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www.ts.ucr.ac.cr 1 TEMA: LA SUBORDINACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL A LA RACIONALIDAD CIENTIFICISTA. AUTORES: SILVIA ACOSTA A. PRISCILLA CARRASCO P. INTRODUCCIÓN. Históricamente los Trabajadores Sociales hemos reflexionado en torno a la relación entre teoría y praxis, sin embargo, nos han faltado argumentos epistemológicos. Esto nos ha llevado constantemente a simplificar dicha relación. Hemos optado por una forma u otra, dicotomizando nuestras prácticas profesionales. Nos hemos olvidado, por tanto, que la reflexión acerca de nuestra acción social 1 es constitutiva de nuestra práctica, sin embargo, debemos aclarar que la producción de conocimientos en nuestra profesión refiere siempre a la pregunta de transformación de los problemas sociales simultáneamente a la reconstrucción de nuestro objeto de intervención. De otra dicotomía que podemos dar cuenta hoy día en nuestra formación profesional, es aquella que dice relación por un lado con lo cualitativo, entendido como la comprensión de los fenómenos sociales asociados erróneamente a los subjetivo, a lo vivencial, a la experiencia sensible y lo cuantitativo entendido como lo objetivo, lo observable, aquellos datos dados en la realidad que no necesitan por tanto de la construcción de los actores sociales. No ha existido una reflexión profunda en nuestra formación profesional entorno a estas posturas epistemológicas, solo se han diferenciado 1 “Cuando hablamos de acción social nos refermios a la intervención constante, planificada y responsable sobre determinados aspectos de la realidad, para junto con otros, modificarla, transformarla. En esa medida, es inseparable de la reflexión, del conocimiento y del pensamiento... “ (valdés, 1992, pág.12).

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TEMA: LA SUBORDINACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL A LA RACIONALIDAD

CIENTIFICISTA.

AUTORES: SILVIA ACOSTA A.

PRISCILLA CARRASCO P.

INTRODUCCIÓN.

Históricamente los Trabajadores Sociales hemos reflexionado en torno

a la relación entre teoría y praxis, sin embargo, nos han faltado argumentos

epistemológicos. Esto nos ha llevado constantemente a simplificar dicha relación.

Hemos optado por una forma u otra, dicotomizando nuestras prácticas profesionales.

Nos hemos olvidado, por tanto, que la reflexión acerca de nuestra

acción social1 es constitutiva de nuestra práctica, sin embargo, debemos aclarar

que la producción de conocimientos en nuestra profesión refiere siempre a la

pregunta de transformación de los problemas sociales simultáneamente a la

reconstrucción de nuestro objeto de intervención.

De otra dicotomía que podemos dar cuenta hoy día en nuestra

formación profesional, es aquella que dice relación por un lado con lo cualitativo,

entendido como la comprensión de los fenómenos sociales asociados erróneamente

a los subjetivo, a lo vivencial, a la experiencia sensible y lo cuantitativo entendido

como lo objetivo, lo observable, aquellos datos dados en la realidad que no

necesitan por tanto de la construcción de los actores sociales.

No ha existido una reflexión profunda en nuestra formación profesional

entorno a estas posturas epistemológicas, solo se han diferenciado

1 “Cuando hablamos de acción social nos refermios a la intervención constante, planificada y responsable sobre determinados aspectos de la realidad, para junto con otros, modificarla, transformarla. En esa medida, es inseparable de la reflexión, del conocimiento y del pensamiento... “ (valdés, 1992, pág.12).

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superficialmente, y siguen en complicidad con el Paradigma Neopositivista que

tradicionalmente ha influido en las ciencias sociales como en el Trabajo Social.

Pese a lo anterior hemos tenido la oportunidad de darnos cuenta que

los procesos y problemas sociales pueden ser simultáneamente comprendidos y

explicados a pesar de que constituyen opciones epistemológicas distintas.

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ANÁLISIS HISTÓRICO ACERCA DE LA SUBORDINACIÓN DE NUESTRO

QUEHACER PROFESIONAL A LAS CIENCIAS SOCIALES.

A partir del siglo XVIII comienza a cuestionarse los sistemas

metafísicos que imperaban antes de la fecha y que referían a la modalidad típica de

lo cristiano, es decir, el ayudar a otros como mandato de la fe. Será la razón y la

observación los que constituirán los métodos de interpretación de la realidad. Estos

son los pilares bajo los cuales se articulan las ciencias empírico analíticas, “los

filósofos iluministas se propusieron la tarea de conocer verdaderamente este mundo

por medio de un método objetivo” (Grassi Estela, 1989, pág. 39).

Junto a este proceso de ruptura surge la filantropía, que rompe con la

caridad cristiana y da origen a una nueva forma de acción social, con una propuesta

filosófica coherente y consistente, que posee un método y reflexiona acerca de su

accionar.

Las ciencias sociales surgen al alero de esta nueva forma de

interpretar la realidad, basada en la razón y en un método objetivo. El Trabajo Social,

por su parte, no nace en relación a esta concepción, sino más bien asociada a la

Medicina y al Derecho , por nombrar algunas disciplinas, por lo tanto, nuestro

accionar se ve supeditado a sus normativas y a sus formas de comprender al sujeto

y a su entorno, con una visión acrítica de la sociedad, cuyo objetivo fundamental era

la adaptación de los sujetos a su entorno más inmediato a la normalidad impuesta

por dichas disciplinas. De esto podemos dar cuenta con los supuestos filosóficos

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que conformaron la primera escuela de Trabajo Social en Latinoamérica: “de ahí que

el énfasis de la formación tuviera como fundamento filosófico primordial el amor al

prójimo con un sentido de servicio a todo necesitado” (Gómez, Lucy; 1995, pág. 18).

Dadas las características sociales y económicas de nuestro país y las

circunstancias en que surge nuestra profesión, el accionar se circunscribió a áreas

como la salud, la seguridad social, la nutrición, etc., dando cuenta del carácter

asistencialista, sin la visión de transformación que posteriormente formaría parte de

nuestra especificidad profesional. Durante este período nuestra formación

profesional estaba orientada hacia la educación familiar, la educación sanitaria y

nociones de medicina general (cfr Gómez, Lucy; 1995). Lo que nos permitió

posesionarnos de determinadas áreas. Esta diferenciación nos dio credibilidad

frente a las instituciones y a otras profesiones.

Nuestro ejercicio profesional en este período aún no se encuentra

articulado a las ciencias sociales, sin embargo, si revisamos nuestras intervenciones

profesionales podemos observar la marcada influencia del neopositivismo,

hegemónico durante esta época. No debemos olvidar la influencia del Círculo de

Viena fundado en 1924 cuyas ideas se comienzan a expandir entre las

comunidades científicas de nuestro país, que construyen diversos paradigmas en los

cuales pretendieron encasillar la realidad y cuyos supuestos nunca son puestos en

duda (cfr Kuhn, Thomas; 1962).

Por su parte, el desarrollo de las ciencias sociales se ve absolutamente

influenciado por el paradigma vigente, como ejemplo de esto podemos mencionar

los experimentos de laboratorio típicos en sicología y sociología. En estos se

pretendía estudiar y analizar las conductas de los individuos con una visión de

realidad estática y parcializada, suponiendo que dichos sujetos se comportarían de

igual manera en un laboratorio que en un contexto social con múltiples factores

intervinientes (cfr Habermas, Jürgen; 1990).

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Alrededor de 1960, en un contexto de profundas convulsiones políticas

y sociales, surge el Movimiento de Reconceptualización que pretende redefinir

nuestro rol y el objeto de intervención desde el interior de nuestra profesión (cfr

Grassi Estela, 1989).

Esta nueva perspectiva enfatiza el rol de agente de cambio en el cual el

trabajador social emerge como un profesional cuyo objetivo es la transformación de

las condiciones sociales y económicas en que se encontraban los sectores

populares. De esta forma, el trabajador social se transforma en un sujeto al servicio

de los sectores populares con clara politización de su accionar.

Se debe rescatar que la Reconceptualización se constituye en el

esfuerzo más significativo de los trabajadores sociales en la reflexión acerca de

nuestra práctica como de nuestro objeto de conocimiento. A pesar de esto, dada la

insuficiente formación teórica y los prejuicios contra el academicismo elitista,

persiste la dicotomización teoría práctica y la opción del momento estuvo marcada

por el compromiso militante, donde se priorizó por el “el pueblo”, por lo vivencial y

sensitivo, relegando la producción de conocimiento a las ciencias sociales, con lo

cual una vez más se mantuvo la vieja subsunción con el empirismo positivista

“suponiéndose a la teoría como mera formalización sin sustento empírico y a la

investigación social (de cualquier orientación epistemológica2), como tradicional”

(Grassi, Estela; pág. 41).

Con el advenimiento de la dictadura militar (1973), la mayoría de los

trabajadores sociales adoptaron una opción política e ideológica crítica al sistema

imperante, podríamos decir, que el sentido de nuestras acciones era la

2 Entenderemos por Epistemología el estudio crítico de los principios, las hipótesis y los resultados de las diversas ciencias, destinado a determinar su origen lógico, su valor y su propósito objetivo, no sicológico (cfr Mardones).

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transformación de la sociedad en su conjunto. Nuevamente optamos por la “práctica”

cuyo sustento teórico epistemológico provenía de las ciencias sociales.

Una vez más nos vimos enfrentados a la dualidad teoría práctica donde

la intervención en el ejercicio profesional es concebida como “puro hacer” y en

relación con la realidad inmediata frente a la cual no hay duda auténtica, sino la

necesidad urgente de modificarla (cfr Danini; 1994).

La producción de conocimiento desde dentro de nuestra profesión no

fue visualizada como una necesidad y menos como constitutivo de nuestro quehacer,

era vista como un “lujo” academicista que nosotros, como profesionales prácticos, no

podíamos darnos. Nuestras acciones se centraron en organizar y movilizar a los

sectores populares en torno a la solución inmediata de sus necesidades,

fundamentalmente de subsistencia, expresada en tareas concretas como, por

ejemplo, creando sistemas de talleres productivos, bolsas de cesantes, talleres de

autogestión, trabajo con familiares de detenidos, etc.

La finalidad del análisis anterior no es invalidar dicha interpretación de

la realidad ni sus respectivas acciones, ya que respondieron en forma adecuada a

los desafíos que les imponía el contexto social y político del momento, sin embargo,

creemos que fue necesario la construcción de conocimiento desde nuestra profesión

que nos proporcionaran autonomía frente a las ciencias sociales y un sentido que

trascendiera lo inmediato a nuestra acción social.

Actualmente nuestra formación profesional se encuentra compuesta

por asignaturas que reiteran las tradicionales dicotomías heredadas de las ciencias

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sociales, como teoría/práctica, cualitativo/cuantitativo, explicación/comprensión.

Existe poca referencia a los aspectos prácticos que constituyen nuestro accionar y

que son los que nos imponen los mayores desafíos como, por ejemplo, el tema del

poder, de lo ético, que forma parte de nuestra cotidianeidad en nuestra relación con

las instituciones de las cuales formamos parte y a las que debemos dar cuenta. Se

aprecia nuevamente un distanciamiento entre lo teórico y lo práctico.

En las reflexiones sobre nuestras prácticas profesionales no se hace

referencia a la finalidad de éstas. El énfasis está dado en nuestro desempeño

técnico bajo los criterios de eficiencia y eficacia, y a la aplicación de métodos

universales. Por otro lado, se nos exige supeditar nuestras propias formas de

interpretar la realidad a las interpretaciones en las cuales nos insertamos. “No sólo

no hay método universal, sino que la oportunidad de un procedimiento varía con el

problema a resolver, eficaz en un caso puede fracasar en otro análogo” (Weber. Max;

1973, pág. 88).

En los últimos años se han incorporado a nuestra malla curricular

ciertas asignaturas que forman parte del área de la investigación social, dando

cuenta de la preocupación que existe por el tema. En algunas escuelas la

sistematización se constituye como una nueva forma de producir conocimiento

desde la acción social. Nuestra escuela señala que la sistematización, a pesar de

sus intentos por validar métodos y estrategias desde la praxis, sólo ha logrado

elaborar crónicas que contienen vivencias y prácticas particulares (cfr Achet).

Aún cuando en el último tiempo hemos visualizado una constante

preocupación por parte de los docentes y de los alumnos en relación al tema de la

construcción de conocimiento y de la necesidad compartida de generar

conocimientos autónomos, que nos lleven a redefinir nuestra prácticas, seguimos

subordinados a las ciencias sociales tanto en los métodos como en los supuestos

epistémicos. “Esta situación ha significado, también un desperfilamiento profesional

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expresado en la producción de un discurso funcional a las disciplinas que nos

subordinan y que, en materia de investigación, ha generado una especia de

sociología práctica” (Achet, pág. 11).

La evolución histórica del Trabajo Social refleja constantemente la

subordinación de una racionalidad práctica a una racionalidad científica

RACIONALIDAD CIENTIFICISTA V/S RACIONALIDAD PRÁCTICA.

La Modernidad entendida como la última parte de un curso histórico

cultural milenario ha impuesto patrones estereotipados de Racionalidad, entendida

esta como “Facultad totalizadora, judicativa, que determina medios, fines y valores,

que puede ser caracterizada como el órgano de la producción social del sentido”(

Ardiles Osvaldo, 1998, pág.145).

La Modernidad que impone a la razón y a la observación como método

de conocimiento, impregnó a las Ciencias Sociales y particularmente al Trabajo

Social de una Racionalidad Positiva de eficiencia y eficacia que trata de abordar el

mundo de la vida conforme al método de las ciencias de la naturaleza.

Dicha racionalidad la denominaremos Racionalidad Cientificista, la

cual concibe al conocimiento como causalista, es decir los fenómenos sociales se

deben explicar en términos de leyes universales y causales. Es un conocimiento sin

historia, osea se encuentra aislado del contexto cultural social y político en el que se

produce, no da cuenta de concepciones ético- valóricas que componen la acción

social.

Los paradigmas que forman parte de dicha racionalidad han esquivado

la discusión acerca del sentido y la finalidad del conocimiento haciendo de este un

saber puro sin críticas hacia la sociedad y las instituciones, con una mirada

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academicista sin un fin emancipador de autoliberación de la humanidad.(cfr

Habermas en Salvat, 1998).

De ahí que la producción científica del conocimiento, deba formularse

en un lenguaje universal y unívoco, hay una pretensión de encontrar la verdad en las

cosas y de desvincular los intereses del conocimiento.

“La actitud teórica solo viene determinada por el motivo de

comportarse como un científico y el sistema de valores de la ciencia se define a su

vez porque los sistemas teoréticos prevalecen por sobre los prácticos” ( Habermas

Jürgen, 1990, pág 481).

Esta racionalidad sustenta una visión de realidad estática , uniforme y

parcializada que no da cuenta de las contradicciones sociales y las pugnas de poder

al interior de una sociedad y de nuestras prácticas, además no toma en

consideración el carácter procesual y dinámico de la realidad, en la cual los

fenómenos se suceden unos a otros de manera dialéctica y no en una lógica de

causa-efecto.

En términos de la producción de conocimientos en las Ciencias

Sociales y particularmente en Trabajo Social ha existido una clara primacía

cientificista por sobre una práctica.

Pese a la primacía de la racionalidad científica, al interior de las

Ciencias Sociales han existido una serie de corrientes que dan cuenta del esfuerzo

por cuestionar la idea tradicional de conocimiento, proveniente de una visión

positiva de las ciencias que ha impregnado también al Trabajo Social.

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La ciencia moderna construye el conocimiento en base a modelos

deductivos, las ciencias sociales en tanto trabajan con la experiencia que dice

relación con las percepciones a nivel cotidiano (cfr Aguayo Cecilia, 1998).

Paradójicamente se entrega el monopolio del conocimiento a un tipo

de Ciencia Positivista y Neopositivista, cuyas condiciones las ciencias sociales y el

Trabajo Social no pueden cumplir, pues nuestra práctica profesional procede en

términos reconstructivos y no en términos empírico-analíticos.

Los Trabajadores Sociales como profesionales prácticos hemos

optado por dar cuenta de nuestra acción social, através de un leguaje formal

empírico, sin embargo esta opción ha sido impuesta por una única racionalidad

hegemónica. “ La verdadera opción dialéctica es la que se da entre dos

concepciones antagónicas de lo racional” ( Ardiles Osvaldo, 1998, pág 145).

Nos hemos olvidado de los aspectos constitutivos de nuestra acción

profesional, de los sujetos, grupos y comunidades con que trabajamos, las

instituciones en las cuales nos insertamos, no hemos sido capaces de construir un

lenguaje que de cuenta de lo cotidiano, elaboramos diagnósticos, proyectos y

utilizamos una serie de herramientas metodológicas que no responden a la

especificidad de la profesión que refiere siempre a las transformaciones.

El ejercicio profesional cotidiano nos impone una serie de desafíos a

los cuales hemos respondido en la forma adecuada, somos capaces de trabajar en

el conflicto y en medio de las contradicciones sociales que han sido

conceptualizadas como problemas sociales, por los grupos hegemónicos capaces

de imponer su criterio ( cfr Grassi Estela, 1989).

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Hemos tenido que desarrollar habilidades y destrezas utilizando

diversas estrategias políticas para tensionar situaciones, a todo lo anterior lo

denominaremos Racionalidad Práctica.

Creemos que los supuestos con los cuales hemos enfrentado la acción

social, requieren de una reflexión constante, ya que la intervención profesional es una

intervención que refiere al poder. Lo importante es saber de que manera sostiene y

administra el poder, a quienes favorece y a quienes desfavorece, cual es su

finalidad; La fuerza que tiene cada una de estas elites de conocimientos depende

directamente de la fusión de estos conocimientos con el poder político (cfr Gyarmati

Gabriel, 1984).

Nos relacionamos con instituciones claramente politizadas que

responde muchas veces a interés partidistas que no dicen relación con los intereses

que tienen las comunidades y los grupos con quienes nos relacionamos por esto

debemos decir que no son solamente los marcos teóricos los que construyen nuestra

práctica sino los desafíos políticos que ella nos impone.

Por último nuestros debates deben contener la reflexión sobre el tema

de los derechos humanos, sobre que se entiende hoy por equidad o justicia social ,

por responsabilidad frente a los sujetos con quienes trabajamos sobre el tema de las

políticas sociales y la construcción de conceptos que emanan del gobierno, el tema

de la libertad ¿Sujetos de derecho o sujeto de preferencia?, ¿Tenemos hoy ciertos

derechos garantizados por el Estado o más bien debemos optar por ellos en el

mercado?, sin embargo sabemos que dicha opción refiere a una desigualdad de

condiciones. Todas estas reflexiones nos llevan a conocer la realidad social para

producir transformaciones ( cfr Aguayo Cecilia, 1998).

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No nos olvidemos que nuestra pregunta de investigación debe estar

orientada al conocer para la transformación de una determinada situación, debe

contener “ una lógica de cambio”.

CONCLUSIONES.

Hoy en día se nos plantea el desafío de construir, con los sujetos y

comunidades, nuevos conocimientos, que surjan desde la intervención profesional y

que, por tanto, se alejen de las categorías neopositivistas que no han sido capaces

de responder a las exigencias que nos impone la realidad. Este proceso nos

permitirá tensionar dichos conocimientos con los supuestos teóricos provenientes de

las ciencias sociales.

El Trabajo Social tiene pendiente la reflexión ético valórica acerca del

sentido de la transformación, porque debemos considerar que toda intervención es,

en última instancia, una práctica política. Además de esto, es necesario que tanto los

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académicos como los alumnos nos involucremos en un debate epistemológico

acerca de los supuestos que constituyen nuestra formación profesional.

Creemos que hoy en día hemos evadido dicho debate y reflexión, y el

énfasis está puesta en lo metodológico, en el cómo llevamos a cabo ciertas

acciones, en la eficiencia en la utilización de ciertas herramientas, lo que nos ha

conducido a un tecnocratismo.

Una vez abandonada la racionalidad cientificista, debiera darse lugar a

una racionalidad crítica que vaya más allá del interés teórico práctico y que nos

permita generar procesos de autoreflexión constantes, como una forma de

autoliberación, donde cuestionemos el tipo de sociedad a la que aspiramos, el tipo

de profesionales que esperamos ser, que nos permita desenmascarar lo que está

más allá de la superficie.

El que nuestra profesión no goce de un estatus privilegiado dentro de la

sociedad, ni ciertos beneficios a los que tienen acceso otras profesiones, no se

debe a los años de formación que recibimos, ni a la naturaleza de los conocimientos,

sino a la capacidad de influir sobre los procesos sociales, como lo llama Gyarmati:

“capacidad persuasiva” (cfr Gyarmati, Gabriel, 1984). Para contrarrestar esto,

debemos ser capaces de elaborar estrategias políticas acertadas que nos permitan

legitimarnos frente a la sociedad y a las instituciones.

Consideramos que es una responsabilidad ética el reconstruir junto a

los sujetos, un tipo de conocimiento que dé cuenta de cómo ellos simbolizan y

representan los problemas que los afectan, como la pobreza, la discriminación, etc.

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