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1 STEPHEN KING INSOMNIA

Stephen king insomnia

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  • 1. 1 STEPHEN KING INSOMNIA

2. 2 Para Tabby... y para Al Kooper, que conocen el campo de juego. Un tesoro sin defectos. NDICE Prlogo Mientras dan cuerda al reloj de la muerte(I).................3 Primera parte Mdicos calvos y bajitos ......................................... 14 Segunda parte La ciudad secreta ...............................................107 Tercera parte El Rey Carmes ...............................................174 3. 3 Eplogo Mientras dan cuerda al reloj de la muerte(II).............251 Prlogo MIENTRAS DAN CUERDA AL RELOJ DE LA MUERTE (I) La vejez es una isla rodeada de muerte. Juan Montalvo Siete tratados:la belleza 4. 4 Nadie, y menos el doctor Lichtfield, sali y dijo claramente a Ralph Roberts que su mujer iba a morir, pero lleg un momento en que l lo comprendi sin necesidad de que nadie se lo dijera. Los meses que mediaron entre marzo y junio fueron meses discordantes y ruidosos en 5. 5 su mente, una poca de conversaciones con los mdicos, de carreras nocturnas al hospital con Carolyn, de excursiones a otros hospitales de otros estados para someterla a pruebas especiales (Ralph pasaba gran parte de los viajes dando gracias a Dios por el hecho de que Carolyn contara con dos seguros mdicos), de investigaciones personales en la Biblioteca Pblica de Derry, primero en busca de respuestas que los especialistas pudieran haber pasado por alto, ms tarde tan slo para aferrarse a una esperanza, a lo que fuera. Durante aquellos meses, tuvo la sensacin de que lo arrastraban borracho por algn carnaval maligno en el que la gente subida en las atracciones gritaba de verdad, en el que las personas perdidas en el laberinto de espejos estaban realmente perdidas, en el que los moradores del Tnel del Terror lo miraban con falsas sonrisas en los labios y horror en los ojos. Ralph empez a ver aquellas cosas en mayo, y a comienzos de junio empez a comprender que los maestros de ceremonias que haba a lo largo de la calle mayor de la medicina no podan vender ms que remedios de curandero, y que la risuea musiquilla del tiovivo ya no poda ocultar el hecho de que la meloda que escupan los altavoces era la Marcha Fnebre. Era un carnaval, s seor; el carnaval de las almas perdidas. Ralph sigui negando aquellas terribles imgenes, e incluso la idea an ms terrible que acechaba tras ellas, durante las primeras semanas de verano de 1992, pero cuando junio dio paso a julio la tarea empez a resultarle imposible. La peor ola de calor que se registraba desde 1971 azot el centro de Maine, y Derry herva en un bao de sol brumoso, humedad y temperaturas que alcanzaban los treinta cinco grados. La ciudad, que no era precisamente una metrpolis en el mejor de los casos, se sumi en un profundo letargo, y en aquel ardiente silencio fue donde Ralph Roberts oy por primera vez el tictac del reloj de la muerte y comprendi que en la transicin del fresco verdor de junio a la quietud ardiente de julio, las escasas posibilidades de Carolyn haban desaparecido por completo. Iba a morir. Probablemente, no aquel verano, ya que los mdicos afirmaban tener todava algunos trucos en la manga, y Ralph no lo pona en duda, pero s en el otoo o invierno. Su compaera de toda la vida, la nica mujer a la que haba amado iba a morir. Intent desterrar la idea, reirse por ser un viejo estpido y morboso, pero en los jadeantes silencios de aquellos largos y calurosos das, Ralph oa aquel tictac por doquier... Incluso pareca sonar en las paredes. 6. 6 No obstante, el tictac ms claro proceda del interior de la propia Carolyn, y cuando volva su rostro plido y sereno hacia l, quizs para pedirle que encendiera la radio para poder escucharla mientras desvainaba algunas judas para la cena, o para preguntarle si poda pasar por la Manzana Roja y comprarle un polo, Ralph comprenda que ella tambin lo oa. Lo vea en sus ojos oscuros, al principio tan slo cuando estaba serena, pero ms tarde incluso cuando su mirada apareca vidriosa por los analgsicos que tomaba. Por entonces, el tictac se haba tornado muy intenso, y cuando yaca junto a ella en la cama en aquellas calurosas noches de verano, en las que incluso la sbana pareca pesar cinco kilos y daba la impresin que todos los perros de Derry estaban ladrando a la luna, Ralph lo escuchaba, escuchaba el reloj de la muerte que sonaba dentro de Carolyn, y le acometa la sensacin de que se le iba a quebrar el corazn de pena y terror. Durante cunto tiempo tendra que sufrir an antes de que llegara el fin? Durante cunto tiempo tendra que sufrir l? Y cmo iba a vivir sin ella? Fue durante aquel extrao y difcil perodo cuando Ralph tom por costumbre dar paseos cada vez ms largos durante las calurosas tardes de verano y los lentos atardeceres, paseos de los que en ocasiones regresaba demasiado cansado para comer. Siempre esperaba que Carolyn lo riera por aquellas salidas, que le dijera: Por qu no lo dejas, viejo estpido? Te matars si sigues caminando con este calor!. Pero Carolyn nunca deca palabra, y con el tiempo Ralph se dio cuenta de que ni siquiera se enteraba. S, saba que su marido sala. Pero no saba que recorra tantos kilmetros, ni que, con frecuencia, cuando volva a casa estaba temblando de agotamiento y al borde de la insolacin. Antao, a Ralph le haba parecido que Carolyn lo vea todo, que incluso se daba cuenta cuando se cambiaba la raya del pelo de sitio, aunque tan slo fuera un milmetro. Pero ya no era as; el tumor que le estaba destrozando el cerebro le haba arrebatado las dotes de observacin, al igual que muy pronto le arrebatara la vida. As pues, Ralph caminaba, disfrutando del calor pese a que a veces le daba vueltas la cabeza y le silbaban los odos, disfrutando de l sobre todo porque haca que le silbaran los odos; en ocasiones, los odos le silbaban con gran fuerza y la cabeza le lata durante horas con tal intensidad que no poda or el tictac del reloj de la muerte de Carolyn. Recorri gran parte de Derry aquel caluroso mes de julio, un anciano de hombros estrechos, cabello blanco ralo y manos grandes que an parecan capaces de trabajar duro. Camin de 7. 7 Witcham Street al erial de los Barrens, de Kansas Street a Neibolt Street, de Main Street al puente Kissing, pero con mayor frecuencia, sus pies lo llevaban hacia el oeste, a lo largo de Harris Avenue, donde la an hermosa y amadsima Carolyn Roberts estaba pasando el ltimo ao de su vida en una bruma de cefaleas y morfina, hacia la extensin de Harris Avenue y el aeropuerto comarcal de Derry. Caminaba por la extensin de Harris Avenue, una carretera desprovista de rboles y expuesta por completo al despiadado sol, hasta que sus piernas amenazaban con ceder, y entonces daba la vuelta. Con frecuencia se detena a recuperar el aliento en un sombreado merendero situado cerca de la entrada de servicio del aeropuerto. Por las noches, aquel lugar estaba lleno de adolescentes bebiendo y dndose el lote al son de la msica de rap que sala de los radiocasetes, pero de da era el dominio ms o menos exclusivo de un grupo que el amigo de Ralph, Bill McGovern, llamaba los Viejos Carcamales de Harris Avenue. Los Viejos Carcamales se reunan para jugar al ajedrez, al remigio o simplemente para charlar. Ralph conoca a muchos de ellos desde haca aos (de hecho, haba ido a la escuela primaria con Stan Eberly), y se senta a gusto con ellos..., siempre y cuando no se pusieran demasiado pesados. Casi ninguno de ellos lo haca. La mayora eran norteos de la vieja escuela, educados para creer que aquello de lo que un hombre decide no hablar es asunto suyo y slo suyo. Fue durante uno de aquellos paseos cuando se dio cuenta por primera vez de que algo le haba pasado a Ed Deepneau, uno de sus vecinos. Aquel da, Ralph haba recorrido un trecho de la extensin de Harris Avenue mucho ms largo que de costumbre, tal vez porque unos nubarrones cubran el sol y haba empezado a soplar una brisa fresca, aunque espordica. Ralph se hallaba sumido en una suerte de trance, sin pensar en nada, sin mirar nada salvo las polvorientas punteras de sus deportivos Converse, cuando el vuelo de United Airlines de las 4.45 pas sobre su cabeza, despertndolo de golpe con el estridente aullido de sus motores a reaccin. Ralph lo observ volar sobre las viejas vas del ferrocarril y la valla anticiclones que delimitaba los terrenos del aeropuerto, lo mir encararse hacia la pista y vio las nubecillas de humo azul que despidi cuando las ruedas tocaron tierra. Entonces mir el reloj, advirti que se estaba haciendo muy tarde y, con los ojos muy abiertos, contempl el tejado anaranjado del restaurante de carretera Howard Johnson's, situado a poca distancia. S, seor, haba 8. 8 estado en trance; haba recorrido ms de ocho kilmetros y perdido por completo la nocin del tiempo. El tiempo de Carolyn, mascull una voz en las profundidades de su cabeza. S, s; el tiempo de Carolyn. Ella estara en el piso, contando los minutos que faltaban hasta que pudiese tomarse otra Darvon Complex, y ah estaba l, en el extremo ms alejado del aeropuerto..., a medio camino de Newport, de hecho. Ralph volvi la vista al cielo y por primera vez advirti los nubarrones morados que se acumulaban sobre el aeropuerto. Aquellas nubes no significaban que fuera a llover, no con seguridad, an no, pero si acababa por llover, lo ms probable es que se viera sorprendido por la tormenta; no haba ningn lugar donde cobijarse entre el aeropuerto y el pequeo merendero situado junto a la pista 3, e incluso all no haba ms que una pequea y destartalada glorieta que siempre despeda un vago olor a cerveza. Ech otro vistazo al tejado anaranjado, se meti la mano en el bolsillo derecho y palp el pequeo fajo de billetes sujetos por la pinza de plata que Carolyn le haba regalado cuando cumpli los sesenta y cinco. Nada le impeda ir al restaurante Hojo's y llamar un taxi..., salvo tal vez el pensamiento de que el taxista lo mirara. Viejo estpido, diran quizs los ojos reflejados en el retrovisor. Viejo estpido, has caminao mucho ms de lo que te convena con el calor que hace. Si hubieras estao nadando, te habria ahogao. Ests paranoico, Ralph, le dijo aquella vocecilla interior, cuyo aire protector y algo condescendiente le record ahora a Bill McGovern. Bueno, tal vez s y tal vez no. En cualquier caso, se arriesgara a quedar empapado y volvera a casa a pie. Y si cae algo ms que lluvia? El verano pasado, en agosto, graniz de tal forma que rompi las ventanas de toda la parte oeste de la ciudad. -Pues que granice -sentenci-. Me importa un bledo. Ralph empez a retroceder lentamente hacia la ciudad por la cuneta de la carretera, y sus deportivos de bota levantaban nubecillas de polvo mientras andaba. Oy el retumbar de los primeros truenos al oeste, donde los nubarrones se estaban acumulando. Aunque cubierto por ellos, el sol no estaba dispuesto a rendirse sin luchar; flanque los nubarrones con bandas de oro brillante y sigui luciendo por entre las grietas que de vez en cuando se abran en las nubes, como el rayo fragmentado de un proyector gigantesco. Ralph 9. 9 se alegraba de su decisin de regresar a pie, pese al dolor que le atenazaba las piernas y las punzadas que perciba en la parte baja de la espalda. Al menos, una cosa es segura -pens-. Esta noche dormir. Dormir como un tronco, s seor. El flanco del aeropuerto, una gran extensin de hierba muerta de color marrn, con los oxidados rales del ferrocarril hundidos en ella como los restos de un naufragio, quedaba ahora a su izquierda. A lo lejos, ms all de la valla anticiclones, se vea el 747 de la United, del tamao ahora de un avin de juguete, dirigindose hacia la pequea terminal que compartan United y Delta. Ralph se fij en que otro vehculo, un coche en este caso, abandonaba la terminal general, situada en el extremo ms cercano del aeropuerto. Avanzaba por el alquitranado hacia la pequea entrada de servicio que daba a la extensin de Harris Avenue. En los ltimos tiempos, Ralph haba visto muchos vehculos ir y venir por aquella entrada; se hallaba tan slo a unos setenta metros del merendero en el que se reunan los Viejos Carcamales de Harris Avenue. Cuando el coche se acerc a la verja, Ralph lo identific como el oxidado Datsun de Ed y Helen Deepneau... e iba a toda velocidad. Ralph se detuvo en la cuneta, sin darse cuenta de que haba cerrado los puos en un ademn de angustia mientras el pequeo coche marrn se acercaba a la verja cerrada. Haca falta una tarjeta magntica para abrir la verja desde el exterior; en el interior, una clula fotoelctrica se encargaba de la tarea, pero estaba situada cerca de la verja, muy cerca, y a la velocidad que iba el Datsun... En el ltimo momento (o al menos eso le pareci a Ralph), el pequeo coche marrn fren hasta detenerse, mientras los neumticos levantaban nubes de polvo azul que recordaron a Ralph el 747 al aterrizar, y la verja empez a arrastrarse lentamente sobre la gua. Ralph relaj las manos. De la ventanilla del conductor surgi un brazo que empez a agitarse de arriba abajo, como si instara a la verja a darse prisa. Haba algo tan absurdo en aquel gesto que Ralph empez a sonrer. No obstante, la sonrisa muri en sus labios antes de tener la oportunidad de mostrar ni un solo diente. El viento segua refrescando desde el oeste, donde se vean los nubarrones, y transportaba a su paso los gritos del conductor del Datsun: 10. 10 -Maldito hijo de puta! Cabronazo! Lrgate, imbcil de mierda! Retrasado! Fuera, cretino! Qutate de enmedio, orangutn! -No puede ser Ed Deepneau -murmur Ralph para sus adentros al tiempo que se pona de nuevo en marcha sin darse cuenta-. No puede ser. Ed trabajaba como qumico en el instituto de investigacin Laboratorios Hawking, en Fresh Harbor, y era uno de los jvenes ms amables y civilizados que Ralph haba conocido en su vida. Tanto l como Carolyn queran tambin mucho a la esposa de Ed, Helen, y a su hijita, Natalie. Una visita de Natalie era una de las pocas cosas capaces de hacer olvidar a Carolyn sus cuitas, y Helen, que se percataba de ello, la llevaba a su casa con frecuencia. Ed jams se quejaba. Ralph saba que a algunos hombres no les habra hecho ni pizca de gracia que la parienta corriera a visitar a los carcamales de sus vecinos cada vez que el beb haca algo nuevo y encantador, mxime teniendo en cuenta que la abuelita en cuestin estaba visiblemente enferma. A Ralph le pareca que Ed sera incapaz de mandar a alguien a la porra sin pasarse despus toda la noche sin pegar ojo, pero... -Pero ser bobo este to? Muvete, maricn! Venga! Es que aparte de tonto eres sordo? Idiota! Pero, desde luego, pareca Ed. Incluso a doscientos o trescientos metros de distancia, pareca la voz de Ed. El conductor del Datsun pis el acelerador en punto muerto como un cro en un coche haciendo el fantasma en espera de que el semforo se ponga verde. En cuanto la verja se abri lo suficiente como para dejar pasar el Datsun, el coche se abalanz hacia delante, cruz la verja con el motor rugiendo y en ese momento, Ralph pudo ver bien al conductor. Estaba lo bastante cerca como para que no le cupiera ninguna duda. Era Ed, s seor. El Datsun avanz dando tumbos por el breve trecho sin asfaltar que mediaba entre la verja y la extensin de Harris Avenue. De repente se oy el sonido de un claxon, y Ralph vio un Ford Ranger azul, que se diriga hacia el oeste, desviarse con brusquedad para esquivar el Datsun. El conductor del Ranger no reconoci el peligro a tiempo, y al parecer, Ed no lo reconoci en ningn momento (Ralph no lleg a considerar que Ed poda haber chocado adrede con el Ranger hasta mucho ms tarde). Se oy un breve chirrido de neumticos seguido del golpe hueco provocado por el parachoques del Datsun al colisionar con el flanco del Ranger. ste fue desplazado hasta el centro de la calzada. El cap del Datsun se arrug, 11. 11 se solt de las bisagras y se levant un poco; fragmentos de vidrio de los faros se esparcieron por la carretera. Al cabo de un momento, ambos vehculos quedaron inmviles en el centro de la calzada, entrelazados como una extraa escultura. Ralph permaneci donde estaba durante unos instantes, observando el aceite desparramarse bajo el morro del Datsun. Haba presenciado algunos accidentes de trfico durante sus casi setenta aos de vida, la mayor parte de ellos de poca importancia, uno o dos graves, y siempre quedaba asombrado al comprobar lo deprisa que sucedan y lo poco espectaculares que resultaban. No era como en las pelculas, donde podan rodarse los detalles a cmara lenta, ni como en los vdeos, donde si te apeteca, podas mirar una y otra vez cmo se precipitaba el coche por el acantilado. Por lo general, slo se produca una serie de imgenes borrosas convergentes, seguidas de esa rpida y montona combinacin de sonidos; el chirrido de los neumticos, el golpe hueco del metal al arrugarse, el tintineo de los vidrios rotos. Y entonces, voil... tout fini. Incluso exista una especie de protocolo para aquellas cosas: Cmo Hay que Comportarse en Caso de Verse Envuelto en una Colisin a Poca Velocidad, se dijo Ralph. Probablemente, en Derry se producan alrededor de una docena de choques menores cada da, y tal vez el doble durante el invierno, cuando las calles estaban cubiertas de nieve y se tornaban resbaladizas. Sales del coche, te renes con el contrario en el lugar en que los dos vehculos han colisionado (y donde, con frecuencia, todava estn pegados), miras, meneas la cabeza. A veces, a menudo, en realidad, la fase del encuentro est aderezada con palabras enojadas; echarse la culpa mutuamente (a menudo de un modo precipitado), poner en tela de juicio las habilidades de conduccin del otro, amenazar con acciones legales. Ralph supona que lo que los conductores pretendan decir realmente, aunque sin expresarlo en voz alta era: Oye, imbcil, me has pegado un susto de cojones!. El ltimo paso de tan desgraciado baile era El Intercambio de Documentos Sagrados del Seguro, y era en aquel momento que los conductores solan empezar a controlar sus desbocadas emociones..., siempre y cuando nadie hubiera resultado herido, como pareca ser el caso. En ocasiones, los conductores implicados incluso acababan por estrecharse las manos. Ralph se dispuso a observar todo el proceso desde su privilegiado punto de observacin, a menos de ciento cincuenta metros de distancia, pero en cuanto se abri la portezuela del 12. 12 Datsun, comprendi que las cosas no iban a ir como esperaba..., que tal vez el accidente no haba pasado, sino que todava estaba sucediendo. Desde luego, no daba la impresin de que nadie fuera a estrecharse las manos al trmino de las festividades. La portezuela no se abri, sino que, prcticamente, sali volando. Ed Deepneau se ape de un salto y permaneci inmvil junto al coche, con los estrechos hombros erguidos contra el fondo de nubarrones amenazadores. Vesta unos vaqueros desvados y camiseta, y Ralph se dio cuenta de que era la primera vez que vea a Ed vestido con una camisa sin botones. Y adems, llevaba algo alrededor del cuello, una cosa larga y blanca. Una bufanda? Desde luego, pareca una bufanda, pero a quin se le ocurrira llevar una bufanda en un da tan caluroso como aqul? Ed permaneci de pie junto a su coche maltrecho durante un instante, con los ojos al parecer fijos en todas direcciones salvo la correcta. Los bruscos movimientos de su estrecha cabeza recordaron a Ralph el modo en que los gallos examinaban la turba de su corral en busca de invasores e intrusos. Algo en aquella similitud inquiet a Ralph. Nunca haba visto a Ed con aquel aspecto, y supona que eso provocaba parte de su inquietud, pero no era la nica razn. La verdad era que nunca haba visto a nadie que tuviera aquel aspecto. Un trueno retumb al oeste, ahora con mayor fuerza. La tormenta se acercaba. El hombre que se ape del Ranger abultaba el doble que Ed Deepneau, tal vez el triple. Su enorme barriga redonda penda sobre la cintura de sus pantalones de lona; bajo los brazos de su camisa blanca de cuello abierto se apreciaban manchas de sudor del tamao de platos. Se apart la visera de la gorra de los Jardineros del West Side que llevaba, a fin de ver mejor al hombre que le haba dado. Su rostro de barbilla ancha apareca plido como el de un muerto a excepcin de unas brillantes manchas rojas como el colorete que relucan en sus pmulos, y Ralph pens: Vaya, candidato nmero uno para sufrir un ataque al corazn. Si estuviera ms cerca, apuesto algo a que podra distinguir los pliegues en los lbulos de sus orejas. -Eh! -grit el tipo fornido a Ed con una voz absurdamente aguda teniendo en cuenta su pecho amplio y su enorme abdomen-. Dnde te has sacado el carn? Te lo has comprado en los grandes almacenes o qu, joder? La cabeza bamboleante de Ed se volvi de inmediato hacia el sonido de la voz del hombre, casi como un avin guiado por el radar, y Ralph pudo ver por primera vez los ojos de su 13. 13 vecino. Una luz de alarma se encendi en su cabeza, y de repente empez a correr hacia el lugar del accidente. Entretanto, Ed haba empezado a avanzar hacia el tipo de la camisa empapada y la gorra de bisbol. Caminaba con las piernas rgidas y los hombros erguidos, de un modo muy distinto a sus despreocupados andares habituales. -Ed! -grit Ralph. Pero la brisa fresca, fra ya por la promesa de lluvia, pareci arrebatarle las palabras antes siquiera de que brotaran de sus labios. En cualquier caso, Ed no se volvi. Ralph se oblig a apretar el paso, olvidados ya el dolor de las piernas y el palpitar de la espalda. En los ojos muy abiertos y fijos de Ed Deepneau haba visto el asesinato. No tena absolutamente ningn tipo de experiencia previa que pudiera avalar aquella certeza, pero no crea que nadie pudiera malinterpretar aquella mirada fiera y desnuda; era la mirada que los gallos de pelea deben adoptar cuando se abalanzan sobre sus adversarios con los espolones en alto, fulminantes. -Ed! Eh, Ed, espera! Soy Ralph! Ed ni tan siquiera se volvi a mirar por encima del hombro, aunque Ralph estaba ya tan cerca que su vecino debera haberlo odo, con viento o sin l. No obstante, el hombre corpulento s se volvi, y en su mirada Ralph vio temor e incertidumbre. A continuacin, el gordo se volvi de nuevo hacia Ed con las manos alzadas en ademn tranquilizador. -Mire -empez-. Podemos hablar... Pero no pudo seguir. Ed avanz otro paso rpido, alz una de sus delgadas manos, que se recortaba muy plida sobre el oscurecido cielo, y abofete al gordo en la nada despreciable barbilla. El sonido record el disparo de una escopeta de aire comprimido. -A cuntos has matado? -pregunt Ed. El gordo se aplast contra el flanco de su Ranger con la boca abierta y los ojos como platos. Ed sigui avanzando con aquel extrao paso rgido, sin vacilar en ningn instante. Se coloc frente al otro hombre, barriga a barriga, sin tener en cuenta, al parecer, que el conductor de la furgoneta le llevaba unos diez centmetros y cincuenta kilos. Ed volvi a alzar la mano y le propin otro bofetn. -Vamos! Sultalo, valiente! A cuntos has matado? Su voz se haba alzado hasta convertirse en un chillido que se perdi en el primer trueno de verdad contundente de la tormenta. 14. 14 El gordo empuj a Ed en un ademn de temor, no de agresividad, y Ed se tambale hasta el morro arrugado del Datsun. Rebot de inmediato con los puos cerrados, sin duda preparndose para abalanzarse sobre el gordo, que se encoga contra el flanco de la furgoneta con la gorra ladeada y la camisa arrugada en la espalda y a los lados. Un recuerdo cruz la mente de Ralph (un corto de los cmicos Three Stooges, Larry, Curly y Moe representando el papel de pintores de pacotilla), y de repente sinti un ramalazo de compasin por el gordo, que ofreca un aspecto absurdo al tiempo que asustado. Ed Deepneau no ofreca un aspecto absurdo. Con los labios apartados de los dientes y los ojos fijos, Ed pareca ms que nunca un gallo de pelea. -S muy bien lo que has estado haciendo -susurr al gordo-. Qu clase de comedia te creas que era esto? Creas que t y tus compinches podrais saliros con la vuestra siem... En aquel momento, Ralph entr en escena resoplando y jadeando como un viejo caballo de tiro. Rode los hombros de Ed. El calor que traspasaba la camiseta resultaba inquietante; era como rodear con el brazo un alto horno, y cuando Ed se volvi para mirarlo, Ralph tuvo la momentnea pero inolvidable impresin de que eso era precisamente lo que estaba contemplando. Jams haba visto una furia tan irracional y absoluta en unos ojos humanos; jams habra imaginado que pudiera existir semejante furia. Ralph sinti el impulso de apartarse, pero lo reprimi y se mantuvo firme. Tena la sensacin de que si retroceda, Ed se abalanzara sobre l como un chucho rabioso para araarlo y morderlo. Se trataba de una idea absurda, por supuesto; Ed era qumico, Ed era miembro del Club del Libro del Mes, era de los que se llevaban la historia de la Guerra de Crimea, que pesaba unos diez kilos y que el club siempre pareca ofrecer como alternativa a la seleccin principal, Ed era el marido de Helen y el padre de Natalie. Maldita sea, Ed era un amigo . ... claro que ste no era aquel Ed, y Ralph lo saba. En lugar de apartarse, Ralph se inclin hacia delante, se aferr a los hombros de Ed, tan calientes bajo la tela de la camiseta, tan increble y palpitantemente calientes, y avanz el rostro hasta colocarlo entre el gordo y la mirada siniestra y fija de Ed. -Basta, Ed! -orden en el tono fuerte pero firme que supona deba emplearse con las personas que sufran un ataque de histeria-. No pasa nada! Basta! Durante un instante, la expresin de Ed no se inmut, pero de repente pase la mirada por el rostro de Ralph. No era mucho, pero aun as, Ralph sinti una punzada de alivio. 15. 15 -Pero qu le pasa? -inquiri el gordo desde detrs de Ralph-. Cree que est loco? -No le pasa nada, de eso estoy seguro -repuso Ralph, aunque no estaba seguro en absoluto. Hablaba con la boca entrecerrada, como un actor de una pelcula mala de prisiones, y en ningn momento perdi de vista a Ed. No se atreva a perder de vista a Ed, ya que aquel contacto visual se le antojaba el nico control que tena sobre el hombre, y no es que fuera un contacto demasiado slido. -Slo est alterado por el accidente. Necesita unos segundos para tran... -Pregntale qu lleva debajo de esa lona! -lo interrumpi Ed de repente, al tiempo que sealaba por encima del hombro de Ralph. Otro trueno retumb en el cielo como si formara parte del guin. Lo sigui un relmpago, y durante un instante, las cicatrices del acn adolescente de Ed se pusieron de relieve, como un extrao mapa orgnico del tesoro. -Ei, ei, Susan Day! -canturre con una voz aguda e infantil que puso a Ralph la piel de gallina-. A cuntos nios has matado hoy? -No est alterado -rechaz el gordo- Est loco. Y cuando lleguen los polis, me ocupar de que lo encierren. Ralph volvi la mirada y vio una lona azul en el suelo de la caja de la furgoneta. Estaba asegurada con brillantes correas amarillas. Bajo ella se advertan unas abultadas formas redondas. -Ralph -dijo una voz tmida. Ralph se volvi hacia la izquierda y vio a Dorrance Marstellar, que a sus noventa y pico aos era, sin duda, el ms viejo de los Viejos Carcamales de Harris Avenue, de pie al otro lado de la furgoneta del gordo. En la mano cerosa y manchada sostena un libro de bolsillo que doblaba una y otra vez con gesto ansioso, maltratando el lomo. Ralph supuso que se trataba de un libro de poesa, que era lo nico que haba visto leer a Dorrance. O tal vez ni siquiera lea; quizs slo era que le gustaba sostener los libros y contemplar las palabras bellamente apiladas. -Ralph, qu pasa? Qu est pasando aqu? Otro relmpago brill en el cielo, un gruido elctrico de color blanco violceo. Dorrance alz la mirada como si no supiera a ciencia cierta dnde se encontraba, quin era o qu estaba viendo. Ralph gru para sus adentros. 16. 16 -Dorrance... -empez. De repente, Ed se agit bajo sus manos, como un animal salvaje que slo ha permanecido quieto para hacer acopio de fuerzas. Ralph se tambale y volvi a empujar a Ed contra el arrugado morro del Datsun. Le acometi una oleada de pnico; no saba bien qu hacer ni cmo hacerlo. Estaban pasando demasiadas cosas a la vez. Senta los msculos de los brazos de Ed zumbar con fiereza bajo las palmas de sus manos; era casi como si el hombre se hubiera tragado el relmpago que acababa de desencadenarse en el cielo. -Ralph -insisti Dorrance en el mismo tono sereno, aunque preocupado-. Yo de ti no lo tocara ms. No te veo las manos. Perfecto. Otro chalado para acabarlo de rematar. Justo lo que le faltaba. Ralph se mir las manos antes de volver la mirada hacia el viejo. -De qu ests hablando, Dorrance? -Tus manos -repiti Dorrance con toda paciencia-. No te veo -Mira, Dor, ste no es el lugar ms indicado para ti, as que, por qu no te pierdes? La expresin del viejo se ilumin un tanto al or aquello. -S! -exclam en el tono de alguien que acaba de dar con una gran verdad-. Eso es exactamente lo que tengo que hacer! Empez a retroceder, y cuando son el siguiente trueno, se encogi y se resguard la cabeza con el libro. Ralph distingui las brillantes letras rojas del ttulo: Seleccin de obras de Buckdancer. -Y t deberas hacer lo mismo, Ralph. No te conviene meterte en asuntos ajenos. Seguro que acabas perjudicado. -De qu ests...? Pero antes de que Ralph pudiera acabar la pregunta, Dorrance gir sobre sus talones y se alej en direccin al merendero con el mechn de cabello blanco, fino como el de un recin nacido, ondeando en la brisa de la inminente tormenta. Un problema resuelto, pero el alivio de Ralph no dur mucho. Ed se haba distrado unos instantes a causa de la presencia de Dorrance, pero ahora volva a fulminar al gordo con la mirada. -Anda y que te folle un pez, soplapollas! -escupi-. Vete a Joder a tu madre! 17. 17 -Qu? -exclam el gordo frunciendo el descomunal ceo. Los ojos de Ed se posaron de nuevo sobre Ralph, a quien ya pareca reconocer. -Pregntale qu lleva debajo de esa lona! -grit-. O mejor an, haz que este hijo de puta asesino te lo ensee! Ralph mir al gordo. -Qu lleva debajo de la lona? -inquiri. -Y a usted qu le importa? -replic el gordo, quizs en un intento de sonar amenazador. Volvi a fijar la vista en los ojos de Ed antes de retroceder dos pasos ms arrastrando los pies. -No me importa en absoluto, y a l tampoco -repuso Ralph mientras sealaba a Ed con la barbilla-. Pero aydeme a calmarlo, vale? -Lo conoce? -Asesino! -repiti Ed. Volvi a agitarse, esta vez con fuerza suficiente como para obligar a Ralph a retroceder un paso. Sin embargo, algo estaba ocurriendo, verdad? Ralph crea que la mirada aterradora y vacua empezaba a disiparse de los ojos de Ed. Crey reconocer a alguien ms parecido a Ed de lo que haba visto hasta entonces..., o tal vez slo se deba a que era eso lo que quera ver. -Asesino, asesino de bebs! -Madre ma, est como un cencerro -suspir el gordo. No obstante, se dirigi a la parte trasera de la furgoneta abierta, desat una de las correas y apart una esquina de la lona. Bajo ella se vean cuatro barriles de conglomerado, cada uno de los cuales mostraba la inscripcin WEED-GO. -Fertilizante orgnico -anunci el gordo mirando alternativamente a Ed y a Ralph al tiempo que se llevaba la mano a la visera de su gorra de los Jardineros del West Side-. Me he pasado el da trabajando en un grupo de parterres nuevos en los jardines del psiquitrico de Derry..., donde a usted no le ira nada mal pasar unas cortas vacaciones, amigo. -Fertilizante? -repiti Ed. Pareca estar hablando consigo mismo. Se llev la mano a la sien izquierda y empez a frotrsela. -Fertilizante? 18. 18 Pareca un hombre preguntando acerca de un desarrollo cientfico sencillo aunque asombroso. -Fertilizante -asinti enfurecido el gordo volviendo la mirada hacia Ralph-. Este tipo est mal de la chaveta, sabe? -Est confuso, nada ms -repuso Ralph incmodo. Se inclin sobre el borde de la furgoneta y dio un golpecito en la tapa de uno de los barriles. -Bidones de fertilizante -confirm al tiempo que se volva hacia Ed- De acuerdo? No obtuvo respuesta. Ed alz la otra mano y procedi a masajearse la sien. Pareca un hombre atacado por una terrible migraa. -De acuerdo? -repiti Ralph con suavidad. Ed cerr los ojos durante un instante, y cuando los abri de nuevo, Ralph observ en ellos un brillo que crey identificar como lgrimas. Ed sac la lengua y se la pas con delicadeza por las comisuras de los labios. Cogi un extremo de su bufanda de seda y se enjug la frente, y en aquel momento, Ralph vio algunas figuras chinas bordadas en rojo sobre la tela, junto a los flecos. -Supongo que... -empez. De repente se interrumpi, y sus ojos volvieron a adoptar aquella mirada que a Ralph no le gustaba ni pizca. -Bebs! -exclam con voz spera-. Me oyes? Bebs! Ralph lo empuj contra el coche por tercera o cuarta vez... Haba perdido la cuenta. -De qu ests hablando, Ed? -De repente, se le ocurri una idea-. Es Natalie? Ests preocupado por Natalie? Una pequea sonrisa taimada se dibuj en los labios de Ed. Mir al gordo por encima del hombro de Ralph. -Fertilizante, eh? Bueno, pues si slo es eso, no le importar abrir uno de los bidones, verdad? El gordo lanz una mirada inquieta a Ralph. -Este tipo necesita un mdico -insisti. -Quizs s. Pero crea que se estaba calmando... Le importara abrir uno de los bidones? Quizs eso le haga sentirse mejor. -S, claro, qu ms da. Preso por mil, preso por mil quinientos. 19. 19 Otro relmpago brill en el cielo, retumb otro trueno, que pareci rodar por todo el cielo, y una fra rfaga de lluvia azot la nuca sudada de Ralph. Mir a su izquierda y vio a Dorrance Marstellar junto a la entrada del merendero, libro en ristre, observando la escena con expresin ansiosa. -Parece que va a caer una buena -coment el gordo-, y no puedo dejar que se moje el fertilizante. El agua desencadena una reaccin qumica, as que dense prisa. Introdujo la mano entre uno de los bidones y la pared lateral de la furgoneta, y al cabo de un momento extrajo una palanca. -Debo de estar tan loco como l -dijo a Ralph-. Quiero decir que yo iba tan tranquilo hacia mi casa, sin meterme con nadie. l ha sido el que ha chocado contra mi coche. -Vamos, siga -repuso Ralph-. Slo ser un momento. -S -replic el gordo en tono desabrido al tiempo que se volva y colocaba el extremo plano de la palanca bajo la tapa del bidn ms cercano-, pero el recuerdo se me quedar grabado en la memoria. Otro trueno sacudi la tarde, por lo que el gordo no oy las siguientes palabras de Ed Deepneau. Pero Ralph s las oy, y lo cierto es que le encogieron el alma. -Esos bidones estn llenos de bebs muertos -asegur Ed-. Ya lo vers. El gordo levant la tapa del bidn, y la voz de Ed haba sonado tan convencida que Ralph casi esperaba ver un amasijo de brazos y piernas, montones de pequeas cabezas pelonas. Pero lo que vio fue una mezcla de finos cristales azules y una sustancia marrn. El olor que emanaba era denso y turboso, con una vaga nota qumica. -Lo ve? Satisfecho? -pregunt el gordo directamente a Ed-. Bueno, ya ve que no soy Ray Joubert ni ese tipo, Dahmer, al fin y al cabo. Qu le parece, eh? Ed haba adoptado de nuevo una expresin confusa, y cuando el trueno volvi a sacudir el cielo, se encogi un poco. A continuacin se inclin hacia delante, alarg una mano hacia el bidn y mir al gordo con expresin interrogante. El gordo asinti con un gesto casi compasivo, se dijo Ralph. -Claro, hombre, tquelo, no me importa. Pero si empieza a llover se va a poner usted a bailar como John Travolta, porque eso quema. 20. 20 Ed meti la mano en el bidn, cogi un puado de mezcla y lo dej escurrirse por entre los dedos. Lanz a Ralph una mirada perpleja (en la que tambin se apreciaba un elemento de vergenza, pens Ralph), y a continuacin meti la mano en el bidn hasta el codo. -Eh! -grit el gordo con asombro-. Que no son palomitas! Por un instante, aquella sonrisa taimada reapareci en el rostro de Ed, una expresin que deca A m no me la pegas, pero desapareci en seguida para dar paso de nuevo a una mirada confusa, pues en el fondo del bidn no haba sino ms fertilizante. Otro caonazo de trueno estall sobre el aeropuerto. El relmpago que sigui confiri por un instante a los rostros de Ed y el gordo el aspecto de fotografas sobreexpuestas. -Lvese la mano antes de que empiece a llover, se lo advierto -prosigui el gordo. Introdujo el brazo por la ventanilla abierta del lado del pasajero y extrajo una bolsa de McDonald's. Rebusc en su interior durante un momento, sac un par de servilletas y se las dio a Ed, quien empez a limpiarse el polvo de fertilizante del antebrazo como si estuviera en trance. Mientras se limpiaba, el gordo tap de nuevo el barril, fijando la tapa con el puo descomunal y sembrado de pecas mientras lanzaba rpidas miradas al cielo cada vez ms oscuro. Cuando Ed le roz el hombro de la camisa blanca, el gordo se puso rgido antes de apartarse y mirar a Ed con expresin cautelosa. -Creo que le debo una disculpa -dijo Ed. A Ralph le pareci que su voz sonaba completamente clara y cuerda por primera vez aquella tarde. -Y que lo jure -repuso el gordo, aunque su voz sonaba aliviada. Volvi a extender la lona plastificada sobre los barriles y la asegur con una serie de gestos rpidos y eficaces. Mientras lo observaba, a Ralph se le ocurri de repente que el tiempo era un taimado ladrn. Antao, l habra atado aquellas cuerdas con la misma destreza despreocupada. Ahora todava podra atarlas, pero le llevarla al menos dos minutos y tal vez tres de sus mejores juramentos. El gordo dio unas palmaditas en la lona y se volvi de nuevo hacia ellos mientras cruzaba los brazos sobre el considerable pecho. -Ha visto el accidente? -pregunt a Ralph. -No -repuso Ralph sin vacilar. No tena ni idea de por qu estaba mintiendo, pero la decisin haba sido instantnea. 21. 21 -Estaba mirando cmo aterrizaba el avin. El de la United. Para su completa sorpresa, las manchas rojizas de las mejillas del gordo empezaron a extenderse. T tambin lo estabas mirando -se dijo Ralph de repente-. Y no slo mientras aterrizaba, porque no te estaras ruborizando tanto... Tambin mientras aparcaba. Aquella idea fue seguida de una revelacin absoluta: el gordo crea que el accidente haba sido culpa suya, o que el polica o los policas que acudieran lo interpretaran as. Haba estado observando el avin y no haba visto a Ed cruzar la verja como un loco y salir a la carretera como un loco. -Mire, lo siento mucho -estaba diciendo Ed con toda seriedad. En realidad, no daba la impresin de sentirlo, sino de estar absolutamente consternado. De repente, Ralph se sorprendi preguntndose hasta qu punto confiaba en aquella expresin, y si de verdad tena la ms ligera idea de (Ei, ei, Susan Day) lo que acababa de suceder all... y quin narices era Susan Day, por cierto? -Me he golpeado la cabeza contra el volante -explicaba Ed en aquel instante, y creo que..., bueno, ya sabe, que me he llevado un buen susto. -S, bueno, ya me lo imagino -repuso el gordo. Se rasc la cabeza, volvi la mirada hacia el cielo oscuro y revuelto y a continuacin se dirigi de nuevo a Ed. -Quiero hacer un trato con usted, amigo. -Ah... Y qu clase de trato? -Mire, nos damos los nombres y los nmeros de telfono en lugar de pasar por todo ese rollazo del seguro. Y despus yo a lo mo y usted a lo suyo. Ed lanz una mirada insegura a Ralph, quien se encogi de hombros, y se volvi de nuevo hacia el hombre tocado con la gorra de los Jardineros del West Side. -Si llamamos a la poli -prosigui el gordo- me meto en un buen lo. Lo primero que van a averiguar cuando consulten mi matrcula es que el invierno pasado me pusieron una multa por conducir borracho y estoy conduciendo con un carn provisional. Lo ms probable es que me causen problemas aunque yo estuviera en la va principal y tuviera preferencia. Me entiende? -S -asinti Ed-. Supongo que s, pero el accidente fue culpa ma. Iba demasiado deprisa... 22. 22 -Quizs el accidente en s no sea tan importante -lo interrumpi el gordo. Se volvi con expresin desconfiada para observar una furgoneta que estaba a punto de detenerse en la cuneta. Mir de nuevo a Ed y sigui hablando con cierta urgencia. -Ha perdido un poco de aceite, pero ahora ya no gotea. Apuesto algo a que puede conducir hasta casa..., si es que vive en la ciudad. Vive en la ciudad? -S -repuso Ed. -Y yo cubro la reparacin, hasta cincuenta pavos o algo as. Otra revelacin cruz la mente de Ralph; era lo nico que se le ocurra para explicar el sbito cambio de humor de aquel tipo de la truculencia a algo muy parecido al halago. Una multa por conducir borracho el invierno pasado? S, seguramente. Pero Ralph jams haba odo hablar de nada parecido a un carn provisional, y crea que lo ms probable es que fuera una soberana tontera. El viejo seor Jardineros del West Side haba estado conduciendo sin carn. Qu situacin tan complicada! Ed haba dicho la verdad. El accidente haba sido, al fin y al cabo, culpa suya y de nadie ms. -Si nos marchamos y dejamos las cosas como estn deca el gordo en aquel momento-, yo no tendr que explicar lo de mi multa y usted no tendr que explicar por qu sali del coche y empez a pegarme y gritar que llevaba la furgoneta cargada de bebs muertos. -De verdad he dicho eso? -pregunt Ed en tono de extraeza. -Sabe muy bien que s -replic el gordo con el ceo fruncido. -Todo bien porr ah, amigs? -pregunt una voz de tenue acento canadiense francs-. Algn herrid?... Ehhh, Rralph! Errs t? La furgoneta que acababa de detenerse llevaba las palabras TINTORERA DERRY escritas en el flanco, y Ralph reconoci al conductor como uno de los hermanos Vachon de Old Cape. Probablemente Trigger, el menor. -S, soy yo -repuso Ralph. Sin saber ni preguntarse qu haca, pues por entonces ya estaba actuando guiado tan slo por el instinto, se acerc a Trigger, le rode los hombros con el brazo (al parecer, era el da de rodear hombros) y lo apart en direccin a la furgoneta de la tintorera. -Estn bien los chicos? -S, s, perfectamente -asegur Ralph. 23. 23 Mir por encima del hombro y vio a Ed y el gordo con las cabezas muy juntas delante de la caja de la furgoneta. Cay otra fra rfaga de lluvia, que tamborile sobre la lona azul como dedos impacientes. -Un pequeo accidente, nada ms. Ya lo estn arreglando. -Perrfect, perrfect exclam Trigger Vachon en tono complacido-. Y cmo est la prresiosidad de tu mujerr, Rralph? Ralph dio un respingo como un hombre que se da cuenta a la hora de la comida que ha olvidado apagar el horno antes de irse a trabajar. -Dios mo! -exclam. Mir el reloj con la esperanza de que fueran las cinco y veinticinco, y media como mximo. Pero en realidad eran las seis menos diez. Haca veinte minutos que debera haber llevado a Carolyn un plato de sopa y medio bocadillo. Estarla preocupada. De hecho, con los relmpagos y los truenos barriendo el piso vaco, incluso era posible que estuviera asustada. Y si caa un chaparrn, no podra cerrar las ventanas. Apenas le quedaba fuerza en las manos. -Ralph -dijo Trigger-. Qu pasa? -Nada -repuso l-. Slo que me he puesto a caminar y he perdido la nocin del tiempo. Y luego el accidente y... Podras llevarme a casa, Trig? Te pagar el viaje. -No tiens que pagar nad -rechaz Trigger-. Me viene de camin. Sube, Rralph. Crees que todo irr bien con esos dos? No imn a pegarrse o algo as? -No -lo tranquiliz Ralph-. No lo creo. Espera un segundo. -Claro. -Va todo bien? Podrs arreglrtelas? -dijo Ralph acercndose a Ed. -S -asinti Ed-. Vamos a arreglarlo por nuestra cuenta. Por qu no? Al fin y al cabo, no son ms que unos vidrios rotos. Daba la impresin de haber vuelto en s del todo, y el gordo de la camisa blanca lo estaba mirando con algo muy parecido al respeto. Ralph todava estaba perplejo e inquieto por lo que haba sucedido, pero decidi no darle ms vueltas al asunto. Ed Deepneau le caa muy bien, pero Ed no era asunto suyo aquel mes de julio; Carolyn s. Carolyn y aquella cosa que haba empezado a funcionar en las paredes de su dormitorio (y dentro de Carolyn) por las noches. 24. 24 -Perfecto -dijo a Ed-. Me voy a casa. Yo me encargo de hacerle la comida a Carolyn ahora, y se me ha hecho muy tarde. Se dispuso a marcharse. El gordo lo detuvo con la mano extendida. -John Tandy -se present. -Ralph Roberts -repuso Ralph estrechndole la mano-. En cantado. -Dadas las circunstancias, lo dudo -coment Tandy con una sonrisa-, pero me alegro mucho de que apareciera en el momento justo. Por un momento he pensado que bamos a llegar alas manos. Y yo, pens Ralph, si bien no lo dijo en voz alta. Con expresin preocupada ech otro vistazo a Ed, a la desacostumbrada camiseta blanca que se adhera a su esculido torso y la bufanda blanca con las figuras chinas bordadas en rojo. No le acab de gustar la expresin que vio en los ojos de su vecino cuando sus miradas se encontraron. Tal vez Ed no se haba recuperado del todo al fin y al cabo. -Seguro que ests bien? -insisti. Quera marcharse, quera estar con Carolyn, pero aun as, le costaba decidirse. La sensacin de que aquella situacin no estaba bien en absoluto persista. -S, s -repuso Ed a toda prisa. Le dedic una amplia sonrisa que no alcanz sus oscuros ojos azules. Estudi a Ralph con atencin, como si se preguntara cunto haba visto... y cunto (ei ei Susan Day) recordara ms tarde. El interior de la furgoneta de Vachon ola a ropa limpia y recin planchada, un aroma que, por alguna razn, recordaba a Ralph la fragancia del pan recin hecho. No haba ms asiento que el del conductor, por lo que Ralph permaneci de pie, aferrndose con una mano al tirador de la puerta y con la otra, al borde de una cesta de ropa Dandux. -Madrre ma, pareca una situacin muy rama -coment Trigger al tiempo que miraba por el retrovisor. -Y que lo digas -asinti Ralph. 25. 25 -Conosco al tipo que conduca el trasto japons. Deepneau, se llama. Tiene una bonita espos, a veses trraen ropa a la tintorrera. Parece un tipo simptico, al menos casi siemprre. -Hoy estaba fuera de s, eso te lo aseguro -replic Ralph. -Le haba picado una mosc eh? -Yo ms bien dira que le haba picado un enjambre entero. Trigger lanz una carcajada al tiempo que golpeaba el gastado plstico negro del enorme volante. -Un enjambre entero! Perrfecto! Perrfecto! Est me la guarrdo! -Trigger se enjug las lgrimas de risa con un pauelo del tamao de un mantel-. Me ha dad la impresin de que el seor Deepneau ha salid por la entrrada de servisio. -S, es verdad. -Ahora se necesita un pas para utilisar esa entrrada -explic Trigger-. Cmo crrees que consigui un pas el seor Deepneau? Ralph medit unos instantes con el ceo fruncido antes de menear la cabeza. -No lo s. Ni siquiera se me haba ocurrido. Se lo tendr que preguntar la prxima vez que lo vea. -Haslo -inst Trigger-. Y prregntale qu tal las moscas. Aquello le hizo rer de nuevo, lo que a su vez ocasion nuevos gestos con el pauelo de opereta. Cuando llegaron a Harris Avenue estall la tormenta. No granizaba, pero la lluvia caa en un extravagante torrente veraniego, tan intenso que en el primer momento Trigger se vio obligado a aminorar la velocidad de la furgoneta hasta casi detenerla. -Uauuh! -exclam en tono respetuoso-. Me recuerda la grran tormenta de 1985, cuando la mitad del centrro de la ciudad se hundi en el maldito canal! Te acuerrdas, Rralph? -S -asinti Ralph-. Esperemos que esta vez no vuelva a pasar lo mismo. -No -asegur Trigger sonriendo y mirando a travs de los parabrisas, que aleteaban con movimientos extravagantes-. Ahora han arreglad todo el alcantarrillado. Perfecto! La combinacin de la lluvia fra con la elevada temperatura de la furgoneta provoc que se empaara la mitad inferior del parabrisas. Sin pensar en lo que haca, Ralph alarg un dedo y dibuj una figura en el vapor: 26. 26 -Qu es es? -inquiri Trigger. -La verdad es que no lo s. Parece chino, verdad? Estaba bordado en la bufanda que llevaba Ed. -Me suena de alg -coment Trigger echndole otro vistazo. De repente lanz un resoplido y agit la mano. -Mirra, lo nico que s desir en chin es moo-goo-gai-gan. Ralph esboz una sonrisa, pero se senta incapaz de rer. Era por Carolyn. Ahora que la haba recordado, no poda dejar de pensar en ella..., no poda dejar de pensar en las ventanas abiertas, en las cortinas ondeando como los brazos fantasmales de Edward Gorey mientras la lluvia inundaba la habitacin. -Todava vives en es casa de dos pisos enfrrente de la Mansana Rroja? -S. Trigger se detuvo junto a la acera, y las ruedas de la furgoneta levantaron grandes abanicos de agua. Segua lloviendo a cntaros. Los truenos retumbaban en rpida sucesin, los relmpagos atravesaban el cielo de punta a punta. -Serr mejor que te queds aqu conmigo un rratito -aconsej Trigger-. Llover menos dentrro de un parr de minutos. -No importa. Ralph no crea que nada pudiera ser capaz de obligarlo a permanecer en la furgoneta ni un segundo ms. Ni siquiera si le pusieran unas esposas. La preocupacin se haba trocado en persistente intuicin. -Gracias, Trig. -Esperra! Te dar un plastic para que lo pongas sobre la cabesa como un chubasquerro. -No, gracias, no importa, de verdad, yo... 27. 27 No pareca haber forma alguna de terminar lo que intentaba decir, y ahora la intuicin ya rayaba en el pnico. Descorri la puerta de la furgoneta y se ape de un salto, hundindose hasta los tobillos en el agua que bajaba por la cuneta. Salud a Trigger con un ltimo gesto sin volver la vista atrs, y a continuacin recorri a toda prisa el sendero que conduca a la casa que l y Carolyn compartan con Bill McGovern al tiempo que buscaba la llave en el bolsillo de su pantaln. Al llegar a los escalones del porche se dio cuenta de que no le hara falta la llave... La puerta estaba entornada. Bill, que viva en la planta baja, se olvidaba con frecuencia de cerrarla, y Ralph prefera pensar que haba sido l en lugar de imaginarse que Carolyn haba salido en su busca y que la tormenta la haba sorprendido. Era una posibilidad que Ralph ni tan siquiera quera considerar. Entr corriendo en el penumbroso vestbulo, haciendo una mueca cuando un trueno ensordecedor retumb en el cielo, y se dirigi al pie de la escalera. All se detuvo un instante, con la mano posada sobre la gran bola de madera que remataba la barandilla mientras escuchaba el agua de lluvia chorrear de sus pantalones y su camisa empapados al suelo de madera. Entonces empez a subir la escalera; quera correr pero se vio incapaz de ir ms all de un paso rpido. El corazn le lata deprisa y con fuerza en el pecho, sus zapatillas empapadas eran hmedas anclas de lona que le atenazaban los pies, y por alguna razn, no poda desterrar la imagen del modo en que Ed haba movido la cabeza al apearse del Datsun..., aquellos gestos rgidos y rpidos que le haban conferido el aspecto de un gallo preparndose para la pelea. El tercer peldao cruji con violencia, como siempre, y el sonido provoc unos pasos apresurados en el piso superior. Ralph no experiment alivio alguno porque no se trataba de los pasos de Carolyn, lo supo de inmediato, y cuando Bill McGovern se asom por la barandilla, con el rostro plido y preocupado bajo su sempiterno panam, Ralph no se sorprendi. Durante todo el camino de regreso haba sentido que algo iba mal, no? S. Pero dadas las circunstancias, eso no poda tildarse de premonicin. Estaba descubriendo que cuando las cosas llegan a cierto grado de desgracia, lo nico que hacan era seguir empeorando. Supona que, en un sentido u otro, siempre lo haba sabido. Lo que jams haba sospechado era lo largo que poda ser aquel camino de desgracias. -Ralph! -lo llam Bill-. Gracias a Dios! Carolyn est sufriendo..., bueno, supongo que es una especie de ataque. Acabo de llamar al 911 para pedir que enven una ambulancia. 28. 28 En aquel momento, Ralph descubri que s poda subir la escalera corriendo. Carolyn yaca en el umbral de la puerta de la cocina con el cabello cubrindole el rostro. Aquel detalle le pareci especialmente horrible; le confera un aspecto descuidado, y si haba algo que Carolyn no se permita era tener un aspecto descuidado. Se arrodill junto a ella y le apart el cabello de los ojos y la frente. La piel que rozaron sus dedos se le antoj tan fra como sus pies bajo las zapatillas empapadas. -Quera ponerla en el sof, pero pesa demasiado para m -explic Bill con nerviosismo. Se haba quitado el panam y lo haca girar inquieto entre los dedos. -Ya sabes, mi espalda... -Ya lo s, Bill, no te preocupes -lo tranquiliz Ralph. Pas los brazos bajo el cuerpo de Carolyn y la levant. No le pareca nada pesada, sino ligera..., casi tan ligera como una vaina de algodn a punto de abrirse y arrojar sus filamentos al viento. -Gracias a Dios que estabas aqu. -Ha sido por casualidad -replic Bill. Sigui a Ralph hasta el saln sin dejar de juguetear con el sombrero. A Ralph le recordaba a Dorrance Marstellar y su libro de poemas. Yo de ti no lo tocara ms, haba advertido el viejo Dorrance. No te veo las manos. -Estaba a punto de salir cuando he odo un golpe de mil demonios... Supongo que ha sido ella al caer... Bill pase la mirada por el saln oscurecido a causa de la tormenta, con el rostro inquieto y a un tiempo vido, y una mirada que pareca buscar algo que no haba. De repente, su rostro se ilumin. -La puerta! -exclam-. Apuesto algo a que sigue abierta! Seguro que est entrando agua! Ahora vuelvo, Ralph. Bill sali del saln a toda prisa. Ralph apenas se percat de ello; el da haba adquirido las surrealistas dimensiones de una pesadilla. El tictac del reloj era lo peor. Lo oa en las paredes, tan fuerte que ni siquiera los truenos podan acallarlo. Tendi a Carolyn en el sof y se arrodill junto a ella. Su respiracin era rpida y superficial, y tena un aliento terrible. Sin embargo, Ralph no se apart de ella. 29. 29 -Aguanta, cario -susurr mientras le coga una de las manos casi tan fras y hmedas como su frente y se la besaba con suavidad-. Aguanta, por favor. Todo va bien, todo va bien. Pero no era cierto; el tictac significaba que nada iba bien. Y el sonido no proceda de las paredes, nunca haba procedido de las paredes, sino tan slo del interior de su mujer. Dentro de Carolyn. El sonido estaba dentro de su amada, se le escurra por entre los dedos, y qu iba a hacer l sin ella? -Aguanta -repiti-. Aguanta, me oyes? Volvi a besarle la mano y se la oprimi contra la mejilla; al or aproximarse el aullido de la ambulancia, se ech a llorar. Carolyn volvi en s en la ambulancia mientras atravesaban Derry a toda velocidad (el sol haba salido y las mojadas calles humeaban), y en los primeros momentos dijo tales incoherencias que Ralph se convenci de que haba sufrido una apopleja. Cuando empez a despertar del todo y hablar con coherencia, otra convulsin la sacudi, y Ralph y uno de los enfermeros tuvieron que aunar fuerzas para sujetarla. No fue el doctor Lichtfield quien acudi a ver a Ralph en la sala de espera del tercer piso a primera hora de la noche, sino el doctor Jamal, el neurlogo. Jamal le habl en voz baja y tranquilizadora, dicindole que Carolyn se haba estabilizado, que la mantendran ingresada aquella noche para no correr riesgos, pero que podra irse a casa a la maana siguiente. Le recetaran nuevos medicamentos, frmacos que eran caros, eso s, pero tambin de efectos impresionantes. -No debemos perder la esperanza, seor Roberts -murmur el doctor Jamal. -No -repuso Ralph-, supongo que no. Sufrir ms ataques como ste, doctor Jamal? El doctor Jamal esboz una sonrisa. Tena una voz suave que resultaba an ms reconfortante gracias al leve acento indio que la tea. Y aunque el doctor Jamal no le dijo de un modo directo que Carolyn iba a morir, fue la persona que ms se haba acercado en aquel largo ao que su mujer haba pasado luchando por su vida. Lo ms probable, explic el doctor Jamal, era que los nuevos medicamentos impidieran la aparicin de nuevos ataques, pero las cosas haban llegado a un punto en que era necesario tomarse todas las predicciones con los granos de sal. El tumor se estaba extendiendo pese a todos sus esfuerzos, por desgracia. 30. 30 -Es posible que lo siguiente que aparezca sean los problemas motrices -coment el doctor Jamal en el mismo tono consolador-. Y me temo que ya se observa cierto deterioro en la capacidad visual. -Puedo pasar la noche con ella? -pregunt Ralph en voz baja-. Dormir mejor si me quedo con ella -Hizo una pausa antes de continuar-: Y yo tambin. -Bor subuesto! -exclam el doctor Jamal con el rostro radiante-. Es una idea magnfica! -S -convino Ralph con cierta dificultad-. A m tambin me lo parece. As pues, permaneci sentado junto a su mujer dormida, escuchando el tictac que no proceda de las paredes, y se dijo: Algn da, tal vez este otoo o quizs en invierno, volver a estar en esta habitacin con ella. Aquella idea no se le antojaba especulacin sino profeca; se inclin hacia delante y pos la cabeza sobre la sbana blanca que cubra el seno de su mujer. No quera volver a llorar, pero aun as, no pudo contener algunas lgrimas. Aquel tictac. Tan fuerte y tan constante. Me gustara echarle el guante a eso que suena -pens-. Lo pisoteara hasta que no fuera ms que un montn de aicos esparcidos por el suelo. Pongo a Dios por testigo que lo hara. Se durmi en la silla poco despus de medianoche, y a la maana siguiente, al despertar, el aire era ms fresco de lo que haba sido en muchas semanas, y Carolyn estaba completamente despierta, mirndolo con ojos brillantes. Apenas pareca estar enferma, de hecho. Ralph la llev a casa y acometi la nada despreciable tarea de lograr que Carolyn pasara los ltimos meses de su vida del modo ms agradable posible. Transcurri mucho tiempo antes de que volviera a pensar en Ed Deepneau; incluso despus de empezar a ver los cardenales en el rostro de Helen Deepneau, transcurri mucho tiempo antes de que volviera a pensar en Ed. Mientras el verano se converta en otoo y el otoo se oscureca para dar paso al ltimo invierno de Carolyn, los pensamientos se centraron cada vez ms en el reloj de la muerte, que pareca sonar ms y ms fuerte aunque, al mismo tiempo, ms despacio. Pero no tena dificultades para dormir. Eso lleg ms tarde. 31. 31 Primera parte MDICOS CALVOS Y BAJITOS Hay un abismo entre aquellos que pueden dormir y aquellos que no pueden. Se trata de una de las grandes divisiones de la raza humana. Iris MURDOCH Nuns and Soldiers 32. 32 33. 33 1 Alrededor de un mes despus de la muerte de su mujer, Ralph Roberts empez a padecer insomnio por primera vez en su vida. Al principio, el problema no era grave, pero fue empeorando de forma constante. Al cabo de seis meses de las primeras interrupciones en su ciclo de sueo hasta entonces nada destacable, Ralph haba alcanzado un estado de sufrimiento al que apenas poda dar crdito y mucho menos aceptar. Hacia finales de verano de 1993, empez a preguntarse qu significara pasarse los aos que le quedaban de vida aturdido, con los ojos abiertos de par en par y sin poder dormir. Por supuesto, a ese extremo no llegar -se deca-. Nunca pasa. Pero era eso cierto? La verdad es que no lo saba con exactitud, eso era lo malo, y los libros sobre el tema que Mike Hanlon le recomendaba en la Biblioteca Pblica de Derry no le servan de gran ayuda. Haba algunos acerca de los trastornos del sueo, pero lo cierto es que parecan contradecirse. Algunos tildaban el insomnio de sntoma, otros lo consideraban una enfermedad y al menos uno de ellos lo identificaba como mito. Sin embargo, el problema era an ms grave. Por lo que Ralph haba podido averiguar en los libros, nadie pareca estar absolutamente seguro de qu era el sueo en s mismo, cmo funcionaba o qu efectos surta. Saba que deba dejar de jugar al investigador aficionado e ir al mdico, pero para su sorpresa, le costaba mucho tomar esa decisin. Supona que todava guardaba rencor al doctor Lichtfield. Era Lichtfield, al fin y al cabo, quien en un principio haba diagnosticado los dolores de cabeza de Carolyn como cefaleas tensionales (aunque Ralph sospechaba que Lichtfield, un soltern empedernido, poda haber credo que lo nico que padeca Carolyn era un ataque benigno de los vapores), y era Lichtfield tambin quien haba escurrido el bulto tanto como le haba sido posible mdicamente despus de que a Carolyn se le efectuara el diagnstico correcto. Ralph estaba convencido de que si lo hubiera interrogado sobre aquel particular, Lichtfield habra dicho que haba remitido el caso al doctor Jamal, el especialista, todo limpio y en orden. S. Excepto que Ralph haba procurado observar con toda atencin la mirada de Lichtfield en las pocas ocasiones en que lo haba visto entre las primeras convulsiones de Carolyn, acaecidas en el mes de julio anterior, y su muerte, ocurrida en marzo; y Ralph crea que lo que haba visto en aquellos ojos era una mezcla de inquietud y 34. 34 culpa. Era la mirada de un hombre que intentaba con todas sus fuerzas olvidar que la haba cagado. Ralph crea que la nica razn por la que poda mirar a Lichtfield sin tener ganas de partirle la cara era que el doctor Jamal le haba explicado que, con toda probabilidad, un diagnstico ms temprano no habra cambiado las cosas; cuando empezaron los dolores de cabeza, el tumor ya estaba bien arraigado, enviando sin duda pequeas rfagas de clulas enfermas a otras zonas del cerebro como malignos paquetes de primeros auxilios. A finales de abril, el doctor Jamal se haba marchado para abrir una consulta en el sur de Connecticut, y Ralph lo echaba de menos. Crea que podra haber hablado con el doctor Jamal acerca de su insomnio, y tena la sensacin de que Jamal lo habra escuchado de una forma de la que Lichtfield no quera..., o no poda hacerlo. A finales de verano, Ralph haba ledo lo suficiente acerca del insomnio como para saber que el tipo que padeca l, aunque no era muy poco comn, s era menos frecuente que el tpico insomnio consistente en sueo retardado. Las personas no aquejadas de insomnio suelen sumirse en la primera fase del sueo entre siete y veinte minutos despus de meterse en la cama. A las personas que tardan en dormirse, por otro lado, a veces les cuesta nada menos que tres horas dormirse profundamente, y mientras que las personas que duermen con normalidad se sumen en la tercera fase del sueo (lo que algunos de los viejos libros denominaban el sueo zeta, como haba descubierto Ralph) unos cuarenta y cinco minutos despus de adormilarse, las personas que padecen sueo retardado suelen tardar una o dos horas ms en alcanzar esa fase..., y muchas noches ni siquiera lo consiguen. Estas personas se despiertan cansadas, a veces con recuerdos vagos de sueos desagradables y enmaraados, a menudo con la impresin errnea de que no han pegado ojo en toda la noche. Tras la muerte de Carolyn, Ralph empez a despertarse muy temprano. La mayora de las noches, sigui acostndose al trmino de las noticias de las once y quedndose frito casi al instante, pero en lugar de despertarse a las siete menos cinco, es decir, cinco minutos antes de que sonara el radio-despertador, empez a despertarse a las seis. Al principio lo achac al precio que deba pagar por vivir con una prstata algo inflamada y una pareja de riones de casi setenta aos de edad, pero nunca le pareca tener tantas ganas de ir al lavabo cuando se despertaba, y adems le resultaba imposible volver a dormirse despus de haberse desprendido de lo que se haba acumulado. Se limitaba a permanecer en la cama 35. 35 que haba compartido con Carolyn durante tantos aos, esperando a que fueran las siete menos cinco (o menos cuarto, en fin) para poder levantarse. Al cabo de un tiempo dej incluso de intentar volverse a dormir; simplemente, permaneca tendido en la cama, con las manos de largos dedos y algo hinchadas entrelazadas sobre el pecho, y contemplaba fijamente, con los ojos abiertos de par en par, el techo oscuro de la habitacin. A veces pensaba en el doctor Jamal, en su consulta de Westport, hablando con ese suave y reconfortante acento indio, forjando su pequea porcin del sueo americano. A veces pensaba en lugares a los que Carolyn y l haban ido en los viejos tiempos, y una imagen que se le apareca una y otra vez era una calurosa tarde que haban pasado en Sand Beach, Bar Harbor, los dos sentados a una mesa de picnic en baador, sentados bajo una sombrilla grande y brillante, comiendo almejas fritas y bebiendo cerveza en botellas de cuello largo mientras contemplaban los veleros surcar el ocano azul oscuro. Cundo haba sido eso? 1964? 1967? Acaso importaba? Probablemente, no. La alteracin de su horario de sueo no habra importado de no haber pasado a mayores; Ralph se habra adaptado a los cambios no slo con facilidad, sino con gratitud. Todos los libros que encontr aquel verano parecan confirmar cierta sabidura popular que llevaba escuchando toda la vida... La gente duerme menos a medida que envejece. Si perder una hora o dos cada noche era el nico precio que tena que pagar por el dudoso placer de ser un jovencito de setenta aos, lo pagara con mucho gusto y se considerara afortunado. Pero lo cierto es que la cosa pas a mayores. Al llegar la primera semana de mayo, Ralph se despertaba cada da a las cinco y cuarto, con los pajarillos. Intent ponerse tapones en los odos durante unas cuantas noches, pero en ningn momento crey que llegaran a funcionar. No eran los pajarillos los que lo despertaban, ni el pedorreo ocasional de un camin de reparto al pasar por Harris Avenue. Siempre haba sido de esas personas que pueden dormir en medio de un terremoto, y no crea que eso hubiera cambiado. Lo que haba cambiado estaba dentro de su cabeza. Ah dentro haba un interruptor, algo lo estaba encendiendo un poco ms temprano cada maana, y Ralph no tena ni la menor idea de cmo evitarlo. En junio ya estaba despertndose como un mueco que sale disparado de su caja a las cuatro y media, cinco menos cuarto como mximo. Y a mediados de julio, que no fue tan caluroso como julio de 1992, pero tampoco se qued muy corto, muchas gracias, la diana ya sonaba alrededor de las cuatro. Fue durante aquellas largas y calurosas noches, en las que 36. 36 ocupaba una parte demasiado pequea de la cama en la que l y Carolyn haban hecho el amor tantas noches calurosas (y fras), cuando Ralph empez a preguntarse qu narices de vida le esperaba si el sueo desapareca por completo. Durante el da todava era capaz de burlarse de aquella idea, pero estaba descubriendo algunas ttricas verdades acerca de la oscura noche del alma de F. Scott Fitzgerald, y el ganador del gordo era el siguiente: a las cuatro y cuarto de la madrugada, cualquier cosa parece posible. Cualquier cosa. Durante el da poda convencerse a s mismo de que tan slo estaba experimentando un reajuste de su ciclo de sueo, que su cuerpo estaba reaccionando de un modo totalmente normal a una serie de grandes cambios que se haban producido en su vida, de entre los que descollaban la jubilacin y la prdida de su mujer. A veces empleaba la palabra soledad cuando pensaba en su nueva vida, pero no se atreva a pensar en La Terrible Palabra que empieza por D, y la encerraba en lo ms profundo del inconsciente cuando osaba asomar la nariz en sus pensamientos. La soledad no importaba. La depresin, desde luego, s. A lo mejor tendras que hacer ms ejercicio -pens-. Salir a dar paseos, como hacas el verano pasado. Al fin y al cabo, llevas una vida muy sedentaria... Te levantas, comes una tostada, lees un libro, miras la tele un rato, te compras un bocadillo a la hora de la comida, en la Manzana Roja, trabajas un poco en el jardn, de vez en cuando vas a la biblioteca o a ver a Helen y la nia si es que estn, cenas, a veces te sientas un rato en el porche con McGovern o Lois Chasse, y luego qu? Lees un poco ms, miras la tele un poco ms, te lavas, te vas a la cama. Sedentario. Aburrido. No me extraa que te despiertes tan temprano. Claro que todo eso era una sarta de tonteras. u vi a pa dentara, sin duda, pero la verdad es que no lo era. El jardn era un buen ejemplo. Lo que haca all nunca le servira para ganar un premio, pero distaba mucho de ser simplemente trabajar un poco en el jardn. La mayora de las tardes arrancaba malas hierbas hasta que el sudor formaba un oscuro tringulo en la espalda de su camisa y extenda crculos mojados a la altura de las axilas, y con frecuencia estaba temblando de agotamiento cuando se permita volver a entrar en la casa. Con toda probabilidad, castigo sera un trmino ms adecuado que un poco de trabajo en el jardn, pero castigo por qu? Por despertar antes del alba? Ralph no lo saba ni le importaba. Trabajar en el jardn ocupaba buena parte de la tarde, le alejaba la mente de las cosas en las que no quera pensar, y ello bastaba para justificar el dolor muscular y las ocasionales manchas negras que se le aparecan ante los ojos. Empez 37. 37 sus largas visitas al jardn despus del Cuatro de Julio y las termin a finales de agosto, mucho despus de que las primeras cosechas hubieran sido recogidas y las ltimas se echaran a perder sin remedio a causa de la falta de lluvia. -Deberas dejarlo -le advirti Bill McGovern cierta noche en que estaban sentados en el porche, bebiendo limonada. Estaban a mediados de agosto, y Ralph haba comenzado a despertarse a las tres y media de la madrugada. -Tiene que ser peligroso para tu salud. Peor an, pareces un chalado. -Es que a lo mejor estoy chalado -replic Ralph. Su tono o su expresin debieron de ser convincentes, porque McGovern cambi de tema. Volvi a salir a pasear... Nada parecido a las maratones de 1992, pero, por lo general, consegua recorrer ms de tres kilmetros diarios si no llova. Su ruta habitual pasaba por la calle de perverso nombre de Cuesta de Up-Mile*(* Milla hacia arriba. (N. de la T.)) hasta la Biblioteca Pblica de Derry, a continuacin a Pginas Traseras, una librera de viejo, y por fin al quiosco situado en el cruce de las calles Witcham y Main. Pginas Traseras se hallaba junto a una catica chatarrera llamada Rosa Usada, Ropa Usada, y al pasar por delante de aquella tienda cierto da de aquel agosto de su descontento, Ralph vio un cartel nuevo entre los anuncios pasados de cenas de alubias y actividades sociales de la iglesia, un cartel colocado de modo que cubra la mitad de un amarillento pster de propaganda electoral que peda el voto presidencial para Pat Buchanan. La mujer que apareca en las dos fotografas de la parte superior del cartel era una bonita rubia de treinta y muchos y cuarenta y pocos aos, pero el estilo de las fotos, que mostraban el rostro serio de frente y el rostro serio de perfil respectivamente, con fondo blanco en ambos casos, resultaba lo bastante inquietante como para que Ralph se detuviera a mirar. Las fotos conferan a la mujer el aspecto de pertenecer a la oficina de correos o a un reality show de la tele... y eso, como pona de manifiesto el texto del cartel, no era una casualidad. Las fotos le haban hecho detenerse, pero fue el nombre de la mujer lo que lo retuvo. SE BUSCA POR ASESINATO SUSAN EDWINA DAY 38. 38 eran las palabras impresas en negro que aparecan en la parte superior del cartel. Y bajo las fotos de aparente corte policial se vea impreso en rojo: NO TE ACERQUES A NUESTRA CIUDAD! En la parte inferior del cartel se vea una frase impresa en letra pequea. La visin de cerca de Ralph haba empeorado de un modo considerable desde la muerte de Carolyn (de hecho, sera ms apropiado decir que se haba ido al carajo), por lo que tuvo que inclinarse hacia delante hasta oprimir la frente contra el sucio escaparate de Rosa Usada, Ropa Usada a fin de poder descifrar el texto: Financiado por el Comit pro vida de Maine En lo ms profundo de su mente, una voz susurr: Ei, Ei, Susan Day! A cuntos nios has matado hoy? Susan Day, record Ralph, era una activista poltica de Nueva York o Washington, la clase de mujer que hablaba muy deprisa y siempre volva locos a taxistas, peluqueros y obreros de la construccin de los que llevan casco. No saba por qu se le haba ocurrido precisamente aquella copla de ciego; formaba parte de algn recuerdo que no consegua evocar. Tal vez su cerebro viejo y cansado estaba confundindose con aquel cntico de protesta contra la guerra de Vietnam tan popular en los sesenta, aquel que deca: Ei, ei, LBJ! A cuntos nios has matado hoy? No, no es eso -se dijo-. Se parece, pero no. Era... Justo antes de que su mente pudiera escupir el nombre y el rostro de Ed Deepneau, una voz habl casi a su lado. -La Tierra llamando a Ralph, la Tierra llamando a Ralph, vamos, Ralphie, cario! Arrancado de su ensimismamiento, Ralph se volvi hacia la voz. Qued desconcertado y a un tiempo divertido al comprobar que casi se haba dormido de pie. Dios mo -pens-. Uno no se da cuenta de lo importante que es dormir hasta que no puede hacerlo. Entonces, todos los suelos empiezan a ladearse y los cantos de las cosas empiezan a redondearse. Era Hamilton Davenport, el propietario de Pginas Traseras, quien le haba llamado. Estaba llenando el carrito de la biblioteca que guardaba delante de la tienda con libros de bolsillo de brillantes portadas. Su vieja pipa hecha de mazorca de maz, que a Ralph siempre le haba recordado el can de chimenea de un vapor a escala, sobresala de la comisura de sus labios, enviando nubecillas de humo azul al aire brillante y clido. Winston Smith, su viejo 39. 39 gato gris, estaba sentado en el umbral de la puerta con la cola enroscada alrededor de las patas. Contemplaba a Ralph con sus indiferentes ojos amarillos, como si dijera: Te cree que sabes lo que es hacerse viejo, eh, amigo mo? Pues aqu estoy yo para dar prueba de que no tienes ni puta idea de lo que significa hacerse viejo. -Dios mo, Ralph -exclam Davenport-. Debo de haberte llamado al menos tres veces. -Supongo que estaba en Babia -repuso Ralph. Rode el carrito de la biblioteca, se apoy en el marco de la puerta (Winston Smith guardaba su lugar con real indiferencia) y cogi los dos peridicos que compraba cada da, el Boston Globe y el USA Today. El Derry News le llegaba directamente a casa por cortesa de Pat, el repartidor. A veces contaba a la gente que estaba seguro de que uno de los tres peridicos era una porquera, pero que todava no haba logrado decidir cul. -No... De repente, Ralph se interrumpi al cruzarle por la mente la imagen de Ed Deepneau. De Ed haba odo aquella desagradable cantinela el verano pasado, junto al aeropuerto, y no era de extraar que le hubiera costado un rato recordarlo. Ed Deepneau era la ltima persona en el mundo de quien habra esperado or algo as. -Ralphie -llam Davenport-. Ya vuelves a estar en las nubes? -Oh, lo siento -exclam Ralph parpadeando-. No duermo muy bien ltimamente, eso es lo que quera decir. -Qu mala pata..., pero hay cosas peores en esta vida. Bbete un vaso de leche caliente y escucha algo de msica suave media hora antes de irte a la cama. Ralph haba descubierto aquel verano que todos los habitantes del pas parecan tener un remedio casero para el insomnio, algn truco de magia de la abuela que se haba transmitido de generacin en generacin como la biblia familiar. -Bach va muy bien, tambin Beethoven, y William Ackerman no est mal. Pero lo mejor de todo... -Davenport alz un dedo con gesto misterioso para enfatizar lo que iba a decir-. Lo mejor de todo es no levantarse de la silla durante esa media hora. Para nada. No contestes al telfono, no des cuerda al perro ni saques el despertador, no decidas ir a lavarte los dientes... Nada! Y cuando te vayas a la cama, ya vers como te quedas frito. -Y qu pasa si ests sentado en tu silln favorito y de repente te das cuenta de que tienes una urgencia? -inquiri Ralph-. Estas cosas suelen pasar cuando se llega a mi edad. 40. 40 -Pues te lo haces encima -replic Davenport sin vacilar y echndose a rer a carcajadas. Ralph esboz una sonrisa forzada. Su insomnio estaba perdiendo cualquier matiz humorstico que pudiera haber tenido en un principio. -Te lo haces encima! -cloque Ham al tiempo que daba palmadas en el carrito y se balanceaba sin dejar de rer. Ralph ech un vistazo al gato. Winston Smith le devolvi una mirada serena, y a Ralph le pareci que aquellos ojos amarillos decan: S, tienes razn, es un estpido, pero es mi estpido. -No est mal, eh? Hamilton Davenport, maestro de la respuesta rpida. Te lo haces... Hamilton lanz otra carcajada, mene la cabeza y a continuacin tom los dos billetes de dlar que Ralph le alargaba. Se los guard en el bolsillo del corto delantal rojo que llevaba y sac algunas monedas. -Est bien? -Seguro que s. Gracias, Ham. -De nada. Y bromas aparte, prueba lo de la msica. De verdad que funciona. Tranquiliza las ondas cerebrales o algo as. -Lo probar. Y lo peor del asunto es que probablemente lo probara, al igual que haba probado la receta de limn y agua caliente de la seora Rapaport y los consejos de Shawna MCClure, segn los cuales deba aclarar la mente reduciendo las respiraciones y concentrndose en la palabra calma (claro que cuando la pronunciaba Shawna, sonaba caaaaaaalmaaaa). Cuando uno intenta combatir el deterioro lento pero seguro de su ciclo de sueo, cualquier remedio casero poda resultar prometedor. Ralph empez a alejarse, pero de repente se volvi de nuevo hacia Ham. -Qu es ese cartel de la tienda de al lado? -La tienda de Dan Dalton? -replic Ham frunciendo la nariz-. Nunca miro dentro, si puedo evitarlo. Me revuelve el estmago. Es que tiene algo nuevo y asqueroso en el escaparate? -Supongo que es nuevo... No est tan amarillento como el resto de los carteles, y la ausencia de mierda de mosca es notable. Parece un anuncio de sos de se busca, slo que la de las fotos es Susan Day. 41. 41 -Susan Day en un...! Qu hijo de puta! -exclam Ham lanzando una mirada siniestra a la tienda vecina. -Quin es? La presidenta de la Organizacin Nacional de Mujeres o algo as? -Ex presidenta y cofundadora de Hermanas de Armas. Autora de La sombra de mi madre y Lirios del valle. ste es un estudio sobre mujeres maltratadas y el porqu tantas de ellas se niegan a denunciar a los hombres que las maltratan. Creo que gan el premio Pulitzer. Susie Day es una de las tres o cuatro mujeres con ms influencia del pas en estos momentos, y sabe escribir adems de pensar. Ese payaso sabe que tengo una de sus peticiones al lado de mi caja registradora. -Qu peticiones? -Estamos intentando que venga a dar una conferencia -repuso Davenport-. Sabes que los antiabortistas intentaron volar el Centro de la Mujer las Navidades pasadas, no? Ralph intent recordar con cautela el agujero negro en el que haba vivido a finales de 1992. -Bueno, recuerdo que la polica cogi a un tipo en el aparcamiento permanente del hospital con una lata de gasolina, pero no saba... -Era Charlie Pickering. Es miembro de Pan de Cada Da, uno de los grupos pro vida que organizan los piquetes antiabortistas -explic Davenport-. Le convencieron para que lo hiciera, creme. Pero este ao ya pasan de la gasolina. Van a intentar que el ayuntamiento cambie las regulaciones urbansticas para que el Centro de la Mujer desaparezca. Y es posible que lo consigan. Ya conoces Derry, Ralph... No es precisamente el colmo del liberalismo. -No -convino Ralph con una dbil sonrisa-. Nunca lo ha sido. Y el Centro de la Mujer es una clnica de abortos, no? Davenport le lanz una mirada impaciente y seal con la cabeza Rosa Usada. -Eso es lo que dicen los cabrones como l -dijo-, slo que les gusta ms llamarlo fbrica que clnica. Y no hacen ni caso de todas las otras cosas que hace el Centro de la Mujer. A Ralph, Ham empezaba a recordarle a un presentador de televisin que anunciaba medias que nunca tenan carreras durante el intermedio de la pelcula del domingo por la tarde. -Hacen planificacin familiar, se ocupan de malos tratos a mujeres y nios y tienen un albergue para mujeres maltratadas en las afueras de Newport. Tienen un centro de violaciones en un edificio de la ciudad, junto al hospital, y una lnea telefnica permanente 42. 42 para mujeres que han sido violadas y vctimas de palizas. En resumen, defienden todas las cosas que hacen que tipos duros como Dalton se pongan a parir. -Pero practican abortos, no? -insisti Ralph-. De eso van los piquetes, verdad? Ralph tena la impresin de que los manifestantes armados con pancartas que patrullaban delante del edificio de ladrillo bajo y discreto del Centro de la Mujer llevaban aos all. Siempre le haban parecido demasiado plidos, demasiado intensos, demasiado delgados o demasiado gordos, demasiado seguros de que Dios estaba de su parte. Las pancartas que llevaban decan cosas como TAMBIN LOS NONATOS TIENEN DERECHOS; VIDA, QU MARAVILLOSA ELECCIN, y el viejo Clsico EL ABORTO ES UN ASESINATO. En varias ocasiones, mujeres que acudan a la clnica, que se encontraba cerca del hospital de Derry, pero no estaba asociada a l, crea Ralph, haban sido bombardeadas con bolsas que contenan jarabe de maz teido de rojo. -S, practican abortos -repuso por fin Ham-. Tienes algn problema con eso? Ralph pens en los largos aos que l y Carolyn haban pasado intentando tener un hijo, aos que no haban provocado ms que varias falsas alarmas y un desgraciado embarazo de cinco meses que haba acabado en aborto. De repente lo acometi la sensacin de que haca demasiado calor y de que tena las piernas demasiado cansadas. La idea del camino de regreso, sobre todo la parte de Up-Mile Hill, le carg la espalda y la mente como un saco de piedras. -Dios mo, no lo s -replic-. Pero me gustara que la gente no se pusiera tan... histrica. Davenport gru para sus adentros, se acerc al escaparate de su vecino y contempl el falso cartel de bsqueda. Mientras lo miraba, un hombe alto y plido que luca una perilla, la anttesis absoluta del tipo duro, dira Ralph, surgi de las profundidades de Rosa Usada como un fantasma de vodevil un poco ajado. Al darse cuenta de lo que Davenport estaba mirando, una sonrisita desdeosa se dibuj en las comisuras de sus labios. Ralph crea que era la clase de sonrisa que podra costar a un hombre un par de dientes o la nariz. Especialmente en un da tan achicharrante como se. Davenport seal el cartel y sacudi la cabeza con violencia. La sonrisa de Dalton se ensanch. Agit las manos en direccin a Davenport (A quin le importa un carajo lo que pienses t?, deca aquel gesto) y a continuacin desapareci de nuevo en las profundidades de la tienda. 43. 43 Davenport se volvi de nuevo hacia Ralph con las mejillas cubiertas de brillantes manchas rojas. -La foto de ese tipo debera aparecer junto a la palabra cabrn en el diccionario -coment. Exactamente lo mismo que piensa l de ti, cavil Ralph, aunque, por supuesto, no lo expres en voz alta. Davenport se qued de pie ante el carro de la biblioteca llena de libros de bolsillo, con las manos metidas en los bolsillos de su delantal rojo, cavilando ante el cartel de (ei ei) Susan Day. -Bueno -dijo por fin Ralph-, supongo que ser mejor que... Davenport sali de su ensimismamiento. -No te vayas todava -pidi-. Primero firma la peticin, vale? Algrame un poco el da. Ralph movi los pies con nerviosismo. -Normalmente no me meto en conflictos como... -Venga, Ralph -lo interrumpi en tono de vamos-a-ser-razonables-. No se trata de conflictos; se trata de asegurarse que los chalados como los que llevan Pan de Cada Da y los neandertales polticos como Dalton no consigan cerrar un centro tan til para las mujeres. No te estoy pidiendo que apoyes los experimentos de armas qumicas con delfines. -No -concedi Ralph-,supongo que no. -Esperamos poder enviar cinco mil firmas a Susan Day el uno de septiembre. Lo ms probable es que no sirva para nada, porque Derry no es ms que un pueblo grande perdido, y adems, seguro que Susan Day tiene la agenda llena hasta el siglo que viene, pero no cuesta nada intentarlo. Ralph se sinti tentado de explicar a Ham que la nica peticin que haba deseado firmar era una en la que pidiera a los dioses del sueo que le devolvieran las tres horas de descanso que le haban arrebatado, pero entonces ech otro vistazo al hombre y decidi contenerse. Carolyn habra firmado su maldita peticin -se dijo-. No es que le encantara el aborto, pero tampoco le encantaban los hombres que llegaban a casa en cuanto cerraban los bares y confundan a sus mujeres e hijos con balones de ftbol. Era cierto, pero sa no habra sido la razn principal que la habra impulsado a firmar; lo habra hecho por la vaga posibilidad de escuchar a una autntica revoltosa como Susan Day 44. 44 de cerca y en persona. Lo habra hecho movida por la curiosidad innata que tal vez haba sido su caracterstica ms destacada, algo tan fuerte que ni siquiera el tumor cerebral haba podido matar. Dos das antes de morir, haba sacado la entrada del cine que Ralph qtilizaba como punto de lectura del libro de bolsillo que haba dejado sobre la mesilla de noche, porque quera saber qu pelcula haba ido a ver. Era Algunos hombres buenos, con Tom Cruise, por cierto, y Ralph qued sorprendido y consternado al descubrir cunto le dola recordarlo. An ahora le dola una barbaridad. -De acuerdo -accedi-. Me encantar firmarla. -Buen chico! -exclam Davenport dndole una palmada en el hombro. La expresin apesadumbrada dio paso a una sonrisa, pero Ralph no crea que ello significara una mejora significativa. La sonrisa era dura y no demasiado agradable. -Entra en mi antro de perdicin! Ralph lo sigui a la tienda impregnada del olor a tabaco, lo que no pareca constituir un sntoma especial de perdicin a las nueve y media de la maana. Winston Smith se les adelant a la carrera, volviendo la cabeza tan slo una vez para observarlos con sus ancianos ojos amarillos. l es un estpido y t otro, pareca decir aquella mirada de despedida. Dadas las circunstancias, no era una conclusin que Ralph tuviera muchas ganas de cuestionar. Se coloc los peridicos bajo el brazo, se inclin sobre el papel rayado que haba sobre el mostrador, junto a la caja registradora, y firm la peticin para que Susan Day viniera a Derry a interceder en favor del Centro de la Mujer. No le cost tanto subir la cuesta de Up-Mile como haba credo, y atraves el cruce en forma de X de las calles Witcham y Jackson pensando: Bueno, no ha sido tan espantoso, ver..?. De repente se dio cuenta de que las orejas le zumbaban y las piernas haban empezado a temblarle. Se detuvo al otro extremo de la calle Witcham y se puso la mano sobre la pechera de la camisa. El corazn le lata bajo la palma con una violencia desigual que daba miedo. Oy el crujido de papeles y vio que el suplemento de anuncios caa del Boston Globe y flotaba hasta la cuneta. Empez a inclinarse para recogerlo, pero no tard en detenerse. No es una buena idea, Ralph. Si te agachas, lo ms probable es que te caigas. Te sugiero que dejes que lo recoja el basurero. -S, s, buena idea -mascull al tiempo que se ergua. 45. 45 Puntos negros bailaban ante sus ojos como una bandada surrealista de cuervos, y por un instante, Ralph se convenci de que acabara tendido encima del suplemento de anuncios hiciera lo que hiciera. -Ralph, ests bien? Alz la mirada con cautela y vio a Lois Chasse, que viva al otro lado de Harris Avenue, a media manzana de la casa que comparta con Bill McGovern. Estaba sentada en uno de los bancos que haba junto al parque Strawford, probablemente esperando al bus de Canal Street para ir al centro. -Pues claro, perfectamente -repuso mientras mova las piernas. Tena la sensacin de estar pisando gelatina, pero crea haber llegado al banco sin ofrecer un aspecto demasiado espantoso. Sin embargo, no pudo contener un pequeo jadeo de gratitud al sentarse junto a Lois. Lois Chasse tena grandes ojos oscuros, de los que solan llamarse ojos espaoles cuando Ralph era pequeo, y apostaba a que haban bailado en la mente de docenas de chicos cuando Lois iba al instituto. Seguan siendo su mejor rasgo, pero a Ralph no le hizo demasiada gracia la expresin de preocupacin que mostraban en aquel momento. Era... Cmo describirlo? Una expresin demasiado amistosa como para ser de simple consuelo, fue la primera idea que se le ocurri, pero no estaba seguro de que fuera la correcta. -Perfectamente -repiti Lois. -Exacto. Ralph se sac un pauelo del bolsillo posterior, se asegur de que estuviera limpio y a continuacin se enjug la frente. -Espero que no te importe que te lo diga, Ralph, pero no pareces estar perfectamente. A Ralph s le importaba, pero no saba cmo decrselo. -Ests plido, sudoroso y adems has tirado papeles al suelo. Ralph la mir consternado. -Se te ha cado algo del peridico. Creo que era el suplemento de los anuncios. -Ah, s? -Lo sabes muy bien. Espera un momento. 46. 46 Lois se levant, cruz la acera, se agach (Ralph se percat de que, aunque tena las caderas bastante anchas, sus piernas todava ofrecan un aspecto admirable para una mujer que deba de tener como mnimo sesenta y ocho aos) y recogi el suplemento. Regres al banco y se sent. -Bueno -dijo-, ahora ya no eres un cerdo que tira basura al suelo. -Gracias -repuso Ralph sonriendo a su pesar. -Ha sido un placer. Me ir muy bien el cupn de Cafs Maxwel House, tambin el de mezcla para hamburguesas y el de Coca Cola Light. Me he puesto como una vaca desde que muri el seor Chasse. -No ests nada gorda, Lois. -Gracias, Ralph, eres un perfecto caballero, pero no cambies de tema. Has sufrido un mareo, verdad? De hecho, has estado a punto de desmayarte. -Slo me he parado a recobrar el aliento -replic Ralph con rigidez. Se volvi para observar a un puado de cros que jugaban al bisbol en el parque. Jugaban sin miramientos, riendo y haciendo payasadas. Ralph envidiaba la eficacia de sus sistemas de aire acondicionado. -A recobrar el aliento, eh? -S. -A recobrar el aliento. -Lois, pareces un disco rayado. -Bueno, pues este disco rayado te va a decir una cosa, vale? Ests como una cabra por intentar subir esta cuesta con el calor que hace. Si quieres pasear, por qu no vas a la Extensin, que es plana, como hacas antes? -Porque me recuerda a Carolyn -repuso Ralph, asqueado por el tono rgido, casi grosero que haba adoptado, pero incapaz de evitarlo. -Oh, mierda -exclam Lois rozndole la mano-. Lo siento. -No pasa nada. -S que pasa. Debera haberlo sabido. Pero el aspecto que tienes ahora mismo tampoco est nada bien. Ya no tienes veinte aos, Ralph. Ni siquiera cuarenta. No quiero decir que no ests en buena forma... Cualquiera puede comprobar que ests en magnfica forma para la edad que tienes, pero deberas cuidarte ms. A Carolyn le gustara que te cuidaras. 47. 47 -Ya lo s -replic Ralph-, pero de verdad que... estoy bien, quera decir, pero entonces apart la vista de sus manos, mir a Lois a los oscuros ojos y lo que vio en ellos le impidi seguir. Tambin haba cansancio en aque