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Historia de las Instituciones Argentinas Víctor Tau Anzoátegui; Eduardo Martiré Librería Histórica, 7ma. Edición, 2005 Introducción Concepto de historia. Las instituciones. Metodología histórica. La heurística. La crítica. El ordenamiento y la exposición. Métodos en la enseñanza Concepto de la historia 1 1. La primera tarea consistirá en aclarar los vocablos que sirven para denominar nuestra disciplina. Como con otros vocablos de las ciencias sociales, el significado de la voz “historia” ha sido atentamente estudiado a través del tiempo, y las conclusiones que pueden extraerse al respecto no son concordantes en cuanto a su objeto. Si observamos a un sabio trabajando en su laboratorio, advertiremos que realiza sus estu- dios en base a experimentos efectuados con objetos físicos accesibles. Trabaja en el presente, y personalmente puede seguir el desarrollo del experimento en todas sus [2] fases. Si no ha captado con precisión algún aspecto del proceso, puede repetirlo cuantas veces quiera y dar luego sus conclusiones. Ese sabio se encuentra ante un objeto real, que existe, y le es permi- tido presenciar el desarrollo del experimento o hecho físico hasta que su reiteración pueda dar lugar a la formulación de una ley física. Con la historia no ocurre lo mismo. Se ocupa, sí, de objetos reales, pero inexistentes, y pretende llegar a conocer cada objeto tal cual existió, no tal cual pudo ser o tal cual debió ser. El objeto sobre el cual versa la historia es un hecho pasado e irreversible, ha estado en el tiempo y en el espacio, pero ahora no existe, no actúa. 1 Guillermo Bauer, Introducción al estudio de la Historia, Barcelona, 1952; Marc Bloch, Introducción a la Historia, México, Buenos Aires, 1952; Jorge Luis Cassani y A. J. Pérez Amuchástegui, Del Epos a la historia científica. Una visión historiográfica a través del método, Buenos Aires, 1961; R. G. Colling- wood, Idea de la historia, 2ª ed., Madrid, 1961; José Antonio Maravall, Teoría del saber histórico, 2ª ed., Madrid, 1961; H. I. Marrou, El conocimiento histórico, Barcelona, 1968; Eduardo Martiré, La Historia del Derecho, disciplina histórica, en R.I.H.D., nº 20, 1969; Las Historias Especiales y la Historia del De- recho, en T.C., nº 21, 1972.

Tau- Anzoategui Introduccion

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Historia de las Instituciones Argentinas Víctor Tau Anzoátegui; Eduardo Martiré

Librería Histórica, 7ma. Edición, 2005

Introducción

Concepto de historia. Las instituciones. Metodología

histórica. La heurística. La crítica. El ordenamiento y

la exposición. Métodos en la enseñanza

Concepto de la historia1

1. La primera tarea consistirá en aclarar los vocablos que sirven para denominar nuestra

disciplina. Como con otros vocablos de las ciencias sociales, el significado de la voz “historia”

ha sido atentamente estudiado a través del tiempo, y las conclusiones que pueden extraerse

al respecto no son concordantes en cuanto a su objeto.

Si observamos a un sabio trabajando en su laboratorio, advertiremos que realiza sus estu-

dios en base a experimentos efectuados con objetos físicos accesibles. Trabaja en el presente,

y personalmente puede seguir el desarrollo del experimento en todas sus [2] fases. Si no ha

captado con precisión algún aspecto del proceso, puede repetirlo cuantas veces quiera y dar

luego sus conclusiones. Ese sabio se encuentra ante un objeto real, que existe, y le es permi-

tido presenciar el desarrollo del experimento o hecho físico hasta que su reiteración pueda

dar lugar a la formulación de una ley física.

Con la historia no ocurre lo mismo. Se ocupa, sí, de objetos reales, pero inexistentes, y

pretende llegar a conocer cada objeto tal cual existió, no tal cual pudo ser o tal cual debió

ser.

El objeto sobre el cual versa la historia es un hecho pasado e irreversible, ha estado en el

tiempo y en el espacio, pero ahora no existe, no actúa.

1 Guillermo Bauer, Introducción al estudio de la Historia, Barcelona, 1952; Marc Bloch, Introducción a la Historia, México, Buenos Aires, 1952; Jorge Luis Cassani y A. J. Pérez Amuchástegui, Del Epos a la historia científica. Una visión historiográfica a través del método, Buenos Aires, 1961; R. G. Colling-wood, Idea de la historia, 2ª ed., Madrid, 1961; José Antonio Maravall, Teoría del saber histórico, 2ª ed., Madrid, 1961; H. I. Marrou, El conocimiento histórico, Barcelona, 1968; Eduardo Martiré, La Historia del Derecho, disciplina histórica, en R.I.H.D., nº 20, 1969; Las Historias Especiales y la Historia del De-recho, en T.C., nº 21, 1972.

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En la historia no se da la lógica de la misma manera que en los fenómenos físicos. Ello se

debe especialmente a que el agente promotor del hecho histórico es la voluntad humana, la

que no responde de igual manera ante dos incitaciones idénticas. La voluntad del hombre se

halla en permanente lucha por modificar la naturaleza, y tampoco puede este aspecto corre-

lacionarse con los hechos físicos.

2. A la pregunta ¿qué es la historia?, podemos responder utilizando las explicaciones que ha

dado el historiador francés Henri Ireneé Marrou: La historia es el conocimiento del pasado

humano. Un conocimiento válido, verdadero, opuesto a lo que podría haber sido, al resultado

de la imaginación, de la novela, del mito, de las leyendas pedagógicas, de aquellas “aleluyas”

de la escuela primaria. Conocimiento que será culminación de un esfuerzo riguroso y siste-

mático por hallar la verdad de lo sucedido. Y al hablar de pasado humano entendemos por

tal todas las acciones, pensamientos, sentimientos y obras (materiales y espirituales) del

hombre o de los hombres de ayer, susceptible de comprensión por el hombre de hoy, que es

el historiador.

El pasado, que por obra del historiador vuelve a la vida en su conciencia, se convierte en

algo distinto —continúa Marrou— de lo que fue en realidad, pues por lo pronto no se lo

conoce como presente (tal como lo vivieron los hombre del [3] pasado), sino como pretérito,

como algo que fue y no que es. Por otra parte el historiador tiene una visión mucho más am-

plia de esos hechos investigados, conoce sus antecedentes (tal vez mejor que quien vivió el

pasado de que se trata) y sus consecuencias, es decir, sabe qué pasó después, cosa que el

hombre de ayer, el hombre del pasado, nunca pudo saber. También el historiador que cono-

cer, que comprende el pasado, vuelca en ese conocimiento todo el bagaje de otros conoci-

mientos, impresiones y experiencias que no sólo él, sino todos los hombres que han sucedi-

do a aquel que vivió en un tiempo y lugar determinados, le han transmitido.

Por eso la historia está inseparablemente unida al historiador. “Para que podamos cono-

cer un sector del pasado, no solo es preciso que queden de él documentos significativos, sino

también que haya un historiador capaz de dar con ellos y, sobre todo, de comprenderlos”,

pues para conocer el objeto de sus estudios el historiador “debe poseer en su cultura perso-

nal y en la estructura misma de su espíritu las afinidades psicológicas que le permitan ima-

ginarse, volver a sentir y comprender los sentimientos, las ideas, la conducta de los hombres

del pasado que vaya rastreando en los documentos”.

Entre nosotros Cassani y Pérez Amuchástegui han elaborado una definición que es con-

veniente conocer. Para estos autores la historia es la re-creación intelectual del pasado me-

diante la búsqueda de los hechos realizada sobre la base de testimonios y la exposición con-

gruente de sus resultados.

Los vocablos “re-creación intelectual” son ricos en contenido. Ellos, por sí, definen el al-

cance de la historia. Señalan su objetivo y colocan los límites naturales a su dominio. Todo

debe reducirse a una re-creación intelectual. El hecho ha ocurrido una vez, solo una. Ha sido

captado de alguna manera por otro u otros hombres, transmitiéndose a la posteridad bajo la

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forma de testimonio. Gracias a ello, el historiador advierte el hecho y en base a esas huellas

procede a la re-creación intelectual del mismo.

Hay, naturalmente, una gran diferencia entre la re-creación intelectual y el hecho real.

Aquélla depende exclusivamente de la existencia de testimonios, pues en caso de no existir o

no [4] conocerse éstos, el hecho no puede ser conocido. Además, conviene señalar que al

intervenir en esta re-creación la mente del historiador, los hechos analizados reciben inevi-

tablemente un impacto subjetivo, ya sea por los elementos utilizados en la operación inte-

lectual o por el enfoque que el estudioso tiene interés en dar a los mismos.

Al decir que la historia tiene por objeto el pasado humano, no se quiere significar que ha

de acumularse desordenadamente todo lo que ha dejado de ser presente. Esto será el pasado,

pero la historia tiene que superar una visión tan simple. En efecto, la historia, como ciencia,

aspira a dar una sistematización de sus conocimientos que impida que la marea de hechos

—cada día más complejos y más numerosos— termine por anonadarla. Es así como ese pa-

sado humano debe entenderse no en su totalidad, que difícilmente pueda ser abarcada, sino

en sus parcialidades y en su estructura.

Debe acentuarse también esa idea de pasado humano en el sentido de que la historia es

una disciplina netamente retrospectiva, que necesita de una cierta distancia temporal para

apreciar los hechos. Esta manera de ver es distinta para el historiador, que analiza el pasado,

que para el espectador, que contempla el mundo en que vive. Mientras aquél puede, en cier-

ta medida, desprenderse de las ataduras de todo tipo que ligan al hombre a “su mundo”, en

cambio, esa misma disposición espiritual no se le presenta a quién pretende juzgar en su

época con criterio histórico. Esta diferencia de enfoque puede asimilarse al caso de quien

aprecia una obra de arte desde una distancia recomendable y quien lo hace, en cambio, so-

bre la tela, advirtiendo los trazos del pincel, pero anulando la visión artística de la obra.

Asimismo, este pretérito debe ser humano, es decir, debido a la acción del hombre. A la his-

toria solo le interesan los hechos del hombre; le son indiferentes los fenómenos de la natura-

leza. Tan solo se ocupa de éstos cuando de alguna manera han modificado, impulsado, dete-

nido o de cualquier forma motivado una acción humana.

Para que se pueda alcanzar el conocimiento histórico debemos ir un poco más allá. Se

trata de una larga y fatigosa pesquisa [5] que requiere la aplicación de un método apropiado

(§§ 10-14) a fin de llegar a un resultado satisfactorio.

Los elementos de que se vale el historiador para conocer el pasado humano y que consti-

tuyen el fin de la pesquisa reciben el nombre de testimonios, y son ellos propiamente los

residuos o huellas que ha dejado el hombre en su paso por la Tierra. Este trabajo exige una

información previa, una búsqueda ordenada, una correlación de los testimonios, con la con-

siguiente crítica y valoración.

Una vez superada esta etapa, el conocimiento adquirido debe ser expuesto o presentado

en una forma adecuada e inteligible a los demás, y no debe limitarse a una enunciación de

los testimonios hallados, sino que cabe la historiador referir y explicar ese pasado, señalando

el encadenamiento de los sucesos.

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Para esta difícil tarea —que algunos limitan a una cronología de los hechos y otros ex-

tienden hasta convertir al historiador en un juez supremo— es necesario que el historiador

disponga de elementos que permitan valorar o interpretar esos testimonios.

3. El historiador debe adquirir y aplicar un criterio histórico, es decir, la facultad de inter-

pretar los hechos con la unidad de medida apropiada y despojarse al mismo tiempo de todos

los prejuicios que puedan oscurecer su libre reflexión e interpretación. Los hechos deben ser

analizados a la luz del “ambiente histórico” en que ocurrieron, evitando el tan común tras-

trocamiento de hechos, ambientes e ideas. Es así frecuente que regímenes políticos, sistemas

económicos o ideologías influyentes en determinada época sean analizados, censurados o

elogiados a la luz de principios ajenos a ese tiempo histórico, con lo que se incurre en una

lamentable confusión de dimensión temporal.

Debe cuidar el historiador otra dimensión: la espacial. Resulta siempre pobre toda inter-

pretación local, regional o nacional de los hechos históricos. El ámbito histórico-espacial

debe ser cautelosamente estudiado para advertir su verdadero alcance. En nuestra historia, a

partir del siglo XV, ese ámbito debe extenderse a la llamada sociedad occidental, pues si se

estrechan en demasía los límites, el hecho histórico puede llegar a ser ininteligible.

[6]

4. Nos encontramos, pues, frente a una disciplina árida, de compleja búsqueda, de inciertos

resultados, pero de apasionantes perspectivas. Llega el momento de preguntarse: ¿para qué

sirve la historia?, ¿qué utilidad presta a los hombres? A la segunda interrogación le debemos

quitar desde un principio el sentido de beneficio material que parece indicar nuestro tiempo

el tan usado vocablo “utilidad”.

La historia, en primer lugar, satisface la necesidad del hombre que desea conocer el pasa-

do de su especie y explicar el origen del tiempo en que vive.

Como bien ha dicho Marrou, la función de la historia es suministrar a la conciencia del

hombre de hoy una abundancia de materiales sobre los cuales ejercer su juicio y su voluntad,

“su fecundidad reside en esta extensión prácticamente indefinida que ella realiza de nuestra

experiencia, de nuestro conocimiento del hombre. Es esta su grandeza, su utilidad”.

También la historia apoya a las ciencias sociales en el estudio de los fenómenos sociales.

Mientras éstas analizan el hecho en un momento dado del presente, la historia los estudia

en su dinámica a través del tiempo. A través de la historia es posible advertir cómo se pro-

ducen las transformaciones sociales, cómo se suceden las instituciones y cuáles han sido los

sistemas de derecho vigentes. De ahí la necesidad del jurista de recurrir a la historia. Como

el derecho no es un conjunto de normas abstractas dictadas por el legislador, sino que, en

menor o mayor medida, es una resultante de diversos factores sociales, políticos, económi-

cos, geográficos, raciales y religiosos, tanto el jurista como el legislador deben frecuentemen-

te recurrir al conocimiento de esos factores, que tienen su raíz histórica, para dictar el dere-

cho positivo.

Page 5: Tau- Anzoategui Introduccion

La historia constituye asimismo un instrumento cultural en varios sentidos. Es un instru-

mento de solidaridad que ayuda a comprender y valorar la existencia de otras sociedades;

apreciar la rapidez con que transcurre la vida de las naciones. Es un instrumento de prepara-

ción intelectual, en cuanto el conocimiento y práctica del método histórico es aplicable a

otras disciplinas sociales. Es, en fin, un instrumento de educación moral, al ofrecer [7] ejem-

plos de hombres dignos, humanos, y con defectos y virtudes semejantes a los que viven en el

presente.

También se ha sostenido que la historia constituye a la formación del vínculo de naciona-

lidad. Creemos, sin embargo, que, sin dejar de reconocer la influencia producida en este

campo, ese servicio no es propiamente conveniente para el desarrollo de la historiografía,

pues se corre el riesgo de deformar la imagen histórica, en beneficio del sentimiento local,

perdiendo el historiador su juicio histórico, o encontrándose en la desagradable disyuntiva

de optar por su nación o por su vocación historicista.

5. La historia, durante muchos años, limitó voluntariamente su estudio a los aspectos políti-

cos o guerreros del pasado. Era la historia tradicionalmente llamada general que se ocupaba

de los “grandes acontecimientos históricos”: batallas, negociaciones diplomáticas, ciertos

hechos salientes de la política interior en donde se destacaba la intervención de tal o cual

personaje y alguna que otra referencia a grandes catástrofes, pestes o plagas.

Una vez que el historiador advirtió que, además de los actos guerreros o políticos, exis-

tían otros, de distinta naturaleza, pero de igual o superior importancia, parcializó los estu-

dios para poder comprender cabalmente la vida del hombre en el pasado.

De esta manera, alejado definitivamente de la mera reconstrucción de guerras y vicisitu-

des políticas, el historiador moderno descubrió un amplio y desconocido campo de acción,

hallando respuesta adecuada en él a múltiples interrogantes que una estrecha visión de la

historia, sujeta al individuo, al hecho aislado –generalmente guerrero o político– venía ofre-

ciéndole.

Es que como bien ha sostenido Marrou “para el historiador moderno el hombre no es solo

un animal político”; por ello porque es preciso atender a toda la inmensa complejidad, el

historiador se ha visto enfrentado al apasionante y acuciante problema de analizarlo en sus

instituciones, en sus ideas, en sus acciones, en sus esfuerzos, en su vida familiar, social, polí-

tica, económica, religiosa, jurídica, etc. La respuesta adecuada consistió en la aparición de

las historias especiales, que sin desentenderse de todos y [8] cada uno de aquellos aspectos,

vinieron a profundizar el estudio de uno o algunos de ellos, para concurrir luego con su re-

sultado al enriquecimiento de la historia de la civilización, de la historia del hombre en so-

ciedad. Pero estas historias especiales contribuyen también, y en gran medida a nuestro jui-

cio, a auxiliar a la disciplina que en el presente se ocupa de aquel aspecto de la vida del

hombre que cada historia a especial ha estudiado en el pasado. Nadie dudará del excelente e

imprescindible aporte que la historia del derecho, o la historia económica, por ejemplo,

brindan al estudioso de la ciencia del derecho o de la economía.

Page 6: Tau- Anzoategui Introduccion

Las instituciones2

6. El vocablo institución, en en sus múltiples acepciones corrientes, se ha convertido en una

expresión equívoca. Se trata, sin embargo, de un concepto clave, que debe estudiarse cuida-

dosamente.

El estudio de la historia a través del lente de las instituciones constituye un moderno y

fecundo instrumento de trabajo, que ha sido y es utilizado por la historiografía desde hace

más de medio siglo.

El hombre, a través de su existencia, construye, “hace su vida”. Esencialmente, esa vida se

traduce en convivencia. De esta convivencia, de esa obra del hombre, queda “algo”, a la ma-

nera de una decantación estabilizada que, siendo creación de él, ya no le pertenece y escapa

casi a sus posibilidades de control. En forma provisional, llamaremos institución a ese con-

junto o sistema coherente de actos o acciones humanas.

Así, cada individuo, al “hacer su vida”, se nutre en gran parte [9] de ciertos elementos que

la vida social pone a su disposición. Ese aporte social a la vida del individuo no se le presenta

de una manera optativa, pues debe servirse del mismo imperativamente. Ese aporte –que es

lo institucional– ejerce una incuestionable presión sobre el individuo y, más aún, establece

pautas de comportamiento, lo atrapa en sus redes y le impele a que se sirva del mismo. Na-

turalmente, empleamos el vocablo institución como género, pues el individuo puede, hasta

cierto punto, rechazar o repudiar determinado tipo o clase de instituciones. Lo que no puede

hacer es repudiar ese conjunto de instituciones, que constituyen el esqueleto sobre el que

existe la vida social.

Las instituciones forman, por tanto, una compleja red, que abarca los más diversos aspec-

tos de la vida del hombre. Cada una de ellas representa solo sendos ordenamientos parciales,

pues si bien hay algunas más importantes que otras, ninguna –en su finalidad específica– se

agota a sí misma ni aspira a constituir una totalidad. Ninguna institución pretende abarcar

la integridad del ser humano. Aun aquellas de carácter espiritual –como la Iglesia– se valen

de otras instituciones para el cumplimiento de sus fines sobrenaturales. Es decir que, al

margen de una escala de valores, la parcialidad y no la totalidad caracteriza a la institución.

7. Pero no basta con lo dicho para esclarecer el concepto. Cuando hablamos de instituciones

en un tiempo y lugar dados, estamos hablando de algo que tiene actualidad espacio-

temporal, que ejerce de alguna manera una influencia irresistible sobre esa sociedad. Es de-

cir que las instituciones constituyen un sistema de vigencias.

2 Alfonso García Gallo, Problemas metodológicos de la historia del derecho indiano, R.I.H.D., nº 18, 1967; Víctor

Tau Anzoátegui, El concepto histórico de las instituciones, en R.H.A.A., nos

7 y 8, 1962-1963; Víctor Tau Anzoáte-gui, Instituciones indianas y derecho indiano. Pautas para la enseñanza de la historia del derecho indiano, en R.CH.H.D., nº 6, 1970.

Page 7: Tau- Anzoategui Introduccion

Pero si analizamos en particular esas instituciones vigentes, veremos que cada una tiene

un conjunto de fuerzas en estado de tensión, las que, presionando la vida humana, tienden a

tonificarla con sus potencias e incitan al hombre a buscar en ellas el libre juego de sus posi-

bilidades, promoviendo así el desarrollo social.

Para que una institución pueda ser considerada vigente es preciso que haya alcanzado

una cohesión suficiente, que ésta sea sólida y autónoma. Es decir que no solo su arraigo sea

efectivo en la sociedad, sino que pueda ser perfectamente diferenciada [10] de las otras insti-

tuciones. Sin embargo, y dada la compleja interrelación de los actos humanos, no deberá

buscarse a las instituciones funcionalmente aisladas, sino que ellos servirá exclusivamente

como método de estudio.

Debemos buscar ahora los elementos que nos permiten determinar cuándo existe una

institución, y ello nos llevará a conocer los fundamentos o pilares sobre los cuales se asienta

cada una.

La vigencia de una institución depende, en primer lugar, de su utilización por los indivi-

duos que integran determinada sociedad. Es decir que el uso social constituye uno de los

fundamentos de la institución.

El uso social –situación o elemento fáctico– trae aparejado una serie de normas valorati-

vas y reguladoras, cuyo estudio corresponde al campo de la moral y del derecho. No interesa

aquí averiguar ni puntualizar primacías. La moral debe interpretarse en este caso en un sen-

tido amplio, sin encasillarla en una moral religiosa ni dejarla al arbitrio del individuo. Sim-

plemente, lo que puede denominarse moral-media de una sociedad.

De ahí que, según García Gallo, la institución se integra con tres elementos: la situación,

o hecho social, la valoración y la regulación. Son necesarios estos tres elementos para soste-

ner que una determinada institución ha alcanzado cohesión, estabilidad, en fin que se ha

arraigado en la sociedad. Cuando alguno de los elementos citados no apoya la subsistencia

de la institución, es señal de que ésta ha entrado en crisis, vale decir que es proclive a trans-

formarse por necesaria adecuación a nuevos condicionamiento ambientales.

8. Las instituciones no pueden ser presentadas ni analizadas en un ámbito histórico tempo-

ralmente limitado, como, en cambio, sí pueden enfocarse otros aspectos históricos, tales el

ritmo de las generaciones o el desarrollo de cierta ideología. Las instituciones requieren un

campo de observación a veces tan vasto que escapa a la actual posibilidad de nuestro cono-

cimiento histórico.

Con todo, puede afirmarse que la vigencia de una institución solo dura una parte de su

período de desarrollo. El resto de ese período se halla cubierto por la fuerza de la inercia.

[11] No es posible sentar principios generales sobre este aparente desarrollo y, menos aún,

sobre el alcance de cada uno de los tres elementos enunciados. Pero puede adelantarse algo

respecto de cómo juegan en el desarrollo institucional. Los que marcan rumbos son la situa-

ción y la valoración. Ellos son los que dan vitalidad a la institución. Aunque el primero

Page 8: Tau- Anzoategui Introduccion

desempeña en este caso posiblemente un papel más activo, la valoración ha obrado en mu-

chos casos de tal manera que la institución ha perdido fuerza, aunque por un tiempo más ha

continuado su uso social.

La regulación jurídica desempeña un papel distinto en este proceso. Como se encuentra al

servicio de la sociedad y de sus altos principios, se limita a reglar la existencia de las institu-

ciones nacidas para responder a las necesidades sociales. Con todo, desempeña una función

irremplazable y sin la cual la institución no podría existir.

Conviene aclarar que nos estamos refiriendo al derecho positivo, pues, desde luego, lo di-

cho no es aplicable al llamado derecho u orden natural, en cuyos preceptos la institución

encuentra sus límites infranqueables.

El enfoque del jurista corre el riego de deformarse cuando ve solo a la institución en fun-

ción del derecho o de la norma jurídica, y no advierte que ésta se halla subordinada a aquélla

en el sentido indicado y que forma parte de un engranaje, por lo que su existencia se halla

injertada en la institución que regula.

La institución tiene un sentido de permanencia en contraposición, por ejemplo, al dina-

mismo vital de la generación, cuyo sentido es justamente el del cambio. Ello no quiere decir

que aquélla no experimente también el proceso de su crisis y transformación, aunque el

mismo sea de una duración temporal mucho mayor. Tampoco implica que el cambio, la

transformación o renovación no actúen sobre aspectos secundarios e internos de la institu-

ción, adecuándola a las necesidades de las distintas sociedades.

La existencia de las instituciones no puede medirse ni con la vida del hombre ni siquiera

con la vida de las naciones. Hay algunas que se han conformado en remotos tiempos y que

se hallan aún en pleno desarrollo.

La institución es creada, conservada y transformada por el [12] hombre, y está exclusiva-

mente a su servicio. Es decir que depende, en todo caso, de la actividad humana y que nece-

sita su renovada adhesión. Todos los individuos que integran la sociedad tienen una relación

directa con las instituciones, ya como agentes pasivos que prestan su adhesión o como agen-

tes activos que actúan de una manera diversa sobre la vigencia de las mismas.

Cuando una institución no responde satisfactoriamente a las necesidades reales y actua-

les de un determinado momento, cesa de ser útil como tal, entra en crisis de acondiciona-

miento ambiental y es adecuada, parcial o totalmente, a las nuevas exigencias de la vida so-

cial.

De ahí que tal vez la expresión más adecuada para dar cuenta de esa actividad humana es

la de generación, que da fuerza existencia a las instituciones, que son, en última instancia, el

producto resultante de la actividad generacional.

9. En síntesis, puédese entender por institución a una ordenación parcial de la vida del hom-

bre en sociedad, que ha llegado a un desarrollo sólido y autónomo a través de la actividad des-

plegada y la renovada adhesión de muchas generaciones.

Page 9: Tau- Anzoategui Introduccion

Queda de esta manera explicado el concepto que servirá de pauta y de contenido a nues-

tro enfoque. La historia de las instituciones constituye, pues, una necesaria introducción a la

historia del derecho que, a diferencia de nuestra disciplina, agudiza su lente científico en el

estudio de uno de los elementos de la institución (la regulación jurídica), según lo ha pun-

tualizado el profesor Alfonso García Gallo.

Metodología histórica3

10. Es conveniente que quienes se inician en estas disciplinas conozcan cómo trabajan los

historiadores, cuáles son problemas [13] y cuáles son las herramientas que utilizan. De esta

manera se introduce al estudiante en la senda de la investigación, uno de los fines de la for-

mación universitaria, y se les enseña la cautela con que debe manejar los hechos históricos, a

cuyo conocimiento llega generalmente por informaciones superficiales.

Toda actividad humana se realiza de acuerdo con un orden determinado. Esto es evidente

hasta en los actos puramente mecánicos de la vida (vestirse, alimentarse, estudiar, etc.). Es-

tas formas adoptadas en cada oportunidad, aunque sean rutinarias, constituyen métodos o

caminos para llegar a le meta buscada.

Cuando nos preparamos a realizar un trabajo de investigación en cualquier ciencia o dis-

ciplina, debemos adoptar un método, un ordenamiento, una serie ordenada de operaciones.

Así, podemos decir que método “es la búsqueda de los medios adecuados para hacer con

orden una cosa”. El método no es el mismo para todas las ciencias. La filosofía, la matemáti-

ca y la física, por ejemplo, tienen cada una un método propio. También lo tiene la historia, y

el de ésta se aplica en buena medida al derecho y a las ciencias.

11. La investigación histórica se realiza a través de tres etapas: la heurística, que corresponde

a la búsqueda de noticias o testimonios sobre los hechos humanos del pasado; la crítica, en

donde se analizan, confrontan y valoran esos testimonios; y el ordenamiento y la exposición,

que es la adecuada ordenación de esos materiales y la presentación de sus resultados.

Esta división es sólo de alcance didáctico, pues en la práctica no existen distinciones tan

categóricas en el proceso aludido y muy especialmente en la crítica, que debe estar presente

en todo el curso de la investigación y significar una actitud permanente en el estudioso.

Resulta difícil explicar, a quienes son ajenos al oficio, cómo se elige un tema de investiga-

ción. Se podría afirmar, tal vez, que el tema llega solo a la mente del estudioso y que toda

cuestión o planteamiento forzado está destinado al fracaso. Estamos casi en lo que se llama

3 Además de la bibliografía citada en el punto primero del capítulo, Cassani y Pérez Amuchástegui, Metodología

de la investigación histórica. La heurística y la clasificación de las fuentes, Santa Fe, 1961.

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la inspiración artística, aunque en el investigador no se da como, por ejemplo, en el poeta.

Esa “inspiración” llega [14] a la mente del historiador después de prolijas investigaciones de

otros temas, de lecturas, etc., que le revelan la posibilidad de dedicar sus futuras tareas a un

determinado tópico. A veces el tema surge de las anotaciones de otra investigación y que, sin

ser útiles para ésta, se revelan aptas para un nuevo trabajo. Ha sido también frecuente que el

hallazgo fortuito de un conjunto de testimonios abra el camino para la investigación de de-

terminado asunto. Y así podrían señalarse innumerables matices que conforman ese estímu-

lo promotor de los trabajos científicos.

12. La heurística. Elegido el tema, el historiador realiza la búsqueda de noticias sobre el he-

cho o los hechos objeto de su investigación. Corresponde primero efectuar una compulsa

bibliográfica, es decir, informarse acerca de lo que otros han escrito sobre el tema.

De inmediato se impone la búsqueda de las huellas o vestigios dejados por los hechos

humanos investigados. A tal fin se debe recurrir a las fuentes utilizadas por los anteriores

autores que se han ocupado del tema, en el caso de que se estimase necesario efectuar una

nueva interpretación de los testimonios dados a conocer o con el objeto de obtener nuevos

datos omitidos en la obra utilizada. También cabe utilizar numerosas colecciones de docu-

mentos publicados precisamente con el fin de facilitar las tareas de investigación en esta

disciplina. Finalmente se acudirá a los repositorios de testimonios (archivos y museos), en

donde se podrán examinar los documentos originales, éditos o inéditos. Indudablemente, el

hallazgo de testimonios desconocidos por la historiografía constituye uno de los aspectos

más emotivos en la apasionante tarea de la investigación histórica.

Bajo la denominación de testimonios se engloba a todo resto, huella o vestigio material

del pasado, y, entre otros, pueden mencionarse los libros, los manuscritos, las monedas, las

inscripciones, los sellos, los periódicos, los monumentos, los recuerdos, los restos biológicos,

etcétera.

Esta etapa suele ser la más fatigosa e incierta, y de su resultado depende el éxito de la in-

vestigación. Todos los datos que se estimen útiles para la labor deben ser cuidadosamente

fichados, ya [15] sea con la transcripción de textos o con un fiel resumen de los mismos, ano-

tándose la procedencia de la fuente. Las etapas posteriores de la investigación revelarán la

utilidad de muchas de esas fichas y se escogerán las que realmente convengan al plan traza-

do.

13. La crítica. En esta etapa –que, como ya dijimos, debe extenderse a todo el proceso de in-

vestigación– se analiza cualitativamente cada testimonio hallado.

Enfrentado el investigador a un testimonio, puede preguntarse si es auténtico. Hay que

determinar entonces las características del mismo. Así, si se trata de un manuscrito, se de-

terminará el tipo d papel, de tinta, de letra, etc. Se establecerá, en caso de un documento

firmado, si este es auténtico y, aun ahí, si se han alterado, a espaldas del autor, partes esen-

ciales del mismo. Este aspecto de la investigación obliga a recurrir a ciencias auxiliares, peri-

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tajes químicos, caligráficos, etc. No se trata, sin embargo, de una exigencia habitual en el

hallazgo de cada testimonio, sino que la necesidad de su aplicación aparecerá solo cuando se

ponga en duda la autenticidad del documento. Se suele denominar a este momento de la

investigación crítica externa o de autenticidad.

La lectura del manuscrito plantea nuevos interrogantes. Queda por conocer el grado de

veracidad de las afirmaciones contenidas en el mismo. Lo que el autor del documento expre-

sa no es forzosamente lo que él creía en el momento de redactarlo, porque puede haber

mentido y lo que ha creído entonces no era necesariamente fiel reflejo de la realidad, porque

puede haberse engañado.

Sobre estas hipótesis debe girar la agudeza del historiador para descubrir los móviles del

autor del documento y las circunstancias que lo rodearon. De allí se impone la necesidad de

confrontar y comparar ese testimonio con otros de distinta procedencia.

Este paso de la investigación recibe el nombre de crítica interna o de veracidad.

Pero esta encuesta crítica del documento debe servirnos no para desechar testimonios

sino más bien para comprenderlos. Como dice Marrou “esa encuesta, esa investigación se

hace para dejar bien sentado lo que es en realidad el documento” y agrega que [16] esa com-

prensión del testimonio examinado, ese “conocimiento del ser real del documento nos ense-

ña a leerlo como se debe, a no buscar en él lo que no contenga, a no estudiarlo desde un

punto de vista deformante”. Esa es la verdadera importancia de la crítica externa e interna

que hemos señalado.

En la comprensión del testimonio caben la interpretación y la valoración para ubicarlo en

el planteo del tema elegido y valorar su influencia para el conocimiento del momento histó-

rico examinado.

14. El ordenamiento y la exposición. Los testimonios obtenidos deben, finalmente, ser orde-

nados y relacionados entre sí mediante una serie de inferencias. De esta manera se llega la

momento culminante de la re-creación intelectual, que equivale a lo que realmente es la

creación histórica.

Esta creación es generalmente expuesta por escrito y debe ajustarse a ciertos principios

exigidos por la disciplina. Si la objetividad y la severidad deben presidir toda la investiga-

ción, naturalmente también se impone en esta última fase, y es lamentable que obras labo-

riosas pierdan valor por defectos sustanciales y formales de carácter estilístico. Para que sus

afirmaciones aparezcan fundadas sólidamente es costumbre indicar en notas al pie de cada

página las fuentes que ha utilizado el historiador y que abonan sus palabras. También en

estas notas se suelen incluir aquellas referencias o acotaciones que resultan de interés, pero

que no deben interrumpir la hilación natural del texto.

15 Métodos en la enseñanza. La historia de las instituciones tiene también sus métodos de

enseñanza. Algunos se inclinan por el estudio integral y separado de cada institución, sin

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prestar mayor atención a las circunstancias que durante distintas épocas influyeron sobre

ella. Otros, en cambio, prefieren la división en grandes períodos o etapas históricas, dentro

de las cuales se estudia el conjunto de las instituciones vigentes.

El primer método tiene la ventaja de que se puede analizar una institución en forma con-

tinua, sin las interrupciones que significan las distintas épocas, pero presenta el grave incon-

veniente [17] de que suele ofrecer una noción falsa y unilateral al abstraerla del ámbito en

que se ha desarrollado su existencia. También omite la necesaria y recíproca dependencia

que caracteriza a las distintas instituciones en un mismo momento histórico.

El segundo método puede ocasionar una errónea preeminencia de las rígidas divisiones

de los períodos históricos sobre la vida de las instituciones, pero ofrece, en cambio, la venta-

ja de que presenta la estructura institucional dentro de cada época, y con referencia directa a

las ideas imperantes y al contexto cultural vigente.

Aunque nos inclinamos por este segundo método, que utilizamos en este Manual, debe-

mos reconocer que el primero también presta su utilidad cuando se estudian instituciones

que no han experimentado transformaciones mayores a través de las distintas épocas. En

este caso no sería adecuado incurrir en repeticiones, por lo que solo cabe señalar, si las hu-

biere, las modificaciones que deben tenerse en cuenta.