Someter Al Vampiro

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Relato figurativo sobre la vida del encierro.

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Ocurri en una poca compleja

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Someter al vampiro

Por Alfredo Gutirrez Borrero

30 de marzo de 2005

[email protected], [email protected], [email protected] tarde, antes de arrojar su moderno computador por la ventana, Gueto examin a su enemigo. Le pareci increble y gracioso, tras cuarenta y dos aos de buscar monstruos, tena uno atrapado en una trampa de vidrio. A travs del cristal lquido, el vampiro encarcelado luca menos amenazador que sus congneres cinematogrficos o literarios, y aunque en ocasiones los haba atisbado en penumbras, esta era la primera vez que contemplaba un demonio a plena luz.

Estudi sus facciones amables y esos ojos penetrantes, tan humanos y familiares. Sinti un rapto piadoso, un deseo de perdn, estuvo tentado no lanzar el porttil, a extender sus dedos y abrazar a aquel antiguo y elusivo adversario. Concibi que la pendencia mutua poda zanjarse sin sangre. Bastara que el engendro prisionero aceptara, a perpetuidad, dejar de fastidiarlo a l y a los suyos.

La sensacin efmera se esfum pronto, los vampiros no tienen palabra. Este al menos, era un mago de la artimaa cuyo insaciable apetito haba trastornado muchas vidas: las de sus conocidos, compaeros colegiales y universitarios, amigos de barrio, colegas de trabajo, an su mujer, y su hija tenan en sus cuerpos y sus almas seales indeleble de los colmillos de la criatura. No poda engaarse, esa boca que le sonrea, tan similar a la suya, disfrazaba bajo esos labios inocentes una lengua ponzoosa y dos navajas capaces de cercenar cuellos o succionar anhelos.

Aplastara al monstruo deprisa, antes que con su hipntico poder lo obligara a arrepentirse. Si lo dejaba ir nadie estara a salvo. l mismo sera mrtir eterno de su sanguinaria tirana. Deposit el computador sobre la mesa mientras escoga la forma de proceder. Record el revlver calibre 38 en la guantera de su auto ltimo modelo; sin ser de plata, las balas ejecutaran rpido el trabajo; o estaba la otra forma, la complicada...

El segundo previo a la supresin de su abominado antagonista fue infinito, y la mente de Joaqun Sarta, alias Gueto, se desliz hasta una infancia marcada por ttricos destino; hasta la poca en que se involucr con sanguijuelas explotadoras como sta, que jams lo dejaran en paz.

El menor de tres hermanos, estudi en un colegio privado bogotano, sus padres, un feliz matrimonio, vivan orgullosos de su aplicado benjamn. Joaquncillo, estudiante modelo, sufri un trauma cuando sus burlones compaeritos encontraron que al revs, su apellido, Sarta se deletreaba atrs. Aunque molesto, el hecho fue revelador. El chico descubri la magia de las palabras, en especial de los anagramas. Bastaba un mnimo cambio de orden en las grafas para que designaran cosas diferentes, por ejemplo de sarta surgan, fuera de atrs, trminos como ratas y tasar. Luego averigu en un diccionario que sin trasponer letras, en su escritura correcta, su apellido significaba atado, en alusin a series de objetos ordenados encajados en una cuerda, o a grupos de gentes o de cosas que marchaban en fila unas tras otras, y algo que captur ms su atencin, corrobor que sarta era una cadena de sucesos.

Desde entonces su existencia fue una sarta de triunfos, alegras y desdichas. Sobre todo, desdichas.

Culminaba su educacin primaria cuando su padre, a la sazn trabajador en el Instituto Administrativo de Salubridad Estatal, le coment bromeando que su jefe era un vampiro. Por supuesto, don Andrs Sarta, dijo tal cosa figuradamente, pero su hijo iniciado en los arcanos del lenguaje por los enigmas de su propio apellido e imbuido por el espritu ingenuo de los habitantes del reino infantil, asumi el asunto en serio.

Y el tiempo confirm esa creencia. Su padre fue un competente socilogo cuyo pecado laboral haba sido ser buen cristiano, poco ambicioso y competitivo, en razn de ello superiores ventajosos abusaron de su trabajo. En la opinin de su hijo, don Andrs fue timado por sus patrones: escribi libros publicados a nombre de otros, redact decretos y proyectos de ley que aprobados por los gobiernos, distrital y nacional, suministraron renombre a otros individuos. Contra ellos el pequeo Joaqun guard un genuino rencor.

A sus doce aos haba ledo bastante, en especial cuanto de vampiros trataba: Las Crnicas vampricas de Ann Rice, las Crnicas necromnticas de Brian Lumley, Aventuras en el planeta de los vampiros zombis de Harry Harrison y Jack Haldeman, y, claro, el clsico de Bram Stoker. Pero a diferencia de otros entusiastas del tema, Joaqun Sarta saban que los vampiros existan aunque se camuflaban como directores de dependencias gubernamentales, empresarios privados o autoritarios catedrticos de alumnos cndidos e ignorantes.

Precisamente, a los catorce aos, tras un altercado con el prefecto de disciplina de su colegio, a causa de una injusta acusacin en contra suya, Joaqun Sarta adopt el seudnimo que de ah en adelante lo distingui: Gueto a veces geto, como aquel vocablo que denominaba los barrios en que eran obligados a vivir los judos en algunas ciudades italianas y de otros pases, el mismo que luego pas a designar cualquier condicin marginal en que viva un pueblo, una clase social o un grupo humano.

A resultas de ello comenz su contienda contra la injusticia, y contra los vampiros. Mezclando su seudnimo con el nombre del celebre cazador del conde Drcula se visualizaba como Gueto Van Helsing, matador de ogros. Y es que la conjura era universal. Haba monstruos por doquier: aquel entrenador desptico que lo excluy de la seleccin juvenil de ftbol colegial para incluir a un sobrino de l, los jefes de su padre, aun las amigas abusivas de su delicada madre quienes llegaban a casa de los Sarta a criticar desde la decoracin hasta el aseo.

No existan ngeles de la guarda, solo vampiros vigilantes. Lo peor era que stos caminaban en pleno da. As creci y con sus fracasados noviazgos juveniles advirti que las artes negras vampricas afectaban aun a las parejas hasta hacerlas reir por naderas. Cualquiera poda ser vctima de los vampiros; y al ir entendiendo la estratificacin social y las realidades geopolticas de su ciudad, Bogot, de su pas, Colombia, de la Gran Patria Latinoamericana y del planeta en que viva, observ Joaqun Sarta que gremios, grupos humanos y sociedades completas estaban gobernadas por vampiros que devoraban la buena voluntad, el esfuerzo, la dedicacin o los desvelos ajenos.

Entonces el ave del odio un odio romntico casi bienintencionado inflam su corazn. Se jur al ingresar a la universidad, dedicarse en su adultez a aniquilar vampiros, al menos ese que frustraba sus anhelos de grandeza, y los de su madre, su padre, y sus hermanos mayores (ambos hbiles ingenieros) quienes fueron encadenados por una multinacional que pagaba su dedicacin con jugosos cheques y fiel a las polticas de sus amos vampiros los priv de toda intimidad.

Joaqun estudi en la inslita facultad de Eutecnia que se inaugur en Bogot; dicha disciplina surgida de la investigacin de un sabio inmigrante boliviano de ancestro aimar radicado en Colombia, propugnaba mtodos para la consecucin, aumento y mantenimiento de la felicidad. Y Gueto intua que lo nico que poda destruir a los vampiros no era ajos, cruces, o estacas de madera, sino felicidad pura, hija de la libertad responsable.

Durante sus aos universitarios Joaqun tuvo sueos e inquietudes culturales y un sinnmero de amigos para compartirlas; mas a medida que Bogot se hipertrofiaba para convertirse en gigantesca metrpoli, sus camaradas de quimeras se metamorfosearon en resignados adultos vasallos del Imperio de los vampiros Terminaron asalariados por empresas de telecomunicaciones, banca de inversin y medicina prepagada.

Intentar prosperar en una esquina de Sudamrica, en la difcil Colombia, nacin con un hroe epnimo, marino genovs, cuyo apellido hispanizado, Coln deformaba el original Colombo (que traduce paloma), acentu sus desengaos. Su civilizacin estaba poseda, no haba otra explicacin. De un lado, el espectro sociolgico rebosaba de explotacin, nepotismo, saqueo, opresin y paramilitarismo, mientras del otro se desbordaba de sabotaje organizado, narcotrfico, prostitucin, delincuencia comn y violencia guerrillera.

Lo avergonzaba su patria, como toda Latinoamrica a finales del siglo XX, incapaz de superar el gran escollo de las desigualdades entre el ingreso de pobres y ricos, o entre las ciudades y los campos. Todo por causa del contagioso vampirismo que infectaba el ambiente. Pero al aumentar su ilustracin not que no bastaba erradicar el SIDA, educar, disminuir la mortalidad infantil, la miseria y el analfabetismo sin vencer las lgubres diferencias de actitud. Aunque pocos, siempre resultaban demasiados quienes razonaban a bala o saqueaban el erario, y tampoco colaboraban esos intelectualillos prestos a estigmatizar y censurar todo, a ganar nombre y riquezas con numerosas literatura, cine y telenovelas dizque dedicadas a reflejar srdidas realidades, a destapar lacras, a denunciar escndalos o a revelar crmenes sin que ninguno propusiera remedio alguno. Tambin ellos eran esbirros de los vampiros.

Cuando entr a trabajar al Ministerio de Proteccin Social, en el lustro inicial del siglo XXI, intent emplear sus capacidades eutecnsticas para fortalecer entre su grupo de trabajo las esperanzas de mejorar el futuro. Desde el departamento de sicologa publica encabez una campaa por recobrar la obra de Julio Verne (otra de sus lecturas infantiles favoritas) y adecuarla a la poca y contexto locales; un siglo atrs, dicho autor haba avivado entre sus contemporneos el amor hacia el porvenir sin retratar lo peor de su poca.

Sin servir a los vampiros.

Slo encontr desidia y odos sordos. Adelantaba su revuelta por engrandecer la historia cuando conoci a una estudiante de literatura, Dayana. Sera su esposa y fiel compaera. En aquel momento se afili a un moderno sindicato: el CPDEE (Comit Pro Derechos del Empleado Estatal), estaba lleno de ilusiones que luego se disolvieron. Eso lo endureci, dej de buscar metas amables. Dos aos despus, paralelamente a la muerte de su madre, vctima de un cncer descontrolado (imputable quiz a las maquinaciones de los vampiros), naci su hija, l y Dayana la llamaron Ana Miel, en honor a su abuela cada y a la dulzura que esperaban representara. Entretanto, a su diligente padre lo haban despedido del gobierno tras pensionarlo con un agradecimiento tan gentil como una patada en la posaderas.

A esas alturas, Joaqun Sarta, personificaba su apodo, era un gueto mental, rehn de s mismo, incapaz de condescender, mientras luchaba por a liberar a su sociedad de la telaraa del resentimiento ms se enmaraaba en ella. Perdi toda humildad. Los vampiros desangraban su cerebro y, aunque lo saba, no haca nada. Acept un cargo de profesor universitario, imagin que eso refrescara su alma angustiada, mas tal actividad solo recarg sus responsabilidades. Sus alumnos se le antojaban como aquellos indgenas de las tribus vencidas en la expoliacin del Salvaje oeste por los colonos norteamericanos, jvenes enclaustrados en unas reservaciones del conocimiento que solo abandonaban tras un condicionamiento de aos convertidos en piezas tiles del engranaje mercantil con que los vampiros empujaban millones de voluntades hacia el gasto adictivo, al ahorro enfermizo y al consumo desesperado.

Incursion en el periodismo. No obtuvo satisfaccin, cargado de ira, olvid la solidaridad y las virtudes cooperativas, ahora era un ente competitivo, un escalpelo afilado en buscar de sus propsitos. Las inconsistencias que hall entre sus compaeros del CPDEE acabaron de descorazonarlo y por los pocos que queran usufructuar aquella organizacin en beneficio propio, los conden a todos. Releg cualquier vestigio de altruismo. Los vampiros eran crueles seores que gobernaban vidas y si para hallarlos deba ser ms feroz que ellos, as lo hara.

Emprendi una campaa de ascenso profesional, fingimiento e intriga y acab dirigiendo el CPDEE, envejeci diez aos en tres, trabaj noches, fines de semanas, das festivos. Luego, cuando un representante de una empresa caza talentos pagado por los vampiros vino a ofrecerle un substancioso contrato como gerente operativo del recin creado departamento de eutecnia de una multinacional nanotecnolgica, traicion a sus camaradas. Su odio ya no era romntico ni bienintencionado sino resentido. Implacable. El universo entero urda complots contra l, y mientras su cuenta bancaria creca disminuan sus amigos. Hasta las mujeres estaban locas, incluidas su mujer y su hija. Se divorci de Dayana.

A Ana Miel no volvi a verla sino cada dos meses.

Detestaba a Dios, ese invento tonto de gente incapaz de controlar sus propias vidas. A sus treinta y cinco aos era un ejecutivo con todopoderosas tarjetas de crdito, un gur de la eutecnia en el ambiente empresarial (qu irona un experto en felicidad, l que interiormente, como el Garrick del poema era un infeliz malogrado!), la mitad del ao viajaba por el mundo, jurando que encontrara el nido de los vampiros y acabara con ellos. Pero de convencin en convencin y de hotel lujoso en hotel lujoso compraba afecto y damas de compaa. E iba a parrandear con otros lacayos de los vampiros tan adinerados como l.

Se enclaustr en el ciberespacio, en el computador, en el libre comercio, en los movimientos accionarios, en la palm de mano, en los bancos de datos. Y cada vez era ms obeso, adicto al licor y al cigarrillo, ms hipertenso, ms virulento en su proceder y ms brutal con su prjimo. Cort relacin con su familia, su anciano padre y sus ltimos amigos genuinos. Por cuatro aos fue un ciborg trajinador.

Hasta esa tarde en Cartagena, en su lujoso apartamento con vista al mar, cuando tras sermonear por telfono celular a sus subalternos y mientras revisaba sus estados financieros por Internet, Joaqun Sarta, alias Gueto, gracias a la luz que filtraba la ventana, pesc a su enemigo contemplndolo tras la pantalla del computador.

Una lucidez explosiva elimin sus aires de ejecutivo triunfador y liber sus gestos de nio curioso, de adolescente y estudiante rebelde, de sindicalista pasional. Su enemigo no era el gringo, ni el terrorista, ni el mafioso, ni el guerrillero; el espeluznante monstruo causante de su desgracia vesta camisa de seda, estaba bien rasurado y exhiba costosos implantes dentales. Era tan similar a l que asimismo se llamaba Joaqun Sarta y por aos lo haban apodado Gueto.

Aunque dud, desech el revolver. Era un recurso cobarde para eliminar al monstruo. Prescindiendo de la tecnologa, tom estilgrafo y papel, y empez a redactar su renuncia. Clausurara ese era artificial de inversiones, convenciones, clubes, y condominios. Regresara a la gente, a millones de compatriotas que ayudar, a una familia por recuperar. Cuando culmin de escribir, el monstruo se desvaneca sobre la pantalla apagada. Cerr el porttil y con un grito emancipador lo arroj por la ventana. Ya comprara otro con dinero bien ganado. Tras aos de simular, su corazn sonri viendo estallar la mquina contra el pavimento. Le tomara tiempo rescatar sus hbitos humanos y eliminar esos largos colmillos pero como un anagrama viviente, peleara.

Hasta someter al vampiro.