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San Pedro, Apóstol (s. I )
Recorría las calles de Batsaida con las cestas llenas acompañado de su padre Jonás y su hermano
Andrés para vender la pesca. También pasaron horas remendando las redes,
recomponiendo maderas y renovando las velas.
Se casó joven. Era amigo de los Cebedeos, de Santiago y Juan, que eran de su mismo oficio. A
veces, se sentaban en la plaza y, comentaban lo que estaba en el
ambiente pleno de ansiedad y con
algo de misterio; hablaban del Mesías y de la redención de
Israel. En la última doctrina que se
explicó en la sinagoga el sábado pasado se hablaba de Él.
Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, ha calentado el ambiente con
sus bautismos de penitencia en el Jordán. Andrés está fuera de sí casi, gritándole: ¡Lo encontré!
¡Llévame a él!, le pidió. Desde entonces no se le quitará
de la cabeza lo que le dijo el Rabbí de Nazaret: ¡Te llamarás
Cefas!
Continúa siendo tosco, rudo, quemado por el sol y el aire; pero él es sincero, explosivo, generoso y espontáneo. Cuando escucha
atento a Jesús que dijo algo a los ricos, tiempo le faltó para afirmar «nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué será de
nosotros?» Oye hablar al Maestro de tronos y piensa de repente, sin pensarlo
«Seré el primero».
Pedro es arrogante para tirarse al agua del lago y al mismo tiempo miedoso por hundirse. Cortó una
oreja en Getsemaní y luego salió huyendo. Es el paradigma de la grandeza que da la fe y
también de la flaqueza de los hombres. Se ve en el Evangelio descrita la figura de Pedro con vehemencia para investigar; protestón ante
Cristo que quiere lavarle los pies y noble al darle su cuerpo a
limpiar.
Es el primero en las listas, el primero en buscar a Jesús,
el primero en tirar de la red que llevaba ciento cincuenta y
tres peces grandes; y tres veces responde que sí al Amor con la humildad de la experiencia
personal. ».
Roma no está tan lejos. Está hablando a los miserables y a los esclavos prometiendo libertad
para ellos, hay esperanza para el enfermo y hasta el pobre se
llama bienaventurado; los menestrales,
patricios y militares... todos tienen un puesto;
¿milagro? resulta que todos son hermanos. Y saben que es gloria
sufrir por Cristo.
En la cárcel Mamertina está encerrado, sin derechos; no es
romano, es sólo un judío y es cristiano.
Comparte con el Maestro el trono: la cruz, cabeza abajo. En el
Vaticano sigue su cuerpo unificante
y venerado de todo cristiano.
San Pablo, Apóstol (s. I )
Dejó escrito: «He combatido bien mi combate; he terminado mi
carrera; he guardado la fe. Ahora me está reservada la corona de justicia que Dios, justo juez, me dará en su día; y no sólo a mí, sino a todos los que aman su
venida».
Y fue mucha verdad que combatió, que hizo muchas
carreras y que guardó la fe. Su competición, desde Damasco a la meta -le
gustaba presentar la vida cristiana con imágenes deportivas- no fue en
vano, y merecía el podio. Siempre hizo su marcha aprisa, aguijoneado
con el espíritu de triunfo, porque se apuntó, como los campeones,
a los que ganan.
En otro tiempo, tuvo que contentarse con guardar los
mantos de los que lapidaban a Esteban. Después se levantó como
campeón de la libertad cristiana en el concilio
que hubo en Jerusalén. Y vio necesario organizar las
iglesias en Asia, con Bernabé; ciega con su palabra al mago Elimas y abre caminos en un
mundo desconocido.
Suelen acompañarle dos o tres compañeros, aunque a veces va
solo. Entra en el Imperio de los ídolos: países bárbaros, gentes extrañas,
ciudades paganas, caminos controlados por cuadrillas de
bandidos, colonias de fanáticos hebreos
fáciles al rencor y tardos para el perdón. Antioquía, Pisidia,
Licaonia, Galacia.
Y siempre anunciando que Jesús es el hijo de Dios, Señor,
Redentor y Juez de vivos y muertos que
veinte años antes había ido de un lado para otro por Palestina,
como un vagabundo, y que fue rechazado
y colgado en la cruz por blasfemo y sedicioso.
Los judíos se conjuraron para asesinarle. En la sinagoga le
rechazan y los paganos le oyen en las
plazas. Alguno se hace discípulo y muchos
se amotinan, le apedrean y maldicen. Va y viene cuando
menos se le espera; no tiene un plan previo porque es el Espíritu quien le
lleva; de casi todos lados le echan.
Filipos es casi-casi la puerta de Europa que le hace guiños para
entrar; de allí es Lidia la primera que cree; pero también hubo
protestas y acusaciones interesadas hasta el punto de
levantarse la ciudad y declararlo judío
indeseable haciendo que termine en
la cárcel, después de recibir los azotes de reglamento.
En esta ocasión, hubo en el calabozo luces y cadenas rotas.
Tesalónica, que es rica y da culto a Afrodita, es buena ciudad para
predicar la pobreza y la continencia. Judío errante llega a
Atenas -toda ella cultura y sabiduría- donde conocen y dan culto a
todos los diosecillos imaginables, pero
ignoran allí al Dios verdadero que es capaz de resucitar a los
muertos como sucedió con Jesús. .
Corinto le ofrece tiempo más largo. Hace tiendas y pasa los sábados
en las sinagogas donde se reúnen sus paisanos. Allí, como maestro,
discute y predica. El tiempo libre ¡qué ilusión! tiene que
emplearlo en atender las urgencias, porque llegan los problemas,
las herejías, en algunas partes no entendieron bien lo que dijo y hay confusión, se producen
escándalos y algunos tienen miedo a
la parusía cercana. Para estas cuestiones es preciso escribir
cartas que deben llegar pronto, con doctrina nítida, clara y certera;
Pablo las escribe y manda llenas de exhortaciones, dando ánimos y sugiriendo consejos prácticos.
En Éfeso trabaja y predica. Los magos envidian su poder y los
orfebres venden menos desde que está Pablo; el negocio montado con las imágenes de la diosa Artemis se
está acabando. Las menores ganancias provocan el tumulto. .
Piensa en Roma y en los confines del Imperio; el mismo Finisterre,
tan lejano, será una tierra bárbara a visitar para dejar sus surcos
bien sembrados. Solo el límite del mundo pone límite a la Verdad.
Quiere despedirse de Jerusalén y en Mileto empieza a decir «adiós». La Pentecostés del cincuenta y nueve le brinda en Jerusalén la calumnia de haber profanado el
templo con sacrilegio. Allí mismo quieren matarlo;
interviene el tribuno, hay discurso y apelación al César. El camino es
lento, con cadenas y soldado, en el mar naufraga, se producen vicisitudes sin cuento y se hace
todo muy despacio.
La circunstancia de cautivo sufrido y enamorado le lleva a escribir
cartas donde expresa el misterio de la unión indivisible y fiel de
Cristo con su Iglesia. Al viajero que es místico, maestro, obrero
práctico, insobornable, valiente, testarudo, profundo, piadoso,
exigente y magnánimo lo pone en libertad, en la primavera del año sesenta y cuatro, el tribunal de
Nerón. Pocos meses más tarde, el hebreo ciudadano romano tiende su
cuello a la espada cerca del Tíber.
¿Que nos enseña la vida de Pedro?
Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y
nos llama a la santidad. A pesar de
todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión.
Para ser un buen cristiano hay que esforzarse para ser santos
todos los días Pedro concretamente nos dice: " sean santos en su
proceder como es santo el que los ha
llamado" ( I Pedro, 1, 15)
Cada quién, de acuerdo a su estado de vida debe trabajar y pedirle
a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.
Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un
hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes
obstáculos..
¿Que nos enseña la vida de San Pablo?
Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos todos los cristianos debemos ser
apóstoles, anunciar a Cristo comunicándo su mensaje con la
palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar que viva, y de diferente
maneras.
Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer
caso a Jesús dejando nuestra vida antigua
de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las
buenas obras y al apostolado.
Dios nuestro, que nos llenas de santa alegría con la
solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, haz que tu
Iglesia se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de estos
apóstoles, de quienes recibió el primer anuncio de la fe.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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Con cariño, Betty