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1 TALLER PARA EL FESTIVAL DE CANTO LITÚRGICO MARIANO 2013 EVANGELIZANDO, RENOVANDO Y CELEBRANDO EN LA IGLESIA CON MARÍA En la liturgia el Cristo total está rindiendo el culto de adoración al Padre en el Espíritu Santo, Cabeza y Cuerpo, Cristo y su Iglesia, que somos todos sus miembros. Todos, por ser bautizados, tenemos el derecho y el deber de participar de todo corazón en la celebración litúrgica, de “concelebrarla” y no ser simplemente unos pasivos espectadores. La liturgia es sacramental, conmemorativa, y abre a la acción de Dios; nos evangeliza y nos convierte; nos alimenta y nos involucra. Toda la celebración debe entrar en un ritmo, como una tensión litúrgica, como una cuerda de instrumento que está tensa y afinada y suena en las acciones, en los ritos, en las voces de todos los participantes. Tiene un comienzo y un final; y a lo largo de toda la ceremonia se está desarrollando el rito con sus oraciones, gestos, cantos, lecturas, etc. La participación de todos implica entrar en el ambiente del sacramento, entrar a participar del misterio de Dios, abrirse a éste, compartir la fe y el amor de Dios entre todos, vivir el misterio de la Eucaristía, de la comunión, de la Palabra, de la fe, la esperanza y el amor. Desde el comienzo hasta el final es una única celebración, cada momento de ella es importante y no debe romper con la tensión litúrgica, con el sentido de participación en el misterio; pasando de manera orgánica, armoniosa de una a otra parte, incluyendo los momentos de silencio litúrgico, que son básicamente después de la homilía y después de la comunión; un poco para reconocer los pecados. Las canciones, los cantos, los ritmos en general, deben ser tensos y profundos; transmitir la tensión participativa y favorecer la contemplación y participación en el misterio. Debe haber una fuerza litúrgica en los cantos, una fuerza participativa comunitaria. Un involucrarse como persona, como comunidad y contemplando y participando del misterio de Dios. La música debe estar al servicio de la Palabra y de los ritos; ayudar a la celebración completa, sin tapar las palabras, al contrario, ayudándolas a que mejor penetren el alma de los fieles, y al mismo tiempo favoreciendo las acciones rituales, ayudándolas a comprender mejor y entrar a participar más profunda y adecuadamente en esos ritos, en esas acciones concretas. No hay que pensar que por el hecho de tener los cuatro cantos principales ya está resuelta la misa; hay que lograr que desde el comienzo hasta el final se viva la celebración, incluyendo en ella esos cuatro cantos. El canto de entrada debe ser un canto que de verdad ayude a entrar en el misterio de la celebración, animar el espíritu y comenzar a contemplar el misterio de Dios. El Señor ten piedad debe ser verdaderamente una música que ayude a vivir ese momento de arrepentimiento y de pedir perdón a Dios. El Gloria debe ser con las palabras mismas, porque no es una canción sino una aclamación fija y establecida; debe ayudar a verdaderamente dar gloria a Dios, tener un canto con fuerza y al mismo tiempo contemplativo del misterio. El Salmo se puede cantar por un cantor y el pueblo responde cantando cada vez la estrofa que se repite, de manera que motive a la participación y contemplación del misterio divino. El Aleluya debe tener el versículo que propone el domingo correspondiente y no inventar un canto allí, sino un aleluya que el pueblo repita. El Ofertorio debe ayudar a que todos ofrezcan a Dios sus trabajos, sus esfuerzos, sus sufrimientos, sus mismas vidas y familias, para poder entrar dentro de la ofrenda de Cristo.

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TALLER PARA EL FESTIVAL DE CANTO LITÚRGICO MARIANO 2013

EVANGELIZANDO, RENOVANDO Y CELEBRANDO

EN LA IGLESIA CON MARÍA

En la liturgia el Cristo total está rindiendo el culto de adoración al Padre en el Espíritu Santo,

Cabeza y Cuerpo, Cristo y su Iglesia, que somos todos sus miembros. Todos, por ser bautizados,

tenemos el derecho y el deber de participar de todo corazón en la celebración litúrgica, de

“concelebrarla” y no ser simplemente unos pasivos espectadores.

La liturgia es sacramental, conmemorativa, y abre a la acción de Dios; nos evangeliza y nos

convierte; nos alimenta y nos involucra. Toda la celebración debe entrar en un ritmo, como una

tensión litúrgica, como una cuerda de instrumento que está tensa y afinada y suena en las acciones,

en los ritos, en las voces de todos los participantes. Tiene un comienzo y un final; y a lo largo de

toda la ceremonia se está desarrollando el rito con sus oraciones, gestos, cantos, lecturas, etc.

La participación de todos implica entrar en el ambiente del sacramento, entrar a participar del

misterio de Dios, abrirse a éste, compartir la fe y el amor de Dios entre todos, vivir el misterio de

la Eucaristía, de la comunión, de la Palabra, de la fe, la esperanza y el amor. Desde el comienzo

hasta el final es una única celebración, cada momento de ella es importante y no debe romper con

la tensión litúrgica, con el sentido de participación en el misterio; pasando de manera orgánica,

armoniosa de una a otra parte, incluyendo los momentos de silencio litúrgico, que son básicamente

después de la homilía y después de la comunión; un poco para reconocer los pecados.

Las canciones, los cantos, los ritmos en general, deben ser tensos y profundos; transmitir la

tensión participativa y favorecer la contemplación y participación en el misterio. Debe haber una

fuerza litúrgica en los cantos, una fuerza participativa comunitaria. Un involucrarse como persona,

como comunidad y contemplando y participando del misterio de Dios. La música debe estar al

servicio de la Palabra y de los ritos; ayudar a la celebración completa, sin tapar las palabras, al

contrario, ayudándolas a que mejor penetren el alma de los fieles, y al mismo tiempo favoreciendo

las acciones rituales, ayudándolas a comprender mejor y entrar a participar más profunda y

adecuadamente en esos ritos, en esas acciones concretas.

No hay que pensar que por el hecho de tener los cuatro cantos principales ya está resuelta la

misa; hay que lograr que desde el comienzo hasta el final se viva la celebración, incluyendo en ella

esos cuatro cantos.

El canto de entrada debe ser un canto que de verdad ayude a entrar en el misterio de la

celebración, animar el espíritu y comenzar a contemplar el misterio de Dios.

El Señor ten piedad debe ser verdaderamente una música que ayude a vivir ese momento de

arrepentimiento y de pedir perdón a Dios.

El Gloria debe ser con las palabras mismas, porque no es una canción sino una aclamación

fija y establecida; debe ayudar a verdaderamente dar gloria a Dios, tener un canto con fuerza y al

mismo tiempo contemplativo del misterio.

El Salmo se puede cantar por un cantor y el pueblo responde cantando cada vez la estrofa

que se repite, de manera que motive a la participación y contemplación del misterio divino.

El Aleluya debe tener el versículo que propone el domingo correspondiente y no inventar un

canto allí, sino un aleluya que el pueblo repita.

El Ofertorio debe ayudar a que todos ofrezcan a Dios sus trabajos, sus esfuerzos, sus

sufrimientos, sus mismas vidas y familias, para poder entrar dentro de la ofrenda de Cristo.

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El Santo debe tener fuerza, hacer sentir que se lo estamos cantando a Dios de verdad, ayudar

a participar de la liturgia celestial donde todos los seres que están allí dicen: Santo, Santo, Santo…

Si el Padre Nuestro se canta debe ser de verdad participativo y sencillo para hacerlo y

permitir que todos canten, sin repeticiones ni inventos, porque es una oración fija de la misa.

Las diversas aclamaciones, como por ejemplo después de “Éste es el sacramento de nuestra

fe”, o el “amén” después de “Por Cristo, con Él y en Él…” deben ser de tal manera que no corten

el ritmo de la celebración, al contrario, que lo ayuden a consolidar.

La Paz si se canta debe ayudarnos a encontrar la fraternidad, el amor fraterno, expresarlo en

ese ósculo de la paz. Al mismo tiempo debe ayudar a no caer en un simple apretarse, abrazarse con

un gusto humano, sino ayudar a entrar de verdad en el amor fraternal en Cristo.

El Cordero si se canta debe tratar de hacernos entrar en el misterio de lo que vamos a

recibir; no somos dignos de ello, pero debemos prepararnos con humildad y amor, realizando el

misterio infinito de Cristo Eucaristía, con humildad, apertura y amor. Debe llevarnos a contemplar

el misterio de Dios en la entrega eucarística de Cristo.

El canto de Comunión puede ser cantado por el solista pero de tal manera que el pueblo

pueda también participar sobre todo en los estribillos. A menos que se canten dos canciones, una

para el solista o el pequeño grupo que le está ayudando más de cerca, y el otro como dijimos.

Es bueno dejar un momento de silencio pos comunión, sin ruidos, sin música ni cantos, sin

guitarra ni nada, solamente en el silencio del corazón, el silencio del misterio, el silencio de la

fraternidad en la caridad de Dios, todos allí, simplemente estando en silencio, participando del

misterio que estamos celebrando.

El canto de salida no se debe desperdiciar; es importante que la gente lo cante, como una

acción de gracias. Es importante que sea un canto de compromiso, de promesas y de esperanzas;

un canto de solidaridad y fraternidad. Vamos a ir al mundo a vivir nuestra semana, vamos a ir a

luchar por mantener nuestra fe y por transmitirla de alguna manera, por darle nuestra sal al mundo

que nos toca vivir. Es un canto de guerra espiritual, de compromiso, de salir a la lucha diaria, un

canto de esperanza escatológica, de que estamos luchando por quedarnos con Dios y llegar a estar

con Él para siempre; de que nos veremos más adelante, de que compartiremos juntos. Un canto

que nos invite a apoyarnos, a formar comunidad, a mantenernos en el amor de Cristo.

EL ANIMADOR DEL CANTO LITÚRGICO

Puede ser desde una sola persona, incluso sin instrumento, que anime la liturgia en el sentido

de los cantos, el salmo, los aleluyas, las aclamaciones, etc.

Puede ser también un grupo, como es generalmente, pero es bueno que entre en todo lo que

hemos dicho; su papel fundamental es ayudar a que se viva armónicamente todas las oraciones,

gestos, acciones, cantos, de todos los participantes, tanto del celebrante como de los fieles. Ser un

lazo armónico entre las diversas partes de la liturgia, entre los diversos momentos y acciones

rituales. Debe ayudar a resaltar las lecturas, la presentación de ofrendas, las oraciones del

celebrante, las elevaciones del Cuerpo y sangre, las aclamaciones; la procesión de comunión, todas

las acciones y momentos de la celebración eucarística y de otros sacramentos.

Su música debería ser como un sustrato que presenta la Palabra, que ayuda a emerger las

acciones y que favorece la contemplación del misterio y la participación de los fieles en ese

misterio.

No debería tener introducciones o terminaciones largas de las canciones, a menos que se

trate por ejemplo de un canto de comunión del solista, o que se quiera presentar las ofrendas

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simplemente con música. Además es importante que los cantos no sobrepasen las acciones

rituales en la medida de lo posible. Por ejemplo si el sacerdote termina de presentar las ofrendas es

importante que el grupo termine casi inmediatamente o incluso sería mejor un poco antes pero no

mucho después.

Para cantar el Santo es mejor comenzar de una vez, no meter una introducción larga, eso le

hace perder la tensión litúrgica de manera enorme. Incluso sería mejor comenzar directamente con

la voz y que la guitarra se una a esa voz y le acompañe y no hacer una introducción ni un final para

el santo. La tensión se mantiene cuando las voces terminan cantando y allí se acaba el canto, pero

si se mantiene una coletilla final de música se pierde la tensión, porque el Sacerdote está orando y

el Santo entra en esa oración de la Plegaria Eucarística, al terminar el Santo, el sacerdote continúa

directamente hacia la consagración de las especies, el momento de mayor tensión litúrgica de la

celebración eucarística.

Lo mismo para el Padre Nuestro, sería un desastre ponerle una introducción o un final,

porque el sacerdote está orando, en el ritmo de la misa, e introduce el Padre Nuestro: Fieles a la

recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir: Padre

Nuestro…., y termina: líbranos de todos los males… Las introducciones y finales aflojarían la

tensión litúrgica. Aunque no significa que la misa no sirva, o que la gente va a perder la

concentración, pero para lograr una liturgia más adecuada, es bueno desarrollar esa sensibilidad y

cuestionarnos en nuestras ideas y prácticas litúrgicas.

El mismo celebrante está viviendo esa tensión litúrgica y la música puede descentrarlo un

poco, aguarle esa tensión. El celebrante está practicando su fe; siente un peso de la responsabilidad

de toda la asamblea litúrgica, y la celebración es como una obra de arte; está como surfeando sobre

la ola; está practicando su propia fe; está luchando de alguna manera para que todos vivan el

misterio y celebren juntos esa misma fe cristiana, pero a la vez tiene sus problemas, sus

debilidades, sus fatigas y cansancios, sus preocupaciones, así como las pueden tener todos los

fieles.

El animador del canto litúrgico debe ayudar al celebrante a celebrar de la mejor manera el

rito, a mantenerse dentro de la tensión litúrgica, favorecerle su celebración, su entrega en esa

celebración, su servicio como hombre consagrado a Dios, como ministro consagrado a Dios en la

Iglesia y para la Iglesia. Al mismo tiempo el animador del canto litúrgico debe favorecer la

participación, la concelebración de todos los fieles; la confluencia de todas las voluntades, los

sentimientos, las emociones, la fe, la entrega a la celebración de todos en un mismo

acontecimiento del misterio de Dios.

Además el animador del canto litúrgico, o el grupo de canto litúrgico debe participar de

verdad y plenamente en la celebración; no sentirse por encima de la misma ni de los demás

participantes, sino sentirse parte de todos, prestando un servicio especial dentro del culto. Su

calidad de participación debe ser igual o mejor que la de los demás pero nunca menor.

Está allí y es ejemplo para los demás; se fijan en él y se sienten motivados por él o por ellos.

Su ejemplo de laicos que participan con amor y profundidad es parte importante de su animación

litúrgica.

También es bueno que el animador no se sienta indispensable para la celebración, sino

como un aporte valioso, que ayuda a la celebración, pero no indispensable. En caso de que se

equivoque o de que se olvide de algo, no debe angustiarse mucho; los vacíos que deja deben

motivar a la gente a participar más y mejor.

Tampoco es necesario que se oiga su voz todo el tiempo de la manera más fuerte y por

encima de los demás; muchas veces si toda la asamblea logra cantar y que su voz se confunda

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entre todas las demás, es mucho mejor; se ha logrado la participación plena de todos. Es mejor que

sea un motivador de la participación de todos, por ejemplo, que comience las canciones, pero que a

la vez motive para que todos canten y ya no se distinga su voz aunque esté cantando relativamente

fuerte.

El mayor logro del animador litúrgico es que la gente participe de verdad con sus voces,

cantando de corazón, en espíritu y en verdad, y que de esta manera entren a contemplar y vivir el

misterio de Dios que se da en la celebración.

Cualquier intento de atraer la atención egocéntricamente choca inmediatamente con el

objetivo primordial y se traduce en una disminución de la tensión litúrgica de manera lamentable.

Su alimento no debe ser ese sino la participación auténtica en lo que se está celebrando; su

alimento le viene del mismo Dios, así como a todos los demás.

Al final de la misa el animador del canto litúrgico debe haber vivido el misterio y estar más

cerca de Dios, estar más convertido a Dios, haber sido tocado por Dios, desear más entrar en su

misterio, así como a todos los demás participantes de esa celebración. Su mayor corona debe ser

haber colaborado con Dios en la Iglesia para que todos vivieran el misterio de la manera más

profunda y participativa posible.

LOS POSIBLES CANTOS A CREAR PARA LAS MISAS

Tomando en consideración lo dicho anteriormente, debería irse dando una sensibilidad

especial para producir cantos y para practicarlos en las celebraciones. Si hay errores, reconocerlos,

si se produce un canto que no funciona, descartarlo sin complicarse la vida.

En general la música debe tener cierta fuerza, tener una personalidad que ayude a la

celebración y a la contemplación del misterio. Es bueno explorar los ritmos y músicas propias de

Latino América, no olvidar esta dimensión de inculturación litúrgica.

Las letras deben favorecer la liturgia, tener un contenido doctrinal profundo y claro, sin

desviaciones ni ambigüedades que confundan al pueblo de Dios.

Las partes fijas que se cantan deben mantenerse sin cambiar su letra.

Se debe evitar introducciones y finales largas en lo posible, hay que discernir muy bien

dónde convendrían.

Las melodías y músicas deben favorecer la participación fraternal comunitaria y hacer

entrar en el misterio, no caer en el sentimentalismo sino lograr una austeridad contemplativa que

ayude a mantener y sostener el tono litúrgico desde el comienzo hasta el final de la celebración.

Hay que animar a todos a sentirse igualmente llamados a cantar en la liturgia como los

animadores litúrgicos, y no sentir que hay un grupo especializado, que son ellos a los que les toca

cantar o que tienen el derecho o el deber de hacerlo por encima de los demás y todo el mundo

queda simplemente escuchando. Más bien ellos son unos servidores de todos los demás en la

celebración y estarán muy contentos de que todos participen de corazón y con su voz en las

celebraciones, en las canciones y aclamaciones de la liturgia. Y esta participación será una ayuda a

los sacerdotes celebrantes. Al mismo tiempo estarán cumpliendo lo que dice el Vaticano II, que

todos tenemos la dignidad de cristianos por ser bautizados, y que todos participamos en la liturgia

con esa misma dignidad y calor, todos participando del sacerdocio de Cristo, los celebrantes como

ministros ordenados de Cristo Cabeza, los fieles como miembros de su Cuerpo, sacerdocio

universal de Cristo.

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EL TEMA MARIANO

Este año el tema mariano es: “Evangelizando, Renovando y Celebrando en la Iglesia con

María”. De acuerdo a esta temática se van a crear los cantos.

La Iglesia en general está en un proceso de renovación de su fe y de sus actividades. La

elección del Papa Francisco es una muestra importante de esta realidad. En Barquisimeto se está

llevando a cabo el Plan de Renovación Pastoral, para seguir aplicando el Concilio Plenario de

Venezuela, y llevar adelante la renovación eclesial que el Concilio Vaticano II planteó.

Al respecto la Virgen María nos ayuda a evangelizarnos y evangelizar; a renovarnos y

renovar, a celebrar y animar la celebración de los demás. Ella está en la Iglesia, forma parte de ella

desde el principio, y nos alegra su presencia. Ella siempre tendrá una gran motivación, la más

profunda de todas, para llevar adelante esa evangelización, esa renovación, esa celebración del

misterio divino.

Junto con María participamos en la Iglesia; ella nos va a ayudar esta plena comunión y

participación dentro de la Iglesia, incluso en la liturgia, que es el corazón de la Iglesia.

Es importante introducir a María en el Misterio de Dios; resaltar su participación en el

mismo; ella no es el centro de la liturgia sino que nos ayuda a ir hacia ese centro. Es bueno resaltar

la fe de María, su esperanza, su caridad, que podemos descubrir en los escritos de la Biblia; su

manera de participar en el misterio de Dios, su maternidad espiritual, como nos lo dice Juan

19,25ss; su presencia en la primera comunidad cristiana en Pentecostés, Hech 1,14. La relación

entre María y la Iglesia, con su fe, su participación litúrgica celebrativa, su caridad para con todos.

Además la lucha espiritual contra el mal, contra el pecado (por ejemplo cuando el ángel le dice

Llena de gracia, en Lucas 1,28, que significa sin pecado, o cuando el Apocalipsis nos muestra la

serpiente que trata de atacar a la mujer, quien simboliza a María y a la Iglesia a la vez.

Una idea de una canción mariana sería que ella es la primera evangelizada; el Evangelio de

Lucas nos narra cuando el ángel Gabriel se le aparece y le dice: alégrate llena de gracia, el Señor

está contigo (Lc 1,28) María luego va a visitar a su prima Isabel y ella exclama Bendita entre todas

las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre (Lc 1,42). María es la primera que ha renovado su fe

en Dios, porque es la primera que cree en Jesucristo como Mesías, y visita a Isabel para llevarle

esa presencia de Cristo. Ella es la primera que evangeliza, la primera evangelizadora. Y ayuda a

Isabel a renovar su fe, a creer en Jesucristo y entrar en la vida nueva de Dios. María responde con

el Magnificat: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi

Salvador… (Cf. Lc 1,46ss) Este cántico nace en un contexto celebrativo. Con María celebramos las

grandezas de Dios en la liturgia, y por eso la evangelización, la renovación de nuestra fe y la

celebración litúrgica están ligadas en una acción consecutiva; la una va llevando a las otras.

La Virgen María es la que con mayor intensidad participa de la liturgia, del Misterio de Dios

que se nos ofrece en las celebraciones sacramentales.

Se puede utilizar la Biblia donde aparecen referencias directas a María, pero además de otras

imágenes que pueden simbolizar a María, como es el caso del Apocalipsis 12, la mujer vestida de

sol con la luna a sus pies y estrellas alrededor. O la Jerusalén celestial que es nuestra madre, de la

carta a los Gálatas 4,26. Además el arca de la Alianza del desierto, o la nube que cubría la tienda

de la reunión, porque Lucas dice que el Espíritu Santo te cubrirá con su sombra.. (Cf. Lc 1,24ss)

Además están los textos de las misas marianas, que están en los misales marianos o en el

Misal Romano también hay algunas; los prefacios eucarísticos se podrían tratar de utilizar para

crear canciones marianas que tengan un contenido teológico profundo. Hay también escritos de los

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Padres de la Iglesia, que se han utilizado para crear cantos marianos, incluso existen cantos

famosos que tienen más de mil años como el Akathistos de San Efrén, donde directamente ya le

cantaban a María.

Además hay que tomar en cuenta si es de entrada, ofertorio, comunión o salida. Lo

importante es hacer resaltar la participación de María en el misterio de Dios y que eso nos ayude a

nosotros a mejor participar de este misterio.

EVALUACIÓN GLOBAL

En general la evaluación para el Festival tiene que ver con lo litúrgico, lo doctrinal, lo vocal

y musical.

Si se crea una canción que el pueblo puede asumir sin dificultad, que sea buena y profunda

doctrina, que armonice en su melodía y ritmo con la parte de la misa que corresponde, tendrá

mayor valor en el Festival.

La música, ritmo, melodía, estilo; son importantes; dependen de la parte de la misa. En

general un Señor Ten Piedad debe ser más lento y solemne; que permita pedir perdón a Dios de

verdad. El canto de entrada debe ser más fuerte y alegre, para despertar a los fieles que llegan a la

misa y hacerlos entrar en el misterio de Dios que se celebra.

El sentido mistagógico contemplativo es también importante; el entrar a participar en el

misterio de Dios, contemplarlo con nuestro ser y sentimiento, al mismo tiempo aprender del

misterio de Dios; aprehenderlo y aprenderlo. La pedagogía del misterio de Dios que se da en la

celebración litúrgica, además de hacerse en la homilía, las oraciones; también en las letras de los

cantos.

Las canciones deben acompañar y sostener los ritos; no estorbarlos. Favorecer la celebración

en todo momento; estar al servicio de la Palabra y de las acciones rituales.

Por eso la evaluación será preponderantemente en el aspecto litúrgico celebrativo y luego la

capacidad ejecutoria del grupo. En este sentido un grupo que está comenzando puede ganar,

porque puede crear una canción más adecuada en los parámetros litúrgicos, aunque no sepa

ejecutarla demasiado bien como lo pueden hacer grupos más especializados en el campo de la

música y en las voces.

Cada vez tratamos de afinar mejor este aspecto evaluativo, sobre todo para servir a la Iglesia,

para ayudar a que todos los fieles puedan entrar a participar de las celebraciones litúrgicas de la

manera más plena y participativa, tal como quiere la Iglesia y lo pidió el Concilio Vaticano II de

manera precisa.