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Tarea I Comentario del texto Tú qué eres, zanahoria, huevo o café. Este texto trata de la realidad de la vida diaria en la cual nos encontramos con diferentes dificultades en cada accionar de nuestro día a día. Nos muestra las distintas reacciones que podemos presentar ante las situaciones y de cómo esta nos pueden cambiar nuestros sentimientos y conductas de manera impredecible. Y a la vez nos invita a ser amo y no esclavo de la situación, es decir, que todo va a depender de nuestra actitud y decisión ante las dificultades u oportunidades que la vida nos ofrezca. Selecciona cinco palabras del texto y produce una oración con cada una de ellas. Vida ------------- La vida es un hermoso regalo de Dios. Zanahorias ----- Las zanahorias son vegetales ricos en vitaminas. Disfrutaba ----- Ella disfrutaba en gran manera de su grata compañía.

Tarea de Espanol 1

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Lee cuidadosamente el texto I del compilado:

Tarea I

Comentario del texto T qu eres, zanahoria, huevo o caf.

Este texto trata de la realidad de la vida diaria en la cual nos encontramos con diferentes dificultades en cada accionar de nuestro da a da. Nos muestra las distintas reacciones que podemos presentar ante las situaciones y de cmo esta nos pueden cambiar nuestros sentimientos y conductas de manera impredecible. Y a la vez nos invita a ser amo y no esclavo de la situacin, es decir, que todo va a depender de nuestra actitud y decisin ante las dificultades u oportunidades que la vida nos ofrezca.

Selecciona cinco palabras del texto y produce una oracin con cada una de ellas.

Vida ------------- La vida es un hermoso regalo de Dios. Zanahorias ----- Las zanahorias son vegetales ricos en vitaminas.

Disfrutaba ----- Ella disfrutaba en gran manera de su grata compaa. Problema ----- A pesar de todos sus problemas no sea dado por vencida. Luchar. --------- El decidi luchar hasta alcanzar sus metas. Foro I

En este foro te invito a observar el vdeo y comentar la importancia que tiene la lectura y los pasos que te plantea el autor para alcanzar niveles de buena lectura.

El hbito de la lectura es importante porque nos ayuda a desarrollar y ejercitar la mente, aumenta nuestra inteligencia, destreza y actitudes personales.

La lectura enriquece nuestro vocabulario y nos ayuda a tener mejor ortografa.

A travs de la lectura podemos aprender de nuestros ante pasados, de sus creencias y mtodos de vida. La lectura nos sirve de consejera y de compaera en todo momento que estemos dispuesto a leer un buen libro. Sobre todo la lectura cura la ignorancia.

Los pasos que te plantea el autor para alcanzar niveles de buena lectura.

1- Empezar por hacer el hbito de la lectura dedicando mnimo 15 minutos diario. 2- Elegir los libros clsicos o los de desarrollo humano.

3- Incluir en nuestras salidas las visitas a las bibliotecas y libreras.

4- Debemos de leer diariamente para inculcarle el hbito de la lectura a quienes nos rodea.

5- Tratar de tener nuestra biblioteca personal seleccionando libros de mucho inters.

6- Seleccionar un lugar con buena luz, relajante y cmodo.7- Subrayar y tomar notas de las ideas ms relevantes.

Lee cuidadosamente el texto I del compilado:Formas de aprender mejor y ms rpido y redacta un comentario del mismo.Establece las estrategias planteadas por el texto ledo para adquirir buenos hbitos de estudio y comprensin textual,comenta cada una.Escoge cinco palabras del texto y produce oraciones con cada una.Sube como adjunto a este espacio virtual la prctica realizada.Distinguido/a Participante:Para realizar esta tarea debes descargar en los materiales del curso, para revisar la primera semana, el documento tituladotextos compilados.Una vez descargado este documento debes realizar lo siguiente:1ro. Lee precisamente el texto I "T qu eres, zanahoria, huevo o caf" y realiza un comentario del mismo en media pgina.2do. Selecciona cinco palabras del texto y produce una oracin con cada una de ellas.

UNIVERSIDAD ABIERTA PARA ADULTOS

UAPA

CICLO BSICO

RECOPILACION DE TEXTOS PARA SER UTILIZADOS EN EL CURSO PROPEDEUTICO DE ESPAOL

TEXTO I

Y T QU ERES, ZANAHORIA, HUEVO O CAF? (Aportacin de nuestro Mario Jimnez)Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y cmo las cosas le resultaban tan difciles. No saba cmo hacer para seguir adelante y crea que se dara por vencida. Estaba cansada de luchar.

Pareca que cuando solucionaba un problema, apareca otro.

Su padre, un chef de cocina, la llev a su lugar de trabajo. All llen tres ollas con agua y las coloc sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo.

En una coloc zanahorias, en otra coloc huevos y en la ltima coloc granos de caf. Las dej hervir sin decir palabra.

La hija esper impacientemente, preguntndose qu estara haciendo su padre.

A los veinte minutos el padre apag el fuego. Sac las zanahorias y las coloc en un bowl. Sac los huevos y los coloc en otro bowl. Col el caf y lo puso en un tercer bowl.

Mirando a su hija le dijo: "Querida, qu ves?"

"Zanahorias, huevos y caf" fue su respuesta.

La hizo acercarse y le pidi que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y not que estaban blandas.

Luego le pidi que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cscara, observ el huevo duro. Luego le pidi que probara el caf. Ella sonri mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija pregunt: "Qu significa esto, Padre?" El le explic que los tres elementos haban enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero haban reaccionado en forma diferente. La zanahoria lleg al agua fuerte y dura. Pero despus de pasar por el agua hirviendo se haba vuelto dbil, fcil de deshacer.

El huevo haba llegado al agua frgil. Su cscara fina protega su interior lquido. Pero despus de estar en agua hirviendo, su interior se haba endurecido.

Los granos de caf sin embargo eran nicos. Despus de estar en agua hirviendo, haban cambiado al agua.

"Cual eres t?", le pregunt a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, cmo respondes?. Eres una zanahoria, un huevo o un grano de caf?"

Y cmo eres t?Eres una zanahoria que parece fuerte pero, que cuando la adversidad y el dolor te tocan , te vuelves dbil y pierdes tu fortaleza?

Eres un huevo, que comienza con un corazn maleable? Es decir, poseas un espritu fluido, pero despus de una muerte, una separacin, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rgido? Por fuera te sigues viendo igual, pero eres amargado y spero, con un espritu y un corazn endurecido?

O eres como un grano de caf? El caf cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullicin el caf alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de caf, cuando las cosas se ponen peor t reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

Cmo manejas la adversidad?

Eres una zanahoria, un huevo o un grano de caf?TEXTO II

Es que somos muy pobres

Aqu todo va de mal en peor. La semana pasada se muri mi ta Jacinta, y el sbado, cuando ya la habamos enterrado y comenzaba a bajrsenos la tristeza, comenz a llover como nunca. A mi pap eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asolendose en el solar. Y el aguacero lleg de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo nico que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejabn, viendo cmo el agua fra que caa del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recin cortada.

Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce aos, supimos que la vaca que mi pap le regal para el da de su santo se la haba llevado el ro

El ro comenz a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traa el ro al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera credo que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero despus me volv a dormir, porque reconoc el sonido del ro y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueo.

Cuando me levant, la maana estaba llena de nublazones y pareca que haba seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del ro era ms fuerte y se oa ms cerca. Se ola, como se huele una quemazn, el olor a podrido del agua revuelta.

A la hora en que me fui a asomar, el ro ya haba perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metindose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua se oa al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y vena caminando por lo que era ya un pedazo de ro, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algn lugar donde no les llegara la corriente.

Y por el otro lado, por donde est el recodo, el ro se deba de haber llevado, quin sabe desde cundo, el tamarindo que estaba en el solar de mi ta Jacinta, porque ahora ya no se ve ningn tamarindo. Era el nico que haba en el pueblo, y por eso noms la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la ms grande de todas las que ha bajado el ro en muchos aos.

Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace ms espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. All nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Despus nos subimos por la barranca, porque queramos or bien lo que deca la gente, pues abajo, junto al ro, hay un gran ruidazal y slo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde tambin hay gente mirando el ro y contando los perjuicios que ha hecho. All fue donde supimos que el ro se haba llevado a la Serpentina, la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi pap se la regal para el da de su cumpleaos y que tena una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos.

No acabo de saber por qu se le ocurrira a la Serpentina pasar el ro este, cuando saba que no era el mismo ro que ella conoca de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo ms seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar as noms por noms. A m muchas veces me toc despertarla cuando le abra la puerta del corral porque si no, de su cuenta, all se hubiera estado el da entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.

Y aqu ha de haber sucedido eso de que se durmi. Tal vez se le ocurri despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asust y trat de regresar; pero al volverse se encontr entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bram pidiendo que le ayudaran. Bram como slo Dios sabe cmo.

Yo le pregunt a un seor que vio cuando la arrastraba el ro si no haba visto tambin al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no saba si lo haba visto. Slo dijo que la vaca manchada pas patas arriba muy cerquita de donde l estaba y que all dio una voltereta y luego no volvi a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna seal de vaca. Por el ro rodaban muchos troncos de rboles con todo y races y l estaba muy ocupado en sacar lea, de modo que no poda fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba.

Noms por eso, no sabemos si el becerro est vivo, o si se fue detrs de su madre ro abajo. Si as fue, que Dios los ampare a los dos.

La apuracin que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el da de maana, ahora que mi hermana Tacha se qued sin nada. Porque mi pap con muchos trabajos haba conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para drsela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las ms grandes.

Segn mi pap, ellas se haban echado a perder porque ramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les ensearon cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendan muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Despus salan hasta de da. Iban cada rato por agua al ro y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, all estaban en el corral, revolcndose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.

Entonces mi pap las corri a las dos. Primero les aguant todo lo que pudo; pero ms tarde ya no pudo aguantarlas ms y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no s para dnde; pero andan de pirujas.

Por eso le entra la mortificacin a mi pap, ahora por la Tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se qued muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qu entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difcil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quin se hiciera el nimo de casarse con ella, slo por llevarse tambin aquella vaca tan bonita.

La nica esperanza que nos queda es que el becerro est todava vivo. Ojal no se le haya ocurrido pasar el ro detrs de su madre. Porque si as fue, mi hermana Tacha est tantito as de retirado de hacerse piruja. Y mam no quiere.

Mi mam no sabe por qu Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para ac, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometan irreverencias a nadie. Todos fueron por el estilo. Quin sabe de dnde les vendra a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dnde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: "Que Dios las ampare a las dos."

Pero mi pap alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aqu, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atencin.

-S -dice-, le llenar los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabar mal; como que estoy viendo que acabar mal.

sa es la mortificacin de mi pap.

Y Tacha llora al sentir que su vaca no volver porque se la ha matado el ro. Est aqu a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el ro desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el ro se hubiera metido dentro de ella.

Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con ms ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del ro, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de all salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdicin. Juan Rulfo (Mxico)

TEXTO III

La Enemiga Recuerdo muy bien el da en que pap trajo la primera mueca en una caja grande de cartn envuelta en papel de muchos colores y atada con una cinta roja, aunque yo estaba entonces muy lejos de imaginar cunto iba a cambiar todo como consecuencia de esa llegada inesperada.

Aquel mismo da comenzaban nuestras vacaciones y mi hermana Esther y yo tenamos planeadas un montn de cosas para hacer en el verano, como, por ejemplo, la construccin de un refugio en la rama ms gruesa de la mata de jobo, la cacera de mariposas, la organizacin de nuestra coleccin de sellos y las prcticas de bisbol en el patio de la casa, sin contar las idas al cine en las tardes de domingo. Nuestro vecinito de enfrente se haba ido ya con su familia a pasar las vacaciones en la playa y esto me dejaba a Esther para m solo durante todo el verano.

Esther cumpla seis aos el da en que pap lleg acasa con el regalo. Mi hermana estaba excitadsima mientras desataba nerviosamente la cinta y rompa el envoltorio. Yo me asom por encima de su hombro y observ cmo iba surgiendo de los papeles arrugados aquel adefesio ridculo vestido con un trajecito azul que le dejaba al aire una buena parte de las piernas y los brazos de goma. La cabeza era de un material duro y blanco y en el centro de la cara tena una estpida sonrisa petrificada que odi desde el primer momento.

Cuando Esther sac la mueca de la caja vi que sus ojos, provistos de negras y gruesas pestaas que parecan humanas, se abran o cerraban segn se la inclinara hacia atrs o hacia adelante y que aquella idiotez se produca al mismo tiempo que un tenue vagido que pareca salir de su vientre invisible.

Mi hermana recibi su regalo con un entusiasmo exagerado. Brinc de alegra al comprobar el contenido del paquete y cuando termin de desempacarlo tom la mueca en brazos y sali corriendo hacia el patio. Yo no la segu y pas el resto del da deambulando por la casa sin hacer nada en especial.Esther comi y cen aquel da con la mueca en el regazo y se fue con ella a la cama sin acordarse de que habamos convenido en clasificar esa noche los sellos africanos que habamos canjeado la vspera por los que tenamos repetidos de Amrica del Sur.

Nada cambi durante los das siguientes. Esther se concentr en su nuevo juguete en forma tan absorbente que apenas nos veamos en las horas de comida. Yo estaba realmente preocupado, y con razn, en vista de las ilusiones que me haba forjado de tenerla a mi disposicin durante las vacaciones. No poda construir el refugio sin su ayuda y me era imposible ocuparme yo solo de la caza de mariposas y de la clasificacin de los sellos, aparte de que me aburra mortalmente tirar hacia arriba la pelota de bisbol y apararla yo mismo.Al cuarto da de la llegada de la mueca ya estaba convencido de que tena que hacer algo para retornar las cosas a la normalidad que su presencia haba interrumpido. dos das despus saba exactamente qu. Esa misma noche, cuando todos dorman en la casa, entre de puntillas en la habitacin de Esther y tom la mueca de su lado sin despertar a mi hermana a pesar del triste vagido que produjo al moverla. Pas sin hacer ruido al cuarto donde pap guarda su caja de herramientas y cog el cuchillo de monte y el ms pesado de los martillos y, todava de puntillas, tom una toalla del cuarto de bao y me fui al fondo del patio, junto al pozo muerto que ya nadie usa. Puse la toalla abierta sobre la yerba, coloqu en ella la mueca que cerr los ojos como si presintiera el peligro y de tres violentos martillazos le pulveric la cabeza.Luego desarticul con el cuchillo las cuatro extremidades y, despus de sobreponerme al susto que me dio or el vagido por ltima vez, descuartic el torso, los brazos y las piernas convirtindolos en un montn de piececitas menudas. Entonces enroll la toalla envolviendo los despojos y tir el bulto completo por el negro agujero del pozo. Tan pronto regres a mi cama me dorm profundamente por primera vez en mucho tiempo.

Los tres das siguientes fueron de duelo para Esther. Lloraba sin consuelo y me rehua continuamente. Pero a pesar de sus lgrimas y de sus reclamos insistentes no pudo convencer a mis padres de que le haban robado la mueca mientras dorma y ellos persistieron en su creencia de que la haba dejado por descuido en el patio la noche anterior a su desaparicin. En esos das mi hermana me miraba con un atisbo de desconfianza en los ojos pero nunca me acus abiertamente de nada.Despus las aguas volvieron a su nivel y Esther no mencion ms la mueca. El resto de las vacaciones fue transcurriendo plcidamente y ya a mediados del verano habamos terminado el refugio y all pasbamos muchas horas del da pegando nuestros sellos en el lbum y organizando la coleccin de mariposas.Fue hacia fines del verano cuando lleg la segunda mueca. Esta vez fue mam quien la trajo y no vino dentro de una caja de cartn, como la otra, sino envuelta en una frazada color de rosa. Esther y yo presenciamos cmo mam la colocaba con mucho cuidado en su propia cama hablndole con voz suave, como si ella pudiese orla. En ese momento, mirando de reojo a Esther, descubr en su actitud un sospechoso inters por el nuevo juguete que me ha convencido de que debo librarme tambin de este otro estorbo antes de que me arruine el final de las vacaciones. A pesar de que adivino esta vez una secreta complicidad entre mam y Esther para proteger la segunda mueca, no me siento pesimista: ambas se duermen profundamente por las noches, la caja de herramientas de papi est en el mismo lugar y, despus de todo, yo ya tengo experiencia en la solucin del problema. Virgilio Daz Grulln

TEXTO IV

Ensayo: El valor de la lectura.

En el presente ensayo nos vamos a enfocar a desglosar los principales ejes de nuestro diagnstico que son: el maestro, los padres, el gobierno y el nio, para as poder mostrar la importancia de cada uno de estos actores y su influencia dentro de la cultura de la lectura.El entorno de la lectura es una construccin cultural y para transmitir esta cultura nos disponemos a utilizar nuestro principal instrumento, el lenguaje. Aunque las imgenes, en un mundo como el nuestro, han cobrado una importancia relevante como fuente de socializacin y, con ello, el desarrollo de nuevas habilidades para el reconocimiento de un renovado lenguaje icnico, la palabra impresa sigue formando parte esencial de los procesos de comunicacin y un elemento bsico para la informacin. Sea acompaando a una imagen como eslogan impactante o en textos informativos o narrativos, la palabra es la fuente que nutre el proceso de socializacin con el que interiorizamos las normas, creencias y pautas de conducta aceptadas por nuestra sociedad. Sin duda, tal vez sea este el factor ms relevante de la importancia de la lectura.La lectura como fuente de socializacin, puede suponer el mantenimiento del orden establecido sin trabas crticas, pero tambin puede formar un individuo ms crtico y libre, que no acepte sin ms lo que se le impone. No es casual que los gobiernos autocrticos teman a los lectores y hagan hogueras de libros para destruir un instrumento de revolucin; los nazis quemaron libros, las dictaduras persiguen a los intelectuales y prohben la edicin y la lectura de determinados libros; en la memoria de muchos espaoles se encuentran las vivencias sobre la prohibicin de leer a muchos autores y la exigencia de leer textos moralistas y de formacin nacional. Y es que, efectivamente, leer puede ser un instrumento de sometimiento o una afirmacin individual que nos puede hacer libres, solidarios, crticos e independientes. No se puede controlar al que lee libremente, tal es el caso de los indgenas mexicanos que se encargan de labrar la tierra, por lo tanto el gobierno no tiene el inters de preparar acadmicamente a estas personas por la conveniencia de que sigan realizando esa labor.El lector descubre a travs del texto otras realidades y puede llegar a interpretar de forma crtica la suya propia. De esta manera, no puede controlarse el orden establecido, lo que pone en peligro el sometimiento del individuo a las instancias de poder: instituciones, ideologas polticas o religiones. Por ello, an hoy, no es extrao observar lugares donde se quiere controlar la lectura y actitudes contradictorias en algunas instancias de poder que, mientras recomiendan la lectura, no ponen los medios necesarios para facilitar y generalizar los comportamientos lectores; pues la lectura generalizada y libre, supondra personas ms formadas, ms crticas y, sin duda, ms independientes.Pero la lectura y la escritura son fenmenos construidos socialmente, a los que se les aade una serie de capacidades que han de tener un valor social, con un significado cultural dentro de su contexto. Por ello, el proceso lector no se reduce a saber leer y escribir, sino que tambin son sus objetivos la adquisicin del razonamiento abstracto y del pensamiento independiente y crtico.En nuestra sociedad, por mucho que se trate de fomentar la lectura placentera, a la actividad lectora se le suele dar importancia por su dimensin instrumental. La lectura suele asociarse con la actividad intelectual, con el aprendizaje, con el estudio y, bsicamente, con la transmisin de informacin y la adquisicin de conocimientos. Pero tambin existe, aunque no de forma tan mayoritaria como deseramos, la idea que asocia la lectura con el entretenimiento, refiriendo a su carcter relajante y de ocio agradable. As pues, podemos diferenciar la lectura instrumental, que se hace para obtener informacin (aprender, estudiar, saber el funcionamiento de algo,), de la lectura ociosa, por el hecho de que la ltima se elige de forma libre y voluntaria, con el objetivo de leer por leer, por entretenimiento y autosatisfaccin, aunque tambin pueda aportar conocimiento sin que, en ningn caso, ste sea su objetivo primordial.Podemos preguntarnos si la lectura es una actividad imprescindible cuando un nmero considerable de personas, en torno a la mitad de la poblacin, no leen y no parece que ocurra nada. El xito social no depende del nivel cultural. El xito social pasa por el consumo y la lectura queda relegada en un segundo plano, como conducta individual, que slo realizan las minoras. Nuestra cultura tiene su base en la economa y los medios de comunicacin nos venden modelos de conducta basados en el consumo y en actitudes superficiales.Los lectores no son modelos sociales. Sin embargo, un hogar con libros sigue siendo ms distinguido. Para que una persona se motive en el desarrollo de sus hbitos lectores es necesario que interprete la lectura como un hecho cultural relevante y como una destreza individual importante; pero el significado social se define en trminos culturales, no individuales. Por ello, el que el lenguaje escrito y la lectura sean relevantes para el nio, depender de la comunidad de referencia. El nio formular interpretaciones sobre el lenguaje escrito, su naturaleza y propsitos, basndose en la interpretacin ofrecida por los otros, indicando con su actividad la importancia de estas acciones, para el funcionamiento adecuado en la sociedad a la que pertenece.Por ello, para desarrollar el valor de la lectura es necesario generar un modelo social donde sta tome sentido. Si la construccin del lector es una accin social, todos somos responsables. Debemos entender que la lectura incurre a su vez sobre los sujetos de forma individual y sobre la sociedad en su totalidad; construyendo individuos ms formados, mejora la sociedad.Para nosotras lo ideal sera que el adulto despertara su propio inters por la lectura y as que sea capaz de transmitir a los nios el encanto de leer y de hacer del encuentro una situacin placentera. Recordemos que lo primero es el deseo de leer y el disfrutar de la lectura, los aprendizajes son complementarios al propio acto lector.Como sabemos, los nios tienen que adquirir la cultura de su entorno, tienen que asimilar los valores que marcarn sus pautas de comportamiento para construir un estilo de vida. Ese proceso de aprendizaje se realiza a travs del modelaje, los nios harn lo que vean hacer a sus mayores, sern sus modelos a seguir e imitar. En un principio sern sus padres, pero pronto entran en juego otros agentes de socializacin, actuando tambin como modelos en este proceso. La lectura por s misma tiene valor es algo innegable e indiscutible.

LOS LIBROS SON LOS ARQUITECTOS DE LOS GRANDES HOMBRES DE LA HUMANIDADTEXTO V

Solo Vine a Hablar por Telfono.

Una tarde de lluvias primaverales, cuando viajaba sola hacia Barcelona conduciendo un coche alquilado, Mara de la Luz Cervantes sufri una avera en el desierto de los Monegros. Era una mexicana de veintisiete aos, bonita y seria, que aos antes haba tenido un cierto nombre como artista de variedades. Estaba casada con un prestidigitador de saln, con quien iba a reunirse aquel da despus de visitar a unos parientes en Zaragoza. Al cabo de una hora de seas desesperadas a los automviles y camiones de carga que pasaban raudos en la tormenta, el conductor de un autobs destartalado se compadeci de ella. Le advirti, eso s, que no iba muy lejos.

- No importa -dijo Mara-. Lo nico que necesito es un telfono.

Era cierto, y slo lo necesitaba para prevenir a su marido de que no llegara antes de las siete de la noche. Pareca un pajarito ensopado, con un abrigo de estudiante y los zapatos de playa en abril, y estaba tan aturdida por el percance que olvid llevarse las llaves del automvil. Una mujer que viajaba junto al conductor, de aspecto militar pero de maneras dulces, le dio una toalla y una manta, y le hizo un sitio a su lado. Despus de secarse a medias, Mara se sent, se envolvi en la manta, y trat de encender un cigarrillo, pero los fsforos estaban mojados. La vecina del asiento le dio fuego y le pidi un cigarrillo de los pocos que le quedaban secos. Mientras fumaban, Mara cedi a las ansias de desahogarse, y su voz reson ms que la lluvia o el traqueteo del autobs. La mujer la interrumpi con el ndice en los labios.

- Estn dormidas -murmur.

Mara mir por encima del hombro, y vio que el autobs estaba ocupado por mujeres de edades inciertas y condiciones distintas, que dorman arropadas con mantas iguales a la suya. Contagiada por su placidez, Mara se enrosc en el asiento y se abandon al rumor de la lluvia. Cuando se despert era de noche y el aguacero se haba disuelto en un sereno helado. No tena la menor idea de cunto tiempo haba dormido ni en qu lugar del mundo se encontraban. Su vecina de asiento tena una actitud de alerta.

- Dnde estamos? -le pregunt Mara.

- Hemos llegado -contest la mujer.

El autobs estaba entrando en el patio empedrado de un edificio enorme y sombro que pareca un viejo convento en un bosque de rboles colosales. Las pasajeras, alumbradas a penas por un farol del patio, permanecieron inmviles hasta que la mujer de aspecto militar las hizo descender con un sistema de rdenes primarias, como en un parvulario. Todas eran mayores, y se movan con tal parsimonia que parecan imgenes de un sueo. Mara, la ltima en descender, pens que eran monjas. Lo pens menos cuando vio a varias mujeres de uniforme que las recibieron a la puerta del autobs, y que les cubran la cabeza con las mantas para que no se mojaran, y las ponan en fila india, dirigindolas sin hablarles, con palmadas rtmicas y perentorias. Despus de despedirse de su vecina de asiento Mara quiso devolverle la manta, pero ella le dijo que se cubriera la cabeza para atravesar el patio, y la devolviera en portera.

- Habr un telfono? -le pregunt Mara.

- Por supuesto -dijo la mujer-. Ah mismo le indican.

Le pidi a Mara otro cigarrillo, y ella le dio el resto del paquete mojado. "En el camino se secan", le dijo. La mujer le hizo un adis con la mano desde el estribo, y casi le grit "Buena suerte". El autobs arranc sin darle tiempo de ms.

Mara empez a correr hacia la entrada del edificio. Una guardiana trat de detenerla con una palmada enrgica, pero tuvo que apelar a un grito imperioso: "Alto he dicho!". Mara mir por debajo de la manta, y vio unos ojos de hielo y un ndice inapelable que le indic la fila. Obedeci. Ya en el zagun del edificio se separ del grupo y pregunt al portero dnde haba un telfono. Una de las guardianas la hizo volver a la fila con palmaditas en la espalda, mientras le deca con modos dulces:

- Por aqu, guapa, por aqu hay un telfono.

Mara sigui con las otras mujeres por un corredor tenebroso, y al final entr en un dormitorio colectivo donde las guardianas recogieron las cobijas y empezaron a repartir las camas. Una mujer distinta, que a Mara le pareci ms humana y de jerarqua ms alta, recorri la fila comparando una lista con los nombres que las recin llegadas tenan escritos en un cartn cosido en el corpio. Cuando lleg frente a Mara se sorprendi de que no llevara su identificacin.

- Es que yo slo vine a hablar por telfono -le dijo Mara.

Le explic a toda prisa que su automvil se haba descompuesto en la carretera. El marido, que era mago de fiestas, estaba esperndola en Barcelona para cumplir tres compromisos hasta la media noche, y quera avisarle de que no estara a tiempo para acompaarlo. Iban a ser las siete. l deba salir de la casa dentro de diez minutos, y ella tema que cancelara todo por su demora. La guardiana pareci escucharla con atencin.

- Cmo te llamas? -le pregunt.

Mara le dijo su nombre con un suspiro de alivio, pero la mujer no lo encontr despus de repasar la lista varias veces. Se lo pregunt alarmada a una guardiana, y sta, sin nada que decir, se encogi de hombros.

- Es que yo slo vine a hablar por telfono -dijo Mara.

- De acuerdo, maja -le dijo la superiora, llevndola hacia su cama con una dulzura demasiado ostensible para ser real-, si te portas bien podrs hablar por telfono con quien quieras. Pero ahora no, maana.

Algo sucedi entonces en la mente de Mara que le hizo entender por qu las mujeres del autobs se movan como en el fondo de un acuario. En realidad estaban apaciguadas con sedantes, y aquel palacio en sombras, con gruesos muros de cantera y escaleras heladas, era en realidad un hospital de enfermas mentales. Asustada, escap corriendo del dormitorio, y antes de llegar al portn una guardiana gigantesca con un mameluco de mecnico la atrap de un zarpazo y la inmoviliz en el suelo con una llave maestra. Mara la mir de travs paralizada por el terror.

- Por el amor de Dios -dijo-. Le juro por mi madre muerta que slo vine a hablar por telfono.

Le bast con verle la cara para saber que no haba splica posible ante aquella energmena de mameluco a quien llamaban Herculina por su fuerza descomunal. Era la encargada de los casos difciles, y dos reclusas haban muerto estranguladas con su brazo de oso polar adiestrado en el arte de matar por descuido. El primer caso se resolvi como un accidente comprobado. El segundo fue menos claro, y Herculina fue amonestada y advertida de que la prxima vez sera investigada a fondo. La versin corriente era que aquella oveja descarriada de una familia de apellidos grandes tena una turbia carrera de accidentes dudosos en varios manicomios de Espaa.

Para que Mara durmiera la primera noche, tuvieron que inyectarle un somnfero. Antes de amanecer, cuando la despertaron las ansias de fumar, estaba amarrada por las muecas y los tobillos en las barras de la cama. Nadie acudi a sus gritos. Por la maana, mientras el marido no encontraba en Barcelona ninguna pista de su paradero, tuvieron que llevarla a la enfermera, pues la encontraron sin sentido en un pantano de sus propias miserias.

No supo cunto tiempo haba pasado cuando volvi en s. Pero entonces el mundo era un remanso de amor, y estaba frente a su cama un anciano monumental, con una andadura de plantgrado y una sonrisa sedante, que con dos pases maestros le devolvi la dicha de vivir. Era el director del sanatorio.

Antes de decirle nada, sin saludarlo siquiera, Mara le pidi un cigarrillo. l se lo dio encendido, y le regal el paquete casi lleno. Mara no pudo reprimir el llanto.

- Aprovecha ahora para llorar cuanto quieras -le dijo el mdico, con voz adormecedora-. No hay mejor remedio que las lgrimas.

Mara se desahog sin pudor, como nunca logr hacerlo con sus amantes casuales en los tedios de despus del amor. Mientras la oa, el mdico la peinaba con los dedos, le arreglaba la almohada para que respirara mejor, la guiaba por el laberinto de su incertidumbre con una sabidura y una dulzura que ella no haba soado jams. Era, por primera vez en su vida, el prodigio de ser comprendida por un hombre que la escuchaba con toda el alma sin esperar la recompensa de acostarse con ella. Al cabo de una hora larga, desahogada a fondo, le pidi autorizacin para hablarle por telfono a su marido.

El mdico se incorporo con toda la majestad de su rango. "Todava no, reina", le dijo, dndole en la mejilla la palmadita ms tierna que haba sentido nunca. "Todo se har a su tiempo". Le hizo desde la puerta una bendicin episcopal, y desapareci para siempre.

- Confa en mi -le dijo.

Esa misma tarde Mara fue inscrita en el asilo con un nmero de serie, y con un comentario superficial sobre el enigma de su procedencia y las dudas sobre su identidad. Al margen qued una calificacin escrita de puo y letra del director: agitada.

Tal como Mara lo haba previsto, el marido sali de su modesto apartamento del barrio de Horta con media hora de retraso para cumplir los tres compromisos. Era la primera vez que ella no llegaba a tiempo en casi dos aos de una unin libre bien concertada, y l entendi el retraso por la ferocidad de las lluvias que asolaron la provincia aquel fin de semana. Antes de salir dej un mensaje clavado en la puerta con el itinerario de la noche.

En la primera fiesta, con todos los nios disfrazados de canguro, prescindi del truco estelar de los peces invisibles porque no poda hacerlo sin la ayuda de ella. El segundo compromiso era en casa de una anciana de noventa y tres aos, en silla de ruedas, que se preciaba de haber celebrado cada uno de sus ltimos treinta cumpleaos con un mago distinto. l estaba tan contrariado con la demora de Mara, que no pudo concentrarse en las suertes ms simples. El tercer compromiso era el de todas las noches en un caf concierto de las Ramblas, donde actu sin inspiracin para un grupo de turistas franceses que no pudieron creer lo que vean porque se negaban a creer en la magia. Despus de cada representacin llam por telfono a su casa, y esper sin ilusiones a que Mara le contestara. En la ltima ya no pudo reprimir la inquietud de que algo malo haba ocurrido.

De regreso a casa en la camioneta adaptada para las funciones pblicas vio el esplendor de la primavera en las palmeras del Paseo de Gracia, y lo estremeci el pensamiento aciago de cmo poda ser la ciudad sin Mara. La ltima esperanza se desvaneci cuando encontr su recado todava prendido en la puerta. Estaba tan contrariado, que se le olvid darle la comida al gato.

Slo ahora que lo escribo caigo en la cuenta de que nunca supe cmo se llamaba en realidad, porque en Barcelona slo lo conocamos con su nombre profesional: Saturno el Mago. Era un hombre de carcter raro y con una torpeza social irremediable, pero el tacto y la gracia que le hacan falta le sobraban a Mara. Era ella quien lo llevaba de la mano en esta comunidad de grandes misterios, donde a nadie se le hubiera ocurrido llamar a nadie por telfono despus de la media noche para preguntar por su mujer. Saturno lo haba hecho de recin venido y no quera recordarlo. As que esa noche se conform con llamar a Zaragoza, donde una abuela medio dormida le contest sin alarma que Mara haba partido despus del almuerzo. No durmi ms de una hora al amanecer. Tuvo un sueo cenagoso en el cual vio a Mara con un vestido de novia en piltrafas y salpicado de sangre, y despert con la certidumbre pavorosa de que haba vuelto a dejarlo solo, y ahora para siempre, en el vasto mundo sin ella.

Lo haba hecho tres veces con tres hombres distintos, incluso l, en los ltimos cinco aos. Lo haba abandonado en Ciudad de Mxico a los seis meses de conocerse, cuando agonizaban de felicidad con un amor demente en un cuarto de servicio de la colonia Anzures. Una maana Mara no amaneci en la casa despus de una noche de abusos inconfesables. Dej todo lo que era suyo, hasta el anillo de su matrimonio anterior, y una carta en la cual deca que no era capaz de sobrevivir al tormento de aquel amor desatinado. Saturno pens que haba vuelto con su primer esposo, un condiscpulo de la escuela secundaria con quien se cas a escondidas siendo menor de edad, y al cual abandon por otro al cabo de dos aos sin amor. Pero no: haba vuelto a casa de sus padres, y all fue Saturno a buscarla a cualquier precio. Le rog sin condiciones, le prometio mucho ms de lo que estaba resuelto a cumplir, pero tropez con una determinacin invencible. "Hay amores cortos y hay amores largos", le dijo ella. Y concluy sin misericordia: "Este fue corto". l se rindi ante su rigor. Sin embargo, una madrugada de Todos los Santos, al volver a su cuarto de hurfano despus de casi un ao de olvido, la encontr dormida en el sof de la sala con la corona de azahares y la larga cola de espuma de las novias vrgenes.

Mara le cont la verdad. El nuevo novio, viudo, sin hijos, con la vida resuelta y la disposicin de casarse para siempre por la iglesia catlica, la haba dejado vestida y esperando en el altar. Sus padres decidieron hacer la fiesta de todos modos. Ella sigui el juego. Bail, cant con los mariachis, se pas de tragos, y en un terrible estado de remordimientos tardos se fue a la media noche a buscar a Saturno.

No estaba en casa, pero encontr las llaves en la maceta de flores del corredor, donde las escondieron siempre. Esta vez fue ella quien se le rindi sin condiciones. "Y ahora hasta cuando?", le pregunt l. Ella le contest con un verso de Vinicius de Moraes: "El amor es eterno mientras dura". Dos aos despus, segua siendo eterno.

Mara pareci madurar. Renunci a sus sueos de actriz y se consagr a l, tanto en el oficio como en la cama. A finales del ao anterior haban asistido a un congreso de magos en Perpignan, y de regreso conocieron a Barcelona. Les gust tanto que llevaban ocho meses aqu, y les iba tan bien, que haban comprado un apartamento en el muy cataln barrio de Horta, ruidoso y sin portero, pero con espacio de sobra para cinco hijos. Haba sido la felicidad posible, hasta el fin de semana en que ella alquil un automvil y se fue a visitar a sus parientes de Zaragoza con la promesa de volver a las siete de la noche del lunes. Al amanecer del jueves, todava no haba dado seales de vida.

El lunes de la semana siguiente la compaa de seguros del automvil alquilado llam por telfono a casa para preguntar por Mara. "No s nada", dijo Saturno. "Bsquenla en Zaragoza". Colg. Una semana despus un polica civil fue a su casa con la noticia de que haban hallado el automvil en los puros huesos, en un atajo cerca de Cdiz, a novecientos kilmetros del lugar donde Mara lo abandon. El agente quera saber si ella tena ms detalles del robo. Saturno estaba dndole de comer al gato, y apenas si lo miro para decirle sin ms vueltas que no perdieran el tiempo, pues su mujer se haba fugado de la casa y l no saba con quin ni para dnde. Era tal su conviccin, que el agente se sinti incmodo y le pidi perdn por sus preguntas. El caso se declar cerrado.

El recelo de que Mara pudiera irse otra vez haba asaltado a Saturno por Pascua Florida en Cadaqus, adonde Rosa Regs los haban invitado a navegar a vela. Estbamos en el Martim, el populoso y srdido bar de la gauche divine en el crepsculo del franquismo, alrededor de una de aquellas mesas de hierro con sillas de hierro donde slo cabamos seis a duras penas y nos sentbamos veinte. Despus de agotar la segunda cajetilla de cigarrillos de la jornada, Mara se encontr sin fsforos. Un brazo esculido de vellos viriles con una esclava de bronce romano se abri paso entre el tumulto de la mesa, y le dio fuego. Ella lo agradeci sin mirar a quin, pero Saturno el Mago lo vio. Era un adolescente seo y lampio, de una palidez de muerto y una cola de caballo muy negra que le daba a la cintura. Los cristales del bar soportaban apenas la furia de la tramontana de primavera, pero l iba vestido con una especie de piyama callejero de algodn crudo, y unas albarcas de labrador.

No volvieron a verlo hasta fines del otoo, en un hostal de mariscos de La Barceloneta, con el mismo conjunto de zaraza ordinaria y una larga trenza en vez de la cola de caballo. Los salud a ambos como a viejos amigos, y por el modo como bes a Mara, y por el modo como ella le correspondi, a Saturno lo fulmin la sospecha de que haban estado vindose a escondidas. Das despus encontr por casualidad un nombre nuevo y un numero de telfono escritos por Mara en el directorio domstico, y la inclemente lucidez de los celos le revel de quin eran. El prontuario social del intruso acab de rematarlo: veintids aos, hijo nico de ricos, decorador de vitrinas de moda, con una fama fcil de bisexual y un prestigio bien fundado como consolador de alquiler de seoras casadas. Pero logr sobreponerse hasta la noche en que Mara no volvi a casa. Entonces empez a llamarlo por telfono todos los das, primero cada dos o tres horas, desde las seis de la maana hasta la madrugada siguiente, y despus cada vez que encontraba un telfono a la mano. El hecho de que nadie contestara aumentaba su martirio.

Al cuarto da le contest una andaluza que slo iba a hacer la limpieza. "El seorito se ha ido", le dijo, con suficiente vaguedad para enloquecerlo. Saturno no resisti la tentacin de preguntarle si por casualidad no estaba ah la seorita Mara.

- Aqu no vive ninguna Mara -le dijo la mujer-. El seorito es soltero.

- Ya lo s - le dijo l -. No vive, pero a veces va. O no?

La mujer se encabrit.

- Pero quin coo habla ah?

Saturno colg. La negativa de la mujer le pareci una confirmacin ms de lo que ya no era para l una sospecha sino una certidumbre ardiente. Perdi el control. En los das siguientes llam por orden alfabtico a todos los conocidos de Barcelona. Nadie le dio razn, pero cada llamada le agrav la desdicha, porque sus delirios de celos eran ya clebres entre los trasnochadores impenitentes de la gauche divine, y le contestaban con cualquier broma que lo hiciera sufrir. Slo entonces comprendi hasta qu punto estaba solo en aquella ciudad hermosa, luntica e impenetrable, en la que nunca sera feliz. Por la madrugada, despus de darle de comer al gato, se apret el corazn para no morir, y tom la determinacin de olvidar a Mara.

A los dos meses, Mara no se haba adaptado an a la vida del sanatorio. Sobreviva picoteando apenas la pitanza de crcel con los cubiertos encadenados al mesn de madera bruta, y la vista fija en la litografa del general Francisco Franco que presida el lgubre comedor medieval. Al principio se resista a las horas cannicas con su rutina bobalicona de maitines, laudes, vsperas, y otros oficios de iglesia que ocupaban la mayor parte del tiempo. Se negaba a jugar a la pelota en el patio de recreo, y a trabajar en el taller de flores artificiales que un grupo de reclusas atenda con una diligencia frentica. Pero a partir de la tercera semana fue incorporndose poco a poco a la vida del claustro. A fin de cuentas, decan los mdicos, as empezaban todas, y tarde o temprano terminaban por integrarse a la comunidad.

La falta de cigarrillos, resuelta en los primeros das por una guardiana que se los venda a precio de oro, volvi a atormentarla cuando se le agot el poco dinero que llevaba. Se consol despus con los cigarrillos de papel peridico que algunas reclusas fabricaban con las colillas recogidas de la basura, pues la obsesin de fumar haba llegado a ser tan intensa como la del telfono. Las pesetas exiguas que se gan ms tarde fabricando flores artificiales le permitieron un alivio efmero.

Lo ms duro era la soledad de las noches. Muchas reclusas permanecan despiertas en la penumbra, como ella, pero sin atreverse a nada, pues la guardiana nocturna velaba tambin el portn cerrado con cadena y candado. Una noche, sin embargo, abrumada por la pesadumbre, Mara pregunt con voz suficiente para que le oyera su vecina de cama:

- Dnde estamos?

La voz grave y ucida de la vecina le contest:

- En los profundos infiernos.

- Dicen que esta es tierra de moros -dijo otra voz distante que reson en el mbito del dormitorio-. Y debe ser cierto, porque en verano, cuando hay luna, se oyen a los perros ladrndole a la mar.

Se oy la cadena en las argollas como un ancla de galen, y la puerta se abri. La cancerbera, el nico ser que pareca vivo en el silencio instantneo, empez a pasearse de un extremo al otro del dormitorio. Mara se sobrecogi, y slo ella saba por qu.

Desde su primera semana en el sanatorio, la vigilante nocturna le haba propuesto sin rodeos que durmiera con ella en el cuarto de guardia. Empez con un tono de negocio concreto: trueque de amor por cigarrillos, por chocolates, por lo que fuera. "Tendrs todo", le deca, trmula. "Sers la reina". Ante el rechazo de Mara, la guardiana cambi de mtodo. Le dejaba papelitos de amor debajo de la almohada, en los bolsillos de la bata, en los sitios menos pensados. Eran mensajes de un apremio desgarrador capaz de estremecer a las piedras. Haca ms de un mes que pareca resignada a la derrota, la noche en que se promovi el incidente en el dormitorio.

Cuando estuvo convencida de que todas las reclusas dorman, la guardiana se acerc a la cama de Mara, y murmur en su odo toda clase de obscenidades tiernas, mientras le besaba la cara, el cuello tenso de terror, los brazos yermos, las piernas exhaustas. Por ltimo, creyendo tal vez que la parlisis de Mara no era de miedo sino de complacencia, se atrevi a ir mas lejos. Mara le solt entonces un golpe con el revs de la mano que la mand contra la cama vecina. La guardiana se incorpor furibunda en medio del escndalo de las reclusas alborotadas.

- Hija de puta -grit-. Nos pudriremos juntas en este chiquero hasta que te vuelvas loca por m.

El verano lleg sin anunciarse el primer domingo de junio, y hubo que tomar medidas de emergencia, porque las reclusas sofocadas empezaban a quitarse durante la misa los balandranes de estamea. Mara asisti divertida al espectculo de las enfermas en pelota que las guardianas correteaban por las naves como gallinas ciegas. En medio de la confusin, trat de protegerse de los golpes perdidos, y sin saber cmo se encontr sola en una oficina abandonada y con un telfono que repicaba sin cesar con un timbre de splica. Mara contest sin pensarlo, y oy una voz lejana y sonriente que se entretena imitando el servicio telefnico de la hora:

- Son las cuarenta y cinco horas, noventa y dos minutos y ciento siete segundos

- Maricn! -dijo Mara

Colg divertida. Ya se iba, cuando cay en la cuenta de que estaba dejando escapar una ocasin irrepetible. Entonces marc seis cifras, con tanta tensin y tanta prisa, que no estuvo segura de que fuese el nmero de su casa. Esper con el corazn desbocado, oy el timbre, una vez, dos veces, tres veces, y oy por fin la voz del hombre de su vida en la casa sin ella.

- Bueno?

Tuvo que esperar a que se le pasara la pelota de lgrimas que se le form en la garganta.

- Conejo, vida ma -suspir.

Las lgrimas la vencieron. Al otro lado de la lnea hubo un breve silencio de espanto, y una voz enardecida por los celos escupi la palabra:

- Puta! Y colg en seco.

Esa noche, en un ataque frentico, Mara descolg en el refectorio la litografa del generalsimo, la arroj con todas sus fuerzas contra el vitral del jardn, y se derrumb baada en sangre. An le sobr rabia para enfrentarse a golpes con los guardianes que trataban de someterla, sin lograrlo, hasta que vio a Herculina plantada en el vano de la puerta, con los brazos cruzados mirndola. Se rindi. No obstante, la arrastraron hasta el pabelln de las locas furiosas, la aniquilaron con una manguera de agua helada, y le inyectaron trementina en las piernas. Impedida para caminar por la inflamacin provocada, Mara se dio cuenta de que no haba nada en el mundo que no fuera capaz de hacer por escapar de aquel infierno. La semana siguiente, ya de regreso al dormitorio comn, se levant de puntillas y toc en la celda de la guardiana nocturna.

El precio de Mara, exigido por ella de antemano, fue llevarle un mensaje a su marido. La guardiana acept, siempre que el trato se mantuviera en secreto absoluto. Y la apunt con un ndice inexorable.

- Si alguna vez se sabe, te mueres.

As que Saturno el Mago fue al sanatorio de locas el sbado siguiente, con la camioneta de circo preparada para celebrar el regreso de Mara. El director en persona lo recibi en su oficina, tan limpia y ordenada como un barco de guerra, y le hizo un informe afectuoso sobre el estado de su esposa. Nadie saba de dnde lleg, ni cmo ni cundo, pues el primer dato de su ingreso era en el registro oficial dictado por l cuando la entrevist. Una investigacin iniciada ese mismo da no haba concluido nada. En todo caso, lo que ms intrigaba al director era cmo supo Saturno el paradero de su esposa. Saturno protegi a la guardiana.

- Me lo inform la compaa de seguros del coche -dijo.

El director asinti complacido. "No s cmo hacen los seguros para saberlo todo", dijo. Le dio una ojeada al expediente que tena sobre su escritorio de asceta, y concluy:

- Lo nico cierto es la gravedad de su estado.

Estaba dispuesto a autorizarle una visita con las precauciones debidas si Saturno el Mago le prometa, por el bien de su esposa, ceirse a la conducta que l le indicaba. Sobre todo en la manera de tratarla, para evitar que recayera en uno de sus arrebatos de furia cada vez ms frecuentes y peligrosos.

- Es raro -dijo Saturno-. Siempre fue de genio fuerte, pero de mucho dominio.

El medico hizo un ademn de sabio. "Hay conductas que permanecen latentes durante muchos aos, y un da estallan", dijo. "Con todo, es una suerte que haya cado por aqu, porque somos especialistas en casos que requieren mano dura". Al final hizo una advertencia sobre la rara obsesin de Mara por el telfono.

- Sgale la corriente -dijo.

- Tranquilo, doctor -dijo Saturno con un aire alegre-. Es mi especialidad.

La sala de visitas, mezcla de crcel y confesionario, era un antiguo locutorio del convento. La entrada de Saturno no fue la explosin de jbilo que ambos hubieran podido esperar. Mara estaba de pie en el centro del saln, junto a una mesita con dos sillas y un florero sin flores. Era evidente que estaba lista para irse, con su lamentable abrigo color fresa y unos zapatos srdidos que le haban dado de caridad. En un rincn, casi invisible, estaba Herculina con los brazos cruzados. Mara no se movi al ver entrar al esposo ni asom emocin alguna en la cara todava salpicada por los estragos del vitral. Se dieron un beso de rutina.

- Cmo te sientes? -le pregunt l.

- Feliz de que al fin hayas venido, conejo -dijo ella-. Esto ha sido la muerte.

No tuvieron tiempo de sentarse. Ahogndose en lgrimas, Mara le cont las miserias del claustro, la barbarie de las guardianas, la comida de perros, las noches interminables sin cerrar los ojos por el terror.

- Ya no s cuntos das llevo aqu, o meses o aos, pero s que cada uno ha sido peor que el otro -dijo, y suspir con el alma-: Creo que nunca volver a ser la misma.

- Ahora todo eso pas -dijo l, acaricindole con la yema de los dedos las cicatrices recientes de la cara-. Yo seguir viniendo todos los sbados. Y ms si el director me lo permite. Ya vers que todo va a salir muy bien.

Ella fij en los ojos de l sus ojos aterrados. Saturno intent sus artes de saln. Le cont, en el tono pueril de las grandes mentiras, una versin dulcificada de los propsitos del mdico. "En sntesis", concluy, "an te faltan algunos das para estar recuperada por completo". Mara entendi la verdad.

- Por Dios, conejo! -dijo atnita-. No me digas que t tambin crees que estoy loca!

- Cmo se te ocurre! -dijo l, tratando de rer-. Lo que pasa es que ser mucho ms conveniente para todos que sigas un tiempo aqu. En mejores condiciones, por supuesto.

- Pero si ya te dije que slo vine a hablar por telfono! -dijo Mara.

l no supo cmo reaccionar ante la obsesin temible. Mir a Herculina. sta aprovech la mirada para indicarle en su reloj de pulso que era tiempo de terminar la visita. Mara intercept la seal, mir hacia atrs, y vio a Herculina en la tensin del asalto inminente. Entonces se aferr al cuello de su marido gritando como una verdadera loca. l se la quit de encima con tanto amor como pudo, y la dej a merced de Herculina, que le salt por la espalda. Sin darle tiempo para reaccionar le aplic una llave con la mano izquierda, le pas el otro brazo de hierro alrededor del cuello, y le grit a Saturno el Mago:

- Vyase!

Saturno huyo despavorido.

Sin embargo, el sbado siguiente, ya repuesto del espanto de la visita, volvi al sanatorio con el gato vestido igual que l: la malla roja y amarilla del gran leotardo, el sombrero de copa y una capa de vuelta y media que pareca para volar. Entr en la camioneta de feria hasta el patio del claustro, y all hizo una funcin prodigiosa de casi tres horas que las reclusas gozaron desde los balcones, con gritos discordantes y ovaciones inoportunas. Estaban todas, menos Mara, que no slo se neg a recibir a su marido, sino inclusive a verlo desde los balcones. Saturno se sinti herido de muerte.

- Es una reaccin tpica - lo consol el director -. Ya pasar.

Pero no pas nunca. Despus de intentar muchas veces ver de nuevo a Mara, Saturno hizo lo imposible para que recibiera una carta, pero fue intil. Cuatro veces la devolvi cerrada y sin comentarios. Saturno desisti, pero sigui dejando en la portera del hospital las raciones de cigarrillos, sin saber siquiera si llegaban a Marra, hasta que lo venci la realidad.

Nunca ms se supo de l, salvo que volvi a casarse y regres a su pas. Antes de irse de Barcelona le dej el gato medio muerto de hambre a una noviecita casual, que adems se comprometi a seguir llevndole los cigarrillos a Mara. Pero tambin ella desapareci. Rosa Regs recordaba haberla visto en el Corte Ingls, hace unos doce aos, con la cabeza rapada y el balandrn anaranjado de alguna secta oriental, y en cinta a ms no poder. Ella le cont que haba seguido llevndole los cigarrillos a Mara, siempre que pudo, hasta un da en que slo encontr los escombros del hospital, demolido como un mal recuerdo de aquellos tiempos ingratos. Mara le pareci muy lcida la ltima vez que la vio, un poco pasada de peso y contenta con la paz del claustro. Ese da le llev el gato, porque ya se le haba acabado el dinero que Saturno le dej para darle de comer. Gabriel Garca Mrquez