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Se despertó de un solo sobresalto. Tenía frío. Miró a ambos lados de su pequeña
habitación escudriñando en la oscuridad temiendo encontrar lo que le había asustado en
sueños, ignorando la gota de sudor que le resbalaba por la frente. Pero pronto se dio
cuenta de que no recordaba lo que había soñado y se recostó de nuevo. Cerró los ojos,
pero ya no tenía sueño. Era de noche todavía y decidió apagar el despertador. Lo odiaba.
Siempre estaba allí, pitándole a la misma hora; le alejaba de esos sueños donde en
ocasiones podía sentirse feliz. “¡Despierta! ¡Vamos, abre los ojos!” Pero ¿por qué?
¿Qué es lo que debo ver? No hay nada nuevo, siempre es lo mismo. No importaba
entonces que se levantara de la cama. No quería ver que todo es igual.
Dejó pasar el tiempo, perdiendo la noción del mismo por completo. Finalmente se
levantó y se dirigió al lavabo. Aquel cuchitril estaba casi en ruinas, podría considerarse
tétrico. Hacía ya mucho tiempo que ya se había acostumbrado, pero aun así le agobiaba,
y cada día sentía que no soportaba más vivir allí. Se lavó un poco la cara y reparó en su
espejo.
Se quedó horrorizado. La imagen que le devolvió el espejo dejó helado. Se trataba de él
mismo, no había nada diferente, estaba igual que todas las mañanas. Pero ese día su
propia imagen le resultó asquerosa y difícil de soportar. Sus ojeras que ya formaban
parte de su aspecto habitual le parecieron más hondas que nunca, de tal manera que le
resultaba imposible distinguir sus ojos en las cuencas. Contrastaba con su cara pálida a
la que no solían dar los rayos del sol. Pero ese día era como si sus labios también
hubieran perdido el color, y solo se distinguía una delgada línea que debiera ser su boca,
y de su pequeña nariz parecía casi como si solo poseyera los orificios para poder
respirar.
“- ¡Joder!”
No pudo seguir mirando y cerró los ojos. Inspiró profundamente y los volvió a abrir. Se
tranquilizó al verse a sí mismo de nuevo, igual que antes, pero ésta vez su mente no le
jugó la mala pasada de mostrarle la verdad. Ya iba amaneciendo, así que salió del cuarto
de baño y decidió vestirse para salir de allí de una vez por todas. Cada segundo que
continuaba en esa casa sentía como si le robara las pocas ilusiones que le quedaban.
Fuera estaban otra vez los monstruos, siempre estaban allí. Seres abominables cuyas
piernas llegaban hasta lo más alto, y con su paso indiferente pisoteaban a los
transeúntes, que se limitaban a mirar hasta que les ocurriera lo mismo que al resto. Tal
como él había hecho siempre, caminaba y daba igual lo que hiciera, siempre pisoteaban
a alguien a su lado, alguien como él. Por eso andaban esos seres por las calles, para
recordarles lo insignificantes que eran.
“-¡Eh! Mira por dónde vas.
- Bah, ten tú más cuidado capullo”
Pero ese día era diferente, hoy era todopoderoso, esos seres le miraban con recelo al no
tener nada que poder contra él, y a partir de ese día, no volvería a caer más. Era una
promesa, les vencería, no volvería a ser como los demás, no volvería a la mediocridad.
Hoy pensaba cambiarlo todo, sería un ganador y vencería a todos los monstruos que le
perseguían.
Entonces llego a su objetivo: el Palacio de la Monotonía. Día a día, a miles de personas
le robaban la vida en este sitio. Él no podía hacer nada por ellos, solo hacerles ver que
alguien que antes era como ellos podía destacar vencerlo todo. Ahora era más fuerte,
podría hacerlo.
Los mismos seres anónimos de todos los días le estaban esperando, todo era como un
día cualquiera, pero ellos ya notaban el cambio, notaban toda su fuerza, eso les ponía
nerviosos, hacía mucho tiempo que se habían negado a creer que estaban vivos,
soportaban su existencia engañándose a sí mismos, ellos no se decían estar allí, se
consideraban un sueño en la mente de otra persona. Por eso su fuerza les asustaba,
porque veían la vida, la que ellos no tenían. Todo sería rápido.
“- Oye, el jefe te está esperando en su despacho.
- ¿Sí? Que ilusión.
- Se le veía bastante enfadado.
- Bueno, yo también tengo que decirle algo importante.”
Ya sabía dónde tenía que ir, no tenía más que seguir el rastro de desesperación y
sufrimiento. Un largo pasillo que se retorcía y tomaba las formas más curiosas. Un
camino tan asqueroso que bien auguraba lo que iba a continuación. Pero sabía que no
iba a ocurrirle nada malo, hoy era el día en el que él era el vencedor y los demás los
vencidos. Y ahora no sería diferente.
“- Pase.”
Ahí estaba, la imagen que tanto le había impresionado esa misma mañana se le había
olvidado con el rostro que observaba ahora. Ese rostro fingía rabia y decepción, sin
embargo debajo de esa careta sonreía, quería hacerle creer que sus fallos le molestaban,
sin embargo le gustaban, porque le daban motivos, le encantaba pisotearle, y eso es lo
que tenía pensado hacer en ese momento. Como todos los días de su vida. Pero hoy
había llevado todo su odio a aquella habitación, todo su odio en unos gramos de metal.
“- Tengo que decirle que la compañía no está conforme con su rendimiento, en éste mes
ha llegado tarde ya tres veces, y siempre salta con su insomnio de escusa que acaba
durmiendo tarde, debo decirle que va a tener que mejorar su comportamiento mientras
trabaje a mi cargo.
- Entiendo su preocupación, pero le garantizo que esta situación no volverá a repetirse.
- Veo que entiende ahora vallase de mi vista inmediata… Pe… ¿Pero qué es lo que
hace? ¡No…”
El ser ya dejó de sonreír, por el agujero de su cabeza salió toda su fuerza, todas las vidas
que había atrapado, incluida la suya, ahora era más libre, lo había logrado. Le inundaba
un sentimiento de felicidad, ahora era un héroe.
Casi de manera inmediata, volvió a estar en su casa, que esta vez le pareció más cálida
que nunca. Necesitaba contárselo a alguien, necesitaba contar a los demás como había
conseguido su libertad, su fuerza, su independencia. Aunque sabía que la naturaleza de
los anónimos como él había sido siempre era cobarde, pero quizás algún día alguien
como él lo conseguiría también. Un héroe.
Vació todo su amor en un papel, en forma de palabras a tinta, pero eran más que
palabras, era su ser, vaciaba su mente en ese papel, lo ponía todo. Solo faltaba algo para
que ese día fuera perfecto, una dosis de amor, esa dosis de amor que solo podía
proporcionarse el mismo. Ese proyectil de metal estaba cargado con todo el amor que
nunca recibió, le daría todo lo que siempre había deseado: Nada. Colocó el papel sobre
la mesa y junto a su arma se tumbó en la cama.
“- Hoy ha sido un buen día.”