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LOS ARQUETIPOS DE LA NACIONALIDAD EN TAPICES DE HISTORIA PATRIA DE MARIO BRICEÑO IRAGORRY Juan José Lugo Escalona RESUMEN Este libro fue el resultado de varios años dedicados a la investigación y al estudio de la historia y la cultura de nuestra época como colonia, tarea que inició al lado de su entrañable amigo Caracciolo Parra León, asumiendo, cada uno de ellos, una posición por demás ecuánime sobre el concurso de España en la formación de la cultura colonial de América, bajo una óptica objetiva e imparcial de las llamadas Leyenda Negra y Leyenda Dorada. Ahora bien, dedicaremos las siguientes páginas a un ensayo de crítica histórica sobre esta obra, fundamental para la comprensión del pensamiento historiográfico de Mario Briceño Iragorry y cómo en ella podemos identificar los arquetipos de nuestra nacionalidad. Palabras clave: tapiz, leyenda dorada, leyenda negra, arquetipo, nacionalidad. SUMMARY This book was the result of several years dedicated to the investigation and the study of the history and the culture of our time like colony, task that began beside its beloved one to - I crumb Caracciolo Parra León, assuming, each one of them, a position excessively equable on the competition of Spain in the formation of the colonial culture of America, under an objective and impartial optics of the calls Black Legend and Golden Legend. Now then, we will dedicate the following pages to historical critic’s rehearsal on this work, fundamental for the understanding of Mario’s thought historiography Briceño Iragorry and we can identify the archetypes of our nationality. Key words: Tapestry. Golden Legend. Black legend. Archetype. Nationality. PRIMER TAPIZ: En su primer tapiz, Briceño Iragorry explica cómo y por qué nació su afición a los estudios de historia nacional, y llegó a creer en la necesidad de construir un puente para salvar un abismo, que se le presentó al asomarse a la lectura de la formación de la Patria Boba y que al llegar al borde de esos estudios de historia patria, no fue uno sino múltiples abismos, tal como si se encontrara en una cima Mañongo No 24, 2005, pp. 23 - 41

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LOS ARQUETIPOS DE LA NACIONALIDAD EN TAPICESDE HISTORIA PATRIA DE MARIO BRICEÑO IRAGORRY

Juan José Lugo Escalona

RESUMENEste libro fue el resultado de varios años dedicados a la investigación y alestudio de la historia y la cultura de nuestra época como colonia, tarea que inicióal lado de su entrañable amigo Caracciolo Parra León, asumiendo, cada uno deellos, una posición por demás ecuánime sobre el concurso de España en laformación de la cultura colonial de América, bajo una óptica objetiva e imparcialde las llamadas Leyenda Negra y Leyenda Dorada. Ahora bien, dedicaremos lassiguientes páginas a un ensayo de crítica histórica sobre esta obra, fundamentalpara la comprensión del pensamiento historiográfico de Mario Briceño Iragorryy cómo en ella podemos identificar los arquetipos de nuestra nacionalidad.

Palabras clave: tapiz, leyenda dorada, leyenda negra, arquetipo, nacionalidad.

SUMMARYThis book was the result of several years dedicated to the investigation and thestudy of the history and the culture of our time like colony, task that beganbeside its beloved one to - I crumb Caracciolo Parra León, assuming, each one ofthem, a position excessively equable on the competition of Spain in the formationof the colonial culture of America, under an objective and impartial optics of thecalls Black Legend and Golden Legend. Now then, we will dedicate the followingpages to historical critic’s rehearsal on this work, fundamental for theunderstanding of Mario’s thought historiography Briceño Iragorry and we canidentify the archetypes of our nationality.

Key words: Tapestry. Golden Legend. Black legend. Archetype. Nationality.

PRIMER TAPIZ:

En su primer tapiz, Briceño Iragorry explica cómo y por qué nació su aficióna los estudios de historia nacional, y llegó a creer en la necesidad de construir unpuente para salvar un abismo, que se le presentó al asomarse a la lectura de laformación de la Patria Boba y que al llegar al borde de esos estudios de historiapatria, no fue uno sino múltiples abismos, tal como si se encontrara en una cima

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rodeada de precipicios y sintió la urgente necesidad de un puente que le permi-tiera salir de la profundidad del vacío de los textos. Sin embargo, el examen deéstos lo llevó a la conclusión que lo que estaba de más era el abismo: “...unabismo que teniendo historia, no sea sino un fantasma de abismo, y la existenciade dicho abismo fantasma, repetimos, lo comprueba si no la Historia, a lo menosla obra de los historiadores, ya que no todos escriben Historia, sino que sequedan en las historias, valga decir en el paleolítico de la Historia propiamentedicha...”. (Briceño Iragorry. 1982, 34). Así la colonia seguía siendo un largoperíodo oscuro, pero la obra realizada por los patricios de 1810 y los propósitosque guiaron a los creadores de la independencia, no podían venir de un a abismo,de ese período de tinieblas, y así como el abismo resultó un fantasma, el fantasmade la oscuridad de la colonia cedió ante la luz de las investigaciones.

Pero las conclusiones de las críticas –nos dice- no han entrado de lleno en lahistoria popular, para una gran mayoría sigue existiendo ese fantasma, y el fan-tasma del abismo sigue ocultando nuestro pasado histórico, pero la historia, asu vez, aun- que se refiera a hechos pasados ni muere ni pasa, y sigue en cambiosiempre fresca para sonrojo de sus negadores, y aunque se oculten los hachos,ellos terminan por declarar su vigencia o su propia verdad, porque lejos de laconcepción de Herodoto, no sólo es el recuento de los hechos, sino los hechosmismos, y cuanto más avancen en el tiempo de nuestros anales, “...mayor serásu potencialidad cósmica y más enérgicos los rasgos de su vitalidad política”.(Ibíd. Pág. 35).

En este tapiz reconoce la labor desarrollada en estos estudios por ÁngelCésar Rivas, Pedro Manuel Arcaya, Tulio Febres Cordero, Laureano VallenillaLanz, Caracciolo Parra León, Rafael Domínguez, Caracciolo Parra Pérez, Monse-ñor Navarro, Luis Alberto Sucre, Rodríguez Rivero, Vicente Dávila, García Chuecosy algunos más, “...quienes también sintieron el escalofrío de los abismos ysupieron salvar las dificultades de las vías...”. (Ibíd. 36).

SEGUNDO TAPIZ:

En el segundo tapiz, nos señala la dificultad con la cual tropiezan nuestros estudiantes de historia nacional para formarse un concepto preciso de los hechos,y es que los textos empiezan por decir que Cristóbal Colón descubrió a Venezue-la el 1ª de agosto de 1498, cuando en realidad para ese entonces no existía y nopodía ser descubierto algo que no exista, “...porque nuestra patria, la Venezuelade hoy, con sus fronteras geográficas, con sus ciudades y pueblos sometidos auna misma autoridad y a una dirección administrativa inmediata, no apareció

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sino el 8 de septiembre de 1777, con la creación, por Real Cédula, de la CapitaníaGeneral de Venezuela.” (Ib. 39).

La patria, nuestra patria –continúa diciendo- como entidad moral y comoresumen de aspiraciones colectivas, no podía existir en aquella época paranosotros ni para nuestros antecesores, llegados más tarde en las carabelas quesiguieron la ruta de la nave del Almirante, dado que vinieron a prolongar laextensión y el poder de Fernando VII y de España, con el coraje y las armas delos conquistadores. Porque nuestra patria –afirma más adelante- no es la conti-nuidad de la tribu aborigen, sino la extensión del hogar del conquistador, vincu-lado fuertemente a la tierra americana, y que al correr de los años fueron sushijos legítimos indígenas, hasta el extremo de ver como extranjeros a los propiosespañoles de la península.

Nos habla también de la actitud democrática del español al no esquivar launión con nuestras doncellas indianas, lo que condujo a la creación de unaprole con el sello que biológicamente debía dominar, y aún los indígenas –agrega- que apacentados en la encomienda y en la misión, adquirieron la fe y lalengua enseñada por los doctrineros, supieron cambiar sus hábitos y fue unanueva aspiración suya sumarse a las actividades sociales de quienes lo civiliza-ban. (Esto podría decirse también del negro africano, traído a las tierras america-nas para aliviar la suerte de la raza sojuzgada). Débiles los indios, tanto en elorden físico como por su desarrollo intelectual, al mezclarse las razas, la sangreaborigen quedó diluida en una solución de fórmula atómica en la cual prevalecela radical española.

De igual manera hace referencia a la codicia de muchos aventureros españo-les, quienes cometieron desmanes y atropellos que han dado visos de legitimi-dad a la leyenda negra que ha venido pesando sobre España, y que realesdisposiciones, como la que permitió al inicio de la conquista esclavizar a losindígenas son actos en que parece encontraran base los cargos hechos contrael régimen colonial español, pero los juicios que se levantan sobre estas aprecia-ciones carecen del carácter constante y universal que reclaman los juicios histó-ricos. Y de nuestros aborígenes afirma, que debemos empezar por mirarlos talcomo eran. Necesario es –agrega- más que ocuparnos en la medición de losresiduos osteológicos que de ellos aparecen a diario en sus cementerios, valorarsu capacidad y su amplitud culturales de entonces, por medio de los instrumen-tos que nos proporcionan los relatos de los primeros cronistas y por las informa-ciones que aún permanecen inéditas en los archivos.

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Y para finalizar este tapiz, nos invita a que:

...convirtamos nuestros ojos, no a los desalmados salteadores sincorazón y sin progenie, sino a las expediciones que, cubiertas deregios mandatos, vinieron a correr la tierra y a fundar en ella lasfuturas ciudades. Ellos traen la espada que destruye y también labalanza de la justicia: con el tesorero viene el predicador; con elférreo soldado, la soñadora castellana; con el verdugo, el poeta yel cronista. Viene el hogar nuevo, la familia que será raíz de fron-doso árbol. Los indios los acechan desde los montes cercanos ala desierta playa. Es de noche y el frugal refrigerio reclama el calorde la lumbre; para evitar el retardo de los frotes del pedernal, unmarino corre a la vecina carabela y de ella trae, cual Prometeomarino, el fuego que arde e ilumina. Ya, como un rito védico, Ag-ni impera en la nueva tierra y un canto de esperanza hincha elcorazón de los hombres extraños, hechos al dolor y a la aventura.Y aquel fuego casi sagrado que caldeará durante siglos el hogarde los colonos y alumbrará las vigilias de la Patria nueva ha veni-do de España, en el fondo de los barcos, por el camino de loscisnes, como los normandos llamaban al mar. (Ibíd. 46).

TERCER TAPIZ:

En este tercer tapiz, Briceño Iragorry hace alusión a la dificultad presentadaen la mayoría de las historias escritas hasta entonces al describir la conquista dela tierra, y es porque adolecen de un grave problema de unilateralidad, lo queproduce en el estudiante una lamentable confusión, debido a que los que se handedicado a escribir la historia colonial de Venezuela –continúa diciendo- hanseguido el plan de los viejos cronistas, en especial de Oviedo y Baños, sin tomaren cuenta de que este insigne autor sólo abordó la historia de la primera provin-cia y gobernación de Venezuela, o lo que es lo mismo, el territorio arrendado porla Corona de España, en 1528, a los Welser. Les faltó la utilización de un métodoapropiado para establecer, en la exposición de los hechos, la coetaneidad de lasjornadas de los conquistadores para poder precisar, en su debido tiempo, laformación de las distintas entidades políticas que existieron con carácter autó-nomo hasta el año de 1777.

Y es lo que nos brinda Briceño Iragorry en las páginas siguientes de estetapiz, para comprender la conquista de nuestro territorio por los españoles, ynos lo presenta en los siguientes capítulos: Cubagua, donde se inició esta con-

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quista y colonización en 1500; Gobernación de Coquivacoa y Urabá, Las misio-nes fracasadas, La capitulación de Las Casas, La Nueva Córdoba, Gobernaciónde Margarita, Gobernación de Venezuela, Gobernación de Trinidad, Conquistadel Orinoco, Gobernación de Paria, Gobernación del Meta, La ciudades de Vene-zuela, Mérida y San Cristóbal, Gobernación de Nueva Andalucía, Gobernaciónde Nueva Extremadura, Gobernación de La Grita y Cáceres, Gobernación deGuayana y Gobernación de los Cumanagotos, en un bosquejo donde nos mues-tra a grandes rasgos el surgimiento de los gobiernos primitivos que –según suspropias palabras con carácter autonómico en lo administrativo, y dependientesunas veces de Santo Domingo y otras de Santa Fe, en lo político, judicial y deguerra rigieron las provincias que en 1777 fueron juntadas para formar la GranCapitanía General de Venezuela. A lo que le sigue un breve resumen donde fija lamarcha de las provincias referidas en el anterior esbozo y sus sucesivas trans-formaciones, uniéndose o desmembrándose.

Y para terminar este tapiz, único bosquejo hasta ahora completo de cómollegó a integrarse nuestra nación venezolana, citaremos su último párrafo:

Entre nosotros sobrevive un sector intelectual que, nutrido conlas máximas de la Revolución Francesa, aún propugna sus teoríascomo génesis de libertad. Son como los apologizantes de un ca-dáver, o más bien de un esqueleto. Aferrados a sus anticuadasideas, sostienen la tesis de que al soplo de Rousseau nacieron ycrecieron nuestras nacionalidades americanas, y no sólo han pre-tendido hacer del Libertador un maniquí de la Enciclopedia, sinoque, negando nuestro pasado, para ellos sólo digno de escarnio,terminan por mutilar nuestra vida de pueblo histórico. Para ellosPrometeo no es el héroe que roba el fuego de Júpiter, sino elcriminal que se hace semidiós porque deja las cadenas del supli-cio. (Ibíd. 82).

CUARTO TAPIZ:

“Con las huestes de la conquista penetraba en América un imperativo decultura”. Así comienza el autor este cuarto tapiz, donde nos describe cómoentraron los aborígenes a la vida civil, y en el mismo nos aclara cómo Españarealizó en América una expedición militar y una cruzada, factores orgánico yespiritual que jugaron un papel preponderante en su programa de extensiónultramarina, debido a que junto al representante de la autoridad real, llegaban

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obispos y misioneros, trayendo la doctrina que servía de símbolo a la nuevacultura. En el nombre del Rey se ofrecía la paz al naturales y en el nombre del Reyse les redujo cuando de grado no lo aceptaron. Claro está que para aquellos queestudian la historia con criterio sentimental agrega fue aquello un atentadoabsurdo contra el derecho de los pueblos, y no seremos nosotros enfatizaquienes, sentados en el puesto vacío de Sepúlveda, nos avocaremos a legitimarlos abusos de ciertos conquistadores, pero situándonos más allá del tiempo ycontemplando la conquista de América como una nueva ondulación que hacíaen su progreso la curva institucional del Occidente, habremos de juzgarla en suconjunto como un hecho cuya legitimidad, si bien no reside en la voluntad delsoberano, se fundamentaría en mandato cósmico.

Destaca la labor de los misioneros a quienes, además de calificarlos comoabanderados de la religión, los califica también como abanderados de la políticacolonial, y más adelante agrega que la mayoría de nuestros historiadores, cuan-do abordan el estudio de las antiguas Misiones, escatiman el elogio, reducen aun ligero comentario lo que ellas hicieron en pro del aborigen y, por el contrario,ponderan hasta la exageración cualquier defecto de sistema, terminando porinculcarles hechos contradictorios. Toca el tema también de los repartimientos yencomiendas, su evolución cívica y como sistemas idóneos para reducir y civi-lizar a los naturales, y si los encomenderos descuidaron muchas veces susobligaciones para con ellos, las autoridades civiles y eclesiásticas, como locomprueban los expedientes que reposan en nuestro Archivo Nacional y lasvisitas de nuestros prelados, estuvieron prestas a imponer los castigos perti-nentes. Abolida la encomienda y con la creación de los pueblos de doctrina, losfundos quedaron en propiedad de los indígenas y de sus legítimos descendien-tes, puros o mestizados, quienes estaban provistos por las Leyes de Indias deun protector especial encargado de representarlos ante la justicia. Así los “in-dios tributarios” y sus herederos pasaron a disfrutar en común del carácter depropietarios sin señor.

Analiza más adelante este estado de propiedad en común y llega a la conclu-sión de que sólo representaba una forma retardada de la distribución de lariqueza, pero que de todos modos ésta constituía en sí, una verdadera reservade riqueza territorial que, a su debido tiempo, habría de favorecer espléndida-mente a sus titulares, y a la cual dieron fin, sin haber alcanzado la plena utilidadde la parcelación, dos prematuras leyes de la República: la del 11 de octubre de1821, votada por el Congreso Nacional de la República de Colombia, que abolióel tributo de los indígenas y dispuso la división de las antiguas comunidades o

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resguardos, y a la modificación de dicha Ley por las del 13 de octubre de 1830 yla del 2 de abril de 1836, en las cuales se declaraba como competencia de lasDiputaciones provinciales la distribución de dichas tierras entre los comuneros,con reserva de una parte para los municipios respectivos, lo que constituía elprimer despojo que sufrían los naturales, pero cuya inejecución dio lugar a laLey del 7 de abril de 1838, que disponía que fueran los mismos indígenas quie-nes procedieran a tal división. Sin embargo, las leyes del 2 de junio de 1882 y 19de marzo de 1885 vinieron a definir la materia, reconociendo sólo como comuni-dades indígenas las existentes en el Orinoco, Amazonas y La Goajira y declaran-do también extinguidos los antiguos resguardos, al igual que los privilegios yexenciones que las Leyes de Indias habían creado a favor de la reducción ycivilización de los naturales.

Al examinar en sus efectos aquellas leyes agrega, cimentadas en los princi-pios de la filosofía liberal tan en boga durante ese siglo XIX, sorprende laconsideración de que la población rural de la República, condenadas por ellas aun absurdo despojo, recibió más perjuicio de leyes que la libraron de la manus,bajo cuya protección jurídica vivó durante la colonia.

En el estudio de nuestro medio nacional juega papel de gran im-portancia el examen de la formación de los “pueblos” y del espíri-tu de asociación creado a su sombra, porque fue allí donde nacie-ron para el indio las nuevas costumbres sociales. Al amparo delmisionero y del cura de Doctrina, se prepararon para el ejerciciode actos civiles en concordancia con la nueva cultura, tanto lapoblación aborigen como los demás elementos a ella agregadosen el proceso de integración social... (Ibíd. 91).

QUINTO TAPIZ:

Afirma en su quinto tapiz que el fenómeno más interesante que ofrece elestudio de la historia civil de la colonia es el surgimiento del espíritu de la nuevanacionalidad, y para corroborar su afirmación nos describe el Cabildo como laprimera expresión de la voluntad autonómica del conquistador, y aunque tomarade manos del representante regio su impulso inicial nos aclara una vez constitui-do se arrogó prerrogativas ya abolidas en la Península, ante las cuales cedía elmismo Gobernador y tomaban especial fisonomía las Leyes de Indias. Y adver-timos dice más adelante la arrogancia con la cual los cabildantes se aprestaron alejercicio de derechos que no les pertenecían por expresa concesión de la ley, yque eran producto de una auto fabricación.

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A lo largo de este tapiz, Briceño Iragorry nos hace un recuento de la actua-ción de los cabildos con pruebas más que suficientes para afirmarnos en elconcepto –como el mismo lo dice- de que los Cabildos representaron en toda laépoca colonial una fuerza autonómica que tanto logró arrogancia frente a lasautoridades reales, como supo expandirse en la conciencia colectiva. Sin losCabildos –reitera más adelante- y sin la llamada nobleza criolla, que tuvo durantecasi todo el período colonial la exclusividad de sus varas, los gobernadores nohubieran hallado contradictores y la nacionalidad, que reclamaba bocas quevocearan sus derechos, se hubiera diluido en la anonimia de una sola clase depecheros.

SEXTO TAPIZ:

En este sexto tapiz, expone cómo la lucha de clases terminó en la lucha por lanacionalidad, y recomienda borrar de los textos en uso el término castas, ycolocar en su sitio el concepto ágil de clases, o sea, de sectores sujetos a mutuapenetración que permite el ascenso de ellos, y también su regreso de grados. Laorganización de las clases coloniales ha sido materia de sumo interés por soció-logos e historiadores, pero en sus estudios nos adelanta ha pasado lo mismoque en las demás cuestiones de ese largo período de nuestra historia, han sidoparte a oscurecer los hechos, tanto la exaltación de los prejuicios, como la pro-yección hacia el pasado de conceptos actuales.

Cree en la unidad de la especie humana y no extraña las desigualdades socia-les. Todo progreso descansa insiste sobre la noción simplista de las desigualda-des engendradoras de la lucha. El equilibrio universal reitera se sostiene sobre ladiferencia y oposición de las fuerzas, ora de la naturaleza en sí misma, ora de losgrupos sociales. Suponer el orden de lo contrario sería tanto como lograr unaimagen del nirvana búdico. Las diferencias que distinguían a las clases socialesde la colonia –nos aclara más adelante- radicaban en circunstancias inherentesa la cultura de la época y en hechos de un profundo significado histórico. Demásestá insistir en la abundancia de motivos que asistían al poblador castellanopara juzgar su capacidad social muy por encima de los indios conquistados y delos negros traídos de África, y las rivalidades que surgieron entre los criollos(mantuanos y blancos de estado llano) y los pardos, y que nunca llegaron aconstituir un verdadero odio colectivo, ya que fueron secuela de la naturaldivisión de todo medio social y no una característica del régimen colonial español.Tal es la posición en la que debe colocarse el crítico de la colonia para penetrarlas modalidades sociales de entonces, y que no debe entenderse que las luchas

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sostenidas por las clases coloniales y su diferenciación histórica, fueran óbicepara que se desarrollara el justo sentimiento igualitario de los criollos y la claseprivilegiada, que arrancaba de los conquistadores, pugnó por mantener supredominio frente a las clases de pardos y mestizos, y que más tarde tuvo queluchar contra un nuevo factor, a sus ojos más peligroso: los españolespeninsulares que ocupaban los mejores cargos en la administración pública y aquienes miraban ellos como extranjeros, y es quizá éste el momento mássignificativo en la formación de la psiquis nacional.

Y hace énfasis en que lo “...cuanto va de Guaicaipuro al Libertador distan lashistorias de la Historia, y estamos en lo cierto. El héroe requiere una concreciónde cultura social para afianzarse”. (Ibíd., 111). Y nos refiere el caso de AlonsoAndrea de Ledesma, que se yergue entre los más antiguos héroes que hanregado su sangre por mantener la integridad del suelo nacional, y no se entiendaque reclamamos para la dignidad heroica la necesidad individual de una cultura,sólo nos referimos a que los actos del héroe deben polarizar un momento histó-rico en la curva social

SÉPTIMO TAPIZ:

En este séptimo tapiz nos da, en líneas generales, una relación que determinael movimiento de las fronteras eclesiásticas de la Patria durante la época colo-nial, período en el cual los Obispados se erigieron en centros de difusión de lanueva cultura, guardianes de la fe y del derecho de la familia y abanderados deun orden espiritual de horizontes eternos, realizando una labor de ilimitada tras-cendencia. Junto a las autoridades civiles y militares –nos aclara- que represen-taban en la colonia la potestad del Rey, y en cuyas manos descansaba el gobier-no de los pueblos, ellos se alzaron como personeros de una jerarquía, en la cual,al par de la Iglesia, las ciencias y las letras tenían su legítima expresión. “Y conlos Obispos la Iglesia toda, representada por los Vicarios y los Curas, y por lasegregias comunidades constituidas en baluarte de la cultura durante nuestrocriollo medievalismo”. (Ibíd., 115).

Unos y otros –continúa diciendo- riegan en el ambiente de la época la semillade las artes y de las letras; al calor de sus manos, el barroco se transforma en lafacha- da de los templos y en los místicos retablos; bajo su dirección, el puebloeduca el gusto por el arte musical. Unos y otros sirven de contrapeso a losabusos de las autoridades y remedian, con la persuasión y el castigo oportunos,las costumbres de grandes y pequeños. En pleno ejercicio de sus altas funcio-nes jerárquicas, los Obispos asumieron la supervigilancia del medio social y sus

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decisiones se cumplieron, aún contra la voluntad de los empleados seculares ysin temor al real recurso de las fuerzas. Su autoridad era semejante a la de losinflexibles Obispos feudales, y nos refiere como “sin auxilio real ni haberlo pedi-do”, según rezan los documentos de la época, fueron cumplidas las penas im-puestas a doña Ximena Navarro y a doña Elvira Campos.

Más adelante hace referencias del monumento histórico que representa laVisita del ilustrísimo señor Mariano Martí, Obispo de la provincia de Venezue-la desde 1770 hasta 1792, y que hoy es del dominio público, la cual sirve parademostrar lo que significaban aquellas lentas jornadas episcopales a través delterritorio de la patria, sin ocuparse sólo del cumplimiento de sus funciones adivinis, sino que abordaban todos los asuntos que se referían a la administra-ción de justicia, género de vida y costumbre de los seglares, enseñanza, hospi-tales, organización civil, trato de los indígenas, conducta de los señores con losesclavos, y demás pormenores que reclamaban su alta intervención de autori-dad o persuasiva.

La labor civilizadora de estos Obispos y de la Iglesia en la instrucción de esaépoca colonial –insiste- fue gigantesca y, según sus propias palabras, reclamapintura aparte. También en que Venezuela no fue afortunada en darse sus pro-pios Obispos, ya que sólo cuatro sacerdotes nativos tuvieron esa dignidad deregirla durante la colonia. Y para concluir este tapiz, alaba el maravilloso ejemplode aquellos Obispos autónomos y solitarios, que nunca vieron en sus Diócesisrepresentantes especiales de la persona de los Papas. Maravilloso ejemplo –enfatiza- de disciplina y catolicidad que aún mantiene y mantendrá estrecha-mente unidas las iglesias americanas a la legítima autoridad del Supremo Pastor,instituido por Cristo, para ser por siempre Siervo de los Siervos de Dios.

OCTAVO TAPIZ:

El meritorio concurso, aunque indirecto, con el cual los corsarioscontribuyeron a la formación del espíritu de la nacionalidad es el tema de esteoctavo tapiz: “Sin las naves que aquellas nobles potencias protegían y enviabanpara asolar las costas de la América española, hubieran carecido estos pueblosde oportunidad para estrechar sus fuerzas y para medir sus recursos bélicos.” (Ibíd., 121).

Como la política colonial se diluía en un laberinto de emulaciones localistas,argumenta más adelante, era requerida una fuerza que galvanizara la concienciade los pueblos. Y quien habría de creer que durante los siglos XVI y XVII los

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piratas se convirtieran en medio idóneo de educación cívica, y nos advierte queaquellas naciones que censuraban de los Reyes Católicos la sed de oro y de lapolítica que ponía en juego para lucrarse con las minas, no paraban mientes paraabordar las naves españolas que, lastradas con el fruto del trabajo minero, po-nían rumbo a los puertos de la Metrópoli, calificaban de crimen la explotación delrico mineral en el fondo de la tierra, pero no apropiárselo violentamente cuandoestaba ya fundido.

Analiza, también, los distintos planes de conquista y colonización de laspotencias que actuaban lo mismo que Inglaterra, porque mientras la madre patriarealizaba el más generoso plan de colonización que jamás ha puesto en prácticaun Estado civilizado al servicio de naciones bárbaras, destruía por imprevisiónsus propios recursos interiores, los colonos de la Nueva Inglaterra limitaban suobra a una tímida expansión que, la heroicidad leyendaria de los conquistadoresespañoles, realizó actos de suprema barbarie, señalando que cuando en la Amé-rica española ya florecían universidades y seminarios, en la del Norte no habíanpodido establecer un asiento de inmigrantes sajones, y sube de punto la admi-ración al considerar que el pueblo de San Agustín en La Florida, fundado porconquistadores españoles en 1565 y el más antiguo de la Unión, antecedió encuarenta años al establecimiento de la primera colonia inglesa en Virginia.

De las actividades más sobresalientes de los corsarios en la América espa-ñola también trata en este tapiz, y a quienes en algunas ocasiones llama piratas,ya que para él corsarios, piratas y bucaneros son tres modalidades de un mismoente feroz, que mantuvieron en continua zozobra a las autoridades coloniales, yde quienes se valieron esas potencias para que pasaran a ellas territorios some-tidos a la Corona de Castilla, recurriendo a una apropiación indebida, para la cual“...ningunas eran tan adecuadas como las armas que cobijaba la bandera sincódigo de piratas y bucaneros: Jamaica, Granada, Tobago, La Tortuga, Curazao,Aruba, Bonaire testimonian, entre otros territorios, los resultados de esa políticaanti-española.”. (Ibíd., 123). Y en esa relación de esas actividades, apunta másadelante, los asaltos anotados en ella no fueron los únicos que realizaron lospiratas en nuestras costas y ciudades: “Apenas nos hemos detenido, por mediode este pesado y fastidioso recuento, en juntar los nombres de los más célebresbandoleros y en recordar las empresas de mayor cuantía”. (Ibíd., 135).

NOVENO TAPIZ:

Trata en este noveno tapiz, lo que Don Mario considera como el mayor entrelos graves yerros de cuantos han sostenido los viejos historiadores de Vene-zuela y muchos de los modernos, y acaso como el de consecuencias más funes-

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tas en la obra de agrietar nuestro suelo histórico utilizando sus mismas palabras,aquel que hasta fecha reciente había erigido en artículo inconmovible de la fe, laignorancia colonial, lo que califica como una de las mayores atrocidades cometidapor los historiadores románticos enemigos, al explicar los hechos históricos, detoda razón de orden intelectual y, en cambio sobremanera, propensos a fórmulassentimentales.

Al estudiante de historia patria advierte se le ha venido diciendo que durantela Colonia no existió ninguna forma de instrucción, y que la propia universidadcaraqueña, madre nutricia de la cultura criolla, fue sólo una especie de laboratoriodonde se enseñaba latín para los rezos, y que aquellos que estudiaron lainstrucción colonial para negarla, no la vieron marchar porque no la vieron antesde marchar, y nombra entre ellos a Don Arístides Rojas, quienes no quisieron,los ya desaparecidos, y no quieren algunos de los que vinieron después, verque si hubo instrucción durante la época colonial, y nos hace una relación de loscolegios y de las escuelas de primeras letras, que se extendieron por todas lasprovincias, antes y después de la creación de la Gran Capitanía General deVenezuela, y que si bien no hubo un florecimiento salmantino de la cultura, ellono quiere decir que dejase de haber la cultura que era requerida para entonces.

No llegó nuestra enseñanza a un verdadero monumento “gótico”, pero tam-poco puede decirse que por lo ella edificado, a pesar de ser rebelde el material eimperfectos los medios de labrarlo, careciese de orden propio a sostener unabóveda o una ojiva, y pudo sostener sobre sus muros nada menos que la cons-trucción de una república. Y junto a la obra cultural de las escuelas públicas deprimeras letras y de la cátedra caraqueña de Gramática, los conventos y hospi-cios existentes tenían abiertos sus claustros para la educación general, acentuó,y a continuación agrega que en Caracas, las casas de franciscanos, dominicos ymercedarios, éstos mantenían estudios de Teología, Moral y Filosofía, con diezcátedras de calidad universitaria a cargo de venezolanos, en su mayor parte, máscuatro de Latinidad, divididas en sus correspondientes cursos de Retórica yGramática. Y al igual de las casas de Caracas, las de Valencia, Coro, Barquisimeto,El Tocuyo, Guanare, Carora, Trujillo, Maracaibo, Mérida, Cumaná, Margarita yBarcelona, abrían sus aulas a la enseñanza general de los criollos.

Después de un largo y minucioso análisis sobre la instauración de la instruc-ción en la época colonial, desde antes de la llegada en 1605 a la ciudad deCaracas del preceptor Juan de Ortiz Gobante hasta los inicios del siglo XIX, con

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sus severas críticas a quienes ha callado, por ignorancia o deliberadamentenuestro pasado histórico, Briceño Iragorry les dice:

La mejor generación de la República venía de atrás, de las “tinie-blas” coloniales, y si ella se presentó en el plano del tiempo por-tando en la robusta diestra antorchas refulgentes, necesario esproclamar que no fue noche aquel calumniado período, y que losactores que so- bre empinado coturno representaron en el teatrode la Historia la escena perdurable de nuestra independencia po-lítica, ni eran movidos por los hilos de la farsa, ni repetían largosdictados de apuntador, si- no discurso de viril contextura aprendi-dos en las severas aulas coloniales...” (Ibíd., 156-157).

DÉCIMO TAPIZ:

En este décimo tapiz, vuelve la pluma de Don Mario a fustigar la obra de loshacedores de nuestras historias populares, de cuya labor opina que ha sido unaverdadera lástima el que no se hayan detenido más de lo necesario en ciertasdescripciones del pasado, y en este caso las de Juan de Carvajal, pormenorizadasen todos los manuales destinados al aprendizaje escolar de la Historia Patria, loque ha inducido a los estudiantes a ver a este gobernador como el prototipo delas autoridades que nos gobernaron durante la Colonia, y para muchos resultamuy fácil aceptar que todos los gobernadores tenían bajo su mando esclavosencargados de cortar cabezas, cuando no andaban en perpetua correría conAlfinger o Spira.

Esta sombría visión de decapitaciones y del continuo correr la tierra enbusca de peligrosas aventuras, aclara, ponen como un sangriento ribete decrueldad y de incertidumbre en el panorama histórico, y cierra la mente para lacomprensión de la obra cultural realizada por las autoridades coloniales. A losescolares se enseñan como piezas espantosas en nuestros museos, continúadiciendo, grilletes y barras de data colonial, sin percatarse de que, para curarlesde espantos, debiera el cicerone explicar como esas modestas piezas de tormen-to llegaron a crecer durante el curso de la República, hasta tomar proporcionesleviatánicas. En cambio, cuando se ahonda un poco en la investigación denuestro pasado, agrega, aparecen aquellos magistrados vestidos de distintosarreos y subordinados a normas legales que no les permitían los excesos a quese dieron ciertos conquistadores. Que algunos, muy pocos en verdad, figurenen nuestros anales como verdaderos energúmenos, cosa que no debería espan-

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tar a los críticos, sobre todo si se considera que su número es demasiado redu-cido al lado de quienes se comportaron como verdaderos constructores de laRepública.

Sin embargo, más adelante reconoce que hubo algunos gobernadores quehicieron mal uso de la magna autoridad, cosa que entre los humano y lo corrienteno sorprendió ni a los mismo españoles de la época, y que para evitarlo, lasLeyes de Indias erigieron la amenaza de los Juicios de Residencia, especie detamiz a cuyo través eran cernidas las acciones del gobernador y de las personasque habían ejercido autoridad durante su término político, y el tiempo que dura-ba este proceso era como un verdadero período de penitencia pública; así comotambién, la continua amenaza de las apelaciones, impuestas ante la Audienciacorrespondiente y ante el Consejo de Indias.

Así pues, como hasta ahora las historias populares no han logrado ofrecer-nos la verdad de nuestro pasado, nos aclara que el recuerdo de nuestra épocacolonial y de sus autoridades se ha reducido a un ligero esbozo, en el cual sóloaparecen con relevancia hechos en sí insignificantes como factores de evolu-ción histórica, así como algunos personajes que aparecen abultados en nues-tros manuales de Historia, podemos decir que por lo regular son inferiores aaquellos que dichas historias no nombran, o apenas nombran a la ligera comoPablo Collado y el Marqués del Valle de Santiago (Francisco de Berrotarán), porejemplo; por lo que necesitamos recurrir a los archivos y a las monografíasdesprovistas de popularidad, para conocer los verdaderos elementos de nues-tra Historia y poder reconstruir con ellos las figuras que, a consecuencia de laimperfección de los papeles que han venido representando, sufren de atrofia ode amorfia sus respectivas personalidades, y nos presenta dos ejemplos in-discutibles de uno y otro caso, como son el Rey Miguel y su oscura compañeraGuiomar y el del Capitán General, que renuncia el 19 de abril de 1810, Don VicenteEmparan.

Y lo más curioso del caso, nos aclara para terminar este tapiz, es el propioorigen del concepto destructor de la Colonia, no son los historiadores de hoyquienes lo han consagrado, apenas ellos repiten una frase inspirada por elodio de la lucha por la independencia, sino la misma clase social que se habíaalzado altanera, insiste, durante la época colonial y de la cual formaban partehombres que tuvieron a orgullo de exhibir las ejecutorias de los abuelos espa-ñoles, y fue la primera en declarar que luchaba por los derechos que habíacercenado la conquista.

Juan José Lugo Escalona

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UNDÉCIMO TAPIZ:

Como maestro de educación integral, Don Mario nos refiere esa otra culturacolonial, no la artística o literaria, ni la de formas político-sociales, sino a aquellaotrora opulenta agricultura y abundante cría, la cultura agri de los latinos, quedebería ser hoy fuente de perenne riqueza nacional y soporte de nuestra inde-pendencia económica.

En este tapiz reseña como los capitanes que pacificaron la tierra mientras conla diestra manejaban el arma apaciguadora, con la otra mano, según mandato delas regias capitulaciones, iban aventando ricas semillas traídas de otras latitu-des. Y así llegaron caballos y yeguas, cabras, ovejas y puercas (apareadas comosobrevivieron durante el diluvio), así como también cebada, viñas y olivares,higueras, granados y muchas otras simientes que han respondido desde enton-ces en producir mayores frutos que en España.

Las tribus americanas se mantenía en un grado muy inferior con respecto alos nuevos señores, nos aclara más adelante, y no eran el maíz y el trigo el panadecuado para el sustento de esta nueva sociedad, acostumbrada en la viejapatria a una mejor clase de alimentos, así escasearan en aquel siglo de necesida-des y aventuras, ensayando el colono nuevos cultivos, alterando con ellos laflora tropical, suplantando la espada por la azada a la cabeza de los indios a sucargo, convirtiéndose en sencillo labrador y pobre aldeano, al concluir la duraempresa de aquietar a los indígenas, y al lado del conquistador que labra la tierratransformándola, el misionero alterna su labor evangelizante entre el campo y larústica capilla, con su persuasión que no se reduce a enseñar a los bárbaros elcamino de la fe, sino a convencerlos también del trabajo común que, encima decrear recursos materiales, fomenta una vida de paz y ciudadana.

Con la cría, en su sentido especulativo, y con el beneficio de la nueva agri-cultura puede decirse, argumenta, que desde los prístinos días de la conquista,dio el español nueva fase a la productibilidad de nuestro suelo, y preparó conello las nuevas formas de nuestro mundo económico, que sirvió de supedáneosa la propia organización de las clases coloniales, y que originaron las protestasmás tarde elevadas por los criollos contra sistemas que extorsionaban las explo-taciones agrocomerciales. Y para dar término a este tapiz, nos recuerda que ennuestro escudo patrio, sin advertir la perdurabilidad del simbolismo hispano,existen dos emblemas que hablan directamente de la obra opulenta, con la cuallos colonos supieron formar nuestra riqueza territorial: un ágil caballo, de finaprosapia andaluza, y un haz de áureas espigas, que recuerdan los primitivostrigales extremeños.

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DUODÉCIMO TAPIZ:

Cómo la nueva sociedad, con el surgimiento de las formas de la culturacolonial, se irguió hasta bañarse en la luz de la Historia, es el tema que BriceñoIragorry expone en este tapiz y nos aclare que fue porque la conciencia vigilantedel criollo, lejos de haber permanecido in pace, como han propugnado los quesostienen que nuestra independencia fue un proceso manumitivo, sintió por elcontrario, en cada nueva ocasión y con más ímpetu, el palpitar de su gravidezcívica, y como el pueblo colonial logró vencer, en plena dominación española,de manera violenta si se quiere, sus derechos sociales y, sostiene en susargumentos, que antes de la sublevación de Juan Francisco de León, los criolloshabían realizado, de común acuerdo, actos encaminados, utilizando sus propiaspalabras, a poner en guarda aquellos derechos.

Más adelante advierte, que otro factor de integración revolucionaria lo pre-sentó Don Francisco de Miranda, pero el entusiasmo y la perseverancia delinfatigable Precursor terminaron en el fracaso de sus dos expediciones armadas,sin eco en la conciencia colectiva por la fuerte oposición que le presentó elmantuanismo, sabedor, según sutil observación de Gil Fortoul, de “que Mirandaexpedicionaba con otro inglés, que el resultado inmediato de la expedición seríala dominación de Inglaterra, y que con ella perderían los criollos su predominiooligárquico”. (Cita Ibíd., 178).

Asimismo, hace referencia de la repercusión que tenía el fuego de las prédi-cas mirandinas, que coincidían en su propósito autonómico con los mantuanosque representaban la conciencia político-económica de la Colonia, y fue a buenaparte distanciarlo para la unificación de la obra cívica, la circunstancia anotadapor Gil Fortoul, de que los llamados “nobles” procuraban, antes que todo, sos-tener y conservar su hegemonía, pero un sentimiento de lealtad al soberanodisimuló el propósito autonómico de éstos, y al amparo de esta “virtud política”se expandió el ímpetu subversivo, genuino de ascendencia hispana, y aquí serevela el juicio inquisitivo como una de las modalidades peculiares de esa época:la coexistencia en el fondo de la vida social de hechos contradictorios y defuerzas desacopladas, que conducen indirectamete al mismo fin.

Así, el movimiento cívico del 19 de abril de 1810 no puede ser consideradocomo fruto de una propaganda anti-española advierte sino, muy por el contra-rio, debe afirmarse, como acertadamente dijo el doctor Pedro Itriago Chacín, quefue una gloria de España en Venezuela, sin que la de ésta en nada se menoscaba-se, en el sentido de que fue un resurgimiento, una actuación de aquel espíritu

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hispano, cuyas altiveces han asombrado la Historia. Sin embargo, agrega másadelante, que con los sucesos del 19 de abril triunfaba un ideal revolucionario alo francés y, cuando leyendo las actas de los pueblos que se aunaron almovimiento de Caracas han encontrado en ellas, admirablemente definida, lanoción de soberanía popular, y más se afianzan en la posible filiación gálica delos redactores de aquellas.

No negaremos, agrega de seguidas, que cundieran en América la Declara-ción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, ni que fuera leído poralgunos criollos el trajinado Contrato Social de Rousseau. Pero olvidan ciertoscríticos que anteriormente a la expansión de aquel ideal revolucionario, la con-ciencia criolla había adquirido firmes lineamientos para la vida civil y que fueronlas clases que mayor pujanza habían alcanzado bajo el antiguo régimen, y losindividuos que habían disciplinado su intelecto en las universidades y en losestudios conventuales, quienes dirigieron aquella incruenta evolución.

Pero aquellas doctrinas no vinieron a Venezuela entre los libros subverticiosde la Enciclopedia, nos aclara, y muy por el contrario formaban la raíz de lacultura tradicionalista que los criollos habían alcanzado en los estudios colonia-les, por lo cual mal hacen quienes al verlas expuestas en la parte motiva de lasactas de las ciudades que se adhirieron la revolución caraqueña, las toman comoun contrahecho de las declaraciones americanas o francesas. Y nada cuadratanto, afirma, en la vieja contextura del derecho regio, como las razones expues-tas en el Congreso Constituyente por el doctor Francisco Javier Yánez, teólogode la real y pontificia Universidad de Caracas, en la sesión del 25 de junio. Bastaleerlas para comprender cómo los ilustres fundadores de la república tomabanfuerza para su alegato separatista, en la robusta armazón jurídica de España.

Y cuando se examine nuestro pasado, dice para concluir este tapiz, sin lapasión seudo patriótica que guía a algunos historiadores, utilizantes de la His-toria en medro personal, y se observe la continuidad de la corriente cultural que,cargada de esperanzas, terminó por reclamar horizontes más anchos para susinfinitas actividades, bien se verá la extremada puerilidad de los asertos con loscuales se ha venido desviando para la comprensión histórica la propia concien-cia nacional; y la independencia, como magistralmente dijo Luís Correa, no seráentonces sino un “incidente inevitable de la pujanza y crecimiento del Munici-pio que vuelve por sus fueros y sus justicias; y el alma aventurera, tenaz yenardecida de los conquistadores, reencarna en las huestes capitaneadas porBolívar”.(Cita Ibíd., 185).

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DÉCIMOTERCER TAPIZ:

En éste, su último tapiz, da fin a su ensayo histórico con la convicción de quedesde algunos años para acá se ha despertado cierto sentimentalismo colonialentre las clases cultas del país, y cosa corriente es encontrar hoy (tiempo en elcual terminó de escribir este libro, 1933), opulentas mansiones que lucen conorgullo ricos mobiliarios del setecientos. A primera vista, cito sus propias palabras,dichas casas, con sus faroles antañones y sus vistosos artesonados, amén deodres y botijos centenarios y de graciosas hornacinas, da la impresión de quemantuviesen, con la pátina del tiempo, las huellas de las graves pisadas de losviejos hidalgos que generaron la feliz estirpe. Pero si indagásemos, afirma,la historia del costoso moblaje, encontraríamos que los floreros han sido recogi-dos aquí y allá de manos de humildes viejecitas, que los utilizaron como cosasde poco valor durante muchos años; que los botijos y odres estuvieron en lascocinas de humildes lavanderas, los “retablos” en el miserable dormitorio deunas ancianas manumisas, a quienes fueron donados por sus antiguas amas.Esto es en cuanto a los muebles de legítima procedencia colonial, porque lamayor parte de ellos han sido labrados, al igual de las casas, por manos deartífices contemporáneos.

Junto con esta devoción por los objetos antiguos ha aparecido otra, enfatiza,aún más curiosa y de verdadera inutilidad para la vida práctica, cuando con ellano se busca la explicación de nuestro fenómeno sociológico: las de la genealo-gía que intentan regresar a España, por lo que puede deducirse que hay un afánpor hallar entronques con la cultura condenada, y que muchos se sienten felicespor descender de algún hidalguillo colonial, así aparezca lleno de apremios enlos juicios de Residencia. Y todo esto viene a significar, aunque indirectamente,un verdadero valor en la interpretación de nuestro fenómeno histórico, a pesarel tinte de manifestación sentimentalista en la cual incurren hasta los mismoscolioniófobos.

Así vemos después cómo el moblaje colonial y las pinturas que exornaronsalas y dormitorios de aquella época, corrieron la misma suerte de la culturageneral, porque la invasión de las modas sucesivas vinieron a suplantarlas,cayendo en la conciencia adormecida de la multitud indiferente, y en el humildesimbolismo de floreros, odres y botijos, pasó al estudio de otros muebles másricos y suntuosos, y la expansión continua de la vieja cultura que, desde elSeminario y la Universidad, procuró abarcar el ámbito colonial, una vez destrui-dos los embelecos de la crítica romántica, muestre a las nuevas generaciones lasfuertes y penetrantes raigambres que alimentaron el árbol de la patria en su lenta

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y porfiada ascensión hacia las regiones de la luz, nos advierte para terminar suúltimo tapiz-.

EXPLICIT:

Para terminar su libro, Tapices de Historia Patria una de las dos obrasfundamentales para comprender su pensamiento historiográfico, Don MarioBriceño Iragorri nos explica el por qué y para qué lo hizo: “...en ellos no hayintento de mentir, y que se tejieron, no para deleitar la vista ni para servir deadorno en cámaras reales, sino para mostrar en forma burda la verdad de nuestropasado”. Cosa que logra en la medida en la cual sus inves- tigaciones y suempeño por evidenciar un mejor conocimiento de la cultura colonial, lo que sinduda alguna contribuiría a la nacionalización de un vasto sector histórico, queciertos críticos se han empeñado en separar de nuestra historia patria.

Su intento, nos da a entender, es alargar cuanto sea debido –utilizando susmismas palabras- la perspectiva de Patria: que ella se vea ancha y profunda en eltiempo; que se palpe el esfuerzo tenaz que la forjó para el futuro, que sea máshistórica; esto es, que sea más patria, porque para amar a esa patria es indispen-sable conocer su historia, y para bien amarla en su totalidad hay que conocer laverdadera historia, esa que parecía mantenerse inédita hasta que estos Tapicesde Historia Patria, si no nos las han dado completa, han conseguido interesar-nos y hasta obligarnos, por así entenderlo, a seguir los hilos de su investiga-ción, porque fueron escritos con esa intención y tienen el poder para inspirar-nos ese hondo sentimiento de devoción por nuestro pueblo, que llevó a suautor a ofrecérnoslo para exaltar, con el fervor de quien revive cosas olvidadas,el sentido de nuestra oculta tradición colonial, porque:

Mientras se reduzca en el tiempo el ámbito histórico, sólo tendre-mos la noción de una Patria mezquina, atrofiada y sin soportesfirmes. Sin solera histórica, ella carecerá de fuerza para henchir losespíritus nuevos en la obra de realizar su destino humano. Sin larobustez de nuestros derechos en el tiempo, careceremos de lapersonalidad que nos dé derecho a participar en la obra de lacomunidad universal de la cultura. La Patria grande del futuro reclamalos recios estribos de una Historia integral, que no satisfaga única-mente la curiosidad del lector acerca del pasado, sino que modifiquetambién su concepción del presente. (Ibíd., 198-199).

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BIBLIOGRAFIA

BRICEÑO IRAGORRY MARIO (1982) Tápices de Historia Patria. Ensayo de unaMorfología de la Cultura Colonial. Quinta Edición, Caracas, Venezuela. TalleresLitográficos de Impresos Urbina, C.A.