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STE01 - Donald Curtis - La Novia en El Ataud

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BRUGUERA: SELECCION TERROR "EXTRA"

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ULTIMAS OBRAS PUBLICADASEN ESTA COLECCIN01La novia en el atad, Donald Curtis.

DONALD CURTIS LA NOVIA EN EL ATAUDColeccin SELECCION TERROR EXTRA n. 1Publicacin quincenal

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.BARCELONA BOGOT BUENOS AIRES CARACAS MXICOISBN 84-02-08799-XDepsito legal: B. 15.504 - 1982Impreso en Espaa - Printed in Spain.

1 edicin: junio, 19822 edicin en Amrica: diciembre, 1982 Donald Curtis - 1982texto

Fab - 1982cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favorde EDITORIAL BRUGUERA, S. A.Camps y Fabrs, 2. Barcelona (Espaa)Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, as como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginacin del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, ser simple coincidencia.Impreso en los Talleres Grficos de Editorial Bruguera, S. A.Parets del Valls (N-152, Km 21,650) Barcelona 1982 PROLOGO

1902I

Despert de repente.

Con una sensacin de fro y hmedo terror que le calaba hasta los huesos y haca temblar sus carnes con unos espasmos febriles. En principio no supo el porqu de todo eso. Cuando empez a saberlo, el pnico ms delirante se apoder de l.

Respir con fuerza y alarg sus brazos cuanto le fue posible, que no era mucho. Sus manos tropezaron con una superficie dura, perfectamente slida, que casi le rozaba los cabellos, unas pocas pulgadas por encima de su cabeza.

La oscuridad era total. El fro, sutil y profundo, le escalaba la espina dorsal hasta barrenarle la nuca y llegar, como un aguijonazo glacial, hasta lo ms profundo de su cerebro. Not que empezaba a sudar. Y que el suyo era un sudor helado y pegajoso, que se adhera a su piel igual que una telaraa.

Tante aquella superficie que pareca a punto de aplastarle, aunque lo cierto es que no se mova de su sitio. Los dedos rozaron Una sedosa tela que astill las extremidades de sus uas. Movi ligeramente la cabeza, a punto de maldecir entre dientes, y not que estaba sobre un lecho de parecido tejido, sedoso y fro. Su nuca reposaba sobre un saliente blando, confortable.

Se pregunt dnde poda estar reposando, con aquel fro y aquella oscuridad. Como una respuesta, algo golpe all fuera, encima de aquel techo que le asfixiaba con su proximidad.

Se estremeci. Una idea repentina, espantosa y alucinante, le asalt, como una especie de cuchillada glida que atravesara todo su cuerpo.

No..., no... jade roncamente. Eso, no...

Otra vez aquel sordo golpeteo encima. Y alguna cosa rod por encima de la superficie forrada de tela sedosa, all fuera. Presa de febril excitacin, alz de nuevo sus manos. Recorri con ellas la forma del lugar donde se hallaba, hasta donde le fue posible alargar sus brazos, algo ms abajo de sus rodillas. Luego, las alz y realiz la misma operacin con lo que cubra su alojamiento oscuro y fro.

La certeza ms espantosa supli a la sospecha atroz y terrible. Supo, a ciencia cierta, dnde estaba en esos momentos.

Como si su sangre se convirtiera en cristales de hielo, paralizada dentro de sus venas, permaneci rgido, helado, solamente sacudido por una serie de temblores convulsos que hicieron crujir aquel recinto angosto, alargado, de forma oblonga, dentro del cual se encontraba tendido.

Un atad!

Estaba dentro de un atad. Y ste estaba cerrado hermticamente. La tapa no ceda a su presin. No se movi una sola pulgada, pese a que emiti leves crujidos cuando la empuj con todas sus fuerzas, poniendo las palmas de sus manos contra ella.

Ahora saba tambin qu era aquello que golpeaba, intermitente, la tapa del horrendo alojamiento en que se hallaba confinado.

Tierra...

Paletadas de tierra sobre su atad! Le estaban enterrando...

Oh, Dios mo, esto no es posible... No, no, por el cielo... gimi. Sepultado vivo... Me han enterrado en vida... y no saben siquiera que estoy vivo, que an no he muerto...!

Golpe con rabia la tapa forrada de raso, sin que la slida madera, posiblemente caoba de buena calidad, se conmoviera lo ms mnimo bajo sus impactos. All fuera, el golpeteo se haca ya ms distante, ms apagado, ms sordo.

No era difcil imaginar la razn, pens la persona condenada a aquel horror sin lmites. La tierra formaba ya una espesa capa sobre el fretro. Y segua cayendo, cayendo hasta cubrir la fosa y dejarle a l aqu abajo, con toneladas de tierra hmeda encima, sumido en un abismo del que no haba salida posible, donde agonizara lenta, muy lentamente, minuto a minuto, segundo a segundo, despedazndose contra aquellos muros estrechos y mortferos.

Tengo que salir de aqu... solloz. Tengo que salir...

Desgarr con sus uas la tela sedosa de encima. Grit y grit, pateando cuanto le era posible en su forzada rigidez horizontal dentro de tan angosto recinto. Todo intil. El golpeteo de la tierra, cayendo implacablemente a paletadas sobre l, no cesaba un solo momento.

Era el fin. Lo saba. Pero no quera aquel fin tan horrible, tan espantosamente lento y enloquecedor. Morir poda ser malo cuando se era tan joven como l. Pero morir as... sepultado en vida, consumiendo los ltimos instantes de su existencia dentro de un atad en cuyo interior nadie all fuera sospechaba que hubiese ya el ms leve pice de vida...

No, nooooo! aull, desesperado, frentico, aun sabiendo que con eso consuma intilmente el escaso aire respirable que quedaba ya all dentro, y que iba haciendo ms agobiante y pesada la atmsfera que le rodeaba.

Se agit cuanto le era posible, que no resultaba demasiado. Nunca pens que una caja de muerto pudiera ser tan terriblemente estrecha, tan aplastantemente angosta, sin apenas sitio para moverse, para intentar algo.

El sudor empapaba ya sus ropas y el forro de raso, acaso de color violeta, del lecho en que yaca. Le goteaba desde el desordenado cabello al rostro. Empezaba a sentir la lengua extraamente gruesa y deforme dentro de su boca reseca, los labios pegajosos y trmulos, los ojos posiblemente desorbitados en aquella oscuridad alucinante que le envolva.

Su mente iba trabajando ya con dificultad. Los pensamientos eran lentos, torpes. Aun as, su miedo era irrefrenable, angustioso. Record aquella horrible enfermedad que algunos padecan a veces, sin ellos mismos saberlo... Cmo, cmo se llamaba?

Ah, s... Catalepsia... Ese era el nombre...

Catalepsia... El estado catatnico del cuerpo humano, la muerte aparente, con el cuerpo helado, las funciones vitales paralizadas... Un trance del que se sala despus... Pero a veces demasiado tarde. A veces cuando uno ya haba sido enterrado, dado por muerto.

Enterrado vivo, como ahora le ocurra a l...

Chill y chill, hasta que no brotaron sonidos de su garganta, reseca e hinchada. La lengua, rasposa, ocupaba ya toda su boca exange, las manos sangraban, clavndose estrilmente entre jirones de raso, astillas de caoba slida... Le dolan los ojos, como llenos de arena, el corazn le golpeaba con furia, pareciendo salirse de sus paredes, pero cada vez ms pesado y lento en su ritmo decreciente....

Era el paroxismo, la demencia, el terror delirante llevado a su ms pavoroso extremo. El forcejeo intil del ser vivo, aplastado por el encierro de su propia sepultura indestructible, maciza, segura hasta la muerte inexorable.

Quiso gritar y no pudo. Quiso moverse, y no tuvo fuerzas. Supo que se asfixiaba, que empezaba a morir. Que todo su cuerpo estallaba en un estertor abominable y cruel, aqu abajo, mientras sus deudos y amigos se alejaban, sin duda, enlutados y llorosos, del lugar donde una cruz y una lpida sealaran su lugar de reposo, convertido para l en recinto de tortura, de pesadilla, de lenta y espantosa muerte.

Un olor ftido le asalt. Era la descomposicin total, excrementos y orina de su cuerpo, roto por el terror a morir, a morir as, sobre todo...

Y despus, como un alivio, igual que un trgico consuelo, la oscuridad y el reposo final, tras la agona infinita bajo yardas y yardas de tierra apelmazada...

* * *

Ralph Taylor despert.

Se irgui en su lecho, baado de sudor. Por un momento, pens que iba a golpear su cabeza contra la tapa del atad donde estaba encerrado.

La oscuridad era total. Slo se perciban crujidos leves en torno suyo, como si aquel odioso fretro se conmoviera con su estertor final.

No encontr techo alguno que le impidiera sentarse en su cama. Respir hondo, y no fue aquel ftido gas, mezcla de anhdrido carbnico y detritus humanos, lo que hiri su olfato, sino el inconfundible olor a yodo y salitre. Palp las ropas que tena bajo su cuerpo, y envolvindole brazos y piernas. No, no era raso desgarrado, sino vulgares sbanas, ms bien burdas, de spero tacto. Su lecho era una litera, estrecha y no demasiado confortable, pero litera a fin de cuentas.

Estaba vivo. Y no slo eso. Estaba en una cama normal, en un lugar sin peligros de ninguna clase. Poda respirar, poda moverse. Viva, en suma.

Dios mo... jade roncamente, notando la garganta seca, la boca pastosa, el cuerpo estremecido y hmedo por el sudor. Todo fue un sueo... Solamente eso. Una horrible pesadilla...

Se enjug la respiracin del rostro de un manotazo y salt de la litera. El suelo, levemente oscilante, le record dnde estaba: el buque de Su Majestad, navegando rumbo a la metrpoli, de regreso a casa.

Encendi la luz, todava con mano temblorosa. La llama de gas alumbr el camarote del barco en que viajaba de vuelta a Inglaterra. Pequeo, relativamente confortable, pero sin atroces semejanzas con un escenario tan ttrico y espantoso como el de su reciente pesadilla.

Bebi un trago de agua y encendi un cigarro, fumando en silencio, mientras paseaba descalzo por el camarote. El casco del buque cruja levemente en su lenta marcha por el mar, evocando aquellos otros crujidos, infinitamente ms terrorficos, de su mal sueo. Se asom al grueso vidrio del ojo de buey, y vislumbr las estrellas, parpadeando dbilmente all arriba, sobre las aguas, sobre su propia cabeza, como una luz alentadora y amable que ahuyentase las ltimas sombras de su imaginacin torturada.

Por qu? se pregunt. Por qu tuve que soar algo as? Esto no tiene el menor sentido. Yo jams he padecido nada semejante en toda mi vida...

El teniente Ralph Taylor, del Regimiento de Lanceros de Su Majestad en los dominios coloniales de la Corona, en el Norte de la India, se tranquiliz poco a poco, ahuyentando de modo paulatino los fantasmas de su mente. Era un hombre joven y saludable, que no tena por qu temer cosas tan ridculas como las de aquella pesadilla sin sentido que le haba hecho pasar tan mal rato. Alto, atltico, bronceado por el sol colonial, con la arrogancia del joven militar habituado a marciales posturas, era la viva imagen de la salud fsica y mental.

Tard algn tiempo en recordar las verdaderas razones que podan haberle llevado a ese sueo tan inquieto, por esos extraos misterios con que la mente humana deforma ciertos hechos de la vida real en su dimensin onrica.

Vanessa... murmur lentamente, sentndose en una butaca, junto al perchero donde tena su uniforme impecablemente colgado. De un bolsillo del mismo extrajo su cartera, y de ella un papel doblado cuidadosamente, que despleg con lentitud, recorriendo con sus ojos las lneas all trazadas con mano insegura, inequvocamente femenina, por ambas caras de la hoja.

Algunos de los prrafos de aquella misiva parecieron cobrar vida propia y su letra, menuda y graciosa, salt ante la mirada azul del joven oficial britnico, con su extrao y oscuro sentido, que l an no haba sido capaz de desentraar, pese a haberlo ledo tantas y tantas veces desde que, all en la guarnicin de los Lanceros de Peshawar, recibiera la carta de Londres, con la firma inconfundible de Vanessa.

...realmente, querido Ralph, he empezado a sentir miedo...

...Si al menos supiera qu es lo que me asusta y por qu..., pero no soy capaz de definirlo...

...ven cuanto antes, Ralph. Presiento que algo horrible me acosa..., algo que ni yo misma acierto a saber dnde est, pero que intuyo acechndome en la sombra...

r...tal vez pienses que soy una loca o una necia, pero he soado varias veces con la muerte... S, Ralph... Yo mora... y me senta enterrada en vida, sufriendo cada segundo de mi agona en un atad... sin que nadie me oyera...

... S que son slo imaginaciones, que mis nervios no estn bien. Y no me atrevo a hablar de ello a mam, ni a to Ronald... S, querido, tengo secretos para ellos, por vez primera en mi vida. Estoy asustada, muy asustada... Si no vienes pronto a Londres, temo que me suceda algo espantoso... Te espero, Ralph, cario! No me abandones en este trance, por el amor de Dios...

Suspir Taylor, dejando caer lentamente la hoja de papel, sobre una mesa inmediata, en la que brillaba una lmpara de gas que prestaba una atmsfera ntima, de claridad tenuemente rosada, al camarote del buque de la Armada de Su Majestad. Junto a la carta, un peridico de la metrpoli, con bastantes fechas de retraso, ofreca un titular alarmante para el ciudadano medio ingls:

PERSISTE LA CONTRARIEDAD DE LOS GRUPOS POLITICOS HINDUES CON RESPECTO A LA POLITICA DEL GOBIERNO CONSERVADOR EN LA INDIA.

Debajo, otros titulares tampoco eran demasiado halageos para el reciente reinado que iniciara Eduardo VII a la muerte de su madre, la reina Victoria:

VIOLENCIA IRLANDESA EN AUMENTO. ATENTADOS EN DUBLIN.

LAS SUFRAGISTAS SE ENFRENTAN A LA POLICIA EN EL WEST END.

EL SINDICALISMO PROSPERA PELIGRAS AMENTE EN EL PAIS.

El joven oficial no hizo demasiado caso de tanta noticia alarmista sobre la crisis poltica en aquellos inicios del siglo XX, que presentaban significativos crujidos en el monoltico poder colonial britnico, pese a la victoria, reciente an, sobre los boers en frica del Sur.

Estaba pensando en Vanessa. En su misteriosa carta. Y en su propio sueo, acaso influenciado por aquellos prrafos tan inquietantes de su bella prometida.

No haba sido fcil convencer al general Carruthers para obtener un permiso de viaje a la metrpoli, tal como soplaban actualmente los aires nacionalistas de la India.

Pero finalmente lo haba logrado y, por dos meses, podra permanecer ausente de su regimiento para, cuando menos, estar unos pocos das en la metrpoli, dado lo interminable de los viajes de ida y vuelta, desde tan remotas regiones. Ahora que se saba ms cerca de Inglaterra, sus recelos y temores, en vez de calmarse, iban en aumento por das, casi por horas.

Conoca lo bastante a Vanessa para saber que, pese a su extremada sensibilidad, era una muchacha inteligente, serena y equilibrada, a quien resultaba difcil imaginar escribiendo cosas como aqullas, de no existir una razn de peso que la forzara a ello.

Pero qu razn poda existir para que Vanessa escribiera esas frases oscuras y terribles, que lograban sobrecoger su nimo de ese modo?

Esa incgnita que tan obsesionado le tena durante el viaje, era sin duda la que le haba hecho tener aquel absurdo y espantoso sueo. Ms calmado ahora, Ralph Taylor apag su cigarro y se tom otro trago de agua, acostndose de nuevo. Apag la luz y se dispuso a dormir, confiado en que no volvieran las pesadillas.

No volvieron durante el resto del viaje hasta las costas inglesas.

Pero la autntica pesadilla de la que sera imposible despertar le aguardaba a Ralph Taylor a su llegada a Londres, aquel da neblinoso y fro, en que la llovizna caa dbil y persistente, en un clima tan radicalmente distinto al que ya haba llegado a ser habitual para l en la lejana India.

Nadie le estaba esperando en la Estacin Victoria, a su llegada desde Folkestone, donde desembarcara del navo militar ingls en que viajaba a travs de los mares hasta su tierra natal.

Eso ya le pareci mal augurio, sin saber la razn, puesto que haba enviado un telegrama anunciando su llegada.

Tom un coche de alquiler y se dirigi a Mayfair, donde vivan los Warrington. Antes de llegar a la casa, ya vio la corona fnebre en la puerta, como una premonicin estremecedora.

En el acto supo la espantosa verdad.

Supo que Vanessa estaba muerta.

II

Muerta...

S, Ralph. Muerta. Es horrible... Realmente horrible. Nadie poda esperar algo as ni remotamente... Dios mo, an parece imposible...

Ralph Taylor no dijo nada de momento. Se apoy en el muro, sombro, intensamente plido. Sus ojos azules se fijaron con dolor en aquellas paredes de la mansin Warrington en Mayfair. An parecan tener la alegra luminosa de Vanessa, la muchacha que corra grcilmente, como un cisne deslizndose sobre las aguas, de habitacin en habitacin, riendo jovial, alegre, luminosa.

Y ahora...

Ahora estaba muerta. All, tras aquella puerta del fondo,' que an no se haba atrevido a cruzar siquiera. Las penumbras interiores se diluan con la oscilacin de la llama de los velones fnebres. Tena miedo de entrar. Pero saba que tena que hacerlo.

Volvi a fijar sus ojos en la persona que permaneca a su lado, tras haberle recibido en el vestbulo de la casa, con sus coronas de flores dedicadas sin excepcin a la dulce y adorable Vanessa Warrington, en seal de cario, como decan sus cintas plateadas.

No vas a entrar? susurr Leslie Warrington, el primo de Vanessa.

Claro asinti Ralph. Cmo no iba a hacerlo?

Te entiendo suspir el joven pariente. Ha sido un mal regreso, Ralph.

S, muy malo afirm l roncamente.

Cunto tiempo permanecers en Inglaterra?

No s... Pensaba estar dos semanas cuando menos. Ahora no s. Ya no s nada, Leslie.

S, claro.

Hubo un silencio embarazoso, difcil. Los dos hombres estaban solos en la estancia. De alguna parte de la casa llegaban murmullos apagados. Taylor mir de nuevo la puerta entreabierta, el parpadeo amarillo de la luz de los velones.

Cmo... cmo fue, Leslie? se le atragant la voz.

De repente jade el primo, tragando saliva a su vez. Ocurri ayer, al caer la tarde...

Ayer... se estremeci Ralph. An no hace veinticuatro horas...

No, an no. Pens que no llegaras a tiempo. Del entierro, quiero decir. De... de verla, siquiera fuese antes del funeral... Vamos a cerrar el fretro de un momento a otro.

S, lo supongo mir su reloj, de bolsillo, por hacer algo. Es a las cuatro, verdad?

El entierro? S, a las cuatro. An quedan tres horas. Pero la funeraria aconsej cerrar y atornillar la tapa cuanto antes. Va forrada de zinc.

Por qu todo eso? indag Ralph, sobresaltado.

Lo dispuso el mdico, el doctor Lanyon, ya lo conoces.

S, ya le conozco. De qu muri, exactamente? An no me lo has dicho...

Oh, no lo hice? Leslie Warrington pareci algo confuso, como si no le gustara la idea. Oficialmente, fue un paro cardaco, Ralph.

Oficialmente? Qu significa eso? levant la cabeza, mirando muy fijo al joven plido y rubio que le atenda.

Bueno... ya sabes lo que son estas cosas. El escndalo... el miedo a que todo se desorbite intilmente...

Escndalo? Qu clase de escndalo? Adivino algo en tus palabras que no me gusta nada, Leslie. Qu es ello?

Bueno, la verdad es que Vanessa se... se suicid.

Un pesado silencio cay sobre ambos hombres. Ralph se apoy en el muro, demudado, como si le hubieran descargado un mazazo brutal.

No... No, Dios, no... jade roncamente, estremecindose.

As fue, Ralph. Todos lo sabemos, incluso el doctor Lanyon. Pero nos hemos saltado las leyes en esta ocasin. Es un delito grave, lo s. Tendra que procederse a la autopsia. El doctor opt por firmar el certificado de defuncin. Era lo mejor, dadas las circunstancias.

Pero... pero cmo se suicid Vanessa? Por qu?

Eso, nadie lo sabe: el porqu. Cmo, resulta sencillo: utiliz un veneno. An estaba en la mesilla, junto a ella, cuando la hallamos. Y una nota, por supuesto.

Una nota? Escrita por ella?

Por supuesto. La vers luego. Pens que no era momento de hablar de ello, antes de que conocieras otros detalles de lo ocurrido, mi querido amigo...

Taylor asinti en silencio. Dio unos pasos por la estancia, con aire ausente, y se detuvo un momento en la entrada a un saln contiguo, separado por una amplia arcada y un espeso cortinaje de terciopelo verde. Sus ojos se fijaron, con un estremecimiento leve, en el cuadro situado al fondo, sobre la chimenea apagada.

Era el retrato de ella.

De Vanessa.

Tal y como haba sido aquellos ltimos aos de su juventud, casi adolescente an. Esbelta, grcil, de delicada hermosura, grandes ojos de un verde indefinible, rojos cabellos de brillo cobrizo, breve nariz recta, labios gordezuelos y risueos. Una muchacha llena de vida y de belleza, de juventud y de gracia.

Ahora estaba all dentro, en aquella sombra sala de los velones, dentro de un atad. Muerta... Muerta por su propia mano, envenenada por su voluntad.

Suspir, apartando los ojos de ella. El rostro delgado y plido del joven Leslie era como una mancha en la penumbra del otro saln, contra el que se recortaba tenuemente. Haba tristeza y dolor en los ojos del joven primo.

Ser mejor que no mires ahora todo esto susurr. Est todo tan lleno de ella...

Tienes razn convino Ralph, Vamos. Quiero ver la...

S, vamos dijo Leslie Warrington, abriendo camino hacia la cmara ardiente donde yaca ahora Vanessa.

Era escasa la distancia que les separaba de aquella puerta entornada. Slo diez o doce pasos. Mientras los cubran, Ralph pregunt:

Qu veneno utiliz?

Leslie tard un segundo en responder con tono apagado:

Segn el doctor Lanyon, un txico vegetal no muy corriente en Inglaterra. No imaginamos dnde pudo obtenerlo. El doctor tiene el frasco con lo que qued de l. Parece ser que es muy efectivo en poco tiempo. Pero provoca una rpida descomposicin de los tejidos y los rganos. De ah el forro de zinc del fretro, comprendes?

S 'Taylor trag saliva. Comprendo...

Se detuvo en el umbral un instante. Discreto, Leslie se hizo a un lado y esper, con la mirada fija en l. El joven militar vacil antes de entrar. Luego, pis la estancia en sombras, con las ventanas cerradas y los postigos encajados, slo alumbrada por cuatro gruesos velones que se erguan en los ngulos del catafalco color violeta oscuro que serva de soporte al fretro. Un fuerte olor a cera derretida flotaba en la estancia, hasta parecer siniestra, agobiante.

Ralph dio unos pasos en direccin a la caja de lustrosa madera, con argollas y cierres de color plateado. Le temblaban las rodillas y senta un fro sutil en su espina dorsal. Sus ojos no pestaeaban al fijarse en ella, en Vanessa.

Dios mo... gimi. Mi querida Vanessa...

All estaba ella, como dormida. Rgida en el lecho de raso carmes oscuro, envuelta en un blanco sudario, un crucifijo de plata entre sus manos plidas, creas, singularmente bellas y sensibles. En un anillo de oro, brillaba una piedra roja, un rub que reflejaba como si fuese una gruesa gota de sangre, las cuatro llamas de los velones.

Su gesto era apacible, pero su muerte no debi serlo tanto, se dijo Taylor amargamente. Un txico rpido, capaz de producir una descomposicin de rganos en breve plazo no poda ser una forma grata ni dulce de morir, pens.

Y todo eso, por qu? Qu atormentaba de tal modo a su prometida, para poner fin a su joven existencia de modo tan brutal e inexplicable?

Vagamente, una frase de su carta lleg a l:

...si realmente supiera qu es lo que me asusta y por qu... pero no soy capaz de definirlo...

Mucho tena que haberla asustado para terminar todo de este modo. Habra sabido alguna vez ella lo que realmente la aterroriz hasta provocarle la muerte?

Rode el fretro, pas junto a un veln que derramaba gruesos goterones de cera caliente en el soporte de bronce. Se inclin. Bes suave, dulcemente, a Vanessa en la frente y en los labios. Sinti un escalofro. Estaba helada. Su piel era fra y marmrea en estos momentos.

Ralph, creo que ya es suficiente murmur Leslie, a espaldas suyas. No puedes hacer nada por ella. Nadie puede hacerlo ya.

Asinti Taylor. Se retir despacio. Todava volvi a mirarla desde el umbral de la habitacin, encogido de dolor. Era una despedida para siempre, y lo saba.

Adis, Vanessa murmur. Adis, amor mo...

Camin con pesadez, como si de repente la vida fuese para l un sendero difcil y penoso. Leslie le puso una mano en el hombro.

Supongo que te quedas para el entierro... dijo roncamente.

Claro. Me quedar todo el da con vosotros. Es lo nico que puedo hacer ya por ella. Estar a su lado hasta el fin...

Ven. Te ensear la nota que escribi antes de morir. La guarda ta Carol. Nadie debe saber que existe. Es la forma de evitar la autopsia, el escndalo...

Sigui al joven hasta un pequeo despacho-biblioteca situado al fondo de la primera planta de aquel edificio Victoriano de Mayfair. Desde all se oan ms prximas las voces apagadas de los reunidos en alguna otra sala de la casa. Les lie Warrington busc brevemente en un secreter, y regres con un sobre en cuyo interior apreci una hoja de papel doblada. La mano de Ralph tembl al desdoblar el documento. Reconoci de inmediato la letra de Vanessa, pese a estar ligeramente alterado su trazo, quiz a causa de la tensin del momento en que fue escrita:

Queridos todos:

Este es el mejor final para m. Quiero liberarme de mis terrores y huir de algo que est en m misma, sin duda alguna.. No veo otra solucin. Lamento causaros este dolor, pero os aseguro que para m significar el descanso eterno. Perdonadme si podis. Todos vosotros, incluso mi querido Ralph. Os amo. Adis.

Vanessa.

Como ves, pens en ti en ese momento dijo Leslie con tono amargo.

S, ya veo la voz de Taylor son rota, temblorosa. Volvi a leer el mensaje pstumo de la muchacha. Not lgrimas en sus ojos. Lgrimas que ni siquiera haban salido cuando viejos amigos y camaradas caan bajo las balas o los alfanjes de los hindes rebeldes, all en la frontera norte de la India.

Devolvi el papel a Leslie. Se dej caer en una silla tapizada, estrujando las manos entre s.

Pero por qu, Dios mo, por qu? se pregunt una vez ms, desesperadamente, sin que nadie pudiera darle respuesta alguna.

III

Carol Warrington se apoyaba en el fuerte brazo de Ronald Warrington, su primo, padre del joven Leslie. Sheila, la hermana menor de Vanessa, que acababa de regresar de Edimburgo, al recibir el telegrama de la muerte sbita de su hermana mayor, apareca tambin enlutada y llorosa, junto a la madre. Saltar de sus estudios y su colegio de Escocia a esta efemrides de muerte y de dolor, haba sido sin duda un cambio demasiado brusco en su vida de adolescente.

El grupo familiar en pleno subi al carruaje para dirigirse al cementerio, en compaa de varios amigos, del propio doctor Lanyon y, por supuesto, de Ralph Taylor.

El camino hasta Brompton Cementery, al sur de Earle Court, fue lento y triste, bajo la lluvia tenue y persistente y la bruma espesa que iba hacindose ms densa a medida que avanzaba ta tarde, en un tpico da londinense. El suelo, mojado y gris, haca trepidar los carruajes fnebres con su empedrado desigual.

La breve ceremonia del funeral iba a tener lugar en aquel recogido rincn del cementerio donde se hallaba el panten de los Warrington, con su gran cruz de mrmol y su lpida, a la que se haba aadido con sorprendente prontitud, el nombre de Vanessa, con la fecha de su muerte.

El reverendo Ridgeway comenz a oficiar los ritos fnebres previos a la inhumacin de los restos de la cripta. Los sepultureros aguardaban con esa especial indiferencia fruto de su oficio. Sobre unas angarillas, esperaba el atad de Vanessa, recibiendo en su superficie de lustrosa caoba el fino goteo de la llovizna.

Las palabras del reverendo sonaban como un murmullo lejano. Ralph Taylor tena la mirada perdida en los tristes cipreses, en el verde csped y en las cruces y ngeles que le rodeaban en el camposanto, mientras sus pensamientos estaban fijos en aquel cuerpo angelical y hermoso, que iba a desaparecer para siempre en las entraas de la tierra.

Adis Vanessa, querida ma musit para s mismo, acompaando la cita de las palabras sagradas del reverendo, Nunca te olvidar, por muchos aos que pasen. Tu ltima carta amarillear con el paso del tiempo, pero ser el recuerdo final de tu paso por mi vida, y slo lamentar no haber llegado a tiempo para poder hacer algo por ti, para haberte ayudado a vivir... y no a terminar tu joven existencia de este modo. Desde ese fro atad que se ha de hundir en la tierra para siempre, ya no puedes escuchar mis palabras. Pero estoy seguro de que, de algn modo, tu alma recibir mi mensaje y...

Sus pensamientos se interpusieron. Un repentino escalofro agit su cuerpo, y no poda atribuirlo a la lluvia ni a la niebla, ni a la espesa y glida humedad de la tarde. No. Era algo ms sutil, mucho menos tangible.

Un terror repentino le asalt. Una terrible frase de aquella carta acudi a l como un trallazo que hiriera su cerebro:

..tal vez pienses que soy una loca o una necia, pero he soado varias veces con la muerte... Si, Ralph... Yo mora... y me senta enterrada en vida, sufriendo cada segundo de mi agona en un atad... sin que nadie me oyera...

Enterrada en vida... sin que nadie la oyera...

Mir con pavor el fretro. Borrosamente, llegaron a sus odos las palabras del reverendo, dirigindose a la familia con tono sosegado:

Desean los seres queridos de la infortunada Vanessa Warrington alguna otra cosa antes de proceder a su cristiana sepultura en tierra sagrada?

Un silencio. El murmullo de la lluvia sobre la hierba jugosa y las lpidas, tena un contrapunto sordo al tamborilear tambin en la caoba del fretro an insepulto.

Una idea macabra y atroz cruz la mente de Ralph en ese momento:

Qu se sentir al percibir la lluvia sobre la tapa del propio atad?

Y como respuesta al reverendo Ridgeway, la voz ronca de Carol Warrington, la madre, entrecortada por el llanto:

No, reverendo, nada. Procedan a su sepultura... y que Dios acoja su alma.

S, seora Warrington dijo el sacerdote, comprensivo.

En ese momento, cuando los sepultureros tomaban el fretro para depositarlo en el fondo del panten familiar, Ralph elev su exaltada voz en el ttrico silencio del cementerio:

No, esperen! Soy... era su prometido. bamos a casarnos. Deseo verla por ltima vez... antes de ser sepultada.

Todos los rostros, sorprendidos y sobresaltados, se volvieron hacia l. El reverendo mostr su extraeza y su desagrado por la peticin del joven militar.

Est seguro de lo que dice, seor Taylor? pregunt el religioso.

S afirm Ralph, solemne. Creo que tengo derecho a ello. Ser mi despedida de Vanessa, la que iba a ser mi esposa...

El reverendo cambi una mirada con Carol y Ronald Warrington. La madre de Vanessa le dirigi una ojeada de dolor y rompi en llanto, apoyndose en el pecho de su primo Ronald. Este observ con reproche a Ralph.

Querido muchacho, esto es causar innecesariamente ms dolor a todos... le advirti.

Lo s. Yo tambin sufro, seor Warrington. Pero insisto en mi deseo. No pueden negrmelo...

Los sepultureros, curiosos, se haban cruzado de brazos, esperando el desenlace de aquella situacin, como si nada de todo eso fuera con ellos.

Est bien suspir por fin Ronald Warrington. Si as lo quieres... Procedan a ello, por favor. Pero slo un momento. Ven t, Carol, no necesitas presenciarlo...

Apart a Carol de all, pese a las protestas de ella, cosa de unas cuantas yardas. Uno de los sepultureros, al recibir una indicacin afirmativa del reverendo Ridgeway, se inclin, procediendo a desatornillar la tapa con eficiencia profesional.

Muy plido, tan impresionado como todos los dems, Ralph dio un paso adelante, en direccin al fretro. La mano firme del doctor Lanyon, aferr su brazo en ese momento. El mdico desgran unas pocas palabras junto a su odo, discretamente:

Ten cuidado, Taylor, muchacho avis. Cuando te acerques, es posible que ya exista un hedor inevitable, que no va a ser de tu agrado. Cre que Leslie te haba advertido ya de ello...

Lo s, doctor dijo Ralph gravemente. Lo s...

Avanz hacia el fretro. El reverendo tambin se haba echado piadosamente atrs, a la espera de que todo aquello terminase, pudiendo culminar la fnebre ceremonia. Los tornillos ya haban cedido. El otro sepulturero se aproxim al fretro y levant la tapa trabajosamente.

Ya puede mirar, seor dijo.

Ralph Taylor avanz resueltamente. El rostro de la bella muchacha que pareca dormir apareca all, sobre el lecho carmes de raso, en un reposo que sera ya eterno, como lo es siempre la muerte. Se arrodill, disponindose a darle .el ltimo beso. Gotas de fina lluvia humedecieron sus cabellos rojos y su tersa piel sedosa. Ralph no capt de momento fetidez alguna en el cadver.

Y de repente, sucedi lo ms terrible y macabro que era dado imaginar.

Un grito agudo, terrible, escap del atad cuando Ralph Taylor bes los yertos labios de la joven.

Retrocedieron todos, despavoridos. Incluso uno de los sepultureros estuvo a punto de caerse al fondo de la cripta, cuando tropez con la lpida situada a un lado.

Un horror indescriptible se apoder de todos cuando Vanessa Warrington se incorpor... y sali del atad.

IV

El doctor Clive Lanyon se enjug el sudor de su frente cuando tom la toalla y sec sus manos, encaminndose luego a recoger su chaqueta, colgada de un perchero de aquel lbrego saln de la Morgue.

Lo siento, seor Warrington dijo pesadamente. Ahora ya no hay otro remedio. Tengo que proceder a la autopsia, nos guste o no.

Por qu, doctor? se quej amargamente el to de Vanessa, que acababa de ponerse en pie, yendo con rapidez hacia el mdico desde el largo banco de desnuda madera, que corra paralelo a las mesas de mrmol de aquella ttrica cmara de muros de piedra y luz de gas.

Usted lo sabe muy bien, como lo sabemos todos. Se intent evitar algo tan poco agradable para todos, pensando que era un caso claro de suicidio mediante un txico vegetal de difcil adquisicin en Inglaterra. Pero despus de lo sucedido esta tarde en el cementerio, no hay otro remedio. Creo que usted lo entender muy bien.

Slo entiendo que el escndalo va a salpicar ahora a todos los Warrington. Si al suicidio unimos el suceso del cementerio de Brompton...

Eso no creo que se difunda demasiado. El reverendo Ridgeway no piensa hablar con nadie, salvo con la polica. En cuanto a m, ocurre igual. Aceptar mis responsabilidades mdicas y penales como autor del certificado de defuncin por muerte natural, sabiendo que era un suicidio. Los sepultureros no creo que anden por ah contando nada a nadie, y la polica ha prometido total discrecin, gracias a la amistad de la familia con el superintendente McGavin de Scotland Yard.

Pero qu ganaremos con la autopsia? Est muerta mi sobrina o no? Esa es la autntica cuestin, doctor.

Mire, lo sucedido hoy antes de la inhumacin no tiene el menor sentido declar sin rodeos el mdico, limpiando con cierto nerviosismo los cristales de sus lentes de pinza con un pauelo. Sabemos que Vanessa estaba muerta.

Pero resucit en pleno cementerio.

Ya lo s. Eso es lo que no tiene sentido, seor Warrington.

Ralph ha expuesto una teora sobre eso, recuerde: catalepsia.

No podemos estar seguros de eso. La catalepsia es una enfermedad, no tan frecuente como los escritores tremendistas pretenden. Pero su sobrina no falleci de aparente enfermedad o colapso, sino envenenada. El veneno mata a cualquiera, catalptico o no. No hay razn alguna para que ella saliera del atad en ese momento.

Pero sali.

Diablos, ya s se irrit el mdico, soltando un resoplido. Por eso no quiero correr ms riesgos. Sera monstruoso haberla vuelto a meter en ese fretro cuando, tras caminar unos pasos ante el horror de todos nosotros, nos mir con aquellos ojos suyos, tan insondables que parecan reflejar todas las sombras del Ms All, y grit de nuevo, dirigindose con los brazos abiertos hacia ese joven, Ralph Taylor. Entonces, cay de bruces. Y no se levant ms. Estaba muerta, seor Warrington.

Tambin pareca estar muerta antes, no es cierto?

S, s. Por eso ahora reposa aqu, en la propia Morgue, esperando a que esta madrugada le hagamos la autopsia y salgamos de dudas.

La autopsia... Si estuviese realmente viva... la diseccin la matara, no?

Por el amor de Dios, amigo mo, ella no est viva. El fenmeno ocurrido en el cementerio es inexplicable, pero ella no poda vivir ni antes ni despus de suceder aquello. Djeme que esta noche salgamos de dudas, mi querido amigo, se lo ruego. Cuando den las cinco de la maana, ella llevar muerta treinta y seis horas. No hay catalepsia que dure tanto. Clnicamente, sera imposible.

Y clnicamente... no es imposible que una difunta salga del atad y camine, que grite... e incluso que pronuncie el nombre de su novio, como todos pudimos or claramente de sus labios, antes de caer definitivamente?

El doctor Lanyon inclin la cabeza, con un suspiro, ajustndose de nuevo los lentes a su corva nariz, enrojecida por su aficin al buen brandy y al mejor oporto. Se encogi de hombros por fin, moviendo la cabeza desalentado.

S, admito que s dijo con tono cansado. Pero no puedo hacer otra cosa, amigo Warrington. No s qu hacer... ni s lo que sucedi. Tal vez esta misma maana tengamos la respuesta...

Y dirigi una mirada triste, profundamente ensombrecida y perpleja, a la puerta cerrada tras la cual, en una mesa de mrmol, reposaba el cadver de Vanessa Warrington, a la espera de la autopsia que tendra lugar esa madrugada en la sombra Morgue de la ciudad de Londres.

V

Sheila Warrington tom un sorbo de la copa de oporto. Se ech atrs su cabello rojo como el de su hermana Vanessa, pero menos oscuro, y clav los ojos pardos, rasgados, inteligentes y vivaces, en el hombre que la haca compaa en esos momentos en el gabinete de la casa de Mayfair, extraamente silenciosa y lgubre ahora.

Cmo te sientes, Ralph? quiso saber la muchacha solcitamente.

Mal suspir Taylor, Pero algo mejor que antes, Sheila.

Yo tampoco me encuentro muy bien. Ese oporto me ha dado algn nimo.

No fes demasiado en la ayuda del alcohol sonri tristemente el joven oficial de lanceros, dirigindole una mirada afectuosa. Es mal amigo a la larga, te lo aseguro.

S, lo supongo suspir ella, movindose incmoda en su butaca, frente al fuego que chisporroteaba en la chimenea. Dirigi una ojeada al reloj de pared, que marcaba las tres y algunos minutos de la madrugada. Es una lenta espera, Ralph.

Muy lenta, s.

Crees que debemos permanecer levantados, despiertos, esperando... lo que sea? El doctor aconsej lo contrario y pudo habernos administrado unos sedantes...

Prefiero esperar despierto rechaz Taylor. Es mejor as. S que no podra dormir ni con sedantes, Sheila.

Lo creo se estremeci ella. Ha sido todo tan extrao, tan terrible...

Terrible? No s... Por un momento pens que ella volva a la vida, que mis pesadillas durante el viaje, y sus propios temores expresados en una carta, eran verdaderos. Luego, cuando la vi caer, antes de poder abrazarme, pronunciando mi nombre por ltima vez, con aquella desesperacin infinita en su mirada... sent ms dolor que nunca. Y un horror difcil de explicar.

Horror, a qu, Ralph?

No lo s. Eso es lo peor. No s qu pudo causarme aquel repentino pnico. Su aparente resurreccin, no. Era algo que casi presenta, algo que me hizo insistir en levantar aquella tapa contra la voluntad general. Pero sus ojos... Es como si hubiera querido decirme algo. Algo demasiado horrible para ser imaginado. Algo que, quiz, tenga su razn de ser fuera de este mundo, en las fras tinieblas de la Muerte de las que ella vena...

Baj la cabeza con desaliento. Sheila alarg una mano y la puso cariosamente en la rodilla de Taylor. Le presion suave, alentndole:

Sernate, Ralph. Despus de todo, conseguiste lo que nunca hubieras imaginado: despedirte de ella... en vida.

En vida? Taylor enarc las cejas. Eso era vida... o un remedo extrao de la misma? Es lo que me tortura ahora, Sheila. Algo que no puedo entender. El doctor tiene razn. Si se envenen, la catalepsia no tiene nada que ver en la cuestin. Era una muerte real la suya. Y sin embargo...

Sin embargo, sali del atad y fue hacia ti. La omos gritar, vimos su mirada... que pareca querer aferrarse a esta vida. Dios mo, Ralph, todo es inexplicable. El doctor Lanyon no entiende nada, el reverendo Ridgeway lo atribuye a poderes malignos, y el superintendente McGavin no sabe qu pensar.Y mientras tanto, en una fra losa del depsito de cadveres, Vanessa espera a ser diseccionada en una autopsia... murmur Ralph ocultando el rostro entre ambas manos.

As es de nuevo mir Sheila el reloj. Si a las cinco de esta madrugada no ha habido reaccin alguna, significar que est realmente muerta. El doctor espera obtener una respuesta al fenmeno a travs de la autopsia. Qu respuesta puede ser sa, Ralph?

No lo s confes l. No s nada de nada...

Sheila le puso nuevamente una copa de oporto, abstenindose ella de tomar otra, y luego se puso en pie.

Voy a preparar un poco de caf dijo con espontaneidad, Ambos lo necesitamos.

La joven hermana abandon el gabinete. Ralph, con su mirada fija en los leos que ardan en el hogar, permaneci quieto, silencioso, como sumido en un trance hipntico, sin saber realmente si estaba despierto o si las pesadillas iniciadas durante su viaje martimo continuaban ms obsesivas e incomprensibles que nunca. El negro gato de los Warrington se restreg, perezoso, en sus piernas.

La madrugada fue transcurriendo, lenta e interminable. Fuera de la casa de los Warrington segua lloviendo, y la niebla era tan densa que apenas si se distingua la luz de las farolas de gas a veinte yardas de distancia. De vez en cuando, un carruaje de caballos rodaba por el empedrado. Otras veces, algn moderno automvil a motor trepidaba por las calles desiertas, perdindose en la distancia. El gato, por fin, se alej, ronroneante.

A las seis y media, el superintendente McGavin, de Scotland Yard, llamaba a la puerta de la casa. Le abri el propio Ralph, despeinado, ojeroso y plido, con expresin ansiosa.

Ah, es usted? Pregunt, desilusionado, al reconocer al visitante que esperaba en los escalones de acceso, empapado por la lluvia. Pase, superintendente. Aguardbamos al doctor Lanyon, con noticias de la autopsia...

Lo s carraspe el polica, despojndose de su gabn mojado y de su sombrero hongo, que colg del perchero del vestbulo. Se atus sus rojizos bigotes de escocs de pura cepa con un carraspeo, Puedo entrar, seor Taylor?

Por supuesto. Pase a ese gabinete. La seorita Warrington y yo estamos esperando noticias, tomando caf. Desea una taza?

S, por favor. Hace un fro y una humedad de mil demonios esta maana. .

Entr en el gabinete, haciendo una corts inclinacin de cabeza a Sheila Warrington, que le sonri tambin por cortesa.

En realidad vena a ver al seor Warrington dijo el polica, sentndose ante el fuego y calentando sus manos. Duerme acaso?

Todos duermen, gracias a los sedantes del doctor Lanyon asinti Ralph, Pero si es importante, puedo llamarle de inmediato...

No, no, djelo ahora le interrumpi el superintendente, alzando la mano. Despus de todo, creo que usted y la seorita Warrington deben ser los ms interesados en conocer el resultado de la autopsia del cuerpo de Vanessa Warrington...

Es que usted lo sabe ya, superintendente? pregunt Ralph con viveza, volvindose hacia el hombre de Scotland Yard.

Bueno, no puede decirse que lo sepa resopl McGavin. Me temo que ya nadie lo sepa jams, a menos que...

A menos... qu? pregunt Ralph, repentinamente tenso. Termine de una vez, superintendente, se lo ruego. Advierto algo extrao e inquietante en sus palabras...

Es lgico, amigo mo suspir el polica. Me siento mucho ms inquieto y preocupado de cuanto puedan suponer, Hace pocos minutos me he enterado de que el cadver de Vanessa Warrington... ha desaparecido de la Morgue.

Desaparecido? repitieron a do, con repentino horror, ambos jvenes.

Eso dije: desaparecido. Sin dejar rastro.

Dios mo! Cmo pudo ocurrir? Musit Taylor. Qu dice el doctor Lanyon a eso?

El doctor no puede decir nada ya, seor Taylor: est muerto.

Muerto!

Asesinado, para ms detalles... Alguien le destroz la garganta con terrible furia, hasta causarle la muerte. Ha sido hallado en un enorme charco de sangre, con la nuez y la trquea reventadas, justamente al lado de la losa de mrmol donde reposaba el cuerpo de su prometida esperando la autopsia...

PRIMERA PARTE

Enero, 1919

CAPITULO PRIMERO

Feliz 1919!

Feliz Ao Nuevo a todos!

Estall el burbujeo alegre del champn, mientras los tapones se disparaban al aire, como si esos inofensivos, incruentos proyectiles, vomitados por chispeantes bocas de can talladas en vidrio, fuesen la rbrica final a todo un perodo en el que los disparos haban sido mucho ms crueles y mortferos.

Ya nadie pareca acordarse de que, solamente cincuenta das atrs, an tableteaban las ametralladoras y rugan las autnticas piezas de artillera en los frentes de Europa. Ya nadie daba la impresin de pensar en que, haca escasas semanas, el horror y la muerte dominaban los campos de batalla europeos, sembrando de bajas ambos bandos en lucha, a los acordes de la Madetn o de Lili Marln, cuando no del tradicional y britnico Typerrary.

La guerra, con sus espantos, quedaba atrs. Era la paz tras el armisticio. Y tal vez la mejor manera de celebrar esa paz, era decirle alegremente adis al ltimo ao de contienda blica, al ya fenecido 1918. Quiz por eso, una multitud se apiaba en Trafalgar Square o en Piccadilly, esa noche del treinta y uno de diciembre, para saludar con jolgorio y renovadas esperanzas esperanzas siempre ensombrecidas por los negros nubarrones que supone todo perodo de posguerra, al flamante y recin nacido ao 1919.

Todava en muchas reuniones de Londres, los fracs o smokings alternaban con el caqui de los uniformes militares. Muchos hombres, jvenes y no tan jvenes, lucan sus medallas al pecho, o la huella irreparable de sus mutilaciones, vistiendo con orgullo las ropas de oficial o de jefe que llevaran en campaa en das mucho menos felices para todos.

La recepcin de fin de ao de los Hardfield no era una excepcin.

Y el mayor Ralph Taylor, del Arma de Caballera del Ejrcito de Su Majestad, tampoco poda serlo en semejante noche, en semejante fecha. Hubiera considerado una traicin a tanto compaero muerto en el campo de batalla a su lado, durante aquellos infernales meses de lucha final en Francia y Blgica, olvidarse del uniforme en esa noche que era como el prtico a un maana ms esperanzador para todos. A algunos, en su lecho de muerte de un hospital de campaa, o en el fango de las trincheras batidas por los caones enemigos, haba prometido celebrar el nuevo ao en Londres, en una noche as, si lograba terminar con vida aquella guerra, brindando con una copa de champaa por tanto camarada desaparecido para siempre, y sepultado en las campias francesas o belgas.

Y as lo estaba haciendo en este momento.

Alz su copa, burbujeante y dorada, en un gesto de instintiva seriedad y ceremonia sencilla y humana. Musit entre dientes:

Por Inglaterra. Por vosotros, los que ya no podis estar aqu ni estaris jams. Por todos. Por ti tambin, Sheila...

Y las copas de ambos chocaron con un musical tintineo cristalino. Se miraron a los ojos. Bebieron. En el pecho del mayor, brillaba a la luz de las lmparas el metal de las condecoraciones ganadas con valor y sacrificio. En sus ojos, slo haba el brillo de la emocin y del recuerdo. Quiz, tambin, la alegra del retorno.

Querido... susurr Sheila, al dejar su copa vaca sobre la mesa. Feliz Ao Nuevo...

Feliz ao, amor mo respondi Ralph.

Se inclinaron el uno hacia el otro. Se besaron. Largamente. Silenciosamente. Emotivamente.

Bravo por la bella y joven pareja! palmote alguien, mientras lanzaba la alegre exclamacin cerca de ellos. Despus, el palmoteo se hizo ovacin cerrada.

Ambos, sonrientes, se volvieron a cuantos les rodeaban. Lady Vivan Hartfield, la anfitriona, sonrea al frente de muchos de sus invitados, aplaudiendo el beso de ambos.

Me harn ruborizar ri de buen humor Sheila. Es que una mujer no puede desear un feliz ao a su marido?

Por supuesto, querida asinti risuea lady Hartfield. Pero no con un beso digno de John Gilbert o de Charles Farrell... (Famosos artistas de cine de la poca, especializados en papeles de galanes romnticos).

Qu es eso, lady Vivan? terci Ralph, Envidia o celos?

Ambas cosas, mi joven amigo dijo la dama, soltando una suave carcajada.

Eso de joven ya no reza demasiado conmigo suspir Taylor, sirviendo ms champaa en las copas. Vean mis canas. Pueblan ya en exceso mis patillas y mis sienes...

Canas prematuras dira yo opin sir Charles Hartfield, el dueo de la casa, interviniendo en la conversacin.An no has llegado siquiera a los cuarenta, muchacho. A eso le llamo yo ser un mozo todava. Y ya con el grado de mayor y todas esas medallas! Debes sentirte muy orgullosa de tu marido, Sheila.

Eso, por supuesto asinti la joven de cabellos color cobre oscuro, y profundos ojos jaspeados. Muy orgullosa, sir Charles. Y feliz por haber podido, al fin, disfrutar de una cierta luna de miel...

Qu mejor luna de miel que casarse en Pars y pasar la noche de bodas en Bruselas? coment irnica lady Vivian.

No me recuerde eso suspir Sheila. Cada vez que pienso en esos momentos, con Ralph en el hospital de campaa, recibiendo un permiso para casarse conmigo en Pars, y tomar luego aquel avin hasta Bruselas, en medio an del fuego enemigo... Si hubiramos esperado slo dos semanas, podramos habernos casado tras el armisticio, pero nos dimos demasiada prisa.

Hicisteis bien aprob sir Charles, Tal vez vuestra boda trajo suerte a todos, y hasta Alemania reconsider su postura y acept el armisticio.

Bueno, mirando as las cosas... Ralph sonri, encogiendo sus hombros. Pero no me gustara repetir la experiencia.

Ah, no? Le mir Sheila con divertido enfurruamiento. De modo que no volveras a casarte conmigo?

No, no dije eso, querida suspir el mayor Taylor jovialmente. Aluda a la experiencia del permiso, la boda precipitada en Pars, con el general Thompson como padrino de bodas y tu compaera de hospital, la enfermera Leclerc como madrina... y luego aquel horrible aeroplano rumbo a Bruselas, para incorporarme a mi nuevo puesto... Por suerte, en seguida termin la guerra y pudimos volver a Inglaterra, ya desmovilizado.

Vuestra vida ha sido una autntica novela, queridos terci ahora lady Spencer, siempre con su cabello intensamente blanco, sus largos vestidos negros de terciopelo y sus collares de perlas, apoyndose en aquel bastn con empuadura de plata. Encontraros ambos en aquel hospital de campaa de Francia, el uno como militar herido en combate, la otra como enfermera para los aliados... Y entonces, se dan ambos cuenta de que no slo son dos buenos amigos que han estado cartendose como tales durante toda la guerra, sino que sienten algo ms profundo el uno por el otro, y terminan casndose, enamorados como dos trtolos...

Dos trtolos de treinta y ocho y treinta y dos aos respectivamente replic riendo Sheila. No lo olvide, lady Spencer.

Oh, hijos, sois nicos para estropear el romanticismo de una bella historia de amor se quej la vieja dama con aire de reproche. Luego les dirigi su ms dulce sonrisa y aadi: Pero s que, en el fondo, no slo sois an muy jvenes para amar y ser amados, sino que os sents como dos muchachos que acaban de iniciarse a la vida adulta. Me consta. Se os ve en esa felicidad maravillosa que os asoma a ambos a los ojos, queridos mos...

Sheila y Ralph se miraron, mientras sentan. Sus ojos se encontraron. Brillaba en ellos el resplandor de su reciente y honda dicha por haberse dado cuenta de lo que sentan el uno por el otro, despus de tantos aos de conocerse, de ser amigos y camaradas antes y durante la guerra.

Es tal su felicidad que ya no parece haber existido nunca Vanessa Warrington, no es cierto?

Fue como si, de repente, un cuchillo helado hubiese cortado el calor emotivo de la escena, calando hondamente en los dos y helando la sonrisa en los labios de ella y de l.

Volvieron la cabeza con rapidez hacia el hombre cuya voz, suave y apacible, casi melosa, haba sonado para pronunciar, sin embargo, tan fras y malvolas palabras.

Se encontraron con un perfecto desconocido. Un hombre de aspecto agradable, aunque sus palabras desmintieran esa apariencia. Alto, esbelto, de facciones algo angulosas, ojos grises y risueos, de una rara fijeza, impecable frac, pero con el detalle algo anrquico de un chaleco de tejido negro y dorado, adamascado. Sus manos delgadas y sensitivas tomaban entre ambas una copa mediada de champaa, que alz, ampliando su sonrisa en esos momentos, al verse contemplado por la pareja.

Por ustedes, seores Taylor salud, corts.

Y tom un trago. El hielo pareca seguir flotando ahora en la atmsfera del saln de la residencia de los Hartfield en Regents Park. Era como si aquel desconocido, al hablar de tal modo, hubiese hecho aicos la cordialidad existente antes.

Perdone, pero no creo que nos hayan presentado nunca... dijo con sequedad Ralph, sujetando una mano de Sheila que, de sbito, se haba vuelto fra y temblorosa entre sus firmes dedos.

Oh, qu lamentable distraccin terci con vivacidad la anfitriona, dando unos pasos hacia el caballero de frac. Mi querido seor Derrick, le presento al matrimonio formado por Sheila y Ralph Taylor, unos excelentes amigos de esta casa. Queridos, este caballero es Maxwell Derrick, un importante hombre de negocios de esta ciudad, qu ha residido mucho tiempo en la India.

Podra decir que es un placer conocerle, si no hubiera sido porque su primera intervencin al dirigirse a nosotros ha sido ms bien infortunada, seor Derrick respondi framente Ralph con una leve inclinacin.

Ralph, por Dios... susurr Sheila, apretndole una mano. Y luego, con forzada sonrisa, que no lograba disipar su encanto y atractivo, se volvi al caballero Derrick para aadir: Mi esposo es muy impulsivo. Lo ha sido siempre. Pero debe disculparle. A ambos nos sorprendi la mencin del nombre de mi difunta hermana. Pero es lgico que, a pesar de su recuerdo, nos hayamos casado. Las personas siguen viviendo, seos Derrick, y no pueden permanecer toda su existencia esclavas de un recuerdo, por profundo que ste haya sido.

Por supuesto, por supuesto, seora Taylor Derrick se inclin ante ella, ms corts que nunca, dibujando una agradable sonrisa en sus labios sensuales. Disclpame si he pecado de torpe y de inoportuno. Pero alguien me cont la historia de su hermana y me vino a la mente al verles, eso fue todo. Perdonado?

Perdonado asinti Sheila, con encantadora sencillez.

S, por qu no? Ralph se encogi de hombros, todava hostil. Nosotros no negamos nada del pasado ni renunciamos a l, seor Derrick. Forma parte de nuestras vidas. Pero no deja de ser solamente eso: el pasado.

Desde luego mir en derredor. Por cierto, me dijeron que vera a sus familiares, la familia Warrington, en esta fiesta, seora Taylor...

Difcilmente podr hacerlo. Estn en Pars ahora, y salen un da de estos hacia Italia. Un viaje que durar algunas semanas. Mi primo Leslie tal vez vuelva antes, pero no es seguro. Acaso tiene negocios con ellos?

No, seora. Pero deseaba hablar con su familia para adquirir ciertas cosas que creo que estn dispuestas a subastar...

Sheila se puso algo rgida. Taylor entorn los ojos, pensativo, estudiando a Maxwell Derrick con creciente antagonismo. De nuevo cometa un error imperdonable, que no poda saber si era intencionado o fruto de una inexplicable torpeza en hombre con apariencia de ser culto y refinado.

Todo Londres saba que los Warrington pasaban una mala poca y haban puesto ciertos bienes suyos a la venta en pblica subasta, pero no era esta forma de referirse a ello.

Lady Hartfield terci muy oportuna en la situacin, acaso intuyendo que la rplica del mayor Taylor en esta ocasin poda ser mucho ms dura que antes.

Por favor, seor Derrick, nada de hablar de negocios en una noche como sta protest, colgndose del brazo del caballero del chaleco negro y oro. Vamos, me debe un baile, recuerde. Y la orquesta est iniciando ahora mismo un vals, que es mi msica favorita...

Ser un honor bailar con usted, lady Vivian dijo galantemente Derrick, con su mejor sonrisa, iniciando la marcha hacia la cercana sala destinada al baile. Antes, se volvi hacia los Taylor e hizo una reverencia leve con su cabeza y hombros. Ha sido un autntico placer, seores. Mayor... siempre a su disposicin para cuanto gusten. Seora Taylor, a sus pies.

Se alej con andares arrogantes hacia el saln. Ambos le siguieron con mirada pensativa, nada amable. Sir Charles carraspe, echando champaa en sus copas.

Un tipo tan elegante y distinguido como inoportuno en todos sus comentarios juzg, meneando la cabeza. A veces no s si lo hace a propsito, la verdad.

Quin es l, exactamente? quiso saber Ralph, con un brillo en sus pupilas.

Ya se lo dijo mi esposa: un hombre de negocios. Parece muy rico. Lleg recientemente de la India, segn parece, donde se dedic a la exportacin de especias y de t con Gran Bretaa. Es posible que ahora reanude ese negocio aqu como importador, no s.

Es curioso. Yo tambin pensaba dedicarme a ese negocio, ahora que la guerra ha terminado y hay que pensar en establecerse de alguna manera dijo Ralph, meditativo, Sabe en qu parte de la India estuvo ese hombre?

Creo que en el Norte, en Bengala, pero no estoy seguro. Tiene un modo raro de mirar, no es cierto? Demasiado fijo, dira yo. Parece estar intentando leer los pensamientos de uno. No me gusta la gente as.

Yo dira ms dijo lentamente Sheila. Parece estar desnudando a una mujer cuando la mira...

Ralph not el leve estremecimiento de Sheila al hacer ese comentario. Pero un momento ms tarde, todo lo referente al caballero Derrick estaba olvidado, y ambos bailaban a los acordes de un vals, entre decenas de alegres parejas.

Cuando terminaron de bailar, el hombre de los comentarios inoportunos no apareca por parte alguna, y lady Vivian haba formado un amplio y nutrido corro de personas en otro saloncito anexo, cuyo motivo desconocan los Taylor.

Eh, mis queridos amigos, vengan aqu! pidi. Tenemos entre nuestros invitados a una persona muy especial, que seguramente har sus delicias, como las de todos mis invitados... Vengan en seguida, se lo ruego. Van a pasarlo muy bien con la seora Leighton, palabra.

Vamos all suspir Ralph, sonriendo a su esposa. Me temo que no podamos escapar de nuevo a la tremenda e irresistible lady Vivian, con sus caprichos de nia malcriada. A ver cul es la novedad...

Se reunieron con el corro de curiosos, viendo en medio del mismo a una dama acomodada en una butaca de alto respaldo, sujetando entre sus manos la de uno de los invitados. Pareca profundamente abstrada, examinando la palma de esa mano.

Oh, no susurr Sheila. Una quiromante...

Me aburren estas adivinas que no aciertan nada, salvo lo rutinario se quej Ralph entre dientes. Si pudiramos excusarnos...

No era tan fcil eso, ni mucho menos, estando lady Vivan Hartfield por medio. Tom a Ralph por un brazo y tir de l, arrancndole a viva fuerza de la proximidad de Sheila.

Venga, venga, mayor. La seora Leighton es un prodigio leyendo el destino de las personas en las rayas de su mano, se lo aseguro. Lo va a comprobar por s mismo... Mi querida seora Leighton, quiere por ltimo leerle la mano a este aguerrido y guapo oficial de nuestro triunfante ejrcito?

Ser un placer asinti la dama, soltando la mano del otro invitado, que pareca perplejo por el acierto de la adivina, para tomar entre las suyas la de Ralph.

Este observ a la mujer en cuestin. Aunque llevaba un vestido gris oscuro, de raso, bastante discreto, y un collar de mbar en torno a su largo cuello, no crea que fuese una dama de buena posicin social. Haba algo vulgar en su rostro redondo, en los dedos cortos de sus manos nada refinadas, y un peinado poco distinguido en su cabello canoso. Sin embargo, sus ojos eran grandes, oscuros y profundos, y parecan poseer cierto magnetismo al mirar.

Contempl la palma de la mano de Ralph, mientras ste sonrea, guiando un ojo a la risuea Sheila, mezclada entre el grupo de los dems curiosos.

Veo en su mano cosas en principio interesantes, mayor dijo con parsimonia la tal seora Leighton, como si estuviese de veras muy concentrada en su tarea. Cosas que hablan de un hombre valeroso, obstinado e inteligente, que rara vez se da por vencido en algo.

Pura rutina, pens Taylor, divertido a su pesar. Eso le dir a todos.

La seora Leighton prosegua, fijos sus ojos en la mano de Ralph:

Ha estado en tierras lejanas varias veces, y siempre por motivos de armas. Es un hombre de convicciones profundas, salud admirable y vida azarosa. En cuanto a su futuro, yo...

La mujer se detuvo. Ralph not que crispaba sus manos, apretndole con rara fuerza la suya. Not una sacudida en ella, como si la seora Leighton hubiera sufrido un espasmo violento.

Y bien? Ia apremi lady Vivian. Prosiga querida, estamos sobre ascuas!

Dios mo... jade la mujer, levantando los ojos hacia Taylor.

Este arrug el ceo. La mujer estaba plida. Los ojos oscuros tenan un brillo extrao, inquietante. Pareca muy agitada.

Supongo que est haciendo teatro para darle mayor valor a su pantomima, reflexion Ralph, indiferente, pero aadi, ahora en voz alta:

Adelante, seora Leighton. Tan horrible es lo que ve en mi mano?

Mucho... Mucho, seor... jade ella, con voz ronca, volviendo a mirar la mano del mayor como hipnotizada. Veo... veo ah la sombra negra de... de la Muerte.

La Muerte? lady Vivian pareca realmente impresionada.

S... Veo alguien que est muerto... y que sin embargo, le ama. Le ama a usted despus de muerta... Una mujer... una mujer hermosa... de cabellos color de fuego...

Qu? Esta vez era Ralph mismo quien lanzaba una imprecacin, mirando con una mezcla de asombro y de sobresalto a la mujer, para luego cambiar una mirada con Sheila que, de repente, tambin se haba demudado, Qu es lo que dice, seora?

La Muerte... est junto a usted. Puedo verla... Forma parte de su existencia... Es horrible... Est aqu, a su lado. Le sigue... Dios mo, veo en su mano, mayor, que alguien volver de la tumba para reprocharle que haya olvidado tan pronto...! Lo dems es... no, no! Lo dems es demasiado espantoso para contarlo, lo siento!

Solt la mano de Ralph como si sta quemase. Se incorpor precipitadamente, derribando su copa de champaa, que se hizo aicos en el suelo, tom un chal de cachemira que tena sobre el respaldo de la butaca, se disculp torpemente con todos los presentes y, abrindose paso entre el asombrado corro de gente, sali disparada hacia la salida de la mansin.

Fue tal el estupor de todos, que durante unos segundos nadie reaccion. Todas las miradas estaban fijas ahora en Ralph. Este, confuso, se contempl su propia mano, extendida y rgida, sin ver otra cosa que surcos marcados en su piel, rayas que nada le decan.

Sheila estaba plida como una difunta, los ojos hermosos clavados en su marido, con una especie de helado estupor.

Jess...! Murmur lady Vivian, saliendo de su pasmo, Qu cosas dijo esa mujer! Yo que usted, mayor, no le hara demasiado caso. Creo... creo que no debimos jugar a esto, la verdad.

Quin es esa mujer, lady Vivian? respondi Ralph con una pregunta.

La seora Leighton. Sybil Leighton...

S, ya s. Pero quin es, exactamente? De qu la conoce?

Pues si he de decirle la verdad, lo ignoro. Estaba aqu esta noche, al parecer invitada por m o por mi esposo. O quiz no. Quin sabe, en noches as, quin entra y quin sale, quin es conocido y quin no? He visto un montn de caras desconocidas por ah. Hay gente que viene con amigos suyos y me los presenta, pero acabo por no recordar quin trajo a quin confes con su eterno aire de despistada la duea de la casa.

Ya Ralph se abri paso entre los circundantes con repentina energa. Permtanme, por favor...

Ralph, adnde vas? quiso saber su esposa, alarmada.

Es slo un momento, Sheila se excus l. Voy a la puerta, nada ms...

Cruz dos salones, llegando al vestbulo. La puerta estaba todava entreabierta, sin duda tal como la haba dejado la seora Leighton al abandonar la casa. Sali rpido a la calle.

Regents Park apareca enfrente, con su oscuridad en la noche de niebla y fro de aquel 31 de diciembre de 1918. Las farolas brillaban mortecinas en la bruma. Mir a uno y otro lado. Un automvil se alejaba en la distancia, pero no poda saber si era un taxi y la seora Leighton iba en l, o la dama se haba alejado por su propio pie del lugar. No vio el menor rastro de ella, pese a que se acerc hasta la esquina.

Regres lentamente, con gesto ceudo, a la fiesta de fin de ao. Sheila le esperaba en el vestbulo, con una sombra en su rostro.

La has encontrado? pregunt.

No neg l, contrariado. Ni el menor rastro de ella.

Djalo la joven le tom del brazo, llevndole hacia el interior de la mansin llena de luces, de gente, de ruido, voces y msica. Esa clase de personas siempre hacen cosas as. Forma parte del espectculo. Les gusta inquietar a los dems. En el fondo, creo que no dicen ms que mentiras y tonteras.

Ralph no respondi. Llegaron a la salita donde la quiromante leyera las manos a los invitados. Ya no haba nadie en el lugar donde tuvo lugar la sesin de adivinacin del porvenir. Lady Vivian tal vez estara buscando otras diversiones.

Creo que nos vamos a casa, Sheila dijo brevemente Ralph, tras una vacilacin.

S, querido, como quieras asinti ella, aparentemente tan desganada como l de continuar all, disfrutando de los festejos del nuevo ao 1919.

CAPITULO II

Sigue lloviendo?

No. Ahora es nieve y no agua lo que cae. No cuaja por la humedad, pero los copos caen con mayor intensidad cada vez suspir Ralph Taylor, apartndose de la ventana y volviendo a la butaca situada frente al alegre fuego de la chimenea, donde Sheila hojeaba el Times de aquel da, una vez terminadas las tareas habituales de la casa.

Enero va a ser un mes muy fro, al parecer juzg la joven, moviendo la cabeza con cierto pesimismo.

Los inviernos en Londres siempre acostumbran a serlo coment Ralph, sentndose con cierta apata, la mirada distrada, perdida en un punto indefinido de la habitacin. Pero resultaban mucho peores en el frente.

No me lo recuerdes suspir ella. An est fresco en mi memoria el anterior, en un horrible hospital de campaa, mientras los bombardeos enemigos hacan temblar el suelo y agitaban las lmparas de petrleo y de carburo en el interior. Fue algo horrible, Ralph.

Todo aquello lo fue. Por fortuna, ya queda lejos, aunque haga tan poco tiempo que termin. Fue como una pesadilla. A veces todava sueo con aquellos horrores, y me despierto asustado, hasta comprender que slo ha sido eso, un simple sueo.

No me hables de sueos ella dej un momento el Times, mirndole con un gesto de repentina angustia. Anoche... anoche so con ella.

Con ella? se extra Ralph.

S. Con Vanessa.

Vanessa... se estremeci Ralph, Dios mo.

Supongo que es natural, despus de lo que sucedi la semana pasada en aquella fiesta de fin de ao en casa de los Hartfield.

S, eso es cierto. Yo no he soado, pero pienso mucho en ello, la verdad. Me pregunto si aquella mujer no se invent toda esa sarta de tremendismos...

Y cmo puso saber ciertas cosas para hablar del modo que lo hizo, Ralph? Ni t ni yo ignoramos que Vanessa muri amndote...

Eso es lo de menos, Sheila. Vanessa est muerta. Y nadie siente nada en el Ms All, imagino.

Lo sabemos nosotros, acaso? Tambin pensamos que Vanessa haba muerto inicialmente... y luego volvi a la vida en el cementerio. Despus, su cuerpo desapareci de la Morgue. Y el mdico forense fue asesinado. De eso hace casi diecisiete aos. Sin embargo, nunca se aclararon aquellos extraos hechos. Ni el cadver de mi hermana fue hallado jams, ni el asesino del doctor Lanyon tampoco.

Tampoco se aclar nunca qu sucedi exactamente en el depsito de cadveres aquella maana. Scotland Yard ha debido olvidar el asunto hace muchos aos, sin esclarecer nada en absoluto, Sheila. Yo sigo preguntndome qu misterio se encerr en todo ese extrao horror.

Acaso crees que yo no me lo he preguntado durante todo este tiempo? Musit ella, levantando los ojos del peridico y mirando tristemente a su marido. Pero he llegado a la conclusin de que es mejor olvidarlo todo, para no atormentarse en vano, querido.

S, en eso tienes razn.

No s si la tengo o no, Ralph dud la joven. Sobre todo, cuando suceden cosas como la de aquella quiromante en la fiesta de lady Vivian...

Ralph asinti pensativo, con su frente cubierta de profundos surcos de preocupacin. Sheila haba vuelto su atencin a las densas pginas del Times.

Te he dicho varias veces que me gustara poder localizar a esa mujer donde fuese, para hablar ms ampliamente con ella de esa cuestin de la lectura de mi mano y su supuesta clarividencia. No acabo de ver claro ese hecho, la verdad.

Sheila no respondi. Ralph tom el volumen de obras de Rudyard Kipling que tena junto a s en la mesita inmediata a la lmpara de pantalla roja y flecos dorados, enfrascndose tambin en su lectura.

De repente, pasados algunos minutos, una sbita exclamacin de Sheila, sobresalt al mayor. Levant ste los ojos, dejando caer el libro en sus rodillas.

Qu ocurre? quiso saber.

El anuncio que publica el Times en su seccin de espectculos... coment ella, con tono excitado. Creo que acabo de encontrar lo que buscabas...

A qu te refieres?

A Sybil Leighton, la mujer que lea las manos...

Qu dices? se interes vivamente Ralph, inclinndose hacia su joven esposa.

Toma. Creo que querrs verlo por ti mismo y le tendi el peridico, doblado por un determinado lugar de una pgina interior.

Taylor tom el diario y clav sus ojos en el recuadro que Sheila le sealaba. All pudo leer lo que tanto haba interesado a su mujer.

En el anuncio, con caracteres muy visibles, se poda leer:

Gran espectculo de circo y atracciones en Kings Road! Vea la maravilla de Las guilas voladoras, la magia del Gran Misterix, la gracia de las London girls junto a lo sorprendente de La Dama Barbuda, El Hrcules viviente y la gran adivina Lady Leighton, la dama de la quiromancia y la lectura del porvenir.

Todo ello en el gran Circo Universal, instalado en Kings Road, junto a Fullman Road, en Chelsea!

No falten. Funciones todas las tardes y noches.

Lady Leighton, la quiromante... repiti Ralph, dejando caer el peridico. Es ella, no hay duda...

Se puso en pie rpidamente. Sheila le mir, preocupada.

Qu vas a hacer? Es muy tarde ya, querido...

Taylor consult su reloj de bolsillo, comparndolo con el de la pared que emita en el living su pausado tictac. Mene la cabeza de un lado a otro.

No demasiado tarde replic. Slo son las ocho y media, Sheila. Tengo tiempo de ir a Chelsea y ver a esa mujer en el circo.

Corre tanta prisa?

Para m, s. Cuanto antes mejor, creme. Ya que hemos localizado dnde hallarla, es preferible salir pronto de dudas.

Qu clase de dudas, Ralph? le interrog ella, inquieta.

Ni siquiera lo s suspir l, caminando resueltamente hacia la salida.

Cuando cerr la puerta, Sheila se puso en pie, camin lentamente hacia la ventana, con una sombra de intensa preocupacin en su bello rostro, y contempl la lenta cada de la nieve sobre la calle mojada. En algunos rboles y zonas de csped de la zona, esa nieve empezaba a cuajar en blancos festones.

Minutos ms tarde, la puerta de la casa se cerraba al salir al exterior Ralph Taylor, envuelto en un oscuro gabn, con el sombrero tapando su cabeza. Se alej rpidamente bajo la luz de una farola, llamando a un taxi que pasaba por la calle desierta.

Sheila suspir, bajando la cortinilla y retirndose de nuevo a su asiento ante el fuego. Los ojos jaspeados reflejaban una rara y ensombrecida expresin que tal vez fuese miedo.

Miedo a algo que ni siquiera saba lo que poda ser. Pero que le asustaba involuntariamente.

* * *

Lo siento, seor. Lady Leighton no trabaja esta noche.

Ralph mir al empleado del Circo Universal con gesto decepcionado. Mir a las luces de la carpa, instalada en Chelsea, no lejos del ro, en las vecindades de Kings Road. Dentro del entoldado, eran perceptibles los acordes de la pegadiza msica de marchas circenses y el rumor de aplausos entusiastas.

Por qu? quiso saber el mayor.

Est algo indispuesta. Avis de que no vendra a trabajar y se quedaba en cama, eso es todo.

Es urgente lo que me trae Ralph puso en la mano del empleado de uniforme llamativamente rojo un billete de cinco guineas, que el hombre contempl sorprendido. No puede decirme dnde podra encontrarla ahora mismo?

Bueno, si es tan urgente... Ella vive cerca de aqu, junto al ro.

Dnde, exactamente? insisti Ralph.

En Flood Street, 22, frente al propio Embankment, no lejos del Botnico explic el hombre, embolsndose limpiamente el billete. Es un cuartucho barato, en una vieja casa. Un sitio poco adecuado para un caballero como usted, pero ya sabe cmo son los artistas. No ganan lo suficiente para ir a sitios mejores.

Cre que Sybil Leighton era toda una dama coment Ralph, subindose el cuello del gabn negro, ante el fro y hmedo cierzo que vena del ro, arrastrando contra su rostro torbellinos de nieve.

Una dama! el empleado solt una agria carcajada estruendosa. Vamos, vamos, no me haga rer! Eso es lo que finge en escena, con sus collares y trajes. Pero la pobre mujer es una de tantas de este msero mundo de las variedades y del circo, caballero.

Ralph asinti, mientras una ecuyre de blancas mallas era visible por una rendija del entoldado circense, dando vueltas a la pista puesta en pie sobre la silla de un caballo, entre los aplausos generosos de un pblico amable y bien dispuesto.

Se alej, en direccin al taxi que aguardaba, para darle la nueva direccin. El coche de alquiler rod por Chelsea, entre el ddalo de sus calles hmedas, en direccin al Tmesis que corra cerca de all, oscuro y sucio entre las brumas.

El nmero 22 de Flood Street result ser, tal y como advirtiera el empleado del circo, una vieja casa de mal aspecto, donde se anunciaba alquiler de habitaciones baratas. Taylor despidi al taxi y se encamin a la puerta encristalada del edificio, dispuesto a entrevistar por fin a la misteriosa adivina de la fiesta de los Hartfield.

Empuj la vidriera, encontrndose en un angosto y sombro vestbulo, con una puerta cerrada a su izquierda y una empinada escalera de madera frente a l, subiendo a las plantas superiores de la casa.

Puls el llamador de aquella puerta. Se entreabri sta, asomando una mujer canosa, despeinada y con aspecto desaseado. Le mir, entre inquisitiva y desconfiada, preguntando con voz ronca:

Qu busca usted aqu, seor?

A la seora Leighton dijo Ralph serenamente.

La del circo? Ia mujer canosa se encogi de hombros. Su aliento apestaba a ginebra barata. Suba. Primera planta, puerta primera a la derecha. Pero creo que hoy est enferma. Quiz borracha, como casi siempre. No s si le recibir, seor.

Gracias. Eso es asunto mo dijo Ralph, iniciando el ascenso de la escalera, que cruji sordamente bajo sus pies.

Se detuvo ante la puerta indicada por la mujer de abajo. La seora Leighton deba de ser muy confiada, pens Ralph, al ver la puerta entreabierta. Empuj suavemente, al tiempo que llamaba a media voz:

Seora Leighton, seora Leighton...!

No le respondi nadie. Taylor se adentr un poco ms, oteando el interior. Vio una luz rosada en alguna parte de la casa, un pequeo recibidor polvoriento, con viejos muebles y un paragero oxidado, y un pasillo angosto, donde se mezclaban el olor a naftalina y a chuletas de cerdo fritas. La combinacin de ambos resultaba insufrible.

Volvi a llamar a la mujer sin resultado. Decidido, preguntndose si estara la quiromante ms enferma de lo que crean, se resolvi a entrar en el piso y buscarla.

La vivienda era pequea e incmoda, con un mobiliario deplorable y los papeles pintados de las paredes desprendindose en muchos sitios, a causa de la humedad y el descuido. Desde un soporte de madera, le mir hostilmente una lechuza disecada, con sus redondos ojos de vidrio. Sobre una mesa, haba una esfera de cristal de las utilizadas por las pitonisas para leer el porvenir. En un muro, colgaba un afiche de Lady Leighton, la Mujer que Conoce el Futuro, lleno de colorines y alegoras propias de su trabajo.

La luz rosada proceda de una lmpara de pie con pantalla de seda de ese color. Algo ms all, se abra la puerta a lo que, sin duda, era la alcoba de la ocupante de la casa, frente por frente a otra puerta que conduca a una sucia y pequea cocina.

Ralph asom al dormitorio tras llamar de nuevo a la mujer sin obtener respuesta.

Y se encontr con la horrible escena que menos poda haber imaginado.

La misma mujer que leyera su mano en la fiesta de los Hartfield, yaca en la cama, boca arriba. La colcha, de gastado raso, se haba deslizado casi toda ella hasta el suelo, sobre la rada alfombra. Parte de las sbanas dejaban tambin al desnudo el cuerpo flaco y huesudo de Sybil Leighton.

Yaca en su propia sangre, en una espantosa postura, forzada, crispadsima, tratando acaso de escapar a la muerte, con los ojos desorbitados por el pnico, la boca contrada, espumeante de sangre... y la garganta espantosamente destrozada, con las cuerdas vocales y la trquea reventadas, la carne y la piel colgando hecha sanguinolentos pingajos, en una carnicera escalofriante.

* * *

Taylor permaneci unos momentos petrificado, mudo de horror, incapaz de mover un solo msculo ante aquella escena propia de un terrorfico grand-guignol. Pero esta vez lady Leighton no finga ante un pblico. Estaba muerta, destrozada por algo o alguien que se haba ensaado de forma monstruosa en la infeliz.

Dios mo... susurr Ralph, sintiendo un repentino sudor helado empapando su piel. Se sujet a la pared, tambaleante. Igual... igual que mataron al doctor Lanyon...

Sinti nuseas, pese a cuantos horrores haba presenciado en dos guerras tan diferentes como la de la India y la recin terminada a escala mundial. Esto resultaba mil veces peor que enfrentarse a la muerte de camaradas suyos en las trincheras. Al lado de aquello, esto de ahora resultaba de una crueldad infinitamente peor.

Cruz la estancia, sin saber qu hacer, contemplando como fascinado aquel cuerpo sin vida, cuya sangre empapaba las sbanas, acartonndolas al secarse. Deba de llevar muerta al menos tres o cuatro horas, si no ms.

Mir por la nica ventana que tena el dormitorio, descubriendo solamente un estrecho y sucio patio al que asomaban las luces de algunas ventanas de la vecindad. En algn sitio, sonaba ruidosamente uno de aquellos gramfonos de cuerda que tanto gustaban ahora a la juventud.

Ralph retrocedi despacio, tras comprobar que all no haba nadie, ni la ventana se haba utilizado para salir del escenario del crimen. Fuese como fuese, el asesino de lady Leighton haba salido por la puerta, tal vez del mismo modo que entrase.

Abandon el piso, corriendo precipitadamente escaleras abajo. Sali a la calle, donde la niebla era cada vez ms densa, y la nieve segua cayendo formando gruesos copos que no llegaban a cuajar dada la humedad de aquel paraje inmediato al ro.

Se detuvo, tambaleante, en la esquina. Vislumbr a la claridad de una farola la silueta slida y alentadora de un policeman y corri hacia l agitadamente.

Por favor, agente rog. Venga conmigo. Se ha cometido un crimen aqu cerca...

El polica le contempl pensativo, comprobando que era un caballero y que no iba ebrio. Asinti, llevndose un silbato a la boca, que hizo sonar con estridencia.

En seguida, seor afirm con decisin. Gueme, por favor.

Ralph lo hizo, conducindole hacia la casa con larga zancada. Ya junto a ella, se par un momento en seco y mir la esquina inmediata, donde brillaba mortecina otra farola del alumbrado callejero. El policeman le mir, curioso, interpelndole:

Le ocurre algo, seor? Yo no veo nada...

No, no es aqu neg Ralph, con aire distrado. Es arriba, en un piso de esa casa...

Entonces, qu es lo que est mirando ahora tan atentamente, seor?

Nada, supongo... suspir Ralph, escudriando la bruma, No ha visto usted a nadie en esa esquina, agente?

Ver? No, a nadie. Por qu lo pregunta?

No s. Me pareci ver una mujer junto a la farola. Una mujer pelirroja, mirndonos a nosotros...

El polica arrug el ceo, recorriendo la calle con su mirada. Sacudi la cabellera negativamente.

No, seor, no veo a nadie. Ni antes tampoco vi a esa mujer que usted dice. Tal vez fue una mala pasada de esta niebla tan densa. Acostumbra a hacerle ver a uno cosas que no existen.

S, tal vez fuera as Ralph se estremeci, todava fijas sus pupilas en aquella esquina vaca. Tal vez...

Y entr en la vieja casa de Chelsea, seguido por el agente de la autoridad.

* * *

Diecisiete aos haban dejado su huella en el fornido superintendente McGavin. Ahora tena el cabello canoso, el bigote muy gris, y el rostro ms ajado y con aspecto de cansancio. Su modo de andar tampoco era ya tan firme, aunque segua mostrando la misma solidez de antao.

Otra vez usted, seor Taylor... y otra vez una muerte semejante a aqulla... resopl con un movimiento de cabeza resignado. Por qu diablos tiene que ocurrirme esto a m ahora? Slo me queda poco ms de un ao para jubilarme... y usted me trae de nuevo el recuerdo de un gran fracaso.

No creo que sea usted culpable de que aquel caso no se resolviera jams.

Quin, si no? Yo me encargu de su investigacin. Ahora est archivado en los asuntos sin resolver de Scotland Yard. Dios no quiera que el asesinato de esa adivina no siga igual camino...

Pero est de acuerdo conmigo en que la forma de matarla ha sido sorprendentemente parecida a la que se utiliz con el doctor Lanyon en el depsito de cadveres en 1902?

Parecida, no. Es idntica. Y en ambos casos est usted por medio de alguna forma. Eso no puede ser casual, seor Taylor.

S que no lo es Ralph apret con calor las manos ateridas de Sheila entre las suyas, antes de aadir: Mi esposa y yo estamos realmente asustados...

Lo creo. Dice que esa mujer le ley el porvenir en una fiesta?

As es.

Qu le dijo, exactamente, para que usted fuese a verla esta noche?

Cosas muy extraas, superintendente suspir Ralph. Mencion a la Muerte repetidas veces, como si la viese fsicamente, caminando a mi lado... Luego habl de... de un amor ms all de la tumba, de una mujer que segua amndome incluso despus de muerta.

Entiendo afirm el polica, cachazudo, dirigiendo una ojeada a la esposa del mayor, mientras llenaba de tabaco su vieja pipa de madera de cedro. En aquel entonces tambin hubo la desaparicin de un cadver. El cadver de una mujer...

S, el cadver de mi novia, Vanessa Warrington afirm Ralph, enrgico. Mi actual esposa es su hermana menor. Aquellos sucesos de entonces hicieron ms slida y firme nuestra amistad. Luego, nos encontramos en la guerra, en un hospital de campaa de Francia... y comprendimos que estbamos enamorado el uno del otro. Nos casamos poco antes del armisticio.

Ya. Y ustedes creen que esa adivina dijo la verdad al hablar de cosas tan truculentas?

No s qu pensar. Nos dej desorientados. Y muy inquietos, la verdad.

Es razonable. Usted entonces localiz a la tal lady Leighton y quiso saber por qu le cont todo eso, quin poda haber hablado con ella de aquel asunto, facilitndole los datos para hacer su nmero en plena fiesta...

As es confirm Sheila vivamente. Yo siempre he pensado que todas esas cosas tienen truco.

Sin duda lo tienen, seora corrobor el polica. Este crimen lo demuestra, es evidente. Alguien silenci a esa mujer para que no revelase la fuente de su informacin.

Pero por qu? Un truco as no justifica un asesinato...

Aparentemente, no. Por tanto, tena que haber algo de gran inters que ella poda revelarle a usted si hablaba con ella esta noche. Algo que una persona no quera que se supiera. Y la mat. Tiene alguna idea de quin pueda ser el culpable y los motivos que le guiaron para cometer tal infamia?

Cielos, cmo quiere que la tenga? Se lament Ralph. Estoy tan desconcertado como usted mismo. Esto no tiene ningn sentido.

En alguna parte que nosotros no podemos ver an, tiene que tener sentido, seor Taylor. Del mismo modo que la muerte del doctor Lanyon no tuvo tampoco sentido alguno aparente, ni tampoco la desaparicin del cuerpo de la seorita Warrington, hace ms de diecisis aos. De un modo u otro, esto de ahora tiene que relacionarse con aquello.

Eso es lo que me temo.

Bien, amigo mo, deje el asunto en manos de Scotland Yard suspir el polica, ponindose en pie tras encender su pipa. Les aconsejo que no se atormenten intilmente con todo ello. Tendr una solucin lgica, estoy seguro de ello.

Ojal sea as, superintendente musit Sheila. Es lo que ms deseara en este mundo.

La comprendo muy bien, seora Taylor sonri el hombre de Scotland Yard, inclinndose cortsmente ante la dama. Confen en m. Que fracasara entonces tan estrepitosamente no quiere decir que ahora se vaya a repetir la suerte...

Abandon la casa tras despedirse de Ralph en el vestbulo. El mayor regres al saloncito, donde Sheila permaneca en pie, sus hermosos ojos pardos clavados en el fuego de la chimenea. Ralph fue hasta sta y removi los leos con el atizador, lentamente. Al dejar la pieza metlica en su soporte, se acerc a ella y la rode los hombros con su brazo. Ella se apoy en su pecho, con un suspiro.

Tengo miedo, Ralph confes apagadamente.

Miedo? Por qu, querida?

No s... Las palabras de aquella mujer, su horrible muerte ahora...

No pienses en ello. Como dijo el superintendente, todo tendr su explicacin razonable al final.

T crees? Dud Sheila. No puedo dejar de pensar en todo esto. Me pregunto si...

Si... qu?

Si he sido enteramente leal al recuerdo de mi hermana...

Por el amor de Dios, Sheila, qu ests diciendo?

La verdad, querido confes ella, mirndole abiertamente al rostro. Era tu novia. Era mi hermana. Ahora, ambos somos marido y mujer. Y ella est muerta...

Exacto. Porque ella est muerta, no podemos vivir esclavos de su recuerdo, prisioneros de su sombra. Eso es una estupidez, una forma de daarnos que se le ocurri a Sybil Leighton, sin duda alguna.

Entonces, por qu la mataron? Gimi Sheila, Por qu ha muerto esa mujer del mismo modo que muri el doctor Lanyon antes de hacer la autopsia a Vanessa? Crees, realmente, que ella est muerta, Ralph? Y si lo est... puede haber otra vida ms all de la tumba?

Ests torturndote intilmente con ideas aberrantes, Sheila se irrit l, Vanessa tiene que estar muerta. Y los muertos no siguen atados a esta vida, eso no es posible.

Me gustara pensar como t, Ralph. Pero no puedo evitarlo. Tengo miedo... Miedo a Vanessa, por absurdo que parezca susurr ella, abandonando con lentitud la estancia, camino del dormitorio.

Ralph se qued solo en el saln. Su mirada, clavada en los leos chisporroteantes. Respir hondo, recordando el momento en que creyera ver en la niebla la silueta de una mujer junto a la casa donde haban matado a Sybil Leighton. Una mujer de cabellos rojos...

El polica no haba visto nada. Despus, tampoco l. Aquella aparente visin dur un par de segundos. Pudo ser una mujer cualquiera, incluso una ramera de Chelsea, parndose un instante bajo una farola, para escabullirse al ver a un polica cerca. O, como dijo ste, pudo ser todo una jugarreta de la propia niebla.

No le haba mencionado el incidente a Sheila. Ni siquiera estaba seguro de ello como para hacer alusin alguna. Pero ahora, tras ver lo asustada que estaba su mujer, se guardara mucho de mencionarlo alguna vez.

Se retir lentamente del hogar. Sigui a Sheila hacia el dormitorio.

Era ridculo, pens. Pero l tambin senta cierto miedo. Miedo a la sombra de una mujer a quien haba amado, y que muri diecisis aos atrs...

CAPITULO III

Siguieron unas semanas de absoluta calma para los Taylor.

En Scotland Yard no hacan grandes progresos en torno al misterio de la muerte de Sybil Leighton. El informe de la autopsia revelaba que la infortunada mujer haba muerto a causa de desgarros en su garganta, que le causaron una hemorragia irreparable, as como daos mortales de necesidad en trquea, nuez y cartida. No haba rastros de objeto metlico alguno en las heridas. Segn el forense, stas podan haber sido producidas por unas garras muy afiladas, como las de un animal salvaje de gran fuerza fsica. Un informe desconcertante, a juicio del superintendente McGavin, que pareca seguir tan desorientado como al principio.

Ralph Taylor y Vanessa se fueron a descansar unos das en las afueras de Londres, exactamente en Nottingham, para que ella olvidase un poco sus obsesiones de los ltimos das, y esa ausencia pareci sentar muy bien a la joven, que regres a Londres