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Sociedad

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Al otro lado del rio

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Al otro lado

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Por: Manuel Kalmanovitz*

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ay ciudades que además de existir físicamente, con sus calles y avenidas y semáforos, son ciudades de la imaginación. Londres lo era para los persona-jes pueblerinos en las novelas

de Dickens. Igual que París para los jóvenes am-biciosos de Stendhal y Balzac.

Pero New York lo es más que todas. Quizás porque gente de todo el mundo se la imagina a su manera y llega ahí, impulsada por su imagi-nación, esperando encontrar eso que pensaba que estaba ahí, buscando su espejismo y en-contrando no lo que esperaban sino lo que hay.

Además, como es tan grande y tiene una historia tan rica, hay varias New York de la imaginación. Está la ciudad de los beats y músicos de jazz en el West Village en los años treinta, la de la bohemia punk del Lower East Side en los sesenta y setenta, la de los millonarios conservadores del Upper West Side de toda la vida, la del capitalismo ale-brestado de Wall Street también de siempre. Y todas coexisten en ese pedazo de tierra alargado que es Manhattan.

Esa ciudad imaginaria tendía a existir sola-mente ahí y no en sus otros distritos. Como si

el agua del río Hudson por un lado y del East River por el otro, tuviera un poder sobrenatural de frenar en seco los vuelos de la imaginación.

Obviamente, siempre ha habido gente en los otros distritos. En Queens, Brooklyn, Staten Is-land y en el Bronx. Pero que haya gente no es

imaginación. Es como si fueran otros sitios, pin-torescos y con personalidad, pero no New York.

El problema es que Manhattan es más bien pequeño. Y, por eso mismo, caro. Y la gente que arriba buscando eso que imagi-naron, llega con más optimismo que dinero, más expectativas que sensatez, más ganas que claridad. Y necesitan donde vivir.

De ahí, Williamsburg. Williamsburg es una zona en Brooklyn atrapada entre dos ba-rrios bien definidos: judíos ortodoxos al sur y Greenpoint, de migrantes polacos, al norte. Luego de Greenpoint está el agua y luego Queens y luego el resto del mundo.

Pero Williamsburg mismo es bastante neutro. Arquitectónicamente está lleno de edificios baratos, hechos con material prefabricado, de tres o cuatro pisos, pintados de colores claros y no demasiado cuidados. Cerca del agua hay una pequeña zona industrial, llena de bo-

En Brooklyn y a solo una parada de tren de Manhattan,

Williamsburg —hasta hace unos años un pequeño

barrio industrial de inmigrantes— se

levanta como un espejo de una isla de la que la gente y el dinero

han empezado a salir en busca de nuevas

áreas para domesticar.

New York Sociedad

El barrio industrial se transformó y ahora es

frecuente la realización de eventos masivos al alre libre y la sensación de seguridad en sus calles. Williamsburg

seduce a propios y extraños.

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do al agua y se tragara de un mordisco ese pedazo de Brooklyn.

Fue un proceso lento que se aceleró en los últimos años. Una tienda pobre y mal surtida cerraba y era reemplazada por una tienda más organizada y limpia, con más variedad de cosas, más cara. Luego abrieron otras

cados, tiendas de quesos apestosos. Una galería, en el 2000, se promocionaba

como la primera galería tipo Chelsea en Wi-lliamsburg. Era su forma de decir que era un espacio semiindustrial remodelado, en don-de los techos altos y los espacios enormes, imposibles de navegar, se engullían con su blancura a las pobres obras que no sabían

Pero no sólo eso. También lo decía para

podía ganarse un lugar en la New York de la imaginación, tal y como las galerías de Chelsea se lo habían ganado, transformando las anti-guas bodegas al oeste de Manhattan en una mina de oro para los especuladores de arte.

En el siglo XIX era famosa

por sus fábricas de

cerveza. Ahora los jóvenes

llegan seducidos por su

poder imaginativo

Porque no hay que engañarse. Detrás de esa New York de la imaginación lo que hay es dinero. O deseos de dinero. Y era con eso con lo que soñaba esta galería. No con apoyar prometedores talentos en formación o una nueva forma de entender el mundo o trabajo serio y poco conocido. Soñaba con ser exitosa como las galerías de Chelsea, en tener dinero, poder y prestigio (en este caso el sueño no fue más que eso, la galería quebró al poco tiempo).

Ese sueño del dinero fue envolviendo poco a poco a Williambusrg. Los recién lle-gados tenían más dinero que los habitantes

Manhattan, pero sí para domesticar este trozo de Brooklyn. Para volverlo el escenario de esa ciudad de la imaginación, generando una dinámica que los sociólogos llaman gen-

socialmente marginales y de clase trabaja-dora a uso residencial de la clase media. La gomelización, para ponerlo en bogotano.

La gentrificación es un proceso agridul-ce: los barrios se vuelven más seguros, hay

restaurantes, pero también hay menos va-riedad de gente, no hay vida de barrio, todo se homogeneiza. Los arriendos suben y la gente que no puede pagarlos (o quienes tienen sueños de bohemia sin dinero) deben mudarse más lejos.

El resultado de todo el proceso va en con-tra de la idea de ciudad que popularizó la activista Jane Jacobs en su Vida y muerte de las ciudades estadounidenses de 1961, donde la convivencia de gente muy distinta (artesanos, artistas, intelectuales y tende-ros) viviendo unos al lado de los otros crea un entorno vivo y estimulante para todos.

cación y no es la ciudad que ahora es Wi-lliamsburg. Basta ver la gente que se baja en la parada del metro: todos blancos, con tatuajes, con gafas y bicicletas de marcha

y trágico de que el anticonformismo genera su propia uniformidad.

El proceso de la gentrificación es social y económico a la vez. La socióloga Sharon Zukin lo explicaba así a The New York Ti-mes: Primero unos “pioneros” clase media

degas de puertas altas y anchas que casi nunca se veían abiertas, y no tenía mayor comercio.

En el siglo XIX, Williamsburg era famosa por sus fábricas de cerveza (aunque la úl-

nería de azúcar Domino que era su principal empleador pero que ahora está desocupada.

En cuanto a sus habitantes, había una población puertorriqueña y algunos pola-cos bajados de Greenpoint, pero su carác-ter no era tan claro.

La ventaja que tenía es que quedaba cer-ca de Manhattan. Sólo una parada lo se-paraba de la ciudad imaginaria en la línea del tren subterráneo (subacuático también en este caso porque atraviesa el East River antes de desembocar en el Village) y eso fue

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compran casonas; luego, funcionarios mu-nicipales cambian el uso del suelo para per-

casas; para terminar, bancos y compañías inmobiliarias inundan de capital a la zona, desalojando a la gente que le daba carácter al vecindario.

El cambio en la reglamentación del uso del suelo para Williamsburg sucedió en el 2005 y ya hay un par de torres que se levantan a la orilla del río, ofreciendo una vista espectacular: el horizonte de Man-

trajín que no para. Es como si en la orilla de Brooklyn se hu-

biera levantado un espejo que eventualmen-

para ser parte de la ciudad imaginada tuvie-ra que replicarla exactamente.

¿Y qué pasa con los que crearon todo esto? ¿Qué pasó con los jóvenes que llega-ron a New York llenos de energía y de ideas, listos a tomarse eso que se imaginaban ahí esperándolos, a ser famosos, a ser estre-llas, a lograrlo? Algunos lo habrán logrado y habrán comprado apartamentos en esos nuevos edificios desde donde se pueden ver las calles estrechas de Manhattan. Otros se habrán ido a vivir más adentro de Brooklyn, a buscar áreas inhóspitas que necesiten ser domesticadas.

Otros más se habrán devuelto a sus lugares de origen, desencantados con lo que encon-traron o con lo que la ciudad les dio, sintién-dose estafados porque lo que imaginaban ya no existía en la New York que les tocó.

Pero la imaginación sigue llamando a la gente y la gente sigue haciéndole caso, de-jándose seducir. Y los jóvenes llegan y ya tienen a Williamsburg dentro de su New York de la imaginación.

Aunque si acaso sienten alguna duda, si no saben si creerlo del todo, pueden bajarse en la primera estación del tren y recorrer tres cuadras hacia el río. Ahí encontrarán, al lado de galerías y bares y toda clase de res-taurantes, unas torres enormes forradas en

de tierra en Brooklyn, donde aún sobrevive una que otra fábrica, logró ser parte de la New York de la imaginación.

En los últimos 20 años, Williamsburg se ha convertido en uno de los epicentros de la escena

tanto tiendas de discos llenas de rarezas como espacios de conciertos para bandas en varias etapas de su carrera. Hay desde lugares íntimos con pocas sillas (Pete’s Candy Store) pasando por medianos (Galapagos Art Space) y, más recientemente, grandes (Williamsburg Music Hall).

Losing my edge, una canción del 2002, de LCD Soundsystem, está escrita en la voz de uno de

Yeah Yeahs, Liars, Les Savy Fav, TV on the Radio, Bishop Allen, The Bravery, Enon, Usaisamonster, Oneida, Animal Collective, Japanther, White Magic, Ex Models, MGMT, y Matt and Kim.

Grupos como los Yeah Yeah Yeahs o Liars han salido de los bares que ofrecen música independiente en Williamsburg.