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La cultura, un concepto clave para la educación
Nicanor Rebolledo Texto preparado especialmente para el curso (Modulo 1) MOOC/UPN, 2015
Pese a que la cultura se ha vuelto un término habitual tanto para la antropología como
para otras disciplinas, incluso fuera de los ámbitos académicos, no se cuenta hasta el
momento con una definición única que haga posible una comprensión global, más bien
hayamos múltiples, las cuales son empleadas para referirse a diversas situaciones
como a la cultura política, del deporte, de la salud, del ocio, de la culinaria, etc. Sin
embargo, cuando se habla de cultura a secas, sin adjetivos, se acude invariablemente
a definiciones clásicas acuñadas por algunos de los principales profesionales de la
antropología.
El primero, Eduard Burnet Tylor (1891), dice que la cultura es: “[…] todo aquel
complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las
costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en
cuanto miembro de la sociedad”, singular, uniforme, progresiva y universal. El segundo,
Franz Boas (1911), indica:
[…] la cultura como la totalidad de las reacciones y actividades mentales y físicas que caracterizan la conducta de los individuos componentes de un grupo social, colectiva e individualmente, en relación a su ambiente natural, a otros grupos, a miembros del mismo grupo y de cada individuo hacia sí mismo. También incluye los productos de estas actividades y su función en la vida de los grupos. La simple enumeración de estos varios aspectos de la vida no constituyen, empero, la cultura. Es más que todo esto, pues sus elementos no son independientes, poseen una estructura [es plural, histórica, integrada, relativa y determinista].
El tercero, Bronislaw Malinowski (1944), señala que:
[…] la cultura es esencialmente un patrimonio instrumental por el que el hombre
es colocado en la mejor posición para solucionar los problemas concretos y específicos que encaja dentro de su ambiente, en el curso de la satisfacción de las necesidades. Es un sistema de objetos, actividades y actitudes en el cual cada parte existe como un medio para un fin. Es un conjunto integral en el que varios elementos son interdependientes (1970, pp. 159-160).
Malinowski plantea que la cultura incluye los artefactos, bienes procedimientos,
técnicas, ideas, hábitos y valores heredados, que el lenguaje forma parte integral de la
cultura y no es un sistema de herramientas, sino más bien un cuerpo de costumbres
orales. Por lo tanto, son tres las necesidades básicas del ser humano: psicobiológicas,
instrumentales —culturales— y simbólicas o integradoras —culturales—.
En 1952, Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn, trataron de elaborar un concepto
científico de cultura capaz de articular las distintas definiciones existentes, incluidas
aquellas versiones populares, no académicas; entre sus búsquedas encontraron que la
mejor cumplía con ese ambicioso propósito era aquella que había sido elaborada en
1951 por Talcott Parsons, que decía que:
[…] la cultura es ante todo un discurso simbólico integrado por conocimientos, creencias y valores, y, en ese sentido, cada comunidad poseía su propia cultura y que serían los valores específicos los que podían separar a una comunidad de todas las demás, y que esta noción no equivalía a las Bellas Artes y a las Letras, tal como la entendían los humanistas” [es decir, las comprendía como parte del sistema que define a una cultura] (Kuper, 2001, p. 34).
Dos décadas después, Roy Wagner (2010, p. 27) escribió que el término cultura
adquiere otras connotaciones y que suele alimentar muchas ambigüedades en los
intentos por definirla.
La cultura es utilizada como una manera de hablar sobre el hombre y sus casos
particulares. Esa condición permite a la antropología posicionarse como la ciencia de la
cultura. En su sentido más amplio, según Wagner, el término cultura procura reducir las
acciones y los propósitos humanos a niveles de su significado básico, a fin de
examinarlos en términos universales y para tratar de comprenderlos en sus
particularidades. La combinación de esas dos tentativas, de comprender la cultura en lo
universal y lo particular, supone abarcar las variedades humanas, generar una relación
intelectual entre ellas y una comprensión que las incluye a todas. El hecho por ejemplo
de que los antropólogos pertenezcan o no a la cultura que estudian —objetividad
relativa— y la suposición de que todas las culturas que estudian son equivalentes —
relatividad cultural— los lleva a entender que la cultura es diversa. Dice Wagner que la
antropología estudia al hombre “como si” en realidad hubiese cultura y es en esa
perspectiva que la cultura se torna “una invención” antropológica. En este punto es
donde podemos percibir que la cultura adquiere esa doble dimensión y su carácter
diverso.
El antropólogo aprende la cultura que estudia no como un niño, sino como un
adulto que ha internalizado su propia cultura y que en el esfuerzo por aprender otra se
habilita con la finalidad de producir significados en el ámbito de su propia cultura; es a
través de este esfuerzo por conocer otra cultura que comienza —–según él— el acto de
invención. La cultura que aprende tendrá que ser considerada como aquella cultura que
ya sebe y no como una nueva cultura o por descubrir. Es en este sentido que el
esfuerzo por entender la cultura local, que estudia el antropólogo que puede ser
entendido este acto de invención. Es ingenuo sugerir que la manera como se aprende
efectivamente la cultura del nativo es convirtiéndose en nativo, pues eso exigiría echar
mano de la propia cultura.
En un sentido general, podemos entonces entender como cultura a todos
aquellos conocimientos que los seres humanos poseen y la participación que éstos
tienen sobre dichos saberes, las actividades necesarias para su supervivencia como
especie, la fabricación de bienes materiales y representaciones simbólicas, que
caracterizan a un determinado grupo humano y que los distinguen de los demás, pero
también a la capacidad de invención y reinvención que tiene el ser humano de sí
mismo, en su grupo y de su relación con otros grupos.
¿Por qué la cultura es un concepto clave para la educación?
La cultura nos permite comprender que es una herramienta importante para los
maestros y que deben utilizar en su trabajo pedagógico, a fin de que los alumnos
entiendan que ellos son parte integral de una cultura, de un grupo que comparte cultura
e identidad y que sus acciones contribuirán a transformarla y fortalecerla, aunque sea
mediante una “mínima” acción emprendida dentro de las aulas.
A través del concepto de cultura podemos conocer información sobre la
diversidad humana, su capacidad de intervenir su propia naturaleza y distinguirse de
las otras especies.
Podemos considerar la cultura como una herramienta pedagógica capaz de
trasformar a las colectividades y personas, frenar los males que les aquejan en la
actualidad como el racismo, la violencia, la exclusión, etc.
La educación en el sentido antropológico busca la realización individual del ser
humano y al mismo tiempo se plantea como tarea construir el ideal de la humanidad
mediante el perfeccionamiento del individuo (Wulf, 2004). La educación se ha
constituido en un marco general a través del cual se llevan a cabo exigencias que
pretenden la formación de un tipo de ser humano distinto, antropológicamente
hablando.
La perspectiva pedagógica que propone hacer un constante llamado crítico hacia
el etnocentrismo de los modelos educativos, a fin de frenar las tentativas de formar
seres humanos “ideales”, transformar la naturaleza humana en algo diferente y mostrar
los límites de la formación y la educación del ser humano y el individuo.
Desde la Ilustración la antropología como disciplina que estudia la cultura se
convierte en el saber del hombre, en un objetivo —pedagógico— que busca la mejora
de la humanidad del hombre y su emancipación como ser humano. Ello significa que no
pretende comprender al ser humano en su totalidad, ni como totalidad, sino, por el
contrario, supone que la diversidad humana puede ser comprendida como una
construcción cultural.
Cultura universal y pluralismo cultural
¿Hay una cultura universal o diversidad de culturas?
Son preguntas que se hacen con frecuencia para poner en duda la existencia de una
cultura universal y para reforzar la idea de que no existe “la cultura” en singular, sino la
cultura en plural, es decir, existen culturas. Ello supone que no hay una lengua
universal, ni hábitos universales, como tampoco una religión o técnicas de producción
universales. En cambio, hay “universales” en la cultura como diría Herskovits: “[…] que
se componen de instituciones que representan respuestas formalizadas consagradas y
sanciondas a las exigencias de la vida. Los modos de comportamiento
institucionalizado en que se manifiestan esas respuestas pertenecen a varios aspectos
de la cultura” (1974, p. 255). En suma, el concepto de cultura en singular se emplea
para designar el cultivo de lo específicamente humano, es decir la obra material y
espiritual que el hombre realiza en un tiempo y espacio determinado.
¿Cómo distinguir entre lo universal, lo particular y la diversidad de la cultura?
Veamos un ejemplo, el lenguaje humano como categoría universal es único. Gracias a
sus elementos puede construir combinaciones con significados arbitrarios para usarse
convencionalmente dentro de un grupo social, éstas son aplicables a sucesos, cosas
lejanas e ideas inmateriales. Por lo tanto, su primera cualidad es la creación de nuevas
combinaciones y nuevas formas inteligibles de lenguaje; ésta es una condición común
de todos los seres humanos y que los distinguen de las otras especies en sus
operaciones intelectuales.
Lo diverso del lenguaje radica en la posibilidad de crear lenguas específicas y
formas distintas de comunicación humana. Quienes hablan idiomas diferentes no
pueden pensar de la misma manera, ninguna traducción puede reproducir los
materiales diferenciales de las categorías y procesos mentales (Hymes, 1999). Incluso
las situaciones que sirven de marco para el empleo de un determinado idioma varían
en distintos grupos humanos, por ejemplo debido a su importancia en situaciones
específicas.
En aquellas comunidades donde se hablan varias lenguas primero se
determinan los usos y las situaciones donde tiene injerencia cada uno de los códigos,
ya que sólo así podrán calibrarse. En algunas el lenguaje sirve de medio fundamental
entre los adultos para el aprendizaje de las funciones y oficios; en tanto que en otras no
utilizan la expresión verbal en las tareas de enseñanza emplean, en cambio, métodos
de observación empírica y ejercicios de imitación. Estas diferencias modifican el papel
que juegan las categorías lingüísticas en otras actividades.
¿Podemos pensar que hay universales de la cultura en vez de cultura universal y
particularismo cultural en vez de culturas particulares?
Esto quiere decir que “el universalismo y el particularismo” son ideologías que, por un
lado, pugnan por la homogeneización de la cultura y la naturaleza humana y por otro,
por la heterogeneidad cultural. Dichos dogmas que encuentran sustento en la lógica de
la cultura del capitalismo, la globalización y la expansión del sistema mundial. Estas
ideologías universalistas, según Etine Balibar (1996), en las sociedades actuales se
pueden distinguirse en tres niveles:
1) La universalidad real de la globalización y el proceso de implantación de las
exclusiones internas —impuestas por el mercado global—.
2) La universalidad de la ficción regulada por la hegemonía ideológica del Estado
nación, que permite al sujeto adquirir una distancia respecto a su inmersión en el
grupo social inmediato —clase, sexo y religión— y postularse como un sujeto libre.
3) La universalidad del ideal de igualdad y libertad, el cual se mantiene como una
demanda permanente frente al orden existente.
Lo que sostiene Balibar es que obviamente la tensión entre dichas universalidades es
irreductible.
El multiculturalismo es la visión que se forja para oponerse a la tendencia
homogeneizadora del universalismo, que se entiende como el reconocimiento de la
diversidad de culturas y la política de tolerancia, que hace posible la convivencia entre
miembros de culturas diferentes dentro de un determinado contexto.
Cultura y educación
Desde el punto de vista de la antropología, la cultura tiene una relación muy estrecha
con la educación. A través de la educación la cultura encuentra continuidad o incluso
puede llegar a provocar discontinuidad. En un sentido amplio podemos considerar a la
educación como un proceso de trasmisión cultural —socialización— y de asimilación —
interiorización—, que inicia con la enseñanza. Pero su adquisición se corresponde con
el aprendizaje, mediante la incorporación de la cultura en forma de hábitos, símbolos,
costumbres, creencias, valores, rituales, etc.
La educación es la experiencia endocultural, argumenta Herskovits (1974), que
instrumenta a un individuo para ocupar su lugar como miembro adulto de la sociedad.
Para él, la endoculturación y la educación son universales en la cultura, mientras que la
enseñanza no, puesto que es un proceso diferenciador particular. De igual manera, la
endoculturación es un concepto más amplio que el de educación, ya que la segunda en
su sentido etnológico de aprendizaje dirigido, tiene mayor amplitud que el de
enseñanza.
La endoculturación se logra sin una dirección formalizada, en cambio la
educación sí requiere de una dirección y del empleo de ciertas herramientas
específicas para la enseñanza. Es así que, la educación empieza a ser concebida
como una configuración separada de los elementos comunes de la cultura. Es decir, la
enseñanza no se integra a la vida del educado, más bien el profesor es portador de una
cultura diferente de aquella que tienen los estudiantes; tal diferencia cultural será mayor
cuando un forastero enseña en una comunidad nativa, sin importar si la comunidad es
urbana, rural o indígena. Un ejemplo de ello es la enseñanza llevada por los
misioneros, que no se relaciona con la cultura local y se impone como cultura de
conquista:
[…] pero el mismo peligro existe para las escuelas urbanas, donde los niños no representan una cultura integrada sino muchas culturas desintegradas, y el profesor no podría enseñar a desarrollar una integración coherente aunque quisiera hacerlo (Pérez, Ana Bella, 2003, p. 279).
Para comprender mejor tal idea Redfield nos dice que:
Para cuando el niño llega a la etapa escolar y está con el maestro, el primero ha pasado sus primeros años de formación en que los instrumentos informales de la educación ha moldeado su mundo. Lo que la escuela pude hacer después de este proceso es limitado. Además, lo que pude hacer posteriormente continúa siendo limitado por la fuerte influencia del hogar, del grupo de juego y del vecindario. No esperes realizar más de lo que es posible —dicen los antropólogos a los maestros— y entonces podrás enseñar con buen resultado aquello que este respaldado, que tenga una base consistente con la cultura, tal como se trasmite una comunicación informal fuera del salón de clase […]. El salón de clase solamente es importante si su relación con la sociedad y la
cultura son entendidas por el niño que lo ocupa. Sólo de esta manera se puede hablar de que la enseñanza es efectiva” (Pérez, Ana Bella, 2002, p. 278).
La cultura como proceso educativo involucra procesos de aprendizaje, de trasferencia
de conocimientos y experiencias, que se comparten, inventan y reinventan; y la
adquisición de costumbres, valores, conocimientos, creencias y hábitos. Es decir, la
trasmisión de la cultura se lleva a cabo mediante la enseñanza en su sentido más
amplio, no sólo de manera institucionalizada o escolar, sino como proceso general de
formación del ser humano. La adquisición de las costumbres, valores, conocimientos,
creencias, hábitos, se da en correspondencia con el aprendizaje y con la incorporación
de éstos a las facultades del ser humano. Por tanto, se puede considerar a la
educación como un proceso cultural al igual que la necesidad del ser humano de ser
educado y la capacidad que adquiere para ello. Un ejemplo cercano a nosotros es la
escuela en el contexto de las culturas indígenas, es quizá un caso en donde la
institución es la más ruidosa caja de resonancia, que se localiza el nudo cultura-
educación que al sistema educativo le ha sido difícil instrumentalizar en materia política
y pedagógica. En estos casos, con frecuencia, las culturas indígenas son naturalizadas
o son entendidas como totalidades integradas —como unidades orgánicas y totalidades
operacionales—, como recipientes dentro de los cuales la educación debe ser parte
constitutiva y dar sentido a todas las actividades que desarrolla ésta.
Invariablemente en la educación escolar se plantea la exigencia de integrar a las
personas y colectividades a la cultura en donde la enseñanza se lleva a cabo, ya que el
imperativo de las culturas indígenas es adaptarse a la cultura nacional. La educación
escolar es vista como proceso de “trasmisión y renovación cultural”, que sólo puede ser
entendida a partir de su relación, por un lado, con los distintos aspectos de la cultura
indígena, y por el otro, con los aspectos de la cultura nacional. Es decir, se sigue
considerando a la educación escolar como parte diferencial de las culturas indígenas,
pero al mismo tiempo como proceso de trasmisión cultural y cambio cultural.
Enseñar en las culturas indígenas y enseñar las culturas indígenas en la escuela
son dos cosas completamente distintas, a veces tienden a confundirse, se consideran
como parte de una misma situación, pese a que tienen dimensiones separadas y
efectos contrarios. También suelen confundir el significado que adquiere la educación
en un contexto cultural indígena, ahí donde se supone que la educación ha de
provocar, según sus objetivos, un efecto contrario a lo que persigue la cultura local
transformando sus ideales y marcos, adaptando la cultura local a la cultura de la
sociedad mayor, etc. Esto lo explica Ralph Linton (1945), cuando señala que la
expresión compartir y trasmitir limita aún más el contenido de las configuraciones
culturales y aumenta la distancia entre la cultura y la educación; en este marco
compartir no significa necesariamente cooperación —podemos agregar nosotros,
relación intercultural—, sino una determinada forma de conducta, actitud o
conocimiento, común a dos o más miembros de una sociedad; y el otro término implica
instrucción o imitación, donde la mayoría de los elementos que componen las
configuraciones culturales se trasmiten de generación en generación y perduran más
que cualquier miembro de la sociedad.
En resumen, el papel asignado a la educación en la integración de la cultura
indígena y nacional es el de sustituir los contenidos tradicionales del proceso de
endoculturación, gracias a los cuales los indígenas se trasforman en miembros
integrales de sus comunidades, mediante los contenidos racionales de la educación y
la cultura nacional.
Diversidad lingüística y educación
La variedad de culturas supone la presencia de diversidad de lenguas. Con frecuencia
se entiende que a cada cultura le corresponde una lengua y viceversa. Hasta cierto
punto es verdad que una cultura posee su propia lengua y que ésta es parte de la
cultura. Sin embargo, sabemos que el monolingüismo y monoculturalismo no son la
norma, como tampoco el multilingüismo. Hay culturas que en su seno hablan varias
lenguas, así como existen distintas culturas que hablan sólo una lengua, o también un
individuo puede mantener con éxito dos o más identidades culturales en el interior de
una misma comunidad lingüística.
De acuerdo con el conteo de Etnologue: Languages of the Word (2005) hay en el
mundo 6912 lenguas, de las cuales 516 están a punto de desaparecer. Algunas de
éstas son más habladas que otras, según estimaciones el 95 % de la población del
mundo habla alrededor de 347 lenguas y el resto, o sea, el 5 % habla la otra gran
porción de lenguas existentes. La lengua más hablada en el mundo es el chino
mandarín, le sigue en orden descendente el español, inglés, bengalí, hindi/urdu, árabe,
portugués, ruso, japonés y francés. Este tipo de situaciones es contrastante frente a
otros; por ejemplo en Nigeria se hablan alrededor de 516 lenguas diferentes, en la India
427 lenguas, 275 en Australia, 200 en Brasil, 280 en Camerún y en México 64 lenguas
indígenas; otros son los casos donde hablan una o dos lenguas, como Greonlandía,
Corea del Norte y Cuba (Grosejan, 2010, p. 6).
El multiculturalismo es un fenómeno asociado a la diversidad lingüística y al
contacto de las lenguas, que describe la situación social en la que se encuentran las
culturas, las lenguas y las relaciones que suelen establecerse entre ellas en un
determinado momento histórico. En cambio, el bilingüismo hace alusión a la capacidad
de una persona de hablar una o más lenguas, además de que describe los usos
sociales de dos o más lenguas dentro de determinadas situaciones de una comunidad
lingüística, de un grupo o del conjunto de la sociedad.
La Encyclopedia of Bilingualism and Bilingual Education, editada en 1998 por
Colin Baker y Sylvia Prys Jonnes, con motivo de la celebración de la diversidad de
lenguas en el mundo y del reconocimiento jurídico, define como bilingüe a aquella
persona que habla una o más lenguas y que las utiliza en su vida cotidiana para
determinadas actividades. En síntesis, el término bilingüismo es usado para describir la
capacidad de una persona de hablar dos o más lenguas en el contexto de una
comunidad lingüística. Según esta definición, hay bilingüismo social e individual. El
bilingüismo social describe los usos y funciones de las lenguas, aunque también se
suele utilizar el término diglosia para la misma situación, pero también demarca el
carácter inestable de las relaciones entre ellas y el carácter conflictivo que adquiere el
uso diferencial de cada una. Investigadores en este campo consideran que es poco
probable que una comunidad lingüística use dos lenguas para el mismo propósito, es
mucho más probable que lo haga motivada por la situación o por el contexto en el que
se usan ambas lenguas. En este sentido resulta claro que cuando una persona ha
decidido utilizar más una lengua que la otra, es porque tiene intereses —económicos,
políticos, religiosos, identidad y afecto— bien definidos, que lo motivan. Hay bilingües
que usan una lengua —materna— en casa y la otra —segunda lengua— afuera, en la
escuela, el trabajo, etc.
El desarrollo del bilingüismo y el multilingüismo en las sociedades depende de
varios factores, pueden ser de orden económico, político, educativo o religioso. Algunas
lenguas tienden a expandir su dominio y hacerse más fuertes, otras a debilitarse,
incluso desaparecer. Pude ocurrir que algunas incluso sean dadas por muertas y
puedan revivir. En este sentido Ofelia García en Bilingual Education in the 21st
Century. A global perspective (2010), nos dice que el bilingüismo adopta distintas
formas en el tiempo y el espacio social. Tradicionalmente en la literatura especializada
esta diversidad de formas de bilingüismo es vista a través de ciertos modelos
dicotómicos: coordinado-compuesto, temprano-tardío, simultáneo-sucesivo, aditivo-
substractivo y elitista-popular. Sin embargo, ninguna conceptualización de bilingüismo
es suficientemente amplia como para definir a los bilingües como conjunto social;
algunas sitúan a las personas bilingües en un continuo que va desde un “control nativo
en dos o más lenguajes” hasta la “mínima posesión de habilidades comunicativas en
una segunda lengua o en una lengua extranjera”. Es obvio que la primera posición
excluye a las personas bilingües y nos introduce a una situación donde priva
únicamente el “control nativo”. La mayoría de los estudiosos prefieren utilizar la
segunda posición como punto de partida para situar la gran variedad de bilingües
(Hornberger, 1989).
García (2010) señala que hay otras formas no dicotómicas de analizar el
bilingüismo, como el bilingüismo recursivo y el dinámico. El primero supone el proceso
de recuperación de la lengua ancestral colonizada para colocarla en un lugar central de
la vida social y la planificación estratégica del uso de las lenguas dominantes
colonizadoras. Teóricamente el bilingüismo dinámico permite la coexistencia de
diferentes lenguas en la comunicación, acepta el translenguaje y apoya el desarrollo de
múltiples identidades, la igualad e integración, y responde a los contextos local y global.
Ante la incuestionable presencia del multilingüismo en las sociedades de la
actualidad y de su expansión como fenómeno económico, político y educativo,
parecería indiscutible también la aceptación de otorgar oportunidades a las personas
bilingües de ser educadas en dos o más lenguas. Creo que este es uno de los
principales problemas que nos plantean los actuales enfoques de la educación bilingüe.
¿Hasta dónde es posible el desarrollo de la educación bilingüe? ¿Las lenguas
minoritarias pueden tornarse lenguas de enseñanza?
La respuesta podría ser afirmativa dependiendo de las decisiones de los hablantes de
esas lenguas y de las posibilidades que tengan para hacerlo.
Las lenguas tienen distinto estatus, unas son dominantes y otras dominadas, las
lenguas mayoritarias son de mayor prestigio y las minoritaria de menor. Las lenguas
minoritarias están asociadas con la falta de éxito en la educación, lo que las lleva a
ocupar tradicionalmente un lugar marginal dentro de los sistemas educativos. Se
conocen distintas formas de introducción de las lenguas minoritarias en la escuela y en
los planes de estudio, mismas que obedecen a objetivos específicos dentro de los
sistemas educativos.
De acuerdo con la literatura hay tres modelos tradicionales de educación
bilingüe, uno muy conocido es el modelo transicional, el segundo de mantenimiento y el
tercero de enriquecimiento. Autoras como Hornberger, citado por García, 2010, p. 114),
hacen la distinción entre los modelos y los tipos de educación bilingüe para destacar la
diferencia existente entre los niveles del contexto y las propiedades estructurales bajo
las cuales se llevan a cabo los programas. Dentro de éste podemos reconocer las
características de los estudiantes —estatus socioeconómico, de inmigrante o el estatus
minoritario, primera lengua— y profesores —bilingüismo, etnicidad y entrenamiento—.
Son estas características estructurales las que nos darán la pauta para reconocer el
tipo del programa de educación bilingüe a implementar —doble vía, inmersión—,
mediante el conocimiento del lugar que ocupan las lenguas dentro del curriculum y
perspectivas de uso en los salones de clase.
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