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TERCER COLOQUIO UNIVERSITARIO DE ANÁLISIS CINEMATOGRÁFICO
25, 26, 27 de septiembre de 2013
CIUDAD UNIVERSITARIA MÉXICO DF
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Salvador Elizondo y Apocalypse 19001 Por: Esteban King
La bibliografía crítica sobre la obra del escritor mexicano Salvador Elizondo es más que
abundante. En particular, su novela Farabeuf o la crónica de un instante, publicada en
1965 por la editorial Joaquín Mortiz y por la cual se le otorgó el premio Xavier
Villaurrutia, ha sido analizada bajo un sinfín de perspectivas. Por el contrario, los
estudios de algunas otras de sus creaciones de la década de los sesenta son hasta ahora
prácticamente inexistentes: tal es el caso de la revista S.nob que dirigió en 1962 y de la
única película que realizó en su carrera: Apocalypse 1900, aparecida en 1965.2
De acuerdo con el tema que nos convoca en este coloquio, en estas páginas me
interesa abordar no sólo la película de Elizondo sino una serie de inquietudes estéticas
que aparecen en sus obras de la primera mitad de la década de los sesenta y en las
cuales el montaje despunta como un elemento de primera importancia. Lo que me
interesa, entonces, es intentar dilucidar la concepción elizondiana del montaje para
ponerla al final de mi intervención en relación con Apocalypse 1900.
Vale la pena comenzar recordando que, aunque literato, Salvador Elizondo
siempre tuvo un profundo conocimiento y una gran admiración por el cine. Gracias a su
padre, el conocido productor Salvador Elizondo Pani, estuvo inmerso desde muy
temprana edad en el mundo del séptimo arte. Después, a mediados de la década de los
1Este escrito forma parte de una investigación más amplia que he realizado sobre arte y literatura en
México en los años sesenta. Parte de los argumentos que se exponen aquí aparecieron en la ponencia “Salvador Elizondo y los mecanismos del montaje” presentada en el simposio internacional Genealogía del arte contemporáneo (MUAC, 2012) y otros más aparecerán en un artículo sobre las nuevas estrategias narrativas de los años sesenta en México que escribí junto con Marisol Luna, el cual será editado por el MUAC en el 2014.
2En parte, este fenómeno tiene que ver con el hecho de que s.nob no era una revista conocida ni fácil de conseguir hasta el año 2008, cuando la editorial Aldus sacó a la venta una edición facsimilar. La película, por su parte, nunca se estrenó en México y estuvo perdida hasta que fue rescatada, restaurada, digitalizada y subtitulada en 2007 por Gerardo Villgeas. Fue presentada por Villegas, Paulina Lavista y José de la Colina en el Palacio de Bellas Artes ese mismo año.
3
cincuenta, viajó a París para estudiar en el Instituto Francés de Altos Estudios
Cinematográficos. En ese tiempo frecuentaba asiduamente los cineclubes parisinos, en
los cuales encontró -cito- un “aparato crítico y teórico que contribuía a enriquecer al
máximo lo que allá constituía la 'experiencia cinematográfica' y que aquí no era más que
'ir al cine'”.3 Esta fascinación por el cine y la necesidad de un aparato crítico resultaron
a principios de los sesenta en la creación de la revista Nuevo Cine, donde converge con
José de la Colina, Carlos Monsiváis y Emilio García Riera. Todos ellos estaban al tanto
de los Cahiers du cinema, la Nouvelle Vague y el neorealismo italiano, así como de las
películas experimentales de Estados Unidos. Desde muy joven, Elizondo fue además un
gran admirador de Sergei Eisenstein; de hecho, el principio de montaje que le interesa
proviene en buena medida de los trabajos, tanto teóricos como prácticos, de este
cineasta ruso.
Para Eisenstein, el montaje es el elemento esencial del cine, y su objetivo no es
tanto crear un encadenamiento como un choque, donde es necesaria la oposición de dos
elementos que se resuelvan en una síntesis dialéctica, en un nuevo producto y no en
mera acumulación. Como la base de cualquier arte, el montaje -escribe- es conflicto.
En un artículo que tuvo gran impacto en el trabajo de Elizondo, el cineasta ruso
equipara el funcionamiento del montaje con el de los ideogramas orientales. De hecho,
asegura que se trata del elemento básico de diversas ramas de la cultura japonesa, como
el dibujo, el teatro y la poesía. En el caso particular de la escritura, argumenta que es
elemento esencial para lograr, a partir de elementos concretos (pictogramas), ideas o
conceptos abstractos (por ejemplo, nos dice: agua y ojo reunidos devienen en llanto;
perro y boca, en ladrar; cuchillo y corazón, en tristeza, etc).
3 Salvador Elizondo, Salvador Elizondo, prólogo de Emmanuel Carballo, México, Empresas Editoriales,
S. A., 1966.
4
Eisenstein estaba consciente de que dicha síntesis debía ocurrir en la mente del
espectador, que su realización última depende sobre todo de una elaboración de carácter
intelectual. Por eso, en su artículo, cita un fragmento sobre el espíritu de la poesía
japonesa que sentencia: “son los lectores quienes hacen de la imperfección del haikú
una perfección del arte”. Dicha máxima, según pone de manifiesto, aplica también para
el caso del montaje.4
Salvador Elizondo retoma en varios momentos estas ideas y las combina con
otras donde resuena una concepción similar de la escritura ideográfica: aquellas
planteadas por el sinólogo Ernst Fenollosa en el libro Los caracteres de la escritura
china como medio poético, el cual fue rescatado, reeditado y prologado por Ezra Puond
en 1920 y traducido en los años sesenta al español por el mismo Elizondo.5 De este
trabajo, el escritor rescató sobre todo el carácter plástico y visual de los ideogramas.
Aunque en su Autobiografía precoz Elizondo alude a una serie de pinturas en las
que trabajaba con el montaje (las cuales reconoce como fallidas; y que, en cualquier
caso, no conocemos), el primer momento de su producción donde encontramos la
puesta en práctica de esta noción es en el último número de la revista S.nob, en un
artículo titulado “Morfeo o la decadencia del sueño” (1962). Antelación de lo que
sucederá en Farabeuf, en este artículo encontramos por vez primera tanto los
ideogramas chinos planteados como un recurso conceptual que se convierte en el núcleo
semántico que contiene todos los hilos anecdóticos o temáticos del relato, como la
4 Sergei Eisenstein, “El principio cinematográfico y el ideograma”, en: La forma del cine, México, Siglo
Veintiuno Editores, 1990, 241 p., p. 33-47 5Dependiendo cómo vaya el tiempo. Abundar en este asunto. Pound lideró en los años veinte del siglo
pasado el movimiento poético de los imaginistas, en el cual la creación de imágenes jugaba un papel primordial. El aporte de Fenellosa es sobre todo en el sentido de la plasticidad y la visualidad de los ideogramas. Cfr., Ernest Fenellosa y Ezra Pound, Los caracteres de la escritura china como medio poético, introducción, traducción y notas por Salvador Elizondo, México, UAM, 1980. En su estudio, escribe Fenellosa: “las palabras chinas están vivas y son plásticas”. Fenellosa se acercó a China desde el Japón y concibió los ideogramas como íconos visuales. Referencia obligada para entender la estética de Elizondo, hoy en día la mayor parte de sus ideas se encuentran desacreditadas.
5
fotografía del Leng Tché -tomada del libro Las lagrimas de Eros de Georges Bataille-,
la cual introduce el tema de la tortura y el placer como sensaciones producto de un
mismo proceso.
En el artículo -interesante en otro sentido porque recurre al collage literario a
partir de componentes y discursos superpuestos, provenientes de contextos más bien
incompatibles y que en conjunto permiten una gran diversidad de lecturas- Elizondo
habla de la decadencia de las drogas en el mundo moderno, al tiempo que invita al
lector a comprender un argumento mucho más profundo y relevante sobre la relación
existente entre el éxtasis, el erotismo y la tortura a partir de sendas reproducciones de
los ideogramas chinos “opio” y “no ser” y de la fotografía del suplicio tomada del libro
de Bataille. (Imágenes de todo esto para desarrollar el argumento).
A Elizondo, la reproducción de estos ideogramas le interesa porque los postula
como imágenes; lo que expresan, más que leerse, se puede ver inmediatamente. Su
singular fascinación por ellos reside tanto en su mecanismo operativo como en la
visibilidad y el despliegue de sus formas. Según asegura décadas más tarde:
Creo sinceramente que si alguna forma poética ha cobrado el máximo grado de universalidad asequible a la poesía, esa forma ha sido la que se concreta en el intento de conseguir para la poesía de nuestro tiempo la señal y el signo, la forma y la idea, el símbolo y la imagen poética en una sola expresión racional, comprensible, visible y legible a la vez.6
Para Elizondo, esta visibilidad del ideograma posibilita observar el proceso de
montaje que lo origina, es decir, permite vislumbrar las piezas de su conformación. En
el caso específico del artículo sobre las drogas, los ideogramas revelan una lógica que el
escritor aprovecha para sus propios fines: el que expresa “opio” está constituido en parte
por un radical que significa “no ser”, ergo, argumenta, la muerte (o el “no ser”, que es la
continuidad del ser en términos de Bataille) se vislumbra desde la discontinuidad
6 Salvador Elizondo, “Ideograma: teoría y canon de la poesía concreta” (1978), en: Pasado anterior,
México, Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 223-226.
6
gracias al éxtasis orgásmico o al alucinatorio de las drogas (“el opio”). De tal forma,
haciendo uso de un procedimiento que exige una lectura apropiada y una comprensión
intelectual sobre la síntesis de las formas en los ideogramas —esos ideas-montaje,
imágenes a su vez—, Elizondo pone en juego una teoría más bien batailleana y la
emparenta con el pensamiento oriental.
(Este mismo juego del ideograma como montaje y como imagen, vinculado
además a Bataille y a la imagen del supliciado, es radicalizado en Farabeuf, donde hay
un momento en que el símbolo escrito pasa de ser una abstracción a un signo concreto y
representado. Me refiero al apartado final del capítulo séptimo, cuando aparece el signo
numérico 6 en chino, denominado liú, y se lee en el texto: “la disposición de los trazos
que lo forman recuerda a la actitud del suplicado y también a la forma de una estrella de
mar, ¿verdad?”. Efectivamente, este signo parece ser la figura simplificada de un
hombre, pero es también un hexagrama del I-ching (otro de los tópicos fundamentales
de la novela), a la vez que la representación del supliciado atado a una estaca o una
sugerencia de la forma de una estrella de mar).7
Si bien dentro de los aportes de la crítica especializada en la obra elizondiana no
parece estar registrada la hipótesis de que es el montaje la base de “Morfeo o la
decadencia del sueño”, el mismo Salvador Elizondo dejó claro en su Autobiografía
precoz la importancia que había tenido Eisenstein y la estética del montaje en su
producción literaria. Siguiendo las afirmaciones que el escritor hace en ese texto,
Adriana de Teresa realizó un acucioso estudio sobre Farabeuf, donde asegura que el
concepto del montaje tal y como lo define Einsestein está presente en esta obra,
entendido como “la unión de elementos en conflicto para provocar o sugerir una idea o
7 Salvador Elizondo, Farabeuf o la crónica de un instante, México, Fondo de Cultura Económica, 2006,
p. 154. Margo Glantz hizo notar esta problemática particular. Cfr. “Farabeuf, escritura barroca y novela mexicana”, en: Repeticiones. Ensayos sobre literatura mexicana, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1979, passim.
7
concepto intelectual, con la significancia de que está estructurada a partir de una serie
de fragmentos que repiten, una y otra vez, las mismas escenas”; sin embargo, puntualiza
la autora, estas repeticiones traen consigo una serie de diferencias que, como en El año
pasado en Marienbad, de Alain Resnais, pueden llegar a ser complementarias o
completamente contradictorias; lo importante es que a través de todos los elementos en
conflicto, el lector debe integrar en su mente la imagen de ese instante único (el de la
fotografía). “De esta manera, -dice De Teresa- tenemos que existe una analogía entre el
principio de montaje, la escritura ideográfica y la estructura de Farabeuf”.8
Hasta este momento, me ha interesado dejar en claro la noción de montaje para
Elizondo y cómo es que la aplicación de ésta no se limita al mundo cinematográfico.
Conforme a lo que declaró en una ocasión: “Hay motivos de composición que hacen
técnicamente posible literariamente combinaciones que no tienen un origen literario.
Por ejemplo, el montaje cinematográfico”.
Está claro que estas meditaciones forman parte de su preocupación por subvertir
la noción de texto como un artefacto cerrado y explorar, en cambio, el vínculo y los
modos de operación que se pueden establecer entre la escritura, el cine y las formas
visuales. Ahora bien, una vez enarbolado este panorama, me gustaría volver al ámbito
de la película, la cual, desde punto de vista, es imposible disociar de todas las
preocupaciones, temas y problemas que trabaja esa misma década.
Apocalypse 1900 es una ficción que documenta la hipotética destrucción del
mundo en el año de 1900, en pleno auge de la belle-époque. El film fue realizado sobre
todo con ilustraciones de la revista científica decimonónica La Nature y también con las
de un volumen que cayó a sus manos cuando comenzaba la filmación: justamente, el
8 Cfr., Adriana de Teresa, Farabeuf. Escritura e imagen, México, UNAM, 1996, passim.
8
Manual de operaciones del doctor Farabeuf, compendio de prescripciones quirúrgicas
de principios de siglo pasado ilustrado detalladamente con portentosas láminas.
Cercana en cierto sentido a la cronofotografía –pues sólo se utilizan tomas de las
ilustraciones de la revista y el volumen apenas citados, junto con pocas ilustraciones
provenientes del trabajo de Max Ernst y algunos fotomontajes de Akbar del Piombo, un
divertido e irreverente autor publicado por la Olympia Press- la película muestra, no sin
cierto ironía, el idilio y la vida cotidiana de la época de las invenciones maquínicas (el
teléfono, el globo aerostático, la bicicleta), momento en el cual se incursiona también, a
través de la cirugía, en esa otra máquina que es el cuerpo humano.
El glamour, el amor y la magnificencia del nuevo siglo desaparecen cuando el
profesor Kovacs recibe de su última invención, el tanatógrafo, una fatídica e inevitable
señal: ha llegado al fin del mundo. Reina entonces la desesperación y los escenarios
distópicos, literalmente apocalípticos, acaban por suplantar los sueños de progreso y
modernidad.
A lo largo de la película diversas voces recitan fragmentos de obras de algunos
escritores franceses que eran particularmente importantes para Elizondo. El primer
diálogo, por ejemplo, está tomado de algunas partes de El Judío Errante de Eugéne Sue,
pero más adelante aparecen también los Cantos de Maldoror de Lautremont, El
crepúsculo de la tarde de Baudelaire, En busca del tiempo perdido de Proust así como
fragmentos de escritos de Bataille y un poema de André Breton. Todo esto se articula
con piezas musicales que se dejan escuchar a lo largo de la cinta.
En un artículo publicado poco antes de la aparición de su película, en el Gallo
Ilustrado (1963), Elizondo rebatía la idea, repetida según él hasta la saciedad, según la
cual “existe una barrera infranqueable entre la literatura y el cine”. Para él, ambos
medios ofrecen formas de expresión similares, aunque reconoce que el cine tiene una
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ventaja sobre la literatura: a diferencia de ésta, no necesita de las acotaciones verbales
del autor para transmitir ciertas ideas a los espectadores; además, puede hacer uso de
herramientas audiovisuales.
Podríamos pensar, entonces, que la única incursión de Elizondo en el mundo
cinematográfico (es decir, como realizador, pues el mundo cinematográfico fue algo que
siempre inundó su vida) es una puesta en práctica de sus convicciones: la barrera entre
literatura y cine se puede franquear... Pero, más que esta salida, me inclino a pensar,
dado el terreno de las reflexiones estéticas de las que se ocupaba en ese entonces, que
Apocaypse 1900 debe ser entendida como un verdadero experimento, un laboratorio de
posibilidades que le permite hurtar procedimientos de diferentes medios y reflexionar
desenfadadamente sobre los distintos recursos y temporalidades que ofrece cada uno.
En este sentido, más que en el significado particular del montaje de las
imágenes, la música y las citas que aparecen a lo largo de la película, quisiera hacer
énfasis en su dimensión experimental, que consiste, desde mi punto de vista, en el hecho
de que Elizondo utiliza el montaje para introducir al ámbito temporal imágenes que de
entrada pertenecen más bien al terreno de lo visual y lo espacial: grabados y collages.
De tal forma, si Farabeuf puede ser entendida como un intento por describir un
instante fotográfico a través de la literatura -que es una disciplina temporal, que discurre
en el tiempo- en Apocalypse 1900 el objetivo es introducir, a través del cine, la
dimensión temporal a un ámbito que es sobre todo espacial: el de las imágenes
impresas. Aunque con fines opuestos, en ambos casos –en la novela, en el film- el
montaje es el recurso que utiliza para conseguir su objetivo.
Como hemos visto a lo largo de estas páginas, el montaje aparece en los trabajos
de Elizondo como un mecanismo de operación que le permite lograr creaciones donde
se altera la temporalidad propia de los medios específicos y se pone en juego un
10
compleja noción de imagen que le permite vincular cine, fotografía, ideogramas y
escritura. En todos los casos, se busca explícitamente la colaboración del lector para
llegar a una síntesis que permita comprender el significado de la obra. Este significado,
a su vez, es distinto al de cada fragmento por separado y cualitativamente diferente a la
suma de todas las partes.
Para cerrar, quisiera sintetizar todas estas preocupaciones de composiciones
experimentales que se valen de alguna manera del recurso del montaje, recurriendo a
una última cita del mimo Elizondo. En una de las múltiples entrevistas que dio a lo
largo de su vida, declaró a este respecto: “Leí los trabajos de Eisenstein, que la mayoría
cree que tratan de cine, pero su fondo es el problema de la creación artística”. Dadas sus
exploraciones ensayísticas, novelísticas y cinematográficas, me parece que en el
contexto de este coloquio es una afirmación no puede pasar fácilmente desapercibida.