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Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 9
LOS PROFETAS MENORES
Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc,
Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías
Los Profetas Menores: Reseña
Comenzamos ahora nuestra reseña de los últimos doce
profetas, conocidos a veces como los Profetas Menores. Esta
denominación simplemente significa que sus libros son más cortos
que los libros proféticos que ya hemos estudiado. Dado que los
últimos doce profetas escribieron más tarde en la historia hebrea, a
veces se los conocía como los Profetas Posteriores. Los antiguos
escribas mantenían a estos profetas posteriores en una unidad
denominada “Los Doce”, porque los valoraban mucho y no querían
perder a ninguno de ellos.
Los doce libros históricos del Antiguo Testamento presentan
el contexto histórico en el cual vivieron y predicaron los profetas que
escribieron libros. Para mantener un equilibrio histórico, usted
debería hacer un gráfico que muestre dónde deberían colocarse los
profetas en la historia hebrea que aprendió cuando estudiamos los
libros de historia del Antiguo Testamento. Si bien este no es un
estudio académico, sino devocional, déjeme recordarle los siete
hechos de la historia hebrea que usted debería mantener en
perspectiva al leer estos profetas:
1. El reino
2. El reino dividido
3. La conquista asiria del reino del norte
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4. La extinción del reino del norte
5. La cautividad del reino del sur en Babilonia
6. La conquista persa de Babilonia
7. El retorno de la cautividad en Babilonia
Capítulo 1
La profecía de Oseas
La mayoría de nosotros sabemos que Dios es amor, pero
¿cuántos libros ha visto o leído sobre el tema del amor de Dios? El
libro de Oseas es el inspirado libro de la biblioteca sagrada de Dios
sobre el amor de Él. Dios encargó a Oseas que fuera el profeta del
amor de Dios para las diez tribus conocidas como el reino del norte,
que también era llamado, simplemente, Israel. Les predicó el amor de
Dios cuando se habían alejado de Él y estaban adorando ídolos.
La primera verdad que aprendemos de este profeta es que,
cuando Dios nos llama a hacer una gran obra para Él, a menudo nos
prepara para esa obra a través de nuestras propias experiencias de
vida. Dios usa cada día que vivimos para prepararnos para cada día
que viviremos y que lo serviremos.
Una alegoría dolorosa
Dios consideró que Oseas estaba preparado para predicar del
amor de Dios a un pueblo infiel porque éste se había casado con una
prostituta llamada Gomer (1:2, 3). Oseas la amó y la convirtió en
madre de sus hijos, como si fuera la mujer más refinada del país.
Luego de muchos años, cuando Gomer volvió a sus amantes, Dios
hizo que Oseas la recibiera de nuevo en su casa, y que continuara
amándola (3:1). Todo esto fue por lo menos permitido por Dios para
preparar a Oseas para predicar a Israel el amor incondicional y la
aceptación de Dios.
Si bien no lo merecía, Israel había sido escogido por Dios
para ser su pueblo, así como Gomer había sido escogida por Oseas
para ser su esposa, aunque era una prostituta. Una alegoría es una
historia en la que las personas, los lugares y las cosas tienen un
significado más profundo, que nos enseña moralmente y
espiritualmente. El matrimonio de Oseas fue una dolorosa alegoría
del amor incondicional de Dios por Israel.
La predicación de Oseas
La idolatría era el pecado continuo y crónico del pueblo del
reino del norte cuando Oseas predicó sus valientes y relevantes
sermones allí. Había una gran inmoralidad asociada con su culto a los
ídolos. Oseas era muy directo y franco cuando predicaba.
Estos son algunos extractos parafraseados de su predicación,
que lo familiarizarán con su estilo: “Los hombres de Israel terminan
de tomar su vino y salen a buscarse prostitutas. Les gusta más la
vergüenza que el honor [...]. El vino, las mujeres y las canciones han
quitado el cerebro a mi pueblo. Porque piden a un pedazo de madera
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que les diga qué hacer [...]. Son como un arco torcido que siempre
yerra el blanco. Sembraron vientos y cosecharon tempestades [...].
Israel está destruido; yace entre las naciones como una vasija rota. La
gloria de Israel se va volando como un pájaro”.
Dado que Israel era el pueblo escogido del único y verdadero
Dios, Oseas consideraba que el haberse vuelto a otros dioses era
“adulterio espiritual” contra Dios: “Mi pueblo a su ídolo de madera
pregunta, y el leño le responde; porque espíritu de fornicaciones lo
hizo errar, y dejaron a su Dios para fornicar” (4:12).
“Todos ellos arden como un horno; devoran a sus
gobernantes. Caen todos sus reyes, pero ninguno de ellos me invoca.
Efraín se mezcla con las naciones; parece una torta cocida de un solo
lado” (7:7, 8). Cuando Oseas predicaba: “De tal pueblo, tal
sacerdote”, estaba gritando: “Sacerdote, no señales con tu dedo a otra
persona. ¡Yo te estoy señalando a ti!”.
Como consecuencia de su idolatría, iban a ser llevados en
cautiverio: “Devorado será Israel; pronto será entre las naciones
como vasija que no se estima. Porque ellos subieron a Asiria” (8:8,
9). La cautividad en Asiria sería fatal para el reino del norte, porque
nunca volvería a su tierra natal ni volvería a ser un reino. Quienes
sobrevivieron a la conquista y al cautiverio en Asiria fueron
esparcidos entre las naciones gentiles del mundo.
El amor incondicional de Dios
Israel iba a comenzar su cautiverio, pero Dios lo iba a amar y
lo iba a restaurar espiritualmente una vez más para sí mismo: “Te
desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia,
juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en
fidelidad, y conocerás a Jehová” (2:19, 20). Este retorno espiritual de
Israel, que habían predicado varios profetas, todavía no se ha
cumplido. Tendremos que esperar el final de los tiempos para ver el
cumplimiento de esta profecía.
Oseas predicó elocuentemente sobre el amor de Dios: “No
quiero sus sacrificios, quiero su amor; no quiero sus ofrendas, quiero
que me conozcan a mí”. Para lograr que sus corazones se arreglaran
con Dios, Oseas predicó como lo hizo Jeremías: “Sembrad para
vosotros en justicia, segad para vosotros en misericordia; haced para
vosotros barbecho; porque es el tiempo de buscar a Jehová, hasta que
venga y os enseñe justicia” (10:12). “Tú, pues, vuélvete a tu Dios;
guarda misericordia y juicio, y en tu Dios confía siempre” (12:6).
La aplicación personal y devocional
Si bien debemos esperar para el cumplimiento del retorno
espiritual de Israel, no tenemos que esperar para nuestro propio
retorno espiritual a nuestro Dios amoroso. Mi pasaje favorito de
Oseas es una buena forma de concluir esta breve reseña de los
programas radiales que usted ha escuchado sobre el profeta Oseas:
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“Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos
curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el
tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él. Y conoceremos, y
proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su
salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y
temprana a la tierra” (6:1-3).
Capítulo 2
La profecía de Joel
Joel es el segundo de los doce Profetas Menores. El mensaje
de este profeta está centrado en una expresión que usa él y los demás
profetas menores: “el día del Señor”. Joel denomina a una terrible
plaga de langostas que invadió el reino del sur, “el día del Señor”.
Además de rotular a esta plaga literal de langostas como “el día del
Señor”, también la relaciona con la inminente cautividad en
Babilonia. Como los Profetas Mayores, él mezcla sus profecías
acerca de la cautividad en Babilonia con profecías acerca de la
segunda venida de Cristo.
Muchos están familiarizados con Joel por su notable profecía
sobre el día de Pentecostés. Quienes estuvieron presentes en el día
del nacimiento de la iglesia, se preguntaron: “¿Qué quiere decir
esto?” (Hechos 2:12). Pedro comenzó su sermón del día de
Pentecostés diciéndoles: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel”
(Hechos 2:16). Joel predicó que el día del Señor, para usted y para
mí, existe en todos los días del pasado, presente y futuro de nuestra
vida.
La plaga de langostas
El libro de Joel comienza describiendo una nutrida plaga de
langostas, que invadió el reino del sur. Joel predicó: “Lo que quedó
de la oruga comió el saltón, y lo que quedó del saltón comió el
revoltón; y la langosta comió lo que del revoltón había quedado”
(1:4). La plaga de langostas avanzó por el país, destruyendo la
vegetación y dejando solo un rastro de devastación.
Cuando Joel se refirió a esta plaga de langostas como “el día
del Señor” (1:15), estaba convirtiendo al día del Señor en un suceso
presente. Pero, ¿qué quiso decir exactamente Joel cuando se refirió al
día del Señor de esta forma? Cuando vio la terrible plaga y atribuyó
el origen de ella al Señor, nos estaba diciendo que Dios es soberano
aun en las calamidades. Joel luego concuerda con todo una hueste de
autores bíblicos que nos han dicho que Dios puede ser el poder detrás
de la adversidad así como de la prosperidad. Debido a que esa
terrible invasión de langostas muy probablemente llevó al pueblo a
pensar que Dios los había abandonado, Joel declaró que Dios estaba
presente aun en ese día, con lo que quiso decir que a veces aun el día
de la calamidad puede ser “el día del Señor” para quienes aman a
Dios y son llamados conforme a su propósito (Romanos 8:28).
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La cautividad en Babilonia
Una horda de langostas funciona como un ejército, trabajando
en conjunto y destruyendo todo lo que se les cruza. Joel usó la
devastación total de un “ejército” de langostas para conseguir la
atención del pueblo de Judá y prepararlos para su profecía de la
devastación final que sufrirían por la invasión de los ejércitos
babilónicos. Joel escribió: “Como valientes correrán, como hombres
de guerra subirán el muro; cada cual marchará por su camino, y no
torcerá su rumbo [...]. Irán por la ciudad, correrán por el muro,
subirán por las casas, entrarán por las ventanas a manera de ladrones”
(2:7, 9).
El día de Pentecostés
Luego de proclamar que la horda de langostas era el día del
Señor presente y declarar que la cautividad en Babilonia era un “día
del Señor” futuro, Joel comenzó a hablar de otro día del Señor: el día
de Pentecostés. Compartiendo palabras proféticas de Dios, Joel
escribió: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne,
y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos
soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (2:28).
Esta profecía se cumplió, al menos en parte, en el día de
Pentecostés (Hechos 2:1-4). Leemos que el Espíritu Santo descendió
sobre los que estaban reunidos en Pentecostés. Cuando las personas
vieron la lenguas de fuego repartidas sobre la cabeza de los
apóstoles, los escucharon hablar en un idioma que era entendido por
personas que hablaban varios idiomas, y escucharon “un estruendo
como de un viento recio que soplaba”, preguntaron a Pedro: “¿Qué
quiere decir esto?”. Pedro les contestó: “Esto es lo dicho por el
profeta Joel” (Hechos 2:16).
La segunda venida de Jesucristo
Observe que, mediante la profecía de Joel de Pentecostés,
Dios nos está diciendo cosas acerca del día del Señor en los últimos
días que no tuvieron lugar en el día de Pentecostés:
“Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y
columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en
sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo
aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el
monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová,
y entre el remanente al cual él habrá llamado” (Joel 2:30-32).
Joel profetizó claramente el día de Pentecostés, y si usted
estudia su profecía de Pentecostés detenidamente, verá que también
estaba prediciendo sucesos que no se cumplieron en Pentecostés. Un
estudioso de los Profetas Menores escribió que esta profecía de Joel
fue “precumplida” en el día de Pentecostés, pero sería cumplida por
completo en la segunda venida de Jesucristo.
Como ocurre con todos los profetas, cuando las profecías de
Joel de los sucesos como la conquista por parte de Babilonia o
Pentecostés se cumplen tan literalmente, podemos entusiasmarnos al
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pensar en el cumplimiento literal de sus profecías con relación a la
segunda venida de Cristo.
Joel denominó a este futuro día del Señor “el día grande y
espantoso de Jehová” (Joel 2:31). Cuando Pedro escribe sobre este
día, se centra en uno de los muchos sucesos que formarán parte de la
segunda venida de Cristo. Según Pedro, cuando llegue este día, “los
elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en
ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10).
La aplicación personal
Joel no solo predicó el presente día del Señor y el futuro día
del Señor. Nos exhortó, como pueblo de Dios, a hablar a nuestra
generación –y, al hablar a nuestros hijos, a generaciones futuras–
acerca del día del Señor (1:2, 3). Nos exhorta a darnos cuenta de que
cada día –pasado, presente y futuro– debe ser considerado el día del
Señor. Cuando recordamos cómo Dios ha obrado en nuestras
circunstancias del pasado para bien, debemos llevar esa confianza a
nuestras circunstancias presentes (Romanos 8:28).
¿Por qué Dios quiere que sepamos acerca de ese gran y
terrible futuro día del Señor? Para que pensemos en el tipo de
personas que deberíamos ser. Escuche la aplicación personal de
Pedro cuando nos habla del futuro día del Señor: “Por lo cual, oh
amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser
hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened
entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como
también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha
sido dada, os ha escrito” (2 Pedro 3:14, 15a). Cuando miramos hacia
adelante, al día del Señor venidero, Joel y todos los profetas hacen
aplicaciones como las de Pedro para desafiar a los seguidores de
Cristo.
Capítulo 3
La profecía de Amós
Amós era un recolector de higos y un pastor que vivía en el
pequeño pueblo de Tecoa, unos dieciocho kilómetros al sur de
Jerusalén. Dios lo llamó del reino del sur para profetizar contra el
reino del norte, cincuenta años antes de la cautividad en Asiria. Se
nos dice que Amós ministró durante el reinado del rey Uzías, en el
reino del sur, bajo el cual la nación de Judá fue próspera, tanto
militarmente como materialmente. Ellos creían que no había ningún
enemigo en el horizonte y que nadie era una amenaza para ellos. Pero
la profecía de Amós fue tanto contra la próspera nación de Judá
como contra el reino del norte de Israel.
El juicio de Dios se aproxima
Amós comenzó su profecía hablando palabras que los
ciudadanos del reino del norte querían escuchar: les dijo que Dios
juzgaría a sus enemigos (1:3-2:3). Al nombrar a aquellas naciones
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enemigas y los juicios que les sobrevendrían, los que escuchaban su
predicación estarían encantados de oír este mensaje; les habría
gustado escuchar cómo Dios iba a castigar a quienes ellos odiaban.
Pero, una vez que Amós logró su atención con estos sermones, les
dio la mala noticia: Judá e Israel también serían juzgados (2:4-8).
Culpó a Judá por rechazar la ley del Señor y no guardar los estatutos
de Dios, y culpó a Israel por su avaricia, injusticia social e
inmoralidad, que profanaban el nombre del Señor.
Amós continuó su profecía contra Israel prediciendo la
cautividad en Asiria:
“El ligero no podrá huir, y al fuerte no le ayudará su fuerza,
ni el valiente librará su vida. El que maneja el arco no resistirá, ni
escapará el ligero de pies, ni el que cabalga en caballo salvará su
vida” (2:14–16).
El reino del norte se habrá mofado de este mensaje, porque
vivía en tiempos prósperos y los militares de este reino se destacaban
en las habilidades que describió Amós en este sermón. Pero en
cincuenta años el reino del norte de Israel fue derrotado y todo el
pueblo fue llevado cautivo por el ejército asirio.
Dios intentó evitar la cautividad en Asiria ofreciendo a Israel
oportunidades para arrepentirse (4:6-13). Les envió hambre, retuvo la
lluvia, envió viento, añublo y pestilencia, pero aun así, como Dios les
dijo a través de su profeta, “no se volvieron a mí” (4:8, 9, 10, 11).
Como Israel no hizo caso al llamado al arrepentimiento de Dios,
Amós profetizó el juicio de Dios sobre ellos, y este juicio sería
permanente; Israel nunca volvería al país luego de su cautividad en
Asiria.
Amós predijo el juicio de Dios mediante la predicación de
cinco visiones que Dios le dio. Los juicios que aparecen en las dos
primeras visiones, que describían una plaga de langostas y un fuego
devorador, fueron evitados cuando Amós pidió la misericordia de
Dios (7:1-6). La tercera visión, la de una plomada que mide si un
muro está derecho, mostraba por qué Dios tenía motivos para estar
enojado: su pueblo no era un pueblo “derecho”, que vivía según los
estatutos de Dios, sino un pueblo “torcido”, que rechazaba la ley de
Dios y provocaba su ira.
La cuarta visión, la de una canasta de frutas más que
maduras, mostraba que el juicio se había demorado mucho, y el
juicio de Dios contra ellos se predice en la quinta visión, donde Dios
se para junto a un altar y clama: “Golpea los capiteles de las
columnas para que se estremezcan los umbrales, y que caigan en
pedazos sobre sus cabezas. A los que queden los mataré a espada. Ni
uno solo escapará, ninguno saldrá con vida” (9:1). En esta visión,
Dios mostró que su juicio sobre Israel sería final. Ni uno escaparía, y
ni uno sería perdonado. Además, el juicio de Dios era inminente.
La ventaja espiritual aumenta la responsabilidad
Amós no aisló a Judá e Israel del juicio de Dios sobre las
naciones. En cambio, les dijo que su juicio sería más severo que el de
las naciones paganas. Sus pecados eran más graves porque habían
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tenido una ventaja espiritual con su conocimiento de la Palabra de
Dios, pero ellos no siguieron los estatutos y mandamientos de esa
Palabra. Según Amós, la responsabilidad espiritual se mide en
proporción directa con la ventaja espiritual, y nuestras ventajas
espirituales deberían influenciar dinámicamente la forma en que
vivimos.
Lo que hacemos con lo que sabemos es muchísimo más
importante que lo que sabemos. Necesitamos que se nos recuerde que
vivir de acuerdo con nuestro conocimiento es más importante que
adquirir más conocimiento. Mientras que el mundo secular siempre
ha creído que el conocimiento por sí solo es virtuoso, los profetas
predicaban que lo que convierte a una persona en virtuosa es la
aplicación del conocimiento, la sabiduría.
Promesa de restauración
Amós, como los demás profetas, predicaron la restauración
final del pueblo de Israel: “En aquel día yo levantaré el tabernáculo
caído de David, y cerraré sus portillos y levantaré sus ruinas, y lo
edificaré como en el tiempo pasado; para que aquellos sobre los
cuales es invocado mi nombre posean el resto de Edom, y a todas las
naciones, dice Jehová que hace esto” (9:11, 12).
Esta profecía habla del retorno espiritual de Israel a su Dios.
Esta restauración de Israel aún no ha ocurrido. Hemos visto el
retorno de judíos que habían estado esparcidos por todo el mundo, y
hemos visto la restauración política de Israel, pero todavía no hemos
visto el cumplimiento del retorno espiritual de los judíos, hoy.
Capítulo 4
La profecía de Abdías
“Jehová el Señor ha dicho así en cuanto a Edom: [...]. He
aquí, pequeño te he hecho entre las naciones; estás abatido en gran
manera. La soberbia de tu corazón te ha engañado, tú que moras en
las hendiduras de las peñas, en tu altísima morada; que dices en tu
corazón: ¿Quién me derribará a tierra? Si te remontares como águila,
y aunque entre las estrellas pusieres tu nido, de ahí te derribaré, dice
Jehová” (Abdías 1: 1–4).
Así comienza el libro de Abdías. ¿De qué hablaba Abdías
cuando mencionaba un pueblo soberbio que vivía en hendiduras en
las peñas y que pensaba que nadie podía bajarlos de su nido?
Algunos dicen que este libro debería ser de advertencia para quienes
vivimos en el siglo XXI, con relación a nuestras expediciones para
descubrir vida en otros planetas. En las generaciones pasadas, estos
versículos se han interpretado y aplicado como queriendo decir que
Dios no desea que vivamos en edificios altos. En el siglo XXI,
algunos traducen estos versículos de la siguiente forma: “Si nos
volvemos soberbios en cuanto a la ciencia y la tecnología, e
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intentamos vivir en otros planetas en el espacio, Dios nos humillará y
nos hará volver a la tierra nuevamente”.
Abdías no estaba escribiendo sobre edificios altos o el
espacio exterior. Estaba ardiendo con una ira santa, y dirigiendo éste,
el más corto de todos los libros proféticos, a un pueblo muy hostil,
que había cometido actos terribles contra el pueblo de Judá cuando
Jerusalén cayó ante los babilonios.
El camino de Edom, condenado
Dios habló a través de Abdías para condenar a una nación
llamada Edom. Este pueblo vivía en un lugar que se puede visitar
hoy, conocido como “la Ciudad Rosada de Petra”, en Jordania.
Cuando uno entra a caballo en el cañón, ve acantilados de piedra roja
que se levantan a más de dos mil metros de altura a ambos lados, con
grandes espacios vacíos como cavados en la piedra. Estos grandes
espacios abiertos fueron una vez la ciudad que albergaba el pueblo al
que Abdías escribía.
Luego de que estos pueblos invadían y saqueaban las
ciudades de sus enemigos, o las caravanas de ricos mercaderes,
subían con escaleras de soga y se escondían en sus moradas en los
acantilados, lejos del alcance de sus enemigos. Sus moradas elevadas
les hacían pensar que eran indestructibles. Por eso Abdías escribe:
“La soberbia de tu corazón te ha engañado, [...] dices en tu corazón:
¿Quién me derribará a tierra?” (v. 3).
¿Quién era, exactamente, este pueblo? Eran descendientes de
Esaú, el hermano de Jacob. El libro de Génesis nos dice que Jacob y
Esaú eran mellizos, pero tenían valores contrarios y vivían estilos de
vida contrarios. Mientras que Jacob era pícaro pero espiritual, Esaú
era profano, no espiritual y lo que hoy llamaríamos “un hombre
secular”. Esto se muestra alegóricamente en el libro de Génesis,
cuando Esaú vende su primogenitura a Jacob por un plato de sopa.
Mientras que los descendientes de Jacob reciben su nombre –
Israel– de él y se convierten en los judíos, Esaú fue padre del pueblo
de Edom, los enemigos jurados de los judíos. El pueblo de Edom
eran antisemitas muy celosos, y buscaban continuamente
oportunidades para aliarse con otras naciones para matar a los judíos.
Abdías escribió su muy breve profecía para predecir la caída
de Edom, una caída que sería la consecuencia directa de su odio y
persecución de los judíos. Abdías tronó ocho acusaciones específicas
contra Edom. Ocho veces lo escuchamos decir “¡No debiste...!”.
Evidentemente, el pueblo de Edom había hecho todas estas cosas.
“Pues no debiste tú haber estado mirando en el día de tu
hermano, en el día de su infortunio; no debiste haberte alegrado de
los hijos de Judá en el día en que se perdieron, ni debiste haberte
jactado en el día de la angustia. No debiste haber entrado por la
puerta de mi pueblo en el día de su quebrantamiento; no, no debiste
haber mirado su mal en el día de su quebranto, ni haber echado mano
a sus bienes en el día de su calamidad. Tampoco debiste haberte
parado en las encrucijadas para matar a los que de ellos escapasen; ni
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debiste haber entregado a los que quedaban en el día de angustia”
(Abdías 1:12-14). “Porque cercano está el día de Jehová sobre todas
las naciones; como tú hiciste se hará contigo” (v. 15).
Los eruditos creen que Abdías estaba condenando el
comportamiento de Edom durante la caída de Jerusalén bajo el
reinado de Sedequías, cuando la ciudad fue arrasada y el pueblo de
Judá fue masacrado o llevado cautivo a Babilonia. El pueblo de
Edom había ayudado a los babilonios en el sitio de Jerusalén, y había
participado del saqueo de la ciudad. Cuando los judíos escapaban de
la calamidad, el pueblo de Edom los capturó y los devolvió a los
babilonios.
Abdías pasó de su llamada de atención a Edom para unirse a
otros profetas y predicar, como otros profetas, sobre el día del Señor.
Le dijo al pueblo de Edom: “Como tú hiciste se hará contigo; tu
recompensa volverá sobre tu cabeza” (v. 15). Cuando se cumpliera
este día de la profecía, la nación de Edom sería completamente
eliminada. Sus aliados se volverían contra ellos, y no quedaría nada
de la nación de Edom: “La casa de Jacob será fuego, y la casa de José
será llama, y la casa de Esaú estopa, y los quemarán y los
consumirán; ni aun resto quedará de la casa de Esaú” (v. 18). Esta
profecía fue cumplida literalmente. La nación de Edom desapareció
de las páginas de historia, cuando fue aniquilada completamente por
los romanos, en 70 d.C.
La aplicación devocional
A lo largo de toda la Biblia, el hombre piadoso es contrastado
con el impío (Salmo 1; Mateo 7:13-25; 1 Corintios 2:14-16). Si
estamos familiarizados con la historia de Jacob y Esaú, en el libro de
Génesis, y el comentario de esa historia que hace el apóstol Pablo, no
nos resulta difícil darnos cuenta de que esta breve profecía de Abdías
también contrasta alegóricamente para nosotros la vida del hombre
espiritual con la del hombre natural y no espiritual (Génesis 25:29-
34; Romanos 9:10, 11). La vida de Jacob es un ejemplo del hombre
espiritual porque buscó fervorosamente a Dios, así como los valores
y las bendiciones espirituales.
También aprendemos en el libro de Génesis que, cuando
Jacob “luchó” con Dios, su nombre fue cambiado por Israel: “No se
dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y
con los hombres, y has vencido” (Génesis 32:28). Esaú, por otra
parte, es un retrato del hombre natural y no espiritual. Al vender su
primogenitura (la herencia del hijo mayor) por un plato de sopa, Esaú
demostró inmadurez y que sus prioridades espirituales no eran las
correctas. No nos debería sorprender encontrar que los valores y el
estilo de vida de “Esaú” conduzca a “Edom”: una nación en abierta
oposición al pueblo, los valores espirituales y los propósitos de Dios.
Cuando nos encontramos por primera vez con Jacob y Esaú,
están juntos en el vientre de su madre, Rebeca. Una aplicación
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
11
alegórica y devocional de esto podría ser que existe un potencial de
un Esaú y un Jacob en cada uno de nosotros hoy.
Pablo describe estos dos potenciales magníficamente en su
Carta a los Gálatas. Escribe que el Espíritu y la carne están en guerra,
porque son contrarios. Cuando Pablo usaba la palabra “carne”,
significa ‘nuestra naturaleza humana, sin la ayuda de Dios’. El
Espíritu Santo nos da el potencial para ser espirituales, como Jacob,
pero cuando el Espíritu Santo viene a vivir en nosotros, nuestra carne
o naturaleza humana no es desalojada. Esto nos da dos potenciales
(Jacob y Esaú). La dinámica profecía de Abdías nos desafía con esta
pregunta: “¿Cuál potencial desarrollaremos?”.
Capítulo 5
La profecía de Jonás
El libro de Jonás nos cuenta acerca de un profeta llamado por
Dios para predicar arrepentimiento y salvación a sus enemigos. Él
sabía lo suficiente acerca del carácter de Dios como para estar seguro
de que, si respondía al llamado de Dios, sus enemigos serían
salvados. Fue su conocimiento del amor incondicional de Dios lo que
llevó a Jonás a decidir que no quería ir a Nínive y, como no quiso ir
allí, también decidió que no quería acudir a Dios. En cambio, trató de
huir de Dios a bordo de un barco que no solo se dirigía en la
dirección opuesta, sino que iba hacia un puerto que estaba lo más
lejos de la ciudad de Nínive que podía viajar un ser humano en ese
tiempo (1:3; 4:2, 3).
La ciudad de Nínive era la ciudad capital de los peores
enemigos de los antiguos judíos. La crueldad brutal de los asirios no
tenía parangón en la historia antigua. Jonás, o miembros de su
familia, podrían haber sido víctimas de esa crueldad. Probablemente
Jonás tenía buenos motivos para odiar a la gente que vivía en Nínive.
Para lograr una perspectiva histórica, imagine que Dios encargara a
un judío de principios de la década de 1940 que fuera a Berlín, en
Alemania, donde se estaba planeando matar a todos los judíos que
existían, para predicar el juicio de Dios sobre esa ciudad si no se
arrepentían de sus pecados. Ese judío, ¿habría huido de esa misión?
Jonás no va y Jonás no viene (capítulo 1)
Los profetas y las personas piadosas del Antiguo Testamento
seguían generalmente un patrón en su relación con Dios. Mencioné
este patrón cuando consideramos el ministerio del profeta Isaías.
Tenían experiencias significativas de venir a Dios, y luego tenían
experiencias fructíferas de ir para Dios. La historia de Jonás con Dios
muestra este patrón en reversa.
En el primer capítulo de esta breve historia de Jonás, leemos
que, cuando Dios comisionó a Jonás para que fuera a Nínive y, al
decidir rehusarse totalmente a ir a Nínive, nos mostró que él creía en
estas dos dimensiones de venir a Dios e ir para Dios. Jonás sabía que
era porque tenía una profunda experiencia de venir a Dios que había
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recibido la comisión de ir a Nínive para Dios. Dado que no podía, o
no quería, hacerlo, anunció que no iba a ir a Nínive para Dios y que,
n coherencia con esa decisión, no iba a venir a Dios tampoco.
Como Jonás estaba intentando esconderse de Dios cuando
subió a ese barco, bajó al interior de este barco y se durmió
profundamente (1:5). Leemos que el Señor provocó una terrible
tormenta que casi hunde el barco. Mientras los marineros estaban
aterrorizados y oraban a sus dioses, Jonás estaba durmiendo,
intentando huir de sus problemas a través del sueño. Jonás intentaba
huir de Nínive, de Dios y de sus problemas.
Cuando el capitán del barco confrontó a Jonás por dormir
durante la tormenta, Jonás reconoció que su Dios era el Dios que
había hecho el mar, y que su Dios estaba enojado con él. Había
enviado la tormenta porque le había encargado que fuera a Nínive, y
Jonás se había rehusado a ir (vv. 9, 10). Jonás también dijo al capitán
que la única forma de apaciguar la ira de su Dios era arrojarlo al mar,
lo cual, con cierta renuencia, finalmente hicieron los marineros (v.
15). Inmediatamente, el mar furioso se calmó.
Ese mar calmo convirtió en creyentes a los marineros
paganos de ese barco. Aun mientras Jonás huía de Dios y de lo que
Él quería que hiciese, Dios lo usó para llevar a la fe a los marineros
de ese barco. Leemos: “Y temieron aquellos hombres a Jehová con
gran temor, y ofrecieron sacrificio a Jehová, e hicieron votos” (1:16).
También leemos que Dios preparó un gran pez para tragar a Jonás, y
estuvo en el vientre de ese pez tres días. Jonás no dice que este gran
pez fuera una ballena. Este pez fue una provisión milagrosa de Dios
que fue preparada sobrenaturalmente para este profeta rebelde.
Jonás viene a Dios (capítulo 2)
El libro de Jonás nos enseña que, aun cuando en cierto
sentido Dios nunca nos obliga a hacer nada –nos permite ejercer el
libre albedrío en las decisiones que tenemos ante nosotros–, hará
presión sobre nosotros como un elefante a través de nuestras
circunstancias hasta que decidamos que su voluntad es lo único
razonable que podemos hacer. Podemos titular el capítulo 1 de esta
profecía: “¡No lo haré!”; pero sobre el capítulo 2, deberíamos
escribir: “¡Lo haré!”.
Fueron necesarios tres días en el vientre de un gran pez para
llevar a Jonás al arrepentimiento por huir del llamado de Dios.
Arrepentirse significa ‘pensar de nuevo’ o ‘tener un cambio de
mente, corazón, voluntad y dirección’. La importancia del capítulo 2
es que Jonás se arrepintió en el vientre de ese gran pez. Jonás oró en
ese vientre. Recordó cada pasaje de las Escrituras que pudo en ese
lugar horrible. En su oración, citó o hizo referencia a más de sesenta
versículos de la Biblia, de Job, Lamentaciones, 1 Samuel, Jeremías, 1
Reyes y muchos versículos de los Salmos. Esto significa que su
mente estaba saturada de las Escrituras, y que cantó cada himno que
pudo recordar cuando estuvo en el vientre de ese gran pez.
Lo importante acerca de esta oración bíblica fue su
arrepentimiento. Jonás pasó de decir: “No lo haré” a decir, tres veces:
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“Lo haré”. Dijo a Dios: “Veré tu santo templo” (v. 4), “Te ofreceré
sacrificios” (v. 9) y “Pagaré lo que prometí” (v. 9). Como resultado
del arrepentimiento de Jonás, “mandó Jehová al pez, y vomitó a
Jonás en tierra”.
Jonás va para Dios (capítulo 3)
En el capítulo 3 leemos: “Vino palabra de Jehová por segunda
vez a Jonás” (v. 1). Gracias al carácter paciente de Dios, Jonás
escuchó el llamado de Dios por segunda vez, un llamado que le
recordó lo mismo: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y
proclama en ella el mensaje que yo te diré” (v. 2).
Esta vez, en vez de salir huyendo, Jonás obedeció el llamado
y fue a Nínive. Predicó el mensaje de juicio de Dios proclamando:
“¡De aquí a cuarenta días Nínive será destruida!” (v. 4). Toda la
ciudad –incluyendo el rey– se convirtió y creyó en Dios (vv. 5, 6).
Como la ciudad se arrepintió, Dios “se arrepintió del mal que había
dicho que les haría, y no lo hizo” (v. 10). Cuando Jonás finalmente
dijo “lo haré”, el resultado fue la más grande cruzada evangelística
de la historia de Dios y el hombre.
Jonás viene y va para Dios (capítulo 4)
El corazón del mensaje del libro de Jonás se encuentra en el
último capítulo, donde vemos cómo Jonás respondió al
arrepentimiento de Nínive. Si bien pensaríamos que Jonás, como
profeta de Dios, estaría eufórico porque toda la ciudad se había
vuelto a Dios, no estaba feliz. De hecho, está tan enojado que
prefiere morir antes que ver a Dios salvar a la población de Nínive,
¡y se lo dice a Dios! Le dice: “Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que
yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a
Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en
enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal.
Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor
me es la muerte que la vida” (vv. 2, 3). En otras palabras: “¡Prefiero
estar muerto antes que verte salvar a esta gente!”.
El profeta prejuicioso
¿Qué le pasa a Jonás? La respuesta a esta pregunta es que
Jonás odiaba al pueblo de Nínive, y fue su prejuicio lo que le impidió
responder con alabanza a Dios por el milagro que había
experimentado en la ciudad capital del imperio mundial asirio. Su
prejuicio se verifica en la confesión de Jonás, a principios del
capítulo 4, de que huyó de Dios y de su misión porque sabía que Él
era un Dios amoroso y que salvaría a la ciudad de Nínive si Jonás
obedecía a Dios y predicaba allí. En respuesta a la ira de Jonás, Dios
le dio una lección objetiva. Mientras Jonás está inmerso en un ataque
de cólera y protestando como un niño caprichoso porque Dios salvo a
sus enemigos, construye una pequeña enramada en un monte que
estaba sobre Nínive. Todavía creía, o al menos esperaba, que Dios
destruiría esta ciudad malvada. El sol sumamente fuerte estaba
calcinando a Jonás cuando el Señor hizo que creciera una gran
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calabacera sobre la enramada, que protegió a Jonás del sol caliente.
Esto agradó mucho a Jonás. Pero luego Dios envió un gusano para
que comiera las raíces de la planta. El gusano destruyó la calabacera
y Jonás se hundió inmediatamente en otro ataque de cólera.
Entonces Dios dijo a Jonás: “¿Y no tendré yo piedad de
Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil
personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano
izquierda, y muchos animales?” (4:11). Los eruditos creen que estas
personas eran los bebés de Nínive que aún no habían alcanzado la
edad que consideramos de uso de la razón. La verdad importante aquí
es que Dios estaba desafiando los valores y las prioridades de un
profeta con muchos prejuicios.
El obstáculo-problema
Tal vez recuerde que en mi introducción a estos profetas
compartí con usted que una de las funciones de un profeta era
remover los problemas que eran obstáculos para la obra de Dios en el
mundo. En el libro de Jonás, el obstáculo-problema que impedía la
obra milagrosa que Dios quería hacer en Nínive era el prejuicio del
profeta Jonás.
Como aprendimos en Oseas, el amor de Dios es incondicional
y no está basado en el desempeño positivo o negativo de la persona
amada. Si Dios ama a un pueblo y el profeta odia a ese mismo
pueblo, ¿cómo puede Dios usar al profeta para proclamar su amor
por ellos?
Aplicación personal
¿Se ve usted reflejado en esta historia? ¿Está usted huyendo
del llamado que Dios ha puesto en su vida? ¿Qué debe enviar Dios
para lograr que usted esté dispuesto a servirle? Aprenda de la vida
del profeta Jonás –el profeta que no quería ir a Nínive y no quiso ir a
Dios– que Dios usa las circunstancias de nuestra vida para guiarnos
hacia su voluntad para nuestra vida, a pesar de –y a veces debido a–
nuestra renuencia a seguirlo. Note que este breve libro está repleto de
referencias a la providencia de Dios: el Señor envía la gran tormenta,
prepara el gran pez, hace crecer la calabacera y envía el gusano. ¿Ve
usted la providencia de Dios en las circunstancias de su vida?
La dimensión más dinámica de este poderoso librito profético
aparece cuando nos damos cuenta de que Jonás escribió este libro
que en realidad lo hace aparecer como bastante tonto. Jonás escribe
el capítulo más importante de su vida y ministerio como profeta de
Dios. Nos dice, de una forma muy humilde, cómo aprendió, en la
ciudad de Nínive, acerca del amor incondicional de Dios por los
pecadores malvados, y el prejuicio de su propio corazón que impidió
la expresión de ese amor.
Jonás está compartiendo la confesión de un profeta sincero,
en este libro muy corto que lleva su nombre. En esencia, él confiesa:
“No fui amor agape cuando estuve en Nínive, pero Dios lo fue, y Él
estaba conmigo. Descubrí que yo no podía amar al pueblo malvado
de Nínive, pero Dios podía y Él estaba conmigo. No quería amar al
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pueblo malvado de Nínive, pero Dios quiso amarlo, y Él estaba
conmigo. Yo no amé al pueblo de Nínive, pero Dios los amó a través
de mí, porque Él estaba conmigo”.
¿Es posible que Dios quiera amar a algunos pecadores
impíos, difíciles de amar y malvados, pero el prejuicio de usted y su
profunda aversión por esas personas es un obstáculo para el amor y la
salvación que Dios quiere compartir con ellas? ¿Puede verse usted en
esta confesión franca y sincera de un profeta con muchos prejuicios?
Capítulo 6
La profecía de Miqueas
El Libro de Miqueas registra tres grandes sermones del
profeta Miqueas. Éste nació y se crió en el campo, pero Dios lo llamó
a predicar en las ciudades capitales de Samaria y Jerusalén, y a
hablar las palabras de Dios a los líderes políticos y espirituales de las
ciudades capitales del reino del norte, Israel, y del sur, Judá. Junto
con muchos de los otros profetas, Miqueas culpó de la corrupción
moral y espiritual del pueblo de Dios a los líderes espirituales y
políticos de estos dos reinos.
El primer sermón de Miqueas (1:3-5)
Éste, el primero de los tres sermones de Miqueas, fue dirigido
a todos los pueblos de la tierra, invitándolos a contemplar la “azote”
de los reinos de Israel y Judá. Como el pueblo de Dios estaba
eligiendo no seguir sus caminos, Él planeaba un castigo futuro: “Por
tanto, así ha dicho Jehová: He aquí, yo pienso contra esta familia un
mal del cual no sacaréis vuestros cuellos, ni andaréis erguidos;
porque el tiempo será malo” (2:3). Este versículo se refiere,
obviamente, a las conquistas y cautividades en Babilonia y Asiria. A
través de estas cautividades, Dios castigaría a Israel y Judá, y su
castigo sería una expresión de su santidad, al mostrar su intolerancia
de la maldad y su amor como el fiel Padre de sus hijos rebeldes.
El castigo de Dios de su pueblo escogido por su idolatría,
inmoralidad y declinación espiritual mostraría a todo el mundo que
Él exige una norma de pureza en el comportamiento. La gloria de
Dios también sería revelada a través de la restauración final de su
pueblo, que Miqueas predicó al terminar su primer sermón: “De
cierto te juntaré todo, oh Jacob; recogeré ciertamente el resto de
Israel” (2:12).
El segundo sermón de Miqueas (3:1-5:15)
El segundo sermón de Miqueas fue dirigido a tres niveles del
gobierno: los sacerdotes, los profetas y los gobernantes políticos. La
principal función del sacerdote era enseñar, la principal función del
profeta era exhortar al pueblo a obedecer, y la principal función del
gobernante era hacer cumplir las leyes morales de Dios. En el tiempo
de Miqueas, el obstáculo-problema que impedía la obra de Dios era
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que los tres niveles de esta estructura de liderazgo ordenada por Dios
estaban corrompidas.
En vez de enseñar y cumplir la ley moral de Dios al pueblo,
los sacerdotes elegían “enseñar por precio” o “instruir por paga”
(3:11). Estaban convirtiendo el llamado a ser sacerdotes en una
profesión, y su principal preocupación era el dinero que ganaban.
Miqueas se molestó por esta secularización del sacerdocio que, al
enseñar por un precio, los convertía en profesionales apóstatas.
De manera similar, los profetas estaban poniendo en riesgo el
llamado a ser profeta al escoger “adivinar por dinero” (v. 11). No
solo habían convertido el llamado del profeta en una profesión, sino
en hechicería. Estaban predicando sus propios sueños, en vez de
revelaciones proféticas, y estaban usando su reputación como
profetas para recibir ganancia. Si se les pagaba poco profetizaban
juicios terribles a las personas, y si se los pagaba bien profetizaban
cosas buenas en la vida de quienes les pagaban bien.
Los líderes cívicos también eran corruptos, y escogían
“juzgar por cohecho” (v. 11). Según el dinero que se les pagara, los
líderes cívicos juzgaban favorable o desfavorablemente al que les
pagaba. La corrupción de los líderes políticos cívicos siempre ha
existido, y es común en todo el mundo hoy.
La principal preocupación de Miqueas es que, cuando los
sacerdotes enseñan por la paga, las personas se confunden, porque no
aprenden la Palabra de Dios. Cuando los profetas adivinan por
dinero, el pueblo no escucha la Palabra de Dios. Cuando los líderes
cívicos son corruptos, el pueblo se desilusiona y pierde confianza en
el gobierno, la ley y el orden.
Miqueas enfatizó la verdad de que Dios delegó la función del
gobierno en el pueblo, pero un gobierno ordenado por Dios solo
podría funcionar si las personas responsables de hacer que funcionara
ese gobierno respondían al plan de Dios para un gobierno espiritual
y político en estos tres niveles. Si los líderes de estos tres niveles son
corruptos, los propósitos de Dios para el gobierno se desmoronan.
Dado que los líderes espirituales y políticos del tiempo de Miqueas
no seguían los propósitos de Dios, él los estaba culpando por la
declinación espiritual y moral de la nación.
La solución final de Dios
Luego de hablar fuertemente del fracaso del gobierno en
Israel y Judá, Miqueas predicó un mensaje de esperanza para el
pueblo de Dios y todas las naciones del mundo a través de una
profecía mesiánica. Predijo la venida de Cristo, quien “estará, y
apacentará con poder de Jehová, con grandeza del nombre de Jehová
su Dios; y morarán seguros, porque ahora será engrandecido hasta
los fines de la tierra. Y éste será nuestra paz” (5:4, 5).
Donde había fracasado el gobierno humano en Jerusalén y
Samaria, la autoridad final de Cristo no fracasaría, y Él traería
verdadera paz a su pueblo. Él será el ejemplo perfecto de un Profeta,
Sacerdote y Rey. El final del segundo sermón de Miqueas presenta a
Cristo como el Gobernante perfecto. Él introducirá un nuevo reino
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que nunca enfrentará la caída o la corrupción. Por esta razón, cuando
Cristo vino a la tierra, los discípulos le preguntaban a menudo
cuándo instituiría su reino perfecto y eterno (Hechos 1:6).
El tercer sermón de Miqueas (capítulos 6 y 7)
En el tercer sermón de Miqueas, él presenta un alegórico
pleito legal entre Dios y el hombre. Predica: “Oíd ahora lo que dice
Jehová: Levántate, contiende contra los montes, y oigan los collados
tu voz. Oíd, montes, y fuertes cimientos de la tierra, el pleito de
Jehová; porque Jehová tiene pleito con su pueblo, y altercará con
Israel” (6:1, 2).
Al presentar Miqueas el caso de Dios contra Israel, Dios
recuerda a Israel su bondad para su pueblo al sacarlo de Egipto y
darle a Moisés, Aarón y María para representarlo (v. 4).
Como el pueblo de Israel respondió a la bondad de Dios
buscando a otros dioses y cumpliendo sus propios deseos egoístas,
Miqueas representó la situación comprometida del hombre ante el
tribunal de Dios: “¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al
Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros
de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez
mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto
de mis entrañas por el pecado de mi alma?” (6:6, 7).
La acusación de Miqueas era que los pecados de Israel en
respuesta a la bondad de Dios lo hacían incapaz de defenderse solo.
Miqueas plantea el caso de que ninguna ofrenda por el pecado
cubriría jamás los pecados de Israel.
La difícil situación que presenta Miqueas en este pleito
judicial prepara a sus oyentes para la conclusión de su mensaje: “Oh
hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu
Dios” (v. 8).
Luego de hacer sus acusaciones contra el pueblo y preguntar
qué podrían hacer para apaciguarlo, Dios mostró a Miqueas que el
hombre no podía hacer nada para expiar sus pecados. Solo mediante
la gracia que Dios ofrece al corazón contrito se le concede el perdón
de sus pecados al hombre.
Miqueas finalizó su tercer sermón con una nueva revelación
profética. En los últimos días, dijo a Israel, “Las naciones verán, y se
avergonzarán de todo su poderío; pondrán la mano sobre su boca,
ensordecerán sus oídos. Lamerán el polvo como la culebra; como las
serpientes de la tierra, temblarán en sus encierros; se volverán
amedrentados ante Jehová nuestro Dios, y temerán a causa de ti”
(7:16, 17).
Vemos aquí de nuevo el cumplimiento de un líder mesiánico
que gobernará las naciones. Y, según profetiza Miqueas, este
Gobernante será misericordioso para con su pueblo escogido: “No
retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El
volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras
iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.
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Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que
juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos” (vv. 18–20).
El Dios del mensaje de Miqueas es un Dios de amor
compasivo, misericordioso e incondicional. Esto significa que no
podemos ganar o lograr el amor de Dios mediante un desempeño
positivo –solo se extiende por gracia–, y tampoco podemos perder el
amor de Dios por un desempeño negativo.
Bien entendido, el mensaje de los profetas es un mensaje de
esperanza que está construido sobre el fundamento del amor y la
gracia de Dios. Sin embargo, el amor y la gracia de nuestro Padre
celestial están equilibrados por su justicia, una justicia que solo podía
satisfacerse por el pago de la muerte perfecta de su Hijo, para que
pudiésemos disfrutar de ese amor y gracia perfectos de Dios por la
eternidad.
Capítulo 7
La profecía de Nahúm
Un poco de perspectiva histórica
Los profetas que escribieron los libros proféticos del Antiguo
Testamento registran la conquista de cuatro ciudades: Jerusalén,
Samaria, Babilonia y Nínive. Jerusalén y Samaria eran las ciudades
capitales del reino del norte, Israel, y del reino del sur, Judá,
respectivamente. Babilonia y Nínive eran las capitales de sus
enemigos. Como hemos visto, la predicación de Jonás trajo
arrepentimiento y salvación a Nínive. La profecía de Nahúm
proclama la ruina y el aniquilamiento de esa misma ciudad. Nahum
sigue históricamente a Jonás unos 120 años después.
Mientras que el libro de Jonás registra el arrepentimiento de
la ciudad capital de los enemigos más crueles de Israel, sesenta años
después de que Nínive se arrepintió en respuesta a la dinámica
predicación de Jonás, los asirios conquistaron el reino del norte de
Israel y llevaron a esas diez tribus de Israel cautivas a Asiria.
Aproximadamente sesenta años luego de la cautividad en Asiria,
Nahum profetizó el inminente juicio y extinción de Nínive. Estas
terribles profecías de Nahúm se cumplieron literalmente veintitrés
años luego de que las predicara.
Los asirios conquistaron y esclavizaron a todas las naciones
del mundo con una crueldad indescriptible. Su barbarie no tenía
precedentes en la historia antigua y, al convertirse en un imperio
mundial, todo el mundo temía su brutalidad. El punto central del
Imperio Asirio era la ciudad de Nínive, que era conocida como la
Ciudad Reina de toda la tierra. Por lo tanto, fue el aniquilamiento de
esta gran Ciudad Reina de toda la tierra la que fue predicha por el
profeta Nahúm.
Nahúm declara la destrucción de Nínive (capítulo 1)
El primer capítulo del libro de Nahúm declara la caída de
Nínive. Si bien dos ríos protegían a la ciudad a ambos lados, Nahúm
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predijo que la caída de Nínive sería “con inundación impetuosa [que]
consumirá a sus adversarios” (1:8). Estos dos ríos fortalecían la
ciudad, al proteger su perímetro, pero Nahúm profetizó que el Señor
haría que la fuente de protección de la ciudad se levantara contra ella,
la inundara y la destruyera.
El nombre Nahúm significa ‘lleno de consolación’, y su
mensaje trajo mucha consolación al reino del sur. Los asirios ya
habían conquistado el reino del norte, y el reino del sur temía que
estos se volvieran hacia el sur y los conquistaran a ellos también.
Luego de conquistar y llevar cautivo al reino del norte, los asirios
ciertamente se dirigieron al sur para conquistarlo. Conquistaron
cuarenta y seis ciudades amuralladas y tomaron 200 000 personas
cautivas.
Como aprendimos cuando hicimos una reseña de la profecía
de Isaías, cuando llegaron a las puertas de Jerusalén, el reino del sur
fue salvado gracias al ministerio de ese gran profeta. Ahora puede
ver cómo la profecía de Nahúm de que “aunque los asirios sean
fuertes y numerosos, serán arrancados y morirán” (v. 12, NVI),
ofreció consolación, paz y esperanza al país de Judá.
Nahúm describe la destrucción de Nínive (capítulo 2)
En el segundo capítulo de la profecía de Nahúm, él relata la
caída de la ciudad en detalle. Describe el color de los uniformes del
enemigo y la forma en que el sol se reflejaba en sus escudos (v. 3).
Describe vívidamente el ruido de las carrozas y de los hombres en las
calles para huir de los sucesos caóticos de una ciudad que está siendo
aniquilada (v. 4). Predice la forma en que estos soldados dejan la
ciudad y el país sin siquiera mirar atrás (v. 8). En el relato de Nahúm,
la reina es llevada cautiva y exhibida (v. 7). Las rodillas tiemblan y
los corazones desfallecen en el horror, y la gente está aturdida, con el
rostro demudado y temblando (v. 10). Este relato detallado resaltó
para el reino del sur cómo Dios traería paz y consolación a su tierra a
través de la destrucción de la ciudad capital de sus enemigos.
Nahúm defiende la destrucción de Nínive (capítulo 3)
Nahúm indicó una cantidad de razones de por qué la ira de
Dios estaba sería derramada sobre Nínive. Los acusó de derramar
sangre, decir mentiras, saquear ciudades y cometer prostitución. Los
eruditos de la historia antigua informan que los asirios deportaban a
los pueblos conquistados a otras tierras para destruir su orgullo
nacionalista, y que realizaban brutalidades atroces contra sus
cautivos. Los desollaban vivos y, cuando conquistaban una ciudad,
masacraban la mitad de la población y colocaban un gran montículo
de calaveras a la entrada de la ciudad para aterrorizar a los que
permitían vivir.
Debido a que todas las naciones de esas tierras habían sufrido
a manos de los crueles asirios, como respuesta a su brutalidad impía
Nahúm habló estas palabras de parte del Señor a ellos: “Heme aquí
contra ti, dice Jehová de los ejércitos, y descubriré tus faldas en tu
rostro, y mostraré a las naciones tu desnudez, y a los reinos tu
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vergüenza” (3:5) y “No hay medicina para tu quebradura; tu herida
es incurable; todos los que oigan tu fama batirán las manos sobre ti,
porque ¿sobre quién no pasó continuamente tu maldad?” (3:19). La
caída de Nínive sería una fuente de consolación para todas las
naciones que vivían atemorizadas por sus atrocidades.
Nahúm defiende el carácter de Dios
Este librito nos enseña acerca del amor y la ira de Dios. En
hebreo, la palabra con que se hace referencia a la ira de Dios
transmite el concepto de “cruzar al otro lado”. La idea es que el
carácter esencial de Dios es amor, pero hay ocasiones en que la
maldad y la impiedad de la gente lo obligan a poner en juego otro
lado de su carácter, que es la santidad y la justicia absoluta. En ese
punto, Él “cruza al otro lado”, hacia la ira y el juicio, porque en
última instancia la maldad no puede coexistir con la santidad de
Dios.
He visto a un padre sensible y amoroso que tuvo que ser
retenido por varios policías cuando un hombre, que había asesinado y
violado a su hija de siete años, fue traído a la estación de policía. Si
ese padre tenía un carácter que podía cruzar al otro lado, del amor y
la amabilidad a la ira, ¿es Dios capaz de ese mismo cruce en su
carácter?
Por lo tanto, podríamos definir la ira de Dios como: “La
actitud permanente, consistente y última de la santidad absoluta hacia
el pecado y la maldad”. También podríamos decir que la ira de Dios
es: “La reacción aniquiladora del Amor absoluto hacia lo que está
destruyendo los objetos de su amor”. En este caso, los objetos de
amor de Dios eran todas esas personas que los asirios estaban
mutilando, como los cautivos del reino del norte, Israel.
Como el pueblo de Dios en el reino del sur, Judá, podemos
ser consolados por la seguridad de que nuestro Dios, quien es la
esencia absoluta del amor perfecto, finalmente “cruzará al otro lado”
y expresará su ira en beneficio de su pueblo oprimido. Él aniquilará a
los malvados a través de la expresión absoluta y total de su santidad
y justicia.
Capítulo 8
La profecía de Habacuc
Aquellos que están familiarizados con este librito de Habacuc
lo consideran un profeta que no tenía respuestas, pero sí muchísimas
preguntas. Casi parece como si tuviera un cerebro que hubiera sido
transformado en un signo de pregunta. En los tres breves capítulos de
su profecía, clama a Dios vez tras vez con sus preguntas de “por
qué”. Por esta razón, algunos han rotulado a Habacuc como “el
profeta agnóstico”.
Un agnóstico es una persona que cree que no sabemos acerca
de Dios y acerca de las preguntas que los filósofos y teólogos han
estado haciendo durante miles de años. Alguien ha descrito al
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agnóstico como una persona que dice: “Yo no sé; tú no sabes, y nadie
más sabe. ¡Pero es inteligente pensar en ello!”. Mi pregunta para un
agnóstico siempre ha sido: “Si es imposible saber, ¿cómo puede
usted saber que no se puede saber?”.
En mi introducción a los profetas, señalé que Dios llamó a
estos profetas de todos los órdenes imaginables de la vida.
Aprendemos en los libros históricos del Antiguo Testamento que
David designó a cuatro mil sacerdotes para que no hicieran otra cosa
que alabar al Señor con instrumentos que él mismo había hecho con
ese propósito (1 Crónicas 23:5). Estos ministros de adoración y
música levitas escribieron varios de los salmos. Habacuc era uno de
ellos. Era lo que en muchas culturas llamamos director de coro o
líder de alabanza hoy.
El atalaya de Habacuc
“Los predicadores siempre están contestando preguntas que
nadie hace y rascando a las personas donde no les pica”. A veces,
algunos de nosotros, que somos predicadores, debemos declararnos
culpables de reconocer como cierta esa acusación porque hay
suficiente evidencia como para condenarnos. Este no era el caso de
Habacuc.
Habacuc era contemporáneo de Jeremías. Había observado el
duro trato que sufrió ese gran profeta. Creo que Habacuc razonó que,
si el pueblo de Judá había tratado de esa forma a un gran profeta
como Jeremías, ¿cómo tratarían a un director de coro que decía tener
un mensaje de Dios para ellos?
Estoy persuadido de que Habacuc ideó una forma literaria
muy astuta para proclamar su profecía, para ser oído y preparar al
pueblo de Judá para recibir la Palabra que Dios le había dado para
ellos. También estoy convencido de que, cuando Habacuc hizo sus
preguntas, estaba haciendo las preguntas que el pueblo de Judá hacía
a Dios y unos a otros cada día.
El pueblo de Judá, en la ciudad de Jerusalén, esperaba que los
ejércitos babilónicos aparecieran pronto. Sus atalayas estaban
ocupadas y todos estaban atentos para escuchar las primeras señales
y sonidos de los temidos babilonios. Habacuc anunció que construiría
un “atalaya” espiritual. Comenzaría a apostarse en esa atalaya, y
haría a Dios todas las preguntas de él (en realidad, de ellos). Luego
estaría atento, escucharía y esperaría que Dios contestara sus
preguntas (es decir, las del pueblo).
Imagino al pueblo alentando a Habacuc a ir a su “atalaya” y
hacer a Dios esas preguntas que eran una carga tan pesada en sus
corazones. Cuando Habacuc se ubicó en su atalaya, cuestionó a Dios
que usara una nación malvada, Babilonia, para destruir a su pueblo
elegido. Preguntó: “¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios
mío, Santo mío? No moriremos. Oh Jehová, para juicio lo pusiste; y
tú, oh Roca, lo fundaste para castigar. Muy limpio eres de ojos para
ver el mal, ni puedes ver el agravio; ¿por qué ves a los
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menospreciadores, y callas cuando destruye el impío al más justo que
él?” (1:12, 13).
Habacuc (y el pueblo de Judá), eran conscientes de la dura
realidad de que Dios estaba usando a los babilonios para castigar a
Judá por sus pecados, pero les seguía resultando difícil (a él y a ellos)
entender por qué Dios usaba una nación impía para reprender a su
pueblo. Después de todo, el razonamiento de él (y de ellos) era que la
impiedad de los babilonios excedía la impiedad del pueblo de Judá.
¿Por qué Dios usaba una nación impía para castigar a su pueblo?
Estas eran las preguntas y éste era el contexto en el cual
Habacuc hacía estas preguntas que no estaban solo en el corazón de
él, sino en el del pueblo condenado de Judá, a punto de ser
conquistados y llevados cautivos por los babilonios. Él estaba alerta,
escuchando y esperando respuestas de Dios a las preguntas de él (y
del pueblo). Habacuc anunció: “Sobre mi guarda estaré, y sobre la
fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que se me dirá, y qué he
de responder tocante a mi queja” (2:1).
El mensaje de Habacuc
¡Imagine la emoción del pueblo cuando Habacuc anuncia que
ha tenido respuesta de Dios desde su atalaya! Qué forma literaria
astuta e intrigante escogió el profeta para su mensaje oportuno.
Habacuc predica que Dios ha contestado la pregunta de él (y de
todos). Si bien estaba usando a una nación impía para castigar la
maldad de Judá, Dios contestó a Habacuc que los babilónicos no
serían un imperio mundial por mucho tiempo. Como hemos
aprendido, el imperio mundial babilónico solo duró setenta años.
En su atalaya, Dios dijo a Habacuc que los babilonios tenían
las semillas de su destrucción en sus corazones. Habacuc escribe que
Dios le dijo que los babilonios tenían corazones tramposos. En
esencia, Dios dijo a Habacuc lo que enseñó Jesús, cuando dijo:
“Todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mateo 26:52).
Serían destruidos por su impiedad brutal y cruel: “He aquí que aquel
cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo (el recto) por su fe
vivirá. Y también, el que es dado al vino es traicionero, hombre
soberbio, que no permanecerá; ensanchó como el Seol su alma, y es
como la muerte, que no se saciará; antes reunió para sí todas las
gentes, y juntó para sí todos los pueblos” (2:4, 5).
Babilonia era, obviamente, “el hombre soberbio” de quien
habla Dios aquí, cuyo corazón y alma eran tramposos, o no correctos
dentro de ellos. Solo los justos, los rectos –los que conocen a Dios y,
por lo tanto, viven por fe en sus promesas– vivirán (v. 4).
“El justo por la fe vivirá” tiene una interpretación, pero varias
aplicaciones. Literalmente, a través de esta respuesta a la pregunta de
Habacuc, Dios prometía una esperanza futura para Judá. Si ellos
tenían la fe como para creer en los profetas, como Isaías, y
especialmente Jeremías, vivirían como un pueblo y volverían a su
tierra. Esta era una esperanza que quería decir que la nación impía de
Babilonia no sería su vencedor final. Pero los justos vivirían si tenían
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
23
la fe como para creer las promesas de Dios que habían oído de sus
fieles profetas.
Una aplicación secundaria, si bien dinámica, se encuentra en
el Nuevo Testamento, donde este versículo de Habacuc se cita tres
veces. La Reforma protestante nació cuando un sacerdote católico
llamado Martín Lutero encontró este versículo en el primer capítulo
de la carta de Pablo a los romanos, mientras tenía su devocional a la
mañana (Romanos 1:17). La teología de esa reforma fue expresada
mediante los comentarios de Lutero a las cartas de Pablo a los
romanos y a los gálatas, donde se encuentra también este versículo
(Gálatas 3:11). El tercer lugar donde se cita este versículo en el
Nuevo Testamento brinda el contexto para el gran capítulo de la fe de
la Biblia (Hebreos 10:38).
El himno de Habacuc
No tenemos ningún registro que nos diga lo que ocurrió con
este muy valiente director de coro y profeta. Cuando las ciudades
como Jerusalén caían, a menudo la mitad de la población era
masacrada y los sobrevivientes eran llevados encadenados al
cautiverio. Si bien Habacuc sabía que la conquista y cautividad en
manos de Babilonia eran inminentes, y que durarían setenta años,
finalizó su mensaje con un himno de alabanza. No tenía forma de
saber lo que el futuro le deparaba, pero sabía que el futuro de su
nación era de esperanza. Judá volvería luego de setenta años,
Babilonia caería, y Judá seguiría siendo el pueblo escogido de Dios.
Habacuc comenzó su profecía con lo que parecía ser un
suspiro de desesperanza y duda, pero la concluye con un himno de
alabanza, adoración y resolución. Por la forma en que concluyó su
profecía, muestra al pueblo de Dios en cada generación y cultura
cómo volver su suspiro de desesperanza en un canto de alabanza.
El himno, y el ejemplo de Habacuc al escribir su himno,
constituyen lo contrario a un creyente utilitario. Un creyente utilitario
es un creyente que usa a Dios cuando quiere, como nosotros usamos
servicios como la electricidad, el agua o el transporte público. El
himno final de Habacuc describe a un hombre de fe que conocía a
Dios y que sabía que Dios no abandonaría su plan de introducir al
Mesías a través de su pueblo escogido. Si las palabras de Dios eran
ciertas, como creía Habacuc, entonces el pueblo de Dios no podría
quedar completamente abandonado. Podría ir al exilio y podría ser
castigado por sus pecados, pero nunca sería extinguido por completo,
si las profecías mesiánicas se cumplían.
Así como Dios dio una revelación maravillosa a Job en su
sufrimiento más profundo, y a Jeremías, cuando compuso sus
Lamentaciones, le dio este magnífico himno a Habacuc en la hora
más oscura de su vida. Este es un breve extracto de ese himno:
“Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí.
Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos,
En medio de los tiempos hazla conocer;
En la ira acuérdate de la misericordia.
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
24
Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;
Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Jehová el Señor es mi fortaleza,
El cual hace mis pies como de ciervas,
Y en mis alturas me hace andar”
(Habacuc 3:2; 17–19).
(Una nota al director del coro: Al cantar este versículo, el
coro debe estar acompañado por instrumentos de cuerda).
La aplicación personal
Si bien muy pocos de nosotros enfrentamos el tipo de crisis
que enfrentaba Habacuc, cuando tenemos problemas que nos
abruman, podemos centrar todas nuestras energías físicas,
emocionales y espirituales en nuestros problemas, o podemos
construir un atalaya espiritual y estar alerta para ver cómo Dios obra
en nuestra vida. Podemos escuchar hasta oír de Dios cómo está
obrando en nuestra vida. Luego, como Habacuc, podemos adorar a
Dios, que obra en nuestra vida.
¿Ha construido usted alguna vez un atalaya espiritual, un
lugar donde usted está alerta, espera y escucha hasta oír de Dios? El
libro de Habacuc nos enseña que podemos y debemos construir un
atalaya espiritual y acercarnos a Dios con nuestras preguntas. Él nos
contestará en nuestros tiempos de silencio de estar alertas, escuchar y
esperar por Él. Un pastor piadoso de otra generación dijo: “Me han
dicho que Dios no habla hoy a la gente como habló a Habacuc. Sería
más preciso decir que el pueblo de Dios no escucha a Dios como lo
hizo en el tiempo de este dotado y piadoso director de coro”.
Capítulo 9
La profecía de Sofonías
Como el profeta Joel, Sofonías fue el profeta del día del
Señor. Mientras Joel enfatizaba el día del Señor en el pasado,
presente y futuro, Sofonías concentró su profecía exclusivamente en
el día final del Señor, que sería una de las últimas cosas de las que
Jesús, los profetas y los apóstoles nos hablaron.
El contenido del día del Señor (capítulo 1)
Cuando Sofonías predicó acerca del día del Señor, describió
un evento catastrófico que tendría lugar en cada nivel de la creación.
A través de Sofonías, Dios proclamó: “Destruiré por completo todas
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
25
las cosas de sobre la faz de la tierra, [...]. Destruiré los hombres y las
bestias; destruiré las aves del cielo y los peces del mar, [...]; y raeré a
los hombres de sobre la faz de la tierra, dice Jehová” (1:2, 3).
Según Sofonías, el día del Señor será final y catastrófico. No
afectará solo al pueblo de Judá y a sus captores babilónicos, sino que
afectará a todo hombre y bestia de la tierra, así como las aves del
cielo y los peces del mar.
Como otros profetas, Sofonías mezcla su profecía del día
final del Señor con su profecía de la cautividad en Babilonia, cuando
habla estas palabras de Dios en los próximos versículos: “Extenderé
mi mano sobre Judá, y sobre todos los habitantes de Jerusalén, [...]. Y
en el día del sacrificio de Jehová castigaré a los príncipes, y a los
hijos del rey, y a todos los que visten vestido extranjero. Asimismo
castigaré en aquel día a todos los que saltan la puerta, los que llenan
las casas de sus señores de robo y de engaño” (1:4, 8, 9).
Sofonías, como el profeta Miqueas, centró la culpa y la
condenación en los líderes espirituales y políticos de Judá por la
apostasía espiritual y la corrupción moral del pueblo. Como
consecuencia de los pecados de los líderes espirituales y políticos,
Dios estaba trayendo juicio sobre todo el pueblo, de acuerdo con
estos dos profetas menores. Este juicio de Dios sobre los líderes que
llega hasta la gente del pueblo muestra el énfasis de Dios sobre la
responsabilidad que tienen los líderes ante Dios por el bienestar de su
pueblo.
La característica del día del Señor (capítulo 2)
Si bien Sofonías proclamó principalmente el juicio de Dios
sobre Judá por sus pecados, también profetizó el día del Señor que
vendrá contra todas las naciones, especialmente aquellas que habían
perseguido al pueblo de Judá. En ese día grande y último, todos los
hombres de la tierra darán cuenta de sus acciones en la tierra y Dios
tomará esa determinación final. Sofonías proclamó que solo aquellos
que adoraran al único Dios verdadero durante su vida escaparían de
la ira de Dios en ese día final.
En el contexto de esta verdad, Sofonías exhortó a las naciones
a arrepentirse: “Congregaos y meditad, oh nación sin pudor, antes
que tenga efecto el decreto, y el día se pase como el tamo; antes que
venga sobre vosotros el furor de la ira de Jehová, antes que el día de
la ira de Jehová venga sobre vosotros” (2:1, 2).
A pesar de que las naciones impías habían sido usadas para
llevar a cabo su juicio contra Judá, no eran hijos del único y
verdadero Dios viviente. Sofonías los llamó al arrepentimiento para
salvarlos del fuego que Dios traería en aquel día del Señor final.
El catalizador para el día del Señor serán la impiedad y el
pecado de las naciones. En su descripción tanto del pueblo de Judá
como de las naciones impías, Sofonías mencionó los pecados de
riqueza, indiferencia, incredulidad, desobediencia, rebelión e
impiedad. Estos pecados del pueblo de Dios y de las naciones impías
despertarán la ira de Dios y serán el catalizador que cause el día del
Señor final, según Sofonías.
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
26
Sofonías predice también que el juicio de Dios caerá sobre las
naciones de la costa, llegando al punto de decir: “Será aquel lugar
para el remanente de la casa de Judá; allí apacentarán; [...]; porque
Jehová su Dios los visitará, y levantará su cautiverio” (v. 7). También
predicó contra Moab y Amón, además de los etíopes y los asirios, e
hizo todo esto para mostrar que las naciones impías no sobrevivirían
el juicio del Señor.
La nueva creación en el día del Señor (capítulo 3)
Si bien Sofonías reprendió a Judá por sus líderes corruptos y
por resistirse a Dios (3:1-4), afirmando que la cautividad en
Babilonia sería la consecuencia de estas acciones, también habló de
la esperanza que llevaría hacia el día del Señor final. En ese día,
todas las naciones de la tierra reconocerían al Señor como Dios (vv.
8-11), y el remanente de Israel sería encontrado fiel: “El remanente
de Israel no hará injusticia ni dirá mentira, ni en boca de ellos se
hallará lengua engañosa; porque ellos serán apacentados, y dormirán,
y no habrá quien los atemorice” (v. 13).
A pesar del fracaso del pueblo de Judá en permanecer fiel a
Él, Sofonías predijo que Dios preservaría y llamaría fuera de la
cautividad y hacia los días finales a un remanente fiel, que
permanecería siempre fiel a Él, una nueva y hermosa creación.
Vemos esa profecía cumplida en parte en los libros históricos de
Esdras y Nehemías, y en los últimos tres profetas que reseñaremos.
Estos son los profetas de la postcautividad, que ministran a un
remanente de quienes sobrevivieron a la cautividad en Babilonia.
Dado que la profecía de Sofonías se centra principalmente en
el día del Señor final, muchos creen que su profecía de un remanente
que es manso, humilde y justo se cumple en la iglesia del Cristo vivo
y resucitado. Todos los apóstoles eran judíos, y Pablo escribe que
todos los gentiles que nacen de nuevo son hijos de Abraham (Gálatas
3:7). Pablo se convierte también en un profeta cuando predice que
Dios volverá a la nación hacia sí mismo y “todo Israel será salvo”
(ver Romanos 9-11).
Capítulo 10
La profecía de Hageo
Todos los profetas que usted leyó hasta ahora vivieron y
predicaron antes o durante la cautividad en Babilonia. Los profetas
Hageo, Zacarías y Malaquías se denominan “los profetas de la
postcautividad”, porque predicaron a los judíos que volvieron de la
cautividad en Babilonia. Los doce libros históricos del Antiguo
Testamento brindan el contexto histórico en el cual vivieron y
predicaron todos los profetas que escribieron. Para apreciar el
entorno histórico para los últimos tres profetas, lea el libro de Esdras
o mis fascículos de notas sobre ese libro histórico (Fascículos 3 y 4),
que le recordarán lo que aprendimos acerca de los tres distintos
retornos de la cautividad en Babilonia.
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
27
Hageo y Zacarías predicaron a los que formaban parte del
primer grupo de exiliados que volvió de Babilonia. El primer retorno
tuvo lugar poco después de que el imperio babilónico cayera ante los
medos y los persas. Ese primer retorno de la cautividad tenía una
“descripción de tareas” claramente definida. La declaración de visión
del primer retorno era reconstruir el templo de Salomón. Ese objetivo
de misión será el corazón y el alma de los mensajes de los profetas
Hageo y Zacarías.
En cumplimiento de una profecía milagrosa de Isaías, Ciro el
Grande, el emperador del Imperio Mundial Persa, promulgó un
decreto que daba a los exiliados permiso para volver y reconstruir el
templo. Si bien el retorno para reconstruir el templo era un milagro
glorioso, el retorno en sí no fue tan glorioso. Cincuenta mil
refugiados de aspecto haraposo volvieron para reconstruir el templo.
Probablemente se parecían mucho a los refugiados acerca de quienes
tanto escuchamos hoy.
Habían sido un poderoso ejército de seiscientos mil hombres
de batalla, que habían infundido gran temor en los pueblos, como los
que vivían en las ciudades fortificadas de Canaán (Josué 2:9-14).
Ahora no tenían ejército y ni siquiera eran una nación. Agregue a
esto la conmoción y la desilusión cuando descubrieron que su tierra
había sido poblada por un pueblo pagano que no les tenía nada de
simpatía. Ahora hemos puesto en perspectiva el entorno histórico y el
desafío que enfrentaron los profetas Hageo y Zacarías.
El mensaje de Hageo
El pueblo que los exiliados encontraron viviendo en Jerusalén
y Judea había sido conquistado por los babilonios y había sido
deportado de su país a la tierra de Judá. Se oponían ferozmente a la
reconstrucción del templo. Convencidos de que la dinámica que
alguna vez había convertido a estos judíos en una nación poderosa se
encontraba en ese templo, acosaron y persiguieron al pueblo de Judá
una vez que comenzó la reconstrucción. ¡El pueblo de Judá fue
amenazado de tal forma por esta oposición hostil que dejó de trabajar
en el templo durante quince años! Distraídos por completo del
objetivo de su misión, se concentraron totalmente en construir sus
propias casas. ¡Y aquí hace su entrada el profeta Hageo!
Recuerde que la función de un profeta era clamar contra
cualquier obstáculo que impedía la obra de Dios hasta que ese
obstáculo fuera quitado y la obra de Dios volviera a realizarse. La
obra de Dios, cuando vivía y predicaba Hageo, era la reconstrucción
de ese templo. La pérdida de enfoque en la prioridad del pueblo de
Judá era el obstáculo-problema que impedía la obra de Dios. Hageo
predicó cuatro grandes sermones que literalmente hicieron levantar el
templo.
El primer sermón de Hageo: “¡Céntrense en sus prioridades!”
(capítulo 1)
La mitad del corto Libro de Hageo registra y luego describe
los resultados del primer sermón de Hageo. En este sermón, el
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
28
profeta desafió al pueblo de Judá: “¡Reflexionen sobre su proceder!”
(Hageo 1:7). El mensaje de toda la Biblia puede ser reducido a dos
palabras: “¡Dios primero!”. El desafío de Hageo a estos exiliados era,
esencialmente: “Consideren el tiempo de ustedes y el tiempo de
Dios. Ustedes tienen tiempo para sus casas, pero no tienen tiempo
para la casa de Dios”.
Hablando de parte de Dios, Hageo predicó: “¡Piensen en mis
caminos! Ustedes esperan mucho, pero cosechan poco;
lo que almacenan en su casa, yo lo disipo de un soplo. ¿Por qué?
¡Porque mi casa está en ruinas, mientras ustedes sólo se ocupan de la
suya! afirma el Señor Todopoderoso” (1:9). Una traducción cita a
Hageo diciendo que estaban poniendo su dinero en una media
agujereada. Cuando el profeta los desafía a considerar los caminos de
Dios, la palabra que viene de Dios es que Él es el que hace los
agujeros en esa media.
Hageo desafía a estos exiliados a considerar lo que están
haciendo y lo que Dios está haciendo. Como consecuencia de sus
prioridades defectuosas, Dios ha hecho venir una sequía sobre todo
su trabajo y sobre el pueblo de Judá mismo (vv. 10, 11). En lugar de
enviarles lluvia, Él les envió hambre. Todo su duro trabajo no
produjo nada, y fue todo resultado directo de rehusarse a poner a
Dios en el primer lugar.
Hageo debe haber sido un predicador poderoso, porque el
pueblo fue movido a la obediencia. Corrigieron sus prioridades y
retomaron el trabajo en el templo. El primer sermón de Hageo, en
realidad, vino en dos partes. La segunda parte fue en respuesta a la
obediencia del pueblo. La esencia de la segunda parte era: “Yo estoy
con ustedes. Yo, el Señor, lo afirmo” (v. 13). Una vez que
realinearon sus prioridades, Dios estuvo con ellos. Dios los bendijo a
ellos y a su trabajo cuando lo pusieron en el primer lugar.
El segundo sermón de Hageo: “Céntrense en su perspectiva”
(2:1-9)
El templo de Salomón original estaba construido con
materiales muy costosos, como oro, plata y joyas preciosas. Toda la
gloria de Salomón y toda su riqueza habían provisto los materiales
que construyeron el templo original. Cuando el remanente del pueblo
de Judá reconstruyó el templo de Salomón, eran refugiados pobres.
Los únicos recursos materiales que tenían estos exiliados que habían
vuelto, eran tomados de los escombros del templo original o
provistos por el emperador persa, Ciro el Grande.
Muchos de los que construyeron el segundo templo nunca
habían visto el primero, porque habían nacido durante el exilio. Los
mayores, que habían visto el templo original, solo podían llorar por
un templo que nunca sería tan glorioso como el primero (Esdras 3:12,
13).
En el segundo sermón de Hageo, el profeta habló del dolor y
la desazón que estaban experimentando los refugiados mayores.
Hageo les recordó que la importancia del templo era espiritual y no
material o física. (¡El tabernáculo del desierto era una carpa!). Hageo
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
29
también recordó a estos exiliados que el Espíritu de Dios estaba con
ellos.
El segundo sermón de Hageo hablaba de la necesidad del
pueblo de centrarse en su perspectiva. La palabra “perspectiva”
significa ‘mirar a través’. Hay momentos en que la Biblia nos exhorta
a recordar, y hay veces en que la clara instrucción de la Biblia es
olvidarse de las cosas que están atrás.
A veces, mirar atrás es tan devastador para nosotros que Dios
usa a profetas como Hageo para desafiarnos a tener una especie de
“visión en túnel” que, haciendo caso omiso a todos los obstáculos y
distracciones, simplemente ve a través del presente y hacia el futuro
lo que Dios quiere que hagamos por Él. Esa fue la esencia del
segundo mensaje de Hageo.
El tercer sermón de Hageo: “Céntrense en su motivación” (2:10-
19)
Luego de comenzar a reconstruir el templo, el pueblo hebreo
quiso ver inmediatamente la bendición de su obra, que Dios había
prometido en la segunda parte del primer sermón de Hageo.
Trabajaron durante meses, durante el otoño y el invierno, y aún no
habían recibido la bendición que habían esperado.
Hageo propuso dos preguntas al pueblo en su desilusión.
Dado que los sacerdotes contestaban las preguntas del pueblo acerca
de las Escrituras, dirigió sus dos preguntas a los sacerdotes. Primero
preguntó: “Si un hombre lleva carne sagrada en su vestimenta, ¿se
volverán sagradas las cosas que toca?”. A esta pregunta, los
sacerdotes contestaron: “No”. Luego preguntó: “Si un hombre es
impuro, ¿se volverán impuras las cosas que toca?”. A esta pregunta,
los sacerdotes contestaron: “Sí”.
Mediante estas preguntas, Hageo estaba ilustrando el cambio
que había tenido lugar en el pueblo desde su vuelta del exilio. Antes
del exilio, eran como el hombre impuro. Como consecuencia de sus
pecados, todo lo que tocaban estaba impuro. Pero, a través del
castigo del exilio, habían sido purificados, y ahora sus acciones al
reconstruir el templo eran consideradas santas.
Sin embargo, lo que tenían que entender era que la santidad
no se transmitía inmediatamente, como una enfermedad. El pecado
se transmite de esta forma, pero lleva tiempo llegar a ser santo. Si las
bendiciones fueran otorgadas simplemente por nuestra obediencia,
entonces las bendiciones de Dios serían el resultado de nuestras
obras, y no de su gracia. Nuestra motivación para la santidad debería
ser solo producto de nuestra reverencia a Dios, y no de nuestro deseo
de bendición. En su tercer sermón, Hageo estaba desafiándolos a
centrar su motivación para servir a Dios en la restauración del
templo.
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
30
El cuarto sermón de Hageo: “Céntrense en sus temores” (2:21-
23)
Cuando volvieron a Jerusalén, no tenían forma de protegerse,
y luego de setenta años de cautividad y trabajo como esclavos,
temían ser capturados y esclavizados por otras naciones nuevamente.
El cuarto sermón de Hageo habla de estos temores. Profetiza
el derrocamiento de las naciones que ellos temían y sus planes para
sacudir los cielos y la tierra.
En su cuarto sermón, Hageo profetizó que Dios sacudiría la
tierra hasta que las únicas cosas que quedaran en la tierra serían
aquellas que no pueden ser conmovidas. El autor del Libro de
Hebreos cita del segundo sermón de Hageo y luego nos dice que
hemos recibido un reino que no puede ser conmovido (Hebreos
12:26-29). Esta es la esencia del cuarto sermón de Hageo.
La aplicación personal
Aplique la predicación de este gran profeta a su vida hoy.
¿Cuáles son sus prioridades? ¿Está Dios bendiciendo su trabajo? Y
¿cómo anda su vida espiritual? La peor parte del juicio de Dios sobre
las prioridades erróneas de los exiliados era que Dios había traído
una sequía sobre los hombres y la obra de sus manos. ¿Alguna vez
sintió que usted estaba pasando por una sequía espiritual? Si Dios no
bendice la ardua tarea de sus manos, y si usted se encuentra en uno
de esos momentos de sequedad espiritual, entonces el mensaje
devocional de Hageo para usted es “considere sus caminos” y
“considere los caminos de Dios”.
¿Cuál es su perspectiva? ¿Tiene usted la clase correcta de
visión en túnel? ¿Está mirando constantemente hacia atrás y
comparando la obra pasada de Dios en su vida, cuando Él quiere que
se concentre en la obra que está haciendo ahora y que hará mañana?
¿Cuáles son sus motivaciones para servir al Señor? ¿Busca
bendiciones inmediatas al servirlo? ¿Hace la obra de Dios porque
espera ser recompensado inmediatamente?
¿Cuáles son sus temores? Hageo, como Pedro, nos asegura
que podemos echar nuestros temores sobre Él, porque Él tiene
cuidado de nosotros (1 Pedro 5:7). Después de leer la profecía de
Hageo, deje que sea su fe la que ordene sus prioridades, su
perspectiva, sus motivaciones y sus temores.
Capítulo 11
La profecía de Zacarías
Al predicar Hageo sus cuatro dinámicos sermones, uno casi
puede escuchar al profeta Zacarías, mucho más joven, decir al
profeta Hageo, mayor que él: “Pero, Hageo, cuando las personas
impotentes y vulnerables no tienen forma de defenderse, cuando las
personas desesperanzadas y descorazonadas han llegado al punto de
desesperación, cuando las personas impotentes y derrotadas están
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
31
atemorizadas y amenazadas por la persecución, esas personas
necesitan escuchar más que ‘¡Sean fuertes y trabajen!’”. Cuando las
personas están desesperadas porque están experimentando una crisis
o una tragedia, todo lo que pueden ver es las trágicas circunstancias
de su crisis.
Los profetas eran llamados “videntes”, porque podían “ver” a
Dios obrando detrás, más allá y dentro de una crisis. Un vidente veía
lo que otros no veían, porque un vidente veía a Dios. Zacarías es uno
de los mayores ejemplos de un “vidente” en toda la Biblia.
Zacarías creía que el pueblo quebrantado de Judá necesitaba
una visión de un Dios omnipotente, que estuviera con ellos, que los
fortaleciera y que luchara por ellos. Dios usó la predicación de
Zacarías para dar a esos refugiados derrotados, descorazonados y
desesperanzados ese tipo de visión de Dios mismo.
La forma literaria de Zacarías
El corazón de la profecía de Zacarías son ocho visiones que
comparte con estos exiliados, y con usted y conmigo. Se centra en un
problema que alimentaba el descorazonamiento y la desesperanza de
estos sobrevivientes judíos de la cautividad. Luego corre un velo
imaginario y comparte una revelación de cómo Dios está obrando
detrás del escenario de ese problema. Lo hace ocho veces en esta
dinámica profecía. Esta es la forma literaria del Libro de Zacarías.
El mensaje de Zacarías
El mensaje de Dios a través de Zacarías fue: “Vuelvan a mí...
y yo volveré a ustedes”. Como los judíos en Israel hoy, estos
exiliados estaban experimentando un retorno a su tierra que había
sido profetizado por varios profetas. A través de la predicación de
Zacarías, Dios estaba pidiendo a su pueblo un retorno espiritual, no a
una ciudad o a un templo, sino a Él mismo. Si bien eso no ha
ocurrido, claramente, a los judíos de Israel hoy, Zacarías, otros
profetas y Pablo predicen ese retorno espiritual, cuando “todo Israel
será salvo” (Zacarías 8:20-23; Romanos 11:26; Isaías 59:20, 21).
Cincuenta y tres veces Zacarías usa la expresión “Jehová de
los ejércitos”, que presenta a Dios como el Señor de huestes
angélicas, las estrellas, y todas las fuerzas de la naturaleza, que Dios
usa para lograr sus propósitos en este mundo. En un sentido, esta
expresión resume todas las profecías de Zacarías, porque todas las
visiones de Zacarías nos dicen que vio a Dios como “Jehová de los
ejércitos” en un momento en que el pueblo de Dios estaba impotente,
políticamente y militarmente.
Zacarías vio a Jehová de los ejércitos obrando de tres formas
a favor del pueblo de Dios. Primero, estaba Jehová de los ejércitos,
Él mismo. La segunda forma muy importante en que Dios haría
posible que el pueblo volviera a Él sería a través de Aquel que
Zacarías llama “el Renuevo”. Con la excepción de los sesenta y seis
capítulos de Isaías, los catorce capítulos de Zacarías tienen más
profecías mesiánicas que ningún otro profeta. Cuando el Mesías
vino, en cumplimiento de la profecía de Zacarías, Jesús dijo al
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
32
pueblo de Dios muy claramente y enfáticamente: “Yo soy el camino
[de vuelta a Dios], [...]; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan
14:6).
La tercera forma en que Zacarías predicó que Dios volvería a
nosotros y nos llevaría de vuelta a Él es la conocida promesa de
Pentecostés: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha
dicho Jehová de los ejércitos” (4:6). Zacarías predijo el gran milagro
de Pentecostés y todas las bendiciones del pueblo de Dios de ese gran
día.
De esta forma, Zacarías pintó un hermoso retrato de la
Trinidad. Jehová de los ejércitos es Dios el Padre; el camino de
vuelta a Dios el Padre es a través del Renuevo, el Hijo. Cuando el
pueblo de Dios vuelva al Padre mediante el Hijo, éste les dará el
poder pentecostal del Espíritu Santo.
Las ocho visiones de Zacarías
La palabra “apocalipsis” es la forma griega de “revelación”.
Una revelación es quitar el velo. La palabra “apocalipsis” significa
‘descorrer un velo y revelar lo que de otra forma nunca podría
conocerse’. Zacarías descorre el velo ocho veces y muestra al pueblo
de Dios lo que Él está haciendo detrás del velo de las cosas como
parecen ser. Dios dio estas visiones a Zacarías para fortalecer al
impotente pueblo de Dios y para dar esperanza al pueblo
desesperanzado de Dios.
La primera visión: La visión del lugar sombreado (1:7-17)
Según muchos estudiosos de la Biblia, el hombre parado entre
los árboles en la hondonada representa la difícil experiencia de
transición que estaban experimentando estos exiliados. El período de
transición entre su retorno milagroso del trabajo de esclavos y la
cautividad en Babilonia y el desafío de convertir los escombros en un
templo fue un tiempo sumamente desalentador para esta gente. En
otras palabras, se encontraban al fondo de una hondonada. El
obstáculo-problema visible “ante el velo” que los desalentaba era la
realidad innegable de que no eran una nación sino un montón de
pobres refugiados de aspecto patético. Estaban pasando por uno de
esos tiempos espantosos de transición que todos experimentamos.
Cuando Zacarías descorrió el velo, vio a un varón, que era
Jehová de los ejércitos. Dios estaba al tanto, y Dios velaba por la
transición de su pueblo. Después de todo, Dios había terminado
sobrenaturalmente la cautividad de su pueblo. En su tiempo, y en su
forma, Dios cumplirá su plan para ellos con una restauración total y
completa de su pueblo a su tierra, y de sus almas a Dios.
Cuando Dios quiere hacer algo nuevo en nuestra vida, cuando
quiere llamarnos a un lugar nuevo, la mayoría de nosotros, la
mayoría de las veces, le presentamos tres obstáculos. Dado que
somos básicamente criaturas orientadas hacia la seguridad, no
queremos dejar el viejo y seguro nido donde estamos viviendo y
sirviendo ahora. Por lo tanto, Él debe sacarnos del viejo lugar antes
de poder conducirnos al nuevo. Por eso un llamado de Dios suele
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
33
tener dos dimensiones: un tirón desde adelante y un puntapié desde
atrás. En otras palabras, Dios tiene que sacudirnos de lo viejo para
poder guiarnos hacia lo nuevo. ¿Recuerda usted ocasiones en que Él
ha hecho ese milagro en su vida? Yo llamo a esos milagros
“intervenciones divinas”.
Cuando estamos entre lo viejo y lo nuevo, nuestro Dios debe
mantenernos en movimiento para poder tirar de nosotros y hacer que
atravesemos la transición. Luego debe ubicarnos bien para poder
establecernos en el nuevo lugar y la cosa nueva que quiere que
hagamos en nuestra vida y nuestro ministerio. Cuando los hijos de
Israel estaban en Egipto y Dios los quería en la Tierra Prometida, Él
describió ese milagro de esta forma: “Los saqué de allá para traerlos
acá” (ver Deuteronomio 6:23).
Segunda visión: Los cuatro cuernos (1:18-21)
En la Biblia, los cuernos son símbolo de poder. El obstáculo-
problema visible ante el velo que alimentaba sus temores era el
tremendo poder de los imperios mundiales que los habían
conquistado y esclavizado cuando eran una nación fuerte. Las
potencias mundiales podrían conquistarlos y esclavizarlos fácilmente
de nuevo.
Cuando Zacarías descorrió el velo, lo que vio detrás del velo
y mostró a estos exiliados les dio valentía y esperanza. Detrás del
velo, Zacarías reveló las potencias mundiales que Jehová de los
ejércitos usaría para destruir esos “cuernos”, o potencias mundiales,
que ellos temían que los conquistaran y esclavizaran.
Tercera visión: La ciudad de Jerusalén (2:1-4, 10-13)
El problema visible ante el velo eran los escombros de lo que
alguna vez había sido la hermosa ciudad de Jerusalén. Cuando
Zacarías descorrió el velo, lo que vio detrás del velo y lo que mostró
al pueblo era una ciudad de Jerusalén restaurada hermosamente. Esta
revelación les mostró que lo que ahora eran solo escombros sería una
gran ciudad tan grande que no podría ser medida, y tan bien
defendida por Jehová de los ejércitos, que no necesitaría tener muros.
Jerusalén y el templo fueron restaurados, y fueron la ciudad y
el templo que tantas veces visitó Jesús. Cuarenta años después de
Jesús, Roma destruyó y arrasó la ciudad completamente, aunque
después fue restaurada hasta ser la ciudad que es hoy. Toda la liturgia
que acompañaba los sacrificios animales fue abandonada cuando
Roma destruyó Jerusalén en el año 70 d.C. Si bien esta profecía de
Zacarías se cumplió en parte cuando Jerusalén fue restaurada, antes
de Cristo, y nuevamente luego de la terrible destrucción de Jerusalén
por los romanos, el cumplimiento completo de esta profecía será la
Nueva Jerusalén que describe proféticamente el apóstol Juan
(Apocalipsis 21:2).
Cuarta visión: El acusador de los hermanos (3:1, 2, 8-10)
El problema que Zacarías enfrentó ante el velo, que era
descorazonador para los exiliados, era una visión de Josué, su sumo
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
34
sacerdote, con vestimentas viles o sucias. En esta visión, Satanás está
acusando a Josué. La mancha terrible del pecado de la idolatría, que
fue perdonado y purgado a través de la experiencia de la cautividad,
muy probablemente sea el centro de estas acusaciones del maligno.
Satanás, el acusador, usa las consecuencias o manchas de los
pecados que han sido perdonados para acusar a los hermanos día y
noche. Se nos dice en el Libro de Apocalipsis que cuando sea
eliminada esta función del maligno, entonces llegará la salvación, el
poder y el reino de Dios, y la autoridad de su Cristo vendrá (ver
Apocalipsis 12:10).
Cuando Zacarías descorre el velo, ve y revela al pueblo su
revelación de la Trinidad: Jehová de los ejércitos y las próximas
expresiones del amor y el poder de Dios, a través del Mesías, nuestro
“Abogado”. También ve al Espíritu Santo y los milagros futuros que
serán parte de la segunda venida de Jesucristo.
Quinta visión: El candelabro de oro con depósitos de aceite (4:1-
7)
El problema ante el velo en esta visión, que contribuía a la
baja moral de los exiliados judíos, era la responsabilidad que Dios les
había dado de compartir la Palabra de Dios con todo el mundo. Dado
que eran el pueblo que recibió la Palabra de Dios para todo el mundo,
tenían la responsabilidad de vivir esa Palabra delante del mundo y
comunicar esa Palabra al mundo. Los escombros del templo, la
ciudad, su nación y su propia vida personal les hacían sentir que eran
fracasos miserables como ejemplos o maestros de la Palabra de Dios.
¿Ha estado alguna vez en un desierto espiritual en medio de
la enfermedad, la depresión u otras formas de derrota espiritual,
durante el cual el maligno le ha hecho estas acusaciones? ¿Alguna
vez le susurró, en aquellos tiempos vulnerables: “¿Y se supone que tú
deberías ser un ejemplo para que vea todo el mundo? ¿Que debes ser
la sal de la tierra y la luz del mundo?”?.
Cuando Zacarías descorrió el velo, vio al Espíritu Santo,
representado por los depósitos de aceite. “No con ejército, ni con
fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (4:6).
Esta visión les aseguró que Dios les permitiría ser lo que los estaba
llamando a ser, y hacer lo que los estaba llamando a hacer, a través
del poder del Espíritu Santo. Es aquí donde, como el profeta Joel,
Zacarías nos da una profecía maravillosa del milagroso día de
Pentecostés.
La sexta visión: El rollo que volaba (5:1-4)
El problema tratado ante el velo, en esta visión, es que los
exiliados que habían vuelto estaban abrumados por el problema y el
poder del mal. Cuando los tiempos son malos en el momento y en el
lugar de la parte del mundo donde vivimos, es fácil –aunque
imprudente– que nos sintamos abrumados por el terrible poder del
mal. Esta obsesión y opresión por el terrible poder del mal estaba
convenciendo al pueblo de Dios de que las fuerzas del bien y de Dios
nunca vencerían el tremendo poder de las fuerzas del mal.
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
35
Cuando Zacarías volvió a quitar su velo imaginario, miró
detrás del velo y reveló al pueblo, mediante su predicación, que
Jehová de los ejércitos equiparía al pueblo de Dios para que venciera
a las fuerzas del mal. Según esta visión de Zacarías, Dios controla,
limita y de alguna forma usa el mal para su gloria y para cumplir sus
propósitos. Aun cuando no hay nada bueno en el mal, Dios hace
encajar el mal en un plan para el bien cuando se trata de su pueblo
(Isaías 45:7; Romanos 8:28).
Séptima visión: Una mujer sentada en un cesto (5:5-11)
El problema que encara Zacarías antes de descorrer el velo en
esta visión era la deshonestidad en los tratos comerciales. Cuando
Zacarías corrió el velo, reveló la verdad de que la deshonestidad en
los mercados del mundo está limitada por Jehová de los ejércitos y
está, en última instancia, restringida por Él.
Si bien no lo comprendemos, como todo el mal en este
mundo, Dios usa el mal para lograr sus propósitos y glorificarse. Así
como un joyero usa un fondo de terciopelo negro para exhibir sus
diamantes, Dios usa el oscuro fondo del mal en los mercados del
mundo de este mundo para exhibir su amor incondicional. Ese amor
fue expresado en el perdón y la liberación de su pueblo de la
cautividad, y se exhibirá a través de la salvación mediante la cual
podemos volver a Dios, y Él a nosotros.
Octava visión: Las cuatro carrozas (6:1-8)
El problema en el cual se centra Zacarías en esta visión y que
alimentaba los temores y la desesperanza del pueblo de Dios era que
el gobierno humano estaba tan corrompido que el pueblo de Dios
había perdido confianza en el gobierno humano. En todo el mundo,
hoy, hay tanto soborno y corrupción en la política del gobierno
humano que las personas de integridad han perdido confianza en el
proceso político y en sus líderes políticos.
Lo que vio Zacarías detrás de este velo es similar al mensaje
del profeta Miqueas. La única forma de gobierno pura es el reino de
Dios. Hasta tanto el Rey de reyes y Señor de señores reine, no habrá
ningún gobierno que no sea culpable, en algún sentido, de
corrupción. Sin embargo, como en las dos visiones anteriores, Dios
está a cargo. El Señor de señores es soberano. El gobierno del reino
de Dios está y estará muy estructurado, organizado y en perfecta
armonía.
Las profecías mesiánicas de Zacarías
Muchos de los líderes del pueblo de Dios no creían en un
Mesías-Libertador, y descorazonaban a los que sí creían. Las
profecías mesiánicas de Zacarías mostraban que Dios entronizará
finalmente al Rey de reyes y Señor de señores, quien unirá las
funciones de Profeta, Sacerdote y Rey en su reino milenario.
Algunos ejemplos de las profecías mesiánicas de Zacarías que
predijeron el primer advenimiento del Mesías son: 3:8; 9:9, 16;
11:11-13; 12:10; 13:1, 6. Algunos ejemplos de profecías mesiánicas
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
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de Zacarías que predijeron el segundo advenimiento del Mesías son:
6:12; 8:20-23; 14:1-9. Una de estas referencias es una profecía de
Zacarías que describe proféticamente el retorno espiritual de los
judíos. Los estudiosos conservadores creen que esta profecía podría
haber sido cumplida en parte el día de Pentecostés y será cumplida en
los últimos días (8:20-23).
Capítulo 12
La profecía de Malaquías
En años recientes, en Norteamérica, ha habido una epidemia
de líderes espirituales que han experimentado fracasos morales y
espirituales. El último libro del Antiguo Testamento tiene un mensaje
para los líderes espirituales. Oseas hizo una observación precisa:
“¡De tal pueblo, tal sacerdote!” (Oseas 4:9). Esto es lo que hace que
la caída de un líder espiritual sea tan devastadora para el pueblo de
Dios, la obra de Dios y la gloria de Dios. Malaquías presenta una
anatomía de la caída de un líder espiritual. Su propósito es mostrar a
aquellos que lideran al pueblo de Dios cómo impedir ese proceso
fatal y cómo restaurar su relación con Dios cuando caen.
Malaquías siguió a Hageo y Zacarías en al menos cien años, y
al ministerio de Nehemías en unos diez años. Enfrentó los mismos
problemas que Nehemías, como el divorcio epidémico, la
inmoralidad y un sacerdocio corrupto (Nehemías 13:23-25). Dado
que él, como otros profetas, atribuye esos problemas a los sacerdotes
corruptos, dirige la mayor parte de su mensaje a los sacerdotes, que
eran los pastores espirituales del pueblo de Judá.
Este valiente profeta acusa a los sacerdotes de dejar los
caminos de Dios, de no obedecer a Dios, de hacer que muchos
pecaran por sus consejos impíos, de tener un comportamiento
vergonzoso a los ojos de todo el pueblo y de convertir al sacerdocio
en una grotesca parodia (ver 2:7-9).
Él era un profeta cuando el pueblo de Dios seguía las
formalidades, con una forma de religión que carecía de sustancia, y
negaba la realidad de una relación con Dios. Estaban espiritualmente
fríos y apáticos, al punto de causarle agonía a este devoto profeta. La
profecía de Malaquías fue una advertencia a los líderes espirituales
del pueblo de Judá de que el orden y la forma sin vida podría ser una
forma de describir un cadáver.
El último profeta del Antiguo Testamento no predicó en
visiones como hizo Zacarías ni desafió, como Hageo, al pueblo de
Dios a construir el templo. La carga de su corazón y de su mensaje
era que Dios quería tener una relación de amor con su pueblo, pero
los sacerdotes y el pueblo de Judá no estaban interesados en conocer
y amar a Dios. Como Oseas, Malaquías creía que el pueblo de Dios
estaba cometiendo adulterio espiritual con este mundo.
Cuando el Cristo resucitado y vivo escribió una carta a la
iglesia de la primera generación de la ciudad de Éfeso, los reprendió:
“has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4). El obstáculo-
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
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problema tratado por este devoto profeta es que el pueblo de Judá –
especialmente sus sacerdotes– había dejado su primer amor, su
relación con Dios, y estaba viviendo una vida pecaminosa.
Comienza su profecía con estas hermosas palabras: “Profecía
de la palabra de Jehová contra Israel, por medio de Malaquías. Yo os
he amado, dice Jehová” (1:1, 2). Cuando leen la Biblia, muchas
personas no esperan leer acerca del amor de Dios hasta llegar al
Nuevo Testamento, especialmente el Sermón del Monte. Nunca
esperarían encontrar el concepto del amor de Dios en los profetas. En
realidad, el amor de Dios es el tema de escritos proféticos como las
Lamentaciones de Jeremías y los Libros de Oseas, Jonás y
Malaquías.
Según estos hombres de Dios del Antiguo Testamento, Dios
amaba a su pueblo con un amor que no se ganaba con un desempeño
positivo ni se perdía por un desempeño negativo. La esencia de la
profecía de Malaquías era que Dios amaba a los sacerdotes y al
pueblo de Judá. Al compartir Malaquías la carga de su corazón, se
sumó a quienes han dicho y proclamado que Dios amaba a su pueblo
de todas formas e incondicionalmente, y que quería tener una
relación de amor con él.
Si bien el amor de Dios es incondicional, como sus corazones
eran fríos hacia Dios, y estaban viviendo en el pecado, Malaquías
predicó que los sacerdotes y el pueblo de Judá estaban hiriendo el
amoroso corazón de Dios. La carga de Malaquías era mostrar al
sacerdocio apóstata, insensible y pecaminoso y al pueblo de Judá
cómo su relación con Dios podía ser restaurada. La misión y el
objetivo de la profecía de Malaquías era un avivamiento en el
corazón de los sacerdotes y de quienes tenían la responsabilidad de
pastorear.
La forma literaria de Malaquías
Malaquías usó una forma literaria que era muy similar al de
Habacuc, y tan astuta como aquella. Si usted, como padre, alguna vez
ha intentado comunicarse con un adolescente rebelde, apreciará la
forma literaria que escogió Malaquías para comunicar el mensaje que
Dios le dio para su pueblo. Como la forma literaria escogida por
Habacuc, podríamos decir que la forma literaria de Malaquías es la
de un “foro” o debate literario.
En la profecía de Malaquías, Dios hace una acusación en la
que trata de decir a los sacerdotes y al pueblo de Judá dónde y cómo
se habían apartado de su relación con Él. Cada vez que hace esto, el
pueblo de Dios niega la acusación y, como un adolescente
confrontado por su padre, pregunta: “¿Quién, yo?” o “¿Cuándo
hicimos eso?”. El profeta sugiere que es Dios quien hace estas
acusaciones. El pueblo niega todas las acusaciones y se rehúsa a
reconocer la dura realidad de estas acusaciones de su Padre celestial
a través de este fiel profeta.
Hay siete ejemplos de estas réplicas, que forman parte del
foro literario y constituyen el bosquejo de este libro. Un gran
profesor de Biblia, que me hizo comprender los profetas, llamó a
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
38
estos siete ejemplos de réplicas “Siete susurros de un corazón que se
enfría para con Dios”.
Capítulo 13
Siete susurros de un corazón que se enfría para con Dios
Primer susurro: Dudar del amor de Dios (1:1-5)
Cuando Malaquías comienza su profecía con esta
declaración: “Profecía de la palabra de Jehová contra Israel, por
medio de Malaquías. Yo os he amado, dice Jehová”, la réplica
comienza con la respuesta: “En serio, ¿cuándo fue eso?”. En
respuesta a la réplica, el profeta sugiere muchas evidencias del amor
de Dios para con el pueblo de Judá.
Toda relación de amor tiene dos dimensiones. Estas dos
dimensiones son el dar y el recibir amor. Hay una pregunta sutil
sugerida aquí. Esa pregunta es: “Si ustedes no están tan cerca de Dios
como lo estuvieron una vez, ¿quién se movió?”. O “si ustedes no
tienen una relación de amor con Dios, pero una vez la tuvieron,
¿quién dejó de amar?”. Cuando dudamos del amor de Dios para con
nosotros, eso significa que hay algo que está mal en nuestro amor
para con Dios.
En el Libro de Apocalipsis, los líderes, que han sido los
pastores del pueblo de Dios durante milenios, aparecen como
veinticuatro ancianos sentados en pequeños tronos alrededor de un
gran trono en el cielo. Estos ancianos se describen como vistiendo
ropas blancas y con coronas de oro sobre sus cabezas. Leemos que
cada uno de ellos tiene un arpa y copas llenas de incienso
(Apocalipsis 4:4; 5:8).
Las ropas blancas de estos líderes representan su pureza
moral, o el hecho de que han corrido bien hasta el final. Sus coronas
de oro simbolizan sus victorias espirituales de fe. Se nos dice que sus
copas llenas de incienso son las oraciones del pueblo de Dios por
ellos, y el hecho de que cada uno de los ancianos tiene un arpa está
diciendo que son adoradores.
Dado que Malaquías dirige su profecía principalmente a los
líderes espirituales corruptos cuyos corazones se han enfriado para
con Dios, podríamos decir que está diciendo a cada uno de estos
líderes espirituales que su progreso gradual hacia la apostasía
comenzó cuando “perdieron sus arpas”. Malaquías estaba
terriblemente apesadumbrado por las terribles consecuencias del
enfriamiento de los líderes espirituales en su relación con Dios. Los
líderes espirituales que no tienen una vida espiritual, o que han
“perdido sus arpas”, terminarán por perderlo todo, según Malaquías.
¿Cómo se convierte este pueblo de Dios en un cadáver
espiritual? Según Malaquías, este proceso mortal comienza cuando el
líder espiritual duda del amor de Dios por él personalmente y
descuida la expresión regular y devocional de su amor por Dios. Esta
verdad se aplica, obviamente, a todos los creyentes, y no solo a sus
líderes espirituales.
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
39
Segundo susurro: Despreciar el nombre de Dios (1:6-2:4)
La siguiente acusación de Dios, a través de Malaquías,
presenta el segundo susurro de un corazón que se enfría para con
Dios. En esencia, el segundo susurro es cuando el líder espiritual o el
creyente desprecian el nombre de Dios. La réplica continúa con la
negación: “¿Cuándo despreciamos el nombre de Dios?”. La
respuesta: “Cada vez que dicen ‘No se preocupen por dar nada
valioso al Señor’”.
Malaquías está diciendo a estos sacerdotes: “Cuando aceptan
y luego ofrecen animales enfermos, ciegos o cojos como sacrificios
aceptables a Dios, están despreciando el nombre de Dios”. En uno de
los mensajes más fuertes de Malaquías, hablando de parte de Dios a
los sacerdotes, proclama: “Por esto, voy a reprender a sus
descendientes. Les arrojaré a la cara los desperdicios de los
sacrificios de sus fiestas, y los barreré junto con ellos” (2:3).
Malaquías exclama: “¡Cómo quisiera que alguno de ustedes
clausurara el templo, para que no encendieran en vano el fuego de mi
altar!” (1:10).
El nombre de Dios representa la esencia de Quién y Qué es
Dios. Un estudio meticuloso de los nombres de Dios en la Biblia es,
en realidad, un estudio de la naturaleza y la esencia de Dios. El
tercero de los Diez Mandamientos nos advierte que nunca debemos
tomar el nombre de Dios en vano (Éxodo 20:7). Este mandamiento
no prohíbe decir palabras obscenas, sino que ordena que nunca
pronunciemos el nombre de Dios en la adoración sin estar
maravillados ante quién y qué es Él, y por haber sido llamados de
acuerdo con sus propósitos. Cuando Jesús enseñó a orar a los
discípulos, luego de decirles que se dirigieran a Dios como su Padre
celestial, les dijo que su primer pedido debería ser: “Santificado sea
tu nombre” (Mateo 6:9).
Cuando el pueblo de Judá estaba ofreciendo estos sacrificios
de menor calidad, los sacerdotes que aceptaban esos sacrificios y el
pueblo de Dios que los ofrecía estaban despreciando el nombre de
Dios. Estaban diciendo que Dios no merecía nada valioso. Nuestra
mayordomía revela también lo que pensamos acerca de quién y qué
es Dios, y lo que merece de parte nuestra. Según Malaquías, el
segundo susurro de un corazón que se está enfriando para con Dios
es despreciar el nombre de Dios.
¿Se está viendo usted reflejado en estos susurros del corazón?
¿Tiene usted una relación personal, privada, íntima, de adoración y
de amor con Dios? ¿Muestra usted mediante su adoración que ama a
Dios y aprecia quién es, y lo que Él merece?
Tercer susurro: Un compromiso con Dios roto (1:13)
Cuando un líder espiritual o un creyente devoto ya no expresa
una relación de amor personal con Dios en la adoración privada, y
muestra por sus acciones que desprecia la esencia de quién y qué es
Dios, el siguiente susurro de su corazón es que encuentra que la obra
de Dios es demasiado difícil. Malaquías sugiere sutilmente otra
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
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pregunta para los sacerdotes en este punto de su profecía. Esa
pregunta es: “¿Están sobreexigidos o están desmotivados?”. Ahora
desafía a los sacerdotes, que murmuran y se quejan de que la obra de
Dios es demasiado difícil, con este tema: “¿Es la obra de Dios
realmente demasiado difícil, o es que ustedes han dejado su primer
amor y ya no aman a Dios con todo su ser?”.
Ahora les recuerdo esas dos palabras que nos destaca la
profecía de Hageo, y que se encuentran a lo largo de toda la Biblia:
“¡Dios primero!”. Desde Génesis hasta Apocalipsis se nos desafía a
poner a Dios primero y adorarlo solo a Él. Cuando un líder espiritual
sirve a Dios con un corazón dividido, no pasará mucho tiempo antes
que encuentre que la obra de Dios es demasiado difícil. Las personas
más miserables de la tierra son los líderes espirituales o las personas
devotas que sirven a Dios con un compromiso menos que total al
Dios a quien sirven.
Busque la esencia de esta verdad en toda la Biblia: “Si Dios
es algo para usted, entonces Dios es todo para usted. Porque hasta
que Dios no sea todo para usted, Dios, en realidad, no es nada para
usted”. Observe a Elías cuando desafía al pueblo de Dios en el monte
Carmelo con esta pregunta: “¿Cuánto tiempo estarán vacilando entre
dos opiniones? Si el Señor es Dios, entonces síganlo, y si Baal es
Dios, síganlo a él”. Escuchen también al Cristo resucitado y vivo
cuando escribe a la iglesia de Laodicea: “Yo conozco tus obras, que
ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto
eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis
3:15, 16).
Santiago nos dice que el hombre de doble ánimo es
inconstante en todos sus caminos. Como ya he señalado, Jesús
enseñó que una mente o perspectiva única conduce a una vida que
está llena de felicidad, mientras que la “visión doble espiritual” lleva
a gran oscuridad o infelicidad (Mateo 6:22, 23). La Palabra de Dios
está llena de pasajes que nos llaman a servir a Dios con corazones no
divididos.
Descripción de un sacerdote (2:5-9)
Al crear el contexto en el cual presentará su cuarta acusación,
en el capítulo 2, Malaquías nos da una descripción elocuente de lo
que debe ser un verdadero sacerdote de Dios. En realidad, está
citando palabras pronunciadas por Moisés acerca de Leví, el padre de
los sacerdotes: “La ley de verdad estuvo en su boca, e iniquidad no
fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo, y a
muchos hizo apartar de la iniquidad” (Malaquías 2:6; Deuteronomio
33:10).
Como tributo a pastores extraordinarios y dedicados, que les
han servido durante muchos años, algunas congregaciones han
inscrito estas palabras de Moisés y Malaquías en una placa que se
coloca conspicuamente en la iglesia, para que sea leída por
generaciones futuras.
La descripción de Malaquías de un sacerdote continúa
diciéndonos: “Porque los labios del sacerdote han de guardar la
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
41
sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es
de Jehová de los ejércitos” (v. 7). Malaquías luego contrasta este
modelo de lo que debería ser un sacerdote con los sacerdotes fríos,
apóstatas y corruptos a quienes dirigirá su cuarta acusación y la
mayor parte de esta profecía.
Cuarto susurro: Compromisos de matrimonio rotos (2:10-16)
Una vez que los sacerdotes de Judá habían alterado su
compromiso vertical con un Dios santo y absoluto, como es de
esperar, solo fue cuestión de tiempo antes que alteraran sus
compromisos horizontales con sus cónyuges. Trate de seguir la
secuencia lógica de estos susurros del corazón. Cuando el
compromiso vertical con Dios es defectuoso, entonces los
compromisos horizontales con las personas se vuelven como pedazos
de pan, hechos para ser rotos.
Malaquías aborda ahora el problema del divorcio. Como
Nehemías, expresa su preocupación por los hijos de matrimonios que
acaban en tribunales de divorcio (Nehemías 13:23-25). Les recuerda
a los sacerdotes y a los hombres de Judá que el matrimonio es el plan
de Dios para dar a los hijos veinte años de cuidado antes de salir al
mundo y vivir sus propias vidas. Es por eso que Dios odia el divorcio
(v. 15).
Salomón nos dijo que los padres son como un arco y los
hijos, como flechas. La forma en que los hijos ingresan a la vida
depende del impulso y dirección que reciben de sus padres. Si usted
fuera el maligno, y supiera que la metáfora de Salomón representa la
verdad acerca de cómo los hijos son cuidados y preparados para vivir
sus vidas, ¿qué haría? Probablemente intentaría cortar la cuerda de
ese arco. Es esto lo que estaba haciendo el maligno cuando este
último profeta estaba vivo y predicaba. Obviamente, está haciendo lo
mismo en nuestras culturas hoy.
Recuerde que Malaquías está presentando los susurros de un
corazón que se ha enfriado para con Dios. Está advirtiendo al pueblo
de Judá que, cuando su compromiso con Dios se quiebra, sus
compromisos con las personas se romperán también.
Él habla, principalmente, de cómo gradualmente los
corazones de los sacerdotes se han enfriado para con Dios y los han
llevado a un punto en que tratan el divorcio como un
comportamiento normativo al aceptar las ofrendas de las personas
divorciadas. Malaquías acusa elocuentemente que estos divorciados
cubren el altar con lágrimas, mientras se quejan de que Dios ha
retirado su bendición de la vida de ellos. Luego explica que Dios ha
retirado su bendición de los hombres de Judá porque han tratado
alevosamente con sus esposas al divorciarse de ellas. Sus esposas
habían sido fieles a ellos desde que ambos eran muy jóvenes. Habían
hecho un juramento solemne con Dios y sus esposas de vivir con
ellas, en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separara.
Romper ese pacto era traición, según Malaquías.
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
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Quinto susurro: Moralidad relativa (2:17-3:7)
Para medicar el dolor de su culpa, la única forma en que
podían vivir con su pérdida de integridad era diseñar una moralidad
relativa. Su “nueva moralidad” o “relatividad moral” alivió la
esquizofrenia de su culpa, y dio a estos judíos de doble ánimo un
nuevo índice de comodidad que les permitía vivir con sus valores y
estilo de vida pecaminosos.
Cuando usted piensa en el absolutismo moral de la Ley de
Dios que fue dada a Moisés, el solo pensamiento de “nueva
moralidad” o “moralidad relativa” es una monstruosidad teológica.
Pensamos que la idea de relatividad moral, la ética del siglo
veintiuno, es un desarrollo ético reciente. Si usted lee y cree a los
profetas, sabrá que casi todos, como Malaquías, trataron el problema
de la relatividad moral.
Malaquías acusó a los sacerdotes y al pueblo de Judá de decir
que lo malo era bueno, que los hombres malvados agradan a Dios, y
que Dios era indiferente a la moralidad, que ni siquiera le interesa la
moralidad (2:17). Si usted pasa por alto las divisiones en capítulos,
podrá ver que Malaquías usa un argumento doble para refutar la
relatividad moral de quienes estaban medicando su culpa de esta
forma.
Primero, Malaquías hace referencia a la venida del Mesías en
su primer advenimiento (3:1-6). La pregunta de Malaquías era: “¿Y
quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en
pie cuando él se manifieste?” (v. 2). Cuando venga, el Mesías será
como un fuego ardiente que refina un metal precioso; blanqueará las
vestimentas más sucias, purificará a los ministros de Dios y pondrá
las cosas en orden en la Ciudad Santa (3:4, 5). Cuando venga, el
Mesías predicará que Dios nunca cambia y siempre siente lo mismo
respecto de los temas morales (3:6).
La segunda parte del argumento de Malaquías sigue en el
capítulo 4, y se centra en la venida del Mesías en su segundo
advenimiento (Malaquías 4:1, 2; 3:18). Malaquías estaba predicando
una de las leyes básicas e inmutables de Dios que se enfatizan en la
Biblia: que Dios no es indiferente a la moralidad y que, por lo tanto,
cosechamos lo que sembramos.
Sexto susurro: robarle a Dios (3:8-12)
El siguiente susurro de un corazón que se está enfriando para
con Dios es la acusación de Malaquías de que los sacerdotes y el
pueblo de Dios le están robando a Dios. Las réplicas continúan al
responder el pueblo: “¿Cuándo le robamos a Dios?”. La respuesta es
que le robaron a Dios cada vez que no le entregan sus diezmos.
La palabra “diezmo” significa ‘la décima parte’. La
importancia del diezmo es que era el primer diezmo de todo lo que el
creyente devoto recibía en la vida. El diezmo era una oportunidad
para que el creyente aprendiera y midiera el grado en que practicaba
el principio de “Dios primero”, que se enseña a lo largo de toda la
Biblia. Cuando invadieron la Tierra Prometida, todo el botín de la
primera ciudad que conquistaron perteneció a Dios. Hasta entregaban
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
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el primer hijo que nacía a Dios.
Más allá del diezmo, la Ley de Dios indicaba al creyente que
hiciera ofrendas y sacrificios. David definió lo que era un sacrificio
cuando escribió: “No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no
me cuesten nada” (2 Samuel 24:24). La importancia de la perspectiva
de Malaquías del diezmo es que la primera décima parte de todo lo
que tenían y recibían era tan claramente del Señor que retener su
diezmo significaba que estaban robando a Dios lo que le pertenecía.
Piense en el contexto de este sexto susurro de un corazón que
se está enfriando para con Dios. Usted apreciará entonces la sutileza
de la progresión gradual hacia la apostasía que describe este profeta:
Ya no hay una expresión devocional de amor a Dios; sus acciones no
demuestran una apreciación de quién y qué es Dios y lo que Él
merece; hay un compromiso roto hacia Dios; los compromisos
verticales defectuosos hacia Dios son seguidos por compromisos
rotos con las personas; a esto le sigue la relatividad moral con que se
medica la falta de integridad.
Cuando hemos escuchado estos primeros cinco susurros, es
de esperar que haya una retención de diezmos y ofrendas. Dada que
este sexto susurro aparece algo tarde en la secuencia, y el profeta está
dirigiendo su mensaje principalmente a los sacerdotes corruptos,
podríamos sospechar que está sugiriendo que los sacerdotes están
malversando estos diezmos y ofrendas.
Séptimo susurro: ¡Incredulidad! (3:13-15)
El séptimo susurro de un corazón que ahora se ha vuelto
completamente frío para con Dios es la incredulidad. Esa
incredulidad está expresada elocuentemente cuando Malaquías,
hablando de parte de Dios, pronuncia su séptima acusación contra los
sacerdotes y el pueblo de Judá, y ellos le replican: “Vuestras palabras
contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos
hablado contra ti? Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué
aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en
presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora:
Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo
son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon”.
Aun cuando estos sacerdotes ya no creían, dado que habían
nacido como sacerdotes no podían dejar el sacerdocio. Así que
seguían funcionando como sacerdotes. Como una de las funciones de
estos sacerdotes era enseñar las Escrituras al pueblo de Judá, ¿qué
enseñarían si ya no creían en las Escrituras? Según Malaquías, ellos
enseñaban: “¡Benditos los soberbios!”.
Si usted está familiarizado con la Biblia, sabe cuánto Dios
odia el orgullo y la soberbia. El orgullo es la madre de todos los
pecados. ¿Por qué, entonces, predicaban los sacerdotes: “¡Benditos
los soberbios!”? Malaquías nos está diciendo que estos sacerdotes se
han apartado completamente de la fe.
Cuando escuchamos una predicación que contradice
claramente la Biblia, no podemos evitar preguntarnos cómo llegamos
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
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a este punto de apostasía e incredulidad. La respuesta profunda de
Malaquías es que todo comenzó cuando empezamos a escuchar los
susurros de nuestro corazón. Puede llevar varios años para que estos
siete susurros sean escuchados en el corazón de un creyente o un
líder espiritual.
Si usted pone una rana en una olla llena de agua hirviendo, la
rana saltará de la olla. Pero si la coloca en agua fría y aumenta la
temperatura gradualmente, la rana quedará hervida en poco tiempo.
El proceso sutil descrito por Malaquías funciona de esa forma –muy
lentamente–, pero el resultado final son líderes espirituales corruptos,
una epidemia de divorcios, relatividad moral e incredulidad.
Capítulo 14
Epílogo (Malaquías 3:16-4:4)
Un estudio meticuloso de los pasajes mencionados arriba
mostrará que el sermón de Malaquías terminó en el versículo 15 del
capítulo 3. El resto de la profecía de Malaquías es un epílogo que
relata la respuesta a esta gran predicación de Malaquías de parte de
creyentes fríos que habían abandonado su relación con Dios, o aun su
fe, y personas temerosas de Dios que no habían hecho ninguna de las
cosas anteriores.
A lo largo de toda la profecía de Malaquías, hemos escuchado
las respuestas de Dios a las réplicas imaginarias de los sacerdotes y el
pueblo de Judá que tenían corazones fríos y duros para con Dios. En
este hermoso epílogo, escuchamos la amorosa respuesta de Dios al
verdadero pueblo de Dios. Quienes temían y amaban al Señor
confirmaron la gran predicación de Malaquías. Era el pueblo de Dios
que no había dejado su primer amor, o se había arrepentido y había
vuelto a su amor al Señor a través de la predicación de Malaquías.
Leemos: “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada
uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de
memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que
piensan en su nombre” (3:16).
La misión-objetivo de Malaquías era restaurar a través de un
avivamiento espiritual la relación de amor que Dios quería tener con
su pueblo. El Libro de Malaquías termina diciéndonos que el profeta
logró su objetivo, porque estas palabras son la descripción de un
avivamiento.
El epílogo también registra una hermosa contestación de Dios
a esta respuesta de los verdaderos sacerdotes y pueblo de Dios.
Malaquías presenta la segunda venida de Cristo, cuando el sol
aparecerá con salvación en sus alas para los fieles, pero con juicio
severo para los de corazón frío, que son el centro de gran parte de
esta profecía. Les dice que verán qué siente Dios acerca de la
relatividad moral.
Fascículo No. 9: Los Profetas Menores
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Una profecía final (4:5, 6)
Malaquías concluye su predicación dinámica hablando
también del profeta semejante a Elías que precedería e introduciría a
Jesucristo. Jesús dijo muy claramente que Juan el Bautista fue ese
profeta (Mateo 11:7-14). Para que nadie creyera que Juan el Bautista
era una reencarnación de Elías, Juan niega enfáticamente esa
posibilidad (Juan 1:21).
Malaquías podría haber finalizado su profecía con estas
palabras: “Continuará... ¡en unos cuatrocientos años!”. Luego de
cuatrocientos años silenciosos, durante los cuales estos judíos no
tuvieron ningún profeta ni palabra de Dios, Juan el Bautista apareció
predicando en el espíritu y en el poder de Elías. Los sacerdotes, los
líderes espirituales y el pueblo de Judá pasaron muchas horas
escuchando a éste, el más grande de todos los profetas.
Cuando Jesús mismo predicó, estos mismos líderes religiosos
pasaron muchas horas escuchando a su Mesías. Algunos intentaron
apedrearlo, pero otros dijeron: “¡Hemos encontrado al Mesías!”.
Creyeron en Él, lo siguieron y se convirtieron en sus apóstoles.
Ha sido un placer estudiar el Antiguo Testamento con usted,
y concluyo presentándole dos desafíos: 1) ¿Qué hará con lo que ha
aprendido? ¿Apedreará al Mesías para sacarlo de su vida, o lo
seguirá? Y, 2) ¿Seguirá estudiando este libro sagrado con nosotros al
comenzar el Nuevo Testamento?