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Santa Catalina de Siena y el Amor a la Iglesia Bedouelle,G. (1996). A Imagen de Santo Domingo. Salamanca, España. Edit. San Esteban. pags. 59-66. Oración P uede decirse que toda la vida de Santa Catalina está im- pregnada del amor a la Iglesia. Encontramos las huellas más certeras de este amor en el Diálogo y en las numero- sas cartas auténticas que se han conservado, y también, de modo difuso, en la Legenda major, marcada por la veneración; ésta es la biografía que utilizaremos aquí y que fue compuesta por el Beato Raimundo de Capula, su director espiritual , y que fue abreviada y completada por Thomas Caffarini, otro de sus confe- sores. Nacida en 1347, un año antes de la Gran Peste que devastó el Occidente, Catalina Benincasa tuvo a la edad de seis años la primera visión ya eclesial. En lo alto de la Iglesia de los frailes predicadores de Siena, vio a Cristo vestido con las vestiduras pontificales y coronado con la tiara como el Papa. El señor, ro- deado de sus apóstoles Pedro, Pablo y Juan, le dio su bendición (Legenda major I, 2,29 ). Después de haber tomado el hábito de las hermanas de la Peni- tencia de Santo Domingo, negro y blanco, el blanco que simbo- liza la inocencia y el negro la humildad “ ( I, 7,75), la mantellata es conducida al desposorio en la fe con Cristo ( I ,12,115). Según una visión que tiene otros equivalentes en la mística gene- ral, y también en la tradición dominicana femenina, Cristo cam- bió su corazón con su sierva Catalina ( Legenda major II,6,180). El señor le pidió que permanecía en el mundo para predicar en él las obras de misericordia ( Legenda major II,1,121 - 122): Yo seré tu guía en todo lo que deberás realizar ”. Desde entonces, radiante por sus milagros y prodigios místicos, contados en deta- lle por Raimundo de Capura, Catalina atrae a una multitud de gente y reúne en torno a ella a los mas fervientes, que constitui- rán su familia, su bella brigata. En 1370 se produce su encuentro con Raimundo de Capula , en- cuentro que fue decisivo para ella y sobre todo para él . Catalina comienza a trabajar para hacer regresar al Papa de su cautivi- dad de Avignon, y en 1376 realiza la famosa gestión de Avignon ante Gregorio XI, coronada por el éxito, aunque no se debe úni- camente a Catalina ( Legenda major II,10,2,89). En 1377 Catalina se retira a Rocca de Orcia, donde tuvo la visión de Diálogo que ella dictó: su narración fue conclui- da en octubre de 1378 (el libro llamado la Legenda). En ese momento cayó sobre la Iglesia una nueva Peste: el cis- ma. Dos Papas se disputan la cátedra de San Pedro. Unida sin vacilación a Urbano VI, Papa Italiano que reside en Roma, Catalina va a vivir sus últimos meses sumida en la tristeza, al ver la túnica de Cristo desgarrada, y en la inter- cesión ardiente para que cese el escandalo. En 1380 tuvo la última gran visión de la Barca de San Pedro y murió el 29 de abril a los treinta y tres años, cifra simbólica, que ha sido cuestionada , como otros puntos de la biografía de Raimun- do de Capua, su discípulo y su heredero espiritual había sido elegido maestro de la Orden de Predicadores e intentó, a veces con éxito, poner en práctica las intuiciones de la Santa de Siena para reformar a los dominicos. Amar a la Iglesia es desear su Renovación En efecto, la idea de reforma o renovación es fundamental en la visión de Catalina sobre la Iglesia. La Iglesia de Cristo debe renovarse en cada época, no en su estructura divina , sino en sus miembros ( carta 346 a Urbano VI), confortán- dose al hombre nuevo del que nos habla San Pablo. La re- forma comienza por la cabeza, y los prelados deben actuar según la perla de la justicia, la verdadera humildad, la ar- diente caridad y la luz de la discreción (Dialogo119); debe- rán preocuparse de no dejar pudrirse a los otros miembros de la Iglesia, extirpando las zarzas de los pecados ”. El ejemplo de las ordenes religiosas es primordial. Por ellos los mismos prelados deben purificarse y trabajar por erradi- car los dos males más terribles del tiempo: el cisma y la herejía. En el Diálogo de Catalina pide a Dios que reforme a su Iglesia ( c.15) y el señor le responde prometiéndole la mise- ricordia por la vía de la oración de los santos: Con oracio- nes, sudores y lagrimas, sacados de la fuente de mi cari- dad ”, Dios quiere lavar el rostro de su esposa, la santa Igle- sia, a la que ha mostrado ya con los rasgos de una matrona con la cara tan sucia, que se la confundiría con la leprosa ( c.14), La culpabilidad recae sobre los ministros de la Igle- sia y sobre todos los cristianos que se ceban en el seno de esta esposa ”. Esta promesa solemne de Dios a Catalina con- cierne al Cuerpo místico de la Iglesia, según la expresión empleada en el capítulo 86 del Diálogo. Aquí podemos evo- car este conocimiento experimental en virtud del cual un alma individual puede sufrir maravillosamente el misterio universal de la Iglesia ”, del que habla el cardenal Journet al comienzo de su gran obra, La Iglesia del Verbo encarnado, puesta bajo el patrocinio de Santa Catalina de Siena. El apostolado de la oración Con esta sabiduría nacida de la experiencia de santidad, Catalina se dedica de hecho, con todas sus fuerzas, a orar

sia, a la que ha mostrado ya con los rasgos de una matrona el … · su sobrina, Sor Eugenia, monja de Montepulciano, que consti-tuye un breve tratado sobre las tres formas de oración

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Page 1: sia, a la que ha mostrado ya con los rasgos de una matrona el … · su sobrina, Sor Eugenia, monja de Montepulciano, que consti-tuye un breve tratado sobre las tres formas de oración

Santa Catalina

de

Siena y

el Amor a la Iglesia Bedouelle,G. (1996). A Imagen de Santo

Domingo. Salamanca, España. Edit. San

Esteban. pags. 59-66.

Oración

P uede decirse que toda la vida de Santa Catalina está im-

pregnada del amor a la Iglesia. Encontramos las huellas

más certeras de este amor en el Diálogo y en las numero-

sas cartas auténticas que se han conservado, y también, de modo

difuso, en la Legenda major, marcada por la veneración; ésta es

la biografía que utilizaremos aquí y que fue compuesta por el

Beato Raimundo de Capula, su director espiritual , y que fue

abreviada y completada por Thomas Caffarini, otro de sus confe-

sores.

Nacida en 1347, un año antes de la Gran Peste que devastó el

Occidente, Catalina Benincasa tuvo a la edad de seis años la

primera visión ya eclesial. En lo alto de la Iglesia de los frailes

predicadores de Siena, vio a Cristo vestido con las vestiduras

pontificales y coronado con la tiara como el Papa. El señor, ro-

deado de sus apóstoles Pedro, Pablo y Juan, le dio su bendición

(Legenda major I, 2,29 ).

Después de haber tomado el hábito de las hermanas de la Peni-

tencia de Santo Domingo, negro y blanco, “ el blanco que simbo-

liza la inocencia y el negro la humildad “ ( I, 7,75), la mantellata

es conducida al desposorio “en la fe “ con Cristo ( I ,12,115).

Según una visión que tiene otros equivalentes en la mística gene-

ral, y también en la tradición dominicana femenina, Cristo cam-

bió su corazón con su sierva Catalina ( Legenda major II,6,180).

El señor le pidió que permanecía en el mundo para predicar en él

las obras de misericordia ( Legenda major II,1,121-122): “Yo

seré tu guía en todo lo que deberás realizar”. Desde entonces,

radiante por sus milagros y prodigios místicos, contados en deta-

lle por Raimundo de Capura, Catalina atrae a una multitud de

gente y reúne en torno a ella a los mas fervientes, que constitui-

rán su familia, su bella brigata.

En 1370 se produce su encuentro con Raimundo de Capula , en-

cuentro que fue decisivo para ella y sobre todo para él . Catalina

comienza a trabajar para hacer regresar al Papa de su “ cautivi-

dad” de Avignon, y en 1376 realiza la famosa gestión de Avignon

ante Gregorio XI, coronada por el éxito, aunque no se debe úni-

camente a Catalina ( Legenda major II,10,2,89).

En 1377 Catalina se retira a Rocca de Orcia, donde tuvo la

visión de Diálogo que ella dictó: su narración fue conclui-

da en octubre de 1378 (el “libro” llamado la Legenda). En

ese momento cayó sobre la Iglesia una nueva Peste: el cis-

ma. Dos Papas se disputan la cátedra de San Pedro. Unida

sin vacilación a Urbano VI, Papa Italiano que reside en

Roma, Catalina va a vivir sus últimos meses sumida en la

tristeza, al ver la túnica de Cristo desgarrada, y en la inter-

cesión ardiente para que cese el escandalo. En 1380 tuvo la

última gran visión de la Barca de San Pedro y murió el 29

de abril a los treinta y tres años, cifra simbólica, que ha sido

cuestionada , como otros puntos de la biografía de Raimun-

do de Capua, su discípulo y su heredero espiritual había

sido elegido maestro de la Orden de Predicadores e intentó,

a veces con éxito, poner en práctica las intuiciones de la

Santa de Siena para reformar a los dominicos.

Amar a la Iglesia es desear su Renovación

En efecto, la idea de reforma o renovación es fundamental

en la visión de Catalina sobre la Iglesia. La Iglesia de Cristo

debe renovarse en cada época, no en su estructura divina ,

sino en sus miembros ( carta 346 a Urbano VI), confortán-

dose al hombre nuevo del que nos habla San Pablo. La re-

forma comienza por la cabeza, y los prelados deben actuar

según la “perla de la justicia, la verdadera humildad, la ar-

diente caridad y la luz de la discreción” (Dialogo119); debe-

rán preocuparse de no dejar pudrirse a los otros miembros

de la Iglesia, “extirpando las zarzas de los pecados”. El

ejemplo de las ordenes religiosas es primordial. Por ellos

los mismos prelados deben purificarse y trabajar por erradi-

car los dos males más terribles del tiempo: el cisma y la

herejía.

En el Diálogo de Catalina pide a Dios que reforme a su

Iglesia ( c.15) y el señor le responde prometiéndole la mise-

ricordia por la vía de la oración de los santos: Con oracio-

nes, sudores y lagrimas, “sacados de la fuente de mi cari-

dad”, Dios quiere lavar el rostro de su esposa, la santa Igle-

sia, a la que ha mostrado ya con los rasgos de una matrona

con la cara tan sucia, que se la confundiría con la leprosa

( c.14), La culpabilidad recae sobre los ministros de la Igle-

sia y sobre todos los cristianos “que se ceban en el seno de

esta esposa”. Esta promesa solemne de Dios a Catalina con-

cierne al “Cuerpo místico de la Iglesia, según la expresión

empleada en el capítulo 86 del Diálogo. Aquí podemos evo-

car este “conocimiento experimental en virtud del cual un

alma individual puede sufrir maravillosamente el misterio

universal de la Iglesia”, del que habla el cardenal Journet al

comienzo de su gran obra, La Iglesia del Verbo encarnado,

puesta bajo el patrocinio de Santa Catalina de Siena.

El apostolado de la oración

Con esta sabiduría nacida de la experiencia de santidad,

Catalina se dedica de hecho, con todas sus fuerzas, a orar

Page 2: sia, a la que ha mostrado ya con los rasgos de una matrona el … · su sobrina, Sor Eugenia, monja de Montepulciano, que consti-tuye un breve tratado sobre las tres formas de oración

por la Iglesia: "te suplico que realices lo que me has he-

cho pedirle” ( Diálogo, 134), “ por el futuro de la sangre-

de tu Hijo”. Catalina ofrece su vida por la Iglesia ( ora-

ción XI a la Virgen y XXVI al Padre) . En sus cartas a los

grandes personajes de la Iglesia manifiesta su celo por la

curación del Cuerpo de Cristo, por la purificación de la

Iglesia. Así, esos consejos tan sencillos que da al cardenal

de Ostia ( carta 11): “ quiero que usted se ocupe única-

mente de amar a Dios , de salvar a las almas y de servir a

la dulce esposa de Cristo”. Como a tantos otros, a él le

pide que “ actué virilmente”, con valor: “si hace falta dar

vida, ¡dadla!”

En su carta testamento dirigida a Raimundo de Capula

(carta 373), cuanta cómo en Roma durante la Cuaresma

de 1380, como una auténtica muerta por no haber tomado

“ alimento alguno”, se dirige desde el primer toque de

Maitines, saliendo de la misma , a la Basílica de San Pa-

dro: “entro y trabajo tan pronto como pueda en la barca

de la santa Iglesia. Allí permanezco hasta la tarde y no

quisiera abandonar este lugar ni de día ni de noche”. Tra-

bajar” es evidentemente orar por la iglesia y la “ barca de

la Santa Iglesia”, imagen tradicional que evoca también

la Navecilla representada en un mosaico del Giotto que

existía entonces en San Pedro Roma. La misión de Cata-

lina se concentra en las necesidades de la Iglesia y de la

cristiandad: manda celebrar misas “ exclusivamente a

intención de la Santa Iglesia”.

Dos meses mas tarde , el domingo anterior a la Asención,

Catalina entra en agonía. En la descripción que nos ha

trasmitido Barduccio Canigiani, Catalina aparece orando

largamente en términos audaces que muestra su amor

absoluto por la Iglesia . “ Tú , Padre misericordioso, me

has invitado siempre a apremiarte a salvar al mundo y a

reformar la Santa Iglesia con mis dulces, amorosos y do-

lorosos deseos, con mis lágrimas, mi humilde, contínua y

fiel oración, pero he dormido en el lecho de la negligen-

cia. Esa es la razón por la que tantos males y tantas ruinas han

caído sobre la Iglesia”. La santidad de Catalina no consiste

sólo en discernir los males de la Iglesia, en señalar a los res-

ponsables, sino también en asumir su propia responsabilidad,

considerando su participación personal en el pecado. No es

insolidaria de los pecadores en una Iglesia sin pecado, sino que,

por el contrario, se incluye entre ellos estimando no haber sido

para las almas innumerables que Dios le ha confiado más que

un “ espejo de miseria”. ¿Piadosa exageración? Todo lo contra-

rio: sentimiento de indignidad de quien no es ante Aquel que

es , según la expresión no solamente frecuente en ella, sino

también esencial en su teología ( Legenda major I,10;II,1,121).

Catalina, Doctora de la Iglesia

Sabemos que el Diálogo está construido sobre cuatro grandes

imploraciones recordadas en el capítulo 166: por ella misma,

porque no se puede socorrer verdaderamente al prójimo si, en

primer lugar, uno no es útil a sí mismo por el ejercicio de la

discreción, es decir, del discernimiento; por la reforma de la

Iglesia; por el mundo y la paz entre los cristianos, a la que

responde la metáfora de Cristo-Puente entre Dios y los hom-

bres; y, en fin, una intención particular que es la misión de

Raimundo de Capua. Vemos pues cómo la oración de Catalina

es a la vez universal y precisa; general y particular.

En santa Catalina hay toda una enseñanza sobre la oración que

forma parte de su doctrina de Doctora de la Iglesia. Se encuen-

tra un poco dispersa en toda su obra, sobre todo en el Diálogo

y particularmente en el último capítulo (147), que es un mara-

villoso himno a la Trinidad; y también en la carta 26 dirigida a

su sobrina, Sor Eugenia, monja de Montepulciano, que consti-

tuye un breve tratado sobre las tres formas de oración. En pri-

mer lugar está la oración continua, ese constante y santo deseo

que ora en presencia de Dios; con esta forma de orar Catalina

se une a la gran intuición de San Agustín: “tu oración es tu

deseo”. Habla también aquí de la oración vocal, del oficio

divino en particular, en la que debemos conciliar nuestro cora-

zón y nuestra lengua. Finalmente, viene la oración mental en la

que “el alma se une a Dios por un movimiento de amor. Se

eleva por encima de sí misma y, a la luz de la inteligencia, ve,

conoce y se adorna con la verdad”.

Oración y Verdad

La oración para Catalina se enraíza en la verdad y va hacia la

verdad. “Ella imploraba a la Verdad porque no puede conocer-

se la Verdad más que en la verdad misma’’, aquella que la

Doctora de Siena denomina precisamente “la primera dulce

Verdad’’. Y Catalina añade con su manera repetitiva: “Nada se

conoce en la Verdad, si no lo ven los ojos de la Inteligencia.

Por eso es necesario que quien quiera conocer se levante con la

luz de la fe de la Verdad, abriendo los ojos de la inteligencia

con la pupila de la fe y fijándolos en el objeto de la ver-

dad’’ (Diálogo, 87). Entonces, continúa diciendo: “Con la luz

de la fe viva abría los ojos de su entendimiento, fijándolos en

la Verdad Eterna, en la cual vio y conoció la verdad de lo que

preguntaba’’ (Diálogo, 87).

Inteligencia, Luz, Fe, Verdad. Estos términos se engen-dran unos a otros y forman una especie de teología mís-tica del conocimiento. Hay que tener en cuenta que los más bellos pasajes sobre la verdad se encuentran en el tratado sobre las Lágrimas (cc.87-97). Algunos lloran

lágrimas de fuego (es decir, de caridad) y en ellos llora

el Espíritu Santo (c.91) con gemidos inefables ( Rm 8, 26).

Verdad y oración son coexistentes mediante la acción del

Maestro interior, que puede ser Cristo o su Espíritu.

Cuando Catalina habla de la “discreción’’ -término caracterís-

tico de su enseñanza, que designa esencialmente lo que con

lleva una luz, a saber, que Dios es todo y que nosotros no

somos nada-, traza un camino, sobre todo para ‘’la nave del

Santo Domingo’’ cuyo oficio fue “el del Verbo’’. Catalina

realiza distinciones como santo Tomás. Existe la “luz gene-

ral’’, dada por la razón y completada por la fe recibida en el

bautismo, que nos conduce por el camino de la verdad; por

ella somos conscientes de nuestra fragilidad, de nuestra incli-

nación al mal, de la distinción entre el bien y el mal (c.98).

Existe también la “luz de la perfección’’, en la que el alma,

por la penitencia y el abandono de la propia voluntad, se re-

viste de la voluntad de Dios. “Ella ve que el tierno Cordero, la

divina Verdad, le da una doctrina de perfección’’. Somos

entonces conducidos a seguir la dulce Verdad, Cristo crucifi-

cado, pero en la paz y en la quietud, como un anticipo de la

vida eterna (c.100). Dios quiere darnos esta vida eterna (c.96)

porque él es la misma misericordia, como se ha manifestado

en su Cristo según la bella fórmula de Catalina: “La Verdad

es conocida por mi verdad, dice Dios, el Verbo encarna-

do” (c.165). Recordemos las palabras con las que se termina

el Diálogo: “Vísteme, vísteme de Verdad Eterna, a fin que yo

viva esta vida con una verdadera obediencia y con la luz de la

santísima fe, con la que parece que ahora embriagas de nuevo

mi alma. Deo gratias. ¡Amén!’’ (c.167).

Cuando Raimundo de Capua describe la oración de Catalina (Legenda I,3, 37), le otorga las cualidades requeridas por Santo Tomás (Suma de Teología, II-IIae, q. 183, art.15). Pero podemos añadir, como hace Raimundo implícitamente (I, 3, 38), que es una oración verdaderamente apostólica, eclesial y por tanto muy dominicana. Por otra parte, ¿acaso de la ora-ción no es como la iglesia: ‘’una madre’’? Ella nutre, enseña, protege, conduce. El Padre eterno revela incluso a Catalina que la oración es una misión apostólica (Diálogo, c.146). En “la celda del conocimiento de sí mismo”,” por vuestras lágri-mas, por vuestra humilde y continua oración, quiero hacer misericordia al mundo”. En esto, Santa Catalina de Siena es verdaderamente una hija de Santo Domingo.