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. Pero era joven entonces, y un hombre de variados recursos, o por lo menos, de presencia, porque antes de que hubieran transcurrido tres aos estaba casado con la nica hija de un hombre que posea dos mil acres de las mejores tierras del distrito, y fue a vivir en la casa de su suegro, donde dos aos ms tarde su mujer le dio dos hijos, y donde a los pocos aos muri aquel, dejando a Holland en total posesin de la propiedad, que estaba a la sazn a nombre de su mujer. Pero aun antes del hecho, los de Jefferson lo habamos odo aludir, en tono algo ms alto de lo conveniente, a "mi tierra, mi cosecha"; y aquellos de nosotros cuyos padres y abuelos se haban criado en el lugar lo mirbamos con cierta frialdad y recelo, como a un hombre sin escrpulos, adems de violento, segn rumores odos entre los colonos blancos y negros y entre otros con quienes haba tenido algn trato. Pero por consideracin a su mujer y por respeto a su suegro, siempre lo tratamos con cortesa, ya que no con afecto. As, pues, cuando ella muri, siendo los mellizos todava nios, consideramos que l era el responsable, y que la vida de la pobre se haba agostado frente a la torpe violencia de aquel forastero ignorante. Y cuando sus hijos llegaron a la edad adulta, y primero uno y luego el otro dejaron para siempre el hogar, no nos sorprendimos. Por fin, cuando un da, hace seis, Holland fue hallado muerto, un pie trabado en uno de los estribos del caballo ensillado que acostumbraba cabalgar, y el cuerpo horriblemente destrozado, porque, aparentemente, el animal lo haba arrastrado a travs del cerco de palos, y eran todava visibles, en el lomo y en los flancos del caballo, las marcas de los golpes que le haba dado en uno de sus accesos de ira, ninguno de nosotros lo lament, por cuanto poco tiempo atrs haba cometido un acto que, para los hombres de nuestro pueblo, nuestra poca y nuestras creencias, era el ms imperdonable de los ultrajes.Elda en que muri, se supo que haba estado profanando las tumbas de la familia de su mujer; y aun la de ella, donde descansaba desde haca treinta aos. De esta suerte, aquel viejo trastornado y carcomido por el odio fue enterrado entre las tumbas que haba intentado violar, y a su debido tiempo se present el testamento para su legalizacin. Nos enteramos de la esencia del testamento sin sorpresa alguna. No nos sorprendi saber que aun despus de muerto, Holland haba asestado un ltimo golpe a los nicos a quienes poda herir y ofender: a su carne y su sangre que le sobreviva.En la poca de la muerte de su padre, los mellizos tenan cuarenta aos. El menor, el joven Anse, como lo llamaban, haba sido, segn decan, el predilecto de la madre, quizs por ser el ms parecido al padre. Sea como fuere, desde que ella muri, siendo los mellizos casi nios, siempre tenamos noticias de dificultades entre el viejo y el joven Anse, con Virginius, el otro mellizo, actuando como mediador y recibiendo en pago de sus afanes las maldiciones de padre y hermano. Virginius era as. El joven Anse tambin tena sus cosas, y poco antes de cumplir veinte aos huy de la casa paterna y no volvi en diez aos. Cuando volvi, l y su hermano eran mayores de edad, y Anse, a fin de recibir su parte, solicit formalmente a su padre la divisin de las tierras que, segn se enteraba ahora, este tena solamente en custodia. El viejo Anselm rehus violentamente. Sin duda, la solicitud haba sido hecha con igual violencia, ya que ambos, el viejo y el joven Anse, eran tan parecidos. Omos decir que, por extrao que parezca, Virginius se haba puesto de parte de su padre. Lo omos decir, eso es todo. Pero la tierra qued intacta; y omos decir cmo, en una escena de violencia inusitada aun para ellos, una escena de tal violencia que los sirvientes negros huyeron de la casa y se dispersaron hasta la maana siguiente, el joven Anse parti, llevando consigo el par de mulas que le perteneca; y desde aquel da hasta el da de la muerte de su padre, aun despus de que Virginius se viera a su vez obligado a abandonar el hogar paterno, Anse no volvi a hablar a su padre y a su hermano. Pero esta vez no sali del distrito, sin embargo. Se traslad simplemente a las colinas, desde donde "poda ver qu hacan el viejo y Virginius" (segn decamos algunos de nosotros y lo pensaban todos). Y durante los quince aos siguientes vivi solo en una choza de dos habitaciones, como un ermitao, preparando sus comidas y yendo al pueblo con su par de mulas no ms de cuatro veces por ao. Algn tiempo antes lo haban arrestado y juzgado por destilar whisky. No se defendi, se neg a alegar en contra o en favor de la acusacin; se le impuso una multa tanto por su delito como por haber desafiado a la justicia; y cuando Virginius se ofreci a pagarla, tuvo un acceso de ira exactamente igual a los de su padre. Trat de agredir a Virginius en la sala de audiencias, y por propia solicitud fue a la penitenciara; lo indultaron ocho meses ms tarde por su buen comportamiento, y volvi a su choza ese hombre moreno, silencioso, de rasgos aquilinos, a quien tanto vecinos como extraos dejaban severamente solo.El otro mellizo, Virginius, permaneci en la propiedad, cultivando las tierras a las cuales su padre nunca haba hecho justicia mientras vivi. Se deca, en verdad, que el viejo Anse, viniera de donde viniese y como quiera que hubiese sido educado, no lo haba sido para agricultor. En vista de ello, solamos decirnos, convencidos de estar en lo cierto: "Esa es la dificultad entre l y el joven Anse: ver a su padre maltratar la tierra que su madre haba destinado para l y Virginius." Pero Virginius se qued. Sin embargo, no poda pasar una vida muy agradable. Ms tarde comentamos que Virginius debi prever que semejante arreglo no perdurara. Y aun ms tarde dijimos: "Quizs lo saba en realidad." Porque as era Virginius. Nunca se saba, en ningn momento, en qu estaba pensando. El viejo y el joven Anse eran como el agua. Agua turbia, tal vez; pero todos conocan sus intenciones. En cambio, nadie saba de antemano en qu pensaba o qu hara Virginius. No sabamos siquiera qu haba ocurrido en aquella oportunidad en que Virginius, que lo soportaba todo solo, mientras el joven Anse estuvo lejos, fue por fin expulsado del hogar. No lo dijo a nadie, probablemente ni a Granby Dodge. Pero conocamos al viejo Anse y tambin a Virginius, de modo que podamos imaginar algo como lo que sigue:Durante el ao siguiente a la partida del joven Anse con sus dos mulas hacia las colinas, contemplamos la furia del viejo Anse. Por fin un da se produjo el estallido. Probablemente, de la siguiente manera:-Crees que ahora que se ha ido tu hermano podrs quedarte simplemente, y guardrtelo todo, no?-No quiero todo -habra dicho Virginius-. Solo quiero mi parte.-Ah! Querras que se dividiese ahora mismo, no? Recriminarme, como l, porque no se hubiese dividido cuando ustedes fueron mayores de edad!-Preferira tener una pequea parte de la tierra y explotarla bien, a verla como est ahora -habra respondido Virginius, siempre ecunime, siempre sereno; pues nadie en el distrito vio nunca a Virginius perder la compostura, o siquiera alterarse, ni aun cuando Anse intent agredirlo en la sala de audiencias, en oportunidad de aquella multa.-Querras eso, no? Aunque haya sido yo quien la ha mantenido todos estos aos, pagando los impuestos, mientras t y tu hermano ahorraban dinero ao tras ao, libres de impuestos.-Sabes muy bien que Anse nunca ahorr nada en toda su vida -deca Virginius-. Di lo que quieras de l, pero no lo acuses de avaricia.-Tienes razn! Fue bastante hombre como para venir aqu y exigirme lo que consideraba suyo, y para irse cuando no lo obtuvo. En cambio t... t te quedas aqu, esperando que me muera, con esa maldita boca de aserrn que tienes. Pgame los impuestos de tu mitad desde el da que muri tu madre, y es tuya.-No -deca Virginius-. No pagar.-No. Naturalmente que no. Para qu gastar tu dinero en la mitad de la tierra cuando algn da la tendrs toda sin poner un centavo?A continuacin veamos mentalmente al viejo Anse, con su cabeza hirsuta y sus pobladas cejas, ponindose bruscamente de pie, pues hasta ahora los habamos imaginado conversando sentados, como dos hombres civilizados.-Vete de mi casa! -y Virginius, sin moverse, de pie, observaba a su padre, mientras el viejo Anse iba hacia l con el puo levantado-. Vete! Fuera de mi casa! Mira que te...!Y entonces Virginius se fue. No se apresur, ni corri. Prepar todo lo que le perteneca, mucho ms de lo que llevara Anse. Bastantes cosas; y parti a cuatro o cinco millas de distancia, a vivir con un primo, hijo de una parienta lejana de su madre. El primo viva solo, y en una buena granja, aunque abrumada de hipotecas; pues tampoco l era agricultor, sino mitad comerciante de caballos y mulas y mitad predicador; un hombre pequeo, rubio, sin ningn rasgo definido, a quien nadie podra recordar un minuto despus de haber dejado de mirarlo, y probablemente no ms eficiente en esas sus actividades que en la agricultura. Sin prisa se fue, pues, Virginius, y sin la inmensa y violenta decisin de su hermano; pero, por extrao que parezca, aunque fuera violento y lo mostrara, no tenamos en menos al joven Anse. En realidad, siempre miramos tambin a Virginius con cierta desconfianza; tena demasiado dominio de s mismo. Y es propio de la naturaleza humana confiar antes en quienes no saben depender de s mismos.Llambamos a Virginius hombre reconcentrado; no nos sorprendi, pues, enterarnos de la forma en que haba usado sus ahorros para levantar la hipoteca de la granja de su primo. Tampoco nos sorprendi cuando, un ao ms tarde, supimos que el viejo Anse se negaba a pagar los impuestos sobre su tierra y que, dos das antes de expirar el plazo, el oficial de justicia haba recibido por correo y en forma annima una suma en efectivo que saldaba la deuda de Holland hasta el ltimo centavo.-Siempre este Virginius! -dijimos, puesto que, segn creamos, el dinero no necesitaba ir acompaado por el nombre del remitente. El oficial de justicia haba notificado al viejo Anse.-Squela a la venta y vyase al diablo! -dijo el viejo Anse-. Si cree que solo tiene que sentarse a esperar, esa maldita cra que tengo...!El oficial hizo avisar al joven Anse.-La tierra no es ma -repuso este.A continuacin notific a Virginius, y este vino al pueblo y examin las planillas de impuestos con sus propios ojos.-Traigo todo aquello de que puedo disponer en este momento -dijo-. Por supuesto, si l la abandona, espero poder obtenerla. Pero, no s. Una buena granja como esa no durar mucho ni se desvalorizar.Y eso fue todo. Ni enojo, ni asombro, ni sentimiento. Pero Virginius era muy reconcentrado; no nos sorprendimos al saber que el oficial de justicia haba recibido un paquete de dinero con la siguiente nota annima:Importe de los impuestos de la granja de Anselm Holland. Enviar recibos a Anselm Holland, padre.-Este Virginius...! -comentamos. Durante el ao siguiente pensamos mucho en Virginius, solo en una granja ajena, cultivando tierras ajenas, contemplando la ruina progresiva de la granja y de la casa donde haba nacido y que por derecho eran suyas. En efecto, el viejo las estaba abandonando totalmente, ahora: ao tras ao los anchos campos se cubran otra vez de maleza y de zanjas, a pesar de que cada ao el oficial de justicia reciba invariablemente aquel dinero annimo y enviaba el recibo al viejo Anse; porque ya este haba dejado de venir al pueblo, la casa misma se derrumbaba sobre su cabeza, y nadie, salvo Virginius, se detena ya frente a ella. Cinco o seis veces por ao Virginius sola llegar cabalgando hasta la galera del frente, y el viejo sala y le gritaba salvajes y violentos improperios, mientras Virginius permaneca tranquilo, conversando con los pocos negros que quedaban; y luego de comprobar con sus propios ojos que su padre estaba bien, se alejaba nuevamente. Pero nadie ms se detena all, a pesar de que, de vez en cuando, desde lejos, alguien vea al viejo recorriendo los campos desolados y cubiertos de maleza, en el viejo caballo blanco que habra de matarlo.Por fin, el verano pasado nos enteramos de que estaba excavando las tumbas en el bosquecillo de cedros donde descansaban cinco generaciones de familiares de su mujer. Un negro mencion el hecho, y el funcionario de sanidad del distrito fue hacia all y hall el caballo blanco atado a un rbol, y al viejo saliendo del bosquecillo con una escopeta. El funcionario regres, y dos das ms tarde un oficial de la polica fue a su vez y hall al viejo tendido junto al caballo, un pie trabado en el estribo, y sobre el anca del animal las marcas terribles del palo; no una correa, sino un palo, con que lo haba golpeado una y otra vez.Lo enterraron entre las tumbas que profan. Virginius y su primo asistieron al entierro. En realidad, formaban toda la concurrencia, porque el joven Anse no estuvo presente. Ni tampoco se acerc al lugar, a pesar de que Virginius permaneci en la casa el tiempo suficiente para cerrarla y despedir a los negros. Despus regres a casa de su primo, y oportunamente se present el testamento del viejo Anse al juez Dukinfield para su legalizacin. La esencia del testamento no era un secreto para nadie: todos nos enteramos de ella. Todo estaba en regla, y no nos sorprendi su regularidad, su contenido, ni su expresin... con excepcin de aquellos dos legados:...dejo y confiero mi propiedad a mi hijo mayor Virginius, siempre que pruebe a satisfaccin del magistrado... que fue el antedicho Virginius quien ha estado pagando los impuestos de mis tierras... debiendo ser el magistrado el juez exclusivo e indisputado de dicha prueba.Los otros dos legados eran:A mi hijo menor Ame... dejo dos juegos completos de arneses para mulas... con la condicin de que Amelm utilice estos arneses para hacer una visita a mi tumba. De lo contrario, dichos arneses pasarn definitivamente a formar parte... de mis bienes, arriba sealados.A mi primo poltico Granby Dodge dejo... un dlar en efectivo que deber utilizar para la compra de un libro o libros de himnos religiosos, como testimonio de mi gratitud por haber alimentadoyalojado a mi hijo Virginius desdeque... Virginius abandon mi techo.Este era el testamento. Y nos mantuvimos a la expectativa para ver u or qu hara o dira el joven Anse. No vimos ni omos nada. Luego esperamos ver qu hara Virginius. Y este tampoco hizo nada. No sabamos, en fin, qu haca ni qu pensaba. Pero Virginius era as. De todas maneras, todo haba terminado. Todo lo que deba hacerse era esperar que el juez Dukinfield legalizase el testamento. Luego Virginius entregara a Anse su mitad, si en verdad pensaba hacerlo. Sobre este punto las opiniones divergan. "l y Anse nunca tuvieron diferencias", decan algunos. "Virginius nunca tuvo dificultades con nadie", decan otros. "Si te apoyas en eso, tendra que dividir la granja con todo el distrito." "Pero fue Virginius quien quiso pagar la multa que", decan los primeros. "Tambin fue Virginius quien se puso de parte de su padre cuando el joven Anse pidi la divisin de la tierra", argumentaban los segundos.As, pues, esperamos y observamos. Ahora observbamos, asimismo, al juez Dukinfield: de pronto, fue como si todo el asunto estuviese en sus manos, como si estuviese sentado como un dios sobre la risa vengativa y burlona de aquel viejo que aun despus de muerto y enterrado se resista a morir, y sobre aquellos dos hermanos irreconciliables que durante quince aos parecan haber estado muertos el uno para el otro. No obstante ello, pensbamos que, en su ltimo golpe, el viejo Anse haba desvirtuado sus fines; que al designar al juez Dukinfield, la furia de Holland lo haba derrotado porque en la persona del juez Dukinfield considerbamos que el viejo Anse haba elegido al nico entre todos nosotros con probidad, honor y sentido comn suficientes; con ese tipo de honor y sentido comn que nunca ha tenido tiempo de confundirse ni dudar de s mismo por excesivo conocimiento de la ley. El hecho mismo de que la legalizacin de un documento tan sencillo le llevase aparentemente tanto tiempo era para nosotros prueba adicional de que el juez Dukinfield era el nico entre todos que crea que la justicia es cincuenta por ciento de conocimiento legal y cincuenta por ciento de serenidad y de confianza en s mismo y en Dios.A medida que se aproximaba el fin del plazo legal, observbamos al juez Dukinfield recorrer diariamente el trayecto entre su casa y su oficina, situada en el Ayuntamiento. Se mova lentamente, sin prisa, aquel viudo de sesenta aos o ms, majestuoso, de cabellos blancos, con ese porte erguido y altivo que los negros llaman "echado para atrs".Posea pocos conocimientos de la ley y un slido sentido comn; durante trece aos y hasta la fecha no haba tenido contrincantes para las elecciones; y aun aquellos que ms se enfurecan por su aire de condescendencia serena y afable votaban por l cuando llegaba la ocasin, con una especie de confianza y fe infantiles. Lo observbamos, por lo tanto, con impaciencia, sabiendo que lo que hiciera finalmente estara bien, no porque lo hiciera l, sino porque nunca permitira a nadie, ni a s mismo, hacer nada hasta que estuviera bien. Y todas las maanas lo veamos cruzar la plaza a las ocho y diez exactamente, y entrar en el edificio donde estaba su oficina, en la cual su sirviente negro lo haba precedido exactamente diez minutos antes, con la precisin cronomtrica con que la seal anuncia la llegada de un tren, a fin de abrir la oficina para la jornada. El juez entraba en la oficina, y el negro ocupaba una vez ms su sitio en una silla de tijera remendada con alambre, en el corredor embaldosado que separaba la oficina del resto del edificio, y all permaneca sentado, dormitando, todo el da, como lo hiciera durante diecisiete aos. Luego, a las cinco de la tarde, el negro se despertaba y entraba en la oficina, quizs para despertar al juez, quien haba vivido lo suficiente para saber que el apremio de cualquier actividad existe tan solo en la mente de ciertos tericos que no tienen actividades propias; finalmente, veamos a ambos cruzando la plaza, en fila india, siguiendo la calle que conduca a su casa; los dos con la mirada al frente, y separados unos metros, caminando tan erguidos que las dos levitas confeccionadas por el mismo sastre a la medida del juez caan de los dos pares de hombros en un solo plano, como una tabla, sin insinuacin de cintura ni caderas.Una tarde, poco despus de las cinco, la gente empez de pronto a correr a travs de la plaza en direccin al Ayuntamiento. Otras personas vieron esto y corrieron a su vez, con sus pesados pasos resonantes sobre el pavimento, entre carros y automviles, las voces tensas, insistentes: Qu? Qu pasa...? El juez Dukinfield!, corra la voz; y todos siguieron corriendo hasta llegar al corredor embaldosado entre el edificio y la oficina, donde el viejo negro, con su casaca heredada, estaba de pie agitando las manos en el aire. Pasaron junto a l y entraron rpidamente en la oficina. Detrs de su mesa estaba sentado el juez, echado algo hacia atrs en su asiento, muy cmodo. Tena los ojos abiertos y un balazo exactamente sobre el puente de la nariz, de modo que pareca tener tres ojos en hilera. Era un balazo, s, pero a pesar de ello nadie haba odo ningn ruido en todo el da: ni la gente en la plaza, ni el viejo negro sentado en su silla en el corredor.Aquel da Gavin Stevens estuvo ocupado mucho tiempo: Gavin, con su pequea caja de bronce. En efecto, al principio el jurado no comprenda adnde quera llegar; si en verdad haba en el recinto quien lo comprendiera, entre el jurado, los dos hermanos, el primo y el viejo negro. Por fin, el presidente del jurado le pregunt inopinadamente:-Afirma usted, seor Gavin, que hay una conexin entre el testamento del seor Holland y el asesinato del juez Dukinfield?-S -repuso el fiscal del distrito-. Y afirmar ms que eso.Todos se miraron: el jurado, los dos hermanos. Solo el viejo negro y el primo no levantaron la cabeza. En la ltima semana el negro haba envejecido aparentemente cincuenta aos. Su funcin pblica databa del mismo da que la del juez; en verdad, era consecuencia del nombramiento del juez, a quien haba servido durante tanto tiempo, que ya nadie recordaba cunto. Era mayor que el juez, si bien hasta aquella tarde de una semana atrs siempre aparent tener cuarenta aos menos: una figura esmirriada, deforme con su voluminosa levita, que llegaba a la oficina diez minutos antes que el juez, y la abra y barra y quitaba el polvo de la mesa de trabajo sin mover un solo objeto, con experta prolijidad, fruto de diecisiete aos de prctica, y por fin se instalaba a dormitar en la silla remendada con alambre en medio del corredor. Aparentaba dormir, en realidad. La otra forma de llegar a la oficina era por la estrecha escalera privada que comunicaba con la sala de audiencias, utilizada solamente por el juez cuando presida el tribunal durante el perodo de sesiones. Aun entonces deba cruzar el corredor y pasar a menos de dos metros de la silla del negro, a menos que siguiese el corredor hasta donde formaba una L, debajo de la nica ventana de la oficina, y trepase por ella. En realidad, ningn hombre ni mujer haba pasado nunca cerca de aquella silla sin ver abrirse instantneamente los rugosos prpados del negro, y descubrir los ojos castaos sin iris, propios de la vejez. De vez en cuando nos detenamos a conversar con l, para or su voz, vertida en la elocuente pero defectuosa pronunciacin de la fraseologa legal, rotunda, sin sentido, que haba adquirido inconscientemente, como quien recoge grmenes de enfermedades, y que reproduca con aquella profundidadex cathedraque, a ms de uno de nosotros, nos haca escuchar al juez con afectuoso regocijo. Pero a pesar de todo era muy viejo;a veces olvidaba nuestros nombres y nos confunda mutuamente; y al confundir nuestros rostros y tambin nuestras generaciones, sola despertar de su ligero sueo para llamar a visitantes que no estaban presentes, que haban muerto haca muchos aos. Aun as, no se saba de nadie que hubiese logrado pasar inadvertido junto a l.Pero el resto de los presentes observaba a Stevens: el jurado cerca de la mesa, los dos hermanos sentados en los extremos opuestos del banco, con sus rostros morenos, aquilinos, idnticos, los brazos cruzados en gestos idnticos.-Afirma usted que el asesino del juez Dukinfield est presente? -pregunt el presidente del jurado.El fiscal del distrito mir a todos los rostros que lo contemplaban.-Estoy dispuesto a afirmar ms que eso -dijo.-Afirmar? -repiti Anselm, el mellizo ms joven. Estaba sentado solo, en un extremo del banco, con toda la extensin de este entre l y su hermano, a quien no haba dirigido la palabra en quince aos, mientras observaba a Stevens con una mirada dura, furiosa, sin pestaear.-S -dijo Stevens.De pie junto a un extremo de la mesa, comenz a hablar, sin dirigirse a nadie en particular, con un tono ligero y anecdtico, refiriendo lo que ya sabamos, y dirigindose de vez en cuando al otro mellizo, Virginius, como buscando corroboracin. Habl acerca del joven Anse y su padre. Su tono era imparcial y agradable. Pareca estar preparando la defensa de los sobrevivientes. Relat cmo el joven Anse haba abandonado el hogar en medio de una disputa, enojado, con un enojo natural frente a la forma en que su padre trataba la tierra que haba sido de su madre y cuya mitad era en aquel momento legtimamente suya. Su tono era tranquilo, conciso, sincero; en todo caso, levemente parcial hacia el joven Anselm; eso es. Debido a esta aparente parcialidad, comenz a surgir una imagen del joven Anselm que lo condenaba por algo a la sazn ignorado; lo condenaba en virtud de aquel mismo deseo de justicia y de aquel afecto por su difunta madre, malogrado por la violencia heredada del mismo ser que lo haba agraviado. Y all estaban sentados los dos hermanos, con un espacio de tabla, gastada por el uso, entre ellos; el menor, contemplando a Stevens con aquella mirada reprimida, intensa; el mayor, con igual intensidad, pero el rostro inescrutable. A continuacin Stevens cont cmo el joven Anselm, enojado, haba abandonado el hogar, y cmo, un ao ms tarde, Virginius, el ms tranquilo, el que siempre trataba de mantener la paz entre ellos, haba sido expulsado a su vez. Y nuevamente pint Stevens un cuadro plausible y franco de los dos hermanos separados no por el padre vivo, sino por lo que cada uno haba heredado de l, y atrados, alimentados, por aquella tierra que no solo era legtimamente suya, sino donde adems yacan los huesos de la madre.-Y all estaban ambos -prosigui diciendo Stevens contemplando desde lejos la ruina gradual de aquellas buenas tierras, el derrumbe de la casa donde nacieron y donde naci su madre, por culpa de un viejo trastornado que, no pudiendo hacerles otra cosa, haba intentado al fin privarlos definitivamente de su patrimonio, negndose a pagar los impuestos y exponiendo la propiedad a la subasta. Pero alguien lo derrot en este punto; alguien con previsin y dominio de s mismo suficientes como para callar acerca de algo que, de todos modos, a nadie incumba, en tanto se pagasen los impuestos. As, pues, todo lo que debi hacer fue esperar hasta que muriese el viejo. Era viejo, no hay que olvidarlo. Y aun cuando hubiese sido joven, la espera no habra sido dura para un hombre con dominio de s mismo. Lo habra sido, en cambio, para un hombre violento y rpido de genio, especialmente si ocurra que aquel hombre violento conoca o sospechaba la esencia del testamento, y estaba adems convencido, ms an, seguro, de haber sido irrevocablemente agraviado y despojado de su ciudadana y su buen nombre por quien ya le haba robado sus bienes, obligndolo a vivir como un ermitao en una choza entre los montes. Un hombre as no habra tenido tiempo ni inclinacin para preocuparse mucho, ni para esperar o dejar de esperar algo.Los dos hermanos lo miraron. Parecan tallados en piedra, salvo los ojos de Anselm. Stevens hablaba serenamente, sin dirigirse a nadie en particular. Haba sido fiscal del distrito tanto tiempo como el juez Dukinfield fuera magistrado. Era egresado de Harvard: un hombre desgarbado, con una mata de rebeldes cabellos de color gris acero, capaz de discutir la teora de Einstein con profesores universitarios y de pasar tardes enteras entre los hombres que se instalaban junto a los rincones del almacn de ramos generales, conversando en el mismo idioma de ellos. Llamaba a esto sus vacaciones.-Luego muri el padre, como lo habra previsto cualquier hombre poseedor de previsin y dominio de s mismo. Y se present su testamento para su legalizacin, y hasta los habitantes de las colinas ms apartadas se enteraron de su contenido: se enteraron de cmo, por fin, aquella tierra maltratada pasara a su legtimo dueo o dueos; pues Anse Holland sabe tan bien como todos nosotros que Virge nunca aceptara ahora ms de la mitad que le corresponde, con o sin testamento; como no lo acept cuando su padre le dio oportunidad para ello. Porque si bien ambos eran hijos de Anselm Holland, tambin lo eran de Cornelia Mardis. Pero aunque Anselm no supiese ni creyese esto, habra sabido que la tierra que haba sido de su madre y en la cual yacan sus huesos sera bien tratada ahora. Por ello, quizs, la noche en que se enter de la muerte de su padre, quizs por primera vez desde nio, desde antes de morir su madre tal vez, cuando ella suba a su habitacin durante la noche, lo miraba mientras dorma, y se retiraba luego nuevamente, quizs por primera vez desde entonces, Anse durmi. Todo estaba vengado ahora: el ultraje, la injusticia, el buen nombre perdido, y la mancha de su condena, todo haba pasado como en un sueo. Un sueo que era menester olvidar ahora, porque todo estaba bien. Para aquella poca, como imaginarn ustedes, Anse estaba ya habituado a ser un ermitao, a vivir solo; no podra cambiar al cabo de tanto tiempo. Viva ms feliz donde estaba, solo en aquel paraje alejado. Le bastaba saber que todo yaca en el pasado como un mal sueo, y que la tierra, la tierra de su madre, su patrimonio y su mausoleo, estaban ahora en manos del nico hombre en quien poda confiar, y confiara, aun cuando no se hablaran entre ellos. Comprenden?Lo miramos, sentados en torno de la mesa, intacta desde que muri el juez Dukinfield, sobre la cual estaban todava los objetos que, aparte del can de la pistola, haba contemplado en sus ltimos instantes; los cuales nos eran a todos familiares desde haca muchos aos: los papeles, el tintero sucio, la lapicera roda a la cual se aferrara el juez, la pequea caja de bronce que fue su superfluo pisapapeles. Desde sus extremos opuestos en el banco, los mellizos observaban a Stevens, inmviles, absortos.-No, no comprendemos -dijo el presidente del jurado-. Adnde quiere ir a parar? Qu relacin tiene todo esto con el juez Dukinfield?-Lo siguiente: el juez Dukinfield deba legalizar el testamento, y entonces fue asesinado. Era un testamento extrao; pero todos esperbamos eso del seor Holland. Todo estaba en regla, y los herederos satisfechos; todos sabemos que la mitad de la tierra es de Anse en el momento en que la solicite. As, pues, el testamento est bien. Su legalizacin debi ser una simple formalidad. A pesar de ello, el juez Dukinfield pospuso su decisin durante ms de dos semanas, y entonces se produjo su muerte. Y as el hombre que crey que todo lo que deba hacer era esperar...-Qu hombre? -pregunt el presidente.-Espere -dijo Stevens-. Todo lo que deba hacer el hombre era esperar. Pero no era la espera lo que preocupaba a quien haba esperado ya quince aos. Era algo ms, que descubri, o record, demasiado tarde. Algo que nunca debi haber olvidado, porque se trata de un hombre perspicaz, un hombre con dominio de s mismo y previsin; un hombre con suficiente dominio como para esperar su oportunidad durante diez aos, y con previsin suficiente como para haber previsto todas las contingencias, salvo una: su propia memoria. Y cuando era demasiado tarde, record que otro hombre saba tambin lo que l haba olvidado. Y este hombre que tambin lo saba era el juez Dukinfield, y lo que el juez saba era que aquel caballo nunca pudo haber matado al seor Holland.Cuando call la voz de Stevens, no se oy un rumor en la sala. El jurado segua sentado en torno de la mesa, los ojos fijos en Stevens. Anselm volvi su rostro hosco y torturado, mir a su hermano, y luego a Stevens nuevamente, y se inclin hacia adelante. Virginius no se haba movido, ni se observaba ningn cambio en su expresin grave, absorta. Entre l y la pared estaba sentado el primo, con las manos sobre las rodillas y la cabeza baja, como si estuviese en la iglesia. Solo sabamos de l que era una especie de predicador ambulante, y que, de vez en cuando, reuna tropillas de mulas y caballos estropeados y los llevaba a alguna parte para venderlos o cambiarlos. Como era hombre de pocas palabras, que en su trato con los hombres evidenciaba una timidez y falta de confianza lamentables, lo compadecamos con esa especie de disgusto compasivo que inspira un gusano maltrecho, y hasta nos resistamos a someterlo a la agona de responder afirmativa o negativamente a una pregunta. No obstante ello, habamos odo decir que los domingos, en el plpito de las iglesias rurales, se transformaba en otro hombre, cambiaba; su voz era entonces bien timbrada, conmovedora y firme, y fuera de toda proporcin con sus caractersticas y actitud habituales.-Ahora imaginen ustedes la espera -dijo Stevens- con este hombre sabedor de lo que ocurrira antes de que hubiese ocurrido, sabedor por fin de que la razn por la cual nada haba ocurrido, por la que el testamento haba desaparecido aparentemente de este mundo y del conocimiento de los hombres, era su olvido de algo que nunca debi olvidar. Y ello era que el juez Dukinfield saba que el seor Holland no era quien haba golpeado al caballo. Saba que el juez Dukinfield saba que el hombre que haba golpeado al caballo con el palo hasta dejar marcas en su lomo era el hombre que primero mat al seor Holland, y luego trab su pie en uno de los estribos y golpe al caballo con el palo para que se espantase. Pero el caballo no se espant; el hombre lo saba de antemano, lo saba desde haca aos, pero lo haba olvidado. Porque cuando aquel animal era todava un potrillo lo castigaron tan severamente en una oportunidad, que desde entonces, al ver simplemente una correa en manos del jinete, se echaba al suelo, como bien lo saba el seor Holland y como lo saban los ms allegados a la familia. El caballo se ech, pues, simplemente sobre el cuerpo del seorHolland. Y al principio, eso vino muy bien. Es lo que crey el hombre durante una o dos semanas, acostado de noche en su cama y esperando, luego de haber esperado quince aos. Porque era entonces, cuando era ya demasiado tarde y adivin haber cometido un error, no record tampoco lo que nunca debi haber olvidado. Y record esto por fin, cuando era demasiado tarde, una vez descubiertos el cadver y las marcas del palo sobre el caballo, marcas que fueron objeto de comentarios, y era demasiado tarde para borrarlas. Probablemente haban desaparecido ya para esa fecha, de todos modos. En cambio, tena solo un instrumento para borrarlas de la memoria de la gente. Imaginemos, pues, a este hombre; su terror, su furia, su sensacin de haber sido objeto de una treta para la que no haba represalias: ese furioso deseo de hacer retroceder el tiempo un minuto siquiera, para deshacer o completar algo cuando es ya demasiado tarde. Porque lo ltimo que record cuando era ya demasiado tarde fue que el seorHolland haba adquirido el caballo del juez Dukinfield, del hombre que estaba sentado en un estrado, dispuesto a decidir la validez del testamento por el cual se conferan dos mil acres de las mejores tierras del distrito. Y esper, puesto que dispona de un solo instrumento para borrar las marcas, y no ocurri nada. No ocurri nada, y l saba por qu. Y esper tanto como se atreva a esperar, hasta llegar a la conclusin de que estaba en juego algo ms que unas cuantas varas y acres de tierra. En consecuencia, qu otra cosa pudo hacer que lo que hizo?Apenas ces de orse la voz, cuando habl Anselm. Su voz era spera, hostil.-Est equivocado -dijo.Como una sola persona, todos lo miramos: inclinado sobre el banco, con las botas embarradas y las radas ropas de trabajo, miraba a Stevens. Hasta Virginius se volvi y lo mir un instante. Solo el primo y e! viejo negro no se movieron. Aparentemente no prestaban atencin.-En qu estoy equivocado? -pregunt Stevens. Anselm no repuso. Mir a Stevens con odio.-Le corresponder la propiedad a Virginius si... si...?-Si qu? -repiti Stevens.-Si... l...-Si l... hubiera sido asesinado?-S.-S. Usted y Virginius recibirn la tierra sea o no vlido el testamento, siempre que Virginius la divida con usted. Pero el hombre que mat a su padre no estaba seguro de ello, y no se atreva a averiguarlo. Porque no deseaba esa solucin. Quera que Virginius la tuviese toda. Por ello deseaba que el testamento fuese legalizado.-Est equivocado -dijo Anselm, con su tono spero y brusco-. Yo lo mat. Pero no fue por la maldita tierra. Ahora, llame alsheriff.Y entonces fue Stevens quien, mirando fijamente el rostro furioso de Anselm, dijo en voz baja:-Y yo afirmo que es usted quien se equivoca, Anse.Durante unos instantes los que observbamos y escuchbamos permanecimos, en medio de esta inesperada revelacin, en un estado de ensueo en el que se nos antojaba saber de antemano qu ocurrira, y conscientes a la vez de que no tena importancia, porque pronto nos despertaramos. Era como si estuvisemos fuera del tiempo, contemplando los acontecimientos desde afuera, siempre afuera y ms all del tiempo, desde aquel primer instante en que miramos nuevamente a Anselm como si no lo hubiramos visto nunca. Se oy un rumor, un rumor leve como un suspiro, un susurro, quizs de alivio: algo, en fin. Tal vez todos estbamos pensando que por fin haba terminado la pesadilla de Anselm; era como si tambin nosotros hubisemos retrocedido de pronto al punto donde, nio una vez ms, Anselm estaba en la cama, y su madre, quien, segn decan, lo prefera, cuya herencia l haba perdido y cuyas cenizas, largo tiempo dormidas, fueron profanadas en su lugar de reposo, entrase una vez ms a contemplarlo antes de partir de nuevo. Muy lejos estaba aquello en aquel tiempo, pero el camino era recto. Y recto como era este camino del tiempo, el nio que durmi tranquilamente en aquella cama se haba perdido en l, como nos ocurre a todos, como es inevitable que nos ocurra siempre; aquel nio estaba tan muerto como cualquier otro de su sangre en el bosquecillo de cedros profanado, y cuando mirbamos a ese hombre a travs de aquel abismo insalvable, lo mirbamos con compasin, tal vez, pero no con misericordia. Por ello el sentido de las palabras de Stevens tard tanto en penetrar en nuestras mentes como en la de Anse, y Stevens mismo debi repetir:-Yo afirmo que est equivocado, Anse.-Qu? -dijo Anse. Y entonces se movi. No se levant, y sin embargo pareci lanzarse de pronto hacia adelante, violentamente-. Miente! Usted...-Se equivoca, Anse. Usted no mat a su padre. El hombre que mat a su padre es el hombre que pudo planear y concebir el asesinato del anciano que se sentaba aqu, detrs de esta mesa, da tras da, hasta que entraba el viejo negro, lo despertaba y le deca que era hora de regresar a casa; un hombre que nunca hizo sino bien a hombres, mujeres y nios, como l crea que Dios lo quera. No fue usted quien mat a su padre. Usted exigi de l lo que consideraba suyo; y cuando l se neg a drselo, se fue, se alej y nunca ms le habl. Se enter de cmo estaba maltratando la propiedad, pero no dijo nada, porque para usted era simplemente "la maldita tierra". Call hasta que se enter de que un hombre trastornado estaba excavando las tumbas donde reposaban la carne y la sangre de su madre y la suya propia. Entonces, solo entonces, se acerc a su padre para recriminarlo. Pero nunca sirvi usted para protestar, y l, por su parte, no era hombre de escuchar a nadie. Y lo encontr all, en el bosquecillo, con la escopeta. Me imagino que no hizo mucho caso de ella: supongo que se la arrebat, simplemente; luego lo castig con sus propias manos, y lo dej junto a su caballo, creyendo tal vez que estaba muerto. Entonces ocurri que alguien pas por all, una vez que usted se fue, y lo encontr; puede que ese alguien haya estado all todo el tiempo, acechando. Alguien que tambin deseaba su muerte. No por enojo ni por sentimientos ultrajados, sino por clculo, o bien por deseo de lucrarse a travs de un testamento. Este hombre lleg, pues, all y vio lo que usted haba dejado, y termin la obra: enganch el pie de su padre en el estribo y trat de espantar al caballo golpendolo; pero, en su apuro, olvid lo que no debi haber olvidado nunca. No, no fue usted. Porque usted regres a casa, y cuando se enter de que lo haban encontrado, no dijo nada. Y en aquel momento pens algo que no se atrevi a decirse ni usted mismo. Cuando se enter del contenido del testamento, crey conocer la verdad. Y se sinti satisfecho. Haba vivido tanto tiempo solo, que haba perdido su juventud y todo deseo de poseer bienes: solo quera vivir tranquilo, y que las cenizas de su madre reposasen en paz. Y luego, qu significaban la tierra y la posicin para un hombre sin ciudadana y con un nombre deshonrado?Escuchamos en silencio, mientras el eco de la voz de Stevens mora lentamente en los mbitos del pequeo recinto, en el cual nunca corra una brisa ni una rfaga de aire, debido a su posicin dentro del edificio.-No fue usted quien mat a su padre y al juez Dukinfield, Anse. Porque si el hombre que mat a su padre hubiera recordado a tiempo que en una poca el juez Dukinfield fue propietario de ese caballo, el juez Dukinfield estara vivo hoy.Respirbamos quedo, sentados junto a la mesa detrs de la cual estuvo tambin sentado el juez Dukinfield cuando se vio frente al can de la pistola. La mesa estaba intacta. Todava reposaban all los papeles, la lapicera, el tintero, la pequea caja de bronce curiosamente tallada que le trajo su hija de Europa doce aos atrs; con qu objeto, ni ella ni el juez lo saban, ya que habra servido solamente para guardar sales de bao o tabaco, y el juez no usaba ninguno de esos dos artculos. Por ello la haba conservado como pisapapeles, uso tambin superfluo all donde nunca soplaba una corriente de aire. Con todo, el juez la tena sobre la mesa; todos nosotros la conocamos y lo habamos visto jugar con ella mientras conversaba: abrindola y observando cmo se cerraba bruscamente la tapa de resorte al menor roce.Cuando pienso en todo ello retrospectivamente, veo que el resto no debi llevarnos tanto tiempo. Siento ahora que debimos saberlo en seguida, y an siento, asimismo, esa especie de disgusto sin piedad, que, despus de todo, hace las veces de compasin; como cuando contemplamos un gusano blando traspasado por un alfiler y sentimos esa nusea de repulsin, mientras, como fascinados, nos disponemos a apretarlo con la palma de la mano, simplemente, pensando: "Vamos! Aplstalo. Deshazlo de una vez!" Pero no era este el plan de Stevens. Porque tena un plan, y ms tarde nos dimos cuenta de que, no pudiendo condenar al culpable, este tendra que condenarse a s mismo. El modo cmo lo logr fue muy tortuoso: nosotros se lo dijimos despus.-Ah! -dijo entonces-. Acaso la justicia no es injusta siempre? No se compone siempre de injusticia, suerte y lugares comunes en partes desiguales?Sea como fuere, no advertimos en el momento adnde se diriga, cuando comenz a hablar nuevamente en aquel tono fcil, anecdtico, la mano apoyada ahora en la caja de bronce. Lo que ocurre es que los hombres son movidos siempre, en buena parte, por ideas preconcebidas. No son las realidades ni las circunstancias las que nos sorprenden; sino el choque de lo que debimos haber sabido, si no hubisemos estado tan absortos en la creencia de lo que, ms tarde, descubrimos haber tomado por verdad, sin otra base que el haberlo credo as en aquel momento.Stevens estaba hablando una vez ms del hbito de fumar: de cmo la gente no disfruta verdaderamente del tabaco hasta que comienza a creer que le hace dao, y cmo los no fumadores pierden una de las experiencias ms gratas de la vida para un hombre sensible: la conviccin de estar sucumbiendo a un vicio que solo lo puede daar a l.-Fuma usted, Anse? -pregunt.-No -repuso este.-Usted tampoco, no, Virge?-No -repuso Virginius-. Ninguno de nosotros fum nunca: ni mi padre, ni Anse, ni yo. Ha de ser de familia.-Un rasgo familiar -coment Stevens-. Aparece tambin en la familia de su madre? En su familia, Granby?El primo mir a Stevens durante una fraccin de segundo, y aunque no se movi, pareci que se retorca lentamente, dentro de su traje ordinario pero aliado.-No, seor. Yo nunca he fumado.-Quizs por ser predicador -observ Stevens. El primo no repuso, sino que mir nuevamente a Stevens con su rostro benigno, tranquilo, desesperadamente tmido.-Yo siempre he fumado -dijo Stevens-, siempre, desde que me repuse de una intoxicacin de tabaco a los catorce aos. Es mucho tiempo, el suficiente para haberme hecho exigente en materia de tabaco. Pero la mayora de los fumadores son exigentes, a pesar de los psiclogos y de que se ha uniformado la calidad de los tabacos. O quizs sean los cigarrillos los que han sido uniformados. O quizs parezcan todos iguales a los legos, a los no fumadores. He notado, en efecto, que los no fumadores suelen marearse al oler tabaco, as como el resto de nosotros sentimos lo mismo frente a algo que no acostumbramos usar, que no nos es familiar. Y esto, porque el hombre es movido por sus ideas preconcebidas o, mejor dicho, tal vez, por sus prejuicios. Tenemos as a un hombre que vende tabaco, aunque l no fuma; que ve a un cliente tras otro abrir el paquete y encender un cigarrillo del otro lado del mostrador. Le preguntamos si todo tabaco huele igual, si no le es posible distinguir uno de otro por el aroma. O quizs por la forma, o el color del paquete; pues ni siquiera los psiclogos han podido decirnos exactamente dnde cesa la visin y comienza el olfato, o dnde cesa el odo y comienza la visin. Cualquier abogado puede corroborar esto.Nuevamente lo interrumpi el presidente del jurado. Nosotros lo habamos escuchado en el mayor silencio, pero creo que todos convenamos en que una cosa era mantener desorientado al asesino, y otra a nosotros y al jurado.-Debi hacer todas esas indagaciones antes de convocarnos -dijo el presidente-. Aun cuando se trate de pruebas, para qu sirven si no capturamos al asesino? Estn muy bien las conjeturas, pero...-Bien -dijo Stevens-. Permtanme hacer otras ms, y si ven que no estoy avanzando, me lo dirn y yo desistir de mi sistema y aceptar el que me indiquen. Creo que al principio considerarn ustedes que me tomo demasiadas libertades, hasta en el uso de la conjetura. Pero encontramos al juez Dukinfield muerto, con un balazo entre los ojos, sentado en esta silla, detrs de esta mesa. Esto no es conjetura. Y el to Job estuvo todo el da sentado en el corredor, donde cualquiera que entrase en esta habitacin, salvo que utilizase la escalera privada de la sala de audiencias y luego la ventana, tendra que haber pasado a menos de un metro de distancia de l. Y nadie que nosotros conozcamos ha pasado nunca inadvertido junto a la silla del to Job, en diecisiete aos. Esto no es conjetura.-Pero, cul es su conjetura?Stevens estaba hablando de tabaco una vez ms, del hbito de fumar.-La semana pasada me detuve a comprar tabaco en la farmacia de West, y este me habl de un individuo que tambin era exigente en materia de tabaco. Mientras sacaba el tabaco que yo fumo de un cajn, tom una caja de cigarrillos y me la dio. Estaba polvorienta, desteida, como si hiciera mucho tiempo que la tena, y me cont que un viajante la haba dejado haca dos aos. "Los ha fumado alguna vez?", me pregunt. "No -repuse-; han de ser cigarrillos de ciudad." A continuacin West coment haber vendido el otro paquete pocos das atrs. Estaba detrs del mostrador, con el diario abierto sobre la mesa; por momentos lea, pero a la vez atenda el comercio, pues el empleado haba salido a almorzar. Dice que no vio ni oy al hombre hasta que estuvo junto al mostrador, tan cerca de l que por poco lo hizo saltar con el susto. Un hombre menudo, con ropas de ciudad, segn dice West, que quera una marca de cigarrillos de la cual l nunca haba odo hablar. "No tengo esa marca", dijo West. "No trabajo con ella." "Por qu?" "Porque no tiene venta aqu", repuso West. Me describi luego al hombre de la ciudad, cuyo rostro pareca el de un mueco lampio, con ojos que miraban fijamente y una voz de timbre montono. Dice West que cuando se fij en los ojos del hombre y vio las aletas de su nariz comprendi lo que ocurra. En ese momento el hombre estaba ya intoxicado con drogas. "Nadie los pide", dijo, pues, West. "Y qu hago yo ahora?", pregunt el hombre. "Tratar de venderle papel cazamoscas?" En seguida el hombre compr el otro paquete de cigarrillos y se fue. Y dice West que l, por su parte, estaba enojado y con el rostro cubierto de sudor, como con deseos de vomitar. A mi me dijo: "Si hubiese algo malo que no me atreviese a hacer por mi mismo, sabes que hara? Le dara diez dlares a ese individuo, le indicara dnde est el objeto de la mala accin y le dira que nunca ms me dirigiera la palabra. Cuando sali sent exactamente esa sensacin. Como si estuviese por vomitar."Stevens mir a su alrededor, hizo una pausa. Todos lo observbamos atentamente.-Vino en un automvil, un gran convertible, ese hombre de la ciudad. El hombre de la ciudad que se qued sin cigarrillos de su marca habitual.Una vez ms se detuvo, y luego volvi la cabeza lentamente y mir a Virginius Holland. Transcurri un minuto, y vimos como ambos se miraron fijamente.-Y me dijo un negro que el automvil estuvo detenido en el establo de Virginius Holland la noche que mataron al juez Dukinfield.Durante otro intervalo observamos a ambos mientras se miraban mutuamente, sin el menor cambio de expresin en sus rostros. Stevens hablaba con tono tranquilo, especulativo, casi un murmullo.-Alguien trat de impedir que viniese aqu con el automvil, ese vehculo tan grande, que cualquiera que lo viese una vez lo recordara y reconocera. Tal vez ese alguien intent impedirle que viniese en el automvil y lo amenaz. Solo que el hombre de la ciudad a quien el licenciado West vendi los cigarrillos no era persona de soportar amenazas.-Y al decir alguien, se refiere usted a m -dijo Virginius.No se movi, ni volvi la cabeza, ni desvi la mirada, fija en el rostro de Stevens. Pero Anselm, en cambio, se movi. Dio vuelta la cabeza y mir a su hermano. Reinaba un profundo silencio, y a pesar de ello, cuando habl el primo no lo omos ni lo reconocimos inmediatamente; desde que habamos entrado en la habitacin y Stevens cerr la puerta, haba hablado solo unja vez. Su voz era dbil; de nuevo, sin moverse, pareci retorcerse dentro de sus propias ropas. Hablaba con aquel susurro tmido, aquel desgarrador deseo de anonimato que nos eran tan familiares.-El hombre de quien habla vino a verme -dijo Dodge-. Se detuvo a verme a m. Se detuvo en la casa al oscurecer, aquella noche, y dijo que buscaba caballos pequeos para utilizar en ese juego ese juego-El polo?- dijo Stevens.El primo no haba mirado a nadie mientras hablaba; era como si se dirigiera a sus manos, que mova lentamente sobre sus rodillas.-S, seor. Virginius estaba presente. Hablbamos de caballos. Al da siguiente sac su automvil y parti. Yo no tena nada que le conviniese. No s de dnde vino ni adnde fue.-Ni a quin ms vino a ver -observ Stevens-. Ni qu ms vino a hacer. No puede decirnos nada.Dodge no repuso. No era necesario, y una vez ms se refugi bajo el caparazn de su timidez, como un animal salvaje dbil y pequeo que se mete en su cueva.-Esa es mi conjetura -dijo Stevens.En aquel instante debimos haberlo adivinado. Estaba all, visible como una mano desnuda. Debimos de haberlo sentido: a ese alguien presente en la habitacin, que senta que Stevens haba provocado la aparicin de ese horror, de aquella indignacin, de aquel furioso deseo de hacer retroceder el tiempo un segundo, de desdecir, de deshacer. Pero quizs aquel alguien no lo haba advertido todava, no haba sentido el golpe, el choque, as como durante un segundo o dos un hombre no sabe que ha sido herido de bala. Porque ahora fue Virge quin habl, brusca, speramente:-Cmo va a probar eso?-Probar qu, Virge? -dijo Stevens. Nuevamente se miraron mudos, rgidos o, por lo menos, como hombres armados de pistolas-. Quin contrat a ese gorila, a ese matn que vino aqu desde Memfis? No tengo que probarlo. l lo confes. En el camino de regreso a Memfis atropell a un nio cerca de Battenburg, pues todava estaba bajo los efectos de una droga, y seguramente se haba inyectado otra dosis cuando termin su trabajo aqu. Lo atraparon y lo detuvieron. Y cuando comenzaron a pasar los efectos de la droga, dijo dnde haba estado, a quin haba visto: todo ello sentado en la celda de la crcel, entre sacudidas y gruidos, una vez que le quitaron la pistola con silenciador.-Ah! -dijo Virginius-. Muy bien! Conque todo lo que debe probar es que estuvo en esta habitacin aquel da! Y cmo lo probar? Dando otro dlar al negro para que recuerde otra vez?Pero aparentemente Stevens ya no escuchaba. Estaba de pie junto a un extremo de la mesa, entre los dos grupos, y mientras hablaba tena la caja de bronce en una mano, y la volva, examinndola, mientras hablaba con tono tranquilo y reflexivo.-Todos ustedes conocen las caractersticas especiales de esta habitacin. En ella nunca sopla una corriente de aire. Cuando alguien fuma aqu el sbado, digamos, el humo perdura hasta el lunes por la maana, cuando el to Job abre la puerta, y lo vemos apoyado contra el zcalo como un perro dormido. Todos lo han visto.Como Anse, estbamos todos inclinados hacia adelante, contemplando a Stevens.-S -dijo el presidente-. Lo hemos visto.-En efecto -dijo Stevens, como si todava no escuchase a nadie, en tanto daba vueltas repetidamente a la caja entre sus manos-. Ustedes me preguntaron cul era mi conjetura. Hela aqu. Pero para llegar a ella es necesario un hombre inclinado a las conjeturas, un hombre capaz de acercarse a un comerciante de pie detrs de su mostrador, con un ojo en el diario que est leyendo y otro en la puerta, a la espera de parroquianos, antes de que ste advierta que ha entrado. Un hombre, en fin, de la ciudad, que quera cigarrillos de ciudad. As, pues, este hombre sali del comercio y se dirigi al Ayuntamiento, entr y subi como lo habra hecho cualquiera. Quizs lo vieron una docena de personas. Quizs el doble de ese nmero no lo mir siquiera, ya que hay dos sitios donde los hombres no se miran las caras: en los santuarios de la ley civil y en los baos pblicos. El hombre entr en la sala de audiencias, baj por la escalera privada hasta el corredor, y vio al to Job dormido en su silla. Probablemente avanz por el corredor y entr por la ventana a espaldas del juez Dukinfield. O bien, quizs, pas delante del to Job, acercndose desde atrs, como ven ustedes. Pasar a dos metros de un hombre dormido en una silla no pudo ser muy difcil para quien poda acercarse inadvertido a un hombre apoyado en el mostrador de su propio comercio. Probablemente hasta encendi un cigarrillo del paquete que le vendi West, antes de que el juez Dukinfield advirtiese su presencia. O bien tal vez el juez estuviera dormido en su silln, como ocurra a veces. Y quizs el hombre permaneci inmvil y termin su cigarrillo, contemplando el humo que se esparca lentamente sobre la mesa y se arremolinaba lentamente contra la pared, y pensando en la ganancia fcil, en la simpleza de la gente de campo, aun antes de extraer la pistola. Y esta hizo menos ruido que el fsforo con que encendi su cigarrillo, porque al protegerse tanto contra el ruido, haba olvidado el silencio. Por fin se fue como haba venido, y una docena de hombres lo vio, y dos docenas no lo vieron, y a las cinco de la tarde el to Job fue a despertar al juez y a decirle que era hora de volver a casa. No es as, to Job?El viejo negro levant la vista.-Yo lo cuidaba, como le promet hacerlo a la nia. Y me preocupaba por l, como le promet a la nia. Entr aqu y primero cre que dorma, como a veces...-Un momento -interrumpi Stevens-. Usted lleg y lo vio en el silln, como siempre, y not el humo contra la pared, detrs de la mesa, al acercarse. No es eso lo que me dijo?Sentado en su silla remendada, el negro comenz a llorar. Pareca un mono viejo, llorando quedamente con lgrimas negras, enjugando su rostro con el dorso de la mano nudosa, temblorosa de vejez o de otra cosa.-Todas las maanas iba yo all a limpiar. Sola estar all el humo, y l, que nunca en su vida fum, entraba y olfateaba con esa nariz levantada que tena, y deca: "La verdad, Job, es que anoche casi espantamos con humo a ese individuo delcorpus juris."-Bueno -dijo Stevens-. Cuntenos acerca del humo que haba all aquella tarde, cuando fue a despertarlo para volver a casa, cuando nadie haba entrado en la oficina, salvo Virge Holland, aqu presente. Y el seor Virge no fuma, y el juez tampoco fumaba. Pero el humo estaba all; cuente lo que me dijo.-Estaba all. Y yo cre que estaba dormido como siempre, y fui a despertarlo, y...-Y esta cajita estaba en el borde de la mesa, donde el juez jugaba con ella mientras conversaba con el seor Virge, y cuando usted extendi la mano para despertarlo...-S, seor. Salt de la mesa. Y yo crea que estaba dormido...-La caja salt de la mesa. Hizo ruido, y usted se pregunt por qu no haba despertado al juez; y al mirar la caja cada en el suelo, en medio del humo, con la tapa abierta, crey que estaba rota. Y estir el brazo para levantarla, pues el juez la apreciaba mucho por habrsela trado la seorita Emma de Europa, a pesar de que no haca falta un pisapapeles en la oficina. Usted cerr la tapa y coloc nuevamente la caja sobre la mesa. Y entonces descubri que el juez estaba ms que dormido.Stevens se detuvo. Apenas respirbamos, pero oamos nuestra respiracin. Stevens aparentaba estudiarse la mano mientras jugaba lentamente con la caja. Se haba alejado ligeramente de la mesa al dirigirse al negro, de modo que ahora miraba el banco en lugar de mirar al jurado.-El to Job llama a esto la caja de oro, lo cual es tan apropiado como cualquier otro nombre. Mejor que muchos. Porque todos los metales son ms o menos iguales: lo que ocurre es que la gente desea algunos ms que otros. Pero todos tienen ciertos atributos, ciertas semejanzas. Uno de ellos es que aquello que se encierra en una caja de metal permanecer inalterable ms tiempo que en una caja de madera o de cartn. Podemos guardar humo, por ejemplo, en una caja de metal con una tapa ajustada como esta; y una semana ms tarde todava estar dentro. Y no solo eso, sino que un qumico o un vendedor de tabacos, como el licenciado West, podr decir qu provoc el humo, qu clase de tabaco, especialmente si se trata de una marca especial, de un tipo que no se vende en Jefferson, del cual tena slo dos paquetes, y recuerda a quin vendi uno de ellos.Nadie se movi. Estbamos all sentados, y omos entonces los pasos presurosos del hombre, que avanz torpemente, antes de arrebatar la caja de manos de Stevens. Pero no lo miramos a l, especialmente. Como l, vimos que la caja caa en dos trozos al romperse la tapa, y salan de ella unas volutas perezosas que se disiparon lentamente. Simultneamente nos inclinamos todos sobre el borde de la mesa, y vimos la desteida, la desesperanzada mediocridad que era Granby Dodge mientras, de rodillas en el suelo, bata el humo ya esparcido con ambas manos.-Pero todava no entiendo -dijo Virginius. Estbamos afuera, en el patio del Ayuntamiento, los cinco, mirndonos algo atontados, como si acabsemos de salir de una caverna.-Usted ha hecho testamento, no? -dijo Stevens. Virginius se qued inmvil, mirndolo.-Ah! -dijo por fin.-Uno de esos testamentos de beneficio mutuo que cualquiera de los dos socios puede aprovechar -aadi Stevens-. Usted y Granby, beneficiarios y albaceas a la vez, en sentido recproco, para la proteccin mutua de los bienes comunes. Es natural. Probablemente fue Granby quien lo propuso, dicindole que lo haba nombrado su heredero. Es mejor, pues, que rompa su propia copia. Si desea hacer testamento, nombre heredero a Anse.-No tendr que esperar eso -dijo Virginius-. La mitad de la tierra es suya.FIN

Calificacin: Muy bueno.Ttulo original:Smoke(1932).Traduccin: Lucrecia Moreno de Senz.Editorial: Alianza Editorial, Madrid, 1996

William Faulkner/flkn/ (nacido William CuthbertFalkner,New Albany,Misisipi, 25 de septiembre de 1897 -Byhalia, 6 de julio de 1962) fue unnarradorypoetaestadounidense. En sus obras destacan el drama psicolgico y la profundidad emocional, utiliz para ello una larga y serpenteada prosa, adems de un lxico meticuloso. Nobel de Literatura del ao 1949.Como otros autores prolficos, sufri la envidia y fue considerado el rival estilstico deHemingway(sus largas frases contrastaban con las cortas de Hemingway). Es considerado el nico probable modernista estadounidense de ladcada de 1930, siguiendo la tradicin experimental de escritores europeos comoJames Joyce,Virginia WoolfyMarcel Proust, y conocido por su uso de tcnicas literarias innovadoras, como el monlogo interior, la inclusin de mltiples narradores o puntos de vista y los saltos en el tiempo dentro de la narracin. Su influencia es notoria en la generacin de escritores sudamericanos de la segunda mitad delsiglo XX.Garca Mrquezen suVivir para contarlayVargas LlosaenEl pez en el aguaadmiten su influencia en la narrativa.1

DisertacinAnselm Holland es un forastero que llega a Jefferson, se casa con Cornelia, la hija de un hacendado (que pronto muere, dejando todo en sus manos para efectos prcticos, aunque la propiedad de la tierra es de Cornelia). Su esposa le da mellizos: Anselm y Virginius, y ms tarde ella tambin muere. El joven Anse es impulsivo y fuerte; Virginius, en cambio, es sereno, imperturbable e inescrutable. La dicotoma tpica entre los mellizos responde tambin a la forma en que cada uno ha recibido las cualidades de sus progenitores: Anse es mucho ms parecido al viejo Anselm que Virginius, que parece haber heredado la mansedumbre de su madre, y sin embargo, tambin comparten un fondo de nobleza, un vnculo que no se ha roto ni siquiera luego de 15 aos de silencioso distanciamiento, luego de que Anse reclamase su mitad de las tierras y, ante la furiosa negativa del padre, se marchase a vivir en el bosque. En esa disputa, Virginius se puso del lado del padre, quien luego comenz codiciosamente a sospechar de sus supuestas buenas intenciones, hasta que lo expuls tambin a l, que acab viviendo con un primo lejano, el imperceptible Granby Dodge, en una convivencia de tintes poderosamente homosexuales. Podramos pensar que el viejo Anselm rechaza y expulsa a Anse porque ste representa el rival viril (lleva su mismo nombre, adems, lo que implica un rechazo hacia s mismo o hacia el doble que pretende sustituirlo, como ocurre en el mito deldoppelgnger), y a Virginius porque representa su opuesto exacto: femenino, virginal y pasivo (con todas las connotaciones que esto implica).Faulkner pone todo el relato en la voz de un vecino de Jefferson que conoce la historia de la familia Holland como cualquiera de la zona, es decir, tanto por lo que se sabe fehacientemente como por lo que se ha escuchado comentar y por lo que se conjetura. Llegado a un punto, esas tres hebras forman una sola y ya no es posible decir cul es una y cul es otra. As, es concebible que el narrador, ante el trance de tener que revelar algo de lo que no puede estar seguro, dice:Durante ms o menos el ao siguiente a la partida del joven Anse con sus dos mulas hacia las colinas, vimos cmo el viejo Anse se iba cargando. Por fin un da estall. Probablemente, de la siguiente manera:-Crees que ahora que se ha ido tu hermano podrs quedarte simplemente, y quedrtelo todo, no?La clave aqu es el adverbio de modo probablemente, que relativiza toda la escena. Nadie sabe si eso pas as, aunque todos crean que as debi pasar. Pues bien, luego de desarrollar la conjetura sin economizar detalles y florituras, el narrador prosigue de esta manera:Y entonces Virginius se fue. No se apresur ni corri. Prepar todo lo que le perteneca (mucho ms de lo que se llevara Anse; bastantes cosas), y parti a cuatro o cinco millas de distancia, a vivir con su primo, hijo de un pariente lejano de su madre.As, todo lo que es relativizado al comienzo de la conjetura, pronto se difumina en la certeza de lo que en efecto se sabe: Y entonces Virginius se fue. Lo que pas dentro de la casa, en la intimidad, lo que pblicamente no se conoce, es conjetura, pero una conjetura que pronto se aade a lo que s se sabe, lo que ocurre puertas afuera, de modo que la historia completa es una manta hecha de retazos que acaban por valer igual, porque es ms importante que no haya huecos a que todas las partes sean del mismo color. Lo que no se sabe, se imagina, y lo que se imagina, luego de un tiempo prudencial, se acopla a lo que se sabe, y eso es la historia.A partir de ah, Faulkner trama un relato policial de lo ms interesante, con sutilsimas vueltas de tuerca. El viejo Anselm aparece muerto, aparentemente su pie qued atrapado en el estribo del caballo que lo arrastr por la tierra hasta matarlo. Su testamento, bastante claro, pas a manos del honorable y justo juez Dukinfield, que dos semanas despus (an sin emitir su fallo), aparecer muerto de un tiro entre ceja y ceja, sentado como siempre tras su escritorio. El narrador, uno de los jurados en el juicio organizado para develar el misterio, relatar entonces la forma en la que el fiscal Gavin Stevens, una aplomada mezcla de Sherlock Holmes y el padre Brown, ir estableciendo (mediante un relato dentro del relato), sus propias conjeturas aadidas a los hechos que efectivamente conoce, hasta lograr desatar el nudo.Divertidsimo ejercicio policial de un narrador magistral,Humoes un relato capaz de recordarle a un lector contemporneo, lo genial que se la puede pasar cuando a uno le cuentan una historia con entusiasmo, ingenio, talento e intenciones adecuadas a la materia que se tiene entre manos. Entretenimiento del bueno.En aquel instante debimos haberlo adivinado. Estaba all, tan a la vista como una mano desnuda. Debimos haber sentido a ese alguien presente en la habitacin, que senta a su vez que Stevens haba provocado la aparicin de ese horror, de aquella indignacin, de aquel furioso deseo de hacer retroceder el tiempo un segundo, de desdecir, de deshacer. Pero quizs aquel alguien no lo haba advertido todava, no haba sentido el golpe, el choque, as como durante un segundo o dos un hombre no sabe que ha sido herido de bala.