Pablo Fessel:

Taller de sonido: Mariano Etkin, docente

En algún momento que supongo cercano al regreso de la democracia, se

reemplazó en la carrera de composición de la universidad de La Plata la asignatura

Introducción a la composición por Taller de sonido. Mariano Etkin tomó el taller a su

cargo, junto con Análisis y los últimos años de Composición, de modo que no

volveríamos a tenerlo como profesor hasta el final de la carrera.

Cursé el Taller en 1987, un año marcado por huelgas docentes y no docentes

reiteradas, que llegaron a extenderse durante semanas. La clase duraba una hora,

los martes a las 12. El tren desde Buenos Aires cruzaba el Riachuelo, bordeaba las

ruinas del cordón industrial del conurbano, los humedales del Río de la Plata,

atravesaba el parque Pereyra, un regimiento, una zona de quintas y llegaba a la

ciudad dejando ver en el horizonte los fuegos de las refinerías. Estos avatares del

camino tenían como resultado una suerte de extrañamiento y de vaciado, una

disposición de espíritu particularmente conveniente para esas clases que me

deparaban los martes. Acaso la única inquietud remanente se disipaba al llegar a

Plaza Rocha y ver, estacionado sobre diagonal 73, el mítico Citröen 3cv, que

revelaba la presencia de Mariano en la facultad. (Mítico, porque con ese mismo auto

nos lo imaginábamos recorriendo las alturas y desiertos de la Puna.)

Leo ahora, repasando los contenidos del programa, la formulación de una

didáctica que hacía posible las mayores libertades. Una obra, un compositor, una

poética, un artículo, pero también un concierto reciente, daban lugar al despliegue

de una serie de ideas cuyo contorno se afilaba en el transcurso de su exposición.

Cualquiera de esos temas desencadenaba una dinámica que, una vez planteada,

adquiría plena autonomía. Mariano promovía nuestras intervenciones; nos convertía

alternativamente en antagonistas cuyas observaciones destacaba, respondía o

confrontaba sin contemplación. Recuerdo su desplazamiento incesante por el aula,

que dramatizaba esa deriva.

Otras veces huelgas de no docentes cerraban la facultad y el encuentro tenía

lugar en Capítulo, un bar en la esquina de 8 y 60. Ante un auditorio reducido e

interesado, la conversación tomaba un cariz más anecdótico, sin perder profundidad,

agudeza ni escepticismo. En esas charlas supimos del Di Tella, de sus clases en la

universidad de Tucumán, de sus viajes por el norte, de los Cursos Latinoamericanos,

de su círculo de alumnos y colegas en Santa Fe, de sus años en Canadá. Una

autobiografía musical se nos revelaba café de por medio.

Creo haber sentido al principio algún desconcierto por la clase breve y su

desarrollo imprevisible. Con la distancia de los años, pienso que en la tabla rasa

temática con la que Mariano abordaba esas clases había un riesgo y una

consistencia con su propia poética artística. La convicción, tal vez, de que cierta

forma de verdad, estética y gnoseológica, surgía del contacto abierto y

desprejuiciado con el material sonoro despojado de historia, y con el mundo de ideas

que interviene en la composición desprovisto de teleología pedagógica.

Buenos Aires, 6 de septiembre de 2016