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Alternativas a Wundt
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CAPÍTULO 6
ALTERNATIVAS A LA PSICOLOGÍA WUNDTIANA
Paralelamente al esfuerzo de Wundt por sentar las bases sistemáticas e institucionales de la
psicología, ésta se iba desarrollando rápidamente en una pluralidad de direcciones que se
expresaron en la aparición de nuevos enfoques, cursos, laboratorios y revistas, y que divergían de
modos diversos de la promovida por el psicólogo alemán. En este capítulo nos ocuparemos de
algunas de las principales alternativas y reacciones tempranas a los planteamientos wundtianos que
fueron surgiendo en los años finales del siglo XIX y que constituían un temprano anuncio de ese
“sino babélico” que, como se ha dicho (Pinillos, 1962: 98), iba a caracterizar en lo sucesivo a la
psicología moderna.
La psicología del acto: Franz Brentano
Una de las primeras fue sin duda la del filósofo y psicólogo alemán Franz Brentano (1838-
1917), sacerdote católico separado de la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano I (1869-1870) y
profesor de las universidades de Wurzburgo y Viena de accidentada trayectoria académica y
personal1, cuya obra psicológica capital, La psicología desde el punto de vista empírico, vio la luz
en 1874, el mismo año en que aparecía el segundo volumen de los Fundamentos de psicología
fisiológica, la gran obra sistemática de Wundt .
El interés de Brentano por la psicología respondía, en última instancia, a la pretensión de
devolver a la filosofía un esplendor que, en su opinión, había perdido desde Kant. A los excesos
especulativos cometidos por el pensamiento idealista alemán había que oponer una filosofía
científica, anclada en la experiencia entendida al modo de las ciencias naturales, que por este
procedimiento (y al calor del positivismo filosófico reinante) habían alcanzado por entonces un
grado de desarrollo extraordinario. Y era precisamente la psicología la que podía proporcionar a la
filosofía el fundamento científico que ésta venía reclamando.
Brentano reconocía, sin embargo, que la psicología de su tiempo no estaba a la altura de
semejante misión. Escindida en numerosas tendencias enfrentadas, cualquier afirmación sobre lo
psíquico resultaba inmediatamente cuestionada desde uno u otro sector. Era preciso por tanto hacer
frente a esa situación delimitando con nitidez su ámbito propio, definiendo su objeto y sentando así
1 Sobre la vida de Brentano puede verse el vídeo “Franz Brentano (1838-1917)”, en <https://canal.uned.es/mmobj/index/id/10008>
2
las bases de una psicología verdaderamente científica capaz de sustituir a todas las demás. Sólo así
podría aspirar a convertirse en el sólido fundamento de la filosofía.
Así, pues, Brentano situaba su indagación en el ámbito de la experiencia, el marco
fenomenista en que se hallaba instalado el pensamiento científico-positivo más reciente. La
psicología tendría que ser una ciencia de fenómenos, la ciencia de los fenómenos psíquicos. Atrás
quedaba, por tanto, la idea de una psicología del alma entendida como sustancia o sustrato unitario
de sus facultades, una concepción filosófica propia de la tradición metafísica anterior que resultaba
claramente insatisfactoria desde el punto de vista científico que la nueva situación parecía exigir.
Ahora bien, los fenómenos psíquicos ¿en qué consisten? ¿En qué se diferencian de los que no
lo son, de los fenómenos físicos? Tras examinar minuciosamente distintas posibilidades que
terminaba rechazando por insuficientes, Brentano llegaba finalmente a la siguiente caracterización
general:
Todo fenómeno psíquico está caracterizado por lo que los escolásticos de la Edad Media han llamado la inexistencia2 intencional (o mental) de un objeto, y que nosotros llamaríamos [...] la referencia a un contenido, la dirección hacia un objeto [...], o la objetividad inmanente. Todo fenómeno psíquico contiene en sí algo como su objeto, si bien no todos del mismo modo. En la representación hay algo representado; en el juicio hay algo admitido o rechazado; en el amor, amado; en el odio, odiado; en el apetito, apetecido, etc. Esta inexistencia intencional es exclusivamente propia de los fenómenos psíquicos. Ningún fenómeno físico ofrece nada semejante. Con lo cual podemos definir los fenómenos psíquicos diciendo que son aquellos fenómenos que contienen en sí, intencionalmente, un objeto (Brentano, 1874/1935: 28-29).
La intencionalidad es pues la clave. En la acepción de Brentano, la intencionalidad nada
tiene que ver con la “intención” o el “propósito”, sino -como se expresa en el fragmento citado-
con la “referencia a un contenido” o la “dirección hacia un objeto” (o, si se quiere en otros
términos, la conciencia que se tiene de él). Brentano distingue, pues, entre los objetos o contenidos
(objetivos) a que remite todo fenómeno psíquico y la acción (subjetiva) de dirigirse o referirse a
ellos. Y es esto último lo decisivo: lo psíquico es propiamente el acto del sujeto, no su objeto o
contenido, por más que éste aparezca siempre necesariamente incluido en aquel. Es el ver, no lo
visto; el desear, no lo deseado, lo característicamente psíquico. Se trata por tanto de un acto
relacional que vincula a sujeto y objeto en una estructura que los refiere mutuamente. No hay
propiamente objeto si no es en un acto subjetivo, intencional, que lo contiene; y no hay acto
2 Por “inexistencia” no hay que entender aquí la “no existencia”, sino la “existencia en”.
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subjetivo que no contenga intencional y necesariamente algún objeto. En el fenómeno psíquico,
sujeto y objeto se coimplican.
Pero no todos los fenómenos psíquicos –había escrito Brentano- contienen sus objetos del
mismo modo. La referencia intencional a los objetos puede hacerse de varias formas, y Brentano
distinguió tres grandes tipos de fenómenos psíquicos en función de esos distintos modos de
referencia: las representaciones, los juicios, y lo que llamó “actos de amor y odio”; una nítida
distinción conceptual a la que no había que pensar que correspondiese una distinción real
igualmente nítida, sin embargo. Porque, en la realidad, estas tres clases de fenómenos se hallan
íntimamente entrelazadas, de modo que no hay acto psíquico en que no estén las tres de alguna
manera implicadas.
La representación es para Brentano el fenómeno psíquico básico, ya que estría supuesto en
todos los demás. En la medida en que todo fenómeno psíquico consiste en la referencia a un
objeto, éste tiene que hacerse presente al sujeto de algún modo como condición previa. La
representación, pues (habría que hablar tal vez mejor de “presentación”), no es otra cosa que la
presencia mental de un objeto, independientemente de que éste sea real o no: un color, un sonido,
una imagen… o un fenómeno psíquico. Porque aunque los fenómenos psíquicos se dirigen
primariamente hacia lo externo, también pueden hacerlo secundariamente hacia lo interno y
volverse hacia los fenómenos psíquicos mismos, convirtiéndolos de este modo en objetos
intencionales suyos. Así, todos los fenómenos psíquicos o son representaciones o se basan en ellas.
Esos objetos presentes o representados pueden además aceptarse o afirmarse como
verdaderos o rechazarse y negarse como falsos. Es esta una segunda manera de referencia que
Brentano denominó “juicio” (un tipo de fenómenos que tradicionalmente se confundía con los
primeros bajo la categoría común de “pensar”). O pueden también admitirse como buenos y
valiosos, o rechazarse como malos y carentes de valor. Es el caso de los “actos de amor y odio”,
dentro de los cuales englobaba Brentano los todos fenómenos emocionales y volitivos,
tradicionalmente separados, cuyas diferencias sin embargo consideraba más bien de grado que
propiamente esenciales.
Brentano sostenía, además, que cada una de estas distintas formas de referencia intencional
tenía un tipo de perfección que le era propio y característico: el de la actividad representativa
estaría en la contemplación de la belleza; el de la judicativa en el conocimiento de la verdad; y el
de la actividad amatoria en el ejercicio del bien o el amor al bien por el bien mismo. La estética, la
ciencia (lógica y teoría del conocimiento) y la ética vendrían a encontrar así su raíz y justificación
en una psicología que se convertía de ese modo en la ciencia fundante de todas las disciplinas no
físicas.
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Como Wundt, por tanto, Brentano quiso convertir la psicología en una auténtica ciencia; una
ciencia empírica interesada en ciertos fenómenos de la experiencia y desentendida en cambio de
supuestas “sustancias” que habrían obligado a fundarla en hipótesis metafísicas sobre la existencia
de algún sustrato permanente situado más allá de toda experiencia posible. Como Wundt,
asimismo, pretendió hacer de la psicología la ciencia fundamental, cimentando en ella la filosofía.
La pretensión de Brentano, sin embargo, se orientaba por derroteros bien distintos de los
wundtianos, expresando así ejemplarmente la diversidad de cauces por los que habría de discurrir
la psicología en lo sucesivo.
En uno de los cursos que profesó en la Universidad de Viena, publicado mucho después de
su muerte (Brentano, 1982/1995), Brentano había distinguido entre dos grandes partes o tareas de
la psicología: una “descriptiva” y otra “genética”. La primera o “psicognosia” (como también la
llamó) era lógicamente prioritaria, pues su objetivo era esclarecer conceptualmente aquello que la
segunda aspiraba a explicar causalmente. Mal podrán investigarse las causas de los fenómenos de
la memoria, escribió por ejemplo, sin tener claras previamente las características principales de
estos fenómenos. La psicología de Brentano fue fundamentalmente una psicología descriptiva
preocupada por establecer con precisión la definición y clasificación de los fenómenos psíquicos
(Gilson, 1955). La de Wundt, por el contrario, se ajustaba más bien a la concepción brentaniana de
una “psicología genética”, esto es, una psicología atenta a descubrir la “génesis” o condiciones
causales a que están sujetos concretamente los fenómenos.
Tampoco la concepción de lo psíquico era en modo alguno semejante en ambos autores.
Wundt había definido la psicología como una “ciencia de la experiencia inmediata” que debía
ocuparse del “contenido total de la experiencia” (Wundt,1896/1902: 11-12), esto es, tanto de los
factores subjetivos como de los objetivos que la integran (las ciencias naturales, en cambio, sólo
atenderían a los objetos de la experiencia, con abstracción de las dimensiones subjetivas de la
misma). Eso convertía a la psicología de Wundt en una psicología especialmente centrada en los
“contenidos”, ya que es este “contenido total” lo que viene a caracterizar y distinguir a los
fenómenos por los que la psicología se interesa. En Brentano, en cambio, como hemos visto, no
son los contenidos los que definen lo psíquico, sino el acto intencional de referirse a ellos. Su
psicología será una psicología de actos en la que no es lo representado, lo juzgado o lo deseado lo
que interesa, sino la acción misma de representarlo, juzgarlo o desearlo.
Tales diferencias en el modo de entender lo psíquico llevaban aparejadas asimismo una
profunda discrepancia en la concepción de los métodos. Porque Brentano había hecho suya la
crítica del filósofo francés Auguste Comte (1798-1857) y había negado todo valor científico a la
introspección. Los fenómenos psíquicos no pueden ser atendidos u observados al modo de los
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físicos, porque la observación los altera sin remedio. Inténtese observar atentamente cualquier
fenómeno emocional propio, por ejemplo, y se advertirá cómo la emoción se esfuma de inmediato
y queda suplantada por la observación misma. Los fenómenos psíquicos son refractarios a la
observación, que exige del objeto una estabilidad y una duración que sólo pueden encontrarse en
los físicos.
Wundt había intentado sortear las dificultades planteadas por la introspección mediante el
establecimiento de rigurosas condiciones de control experimental. Propugnó así la llamada auto-
observación o introspección experimental, que buscaba proporcionar las máximas garantías de
objetividad a la realización de las observaciones e informes introspectivos de los sujetos. Pero para
ello hubo de limitar su indagación a procesos elementales de tipo sensorial o afectivo (los únicos
que, según él, se podían controlar experimentalmente), sacando del laboratorio la investigación de
los procesos mentales superiores, más complejos, que se dejaba finalmente en manos de la
psicología de los pueblos.
A diferencia del enfoque experimental wundtiano, el de Brentano era un “punto de vista
empírico” que aspiraba a obtener sus datos no sólo de la experimentación (aunque también) sino
de toda posible experiencia. Y que los fenómenos psíquicos no fueran susceptibles de ser
atendidos u observados directamente no quería decir que no fueran accesibles a ella. Lo eran,
desde luego, a lo que Brentano llamó la percepción interna, esto es, una noticia inmediata e
infalible, si bien marginal, que tiene el sujeto del acto psíquico cuando éste se produce. En otros
términos, los fenómenos psíquicos van siempre acompañados de un cierto saber o conocimiento de
ellos que tiene lugar en los márgenes de la conciencia. Se trata de una noticia instantánea, limitada
estrictamente al momento mismo de su aparición, por lo que –pensaba Brentano- era preciso
completarla con la memoria, recurrir a la huella que deja en la memoria inmediata, para poder
hacer de esta percepción interna un uso científico (por más que este recurso introdujera un
elemento de falibilidad en el conocimiento resultante que éste no tenía en su origen).
En definitiva, como puede apreciarse, ni en la manera de entender la tarea de la ciencia
psicológica, ni en el modo de concebir su objeto y su método, coincidían estas dos figuras clave de la
psicología moderna. Fue la de Wundt, desde luego, con su ingente obra publicada y su poderoso
respaldo institucional, la que se impuso y alcanzó mayor difusión en los años finales del siglo XIX.
Brentano, en cambio, publicó muy poco. Su psicología carece del desarrollo sistemático que quiso dar
Wundt a la suya y, aunque centrada indudablemente en cuestiones fundamentales, apenas constituye
un ejercicio de propedéutica. Ello no obstante, excelente maestro y dotado de gran atractivo personal,
ejerció una profunda influencia en numerosos discípulos que siguieron sus enseñazas y desarrollaron
su pensamiento en líneas diversas y originales.
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Entre los que han ocupado un lugar importante en la historia de la psicología, debe destacarse a
Edmund Husserl (1859-1938), “padre” de la fenomenología, en cuya base se encuentran ideas tan
brentanianas como las de la conciencia como referencia intencional de un sujeto a un objeto, la
diversidad de las formas que puede adoptar esa referencia, y el examen descriptivo y sistemático de
esas formas como la tarea propia de la psicología. Discípulos de Brentano fueron también dos figuras
señeras de la llamada “escuela austriaca de la psicología del acto”, Alexius Meinong (1853-1920) y
Christian von Ehrenfels (1859-1932), teórico este último de las llamadas “cualidades gestálticas”,
precursoras de las “formas” o “Gestalten” tematizadas más adelante por los psicólogos de la Gestalt.
Mencionemos por último la influyente figura de Carl Stumpf (1848-1936), fundador y director del
Instituto Psicológico de Berlín (donde se formaron, entre otros, Köhler y Koffka, dos de los líderes de
la “escuela de la Gestalt”), que, en la línea de su maestro, abogó por una psicología de los actos o
funciones psíquicas, que debía ir precedida por una fenomenología o estudio de sus contenidos o
fenómenos (Albertazzi, Libardi y Poli, 1996; Spiegelberg, 1965).
El estudio experimental de la memoria: Hermann Ebbinghaus
Con su pionera investigación sobre la memoria, la figura de Ebbinghaus marca el comienzo
del estudio experimental de los procesos mentales superiores, que hasta entonces se habían
considerado demasiado complejos, subjetivos y fugaces como para ser objeto de examen en el
marco del laboratorio.
Hermann Ebbinghaus (1850-1909) nació en Barmen, ciudad alemana próxima a Bonn,
perteneciente por entonces al reino de Prusia. De familia acomodada, cursó estudios humanísticos
(historia antigua, filología clásica, filosofía griega…) en las universidades de Bonn, Halle y Berlín.
Tras el paréntesis de la guerra franco-prusiana (1870-1871), en la que participó como voluntario,
completó esos estudios con otros de antropología y filosofía en la Universidad de Bonn, en la que
obtuvo el título de doctor en filosofía con una tesis sobre La filosofía del inconsciente en
Hartmann (1873). Durante algunos años se dedicó a viajar y a completar su formación mientras
daba clases para ganarse la vida. En Inglaterra (1875-1877) amplió sus conocimientos sobre la
psicología moderna y descubrió los Elementos de Psicofísica de Fechner, que le causaron una
profunda impresión e influyeron luego decisivamente en su obra. Estuvo también en París (1877-
1878) haciendo amplio uso de sus bibliotecas y enseñando alemán a niños de la aristocracia. En
1878 regresó finalmente a Alemania como tutor de francés del príncipe Waldemar de Prusia, hijo
del príncipe heredero alemán, que falleció inesperada y prematuramente al año siguiente. Decidió
entonces acometer de manera sistemática una investigación sobre la memoria en la que venía
7
trabajando informalmente desde tiempo atrás; una investigación que, además de procurarle un
puesto de profesor de filosofía en la universidad de Berlín, iba a asegurarle un lugar eminente en la
historia de la psicología.
Emprender un estudio de naturaleza experimental sobre la memoria en1879 no era, desde
luego, tarea fácil. No sólo suponía contravenir la opinión establecida acerca de la imposibilidad
someter los procesos mentales superiores a la disciplina del laboratorio (una opinión sancionada
por la autoridad de Wundt, quien, como hemos visto, proponía para ellos una aproximación
etnopsicológica bien distinta), sino que obligaba a concebir nuevos materiales y procedimientos
frente a los utilizados en los estudios sobre percepción sensorial y tiempos de reacción propios de
la psicología experimental al uso.
Los nuevos materiales estimulares que ideó Ebbinghaus para su investigación fueron las
conocidas como “sílabas sin sentido”, esto es, unas sílabas carentes de todo significado que obtenía
intercalando un sonido vocálico entre dos consonánticos. De este modo construyó unas 2300
sílabas (como gam, nol, dük o buf) que luego mezclaba al azar para formar las series de longitud
variable que iban a servirle de material para cada prueba. Aunque también realizó algunas con
material significativo, trabajar con material carente de significado como el descrito tenía para
Ebbinghaus ventajas considerables. Por lo pronto, permitía neutralizar la influencia de otro modo
incontrolable de numerosos factores, como el interés, la belleza o las múltiples asociaciones que
puede despertar en el sujeto el material significativo interfiriendo en el proceso rememorativo en
cuanto tal. Se trataba además de un material sumamente sencillo que hacía posibles innumerables
combinaciones de carácter homogéneo (frente a la poesía y la prosa, que, en opinión de
Ebbinghaus, tenían siempre algo de incomparable). Por último, el material sin sentido podía ser
sometido a variaciones cuantitativas precisas sin sufrir los efectos perturbadores que aparecían
irremediablemente cuando se alteraba el sentido del material significativo al acortarlo
artificialmente, bien empezándolo a medias o interrumpiéndolo antes de finalizar.
En definitiva, lo que Ebbinghaus pretendía era a llevar a cabo con la memoria algo parecido a
lo que había hecho Fechner con la sensación; esto es, someterla a una medición exacta en
aplicación del llamado “método de la ciencia natural”, del que se manifestó como un defensor
acérrimo. Buscando dar a sus resultados la mayor objetividad y precisión posibles, impuso además
a sus experimentos condiciones extremadamente rigurosas que se esforzó por cumplir
escrupulosamente. Así, por ejemplo, las series de sílabas sin sentido debían leerse a una velocidad
constante (medida por un metrónomo o un reloj) y hacerlo siempre en su totalidad, nunca por
partes; entre el aprendizaje de una serie y el de la siguiente debía dejarse una pausa de 15
segundos; las condiciones objetivas de la vida cotidiana debían mantenerse constantes y las
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pruebas realizarse en distintos momentos del día; etc., etc. De este modo aspiraba a neutralizar la
influencia no deseada de factores ajenos a los problemas estudiados.
Uno de estos problemas era el de la relación entre la cantidad de material a memorizar y la
rapidez de la memorización, y para su resolución ideó el llamado “método del aprendizaje”.
Consistía este en registrar el tiempo y número de lecturas requeridos para memorizar listas de
sílabas sin sentido de distinta longitud hasta lograr reproducirlas una vez sin titubeos ni errores.
Como era de esperar, cuanto mayor era la longitud de las listas, mayor tiempo y esfuerzo exigía su
memorización. Pero Ebbinghaus intentó precisar además en qué medida esto era así. Halló de este
modo que el tiempo de memorización no aumentaba a la par que la longitud de las listas
memorizadas, sino que lo hacía con mayor rapidez. Comparó también los tiempos de
memorización de materiales con y sin sentido, determinando asimismo con exactitud la ventaja de
los primeros sobre los segundos: mientras que para la reproducción sin errores de 6 estrofas de un
poema de lord Byron, de unas 80 sílabas de extensión, solo necesitó 8 lecturas, para memorizar
una cantidad equivalente de sílabas sin sentido habría necesitado entre 70 y 80 repeticiones. Sin
duda el lenguaje significativo empleado en el poema así como su ritmo y su rima eran factores que
favorecían y facilitaban la memorización.
Otro de los problemas planteados fue el de la relación existente entre el número de lecturas
del material y su retención posterior; o, dicho en otros términos, el problema del
“sobreaprendizaje”. Para abordarlo, concibió el “método del ahorro”: se trataba de memorizar
listas de 16 sílabas sin sentido y leerlas un número variable de veces (entre 8 y 64), para
comprobar luego, 24 horas más tarde, cuántas lecturas menos se necesitaban para lograr recordar
esas mismas listas; esto es, cuántas repeticiones “se ahorraban” respecto de las exigidas al
memorizarlas inicialmente (considerando siempre como memorización la posibilidad de reproducir
las listas una vez sin cometer error alguno). Los resultados mostraban la influencia positiva del
sobreaprendizaje (es decir, las repeticiones que sobrepasaban el número mínimo necesario para
lograr una reproducción sin errores), que permitía ahorrar a la memorización del día siguiente
aproximadamente un 1% por repetición (si bien dentro de ciertos límites marcados por factores
como la fatiga y otras limitaciones fisiológicas).
Entre los resultados más duraderos de sus experimentos se cuentan los obtenidos en su
estudio de la influencia que sobre el recuerdo tiene el transcurso del tiempo. Aquí el procedimiento
adoptado era el siguiente: se estudiaban varias listas de un número determinado sílabas sin sentido
y se volvían a estudiar luego, dejando pasar diversos intervalos de tiempo (de 20 minutos a 31
días) y registrando en cada caso el porcentaje de ahorro (y de su contrario, el olvido) que se
producía al reaprenderlas. Los resultados mostraban que el alto porcentaje de olvido observado en
9
las primeras sesiones iba disminuyendo en las siguientes hasta que las diferencias entre unas
sesiones y otras desaparecían prácticamente en las últimas. Estos resultados suelen representarse
gráficamente en una curva de fuerte descenso inicial y gradual nivelación subsiguiente que ha
venido conociéndose como “curva del olvido” o “curva de Ebbinghaus”, en reconocimiento al
psicólogo alemán que recabó estos datos por primera vez (Figura 1).
Figura 1. Curva del olvido, de Ebbinghaus (según Garrett, 1962: 145).
Ebbinghaus atendió también a otros problemas, como los del efecto que sobre la retención
tienen el repaso y el orden de los elementos a retener. A todos ellos se aproximó de manera
extremadamente concienzuda y minuciosa, utilizándose siempre a sí mismo como sujeto en los
experimentos que llevó a cabo a lo largo del curso 1879-1880 y que repitió luego, entre 1883 y
1884, para asegurarse de la fiabilidad de los resultados. Su monografía Sobre la memoria,
publicada al año siguiente, fue acogida con general admiración y aplauso, y su aparición
contribuyó a dar un fuerte impulso a la investigación en este terreno, que la tomó como modelo.
No iba a corresponder ya a Ebbinghaus liderar esa investigación, sin embargo, ya que a partir
de entonces dejó definitivamente de trabajar sobre la memoria para centrar su atención en otras
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tareas (principalmente editoriales y docentes, aunque también investigadoras, si bien en otros
campos). Personalidad independiente y alejada de todo espíritu dogmático y de escuela, careció
también de discípulos que continuaran su labor. La antorcha en ese terreno quedó en manos de
Georg Elias Müller (1850-1934), catedrático de la Universidad de Gotinga profundamente influido
por Ebbinghaus e investigador a su vez sumamente influyente, que tenía a su cargo uno de los
laboratorios de psicología experimental mejor equipados de Alemania al que logró atraer a
multitud de discípulos (como Hans Rupp, David Katz, Edgar Rubin o Harry Helson, entre los más
eminentes).
También Ebbinghaus fundó y equipó laboratorios de psicología en aquellas universidades en
las se desempeñó como docente (Berlín, Breslau, Halle), pero su uso se orientaba más a ilustrar
clases que a fines propiamente investigadores. Relación mucho más directa con la investigación
tuvo en cambio su creación, junto al físico y fisiólogo Arthur König (1856-1901), de la Revista de
Psicología y Fisiología de los Órganos Sensoriales (1890), que contó con con la colaboración de
científicos de primera línea como H. Helmholtz, G. E. Müller, W. Preyer y C. Stumpf y que, al
abrir sus páginas a temas y autores alejados de la ortodoxia wundtiana, supuso una alternativa a los
Estudios Psicológicos de Wundt que contribuyó eficazmente a promover y difundir la psicología
como ciencia natural. En sus últimos años, Ebbinghaus dedicó gran cantidad de tiempo y esfuerzo
a la redacción de unos manuales generales, sus Principios de Psicología en dos volúmenes
(1897/1902 y 1908/1913) y el más breve Compendio de Psicología (1908), que tuvieron una
excelente acogida tanto en Alemania como fuera de ella. En cuanto a su labor investigadora
propiamente dicha, merece recordarse también especialmente su elaboración de un test de
inteligencia diseñado para evaluar el efecto de la fatiga en el rendimiento escolar, consistente en
una prueba en la que los niños tenían que completar las frases de un texto insertando en él las
palabras que faltaban. Adaptado luego por Binet y por Terman en sus famosas escalas de
inteligencia, el conocido como “test de terminación de Ebbinghaus” (1897) hace asimismo de su
autor un pionero de la psicología aplicada en un momento en que la tentación utilitaria equivalía
para muchos a la renuncia a los limpios principios de la ciencia pura.
Así pues, como puede apreciarse, la significación psicológica de Ebbinghaus dista mucho de
poder limitarse a su contribución al estudio experimental de la memoria por la que hoy suele
recordársele. Y tampoco debe pasarse por alto que ese recuerdo no siempre ha sido particularmente
elogioso o favorable. En época reciente, por ejemplo, en el marco de la moderna psicología
cognitiva, se le ha reprochado la artificialidad de las situaciones experimentales que diseñó y su
falta de atención a los factores contextuales y semánticos que tan decisivo papel desempeñan en el
funcionamiento de la memoria humana (Neisser, 1982).
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Con todo, ha sido sin duda su trabajo sobre la memoria el que ha terminado dejando una
huella más profunda y duradera. Con su riguroso control de las variables en juego y su amplio uso
de las matemáticas tanto en el tratamiento de los datos como en la discusión de los resultados,
constituyó un convincente argumento a favor de la posibilidad de acercarse a los procesos
mentales más complejos con una metodología objetiva, convirtiéndose así en una poderosa fuente
de inspiración para todos aquellos que, en su época, aspiraban a hacer de la psicología una empresa
genuinamente científica.
El estudio experimental del pensamiento: Oswald Külpe y la escuela de Wurzburgo
Si el trabajo de Ebbinghaus desafiaba la negativa de Wundt a estudiar experimentalmente los
procesos superiores, sometiendo a medición a la memoria, la escuela de Wurzburgo llevará aún
más lejos ese desafío, planteándose el análisis experimental del propio pensamiento. Aunque
Wundt optaba para su estudio por un enfoque histórico-etnográfico, entre sus discípulos y
colaboradores más cercanos y apreciados, algunos se propusieron precisamente romper esa
división, apostando por un estudio del pensamiento mediante introspección experimental. Así lo
hizo Oscar Külpe (1862-1915), uno de los colaboradores más prestigiosos de su laboratorio, que
dejará Leipzig en 1894 para desplazarse a Wurzburgo, donde desarrollará durante quince años todo
un programa de investigación en torno al análisis experimental del pensamiento.
Nacido en Kandau (Letonia), Külpe estudió fisiología, filosofía, psicología e historia en
Leipzig, Gotinga y Berlín, doctorándose con Wundt en 1887. Tras colaborar con él en el
laboratorio durante más de diez, ocupándose sobre todo de cronometría mental y cuestiones
relacionadas en la teoría de los sentimientos, Külpe empezó a separarse de su maestro en varios
puntos. Así, en 1893 publicó su propio manual de Principios de Psicología (Külpe, 1893/1999),
donde rechazaba explícitamente la idea de “causalidad psíquica” de Wundt, acercándose tanto a un
positivismo sensualista como a un cierto reduccionismo fisiológico (Danziger, 1979). Poco
después, en 1902, el mismo Külpe se alejaría de estas tendencias positivas y reduccionistas, pero
no para volver a acercarse a Wundt. Antes bien, se opondrá a la idea wundtiana de que todos los
contenidos mentales son conscientes y representacionales, así como a la idea de que podemos
acceder a ellos de forma inmediata. Külpe tampoco comparte con Wundt la estricta separación
entre fenómenos psíquicos inferiores y superiores –especialmente en lo que se refiere a la
ineficacia de la experimentación para estos últimos (Kusch, 2006).
Tanto él como sus colaboradores se proponen precisamente someter el pensamiento a
introspección experimental, recurriendo a amplios auto-informes que los sujetos ofrecerán de
12
forma retrospectiva, una vez finalizada la prueba (recordemos que Wundt exigía que los resultados
se recogieran en el mismo momento y sin tiempo para que el sujeto pudiera reflexionar sobre
ellos). Este es el programa de investigación que desarrollará en Wurzburgo, donde Külpe fundará,
junto a Karl Marbe (1869-1953), otro antiguo alumno de Wundt, otro laboratorio de Psicología
(convertido después en un Instituto de Psicología).
Cronológicamente, el movimiento comienza en 1901, con una investigación sobre la
clasificación de las asociaciones por parte de dos estudiantes de Marbe: Mayer y Orth. Su objetivo
es llevar este problema, propio de la lógica, al laboratorio, para tratar de hacer una clasificación de
tipo “psicológico”. Para ello, diseñan una tarea de asociación libre y piden a los sujetos que relaten
los estados mentales que tengan lugar entre la presentación de los estímulos (verbales) y su
reacción. En el momento de analizar los informes de los sujetos, los investigadores entrevén, más
allá de imágenes y voliciones, un grupo de estados o fenómenos de conciencia difíciles de
describir, que no forman parte de las categorías convencionales. A estos estados los van a llamar
Bewusstseinslagen, que podemos traducir como “actitudes de conciencia”. Ese mismo año, Marbe
encontraría datos parecidos durante una investigación sobre la operación mental que llamamos
“juicio”. Marbe pide a los participantes que levanten dos cuerpos cilíndricos que tienen la misma
apariencia y comparen su peso (de 25 y 110 gramos respectivamente) y digan (juzguen) cuál es el
más pesado. Inmediatamente después de responder, Marbe les pide que informen sobre lo que han
vivido durante la resolución de la tarea. El objetivo es acceder a lo que ha pasado en la conciencia
antes de que den su respuesta. En sus conclusiones, Marbe, además de descartar la naturaleza
psicológica del juicio (oponiéndose a su antiguo maestro de Leipzig, que lo define como el análisis
de una representación compleja) y afirmar su naturaleza puramente lógica (en la línea de las
críticas lanzadas por Husserl a Wundt)3, afirma encontrar en sus informes verbales que el juicio se
acompaña en ocasiones de sensaciones o imágenes, pero también, a menudo, de hechos difíciles de
describir, las llamadas “actitudes de conciencia”.
Siguiendo un método diferente, en 1905, otro investigador del laboratorio, Henry Watt
(1879-1925), va a dar cuenta de otros fenómenos semejantes. En lugar de recurrir a la asociación
libre, la tarea planteada a los sujetos está dirigida por instrucciones precisas, como por ejemplo,
encontrar un concepto supraordenado (por ejemplo, para “paloma” un concepto supraordenado
3 Para Wundt el estudio psicológico del pensamiento era el primer paso necesario para el desarrollo de una lógica científica. Wundt era uno de los objetivos de las críticas de Husserl, en la medida en que defendía una concepción de la lógica como ciencia normativa del pensamiento, que debía fundarse sobre una psicología empírica. Por otra parte, el logicismo de Marbe sería tan pronunciado que llegará incluso a acusar a sus colegas de laboratorio, como Messer o Bühler, de psicologismo cada vez que éstos no se muestran de acuerdo con sus conclusiones. Según Bühler, por ejemplo, los sujetos de Messer no habían podido identificar el aspecto psicológico del juicio a causa de la simplicidad de las tareas. Las tareas simples se resolvían de forma automática e inconsciente. (Kusch, 2006: 67).
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sería “ave”), un concepto subordinado (por ejemplo, para “mueble” podría ser “silla”), un todo o
una parte en relación con un estímulo verbal (palabra) determinado. Se trata del “método de las
instrucciones”, con el que Watt distinguirá cuatro estadios del pensamiento (preparación, aparición
de la palabra inductora, búsqueda de la palabra inducida y aparición de la palabra en cuestión). Ahí
también Watt encontrará estados inefables, de una naturaleza difícil de precisar, como la
“conciencia de una dirección”, de una significación previa a la palabra o la imagen, así como
tendencias, que serían algo así como la mecánica del pensamiento. La unidad del pensamiento
vendría dada por la consigna o instrucción, por el tema, que daría al pensamiento un impulso
organizador.
Con una técnica parecida a la consigna, pero un poco más sutil, que trata de acercarse al
máximo al pensamiento libre, normal y espontáneo, en 1906 August Messer (1867-1937) llevará a
cabo también una serie de investigaciones experimentales. Su objetivo es explorar los fenómenos
que tienen lugar en la conciencia durante una variedad de procesos más o menos simples del
pensamiento. En todos los casos, detecta una especie de saber puro, libre de toda mezcla sensible,
elementos “no representados” muy diversos. Retoma el término de Bewusstseinslagen para
referirse a ellos y trata incluso de clasificarlos. En todo caso, identifica todas estas “actitudes de
conciencia” con el campo de experiencias que otros autores (como Benno Erdmann) habían
llamado “pensamiento no formulado” o “intuitivo”. Finalmente, Messer encuentra que los
procesos del pensamiento conllevan también una dirección, un elemento director, que les da
unidad y continuidad. Finalmente hablará de una especie de “montaje” inconsciente que nos hace
recoger las impresiones exteriores y responder a ellas de ciertas maneras.
Al relacionar las “actitudes de conciencia” con el pensamiento en general, Messer contribuye
definitivamente a la formación de la teoría de la Escuela de Wurzburgo acerca de la existencia de
un “pensamiento sin imágenes”. Las investigaciones de Karl Bühler (1879-1963) vendrán a
culminarla. Si las primeras investigaciones se mostraban aún muy tentativas, con Bühler el
enfoque se va a radicalizar. En su tesis de habilitación, “Datos y problemas relativos a una
psicología de los procesos de pensamiento”, publicada en tres ensayos entre 1907 y 1908, Bühler
parece incluso ironizar sobre el trabajo de sus predecesores: él quiere saber lo que pasa cuando la
gente piensa, y esto no puede estudiarse con técnicas de asociación libre o tareas simples como la
comparación de pesos (Humphrey, 1951). Bühler va a utilizar directamente aforismos filosóficos,
poéticos o problemas filosóficos complejos, y sólo utilizará para sus análisis las repuestas de
sujetos tan entrenados como el propio Külpe. La ventaja de los buenos aforismos, como por
ejemplo “Pensar es tan extraordinariamente difícil que muchos prefieren opinar”, consiste en que
hay que pensar para comprenderlos. Por tanto, se pueden formular preguntas como “¿Comprende
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usted…?”, “¿Es correcto que…?”. Los problemas filosóficos podían ser del tipo: “¿Ha conocido la
Edad Media el teorema de Pitágoras?” o “¿La teoría física de los átomos puede ser falsada por
nuevos descubrimientos?”. Las preguntas, como vemos, eran complejas, pero formuladas de modo
que el sujeto pudiera responder con una respuesta sencilla, de forma que su atención pudiera
concentrarse sobre la observación interna. Además, Bühler elige los enunciados en función de los
gustos y preferencias de los participantes por ciertos filósofos y poetas, pues consideraba que la
motivación y el placer por la tarea eran condición indispensable para provocar el pensamiento.
Aunque Bühler recoge como dato el tiempo entre la lectura del enunciado y la respuesta del sujeto,
no tiene realmente en cuenta estas medidas en el análisis de sus resultados. La investigación apunta
más bien a ver, a través de la introspección, qué ha percibido el sujeto durante el proceso de
pensamiento.
A partir de esos análisis, Bühler concluye que nuestra experiencia de pensamiento está
constituida por representaciones sensoriales de modalidades diferentes, de sentimientos, así como
de “movimientos particulares de la conciencia” (en la línea de los encontrados por sus colegas de
laboratorio), a los que decide llamar también provisionalmente Bewusstseinslagen. Los define
como momentos decisivos del proceso del pensamiento que no tienen ni cualidad ni intensidad
sensorial. En la medida en que las imágenes (representaciones) que encontramos en el pensamiento
son elementos fragmentarios, esporádicos, azarosos, no podemos considerarlos como el vehículo
del pensamiento, que es continuo. Sólo podemos considerar los “pensamientos” como las
verdaderas partes constitutivas de nuestras experiencias. Junto a las sensaciones y los sentimientos,
el pensamiento debe ser considerado, pues, como una nueva categoría mental. Tiene articulaciones
propias y constituye una unidad, formada de partes dependientes. Bühler distingue entre tres tipos,
momentos o rasgos, del pensamiento, a saber: 1) la conciencia de la regla, el hecho de saber el
método que permite resolver un problema, como un conocimiento anticipado del camino a seguir;
2) la conciencia de relación, la noción de relaciones internas que se establecen en el seno de un
pensamiento que se dibuja o que vinculan este pensamiento a otros; nos acordamos de una relación
de oposición o de coordinación entre elementos, sin que sepamos exactamente cuáles eran los
elementos que se coordinaban o se oponían; 3) la intención, la pura significación despojada de su
contenido, la pura dirección hacia un objeto, desvinculada de toda determinación relativa al objeto.
La intención se define precisamente en los términos que encontrábamos en Brentano y
Husserl. De hecho, Bühler recurre a una parte de la terminología empleada por Husserl en sus
Investigaciones Lógicas (1901), cuya metodología elogiaba ya desde el inicio de su trabajo
(Kusch, 2006). Las referencias a Husserl, en todo caso, aparecían ya en los trabajos de Messer de
15
1906 así como después, en su libro Sensación y pensamiento, de 1908, que constituye a la vez una
introducción a la psicología moderna y a las Investigaciones Lógicas de Husserl.
Este desplazamiento de la escuela de Wurzburgo hacia una psicología del acto sería sin duda
contestado por Wundt (como ya vimos en el capítulo 5, epígrafe 5.3), que siempre se mostró
contrario a Brentano y sus discípulos. Para Wundt, que había utilizado su autoridad, por ejemplo,
para rechazar la publicación de artículos de A. Meinong en la revista Archiv für Psychologie, se
trataba de una psicología reflexiva y escolástica que haría perder a la revista su carácter científico
(Kusch, 2006: 157-158). La reacción pública de Wundt, en todo caso, se produjo sólo a partir de la
publicación de la primera parte de la tesis de habilitación de Bühler. Lo hizo con un texto donde
atacaba el conjunto de las investigaciones de la escuela, desde Marbe y sus conclusiones sobre el
carácter esencialmente lógico del juicio hasta Bühler. Como adelantábamos ya en el capítulo 5,
Wundt se opone a la utilización del método introspectivo para analizar el pensamiento: si estamos
pensando en la respuesta a una pregunta, no podemos a la vez estar atentos a lo que pasa mientras
lo hacemos. Bühler, por su parte, añadirá un anexo a la publicación de las dos últimas partes de su
trabajo, en respuesta a Wundt, rechazando que su método contradiga sus indicaciones con respecto
al uso de una metodología experimental4.
En realidad, a lo que Wundt se opone frontalmente es a la idea de un pensamiento puro,
absolutamente incompatible con una “psicología de los contenidos”, donde la representación es el
fundamento de toda actividad, incluida la apercepción. Para Wundt, la fenomenología hacía de
todos los contenidos de conciencia actos lógicos de pensamiento o formas lingüísticas; era una
psicología sin psicología. Así, mientras que Husserl combatía el psicologismo (que pretende
fundamentar la filosofía sobre la psicología), Wundt se planteaba como tarea combatir el logicismo
(Kusch, 2006: 154).
Según reconocerá más adelante en un texto dedicado a su maestro Külpe, sería el propio
Bühler el que se habría encargado de introducir la obra de “Brentano y su escuela” en la psicología
del pensamiento de Wurzburgo, en parte contra las dudas y la resistencia inicial de su maestro
(Bühler, 1922, citado por Kusch, 2006). Por otra parte, mucho más tarde, en su muy posterior
Teoría del lenguaje (1934), Bühler lanzará una mirada retrospectiva y crítica sobre estos
experimentos y la idea de un “esquema sintáctico vacío”. Justificará entonces su actitud como una
tentativa de refutación del “incurable sensualismo de cortas miras de la época”, pero oponiéndose
4 Los experimentos de la Escuela de Wurzburgo siguen el esquema de: 1) presentación controlada de estímulos (por el experimentador, en lugar de un aparato); 2) medición de tiempos de respuesta; 3) reacción del sujeto bajo forma de una huella grabada por un aparato, que en este caso se recogen informes verbalizados, algo que el mismo Wundt recogía bajo la categoría de “métodos de reacción” (Friedrich, 2008)
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ya a la idea de una gramática pura del pensamiento, a priori, como la que de hecho defendía el
primer Husserl (Bühler, 1934/2009: 82-86, 387-391).
En esa búsqueda de un pensamiento puro, la Escuela de Wurzburgo terminaría prácticamente
rechazando el valor de las imágenes, reivindicando la existencia de un “pensamiento sin
imágenes”. En ese acto, la Escuela privaría a las imágenes de todo contenido intelectual (reducidas
a elementos puramente sensibles), alejándose de las formas concretas del pensamiento a favor de
una concepción excesivamente abstracta y lógica de la mente. Frente a este panlogicismo, al que se
oponía precisamente Wundt, otras líneas de investigación, igualmente críticas con el sensualismo y
el atomismo psicológico, subrayarán el carácter intelectual y simbólico de las imágenes, así como
la naturaleza esencialmente simbólica del pensamiento en general. Las imágenes, como las
palabras o los símbolos matemáticos, serían signos, herramientas con las que trabaja el
pensamiento en su relación (bidireccional) con el mundo de las cosas. Esas líneas permitirán
vincular el análisis del pensamiento (la significación) con el análisis de los productos culturales,
entendidos como expresión y molde del pensamiento a la vez, a los que se dirigía Wundt con su
Psicología de los Pueblos. La idea de una naturaleza simbólica del pensamiento encontrará una
importante (aunque poco conocida) vía de desarrollo en la psicología francesa, de la mano de
Henri Delacroix, especialmente en su obra sobre El lenguaje y el pensamiento (1924), así como de
su discípulo Ignace Meyerson (Las funciones psicológicas y las obras, 1947). Otra vía de
desarrollo, sin duda, se encontrará en la psicología soviética, de la mano principalmente de
Vigotsky, autor de otra obra de igual título bastante más conocida (Pensamiento y Lenguaje,
1934), al que nos referiremos en el capítulo 12.
Por lo que respecta a las investigaciones de la Escuela de Wurzburgo y su investigación
experimental del pensamiento, éstas se encontraron en su momento con el claro obstáculo de
Wundt, figura de autoridad del momento, que entendía que ésa no era la vía que debía seguir una
psicología científica, y así lo dejó entender a la hora de aceptar o rechazar publicaciones así como
de apoyar o no ciertas candidaturas. Los investigadores de la Escuela, en todo caso, encontraron el
modo de seguir desarrollando su trabajo. Bühler dejaría Wurzburgo en 1909 para seguir a Külpe a
Bonn (1909-1913). Juntos se volverán a desplazar a Munich, donde organizaron el Instituto de
Psicología. A partir de 1922, Bühler se trasladará a Viena, donde fundará su propio Instituto. Allí
alcanzará un notable reconocimiento internacional, con trabajos como su ya mencionada Teoría
del lenguaje (próxima a la concepción simbólica del pensamiento arriba señalada), que sin
embargo se difuminará con su forzada huida a los EEUU, con la entrada de los nazis en Viena en
1938.
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Entre tanto, en el panorama de las discusiones en torno a una psicología científica, desde los
primeros años veinte, la psicología de la Gestalt (ampliamente influida, por otro lado, por la propia
Escuela de Wurzburgo)5 se iría imponiendo al “pensamiento sin imágenes”. Las investigaciones de
la Escuela de Wurzburgo sobre los procesos de pensamiento, en todo caso, volverían a despertar
interés a partir de los años 50, cuando tras la larga hegemonía conductista, la psicología busca la
forma de volver a ocuparse de los procesos cognitivos (como muestra el propio trabajo de
Humphrey, 1951). Esta “recuperación”, sin embargo, se dará de forma casi anecdótica, pues para
ese momento el análisis del pensamiento, atravesado ya por la metáfora del ordenador y el
procesamiento de la información, excluirá la posibilidad de toda forma de introspección. Esta
última, en todo caso, viene despertando en los últimos años el interés de una parte de la
fenomenología (Friedrich, 2008).
El estructuralismo: Edward Bradford Titchener
Más que una alternativa a la psicología de Wundt, la de Titchener quiso ser un desarrollo o
prolongación de la wundtiana; o, por mejor decir, de su vertiente fisiológica o experimental. La
psicología de los pueblos, en efecto, esa pieza angular del sistema psicológico de Wundt, se halla
por completo ausente del de Titchener. Conviene hacer esta precisión porque durante algún tiempo
Titchener pasó por ser el genuino representante de la perspectiva wundtiana en los Estados Unidos,
una creencia que el propio Titchener y sus discípulos contribuyeron a fomentar, pero cuya
inexactitud y límites ha puesto de manifiesto la crítica historiográfica (Blumenthal, 1975;
Bringmann y Tweney, 1980; Leahey, 1981). Hoy se ve claro que, aunque dedicara buena parte de
su obra a la exposición y sistematización del punto de vista wundtiano, Titchener distó mucho de
atenerse estrictamente a él. No sólo llevó a cabo una lectura de Wundt desde esquemas
interpretativos propios de la tradición intelectual empirista y asociacionista británica (en la que el
propio Titchener se había formado) que eran completamente ajenos al psicólogo alemán, sino que
rechazó algunas de las concepciones clave del wundtismo (como la apercepción) y se esforzó en
cambio en incorporar otras procedentes de otras fuentes (Brentano, por ejemplo) en un tardío
esfuerzo por construir un sistema psicológico propio que, sin embargo, no consiguió completar.
Edward Bradford Titchener nació en 1867 en Chichester, una pequeña ciudad del sur de
Inglaterra, y se formó como estudiante de filosofía y filología clásica en la Universidad de Oxford.
Durante el último año de sus estudios universitarios se interesó también por la fisiología y la
psicología, en particular por la obra de Wundt, de cuyos Fundamentos de Psicología realizó una
5 Uno de los fundadores de la Psicología de la Gestalt, Max Wertheimer (1880-1843), fue discípulo de Külpe.
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traducción al inglés que no llegó a publicar nunca. En 1890 se trasladó a Leipzig para ampliar allí
su formación psicológica bajo la dirección del gran maestro alemán, con quien se doctoró dos años
más tarde con una tesis sobre el efecto de la estimulación monocular en la visión binocular. De
vuelta en Inglaterra y tras fracasar sus intentos de lograr un puesto en Oxford donde poder enseñar
la psicología fisiológica aprendida en Alemania (no había aún cátedras de esta disciplina en la
universidad inglesa), decidió aceptar el ofrecimiento del que dejaba vacante en la Universidad de
Cornell (en Ithaca, Estados Unidos) su amigo y condiscípulo en Leipzig Frank Angell (1857-
1939), que se trasladaba a su vez por entonces a la recién creada Universidad de Stanford. A partir
de ese momento, y hasta su muerte acaecida en 1927, Titchener iba a permanecer ya en Cornell,
cuyo laboratorio de psicología se convertiría bajo su dirección en un centro sumamente activo de
investigación experimental “a la alemana” en el que se formaron algunos de los psicólogos
norteamericanos más distinguidos e influyentes de su época (como Margaret F. Washburn, que se
haría famosa por sus trabajos sobre “la mente animal”; o Edwin G. Boring, el gran historiador de
la psicología).
Como otros psicólogos de su generación (Ebbinghaus, Külpe), Titchener reclamaba para la
psicología un punto de vista científico que permitiera insertarla en el marco de las ciencias
naturales. En este sentido, el nuevo positivismo científico del físico y filósofo austriaco Ernst
Mach (1838-1916) le iba a proporcionar una herramienta legitimadora inestimable. Porque Mach
defendía una concepción de la realidad radicalmente empirista, según la cual lo que
verdaderamente hay no es ninguna entidad substancial que subyazga a la experiencia y le sirva de
soporte (llámese ésta “materia”, “espíritu”, “cosa en sí” o de cualquier otro modo que los filósofos
quisieran imaginar) sino tan sólo la experiencia misma; más aún, la experiencia sensorial. De
manera que la distinción entre el mundo físico “de las cosas” y el mundo psíquico “de los
pensamientos” o “estados mentales” no radicaría en el tipo de realidad de que están hechos cada
uno (que sería una y la misma: la experiencia sensorial), sino en el punto de vista que se adopte
para aproximarse a ella. La física (y, en general, las llamadas “ciencias de la naturaleza”)
estudiaría las sensaciones en sí mismas y en sus relaciones sin tener en cuenta al sujeto que las
experimenta; la psicología haría otro tanto, pero tomándolo en consideración. En ambos casos, sin
embargo, será la experiencia el objeto de estudio, y no habrá por tanto razón alguna para
considerar la psicología y las ciencias naturales como disciplinas de distinto rango.
Al definir la psicología como la “ciencia de la mente” entendida como “la suma total de la
experiencia humana en cuanto dependiente de la persona experienciante” (que es como la definió
en cierta ocasión) (Titchener, 1910: 9), Titchener se alineaba claramente con Mach y se
distanciaba de Wundt. Rechazaba, en efecto, la distinción que este último hacía entre “experiencia
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mediata” y “experiencia inmediata” porque entendía que la noción de experiencia implicaba ya la
inmediatez, lo que hacía de la “experiencia mediata” una noción contradictoria. No sería, sin
embargo, su único rechazo, ya que se opuso también a cuantas ideas wundtianas (la causalidad
psíquica, el voluntarismo filosófico, la resistencia a extender los métodos experimentales más allá
del estudio de los procesos psicológicos más simples…) consideraba incompatibles con la
condición científico-natural que defendía para la psicología (un objetivo que, evidentemente,
Wundt no compartía).
Este planteamiento “cientificista” condicionaba asimismo el método con que la psicología
debía aproximarse a su objeto. Según Titchener no podía ser otro que el característico de las demás
ciencias naturales, el método observacional que en psicología recibe el nombre de “introspectivo”.
Porque, en efecto, la introspección psicológica no es otra cosa que observación. Eso sí,
observación científica, y, por tanto, rigurosa, atenta y limpia de los prejuicios propios de la
observación cotidiana o “de andar por casa”; y observación interna, de procesos mentales sólo
accesibles al propio individuo y siempre en riesgo de ser alterados por el ejercicio de la propia
introspección. Estas (y otras) dificultades del método introspectivo que Titchener reconocía
abiertamente, le llevaban a exigir una serie de precauciones metodológicas que creía
imprescindibles si se quería mantener para la psicología la pretensión de cientificidad a la que él
aspiraba. Era preciso, por lo pronto, que los observadores estuviesen bien entrenados, de modo que
el adiestramiento previo les permitiese sobreponerse a la ligereza y los sesgos de la observación
habitual, no científica, cotidiana (por ejemplo, el tan frecuente “error del estímulo”, típico del
observador no entrenado, consistente en confundir el objeto percibido, siempre cargado
significativamente de todo lo que el observador cree saber previamente sobre él, con la experiencia
real y efectiva que se tiene de ese objeto en un momento dado). Era preciso, por otra parte, que la
observación misma se llevarse a cabo siempre sobre procesos mentales ya pasados, si bien
inmediatamente acontecidos, para evitar que la introspección pudiese llegar a alterarlos (lo cual,
claro está, convertía la introspección en “retrospección”, y no fueron precisamente escasas las
críticas que el método llegó a recibir por este motivo). Era preciso, por último, que los resultados
de la introspección se obtuviesen en condiciones estandarizadas, iguales para todos los
observadores, que pudieran garantizar la neutralización de la estimulación no deseada o irrelevante
y la posibilidad de repetir la experiencia en distintos momentos y por distintos sujetos e
investigadores (es decir, era preciso que la introspección fuese experimental).
Así, pues, Titchener concebía la psicología como una ciencia (esto es, un conocimiento
ordenado, metódico, exhaustivo, sistemático) cuyo objeto era la mente (entendida, ya lo hemos
visto, como la totalidad de la experiencia en cuanto dependiente de un sujeto que la tiene o
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experimenta; a la que experimenta o tiene en un momento concreto dado –o, como escribió alguna
vez, “la mente ahora”- la llamó Titchener “conciencia”) (Titchener, 1898: 19-20), y su método, la
introspección experimental (que es la realizada en el laboratorio bajo estrictas condiciones de
control).
Pues bien, ante la psicología así concebida se ofrecía una doble tarea, descriptiva y
explicativa, a la que Titchener se refirió como “el problema de la psicología”.
La tarea descriptiva debía desplegarse a su vez en dos momentos distintos: uno analítico y
otro sintético. Como cualquier otra ciencia, en efecto, la psicología tenía que comenzar por el
análisis de su material, es decir, por su desmenuzamiento en los elementos que lo componen. La
cuidadosa observación del científico pone de manifiesto que lo que a primera vista parece simple
en realidad no lo es, y debe por tanto ser analizado, troceado en partes cada vez más simples que
faciliten su comprensión. La finalidad del análisis es llegar a descubrir los componentes últimos,
los que ya no pueden dividirse más o reducirse a otros, del fenómeno estudiado. En psicología el
material del que se parte es la conciencia (las experiencias mentales concretas), y el análisis deberá
hacer posible identificar los componentes elementales de esas experiencias a fin de determinar su
número y naturaleza. Sólo entonces se podrá dar paso a la síntesis, al esfuerzo por recomponer en
su integridad primera lo previamente analizado, que en el caso de la psicología deberá consistir y
concretarse en la formulación de las leyes que rigen la conexión de los elementos mentales
descubiertos para formar las experiencias mentales de las que se obtuvieron. Si en su momento
analítico la psicología debe proporcionarnos los elementos constitutivos de la conciencia, en su
momento sintético deberá ofrecernos los distintos modos que esos elementos tienen de combinarse
para constituirla.
La segunda gran tarea, la tarea explicativa, igualmente tomada del modo de proceder de las
demás ciencias, consistirá en psicología en establecer las condiciones fisiológicas o corporales en
las que se dan o aparecen los procesos mentales investigados y descritos. No se quería decir con
ello que estos fueran causados por aquellas, sin embargo. Titchener rechazaba tajantemente la idea
de una relación causa-efecto entre los procesos corporales y los mentales. Asumió en cambio el
llamado principio del paralelismo psicofísico (que ya Wundt había sostenido), que se limitaba a
afirmar la correspondencia entre ambos tipos de procesos. A todo proceso mental, pues, habría de
corresponderle algún otro corporal; y en identificar los correspondientes a los procesos mentales
en estudio, aquellos que se dan cuando estos están ocurriendo, consistirá para Titchener la
explicación psicológica.
El “problema de la psicología” era, pues, de una magnitud considerable y ofrecía múltiples
dimensiones. De todas ellas, Titchener iba a concentrar su atención principalmente en la más
21
básica, en aquella de la que según su propio planteamiento científico-sistemático dependían
necesariamente todas las demás: el análisis de la conciencia en sus componentes elementales (y, de
manera particular, el estudio de las sensaciones).
Sin duda influido por la tradición empirista y asociacionista del pensamiento británico, en los
análisis introspectivos realizados por él mismo y por sus discípulos distinguía Titchener dos tipos
fundamentales de elementos mentales: las sensaciones, o elementos de las percepciones; y los
afectos, o elementos de las emociones (a los que añadió después un tercer tipo: las imágenes o
elementos de las ideas, recuerdos y pensamientos). Estos elementos, a su vez, estaban dotados de
ciertos atributos o propiedades (cualidad, claridad, intensidad, duración y, en algunos casos,
extensión) que permitían identificarlos y distinguirlos entre sí. Titchener realizó una minuciosa
clasificación de las sensaciones atendiendo al órgano corporal del que proceden (visuales,
olfativas, gustativas, etc.), al origen externo o interno de la estimulación (sensaciones de los
sentidos especiales, sensaciones orgánicas y sensaciones comunes) y a la naturaleza física del
estímulo, que permite diferenciar tipos distintos de sensaciones entre los procedentes de un mismo
órgano sensorial (como las de brillo y color, dentro de las visuales; o las de ruido y sonido, dentro
de las auditivas). Titchener calculó que se habían podido identificar en total más de 40000
sensaciones distintas, de las que unas 31000 estarían relacionadas con el sentido de la vista y unas
11500 con el del oído, sin duda los más investigados en los laboratorios psicológicos de la época
(Titchener, 1896: 67).
El tratamiento que hace Titchener de los afectos difiere notablemente del de las sensaciones.
No encontramos aquí, en efecto, nada parecido a la detallada clasificación que ofrecía de ellas.
Porque si en este último caso la clasificación se justificaba por la gran variedad de órganos
sensoriales existente, cada uno su propio grupo o grupos de sensaciones, en el caso de los afectos
es el cuerpo en su totalidad el único órgano implicado. Además, así como existe un número muy
elevado de cualidades sensoriales (la gran variedad de colores, sonidos, etc.), la introspección
únicamente permite identificar dos cualidades afectivas (correspondientes a los procesos orgánicos
de anabolismo o síntesis y catabolismo o degradación): el agrado y el desagrado. A ellas redujo
Titchener las otras dos dimensiones (excitación-inhibición y tensión-relajación) que había
reconocido anteriormente Wundt en el proceso afectivo.
Pues bien, a partir de este conjunto de elementos sensoriales y afectivos pretendió Titchener
dar cuenta de la estructura de la mente en su totalidad. Así, fenómenos más complejos como las
percepciones o las ideas no serían sino el resultado de la “conexión y mezcla” de sensaciones
(Titchener, 1896: 92); los sentimientos resultarían de la unión de una percepción o una idea con un
afecto en la que el componente afectivo desempeñaría un papel preponderante; y las emociones
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estarían constituidas por un sentimiento intenso asociado a un conjunto de ideas (sobre el mundo
externo) y sensaciones (orgánicas). En cuanto a los fenómenos mentales de mayor complejidad
(recogemos aquí los abordados en su Outline of Psychology [Esbozo de psicología] de 1896, su
primera gran obra sistemática), el reconocimiento, la memoria y la imaginación, la conciencia de sí
y la intelección (juicio, formación de conceptos y razonamiento) y los sentimientos complejos
(intelectuales o lógicos, éticos o sociales, estéticos y los religiosos), Titchener se esforzó por
mostrar cómo cada uno de ellos se edificaba sobre la base de otros más simples y anteriores. De
este modo, por ejemplo, el razonamiento consistiría en una asociación sucesiva de juicios (la forma
más simple de intelección), que serían, a su vez, asociaciones sucesivas de ideas consistentes, por
su parte, en conjuntos de sensaciones.
Titchener proponía así una visión de la mente que denominó “estructural” y que, en un
célebre artículo de 1898, llegaba a identificar con la psicología experimental misma, en
contraposición crítica con la orientación “funcional” que veía tomar a la psicología
norteamericana:
El objetivo primordial del psicólogo experimental es hacer un análisis de la estructura de la mente; desenredar los procesos elementales de la madeja de la conciencia, o (cambiando la metáfora) aislar las partes constitutivas de una determinada formación consciente. La tarea del psicólogo experimental es la vivisección que produzca resultados estructurales, no funcionales. Le interesa descubrir, en primer lugar, qué es lo que hay y en qué cantidad; no para qué sirve (Titchener, 1898b/1982: 210).
El acento debía ponerse, pues, en el “qué” de la conciencia y no en su “para qué”, como parecía
defender el “funcionalismo” (vid. capítulo 7); un punto de vista que Titchener consideraba
legítimo, pero también prematuro y peligrosamente próximo a las posiciones filosóficas de las que,
en su opinión, la psicología se debía alejar.
A este distanciamiento de la filosofía quiso contribuir Titchener definiendo en sus escritos
una estricta ortodoxia científico-experimental que iba a calar hondo en la psicología
norteamericana de su tiempo. Hito fundamental en este proceso fue la publicación de su
monumental Psicología Experimental: Manual de Práctica de Laboratorio en 4 volúmenes (1901-
1905), un prodigio de erudición con el que su autor aspiraba a despejar cualquier duda que pudiese
haber sobre la respetabilidad científica de la psicología. Junto a esta obra, que se mantuvo durante
décadas como el manual estándar de laboratorio (Boring, 1950), otros manuales suyos (Esbozo de
psicología, 1896; A Primer of Psychology [Manual básico de psicología], 1898; A Text-Book of
psychology [Manual de psicología], 1910; A beginner’s psychology [Psicología para principiantes],
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1915) en los que defiende su enfoque estructuralista con idéntico afán de rigor y voluntad de
sistema se cuentan asimismo entre los más influyentes de su época (Heidbreder, 1933/1971).
Pero los efectos de esta influencia no fueron solo positivos. La aproximación titcheneriana
también suscitó acusadas reacciones en contra que facilitaron la definición misma y la toma de
conciencia de otros movimientos alternativos (funcionalismo, conductismo) que lograron
afianzarse precisamente frente al estructuralismo y terminaron por prevalecer sobre él en la
psicología norteamericana. Porque la psicología de Titchener, con su insistencia en acercarse a los
procesos mentales a través de sus elementos, las combinaciones de esos elementos y las
combinaciones de esas combinaciones, le resultaba a muchos “casi opresivamente sistemática”,
como se ha dicho (Wozniak, 1999: 131). Además, la restricción de su enfoque a la mente “normal,
adulta, humana, individual” (Titchener, 1896: 17), la única accesible al método introspectivo
experimental por él propugnado, limitaba excesiva e injustificadamente el ámbito de la mirada
psicológica para cuantos venían esforzándose por extenderla también a los dominios de lo
patológico, lo evolutivo, lo animal y lo social. Por último, su empeño de adoptar un punto de vista
científico-natural que se venía a identificar con el experimental imponía a la psicología un
confinamiento en el marco del laboratorio que la alejaba sin remedio de las preocupaciones
crecientemente prácticas y utilitarias de los psicólogos norteamericanos, cada vez más
comprometidos con la tarea de desarrollar las posibilidades de una psicología aplicada al servicio
de la sociedad.
De este modo, Titchener fue poco a poco quedándose al margen de los desarrollos más
característicos y dinámicos de la psicología norteamericana del momento. Es muy significativo,
por ejemplo, que renunciara voluntariamente a participar en las tareas de la Sociedad Psicológica
Americana (APA), la institución que, fundada en 1892 bajo el impulso Granville Stanley Hall
(1844-1924) de la Universidad de Clark, ha venido articulando en buena medida la vida
profesional y científica de la psicología en América desde entonces. En lugar de ello, prefirió
rodearse de un pequeño número de psicólogos experimentales “ortodoxos” a fin de mantener vivo
su ideal de la psicología como ciencia pura y desinteresada, frente a lo que consideraba como
prematura y escasamente científica deriva de la APA hacia la aplicación de conocimientos
psicológicos insuficientemente fundados. “Los Experimentalistas”, como se conoció a este selecto
grupo, empezaron a reunirse en 1904, y continuaron haciéndolo en encuentros anuales de carácter
informal a los que se asistía previa invitación personal del propio Titchener. A la muerte de éste, el
grupo siguió reuniéndose, si bien con una organización ya más formal que adoptó el nombre de
Sociedad de Psicólogos Experimentales (Boring, 1967).
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En los últimos años de su vida Titchener inició una revisión a fondo de su sistema que
apuntaba a una cierta flexibilización de su enfoque. La magnitud de la tarea, sin embargo, se reveló
superior a sus fuerzas, que atraídas por otros intereses (como el coleccionismo numismático, en el
que llegó a convertirse en un auténtico experto) se fueron alejando de la psicología. De su
ambicioso proyecto de revisión no han quedado sino unos “Prolegómenos”, que se publicaron
póstumamente, como testimonio de la gran obra sistemática que no llegó a escribir (Titchener,
1929).
La aventura estructuralista de Titchener no tuvo continuidad. Tras varias décadas de
presencia ininterrumpida y protagonista en la escena psicológica norteamericana, a lo largo de las
cuales contribuyó decisivamente a consolidar en ella una cultura científica centrada en el
laboratorio, resultaba claro que el proyecto titcheneriano no sobreviviría a su creador. La
extremada rigidez de su sistema, las críticas recibidas a la fiabilidad del método introspectivo y el
avance incontenible de otros enfoques psicológicos más amplios y flexibles que el suyo (el
funcionalismo, el conductismo, la psicología aplicada…) hacían inviable su prosecución. Que
terminase muriendo con Titchener, sin embargo, no debe impedir reconocer el importante papel
que el estructuralismo llegó a desempeñar en la psicología americana, siquiera sea –como ha
dejado dicho la psicóloga e historiadora Edna Heidbreder- como “error brillante e instructivo”
(Heidbreder, 1933: 118).
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