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1 TEMA 4. LA ERA DE LAS MASACRES 4.1 INTRODUCCIÓN. La I Guerra Mundial acabó con una época, la larga época de la construcción y desarrollo de los estados liberales europeos, y dio comienzo a una nueva, la Era de las Masacres. Acabó la época de prolongada paz en Europa que siguió a las guerras napoleónicas, solo salpicada de conflictos localizados (como la Guerra de Crimea o los derivados de las unificaciones alemana e italiana) y comenzó la Era de las Masacres que tiene en la I y en la II Guerra mundial sus espantosas manifestaciones. Lo que el gran escritor austriaco Stefan Zweig denominó como “El mundo de ayer”, caracterizado por su estabilidad, la extensión de la prosperidad y la fe en el progreso, saltó por los aires en un conflicto que albergó una descomunal carnicería y abrió las puertas a las experiencias de los totalitarismos que han escrito las peores páginas del siglo XX y, en buena medida, de toda la humanidad. Los estados liberales europeos en los que a lo largo del siglo XIX la estabilidad, la prosperidad y el progreso parecían marcar el ritmo de los tiempos, eran el resultado de lo que hemos conocido como “la doble revolución”. En Europa, señaladamente en Inglaterra, también en Francia y progresivamente en la mayor parte del continente, la revolución industrial y la revolución liberal habían enterrado las estructuras económicas, sociales y políticas del Antiguo Régimen, con sus monarquías absolutas, sus estamentos y sus imitaciones a la capacidad de producir (gremios, privilegios, etc.). El resultado de esos procesos fue la extensión de regímenes políticos de corte liberal (con una constitución como paradigma) y de economías capitalistas basadas en la revolución de la capacidad de producir, en la iniciativa privada y la búsqueda del beneficio. Pero la estabilidad, la prosperidad y la fe en el progreso llevaban en su seno los elementos que provocarían el gran estallido de la I Guerra Mundial. La revolución industrial contribuyó a la creación de la economía industrial capitalista, que se expandió por el mundo a través del imperialismo. Europa se adueñó del mundo, y lo hizo al toque de corneta de la búsqueda de materias primas y nuevos marcados que la expansión de la economía industrial capitalista requería. El desarrollo de este proceso acabaría creando, como veremos, un incremento de la tensión internacional que tiene mucho que ver con el inicio de la I Guerra Mundial.

TEMA 4. LA ERA DE LAS MASACRES - Bienvenido a · ciudadanos iguales ante la ley. El conjunto de los ciudadanos constituía la Nación, ... en los Balcanes, entre otras). b) La carrera

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TEMA 4. LA ERA DE LAS MASACRES  

4.1 INTRODUCCIÓN.

La I Guerra Mundial acabó con una época, la larga época de la construcción y desarrollo de los estados liberales europeos, y dio comienzo a una nueva, la Era de las Masacres. Acabó la época de prolongada paz en Europa que siguió a las guerras napoleónicas, solo salpicada de conflictos localizados (como la Guerra de Crimea o los derivados de las unificaciones alemana e italiana) y comenzó la Era de las Masacres que tiene en la I y en la II Guerra mundial sus espantosas manifestaciones. Lo que el gran escritor austriaco Stefan Zweig denominó como “El mundo de ayer”, caracterizado por su estabilidad, la extensión de la prosperidad y la fe en el progreso, saltó por los aires en un conflicto que albergó una descomunal carnicería y abrió las puertas a las experiencias de los totalitarismos que han escrito las peores páginas del siglo XX y, en buena medida, de toda la humanidad.

Los estados liberales europeos en los que a lo largo del siglo XIX la estabilidad, la prosperidad y el progreso parecían marcar el ritmo de los tiempos, eran el resultado de lo que hemos conocido como “la doble revolución”. En Europa, señaladamente en Inglaterra, también en Francia y progresivamente en la mayor parte del continente, la revolución industrial y la revolución liberal habían enterrado las estructuras económicas, sociales y políticas del Antiguo Régimen, con sus monarquías absolutas, sus estamentos y sus imitaciones a la capacidad de producir (gremios, privilegios, etc.). El resultado de esos procesos fue la extensión de regímenes políticos de corte liberal (con una constitución como paradigma) y de economías capitalistas basadas en la revolución de la capacidad de producir, en la iniciativa privada y la búsqueda del beneficio. Pero la estabilidad, la prosperidad y la fe en el progreso llevaban en su seno los elementos que provocarían el gran estallido de la I Guerra Mundial.

La revolución industrial contribuyó a la creación de la economía industrial capitalista, que se expandió por el mundo a través del imperialismo. Europa se adueñó del mundo, y lo hizo al toque de corneta de la búsqueda de materias primas y nuevos marcados que la expansión de la economía industrial capitalista requería. El desarrollo de este proceso acabaría creando, como veremos, un incremento de la tensión internacional que tiene mucho que ver con el inicio de la I Guerra Mundial.

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Por su parte, la revolución liberal dio lugar a la creación de estados constitucionales. Los súbditos de las monarquías absolutas pasaron a ser ciudadanos iguales ante la ley. El conjunto de los ciudadanos constituía la Nación, en donde recaía la soberanía (en ocasiones compartida con el rey) para establecer las leyes fundamentales y organizar el Estado. Cuando a ese conjunto de ciudadanos que es la Nación se le atribuyó una identidad común, basada en la lengua, la cultura o la tradición, incluso un destino histórico, surgieron los nacionalismos. Las naciones que carecían de Estado, por estar dominadas por otros, por estar su territorio fragmentado o por otras causas, alumbraron movimientos nacionalistas que provocaron grandes tensiones y conflictos. Algunos de ellos también guardan relación con el origen de la I Guerra mundial.

Pero sobre todo los nacionalismos guardan relación con el segundo episodio de la Era de las Masacres, con la II Guerra Mundial. Los nacionalismos totalitarios que emergieron en Italia y Alemania, están en el origen de este dramático acontecimiento. La suma de las frustraciones ocasionadas por las consecuencias de la I Guerra Mundial, los efectos padecidos por la crisis financiera internacional posterior al crack de 1929 y, hay que tenerlo muy en cuenta, el miedo a la extensión del comunismo triunfante en Rusia, figuran entre las principales causas que explican el éxito de estos nacionalismos totalitarios.

El comunismo había triunfado en Rusia. Los obreros, dirigidos por los bolcheviques, habían tomado el poder e instaurado la dictadura del proletariado. El proletariado, hijo de la revolución industrial, organizado disciplinadamente en el partido bolchevique, el partido revolucionario dirigido por Lenin, se hizo con el poder en la Rusia en la que se desplomó el Imperio zarista como consecuencia de su derrota en la I Guerra Mundial. Allí permaneció aislado hasta que en la II Guerra Mundial, el Ejército Rojo respondió a la invasión nazi con una espectacular victoria que lo llevó a Berlín. El comunismo se implantó entonces en los territorios liberados por el ejército soviético, dando lugar a un nuevo gran actor en la escena internacional, el Imperio comunista. La presencia de este nuevo actor sería más intensa y más relevante cuando, también tras la II Guerra Mundial, el Partido Comunista Chino venciera a sus rivales en una sangrienta guerra civil e implantara el comunismo en la nación más poblada de la tierra.

Los caminos que explican este acontecimiento parten de los dos polos de la doble revolución, de la revolución industrial y de la revolución liberal. Estos caminos se encuentran en la gran encrucijada de la I Guerra Mundial, que es el acontecimiento que incide directamente en el triunfo de la revolución comunista en

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Rusia y en la creación de los estados fascistas que provocarán la II Guerra Mundial, que a su vez posibilita la expansión del comunismo fuera de Rusia.

El presente tema consistirá en recorrer esos caminos, en explicar la encrucijada de la I Guerra Mundial y sus consecuencias, para con ello comprender la aparición del protagonismo en el escenario internacional del comunismo.

4.2 LAS POTENCIAS COLONIALES EN GUERRA.

4.2.1 El Prólogo de la Guerra.

Es sabido que el hecho que desencadenó la guerra fue el asesinato en Sarajevo del archiduque austriaco, el heredero del trono del Imperio Austrohúngaro, a manos de un terrorista serbio. Austria sabía que se arriesgaba a que estallara un conflicto mundial al amenazar a Serbia, y Alemania, con su decisión de apoyar a Austria, hizo que el conflicto comenzara. Pero ninguna de las grandes potencias hubiera dado el paso definitivo hacia la guerra si no hubieran estado completamente seguras de que el proceso que conducía hacia ella era irreversible. Por lo tanto, el problema de desvelar los orígenes de la primera guerra mundial no consiste en identificar al agresor o determinar quien tuvo la culpa. Lo que ocurrió fue que gradualmente, Europa se encontró dividida en dos bloques opuestos de grandes potencias. Este sistema de bloques sólo llegó a ser un peligro para la paz cuando esas alianzas enfrentadas se hicieron permanentes y cuando sus disputas se escaparon a todo límite o control.

De un lado se encontraba la “Triple Alianza”, formada en 1882, integrada por Alemania, Austria e Italia (una potencia menor que, además, se cambió de bando en 1915). Enfrente se encontraban Rusia y Francia. Rusia competía con Austria por el control de los Balcanes, y Francia estaba enfrentada a Alemania desde la guerra franco-prusiana de 1870. Estas tensiones, no obstante, permanecían bajo un cierto control. Francia no tenía diferencias de relevancia con Austria, ni Rusia con Alemania. Ahora bien, tres circunstancias provocaron el inicio de un camino que ya no tuvo retorno:

a) La aparición de nuevos problemas internacionales que desestabilizaron el equilibrio existente (crisis de Marruecos, la tensión en los Balcanes, entre otras).

b) La carrera armamentística iniciada por los integrantes de los dos bloques y la planificación militar conjunta de cada bloque

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c) La integración de una quinta potencia en uno de los bloques: Gran Bretaña en 1907, se integró en el bloque antialemán, dando forma a la “Triple Entente”, junto a Rusia y Francia.

La integración de Gran Bretaña en ese bloque no dejó de causar sorpresa, dada la inexistencia de antecedentes de enfrentamientos entre Inglaterra y Alemania y, de hecho, sí que había una larga tradición de conflictos armados entre Inglaterra y Francia. Además, Inglaterra y Rusia habían entrado en conflicto por intereses coloniales e imperialistas en diversas zonas (Persia). Y sin embargo, Gran Bretaña estableció una alianza permanente con Rusia y Francia contra Alemania. Es necesario encontrar una explicación.

Es importante aclarar que la relación entre las potencias no estaba circunscrita al continente europeo. Tenían intereses globales e imperialistas, que podían entrar en colisión en cualquier punto del planeta, en un contexto de economía capitalista industrial de dimensión mundial. En este contexto, Gran Bretaña no era ya, como había sido durante todo el siglo XIX, la única potencia. Había dejado de ser el “taller del mundo” y había entrado en un relativo declive. Ahora, un conjunto de economías industriales coloniales competían y se enfrentaban entre sí. Esta rivalidad económica es decisiva para entender el desarrollo de los acontecimientos que condujeron a la guerra. Para resolver los problemas entre las grandes potencias en este escenario global no servía ya la vieja diplomacia. Ya no había conflictos diplomáticos concretos que pudieran ser resueltos a la antigua usanza: un cambio de fronteras, el heredero a un trono, una compensación territorial. Estos eran conflictos limitados y medibles, y solucionables mediante la negociación y el acuerdo.

Pero en los nuevos conflictos entre las potencias industriales imperialistas ya no había límites. Los intereses mercantiles e industriales de las grandes compañías del momento no conocían fronteras. Las economías de las potencias capitalistas tenían la necesidad imperativa de expandirse. En ese contexto, el crecimiento económico ilimitado requería de un poder político que fuera igualmente ilimitado. Era el todo o nada. Por ello Alemania, una gran potencia industrial, probablemente ya la primera potencia industrial del mundo, exigía un poder político que se adecuara a su peso económico. Esto fue lo que reclamó el emperador alemán Guillermo II. Alemania era una gran potencia económica e industrial y ambicionaba ser una gran potencia política. Para ello necesitaba una gran armada, una gran flota de guerra. A partir de 1897, Alemania comenzó a construirla. Gran Bretaña, que hasta entonces no había tenido conflictos de relevancia con Alemania, comenzó a sentirse amenazada. No solo no era ya potencia hegemónica mundial, sino que, además, una potencia

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del calibre de Alemania tenía bases navales enfrente de Inglaterra. Si para Alemania el disponer de una gran flota de guerra era un símbolo de su poderío y de sus ambiciones, para Gran Bretaña era una cuestión de vida o muerte, dada la dispersión de su Imperio colonial. La supervivencia del Imperio Británico dependía de su control sobre las rutas marítimas que enlazaban unas posesiones con otras.

No es de extrañar que Gran Bretaña percibiera que su principal amenaza era el desarrollo de la flota de guerra alemana y que, en consecuencia, percibiera a Alemania como su principal rival y que se aproximara a Francia y a Rusia, ya opuestas a Alemania. La pretensión alemana de alterar el status quo internacional, reclamando el puesto que la correspondía, entrañaba una amenaza para Inglaterra, cuyo objetivo era que ese status quo no se alterara.

Las crisis padecidas por los viejos y arcaicos imperios desestabilizaron el equilibrio europeo. La revolución turca que acabó con el Imperio otomano rompió el equilibrio en los Balcanes, porque dio la oportunidad a Austria de anexionarse formalmente Bosnia (que ya gobernaba como un Protectorado desde 1878), provocando una crisis con la otra potencia de la zona, Rusia, a la que solo frenó en su respuesta contra Austria la amenaza alemana de intervenir en su defensa.

En los Balcanes había estallado un hervidero de nacionalismo expansivo. La crisis del Imperio Otomano había dado lugar a la creación de estados nacionales (primero Grecia, luego Serbia, Bulgaria y Rumanía) en lo que en otro tiempo habían sido territorios turcos. En 1912 estos estados se coaligaron contra Turquía para expulsarla de la última región europea que le quedaba, Tracia. Un año más tarde, Grecia y Serbia, aliadas ahora a Turquía, combatieron contra Bulgaria por considerar excesivas sus conquistas territoriales en la guerra precedente. Esta tensión bélica en los Balcanes amenazaba al Imperio Austro-Húngaro, integrado por un buen número de minorías nacionales (croatas, eslovenos, checos, eslovacos, entre otros muchos). La creación de estados nacionales en los Balcanes constituía un precedente muy peligroso que podía dar lugar a la pretensión de crear estados nacionales en el interior de su Imperio, donde las tensiones nacionalistas no cesaban de crecer. Por ello había decidido en 1908 la anexión formal de Bosnia, para afirmar su voluntad de pervivencia como Imperio frente a los nacionalismos en ebullición. Es conveniente recordar que quien asesinó al Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo fue un serbio de Bosnia, territorio multiétnico y foco de granes tensiones nacionalistas.

La crisis de Marruecos, en la que las ambiciones coloniales francesas eran impugnadas por Alemania, contribuyó también a incrementar la tensión entre

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las potencias. Bastaba una chispa para provocar el conflicto. En 1914 cualquier incidente podía provocar la guerra. El asesinato del archiduque austriaco en Sarajevo fue esa chispa que provocó los acontecimientos.

Otro aspecto a tener en cuenta fue que algunas de las potencias que integraban los dos bloques padecían tensiones internas que favorecieron el que recurrieran al nacionalismo y al militarismo, ya que señalar a un enemigo exterior permitía cohesionar a una sociedad dividida por otras razones. Eso pasó en Austria, en Rusia, e incluso en Alemania y Francia. Todos dirigieron su mirada hacia los militares.

Sorprendentemente la inmensa mayoría de la población de los países enfrentados no se opuso a la decisión de sus gobiernos de ir a la guerra, salvo muy contadas excepciones. La oposición a la guerra (liberal, humanitaria, religiosa) había quedado en nada. La llamada de los gobiernos a las armas no encontró una resistencia eficaz. Los pueblos se lanzaron entusiastas a una guerra en la que cerca de 20.000.000 de personas resultaron muertas o heridas.

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4.2.2 La Guerra.  

En la I Guerra Mundial participaron todas las grandes potencias y todos los estados europeos, con la excepción de España, Holanda, los países escandinavos y Suiza. Su carácter mundial se subraya por la participación de tropas de nativos de las colonias en los ejércitos de las potencias coloniales, así como de los Estados Unidos. Incluso Japón ocupó posiciones alemanas en el Pacífico.

La guerra comenzó tras el asesinato a manos de un nacionalista serbio del Archiduque Francisco Fernando, heredero a la corona imperial austriaca en Sarajevo el 28 de junio de 1914. La declaración de guerra a Serbia encendió la mecha del conflicto, que arrastró a Rusia en apoyo de Serbia y a Alemania en apoyo de Austria, entrando en cadena el resto de las potencias alineadas en las grandes alianzas enfrentadas. Ninguna potencia había buscado la guerra, pero todas se habían preparado para ella.

Los alemanes temían una guerra en la que tuvieran que luchar en dos frentes a la vez, frente a los ingleses y franceses en Occidente y frente a los rusos en Oriente. El plan del general Von Schlieffen consistía en un rápido avance en el frente occidental para poder abordar la guerra contra Rusia. Sin embargo, las tropas alemanas fueron detenidas a pocos kilómetros de París, en el río Marne. Comenzaba en este frente una guerra de posiciones que apenas se movieron en tres años de guerra. En palabras de Eric Hobsbawm, “el frente occidental se convirtió en la maquinaria más mortífera que había conocido hasta entonces la historia del arte de la guerra”. La ofensiva alemana de 1916 sobre Verdún provocó un millón de bajas, y la ofensiva británica sobre el Somme causó más de 60.000 muertos en un solo día.

Los italianos, que se incorporaron al bando franco-británico en 1915, abrieron un frente en Los Alpes que no tuvo éxito, siendo detenidos en la batalla de Caporetto. En cuanto a los Balcanes, se produjeron ofensivas y contraofensivas, con un elevado número de bajas, sin que se produjera un resultado definitivo.

Por lo que al frente oriental se refiere, los alemanes y los austriacos detuvieron a los rusos en la batalla de Tannenberg. Los alemanes pasaron a la ofensiva alcanzando una victoria total. La derrota empujó a Rusia hacia la revolución, y el nuevo gobierno revolucionario firmó con los alemanes en el Tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918, que implicaba importantes pérdidas territoriales para Rusia y la creación, a su costa, de nuevos estados independientes como Finlandia o los países bálticos.

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Los alemanes pudieron, ahora sí, concentrarse en un solo frente, pero la entrada en la guerra de los Estados Unidos junto a Inglaterra y Francia terminó por llevar a Alemania al colapso y a la derrota final, solicitando el armisticio el 11 de noviembre de 1918.

4.2.3. Las consecuencias.

Los datos finales de las muertes que tuvieron lugar a lo largo de la guerra son escalofriantes. Los franceses perdieron casi el 20% de sus hombres en edad militar, 1,6 millones, junto a 1,8 millones de alemanes, 800.000 británicos y decenas de miles de hombres de otras nacionalidades. El primer gran conflicto de la Era de las Masacres se saldaba con un terrorífico resultado de víctimas.

La consecuencia política más inmediata de la I Guerra mundial fue el estallido de la revolución que concluyó con la toma del poder por los trabajadores encuadrados en un partido, el bolchevique, que se aprestó a poner en marcha el primer estado socialista de la historia. Las consecuencias que, a su vez, se derivarán de este acontecimiento son de una excepcional importancia, tal y como veremos en los temas siguientes.

También cayeron un buen número de regímenes políticos, como los Imperios alemán, turco y austro-húngaro, derrotados y sustituidos por Repúblicas. A las potencias derrotadas, especialmente a Alemania, les aguardaba la imposición por los vencedores de un duro castigo: las condiciones impuestas en el Tratado de Versalles. Además de sufrir significativas pérdidas territoriales (Alsacia y Lorena fueron recuperadas por Francia, y la separación de Prusia Oriental del resto de Alemania tras la creación del nuevo estado polaco), se le impidió disponer de fuerza aérea y de armada, y su ejército fue reducido a 100.000 hombres. Con todo, lo más grave fue la imposición del pago de unas reparaciones de guerra cuyo volumen era prácticamente imposible de pagar, y que lastraban las posibilidades de recuperación de la economía alemana durante años. Para garantizar el pago de las reparaciones, el ejército francés ocupó el Sarre y Renania. El sentimiento de humillación vivido en Alemania provocaría y agrio resentimiento, que no haría sino crecer a medida que la extensión del paro y el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases medias se agravaban. Finalmente, hay que señalar que Alemania perdió la totalidad de sus posesiones de ultramar, que pasaron a manos francesas o inglesas.

Ese resentimiento acabaría por orientarse hacia la aparición de movimientos de extrema derecha. En este sentido hay que recordar que entre las consecuencias de la guerra se encuentra el hecho de que muchos de los combatientes,

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deshumanizados en la dureza de los combates, desarrollaron una personalidad embrutecida que aplicaron a la política interna de sus países a su retorno. El desprecio a la vida experimentado en las trincheras lo aplicaron en la forma de hacer política, integrándose en bandas de extrema derecha. Adolf Hitler fue uno de ellos, y las escuadras fascistas de Mussolini estaban nutridas por antiguos combatientes. Por otro lado, y en relación con la forma en la que la I Guerra mundial incidió en el surgimiento de los fascismos y en la agresividad de su política internacional una vez que tomaron el poder en Italia y en Alemania, hay que poner de manifiesto que para las potencias democráticas como Francia e Inglaterra la guerra supuso una terrible experiencia, por sus costes humanos, que orientó su estrategia futura. Cualquier concesión sería pequeña con tal de evitar una nueva carnicería. Las concesiones hechas a Hitler por Francia e Inglaterra durante los años treinta tienen esta causa, lo que provocó al mismo tiempo el envalentonamiento del líder nazi y el camino inevitable a la segunda guerra mundial.

Las potencias europeas también se aprestaron a modificar el mapa de Europa. El hundimiento de los imperios alemán, austro-húngaro, turco y ruso obligaban a ello. Las potencias vencedoras optaron, siguiendo la política del presidente norteamericano Wilson, por apoyar a los movimientos nacionalistas, de forma que se favoreciera la creación de estados nacionales definidos por su composición étnica y lingüística. La creación de estos nuevos estados tendría, además, otra utilidad: la de servir de colchón de protección frente a la posible expansión de la revolución rusa. Se creó así un “cordón sanitario” integrado por nuevos estados independientes creados sobre una base nacional lo más homogénea posible. Formaron parte de este cordón Finlandia, un nuevo estado checoslovaco, los estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), un nuevo estado polaco, y una Rumanía que vio ampliado su territorio a costa de Hungría y Rusia. Finalmente, se creaba una federación de estados balcánicos bajo el nombre de Yugoslavia (integrada por Serbia, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Montenegro). La creación estos estados provocaría graves conflictos en el futuro, ya que en muchos casos su composición era muy heterogénea, por lo que las tensiones nacionalistas no se solucionaron. Austria y Hungría vieron sensiblemente reducida su extensión territorial.

Por todas las razones expuestas, el Tratado de Versalles no podía ser la base de una paz estable, teniendo en cuenta, además, que en la década de los años veinte se gestó una crisis económica que no conocía precedentes, que favoreció la toma

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del poder en Alemania, Italia o Japón, de fuerzas militaristas de extrema derecha dispuestas a remodelar el mapa acordado a la finalización de la I Guerra mundial.

Para finalizar, es también necesario poner de manifiesto que durante la I Guerra mundial y en los años inmediatamente posteriores tuvo lugar en Turquía el espantoso genocidio del pueblo armenio. El nacionalismo turco que provocó la caída del viejo Imperio otomano, trató de fortalecer la homogeneidad étnica y religiosa del nuevo estado, mediante una política de fuerte presión de las minorías. Se cometieron grandes matanzas de griegos y armenios, pero este último caso fue el más grave. Se llegó a adoptar la decisión de eliminar a toda la población armenia de Turquía, poniéndose en marcha los mecanismos militares adecuados para ello, protagonizándose el primer genocidio del siglo XX, perpetrado con absoluta impunidad y ante la falta de respuesta internacional. El futuro genocidio judío contaba con un dramático precedente.

4.3. EL ESTADO SOVIÉTICO.

4.3.1 La significación histórica de la revolución rusa.

La I Guerra mundial no solo inauguró la “Era de las masacres”, sino también la de las revoluciones que suceden a éstas, y la creación de un nuevo escenario mundial caracterizado por una sorprendente novedad: en un gigantesco país, que se extiende desde el Este de Europa hasta el extremo oriente, poblado por millones de personas, los obreros tomaron el poder y se dispusieron a construir un Estado bajo su control, que sustituyera el sistema capitalista por otro que condujera al viejo sueño de los revolucionarios, la creación de una sociedad sin clases sociales, sin explotadores ni explotados.

El fantasma del comunismo, que de acuerdo con el Manifiesto Comunista de Marx y Engles, recorría Europa hacia 1848, se convirtió en la Rusia de 1917 en una poderosa realidad, en una alternativa al sufrimiento provocado por la Guerra y a la explotación diaria inherente al modo de producción del capitalismo. Los obreros de todo el mundo no aspiraban a un sueño inalcanzable. Tenían ahora un ejemplo, un referente al alcance de la mano.

La revolución rusa ha representado el movimiento revolucionario de mayor alcance de la historia moderna. Se detuvo dentro de las fronteras de Rusia, al fracasar los intentos de reproducirla en otros países de Europa, pero sin embargo se extendió por todo el mundo al terminar la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Se

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trató de una segunda oleada revolucionaria que llevó el comunismo a China, Corea del Norte, Vietnam del Norte y Cuba, entre otros países. La importancia del comunismo en la Historia queda elocuentemente acreditada si reparamos en que un tercio de la humanidad llegó a vivir, tras la Segunda Guerra Mundial, bajo el régimen comunista.

Pero no solo eso. Además, hay que tener en cuenta que el comunismo condicionó la historia de todo el periodo transcurrido entre 1917, el año del triunfo de la revolución rusa, hasta el hundimiento del régimen soviético, en 1992, pues ese periodo de tiempo es el periodo del enfrentamiento global entre el capitalismo y el comunismo.

4.3.2 Antecedentes de la revolución rusa.

El zar Alejandro II fue asesinado, en un atentado, en 1881. Su sucesor, el zar Alejandro III (1881-1894), fue el impulsor de la Rusia “moderna”, que implicaba la extensión del modelo de civilización europea y el impulso de una rápida industrialización, pero sin libertadas políticas.

Entre las consecuencias de esta política de industrialización se encontró la aparición, en un país preponderantemente campesino, de un proletariado industrial. Si las condiciones de vida de los campesinos eran muy duras, no lo eran menos las del proletariado que trabajaba en las fábricas. Sus condiciones laborales eran penosas y cualquier protesta era reprimida. Los sindicatos estaban prohibidos.

Los primeros movimientos revolucionarios que aparecieron eran de base campesina, ya que el campesinado era la mayoría de la población. Los campesinos habían vivido bajo la servidumbre hasta 1861, y los primeros movimientos revolucionarios surgieron para lograr su emancipación. Pero a medida que fue avanzando la industrialización, fueron apareciendo movimientos revolucionarios obreros en las ciudades. Así surgió el Partido Social Demócrata Ruso, marxista. De allí surgieron los bolcheviques, los revolucionarios dirigidos por Lenin. Éste había creado un nuevo modelo de revolucionario: disciplinado, encuadrado en un partido sometido a una dirección fuerte y centralizada. Los militantes no deberían ser muy numerosos, pero si escogidos por su disciplina y su compromiso con la revolución.

En 1905 tuvo lugar, en San Petersburgo, un estallido revolucionario de gran importancia. Tras la derrota de Rusia en la guerra mantenida con Japón, los trabajadores de San Petersburgo salieron a la calle demandando pan y mejores

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condiciones de vida y trabajo. En el denominado “domingo sangriento”, los trabajadores fueron duramente reprimidos. Se sucedieron las huelgas y la formación en las fábricas y ciudades, de comités de obreros revolucionarios, llamados “soviets”. La protesta fracasó, pero los obreros aprendieron que no podrían esperar nada del Zar ni de promesa alguna que proviniera de sus gobiernos. Para conseguir sus objetivos deberían tomar derribar el sistema, tomar el poder.

4.3.3 El desarrollo de los acontecimientos.

La participación de Rusia en la I Guerra Mundial contó con la oposición de los militantes revolucionarios. Cuando tuvieron lugar las grandes derrotas rusas en las batallas de Tannenberg y los lagos Masurianos, con dos millones de muertos, heridos o prisioneros, se extendió el descrédito del Zar y de su régimen, y el apoyo a quienes se oponían a la guerra.

Si en el frente la situación era muy grave, en las ciudades no era mejor. A consecuencia de la guerra las clases humildes pasaban hambre y como consecuencia de ella prendió, como en 1905, la chispa de la insurrección. De nuevo los obreros se organizaron en un comité o “soviet” en San Petersburgo, demandando pan y el fin de la guerra. A su vez, mientras los trabajadores se organizaban para la revolución, la burguesía liberal se convenció de que el sistema zarista estaba acabado y que era necesario derribarlo para sustituirlo por otro de tipo parlamentario. Las promesas del Zar de permitir la celebración de elecciones y la creación de un parlamento representativo (la Duma), no habían sido cumplidas.

El Zar, acosado por la presión de la revuelta de los obreros, por las deserciones de tropas en el frente y por las exigencias democráticas de la burguesía liberal, abdicó el 17 de marzo de 1917, proclamándose la República. Se formó un Gobierno Provisional, presidido por Kerensky.

El gobierno de Kerensky concentraba sus esfuerzos en continuar la guerra y en convocar una asamblea constituyente. Era patente, sin embargo, la existencia de un poder real frente al poder formal del gobierno. Ese poder real lo detentaban en las ciudades, fábricas e incluso en las filas del ejército, los obreros revolucionarios, organizados en soviets. Los soldados desertaban en masa y regresaban a sus casas, confraternizando con los obreros. Los bolcheviques defendían su programa revolucionario: paz inmediata, reparto de la tierra entre los campesinos y control de las fábricas por los obreros. Se resumía en Pan, Paz y Tierra. Lenin, que había regresado a Rusia de su exilio en abril, entendió que había llegado el momento de que los soviets asumieran todo el

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poder, derribando el gobierno provisional. El 7 de noviembre (octubre en según el calendario ruso), los bolcheviques tomaron el Palacio de invierno y el gobierno provisional fue sustituido por el “Congreso de los Soviets”. Se proclamó el inicio de la dictadura del proletariado.

4.3.4 La creación del Estado soviético.

El gobierno revolucionario debió afrontar el fin de la guerra, la extensión de la revolución por Europa y la defensa frente a sus enemigos. Respecto al fin de la guerra, el Tratado de Brest-Litovsk de 1918 selló la paz con los alemanes, con significativas pérdidas territoriales. En cuanto a la extensión de la revolución, pese al estallido que tuvo lugar al finalizar le guerra en Alemania, Austria o Hungría, lo cierto es que los focos revolucionarios que se habían hecho con el poder fueron aplastados. El comunismo quedó encerrado en Rusia y el movimiento que había nacido con la vocación de encender la llama de la revolución mundial debió realizar un enorme esfuerzo para defender la revolución dentro de la propia Rusia, en donde estalló una violenta guerra civil (1918-1920) en la que las potencias europeas intervinieron activamente en apoyo de los contrarrevolucionarios. Pero los bolcheviques crearon de la nada un ejército, el Ejército Rojo, que derrotó a sus enemigos y consolidó la revolución.

Las razones que explican el triunfo de los bolcheviques en la guerra civil son varias. Para empezar, hay que tener en cuenta que los bolcheviques, organizados en el Partido Comunista, disponían de una organización disciplinada que contaba con 600.000 militantes sometida obedientemente a las directrices de un poder centralizado. Sus rivales no contaban con una organización coherente y un programa asumido por todos. Los comunistas, además, representaban la garantía de la pervivencia de una Rusia unificada que conservara una extensión territorial semejante a la del Imperio ruso. Para muchos oficiales del ejército, aun sin ser comunistas, la expectativa de una disolución de Rusia semejante a la que había tenido lugar con el Imperio Austro-Húngaro o con el Imperio Turco, les llevó a combatir a una contrarrevolución caótica que de prosperar amenazaba seriamente la pervivencia del estado ruso. Del Imperio ruso del Zar se pasaba a un nuevo imperio, ahora comunista. Finalmente, el apoyo de las masas campesinas fue decisivo. El reparto de tierras entre los campesinos constituyó la mejor herramienta para garantizar ese apoyo.

Sobre las cenizas de una guerra civil devastadora nacía un estado socialista aislado, encerrado en sus fronteras, aun cuando a través de la Tercera Internacional mantuviera encendidos los vínculos con los militantes comunistas del

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resto del mundo, cuyo control y cuya actividad sería decisiva para la extensión del comunismo a la finalización de la II Guerra mundial. En palabras de Hobsbawm, “lo que nació a principios de los años veinte fue un estado muy pobre y atrasado, pero de enormes dimensiones, dedicado a crear una sociedad diferente y opuesta a la del capitalismo”.

El objetivo inicial de los comunistas fue el de modernizar aceleradamente ese país pobre y atrasado. La planificación económica de una forma centralizada y dirigida por el Estado, junto con la alfabetización y educación de las masas, se constituyó en el mecanismo para lograrlo.

4.3.5 El sistema político.

El régimen instaurado tras la revolución bolchevique se basó en un sistema de partido único, el partido comunista. La guerra civil que tuvo lugar entre 1917 y 1921 impuso una afirmación crecientemente autoritaria de este sistema, urgido a defenderse a cualquier precio de sus enemigos. La respuesta a las amenazas, reales o no, contra la revolución no era contenida por ningún límite, dando paso así al empleo sistemático de la represión y el terror. La policía política, la NKVD, era la encargada de llevar a cabo la política de terror. Bajo la dirección de Stalin, a la muerte de Lenin, el sistema se convirtió en una autocracia totalitaria que trataba de imponer su dominio sobre todos los aspectos sobre la vida de los ciudadanos. Stalin gobernó el partido y el país, por medio del terror, empelados para eliminar todo obstáculo que se interpusiera para alcanzar los objetivos definidos.

La violencia y el terror se dirigieron, en primer lugar, contra los propios bolcheviques, contra todos aquellos que pudieran oponerse activa o pasivamente a los planes de Stalin. Téngase en cuenta que entre 1934 y 1939, entre cuatro y cinco millones de militantes del partido comunista fueron detenidos, y de ellos cerca de quinientos mil fueron ejecutados sin juicio previo. Se ha llegado a decir que el terror implantado por Stalin en los años treinta en la Unión Soviética ha constituido una de las ilustraciones más horrendas de la violencia política de la historia moderna.

Desde el punto de vista territorial, se implantó el federalismo, mediante el que se integraron en la Unión Soviética las repúblicas del Asia central, el Cáucaso, así como Bielorrusia y Ucrania. Más adelante se integrarían también los estados bálticos. A finales de los años treinta, la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) tenía aproximadamente la misma extensión territorial que había tenido el Imperio ruso.

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4.3.6 El Estado soviético y la industrialización.

Durante la guerra civil que enfrentó al Ejército Rojo con los enemigos de la revolución los bolcheviques impusieron un “comunismo de guerra”, basado en la nacionalización de todas las industrias. A la finalización de la guerra las medidas extraordinarias que se habían adoptado dieron paso dieron paso a una Nueva Política Económica que buscaba aliviar la presión ejercida sobre los campesinos y obreros, reinstaurando algunos elementos de la economía de mercado, sobre todo en la agricultura.

A la muerte de Lenin se impuso, sin embargo, un programa de industrialización acelerada, dirigido por Stalin, que se había hecho con las riendas del poder. Se trataba de llevar a cabo la industrialización del país como si de una campaña militar se tratara, sin reparar en los costes humanos y en los sacrificios que pudiera entrañar para la población. Para llevarla a cabo era necesario eliminar cualquier atisbo de resistencia, y para ello el terror fue el método al que se recurrió. A partir de 1928 se impuso una economía planificada dirigida por el Estado, basada en el contenido de los llamados “planes quinquenales”, en los que se trazaban los objetivos de producción a alcanzar, dando prioridad absoluta a la industria pesada y a la producción de energía. Pese a todos sus fallos, la planificación estatal de la industrialización del país alcanzó unas impresionantes metas, pasando la URSS de ser un país eminentemente agrario y atrasado, a convertirse en una potencia industrial en pocos años.

El proceso, especialmente el relacionado con el pan quinquenal 1928-1932, había tenido unos costes sociales difíciles de imaginar. La industrialización acelerada se basaba en la apropiación por el Estado de las cosechas de los campesinos. Para el cumplimento de los objetivos de producción agrícola, las tierras fueron colectivizadas y se puso en marcha un proceso de mecanización de las tareas agrarias. El objetivo era alimentar a la población obrera de las ciudades y exportar los excedentes para obtener recursos para comprar la tecnología y los materiales que eran necesarios en las fábricas.

El resultado de la colectivización de las tierras y la mecanización fue un completo fracaso, y los objetivos de producción no se cumplieron. La reacción de Stalin fue la de culpar a los antiguos propietarios de las granjas ahora colectivizadas. Desde las altas esferas de la URSS se sospechaba que los campesinos ucranianos, antiguos propietarios de las pequeñas fincas colectivizadas, desarrollaban una resistencia pasiva a los programas y escondían parte del grano que debían

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entregar al Estado. Estos campesinos, llamados “kulaks”, convertidos artificialmente en los culpables del fracaso del plan, debían ser liquidados. Para ello se puso en marcha un plan de deportación masiva a campos de trabajo llamados más tarde “gulags”.

La situación en el campo comenzó a ser muy dura y en algunas zonas, como Ucrania, dramática. Hacia 1931, las granjas colectivizadas que no hubieran cumplido los objetivos de producción, deberían entregar las semillas para la siembra. La prioridad absoluta era cumplir con los objetivos del plan quinquenal y eliminar, mediante el hambre, a los kulaks Al haberse requisado hasta las semillas, los años siguientes los campesinos de Ucrania no tendrían nada que comer. Se desató una terrible hambruna, provocando la muerte por hambre de millones de personas (se calcula que perecieron no menos de 10 millones). Se trató de la mayor hambruna que había conocido la historia del mundo. Los testimonios que ilustran las condiciones de vida y muerte en los campos de Ucrania muestran que incluso tuvieron lugar frecuentes casos de canibalismo.

A la vez, se instalaron por todo el país campos de trabajo en los que trabajaba mano de obra forzosa, en unas durísimas condiciones. En estos “gulag” trabajaban presos comunes y políticos. Millones de personas trabajaron largos años en ellos (kulaks, disidentes políticos, más tarde prisioneros de guerra), en las minas, construyendo canales o vías férreas, contribuyendo con ello a la industrialización del país.

Para el resto de la población, el sistema garantizaba un mínimo esencial para la supervivencia, con acceso a trabajo, ropa, comida, vivienda, pensiones y asistencia sanitaria, además de acceso a la educación. A cambio de esas garantías, el nivel de capacidad de consumo de la población era muy bajo, pues todos los esfuerzos se dedicaban no a la producción de bienes de consumo para hacer la vida más confortable, sino a la industria pesada.

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4.4 EUROPA Y LOS EE.UU. EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS.

4.4.1 Crisis económica en Europa.

La economía de los países capitalistas se vió duramente afectada por la I Guerra mundial. El enorme esfuerzo realizado para financiar la guerra se tradujo en un fuerte endeudamiento, una de cuyas principales consecuencias fue la inflación. Las dificultades fueron notables en Inglaterra y Francia. En Inglaterra se trató de controlar la inflación manteniendo una libra esterlina fuerte, lo que encareció sus exportaciones y redujo la competitividad de su economía. En Francia la recuperación dependió del pago por Alemania de las reparaciones de guerra pactadas en el Tratado de Versalles. Las dificultades de Alemania para pagar afectaron también a la economía francesa.

Sin duda, donde las dificultades mayores tuvieron lugar en Alemania, donde tras la guerra se había instaurado un régimen democrático conocido como “la República de Weimar”. Hacia 1923, el pago de las reparaciones de guerra era prácticamente imposible. Como consecuencia de ello, los franceses ocuparon la cuenca del Rhur, donde se concentraba buena parte de la riqueza minera e industrial de Alemania. El gobierno alemán respondió con la suspensión del pago de las indemnizaciones y llamó a la población a resistir la ocupación mediante una huelga general. Se comprometió a pagar los salarios a los trabajadores en huelga y a compensar a los empresarios. Todo ello desató una enloquecida hiperinflación, el agravamiento del empobrecimiento de las clases medias alemanas y el aumento del desempleo.

Dada la dependencia de las economías europeas del pago de las indemnizaciones por Alemania, sobre todo de la francesa, se impuso una revisión de la situación. Se puso en marcha el “Plan Dawes”, que consistía en un relajamiento del rigor de las reparaciones de guerra y en la puesta en marcha de una línea de créditos americanos para financiar la recuperación alemana. En 1925 se firmaron los acuerdos de Locarno, donde se reforzó el clima de entendimiento establecido tras el Plan Dawes y se alcanzaron importantes acuerdos para la estabilidad internacional: reconocimiento de fronteras entre Alemania y Francia, y declaración de que la región alemana de Renania quedaría desmilitarizada. Este nuevo clima de distensión favoreció que Alemania fuera admitida en la Sociedad

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de Naciones, y que en 1929 se suavizaran de nuevo las condiciones de pago a Alemania, mediante el “Plan Young”.

Sin embargo, la recuperación económica de Europa y el clima de entendimiento político fueron arrollados por el impacto de la crisis económica de 1929 en los EE.UU.

4.4.2 El Crac de 1929.

El paisaje de la economía norteamericana ofrecía síntomas inquietantes en los meses previos al “jueves negro”, al 24 de octubre de 1929. En un rápido vuelo sobre los Estados Unidos, el país más próspero y fortalecido tras el fin de la I Guerra mundial, podríamos contemplar la ruina de miles de agricultores atenazados por la bajada de los precios agrícolas, consecuencia de la sobreproducción, y por la imposibilidad de pagar los créditos solicitados para mecanizar las granjas. Podríamos ver también inquietud en las fábricas, que afrontaban un debilitamiento de las expectativas de sus ventas, ante la caída del consumo, y una creciente dificultad para obtener financiación de los bancos. Y también podríamos ver el crecimiento sin control de una burbuja especulativa en la bolsa, a donde se dirigía el dinero de miles de ciudadanos atraídos por el crecimiento constante del valor de sus inversiones. Sus ahorros y los préstamos concedidos sin límites por los bancos iban destinados a la compra de unas acciones que se revalorizaban nada más comprarlas.

El jueves 24 de octubre de 1929, la bolsa se desplomó. Los inversores perdieron sus ahorros invertidos en acciones que ahora no valían nada y que, además, veían como unos bancos en dificultades les reclamaban el pago de los préstamos concedidos para comprarlas. El consumo se desplomó, cientos de fábricas cerraron y el desempleo se multiplicó. La situación de los granjeros se hizo insostenible. La nueva caída de los precios agrarios provocó el impago de sus deudas, por lo que muchos perdieron sus granjas y se convirtieron en braceros itinerantes. El paisaje era el de la Gran depresión, afrontada a partir de 1933 por las medidas intervencionistas del presidente Roosvelt y conocidas como el “New deal”.

Las consecuencias de la Gran depresión fueron terribles en una Europa que se recuperaba gracias a los préstamos americanos. Cuando los bancos estadounidenses dejaron de prestar dinero a Alemania y a Austria, sus economías se desplomaron. Y una buena parte de la población de estos países, presa de la

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angustia, se entregó a las propuestas simplistas, demagógicas y envenenadas de la extrema derecha, de los nazis.

4.4.3 La sociedad de masas.

En el periodo de entreguerras la crisis económica convivió con la consolidación en las grandes ciudades de la denominada cultura o sociedad de masas. Desde finales del Siglo XIX, las ciudades europeas que habían experimentado la revolución industrial representaban un nuevo y singular fenómeno. Se trataba de ciudades superpobladas, ya que su industria había atraído a masas de campesinos, y segmentadas socialmente: el centro comercial y financiero, los barriios burgueses y los barrios industriales y obreros estaban bien definidos y separados. El propio desarrollo de la revolución industrial favoreció su extensión gracias a la construcción de redes de transporte (trenes, tranvías y autobuses).

El incremento demográfico, la movilidad favorecida por los nuevos medios de transporte y la aparición de amplias clases medias, crearon la ciudad moderna, la ciudad de masas.

Unas masas que constituían un gigantesco mercado de consumidores que favoreció el desarrollo de la industria manufacturera y la modernización del comercio, apoyado ahora en la publicidad y en los grandes almacenes.

Unas masas que, gracias a las mejoras sociales progresivamente introducidas, empleaban parte de su salario en su cio y entretenimiento. La popularización del deporte, el cine y los espectáculos están vinculados a una nueva cultura del ocio característica de la sociedad de masas.

Unas masas que irrumpieron en la política, desbaratando, tras la extensión del sufragio universal, el sistema liberal tradicional reservado a las élites. Los partidos socialistas y, en menor medida, los comunistas, irrumpieron en los parlamentos y movilizaron las masas de obreros. En países como Alemania, España, Inglaterra o Francia, los partidos socialistas llegaron a convertirse en la primera fuerza política en algunos periodos. En los periodos de agravamiento de la crisis económica, surgieron partidos de masas de orientación derechista, con el sentimiento nacionalista como base. El movimiento fascista italiano en los primeros años veinte, y el nazismo alemán en los años treinta, movilizaron con su propaganda, su escenografía de corte militar y su discurso radical a masas de trabajadores y burgueses, fundamentalmente urbanas.

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4.5 LOS FASCISMOS.

Los fascismos forman parte de la columna vertebral de la era de las masacres. Fueron, en gran medida, consecuencia de la I Guerra mundial y de la crisis económica que se desarrolló a continuación. No se pueden entender sin la sociedad de masas que alcanza su clímax en el periodo de entreguerras, ni tampoco sin su función de respuesta al comunismo implantado en la Unión Soviética, fruto también de la singular cosecha ofrecida por la I Guerra mundial. Son, sin embargo, su determinante contribución a provocar la II Guerra mundial y su trágico protagonismo en las principales carnicerías que en ella tuvieron lugar, lo que confiere una dimensión histórica singular a los fascismos.

4.5.1 El contexto en el que surgieron los fascismos.

Existen algunos elementos comunes en el surgimiento de los fascismos en el periodo de entreguerras. Entre ellos se encuentra, sin duda, la consolidación de un régimen comunista en la antigua Rusia y el miedo existente entre amplios sectores de las clases medias a la irrupción de una revolución social que implantara el comunismo en sus países. El fascismo fue, pues, una reacción a la posibilidad de la revolución obrera.

La extensión del fascismo se explica también por la crisis de los estados liberales en los años siguientes a la finalización de la I Guerra mundial. En un contexto de crisis económica y de agitación revolucionaria obrera, amplios sectores de las clases medias se dejaron tentar por el discurso radical del fascismo que despreciaba las bases del estado liberal. Lo dibujaban como un artilugio anticuado, corrupto e ineficiente, del que se beneficiaban unos pocos privilegiados y que no ofrecía soluciones a los graves problemas del momento. El fascismo nació para contener la revolución obrera, objetivo que debía realizarse mediante la destrucción del estado liberal, y sustituyéndolo por un estado fuerte que no reconocía los límites clásicos del sistema liberal: gobiernos representativos, libertades y derechos, separación de poderes.

El freno a la revolución obrera y la destrucción del estado liberal se hacía mediante la exaltación de un discurso nacionalista y una práctica política basada en la violencia y en la movilización de las masas. El discurso nacionalista se basaba en la necesidad de conducir a la patria hacia un destino glorioso. La violencia y la movilización de las masas subrayaba la voluntad del fascismo de sustituir la política parlamentaria por la política de las calles: los grandes discursos

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de sus líderes ante las multitudes enfervorecidas y la acción violenta de las milicias fascistas intimidando y eliminando a sus adversarios.

El fascismo prendió en la mayoría de los países europeos, pero fue en Italia y en Alemania donde tomó el poder y dio forma a unos estados totalitarios que representaban una novedosa, y terrible, alternativa a los estados liberales tradicionales.

4.5.2 El fascismo italiano.

La Italia de 1919 respondía a las características básicas que acabamos de describir. Una profunda crisis económica, consecuencia de la guerra, y la existencia de una movilización obrera y campesina sembraron el miedo entre los propietarios y las clases medias. El funcionamiento del estado liberal no ofrecía una respuesta clara y contundente a la gravedad de la situación. Los partidos políticos tradicionales se enredaban en interminables disputas y no había un gobierno estable. Era el caldo de cultivo del fascismo.

Benito Mussolini creó en 1919 las milicias fascistas. Formadas por antiguos combatientes de la I Guerra mundial, fueron la base, disciplinada y violenta, del Partido Nacional fascista, creado en 1921. Las milicias fascistas fueron muy útiles como fuerza de choque de los propietarios para intimidar a los militantes de los partidos de izquierda. Pero Mussolini era un líder ambicioso que no se conformaba con imponerse en las calles mediante la violencia. Su objetivo era la toma del poder.

En las elecciones su partido obtenía unos resultados cada vez mejores, pero insuficientes para hacerse con el gobierno. Era necesaria la fuerza. En 1922 exigió al Rey Víctor Manuel III que le entregara la presidencia del gobierno. Para ello amenazó con hacer marchar hacia Roma a sus milicias fascistas. El rey y los partidos conservadores, atemorizados, vieron en Mussolini una alternativa sólida y convincente frente al desgobierno y la amenaza de la revolución obrera. Y le entregaron el poder.

Una vez en el poder, Mussolini fue dando los pasos necesarios para crear un estado totalitario, un estado fascista. Aprobó una ley electoral a su medida, lo que le permitió obtener la mayoría en el parlamento. Y desde un parlamento dominado por su partido liquidó el estado liberal e impuso una dictadura. Asesinó o encarceló a sus adversarios de la izquierda y en 1925 cerró el parlamento. El partido fascista se convirtió en el único partido legal, y sus miembros pasaron a

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ocupar todas las instituciones del estado. Los sindicatos obreros fueron prohibidos, se impuso la censura en la prensa y la policía política persiguió cualquier forma de oposición.

El Estado fascista estaba sometido a la voluntad de Benito Mussolini, el “duce” o caudillo. Controlaba la vida política y la economía. Si el sistema parlamentario liberal fue sustituido por una dictadura, del sistema económico liberal se respetó la propiedad privada y la libertad de empresa, pero dando entrada a una fuerte intervención del Estado en la economía. El Estado implantó la protección de la industria nacional y trató de crear las bases de una economía autosuficiente, que prescindiera de las importaciones. Para ello creó el IRI, un organismo estatal que orientó las inversiones del Estado hacia sectores estratégicos, como la defensa.

Italia debía encontrar su destino en la creación de un gran imperio, para lo que era necesaria la guerra. El imperialismo fascista italiano afirmó su dominio colonial en Libia, conquistó Etiopía en 1936 e invadió Albania en 1939. Hay que destacar también que, en alianza con la Alemania nazi, tuvo una participación decisiva en la guerra civil española, apoyando al ejército de Franco.

Esta agresividad internacional condujo, finalmente, a Italia hacia la II Guerra mundial.

4.5.3 El fascismo alemán: el nazismo.

El caldo de cultivo del nazismo era coincidente, en buena medida, con el italiano. Pero en el caso alemán se encontraba enriquecido por la dureza de las condiciones de paz impuestas en el Tratado de Versalles que puso fin a la I Guerra mundial. Tanto el pago de gigantescas reparaciones de guerra, como las pérdidas territoriales ( a favor de Francia y del nuevo Estado polaco) , como la posterior ocupación por Francia del Rhur, fueron percibidas como una profunda humillación.

Alemania había padecido, además, la experiencia del pánico generalizado a la ruina general. En 1923 estalló una hiperinflación, vinculada al pago de reparaciones de guerra, que extendió la pobreza, el desplome de las clases medias y el vértigo general. Frente a la gravedad de los problemas, la joven República alemana, nacida en la ciudad de Weimar, respondía con gobiernos débiles, en permanente conflicto y crecientemente alejados de amplios sectores sociales.

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El Plan Dawes y los Acuerdos de Locarno suavizaron la situación, pero la crisis económica de 1929 y la retirada de los préstamos americanos provocaron un nuevo estallido del pánico y el auge del partido nazi.

Hacia 1920 Adolf Hitler creó el partido nazi (NSDAP, en sus siglas alemanas), cuyas características generales eran coincidentes con el fascismo italiano: milicias violentas preparadas para intimidar y echar de las calles a los militantes de los partidos obreros, rechazo del Estado liberal y visión de un destino glorioso para la nación alemana. Ahora bien, el nazismo alemán presentaba un singular discurso racista, una exaltación de los valores de la raza aria. A su vez, inventó la existencia de un enemigo que condensaba todos los males: el pueblo judío. El antisemitismo no era nuevo en absoluto, pero adquiría en el lenguaje nazi una nueva violencia.

El partido nazi, que protagonizó un fracasado intento de golpe de Estado en 1923 (que llevó a Hitler a la cárcel, donde escribió su tratado político: Mein Kampf), no tuvo unos resultados electorales destacables hasta que estalló la crisis económica de 1929. Entonces sus resultados comenzaron a ser espectaculares. Combinando el miedo de las clases medias a la revolución obrera, y a empobrecerse como consecuencia de la crisis, con la violencia ejercida en las calles por sus milicias, y contando con la financiación de las grandes empresas industriales, el partido estaba en condiciones de aspirar al poder.

En las elecciones el 1932 fue el partido más votado, y al año siguiente, el presidente de la República, el ultraconservador Hindenburg, encargó a Hitler la formación de un gobierno, con el apoyo de las fuerzas de derecha. Desde el gobierno, Hitler comenzó la destrucción de la democracia alemana, la “República de Weimar”, y la implantación de na dictadura totalitaria.

Para hacerse con el pleno control del Estado, convocó nuevas elecciones en 1933. Desde el gobierno impulsó la violencia extrema de las milicias nazis contra sus principales rivales, los partidos de izquierda. Aprovechó el incendio del Reichstag para culpar a los comunistas y declarar el Estado de emergencia, atribuyéndose plenos poderes. A la muerte de Hindenburg, Hitler se proclamó “Führer” y el poder nazi se convirtió en absoluto, fundando un Tercer Reich basado en la eliminación del Estado liberal, la prohibición de todos los partidos políticos y sindicatos, a excepción, claro está, del Nazi, y la puesta en marcha de una feroz represión contra sus adversarios. El modelo italiano estaba siendo implantado con gran aplicación.

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Al igual que el fascismo italiano, el totalitarismo nazi que liquidó el sistema parlamentario mantuvo la propiedad privada y la libertad de empresa, bajo una intensa intervención del Estado en la economía, orientada también hacia un sistema autosuficiente de carácter autárquico. Ahora bien, en el caso alemán esa intervención se orientó con mayor claridad hacia el rearme. La recuperación de los territorios perdidos en la I Guerra mundial y la consecución de un “espacio vital” para los alemanes exigían un poderoso ejército preparado para la guerra.

El Estado totalitario nazi puso en marcha muy pronto los primeros campos de concentración para los militantes de los partidos de izquierda. Y fue desarrollando una política de exclusión social y política de la minoría judía. En 1936 se aprobaron las Leyes de Nuremberg, un auténtico sistema de segregación racial. Esta segregación racial fue acompañada del uso sistemático de la violencia. El 9 de noviembre de 1938, como represalia al asesinato de un diplomático alemán, en Francia, se desencadenó la “Noche de los Crsitales Rotos”, en la miles de sinagogas y comercios propiedad de judíos fueron asaltados e incendiados. La segregación racial y la violencia fueron el antecedente del exterminio llevado a cabo durante la II Guerra mundial.

La agresividad nazi, basada ahora en la modernización acelerada del ejército, se plasmó en la remilitarización de Renania (Incumpliendo lo establecido en el Tratado de Versalles), en 1935. En 1936 Hitler no dudó en apoyar, con financiación, armas e incluso con la intervención directa de un destacamento de su ejército, la Legión Cóndor, al ejército de Franco durante la Guerra civil española (1936-1939). España se convirtió en un escenario de pruebas de la política internacional agresiva de Hitler y del ejército alemán. La aviación alemana estrenó en Guernica el bombardeo aéreo de ciudades que extendería por Europa durante la II Guerra mundial.

La política expansionista de Hitler logró la anexión de Austria. En 1934 los nazis habían eliminado al dictador austriaco que se oponía a la anexión (Dollfuss) y en un referéndum de 1938 el pueblo austriaco, bajo la presión nazi, aprobó la unificación.

También en 1938 Hitler consiguió la incorporación de las regiones de Checoslovaquia de mayoría alemana, los Sudetes. Contó para ello con la conformidad de Francia e Inglaterra, quienes en la Conferencia de Munich creyeron que esta cesión apaciguaría a Hitler y evitaría la guerra. En 1939, Alemania ocupó el resto de Checoslovaquia.

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En 1939 se firmó el sorprendente pacto de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética, conocido como el pacto Molotiv-Von Ribbentrop. En un memorándum secreto, acordaron el, reparto de Polonia. Stalin se aseguraba la paz en su frontera europea, conseguía recuperar los territorios perdidos en la I Guerra mundial y podía concentrarse en lo que consideraba su principal amenaza: la presencia japonesa en Manchuria. Por su parte, Hitler se garantizaba la no intervención soviética cuando sus tropas cruzaran la frontera polaca, evitando un doble frente en el caso de que Francia e Inglaterra acudieran en socorro de Polonia. El 1 de septiembre de 1939 las tropas alemanas cruzaban la frontera polaca, comenzando la II Guerra mundial.

4.5.3 El fascismo japonés.

La Revolución Meiji que, a finales del S.XIX, condujo a Japón hacia la modernización, la industrialización y la adopción de un sistema político de tipo occidental, fue un éxito. La primera demostración de este éxito fue la victoria japonesa sobre el ejército ruso en la guerra ruso-japonesa de 1905. Se trataba de la primera victoria de un país asiático sobre uno europeo, y del primer paso de la expansión japonesa sobre Asia.

En el contexto de crisis económica y política internacional del periodo de entreguerras, la política japonesa se fue orientando hacia el conservadurismo y el militarismo, defensores de la monarquía imperial y el totalitarismo. En 1940 se prohibieron los partidos políticos, y desde el Ejército se propugnaba la expulsión de los europeos de Asia bajo el liderazgo de un Imperio japonés. Esta expansión imperial comenzó en 1932 con la invasión de Manchuria (China noroccidental), y prosiguió con la de Corea en 1934 y la de China en 1937. Japón anunció en 1938 la creación de un “nuevo orden” en Asia Oriental.

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ANEXO

LA DIMENSIÒN HISTÓRICA DEL NAZISMO

La historia del asesinato político en masa, iniciado con el genocidio del pueblo armenio entre 1915 y 1921, tuvo en la Unión Soviética de Stalin la adición de nuevos y crueles capítulos, destacando, entre otros, los episodios de las hambrunas subsiguientes al plan quinquenal 1928-1932 y de los procesos de Moscú de los años treinta. Pero para percibir en toda su dimensión el horror del siglo XX es necesario adentrarse en la génesis y desarrollo del proyecto político de los nacional-socialistas alemanes, los nazis. Y para ello es necesario tener en cuenta que los crímenes cometidos al servicio de ese abyecto plan trascienden con mucho los cometidos dentro de las alambradas de los campos de concentración que se han hecho tristemente célebres, como Auschwitz, Treblinka o Buchenwald. Es necesario reparar en que la mayoría de las víctimas del régimen nazi nunca vio un campo de concentración. El hambre y las armas de fuego provocaron más muertes que el gas.

En la Unión Soviética de Stalin la política agraria asociada a la industrialización acelerada estuvo en el origen de la trágica suerte de los kulaks. También la política agraria formó parte de las atrocidades cometidas por los nazis. De hecho, estos planearon la creación de un imperio que se expandiría hacia el este, mediante el que Alemania se apoderaría de las tierras fértiles de los polacos y de los soviéticos. Tanto unos como otros deberían morir de hambre, serían deportados aún más hacia el oeste o esclavizados. Las tierras así despobladas serían colonizadas por campesinos alemanes. Para que ello fuera posible sería necesario desencadenar una guerra, y la victoria permitiría alimentar a Alemania. En definitiva, el programa nazi contemplaba una amplia conquista del este de Europa en beneficio de una clase superior, la alemana.

El plan alemán de expansión por el este comenzó a ponerse en práctica el 1 de septiembre de 1939, cuando las tropas alemanas cruzaron la frontera polaca. Ese mismo día, y durante las semanas siguientes, el ejército alemán comenzó a emplear técnicas de destrucción que resultaron novedosas y que iban a marcar el carácter especialmente sanguinario de la II Guerra mundial. Con el bombardeo de Varsovia la aviación alemana aplicó con rigor y eficacia la estrategia de aterrorizar

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desde el aire a la población civil, generando una espantosa destrucción. La técnica del bombardeo de la población civil en las ciudades, ensayada por los ejércitos coloniales en África y por la Legión Cóndor en Guernica, durante la guerra civil española, comenzó en Varsovia el terrible itinerario de muerte masiva y de destrucción sin precedentes que proseguiría durante toda la II Guerra Mundial. Los ejércitos aliados incorporaron rápidamente este recurso y lo aplicaron sistemáticamente sobre las ciudades alemanas y japonesas. Hiroshima representa el corolario de esta monstruosidad que comenzó en Varsovia, en 1939.

Los ejércitos alemanes que invadieron Polonia pusieron en práctica otra herramienta de trabajo novedosa al servicio de la victoria. Los alemanes fusilaban sin reparos a los prisioneros. El empleo de esta violencia sin miramientos, practicada también por la NKVD de Stalin en la propia Polonia (y un buen ejemplo lo representan las matanzas de Katyn) estaba al servicio de un proyecto superior: la destrucción del pueblo polaco y con ello contribuir al gran programa de colonización alemana del este. Era necesario que los soldados alemanes tuvieran una percepción de las personas que fusilaban, de los polacos, como una gente degradada, no propiamente humana. La propaganda nazi se puso al servicio del cumplimiento de ese cometido. Este ejercicio de eliminación masiva, de asesinato en masa, se ensayó en Polonia, pero adquirió sus mayores proporciones cuando Alemania invadió la Unión Soviética, dos años más tarde.

La tercera cuestión que se derivó de la entrada del ejército alemán en Polonia fue la toma de contacto con una nueva visión del “problema judío”. En Polonia, y más tarde en la Unión Soviética, los alemanes entraron en contacto con millones de judíos, algo que no tenía nada que ver con las relativamente pequeñas comunidades de judíos alemanes. El sometimiento, confinamiento, esclavización y eliminación física de estos millones de personas constituyó una de las páginas más horrendas de la historia de la humanidad. A esa enorme masa de judíos habría que mantenerla bajo control, explotarla en campos de trabajo hasta que llegara el momento de la adopción de una solución final. Surgieron así los enormes guetos de las ciudades polacas, donde eran concentrados a la fuerza los judíos de la zona.

Finalmente, los alemanes que entraron en Polonia ensayaron muy pronto un programa de eliminación de lo que de acuerdo con la terminología nazi se denominaba como “seres desprovistos de valor vital”, es decir, de discapacitados físicos y psíquicos. En los primeros meses de la invasión de Polonia los alemanes eliminaron a más de 7.000 deficientes mentales, siguiendo la visión nazi de lo que

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había que hacer con las personas desprovistas de valor vital. Estas técnicas de eugenesia acompañaron al ejército alemán en su expansión por el este y fueron puestas en práctica en la propia Alemania. De hecho, más de 70.000 alemanes “no aptos para la vida” murieron gaseados.

Como señala Timothy Snyder, autor de “Tierras de Sangre”, el 22 de junio de 1941 fue uno de los días más importantes de la historia de Europa. La invasión alemana de la Unión Soviética, la Operación Barbarroja, fue el inicio de una catástrofe indescriptible. En los combates mantenidos entre el ejército alemán y el Ejército Rojo murieron más de diez millones de hombres, además de un número equivalente de civiles. Estos murieron bajo los bombardeos, por el hambre o víctimas de enfermedades. Durante esta trágica operación los alemanes mataron, además, a otros diez millones de personas, de ellas cinco millones de judíos y cerca de tres millones de prisioneros de guerra, la mayoría rusos.

El proyecto imperialista alemán se puso en marcha y a él se enfrentó la denodada voluntad soviética de resistir. El enfrentamiento no era tanto ideológico, entre nazismo y comunismo, como territorial.

Dos proyectos imperiales entraron en conflicto, basados en la posesión de un extenso territorio que garantizara su autosuficiencia industrial y agrícola. La singularidad el proyecto alemán radicaba en su componente racial. El imperio alemán soñado por Hitler debía asegurar la prosperidad de Alemania a expensas de otros pueblos, y solo podría hacerse realidad mediante una victoria completa sobre la Unión Soviética. La viabilidad del plan dependía de la colonización alemana no solo de Polonia y de la parte occidental de la Unión Soviética, sino del control de los recursos petrolíferos del Cáucaso soviético. Los alemanes deportarían, matarían o esclavizarían a las poblaciones de los territorios conquistados e impondrían un nuevo orden, basado en la colonización alemana de las tierras fértiles. Para ello, entre treinta y cuarenta y cinco millones de personas deberían desaparecer.

En una primera fase las tierras fértiles de Polonia y de Ucrania, ocupadas por el victorioso ejército alemán, deberían servir para alimentar a Alemania y al propio ejército alemán. Ello traería una trágica consecuencia: la desviación de la producción agrícola hacia Alemania provocaría el hambre de los pueblos conquistados. De hecho, los planificadores nazis contemplaron la muerte por hambre de millones de ciudadanos soviéticos dentro del llamado “Plan del Hambre”. Según sus cálculos, entre 1941 y 1942, deberían morir por hambre cerca

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de treinta millones de personas. Nada menos que el mariscal Goering se puso al frente del plan que debería transformar el este de Europa en una colonia agraria de exterminio. En una segunda fase, las ciudades polacas y soviéticas serían destruidas y todo el territorio desindustrializado, y puesto al servicio del proyecto imperial alemán.

El Plan del Hambre se encontró pronto con grandes dificultades. A los soldados alemanes, pese a toda la violencia empleada, no les era posible controlar la producción de todas las granjas de los enormes territorios conquistados. Pero lo que fue decisivo para su fracaso fue que, contra todas las previsiones de Hitler, el Ejército Rojo resistió. La resistencia soviética trastocó todos los planes. La política de apropiarse de los alimentos no perseguiría ya el exterminio estratégico de la población, sino el asegurarse que la población alemana no pasaría hambre durante la guerra. Había que alimentar a tres millones de soldados alemanes sin que la población civil alemana se resintiera. Había que privar de comida a los soviéticos para que la población civil alemana no viera alterada su dieta. Para asegurar la continuidad de la guerra los alemanes establecieron un orden de prioridades en la distribución de alimentos que situaba a los soldados alemanes en primer lugar, a los civiles alemanes después, después a los ciudadanos soviéticos, y finalmente, a los prisioneros de guerra rusos. Esta política mataría de hambre a millones de personas en los meses siguientes.

Para comprender la magnitud de la tragedia debe tenerse en cuenta que nunca en la historia de la guerra moderna se habían hecho tantos prisioneros. A finales de 1941 los alemanes habían capturado a tres millones de soldados soviéticos. Los campos de prisioneros se convirtieron en grandes campos de la muerte por hambre. En un solo día de 1941 el número de prisioneros soviéticos muertos igualó al de prisioneros de guerra británicos o alemanes que murieron durante toda la II Guerra Mundial. A lo largo de la guerra los alemanes mataron a más de tres millones de prisioneros soviéticos, la mayoría por hambre.

Pero la resistencia del Ejército Rojo tuvo otras consecuencias, de enorme calado. La rápida victoria no fue posible y los soviéticos resistieron. Al proyecto colonial le aguardaba un futuro incierto y, en todo caso, debía de ser postergado. Los grandes estrategas nazis reformularon sus proyectos. Había que dar una nueva justificación al sacrificio del ejército alemán. El proyecto colonial debía dar paso a otro proyecto, el del exterminio de los judíos, la “solución final”.

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Los dirigentes nazis que reformularon los proyectos iniciales, Heydrich y Himmler, diseñaron el nuevo. Todos los judíos no aptos para el trabajo deberían ser eliminados, y los que pudieran trabajar lo harían hasta la muerte en campos de trabajo. A finales de 1941 los alemanes habían asesinado a un millón de judíos en los territorios que habían ocupado desde que cruzaron la frontera polaca. Bajo la dirección de las SS de Himmler, grupos especializados de exterminio fusilaron a cientos de miles de judíos en los países bálticos, en Polonia, Ucrania y Bielorrusia, a menudo con el apoyo de milicias locales. Estas unidades de exterminio eran denominadas Einstazgruppen. Se especializaron en el fusilamiento masivo de varones. Para el asesinato en masa de mujeres y niños Himmler puso en acción a grupos menos propensos a encontrar reparos, las Waffen-SS. En las afueras de Kiev, en Babii-Yar se puso en práctica el primer intento de asesinar en masa a toda la población judía asentada en una gran ciudad. Durante treinta y seis horas los nazis fusilaron ininterrumpidamente hasta acabar con la vida de más de 30.000 personas. A Babii-Yar le siguieron otras muchas. Los fusilamientos subsiguientes alcanzaron una escala industrial.

Las necesidades de esta peculiar industria del asesinato en masa llevaron a Himmler a promover la búsqueda de un método más rápido y eficiente. En la Polonia ocupada, en los campos de Chelmno y Bélzec se construyeron instalaciones para al asesinato en masa mediante la aplicación de gas. La construcción de estas instalaciones al servicio de la “Solución final” fue acompañada de un esfuerzo propagandístico de la justificación de su necesidad. La guerra no iba bien, los planes iniciales habían fracasado, y todo ello era culpa de un complot internacional de los judíos contra Alemania. La conspiración judía mundial la integraban los capitalistas EE.UU. y la comunista Unión Soviética. La aniquilación de los judíos era la consecuencia necesaria. En esta reformulación de la razón de ser de la guerra la propaganda nazi cambió los papeles atribuidos a los contendientes. Alemania no era la agresora, era la víctima de una conspiración mundial. Los judíos, capitalistas o comunistas, eran los agresores.

En definitiva, el fracaso del ejército alemán en la Unión Soviética puso en marcha la Solución final, el exterminio masivo y con vocación de ser definitivo de los judíos. Como hemos visto, hasta ahora los judíos estaban siendo masacrados por donde el ejército alemán avanzaba. Ahora le tocaría el turno a todos los judíos, desde los Pirineos hasta la línea del frente de guerra ruso. Mientras que los judíos que vivían al este de la línea pactada por Molotov-Ribbentrop estaban siendo fusilados en masa, a los judíos que vivían al oeste de esa línea les esperaban las

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cámaras de gas. Más de cinco millones de personas fueron aniquiladas por la combinación de ambos procedimientos.

En diciembre de 1941 Hitler comunicó, en la célebre Conferencia de Wansee, su deseo de que todos los judíos de Europa fueran exterminados. A partir de entonces y hasta noviembre de 1944, seis centros (Chelmno, Belzec, Sobibor, Treblinka, Majdanek y Auschwitz) funcionaron al servicio de su deseo. Los judíos que habían sido confinados en guetos en Polonia, y otros muchos procedentes de toda la Europa ocupada por Alemania fueron liquidados en las cámaras de gas.

El precedente del empleo del gas para el asesinato en masa de seres humanos tuvo lugar en la propia Alemania. Entre 1939 y 1941 mediante este sistema habían sido exterminados los discapacitados, enfermos mentales y otras personas calificadas como indignas para vivir. Se trató del programa nazi de eutanasia que acabó con la vida de más de 70.000 personas. El programa fue suspendido por la existencia de protestas de diversos sectores, religiosos la mayoría, pero el modelo había sido creado. En los campos de Chlemno y Belzec se empleó con intensidad sobre la población judía entre 1941 y 1942. El sistema comenzaba con la realización de redadas en los guetos, el traslado de los capturados en trenes a los campos y su exterminio en las cámaras de gas.

El asesinato en Praga de uno de los planificadores de la Solución final, el general Heydrich, a manos de la resistencia checa, implicó la aceleración de los planes de exterminio. Se puso en marcha la “Operación Reinhard”, en homenaje al general asesinado. Comenzó entonces el exterminio masivo de los judíos polacos, llevados a morir a los campos de Sobibor y Treblinka. A estos campos se añadió Auschwitz, que se especializó en el exterminio de las poblaciones judías de fuera de Polonia (Hungría, Francia, Grecia, etc.). Ante el avance, en 1944, del Ejército Rojo, Auschwitz se convirtió en el gran centro de operaciones de la Solución final, en el climax del Holocausto. Nadie sobrevivió a las cámaras de gas, pero la derrota alemana permitió que cien mil personas salieran con vida de Auschwitz. Y que pudieran contar lo sucedido.

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