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1 TEMA 8. EL SIGLO XVII. 1) Los Austrias del siglo XVII. 2) Gobierno de validos y conflictos internos. 3) El ocaso del Imperio español en Europa. 4) Evolución económica y social. La cultura del siglo de oro. 1.- LOS AUSTRIAS DEL SIGLO XVII. El siglo XVII, dentro de la historiografía española, es conocido también como el de los Austrias menores, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, como contraste con el siglo XVI, el de los Austrias mayores, Carlos V y Felipe II. Los Austrias del Siglo XVII, a diferencia de sus antecesores, dejaron el gobierno de sus reinos en manos de validos o privados, que dirigían la política en su lugar, y sus reinados, marcados por la pérdida de la hegemonía en Europa y la crisis demográfica, económica y política, arrojan un balance desfavorable que refuerza el apelativo de menores al ser asociados con un menor peso político, con la decadencia de la monarquía y con la ruina. Felipe III* (1598- 1621), monarca que carecía de vocación política, más preocupado por los asuntos domésticos dentro de la corte, por la caza y por el juego, pronto dejó el gobierno de sus reinos en manos de su valido, el Duque de Lerma*. Se inició su reinado con un cambio de actitud en la política internacional, ya que tras las largas y costosas guerras del S. XVI, se intentó una política de pacificación, la Pax Hispánica, que posibilitaba la recuperación de la economía española y la Hacienda Real, pero fue desaprovechada por la prodigalidad del rey y la corrupción de su valido. Su reinado coincide también con la expulsión de los moriscos de nefastas consecuencias. Felipe IV* (1621-1665), monarca de gran sensibilidad artística, muy preocupado por la cultura, ejerció una importante labor como mecenas y tenía mayor preocupación por las tareas de gobierno y los problemas de sus reinos que Felipe III, pero le abrumaban las tareas administrativas y entregó el gobierno de sus reinos a su valido, el Conde-duque de Olivares*. Olivares, valido muy diferente al duque de Lerma, gozaba de una gran inteligencia política y de sincera voluntad de reforma, pero intentó consolidar el poder absoluto del monarca sobre los reinos en un momento inadecuado, durante la guerra de los Treinta Años, y de una forma autoritaria, obligando a los súbditos a acometer unos esfuerzos bélicos y económicos poco respetuosos con sus leyes e instituciones mediante la Unión de Armas, que le llevarían a fracasar rotundamente y originar una serie de rebeliones en los distintos reinos que alcanzaron su momento más álgido en 1640 con la de Cataluña y la de Portugal, país este último que lograría su independencia. Tras la guerra de los Treinta Años, la monarquía hispánica quedó relegada a un segundo plano en el escenario internacional, mientras Francia emergía como la nueva e indiscutible potencia hegemónica. Carlos II (1665-1700) *, último monarca de la dinastía de los Austrias, débil y enfermizo toda su vida, heredó el reino a los 4 años, y cuando llegó a adulto demostró su absoluta incapacidad para gobernar. Su reinado se caracterizó por una sensación general de desgobierno, constantes luchas por el poder y la pérdida definitiva del prestigio internacional. La muerte de Carlos II sin descendencia abrió el camino a la Guerra de Sucesión a inicios del siglo XVIII, que supondría la pérdida de todos los territorios europeos de la monarquía y la entronización de una nueva dinastía, los Borbones. El notable descenso demográfico, la profunda crisis económica y el estancamiento social a lo largo de la centuria se añadieron a la crisis política. No obstante, desde 1680 se manifestaron ciertos síntomas de recuperación, que anunciaban una nueva fase expansiva, y débiles proyectos de reforma que comenzaron a aparecer a finales de siglo. Esta época, sin embargo, fue un periodo de gran esplendor artístico y cultural, justificando la denominación de Siglo de Oro aplicada a la producción literaria y artística de la mayor parte de los siglos XVI y XVII, gracias a la combinación del mecenazgo de una monarquía deseosa de prestigio y

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TEMA 8. EL SIGLO XVII. 1) Los Austrias del siglo XVII. 2) Gobierno de validos y conflictos internos. 3) El ocaso del Imperio español en Europa. 4) Evolución económica y social. La cultura del siglo de oro.

1.- LOS AUSTRIAS DEL SIGLO XVII.

El siglo XVII, dentro de la historiografía española, es conocido también como el de los Austrias menores, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, como contraste con el siglo XVI, el de los Austrias mayores, Carlos V y Felipe II. Los Austrias del Siglo XVII, a diferencia de sus antecesores, dejaron el gobierno de sus reinos en manos de validos o privados, que dirigían la política en su lugar, y sus reinados, marcados por la pérdida de la hegemonía en Europa y la crisis demográfica, económica y política, arrojan un balance desfavorable que refuerza el apelativo de menores al ser asociados con un menor peso político, con la decadencia de la monarquía y con la ruina.

Felipe III * (1598- 1621), monarca que carecía de vocación política, más preocupado por los asuntos domésticos dentro de la corte, por la caza y por el juego, pronto dejó el gobierno de sus reinos en manos de su valido, el Duque de Lerma*. Se inició su reinado con un cambio de actitud en la política internacional, ya que tras las largas y costosas guerras del S. XVI, se intentó una política de pacificación, la Pax Hispánica, que posibilitaba la recuperación de la economía española y la Hacienda Real, pero fue desaprovechada por la prodigalidad del rey y la corrupción de su valido. Su reinado coincide también con la expulsión de los moriscos de nefastas consecuencias.

Felipe IV* (1621-1665), monarca de gran sensibilidad artística, muy preocupado por la cultura, ejerció una importante labor como mecenas y tenía mayor preocupación por las tareas de gobierno y los problemas de sus reinos que Felipe III, pero le abrumaban las tareas administrativas y entregó el gobierno de sus reinos a su valido, el Conde-duque de Olivares*. Olivares, valido muy diferente al duque de Lerma, gozaba de una gran inteligencia política y de sincera voluntad de reforma, pero intentó consolidar el poder absoluto del monarca sobre los reinos en un momento inadecuado, durante la guerra de los Treinta Años, y de una forma autoritaria, obligando a los súbditos a acometer unos esfuerzos bélicos y económicos poco respetuosos con sus leyes e instituciones mediante la Unión de Armas, que le llevarían a fracasar rotundamente y originar una serie de rebeliones en los distintos reinos que alcanzaron su momento más álgido en 1640 con la de Cataluña y la de Portugal, país este último que lograría su independencia. Tras la guerra de los Treinta Años, la monarquía hispánica quedó relegada a un segundo plano en el escenario internacional, mientras Francia emergía como la nueva e indiscutible potencia hegemónica.

Carlos II (1665-1700) *, último monarca de la dinastía de los Austrias, débil y enfermizo toda su vida, heredó el reino a los 4 años, y cuando llegó a adulto demostró su absoluta incapacidad para gobernar. Su reinado se caracterizó por una sensación general de desgobierno, constantes luchas por el poder y la pérdida definitiva del prestigio internacional. La muerte de Carlos II sin descendencia abrió el camino a la Guerra de Sucesión a inicios del siglo XVIII, que supondría la pérdida de todos los territorios europeos de la monarquía y la entronización de una nueva dinastía, los Borbones.

El notable descenso demográfico, la profunda crisis económica y el estancamiento social a lo largo de la centuria se añadieron a la crisis política. No obstante, desde 1680 se manifestaron ciertos síntomas de recuperación, que anunciaban una nueva fase expansiva, y débiles proyectos de reforma que comenzaron a aparecer a finales de siglo.

Esta época, sin embargo, fue un periodo de gran esplendor artístico y cultural, justificando la denominación de Siglo de Oro aplicada a la producción literaria y artística de la mayor parte de los siglos XVI y XVII, gracias a la combinación del mecenazgo de una monarquía deseosa de prestigio y

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reconocimiento, de la propaganda católica contrarreformista y de las preocupaciones intelectuales barrocas. Como contrapartida, el pensamiento científico español quedó postergado respecto a la Europa atlántica. 2.- GOBIERNO DE VALIDOS Y CONFLICTOS INTERNOS.

Un rasgo permanente de la monarquía a lo largo del siglo XVII fue la práctica de la privanza* o delegación de las funciones de gobierno del rey en manos de un hombre de su confianza, el privado, favorito o valido*. No fue algo exclusivo de España, la privanza fue frecuente en varios países de Europa como en el caso del papel de los cardenales Richelieu y Mazarino en Francia.

Su aparición en la vida política española del siglo XVII obedece a diversos factores como la personalidad de los monarcas, su desinterés por el poder o debilidad de carácter, la complejidad de las tareas de gobierno en estados modernos cada vez más complejos, en los que la complicada maquinaria administrativa y la abundancia de documentos y personas llegados a la corte hacía imposible que el monarca se pudiera ocupar personalmente de todos los asuntos, y finamente la utilidad del valido cuando se producían fracasos, ya que al dirigirse hacia ellos la críticas, quedaba a salvo la figura del rey.

No era un cargo institucional, no era sólo un secretario, sino una persona estrechamente unida al rey, cuyo poder residía en la confianza que el rey había depositado en su persona, cuando esta confianza personal disminuía o desaparecía, el valido perdía todo su poder.

Los validos fueron los protectores del poder real y los mediadores entre el rey y los reinos, las Cortes apenas se convocan e intentaron gobernar prescindiendo de los Consejos, que pierden poder político y se convierten en instituciones inoperantes al no poder hacer frente con facilidad a situaciones inesperadas por su dificultad de coordinación, pasando sus funciones a ser desempeñadas por las juntas*, una especie de pequeños comités, compuestos por aristócratas cercanos a los válidos, que resultaron más ágiles en la toma de decisiones. Todos los validos pertenecieron a la aristocracia y disfrutaron de cargos en la corte, lo que estrechó la relación entre la monarquía y la alta nobleza, poseían una red de clientelas de familiares y amigos, en las que se apoyaban para aumentar su poder, controlaban los mecanismos de ascenso social y económico de la época. El valido llegó a convertirse con el paso del tiempo en el responsable de los aciertos y desaciertos del reinado. Las críticas fueron abundantes hacia los validos por parte de los nobles que participaban en los consejos y se vieron desplazados, de los letrados de las secretarías reales que veían cómo ocupan puestos los clientes y familiares de los validos, y desde las clases populares que identificaban los validos con el desgobierno. Este sistema de gobierno se tradujo en un distanciamiento entre el rey y sus vasallos y en la desconfianza y desprestigio de la monarquía.

Felipe III * (1598-1621) inauguró el gobierno de validos. Su favorito fue Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma*, durante la mayor parte de su reinado hasta que en 1618 perdió la confianza del monarca y fue reemplazado por su hijo, el duque de Uceda. El duque de Lerma, político mediocre y de ambición desmesurada, alcanzó altos niveles de poder, a través de una red de familiares y amigos ocupó los principales cargos del Estado y aprovechó su posición para acumular una gran fortuna, por lo que los rasgos más destacados de su gobierno fueron el favoritismo y la corrupción. Tras su caída en desgracia en 1618 es nombrado cardenal, estatuto que le librará de rendir cuenta de sus fechorías. Sus logros como gobernante fueron limitados, aunque durante su gobierno se firmó la paz en Europa, no aprovechó esta circunstancia para emprender las reformas necesarias.

La enorme influencia que tenía sobre el monarca se demostró en el traslado temporal de la Corte desde Madrid a Valladolid en 1600, para evitar las presiones de otros sobre el monarca y estar cerca de sus posesiones. No obstante, seis años después la Corte retornó a Madrid.

La principal medida adoptada en política interna por el Duque de Lerma fue la expulsión de los moriscos, a quienes se les consideraba falsos conversos, decretada primero en Valencia en 1609 y al año siguiente en Castilla y Aragón. Las razones de esta expulsión no están del todo claras, tienen que ver con el peligro potencial que representaban por su supuesto, nunca confirmado, entendimiento con los turcos, con el rechazo de la población cristiana, con el deseo de la monarquía de acabar con la minoría

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morisca y completar la unidad religiosa para garantizar el absolutismo o incluso con el afán de demostrar la fuerza de la monarquía en el interior para compensar la imagen de debilidad en el exterior. Estas razones pudieron más que las quejas de los señores valencianos y aragoneses, que perdían así una mano de obra trabajadora, ya que la mayoría de moriscos eran colonos. Las consecuencias fueron nefastas, significó el sufrimiento de miles de personas que fueron obligadas a abandonar sus casas, cargar sus bienes muebles y embarcar hacia el norte de África y el Imperio turco, supuso una importante pérdida demográfica cuantitativa, casi 300.000 abandonaron la península, y cualitativa, pues constituían una comunidad laboriosa de campesinos y artesanos, y económicamente afectó en especial a Aragón, Valencia y Murcia, donde los moriscos eran un alto porcentaje de la población, por lo que esos territorios sufrieron una grave crisis de mano de obra muy productiva, se despoblaron centenares de aldeas, descendieron los diezmos y las rentas señoriales y cuando se repoblaron las tierras desiertas con cristianos viejos, los nobles hallaron en ellos trabajadores menos pacientes que los moriscos, mientras el norte de África recibía una inyección de gentes laboriosas que pusieron en cultivo las llanuras de Argelia y Túnez y aumentaron la población urbana de Marruecos. La medida completó la política intolerante iniciada con los RRCC., sin embargo las incursiones de piratas no sólo continuaron, sino que se intensificaron, puesto que no pocos moriscos expulsados se dedicaron a la piratería para saciar el odio y en todo el Magreb creció el fanatismo musulmán, contrapunto del fanatismo católico.

En 1621 murió Felipe III y le sucedió su hijo Felipe IV. Felipe IV* confió el gobierno a un nuevo valido, Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde- Duque de Olivares*. Su política exterior belicista intentó recuperar el prestigio de la monarquía española y mantener su hegemonía en Europa en el contexto de la Guerra de los Treinta Años. A tal fin planteó una serie de ambiciosos proyectos en política interior , Capítulos de Reformación*, que supondrían la reforma de la monarquía dirigida a alcanzar una verdadera unión de todos los reinos, para fortalecerla y evitar su decadencia, pero la población recibió mal sus proyectos, los grupos sociales que podían salir perjudicados las boicotearon y la situación de guerra permanente exigía soluciones urgentes, por lo que las medidas reformistas fueron progresivamente fracasando y provocaron una reacción secesionista dentro de los reinos hispánicos. Entre las reformas planteadas por el conde-duque de Olivares se encuentran el proyecto de un banco estatal, la unificación jurídica e institucional de la monarquía y la Unión de Armas.

Olivares pretendió mejorar la situación de la Hacienda, agravada por el agotamiento de las dos principales fuentes de ingresos de la hacienda, tanto las remesas de plata de las Indias, que empiezan a disminuir como la economía de Castilla, que ha entrado en crisis. Para ello propuso ahorrar gastos y crear un banco estatal que pagase interés al que depositara fondos y que concedería préstamos a la Corona, liberándola de su dependencia de la banca extranjera. Pero para su creación se precisaba de un capital fundacional, que debían contribuir todos los súbditos sin excepción cuya fortuna superase los 2.000 ducados. Ante la negativa de los privilegiados, las Cortes sólo aceptaron el aumento del servicio de millones*, un impuesto sobre el consumo de productos básicos en vigor desde 1590 a 1845, a cobrar mediante el procedimiento de la sisa, que entregaba al comprador una cantidad algo menor que la pagada.

Debido a los conflictos que existían entre una monarquía que pretendía consolidar su poder absoluto y las instituciones y leyes de los distintos reinos, Olivares pensó en la unificación jurídica, institucional y legislativa de la Monarquía, siguiendo el modelo castellano, lo que propone al rey en un Memorial secreto en 1624*, aconsejándole tres vías posibles: primero, fomentar matrimonios mixtos entre naturales de Castilla y otros territorios y conceder puestos a las élites de otros territorios, la vía más conveniente, pero la más lenta, que supondría crear una conciencia de “España”; segundo, negociar con cada territorio la modificación de sus leyes, presionando con la fuerza militar; tercero, provocar con la presencia de tropas reales que legalmente no podían estar en los territorios forales rebeliones en éstos, lo que justificaría la intervención militar para sofocarlas y la aplicación del derecho de conquista, es decir el derecho del rey a organizar de nuevo los territorios sometidos por las armas, que posibilitaría la abolición de fueros y privilegios territoriales. Sin embargo este ambicioso proyecto no se intentó siquiera, demasiado arriesgado en un contexto de guerra y amenaza exterior constante.

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El proyecto de la Unión de Armas* en 1625 suponía la creación de un ejército permanente de 140.000 soldados reclutados en todos los reinos de la Monarquía en proporción a su población y riqueza. La medida tenía tres objetivos esenciales: la creación de un poderosos y eficaz ejército, la distribución del coste de la guerra entre todos los territorios de la monarquía y que el peso no lo llevara sólo Castilla y el establecimiento de lazos de solidaridad entre sus súbditos. La Unión de Armas fracasó por la oposición de las Cortes de la Corona de Aragón, que recelaban de una monarquía a la que consideraban ajena y poco respetuosa con sus leyes e instituciones y de un reparto de la carga poco ajustado y proporcional a la población. Al final, las Cortes de Aragón y Valencia se negaron a aportar soldados, pero aceptaron pagar ayudas y subsidios económicos, en cambio las de Cataluña negaron ambos.

El fracaso de este programa político conduce a Olivares a aplicar todo tipo de medidas de urgencia que agravaron aún más la crisis social y económica como la declaración de una nueva bancarrota en 1627, nuevos impuestos, venta de cargos públicos y de señoríos de realengo a particulares que provocó la aparición de una nueva nobleza y la extensión del sistema señorial, y aumento de la acuñación de moneda con la consiguiente inflación y aumento del coste de la vida.

El descontento social y la oposición política a Olivares se generalizaron, los reinos periféricos rechazaban sus pretensiones unitarias y centralistas, los miembros de la alta nobleza se quejaban del escaso protagonismo que les concedía el autoritarismo del valido y las clases populares denunciaban su agotamiento económico y la presión fiscal. Los conflictos y protestas fueron constantes y se desencadenaron rebeliones en todas partes: Vizcaya (1632), Cataluña (1640-1652), Portugal (1640-1668), Andalucía (1641 y 1647-1652), Aragón y Valencia (1643), Nápoles y Sicilia (1647). El momento más crítico se alcanzó en 1640*, año en que estallaron los movimientos separatistas de Cataluña y Portugal que abrieron dos frentes al mismo tiempo en los dos extremos de la península. La impopularidad del valido fue en aumento y en 1643 el Conde Duque fue apartado del poder. El rey no volvió a entregar el gobierno a un solo favorito, aunque hasta 1661 tuvo gran influencia Luis de Haro, sobrino de Olivares. Las rebeliones sin embargo continuaron tras la caída del conde-duque.

La rebelión de Cataluña (1640-1652) * tuvo su origen en los permanentes conflictos surgidos entre las tropas reales castellanas e italianas destinadas en ese frente con motivo de la guerra con Francia y los campesinos de las villas y aldeas catalanas en las que se alojaban. Ante la negativa de las Cortes catalanas a contribuir con hombres y dinero, el Conde Duque de Olivares, quizás con la intención que preveía en su Memorial, había llevado la guerra contra Francia a la frontera catalana. Las protestas de la población, apoyadas por la Generalitat, no fueron asumidas por las autoridades reales y en mayo de 1640 estalló una rebelión de campesinos en Gerona contra las tropas allí concentradas. El 17 de junio, el día del Corpus, la rebelión se extendió a la ciudad de Barcelona, los segadores, congregados en la ciudad para celebrar esa festividad, iniciaron un gran motín, se apoderaron de Barcelona y pasaron a cuchillo al virrey, a otras autoridades y a parte de la alta burguesía y de la aristocracia en la jornada que se conoce como el Corpus de Sangre*. La Generalitat para controlar la radicalización social de la revuelta, evitar la guerra civil entre catalanes y conseguir apoyos, temiendo las represalias del monarca español, convocó una junta de brazos, cortes sin rey, que acordó ofrecer al rey de Francia, Luis XIII, el título de Conde de Barcelona. Cataluña quedó por tanto incorporada a Francia y recibió el apoyo del rey francés y de su valido Richelieu. La reacción de Olivares fue ocupar Cataluña con tropas y abolir sus fueros, lo que dio inicio a una larga guerra, la guerra de los Segadores*, hasta que las tropas de Felipe IV consiguieron entrar en Barcelona en 1652 y poner fin a la secesión. La crisis económica, la peste y la opresión francesa, agotaron a los catalanes, que se rindieron a las tropas de Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, con la condición de que se respetaran sus fueros.

La rebelión de Portugal (1640-1668) * es animada por el ejemplo de Cataluña. Las ventajas que esperaba la burguesía portuguesa de su incorporación a la Monarquía hispánica en 1580 con Felipe II nunca llegaron. Al contrario, Portugal había atraído hacia sus territorios a los enemigos de los Austrias y se sentía mal protegida por las tropas españolas, así los holandeses habían atacado Brasil y ocupado algunas plazas de sus colonias. La rebelión estalla en 1640 cuando se exige el reclutamiento de

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soldados portugueses y la colaboración de la nobleza lusa para someter a la rebelión catalana. La nobleza liderada por el Duque de Braganza se niega a ayudar, se subleva contra las autoridades virreinales y proclama la independencia del monarca español. La rebelión, de carácter nobiliario desde su principio, condujo a la proclamación del Duque de Braganza como Rey de Portugal con el nombre de Juan IV. La reacción castellana es tardía, ya que las tropas concentradas en Cataluña no pueden impedir la sublevación en sus inicios y las hostilidades se limitaron a escaramuzas que causaron graves perjuicios a los pueblos fronterizos. Portugal contó con la ayuda de Francia e Inglaterra, el intento tardío de recuperar Portugal en 1660 fracasó y la guerra, conocida en Portugal como de Restauración*, se prolongó hasta la paz de Lisboa* de 1668, en que la corona española reconoció su independencia, reinando Carlos II.

Otras rebeliones como la de Vizcaya contra el nuevo impuesto de la sal en 1631, la conspiración independentista del Duque de Medina Sidonia en 1641 en Andalucía, los alborotos y tumultos en 1643 en Aragón y Valencia, las revueltas populares contra impuestos de Sicilia y Nápoles en 1647 y los disturbios en Andalucía contra las oligarquías locales, los impuestos y las subidas del precio del pan fueron sofocadas, pero los proyectos de reforma política habían fracasado y los distintos territorios mantuvieron dentro de la monarquía hispánica sus instituciones y leyes propias.

Al morir Felipe IV, su hijo heredero Carlos II * (1665-1700), el “hechizado”, rey enfermo y supersticioso, es un débil niño de tan sólo cuatro años de edad. Por ello el gobierno durante su minoría de edad recae en manos de su madre, Mariana de Austria* , y de un consejo de regencia formado por magnates castellanos y aragoneses. Pero la reina prescindió pronto de dicho consejo y depositó su confianza en el jesuíta austriaco Nithard, su confesor, y después en Valenzuela, auténticos validos. La Corte se convirtió en un hervidero de intrigas y luchas por el poder entre facciones nobiliarias rivales, ya que a la minoría de edad del rey siguió la comprobación de su escasa capacidad intelectual.

En 1675 Carlos II fue proclamado mayor de edad y Mariana de Austria intentó mantener el control sobre su hijo. Pero Don Juan José de Austria*, hijo ilegítimo de Felipe IV y de la actriz María Calderón, La Calderona, reconocido por su padre y que gozaba de un prestigio adquirido en las campañas militares de la monarquía, apoyándose en un cuerpo de ejército en 1677, se presenta en palacio para “ofrecer sus servicios” al rey, lo que constituía un auténtico golpe de Estado, desplaza a Mariana de Austria y toma las riendas del poder hasta su muerte en 1679. La política interior se caracterizó por la continuidad y el inmovilismo. Los reinos de la Corona de Aragón mantuvieron su soberanía, los ineficaces consejos recuperaron parte de su poder, las cortes prácticamente habían dejado de funcionar, la administración estuvo estancada y la alta nobleza, los grandes de España, pasaron a controlar a la monarquía.

Tras el gobierno de Juan José de Austria, los validos se sucedieron en el poder, entre ellos destacan el duque de Medinaceli y el conde de Oropesa, que gobernaron entre 1680 y 1691 e intentaron imponer una serie de reformas económicas y políticas como el control del desorden monetario, la creación de la Superintendencia de Hacienda, la anulación de la deuda de numerosos juros o el recorte de cargos. Muchas de ellas quedaron en proyectos ante la resistencia de los grupos afectados y la caída de Oropesa supone el debilitamiento del ímpetu reformista que sin embargo tendrá éxito en el siglo siguiente.

La última década fue testigo del renacer de los disturbios sociales, nuevas revueltas campesinas en Cataluña como la de los barretines, reprimidas por el virrey, la Segunda Germanía en Valencia en 1693, sofocada en unas semanas, y disturbios en Valladolid y Madrid debido a la falta de pan como el motín de los gatos en 1699. En un clima de creciente inestabilidad política, la situación se agrava al carecer Carlos II de descendencia. El problema sucesorio ocupa las intrigas de las distintas facciones durante los últimos años de su reinado y se convierte en un problema internacional, interesadas las potencias europeas en el reparto del enorme patrimonio de la monarquía. Dos candidatos posibles a la sucesión se fueron perfilando: Felipe de Anjou* de la casa de Borbón, apoyado por su abuelo el monarca francés Luis XIV, y Carlos de Austria* de la línea austriaca de los Habsburgo, apoyado por el emperador. Carlos II finalmente nombró en su testamento heredero a Felipe de Anjou

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con la intención de asegurar a la monarquía española el apoyo de Francia, cuya hegemonía en Europa era indiscutible, y evitar así la desmembración territorial. El testamento suponía la entronización de una nueva dinastía en España, los Borbones, y el triunfo de Francia sobre Austria en el panorama internacional europeo. Muchas potencias europeas, ante el temor de la creación de un potente bloque hispanofrancés, tras la muerte de Carlos II en 1700, niegan la validez del testamento, basándose en la debilidad mental del monarca, dando pie a una larga Guerra de sucesión (1701-1715) *.

3.- EL OCASO DEL IMPERIO ESPAÑOL EN EUROPA

La Monarquía de los Habsburgo va a perder en este periodo la hegemonía que detentaba en

Europa, siendo sustituida claramente por Francia. Los objetivos de la política exterior durante el siglo XVII fueron similares a los de la centuria anterior: la defensa a ultranza de su patrimonio, la protección de la religión católica y la defensa militar del monopolio comercial en América. Los medios utilizados también habían sido perfilados durante el siglo anterior, tanto para la guerra como para la diplomacia. Pero nuevos factores caracterizaron la política exterior como la escasez de recursos financieros, agravada con la disminución notable de las remesas de metales preciosos a partir de 1630, que obligó a restringir el alcance de la política exterior, a incrementar la presión fiscal sobre los reinos, lo que conllevaría a la secesión temporal o definitiva de alguno de ellos, a firmar perentoriamente la paz en diversos periodos, a sufrir derrotas continuas a partir de 1635 e incluso a mostrarse incapaces de defender sus propios territorios a fines de la centuria. A la escasez de recursos militares se unió la crisis demográfica que afectó a la pérdida de efectivos militares y que obligó a levas forzosas, movilizando ejércitos sin preparación, ni motivación y proclives a la deserción, características especialmente graves en la Armada, donde la experiencia y formación eran imprescindibles, y que explican en parte las continuas derrotas durante la segunda mitad de siglo. Los holandeses, franceses e ingleses ampliaron además su radio de acción en las colonias, los holandeses se apoderaron en Asia de las Islas de las especias portuguesas y se establecieron en América en la Guayana y en la isla Curaçao en el Caribe, los franceses ocuparon las islas de Guadalupe y Martinica y Haití, parte de La Española, y los ingleses se establecieron en las Bahamas, islas Caimán, costa de los Mosquitos, Belice, Jamaica y algunas pequeñas Antillas, todos ellos enclaves para el comercio, la piratería, el contrabando y el tráfico de esclavos. Esta amenaza en las colonias contribuyó a invertir cada vez más recursos económicos en defensa y buques para América en lugar de destinarlos a la península y a las guerras europeas. También se produjeron modificaciones en relación a los enemigos tradicionales, el Imperio turco dejó de constituir un grave peligro y a Inglaterra, Francia y Holanda, se unió un nuevo enemigo, Portugal, sin embargo, en las últimas décadas del siglo, Inglaterra y Holanda tuvieron incluso que apoyar a la monarquía hispánica frente a Francia para que conservara su integridad territorial.

En el primer periodo del siglo XVII, durante el reinado de Felipe III (1598-1621) y el gobierno de su valido, el Duque de Lerma, se interrumpió la tendencia belicista del siglo anterior y la monarquía hispánica vivió un periodo de paz. La política de apaciguamiento se debió a varias circunstancias tanto políticas como económicas que favorecieron la paz con Inglaterra, Francia y Holanda. Tras la muerte de Isabel I de Inglaterra, los mercaderes ingleses presionaron al nuevo rey Jacobo I, para que firmara con la Monarquía hispánica un tratado de paz al año siguiente, 1604, que les permitía comerciar libremente con los territorios de la monarquía hispánica en lugar de recurrir al contrabando y la piratería y reconocía a los ingleses residentes en suelo hispano el derecho a practicar privadamente su religión siempre y cuando no hicieran proselitismo de la misma. Tras el asesinato de Enrique IV, muy hostil con la monarquía hispánica, las relaciones con Francia atravesaron una época pacífica. Mientras, la ruina de la Hacienda con una nueva quiebra en 1607 obligó, ante la incapacidad de costear la guerra, a firmar con Holanda la tregua de los 12 años* (1609-1621), patrocinada por el Duque de Lerma y el archiduque Alberto, gobernador de Flandes, por parte española y por Mauricio de Nassau por parte holandesa.

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Durante el reinado de Felipe IV (1621-1665) y el gobierno del conde-duque de Olivares, la situación internacional se complica con la Guerra de los Treinta Años* (1618-1648), una guerra en principio exclusivamente alemana, que tiene su origen en el enfrentamiento entre el autoritario, católico e intransigente emperador alemán Fernando II de la dinastía de los Habsburgo, apoyado por los príncipes católicos de la Liga Católica, y los príncipes alemanes protestantes coaligados en la Unión Evangélica, que se convirtió en una guerra europea devastadora, donde la cuestión religiosa era un pretexto, ya que lo que realmente se planteaba era la hegemonía en Europa de los Austrias a través de sus dos líneas emparentadas, la de Viena y la de Madrid, hegemonía que no estaban dispuestos a tolerar holandeses, ingleses, franceses y príncipes protestantes alemanes. Todos los conflictos militares europeos se fueron integrando en esta guerra, entre ellos la renovación de las hostilidades hispanoholandesas a partir de 1621, año en que finalizó la tregua. Cada potencia se alineó en uno de los dos bandos: los Habsburgo, austriacos y españoles, que pretendían mantener su hegemonía en Europa, y sus rivales, los príncipes protestantes alemanes, sus aliados, primero Dinamarca y después Suecia, las Provincias Unidas y finalmente Francia, que a pesar de ser una monarquía católica no tuvo escrúpulos en apoyar primero y aliarse después desde 1635 con los protestantes. El conde-duque de Olivares estaba convencido de la necesidad de restaurar el prestigio militar y de gran potencia de la monarquía y por ello se involucró en la guerra de los Treinta Años. La búsqueda de financiación para llevar a cabo su política belicista originó las sublevaciones internas. La monarquía no pudo atender a tantos frentes abiertos. A pesar de los éxitos iniciales de las tropas hispanas, la entrada de Francia en la guerra cuando los Habsburgo parecían haber derrotado a sus enemigos y las sublevaciones de Portugal y Cataluña en 1640 cambian el signo de la contienda, los tercios son derrotados en Rocroi* en 1643. Ese mismo año la caída de Olivares provoca un giro en la política. La guerra de los Treinta Años finaliza con la Paz de Westfalia*(1648) que tuvo como consecuencias el reconocimiento por la Monarquía hispánica de la independencia de las Provincias Unidas, aunque los Países Bajos católicos siguieron en manos hispanas, y la pérdida de la hegemonía europea, que pasa a manos de Francia. La guerra continuó con Francia, apoyada por Inglaterra desde 1655, hasta que en 1659 se firma la Paz de los Pirineos*, que confirmó el declive de la monarquía hispánica y supuso la cesión definitiva del Rosellón y la Cerdaña y de la región del Artois y otras plazas flamencas. La guerra permanente durante este reinado dejó arruinada a la monarquía y al país en un estado de agotamiento económico y de postración. Durante el débil reinado de Carlos II (1665-1700), se suceden las derrotas con la agresiva y expansionista Francia de Luis XIV. Tras un ataque francés, se cedió Lille y otras plazas fronterizas en la paz de Aquisgrán de 1668 y una nueva invasión francesa finalizó con la paz de Nimega de 1678 por la que se cedió a Francia el Franco Condado y otras plazas flamencas. Posteriormente la alianza con los Habsburgo alemanes, las Provincias Unidas e Inglaterra logró detener el expansionismo francés tras una larga guerra y las paces de Ratisbona en 1684 y de Ryswick en 1697. La impotencia para defender sus posesiones y la ausencia de sucesor al trono promovieron entre las potencias europeas distintos proyectos de reparto. La Guerra de Sucesión española* a principios del siglo XVIII acabó por desintegrar el patrimonio de los Habsburgo. 4.- EVOLUCIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL. LA CULTURA DEL SI GLO DE ORO.

En buena parte de Europa, durante el siglo XVII se extiende una profunda crisis demográfica, económica y social que dura hasta casi final de siglo, salvo en Inglaterra y Holanda, que gracias a su activo comercio a larga distancia, tanto con América como con Oriente, conocieron una etapa de prosperidad económica. Dentro de los reinos hispánicos la crisis incidió más en Castilla que en el resto debido al agotamiento económico causado por la presión fiscal para financiar las guerras continuas, a la falta de clases medias productivas y a la disminución de los tesoros americanos.

La crisis demográfica supuso en estos reinos la disminución de su población, por lo que a finales de siglo la cifra de habitantes era ligeramente inferior a 100 años antes. Sin embargo la crisis demográfica no afectó a todos por igual, Castilla fue el reino que perdió más población,

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especialmente el interior, la Meseta, mientras la periferia superó con más fortuna los problemas demográficos. El campo también se recuperó mejor que las ciudades de una crisis, que fue más intensa en el periodo comprendido entre 1630 y 1680. Varios factores contribuyeron en esta disminución de la población. En primer lugar, las sucesivas crisis de subsistencias, causadas por malas cosechas, provocaron hambrunas, agravadas por las constantes guerras que impedían la importación de alimentos, lo que dio origen a numerosos conflictos sociales. Las epidemias, favorecidas por la desnutrición de la población, fueron otra de las causas del descenso demográfico, especialmente la peste, que rebrotó con gran virulencia en tres oleadas, la de 1597-1602, la de 1647-1652 y la de 1676-1685, y que acabó con la vida de 1.250.000 personas. Las guerras dentro de los reinos peninsulares fueron permanentes entre 1640 y 1668 debido a las rebeliones de Cataluña y Portugal, aumentaron las enfermedades y el hambre y obligaron, ante la falta de soldados voluntarios, a realizar reclutas y levas forzosas entre jóvenes, en edad de trabajar y procrear, lo que tuvo repercusiones demográficas muy negativas y fue causa de rebeliones. La expulsión de los moriscos, entre 1609 y 1614, afectó especialmente al descenso de población en Valencia y Aragón. La crisis económica y la presión fiscal también tuvieron consecuencias demográficas negativas, hicieron que aumentara la emigración, que escasearan los matrimonios y que se elevara el número de clérigos, ya que la Iglesia se convertía en un seguro medio de subsistencia. A estos factores puede añadirse la emigración a América, que si bien no fue decisiva, incidió sobre todo en Castilla y Andalucía.

La crisis de la Hacienda, originada por el esfuerzo bélico del siglo XVI, se fue acentuando más, a lo largo del siglo XVII al no cesar las guerras, que absorbían la mayor parte de los ingresos americanos. El pago de los intereses a los prestamistas, principalmente italianos y portugueses de origen judío, los dispendios de la Corte y, esencialmente, la disminución del oro y plata desembarcados en el puerto de Sevilla procedentes de América empeoraron aún más la situación. Si con Felipe II hubo tres bancarrotas, en el siglo XVII hubo seis: 1606, 1627, 1647, 1652, 1662 y 1678. La bancarrota suponía la suspensión de pagos de la Corona a sus acreedores por falta de medios y a ella seguía siempre una negociación con los banqueros afectados con lo que el endeudamiento era cada vez mayor. El fracaso de las reformas de Olivares para resolver la situación hizo que se recurriera a medidas de urgencia, algunas utilizadas ya en el siglo XVI, que afectaron sobre todo a Castilla como las alteraciones monetarias producidas mediante la acuñación de monedas de vellón* de cobre puro, sin contenido en plata, cuando estas monedas utilizadas en la venta al por menor tenían su pequeño valor determinado por su escaso contenido en plata, que se mezclaba con cobre para darles un tamaño mayor y conseguir que fueron manejables, o mediante la reducción de su contenido metálico o el aumento de su valor legal. Estas prácticas fueron frecuentes con Felipe III y Felipe IV, con ellas la Hacienda se beneficiaba de la diferencia entre el valor legal de las monedas y el valor muy inferior de su contenido metálico, pero trajeron una inflación galopante que se sumó a la acumulada del siglo XVI por la llegada de metales preciosos y que desorganizó toda la economía del país. Otras medidas como la creación de nuevos impuestos, la exigencia a la nobleza de “donativos voluntarios” como el de 1624, la venta de cargos públicos, especialmente municipales, la venta de vasallos con la conversión de lugares de realengo en señoríos, previo pago de ciertas sumas por los señores beneficiarios, la venta de privilegios de villazgo y la venta de títulos nobiliarios sólo sirvieron para afrontar las necesidades inmediatas de la Corona, sobre todo los gastos militares y el pago a los acreedores, pero no fueron suficientes para atajar el progresivo endeudamiento de la Real Hacienda.

La crisis demográfica y los apuros fiscales de la Corona contribuyeron a agudizar la depresión económica. Las manifestaciones más evidentes de dicha crisis son la disminución de la producción agraria y lanera y el estancamiento del comercio y las actividades artesanales.

La producción agraria disminuyó, sobre todo en Castilla, debido a la reducción de la mano de obra, a las enormes cargas fiscales sobre los agricultores y a la disminución de la demanda de productos agrícolas. Muchos campesinos se endeudan y se convierten en jornaleros para sobrevivir y muchas tierras comunales fueron vendidas por la Corona a particulares para obtener financiación por lo que la propiedad tiende a concentrarse y aumentan los latifundios. Aragón y Valencia, por su parte,

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acusaron la expulsión de la población morisca. Existieron, no obstante, algunas circunstancias positivas como la introducción de nuevos cultivos procedentes de América, el de la patata y el maíz, que permitirán la recuperación demográfica en la segunda mitad de siglo en el norte peninsular, y la reorientación de parte de los campos a otros cultivos más rentables como la vid y el olivo. En cuanto al ganado, aumenta el ganado estabulado y sedentario frente al trashumante que disminuye, al reducirse las exportaciones a Flandes por las constantes guerras, aunque la lana siguió siendo el producto más importante del comercio español.

La artesanía castellana entra en recesión, sobre todo la textil, por la falta de competitividad debido a sus altos precios, en aumento desde el siglo XVI como consecuencia de la llegada de abundante plata procedente de América y elevados en el siglo XVII por las alteraciones monetarias y los gravosos impuestos que eran en Castilla los más altos de Europa. Las barreras aduaneras entre los distintos territorios de la monarquía y los peajes señoriales y municipales impedían la libre circulación de materias primas y productos, por lo que a veces resultaba más barato importar productos extranjeros por mar que comprarlos en la península. No existe además un importante mercado interior para los productos industriales, ya que los más humildes debían pagar cantidades enormes por los alimentos más básicos y solo los grupos más poderosos podían comprar artesanía de calidad, producida por los gremios o importada del exterior. También sufren una profunda crisis la metalurgia vasca y la industria naval.

El comercio exterior fue deficitario, ya que se exportaban materias primas y se importaban productos elaborados. La ruta atlántica hacia América, la Carrera de Indias*, fue una vía imprescindible para el comercio por la necesidad del oro y plata que llegaba de América y por la existencia de un importante mercado para exportar. Sevilla, que poseía el monopolio del comercio americano, será el puerto más importante de la península hasta ser desplazada por Cádiz a finales de siglo, al dejar de ser navegable para los grandes buques el río Guadalquivir. Este comercio, sin embargo, decae entre 1630 y 1660 debido al aumento de los intercambios entre las propias colonias, a la excesiva presión fiscal, a la confiscación de remesas enteras de plata por la Corona para atender a sus gastos militares y a la reducción de estas remesas. El comercio con América a será acaparado además por extranjeros, no sólo por medio del contrabando, sino también a través de agentes castellanos que actuaban por cuenta de extranjeros y burlaban así el impedimento legal que éstos tenían. En los distintos tratados de paz la monarquía se vio también obligada a conceder favorables condiciones comerciales a holandeses, franceses e ingleses y debido a la debilidad de la industria local, cada vez era más frecuente importar productos de Europa más competitivos y exportarlos a América. A partir del año 1660 el comercio se recuperó en gran medida, aunque esa recuperación favoreció básicamente a comerciantes extranjeros que introducían sus mercancías en la península para enviarlos a América.

A la crisis económica contribuyó también una aristocracia que no invertía las rentas que salían del campo en empresas industriales o mercantiles, que implicaban mucho riesgo, sino en comprar casas o tierras, o en préstamos al estado.

Desde 1680 se produce una cierta recuperación demográfica y económica. Antes incluso, se registra el aumento de la natalidad, mayor en las regiones del litoral, con lo que la tradicional relación entre centro y periferia comienza a invertirse a favor de esta última. Una medida de política económica de gran trascendencia por sus efectos beneficiosos para la recuperación de la producción y el comercio fue la devaluación en 1680 de la moneda de vellón en un 75% , acercándose así a su valor real, lo que creó un caos inicial, pero frena la galopante inflación y estabiliza el sistema monetario. La expansión demográfica y económica que caracterizó a la centuria siguiente se inicia por lo tanto ya en el último cuarto del siglo XVII.

La sociedad permaneció estática, siguió siendo estamental, basada en la desigualdad jurídica entre los estamentos privilegiados, nobleza y clero, y los no privilegiados, el resto de la población, y siguió estando marcada por la limpieza de sangre. Los estamentos eran grupo sociales muy cerrados, pero existían situaciones muy diferenciadas en el seno de cada uno.

La nobleza aumentó hasta los 650.000 miembros como consecuencia de las ventas de títulos, hábitos de Órdenes Militares e hidalguías, pero con claras diferencias entre la alta nobleza, los Grandes

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de España, y la baja nobleza, los hidalgos. La alta nobleza vivía en las ciudades y había dejado de ser guerrera y rural, residía en la corte la más próxima al poder, la nobleza cortesana, y basaba su riqueza en las rentas por la tierra y en la compra de juros, privilegios y cargos, además de poseer, en algunos casos, negocios industriales y comerciales con América. La Corona los protegió contra todo lo que pudiera ir en detrimento de su estamento y aumentó su poder social y político a lo largo de la centuria. Las familias de la nobleza controlaban las universidades a través de los colegios mayores para lograr los ansiados cargos de la administración, estaban exentos de impuestos y llevaban una vida ociosa por lo que su condición fue envidiada. Muchas personas enriquecidas llegan a falsificar probanzas*, documentos que probaban su nobleza. La nobleza en su conjunto se vio perjudicada por la inflación y por la crisis demográfica y agraria que supusieron una perdida de sus rentas por lo que recurrió al endeudamiento para permitirse sus gastos no productivos. La salvación de muchos nobles va a ser la extensión del régimen señorial. En Castilla se produce una auténtica reacción señorial o refeudalización, que no consistió en una “intensificación” de las relaciones de dependencia o aumento de rentas señoriales, sino en una “extensión” de las mismas. Muchos campesinos acabaron cultivando como arrendatarios las tierras de las que antes eran propietarios.

El clero, con diferencias también entre el alto clero de origen nobiliario, que disfrutaba de una situación acomodada y bastante segura, y el bajo clero de origen humilde, aunque no padecía agobios gracias a las exenciones tributarias y a sus rentas. El clero se concentra en las ciudades más grandes y ricas y en las poblaciones rurales con más recursos, vive del diezmo, de las rentas de señoríos monásticos y catedralicios, de sus ingresos por los servicios eclesiásticos y de donativos, y experimenta un aumento como consecuencia de la crisis general al ser la Iglesia un refugio seguro frente a la pauperización. Algunos historiadores insisten en que el aumento de clérigos va en detrimento de la natalidad.

El estamento no privilegiado es el más numeroso y variado. La burguesía de los negocios tenía escaso peso. Un fuerte pesimismo social y la mentalidad rentista impregnaban toda la sociedad y la burguesía española aspiraba a ennoblecerse abandonando los negocios industriales y comerciales para invertir en títulos, rentas y propiedades agrarias. La burguesía acaba convirtiéndose en rentista y parasitaria, como la nobleza, de ahí que sus actividades tradicionales, la industria, el préstamo y el comercio acaban en manos foráneas. Los artesanos y comerciantes eran poco numerosos. La mayor parte de los no privilegiados eran campesinos, variando su situación económica si eran propietarios de las tierras que trabajaban, sobre todo en el norte de la península, o eran jornaleros, en el sur, Aragón y Valencia. La mayoría de los artesanos y trabajadores de las ciudades y de los campesinos no tenían esperanza alguna de progreso, sino miedo a caer en una situación peor. El aumento del coste de la vida y la política impositiva recaían sobre ellos y van a ser el sector social más afectado por la crisis. Muchos campesinos se veían obligados a endeudarse, con frecuencia no podían pagar sus préstamos, perdían sus tierras y tenían que emigrar, cuando algunas personas emigraban y escapaban al recaudador de impuestos, la cuota del distrito recaía enteramente sobre los que quedaban en él. Este contexto originó revueltas de artesanos coincidiendo con subidas del precio de los productos básicos y revueltas campesinas esporádicas, rápidamente reprimidas. No sorprende que resurgiera el bandolerismo y aumentase la marginalidad, los más pobres buscaron en las grandes ciudades la solución en la mendicidad, un numeroso grupo de mendigos, pobres, delincuentes y pedigüeños vivía a la búsqueda de limosnas, la beneficencia y el pan barato.

La cultura española en el S. XVII, frente a la pobreza del pensamiento intelectual y científico, conoce una verdadera edad de oro en el plano artístico y literario, el Siglo de Oro* de las letras y las artes, iniciado en 1519 con la coronación imperial de Carlos V y que finaliza en la segunda mitad de este siglo, siglo en el que coincide con la cultura barroca. El Barroco* fue un movimiento cultural difundido desde Italia, que en España se extiende desde finales del siglo XVI hasta mediados del XVIII, con un carácter fuertemente conservador. La cultura barroca exalta los valores imperantes aunque se pueda encontrar a veces una literatura satírica y crítica. Es un medio de propaganda al servicio de la Iglesia Católica y de la monarquía absoluta. Por ello entre sus temas destacan la exaltación del poder

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absoluto del monarca, los dogmas de la fe católica y el desprecio a la vida terrenal a la espera de una vida mejor después de la muerte, pero también y muy relacionados con el último de ellos, los del desengaño, el contraste entre el ser y el parecer, la decadencia y el pesimismo vital que reflejan el rechazo de la realidad circundante, la nostalgia por el mundo feudal y el impacto generado por la crisis económica y política. Dirigida a las masas a las que busca convencer a través de los sentidos, para ello recurre al realismo naturalista, a la ostentación y el lujo que expresaban poder y a los efectos dramáticos y teatrales que buscaban mover el espíritu. Al dirigirse a un pueblo de escasa cultura el mensaje debía ser sencillo en el contenido, pero fastuoso y emocional en sus formas con el fin de impactar y conmover.

El pensamiento intelectual y científico tiene escaso desarrollo por el catolicismo militante protegido por la Inquisición, el conservadurismo de las universidades y la crisis económica y social general que no favorecieron el libre pensamiento, el debate intelectual, las críticas al poder ni la adopción de las novedades científicas procedentes del exterior. La revolución científica europea del siglo XVII permaneció inédita en España, Descartes y Galileo, ya perseguidos por el catolicismo en Francia e Italia respectivamente, así como Newton fueron casi desconocidos en nuestro país y sus obras se incluyeron en el Índice de libros prohibidos. Desde finales del siglo XVI, sin embargo, en el ámbito del pensamiento, surgen los arbitristas*, un grupo de críticos que percibieron la amenaza de la decadencia y muchos elaboraron informes económicos y políticos para el rey, en los que analizaban los problemas del país y proponían medios para solucionarlos. La mayoría de estas propuestas eran simples fórmulas o arbitrios para proporcionar a la Hacienda Real nuevos ingresos y sacar a la Corona de su lamentable situación. La práctica se extendió alentada por el deseo de sus autores de obtener de la Corona algún tipo de merced, muchos idearon auténticos disparates y así surgió en la literatura la figura satírica del arbitrista, personaje ridículo, convertido en objeto de burla por autores como Quevedo y Cervantes. En medio de esa multitud hubo quienes hicieron un análisis muy lúcido de la situación, plantearon soluciones razonables y a lo que se les considera pioneros del pensamiento económico como Sanchez Moncada, Fernández Navarrete, Caxa de Leruela o Martínez Mata. La mayoría coincidieron en detectar los males de la economía: despoblación, agotamiento económico de Castilla por la excesiva presión fiscal, exportación de las materias primas, importación de manufacturas, aumento del clero, enriquecimiento de los extranjeros como únicos beneficiarios del oro y la plata y la pobreza de los españoles por su desprecio al trabajo. En relación también con el pensamiento intelectual, la escuela de juristas del siglo XVI del dominico Francisco de Vitoria sigue elucubrando sobre el derecho de conquista de las Indias o el poder político, destacando la figura del padre jesuita Juan de Mariana* y su De rege et regis institutione (1598), en el que, partiendo de planteamientos escolásticos, se justifica la doctrina del tiranicidio al defenderse la idea de que el poder deriva de Dios que lo entrega al “pueblo” y éste al monarca.

Ésta es la época más brillante de nuestra literatura y el teatro es el género más popular y de mayor proyección social. Se representan todo tipo de contenidos, desde tragedias hasta comedias burlescas, y en todo tipo de escenarios, las destinadas al pueblo en los corrales de comedia, las cortesanas en palacios y jardines y los autos sacramentales en templos o plataformas móviles, siendo parte esencial de la representación la impactante escenografía. Los autores cuidan de no ofender a los poderosos y se pliegan a los gustos del público con temas como la honra, la fe religiosa, el orden o los enredos amorosos. Los autores más celebres fueron Lope de Vega* y Calderón de la Barca*. La novela picaresca alcanzó su época de esplendor en un momento en que las difíciles condiciones de vida provocaron la proliferación de estos tipos humanos, La vida del pícaro Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán inspiró otras obras como Historia de la vida del buscón llamado Don Pablos de Quevedo. Son también de este estilo las Novelas ejemplares de Cervantes*, que alcanzó la cumbre de la novelística del siglo XVII con “El Quijote”, novela de fondo realista donde las costumbres sociales son tratadas con fina y humanista ironía. En poesía destacaron desde premisas estilísticas opuestas el culteranismo de Góngora* y el conceptismo de Quevedo*, también cultivado en prosa por el mismo Quevedo.

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El arte barroco tiene sus precedentes en el espíritu de la Contrarreforma de la segunda mitad del siglo XVI, se desarrolló a lo largo del siglo XVII y se prolongó hasta la reacción neoclásica de mediados del siglo XVIII. Fue un arte propagandístico al servicio de los privilegiados, la Monarquía y la Iglesia. Su rasgo más sobresaliente es la apelación a los sentidos, frente al Renacimiento que apela a la razón, a través de escenografías, efectismos, dramatismo o juegos de luces. Con este efectismo la razón de la masa queda negada y sometida a los valores religiosos, sociales o monárquicos. El arte tuvo por lo tanto el mecenazgo de la Iglesia y de la Corona, lo que se refleja especialmente en la arquitectura y el urbanismo. El Madrid cortesano se convierte en un gran centro artístico. Pero no se desarrollaron programas urbanísticos de importancia ni se ejecutaron grandes construcciones, a diferencia de lo que ocurrió en Roma o en París debido a la ruina económica y con frecuencia se emplearon materiales pobres que se ocultaban con pintura y otros elementos decorativos. La arquitectura partió de la sobriedad decorativa de influencia escurialense, de muros planos y líneas sobrias. Juan Gómez de Mora* fue la figura más representativa y empezó ya a apartarse de la sobriedad herreriana en obras como la primitiva Plaza Mayor, modelo de plaza porticada que se extendió por toda España. En la segunda mitad de siglo, la influencia del barroco italiano aportó elementos decorativos y formas curvilíneas. A finales de siglo se acentuó el exceso decorativo en el denominado estilo churrigueresco, calificativo alusivo a José de Churriguera*, cuyo retablo de la iglesia del convento de San Esteban en Salamanca es ejemplo de este estilo de líneas quebradas, formas curvas y grandes columnas salomónicas, que acentúan su carácter sinuoso y dinámico.

En escultura se siguió rigurosamente las directrices de la Contrarreforma, por lo que destaca la imaginería en madera policromada, utilizada para retablos y pasos procesionales, caracterizada por el predominio del tema religioso, el dramatismo, el realismo y la expresividad con ojos de vidrio, cabellos mojados, carnes mortecinas o llagas en el cuerpo de Jesús. Sobresalen dos escuelas, la castellana, cuyo escultor más representativo es Gregorio Fernández* , caracterizado por el patetismo dramático, y la andaluza, más amable y serena con escultores de la talla de Pedro de Mena, Alonso Cano y Martínez Montañés. Son un buen ejemplo de un arte destinado a convencer a través de los sentidos a la masa popular de unos valores religiosos.

Una finalidad similar tendrá la pintura barroca y el mismo efecto pretende su naturalismo y el manejo de la luz, el movimiento y el color para lograr efectos dramáticos y ópticos con tenebrismo. A la clientela religiosa se suma el mecenazgo de la Corte, especialmente la de Felipe IV, pero en la pintura española los temas religiosos predominan sobre los mitológicos. La pintura barroca española justifica el apelativo de Siglo de Oro con figuras como Ribera y su tenebrismo, Zurbarán y sus apacibles ambientes monacales, Murillo y sus figuras amables y Velázquez*, el más importante de todos, uno de los pocos pintores peninsulares que trabaja el tema mitológico que a la vez presenta como de género (Los borrachos, La fragua de Vulcano, Las hilanderas..), es un pintor de la Corte (retratos de reyes y validos) y hace propaganda del supuesto poder de la monarquía ya en declive (La rendición de Breda o Cuadro de las lanzas), mientras en su obra maestra, Las Meninas, un retrato grupal de la Corte de Felipe IV, se comporta como un auténtico artista que rompe convencionalismos: juega con los espejos, pinta el aire, convierte el tema principal en secundario y al revés .