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x SILUETAS Y ESBOZOS Transcurrido un tiempo de consideración, me ma- triculé como alumno externo en el plantel que con el nombre de Colegio de Santo Tomás de Aquino fun- daron y dirigieron los señores Ortices, de ilustre y ve- neranda memoria. Al lado de tan conspicuos insti- tutores permanecí más de un año; y en verdad que si, no obstante mi buen querer, nada aprendí ni a hacer nada alcancé allí, culpa no fue de esos respetables y queridos maestros, porque tanto el sabio y bondadoso don Joaquín, como el ameno e ingenioso don Juan Francisco, se esforzaron cuanto les fue dado en el no- ble empeño de enseñar a los que nada sabíamos. ¡Dios haya premiado las virtudes y méritos de esos dos egre- gios varones que tanto bien hicieron a la juventud colombiana y tan brillante lustre dieron con sus obras a las letras patrias! En aquella época contraje amistad con tres jóvenes notables, ele quienes guardaré grato recuerdo mien- tras viva. La varia suerte nos ha alejado después com- pletamente los unos de los otros, hasta el extremo de preguntarme muchas veces en el silencio de mi alma si acaso recordarán aún mi oscuro nombre, después de veintiséis años de separación, esos amigos que llegaron

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SILUETAS Y ESBOZOS

Transcurrido un tiempo de consideración, me ma-triculé como alumno externo en el plantel que con elnombre de Colegio de Santo Tomás de Aquino fun-daron y dirigieron los señores Ortices, de ilustre y ve-neranda memoria. Al lado de tan conspicuos insti-tutores permanecí más de un año; y en verdad que si,no obstante mi buen querer, nada aprendí ni a hacernada alcancé allí, culpa no fue de esos respetables yqueridos maestros, porque tanto el sabio y bondadosodon Joaquín, como el ameno e ingenioso don JuanFrancisco, se esforzaron cuanto les fue dado en el no-ble empeño de enseñar a los que nada sabíamos. ¡Dioshaya premiado las virtudes y méritos de esos dos egre-gios varones que tanto bien hicieron a la juventudcolombiana y tan brillante lustre dieron con sus obrasa las letras patrias!

En aquella época contraje amistad con tres jóvenesnotables, ele quienes guardaré grato recuerdo mien-tras viva. La varia suerte nos ha alejado después com-pletamente los unos de los otros, hasta el extremo depreguntarme muchas veces en el silencio de mi almasi acaso recordarán aún mi oscuro nombre, después deveintiséis años de separación, esos amigos que llegaron

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a ocupar puesto tan eminente en el orden de mis afec·too... Carlos Martínez Silva, Francisco Antonio Cn-tiérrez y G. e Ignacio Gutiérrez Ponce, son los nom-bres de esos tres jóvenes, distinguidos desde los albo-res de su adolescencia por la amplitud de bcultades yla elevación de carácter, dotes importantes que les hanpermitido desempeñar noble encargo en el lugar quecada uno de ellos ha ocupado en el mudable escena-rio de la vida.

No recuerdo ya ¡tantos auos han transcurrido das..de entonces! por ministerio de qué circunstancia ad-quirí relaciones con el primero de esos jóvenes; el se-gundo y el último fueron condiscípulos míos en el co-legio de Santo Tomás de Aquino.

Carlos, miembro de una familia linajuda del depar-tamento de Santander, cuyo jefe fue un hombre im-portante que desempeñó papel notable en la políticay en el foro del país, era un muchacho espigado, defacciones pronunciadas y ojos expresivos, aunque mio-pes, y abrigados por cejas hirsutas que comunicabancierta dureza a su fisonomía, circunstancia que hadafallase en este caso la regla aquella que quiere seael rostro el espejo del alma, pues la de Carlos eratoda bondad e hidalguía. Desde muy temprano seechaba de ver que iba a ser corpulento; y su voz teníaya entonaciones rudas, que dejaban adivinar al pole-mista fogoso, al escritor de nervio acerado, al políticotenaz y al institutor perseverante y enérgico.

Carlos, Francisco e Ignacio habían tenido la fortu-na de ser alumnos del Liceo de la Infancia, dirigidopor don Ricardo Carrasquilla, de inextinguible y sim-pático recuerdo; y la simiente sana, depositada en elespíritu de esos niños por aquel eminente sembrador

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d~ buenas doctrinas, había germinado lozana y fecun~da. De ahí que se advirtiera en ellos esa distinción deaspiraciones y gustos que es como el sello de un ca-rát:ter y el mejor indicio de que se ha recibido unadirección acertada en los primeros años de la vida.

Contraído Carlos a lecturas y ocupaciones serias des-de una edad en que la mayor parte de los jóvenes sólopiensa en entretenimientos frívolos y placeres eHme-rOl!,cuando no en algo poco sancto, siempre lo encon-trábamos en su casa, primero por los lados del hospi-cio y después arriba del Colegio del Rosario, en uncuartito muy ordenado y limpio, rodeado de libro!J ypapeles que nada tenían de amenos ni divertidos. Lacritica literaria en sus más elevad3s formas; la histo-ria en sus aspectos más importantes; la economía po-l~ica en sus problemas más complicados; el derecho,~on sus asperezas inaccesibles, y otra5 materias de aná-loga contextura formaban el fondo habitual de susestudios favoritos. Así, sus amigos nos quedábamOllalelados cuando le oíamos disertar con un desparpajoenvidiable, guiñando y paseándose en la pieza de lar-go en largo, acerca de las doctrinas de Macaulay y Bal-mes, Bentham y Destutt-Tracy, Prescott, Calvo y otrosliteratos, filósofos, historiadores, economistas y juris-consultos de largo pelo, a tiempo en que a nosotrü5no nos parecía grande y sublime si~o lo que halagabanuestra imaginación con la pompa 'luminosa del ver-so, o los atractivos galanos de la novela y el cuento.

Algunas veces intentábamos tornar en ridículo lainocente manía de nuestro amigo de sazonar sus con-versaciones con citas y referencias alusivas al cúmulode obras serias con que nutría su mente, pero al finacabamos por darnos cuenta de que nuestra frivolidad

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era la merecedora de zumba, y le tributábamos el ho-menaje debido a una perseverancia y a una aplica-ción que tan vigorosos frutos habrían de dar con eltranscurso del tiempo. Porque, valga la verdad, de-mostrada con abundancia de testimonios que día pordía aumentan en calidad y cuantía, Carlos Martí-nez Silva es uno de los hombres públicos de Colombiaque han logrado acumular más sólida instrucción, nosólo en la ciencia del derecho, en la cual se le procla-ma como profesor eminente, sino en otros departamen-tos del saber humano, en los cuales su ilustración estan variada como extensa.

No entusiasmaba a Carlos ninguno de los atractivosque forman comúnmente el ideal, poco levantado, sise quiere, pero natural hasta cierto punto de la juven-tud masculina, constituído en resumen por diversasmanifestaciones de la vida galante: el baile, el paseo,los amorcillos de esquina, las serenatas, las aventurasy la parranda ... Latente existía en el espíritu de Car-los cierto fondo de melancólica abstracción, que biena las claras se trasparenta en uno de los primeros escri-tos con que se hizo conocer ventajosamente en el mun-do literario: El baile de las sombras. Original yen-cantadora fantasía de una mente juvenil, asaltada enhora temprana por lúgubres visiones de ultratumba,esa producción pinta mejor el carácter íntimo de aqueladolescente esquivo a las insinuaciones del placermundano, que el análisis más minucioso de su fiso-nomía moral.

Paréceme recordar que es Enrique Heyne quien re-fiere en alguna de sus obras que aunque un mal enten-dido amor propio lo llevaba a oír con agrado las apre-ciaciones que algunos críticos hacían de su índole deescritor, representándolo como un espíritu cáustico,

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y dado con intemperancia al cultivo de la ironía, a símismo no pudo engañarse nunca, pues siempre com-prendió que, en el fondo, su carácter era esencialmen-te serio, contemplativo y melancólico.

Contaba Carlos de diez y siete a diez y ocho años, yapenas si toleraba que en su presencia se hablara dealgo que trascendiera a amores o galanteos: ruborizá-base naturalmente y desviaba la conversación, pues enese adolescente timorato y grave había algo así comomístico o sacerdotal, sin ápice de gazmoñería, que loimpulsaba a mirar con repugnancia y esquivar conempeño todo lo que significara o se pareciera a grose-ro sensualismo. Acaso la circunstancia de haber sidodiscípulo de los Padres Jesuítas, siempre en guardiaen asuntos de concupiscencia, influyó poderosamenteen la manera de ser de Carlos a ese respecto en aque-llos tiempos, púdica y discreta como la de un jovenlevita.

Carlos no leía novelas francesas. La poesía buena,cualquiera que fuese su procedencia, sí era de su agra-do; y, no obstante, nunca ha hecho versos, que yo sepa,cosa tanto más notable cuanto que, poseedor de unarica imaginación y señor de una vasta inteligencia, esél uno de nuestros mejores prosadores, no sólo por lacorrección de la forma, el corte castizo de la frase, laacertada escogencia de los vocablos y la sobriedad delos conceptos, sino por la galanura del pensamiento,la verdad del discurso y el vuelo elegante del estilo.

Con el correr del tiempo, Carlos recogió el fruto desus perseverantes y variados estudios con la obtencióndel título de doctor en jurisprudencia, que no fue sinola confirmación oficial de lo que todo el mundo sabíaacerca de los méritos y aprovechamiento de aquel co-legial de ceño adusto y espíritu elevado. Después en-

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tró de lleno en las candentes luchas de la política y,lo que menos hubiéram03 creído los amigos de su ado-lescencia, se convirtió en cierta época en guerrilleroterrible y llegó a alcanzar un grado alto en el escala·fón militar de su causa, del cual hizo después laquehacen algunos frailes con la cogulla, cuando quierenabandonar el convento: lo arrojó a la calle por enci.ma de los tejados. Nueva y concluyente prueba deljuicio de nuestro amigo.

Al tratar de la personalidad militar de Martin(':zSilva, se expresa así el doctor jasé María Samper. ensu importante libro: Galería naáonal de hombres ilus·,tres:

"En las marchas del ejército lo sufría todo con elmejor humor: comí:¡ y bebía de lo que se encontraba.y si nada le vcnja <1 ias manos, se conformaba y se reíadel hambre. Dormía con sólo su manta o bayetón,frecuentemente tirado en el suelo, y ponía de cabclIalo almohada sus grandes botas amarillas fabricadas enFusagasugá. -¡Que viene el enemigo! -gritaban súbi·tamente en altas horas de la noche. -¡No vendrá!-contestaba desperezándose algo Martínez Silva. -¿1"por qué no? -Porque yo no he dormido y tengo sue·ño. Y se volvía para el otro lado gruñendo: 'Que aguar-de el enemigo dos horas, o que me coja'. Por lo demásy

bailaba siempre que había modo de hacerlo, recitabacon delicia verS03 y sentencias de clásicos, se burlabadel enemigo y estaba siempre contento."

Aquello de que Carlos bailaba siempre que habíamodo de hacerlo, me sorprendió mucho más, cuando losupe, que todas sus hazañas de coronel; y me demostróque el avance de los años y las circunstancias puedenmodificar sustancialmente el modo de ser de un hom-bre.

bIMl.ESIO!'LFi y r.:¡Cm:RDOS 65

De todos mis amigos de la adolescencia, aurora deuna juventud que habría de asemejarse tan poco almedio día de mi vida, fue Carlos quien primero meechó en complclo olvido. Siempre lo he sentido peronunca me he quejado: "las quejas, como con profun-do espíritu de verdad lo dijo el Balzac español, Fer-nán Caballero, no son sino exigencias disimuladas";y como por mi parte no tengo derecho para exigirperseverancia en el afecto de mis amigos, porque ca-rezco de calidad para ello, únicamente quiero tomarnota del hecho, sin que por esto se crea que en micorazón quede ni sombra de amargura. Sin embar-go. .. ¿qué diría Carlos si supiera que al través delos años y que a pesar de mil vicisitudes que han aci-barado mi existencia, conservo aún con cariño el afec-tuoso recuerdo que me consagTó cierta ocasión en unlibrito de memorias, donde guardo, asimismo, el nom-.b«: de otros seres que me son igualmente queridos ... ?

Hélo aquí:hAmigo mío: he recibido de tus manos un libro de

recuerdos, para que ponga algo en él. Pero, ¿a quiénte has' dirigido ... ? ¿Ignoras, acaso, que no soy sino unpobre estudiante sin luces ni talento ? ¿Qué quie-res que en él consigne ... ? ¿Consejos ? No puededarlos quien, joven como tú, carece de experiencia.¿Versos ... ? ¡Ay! no sé manejarlos. ¿Qué, pues ... ?Una cosa muy sencilla: ¡una flor arrancada de mimarchito corazón! (el cuitado no había cumplidodiez y ocho años, y adviértase que no conocía a IQS

novelistas románticos ni por el forro) la flor de la;4.mistad, que cultivo con embeleso, porque su vistame consuela, porque su aroma me deleita. Acéptala yconsérvala con cuidado, que, por mi parte, te pro-

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meto que velaré sin descanso para mantenerla frescay lozana.-186 ... "

Es de presumirse que Carlos olvidó en absoluto laspocas nociones de jardinería y horticultura que pu-diera poseer en aquella época, pues la florecita culti-vada por él con embeleso y cuyo aroma lo deleitabatanto, apareció seca una mañana, el viento esparciópor el suelo sus pétalos, y al fin creo que no le quedóde ella ni el recuerdo ...

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Francisco Antonio Gutiérrez tendría diez y seisaños cuando nos conocimos. Me fue muy simpáticoinmediatamente, y desde entonces le consagré unafecto decidido y sincero. No eran análogos nuestroscaracteres en algunos asp~ctos, pues Francisco, mu-chacho muy expansivo, alegre y animado en sus mo-vimientos hasta el extremo de tocar casi, en ciertasocasiones, las fronteras de una cosa que, si no era labrusquedad, se le parecía bastante, por los desbordesde su naturaleza franca y leal, formaba contraste con-migo, más reservado y prematuramente en guardiacontra las frías realidades de la vida. Por sus venascorrían tumultuosas en vigoroso consorcio la sangrebogotana y la sangre antioqueña; y de esa acertadaunión, no sólo resultaba una rica inteligencia, sinoun bello y generoso carácter, con todas las condicio-nes espirituales de la primera y los valiosos elemen-tos físicos e intelectuales de la segunda. Robusto, gar-boso, con bellos ojos y cabellos negros muy abundan-tes; de tez limpia y buen color, cuando tuvo veinteaños ostentó un par de patillas sedosas y muy negras,con unos bigotes finos que complementaban de ma-

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nera irreprochable su varonil fisonomía. Obsequioso,decidor, ocurrente y un tanto inclinado a la ironía,comidilla grata siempre al paladar humano, Francis-co hacía las delicias de los pocos amigos que cultivá-bamos su intimidad. Como nosotros, leía mucho, es-pecialmente libros de literatura española, antigua ymoderna, afición que le trasmitió su grande y que-rido amigo don José María Vergara y Vergara, el pri-mero entre los literatos colombianos que aclimató enel país a Fernán Caballero, Selgas, Trueba y la Quin-tana, Alarcón y otros de no menor valía, con lo cualnos hizo un gran bien a todos los que estábamos cre-yendo que sólo lo que escriben los franceses merecela pena de leerse. Al comercio constante de aquellosescritores selectos debió Francisco, sin duda, el exce-lente gusto literario de que ha dado bellas muestras.

Los versos que desde la adolescencia hizo Gutié-rrez son muy notables. En los avances de la vida hapulsado el laúd con tan levantada entonación, quecríticos de indiscutible autoridad han colocado suspoesías entre las muy buenas que se han dado a luzen este .país. Muy de sentirse es que, reclamado porlas exigencias de una vida activa, consagrada a lasatenciones del comercio, se haya mostrado desdeñosoy esquivo a la publicidad, y sólo nos haya dejado sa-borear contadas creaciones de su ingenio.

Hay en los versos de Francisco Antonio Gutiérreztan espontánea naturalidad, aliada a ternura tan sin-cera, y en ellos se encuentran expresados los senti-mientos, y descritos los objetos con tan rigurosa pro-piedad, que si en ellos el poeta llora, el lector recogeel dejo de los sollozos y extraña no descubrir en elpapel la huella húmeda de las lágrimas; y cuando

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con delicado pincel copia la naturaleza, resultan tlUl

verdaderos sus cuadros, que un pintor de talento po-dría trasladarlos al lienzo con facilidad.

¡Qué dulce es recordarl Gozamos tantoCOll la infantil historiasi de los años con el puro encantovisita la memoria.Los recuerdos son músicas qae vienenen alas de los vientos;las músicas cercanas nunca tienentan mágicos acentos.

¡Coral, la amiga de mi edad primera ...Su imagen no he perdido;mientras viva será mi compafiera:la robaré al olvido.

Lloré al mirarla por la vez postrerasobre la tierra inerte:¡ay! esa fUe la lágrima primera<¡ue me arrancó la muerte ... (1)

"La !tma sobre el monte se levant<l,con blanda luz los valles ilumina,y hacia el ocaso con ligera plantapor el azul profundo se encamina.

No muere como el sol que en occidenteel regio lecho con su lumbre dora,sino apenas de nácar levementelas nubecillas pálidas colora.

(1) "Cora".

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Consumirse en silencio es el destinode una vida de amor pura y modesta;así el astro. acabado su camino,desaparece tras lejana cresta.

Cuando la noche brinda su misterio,es dulce, oh luna, con tu luz dudosa,errando por cristiano cementerio.los muertos visitar fosa por fosa.

Cuando oramos, allí lleva a su oídoel ruego por el labio pronunciado,cual llega al labrador adormecidoel rumor apacible del sembrado.

(2) "

No obstante la índole de las composiciones publica-das, que pudiera hacer creer que la musa de Gutiérreztan sólo se complacía en asuntos sentimen~ales, siem-pre he presumido que si él hubiera cultivado tambiénla poesía festiva, ligeramente satírica, habría hechO'primores; y al juzgarlo así me fundo en el recuerdo demil rasgos chispeantes de fina y aguda crítica que bri-llaban en sus conversaciones, rasgos que, trasladadosa la forma sugestiva del verso, habrían revelado al dis-dpulo y al admirador entusiasta de don Ricardo Ca-rrasquilla.

Acaso eran más íntimas mis relaciones con Francis-cú que con Carlos e Ignacio. Lo visitaba a menudo enel hermoso y cómodo departamento que ocupaba enla parte baja de una gran casa que poseía su respeta-ble familia en la plaza de San Francisco. Vecino deese departamento había un vasto jardín, en el cual serespiraban con delicia los aromas de innumerables ce-drones y rosales. Recuerdo aún el buen gusto con queFJ;ancisco había decorado su habitación, en la que se

(2) "Meditación".

LUCIANO RIVERA y GAl:.RIDO

veía un sencillo mueblaje de estilo norteamericano,lindas láminas de paisajes y escenas de caza y una bi-blioteca no muy considerable, pero tentadora por suaspecto elegante y por lo selecto de su contenido. Allípasó ratos inolvidables, mimado y obsequiad.o de dife-rentes modos por aquel noble y generoso amigo.

También seguíamos los mismos cursos en el cole-gio, y esto, como es natural, debía contribuir a estre-char más y nl:.ls los vínculos de nuestra amistad. DedIo resultaba, es cierto, notable aumento de suscep-tibilidad recíproca, por lo cual, con frecuencia y porlos motivos más fútiles, disentíamos y pasaban mu-chos días sin que nos saludásemos siquiera. En algunaocasión, no recuerdo ya por qué causa, así sería ellade insignificante, el entredicho duró dos o tres meses.A la sazón se interpusieron unos ejercicios espiritualesen el Seminario 'Conciliar, a los cuales nos hicieron~~oncunir nuestras familias como ¡¡sistentes internos.En los primeros días nos vimos Francisco y yo de re-ojo, y nada indicaba que el resentimiento mutuo queabrü:'ábamos se hubiera modificado ante la expecta-o •

tiva de una confesión general con todos sus accesorios;pero la víspera de la comunión de los ejercitantes, con-venientemente preparado ya nue,tro ánimo por nuevedías consecutivos de frecuentes pláticas hechas por no-tables oradores sagraclos; ayuno constante, meditacio-nes prolongadas y j'lf iscrere solemnísimo con el obli-gado acompañamiento de azotes, en el oscuro, que asícalan sobre los escáños, como sobre las espaldas de losprójimos cercanos, en momentos en que regresaba delrefectorio, me encontré en un pasadizo estrecho y som,-brío con Francisco en persona. Pintábase claramenteen el semblante de mi amigo, como en mi rostro debíareflejarse también, la lucha de mil sentimientos opues-

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tos y la vacilación entre el amor propio mal entendi-do, que ordenaba no ceder, y el pensamiento de hu-mildad cristiana, propio de la situación, que aconse-jaba el perdón, la mansedumbre y el olvido. Terribleera el combate que se libraba en nuestras almas; perode improviso, Francisco, con la nobleza que le es ca-racterística y extraño a las influencias de esta sangreamarga y bravía que nos hace tan quisquillosos a loscaucanos, abrió los brazos y me estrechó fuertementeen ellos, sollozando como una criatura. .. De ese díapara adelante no volvió a enturbiarse ni por un solomomento el despejado cielo de nuestra amistad.

Predestinado al dolor, como todos los hombres degenio que profesan el culto del sentimiento, en másde una ocasión ha apurado Francisco hasta las hecesel cáliz de las amarguras supremas: ángeles, que noseres humanos, entreabrieron un día en la existenciadel poeta la puerta de oro de las dichas soñadas; ycuando, anheloso y sediento de felicidad pura, quisosalvar esos dinteles para vivir entre 'flores, aromas yarmonías la vida del ideal, interpúsose airada la muer-te y tornó en días de llanto una juventud que tan her-mosa se ofrecía a quien, como mi amigo, había sabidoganarla con su virtud y su talento.

Ignacio Gutiérrez Ponce era un muchacho bello, in-teligente, dulce; sus amigos teníamos en él un herma-no menor, afectuoso y amable, más bien que un com-pañero. Difícilmente podría encontrarse una natura-leza más delicada y exquisita que la de Ignacio. Si pa-recía como que la Providencia se hubiera complacidoparticularmente en crear ese encantador niño, dotán-dolo con todas las formas de la gracia, enriqueciéndo-lo con todos los atractivos de la simpatía ... 1 El adje-tivo dulce era el que mejor cuadraba a Ignacio de

LUCIANO RIVEIlA \' GAUlDO

cuantos pudieran propinársele para calificarlo, por lasuavidad de sus maneras, lo agradable de su fisono-mía y las cadenciosas inflexiones de su voz.

Huérfano de madre y educado con singular esmeropor un padre sabio y cristiano, que procuró inculcar ensu corazón los más nobles y elevados sentimientos,nuestro joven amigo fue siempre un dechado de cul-tura y bondad. En lo físico era tipo cumplido de esaclase de jóvenes sonrosados, de cabellos crespos, rubio-cenicientos, y ojos entre pardos y garzos, que si no co-rrespond~ al ideal de la belleza masculina que ofrecenen abundancia los pueblos meridionales de Europa ylas razas morenas de oriente arábigo, sí constituye unavariedad muy distinguida del francés buen mozo depuro origen céltico, o del español de las provinciasvascongadas, de donde, acaso, haya llegado hasta nos-otros. Sea de ello lo que fuere, es lo cierto que a losdiez y ocho años, Ignacio debió de trastornar muchascabecitas lindas de Bogotá; y en las tiernas miradasque a él dirigían de preferencia las muchachas desdelos balcones y ventanas de las calles por donde pasá-bamos cuando íbamos de paseo, dejaban comprenderbien a las cIaras la grata impresión que el gallardomancebo les causaba.

No me será posible olvidar la manera discreta y cul-tisima como el respetable padre de Ignacio, hombretan distinguido por la solidez de sus principios mora-les como por su grande inteligencia y conocimientode las ciencias económicas y administrativas, nos aco-gió a los amigos de su Benjamín, el día en que, arras-trados por una de esas muchachadas imperdonablesque dejan en el espíritu el sabor amargo de un re-mordimiento, aceptamos la invitación que sin arriere

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pensé e nos hizo Francisco para que saliéramos de pa-seo por la Sabana, en el coche de su familia; y porallá en "Cuatro-Esquinas" nos dejamos seducir deldiablo y apuramos unas cuantas copas de mistela, queen dos por tres elevaron nuestros cerebrhs de neófitosa la quinta potencia .. , Me confundo todavía cuandorecuerdo la mirada de dulce reconvención que nos di-digió el señor Gutiérrez ... Imagine el lector cuál se-ría aquello, tratándose de la fea calaverada que hici-mos cometer a ese niño delic~do, en quien tenía pues-tas todas sus complacencias de padre anciano ... 1

Ignacio, nacido con valiosas dotes de poeta, era tam-bién muy decidido por la literatura, y desde niño seconsagró a estudios de historia nacional, los cuales.produjeron con el tiempo frutos muy importantes,.que vieron la luz en diversos periódicos de la capital.No había cumplido veinte años cuando se trasladó ala República de los Estados Unidos con el propósitode seguir diferentes cursos que habrían de servirle co-mo preparación para el estudio de las ciencias médi-cas, que hizo en efecto y coronó brillantemente con laadquisición del título de doctor e incorporándose po-co tiempo después como profesor de las facultades deLondres y París. En esta última capital tuve el placerde abrazarlo hace algunos años, muy lejano ya el di-choso tiempo en que juntos nos habíamos sentado enlos bancos del colegio de los señores Ortices. .. Siem-pre el mismo, Ignacio se mostró conmigo tan afectuo-so, tan cumplido, como en la época feliz de nuestravida en que, animados por risueñas esperanzas en unporvenir que tan diverso habría de ser para cada unode nosotros, nos íbamos con Francisco, cogidos del

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brazo, por el camellón de Las Nieves, hasta- "El-Sar-gento", o por la alameda de San Victorino hasta Puen-te Aranda, departiendo con sabroso entusiasmo acercade asuntos y cosas que nos eran muy gratos.

Cuánto gozó mi corazón al verle al lado de su bellay joven ..esposa, con una preciosa niña de pocos años.sobre las rodillas, en un lindo departamento de rez-de-chaussée, en la calle de Pierre Charron en el aristo-crático y elegante barrio de los Campos Elíseosl Com-prendí que Ignacio era tan feliz cuanto se puede all-pirar a serlo en este mundo de penas y llanto; y des-de el fondo de mi alma di infinitas gracias a Dios porla dicha de mi amigo.

*•• •Llevados por nuestra creciente afición a cosas de

literatura, Carlos, Francisco, Ignacio y yo concertamollel pensamiento de fundar una sociedad literaria queformara ambiente común para ensayar el vuelo denuestras débiles alas y al propio tiempo nos permitie-ra asociarnos a otros jóvenes, inclinados como nosotrosa las peroratas y a borrajear. A las primeras de cam-bio nos encontramos con más de veinticinco socios.entre quienes recuerdo con especial complacencia alinteligente y espiritual Roberto Suárez Lacroix, elque con S1,1 gentileza de cachito de buena casa se ganómuy pronto las voluntades de todos. Sólo la discusióndel nombre que habríamos de dar a la sociedad, nO$embargó tres o cuatro sesiones. El uno opinaba de es-te modo, el otro de aquél; el de más allá pedía la pa-labra y proponía que la denomináramos Academia.así, llano llano, como quien le dice primo al Papa; yeIde acull~, que el nombre de Congreso Literario era

IMPRESIONES y RECUERDOS 75el que ajustaba como anillo en el dedo. Al fin, CarlosMartínez Silva, con la rectitud de sentido que desdeniño lo caracterizó, dijo que nos dejáramos de seme-jantes barrabasadas; que la incipiente institución de-bía recibir el nombre sencillo de Liceo Juvenil, y asífue bautizada en el acta respectiva.

Una vez decidido ese punto importante, nos ocu-pamos con ahinco en solicitar un local adecuado parala celebración de las sesiones del novel ateneo, pueslas de la junta preparatoria se habían efectuado en elcuarto de uno de nosotros, incapaz, como puede com-prenderse, para contener tanta gente. Uno de los so-cios activos del Liceo, paré cerne recordar que era elsimpático y despejado Joaquín Pardo Olarte, teníarelaciones con un mocetón oriundo de los alrededoresde Bogotá, especie de lego o alumno de convento,quien, por ministerio de qué sé yo qué artes, nos faci-litó el acceso a una de las 'celdas grandes del claustroalto de Santo Domingo, edificio en el cual se efectua-ban entonces las trasformaciones iniciadas por el go-bierno del general Mosquera y proseguidas con nomenor eficacia por las administraciones nacionales quesucedieron a la de aquel caudillo afortunado, y con-virtieron la vetusta y austera construcción colonial enun elegante palacio de gusto moderno.

Al semilego o cosa parecida a quien debíamos elimportante servicio de que acabo de hacer mérito,dábamos familiarmente el nombre de padre BIas; yen efecto, con el tiempo se justificó el respetuoso apo-do, pues el tenaz mozo, que tenía entre ceja y ceja talpretensión y poseía como pocos la fisonomía del esta-do, dio y cavó hasta que logró vestir el negro hábitoy calzar las sandalias amarillas (vulgo chinelas) de losPadres Candelarias. A la postre obtuvo la cura de al-

LUCIANO RIVERA y GARRIDO

mas de un pueblecillo de la región oriental de Cundi-namarca, donde acaso goce aún de los beneficios desu prebenda. Sujeto bonachón y no destituído de lu-ces (aunque no eléctricas) acogió con entusiasmo nues-tro propósito, y desde el primer momento su coopera-ción nos fue sumamente útil. El se encargó de conse-guir mesas, asientos, recado de escribir, elementos dealumbrado; en fin, cuanto se necesitó. Conque se las.arregló como pudo y formó hasta solio para la presi-dencia ... El hombre era una preciosidad; y más apa-rente para confiarle el ministerio de fomento de laasociación, no lo habríamos conseguido ni pidiéndolocon factura especial al extranjero. -"Con tal de queustedes me den algún carguito en el Liceo, nos decíacon cierta sonrisita humilde de fraile amable, aunquesólo me nombren portero: yo lo que quiero es servir-los". Pero ... forzoso es decirlo: no todo era en él amordesinteresado por el progreso de las letras en general yde la corporación en particular: el buen padre BIasalimentaba entre pecho y espalda ciertas pretension-cillas de predicador en cierne; y como se prometíain pectore deslumbrarnos con su facundia místicacuando le llegara el turno, se desvelaba por dar viday robustez a nuestro gran pensamiento.

Desde que fundamos el Liceo Juvenil empecé adarme cuenta de lo que es entre nosotros la asociación,y de cómo entiende nuestro carácter' nacional eso dela colectividad en el esfuerzo, ya se trate de empresaspúblicas o privadas, ya de negocios o de· industria, deartes o de política, de obras buenas o de otras que nolo sean. Empezaron entre nosotros las dificultades, lostropiezos y las contradicciones en el momento mismoen que se trató de elegir dignatarios para la corpora-ción. Uno solo era el puesto de presidente, y todos

IMPRESIONES y RECUERDOS 77nos considerábamos con títulos para ocuparlo; así fuecomo los muy contados que constituíamos la minoríatuvimos que valernos hasta de intrigas electorales, na-da menos que si hubiéramos sido gobierno, para sacaravante nuestro candidato, que lo era, como de justi-cia, Carlos. Cuando llegó el turno a la elección de se-cretario, todo el mundo sacó el cuerpo, pues comoeste cargo implicaba algún trabajo y pocas o ningunasgenuflexiones de la porción subalterna, cosa que nosseducía y encantaba en la presidencia, había queecharle el muerto al más desmazalado de la partida.Cargué yo con él, elegido por abrumadora mayoría,y de adehala le agregaron otro leño; el destino debibliotecario, que no era tampoco una canonjía. Porfortuna, como la biblioteca era cosa que no existíaaún sino en la mente acalorada de los socios del Li-ceo, el empleo era puramente nominal y, por lo mis-mo, muy llevadero. ¡Al fin cosas de muchachos!

Nombradas las comisiones respectivas y aprobado elreglamento en todas sus partes, pronto empezamos adar de nuestro lomo escama y llovieron las peroratasy las lecturas en las sesiones del Liceo. Retumbantescomo truenos y encumbrados como montañas eran lostemas que escogíamos para nuestros trabajos; y enconsonancia con su elevación y grandeza eran, comopuede presumirse, la exageración y mal gusto con quelos desarrollábamos. Por supuesto, al expresarme así,me refiero únicamente a los que constituíambs la granmayoría de la asociación; pues mis amigos Martínez,los Gutiérrez, Roberto Suárez y algún otro, dierondesde entonces, así burla burlando y como cosa dejuego, muestras muy bellas de sus talentos. Influenciadecisiva del cristianismo en la marcha de la civiliza-ción moderna; El porvenir de la f.oesía erótica en el

LUCIANO RIVERA y GARRIDO

siglo XX; Caracteres y distintivos de la literaturadramática en la Edad Media; El niño, el joven 'Y elanciano en sus relaciones con la mujer de todos lostiempos; Flores, perfumes y armonías de la Iglesia Ca-tólica (éste era del padre BIas) etc., etc.: tales eran lo!títulos de algunos de nuestros famosos discursos. Aque-llo se prestaba más a la risa que a la censura seria;y si hombres de la talla intelectual del doctor Cama-cho Roldán, los hermanos Pérez, D. Manuel Pamba,Vergara y Vergara, Quijano Otero o Guarín hubieranpodido procurarse el regalo de asistir a nuestras sesio-nes, se habrían divertido en grande y reído hasta des-ternillarse.

Uno de los socios más característicos del Liceo Ju-venil era el Loro. El Loro era un muchacho que per-tenecía a distinguida familia de la capital, pero, nocomo se quiera, sino a una familia de abolengo ilus-tre en los fastos históricos del país. Tenía unos diezy seis años de edad en esa época, era inquieto comouna ardilla, más vivaracho y travieso que un mico,feo como él solo y más embustero que un saca-muelas~pero al mismo tiempo, tan simpático, ocurrente y de-cidor, que, a pesar de las mil y una diabluras que eje-cutaba por día, no podía uno dejar de quererlo y sesolicitaba su amistad como un hallazgo precioso. Conesto, muy inteligente, agudo como una lezna y dadocomo ninguno a leerlo todo y a saber cuanto ocurríaen la ciudad y fuera de ella. ¡Tremendo avechucho!En cinco minutos y con una volubilidad extraordina-ria lo ponía a uno al ,corriente de lo cierto y de lofalso; de lo que había sucedido y de lo que no acon-tecería jamás; de la última novela de Paul de Kock,que había devorado la noche anterior a escondidas desu señora madre; de las chispas que corrían acerca

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de un pronunciamiento en Güepsa; de los motivos porlos cuales nuestro profesor de francés acudía cada mo-mento y más de prisa al. .. jardín del colegio, y deuna chirinola horrorosa que se había desenlazado agarrotazos en una chichería, por los lados de Las Cru-ces ... ¡Terrible pajarraco I Paréceme que lo veo aúnpor esas calles de Dios con un gabancito de paño co-lor de café maduro, botines de derrotado, con taconesmás torcidos que la senda que lleva al crimen; som-brero gris de fieltro, de alas estrechas, con más abolla-duras que el yelmo de un cruzado; con aquellos ojilIosde pájaro que lo veían todo a un tiempo, y la tezdescolorida y sembrada de espinillas ... Hoy sé conmucha satisfacción que nuestro Loro de antaño es uncaballero muy respetable y distinguido, excelente pa-dre de familia, hombre utilísimo por sus conocimien- ~tos especiales en diversos ramos de las ciencias físicas,y persona llena de recomendaciones y merecimientos.¡Quién lo hubiera sospechado entoncesl ... ¡Oh po-der de las trasformaciones!

El nombre de pila del que era entonces nuestro co-lega es Javier; pero todo el mundo, inclusive las per-sonas de su muy honorable familia, no lo llamabande otra manera sino Loro: ¡Loro por aquí, Loro porallál Y lo que más me sorprende es que el ornitológi-co apodo se haya perdido en el conjunto de modifica-ciones experimentadas por nuestro amigo y consocio,pues raras veces sucede que un sobrenombre que caecon suerte en un colegial, no lo acompañe hasta elsepulcro. De esto hay muchos ejemplos, en Bogotá,sobre todo. Así, acaso sea yo la única persona querecuerde al travieso Loro.

El Loro era el elemento disolvente de nuestra Aso-ciación. No había cosa, por sagrada o seria que fuese,

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que resistiera a su espíritu burlón, a sus artificios dia-bólicos, a sus terribles mentiras, enormes como monta-ñas, a su ironía cáustica e implacable. Era muy capazel taimado de ofrecernos el Palacio Arzobispal paraque celebrásemos en él las sesiones solemnes del Liceo,r se quedaba más fresco que un manojo de clavelesacabado de coger; y como se pintaba él solo para ha-cer pasar las verdades como mentiras y las mentirascomo verdades, a las veces conseguía hacernos tragarla bola de que el presidente de la República se infor-maba con interés de la marcha de nuestros trabajos;0, mostrándonos un bonito cortaplumas o el lindo re-loj de bolsillo de alguna de las señoras de su familia,nos decía muy suelto de talle que eran pequeños re-

i galos que, en premio de sus escritos del Liceo, le ha-bían hecho el ministro inglés o el señor delegadoapostólico. Jamás dio medio real como contribuciónde l;.¡s que le correspondían en su calidad de socio,para papel o para alumbrado; y siempre encontrabamodo decente de socaliñar algunas pesetas al tesorode la sociedad, con las que se atracaba de dulces y pas-telillos en la confitería del francés de la calle de losPlateros. Nos enredaba con todo el mundo y entrenosotros mismos nos ponía que no sabíamos cómo en-tendernos; y como poseía una facundia y una labiaque el mismo diablo le habría envidiado, y a las vecesrecitaba con una gracia indecible cosas muy bonitas,en prosa o en verso, que se aprendía de memoria y conlas cuales en ocasiones nos hacía reír como tontos yotras nos arancaba lagrimones como cerezas; y teníarelaciones en todas las botillerías de la vecindad; yera amigo y conocido de! género humano... se nosimpuso como una necesidad; como el hombre indis-

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pensable en la asociación, y ya no pudimos pasarnossin él. ¡Asombrosa criatura!

Los caracteres serios del Liceo protestaban a me·nudo contra la influencia malsana del Loro; pero elmuchacho, malicioso como un gallinazo, comprendíala cosa, se hada el chiquito y el mimado, y entonabacon voz compungida y contrita el peccavi; ofrecía queen lo sucesivo seria otro, que no volvería a mentir nia enredar, y mil promesas más, que nunca cumplía,porque a las pocas vueltas el natural lo dominaba denuevo. Al fin, uno de los jaques del Liceo Juvenil(que también contaba la corporación con hombrecillosde pelo en pecho) se cansó de tolerar las burlas, delLoro, quien con sus embustes estuvo al canto de po-nerlo en ridículo delante de personas respetables; leesperó una tarde a la salida de la sesión, y le dio unatunda que lo hizo cantar. Ese día se descubrió queel pobre Loro, aunque acumulaba muchas y variadashabilidades en su personilla, era muy... ¿cómo di-ré? .. ¡muy gallina! Y desde ese momento empezópara él una existencia desgraciadísima, pues conocidasu parte vulnerable, conviene a saber, la flojera, hastalos granujas del colegio se le encaramaron en la nucay procedieron como en país conquistado.

No fue larga la vida del Liceo .Juvenil. Como en lascorporaciones de las personas grandes y formales, pronoto se suscitaron emulaciones, surgieron rivalidades ydesagrados, en una palabra, se reveló, como siempre,el elemento humano con todas sus pretensiones y ruin·dades, sin que fuese parte a desvirtuar tan menguadossentimientos la influencia juvenil que, generosa y no-ble, no alcanzó a formar ambiente bastante para quepredominasen allí únicamente las manifestaciones delcorazón y de la inteligencia. De ahí que el mejor día

82 LUCIANO RIVERA y GARRIDO

fuese taí el alboroto y tan grande la algazara, que elpresidente cansado de gritar: ¡al orden, señores 1 ¡alordenl y de agitar la campanilla hasta volverla peda-zos, se cubrió majestuosamente y descendió las gradasdel solio para retirarse, en los momentos precisos enque un tintero lleno, lanzado no se supo por quién,fue a dar en su pecho, inundólo en tinta, y por ca-rambola nos roció en regla a los demás socios que an-dábamos por allí.

Renuncio a describir la escena que sucedió a seme-jante incidente. Hubo puñadas, estrujones, mordiscos,gritos y vociferaciones de ¡tú fuistel, ¡no fui yol, ¡SO

canalla I ¡sinvergüenzal ¡más lo es él! etc. En fin, to-do como si hubiéramos sido ya hombres de barbas,y en vez de miembros de una sociedad literaria pourTire, padres conscriptos reunidos en congreso. CuandoCarlos, los Gutiérres, Suárez y yo nos vimos sanos ysalvos en la calle de Forián, apenas si lo creímos.¡Qué pelotera aquélla, Dios santo!

** *

A medida que el vuelo infalible de los años me. llevaba a las regiones encantadas de la adolescencia,se hacían sentir con mayor fuerza en mi espíritu laafición y el entusiasmo por las diversas formas que enla literatura sirven de vehículo al hombre de senti-miento pnra expresar sus más caros ideales. Experi-mentaba algo semejante a la necesidad de trasladara ro escrito de un modo claro, que resultara interesan-te por la vivacidad de la frase y lo original de la idea,los pensamientos que cruzaban mi quimérica mente,arrebatada por mirajes deslumbradores hacia espaciossoñados que mi vagabunda ·fantasía poblaba de visia-

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nes risueñas ... ¡Cuántas veces, impulsado por esasaspiraciones generosas, pretendí desplegar las nacien-tes alas para volar a las regiones maravillosas que mialma me mostraba tan bellasl ... Pero, ¡ayl ¡que ape-nas intentado el vuelo, recogíanse tímidos los débilesmuñones y volvía a caer pesadamente en tierral

Mi entusiasmo por las bellezas naturales, expresióngrandiosa de la labor divina, había llegado a su apo-geo; y a ese noble sentimiento se asociaban en mi al-ma impresionable el recuerdo de los gratos y tranqui-los días de la infancia y la memoria de los lugares endonde esos momentos dichosos trascurrieron; la ima-gen de los seres que entonces me amaron y a quienesa mi vez prodigué mi cariño ... Todo ese conjuntopoético y risueño volvió vigoroso a mi espíritu y lo im-pregnó con el aroma de las flores benditas que embe-llecieron mi niñez. Pero la exageración del senti-miento ahogaba mis propias concepciones, o, paraexpresarlas, encontraba demasiado vulgar el órganoinsuficiente de mi pobre palabra. Oía resonar en miinterior las notas melodiosas y sublimes de un instru-mento rico en armonías, que era mi corazón; mas esasnotas, dulces y melancólicas, esas modulaciones deli-cadas y tiernas, se perdían en los infinitos espacios demi alma, como se pierde en el seno de la atmósfera lafragancia exquisita de las flores. Ese concierto peren-ne, especie de idilio musical compuesto de dolores yalegrías, de recuerdos y esperanzas; sinfonía misterio-sa que revelaba a ocultas la situación de mi ánima,sólo era escuchado por mí. .. ¡Oh, si yo hubiera na-cido poeta, habría cantado entonces hasta hacermeinmortal! Pero, venido al mundo sin fuerzas para mos-trar a los demás mis pensamientos con la elocuenciay con la gracia de un verdadero vate, tuve que conten-

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tanne con sentir, sin poder hablar a los hombres enel lenguaje de los dioses.

El hombre recibe con la vida la vocación que hade decidir de su destino. Es cosa inevitable; y en eso,como en todo, h3.Yque someterse a la voluntad supre-ma de la Providencia. El que nació para obrero, amalos útiles del oficio que habrá de ejercer, desde queempieza a balbucir las primeras palabras; y fijas ten-drá siempre en el ciedo las miradas, aquel que vieneal mundo destinado a contemplar eternamente las es-trellas. Grande y hermoso es lo último cuando el que,constituído así por el querer de Dios, ha de vivir enel seno de las sociedades cultas y espirituales, capacesde estimar y comprender el sublime empeño del genioen dar cumplimiento a las divinas palabras de Jesús:"no sólo de pan vive el hombre"; lo mismo es unagran desgracia para los que, animados por altos y no-bles pensamientos, arrastran la pesada cadena de lavida en medio de pueblos ajenos a las fruiciones delarte, donde sólo se da el nombre de trabajo al esfuerzoque doma la materia y en los que el sagrado vocablode literatura, sirve a los necios y petulantes de la ma-yoría de emblema irónico de mentira y de farsa ...Los hechos se verifican así por la fuerza misma de lascosas, y por eso no tienen remedio: predicar en senti-do contrario es perder el tiempo; protestar contra talorden de ideas, ¡insensatezl

A los diez y ocho años no podía ver el mundo conla claridad ~on que hoy me lo deja ver la experienciade la edad 'madura. Por tal motivo, como pude y nocomo quise, di rienda suelta a mis inclinaciones; merevestí de audacia y dije al público en letras de moldealgo de lo que pensaba en el secreto de mi alma. Dosasuntos ocuparon de preferencia mi pluma de princi-

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piante: la mujer, y no la mujer como se quiera, sinola mujer pobre, paupérrima; y los pobres en general.Me convertí en un San Martín amateur de literatura;en un San Juan de Dios, polluelo de escritor público.Acaso la estratégica escogencia de mis temas me libróde las burlas de muchas gentes y me puso a cubiertode más de una crítica zumbona, pues los pobres sonlegión, las mujeres, legión, y siempre es bueno apo-yarse en legión: la legión es fuerza, y ya se sabe quela fue"za es el más poderoso y eficaz de los apoyos.

"Fueel señor don José Leocadio Carnacho la primerapersona del mundo de las letras que amparó mis ti-midas ensayos. Era en esa época el señor Camacho unhombre muy joven aún, inteligente, instruído y vir-tuoso, que se distinguía especialmente por la bondadcon que estimulaba a la juventud estudiosa. A eseapreciable caballero y noble artesano, que tanto hon-ra la alta cl;:¡seobrera de Bogotá y tan bellas muestrasha dado de su talento; al progresista y laborioso donNicolás Pontón y, sobre todo, a mi inolvidable y llo-rado amigo don José Joaquín Borda, debí la inefablesatisfacción de ver publicados por primera vez misrenglones de aficionado. Lo confieso: mi placer fuemuy grande: nada hay comparable a las gratas emo-ciones que experimenta un aprendiz de escritor cuan-do ve impresos sus ensayos que, en su inocencia de lascosas de la vida, él juzga, cuando menos, como obrasacabadas, que el público va a disputarse con avidez.Esas sensaciones se debilitan, se gastan con la frecuen-cia, como sucede con todo en este mundo efímero,principalmente con aquello que no tiene más susten-táculo que la ilusión; pero su amable recuerdoacom-paña al través de las amarguras de la existencia y es

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como un oasis en medio del desierto que dejan en elalma los desengaños y los padecimientos.

Era muy joven cuando tuve el honor de contraerrelaciones con el señor don Manuel Pamba, uno delos hombres más benévolos, espirituales y distinguidosde Bogotá. Con él consultaba mis ensayos, antes deatreverme a solicitar colocación para ellos en las ho-jas literarias de la capital; y como es tan indulgente,escuchaba con santa paciencia, él, ático y atildado li-terato, la lectura de mis pesados articulones sobreasuntos que nada tenían de originales ni de nuevos;y me ayudaba con sabios y oportunos consejos demaestro, lo cual contribuyó, acaso, más que ning"\lnaotra circunstancia, a que mis pocos lectores no protes-taran contra esos desatinos de principiante.

Es el señor Pamba uno de los más valiosos amigosque me ha deparado mi afición a las letras. Me encon-traba en el colegio de los señores Pérez cuando undía, impelido por el anhelo de lectura que me asedia-ba siempre, tomé un número del reputado periódicoEl Tiempo, y en él vi un artículo extenso, !rubricado:Una excursión por el Valle del Cauca ... Imagine ellector lo que ese título tendría de decidor para mipobre alma, mortalmente entristecida por la ausen-cia de la tierra nativa!. .. Al pie de ese c5crito, unode los más amenos, conceptuosos e interesantes decuantos en ese género han visto la luz en Colombiaen los últimos cuarenta años, se leían dos iniciales:P. M. En su modestia esquiva, el eminente escritorhabía llegado hasta el extremo de invertir el ordennatural de las primeras letras de su nombre y apellido,para desorientar a sus admiradores. Por lo que se re-fiere al más oscuro de éstos, el señor Pamba habíacontado con la curiosidad tenaz de mi entusiasmo;

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pues impresionado con aquella lectura deliciosa quetan a lo vivo y con expresiones de tan elocuente poe-sía me mostraba, como al través de un lente mágico.la espléndida naturaleza de mi país, tanto hice hastaque logré desentrañar el querido y respetado nombredel ameno escritor y hombre distinguido que con eltiempo habría de honrarme con su amistad y su ca-riño.

Nadie ignora en Bogotá que es difícil encontrar unhombre de trato más discreto y amable que el señorPamba. Su fácil y castiza conversación, animada porrecuerdos de no corta existencia, en el curso de la cualha sido testigo de una multitud de hechos importan-tes para la vida pública y la crónica privada del país.lo primero con tanto mayor razón cuanto su respeta-ble padre fue uno de los hombres que más eficazmen-te intervinieron en la existencia política de la naciónpor tiempo considerable; tiene todo el atractivo deuna narración de Alejandro Dumas, unido al encantode un lenguaje sencillo, original y festivo.

Entre las particularidades de hombre educado quedistinguen a D. Manuel, recordaré siempre la puntua-lidad extremada con que da respuesta a todas, todaslas cartas y esquelas que se le dirigen, siquiera seamuy trivial el asunto que las motive; y la manera sua-ve, comedida y circunspecta con que acoge a quien-quiera que a él se acerque, bien suceda esto en mo-mentos de dicha y placidez, bien en días en que, comoa todo hijo de Adán, le aquejan contrariedades o pesa-res. A primera vista parece fácil proceder en amboscasos como procede habitualmente el señor Pamba,y tiene asomos de perogrullada el presentar como re-<:omendación de un caballero la fiel práctica de esosactos de civilidad corriente: ponga la mano sobre el

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pecho aquel a quien OCUlTala observación, y digacon sinceridad absoluta si se siente capaz de obrarde igual modo en circunstancias análogas ...

Puede juzgarse de la espiritualidad de D. ManuelPombo por el siguiente rasgo, insignificante en apa-riencia, si se quiere, pero muy expresivo por la pia-dósa poesía que en su esencia revela. Hombre, de ex-tensas relaciones en la capital de la República y suma-mente popular entre sus amigos, suele ser invitado acasi todos los matrimonios de la alta sociedad bogota-na; y en aquellas fiestas de familia, nunca olvida exigira la desposada una flor de la simbólica corona deazahares que en tan solemne día ha adornado sus

. sienes. Con esas f1m-es, emblema de puereza, llevabaformado en más de veinte años un ramillete espléndi-do, el cual había puesto, a guisa de ofrenda propicia-toria, al pie de una hermosa imagen de la Virgen delas Mercedes, que guarda cuidadoso en su habitaciónparticular. .

** *

El inolvidable literato D. José María Vergara y V.me favoreció una vez con la insertación de algunaslíneas mías en las columnas de su interesante semana-rio La Fe. Fue ese el punto inicial de las cordiales re-laciones que después me unieron con aquel malogradoescritor, a quien pudiera haberse dado el título demaitre, con que en Francia son designados los hom-bres de letras que descuellan por su originalidad y sutalento.

En Bogotá nadie ha olvidado que el señor Vergaraera un hombi-e de gallarda presencia, trigueño, muybarbado y más bien cenceño que membrudo; de nariz

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bien hecha, frente amplia y ojos muy negros, de mira-da suavemente acariciadora. Los rasgos característicosde esa fisonomía tan distinguida como simpática losencontré años después reproducidos en muchos sevi-llanos y granadinos, pues al tipo andaluz correspondía,acaso por afinidades atávicas, el historiador de la lite-ratura nacional.

Agradable y festivo en su trato, don José J\1aríaera un tanto dado a las bromas cariñosas; hiriente,nunca; manso y bondadoso, ~icmpre. Con su muerte.Bogotá perdió uno de sus mejores hijos, que si lahonró mucho por su ingenio y su erudición, sus gran-des dotes de poeta dulce y sencillo y sus relevantescondiciones de galano y delicado prosador, no la enal-teció y sirvió menos con las nobles prendas de su ca-ritativo espíritu, todo él piedad, amor y abnegación.

La víspera de partir para Europa, en 1868, me llevóa su casa; y estando allí, sacó su retrato en fotografía,y me lo dio, después de haber escrito su nombre en elreverso ... ¡Ay! No pensé entonces que aquélla seríala última vez que lo vcría sobre la tierra: a su regresoa Bogotá expiró, dejando tras sí un reguero de lágri-mas sinceras. Pasado un aüo volví a la capital de laRepública, y tuve el consuelo de llorar a mi vez sobresu tumba.

Valióme mi gusto por los asuntos literarios la ad-quisición de otras relaciones no menos importantesque las mencionadas: las de los seüores D. .José MaríaSamper y D. Salvador Camacho Roldán. ¿A qué me-jor recompensa puede aspirar el admirador vehemen-te y sincero de los hombres que forman la corona glo-riosa de la Patl'ia, que a la que procura el goce deamistades que honran y consuelan, como la de los

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eminentes colombianos cuyos nombres acabo de es-cribir? ..

Hallábame recogido en mi habitación una nochedel mes de junio de 186... , y serían las once y mediacuando oí que. alguna persona llamó a la puerta quedaba a la calle e inquirió por mí. Levantéme, salí yme encontré con un criado de buen aspecto, quien mesaludó con cortesía y puso en mis manos una esquela.Abrila al punto y leí en ella las siguientes palabras,escritas en una letra de forma bien determinada y decontornos acentuados:

"Estimado señor:"Me encuentro reunido en este momento en mi

casa, que es la de usted, con algunos amigos de confian-za, en mosaico pleno; y deseo que usted me complazcaen venir a ella para tener el gusto de estrecharle lamano y presentarle a mi señora y a mis amigos, su-plicándole se sirva acompañarnos a tomar una tazade té.

"Su estimador, "JOSE MARIA SAMPER."No tenía yo el honor de ser amigo del señor Sam-

per, y ningún motivo podía hacerme presumir que mioscuro nombre hubiera llegado a su conocimiento.Aquella amable cuanto honrosa e inesperada atenciónno dejó, pues, de sorprenderme. Sin embargo, me ves-tí apresuradamente y me trasladé a la habitación delilustre publicista. Una vez allí, no tardé en obtener laclave de lo que acontecía.

Devoto del señor Samper, cuyas obras históricas yliterarias había leído con gran interés, muchas veceshabía expresado mis sentimientos de admiración enpresencia de D. Manuel Pamba, amigo íntimo y com-padre del autor de Martín Flórez, a quien designaba

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familiarmente con el abreviado de Pepe. Hombre in-capaz el señor Pombo de guardar secreto a sus ami-gos cuando se trata de hacerles saber el bien que deellos se diga, como hiciese parte del mosaico congre-gado en casa del señor Samper en la noche a que merefiero, dio cuenta cabal a su compadre de cuanto yole había dicho en el calor de mi entusiasmo, agre-gando -lo que, por lo demás, era muy cierto- quepara mí sería una dicha relacionarme con él. Vehe-mente y activo en todos sus actos; naturaleza ardientey generosa, en la que predominaba la gran virtud delreconocimiento, el señor Samper no quiso esperar lacoyuntura ordinaria que, sin duda, habría presentadoel mismo señor Pamba para que contrajésemos amis-tad, sino que al punto me dirigió la esquela que trans-cribí antes.

En los primeros momentos de mi permanencia enel ~alón del señor Samper, me sentí embarazado. Ade-más de los respetables dueños de casa se encontrabanallí personas muy distinguidas, para quienes yo era undesconocido: D. Alejandro Posada, D. Diego Fallan,D. Ricardo Silva, D. José María Quijano O. " Natu-ral era, pues, mi turbación, pero ella no duró mucho:las incontables personas que cultivaron las valiosas re-laciones del celebrado autor de La literatura fósil,saben cuán expansivo y afectuoso era aquel eminentehombre público y cuántos tesoros de generosidad ybenevolencia guardaba en su gran corazón. Abrumó-me con sus atenciones; y en esa grata noche -de lacual conservaré mientras viva el inolvidable recuer-do- quedó consagrada por la simpatía recíproca laamistad que nos unió después.

Con el señor Camacho Roldán me relacionó el han··roso incidente que paso a referir.

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Publicábase en Bogotá, con el título de La Paz, unperiódico político de mucha importancia. El nombredel periódico era su mejor programa, pues sin eludirel estudio de los grandes 'problemas políticos, econó-micos e industriales que agitan sin cesar las socieda-des civilizadas, a nadie podía ocultarse que el objetoprincipal de aquella publicación consistía en trabajarpor todos los médios posibles a fin de conservar latranquilidad del país, en momentos de suyo difícilespor las circunstancias especiales que se atravesabanentonces. Era jefe de redacción de La Paz el señordoctcr Camacho Roldán, y bastaba su respetable nom-bre para dar al periódico una eficaz y legítima in-fluencia.

A menudo recibía cartas del país de mi nacimiento,en las que se traslucía la satisfacción producida en elánimo de los caucanos pensadores y honrados por lapropaganda bené~ica de La Paz, propaganda que for-maba singular contraste con el empeño mal encubier-to de algunos órganos perturbadores de la prensabogotana, entl'e otros un semanario dirigido por unpersonaje político de relumbrón, cuyos propósitos avie-sos no eran un misterio para nadie.

Como participase del modo de sentir de mis paisa-nos, me permití co!1stituírme en órgano of~cioso delreconocimiento público -cosa tan conforme con misentusiasmos juveniles- y escribí una manifestación,que hice imprimir y circular en hojilla volante. Al díasiguiente apareció en la sección editorial del periódicoantagonista un suelto en el cual se decía que La Pazempleaba medios reprobados y vulgares para formarseatmósfera de popularidad ficticia, una vez que la hojaque había circulado la víspera evidentemente teníaque ser obra de la redacción de'aquel semanario. Fun-

IMPRESIONES y RECUERDOS 9'dábase tan peregrino cuanto ofensivo cargo, en queel impreso volante había sido editado en la mismaimprenta en que se publicaba La Paz ...

No había querido poner mi nombre al pie de la ho-jilla porque temí que la circunstancia de ser el de unapersona insignificante perjudicara al objeto que conella me proponía. Así, tan pronto como tuve conoci-miento de la ofensiva aseveración del periodista sub-versivo, me presenté en la oficina del doctor CamachoRoldán y le manifesté que, siendo yo el autor respon-sable del escrito que motivaba el desagradable inci-dente conocido del público, acudía a la redacción deLa Paz con el objeto de autorizar al respetable direc-tor de ese semanario para que expresase con enteralibertad lo que ocurría én el asunto. .

Tratándose de un caballero como el doctor Cama-cho Roldán, cuya cultura y civilidad son proverbialesen toda la República, fácil es darse cuenta de la ma-nera atenta y cumplida con que fui acogido por él.Expresóme en términos de calurosa efusión la compla-cencia que en su ánimo producía el paso dado por mí;pero se negó en absoluto a usar de la libertad en queyo lo dejaba.

Comprendí al punto los motivos de dignidad queinspiraban su abstención, y no insistí sobre el parti-cular. Cuanto al incidente en sí mismo, la sociedadsensata lo juzgó con severidad, censurando con acri-tud la ligereza del temerario periodista. De ello nin-gún desdoro resultó para La Paz, pues el noble silen~cio con que su respetable director correspondió alvillano insulto, fue la reprobación más elocuente deaquella injusticia.

Ruego al lector crea que no refiero estas cosas porlo que ellas puedan tener de lisonjeras para mi amor

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propio. Escritos estos Recuerdos, cuando ya la nievede los años empieza a blanquear mis cabellos, y re·montándose ellos a tiempos que bien puedo llamar,para mí por lo menos, tiempos muertos, tal sentimien-to equivaldría a puerilidad, imperdonable en quienaspira, sqbre todo, a ser atendido con indulgencia porel público. Si de ellas se deriva algún honor, bien secemprende que él corresponde a los distinguidos ca·balleros que procedieron conmigo del modo que dejoreferido, pues pintan bien el carácter hidalgo y gene·roso de quienes, colmados de glorias y colocados enmuy alta posición social, descendieron, en su bondad,hasta acoger, agradecidos, las manifestaciones de aplauo

iO y admiración del pobre e insignificante joven queera entonces el autor de las presentes páginas.

** *

Al hacer el grato recuento de lQShombres generososque alentaron mi extrema juventud con su Glriño, suestímulo y sus consideraciones, creería cometer la másnegra de las ingratitudes si omitiera el nombre delvenerable caballero D. Narciso Sánchez, uno de 10.5

últimos y mas dignos representantes de la generaciónque precedió a la nuéstra, en los promedios del sigloque termina.

Serán contadas en la capital de la República laspersonas nacidas antes de 1860 que no recuerden alrespetable doctor Sánchez, pues era bien conocido detodas las clases sociales, ya por sus relevantes prendaspersonales, ya por haber servido en el curso de largosaños el importante empleo de notario primero delcircuito de Bogotá, al cual supo imprimir el carácter

IMPRESIONES y RECUERDOS

de elevada integridad que era propio de su personamoral.

Circunstancias que no es del caso referir aquí meprocuraron la honra de relacionarme con el doctorSánchez y me colocaron en situación de poder apre-ciar con entera imparcialidad las altas dotes de aquelvenerable anciano, tipo cumplido del caballero proboy benévolo.

Era el doctor Narciso Sánchez hombre corpulentoy de estatura elevada, que apenas si había podido en-corvar lo avanzado de la edad; cabeza abultada, defacciones gruesas; grande y carnuda la nariz; biliosoel tono de la tez, y los ojos garzos, de expresión dulce,que revelaba la mansedumbre de su alma de niño yformaba contraste con la gravedad habitual de suporte.

El rasgo culminante de la fisonomía moral de esepatricio benemérito, lo constituía el desprendimientode los intereses, llevado hasta los límites de lo increí-ble, casi hasta el abandono; circunstancia tanto mássingular y recomendable cuanto, por sabido se calla.que en la mayor parte de los ancianos llega, por logeneral, el culto del dinero hasta la exageración vi-tuperable de la avaricia. No hago resaltar precisa-mente esa cualidad del doctor Sánchez porque, siendojefe de una numerosa familia, compuesta de hijos, nie-tos y sobrinos -de los cuales era único y eficaz apo-yo- cumpliera solícito los deberes del más afectuosode los padres; sino porque, no obstante gravarlo car-ga de suyo ponderosa, era la providencia terrenal demuchas gentes menesterosas y desvalidas de la capital,familias y personas con quienes sólo lo unía el vínculosanto de la caridad.

LUCIANO RIVERA y GARRIDO

Indudable que era pingüe la renta que le procura-ba el empleo que ejercía, pues además de que paranadie es un misterio el movimiento considerable de losnegocios que diariamente se efectúan en Bogotá porcompra y venta de bienes raíces y bienes inmuebles,traslación de acciones, poderes, etc., todo lo cual repre-senta un cúmulo enorme de actos que tienen que serextendidos ante notario, en el presente caso la granconfianza que inspiraba al público el íntegro ancianohacía que el trabajo de su oficina le produjera utili-dades de una cua!1tía importante; y si el doctor Sán-chez hubiera sido, no diré avaro sino simplementeeconómico, habría acumulado un verdadero capital.Pero tengo evidencia, en razón del conocimiento ín-timo de la noble manera como empleaba sus gananciasdiarias, de que cuando le llegó la última hora sólopudo dejar a sus virtuosas hijas la envidiable herenciade un nombre inmaculado.

Lo curioso del caso era que las condiciones caracte-rísticas de la edad en que se encontraba el doctorSáchez no aIcanzapa a perderse del todQ, ahogadaspor los sentimientos generosos que constituían laesencia de su manera de ser. Sucedía a menudo, perocon mucha frecuencia, que cuando nos encontrábamosen la oficina en lo mejor de la redacción de la pólizapara alguna escritura de venta, o extendíamos la ma-triz de un poder generalísimo, se presentaba de im-proviso una sirvienta (pongo por caso) y preguntabapor el doctor.

-¡Hum!, murmuraba el anciano con su gravedadhabitual y su voz de bajo profundo: ¿qué es?

-l\fi señora tal (o mi amo cuál), decía la sirvienta,manda saludar a su merced con mucho cariño y lesuplica le haga el favor de emprestarle los diez pesos

IMPRESIONES y Jlll:CUEJIDOS '7de que le habló ayer, pues se los cobran con roucheempeño, y ...

-1 Válgame Dios!, exclamaba el doctor Sánche:J, UD.

sí es no es amostazado: ¿hasta cuándo durará esto?¡Qué calamidad! ... Yen seguida, levantándose de 5U

asiento y encaminándose hacia la arquilla donde guar-daba el dinero, agregaba en voz más baja y cambiandoele tono:

-¡Pobres gentes! Mucha será la necesidad cuandose ven en el caso de molestarme. Acaso diez pesos noalcancen a aliviar su penosa situación ... ¡Mejor serámandarles veinte! ...

¡Y los enviabalOtro de los perfiles salientes del carácter del doctor

~ánchez era la mansedumbre. Obligado por la natu-raleza de su empleo a estar siempre en contacto forzo-so con gentes de la más opuesta índole y de educaciónla más diversa, no había contrariedad que le fue~ahorrada y diariamente padecía lo que no es deciblecon impertinencias de todo género. Y sin embargo, enel largo espacio de tiempo que permanecí a su lado,nunca tuve ocasión de verle enojado con nadie. Ade-más, hombre benéfico en el sentido más amplio de lapalabra, a menudo cosechaba ingratitudes, como esregular que así suceda a todo el que presta serviciosy dispensa favores; y, no obstante, jamás lo oí quejar-se de la malevolencia humana, ni tuve motivos parajuzgar que se hubiese arrepentido de ejecutar el bien.

Desde muy temprano concurría todos los días a suoficina, situada, como debe recordarse, en el salónalto del Bazar Veracruz, que mira a la segunda CalleReal; y allí, rodeado de ocho o diez jóvenes pobres,

Il-S

98 LUCIANO Rin:RA y CAlUUDO

a quienes hacía ganar el pan cuotidiano y trataba conla bondad de un padre afectuoso, trabajaba cuatro odnco horas, sin que el exceso de la labor -en momen-tos en que se acercaba a los ochenta años- le hicieramurmurar nunca. Indulgente con los inferiores, eldoctor Sánchez, circunspecto y callado de ordinario,se hacía verboso y pródigo en palabras expresivascuando se trataba de consolar infortunios, de discul-par faltas involuntarias o de estimular los sacrificiosde la virtud o los esfuerzos de la inteligencia.

Tal fue aquel anciano noble y digno, que pasó porla escena de la vida sin más propósito que el de hacerel bien, y bajó a la tumba bendecido por una descen-dencia de patriarca, a la cual dejó un alto ejemploque imitar.

Por los años de 18G5 a 1866 conocí a Isidoro LaverdeAmaya. La casa donde habitaba este joven era vecinade la mía, y de esa circunstancia feliz nacieron nues-tras relaciones, que en seguida fomentó cierta simili-tud de gustos y, si se quiere, de caracteres, e hizo du-rables hasta la época presente el decidido entusiasmoque ambos hemos sentido siempre por las cosas lite-ranas.

Era Isidoro en aquel tiempo un jovencito delgado,de quince a diez y seis años, poco más o menos; de tezmate con tintes rosados; facciones muy finas. casi fe-meniles, ojos pardos, risueños, y cabellos muy negros.Al entrar en la juventud elevóse su estatura, aunquese conservó cenceí1o, y adornó su rostro un espesocollar de barba, del mismo color de los cabellos.

Muchacho de índole suave y agradables maneras

hIPRF.SIONES y RECUERDOS 99

desde nmo, fue Isidoro hijo único muy mimado deuna santa señora que debió de haber sido bellísima,y de'un caballero distinguido y estimable, aunque untanto grave y retraído.

Cuando conod a la señora madre de Isidoro, supresencia produjo en mí el mismo efecto que me ha-bría producido una imagen de Santa Teresa de Jesúsque hubiera cobrado de improviso la animación y loscolores de la vida. Era joven aún, se parecía extraordi-nariamente a su hijo, y en su semblante escultural,que tenía los tonos ebúrneos de la azucena próxima amarchitarse, se adivinaba ese no sé qué indefinible ymelancólico que se observa en el de todas las personasdestinadas a morir pronto... Involuntariamente seagolpaban las lágrimas a los ojos cuando, accediendopor condescendencia a reiteradas súplicas de sus ami-gas, la señora se sentaba al piano y, después de senti-dísimo preludio, hacía oír algunos fragmentos de mú-sica escogida, como el gran dúo de Norma, por ejem-plo. o. el Jrl isaere. del Tml'ador. Parecía entoncescomo si el alma ele la sensible y distinguida dama secomunicara con el teclado por lazos invisibles y le tras-mitiera las exquisitas y sentimentales impresiones desu esencia misma.

¡Ay! Cuando mi pobre amigo vio volar hacia el cie-lo esa madre adorada, que era la vida de su vida, cre-yó morir también; y su espíritu recibió uno de esosgolpes terribles de los cuales no se repone nunca unhombre sensible. Apenas si el afecto solícito de subuen padre, los viajes por comarcas amigas, en dondefue acogido con favor singular, y el cariño por los li-bros, que ha dominado su existencia, apenas, agrego,si las manifestaciones de amistad sinceras y los triun-fos obtenidos en el periodismo y en obras de aliento,

lOO LUCIANO RIVERA y GARRIDO

han logrado atenuar aquel dolor inmenso, tan justocomo inconsolable! ¡Pobre Isidoro!

Perseverante en su afecto por mí, siempre encontra-ba Isidoro oportuno pretexto para darme el gusto depasar de su casa a la mía; y en mi cuartito de estu-diante, rodeados de láminas, de libros y de flores,mientras que afuera las más de las veces .llovía comosuele llover en Bogotá, esto es, a torrentes y por horasseguidas; en tanto que el viento silbaba por entre lasjunturas de los cristales de la única ventana y el aguacaía a chorros con estrépito sobre las baldosas delpatio cercano; bien abrigados y calentitos, devorába-mos periódicos, novelas, versos ... ¡Qué ratos tan de-liciosos nos proporcionábamos allí con Dumas, Sué,Feval y Balzacl ¡Cuán delicadas e inolvidables emo-ciones nos procuraban con sus escritos Vergara y Ver-gara, Guarín, Caicedo Rojas, Silva, los Ortices, losPombos y los Pérezl ... Recuerdo que entonces sepublicaba en Bogotá El Iris, periódico literario delseñor Borda. ¡Con qué ansiedad esperábamos el díade la salida de esa amena publicación, para recrearnoscon las bellas cosas que allí aparecíanl En El Iris lei.mos por primera vez Las tres tazas, del ingenioso Ver-gara; El Remiendito, de Silva, el inimitable Silva; ElMaestro ]ulián, de David, y muchas preciosidades másque son como otras tantas perlas de purísimo orienteque enriquecen el joyel de nuestra literatura.

A Isidoro le encantaban los dramas y comedias yperecía por todas las cosas de teatro. Hubiera podidocreerse, en presencia de tan marcada afición, que conlos años habría de encaminar sus notables aptitudesal cultivo del género dramático, tan desdeñado entrenosotros; pero no fue así: el estudio y la rc,flexiómcambiaron el curso de sus inclinaciones artísticas y,

IMPUSIONP y UCUEJU)Oll IOl

con el correr del tiempo, adquirió gusto decidido porla. crítica bibliográfica. En tan difícil campo de ks-peculativa literaria ha producido Isidoro excelentestrabajos, que son muy leídos y en los cuales acaso nohaya de tachable sino la parte en que, con excesivabenevolencia, juzga a algún escritorzuelo de provin-cia, en quien el cariño le hizo ver dotes que no exis-ten. Por lo demás, esos escritos, como sus volúmenesde Viajes, y otros que pertenecen a los géneros biográ-fico y bibliográfico, se señalan por la sencillez y ter-sura del estilo, la oportunidad y sesudo alcance de lasapreciaciones y lo acertado e imparcial de los concep-tos. En esos trabajos, resultado de la incansable labo-l-iosidad y paciente investigación de Laverde Amaya,encontrarán los historiadores y bibliógrafos del por-venir fuente abundante de datos exactos que disiparánmuchas sombras de lo que, p.reserzte hoy, se llamaráentonces pasado, y contribuirán a que nuestra épocaliteraria sea apreciada con algún acierto por los críti-cos del futuro.

Solíamos Isidoro y yo dar largos paseos por LasCruces, El Aserrío, Egipto, la Aguanueva, San Diego yotros ,sitios pintorescos de los alrededores de la capi-tal, propios, por lo excéntricos y solitarios, para sedu-cir nuestro espíritu, poblado en todo momento pormil ensueños y románticas visiones. El tema predilectode nuestras disertaciones en esos paseos lo constituíanlos comentarios relativos a las últimas lecturas quehubiéramos hecho juntos y los risueños y variadosproyectos relacionados con nuestras comunes aficiones.Desde esa lejana época se descubrían ya en mi jovenamigo las notables dotes de bibliógrafo y crítico deque después ha dado distinguido testimonio.

Muy joven aún colaboró Isidoro en periódicos na-\ 1

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donales, ya con trabajos propios, ya con traduccionesmuy correctas del francés; y su labor literaria ha sidotan considerable en el decurso de más de veinticincoaños, que, puede afirmarse, es él uno de los escritoresde nuestra generación que más han trabajado en elcampo fecundo y hermoso del periodismo.

Animado en toda circunstancia por las disposicionesmás benévolas hacia sus compañeros de aficiones ygustos; admirador entusiasta y vehemente de los hom-bres notables que nos precedieron en la civilizadoratarea de enaltecer el pensamiento humano; y sin gotade hiel en el alma, ni la más lejana sospecha de lo quepueda ser la envidia, a semejanza del malogrado Adria-no Páez, de gratísima memoria, Isidoro ha hecho cono-cer ventajosamente en el país y fuera de él a muchosprosadores y poetas noveles que la genial indiferenciade nuestros compatriotas dejaba sumidos en completoolvido, y ha confirmado con sus conceptuosos escritosla fama de que ya gozaban otros literatos renombra-dos. A fuerza de estudio y de perseverancia ha logradoacumular considerable acopio de erudición literaria.de la cual son fruto bien sazonado las diversas obrasque sobre bibliografía y viajes ha dado a luz en dife-rentes épocas, y la muy notable Revista Literaria quepublicó en años pasados con aprobación y aplauso dela sociedad culta.

Ni el transcurso del tiempo ni la ausencia, mar desombras en cuyas olas naufragan tantos y tan noblesafectos; ni la distancia, ni ... ninguna de las cosasque contribuyen, por lo común, a entibiar poco a po-co el cariño entre los amigos que no se ven diaria-mente, han sido parte a minorar la estimación sinceraque siempre nos hemos profesado ... ¡Devuelva Diosen dicha a Isidoro los gratos momentos que a la be-

IMPRESIONES y REC\1ERDOS lO~

nevolencia de ese amigo querido debe mi pobre alma,rudamente combatida por el dolor!

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Por aquel mismo tiempo estreché relaciones con otrojoven, compatriota mío: Jorge Enrique Delgado. Es-te talentoso e interesante muchacho fue enviado deGuadala jara a Bogotá por su respetable padre, el co-nocido abogado caucano doctor Anselmo V. Delgado,de grata memoria, para que estudiara medicina. A lasazón se había reorganizado la escuela respectiva sobreun vasto y sabio plan de reformas trascendentales, eiban a ser regentados los cursos diversos que constitu-yen esa elevada facultad por profesores tan distingui-dos como los doctores Osario, Bayón, Vargas Vega,Buendía, Pardo etc.

Delgado entró con decisión y entusiasmo en la sen-da espinosa de tan serios estudios, resuelto a no tre-pidar hasta ver coronados sus esfuerzos con la adquisi-ción de los complicados y extensos conocimientos quedebe poseer a fondo el verdadero médico para ejercercomo se debe el augusto ministerio de aliviador yconsolador de los padecimientos humanos; pero, noporque las ciencias naturales, primero, y en seguidala farmacia, la anatomía, la fisiología y la obstetricia,embargaran lo más claro de sus días y lo disponible desus noches, echó en olvido la poesía, deidad encanta-dora de la cual había sido devoto constante desde ni-ño ... Sí, porque Delgado es poeta y de los verdaderos,es decir, poeta de corazón; y si no, óigase cómo cantóen la edad dorada de las ilusiones vírgenes:

LUCIANO RlVEIlA y GARRIDO

A UNA PALOMA

Vé paloma. vé paloma.Cruza el éter. presto vuelaAl lugar donde mi amadaAfligida y triste esperaUn consuelo que mitil;ueEl martirio de la ausencia.Refiérela cuidadosaLa amargura de mis penas,Dile que la amo y que siempreMi corazón vive en ella.

Vé y posándote en el techoDe su hogar, alegre cantaLo que a disipar alcanceLa tristeza de su alma;Arrúllala y cuando veasque sus párpados se bajan,Con cuidado y silenciosaCobíjala con tus alas.y vela su corto sueñoJunto al ángel de su guarda.

y en la noche, si en el sueño,Delirando. algún suspiroSe le escapa, alguna queja.O acaso un nombre queridoQue pronuncie enamoradaCon sus labios purpurinos! ....No te olvides. no te olvidesCuando vuelvas a tu nido,De contarme lo que a ellaCon ternura le has oídol ....

Cuando la mires contenta,Risueña, alegre, amorosa,Tu piquillo comprimiendoEn el coral de su boca.y sientas entre tus plumas

IMPIlESJONE5 y UCVDDOI

Jugando su mano hermosa,Alza el vuelo y a mi ladoDirlgete sin demora,Trayéndome de en senoUn recuerdo, ¡ven paloma!

Aún me parece que veo a Jorge Enrique, en aquellaipoca, Iya tan lejana!... Era de estatuara medianapero bien proporcionada; moreno, de ese moreno ame-ricano tan seductor; la cabeza un tanto abultada ycubierta por una selva de revueltos y hermosos cabe-llos, crespos y sedosos como los de Lord Byron; redon-da y espaciosa la frente; los ojos pardi-dorad05 comolos del águila (indicio evidente de ambición levantada)y como los del águila, de un mirar intenso, ¡pero muyintenso! ... Imposible conocer a Jorge y no estimarlo;imposible tratarlo y no comprender, por poco obser-vador y advertido que uno fuese, que era un mucha-cho de mucho talento. Aquello trascendía, como tras-cienden los aromas; como se difunde la melodía, con-ducida por.la onda sonora. Cuando hablaba entreamigos de confianza, pues delante de extraños era unpoco corto, se expresaba con facilidad y lucimiento,.acompañando sus palabras con cierta sonrisilla suges--tiva, que le era peculiar; y tenía un modito de ladearla cabeza y de quedarse mirándolo a uno de hito enhito, con esos ojos de pupila magnética que Dios le hadado ...

La fuerza de voluntad de Delgado era cosa pococomún. Con motivo de trastornos políticos y a causade otras circunstancias particulares, el respetable pa-dre de mi amigo se vio en absoluta incapacidad decontinuar suministrándole recursos para su perma-nencia en Bogotá; y, si mis recuerdos no me engañan,llegó al doloroso extremo de insinuarle que regresara

10. LUCIANO RIVERA y GARRIDO

al Cauea. Habituado ya Jorge Enrique a las múltiplesprivaciones que imponen al estudiante una vida depobreza; domadas por él con energía de hombre ma-duro, para las necesidades del momento presente, to-das las grandes aspiraciones de su naturaleza de ado-lescente espiritual y soñador, y con una fe de mártiren las promesas halagüeñas del porvenir, no hizo loque tantos otros, débiles para la lucha con las dure-zas de la existencia, habrían hecho en lugar suyo:abdicar, amilanarse; perder la confianza en el futuroprobable; aneglar las maletas y, ¡a tu tierra, gl"Ulla!¡Nol Semejante proceder no habría sido adoptadonunca por un hombre del temple de Jorge Enrique:se sometió valerosamente a desempeñar el humilde yduro empleo de practicante-farmacéutico en el Hospi-tal de San Juan de Dios, con el sueldo miserable de do-ce pesos; y con esa suma tan exigua, que no alcanzabaa ser una ración de hambre, vivió en Bogotá cinco oo seis años, soportando con absoluta dignidad unavida casi inverosímil de abnegación y privaciones sincuento. Mientras tanto, estudió sin perder un instanteen pasatiempos fútiles; completó todos los cursos, yal fin coronó brillantemente sus esfuerzos y recogióel premio de sus sacrificios con la obtención del diplo-ma de profesor de la ciencia médica, que se le confi-rió por unanimidad. Y no sólo hizo eso, que fue mu-cho, dadas sus circunstancias personales: cultivó lasletras; leyó un gran número de obras históricas, lite-rarias y científicas en los ratos que robaba a sus tareasy consagraba a la Biblioteca Nacional; escribió articu-las interesantes sobre diversas materias; hizo versosbellísimos en que cantó la naturaleza, el amor, la.mujer ... y tuvo tiempo hasta para cortejar a esa da-ma hosca y voluble que se llama la polltica.

IMPRESIONES y RECUERDOS

Delgado volvió al Cauca; viajó por el Ecuador ypermaneció en distintas épocas más o menos prolon-gadas, en Francia, Italia, Austria y Alemania. Enaquellos centros poderosos de la civilización comple-mentó sus estudios científicos y enriqueció su inteli-gencia con el caudal de conocimientos que sabe acu-mular en los viajes quien, como él, tiene el juicio su-ficiente para observar y el talento bastante paraaprender.

Con muy notables condiciones intelectuales; doctoen una profesión que todo el mundo acata porque ella,a la par que es el consuelo de la humanidad que pa-dece, ensancha y facilita todos los caminos de la vida,sorprendente sería que Delgado no hubiera desem-pefIado un buen papel en nuestra sociedad, máximesi se agregan a sus dotes de gran médico, las de hom-bre de mundo versado en literatura y diestro en lasdifíciles justas de la existencia práctica. ¿Ha sido fe-liz? .. , Si hacemos consistir la dicha en los lauros queprocura el ejercicio de una carrera útil y honrosa, seréafirmativo, porque mi amigo ha cosechado suficientestítulos para fundar una reputación sólida en el her-moso campo ele la ciencia, que no todos pueden fe-cundar. Si la hacemos consistir en ese algo enteramen-te personal, íntimo, tras del cual corremos desaladoslos hombres como en pos de un fantasma que se es-capa siempre de entre nuestras manos cuando creemosque vamos a asirlo ... acaso él, espíritu delicado, se-diento de emociones grandiosas y más dichoso queDtros, no haya divisado en los antros sombríos delporvenir la puerta maldita de que habla Dante en suinmortal poema, ese símbolo siniestro de las pobres.almas en que se apagó la luz de la esperanza!