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Revista de articulos punzocortantes

El cartón filoso

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Revista de articulos punzocortantes

A sus casi 51 años, para Rafael Zamudio “ro-dar” por calles de las colonias Centro, Guerrero y Buenavista a bordo de su bicicleta para dar filo a utensilios y herramientas, sigue siendo el tra-bajo “más dignificante” que pudo haber tenido.

Con su trabajo por cuenta propia, afilan-do cuchillos, tijeras o herramientas varias da vida a un oficio que va en desuso y obtiene el ingre-so con el que busca mejorar sus condiciones de vida.

“Estudie hasta quinto de primaria, pero no me fui de vago como mis amigos, preferí trabajar. Fui albañil, cargador, hasta de jardinero le hice, pero después conocí a un amigo de la Merced que me enseñó a darle filo a los cuchillos, tijeras, palas y machetes”, recuerda en entrevista para Notimex.

Con su bicicleta y a la mano silbato con el que despliega las inconfundibles notas, des-de hace 20 años recorre calles y mercados para afilar herramientas utilizadas en el ho-gar y negocios, principalmente de cocina.

Inicia su labor a las 09:00 de la mañana y termina entre las 17:00 y 18:00 horas. Or-gulloso, comenta que ha llegado a afilar hasta ocho cuchillos al día y por cada uno cobra entre 15 y 20 pesos, según el tamaño.

“Lo que más se afila es el cuchillo, también las tijeras en los mercados, pero los cuchillos es lo que más afilo”.

En su labor no hay un contrato de por medio que le garantice un ingreso fijo, ni acceso a las prestacio-nes sociales que sí recibe un trabajador asalariado.

Su oficio, que al igual que otros como el de or-ganillero, zapatero, mecanógrafo o relojero, se ha visto afectado con la llegada de la moder-nidad y la globalización, está a punto de ex-tinguirse de no ser por personas que, como él, mantienen la “tradición” a pesar de los cambios.

Su bicicleta está provista de una es-tructura plegable sobre la que ele-

va la llanta trasera para poder pedalear sin desplazarse. Así, hace girar su rueda y rotar la piedra de esmeril con la que desgasta una orilla de los objetos metálicos que cada

vez “son de menos calidad”.

Ya no son como antes que eran de verdadero acero -afirma

Don Rafa-, ahora son más delgados, como de papel y si se “amellan” es más fácil ti-rarlos que volverlos a afilar. “Por eso casi no hay trabajo, más que con las señoras que tie-nen sus buenos utensilios, o en los mercados”.

El próximo miércoles, para él será un día normal, de recorrer calles haciendo sonar el silbato que identifica sus servicios; mientras millones de tra-bajadores, tanto en el país como en diferentes par-tes del mundo, conmemorarán el Día del Trabajo con marchas y actos para reivindicar derechos.

“Pues está bien que celebren marchando, pero para mí es como cualquier otro día, sigo traba-jando. Sólo cuando estoy mal, o cuando ya no pueda, ya no saldré. La mejor forma de celebrar el día es trabajando”, considera desde “su trinchera”.

El afilador, oficio que se resiste al tiempoRafael Romero

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Editorial

Este, nuestro primer número, está forma-do por verdaderas proezas de la mente y de la memoria. En un esfuerzo por ofrecer

un panorama claro del mundo del acero y los instrumentos punzocortantes, hemos

creado un producto editorial que pretende rebasar las meras expectativas de un tiempo humano: quiere trascender y ser recordado como el corte profundo del acero en la piel.Hemos trabajado en una colección de tex-tos que promete ser un inventario futu-ro para los números próximos. El arte del cuchillo, las espadas, los cuchilleros y los afiladores. Todo confluye en esta prime-ra prueba que sólo estará completa hasta pasar por sus ojos querido lector: es usted el objetivo de todos nuestros esfuerzosEsperamos que así como nosotros disfru-tamos de su hechura, disfrute usted de sus textos y su diseño. Todo está planeado para herir la mente y quedarse ahí colgado, como una profunda cicatriz de posibilidades.Disfrute su lectura y haga esta publicación suya.

LOS EDITORES

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Revista de articulos punzocortantes

El arte del cuchillo es un sistema que forma parte de una de las doce categorías del arte del kali: la cuarta, denominada baraw-ba-raw. En tiempos antiguos, el trabajo más avanzado era reservado exclusivamente a aquellos que habían demostrado su destre-za en el uso del palo. Los antiguos maestros se dieron cuenta entonces, que los prin-cipios de movimiento con los palos pue-den ser aplicados a los cuchillos.

Debido a estas considera-ciones tendremos que re-cortar los movimientos al extrapolar las técnicas al cuchillo: la habilidad y el conocimiento en el ma-nejo del cuchillo pueden llegar a ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Siendo realistas, incluso sien-do un experto en el manejo del cuchillo en un entrenamiento real, la posibilidad de salir sin ningún rasgu-ño es de cero. Para comprobar esto sólo hay que hacer un pequeño ejercicio: coger dos rotuladores como si fueran cuchillos y hacer un combate; hay que procurar ha-cerlo en pantalón corto y una vez finaliza-do se descubrirán las marcas en el cuerpo.

Existen básicamente dos formas de em-puñar un cuchillo (con la hoja hacia arriba y con la hoja hacia abajo). Las posibilida-des de movimiento son infinitas: hay tres tipos de ataque que pueden efectuarse sobre el patrón de movimiento (cortar, cla-

var, golpear). Combinaciones múltiples sobre los tres tipos de ataque se pueden realizar de forma fluida sobre un oponen-te usando este patrón de movimiento.

En el entrenamiento con cuchillo encon-traremos distintos ángulos de ataque y de-fensa, debemos familiarizarnos con ellos y posteriormente mezclarlos con ataques

de puño y patadas bajas, puesto que el combate no debe estar

limitado únicamente al cu-chillo, ya que si no estaría-

mos psicológicamente en desventaja, pues el que piensa sólo en el cuchillo olvidará las demás armas como puños y patadas.

Una vez familiarizado con el desarrollo de sensibili-

dad y analizando los ataques dentro de los ángulos y aco-

plar las distintas respuestas defensi-vas a estos, deberemos trabajar como en las técnicas de defensa personal, apren-diendo un abecedario para luego pasar a formar letra y oraciones, con el tiempo, podremos dar respuestas propias depen-diendo de las circunstancias del ataque.

Y recordar: si conozco a qué me enfren-to tendré más posibilidades de salir ai-roso de un enfrentamiento; serán inte-ligentes si extrapolan esto a sus vidas.“LA MENTE ES COMO UN PARACAIDAS SOLO FUNCIONA CUANDO ESTA ABIERTO “

El arte del cuchilloJulio Villamar

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Durante años he repetido que me he criado en Pa-lermo. Se trata, ahora lo sé, de un mero alarde lite-rario; el hecho es que me crié del otro lado de una larga verja de lanzas, en una casa con jardín y con la biblioteca de mi padre y de mis abuelos. Palermo del cuchillo y de la guitarra andaba (me aseguran) por las esquinas; en 1930, consagré un estudio a Carriego, nuestro vecino cantor y exaltador de los arrabales. El azar me enfrentó, poco después, con Emilio Trápani. Yo iba a Morón; Trápani, que estaba junto a la ventanilla, me llamó por mi nombre. Tardé en reconocerlo; habían pasado tantos años desde que compartimos el mismo ban-co en una escuela de la calle Tha-mes. Roberto Godel lo recordará. Nunca nos tuvimos afecto. El tiempo nos había distanciado y también la recíproca indiferen-cia. Me había enseñado, ahora me acuerdo, los rudimentos del lun-fardo de entonces. Entablamos una de esas conversaciones tri-viales que se empeñan en la bus-ca de hechos inútiles y que nos revelan el deceso de un condis-cípulo que ya no es más que un nombre. De golpe Trápani me dijo: —Me prestaron tu libro sobre Carriego. Ahí hablás todo el tiempo de malevos; deci-me, Borges, vos, ¿qué podés saber de malevos? Me miró con una suerte de santo horror. —Me he documentado —le contesté. No me dejó seguir y me dijo: —Documentado es la palabra. A mí los docu-mentos no me hacen falta; yo conozco a esa gente. Al cabo de un silencio agre-gó, como si me confiara un secreto: —Soy sobrino de Juan Muraña. De los cuchilleros que hubo en Pa-lermo hacia el noventa y tantos, el más mentado era Muraña. Trápani continuó: —Florentina, mi tía, era su mu-jer. La historia puede interesarte. Algunos énfasis de tipo retórico y al-

gunas frases largas me hicieron sospe-char que no era la primera vez que la refería. “—A mi madre siempre le disgustó que su herma-na uniera su vida a la de Juan Muraña, que para ella era un desalmado: y para Tía Florentina un hombre de acción. Sobre la suerte de mi tío corrieron mu-chos cuentos. No faltó quien dijera que una noche, que estaba en copas, se cayó del pescante de su ca-rro al doblar la esquina de Coronel y que las piedras le rompieron el cráneo. También se dijo que la ley lo

buscaba y que se fugó al Uruguay. Mi madre, que nunca lo sufrió a su cuña-do, no me explicó la cosa. Yo era muy chico y no guardo memoria de él. Por el tiempo del Centenario, vivíamos en el pasaje Russell, en una casa larga y angosta. La puerta del fondo, que siempre estaba cerrada con llave, daba a San Salvador. En la pieza del altillo vivía mi tía, ya entra-da en años y algo rara. Flaca y hue-suda, era, o me parecía, muy alta y gastaba pocas palabras. Le tenía mie-do al aire, no salía nunca, no quería que entráramos en su cuarto y más de una vez la pesqué robando y es-condiendo comida. En el barrio de-

cían que la muerte, o la desaparición, de Muraña la había trastornado La recuerdo siempre de negro. Había dado en el hábito de hablar sola. La casa era de propiedad de un tal señor Lu-chessi, patrón de una barbería en Barracas. Mi ma-dre, que era costurera de cargazón, andaba en la mala. Sin que yo las entendiera del todo, oía pa-labras sigilosas: oficial de justicia, lanzamiento, desalojo por falta de pago. Mi madre estaba de lo más afligida; mi tía repetía obstinadamente: Juan no va a consentir que el gringo nos eche. Recor-daba el caso —que sabíamos de memoria— de un surero insolente que se había permitido poner en duda el coraje de su marido. Este, en cuanto lo supo, se costeó a la otra punta de la ciudad, lo bus-có, lo arregló de una puñalada y lo tiró al Riachuelo. No sé si la historia es verdad; lo que importa aho-ra es el hecho de que haya sido referida y creída.

Juan MurañaJorge Luis Borges

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Revista de articulos punzocortantes Yo me veía durmiendo en los hue-cos de la calle Serrano o pidiendo limos-na o con una canasta de duraznos. Me tenta-ba lo último, que me libraría de ir a la escuela. No sé cuánto duró esa zozobra. Una vez, tu finado padre nos dijo que no se puede medir el tiempo por días, como el dinero por centavos o pesos, porque los pesos son iguales y cada día es distinto y tal vez cada hora. No comprendí muy bien lo que decía, pero me quedó grabada la frase. Una de esas noches tuve un sueño que aca-bó en pesadilla. Soñé con mi tío Juan. Yo no había alcanzado a conocerlo, pero me lo figuraba aindia-do, fornido, de bigote ralo y melena. Íbamos hacia el sur, entre grandes canteras y maleza, pero esas cante-ras y esa maleza eran tam-bién la calle Thames. En el sueño el sol estaba alto. Tío Juan iba trajeado de ne-gro. Se paró cerca de una especie de andamio, en un desfiladero. Me desperté gritando en la oscuridad. Al otro día mi madre me mandó que fuera con ella a lo de Luchessi. No le dijo una palabra a su her-mana, que no le hubiera consentido rebajarse de esa manera. Yo no había estado nunca en Barracas; me pareció que había más gente, más tráfico y menos te-rrenos baldíos. Un vecino repetía de grupo en grupo que hacia las tres de la mañana lo habían desperta-do unos golpes; oyó la puerta que se abría y alguien que entraba. Nadie la cerró; al alba lo encontraron a Luchessi tendido en el zaguán, a medio vestir. Lo habían cosido a puñaladas. El hombre vivía solo; la justicia no dio nunca con el culpable. No habían ro-bado nada. Alguno recordó que, últimamente, el fi-nado casi había perdido la vista. Con voz autoritaria dijo otro: 'Le había llegado la hora'. El dictamen y el tono me impresionaron; con los años pude obser-var que cada vez que alguien se muere no falta un sentencioso para hacer ese mismo descubrimiento. Los del velorio nos convidaron con café y yo tomé una taza. En el cajón había una figu-ra de cera en lugar del muerto. Comenté el he-cho con mi madre; uno de los funebreros se rió y me aclaró que esa figura con ropa negra era el señor Luchessi. Me quedé como fascinado, mi-rándolo. Mi madre tuvo que tirarme del brazo. Durante meses no se habló de otra cosa. Los

crímenes eran raros entonces; pensá en lo mu-cho que dio que hablar el asunto del Melena, del Campana y del Silletero. La única persona en Bue-nos Aires a quien no se le movió un pelo fue Tía Florentina. Repetía con la insistencia de la vejez: —Ya les dije que Juan no iba a su-frir que el gringo nos dejara sin techo. Un día llovió a cántaros. Como yo no podía ir a la escuela, me puse a curiosear por la casa. Subí al altillo. Ahí estaba mi tía, con una mano sobre la otra; sentí que ni siquiera estaba pensando. La pieza olía a humedad. En una de las paredes blanqueadas había una estampa de la Virgen del Carmen. Sobre la mesi-

ta de luz estaba el candelero. Sin levantar los ojos mi tía me dijo: —Ya sé lo que te trae por aquí. Tu madre te ha mandado. No aca-ba de entender que fue Juan el que nos salvó. —¿Juan? —atiné a decir—. Juan murió hace más de diez años. —Juan

está aquí —me dijo—. ¿Querés verlo? Abrió el cajón de la mesita y sacó un puñal. Siguió hablando con suavidad: —Aquí lo tenés. Yo sabía que nunca iba a dejarme. En la tierra no ha habido un hom-bre como él. No le dio al gringo ni un respiro. Fue sólo entonces que entendí. Esa pobre mu-jer desatinada había asesinado a Luchessi. Mandada por el odio, por la locura y tal vez, quién sabe, por el amor, se había escurrido por la puerta que mira al sur, había atravesado en la alta noche las calles y las ca-lles, había dado al fin con la casa y, con esas grandes manos huesudas, había hundido la daga. La daga era Muraña, era el muerto que ella seguía adorando. Nunca sabré si Le confió la historia a mi madre. Falleció poco antes del desalojo.” Hasta aquí el relato de Trápani, con el cual no he vuelto a encontrarme. En la historia de esa mu-jer que se quedó sola y que confunde a su hom-bre, a su tigre, con esa cosa cruel que le ha dejado, el arma de sus hechos, creo entrever un símbolo de muchos símbolos. Juan Muraña fue un hombre que pisó mis calles familiares, que supo lo que sa-ben los hombres, que conoció el sabor de la muerte y que fue después un cuchillo y ahora la memoria de un cuchillo y mañana el olvido, el común olvido.

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Los cuchillos y navajas tienen distinto tipos de filos. La finalidad de los filos es conseguir un ángulo de corte que corresponde a una funcio-nalidad que le queramos dar al cuchillo o nava-ja. Los distintos tipos de filos pueden cambiar notablemente la forma de cortar del cuchillo o navaja.

Los tipos de filos más comunes son estos:

Filos rectos: Son los más simples y más exten-didos de los distintos filos de cuchillos. Tienen la típica forma en V. Incrementan notablemen-te la superficie de trabajo y permiten cortes limpios. Los filos rectos de más 30º o más son ángulos para machetes y hachas, para cortes por impacto, y los de menos de 30º permiten

mayor manejo para trabajos más finos.Filos convexos: Este tipo de filos tiene un gran número de seguidores, pero también lo tiene de detractores. Es un perfil muy robusto, per-mite un borde muy fuerte a la vez que aporta un alto grado de nitidez. En un borde convexo el bisel de cada lado de la hoja es redondeado a

medida que se estrecha para formar el borde.

Filo scandi: También es un filo muy popular gracias a su facilidad de afilado. El filo baja recto aproximadamente desde la mitad de la hoja y no desde el lomo como sucede en los filos rectos. El resultado es un borde muy afilado que ofrece un gran control en el corte. Perfecto para tareas de talla de madera, no tiene ningún bisel secunda-rio, de ahí su facilidad de afilado, solo hay que apoyar la hoja en la piedra y seguir el ángulo del filo.Filo serrado: Su función es básicamente des-garrar, cortar cuerdas, cinturones… Es un filo apropiado para trabajos rudos y poco delicados y

son difíciles de afilar debido a su irregularidad.

Filo mixto: Una de las mejores opciones para cu-chillos y navajas de rescate gracias a la versatili-dad que ofrecen, capaces tanto de realizar cortes limpios en madera como de desgarrar cuerdas o cinturones.

Tipos de filosAlberto Hurim

Guía de compra de cuchillos y navajas

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FotorreportajeEl primer corte es el más profundo

Desde hace milenios las espadas y sus formas intempestivas han maravillado a la humanidad. Muchas culturas incluso se funden con la forma de una espada y es así como identificamos al Islam con la cimitarra, al cristianismo con la espada del cruzado o a la cultura japonesa con la katana.

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Ofrecemos un compendio de imágenes que nos maravillará.

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