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La Sociedad del Siglo XXI vista en tres artículos Ignasi Lirio

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La Sociedad del Siglo XXI vista en tres

artículos

Ignasi Lirio

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Trascender

Ahora que el discurso sobre la “sostenibilidad” está más de moda que nunca (veremos has-ta cuándo) y que merced a la crisis financiera global se están sacando a colación frases de impacto del tipo “Necesitaríamos 2,3,4... N planetas para seguir llevando el ritmo de vida actual” es hora de plantearse en frío y con más rigor el asunto de si el ser humano es soste-nible o no, y cuál es el futuro de la especie humana en general.

Respecto al discurso ambientalista, hay una parte que es más que obvia: los recursos del planeta son limitados. Es decir, no podemos seguir acelerando la voracidad en el consumo de esos recursos de forma indefinida. Creo que quien no tenga claro este punto está fuera del club de la Sensatez. Dicho esto, podríamos empezar a debatir, a partir de cuantos cálcu-los uno estime oportunos sobre el volumen de recursos disponibles, el previsible aumento de la población o el cambio en el estilo de vida. No es un debate fácil, habida cuenta de la costumbre que tenemos las personas de idealizar demasiado la realidad y no aceptar fácil-mente los hechos más dolorosos.

Con todo esto, creo que es posible aventurarse a hacer algo de prospectiva y plantear una serie de salidas posibles al problema general del Colapso. A saber:

A medida que los países en vías de desarrollo alcancen un nivel de vida similar al actual occidental, esto es, accediendo a una alimentación y atención sanitaria adecuadas; su tasa de natalidad se iría moderando, al igual que ocurrió en su día en los países desarrollados, en la medida que llevar una vida confortable pase a ser una prioridad sobre el dejar prole. En otras palabras, que toda la humanidad llegara a un pico de fertilidad, con lo cual la presión demográfica dejara de ser una amenaza a la sostenibilidad. Esta posible “salida” tiene muchos puntos en contra. Primero, aunque esa población se es-tabilizara e incluso empezara a menguar, sería con la premisa de que todos los habitantes gozaran de un nivel de vida “a la occidental”, cosa que con la población actual ya es insoste-nible (es decir, ya harían falta N>1 planetas Tierra para proveerla). Por otro lado esta situa-ción lleva potencialmente a un colapso: imaginemos una pirámide de población mundial invertida, como sucede en Europa... ¿quién mantendría a los enfermos, niños y ancianos? ¿de dónde se podrían traer trabajadores? ¿de Marte?Como posible salida a esta ciénaga se podría vislumbrar un salto generacional en toda la humanidad. Un salto consistente en dejar casi toda la productividad en manos de robots y abandonar un sistema económico basado en el factor trabajo/impuestos/pensiones. El ser humano pasaría entonces a vivir su vida (larga, se supone) sin la perspectiva de tener que

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trabajar, al menos en el sentido que entendemos ahora, y podría dedicar su vida al ocio y la cultura. La incógnita es saber si ese nuevo estilo de vida llevaría a los humanos a dejar de procrearse (colapso) o a hacerlo con fruición ya que el sustento estaría asegurado (colapso). No es difícil ver que esta vía es algo complicada.

Los papeles se invierten: y el nivel de desarrollo promedio es el mismo, con una demogra-fía en suave descenso (“aterrizaje”) y se compensa el acceso al estilo de vida opulento de países como India, China, Brasil (BRIC) con el empobrecimiento muy significativo de los países tradicionalmente opulentos (Europa y EEUU básicamente). Esto significa que para occidente se acabó la fiesta y pasarán a ser lugares del planeta depauperados, quizá sin llegar a padecer hambrunas (¡espero!). Esta situación, junto con un salto cualitativo en nue-vas tecnologías energéticas y de reciclaje es quizás la opción más probable para el futuro cercano, pero no la más estable y en cualquier caso no despeja las dudas sobre el futuro a largo plazo de la humanidad.

Final catastrófico: la presión demográfica y desarrollista desemboca en una catástrofe, una Gran Catástrofe natural y/o artificial: un conflicto armado nuclear regional que desembo-que en otro a gran escala, el célebre cambio climático que active una serie de eventos ca-tastróficos, etc. Estamos hablando de un suceso que en un plazo proporcionalmente corto de tiempo redujera la población en un porcentaje significativo (un 40% o más, por ejem-plo). Desde luego esta es la opción favorita de los conspiranoicos, catastrofistas, integristas religiosos creyentes del Armageddon y ecologistas de estricta observancia (los que creen en los sistemas autoregulados a rajatabla). Cabe decir que, sin encontrarme de lleno en ninguno de estos grupos, reconozco que a día de hoy la probabilidad de esta vía no es nula ni mucho menos. Quizás sí la menos atractiva. Pero de nuevo, en cualquier caso no resuelve de forma definitiva el problema del Colapso Final de la humanidad, solo lo aplazaría...

Parece ser que todos los caminos posibles acaban convergiendo: la humanidad no es fácil-mente gobernable, tiende a la voracidad y los recursos son limitados. Parece ser entonces que tarde o temprano (tarde en la escala de una vida humana, tempranísimo a escala geo-lógica) la humanidad se enfrentará al borde de su abismo. Y ahí tendrá que suceder algo. Otra opción que no he plasmado en la lista, pero que no pocos apoyan de forma entusias-ta, es el salto del planeta. Es decir, migrar hacia otros planetas de nuestro Sistema Solar primero y más adelante a otros planetas más lejanos de otras estrellas y quizá ¿galaxias? Esta opción es la favorita de los creyentes en los platillos voladores, el SETI, y los cómics de ciencia-ficción. Tampoco es descartable, aunque en la actualidad el esfuerzo tecnológico que requeriría semejante migración es casi infinito, por lo que no es planteable a día de hoy. Tampoco la extracción masiva de recursos naturales de la Luna, es inviable igualmente.

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Sin embargo esta exótica opción me sirve para introducir la idea central sobre la que ver-daderamente pivota este artículo. Siguiendo la pista “extraterrestre”, muchos se preguntan porqué, siendo el universo tan vasto, como no nos han visitado todavía seres de otros pla-netas o galaxias, o se han comunicado con nosotros telemáticamente.

El debate sobre los posibles motivos es extenso, básicamente porque se trata de divagar sobre algo de lo que no tenemos constancia, solamente hipótesis. Hay gente que afirma haber sido abducida por extraterrestres, haber visto platillos voladores, etc. No voy a con-firmar ni desmentir ninguno de esos testimonios porque es una tarea inane. Sin embargo sí considero que la idea del transporte interestelear, intergaláctico, etc. en forma de vehículos hechos de algún material que alberguen en su interior tripulantes orgánicos me parece to-talmente fuera de lugar, además de pasada de moda. Las distancias interestelares o incluso interplanetarias son físicamente incompatibles con el transporte de grandes cantidades de materia. Es inviable y una mala idea en general. El universo físico está construido de tal manera que ésa no es la opción.

En este punto alguien podría alegar que de momento no disponemos de la tecnología, pero que ya se ha conseguido teletransportar algún átomo algunos metros. Esto es cierto. Pero tengo serias dudas de que estos fenómenos se puedan algún día extrapolar a algo macroscópico como un ser humano o un platillo volador, debido a que la propia mecánica cuántica, la misma que permite el “teletransporte” de ese átomo o incluso molécula no es válida a estas otras escalas.

Una opción menos explorada por ser una idea intelectualmente intrépida y exótica es la que planteó en su día uno de los líderes de la contracultura de la pasada década y recono-cido psiconauta Terence McKenna (1946-2000). Fruto de una vida dedicada de forma de-nodada al estudio de la filosofía (tanto occidental como no) y a la exploración de la psique humana empleando todo tipo de sustancias psicoactivas (naturales o no), McKenna llega a una conclusión respecto al futuro de la humanidad que no por ser aventurada deja de tener sentido. Claro está que la apertura mental requerida para asimilar dicha idea ha de estar en consonancia con su extravagancia.

Lo que plantea el filósofo norteamericano es lo siguiente: el futuro de toda especie viva que desarrolla un cerebro complejo y avanzado es trascender a las limitaciones físicas de su entorno y dar el salto a vivir en un espacio infinito. Un espacio que en palabras de McKenna denomina Hiperespacio o Universo Triptamínico.

Después de experimentar con drogas psicoactivas más usuales, como el cannabis, la psi-locibina, el LSD y la Mescalina; McKenna descubrió en un viaje al corazón del Amazonas peruano la experiencia del Yagé o Ayahuasca, también conocida como “la soga del muerto”.

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Este brebaje es el resultado de hervir durante días una serie de plantas amazónicas bien conocidas por los chamanes locales, como la Banisterosis Caapi (nombre científico). Por un lado este cocktail mágico contiene unas plantas ricas en IMAO (enzimas inhibidoras de la Monoamina-Oxidasa) que permiten que el estómago deje pasar sin destruir las moléculas del principio activo fundamental, la Dimetil-triptamina o DMT.

Esta molécula y sus efectos formaron desde entonces la principal fuente de inspiración de las teorías de McKenna, que pasó a consumirla inhalándola. De este modo, los efectos psicoactivos del DMT se expresan en cuestión de 5 a 10 segundos solamente. Lo que tan-to McKenna como la inmensa mayoría de personas que han podido acceder al consumo de esta sustancia (no se alarmen, el DMT está presente en todos vuestros cuerpos, y es la molécula responsable de que tengamos sueños vívidos) explican es que se accede a otro universo, a ese Hiperespacio, donde todo parece más real que la propia vida real misma, y donde el tiempo no existe, ni el cuerpo físico. Y que ese universo está plagado de seres, de entidades inteligentes, que muchos han calificado de “alienígenas”. Un universo inmaterial donde todo es eterno, infinito. Otra dimensión compuesto de pura información. De hecho, cuando uno regresa de esas fugaces visitas al Hiperespacio, a menudo experi-menta una pérdida definitiva del miedo a la muerte que coincide con la que experimentan las personas que pasaron el trance de una ECM (Experiencia Cercana a la Muerte). El viaje con DMT es una “vista previa” del “otro lado”, de un universo donde estos proble-mas de limitaciones físicas que nos llevarían al colapso simplemente no son ni un tema de discusión. Cuidado: un hiperespacio infinito no quiere decir un paraíso de felicidad infinita necesariamente. También podría ser un sufrimiento inifnito.

Con todo esto no quiero desviar la atención al eje central de este artículo, que NO es hacer una apología gratuita del uso recreativo de las “drogas”. Volviendo al tema inicial, el futuro de la humanidad a largo plazo: la idea abstracta que McKenna propone fruto de su inspi-ración en las visitas a este Mundo de los Sueños, Hiperespacio, Universo Triptamínico, etc... es que este futuro consiste no en migrar de la Tierra a Marte y de ahí a otras estrellas, si no migrar de este plano de existencia basado en la materia a otro estado más sutil que es más bien un nivel de conciencia extendido, multidimensional, inmaterial e infinito. Un universo donde por lo visto ya otras especies ancestrales que vivieron en este universo mucho antes que nosotros ya hicieron el salto y nos esperan ahí.

Un espacio donde seríamos más bien seres de luz más que de materia. He de reconocer que esta última analogía no es de mi gusto, primero porque es empleada a menudo por seres tan zafios como tarotistas de la TV y similares segundo porque el ejemplo que el propio McKenna emplea para justificarla me chirría aún no siendo incierto. En concreto sostiene que, en virtud de la Teoría de la Relatividad Especial, si uno fuera un rayo de luz vería que el tiempo sencillamente no transcurre a su alrededor (el tiempo impropio se detiene, no el

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propio). Es una interpretación muy incompleta pero válida si se quiere llamar la curiosidad de la gente por este teoría de Einstein.

Otros intentan apoyar la consistencia de este Hiperespacio justificándolo con la teoría del Multiverso de Tegmark, la Mecánica Cuántica, etc... sin embargo yo creo que tiene más que ver con el Espacio Infinito de Información (EII, es de cuño propio) que es nuestra imagina-ción y que se produce dentro de nuestros cerebros, hechos de materia por cierto.

En resumen: la evolución de millones de años de seres hechos de materia conduce a la emergencia de un cerebro complejo que conduce a la emergencia de una conciencia que genera y gestiona una información que acaba convirtiéndose en una entidad inmaterial inifinita. Una entidad que procede y que está abocada a un Hiperespacio, que sería la Ver-dadera Realidad (sigan la pista de “MatriX”), donde este universo donde vivimos y en el que estamos a punto de colapsar no sería más que una simple sombra, una proyección tridi-mensional de esa Realidad (sigan la pista del Mito de la Caverna de Platón).

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El fin de Occidente

Quizá esta catástrofe financiera omnipresente en los medios de comunicación cada día sea un evento inevitable, casi programado, en una natural agenda que en estos momentos dicta que lo que toca es una transición hacia una nueva configuración (declino llamarlo “orden”) mundial.

El chaparrón diario de noticias sobre la crisis es tan intenso que cuesta digerirlo y tomar distancia para ver el asunto con cierta perspectiva. Pero lo que puede que esté detrás de toda esta montaña rusa de eventos sea ni más ni menos que el previsible fin de la hegemonía de Occidente (Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea) en el mundo.

Analicemos la situación actual:

Las economías occidentales están arruinadas, endeudadas hasta niveles inéditos, víctimas de la voracidad de unos mercados financieros que en su día no solamente nadie quiso con-trolar, si no que incluso se presumían de ellos. Muchas empresas, construcciones y planes se iniciaron gracias a un crédito basado en la nada, y ahora todo eso está paralizado. No hay liquidez, sólo queda deuda.

Los estados occidentales viven atrapados en un déficit abismal, y casi toda su actividad eco-nómica en el futuro va a ir encaminada fundamentalmente a pagar una deuda adquirida a unos intereses muy elevados. Esto tiene varias consecuencias:

Europa se ve obligada a desmantelar a marchas forzadas su estado del bienestar: las presta-ciones sociales en la Europa occidental, precisamente cuando la demanda de éstas es más elevada que nunca debido al envejecimiento de la población local y la importante pobla-ción inmigrante de bajos recursos que habita en ella.

Estados Unidos no puede mantener su monstruosa maquinaria militar con la que pretendía controlar sus intereses a nivel mundial. Las colosales campañas militares estratégicas que abrió en oriente medio en busca de un posicionamiento ventajoso en el acceso a los recur-sos energéticos han resultado ser un fiasco que ha dejado una onerosa factura que pagar.

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Fruto de la extrema debilidad de las economías occidentales, se ha abierto la veda del su-permercado de saldo que representan. Literalmente, Europa y en menor medida Estados Unidos están siendo comprados a golpe de talonario por Oriente Medio y China. En con-creto, consorcios estatales chinos de nuevo cuño se hacen con el control de históricas em-presas industriales europeas y norteamericanas gracias a las ingentes reservas de divisas que acumula el gigante asiático. De igual modo, fondos soberanos de países como Qatar, Bahrein, Arabia Saudí, etc. están convirtiéndose de forma fulminante en los principales ac-cionistas de las principales empresas de comercio europeas.

La capacidad de recuperación industrial occidental está bloqueada debido al cada vez me-nor acceso a los recursos naturales y energéticos. China está penetrando de forma agresiva en África y América Latina, con una peculiar forma de colonialismo encubierto, y apropián-dose de todos esos recursos estratégicos.

El conjunto de “terceros países” en alza como pueden ser India, Brasil o Sudáfrica ya no sienten que tengan que orbitar en torno a EEUU o a sus ex-metrópolis occidentales y que pueden hacer y deshacer alianzas estratégicas con más libertad de opciones.

En resumen, Occidente tiene toda la pinta de convertirse en el medio plazo en una región del mundo mediocre, con una economía modulada desde centros de poder lejanos (en países poco o nada democráticos); y con una sociedad degradada, que recuerde más bien a las sociedades de América Latina de los años 90, con una clase media depauperada, una tasa de paro permanentemente elevada y práctica ausencia de Estado del Bienestar. Algo a lo que, al menos en la Europa occidental, no estamos acostumbrados. Veremos qué tal se encaja el asunto.

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La edad de jubilación

Sacar a la palestra temas polémicos a modo de globo sonda es una vieja práctica entre los políticos que viven para sí mismos, que pretenden minimizar los riesgos de sus desmanes y patanerías cuando amedrentan a la población con medidas amenazantes de su bienestar, para posteriormente calmar los ánimos diciendo que “era solo una propuesta, un debate” y luego acabar aplicando una versión light de esa medida (la auténtica que tenían pensada aplicar en un principio) y así presentarse ante el electorado como un gobierno de talante dialogante y flexible, que luchó por defender los derechos de los ciudadanos. Resumiendo, una forma más de estafar.

La penúltima de estas estafas es el debate sobre la extensión de la edad de jubilación de los 65 años actuales a los 67. Esta propuesta, que obviamente ha levantado ampollas y azuza-do la crispación del españolito medio acostumbrado a quejarse al aire en la barra de un bar y cuyo único principal proyecto vital consiste en trabajar lo menos posible.

El gobierno mientras tanto interpreta el papel de víctima y se sincera delante de la opinión pública argumentando que “no queda más remedio” debido al “aumento inevitable de la población anciana” en los próximos años. Argumentos que ayudan a desactivar aún más a la ya desactivada, desmovilizada y apelmazada ciudadanía.

Pero este argumento es falaz. Alargar la edad de jubilación solo sirve para crispar la socie-dad, y nada más. Su posible repercusión sobre el sostén de la economía, del “Sistema” es nula.

¿Por qué? Veamos este asunto más de cerca, analizando sus puntos clave:

Una parte importante de los trabajadores ni siquiera llega a completar su vida laboral hasta los 65 años, menos aún hasta los 67. En el caso de empleos donde prime el esfuerzo físico y la coordinación mental, las bajas la-borales por motivos de salud o accidentes se suceden, con lo que la última etapa de la vida laboral de estos trabajadores se vuelve menos productiva, además de soportar el sistema el coste de dichas bajas y gastos sanitarios.

En la (poca) industria que queda son a menudo los trabajadores de más edad los que más sufren los rigores de la multitud de EREs. El sector privado, en una voraz búsqueda de la

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competitividad, suele prescindir de trabajadores de más de 50 años. Considera que han perdido agilidad, que ya no son competitivos porque las nuevas tecnologías les superan (les cuesta más reciclarse) y como además se tiende a minusvalorar la experiencia, a los trabajadores veteranos se les abandona en el paro previo pago de una aparentemente “generosa” indemnización. Algunos conseguirán completar su vida laboral invirtiendo dicha indemnización en un pe-queño negocio con el que “ir tirando”, otros harán lo mismo pero acabarán fracasando y perdiendo sus ahorros y otros muchos intentarán recolocarse a duras penas en un mercado laboral que ya no les quiere, hasta que agoten sus años de subsidio por desempleo y tengan que concaternarlo con otro tipo de ayudas, o incluso desistan definitivamente de intentar recolocarse. En otras palabras, sus últimos años de vida laboral serán una lenta agonía sub-vencionada hasta llegar a la ansiada pero ahora triste jubilación.

Los oficios en el sector servicios, sobre todo en trabajos “de oficina” que en principio se des-empeñan cómodamente en un escritorio (y por lo tanto no necesitan de un esfuerzo físico extra) también se resienten de la falta de competitividad por mantener en sus puestos a los empleados más veteranos. La actitud más centrada en las tareas y la experiencia propia de los trabajadores de más edad se ve compensada con la sensación de que las nuevas tecnologías les superan y a menudo no se acaban de adaptar a estos cambios tecnológicos con lo que, al final, su competitividad se acaba resintiendo y acaban convirtiéndose en un lastre para toda la empresa

Por otro lado, el porcentaje de jóvenes en paro es anormalmente elevado y suponen un coste social adicional demasiado oneroso de soportar.

En resumen, tenemos que la Fuerza Laboral del país es poco eficiente, ya más de un tercio de los trabajadores potenciales en su mejor edad están en paro y los más veteranos han perdido competitividad debido a la complejidad artificial creciente, están en una situación de paro agónico subsidiado hasta llegar a su jubilación o están encadenando bajas. De-masiado coste. Si como solución a este problema se plantea alargar la edad de jubilación a los 67 años... ¿no le parece que lo que se conseguiría no sería si no extender aún más este modelo ineficiente?

Si la tasa de paro entre menores de 50 años fuera de prácticamente CERO, es decir, que todos la fuerza laboral joven de un país estuviera trabajando y cotizando a pleno rendi-miento, las arcas públicas podrían recibir un impulso suficiente como para seguir pagando pensiones razonables desde una edad de jubilación razonable (65, 63, 62 incluso!). No solo eso, para ayudar a colocar a toda esa fuerza laboral latente y plenamente competente se

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podría estipular que los empleos de funcionarios estuviesen abiertos solamente a mayo-res de 50 años. De este modo, cuando un trabajador fuera “expulsado”, repudiado por el sistema privado que le considera que ya no es interesante para trabajar, el sistema público podría ejercer su función de garante de los derechos fundamentales allá donde el libre mercado no llega y acoger a estos trabajadores como funcionarios. Esta fuerza laboral, que no tendría experiencia anterior en este mundo, podría aportar su experiencia, frescura y energía adquiridad en un entorno competitivo y aplicarlos a la función pública, haciéndola más eficaz. Del mismo modo, no habría funcionarios “de carrera” que desde jóvenes se en-quisten en una plaza fija en un negociado donde se cultive el estereotipo de funcionario que “solo piensa en la hora de irse a almorzar”.

Y por supuesto de rebote se colocaría a estos trabajadores desde los 50 años (aproximada-mente) hasta el último día efectivo de su vida laboral, cotizando cada día hasta el final en lugar de vivir de subvenciones de paro o bajas incentivadas, aportando a su vez un ahorro efectivo a las arcas públicas y encima seguir cotizando.

Es decir, dejar de gastar para pasar a ingresar más. No hace falta ser experto en contabilidad para ver que esto haría cuadrar las cuentas, las dinerarias y las del bienestar social y no sería necesario anunciar medidas patéticas como extender la edad de jubilación hasta el mismo pie de la tumba.

Como bien dijo un experto en pensiones el otro día en televisión, no necesitamos abuelos trabajando hasta el final, ¡necesitamos más guarderías en los centros de trabajo! Una in-versión infinitamente más eficiente y que realmente sí solucionaría el problema, ya que, a la postre, lo que importa en el día a día es tener suficiente solvencia para pagar la factura social, sea del importe que sea, sea con la edad de jubilación que sea...