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Santiago Guijarro Oporto - El sacerdote, servidor de la Palabra

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Santiago Guijarro Oporto - El sacerdote, servidor de la Palabra.

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    El sacerdote, servidor de la Palabra Santiago Guijarro Oporto

    [Notas de la intervencin oral y materiales entregados a los participantes en las Jornadas de Delegados-Vicarios para el Clero celebradas en Pozuelo de Alarcn los das 30-31 de Junio de 2011. Para uso privado]

    [NOTAS DE LA INTERVENCIN ORAL] 1. El sacerdote, servidor de la Palabra, en Verbum Domini

    El motivo y el marco de nuestras reflexiones es la exhortacin postsinodal Ver-bum Domini. Por eso, comienzo evocando lo que se dice en ella acerca del sacer-dote como servidor de la Palabra (V.D. 80 y 94).

    a) La exhortacin se refiere al lugar de la Palabra de Dios en la Iglesia. Su orientacin es, por tanto general. Sin embargo, en dos lugares se habla del servicio especfico que le corresponde al sacerdote en este ministerio.

    b) En el n 80, citando un prrafo de PDV, recuerda el dato fundamental de que el sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios. Su ministerio consiste en anunciar a todos el evangelio y en conducir a los creyentes a un conocimiento cada vez ms profundo del misterio de Dios [Leer]. Para ello, el sacerdote debe cultivar una gran familiaridad con la PD y dejarse pe-netrar a fondo por ella, de tal forma que manifieste esa Palabra tambin con su vida.

    c) En el n 94, donde comienza subrayando que la misin de anunciar la PD corresponde a todos los creyentes, aunque cada uno est llamado a dar de ella un testimonio especfico. En este contexto, los obispos y sacerdotes por su propia misin, son los primeros llamados a una vida dedicada al servicio de la Palabra, a anunciar el Evangelio, a celebrar los sacramentos y a formar a los fieles en el conocimiento autntico de las Escrituras. El servicio de la Palabra se especifica en tres funciones: anunciar, celebrar y formar.

    d) Estos pasajes ofrecen dos claves. La primera es la centralidad el ministerio de la Palabra en la vida del sacerdote (recordemos la escena de Hch 6,1-6: nosotros nos dedicaremos a la oracin y al ministerio de la palabra). La segunda son las tareas especficas que le corresponden al sacerdote por su propia misin: anunciar, celebrar y formar.

    2. Lectura de Verbum Domini desde esta clave

    Desde estas claves se pueden releer la segunda y la tercera parte del documen-to. En la segunda (Verbum in ecclesia) habla de la Palabra en la celebracin y en la vida eclesial (celebrar y formar). En la tercera (Verbum mundo) del anuncio de la Palabra.

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    a) La Palabra en la celebracin. Es significativo que la exposicin comience precisando el lugar de la Palabra en la celebracin: es en ella donde la Pala-bra se hace viva al ser acogida por la asamblea reunida en el nombre del Se-or; desde ella fluye esta Palabra acogida en la fe. De entre las tareas espec-ficas del sacerdote, se subraya aqu la homila, cuyo cometido es facilitar la comprensin y la acogida de la PD.

    b) La Palabra en la formacin. El snodo ha integrado una perspectiva que haban venido madurando en los ltimos aos: animacin bblica de toda la pastoral. Supone una nueva fase en el proceso de incorporar la PD a la vida de la iglesia: movimiento bblico pastoral bblica animacin bblica de toda la pastoral. Consecuentemente, se insiste en la inspiracin bblica de la catequesis y en la necesidad de que todos los cristianos reciban una for-macin bblica.

    c) La Palabra en el anuncio. Este anuncio es una necesidad que nace de la natu-raleza misma de la fe. El anuncio est inscrito en la misma dinmica de la revelacin de Dios. Al comienzo de esta tercera parte se pone como modelo a las primeras comunidades cristianas y, ms en concreto, a San Pablo, cuya tarea evangelizadora conocemos mejor.

    3. El ejemplo de San Pablo y sus colaboradores

    El documento no se detiene en lo que significa para los sacerdotes ser servido-res de la Palabra. Si queremos profundizar en este aspecto, podemos acercar-nos a las experiencias que se han conservado en la misma Palabra de Dios. Co-mo se dice al comienzo de la tercera parte de la exhortacin, los escritos del Nuevo Testamento hablan de cmo anunciaron el evangelio los primeros cris-tianos y, sobre todo, contienen el testimonio de San Pablo. Propongo que nos centremos en un pasaje de la Segunda carta a los corintios, que es, probable-mente, la primera reflexin extensa sobre el ministerio (tomo para ello como referencia mi reciente libro: Servidores de Dios y esclavos vuestros: la primera re-flexin cristiana sobre el ministerio, Salamanca 2011).

    a) El testimonio de esta vivencia se encuentra en las cartas que escribi a las diversas comunidades cristianas. La Iglesia las conserv y la incorpor al canon de sus escrituras, porque las vivencias y reflexiones contenidas en ellas se consideraron una referencia para las generaciones venideras.

    b) En sus cartas, adems de referencias espordicas a la vivencia del ministerio, encontramos dos reflexiones ms amplias. Ambas se encuentran ahora en la Segunda carta a los corintios, pero es muy posible que fueran dos cartas in-dependientes, que revelan su intensa relacin con aquella comunidad. De las dos, la primera (2 Cor 2,14 7,4) tiene un carcter ms reflexivo, y la se-gunda (2 Cor 1013) un tono ms apologtico. Parece que estas dos cartas responden a dos fases de una misma situacin, en la que el ministerio de Pablo haba sido cuestionado. Propongo que nos centremos en la primera, a la que podemos llamar, con razn, la primera carta sobre el ministerio. Es

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    anterior a la segunda y fue escrita cuando an Pablo no tena muchos deta-lles sobre la situacin creada en Corinto.

    c) La situacin. Parece que unos misioneros judeocristianos haban criticado a Pablo por su forma de ejercer el ministerio y haban causado un gran impac-to entre los corintios. Pertenecan a una misin organizada (cartas de reco-mendacin), alardeaban de poseer dones espirituales y de tener presencia f-sica, y aceptaban un pago por sus servicios. Su estilo era muy parecido al de otros mediadores religiosos y los corintios los aceptaron de buen grado por-que este estilo encajaba mejor en su contexto (ciudad joven y floreciente). Le acusan a Pablo de no tener avales, de carecer de elocuencia y de presencia f-sica y de no poder aducir experiencias religiosas extraordinarias.

    d) Remitentes y destinatarios. Llama la atencin el abundante uso del noso-tros (ms que en otras). A veces se refiere a los creyentes, otras veces es un plural de autor, pero tambin se refiere a la fraternidad apostlica (Timoteo, Tito, Silvano y otros). En la composicin y envo de las cartas participaban varias personas. El ministerio aparece as, desde el principio, como un don y una tarea compartidos.

    e) Disposicin. Comienza con una accin de gracias y termina con una exhor-tacin. Dentro del cuerpo de la carta se pueden distinguir tres partes: la primera tiene un tono ms polmico y en ella Pablo responde a algunas de las acusaciones que haban hecho contra l, poniendo de manifiesto la gran-deza del ministerio de la nueva alianza; la segunda es ms reflexiva y se cen-tra en la debilidad de los ministros; la tercera vuelve sobre el ministerio en un tono ms expositivo.

    4. El ministerio como servicio

    En sus cartas, Pablo se presenta a s mismo como apstol. En esta primera reflexin sobre el ministerio, sin embargo, no usa nunca este ttulo. Siempre que habla de su ministerio lo hace utilizando el verbo servir (diakono) o el sustan-tivo servidor (dikonos). Entre los primeros cristianos, este vocabulario evoca-ba el ministerio de Jess (ho diakonn), que haba venido a servir. La insistencia de Pablo en esta forma de hablar del ministerio revela la intencin de vivir su ministerio en continuidad con el de Jess.

    a) En sus cartas, Pablo se presenta a s mismo como apstol. En la tradicin cristiana es conocido incluso como el apstol. Este ttulo era expresin de la vocacin que haba recibido de Dios y le capacitaba para ejercer el minis-terio que le haba sido encomendado.

    b) En la carta sobre el ministerio, sin embargo, no usa nunca este ttulo. Siem-pre que habla de su ministerio lo hace utilizando el verbo diakono o el sus-tantivo dikonos. En la literatura griega, estos trminos se usan para designar diversos tipos de servicios, comenzando por el servicio a la mesa. En el cris-tianismo, el referente fundamental de este verbo eran las palabras de Jess, que haba designado con l su propia misin (Lc 23,27: yo estoy en medio

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    de vosotros como el que sirve; Mc 10,45: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir). En sus enseanzas a los Doce, Jess les haba exhortado tambin a hacerse servidores de todos (Mc 9,35; 10,43).

    c) El hecho de que Pablo utilice en la CM el vocabulario del servicio expresa una intencin muy precisa: mostrar que su forma de entender y vivir el mi-nisterio (la suya y la de sus colaboradores) est en continuidad con la de Je-ss. Frente a los misioneros judeocristianos que encarnaban una vivencia del ministerio ms acorde con los criterios del entorno, ellos trataban de vivirlo segn el estilo de Jess.

    5. En unin con Cristo, al servicio de la obra de Dios

    En coherencia con la comprensin que Pablo tiene del ministerio como conti-nuacin del servicio de Jess, ste queda delimitado por dos relaciones bsicas. En primer lugar, la relacin con Jess: un ministerio as solo se puede vivir en profunda unin con l. En segundo lugar, la relacin con Dios Padre, pues el ministerio est al servicio de la nueva alianza que ha establecido con los hom-bres al reconciliarlos consigo.

    a) La unin con Cristo (vivir en Cristo) requiere, ante todo, un conocimien-to. Pablo haba experimentado una evolucin en este sentido y haba llegado a conocer a Cristo en profundidad (2 Cor 5, 16-17). En otros pasajes de sus cartas habla tambin de este conocimiento (Flp 3, 8-11). Para l, conocer a Cristo supona asumir su cruz: al conocimiento segn la carne se opone un conocimiento segn la cruz. Hay un proceso de maduracin: lo que oy como fariseo, lo que se le revel en el camino de Damasco, lo que des-cubri en su servicio a las comunidades. Pablo qued cautivado y transfor-mado por este descubrimiento (2 Cor 5, 14-15): la pasin y muerte de Jess son la referencia fundamental de su ministerio.

    b) Los que viven en Cristo son creaturas nuevas. Ellos se designaban a s mismos los que viven. Son los que han hecho la travesa vital del encuen-tro con Cristo y han quedado transformados. Cautivados por la entrega de Jess, ellos no pueden vivir ya para s mismos, sino que viven para los de-ms, como l. La vida en Cristo es una desapropiacin de s mismos (el que pierda su vida por m, la encontrar).

    c) Aunque la unin con Cristo es fundamental, el origen del ministerio se en-cuentra en Dios: l es quien ha capacitado a Pablo y quien les ha encomen-dado a l y a los dems el ministerio. La obra de Dios se describe en la carta con dos metforas: la de la nueva alianza y la de la reconciliacin. Al servi-cio de esta obra estn los ministros.

    d) Ministros de una nueva alianza (2 Cor 3, 5-6). Se alude aqu a la esperanza de que Dios renovar la alianza con su pueblo hacindola ms interior (Jer 31; Ez). Los primeros cristianos descubrieron que esa nueva alianza haba sido sellada con la sangre de Cristo y lo recordaban cada vez que celebraban la Eucarista: Este es el cliz de la nueva alianza en mi sangre (1 Cor 11,

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    25). Pablo y sus colaboradores estaban al servicio de este nuevo pacto que Dios haba hecho con la humanidad. De la novedad de esta alianza brotaba la novedad de su ministerio.

    e) Ministros de la reconciliacin (2 Cor 5, 18-20). Este trmino pertenece al vo-cabulario diplomtico, que era propio de los tratados de amistad. Pablo lo usa en sentido religioso, dndole un nuevo significado: quien ha iniciado el proceso de reconciliacin no ha sido la parte ofensora, sino la ofendida. De-trs se encuentra su propia experiencia de haber sido perdonado por Dios y una reflexin basada en Is 40-66 sobre la forma de actuar de Dios. Al servicio de esta obra de reconciliacin est el ministerio y por eso lo llama ministe-rio de la reconciliacin.

    6. Servidores de la Palabra

    En la carta sobre el ministerio, sobre todo en la primera parte (2 Cor 1,16b 4,6), se menciona expresamente el ministerio de la Palabra y se establece un contras-te entre dos formas de ejercerlo. Podemos encontrar aqu algunos rasgos carac-tersticos del servicio a la Palabra, tal como lo vivieron San Pablo y sus colabo-radores: el mensaje que anunciaban, la actitud con que realizaban este servicio y la implicacin personal que caracterizaba su vivencia del ministerio.

    a) Despus del saludo inicial (2 Cor 2,14-16a), comienza el cuerpo de la carta, cuya primera parte tiene un tono apologtico: Pablo se est defendiendo de las acusaciones que han hecho sobre l. Esta primera parte tiene la forma de un trptico, porque en el argumento principal se introduce una digresin pa-ra explicar la diferencia entre el ministerio de la antigua alianza y el de la nueva. Dejamos a un lado ahora la digresin y nos centramos en la argu-mentacin principal que es donde estn las alusiones al ministerio de la pa-labra (leer: 2 Cor 2,16b 3,6 + 4,1-6).

    b) En estos versculos se descubre, en primer lugar, cul es el contenido de la palabra a cuyo servicio estn Pablo y sus colaboradores. Se trata, ante to-do, de la Palabra de Dios (2 Cor 2,17; 3,2). Pablo quiere subrayar que su predicacin est al servicio de una Palabra que no es suya, por eso no es tan importante si su palabra es o no elocuente. El mensaje contenido en ella es nuestro evangelio, es decir, la buena noticia que predicaban, cuyo conte-nido explicita Pablo en 1 Cor 15,3-5 (la muerte y resurreccin de Jesucristo); es el evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios (2 Cor 4,4). Lo que ellos anuncian, por tanto, es que Jess, el Mesas, es Seor. Los haban acusado de anunciarse a ellos mismos. Por eso tiene que aclarar que el con-tenido de su anuncio es otro muy distinto (irnicamente concede: a noso-tros, en todo caso, como esclavos vuestros por Jess (2 Cor 4,5). El testimo-nio unnime de las cartas de Pablo y de todo el NT es que los primeros cris-tianos anunciaban este mismo mensaje. Este es tambin el contenido de la palabra que nosotros debemos anunciar. Obviamente, esto solo es posible si antes nosotros hemos sido oyentes de la Palabra y hemos interiorizado su mensaje (2 Cor 4,6: Dios ha iluminado nuestros corazones.).

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    c) Ahora bien, esta palabra no puede anunciarse de cualquier forma. En estos versculos se contrastan tambin dos formas de ejercer el servicio de la Pala-bra. En 2 Cor 2,17 se contrapone a los que andan traficando con ella (kape-leuontes: un trmino que se utilizaba para hablar de los predicadores ambu-lantes) y los que, unidos a Cristo, hablan con rectitud, es decir, en presencia de Dios y de parte de l. En 2 Cor 4,2 se contraponen dos actitudes simila-res: la de los que falsifican la Palabra de Dios (dolountes) y los que hablan abiertamente delante de Dios. La apertura y transparencia (parresa) es la ac-titud de quien sabe que la Palabra que anuncia no es suya, sino de Dios. Su principal preocupacin no es el juicio que los hombres puedan hacer de su ministerio, sino el haber sido capaz de transparentar lo que Dios quiere decir por medio de l. Por eso, si su mensaje est cubierto por un velo para algu-nos, es porque el dios de este mundo los ha cegado para que no puedan reconocer el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo. Estos pasajes describen la actitud fundamental del servidor de la Palabra.

    d) Hay todava un tercer aspecto que me gustara resaltar. Se refiere al ejercicio del ministerio en general, pero tiene una relacin directa con el servicio a la Palabra. Despus de ensalzar la grandeza del ministerio de la nueva alianza, cae en la cuenta de la debilidad de los ministros: llevan un tesoro en vasijas de barro (2 Cor 4, 7-12 ). Esta expresin no se refiere a la cualidad moral, si-no a la debilidad propia de la condicin de creaturas, como se ve en lo que sigue. Pablo interpreta esta experiencia de la debilidad y el deterioro fsico como una participacin en la pascua de Jess: llevamos en nuestro cuerpo el morir de Jess (2 Cor 4, 10-12; Gl 6, 17: los estigmas de Jess). Es una vi-sin de fe, que es capaz de percibir una renovacin interior al mismo tiempo que el deterioro exterior. En toda esta reflexin, Pablo da una gran impor-tancia a la corporeidad: el cuerpo de los ministros es el lugar en que se hace presente la pascua de Jess: no slo su muerte, sino tambin la nueva vida que brota de ella. El ministerio de la palabra no consiste slo en anunciar un mensaje. Para que dicho anuncio se haga vida en los destinatarios, los minis-tros deben identificarse con Jess en el misterio de su cruz. Por eso, en el Ri-tual de ordenacin de los presbteros se dice: considera lo que realizas, imi-ta lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Se-or).

    7. El sacerdote, servidor de la Palabra hoy

    Desde estas reflexiones, podemos volver sobre lo que dice Verbum Domini acer-ca del sacerdote como ministro de la Palabra. Segn PDV es, ante todo, minis-tro de la Palabra, testigo del evangelio, que anuncia y encarna en su vida la Palabra. Por su propia misin, los sacerdotes son los primeros llamados a una vida dedicada al servicio de la Palabra (V.D. 80; 94). Recuperar con toda su riqueza esta dimensin del ministerio de los presbteros me parece fundamental para la vivencia del ministerio hoy. Por eso os invito a que reflexionemos sobre algunas cuestiones que definen este ministerio.

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    a) Cules son los rasgos con los que podramos caracterizar hoy el servicio a la Palabra de Dios? Cmo ser hoy servidores de la Palabra?

    b) La Palabra a la que servimos es el evangelio de la gloria de Cristo Cmo hacer presente este mensaje en los diversos mbitos de nuestra actividad pastoral: la celebracin, la enseanza y el anuncio?

    c) El servicio de la Palabra no consiste slo en proclamar un mensaje, sino que ese mensaje debe encarnarse tambin en la vida:L En qu aspectos se da un divorcio entre lo que anunciamos y lo que vivimos los sacerdotes? Cmo afecta esto a la eficacia de nuestro ministerio?

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    [TEXTOS RELEVANTES DE VERBUM DOMINI]

    EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

    [Palabra de Dios y ministros ordenados]

    78. Dirigindome ahora en primer lugar a los ministros ordenados de la Iglesia, les re-cuerdo lo que el Snodo ha afirmado: La Palabra de Dios es indispensable para formar el corazn de un buen pastor, ministro de la Palabra. Los obispos, presbteros y di-conos no pueden pensar de ningn modo en vivir su vocacin y misin sin un com-promiso decidido y renovado de santificacin, que tiene en el contacto con la Biblia uno de sus pilares.

    80. Respecto a los sacerdotes, quisiera tambin remitirme a las palabras del Papa Juan Pablo II, el cual, en la Exhortacin apostlica postsinodal Pastores dabo vobis, ha recor-dado que el sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios; es el ungido y en-viado para anunciar a todos el Evangelio del Reino, llamando a cada hombre a la obe-diencia de la fe y conduciendo a los creyentes a un conocimiento y comunin cada vez ms profundos del misterio de Dios, revelado y comunicado a nosotros en Cristo. Por eso, el sacerdote mismo debe ser el primero en cultivar una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingstico o exegtico, que es tambin necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazn dcil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de s una mentalidad nueva: la mente de Cristo (1 Co 2,16). Consiguientemente, sus pa-labras, sus decisiones y sus actitudes han de ser cada vez ms una trasparencia, un anuncio y un testimonio del Evangelio; solamente permaneciendo en la Palabra, el sacerdote ser perfecto discpulo del Seor; conocer la verdad y ser verdaderamente libre.

    En definitiva, la llamada al sacerdocio requiere ser consagrados en la verdad. Jess mismo formula esta exigencia respecto a sus discpulos: Santifcalos en la verdad. Tu Palabra es verdad. Como t me enviaste al mundo, as los envo yo tambin al mundo (Jn 17,17-18). Los discpulos son en cierto sentido sumergidos en lo ntimo de Dios mediante su inmersin en la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es, por decirlo as, el bao que los purifica, el poder creador que los transforma en el ser de Dios. Y, puesto que Cristo mismo es la Palabra de Dios hecha carne (Jn1,14), es la Verdad (Jn14,6), la plegaria de Jess al Padre, santifcalos en la verdad, quiere decir en el sentido ms profundo: Hazlos una sola cosa conmigo, Cristo. Sujtalos a m. Ponlos dentro de m. Y, en efecto, en ltimo trmino hay un nico sacerdote de la Nueva Alianza, Jesucristo mismo. Es necesario, por tanto, que los sacerdotes renueven cada vez ms profunda-mente la conciencia de esta realidad.

    [Todos los bautizados responsables del anuncio]

    94. Puesto que todo el Pueblo de Dios es un pueblo enviado, el Snodo ha reiterado que la misin de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discpulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo. Ningn creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comu-nidad, asociacin y movimiento eclesial. La Iglesia, como misterio de comunin, es toda ella misionera y, cada uno en su propio estado de vida, est llamado a dar una contribucin incisiva al anuncio cristiano.

    Los Obispos y sacerdotes, por su propia misin, son los primeros llamados a una vida dedicada al servicio de la Palabra, a anunciar el Evangelio, a celebrar los sacramentos y a formar a los fieles en el conocimiento autntico de las Escrituras. Tambin los dico-

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    nos han de sentirse llamados a colaborar, segn su misin, en este compromiso de evangelizacin.

    2. EL SERVICIO DE LA PALABRA EN LA LITURGIA

    [La Palabra de Dios en la sagrada liturgia]

    52. Al considerar la Iglesia como casa de la Palabra, se ha de prestar atencin ante todo a la sagrada liturgia. En efecto, este es el mbito privilegiado en el que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde. Todo acto litr-gico est por su naturaleza empapado de la Sagrada Escritura. Como afirma la Consti-tucin Sacrosanctum Concilium, la importancia de la Sagrada Escritura en la liturgia es mxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que se explican en la homila, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones y cantos litrgicos estn impregnados de su aliento y su inspiracin; de ella reciben su significado las acciones y los signos. Ms an, hay que decir que Cristo mismo est presente en su palabra, pues es l mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Por tanto, la celebracin litrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposicin de esta Palabra de Dios. As, la Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres. En efecto, la Iglesia siempre ha sido consciente de que, en el acto litrgico, la Palabra de Dios va acompaada por la ntima accin del Espritu Santo, que la hace operante en el corazn de los fieles. En realidad, gracias precisamente al Parclito, la Palabra de Dios se convierte en fundamento de la accin litrgica, norma y ayuda de toda la vida. Por consiguiente, la accin del Espri-tu... va recordando, en el corazn de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamacin de la Palabra de Dios, son ledas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multi-plicidad de actuaciones.

    As pues, es necesario entender y vivir el valor esencial de la accin litrgica para com-prender la Palabra de Dios. En cierto sentido, la hermenutica de la fe respecto a la Sagrada Escritura debe tener siempre como punto de referencia la liturgia, en la que se celebra la Palabra de Dios como palabra actual y viva: En la liturgia, la Iglesia sigue fielmente el mismo sistema que us Cristo con la lectura e interpretacin de las Sagra-das Escrituras, puesto que l exhorta a profundizar el conjunto de las Escrituras par-tiendo del hoy de su acontecimiento personal.

    Aqu se muestra tambin la sabia pedagoga de la Iglesia, que proclama y escucha la Sagrada Escritura siguiendo el ritmo del ao litrgico. Este despliegue de la Palabra de Dios en el tiempo se produce particularmente en la celebracin eucarstica y en la Li-turgia de las Horas. En el centro de todo resplandece el misterio pascual, al que se re-fieren todos los misterios de Cristo y de la historia de la salvacin, que se actualizan sacramentalmente: La santa Madre Iglesia..., al conmemorar as los misterios de la redencin, abre la riqueza de las virtudes y de los mritos de su Seor, de modo que se los hace presentes en cierto modo a los fieles durante todo tiempo para que los alcan-cen y se llenen de la gracia de la salvacin. Exhorto, pues, a los Pastores de la Iglesia y a los agentes de pastoral a esforzarse en educar a todos los fieles a gustar el sentido profundo de la Palabra de Dios que se despliega en la liturgia a lo largo del ao, mos-trando los misterios fundamentales de nuestra fe. El acercamiento apropiado a la Sa-grada Escritura depende tambin de esto.

    [Importancia de la homila]

    59. Hay tambin diferentes oficios y funciones que corresponden a cada uno, en lo que atae a la Palabra de Dios; segn esto, los fieles escuchan y meditan la palabra, y la

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    explican nicamente aquellos a quienes se encomienda este ministerio, es decir, obis-pos, presbteros y diconos. Por ello, se entiende la atencin que se ha dado en el Sno-do al tema de la homila. Ya en la Exhortacin apostlica postsinodal Sacramentum caritatis, record que la necesidad de mejorar la calidad de la homila est en relacin con la importancia de la Palabra de Dios. En efecto, sta es parte de la accin litrgi-ca; tiene el cometido de favorecer una mejor comprensin y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles. La homila constituye una actualizacin del mensaje b-blico, de modo que se lleve a los fieles a descubrir la presencia y la eficacia de la Pala-bra de Dios en el hoy de la propia vida. Debe apuntar a la comprensin del misterio que se celebra, invitar a la misin, disponiendo la asamblea a la profesin de fe, a la oracin universal y a la liturgia eucarstica. Por consiguiente, quienes por ministerio especfico estn encargados de la predicacin han de tomarse muy en serio esta tarea. Se han de evitar homilas genricas y abstractas, que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, as como intiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atencin ms sobre el predicador que sobre el corazn del mensaje evanglico. Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el cen-tro de toda homila. Por eso se requiere que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se preparen para la homila con la meditacin y la oracin, para que prediquen con conviccin y pasin. La Asamblea sinodal ha exhor-tado a que se tengan presentes las siguientes preguntas: Qu dicen las lecturas pro-clamadas? Qu me dicen a m personalmente? Qu debo decir a la comunidad, te-niendo en cuenta su situacin concreta?. El predicador tiene que ser el primero en dejarse interpelar por la Palabra de Dios que anuncia, porque, como dice san Agustn: Pierde tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior. Cudese con especial atencin la homila dominical y en la de las so-lemnidades; pero no se deje de ofrecer tambin, cuando sea posible, breves reflexiones apropiadas a la situacin durante la semana en las misas cum populo, para ayudar a los fieles a acoger y hacer fructfera la Palabra escuchada.

    [Oportunidad de un Directorio homiltico]

    60. Predicar de modo apropiado atenindose al Leccionario es realmente un arte en el que hay que ejercitarse. Por tanto, en continuidad con lo requerido en el Snodo ante-rior, pido a las autoridades competentes que, en relacin al Compendio eucarstico, se piense tambin en instrumentos y subsidios adecuados para ayudar a los ministros a desempear del mejor modo su tarea, como, por ejemplo, con un Directorio sobre la homila, de manera que los predicadores puedan encontrar en l una ayuda til para prepararse en el ejercicio del ministerio. Como nos recuerda san Jernimo, la predica-cin se ha de acompaar con el testimonio de la propia vida: Que tus actos no des-mientan tus palabras, para que no suceda que, cuando t predicas en la iglesia, alguien comente en sus adentros: Por qu, entonces, precisamente t no te comportas as?... En el sacerdote de Cristo la mente y la palabra han de ser concordes.

    3. EL SERVICIO DE LA PALABRA EN LA FORMACIN

    [La animacin bblica de la pastoral]

    73. En este sentido, el Snodo ha invitado a un particular esfuerzo pastoral para resaltar el puesto central de la Palabra de Dios en la vida eclesial, recomendando incrementar la pastoral bblica, no en yuxtaposicin con otras formas de pastoral, sino como ani-macin bblica de toda la pastoral. No se trata, pues, de aadir algn encuentro en la parroquia o la dicesis, sino de lograr que las actividades habituales de las comunida-des cristianas, las parroquias, las asociaciones y los movimientos, se interesen realmen-te por el encuentro personal con Cristo que se comunica en su Palabra. As, puesto que la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo, la animacin bblica de toda la

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    pastoral ordinaria y extraordinaria llevar a un mayor conocimiento de la persona de Cristo, revelador del Padre y plenitud de la revelacin divina.

    Por tanto, exhorto a los pastores y fieles a tener en cuenta la importancia de esta ani-macin: ser tambin el mejor modo para afrontar algunos problemas pastorales pues-tos de relieve durante la Asamblea sinodal, y vinculados, por ejemplo, a la prolifera-cin de sectas que difunden una lectura distorsionada e instrumental de la Sagrada Escritura. All donde no se forma a los fieles en un conocimiento de la Biblia segn la fe de la Iglesia, en el marco de su Tradicin viva, se deja de hecho un vaco pastoral, en el que realidades como las sectas pueden encontrar terreno donde echar races. Por eso, es tambin necesario dotar de una preparacin adecuada a los sacerdotes y laicos para que puedan instruir al Pueblo de Dios en el conocimiento autntico de las Escrituras.

    Adems, como se ha subrayado durante los trabajos sinodales, conviene que en la acti-vidad pastoral se favorezca tambin la difusin de pequeas comunidades, formadas por familias o radicadas en las parroquias o vinculadas a diversos movimientos eclesia-les y nuevas comunidades, en las cuales se promueva la formacin, la oracin y el conocimiento de la Biblia segn la fe de la Iglesia.

    [Dimensin bblica de la catequesis]

    74. Un momento importante de la animacin pastoral de la Iglesia en el que se puede redescubrir adecuadamente el puesto central de la Palabra de Dios es la catequesis, que, en sus diversas formas y fases, ha de acompaar siempre al Pueblo de Dios. El encuentro de los discpulos de Emas con Jess, descrito por el evangelista Lucas (cf. Lc 24,13-35), representa en cierto sentido el modelo de una catequesis en cuyo centro est la explicacin de las Escrituras, que slo Cristo es capaz de dar (cf. Lc 24,27-28), mostrando en s mismo su cumplimiento. De este modo, renace la esperanza ms fuer-te que cualquier fracaso, y hace de aquellos discpulos testigos convencidos y crebles del Resucitado.

    En el Directorio general para la catequesis encontramos indicaciones vlidas para ani-mar bblicamente la catequesis, y a ellas me remito. En esta circunstancia, deseo sobre todo subrayar que la catequesis ha de estar totalmente impregnada por el pensamien-to, el espritu y las actitudes bblicas y evanglicas, a travs de un contacto asiduo con los mismos textos; y recordar tambin que la catequesis ser tanto ms rica y eficaz cuanto ms lea los textos con la inteligencia y el corazn de la Iglesia, y cuanto ms se inspire en la reflexin y en la vida bimilenaria de la Iglesia. Se ha de fomentar, pues, el conocimiento de las figuras, de los hechos y las expresiones fundamentales del texto sagrado; para ello, puede ayudar tambin una inteligente memorizacin de algunos pasajes bblicos particularmente elocuentes de los misterios cristianos. La actividad catequtica comporta un acercamiento a las Escrituras en la fe y en la Tradicin de la Iglesia, de modo que se perciban esas palabras como vivas, al igual que Cristo est vivo hoy donde dos o tres se renen en su nombre (cf. Mt 18,20). Adems, debe comunicar de manera vital la historia de la salvacin y los contenidos de la fe de la Iglesia, para que todo fiel reconozca que tambin su existencia personal pertenece a esta misma his-toria.

    En esta perspectiva, es importante subrayar la relacin entre la Sagrada Escritura y el Catecismo de la Iglesia Catlica, como dice el Directorio general para la catequesis: La Sagrada Escritura, como Palabra de Dios escrita bajo la inspiracin del Espritu Santo y el Catecismo de la Iglesia Catlica, como expresin relevante actual de la Tradicin viva de la Iglesia y norma segura para la enseanza de la fe, estn llamados, cada uno a su modo y segn su especfica autoridad, a fecundar la catequesis en la Iglesia contem-pornea.

    [Formacin bblica de los cristianos]

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    75. Para alcanzar el objetivo deseado por el Snodo de que toda la pastoral tenga un mayor carcter bblico, es necesario que los cristianos, y en particular los catequistas, tengan una adecuada formacin. A este respecto, se ha de prestar atencin al apostola-do bblico, un mtodo muy vlido para esta finalidad, como demuestra la experiencia eclesial. Los Padres sinodales, adems, han recomendado que, potenciando en lo posi-ble las estructuras acadmicas ya existentes, se establezcan centros de formacin para laicos y misioneros, en los que se aprenda a comprender, vivir y anunciar la Palabra de Dios y, donde sea necesario, se creen institutos especializados con el fin de que los exegetas tengan una slida comprensin teolgica y una adecuada sensibilidad para los contextos de su misin.

    4. EL SERVICIO DE LA PALABRA EN EL ANUNCIO

    [De la Palabra de Dios surge la misin de la Iglesia]

    92. El Snodo de los Obispos ha reiterado con insistencia la necesidad de fortalecer en la Iglesia la conciencia misionera que el Pueblo de Dios ha tenido desde su origen. Los primeros cristianos han considerado el anuncio misionero como una necesidad prove-niente de la naturaleza misma de la fe: el Dios en que crean era el Dios de todos, el Dios uno y verdadero que se haba manifestado en la historia de Israel y, de manera definitiva, en su Hijo, dando as la respuesta que todos los hombres esperan en lo ms ntimo de su corazn. Las primeras comunidades cristianas sentan que su fe no perte-neca a una costumbre cultural particular, que es diferente en cada pueblo, sino al m-bito de la verdad que concierne por igual a todos los hombres.

    Es de nuevo san Pablo quien, con su vida, nos aclara el sentido de la misin cristiana y su genuina universalidad. Pensemos en el episodio del Arepago de Atenas narrado por los Hechos de los Apstoles (cf. 17,16-34). En efecto, el Apstol de las gentes entra en dilogo con hombres de culturas diferentes, consciente de que el misterio de Dios, conocido o desconocido, que todo hombre percibe aunque sea de manera confusa, se ha revelado realmente en la historia: Eso que adoris sin conocerlo, os lo anuncio yo (Hch 17,23). En efecto, la novedad del anuncio cristiano es la posibilidad de decir a todos los pueblos: l se ha revelado. l personalmente. Y ahora est abierto el camino hacia l. La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un hecho: l se ha revelado.

    [Palabra y Reino de Dios]

    93. Por lo tanto, la misin de la Iglesia no puede ser considerada como algo facultativo o adicional de la vida eclesial. Se trata de dejar que el Espritu Santo nos asimile a Cris-to mismo, participando as en su misma misin: Como el Padre me ha enviado, as tambin os envo yo (Jn 20,21), para comunicar la Palabra con toda la vida. Es la Pala-bra misma la que nos lleva hacia los hermanos; es la Palabra que ilumina, purifica, convierte. Nosotros no somos ms que servidores.

    Es necesario, pues, redescubrir cada vez ms la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo. Renovamos en este sentido la conciencia, tan familiar a los Padres de la Iglesia, de que el anuncio de la Palabra tiene como contenido el Reino de Dios (cf. Mc 1,14-15), que es la persona mis-ma de Jess (la Autobasileia), como recuerda sugestivamente Orgenes. El Seor ofrece la salvacin a los hombres de toda poca. Todos nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los mbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social. No se trata de anunciar una palabra slo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversin, que hace accesible el encuentro con l, por el cual florece una humanidad nueva.

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    [LA CARTA SOBRE EL MINISTERIO APOSTLICO (2 Cor 2, 14 7, 4)]

    2 14 Gracias sean dadas a Dios, que nos incorpora constantemente en Cristo a su cortejo victorioso y a travs de nosotros esparce en todo lugar la fragancia de su conocimiento. 15 Porque nosotros somos buen olor de Cristo ofrecido a Dios, tanto entre los que se salvan, como entre los que se pierden: 16 para unos, olor de muerte que lleva a la muer-te; para otros, olor de vida que lleva a la vida.

    Pero quin est capacitado para esto? 17 Porque nosotros no somos como la mayora que anda traficando con la palabra de Dios, sino que, unidos a Cristo, hablamos con rectitud, es decir, de parte de Dios y delante de l.

    3 1Estamos comenzando de nuevo a recomendarnos a nosotros mismos? Acaso nece-sitamos, como algunos, cartas de recomendacin para vosotros, o recibirlas de voso-tros? Nuestra carta de recomendacin sois vosotros: una carta escrita en nuestro cora-zn, que es conocida y leda por todos los hombres. 3 A la vista est que sois una carta de Cristo redactada por nosotros y escrita no con tinta, sino con el Espritu de Dios vi-vo; no en losas de piedra, sino en las losas de un corazn de carne. 4 Esta confianza que tenemos en Dios se la debemos a Cristo. 5 Nosotros no estamos capacitados para atri-buirnos nada a nosotros mismos. Nuestra capacidad nos viene de Dios, 6 que nos ha capacitado para ser ministros de una nueva alianza, basada no en la letra, sino en el Espritu; porque la letra mata, mientras que el Espritu da vida.

    7 Ahora bien, si el ministerio de muerte grabado con letras sobre piedras se manifest con tal gloria que los israelitas no podan mirar fijamente el rostro de Moiss a causa de su resplandor pasajero, 8 cunto ms glorioso ser el ministerio del Espritu! 9 Pues, si el ministerio de condenacin estuvo rodeado de gloria, mucho ms lo estar el ministe-rio de salvacin. 10 Y as, lo que fue glorioso en otro tiempo, ha dejado de serlo a causa de esta gloria incomparable. 11 Porque si lo pasajero fue glorioso, mucho ms glorioso ser lo permanente.

    12 Con una esperanza as, actuamos con plena transparencia, 13 y no como Moiss, que se cubra el rostro con un velo para que los israelitas no vieran el fin de lo que era pasa-jero. 14 A pesar de ello, sus mentes se embotaron y hasta el da de hoy, cuando leen las Escrituras de la antigua alianza, permanece sin descorrer aquel mismo velo que ha desaparecido con Cristo. 15 Hasta el da de hoy, en efecto, siempre que leen a Moiss permanece el velo sobre sus corazones; 16 slo cuando se conviertan al Seor, desapare-cer el velo. 17 Porque el Seor es el Espritu y donde est el Espritu del Seor hay li-bertad. 18 Por nuestra parte, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Seor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez ms glorio-sa, como corresponde a la accin del Espritu del Seor.

    4 1 Por eso, habiendo recibido este ministerio que Dios nos ha confiado en su miseri-cordia, no nos desanimamos. 2 Al contrario, evitamos los silencios vergonzosos y no procedemos con astucia ni falsificamos la palabra de Dios, sino que, proclamando abiertamente la verdad, nos recomendamos a nosotros mismos ante cualquiera en pre-sencia de Dios. 3 Y si el evangelio que anunciamos est todava cubierto por un velo, lo est para los que se pierden, 4 para esos incrdulos cuyas inteligencias ceg el dios de este mundo para que no vean brillar el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios. 5 Porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucris-to, el Seor; a nosotros, en todo caso, como siervos vuestros por causa de Jess. 6 Pues

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    Dios que dijo: En medio de las tinieblas brillar una luz, es el que ha iluminado nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo.

    7 Ahora bien, este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no procede de nosotros. 8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; 9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos. 10 Por todas partes llevamos en el cuerpo el morir de Jess, para que la vi-da de Jess se manifieste tambin en nuestro cuerpo. 11 Porque nosotros, los que vivi-mos, somos entregados continuamente a la muerte por causa de Jess, para que tam-bin la vida de Jess se manifieste en nuestra carne mortal. 12 As que en nosotros acta la muerte y en vosotros, en cambio, la vida.

    13 Teniendo, pues, aquel mismo espritu de fe, segn est escrito: Cre y por eso habl, tambin nosotros creemos y por eso hablamos, 14 sabiendo que el que resucit al Seor Jess nos resucitar tambin a nosotros con Jess y nos reunir ante l junto con voso-tros, 15 Pues todo esto es por vosotros; para que la gracia, difundida abundantemente a travs de muchos, haga crecer la accin de gracias para gloria de Dios.

    16 Por eso, no nos desanimamos; al contrario, aunque nuestra condicin fsica se vaya deteriorando, nuestro ser interior se renueva de da en da. 17 Porque momentneas y ligeras son las tribulaciones que, a cambio, nos preparan un caudal eterno y abundante de gloria; 18 a nosotros que hemos puesto la esperanza, no en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, pues las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.

    5 1 Sabemos, en efecto, que aunque se desmorone esta tienda que nos sirve de casa te-rrenal, tenemos una morada hecha por Dios, una casa eterna en los cielos, que no ha sido hecha por manos humanas. 2 Y por eso suspiramos, deseando ser revestidos de nuestra vivienda celestial, 3 suponiendo que en ese momento nos encontremos vestidos y no desnudos. 4 Porque los que estamos en esta tienda suspiramos angustiados, pues no queremos quedar desnudos, sino ms bien ser revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. 5 Y el que nos ha preparado para ese destino es Dios, el mismo que nos ha dado en prenda el Espritu.

    6 As pues, en todo momento tenemos confianza; sabemos que mientras habitamos en el cuerpo estamos lejos del Seor. 7 Caminamos a la luz de la fe y no de lo que vemos. 8 Pero tenemos confianza y preferimos dejar el cuerpo para ir a habitar junto al Seor. 9 Sea como sea, en este cuerpo o fuera de l, nos esforzamos en serle gratos, 10 ya que todos nosotros hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno re-ciba el premio o castigo que le corresponda por lo que hizo durante su existencia cor-poral.

    11 As pues, conscientes del respeto que merece el Seor, nos esforzamos en convencer a los hombres, pues Dios sabe bien cmo somos, y espero que vosotros tambin lo se-pis. 12 No intentamos recomendarnos de nuevo ante vosotros, sino daros motivos para que estis orgullosos de nosotros; as podris responder a los que presumen de apa-riencias y no de lo interior. 13 Porque, si dimos la impresin de perder el juicio, fue por Dios; y si ahora parecemos cuerdos, es por vosotros. 14 Y es que nos ha cautivado el amor de Cristo, al descubrir que si uno muri por todos, entonces todos murieron. 15 Y

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    Cristo muri por todos, para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que muri y resucit por ellos. 16 As que ahora ya no valoramos a nadie con criterios humanos. Y si en algn momento conocimos de este modo a Cristo, ahora ya no. 17 De modo que si alguien vive en Cristo es una nueva creatura; lo viejo ha pasado y ha apa-recido algo nuevo.

    18 Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliacin. 19 Porque era Dios el que estaba reconcilian-do consigo al mundo en Cristo sin tomar en cuenta sus pecados, y el que nos ha con-fiado a nosotros el mensaje de la reconciliacin. 20 Actuamos, pues, como embajadores en nombre de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos que os reconciliis con Dios. 21 A quien no haba peca-do, Dios lo trat por nosotros como a un pecador, para que, por medio de l, nosotros alcancemos la salvacin de Dios.

    6 1 As pues, como colaboradores suyos, os exhortamos a que no recibis en vano la gracia de Dios. 2 Pues l dice: En el tiempo favorable te escuch; en el da de la salvacin te ayud. Pues mirad, ste es el tiempo favorable, ste es el da de la salvacin.

    3 Por nuestra parte, a nadie damos motivo alguno para que pueda desacreditar el mi-nisterio; 4 antes bien, en toda ocasin nos recomendamos a nosotros mismos como mi-nistros de Dios, aguantando mucho en medio de las tribulaciones, estrecheces y angus-tias; 5 de los golpes, prisiones y tumultos; de trabajos, vigilias y ayunos. 6 Procedemos con rectitud y conocimiento, con perseverancia y bondad, con Espritu Santo y amor sincero, 7 con el mensaje verdadero y la fuerza de Dios. Atacamos y nos defendemos con las armas de la fuerza salvadora de Dios 8 cuando nos ensalzan o nos denigran, cuando nos calumnian o nos alaban. Nos consideran impostores, pero decimos la ver-dad; 9 nos tienen por desconocidos, pero somos archiconocidos; creen que estamos al borde de la muerte, pero seguimos con vida; nos castigan, pero no nos rematan; 10 pien-san que estamos tristes, pero estamos siempre alegres; nos tienen por pobres, pero en-riquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, pero lo poseemos todo.

    11 Nos hemos desahogado con vosotros, corintios, y nuestro corazn se ha ensanchado. 12 No os acogemos con estrechez; sois vosotros los que os sents estrechos. 13 Pagadnos con la misma moneda os lo pido como a hijos ensanchaos tambin vosotros 7 2 Dadnos cabida en vuestro corazn. A nadie hicimos dao; a nadie arruinamos; a nadie explotamos. 3 Y no digo esto para condenaros, pues acabo de decir que os llevamos dentro del corazn compartiendo muerte y vida. 4 Tengo gran confianza en vosotros y estoy tan orgulloso de vosotros y tan lleno de consuelo que la alegra supera todas nuestras tribulaciones.