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INTRODUCCIÓN El sistema de mercado neoliberal se asienta sobre un mundo desigual, injusto y ambientalmente deteriorado en el que los individuos hemos perdido libertad. Podríamos aspirar a otro mundo más amable pero los grandes poderes públicos no parecen estar dispuestos a ello. Sin embargo, el momento ofrece una buena oportunidad para el cambio. Todo consiste en invertir el orden de importancia de los que Susan George (SG) llama “las esferas”. Si pusiésemos en primer lugar el Planeta seguido de la Sociedad, después la Economía y por último las Finanzas, y no en sentido inverso como hasta ahora, la transformación sería posible. Pero en muchos círculos económicos aún no se tienen en cuenta la finitud de los recursos naturales y el Planeta se considera una fuente inagotable de la que obtener bienes de consumo y al que arrojar los residuos. El trabajo de los ciudadanos, los propios ciudadanos, son un recurso más. 1 SOBRE EL LIBRO DE SUSAN GEORGE Sus crisis, nuestras soluciones Antonio Rubio Marzo, 2012

Sus crisis, nuestras soluciones

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Sobre el libro de Susan George

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INTRODUCCIÓN

El sistema de mercado neoliberal se asienta sobre un mundo desigual, injusto y ambientalmente deteriorado en el que los individuos hemos perdido libertad. Podríamos aspirar a otro mundo más amable pero los grandes poderes públicos no parecen estar dispuestos a ello. Sin embargo, el momento ofrece una buena oportunidad para el cambio. Todo consiste en invertir el orden de importancia de los que Susan George (SG) llama “las esferas”. Si pusiésemos en primer lugar el Planeta seguido de la Sociedad, después la Economía y por último las Finanzas, y no en sentido inverso como hasta ahora, la transformación sería posible. Pero en muchos círculos económicos aún no se tienen en cuenta la finitud de los recursos naturales y el Planeta se considera una fuente inagotable de la que obtener bienes de consumo y al que arrojar los residuos. El trabajo de los ciudadanos, los propios ciudadanos, son un recurso más. Sobre la metáfora carcelaria de los muros que nos encadenan (que se corresponden con los capítulos del libro), plantea SG la necesidad de conseguir la unidad suficiente para que se produzca la transformación. Es necesaria la unión de esfuerzos, el trabajo conjunto, para inclinar la balanza hacia un entorno realmente democrático en un planeta más justo y habitable. La tarea es ardua porque precisamente los valores democráticos son un obstáculo para los ricos, poderosos, educados, inteligentes y conservadores miembros del “la clase de Davos”, es decir, los dueños de los mercados interesados en que nada cambie. O que cambie algo para que todo siga igual, que es una de las máximas de esta clase. Los alcaides de la prisión, que tienen a su servicio un ejército de carceleros incondicionales y muy preparados, son los que han generado su

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SOBRE EL LIBRO DE SUSAN GEORGE

Sus crisis, nuestras soluciones

Antonio Rubio Marzo, 2012

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propia crisis -no la nuestra- y los que, con su poder, han tenido hasta ahora la hegemonía cultural. Pero los ciudadanos nos hemos informado. Compartimos conocimientos en las redes sociales, hemos desarrollado el espíritu crítico y nos vamos poniendo de acuerdo en que “la cosa no funciona”. Ellos tienen la ideología pero no las ideas ni la imaginación. Y nosotros más poder del que creemos. Aprovechar ese poder y no perdernos en discusiones vanas es nuestro reto.

Lo más probable es que el fin del sistema capitalista no sea como un portazo, -borrón y cuenta nueva-, sino que se produzca un proceso de transformación paulatina en el que vayan retomando su importancia las personas y el planeta en un entorno más cooperativo. Esperemos que no se dispare la violencia ni se dé un resurgir de tendencias neofascistas como ocurrió en la década de los años treinta después del crac del 29. En este sentido, me parece interesante la reflexión sobre el peligro de caer en un “ecofascismo” que imponga por la fuerza la conservación del medio. Los mercados y los intercambios económicos están en la base de la creación de las sociedades y no tiene porqué ser malo que sigan existiendo. La cuestión es cambiar su orientación y, sobre todo, quitarles el poder que ejercen sobre los gobiernos. Pero mientras los partidos políticos dependan económicamente del capital bancario, la tarea se presenta difícil. Los bienes públicos (el clima, le agua, la salud, la educación…) deben volver a serlo y no depender de intereses económicos ni políticos. La descentralización de estos bienes es quizás la mejor alternativa. No es fácil predecir el futuro de la sociedad pero sí debemos apostar por la diversidad sociocultural y la democracia. El cambio está en nuestras manos y de nuestra ilusión, formación y voluntad depende el éxito de la empresa.

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1. EL MURO DE LAS FINANZAS

La voluntad de poder de unos pocos, la codicia, el instinto animal de estar por encima del otro y el trabajo obstinado de muchos sicarios tranquilos con su conciencia porque “cumplen órdenes”, son las causas de la actual crisis económica que mantiene insomnes a los banqueros. Si a ello unimos la falta de voluntad política de los gobiernos para sobreponerse a la tiranía de los mercados autorregulados, entenderemos cómo el mundo financiero ha superado al mundo de lo público. Los miembros de la cúpula han sido -son todavía- “demasiado grandes para fracasar”, pero miles de empleados viven atemorizados por sus precarias condiciones laborales. Cuando se está restringiendo la inversión estatal en valores de primera necesidad como educación, sanidad, investigación… la llamada de socorro de los bancos a los estados obtiene una respuesta inmediata. Los gobiernos vacían el calcetín y ponen sobre la mesa millones de dólares o de euros salidos de no se sabe dónde para que los grandes poderes financieros dejen de tambalearse en el terremoto que ellos mismos han creado. Mientras tanto, los inocentes sufrimos el daño de la poda con muda resignación y con miedo. La crisis estaba avisada desde antaño y ya la sufrieron algunos países emergentes (o menos ricos) a partir de los ’90, pero la clase política hizo oídos sordos a las voces de advertencia. Por su parte, los financieros del dinero por el dinero estaban dedicados a la labor de cambiar la mentalidad social surgida tras la Segunda Guerra Mundial que pretendía redistribuir la riqueza promoviendo el Estado de Bienestar. Para ello contaban con toda la maquinaria publicitaria y el marketing ideológico. Lo primero, disminuir el gravamen de impuestos a los más adinerados. (Lo consiguieron: en EUA, en la década de los ’50, el descuento en impuestos para las grandes fortunas era del 90%; en 2009 la tasa es del 35%). La consecuencia es que los estamentos menos acaudalados, las clases medias y bajas, aportan al Estado la mayor parte de sus ingresos haciéndose cada vez más pobres mientras los ricos siguen enriqueciéndose. El segundo frente era conseguir que su doctrina neoliberal calase en la mentalidad y el corazón de las gentes hasta convertirse en el “sentido común” de nuestra época. Para ello contaron con el adoctrinamiento impartido desde los centros educacionales (escuelas, universidades, laboratorios de ideas…) con la participación voluntariosa de muchos maestros convencidos de estar haciendo lo que tenían que hacer. (Bajo mi punto de vista, el gran acierto sibilino fue revestir la “ética neoliberal” de valores morales apreciados como la libertad individual: si somos libres, tenemos derecho a enriquecernos a costa de los demás puesto que los demás pueden hacer lo mismo a costa de nosotros. De esto se sigue que la regulación sociopolítica de la economía emprendedora no hace más

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que coartarnos la libertad. Los valores sociales no importan; lo que es verdaderamente importante es el valor del individuo. El Homo nosotros, el ser social que somos, superado por el Homo yo.). La apertura de fronteras a las inversiones extranjeras, apoyada en la actual globalización, hizo que grandes empresas trasladasen sus industrias a países donde las leyes reguladoras fuesen menos estrictas y los salarios más bajos en relación a la productividad de los trabajadores. La libertad de acción de los grandes capitales, justificada según el catecismo neoliberal en la reducción de costes y el aumento de beneficios, han hecho y siguen haciendo sufrir a miles de familias en todo el mundo. En los países ricos, la deslocalización de las empresas y el cierre de muchas industrias ha provocado un incremento insoportable de los índices de desempleo. La falta de dinero en el monedero ha significado una reducción del consumo y como consecuencia un exceso de oferta frente a la escasez de demanda. La Industria sufre y la respuesta del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial es promover la privatización y la reducción de las prestaciones sociales. Pero el exceso de producción, la reducción de las presiones fiscales a los que más tienen y la consecuente obligación de pagar más a los que tienen menos no son las únicas causas de la crisis. A todo esto hay que añadir el nacimiento de una economía financiera paralela a la economía de los bienes y servicios reales (la llamada “financierización” de la economía en la jerga de los economistas) junto a la facilidad para la concesión de créditos no solo a los particulares sino también a las principales corporaciones bancarias. Estos préstamos, basados en la confianza ciega en los mercados, se paralizan repentinamente cuando los bancos perciben que no pueden hacer efectivos los pagos de sus deudas. Los propios bancos dejan de prestar dinero a las empresas o a otros bancos, las inversiones se estancan y los consumidores dejan de consumir. Los grandes cerebros financieros descubren pronto que la salida está en no asumir el propio riesgo sino intentar que sea otro el que lo asuma. Inventan los productos financieros asentados en la mezcla de préstamos que diversifican el riesgo -y por tanto lo minimizan- entre varias entidades. La banca comercial tradicional concedía préstamos solo a aquellos peticionarios claramente solventes. Con esta nueva banca de inversión, la concesión de créditos exentos de riesgo se universaliza. Comienzan las fusiones entre bancos y compañías aseguradoras (Citigroup, 1988) y los paquetes de activos basados en deudas -fundamentalmente hipotecarias- desregulados y seguros. Los fondos iniciales de este tipo de inversiones provienen, una vez más, de los consumidores que consiguen créditos más caros cuanto más importante sea su aval.

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La burbuja inmobiliaria se hincha y el precio de las casas asciende sin límite aparente. (En España, entre 1997 y 2005, el valor de las viviendas se incrementa en un 145%). Borrachos de éxito y testosterona, los financieros comienzan a conceder créditos a particulares no solventes (los llamados créditos subprime) sin preocuparse de los impagos: siempre podrán cobrar en especie –la vivienda- y en cualquier caso, el riesgo lo ha asumido otro. Pero los Préstamos de Neutrones o NINJA (No Income, No Job, no Assets) ofrecidos por los bancos o las entidades crediticias hipotecarias, resultaron ser, como muchos ya pronosticaban sin ser escuchados, un arma de doble filo. Como el boom inmobiliario había construido más casas de las que eran necesarias y los precios habían subido por encima de la inflación, a mediados de 2006 la vivienda era casi un 10% más barata. Muchas entidades de crédito hipotecario, sin poder asumir las pérdidas, estaban cerrando y se produjeron despidos en masa. Todos estos hechos habían escapado a las previsiones de la banca porque las agencias calificadoras de los riesgos estaban pagadas por los propios bancos que no se preocupaban por contrastar sus análisis. (Algo parecido está ocurriendo con los obligados Estudios de Impacto Ambiental: las industrias solo contratan a las empresas que ofrecen estudios de impacto favorables y no miran más allá). Cuando los impagos de hipotecas son numerosos, los títulos avalados por créditos hipotecarios pierden su valor y los bancos no pueden hacer frente a sus propias deudas. La venta de sus activos no es solución porque todos intentan hacer lo mismo y los precios bajan. Para evitar la hecatombe global, los gobiernos comienzan a impulsar los Fondos de Rescate y, otra vez, el pago recae sobre el ciudadano que ve mermados los servicios públicos. Con estas medidas se privatizan los beneficios y se socializan las pérdidas. Y seguramente esto provocará un descenso en la demanda de bienes -que bajarán sus precios y por tanto los beneficios- provocando una pérdida de riqueza general. La deflación está servida.

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2. EL MURO DE LA POBREZA Y LA DESIGUALDAD Las decisiones sobre el funcionamiento de la sociedad han sido dictadas desde la economía por las clases más pudientes amparadas en la interpretación pseudodarwiniana del mundo. Bajo esta óptica, al considerarse como un fenómeno “natural” las diferencias entre ricos y pobres, la desigualdad queda justificada y la conciencia de los poderosos limpia. Muchos de los programas de cooperación al desarrollo que enarbolan la bandera de la solidaridad social y el altruismo acaban siendo motivo de la extensión de la brecha entre ricos y pobres o directamente promoviendo nuevas clases de desigualdad. La llamada Revolución Verde asiática o el programa AGRA para la nueva revolución verde de África que coordina la Fundación de Bill Gates son buen ejemplo de ello. Aunque en los inicios se observa un aumento de la producción, el resultado último es un incremento del empobrecimiento de los pequeños agricultores y un aumento en los beneficios de las multinacionales del sector. La propiedad de la tierra se concentra en unas pocas manos y los jornaleros son sustituidos por máquinas. Todo agricultor que no pueda asumir los costos de subirse al tren de la tecnología está destinado a desaparecer y la pobreza se extiende como un tsunami en regiones donde no se conocía la escasez extrema. El descenso de la productividad de la tierra y el deterioro ambiental son, con el tiempo, otras de las consecuencias directas de estos programas. La distribución a gran escala de las semillas genéticamente modificadas que está llevando a cabo el proyecto AGRA es doblemente perjudicial por su peligrosidad ambiental y por acrecentar la desigualdad. Estas semillas, al contrario que las tradicionales, no pueden ser guardadas y vueltas a plantar la temporada siguiente sino que tienen que ser compradas cada año. Además, solo crecen en determinadas condiciones climáticas o edáficas y promueven la aparición de nuevas plagas resistentes contra las que no sabemos luchar. La producción a la larga desciende y los campesinos ayudados por los grandes filántropos del Norte se ven desposeídos teniendo que abandonar sus tierras. Las tendencias agroecológicas pensadas para la recuperación de las variedades locales de semillas o las peticiones de conservación de la biodiversidad son sistemáticamente ignoradas.

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En la raíz de todos estos hechos está el nuevo colonialismo que los países del Norte rico están extendiendo sobre el Sur pobre. Se fueron los ejércitos y los gobernantes extranjeros dejando países desolados por haberse ocupado tan solo de la explotación de sus recursos pero no de conseguir mejoras para la población. Ahora llegan las multinacionales a seguir devastando hipócritamente disfrazadas de fundaciones solidarias y llevando a cabo supuestos programas de desarrollo que solo conducen a un mayor enriquecimiento de los ya ricos y un aumento de las desigualdades. Las organizaciones internacionales con visión realmente humanitaria (UNICEF, UNESCO, OMS, numerosas ONG) siguen insistiendo en la necesidad de establecer programas político-económicos de desarrollo, de índole transnacional mientras el contraste entre ricos y pobres y los niveles de desigualdad siguen aumentando. Basta comprobar lo lejos que estamos de alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio promovidos por la ONU. Son miles los estudios publicados sobre la problemática de la pobreza y miles las soluciones propuestas pero la globalización del sistema neoliberal impide que realmente lleguen a resultar válidos. Además, los informes, por muy bien intencionados que estén, no se comen y no parecen estar ayudando a los desfavorecidos. Por ello plantea SG la necesidad de estudiar a los ricos. Creo que la propuesta es inteligente -y valiente- aunque el problema es que esos estudios los hacemos los ricos y a nadie le gusta airear sus trapos sucios. Las desigualdades sociales están directamente relacionadas con los parámetros de calidad de vida de las poblaciones. Las sociedades más jerarquizadas y más imbuidas por políticas neoliberales tienen mayores problemas con respecto a la salud, la delincuencia, la violencia social, la esperanza de vida, etc. y en su tejido social arraiga más el interés por ser evaluado positivamente, la competencia y la consiguiente desconfianza y el estrés. Por supuesto, estas correlaciones entre igualdad, calidad de vida y bienestar social, no son tenidas en cuenta por las políticas neoliberales. Y me temo que van a ser aún más ignoradas en esta época de crisis de los mercados. La crisis de la economía está, por otra parte y como estamos viendo, teniendo muchas más influencias negativas entre los desfavorecidos que entre las clases económicamente más elevadas. Y máxime cuando aquéllos son invisibles en los mercados ni como productores ni como consumidores. De hecho se está produciendo un enriquecimiento aún mayor de los muy ricos a costa de un empobrecimiento aún mayor de los muy pobres. La transferencia de riqueza de abajo hacia arriba se sigue incrementando y la

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desigualdad creciendo. Los impactos sociales son cada vez más graves pero siguen creciendo los gastos militares y los presupuestos de defensa.

3. EL MURO DEL ACCESO A LOS ALIMENTOS Y AL AGUA Cada año hay más personas en el planeta con dificultades para acceder a los alimentos y al agua potable, es decir, a lo auténticamente indispensable. Y una vez más, la implantación de la normativa neoliberal parece estar detrás de estas dificultades. El engrosamiento de la deuda externa de los países pobres, que ya son incapaces de hacer frente incluso a los intereses de esa deuda; la ausencia de inversiones en cultivos alimentario; el abandono o la desposesión de tierras por parte de miles de pequeños agricultores; el deterioro ambiental; el cambio climático… han reproducido las situaciones de hambruna de décadas anteriores. Y el Objetivo del Milenio de reducir a la mitad el número de hambrientos para 2015 resulta ya a todas luces inalcanzable. Las actuales hambrunas que asolan en estos momentos el Cuerno de África tienen su origen en la época anterior de graves sequías pero lo terrible es que, aún sabiendo lo que estaba por venir, no se han tomado medidas de prevención y de solución de los problemas. Ni los países del Norte ni los propios dirigentes de los estados afectados, más ocupados en salvaguardar sus intereses y sus cuentas abiertas en paraísos fiscales, han movido un dedo por las víctimas -avisadas- de esta catástrofe. Si hay algo que repugna en todo esto es el desinterés de los gobiernos por los que mueren de hambre. Pero mientras las hambrunas sean consideradas como una especie de “daño colateral”, no deseado pero inevitable, del crecimiento económico globalizador y se prioricen las ganancias de los grandes capitales sobre las necesidades básicas por excelencia de la población (los alimentos y el agua) nada podrá cambiar. También el hambre se globaliza y lo que antes estaba limitado a regiones geográficas muy concretas y en periodos determinados, se va extendiendo en los países del Sur. Lo novedoso de estas recientes hambrunas es que por primera vez afectan también a miles de personas habitantes de las ciudades y no solo a campesinos de regiones poco fértiles o ambientalmente deterioradas. Por el contrario, las grandes empresas transnacionales del sector alimentario van aumentando sus beneficios a raíz del incremento extraordinario de los precios para los productos básicos. Las causas de este incremento de los precios son complejas y sujetas a muchas interpretaciones. Las principales pueden resumirse en siete: (1) la producción de cereales ha disminuido con respecto al crecimiento de la población; (2) las condiciones meteorológicas han colaborado en este

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descenso productivo aunque no han podido ser la única causa; (3) el aumento del precio del petróleo incrementa los gastos de los agricultores que se ven obligados a subir los precios para mantener el beneficio; (4) la aparición de una clase media cada vez más numerosa en países emergentes como China o India hace que las demandas de alimentos de mejor calidad también aumente. Sin embargo se comprueba que estas sociedades lo que realmente demandan es energía y carne; (5) la extensión de la superficie dedicada al cultivo de agrocombustibles en sustitución de los combustibles fósiles que, sin embargo, no reducen las emisiones ni el calentamiento global pero sí el cultivo de cereales para la alimentación; (6) la aparición de la especulación financiera en los mercados reales de productos para la alimentación y (7) la aplicación de normas neoliberales al comercio (libre, desregulado y no proteccionista) que han permitido a las multinacionales traspasar fronteras ofreciendo productos a precios más bajos que los campesinos locales. Una de las asignaturas pendientes es conseguir la soberanía alimentaria de los países. Esta soberanía es compatible con los grandes mercados pero se basa en la producción de variedades locales. Además utiliza técnicas sostenibles de conservación de la biodiversidad y métodos de investigación respetuosos con el medio y los las necesidades sociales. La soberanía alimentaria independiza a los gobiernos de decisiones externas sobre su futuro al permitir la regulación, el control de lo que se cultiva. Debe por otra parte estar basada en las ayudas a los pequeños granjeros impidiendo que la tierra pase a manos de agroindustrias internacionales.

………………. El agua es un bien universal que puede despertar la codicia de la empresa capitalista cuando se interpreta como una mercancía de cuyo comercio pueden obtenerse enormes beneficios. Su escasez (solo el 1% del agua del planeta es apta para el consumo humano), su indispensabilidad (sin agua no hay vida), la imposibilidad de incrementar su abastecimiento (los recursos atmosféricos o freáticos son finitos) y la ausencia de otras sustancias sustitutivas, hacen de ella el producto ideal para los intereses comerciales. Si a esto unimos que desde ese punto de vista comercial el agua siempre será demandada -y cada vez más debido al aumento de la población- y su precio puede incrementarse a voluntad pues nadie puede prescindir de ella, estamos seguramente ante uno de los bienes cuya regulación es vital desde la óptica del bienestar social. La regulación de su uso, de su distribución, de sus tratamientos potabilizadores o de su depuración, debe correr por cuenta de los gobiernos al ser un bien público y común, lo que no significa que tenga que ser gratuito: nadie se queja de que una parte de nuestros impuestos vayan a

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parar a asegurar el acceso a este bien. La población comprende instintivamente que asegurar el agua en buenas condiciones para la comunidad es básico y por ello su gestión con la participación ciudadana y democrática no tiene por qué representar ninguna dificultad. Como apunta SG basándose en numerosos ejemplos aportados por el Instituto Transnacional (TNI) y el Observatorio Europeo de Empresas, (2005): “La gente se agrupa de buen grado en coaliciones para proteger el agua. Son incontables los ejemplos en los que encontramos librando batallas por el agua a amplios frentes de grupos de interés que nunca habían trabajado juntos en ningún problema: entre ellos, agricultores, ecologistas, sindicatos, partidos políticos, mujeres, comunidades indígenas, defensores de los derechos humanos, etcétera.” Por otra parte, los intentos de privatización del agua que se están llevando a cabo, como los realizados anteriormente por Margaret Tatcher en el Reino Unido, producen un descenso en la calidad del servicio y la desatención del mantenimiento de las redes de suministro, amén del incremento del precio con las consiguientes dificultades de acceso para los más desfavorecidos. Me temo que el proceso de “privatización parcial” del agua del Canal de Isabel II iniciado por nuestro actual presidente Mariano Rajoy en estos días va en ese sentido y tendrá las mismas consecuencias. La promoción de las Asociaciones Públicas-Privadas (APP) del Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (¿?) es una más de las “soluciones liberales” de la crisis. Con estas APP los reguladores políticos pierden entidad ante los intereses empresariales pues el acuerdo está basado en la ganancia económica y el incremento de beneficios, aspectos estos, en casi todos los casos y por desgracia, contrarios al bien común. Conviene resaltar aquí que muchos de los créditos que conceden el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial están sujetos a la obligación por parte de los países receptores de privatizar bienes públicos incluido el agua. Además, la Organización Mundial del Comercio y la Unión Europea están intentando que todos los países abran sus fronteras a las empresas “privatizadoras”. La desigualdad hídrica observada a nivel global se fundamenta en tres aspectos: En primer lugar, la distribución natural del agua no es homogénea ni en los distintos países ni en sus distintas regiones. Existen lugares en la Tierra de climatología desértica donde la escasez de agua está asumida por el sistema aunque provoque problemas en sus habitantes; en algunos lugares los periodos de escasez son temporales y pueden provocar sequías devastadoras; en otras partes, por último, hay abundancia de agua. Lo que sí es relevante es que en las zonas con escasez es donde más se alimentan las tensiones sociales.

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En segundo lugar, la desigualdad se relaciona con el uso del agua en los distintos sectores de actividad. Lo general es que el mayor porcentaje de consumo se deba a la agricultura y a las explotaciones agropecuarias, a continuación la industria y por último al uso doméstico. No obstante estos datos generales están sujetos a muchas variables locales como el nivel de renta de los países o el grado de industrialización. El tercer aspecto de la desigualdad hídrica se relaciona directamente con la desigualdad social. Más de mil millones de personas en todo el mundo carecen de acceso al agua potable; miles de niños menores de cinco años mueren diariamente por deshidratación o por enfermedades relacionadas con el consumo de agua insalubre; solo algo más de la mitad de las familias tiene acceso al agua del grifo. El cambio climático y los deterioros ambientales a gran escala están por otro lado rompiendo el equilibrio natural del ciclo del agua. Se esperan nuevas y graves sequías en regiones áridas y excesos de precipitación en zonas ya de por si lluviosas. La proliferación de las ciudades y su número de habitantes y, por ejemplo, la sobreexplotación de los acuíferos, está provocando el aumento en el número de refugiados ambientales en todo el mundo y fundamentalmente en los países del Sur. Mientras tanto, la lucha por el control del gran negocio del agua que están llevando a cabo las multinacionales y la ineficacia de algunos gobiernos o directamente la corrupción de sus funcionarios, continúa amenazando con crear nuevas tensiones intra- e internacionales.

4. EL MURO DEL CONFLICTO

Las poblaciones humanas, al igual que el resto de las especies, entran en conflicto cuando se hace evidente la escasez de un recurso o cuando son convencidas por líderes carismáticos de la necesidad de controlar nuevos territorios para mejorar o simplemente mantener sus niveles de bienestar. (Tampoco hay que olvidar que en muchos momentos históricos las personas han ido a la guerra obligadas por sus dirigentes sin llegar a comprender los motivos últimos). Hasta hace pocas décadas, la guerra era considerada una de las maneras de salir de las crisis económicas. (También, ¡qué barbaridad!, como un mecanismo natural de regulación de la población). El desarrollo de la tecnología militar es cierto que indirectamente incide en el desarrollo de la sociedad civil, pero habría que pensar si no sería más acertado, más humano, invertir primero en la segunda. Cuando los bancos concedían créditos a los estados para hacer la guerra, se arriesgaban a no recibir la devolución de la deuda y acabar sumidos en la bancarrota. En estos

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momentos de hegemonía de los mercados son los estados los que van a la bancarrota por causa de los bancos. Lo que si parece evidente es que actualmente una guerra a gran escala no conviene a nadie. De hecho, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no ha habido ningún conflicto armado entre los países ricos. Puede que en esto no solo haya intervenido la certeza de los gobiernos de que, aún victoriosos, les sería difícil mantener su posición, sino que el uso global de las comunicaciones haya generado un sentimiento de empatía entre ciudadanos de diversos países. Sin embargo, los presupuestos de Defensa de todos los estados siguen aumentando y nosotros, los ciudadanos de a pie, miramos en silencio descender los recursos destinados por ejemplo a sanidad o educación. Aunque aún hoy muchos consideran que la violencia está grabada a fuego en el genoma del ser humano, los estudios de primatólogos, sociólogos y psicólogos demuestran lo contrario. La guerra es un fenómeno cultural y no biológico. Las sociedades estables, democráticas y con los recursos básicos asegurados para toda la población son las menos violentas y las que han conseguido mecanismos consensuados de control de los conflictos. Solo las sociedades con problemas, por ejemplo de escasez de recursos, de falta de estamentos democráticos o de presión ambiental encuentran en la guerra una salida a sus tensiones. La búsqueda de causas externas a sus dificultades internas (presencia de inmigrantes, otras etnias o religiones cercanas…) es la excusa para sus acciones violentas. También el catecismo egoísta de la economía neoliberal ha generado desigualdades que incitan a la violencia. Para acabar con ella, con la violencia, la mejor receta es la estabilidad social asentada en la disponibilidad de recursos y energía. Sobre la obtención de energía y la dependencia actual de los combustibles fósiles gravita también la culpa de muchos conflictos. Si consiguiésemos reducir esta dependencia del carbón y el petróleo sustituyéndola por otras fuentes más limpias y renovables (el sol, el viento, las mareas…) que están a disposición de todo el mundo de una forma equitativa, muchas tensiones -económicas, ambientales- desaparecerían. Aunque todavía hay voces que niegan la realidad del calentamiento global porque admitirlo no beneficia a sus intereses, el cambio climático es un hecho ya contrastado que cambiará la distribución geográfica de los que más sufren. Los Ministerios de Defensa lo saben y saben que el acceso a los recursos llegará a ser el principal instigador de la guerra. En este sentido, el agua ya es un objetivo estratégico de primera línea -lo ha sido siempre- y su escasez, unida al aumento de la población, es una importante fuente generadora de conflictos. Ahí tenemos como ejemplo la llamada “primera guerra del cambio climático” de Darfur. La escasez de agua genera descontento y desigualdad de forma que existe una fuerte correlación entre esta escasez y la intensidad de los conflictos. El cambio climático está también produciendo otros desarreglos relacionados con el

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agua como las inundaciones o los tornados que son también origen de violencia por potenciar incrementos en la desigualdad. No existe una legislación internacional con autoridad para resolver los problemas transfronterizos que se están dando con el agua. En los países más estables se llega a acuerdos pacíficos pero en los más necesitados de recursos las tensiones se incrementan. Como siempre, son los más pobres los que más padecen las consecuencias.

………….. Son cinco las principales fuentes de conflicto actuales:1. Las desigualdades crecientes. Cada vez son más patentes las desigualdades a escala global y, cada vez, los protagonistas más desfavorecidos son más conscientes de serlo. El resentimiento y la sensación de injusticia se vuelcan contra los propios gobiernos o contra grupos étnicos del mismo territorio o territorios cercanos incrementándose las tensiones y las probabilidades de intervención militar. 2. Los refugiados medioambientales. El deterioro del medio está provocando desplazamientos de población fundamentalmente hacia otros lugares del propio país o hacia países limítrofes. Pero todos los que pueden no dudan en intentar llegar a Europa o Estados Unidos, donde son considerados inmigrantes ilegales al no estar esta categoría de emigración reconocida por el derecho internacional. La desestructuración social y el creciente rechazo por parte de los habitantes de los países receptores, que ven en ellos algo así como una “competencia laboral deshonesta”, es una fuente importante de tensiones.3. La actitud de Europa. La Unión Europea no ha planteado medidas para reducir el flujo migratorio en los países de origen intentando solucionar políticamente la raíz del mismo. Todo lo más se ha limitado al control policial o militar de las fronteras. Por otra parte, tendría capacidad tecnológica y económica suficiente para reducir los impactos del cambio climático, pero de momento no parece ser una de las prioridades.4. Las políticas de instituciones financieras internacionales. Los programas de ajuste estructural que está llevando a cabo el Banco Mundial y, por ejemplo, el impulso que está dando al uso del carbón como combustible, están desestabilizando cada vez más a los países más pobres. El endeudamiento de estos estados y las condiciones de los créditos contribuyen a originar nuevos conflictos.5. Los presupuestos de Defensa. El incremento en los gastos militares que se está dando en todos los países no es tranquilizador ni ayuda a eliminar tensiones. Existen numerosas amenazas; ¿Las evitaremos con más armas?

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5. NUESTRAS SOLUCIONES / VALORACIÓN CRÍTICA Reseño en primer lugar una relación sucinta de las propuestas entresacadas de este capítulo del libro de Susan George para a continuación hacer una valoración personal. Las Soluciones son las siguientes:

- Necesidad de recuperar la democracia. Necesitamos la unión de empresas, gobiernos y ciudadanos de todas las tendencias (incluidas las diferentes inquietudes de las ONG) para conseguir una cohesión social que nos haga fuertes.

- Tenemos que regular los mercados financieros a pesar de la resistencia que opone el sistema neoliberal y sus representantes internacionales (FMI, Banco Mundial).

- Poner techo a la riqueza. Es tremendamente injusta la distribución de los bienes que se está dando y todos somos conscientes de ello. La comparación desde la desigualdad provoca conflictos como ya vimos.

- El cambio hacia una economía verde es la única salida para la crisis. Los políticos y las empresas deben saber que esta transformación es rentable. Hemos de exigir a los gobiernos que nos escuchen y actúen. Hay tecnología y medios suficientes pero falta la voluntad política y el cambio en el modo de pensar. Se debe propiciar la producción de bienes socialmente útiles.

- Hace falta una nueva legislación ambiental restrictiva sustentada en la motivación humana. En este sentido, no debemos olvidar la creatividad de las personas.

- Debemos nacionalizar/socializar la banca haciendo de los créditos un bien público ya sea ambiental o de interés social. El control de los bancos debe estar en manos de los estados y regido democráticamente.

- Es urgente la condonación de la deuda a los países del Sur obligando a la inversión en desarrollo sostenible y bajo el control del Banco Mundial o el FMI.

- La remodelación del sistema fiscal a nivel nacional e internacional debe gravar a los más ricos y procurar el reparto más equitativo de los bienes públicos. También es necesario fiscalizar los refugios fiscales que perjudican a todos.

- Financiación y comercialización de la tecnología verde y promoción de un proteccionismo ecológico que incentive lo limpio y penalice lo sucio. Promoción igualmente del consumo local.

- Emisión de bonos de la Unión Europea para financiar proyectos verdes de gran calado.

- Simplificación (decrecimiento) pero a nivel global, no solo individual.

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Valoración crítica

El libro de Susan George es un texto valiente e inteligente -ya lo dije más arriba- que pretende generar optimismo aunque a través de sus páginas, y sobre todo en algunos párrafos, se escucha interlineado el rumor de fondo de la desesperación; de la rabia contenida ante la razón desoída. Sería una impostura por mi parte o una inconsciencia sin más decir que he comprendido claramente el alcance de todas las Soluciones que plantea SG en el último capítulo de su libro. El corazón me dice que se trata de propuestas válidas, factibles aunque difíciles y, ante todo, de una innovación rebosante de buena voluntad y conocimientos. Pero mi analfabetismo en temas económicos -sobre todo de la Gran Economía y la Gran Política- es proverbial al menos entre los que me conocen de cerca. (En otros círculos puedo dar el pego). Por ello, aunque me suenan bien y me ilusionan expresiones como “…socializar la banca”, “Poner techo a la riqueza”, “… regular los mercados financieros” o “…condonar la deuda a los países del Sur”, no me atrevo a valorarlas críticamente si no es desde la emoción. Las consecuencias de tales medidas se escapan de mi corto alcance. Por ejemplo, no llego a entender en profundidad los beneficios de emitir Bonos de la Unión Europea porque ni siquiera comprendo claramente qué son los Bonos del Estado. Sinceramente, creo que las propuestas, aunque cargadas de innovación voluntariosa, son en muchos aspectos conservadoras. Conservadoras en el sentido de que se basan en una especie de “lavado de cara” del andamiaje económico, de este sistema injusto, pero asumiendo las reglas del juego que las tendencias neoliberales han creado. ¿Por qué no rompemos el tablero de este Monopoly y su libro de instrucciones para inventar otro juego distinto con otras reglas y un tablero más limpio y más verde? ¿Por qué no un cambio hacia, por ejemplo, la Economía del Bien Común de Felber [1] o todas las propuestas de la Economía Solidaria [2] como los Bancos de Tiempo, el Freecycle, el Comercio Justo, la Banca Ética, la Economía del Trueque, etc. ¿Sería posible este auténtico cambio de dirección en el rumbo de los intercambios comerciales? ¿Podremos girar hacia una economía también sostenible? Uno de los héroes Marvel, el Increíble Hulk, es un tipo aparentemente normal, aunque propenso a meterse en líos, que en situaciones de miedo, de rabia, de desesperación… se vuelve verde. Entonces se hace poderoso. También los pequeños tallos de las plantas, sometidos a condiciones de oscuridad aparecen etiolados y débiles, pero basta un rayo de sol para que el verde estalle con fuerza. Ojalá podamos entre todos hacer esta sociedad más verde; más fuerte. El sol ya está saliendo de la mano de voces como la de SG.

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Mi cultura futbolística está al mismo bajo nivel que mi cultura económica, pero creo que fue en 2008, cuando promovido desde un canal de televisión, en España hubo un momento de cohesión social, de empuje conjunto para superar algo tan importantísimo como la Copa de Europa de Clubes. Gritamos “¡Podeeemos!”. Y pudimos. Barak Obama dijo “Yes, we can”. Y pudieron. Las dos últimas palabras del libro de Susan George son “…si, podemos”. ¿Podremos esta vez? Depende de nuestro trabajo y nuestra ilusión.

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