El espíritu y la práctica de la ciencia Benjamín marticorena*
Steve Satushek
* Físico. Jefe de Evaluación de la Investigación de la PUCP.
L a ciencia es un ejercicio metódico orientado al conocimiento de
la realidad, natural o social. Por su
propio origen y propósito institucional, el lugar más propio de la
actividad cien- tífica es la universidad, aunque también se realiza
en centros públicos no uni- versitarios de investigación (como en
el Instituto Geofísico del Perú, el Instituto de Investigaciones de
la Amazonía Peruana, el Instituto del Mar del Perú, etc.), en
empresas y en otros organismos privados y públicos.
¿Qué aporta la puCp a las CienCias?
El aporte de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) a
las ciencias en el país fue siempre muy significativo,
especialmente en las ciencias sociales y las humanidades. Pero en
las últimas décadas, la producción de investigación de excelencia
en las áreas de ingenierías y ciencias está creciendo rápidamente y
es posible que dentro de unos diez años sea una de las más
competitivas del país y muy reconocida en el mundo. Los cam- pos de
la ingeniería en que más se trabaja son los de la ingeniería
médica, acústica, materiales industriales, ambiente. En las
ciencias naturales, las altas energías, par- tículas elementales,
óptica, física teórica, química fina, química industrial….
los orígenes de la aCtividad CientífiCa en el perú
Aunque en el inicio de la Colonia se crea- ron el Tribunal del
Protomedicato (que reguló la profesión médica) y la Oficina del
Cosmógrafo (para las observaciones y las informaciones
meteorológicas y climáti- cas), así como una cátedra de matemáticas
en las carreras de Derecho y Teología de San Marcos, el poderoso
movimiento de la Contrarreforma tuvo una duradera y profunda
secuela en América, cerrando aquí las puertas de la ciencia que, en
cam- bio, en los países del occidente europeo (con excepción de
España y Portugal) se abrían con el impulso renacentista. En el
último tramo de la Colonia, en 1791 se fundan el Mercurio Peruano
para “… estudiar la naturaleza peruana desde un punto de vista
nacionalista”, el Anfiteatro Anatómico en 1792 para hacer autopsias
y conocer la fisiología humana, y en 1811 el Colegio de Medicina y
Cirugía de San Fernando. En este movimiento hacia la ciencia está
presente el arequipeño Hi- pólito Unanue. Pero es con la República,
y especialmente con la influencia de la filosofía positivista, que
se ve un impulso mayor al pensamiento y a la actividad
tierra y cultura
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científica en las universidades de San Mar- cos y San Antonio Abad.
Los nombres de Mariano de Rivero y Ustáriz (minerólogo y químico),
Cayetano Heredia y Casimiro Ulloa (médicos) y Antonio Raimondi (bo-
tánico y geógrafo) son los más destacados del primer medio siglo de
independencia.
Luego vienen la fundación de la Escuela de Ingenieros (1876) y de
la Escuela de Agricultura (1901), un excelente desempe- ño (en esos
años) de las universidades del Cusco, Arequipa y de la
(bolivariana) de Trujillo. Se inicia así uno de los períodos más
prolíficos de investigación científica
Los abismos en la investigación entre los países del norte y del
sur son cada vez más profundos.
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que ha tenido el Perú, destacando nítida- mente los campos de la
bacteriología (es- tudio de enfermedades transmitidas por
microorganismos) y la fisiología andina (o fisiología humana en la
altura), campos en los que el Perú alcanzó notoriedad mundial y que
continúa practicando con excelencia en las universidades Cayetano
Heredia, San Marcos y otras varias en las regiones andina y
amazónica. Como puede notarse, el impulso republicano a la ciencia,
si bien no representó el torrente de investigaciones y
notabilidades que debió tener, se orientó hacia áreas de interés de
una extraordinaria importancia para la sociedad peruana: la
medicina y biología tropical y la medicina y biología andinas
(sobre los 2500 msnm). La salud pública tiene una historia muy
extensa y signifi- cativa en el Perú, como lo ha mostrado en un
erudito libro el médico sanmarquino Carlos Bustíos Romaní1. En el
siglo XX toma impulso también la actividad de investigación en
Matemáticas, Química y Geofísica.
CienCia y Humanismo
La actividad científica tiene un fondo esencialmente humanista,
comenzando por el hecho de que posee una ética que consiste en
buscar la verdad (en la natura- leza tanto como en la sociedad)
poniendo a prueba hipótesis mediante experimentos reproducibles,
observaciones, encuestas
y análisis lógicos. La ética científica se halla en que, para el
investigador, no es posible afirmar nada que no pueda demostrar. El
mundo natural, por otra parte, tiene leyes inviolables que se ma-
nifiestan independientemente de nuestra voluntad, y la ciencia que
las estudia no puede escamotear la verdad afirmando lo que no puede
probar experimentalmente o por juicio lógico.
Además de una ética, hay una estética de la ciencia, que modela el
mundo desde sus abismos estelares hasta sus ínfimas estructuras
atómicas, buscando formas de exposición inteligibles, en lo
posible, para el sentido común de las personas. Los límites de este
propósito nos los recuerda Einstein con su frase: “Debemos explicar
la naturaleza de la manera más sencilla posible, pero no más
sencilla”.
Y también hay, por supuesto, y espe- cialmente a partir del
surgimiento del pro- yecto de la modernidad, un utilitarismo de la
ciencia, que sigue el ideal baconiano de “poner la naturaleza al
servicio de la humanidad” mediante la ingeniería y la
tecnología.
La ciencia tiene, pues, todos los in- gredientes del humanismo, lo
que no quiere decir que sus productos siempre hayan sido empleados
en beneficio de la humanidad.
la otra Cara del saber
Demasiado sabemos del potencial des- tructivo de muchos productos
de la ciencia que se alcanzaron precisamente para
1 Bustíos Romaní, Carlos, Cuatrocientos años de Salud Pública en el
Perú. Lima: Editorial San Marcos, CONCYTEC, 2004.
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ganar superioridad militar o preeminencia social o control
político. En realidad, nin- guna aplicación tecnológica de la
ciencia es buena o mala en sí misma. Su condición de benéfica o
dañina se la da el móvil de su utilización. Por eso, no basta que
la ciencia tenga una herencia humanista, sino que hay que asegurar
su uso para el bien común mediante instituciones sociales de
control fuertes.
En un artículo en Quehacer titulado “La historia que se nos viene”
(julio 1997), escribí esto:
Como se escucha en los templos budistas de Honolulu, “las mismas
puertas que abren las puertas del cielo, abren las del infierno”.
Así sucedió con la fuerza nuclear, que si bien hoy representa una
importante fuente de provisión de ener- gía para varias naciones,
es también una amenaza contra la salud y un argumento
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Sin inversión, apoyo e interés por la investigación corremos el
peligro de desengancharnos.
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de presión militar. Ocurrió así también con los insumos
industriales de la “Revolución Verde”, que nos prometió terminar
con la injusticia del hambre mundial bajo el infundado supuesto de
que las condiciones agronómicas de todas las geografías podrían
adaptarse a ella. También antes, con el uso intensivo del carbón
como fuente energética durante la primera revolución industrial,
acu- mulándose capital en la banca y dióxido de carbono en la
atmósfera en cantidad suficiente para que hoy nos amenace a todos
el efecto invernadero. Sucedió asimismo con la industria química
que —se creyó entonces— nos devolvía a la edad de oro al recrear la
estructura de los materiales, pero produciéndose, junto con ella,
una peligrosa contaminación de las fuentes de agua, de las tierras
de labranza y del aire. Volviendo al mensaje polinesio, diremos que
las dos puertas se abrieron simultáneamente para estas revoluciones
tecnológicas radicales: una puerta para mejorar el mundo y la otra
para reventarlo.
La ciencia y la religión no se dan ni se piden mutuas
explicaciones. Un científico puede seguir procedimientos rigurosa-
mente racionales para investigar el mundo social o natural y ser un
creyente. La re- ligión, en su caso, se manifiesta como un
ordenamiento moral. Así como tampoco se necesita ser creyente para
vivir con va- lores morales sólidos en nuestra relación con el
entorno social y físico.
Algo que puede señalarse como riesgo en estos tiempos de propensión
general a la intolerancia política y religiosa, es que ambas pueden
representar un freno para transitar por el camino de la
investigación y el conocimiento para el desarrollo
integral del individuo y de su sociedad. La investigación, que es
una de las más nobles actividades de la sociedad, puede verse
hostilizada por los fundamentalismos de todo tipo que rebrotan en
el mundo en un período de severa crisis económica, cultural y
ambiental. Pero, felizmente, los fundamentalismos no son la regla
sino la excepción, lo que deja un amplio lugar para que la
universidad continúe siendo libre de tales obstáculos.
La investigación de la naturaleza pe- ruana, tan diversa en su
geología, biología y meteorología, y la investigación de la
sociedad peruana, con su también muy amplia diversidad cultural y
humana, tienen ambas una extraordinaria impor- tancia para el
presente y el futuro del país.
Debemos recordar que los más reta- dores problemas del Perú se
originan en la incapacidad de la sociedad de com- prenderse
suficientemente a sí misma, de conocer el mundo natural en que
medra y de interpretar acertadamente las relaciones de mutua
dependencia entre sí y con el entorno físico. Y son esos,
precisamente, los conocimientos que las ciencias naturales y las
ciencias sociales logran cuando el Estado y la sociedad las
respaldan deliberadamente.