

del oficio sacerdotal de Cristo, por medio de signos sensibles, que realizan de una manera propia la santificación del

hombre”.

La liturgia es, pues, el servicio que el hombre da a

Dios, porque Él se lo merece. Y trae aparejada nuestra propia santificación, es decir,

gracias a la liturgia nosotros nos vamos santificando, purificando, pues quien entra en contacto con Dios, recibe ese fuego divino que calienta, purifica y perfecciona.

En cada acción litúrgica que realizamos (participación en una misa, en cualquier sacramento, en la Liturgia de las Horas) Dios nos hace participes de su salvación.

Una bella definición nos la ha dado Juan Pablo II en la carta apostólica con motivo del cuadragésimo aniversario de la “Sacrosanctum Concilium”: “¿Qué es la liturgia sino la voz unísona del Espíritu Santo y la Esposa, la santa Iglesia, que claman al Señor Jesús: ‘Ven’? ¿Qué es la liturgia sino la fuente pura y perenne de ‘agua viva’ a la que todos los que tienen sed pueden acudir para recibir gratis el don de Dios? (cfr. Jn 4, 10)” (Vicesimus Quintus Annus, 1). “La liturgia es el lugar principal del encuentro entre Dios y los hombres, de Cristo con su Iglesia” (n. 7).

El Catecismo de la Iglesia Católica ha explicado también que la misma palabra liturgia significa, en la tradición cristiana, que el pueblo de Dios toma parte en la obra de Dios. En la liturgia, Cristo nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, hace presente en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra Redención (n. 1069).

Es por ello que, sin lugar a dudas, la liturgia nos da los recursos y nos muestra un camino de conversión, un camino de trasformación del corazón a la medida del corazón de Jesús, en la vivencia y meditación del misterio Pascual que nos llevará a vivir siendo misericordiosos, a no juzgar

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ni condenar, a perdonar, a ser generosos. Si no buscamos ese cambio, corremos el riesgo de vivir la liturgia como un momento de show, donde yo soy el centro de atracción y no el misterio de Cristo, haciendo mis celebraciones, según mis reglas o gustos. Viviendo la liturgia de una forma “rutinaria”, pero al final nuestro corazón puede salir “intacto”.

El camino para hacer vida la liturgia es celebrar a Cristo, una Liturgia auténticamente centrada en él, quien nos muestra el verdadero camino de conversión y de regreso a la casa del Padre. “La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, en celebrarla, reencontrándonos con él cada día, es decir, ese amor que es paciente y benigno a medida del Creador y Padre; el amor, al que ‘Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo’ es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del “reencuentro” de este Padre, rico en misericordia” (San Juan Pablo II, Dives in mesicordia, 13).

VI. ACTUEMOS PARA MEJORAR NUESTRA REALIDAD

1.¿Qué actitudes puedo cambiar, personalmente, en las celebraciones litúrgicas?2.¿Qué propósito podemos hacer para mejorar nuestras celebraciones litúrgicas y que de ellas obtengamos elementos de discernimiento para nuestra vida y la de nuestras comunidades?

VII. CELEBREMOS Coro 1: Señor, tú eres bondadoso, misericordioso, y todo lo hiciste muy bien, creando de la nada cuanto existe. Señor, tú eres clemente y compasivo, y no quieres la

muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Señor, tú eres paciente y fiel, esperas al hijo pródigo e invitas al justo a alegrarse a su regreso.

Coro 2: Señor, tú tanto amaste al mundo, que enviaste a tu Hijo único, no para juzgarnos, sino para salvarnos. Señor, tú quieres que todos los hombres se salven, lleguen al conocimiento de la verdad y sean uno como tú eres uno.

Coro 1: Te pedimos la conversión de los que, como nosotros, son pecadores, queremos unirnos a tu deseo de salvación universal, solidarizándonos con los hermanos y emprendiendo con ellos un camino de sincera conversión.

Coro 2: Danos la gracia de cumplir tus mandamientos alimentando al hambriento, dando de beber al sediento, visitando al desnudo, alojando al forastero, visitando al enfermo y al encarcelado, descubriéndote y respetándote en la obra de tus manos. Cambia nuestra forma de pensar y de sentir, porque muchas veces no parecemos hijos tuyos.

Todos: Permítenos disfrutar cada celebración litúrgica como un espacio de salvación y, al final de los tiempos, permítenos entrar al banquete que tienes preparado no sólo para los que te conocen y sirven, sino también para aquellos que no han tenido esa gracia y que, a pesar de no saberlo, también son hijos tuyos. Amén.

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I. OBJETIVO

Reflexionar en la Piedad Popular (PP) que fascina, y que ayuda a escuchar, discernir y convertir, para que la valoremos como un espacio de encuentro con Cristo, que acompaña el crecimiento del discípulo misionero.

II. ORACIÓN

En el nombre del Padre…

Invocación a la Espíritu Santo: Señor, envía tu Espíritu para darnos vida nueva. Ilumina nuestras ideas y guía nuestra acción. Que todo sea en ti, por ti y como tú quieras. Amén. Gloria al Padre… María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.

III. INTRODUCCIÓN

En el contexto del “Año de la escucha y del discernimiento pastoral comunitario”, queremos también tratar en nuestra semana de formación y animación litúrgica el tema de la Piedad Popular (que, en adelante, abreviaremos PP), ya que ésta es una realidad eclesial en la que confluyen

la fe cristiana y la cultura y, por lo tanto, es una realidad que hay que escuchar y desde la cual hay que escuchar la vida eclesial.

IV. VEAMOS NUESTRA REALIDAD

Para acercarnos a la PP que fascina, ayuda a escuchar, discernir y convertir, tratemos de responder las siguientes preguntas.

1. ¿Qué es lo le fascina de la PP?

2. Cuando usted participa en los ejercicios piadosos de fe o expresiones de la PP, ¿qué es lo que escucha?, ¿qué encuentra en ello para su vida de fe?

3. ¿La PP es para usted un espacio que le ayuda a

discernir y convertir su vida a Dios?

4. Pastoralmente hablando, ¿cómo percibe a la PP?, ¿qué necesidades presenta?, ¿le falta atención, acompañamiento, o se encuentra bien?, ¿qué opina al respecto?

V. ILUMINEMOS NUESTRA REALIDAD

Para iluminar nuestra realidad vamos a reflexionar en algunos aspectos relacionados con la PP.

1. La PP que fascina, ayuda a escuchar, discernir y convertir.

Para acercarnos a lo que fascina, ayuda a escuchar, discernir y convertir, de la

TEMA 5UN UNA PIEDAD POPULAR QUE FASCINA Y QUE AYUDA A ESCUCHAR, DISCERNIR Y CONVERTIR

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PP, es bueno que primero recordemos lo que es y lo que fascina de la misma.

1.1. ¿Qué es la PP?

La PP se describe como el ‘feliz encuentro de la Evangelización y la cultura’ (cfr. Directorio para la Piedad Popular y la Liturgia, 61), ha sido definida como un conjunto de “diversas m a n i f e s t a c i o n e s cultuales, de carácter privado o comunitario, que en el ámbito de la fe cristiana se expresan principalmente, no con los modos de la sagrada liturgia, sino con las formas peculiares derivadas del genio de un pueblo o de una etnia y de su cultura”. Se trata de una tradición cristiana conformada por un sinfín de elementos que han impregnado personas y pueblos enteros, de modo que conforman un ‘verdadero tesoro del pueblo de Dios’ (cfr. Directorio para la Piedad Popular y la Liturgia, 9).

Para nosotros, la PP es definida como la síntesis de la idiosincrasia, de la sabiduría, del genio cultural del pueblo y de la revelación

cristiana, que de manera cálida y tierna se expresa de forma simbólica, holística y devota, llevando a los fieles al encuentro de Cristo y de la comunidad cristiana, haciendo sentir su presencia, única e irrepetible, ante el fenómeno de la globalización cultural y eclesial. La PP es un don del Espíritu Santo y una expresión de la encarnación de Cristo, llamada a integrarse plenamente en su Misterio Pascual.

1.2. Aspectos fascinantes de la PP.

Como aspectos que fascinan de la PP, presentamos algunos de ellos que nos señala el Magisterio de la Iglesia:

1. Como expresión legítima de la Fe, la PP ha estado siempre presente en la vida de la Iglesia y representa una realidad de suma importancia pues, según diversos estudios sociológicos, un 80% de la población católica vive su fe desde la PP (cfr. H. DE LA VEGA B., Las celebraciones

religiosas del pueblo. Camino de evangelización y lugar de catequesis, Palabra, México 2003, p. 15).

2. Es un complemento para conseguir una rica y armoniosa espiritualidad cristiana, ya que ésta no se agota en la liturgia (cfr. Sacrosanctum Concilium, 12; Directorio para la Piedad Popular y la Liturgia, 59).

3. Es uno de los medios de la evangelización. La religión del pueblo, una expresión particular de

búsqueda de Dios y de la fe… que manifiesta una sed de Dios que sólo los sencillos y los pobres pueden conocer (Evangelii Nuntiandi, 48).

4. El alma de nuestro pueblo (Documento de Puebla, 895).

5. Es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe (Documento de Santo Domingo, 36), puesto que en ella se armonizan la fe y la liturgia,

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el sentimiento y las artes, y se afianza la conciencia de la propia identidad en las tradiciones locales (cfr. CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA, La Pastoral de la Cultura, Orientaciones para una eficaz evangelización, 28).

6. Constituye un valioso e imprescindible “punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más profunda” (Directorio para la Piedad Popular y la Liturgia, 64).

7. Precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina (cfr. Benedicto XVI, Documento de Aparecida, Discurso Inaugural 1, A).

8. Un espacio de encuentro con Jesucristo (cfr. Documento de Aparecida, 258-265).

9. Es una espiritualidad popular. Es decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más concretas de la persona... Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que, no por eso, es menos espiritual, sino que lo es de otra manera. (cfr. Documento de Aparecida, 263).

10. Es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros… Es parte de una “originalidad histórica cultural” de los pobres de este continente, y fruto de “una síntesis entre las culturas y la fe cristiana”... Es evangelizadora y canal de transmisión de la misma (cfr. Documento de Aparecida, 264).

11. Las expresiones de la PP son la manifestación de una vida teologal animada por la acción del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (cfr. Rm 5,5) (Evangelii Gaudium, 125).

12. En la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla para

profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada. Las expresiones de la PP tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización (Evangelii Gaudium, 126).

2. Lo que ayuda a escuchar, discernir y convertir de la PP

Partiendo de lo que es y de lo que fascina de la PP, ésta nos invita a escuchar, discernir y convertir mucho de nuestra vida cristiana y de nuestra acción pastoral.

2.1. ¿Qué nos ayuda a escuchar la PP?

Sabiendo lo que es la PP, ésta desea que la escuchemos, que la atendamos. La PP nos ofrece:

- El ‘feliz encuentro de la Evangelización y la cultura’.

- Es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe.

- Es la fuerza, la belleza y la alegría de la fe, que se celebra y vive de manera sencilla.

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- Es una tradición cristiana conformada por un sinfín de elementos que han impregnado personas y pueblos enteros, de modo que conforman un ‘verdadero tesoro del pueblo de Dios’.

- Es la piedad de los pobres y sencillos.

- Es un don del Espíritu Santo y una expresión de la encarnación de Cristo, llamada a integrarse plenamente en su Misterio Pascual.

- Es lugar de encuentro con Cristo.

- Es una mística o espiritualidad popular.

- Es un lugar teológico, que posee una gran fuerza evangelizadora.

- Es punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más profunda.

Estos aspectos señalados son los que estamos invitados a escuchar, integrar, alentar y fortalecer de la PP, tanto en nuestra vida cristiana, como en nuestra acción pastoral, porque nos pueden servir también como criterios para discernir, convertir y orientar nuestra vida de fe y nuestro trabajo pastoral.

La PP nos enseña también la apertura y el diálogo que debemos establecer con la cultura. En la PP la fe y la cultura se encuentran, se vinculan y se enriquecen mutuamente, dando lo mejor de cada una, y creando un espacio humano y teológico de mutua fecundación, en el cual el hombre se encuentra a sí

mismo con Dios, en Jesucristo, la Santísima Virgen María y los santos y, al encontrarse, da sentido a su vida y a su mundo.2.2. ¿Qué nos ayuda a discernir y

convertir la PP?

Toda realidad de fe, al ser escuchada, nos pide ser discernida, y nos lleva a un compromiso, a la conversión, porque en ella nos habla Dios.

Los criterios que deducimos de la PP los concretizamos ahora en

líneas de acción para nuestra tarea pastoral, y los describimos de la siguiente

manera:

1. La PP es una expresión legítima de la fe, por eso hoy goza de carta de ciudadanía y de gran aceptación y valoración en la vida y la misión de la Iglesia, por lo tanto, no debe ser ignorada, devaluada o

rechazada.

2. La PP debe ser integrada en la pastoral litúrgica, acompañada, purificada y renovada (cuando sea necesario), y explotada en su dinamismo evangelizador, su dimensión espiritual y social.

3. La PP es la piedad de los “pobres y sencillos” que no debemos

rechazar, porque si la rechazamos, estamos rechazando a los pobres y sencillos mismos.

4. Como tradición cristiana, es parte de la Tradición de la Iglesia, que estamos llamados a conservar, proteger y promover, cuidando que no se deforme ni se desvíe.

5. Como expresión privilegiada de la inculturación de la fe, como lugar teológico y de encuentro con Cristo, y como mística

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popular, la PP se convierte en paradigma popular de la acción evangelizadora y de la espiritualidad cristiana.

Ojalá, que estas líneas de acción las podamos tomar en cuenta en nuestra pastoral litúrgica.

VI. ACTUEMOS PARA MEJORAR NUESTRA REALIDAD

A la luz de lo reflexionado y expuesto en la parte anterior, veamos qué podemos llevar a la práctica.

1. Después de haber reflexionado en este tema sobre la PP, como realidad eclesial, ¿qué es lo que a usted le fascina y le hace resonar de ella?, ¿por qué?

2. ¿Qué criterios o líneas de acción cree que le pueden servir para crecer y madurar en su vida espiritual como discípulo misionero?

3. ¿Qué criterios o líneas de acción de la PP considera usted que se han atendido y cuáles no?

4. ¿Qué líneas de acción considera que se deberían de integrar en la pastoral litúrgica de su parroquia?

5. ¿Este tema le ha suscitado alguna otra sugerencia? ¿cuál?

VII. CELEBREMOS

Oración a nuestra Sra. de Guadalupe: ¿Cómo te daremos gracias, dulcísima Madre nuestra, por los beneficios incontables que te debemos? Fijaste en esta nación tus ojos misericordiosos y ante el trono excelso del Dios de bondad la pediste como herencia tuya. ¿Qué pudo moverte a descender desde los cielos hasta nuestro árido Tepeyac si no el singular amor que nos tienes y la inmensa miseria nuestra? ¡Gracias, Señora! Que los ángeles te alaben por tan insigne favor, que las naciones todas te bendigan y que México, postrado a tus inmaculadas plantas, te ame con todos sus corazones y, como Judit, te cante: “Tú eres la gloria de nuestro pueblo”.

Pediste un templo y te ofrecimos millares, que te consagremos cada uno de nuestros hogares y que reines en nuestros corazones. Nos llamas hijitos, “hijitos míos muy queridos”, y aceptando tan dulce título, queremos llamarte nuestra reina, nuestra madre, y ser, no sólo tus vasallos fieles y tus hijos amantísimos, sino tus humildes siervos. Manda, altísima Señora, que estemos prontos a obedecerte.

Reina en nuestras casas y líbralas de todo mal; reina en esta porción de la Iglesia Mexicana y hazla gloriosa y libre; en nuestra nación, feliz a pesar de todo, porque la amas; y danos la paz. Perdona a los hijos ingratos y prevaricadores, robustece la fe de los que aclaman e invocan, y concédenos, en fin, que formando tu corte aquí en la tierra, vayamos, dulcísima Madre, a cantar contigo las alabanzas eternas ante el trono de Dios. Amén.

Virgen Santísima de Guadalupe, Reina de México, consérvanos la fe y salva nuestra patria.

Oh señora mía… Dulce Madre…

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CARTA PLACUIT DEOA LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA

SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA SALVACIÓN CRISTIANA

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

I. Introducción

1. «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 P 1, 4). […] Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación» [1]. La enseñanza sobre la salvación en Cristo requiere siempre ser profundizada nuevamente. Manteniendo fija la mirada en el Señor Jesús, la Iglesia se dirige con amor materno a todos los hombres, para anunciarles todo el designio de la Alianza del Padre que, a través del Espíritu Santo, quiere «recapitular en Cristo todas las cosas» (cf. Ef 1,1 0). La presente Carta pretende resaltar, en el surco de la gran tradición de la fe y con particular referencia a la enseñanza del Papa Francisco, algunos aspectos de la salvación cristiana que hoy pueden ser difíciles de comprender debido a las recientes transformaciones culturales.

II. El impacto de las transformaciones culturales de hoy en el significado de la salvación cristiana

2. El mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el único Salvador de todo el hombre y de toda la humanidad (cf. Hch 4, 12; Rm 3, 23-24; 1 Tm 2, 4-5; Tt 2, 11-15) [2]. Por un lado, el individualismo centrado en el sujeto autónomo tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza [3]. En esta visión,

la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu (cf. 2 Co 5, 19; Ef 2, 18). Por otro lado, se extiende la visión de una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la Encarnación del

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Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana, asumiendo nuestra carne y nuestra historia, por nosotros los hombres y por nuestra salvación.

3. El Santo Padre Francisco, en su magisterio ordinario, se ha referido a menudo a dos tendencias que representan las dos desviaciones que

acabamos de mencionar y que en algunos aspectos

se asemejan a dos antiguas herejías: el pelagianismo y el

gnosticismo [4]. En nuestros tiempos, prolifera una especia de neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios [5]. Un cierto neo-gnosticismo, por su parte, presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo [6], que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida» [7]. Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre [8]. Por otro lado, está claro que la comparación con las herejías pelagiana y gnóstica solo se refiere a rasgos generales comunes, sin entrar en juicios sobre la naturaleza exacta de los antiguos errores. De hecho, la diferencia entre el contexto histórico secularizado de hoy y el de los primeros siglos cristianos, en el que nacieron estas herejías, es grande [9]. Sin embargo, en la medida en que el gnosticismo

y el pelagianismo son peligros perennes de una errada comprensión de la fe bíblica, es posible encontrar cierta familiaridad con los movimientos contemporáneos apenas descritos.

4. Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar en la Alianza de toda la familia humana, si el hombre fuera un individuo aislado, que se autorrealiza con sus propias fuerzas, como lo propone el neo-pelagianismo? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su vida, muerte y resurrección en su verdadero cuerpo, si lo que importa solamente es liberar la interioridad del hombre de las limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica? Frente a estas tendencias, la presente Carta desea reafirmar que la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29).

III. Aspiración humana a la salvación

5. El hombre se percibe a sí mismo, directa o indirectamente, como un enigma: ¿Quién soy yo que existo, pero no tengo en mí el principio de mi existir? Cada persona, a su modo, busca la felicidad, e intenta alcanzarla recurriendo a los recursos que tiene a disposición. Sin embargo, esta aspiración universal no necesariamente se

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expresa o se declara; más bien, es más secreta y oculta de lo que parece, y está lista para revelarse en situaciones particulares. Muy a menudo coincide con la esperanza de la salud física, a veces toma la forma de ansiedad por un mayor bienestar económico, se expresa ampliamente a través de la necesidad de una paz interior y una convivencia serena con el prójimo. Por otro lado, si bien la cuestión de la salvación se presenta como un compromiso por un bien mayor, también conserva el carácter de resistencia y superación del dolor. A la lucha para conquistar el bien, se une la lucha para defenderse del mal: de la ignorancia y el error, de la fragilidad y la debilidad, de la enfermedad y la muerte.

6. Con respecto a estas aspiraciones, la fe en Cristo nos enseña, rechazando cualquier pretensión de autorrealización, que solo se pueden realizar plenamente si Dios mismo lo hace posible, atrayéndonos hacia Él mismo. La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el

poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia [10]. Nada creado puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él [11]. «La vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina» [12]. La revelación, de esta manera, no se limita a anunciar la salvación como una respuesta a la expectativa contemporánea. «Si la redención, por el contrario,

hubiera de ser juzgada o medida por la necesidad existencial de los seres humanos, ¿cómo podríamos soslayar la sospecha de haber simplemente creado un Dios Redentor a imagen de nuestra propia necesidad?» [13].

7. Además es necesario afirmar que, de acuerdo con la fe bíblica, el origen del mal no se encuentra en el mundo material y corpóreo, experimentada como un límite o como una prisión de la que debemos ser salvados. Por el contrario, la fe proclama que todo el cosmos es bueno, en cuanto creado por Dios (cf. Gn 1, 31; Sb 1, 13-14; 1 Tm 4 4), y que el mal que más

daña al hombre es el que procede de su corazón (cf. Mt 15, 18-19; Gn 3, 1-19). Pecando, el hombre ha abandonado la fuente del amor y se ha perdido en

formas espurias de amor, que lo encierran cada vez más en sí mismo. Esta separación de Dios – de Aquel que es fuente de comunión y de vida – que conduce

a la pérdida de la armonía entre los hombres y de los hombres con el mundo, introduciendo el dominio de la disgregación y de la muerte (cf. Rm 5, 12). En consecuencia, la salvación que la fe nos anuncia no concierne solo a nuestra interioridad, sino a nuestro ser integral. Es la persona completa, de hecho, en cuerpo y alma, que ha sido creada por el amor de Dios a su imagen y semejanza, y está llamada a vivir en comunión con Él.

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IV. Cristo, Salvador y Salvación

8. En ningún momento del camino del hombre, Dios ha dejado de ofrecer su salvación a los hijos de Adán (cf. Gn 3, 15), estableciendo una alianza con todos los hombres en Noé (cf. Gn 9, 9) y, más tarde, con Abraham y su descendencia (cf. Gn 15, 18). La salvación divina asume así el orden creativo compartido por todos los hombres y recorre su camino concreto a través de la historia. Eligiéndose un pueblo, a quien ha ofrecido los medios para luchar contra el pecado y acercarse a Él, Dios ha preparado la venida de «un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor» (Lc 1, 69). En la plenitud de los tiempos, el Padre ha enviado a su Hijo al mundo, quien anunció el reino de Dios, curando todo tipo de enfermedades (cf. Mt 4, 23). Las curaciones realizadas por Jesús, en las cuales se hacía presente la providencia de Dios, eran un signo que se refería a su persona, a Aquel que se ha revelado plenamente como el Señor de la vida y la muerte en su evento pascual. Según el Evangelio, la salvación para todos los pueblos comienza con la aceptación de Jesús: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa»

(Lc 19, 9). La buena noticia de la salvación tiene nombre y rostro: Jesucristo, Hijo

de Dios, Salvador. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» [14].

9. La fe cristiana, a través de su tradición centenaria, ha ilustrado, a través de

muchas figuras, esta obra salvadora del Hijo encarnado. Lo ha hecho sin nunca

separar el aspecto curativo de la salvación, por el que Cristo nos rescata del pecado, del aspecto edificante, por el cual Él nos hace hijos de Dios, partícipes de su naturaleza divina (cf. 2 P 1, 4). Teniendo en cuenta la perspectiva salvífica que desciende (de Dios que viene a rescatar a los hombres), Jesús es iluminador y revelador, redentor y liberador, el que diviniza al hombre y lo justifica. Asumiendo la perspectiva ascendiente (desde los hombres que acuden a Dios), Él es el que, como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, ofrece al Padre, en el nombre de los hombres, el culto perfecto: se sacrifica, expía los pecados y permanece siempre vivo para interceder a nuestro favor. De esta manera aparece, en la vida de Jesús, una admirable sinergia de la acción divina con la acción humana, que muestra la falta de fundamento de la perspectiva individualista. Por un lado, de hecho, el sentido descendiente testimonia la primacía absoluta de la acción gratuita de Dios; la humildad para recibir los dones de Dios, antes de cualquier acción nuestra, es esencial para poder responder a su amor salvífico. Por otra parte, el sentido ascendiente nos recuerda que, por la acción humana plenamente de su Hijo, el Padre ha querido regenerar nuestras acciones, de modo que, asimilados a Cristo, podamos hacer «buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos» (Ef 2, 10).

10. Está claro, además, que la salvación que Jesús ha traído en su propia persona no ocurre solo de manera interior. De hecho, para poder comunicar a cada persona la comunión salvífica con Dios, el Hijo se ha hecho carne (cf. Jn 1, 14). Es precisamente asumiendo la carne (cf. Rm 8, 3; Hb 2, 14: 1 Jn 4, 2), naciendo de una mujer (cf. Ga 4, 4), que «se hizo el Hijo de Dios Hijo del Hombre» [15] y nuestro hermano (cf. Hb 2, 14). Así,

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en la medida en que Él ha entrado a formar pare de la familia humana, «se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» [16] y ha establecido un nuevo orden de relaciones con Dios, su Padre, y con todos los hombres, en quienes podemos ser incorporado para participar a su propia vida. En consecuencia, la asunción de la carne, lejos de limitar la acción salvadora de Cristo, le permite mediar concretamente la salvación de Dios para todos los hijos de Adán.

11. En conclusión, para responder, tanto al reduccionismo individualista de tendencia pelagiana, como al reduccionismo neo-gnóstico que promete una liberación meramente interior, es necesario recordar la forma en que Jesús es Salvador. No se ha limitado a mostrarnos el camino para encontrar a Dios, un camino que podríamos seguir por nuestra cuenta, obedeciendo sus palabras e imitando su ejemplo. Cristo, más bien, para abrirnos la puerta de la liberación, se ha convertido Él mismo en el camino: «Yo soy el camino» (Jn 14, 6) [17]. Además, este camino no es un camino meramente interno, al margen de nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Por el contrario, Jesús nos ha dado un «camino nuevo y viviente que él nos abrió a través del velo del Templo, que es su carne» (Hb 10, 20). En resumen, Cristo es Salvador porque ha asumido nuestra humanidad integral y vivió una vida humana plena, en comunión con el Padre y con los hermanos. La salvación consiste en incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu (cf. 1 Jn 4, 13). Así se ha convirtió

«en cierto modo, en el principio de toda gracia según la humanidad» [18]. Él es, al mismo tiempo, el Salvador y la Salvación.

V. La Salvación en la Iglesia, cuerpo de Cristo

12. El lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia, comunidad de

aquellos que, habiendo sido incorporados al nuevo orden de relaciones inaugurado por Cristo, pueden recibir la plenitud del Espíritu de Cristo (Rm 8, 9). Comprender esta mediación salvífica de la Iglesia es una ayuda esencial para superar cualquier tendencia reduccionista. La salvación que Dios nos ofrece, de hecho, no se consigue sólo con las fuerzas individuales, como indica el neo-pelagianismo, sino a

través de las relaciones que surgen del Hijo de Dios encarnado y que forman la comunión de la Iglesia. Además, dado que la gracia que Cristo nos da no es, como pretende la visión neo-gnóstica, una salvación puramente interior, sino que nos introduce en las relaciones concretas que Él mismo vivió, la Iglesia es una comunidad visible: en ella tocamos la carne de Jesús, singularmente en los hermanos más pobres y más sufridos. En resumen, la mediación salvífica de la Iglesia, «sacramento universal de salvación» [19], nos asegura que la salvación no consiste en la autorrealización del individuo aislado, ni tampoco en su fusión interior con el divino, sino en la incorporación en una comunión de personas que participa en la comunión de la Trinidad.

13. Tanto la visión individualista como la meramente interior de la salvación

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contradicen también la economía sacramental a través de la cual Dios ha querido salvar a la persona humana. La participación, en la Iglesia, al nuevo orden de relaciones inaugurado por Jesús sucede a través de los sacramentos, entre los cuales el bautismo es la puerta [20], y la Eucaristía, la fuente y cumbre [21]. Así vemos, por un lado, la inconsistencia de las pretensiones de auto-salvación, que solo cuentan con las fuerzas humanas. La fe confiesa, por el contrario, que somos salvados por el bautismo, que nos da el carácter indeleble de pertenencia a Cristo y a la Iglesia, del cual deriva la transformación de nuestro modo concreto de vivir las relaciones con Dios, con los hombres y con la creación (cf. Mt 28, 19). Así, limpiados del pecado original y de todo pecado, estamos llamados a una vida nueva existencia conforme a Cristo (cf. Rm 6, 4). Con la gracia de los siete sacramentos, los creyentes crecen y se regeneran continuamente, especialmente cuando el camino se vuelve más difícil y no faltan las caídas. Cuando, pecando, abandonan su amor a Cristo, pueden ser reintroducidos, a través del sacramento de la Penitencia, en el orden de las relaciones inaugurado por Jesús, para caminar como ha caminado

Él (cf. 1 Jn 2, 6). De esta manera, miramos con esperanza el juicio final, en el que se juzgará a cada persona en la realidad de su amor (cf. Rm 13, 8-10), especialmente para los más débiles (cf. Mt 25, 31-46).

14. La economía salvífica sacramental también se opone a las tendencias que proponen una salvación meramente interior. El gnosticismo, de hecho, se asocia con una mirada negativa en el orden creado, comprendido como limitación de la libertad absoluta del espíritu humano. Como consecuencia, la salvación es vista como la liberación del cuerpo y de las relaciones concretas en las que vive la persona. En cuanto somos salvados, en cambio, «por la oblación del cuerpo de Jesucristo» (Hb 10, 10; cf. Col 1,

22), la verdadera salvación, lejos de ser liberación del cuerpo, también incluye su santificación (cf. Ro 12, 1). El cuerpo humano ha sido modelado por Dios, quien ha inscrito en él un lenguaje que invita a la persona humana a reconocer los dones del Creador y a vivir en comunión con los hermanos [22]. El Salvador ha restablecido y renovado, con su Encarnación y su misterio pascual, este lenguaje originario y nos lo ha comunicado en la economía corporal de los sacramentos. Gracias a los sacramentos, los cristianos pueden vivir en fidelidad a la carne de Cristo y, en consecuencia, en fidelidad al orden concreto de relaciones que Él nos ha dado. Este orden de relaciones requiere, de manera especial, el cuidado de la humanidad sufriente de todos los hombres, a través de las obras de misericordia corporales y espirituales [23].

VI. Conclusión: comunicar la fe, esperando al Salvador

15. La conciencia de la vida plena en la que Jesús Salvador nos introduce empuja a los cristianos a la misión, para anunciar a todos los hombres el gozo y la luz del Evangelio [24]. En este esfuerzo también estarán listos para establecer un diálogo sincero y constructivo con creyentes de otras religiones, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en Cristo a «todos los hombres de buena voluntad, en

Comunica

la FE

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1. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 2.2. Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6 de agosto del 2000), nn. 5-8: AAS 92 (2000), 745-749.3. Cf. Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 67: AAS 105 (2013), 1048.4. Cf. Id., Carta enc. Lumen fidei (29 de junio de 2013), n. 47: AAS 105 (2013), 586-587; Exhort. apost. Evangelii gaudium, nn. 93-94: AAS (2013), 1059; Encuentro con los participantes en el V Congreso de la Iglesia Italiana, Florencia (10 de noviembre de 2015): AAS 107 (2015), 1287.5. Cf. Id., Encuentro con los participantes en el V Congreso de la Iglesia Italiana, Florencia (10 de noviembre de 2015): AAS 107 (2015), 1288.

6. Cf. Id., Exhort. apost. Evangelii gaudium, n. 94: AAS 105 (2013), 1059: «la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos»; Consejo Pontificio de la Cultura –– Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era” (enero de 2003), Ciudad del Vaticano 2003.7. Francisco, Carta. enc. Lumen fidei, n. 47: AAS 105 (2013), 586-587.

cuyo corazón obra la gracia» [25]. Mientras se dedica con todas sus fuerzas a la evangelización, la Iglesia continúa a invocar la venida definitiva del Salvador, ya que «en esperanza estamos salvados» (Rm 8, 24). La salvación del hombre se realizará solamente cuando, después de haber conquistado al último enemigo, la muerte (cf. 1 Co 15, 26), participaremos plenamente en la gloria de Jesús resucitado, que llevará a plenitud nuestra relación con Dios, con los hermanos y con toda la creación. La salvación integral del alma y del cuerpo es el destino final al que Dios llama a todos los hombres. Fundados en la fe, sostenidos por la esperanza, trabajando en la caridad, siguiendo el ejemplo de María, la Madre del Salvador y la primera de los salvados, estamos seguros de que «somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio» (Flp 3, 20-21).

El Sumo Pontífice Francisco, en la Audiencia concedida el día 16 de febrero de 2018. Ha aprobado esta Carta, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 24 de enero de 2018, y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 22 de febrero de 2018, Fiesta de la Cátedra de San Pedro.

+Luis F. Ladaria, S.I.Arzobispo titular de Thibica

Prefecto

+Giacomo MorandiArzobispo titular de Cerveteri

Secretario

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8. Cf. Id., Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la peregrinación de la diócesis de Brescia (22 de junio de 2013): AAS 95 (2013), 627: «en este mundo donde se niega al hombre, donde se prefiere caminar por la senda del gnosticismo, […] del “nada de carne” —un Dios que no se hizo carne».9. Según la herejía pelagiana, desarrollada durante el siglo V alrededor de Pelagio, el hombre, para cumplir los mandamientos de Dios y ser salvado, necesita de la gracia solo como una ayuda externa a su libertad (a manera de luz, ejemplo, fuerza), pero no como una curación y regeneración radical de la libertad, sin mérito previo, para que pueda hacer el bien y alcanzar la vida eterna.Más complejo es el movimiento gnóstico, que surgió en los siglos I y II, y que tiene formas muy diferentes entre ellas. En general, los gnósticos creían que la salvación se obtiene a través de un conocimiento esotérico o “gnosis”. Esta gnosis revela al gnóstico su verdadera esencia, es decir, una chispa del Espíritu divino que reside en su interioridad, que debe ser liberada del cuerpo, ajeno a su verdadera humanidad. Sólo de esta manera el gnóstico regresa a su ser original en Dios, del cual se había alejado debido a una caída primordial.10. Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 2.11. Cf. San Agustín, Confesiones, I, 1: Corpus Christianorum, 27, 1.12. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes, n. 22.13. Comisión Teológica Internacional, Algunas cuestiones sobre la teología de la Redención, 1995, n. 2.14. Benedicto XVI, Carta. enc. Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), n. 1: AAS 98 (2006), 217; cf. Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, n. 3: AAS 105 (2013), 1020.15. San Ireneo, Adversus haereses, III 19, 1: Sources Chrétiennes, 211, 374.

16. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, n. 22.17. Cf. San Agustín, Tractatus in Ioannem, 13, 4: Corpus Christianorum, 36, 132: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Si buscas la verdad, mantén el camino, porque el Camino es el mismo que la Verdad. Ella en persona es adónde vas, ella en persona es por donde vas; no vas por una realidad a otra, no vienes a Cristo por otra cosa; por Cristo vienes a Cristo. ¿Cómo «por Cristo a Cristo»? Por Cristo hombre a Cristo Dios; por la Palabra hecha carne a la Palabra que en el principio era Dios en Dios».18. Santo Tomás de Aquino, Quaestio de veritate, q. 29, a. 5, co.19. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. Lumen gentium, n. 48.20. Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 63, a. 3.21. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. Lumen gentium, n. 11; Cost. dogm. Sacrosanctum Concilium, n. 10.22. Cf. Francisco, Carta enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 155, AAS 107 (2015), 909-910.23. Cf. Id., Carta apost. Misericordia et misera (20 de noviembre de 2016), n. 20: AAS 108 (2016), 1325-1326.24. Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), n. 40: AAS 83 (1991), 287-288; Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, nn. 9-13: AAS 105 (2013), 1022-1025.25. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, n. 22.

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TRIVIALIZACIÓN DE LA SANTA MISA

Si algo grande, sublime y valioso ha habido en la Iglesia, considerado por todos los fieles, a lo largo de los siglos, en todos los tiempos y lugares del mundo, como un verdadero tesoro de infinito valor, este ha sido, sin duda alguna, el santo sacrificio de la misa, la sagrada eucaristía, celebración del misterio pascual.

El Concilio Vaticano II en el n. 47 de la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la santa misa dice lo siguiente: Nuestro Salvador en la última cena, la noche en que lo traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección.

SecularismoComo la marea negra procedente del barco petrolero Prestige que naufragó en el océano y con su cargamento de petróleo y chapopote invadió las costas españolas, ensuciando y contaminando todo lo que tocaba y acabando con la vida de las especies marinas, así ha pasado en ocasiones con la ola del secularismo que invadió a la iglesia postconciliar, que ha contaminado y echado a perder la vida eclesial y espiritual, sin respetar lo más sagrado, incluso el santo sacrificio de la misa.

Misterio de feSiempre que se celebra la santa misa, tras el momento más importante de la consagración, el sacerdote, mostrando las sagradas especies a los fieles, dice: “Este es el misterio de nuestra fe”. Efectivamente, desde siempre la Iglesia católica ha creído, proclamado

y enseñado que Cristo se hace realmente presente con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, bajo las especies consagradas del pan y del vino. Está claro que esto es un misterio de fe, que trasciende el campo de los sentidos y tras el cual el Señor Jesús se entrega como alimento en este banquete pascual. Todo el que comulga recibe a Cristo como comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura.

Situaciones incorrectas En no pocos lugares y por no pocos fieles y ministros, un tanto innovadores, llevados por la corriente del secularismo, han dado

lugar con su actitud irreflexiva a una pérdida de la sacralidad y del

misterio en la celebración de la Eucaristía. Llevados por una falsa interpretación de los textos conciliares, se han fijado sólo en los aspectos exteriores de la

misa y han convertido la santa misa en una fiesta, en una mera

cena, en un acto de comunicación con los otros, en un evento de sociedad, más que de comunión con Dios.

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Pbro. Miguel Rivilla San Martín www.es.catholic.net

Hoy, desgraciadamente, en contra de las orientaciones conciliares que piden claramente “la participación consciente, piadosa y activa” de los fieles en la celebración de la misa (Cf. Sacrosanctum Concilium 14), muchos han convertido la misma en puro espectáculo.

- Misas bonitas. Donde por una deficiente formación litúrgica, se convierte la celebración de la eucaristía en un show o espectáculo, los fieles son estafados, corren serio peligro de desvirtuar lo más sagrado y salen -lo que es más lamentable- sin rastro de Cristo en sus vidas. Todos hemos visto alguna vez salir emocionados algunos asistentes a estas celebraciones pseudo-litúrgicas, comentando lo “bonita que ha estado la misa”. Todo porque se ha dado un valor preferente y relevante a lo exterior, a lo accidental: adornos, guitarras, cantantes con voz melosa, bailes, folclore, procesión interminable de ofrendas pintorescas, gestos efusivos y excesivos de intercambios de saludos, discursos dirigidos a las personas, ejemplos románticos, invención

de textos y plegarias eucarísticas etc., haciendo a un lado u ocultando la escucha e interiorización de la Palabra, de la Comunión en gracia de Dios y las debidas disposiciones.

- Disposiciones interiores. Si los participantes en la Eucaristía no salen de la celebración con un deseo sincero de mejorar sus vidas, con un compromiso decidido a ser mejores católicos en la vida diaria, con el convencimiento de que se han comunicado con Jesús -presente en su Palabra y en el sacramento- algo importante ha fallado en esa celebración, por mucho que en ella se haya hecho alarde de elementos accesorios. Se han quedado en la cáscara, y han desperdiciado el fruto.

- Encuentro personal y comunitario con Dios. Toda auténtica celebración del misterio pascual y del santo sacrificio ha de ser ocasión inigualable e incomparable para acercarnos más a Dios y encontrarnos con él en un encuentro profundo a nivel personal y comunitario. Si, como han dicho

muchos maestros de espíritu, una sola misa sería suficiente para mejorar toda una vida y

poner a un alma en camino de santificación... ¿qué se logra con tantas celebraciones vacías de contenido en lo esencial y muy llenas de elementos superficiales?

Muy grave responsabilidad tienen en este aspecto, como en tantos otros, los pastores de la Iglesia. Con su ejemplo, corrección y autoridad, deberían hacer que todos los ministros ordenados fueran conscientes de que están ejerciendo, al celebrar la santa misa, el ministerio más sublime que cabe aquí en la tierra a un elegido de Dios, como es todo sacerdote.

Conclusión Quiero concluir con una ejemplar anécdota que me parece se lee en la vida del santo Juan de Ávila: En cierta ocasión en la que le tocó estar presente en la misa de un sacerdote un tanto rutinario y despreocupado que celebró sin el menor fervor y devoción, al terminar se le acercó y con la mejor bondad no exenta de firmeza le dijo: “Padre, le he visto celebrar. Permítame le haga una recomendación: Tráteme bien a Jesús, que es hijo de muy buena madre”.

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