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San Pablo, hombre y maestro de oración ANGEL RÓDENAS, Sch. P. (Valencia) La comunidad cristiana primitiva ora de distintas formas se- gún las diversas circunstancias que atraviesa su vivir de cada día. La oración comunitaria puede ser a veces libre, espontánea, improvisada, fuera del marco cultual (Hch 20,36; 21,5). Pero con frecuencia se confunde con la oración litúrgica. La plegaria cristiana con función de servicio divino de alabanza comienza en el templo, en las sinagogas, dentro del cuadro oficial judío. Así tenemos la oración de las fiestas, la que se hace cada día en el templo, en la que toman parte los discípulos de Jesús (Hch 2,46). Más tarde será el primer día de la semana, el domingo o día del Señor, el día de la oración litúrgica (Mt 28,1; Hch 20,7; ICor 16,2; Apoc 1,10). La liturgia se complementa con las celebraciones eucarísticas (Hch 2,42.46s). La fracción del pan, que es el rito eucarístico basado en una comida fraternal, se convertirá en el acto litúrgico central de la comunidad cristiana. La comunidad litúrgica ofrece a Dios la alabanza, en forma de himnos, de doxologías, de bendiciones, o en forma de gloso- lalia, de alabanza inspirada. El cuadro cultual terrestre se tras- planta a los cielos, donde también se tributa a Dios un culto de alabanza (Apoc 5,9ss; 11, 17s; 15,3s). Esta forma de oración no va orientada primeramente a Dios para obtener de él favores, sino para adorarle, darle gracias y alabarle. Pero junto a esta oración se da naturalmente la súplica o intercesión. En las comunidades cristianas piden los unos por REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 49 (1990), 95-119.

San Pablo, hombre maestro de oración · supone que todos los cristianos han de sentirse solidarios los unos con los otros, en las horas de felicidad yen los momentos de aflicción

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  • San Pablo, hombre y maestro de oración

    ANGEL RÓDENAS, Sch. P. (Valencia)

    La comunidad cristiana primitiva ora de distintas formas se-gún las diversas circunstancias que atraviesa su vivir de cada día. La oración comunitaria puede ser a veces libre, espontánea, improvisada, fuera del marco cultual (Hch 20,36; 21,5). Pero con frecuencia se confunde con la oración litúrgica. La plegaria cristiana con función de servicio divino de alabanza comienza en el templo, en las sinagogas, dentro del cuadro oficial judío. Así tenemos la oración de las fiestas, la que se hace cada día en el templo, en la que toman parte los discípulos de Jesús (Hch 2,46). Más tarde será el primer día de la semana, el domingo o día del Señor, el día de la oración litúrgica (Mt 28,1; Hch 20,7; ICor 16,2; Apoc 1,10). La liturgia se complementa con las celebraciones eucarísticas (Hch 2,42.46s). La fracción del pan, que es el rito eucarístico basado en una comida fraternal, se convertirá en el acto litúrgico central de la comunidad cristiana.

    La comunidad litúrgica ofrece a Dios la alabanza, en forma de himnos, de doxologías, de bendiciones, o en forma de gloso-lalia, de alabanza inspirada. El cuadro cultual terrestre se tras-planta a los cielos, donde también se tributa a Dios un culto de alabanza (Apoc 5,9ss; 11, 17s; 15,3s). Esta forma de oración no va orientada primeramente a Dios para obtener de él favores, sino para adorarle, darle gracias y alabarle.

    Pero junto a esta oración se da naturalmente la súplica o intercesión. En las comunidades cristianas piden los unos por

    REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 49 (1990), 95-119.

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    los otros, por el crecimiento de la evangelización (Col 4,3; 1 Te 5,25). La oración permanente, que requiere y supone Pablo, exige la solidaridad de los miembros de la Iglesia: el apóstol ora por los suyos, los suyos por él y todos los unos por los otros. Los miembros de las comunidades se apoyan mutuamente para suplir las deficiencias, las debilidades, para soportar la aflicción, para luchar contra las fuerzas enemigas. Este ayudarse luchando I en la oración los unos por los otros es una idea típica de Pablo: «cooperad también vosotros pidiendo por mí; así, viniendo de muchos el favor que Dios me haga, muchos le darán gracias por causa mía» (2Cor 1,11). En el Nuevo Testamento -yen Pablo muy concretamente- se habla con frecuencia de la oración co-munitaria. El cristiano no es un ser aislado, sino miembro de una comunidad de salvación, de un cuerpo cuya cabeza es Jesús. Esto supone que todos los cristianos han de sentirse solidarios los unos con los otros, en las horas de felicidad yen los momentos de aflicción y angustia. Por tanto, aun la misma oración individual trasciende la esfera de lo meramente particular y privado, en cuanto que cada miembro es inseparable del cuerpo total de la comunidad.

    Centrando este trabajo en los límites expresados por su título, es preciso decir que el único medio de que disponemos para obtener datos relativamente seguros acerca de la vida de oración, los fundamentos teológicos y la enseñanza de Pablo sobre la plegaria cristiana, no es otro que la lectura y el estudio de los textos del Nuevo Testamento que tienen alguna relación con la persona del apóstol. Podríamos en concreto centrar la investiga-ción en los Hechos de los Apóstoles -a partir sobre todo de la segunda mitad- y en las cartas cuya atribución al apóstol es más segura. Un par de puntualizaciones, sin embargo, hay que hacer

    . a este propósito. En cuanto a los Hechos, el carácter rigurosamente histórico

    de la obra de Lucas es cuestionable en muchos casos, y por lo tanto puede serlo en más de una afirmación que se refiere a Pablo

    I «Os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones, ro-gando a Dios por mí» (Rm 15,30). «Os saluda Epafras, vuestro compatriota, siervo de Cristo Jesús, que se esfuerza siempre a favor vuestro en sus oracio-nes, para que os mantengáis perfectos cumplidores de toda voluntad divina» (Col 4,12).

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    y a su actividad cultual y oración, que es la que aquí más nos interesa. Esto no impide, sin embargo, recurrir a la obra lucana, cuando se trate de textos o pasajes que -aunque se presten a discusión por lo que toca a su historicidad- están en armonía con los datos del epistolario paulino o con otros de los mismos Hechos de los Apóstoles, cuya historicidad sustancial puede ad-mitirse por buenas razones, ya que reflejan con suficiente fideli-dad la situación ambiental de la primitiva comunidad cristiana.

    Por otro lado, la circunstancia de que la producción literaria de Pablo se limite a un único género, el epistolar, recorta en gran medida las posibilidades de elaborar un estudio sistemático com-pleto sobre la oración de y según Pablo. El apóstol no es un tratadista. Escribe ocasionalmente a las distintas iglesias, aunque es normal que los problemas concretos que afronta le sirvan de punto de partida para una reflexión teológica en profundidad, que nos descubre la mentalidad y la experiencia de Pablo acerca del misterio de salvación en sus distintas facetas. La situación es la misma por lo que toca a la oración. Aquellas cartas que poseen datos autobiográficos -sobre todo Gál, 1 Y 2Cor, Flp- podrán servirnos para extraer algún testimonio sobre la vida de oración del apóstol. En otras es probable que se encuentren datos, breves por lo general pero suficientemente expresivos, que ilustran la mente de Pablo en materia de oración y su nexo con los temas teológicos que van apareciendo a lo largo del epistolario paulino.

    Estas puntualizaciones deben dejar bien sentado cuál es el objeto de esta sencilla reflexión. En cuanto al método expositivo baste decir que comenzaremos por una breve descripción de la experiencia oracional de Pablo, poniendo a continuación de re-lieve los momentos culminantes y resumiendo luego el contenido doctrinal de la oración paulina, para concluir con un rasgo fun-damental de la plegaria del apóstol.

    1. LA EXPERIENCIA ORACIONAL DE PABLO

    La experiencia paulina de la vida de oración arranca lógica-mente del hecho histórico del origen judío del apóstol. Saulo ha orado sin lugar a dudas como lo hacían en su tiempo los judíos fervorosos en las sinagogas y en privado. Cuando se ve obligado

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    a defenderse de ciertos adversarios de Corinto, y hace valer por ello su condición personal, que no es inferior en nada a la de los «superapóstoles» (2Cor 11,5), exclama, en un arrebato de orgullo, que reconoce ser muy poco sobrenatural: «¿Que son hebreos? También yo lo soy. ¿Que son israelitas? También yo. ¿Son des-cendencia de Abraham? También yO» (2Cor 11,22). Escribiendo a los filipenses precisa todavía más: Pablo ha sido «en cuanto a la Ley, fariseo»; y «en cuanto a la justicia de la Ley, intachable» (Flp 3,5b.6b). Estos datos insinúan sobradamente la fidelidad de Pablo, ya cristiano, a la práctica de la oración dentro del judaísmo y siguiendo la más pura tradición farisea.

    No hay que olvidar, por tanto, la procedencia farisea de Pablo de Tarso, que marca sin duda su vida espiritual antes de entrar en el «camino» de la fe cristiana, que había perseguido con tanta saña hasta entonces (Hch 22,24). El movimiento fariseo había nacido en el siglo II antes de Cristo y hay que situarlo en la corriente del judaísmo, fenómeno religioso postexílico que va to-mando forma a partir de la época persa, gracias sobre todo a la actividad de Nehemías y de Esdras Ce. 445/400 a.c.). Después de las revueltas antirromanas de 66-73 y 132-135 se endurecen las posturas dentro del judaísmo, replegándose cada vez más a las posturas del fariseísmo, que es prácticamente el único movimiento espiritual que seguirá su curso y a partir del cual se constituirá el judaísmo rabínico.

    La base de la piedad y de la oración de los fariseos es la misma que se descubre en los otros movimientos religiosos-polí-ticos del judaísmo postexílico. Entre los textos que nos ofrecen datos sobre la espiritualidad del judaísmo, debemos mencionar: los últimos escritos bíblicos y deuterocanónicos (Jeremías, Eze-quiel, 1 y 2 Isaías, Ben Sira, Tobías, etc.) más la síntesis del cronista y el resto de libros del A. T. en hebreo o en griego hasta la Sabiduría; los apócrifos (Henoc etiópico, Jubileos y Odas de Salomón, entre otros varios); los escritos del judaísmo helenístico (versión de los LXX, las obras de Filón, etc.); los escritos del desierto de Judá; el Nuevo Testamento; las partes antiguas de la literatura rabínica (el Targum, los m idrashim, la Mishna y la Tosephta, por más que su redacción es bastante posterior a Pablo); la liturgia judía, expresión la más pura de la piedad tradi-cional, que contiene elementos anteriores a la destrucción del templo.

    T

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    Ateniéndonos a los datos recogidos por A. J aubert 2 podemos destacar los siguientes elementos que caracterizan la liturgia sina-gogal y la plegaria, para hacernos una idea de la actividad oracio-nal de Saulo de Tarso, judío y fariseo, antes de seguir el nuevo «camino» de los cristianos.

    El culto sinagogal estaba Íntimamente ligado con el sábado en su historia y en su desarrollo, siendo en cierto modo el interme-diario entre el culto oficial del templo y la vida religiosa privada. Desde tiempos antiguos la liturgia sinagogal consistía esencial-mente en la lectura de la Torá y de los profetas, seguida de la versión aramea (targum) y la homilía, y encuadrada en bendicio-nes y plegarias. Puede asegurarse que la enseñanza de los profetas y la piedad de los salmos representaha el común denominador de la antigua piedad judía. La sinagoga, lugar de enseñanza, se con-vierte en la diáspora, y después, sobre todo a partir del año 70, en casa de oración (proseuche en Filón; proseucha, en las inscripcio-nes judías de Roma).

    Aunque se insistiera en la plegaria comunitaria, pues Dios escucha con más gusto la oración de la comunidad que la del individuo, hay que notar, por otra parte, que la sinagoga favore-ció el desarrollo de la oración personal, de la que ofrecía admira-bles modelos.

    La plegaria y el estudio de la Torá son inseparables, de modo que el mismo estudio se considera una oración o forma de culto. Tampoco puede disociarse la oración de la caridad efectiva. El buen obrar y la limosna desempeñan un papel importante en la piedad judía. En Qumrán las prescripciones rituales y cultuales encuadran el mandamiento del amor efectivo del prójimo.

    Durante este período de la historia del judaísmo se desarrolla también la plegaria de intercesión. La expiación misma es conce-bida como una intercesión. Si había finalmente tiempos de ora-ción más o menos tradicionales, todo acontecimiento importante iba acompañado de plegarias, de suerte que la religión impregna-ba la vida entera: matrimonios, funerales, comidas, salidas de casa y regreso, etc. Este es a grandes rasgos el ambiente de oración que respiró Saulo de Tarso desde su niñez.

    2 A. JAUBERT, "Le Judaísme", en Dict. Spirit., Beauchesne, París, 1974, t. 8, fase. LVII-LVIII, col. 1518-1520.

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    Al abrazar Pablo la fe de los cristianos ha asumido por lo mismo los elementos celebrativos de la fe, la liturgia y el culto, y por lo tanto el estilo y el fondo de la oración y las plegarias de los seguidores de Jesús. Ahora bien, hay que tener en cuenta que los primeros cristianos en su mayoría proceden como Pablo del ju-daísmo y, por consiguiente, han mantenido su fondo y su estilo de oración judíos. N o podemos caer ya en el fácil error de pensar que los cristianos procedentes del judaísmo se consideraban con-vertidos de una religión falsa a otra que sería la única verdadera, y por lo tanto declararían incompatible con la nueva práctica oracional la antigua plegaria judía. Muy al contrario, Pablo no tiene conciencia de haber abandonado la fe yahvista, como lo prueban las palabras dirigidas al procurador Félix, que pone en su boca el autor de los Hechos: «Te confieso que según el camino, que ellos llaman secta, doy culto al Dios de mis padres, creo en todo lo que se encuentra en la Ley y está escrito en los profetas» (Hch 24,14).

    N o es fácil deducir hasta qué punto los textos de las cartas paulinas que tratan de oración o que transmiten oraciones perso-nales o de las primeras comunidades cristianas guardan relación con la plegaria del judaísmo y, más en concreto, del fariseísmo. Es preferible desistir de ese intento y entrar directamente en el estudio de algunos textos paulinos. Vamos a escoger para ello las acciones de gracias iniciales de las cartas, cuya estructura consta de los siguientes elementos:

    l. Expresión directa de la «acción de gracias» a Dios: «doy gracias» (o «damos gracias», cuando Pablo añade el nombre de alguno de sus discípulos al saludo). Fuera de la acción de gracias que sigue al saludo inicial Pablo expresa la misma actitud oracio-nal en otros varios lugares de sus cartas.

    2. Pablo expresa en dativo aquél a quien va dirigida la ac-ción de gracias: «Dios», en la mayor parte de casos (Rm 1,8; 1 Cor 1,4; Flp 1,3; lTe 1,2; 2Te 1,3 ... ); añade «por medio de Jesucristo» en Rm 1,8; o «a Dios por Jesucristo nuestro Señor» en Rm 7,25, fuera por lo tanto del saludo inicial.

    3. Viene a continuación la persona o las personas por quie-nes se dan gracias. El apóstol emplea dos o tres fórmulas diferen-tes: «por todos vosotros», «por vosotrOS)1, usando las preposicio-nes «hypen> o «peri». También fuera del saludo inicial se expresa

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    claramente la persona por quien se da gracias en 1 Te 3,9; y se sobreentiende en Rm 6,17 (

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    nos propios más o menos originales según los casos. A base de esas piezas se celebraban por la noche las alabanzas divinas (cf. Hch 16,25), con himnos y salmos, con odas, cánticos espiri-tuales y acciones de gracias (cf. Ef 5,19; Col 3,168). No hay que buscar seguramente un sentido técnico para cada uno de estos términos paulinos, que vienen a ser sinónimos de «cantos de alabanza». Los «salmos» desde luego no son probablemente los del Antiguo Testamento; se trata más bien de cantos improvisa-dos al estilo de los antiguos.

    Son dignas de especial mención las doxologías, que se en~ cuentran varias veces en los escritos de Pablo. En el fondo apenas se distinguen de los cantos de la bendición, al estilo del «Benedic-tus» o el «Magnificat». En el marco litúrgico son exclamaciones de alabanza, motivadas por la mención de los atributos o las obras de Dios. Entre los escritos del Nuevo Testamento las doxo': logías abundan sobre todo en Pablo 3, el cual las toma probable-mente de la liturgia cristiana y las modifica incorporándolas a su lenguaje.

    La oración de súplica lleva al hombre necesitado al Dios poderoso y protector. El hombre, pobre e indigente, se dirige a Dios en demanda de ayuda en medio de sus necesidades o de las del prójimo. Lapeticíón es el elemento más constante y central de la oración de súplica. Jesús no pide nunca nada para sí en forma absoluta, sino que condiciona su deseo a la voluntad de Dios (cf. Lc 22,42). En cuanto a sus discípulos, Jesús les invita a pedir todo lo ne.cesario. La oración del Padrenuestro es el compendio de todo lo que el hombre puede pedir. En la práctica de petición de la comunidad cristiana entre los discípulos de Jesús no se limita el objeto de la oración: no se dice qué cosas se han de pedir y cuáles no. Se piden cosas importantes y cosas pequeñas (cf. Rm 1,10; Flp 4,6; lTe 3,10). Pablo usa el lenguaje del salmis-ta para expresar sus necesidades (cf. Rm 8,36; Sal 44,12). En la oración se encuentra la fuerza para resistir en las dificultades y para sobrellevar las pruebas (cf. Rm 12,12). A lo largo de sus cartas hace Pablo objeto de petición las cosas y las intenciones

    3 La más importante es la de la carta a los Romanos (16,25-27). Doxolo-gías semejantes, aunque menos solemnes, encontramos también en Gál 1,5; Ef 3,21; Flp 4,20; lTi 1,17; 6,16; 2Ti 4,18.

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    más variadas, desde sus deseos y necesidades personales hasta los ideales más elevados de su apostolado. Sus peticiones giran sobre todo en torno a su misión evangelizadora.

    Vamos a referirnos, finalmente, a la intercesión como moda-lidad de la petición que está presente asimismo en la plegaria del Nuevo Testamento, siendo una forma de oración particularmente atestiguada en las cartas de Pablo. Es como el signo del intercam-bio espiritual y de la reciprocidad de la ayuda entre él y los convertidos de las nacientes comunidades. Así el apóstol conside-ra eficaz su obra gracias a las plegarias de sus fieles (2Cor 1,11), y por eso les recomienda que pidan por él y por su misión (Ef 6,19; Col 4,3; lTe 5,25; 2Te 3,1; Hch 13,18). El apóstol, por su parte, intercede sin cesar por todas las comunidades (Rm 10,1; 2Cor 13,7.9; Ef 3,14s; Col 1,9; 2Te 1,11; 2Ti 1,3; Flm 25).

    En los Hechos se muestra cómo tiene lugar la oración de petición en las distintas comunidades (12,5; 20,36; 21,5). La ora-ción va acompañada con frecuencia de actos expiatorios, como el ayuno (14,23). Es la mejor muestra de amor mutuo, exponente de la atmósfera que reinaba en las comunidades. Cada uno intercede por los demás, considerándose de especial valor la oración del justo (cf. Sant 5,16). El supremo intercesor es desde luego Jesús, mediador único entre Dios y los hombres. El es, en sentido pleno, el Sumo Sacerdote, que crea y mantiene la relación del mundo con Dios. El es el verdadero intercesor y mediador (1 Ti 2,5; He 8,6), siempre vivo, intercediendo ante el Padre (Rm 8,34), abogando en favor de los pecadores (Un 2,1). A la oración de petición e intercesión se unen, por último, como prácticas afines, en forma de oración directa, los augurios y las bendiciones. En las cartas de Pablo abundan los saludos y augurios de bien para los destinatarios. Son peticiones indirectas de todo orden. El apóstol llena así de un contenido nuevo el saludo protocolario de sus cartas, que ofrece de este modo breves pero significativas diferencias respecto del saludo inicial que es habitual en las cartas grecolatinas. Los bienes que desea Pablo a los cristianos se sinte-tizan en los términos «gracia» y «paz» (en las pastorales también aparece la «misericordia»), cargados de resonancias bíblicas vete-rotestamentarias. Son oraciones indirectas, provocadas por los bienes destinados por Dios para los hombres y traídos a éstos por Jesús.

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    n. ETAPAS EN LA VIDA DE ORACIÓN DE PABLO

    La primera gran experiencia de Jesús tenida por Pablo es el encuentro ante las puertas de Damasco. Lucas nos ofrece por triplicado este acontecimiento fundamental en los orígenes del cristianismo 4. El apóstol confirmará años más tarde la autentici-dad de este dato, refiriéndose a él en alguna de sus cartas. Hay un par de alusiones directas a la oración, en el marco de la prepara-ción de Pablo a asumir su vocación: en la visión de Ananías, Jesús le comunica que Saulo «está orando» (Hch 9,11); la visión de Pablo en el templo de Jerusalén, tal y como la recoge el segundo relato lucano, sucede asimismo «mientras oraba» (22,17).

    Las oraciones de Pablo y de otros miembros de las comunida-des en que vive o por él fundadas son las siguientes en la obra de Lucas: la comunidad de Antioquía celebra una liturgia en medio de la cual recibe el mandato del Espíritu a propósito de la «obra» de Bernabé y de Saulo (13,2.3); los dos «apóstoles» hacen oración y ayunan, mientras establecen presbíteros en las iglesias por ellos fundadas durante el primer viaje misionero (14,23); Pablo y Silas oran, cantando himnos, en la cárcel de Filipos (16,25); Pablo ora de rodillas con los presbíteros de Efeso, cuando se despide de ellos en Mileto (20,36) y repite el mismo gesto poco después en Tiro (21,5); Pablo da gracias a Dios por los alimentos en el barco que lo lleva cautivo a Roma (27,35); hace igualmente oración antes de imponer las manos para curar al padre de Publio, «prin-cipal» de la isla de Malta (28,8); según la última referencia Pablo da gracias a Dios al ver que los «hermanos» salen a recibirlo cuando se acerca a Roma (28,15). Puede tenerse en cuenta además el dato de la «fracción del pan» (probable celebración eucarística) que tiene lugar en Tróade (20,7.11) en presencia, y tal vez bajo la presidencia, de Pablo.

    Un hecho especialmente importante, que debe encuadrarse en el tiempo que sigue a la entrada de Pablo en la comunidad de los seguidores de Jesús, es sin duda la experiencia «mística» a que se refiere el apóstol en la segunda carta a los corintios 5. La sinceri-

    4 Hch 9,1-30; 22,4-21; 26,9-20. 5 2Cor 12,1-7: « ... Sé de un hombre en Cristo (¿cristiano? cf. NBE), que

    hace catorce años ... fue arrebatado al tercer cielo ... y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar ... ».

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    dad de su testimonio parece indudable. Lo que resulta mucho más difícil es reconstruir en toda su hondura la experiencia de Pablo.

    En la vida de Pablo se han dado ciertamente experiencias de oración, variadas en su carácter e intensidad. 0, si se prefiere, a lo largo de la existencia del apóstol, iluminada por la fe en Cristo y abrasada progresivamente en su amor, ha habido momentos y situaciones, relacionados con acontecimientos de diversa índole, que han marcado con su sello peculiar las etapas que van confi-gurando la realidad plena de la vida cristiana de Pablo. No es tan fácil definir esas etapas ni tampoco es necesario para acercarse a lo esencial de la doctrina y la vivencia oracional del hombre de oración que fue Pablo de Tarso. Pero no es tarea del todo impo-sible obtener algunos datos fundamentales si nos apoyamos en dos series de hechos: en primer lugar, en la recomposición proba-ble del curso de la vida de Pablo, que se logra leyendo atentamen-te los textos autobiográficos de las cartas junto con el esquema de la actividad misionera de Pablo según los Hechos de los Apósto-les, cuya disposición es básicamente aceptable; en segundo lugar, podemos aprovechar también los jalones de la teología paulina que suelen distinguir comúnmente los teólogos bíblicos. Combi-nando ambos factores puede establecerse el desarrollo progresivo de la praxis y la doctrina de Pablo sobre la oración. Un resumen muy breve del tema puede ser el siguiente:

    l. En la primera actividad misionera de Pablo, que corres-ponde a las cartas 1 y 2 a los Tesalonicenses, escritas en el segundo viaje apostólico (hacia el año 52), la oración de Pablo sigue el curso de su teología, que es fundamentalmente «escatologím>: hay que orar para pedir la llegada al encuentro del Señor (lTe 1,10). Se da asimismo gracias por la aceptación que los Tesalonicenses y otras comunidades de Grecia han dispensado a la Palabra del Evangelio (l Te 2,13; 2Te 2,13). El tema escatológico pervive to-davía en la 1 Cor y no desaparecerá nunca del todo, porque tiene hondas raíces en la teología cristiana.

    2. Durante al tercer viaje apostólico escribe Pablo sus cartas más extensas y profundas, que contienen múltiples referencias a la oración en sus distintos aspectos. Es la época de máxima expe-riencia de la vida de las comunidades cristianas, tanto de las fundadas por el apóstol directamente como de aquéllas en cuyo

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    crecimiento espiritual ha tenido que ver. Escribiendo a los Corin-tios, como a los Romanos y Gálatas, Pablo profundiza en temas tan importantes como son: la justificación, la libertad cristiana, la ley y el Espíritu, la Iglesia y su estructura más bien carismática, la resurrección, los problemas morales y la respuesta cristiana a los mismos, etc. Pablo vive la «preocupación por todas las Igle-sias» y se siente profundamente afectado por las crisis que atra-viesan, de las que son dos casos particularmente serios las de Corinto y Galacia. Pablo ha sido enviado a «evangelizan> y pre-cisamente para proclamar la fuerza única de la «cruz de Cristo». Una conclusión importante, que extrae el mismo apóstol, es la equivalencia de la vida del cristiano a una verdadera ofrenda litúrgica.

    3. En una etapa posterior, que se centra en las llamadas cartas de la cautividad (Ef y Col sobre todo), nos pone Pablo en contacto con su experiencia del misterio de Cristo y del misterio de la Iglesia. Refiriéndome solamente al primero pueden señalarse temas teológicos y motivos oracionales tan importantes como son: la humillación y la glorificación de Cristo, que recibe «el nombre sobre todo nombre» (Flp 2,9); Cristo preexistente y pri-mogénito de toda la creación; Cristo Cabeza de la Iglesia y plé-roma de Dios.

    4. La última etapa de la actividad epistolar de Pablo corres-ponde a las cartas pastorales (sin entrar aquí en la cuestión de su autenticidad literaria paulina). La temática que se desarrolla en estos escritos se desliga hasta cierto punto de las preocupaciones anteriores para orientarse hacia el futuro de la Iglesia (sucesión apostólica, mantenimiento de la fe y las tradiciones, paz de la Iglesia y sumisión a los poderes legítimamente constituidos). A estas preocupaciones y a otras que se podrían señalar responde el anciano Pablo con otras tantas exhortaciones a la oración.

    En conclusión. Acerca de la oración de Pablo, como práctica y como teología, podemos decir que a cada etapa de la vida misionera del apóstol de los gentiles corresponde una serie de temas sobre los cuales se pronuncia doctrinalmente o moralmen-te. La doctrina de Pablo entraña un modo de orar, expresado de forma más o menos directa. Quiero decir con esto que en ciertos casos Pablo invita explícitamente a orar, en consonancia con la enseñanza que transmite; otras veces la oración, tanto desde el

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    punto de vista doctrinal como del práctico, la puede deducir el lector atento del texto paulino.

    III. SÍNTESIS DE LA DOCTRINA DE PABLO SOBRE LA ORACIÓN

    Voy a referirme a los principales temas, tomando como lema una frase o expresión del apóstol 6.

    «Doy gracias sin cesar a Dios por vosotros ... »

    Hay que subrayar, como he dicho antes, la actitud religiosa de Pablo, que se siente obligado a dar gracias a Dios de manera continua, como expresión de la conciencia que tiene de haber derramado el Señor con abundancia sus dones sobre los cristianos «que invocan su nombre» en todas las iglesias que profesan la fe de Cristo, extendidas a lo largo y a lo ancho del mundo romano. Pero la acción de gracias no puede desconectarse de otras expre-siones de la vida de fe y de la unión del creyente con Dios y con el Señor Jesucristo. Cuando da gracias, Pablo está proclamando al mismo tiempo la profundidad insondable del amor de Dios para con los hombres, es decir, está bendiciendo el nombre del Señor. La bendición guarda, pues, relación estrecha con la acción de gracias.

    En la segunda carta a los Corintios y en la dirigida a los Efesios encontramos una bendición en el puesto que ocupaba en las otras cartas la acción de gracias. «¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre compasivo y Dios que es todo consuelo ... !» (2Cor 1,3-5). «i Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en el cielo, en la persona de Cristo, nos concedió toda bendición del Espíritu ... !» (Ef 1,3-6). Pablo se ins-pira sin duda en la costumbre judía de la bendición (beraká), mediante la cual los creyentes se dirigen a Yahvé para expresarle

    6 Para esta sección del artículo me he servido, con alguna modificación, de lo que expuse más ampliamente en mi libro Orar con Cristo, Salamanca, 1979, pp. 251-288. La lectura de esas páginas ayudará a comprender mejor lo que aquí puede resultar demasiado esquemático.

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    los sentimientos que se acumulan en su espíritu como resultado de la experiencia del amor y de la misericordia de Dios para con su pueblo, puestos de manifiesto a través de los dones recibidos de su mano.

    Para entender la beraká es necesario situarla en su contexto literario e histórico. La piedad judía no considera jamás a Dios en general o en abstracto, sino siempre en relación con un hecho fundamental: la alianza de Dios con su pueblo. La bendición es una plegaria cuya característica esencial es el tratarse de una respuesta: la respuesta por excelencia a la Palabra de Dios, en-tendida no como una colección de verdades o ideas, sino como un acontecimiento o intervención personal de Dios en la historia de los hombres.

    Pablo es el escritor neotestamentario que nos ha legado mues-tras más abundantes del género de la beraká. El vocabulario utilizado por el apóstol en las acciones de gracias y en otros lugares de sus cartas combina los verbos eukharistein y eulogein (con los nombres correspondientes), que en eljudaísmo de lengua griega servían indistintamente para traducir el término hebreo beraká. La gratitud para con Dios incluye por necesidad la ala-banza, puesto que el cristiano no alaba a Dios en abstracto, sino a causa de las obras maravillosas que ha realizado en la historia de la salvación, motivo que coincide plenamente con el de la acción de gracias. En el orden nuevo, en el que Dios nos ha dado todo en su Hijo (Rm 8,32), la plenitud divina se ha convertido a la vez en nuestra riqueza; la manifestación de su gloria resulta para nosotros gracia superabundante y principio de nuestra glo-rificación. Si el hombre bendice a Dios es porque antes ha ben-decido Dios al hombre. Esto lo expresa claramente el comienzo de la bendición de gracias de la carta a los Efesios, antes citado.

    «Para gloria y alabanza de Dios»

    No se agota con lo expuesto el lenguaje paulino acerca de la alabanza, bendición y acción de gracias. En las cartas a los Efesios y a los Filipenses emplea simultáneamente el apóstol el vocabu-lario de la gloria y el de la alabanza divinas (Ef 1,4-14; Flp 1,11). La alabanza de Dios se refiere de manera preferente a la «gloria»

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    de Dios. El tema de la dóxa divina se halla muy presente en todo el epistolario paulino, Es deber inexcusable del hombre «dar glo-ria a Dios». Nos hemos referido ya a las doxologías utilizadas por Pablo en sus cartas, que son de corte judío, pero con un contenido distinto, que expresa la novedad del mensaje de salvación realiza-do en Jesucristo. El cristiano tiene que estar imbuido de la nece-sidad de proclamar la gloria de Dios en todo momento y lugar: «Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (l Co 10,31; d. Col 3,17).

    Pablo está además firmemente convencido de la impotencia radical del hombre para agradar a Dios a base únicamente de su propio esfuerzo, Por eso acude a Jesucristo, el Hijo de Dios, en quien todas las promesas de Dios han tenido como respuesta el «sí». «Por eso también mediante él decimos a Dios el Amén para glorificarlo» (2Co 1,20). Después de recordar a los Corintios que el que resucitó al Señor también nos resucitará a nosotros con Jesús, concluye el apóstol con estas palabras: «todo es por voso-tros, para que la gracia al aumentar, multiplique en los labios de todos la acción de gracias para la gloria de Dios» (2Co 4,15),

    Todo el ser del hombre ha de intervenir en la glorificación de Dios. A propósito de la exhortación moral a huir de la lujuria leemos como conclusión: «Glorificad a Dios con vuestro cuerpo» (l Co 6,20). Los fieles deben vivir juntos en armonía, como es propio de cristianos; de esta forma glorificarán al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (Rm 15,6). La caridad y comunión de bienes entre las distintas comunidades es asimismo de gran valor en orden a la glorificación del Señor (2Co 9,13). La alaban-za de Dios se expresa asimismo a través de la confesión (homo-logía) o proclamación de la fe, puesto que su contenido es el «misterio de salvación», o sea «el secreto escondido desde el origen de las edades y de las generaciones, revelado ahora a sus consa-grados» (Col 1,26). La proclamación firme y gozosa de la fe se relaciona con Dios Padre y su Hijo Jesucristo. En el himno de la carta a los Filipenses leemos estas solemnes palabras finales: «toda boca proclama que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (2,11). Semejante confesión supone la alabanza y la ado-ración del Padre y del Hijo, que realizan, con el Espíritu, el plan de salvación de los hombres.

    El cristiano, como Pablo, sabe que la oración de alabanza, de

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    adoración, de acción de gracias, de bendición, etc., es algo que compromete el ser entero del hombre, no sólo sus labios y su corazón. Por eso, ante la alternativa de vida o muerte que se ofrece al apóstol, alcanza éste la cima de la más pura indiferencia al concluir: «viva o muera, ahora como siempre se manifestará una vez más públicamente en mi persona la grandeza de Cristo» (Flp 1,20). La vida de todo cristiano tiene que ser un canto de alabanza y de bendición a la bondad y grandeza de Dios y de su Hijo Jesucristo, que irradie hacia todos los hombres la gloria del Señor, que ha recibido como un don, la cual reflejamos a la vez que «nos vamos transformando en su imagen, con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señof» (2Co 3,18).

    « ... ofrecer vuestros cuerpos como víctimas ... vuestro culto espiritual»

    La proyección oracional de la entera vida cristiana obliga a Pablo a reconocer en ella una auténtica significación cultual. Pertenece al Pueblo de Dios, el cual no sólo rinde a Dios un culto abundante y espléndido en el que d~stacan como elementos fun-damentales los sacrificios, las ofrendas rituales y las oraciones litúrgicas, sino que además está convencido de que Israel es el único pueblo de la tierra que ofrece a Dios el culto que es agra-dable a sus ojos.

    La Iglesia es ahora el nuevo Pueblo de Dios, en el que se han cumplido las promesas hechas a los patriarcas y a los profetas. Pablo está ya convencido de que el cristiano no está obligado al culto del templo ni a las observancias de la liturgia judía. El acto central del culto cristiano será la celebración de la cena del Señor, que tiene lugar no en el marco fastuoso del templo, sino dentro de una sencilla comida fraterna, convocada en nombre del Señor en la casa de uno u otro de los miembros de la comunidad (cf. ICo 11,17-34).

    Ahora bien, Pablo ha mantenido el lenguaje cultual y litúrgico del templo al referirse al nuevo «culto espiritual», que los cristia-nos deben rendir en adelante a Dios Padre, por su Hijo Jesús, en la unidad del Espíritu Santo. A lo largo del epistolario paulino encontramos términos como «sacrificio», «ofrenda», «liturgia», y expresiones como «presentar una ofrenda» y «ofrecerse en liba-

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    cióll». La comunidad cristiana y cada uno de sus miembros debe-o rá considerar su relación con Dios no sólo en los momentos de oración formalmente tales, sino en general en todos los instantes de su vida, como un acto de culto que le tributa en unión con Cristo, su Cabeza, el cual realiza de manera perfecta y definitiva, «una vez por todas» (He 9,10), lo que era incapaz de lograr internamente el culto israelítico con todo su esplendor.

    Escribiendo a los fieles de Roma define Pablo de la siguiente forma la razón de ser de la vida cristiana: «Así pues, hermanos, por la misericordia de Dios os exhorto a ofrecer vuestros cuerpos como víctima viva, santa, grata. a Dios: tal sea vuestro culto espiritual» (12,1). En otro lugar llama a los fieles «los que impul-sados por el Espíritu de Dios le servimos» (Flp 3,3). El apóstol cumple una acción sagrada, sacrificial y sacerdotal al mismo tiem-po, predicando el evangelio; los convertidos a la fe, por su parte, son la «oblación» sagrada, santificada por el Espíritu, que el apóstol ofrece a Dios. Su actividad equivale por lo tanto a una «liturgia», que tiene por objeto «consagran> a Dios en Cristo la humanidad, que celebra su culto de alabanza y adoración en la propia vida de amor y santidad (Rm 12,1). En el ocaso de su vida se dirige Pablo a su fiel discípulo Timoteo para anunciarle: «yo estoy ya vertiéndome como libación y me ha llegado el momento de emprender la marcha» (2Ti 4,6).

    Un último elemento, que subraya de manera definitiva el sen-tido cultual de la vida cristiana, y en especial de la misión apos-tólica, es la alusión explícita que hace Pablo al «perfume» que solía quemarse en lo~ sacrificios. La ofrenda del creyente ha sido precedida por el gesto único e irrepetible de Cristo, que «nos amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave fragancia» (Ef 5,2). Pero en dependencia, y extrayendo todo su valor de esta oblación perfecta, la vida cristiana puede también considerarse como una ofrenda perfumada que Dios acepta con agrado. Lo es, sobre todo, cuando la fe de los creyen-tes se proyecta en obras de amor y de servicio desinteresado al prójimo. Pablo, que ha recibido un generoso donativo de la co-munidad de Filipos, acusa recibo de él y lo llama «suave fragan-cia, sacrificio grato, agradable a Dios» (Flp 4,18). Las limosnas son como un sacrificio espiritual, que asciende perfumado y grato a la presencia de Dios. Tal es la irradiación de los que han sido

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    ungidos por el bautismo: «Gracias a Dios que siempre nos hace triunfar en Cristo, y en todo lugar pone de manifiesto por nos-otros el olor de su conocimiento. Porque somos, en honor de Dios,fragancia de Cristo entre los que están en camino de salva-ción y entre los que están en camino de perdición: para unos, olor de muerte que lleva a la muerte; para otros, olor de vida que lleva a la vida» (2Co 2,14-16). Los predicadores del evangelio son oficiantes de una liturgia agradable a Dios; pero entre los oyentes, unos se sitúan en el buen camino y progresan en él; otros, en cambio, se cierran a la Palabra y discurren por el camino que lleva a la muerte eterna.

    «Cantad a Dios, con gratitud, en vuestro corazón salmos, himnos ... »

    Entre las exhortaciones que figuran en la sección parenética de las cartas a los Colosenses y a los Efesios encontramos esta invitación a la plegaria comunitaria: «Que la palabra de Cristo habite en vosotros con su riqueza; enseñaos y amonestaos con toda sabiduría; cantad a Dios, con gratitud en vuestro corazón, salmos, himnos y cantos espirituales. Y todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El» (Col 3,16s; cf. Ef 5,18b-20). El vocabulario contiene estos términos significativos: «cantan> y «canto», «himnos», «salmos» y «salmodian>. N o es fácil determinar a qué tipo concreto de oración puede referirse cada vocablo. «Cantos» e «himnos» son términos genéricos; los «sal-mos», si bien pueden identificarse con las piezas del salterio da-vídtco, es muy probable que tengan un significado más amplio. Este parece ser el alcance del vocablo, cuando, para moderar el desmedido entusiasmo de los Corintios por el carisma de lenguas y propugnar en su lugar otros carismas, especialmente el de pro-fecía, nos dice Pablo: «Rezaré con el espíritu, pero rezaré también con el entendimiento; cantaré salmos con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (l Co 14,15). y lo mismo cuando poco después recomienda a los fieles reunidos en asamblea comu-nitaria: «Cuando os reunáis, cada uno puede tener un salmo, puede tener una enseñanza, puede tener una revelación, puede

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    tener una oración en lenguas, puede tener una interpretación. Que todo sea para edificacióll» (14,26).

    V olviendo a los dos textos citados al principio de este aparta-do, podemos comentarlos diciendo que, para mantener el espíritu de caridad, el medio más eficaz es, según Pablo, la referencia continua a la palabra de Cristo (cf. Col 3,16), es decir, a su enseñanza. Hay que exhortarse mutuamente y con tóda sabiduría a perseverar en su doctrina. Sobre todo los cantos litúrgicos, consistentes en «salmos», «himnos» y otras composiciones poéti-cas, inspiradas generalmente en la poesía bíblica del A. T. Y mu-chas veces improvisadas bajo el impulso de la gracia y del Espíritu de Dios, servían admirablemente para recordar los grandes prin-cipios del mensaje cristiano y comunic¡¡.r aquel entusias~o colec-tivo: que es prueba evidente de una auténtica vida religiosa. Nos hallamos, por tanto, como en otros escritos anteriores de Pablo (cf. lCo 12,7-8; 14,26) en un clima de exaltación carismática. Plinio el Joven recordará años más tarde al emperador Trajano que los cristianos de Bitinia en sus asambleas cantaban himnos a Cristo como a Dios (tamquam Deo) (Epist. X,9).

    La acción de gracias, la adoración, la bendición y la glorifica-ción de Dios, lejos de constituir una obligación pesada para el cristiano, deben ser para él motivo de gozo y de felicidad. El entusiasmo descrito por Pablo en algunas ocasiones, las exhorta-ciones a manifestar la fe mediante la recitación y el canto de himnos, salmos y otras composiciones inspiradas se orientan en la misma dirección. Aunque alguno de los términos que expresan la alegría mesiánica en la obra de Lucas no aparezca en las cartas de Pablo, el uso abundante que hace el apóstol de los vocablos «alegrarse» y «alegría» (gr. khairein y khará) prueba que este sentimiento se halla presente en su ánimo cuando se dirige a los hermanos en la fe. En algunos casos, especialmente escribiendo a los Corintios y a los Filipenses, subraya la paradoja de la alegría a través de la tristeza y el sufrimiento (cf. 2Co 6,10; 7,4; 13,9; Flp 1,18; 2,17). En otras ocasiones alude abiertamente a la felici-dad y el gozo que deben procurar al cristiano su vida en unión íntima con el Señor, así como la experiencia de los innumerables beneficios que de él ha recibido: «Que el Dios de la esperanza os llene de toda alegría y paz cuando ejercitáis vuestra fe, para que reboséis de esperanza por el poder del Espíritu Santo» 8

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    (Rm 15,13). «¿Con qué acción de gracias podemos pagar a Dios a propósito de vosotros, por toda la alegría que sentimos por vosotros ante nuestro Dios?» (1 Te 3,9).

    En este clima de gozo y de paz la oración, en cualquiera de sus formas, no puede ser para el cristiano una carga que no hay más remedio que soportar, sino, por el contrario, un motivo de la más pura alegría, de paz y de consuelo, una invitación a la esperanza y al amor. Todo cristiano, cada vez que ora, tendría que hacer suyas las palabras del salmista: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres» (Sal 126,3).

    «Rezad incesantemente» (1 Te 5,17)

    La oración de petición, intercesión y súplica es frecuente en San Pablo. Podemos distinguir en sus textos aquéllos en los que se presenta a sí mismo rezando o pidiendo por las comunidades de aquéllos otros en los que exhorta a los cristianos a rogar por diversas intenciones y necesidades.

    La súplica y la intercesión se orientan de manera especial en favor de los hermanos en la fe, individualmente considerados desde luego, pero sobre todo en cuanto forman parte de una determinada comunidad. En ciertos casos no aparece formal-mente enunciada la petición concreta (cf. 1 Te 1,2; Col 1,3; pero cf. 1,9; Flp 1,4; pero cf. 1,9), que puede deducirse del contexto. Pero casi siempre declara el apóstol el contenido de su intercesión en favor de los hermanos. Las peticiones van seguidas con fre-cuencia de una cláusula final, que contiene la meta última a que tiende la oración, como por ejemplo: «afin de que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros y vosotros en él según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo» (2Te 1,12; cf. Ef 1,18-23; Flp 1,10.11).

    En raras ocasiones parece pedir a Dios el apóstol algo para sí mismo (cf. Rm 1,10; 1 Te 3,10). Pero aun entonces el deseado encuentro con los cristianos tiene una intención espiritual y sal-vífica en conexión con su tarea apostólica. En realidad la única súplica de carácter personal que eleva Pablo al Señor es la que confiesa a los Corintios dentro de la famosa (y obligada por las circunstancias) «apología» de su ministerio, en un texto de carác-ter autobiográfico (2Co 12,7-9).

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    Son muy numerosas las ocasiones en las que Pablo exhorta a las comunidades a rezar, Algunas veces no hay motivo suficiente para asegurar que.se trata de plegaria de intercesión o de súplica, Las plegarias recomendadas por Pablo en esos casos no pueden reducirse a peticiones, pero es evidente que éstas, por su conexión con las demás formas de oración, no sólo no están excluidas, sino que se las presupone como elemento integrante de la práctica de la oración. Excepto en un par de ocasiones, Pablo, al recomendar la oración, se refiere a la plegaria de petición, intercesión y súpli-ca. El objeto de la petición puede quedar sin especificarse, como al animar a los Filipenses: «No os preocupéis por nada, sino que todas vuestras peticiones queden expuestas ante Dios por la ora-ción y la plegaria, junto con la acción de gracias» (Flp 4,6). Pero normalmente se expresa el contenido de la petición: «Por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu os suplico, herma-nos, que con vuestras oraciones a Dios por mí me ayudéis en la lucha, para que me vea libre de los que no obedecen a la fe en Judea, y que la contribución que llevo a Jerusalén sea bien reci-bida por los santos, para que cuando llegue con alegría a voso-tros, si es voluntad de Dios, pueda descansar con vosotros» (Rm 15,32).

    Los cristianos pueden pedir por sí mismos o por los demás. El que posea el carisma de lenguas y comprenda su insuficiencia, pida el don de interpretación (cf. lCo 14.13). Los cristianos de Efeso deben rezar «en espíritu en todo momento con toda clase de oraciones y plegarias ... en favor de todos los santos y por mí, para que, al tomar la palabra, se me conceda hablar abiertamente, de manera que pueda dar a conocer el misterio del Evangelio, cuyo embajador soy, en prisiones, para que lo predique abierta-mente, como tengo que hablan> (Ef 6,18-20). Aunque la oración cristiana ha de extenderse a las necesidades de todos los hombres, es natural que Pablo insista de una forma especial en la petición por los hermanos,

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    puede ser fruto de la gracia divina y de la iluminación interior, puesto que el hombre de por sí es más bien egoísta y avaricioso.

    Pablo cree en la eficacia de la oración, porque cree en la bondad y en la omnipotencia divinas. Por eso, su confianza en que Dios escuchará las peticiones de los fieles se funda en que El «puede con creces hacer inmensamente más de lo que pedimos o comprendemos, conforme al poder que actúa en nosotros» (Ef 3,20).

    La oración, una «lucha continua»

    Pablo ha usado en sus cartas varias veces el vocabulario de la¡ «agonía» para expresar el sentido y la razón de ser de la vida·· cristiana y apostólica. Esto quiere decir que concibe la existencia del cristiano a la manera de una lucha, de una auténtica «agonía».

    ¿Por qué cosas valdría la pena luchar que no sean la vida misma? Esta es la respuesta de Pablo: «Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testi-gos» (l Ti 6,12). La vida de fe del cristiano exige, por consiguiente, de él una actitud de lucha continua. Pablo se siente orgulloso de haber intervenido en la noble competición, habiendo llegado a la meta en la carrera (cf. lCo 9,24-27), de haber conservado la fe (2Ti 4,7). Hay una razón para que el cristiano no decaiga un solo momento en esta lucha: «Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres, principalmente de los creyentes» (lTi 4,10). Y lo que sostiene esa esperanza es la certeza que tiene Pablo de estar «luchando con la fuerza de Cristo» (Col 1,29). Los fieles de las distintas iglesias a su vez han obtenido la gracia no sólo de creer, sino también de padecer por Cristo, «sosteniendo el mismo combate» en que antes «vieron al apóstol y en el que ahora saben que se encuentra» (Flp 1,30). Si Pablo recuerda a los cristianos de Tesalónica cómo tuvo la valentía de predicarles «el evangelio de Dios entre frecuentes luchas» (1 Te 2,2), y si quiere que los Colo-senses sepan «la dura lucha» . que está sosteniendo por ellos (Col 2,1), no lo hace ciertamente por vanagloria, sino a fin de estimularles con su ejemplo al seguimiento de Cristo en medio de las inquietudes y peligros de la vida.

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    Hay dos textos en los cuales la lucha cristiana se relaciona directamente con la oración. Al enviar saludos a los Colosenses de parte de Epafras les dice que su paisano, «siervo de Cristo Jesús», está siempre «luchando por vosotros en las oraciones» (4,12). A la manera de Moisés (cf. Ex 17,11.12; 32,7-41), Epafras, en aquel momento junto a Pablo, intentaba conquistar a Dios al asalto con su plegaria, para que diese a los Colosenses fuerza para per-manecer «en pie, perfectos y acabados en toda voluntad de Dios». Su preocupación se extendía incluso a otras iglesias vecinas, en cuya fundación o consolidación probablemente había tomado parte (v. 13).

    N o menos expresiva es la exhortación de Pablo a los Romanos «para que por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones rogando a Dios por mí» (15,30). La plegaria se presenta una vez más como una lucha violenta librada por muchos frente a Dios para obtener gracia y bendición. La oración será escuchada con mayor motivo cuando la respalda la comunidad entera; la plegaria de uno solo tiene menos fuerza delante de Dios. Pablo tenía una confianza inmensa en el poder de la oración; por eso no desperdicia opor-tunidad alguna de solicitarla para sí, para sus trabajos por el evangelio y en favor de todos los hermanos.

    Teniendo en cuenta esta expresiva imagen de la plegaria, tanto individual como comunitaria, resulta perfectamente lógico que Pablo se refiera con frecuencia a la perseverancia y asiduidad en la práctica de la oración. La lucha y el combate no son algo que se resuelva en un instante. La victoria final se inclina del lado que se ha mantenido firme y sin desfallecer en la batalla, sin ceder al cansancio, al desaliento o al miedo. Sólo así puede evitarse la derrota. Pablo expresa de muchas maneras esta cualidad de la oración, que no es, por otra parte, idea original suya, puesto que la encontramos ya en la recomendación de Jesús a orar sin des-fallecer (Lc 18,1).

    En ciertas ocasiones emplea Pablo uno de estos dos adverbios: siempre (Rm 1,10; lCo 1,4; Ef 5,20; Flp 1,4; 4,4; Col 1,3; 4,12; lTe 1,2; 2Te 1,3.11; 2,13; Flm 4) y continuamente (Rm 1,9; lTe 1,3; 2,13; 5,17), o el adjetivo continuo (2Ti 1,3), determinando el modo de rezar y de hacer la acción de gracias. Otras veces prefiere la fórmula «no cesamos de dar gracias» (Ef 1,16) o «de rezan>

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    (Col 1,9). Pablo pide a Dios «noche y día» (lTe 3,10; lTi 5,5; 2Ti 1,3) e «insistentemente» (1 Te 3,10); Y los cristianos en general deben vivir «siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu» (Ef 6,18). Finalmente el verbo «perseveran> (con el sustantivo «perseverancia») refleja oportunamente la actitud cons-tante de oración, que es preocupación fundamental de Pablo (cf. Rm 12,12; Ef 6,18; Col 4,2).

    La expresión «siempre» o «sin cesan>, usadas para determinar tanto la oración de acción de gracias como la de petición y súpli-ca, por un hombre tan activo como Pablo, no significa lógica-mente una ininterrumpida plegaria verbal, sino más bien la acti-tud del corazón agradecido, que quisiera convertir todas sus obras en un himno de acción de gracias, y del alma llena de fe y con-fianza, que espera de la bondad inagotable de Dios la abundancia de sus dones, tanto materiales como espirituales.

    Conclusión: «El Espíritu certifica a nuestro espíritu que somos hijos de Dios»

    Pablo nombra en numerosas ocasiones al Espíritu Santo. La forma de introducirlo es muy variada. En bastantes casos nos encontramos con fórmulas trinitarias, que pueden considerarse como el germen de lo que más tarde será la profesión de fe formal y explícita en el misterio del Dios uno y trino. Más interesante para nosotros ahora es destacar la condición personal del Espíri-tu, que se expresa con distintas formulaciones. Al Espíritu, en efecto, se le atribuyen operaciones como «habitar en vosotros» (Rm 8,9.11), «sondear todo, incluso lo profundo de Dios» (lCo 2,10), «activar los carismas» (lCo 12,11).

    Pero el Espíritu tiene que ver con la oración cristiana. «La prueba de que sois hijos, es que Dios envió a vuestro interior el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abba! ¡Padre!» (GáI4,6). El cris-tiano ha recibido de Dios Padre el gran don de la filiación divina, que entraña positivamente la liberación de todo tipo de esclavitud que afecta a las realidades más profundas del hombre, y que puede sintetizarse en la liberación actual de la ley, del pecado y de la concupiscencia, y en la liberación escatológica de la muerte. Pero no basta un conocimiento puramente teórico de esa gracia.

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    Se necesita un conocimiento experimental que proporcione la íntima certeza de que Dios nos ama como verdadero Padre y desea, en consecuencia, que nosotros nos comportemos en su presencia como auténticos hijos, que se dirigen a El para hablarle, expresarle su amor y su gratitud, con libre sumisión y obediencia, así como para pedirle con la mayor confianza todo aquello que necesitan.

    El agente personal que nos proporciona esa certeza es el Es-píritu de Dios, que nos garantiza la adopción filial divina. Lo que termina por convencernos de esa realidad es que la presencia del Espíritu en nosotros hace brotar en nuestros corazones la excla-mación, que es al mismo tiempo profesión de fe, por la cual nos dirigimos a Dios reconociéndolo como nuestro Padre,

    E! Espíritu del Padre y del Hijo reza en y con nosotros cuando nos dirigimos a Dios invocándolo con el nombre de «Padre» y' sirviéndonos en concreto de la plegaria dejada en herencia a los suyos por Jesús como resumen y modelo de toda oración, que brota de la comunidad formada por los discípulos del Señor. El ha dicho: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí en medio de ellos estoy yO» (Mt 18,20). En la línea, por tanto, del evangelio y de la doctrina de Pablo, Cristo está presente en la comunidad orante gracias a la persona de su Espíritu, el cual impulsa y alienta la plegaria, a fin de que ésta pueda orientarse sin tropiezo al Padre del cielo y ser acogida por El, al haber nacido de la comunidad convocada en su nombre por la Palabra y mediante la intervención del Espíritu de Jesús.