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Texto de María Bautista Ilustración de Raquel Blázquez Aquel invierno el viejo árbol de plástico que cada año había adornado el salón de casa de Paula en Navidad fue sustituido por un verdadero abeto. Era un árbol pequeñito que olía a campo y que tenía unas hojas puntiagudas que pinchaban. Paula y su hermano pequeño, Abel, estaban tan entusiasmados con el árbol que hasta le pusieron un nombre. - ¿Qué te parece Pincho? – sugirió Paula. Abel, siempre dispuesto a aceptar las ideas de su hermana, por muy locas que estas fueran, aceptó encantado. Pincho era un gran nombre para un árbol de Navidad, pero es que él era un gran árbol (aunque fuera pequeñito). No podía compararse con aquella birria de árbol de plástico que los hermanos habían tenido hasta entonces. Abel y Paula se esforzaron mucho en decorarlo. En vez de comprar espumillón como otros años, hicieron cadenetas con papeles de colores, y en vez de llenarlo de bolas, colgaron algunos de sus juguetes favoritos. Pincho estaba precioso con todos aquellos coches y monigotes colgados en sus ramas. - ¡Es el árbol de Navidad más bonito que he visto nunca! – exclamó emocionada Paula. - ¡Viva Pincho! – gritaba alegre Abel.

Texto de María Bautista

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Cuento Infantil

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Page 1: Texto de María Bautista

Texto de María BautistaIlustración de Raquel Blázquez

Aquel invierno el viejo árbol de plástico que cada año había adornado el salón de casa de Paula en Navidad fue sustituido por un verdadero abeto. Era un árbol pequeñito que olía a campo y que tenía unas hojas puntiagudas que pinchaban. Paula y su hermano pequeño, Abel, estaban tan entusiasmados con el árbol que hasta le pusieron un nombre.

- ¿Qué te parece Pincho? – sugirió Paula.

Abel, siempre dispuesto a aceptar las ideas de su hermana, por muy locas que estas fueran, aceptó encantado. Pincho era un gran nombre para un árbol de Navidad, pero es que él era un gran árbol (aunque fuera pequeñito). No podía compararse con aquella birria de árbol de plástico que los hermanos habían tenido hasta entonces.

Abel y Paula se esforzaron mucho en decorarlo. En vez de comprar espumillón como otros años, hicieron cadenetas con papeles de colores, y en vez de llenarlo de bolas, colgaron algunos de sus juguetes favoritos. Pincho estaba precioso con todos aquellos coches y monigotes colgados en sus ramas.

- ¡Es el árbol de Navidad más bonito que he visto nunca! – exclamó emocionada Paula.

- ¡Viva Pincho! – gritaba alegre Abel.

Esa Navidad, Pincho se llenó de regalos para todos los miembros de la familia y estuvo presidiendo el salón con sus hojas puntiagudas. Pero las Navidades pasaron y en un periquete llegó el último día de vacaciones.

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- Niños, hay que recoger todos los adornos. ¡Se acabó la Navidad!

Paula y Abel obedecieron a su madre y fueron guardando todos los adornos navideños en sus cajas. Pero cuando tocó el turno de Pincho, ni Paula ni Abel supieron donde guardarlo.

- Mamá, ¿no podemos dejar a Pincho en el salón?- No, ya no es Navidad.- Pues ¿dónde lo guardamos?

- Chicos, no es un árbol de plástico, no puede guardarse para el próximo año. Tendremos que tirarlo.

Paula y Abel no podían creer lo que decía Mamá, ¿cómo iban a tirar a la basura a su árbol? ¡Pero si hasta tenía un nombre!

- ¿No podemos quedárnoslo? En el salón queda la mar de bien…- No, es un árbol que se hará enorme y no cabrá en el salón.- Pues dejemos a Pincho en la terraza.

- Paula, un árbol necesita tierra a sus pies, ¡es imposible que crezca en una maceta! Acabaría secándose igual. Así que no quiero oír ninguna queja. Esta noche lo llevamos al contenedor.

Pero Paula y Abel no estaban dispuestos a que su querido Pincho acabara en un contenedor de basura.

- Pincho se queda – exclamó muy enfadada Paula.- Pero ya has oído a Mamá…- Pues tendrá que cambiar de idea. Pincho es nuestro árbol y no podemos tirarle sin más. Si él se va nosotros también.- ¿A la basura?

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- A la basura o a donde haga falta.- ¿Y cómo harás eso?- Pues encadenándonos a Pincho. Podríamos atarnos a sus ramas con la cuerda de tender. Si quieren llevarse a Pincho tendrán que llevarnos a nosotros también.

Abel, siempre dispuesto a aceptar las ideas de su hermana, por muy locas que estas fueran, aceptó encantado. Juntos cogieron las cuerdas y empezaron a atarse al árbol. Pero Pincho, fiel a su nombre, les pinchaba todo el rato en la cara. Era incomodísimo.

- ¡Me hace daño!- No seas quejica Abel. Hay que aguantar por Pincho.- ¿Cuánto tiempo? Tengo hambre.- Pues lo que haga falta hasta que Mamá nos prometa que no tiraremos a nuestro amigo a la basura.

Por suerte para Abel, que sentía las hojas de Pincho como si fueran agujas, en aquel momento vino Papá. Cuando se encontró a sus dos hijos atados al árbol de Navidad, pensó que estaban jugando, pero ellos le explicaron que estaban atados al árbol para defender a su amigo y que no acabara en la basura.

 – Anda, no digáis tonterías. Fuera de ahí ahora mismo.

Papá desató a sus hijos. Abel estaba encantado, ¡con lo que pinchaba el árbol!, pero Paula, convencida de que había que hacer algo para salvar a Pincho, se resistió duramente.

- Déjate de bobadas, Paula, ya habéis oído a Mamá. El árbol se va fuera de casa. Primero merendamos y luego lo tiramos.

Abel, que se moría de hambre, aceptó encantado la merienda. Pero Paula, muy enfurruñada se cruzó de brazos.

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- Venga, Paula. ¿Es que no te apetece un poco de chocolate? – trató de convencerla Papá.

- No pienso comer nada. Desde hoy estoy en huelga de chocolate por Pincho.

Abel, mirando con pena su bocata de nocilla, se levantó de la mesa y se puso junto a su hermana.

- Y yo también estoy en golga de chocolate.

Papá miró a sus hijos sin saber si reír o enfadarse mucho. Al final se decidió por lo primero:

- Vaya par de revolucionarios que tengo en casa. Está bien. No tiraremos a Pincho todavía. Si conseguís convencer a Mamá, Pincho se queda.

Pero convencer a Mamá no iba a ser tan fácil.

- ¿Dónde vamos a meter un abeto? Ni hablar, quiero ese árbol fuera de casa.

Papá, al ver la cara de tristeza de Paula, Abel y del propio Pincho, tuvo una gran idea.

- Tienen razón los niños, ¿cómo vamos a tirar a la basura a Pincho? Es un ser vivo y no debería acabar ahí. Pero Mamá tiene también razón: un salón no es lugar para un árbol. Así que, ¿qué os parece si lo plantamos en el parque?

Mamá tuvo que reconocer que dejar a Pincho triste y solo junto a un contenedor era algo muy cruel. Así que aceptó que los niños llevaran a Pincho al parque. Entre los cuatro plantaron al árbol en un pequeño trozo de tierra.

- Vendremos a verte a menudo, Pincho.

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Y así fue. Pero con el tiempo tanto Paula, como Abel y Pincho dejaron de ser pequeños. Sin embargo, las visitas no se interrumpieron.Y es que las grandes amistades duran para siempre.