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The Fine Art of Truth or Dare · nadie y tener un enamoramiento con el chico más popular de la escuela ... completo con mesas de roble y paredes con ventanales, ... Las estrellas

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Staff

Moderadora: Annabelle

Traductoras:

Annabelle Andreani

Mery Pixie

Panchys ♥...Luisa...♥

AnnaissJ purpleliem

Vero LizC

Mary Ann♥ rominita2503

munieca

Correctoras: Melii

Maia8

Phedre

Mery

Mali..♥

LuciiTamy

Deydra Ann ★MoNt$3★

Vericity

Lectura Final Mery St. Clair

SofiaGodiva

Diseño: HannaMarl

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Sinopsis

lla es casi invisible en la Escuela Willing, y eso le parece bien.

Tiene a sus amigos —El fabuloso Frankie y su dulce cohorte,

Sadie. Tiene su arte —y su ídolo, el no apreciado pintor del

siglo diecinueve, Edward Willing. Sin embargo, es difícil ser

nadie y tener un enamoramiento con el chico más popular de la

escuela: Alex Bainbridge. Especialmente, cuando él es tu tutor de

francés y las lecciones han comenzado ha convertirse en, bien,

ciertamente algo más interesante de lo que el francés jamás ha sido

antes. ¿Pero la chica invisible realmente puede terminar teniendo un y

vivieron felices para siempre con el chico dorado, cuando nadie ni

siquiera sabe que están saliendo? ¿Y será Ella esa chica?

E

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Una mirada

Traducido por Annabelle

Corregido por Melii

ira, Alex. Es bastante simple. No quiero hacer esto; tú

definitivamente no quieres hacerlo. Así que…

No había notado que lentamente doblaba sus rodillas hasta

que su barbilla apareció en mi línea de visión, seguida del

resto de su cara. Ya no reía. Parecía bastante serio.

—Ella. Sí quiero hacer esto, en serio. Ayudarte, si me lo permites. —

Suspiró de nuevo. Me encontraba completamente obsesionada con sus ojos.

Son de una combinación, muy guay, entre verde y bronce—. No sé lo que

sucede, peor es extraño, y no debería serlo. Soy un chico decente.

—Por supuesto que lo eres. —Suspiré. Y cedí. Aparentemente, mis

defensas Fillites no tenían ningún valor cuando se trataba de este espécimen

en particular, no importaba que él no pareciese decidirse en si yo valía la

pena o no.

Verdad: Sí, soy así de ingenua.

M

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El Comienzo

Traducido por Annabelle

Corregido por Melii

erdad (según Edward Willing): Las personas que confían en la

primera vista son, o tontos o ilusos.

Verdad (según Ella Marino): Me enamoré de Edward Willing la

primera vez que lo vi.

Fue en el tercer día, en primer año, me encontraba un poco perdida

en la biblioteca de la escuela, buscando un baño que no estuviese lleno de

chicas revisando su labial.

Tercer Día. Ya era claro que estaría utilizando baños secundarios al

menos por lo próximos tres años, hasta ser una estudiante de último año y

tener confianza. Hasta ahora no conocía a nadie, y era demasiado tímida

par hablar con alguien. Así que basto esa primera mirada a Edward, con su

pálido cabello que lucía como si acabase de pasar una mano por él, su

camisa blanca manchada de pintura, una media sonrisa que era

ligeramente perversa, y estuve enganchada.

Dado que el, “Hola, soy Ella. Pareces alguien con quien me gustaría

pasar el resto de mi vida,” sería totalmente loco, opté por sentarme en

silencio a mirarlo. Hasta que la campana sonó y tuve que correr a la clase de

Francés, olvidando completamente mis ganas de hacer pis.

Edward Willing. Una vez que supe su nombre, lo demás fue fácil.

Después de todo, vivimos en la época de la información. Wikipedia, Iphones,

redes 4G, investigaciones que puedes hacer a miles de millas. El resultado fue

que en cada momento posible durante los siguientes dos años, podía

sentarme en la biblioteca a solo seis metros de distancia, sin decir una

palabra, y conocer mucho de él. De todos modos, fue lo suficiente para

convencerme completamente de que El Amor a Primera Vista no era un

fraude.

Es bastante simple. Edward coincidía con cuatro partes y media de mi

lista de Si Mi Príncipe, De Hecho, Apareciera Algún Día, Sería Genial si

Pudiese Reunir Estos Cinco Criterios:

V

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1. Que se interese por el arte. Para mí es el carboncillo. Para Edward,

pintura al óleo y bronce. Eso es casi lo mismo. Labios bonitos + artista =

príncipe de Ella.

2. Que no le tema al amor. Él escribió, “El Amor es uno de las dos cosas

por las que vale la pena morir. Todavía no he decidido la segunda.”

3. Que diga la verdad. “¿Cómo puedo creer en lo que las demás

personas dicen cuando yo les miento?”

4. Sexy. ¿Por qué no? Puedo soñar.

5. Arriesgado. Que escale montañas, salte de acantilados, desafíe a los

padres. Él, no yo. Le tengo pavor a una serie de cosas, incluyendo las alturas,

los convertibles, polillas, y a esos comediantes que todos adoran, que se

paran en el escenario y le gritan insultos a la audiencia.

5a. Arriesgado lo suficiente para darme una oportunidad.

Por supuesto, ese Nro. 5 era importante. Y el problema. No importa

cuanto lo adorase, no importa cuán linda pareja quizás hubiésemos sido,

nunca, nunca iba a ocurrir. Para ser justa con Edward, no es como si le

hubieran dado la oportunidad de conocerme. No soy estúpida. Sé que hay

algunas verdades básicas cuando se trata de los chicos y yo.

Verdad: Debes hablar con un chico—hablar de verdad, si quieres que

él vea más allá del hecho de que no eres hermosa.

Verdad: No soy hermosa. Ni muy conversadora.

Verdad: Tampoco estoy segura que toda la cosa detrás del “no ser

hermosa” sea muy atractiva.

Y una verdad dolorosa, escrita en las piedras sobre este chico.

Verdad: Edward Willing murió en 1916.

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El Libro

Traducido por Annabelle

Corregido por Melii

ensarías que el almuerzo en Willing sería diferente al de otras

secundarias. Que todos serían bienvenidos en cualquier mesa.

Unidos por el conocimiento de que nosotros, en Willing, somos la

Élite, Los Escogidos, los mejores en todos los ámbitos.

Umm. No. Por supuesto que no. El instituto es el instituto, a pesar de

cuánto cueste o cuantos chicos pertenezcan a la clase alta. Y en ningún

otro lado las clases sociales son tan evidentes como el comedor (los de

primer y segundo año al medio día; los más avanzados a la una). Ya que, por

supuesto, Willing no tiene una cafetería, o si quiera un salón de almuerzo. Era

un comedor, completo con mesas de roble y paredes con ventanales, que

se encuentran cubiertas con placas desde 1869, el año en que Edith Willing

Castor (la tía de Edward) fundó la escuela para “preparar a las jovencitas

más finas de Filadelfia para el matrimonio, el liderazgo, y para servir al

mundo.” De verdad. Hasta los sesenta, el eslogan de la escuela era “Ella es

una chica Willing1.”

Casi 150 años, tres primeras damas, y un abogado general —sin

mencionar la llegada de los chicos— después, los miembros femeninos del

cuerpo de estudiantes todavía son llamadas Chicas Willing. Pensarías que

alguien de los setenta se opondría a esto y lo cambiaría. Pero Willing

sobrevivió los setenta de dos siglos distintos. Probablemente, todavía nos

seguirán llamando Chicas Willing en el 2075. Es una escuela que cree en

tradiciones, a pesar de cuán ridículas sean esas tradiciones muchas veces.

Como mi almuerzo debajo de la placa que me dice que por tres años

seguidos, 1948-1950, Gertrude Wharton fue la Chica Willing del Año. Y la que

rememora 1919, cuando a ocho chicas se les fue otorgado el premio de

Servicio Willing a los Soldados de la Guerra Mundial. De verdad.

Aparentemente, hay una placa en la pared de la ventana para la

Contribución Willing a la Naturaleza. Honestamente, no sé si eso es una

contribución orgánica o monetaria, con todas esas familias ricas de Filadelfia 1 La traducción de Willing sería capaz o dispuesta.

P

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repartiendo su dinero como fertilizante sobre los terrenos verdes. Frankie dice

que el primer nombre en la placa es Edna Moore Willing. No estoy segura de

creerle.

No muy lejos hay una por la Contribución Willing hacia las Artes. En la

placa definitivamente se lee Willing, Moore; Frankie dice que muy bien le

vendría un Marino para darle sabor a las cosas.

Mayormente, desconozco lo que está escrito en las placas en medio

de las ventanas. Nunca he caminado por esas mesas, sin si quiera mencionar

comer allí. Así es como funciona.

De la mesa 1 hasta la 4, cerca de los grandes ventanales con vista

hacia el jardín: Los Fillites.

El termino surgió hace unos años en una revista, usado por un

periodista y alumno de Willing en un artículo titulado “La Corte Suprema: La

Realeza Joven de Filadelfia.” De verdad. Los Fillites (Fil-Elites) son millonarios,

arreglados y brillantes, y se mantienen juntos. Como el caviar. Son el

producto de genes impecables, ortodoncia perfecta, y sushi semanal. La

mayoría de los Fillites son deportistas; algunos cerebritos. Dos o tres tienen

beca. Todos son un poco deslumbrantes.

De la mesa 5 hasta la 8, a una hilera de las ventanas, a mitad del

salón: Las abejas.

Menos adinerados y hermosos que los Fillites, pero todavía queridos por

la escuela debido a su alegre utilidad. Los editores del periódico y el anuario,

los líderes en la obra de Shakespeare, los organizadores de los tours de

estudiantes y los encargados de recoger fondos. Una vez un Chico Abeja,

siempre un Chico Abeja, pero las chicas ocasionalmente se superan por

tener buenas citas. La Srta. Edith probablemente lo aprobaría.

De la mesa 9 hasta la 11, esquina al oeste: Las estrellas.

Extra inteligentes, extra talentosos, completamente despreocupados

por la moda, la cultura popular, o la movilidad social. Atletas de las

matemáticas, del salón de música, equipo de debate. Absorben a las

personas del último nivel, probando que el compromiso a la actividad es

sincero y completo. Ama a los atletas matemáticos o vete. No hay

intermedio.

De la mesa 12 hasta la 13, llegando a las puertas de la cocina: Los

invisibles.

Willing no puede tener rechazados. Eso se vería muy mal en una

escuela orgullosa de sí misma por su excelencia social y académica.

Cualquiera que necesite estar solo —O tiene un visible problema de drogas,

o pircings— desaparecen silenciosamente entre semestres. Aquellos que van

a rehabilitación a veces regresan.

Los otros no. Dejando el último nivel para aquellos chicos que escriben

obsesivamente fan fiction de El Señor de los Anillos, los que no tiene

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suficiente dinero para tratar acné crónico en la piel, aquellos que no brillan ni

encaja en ningún otro lugar.

Así que como siempre, Sadie, Frankie y yo nos encontrábamos en la

mesa 12, debajo de Gertrude. Por haber llegado tarde, me tocó el asiento

muerto, aquel que es golpeado cada vez que un miembro del personal de

la cocina sale por las puertas batientes. Escurrí mi silla por tercera vez desde

que me senté, quedando con el borde de la mesa enterrado firmemente

debajo de mis costillas. Es lo suficientemente difícil respirar en esta silla, sin

mencionar el comer.

—Entonces, ¿Qué vas a hacer con él? —susurró Sadie.

El libro de historia Europea se encontraba sobre la mesa, frente a mí,

con Winston Churchill ceñudo mirando hacia el techo. Él no era lindo. Alex

Bainbridge, sí. El libro era suyo, con su nombre escrito en letras nítidas y

acentuadas en la segunda portada. No como en el Sagrado Corazón,

donde cada año esperas que te hereden un libro si rastros de queso de pizza

en medio de las páginas, los estudiantes de Willing compran sus propios

libros. Luego, escriben dentro de ellos.

Yo no puedo hacer eso. Las monjas del Sagrado Corazón todavía me

asustan, a dos años y dos kilómetros de distancia. El nombre escrito en tinta

negra dentro de mi libro de historia es Erin Costantini. Nunca conocí a Erin

Constantini. Se graduó en Willing antes de yo llegara, dejando sus libros

usados, algunos de los cuales obtuve como parte de mi beca, y una placa

cerca de la mesa 5. Había ganado dos años seguidos el premio de

Deportividad Willing.

El libro de Alex era nuevo, por supuesto, y lleno de marcas que no

tenían nada que ver con la historia Europea. Había una nube de texto al

lado de Napoleón. Stalin se preguntaba si le dieron por error un laxante.

Había un número de teléfono encima del pecho de María Antonieta. Sin

nombre.

Me preguntaba si Amanda Alstead sabía del número de teléfono.

Amanda, la reina de los Fillites para el rey Alex. Me preguntaba si era el

número de Amanda Alstead.

—¿Ella? —Sadie me dio un codazo. Había un botón gigante en el

codo de su suéter gris. No abrochaba nada. A su mamá le gustaba

desarmar alta costura japonesa. Decía que veía el modelo en “Vogue”. En

Sadie, costuras rústicas y bolsillos al revés decían “Esquizofrenia” —. ¿El libro?

—Se lo entregará. —Frankie inspeccionó su hamburguesa e hizo una

mueca. Era del mismo color que el suéter de Sadie—. Es simple.

Solo que no lo era, y Sadie lo sabía.

—Tal vez, simplemente, deberías dejarlo frente a su casillero. O en la

oficina —sugirió—. Ellos se lo harán llegar.

Ya había terminado su almuerzo empacado (apio y ciruelas fuera de

temporada provenientes de Australia) hace diez minutos, y ahora mordía las

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puntas de su cabello, haciendo que un mechón se alisara y oscureciera.

Cuando dejó de hacerlo, el rulo volvió de nuevo a su masa de rizos castaños

ligeramente enredados. Cada cuatro semanas, su madre la lleva con

Alphonse (cuyo talento extremo en productos para el cuidado del cabello le

brinda un innecesario segundo nombre) para tratamientos termales de

acondicionamiento. Sadie regresa luciendo como si hubiese sido engrasada.

Ni Frankie ni yo decimos nada, y a los pocos días después vuelve a la

normalidad.

Sadie pertenece a los niños ricos. Lo que significa que debería ser

capaz de caminar hasta Alex Bainbridge, tenderle su libro y hacer un

comentario sobre lo que es ser americano en Paris. Ella ha ido muchas veces.

También conoce a Alex de básicamente toda la vida.

Una vez creyó haberlo golpeado con un palito de pan cuando

estaban en la guardería de Society Hill. No está segura, ambos dejaron la

guardería para empezar el jardín de infancia en Madison, así que el

incidente del pan debió haber sido hace al menos unos doce años. No cree

que se hayan dirigido la palabra desde entonces.

—Oh, por amor a Dios. —Frankie rodó los ojos debajo de su sombrero

verde de copa baja. El color combinaba perfectamente con la marca

VINCE pegada al bolsillo de su camisa de bolos. Para Frankie todo debe ser

elegante y clásico—. Dame el libro. Se lo lanzaré.

Frankie es de temer. También conversa sobre el arte postmoderno y

regularmente me dice que me ama. También miente descaradamente, pero

solo a las personas que no le importan, como al profesor de educación física.

—¿Bádminton? —Jadeó una vez al comienzo de nuestra amistad, cuando yo

asumí que había encontrado un compañero de educación física—. ¿Y

arriesgar esta nariz?

Es una buena nariz. Y un muy, muy buen rostro. La mamá de Frankie es

coreana; su papá es un viejo modelo de Bryn Mawr. La teoría de él es que su

papá también es gay. —¿Cuatro años con una chica asiática corriente que,

sin ofenderla, luce como un lindo chico asiático? Luego, puff, ¿se marcha

para criar cabras en California? Por favor.

Extendió la mano para tomar el libro. Lo aparté. Puede que hasta lo

haya abrazado un poco.

Frankie gruñó. —No. No, no, no, no, no. ¡No tu también! ¿Hay alguna

chica en esta escuela que no sienta algo por Alex Bainbridge?

Miró hacia Sadie, quien se encogió de hombros y ofreció: —Es lindo.

—Es un Neanderthal.

Frankie había entrado un poco antes al sistema solar de los Fillites.

Había hecho séptimo y octavo grado en Madison, entrando justo en el

momento en que los chicos comenzaban a flexionar sus músculos y a notar

qué zapatos era comprados en rebajas.

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Él me lo había explicado en primer año, cuando milagrosamente

había conseguido unos pantalones de algodón D&G (ayuda tener una

cintura de setenta y tres centímetros) y comentó que esa prenda hace

mucho dejó de tener sus mejores días. —¿Gaysiático? ¿Pobre? ¿Un metro y

nada? Podría también tener “sumérjanme-en-el-retrete” tatuado en la

frente.

Lo sumergieron.

—Sé justo. —Todo en Sadie es ser justa y de mente abierta. Ella insiste

que se debe a que es Libra. Yo lo acredito a los diez años de servir como el

bate que sus padres usan para golpearse mutuamente—. En realidad, Alex

nunca te metió en un retrete. Fueron sus amigos.

—Oh, excelente defensa, abogada. Caso cerrado.

—El enojo no te sienta bien. —Le informó.

—Tampoco lo hace el pis —discutió.

Entendía completamente que algo como eso sería difícil de superar,

incluso luego de un par de años. Las cosas malas no se olvidan, incluso

cuando terminan. O al menos se vuelve menos obvias. Podría ser el hecho

que Frankie haya crecido dieciocho centímetros en dos años el motivo por el

cual las burlas terminaron.

O que los chicos Fillites hayan madurado un poco. Lo más probable

era debido a los rumores de que el hermano de Frankie, Daniel, se había

unido a una pandilla asiática. Como sea —Él no lo había olvidado.

—Ah, el grupo de fans de Bainbridge. Pensaba mejor de ti, Fiorella. —

Frankie no se guardaba ningún comentario para si mismo. Normalmente,

admiraba eso desesperadamente. Esta vez me molestaba—. De verdad, lo

hacía.

¿Por qué? Soy una simple humana. E invisible. En parte porque todavía

no he superado mucho ese metro y nada. Alex era treinta centímetros más

alto que yo, con cabello bronce que se elevaba al frente y una boca que se

curva en las esquinas, incluso cuando no se encontrara sonriendo.

—Es mejor que su obsesión con un hombre muerto —dijo Sadie

gentilmente.

—No mucho —Fue la respuesta quejosa de Frankie.

Probablemente tenga razón. Puedo sentarme felizmente debajo del

retrato de Edward en la biblioteca, puedo escudriñar la web buscando

subastas que contengan sus pinturas, puedo leer y releer sus cartas y las

pocas biografías sobre él, y nadie lo notaría. Este año incluso rendirá frutos:

busco información para mis honores en el proyecto de historia del arte.

Además, Edward era real. Todo lo que escribió y dijo era real, verdadero. No

como Fitzwilliam Darcy, que por muy digno de babas que pueda ser, en

realidad solamente era Jane Austen en pantalones. Y mira como muchas

mujeres sueñan con casarse con él. De hecho, sé de dos chicas de la mesa

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13 que hacen contribuciones regulares a una página en línea de fans de

Darcy. En el almuerzo suelen leer en voz alta de allí. No está mal.

En cuanto a Alex… bueno, él está vivo. Podría estirar la mano y tocarlo

casi todos los días desde Septiembre hasta Mayo. En realidad, podría invitarlo

al cine o por pizza, o a Marino’s, donde mi nonna le haría el calamari y mi

hermano tendría que servírnoslo en una mesa de enfrente. Pero no lo haría.

Más bien, no podría. El motivo era su asiento cerca de la ventana. El motivo

era Amanda Alstead, y el lacrosse, y el hecho de que probablemente no

coma calamares. Sé que lo más cerca que estaré de Edward Willing será un

retrato y una tesis con honores. Por supuesto que sé eso. En cuanto a

acariciar a Alex con mi pie debajo de una mesa con manteles rojos…

Verdad: Para mí, es más fácil aceptar lo imposible que lamentar lo

improbable.

Probablemente, debí dejar el libro donde lo encontré, medio

escondido debajo de la estatua de Samuel Windsor Willing, el abuelo de

Edith (el uniforme revolucionario de guerra es erróneo; un pequeño cálculo

nos dice que solo tenía nueve en 1776, pero los Willing nunca habían estado

cortos en ego). Yo venía saliendo del baño de chicas del corredor Este, lo

que hace que me pregunte si los baños escolares tendrán algún significado

importante en mi vida. Deseo que no sea muy probable. Definitivamente, no

paso mucho tiempo en ellos. Incluso en Willing, huelen a agua sucia y a ese

jabón industrial rosa que no sale de los dispensadores, sin importar cuantas

veces le des al botón. Además, no soy una chica de espejos. Tengo a Frankie

y a Sadie para que me digan si tengo lechuga en mis dientes. No uso brillo

labial que deba retocarme. Ni tengo nada que necesite Visine2.

De igual manera, algunas veces salgo del cubículo o subo la mirada

cuando lavo mis manos y capto mi reflejo: una pequeña, y sobresaltada

persona detrás de una cortina de cabello oscuro que retira rápidamente la

mirada, como avergonzada de haber sido sorprendida mirando fijamente.

Esta vez, pude haber usado el baño que se encontraba cerca de la

clase de matemáticas. Es decir, no tengo que hacer pis tan

desesperadamente. Pero Amanda y su grupo normalmente van al baño

cerca del salón de matemáticas, justo antes de mi clase. Ya que la única

palabra que me ha dirigido desde primer año fue: —¡Ewwwwww! —Tiene

sentido evitarla.

Más allá de eso, es la Semana de Declamación (antes conocida como

“Oratoria”) de chicas en Willing, lo cual significa que debemos memorizar

aterradores poemas largos y recitarlos en frente de nuestra clase. La

declamación tiene una pretenciosa y bizarra importancia en Willing. Como si

todos nuestros éxitos futuros dependiesen de ser capaces de recordar que el

amor es como un roja, roja rosa. El objetivo de la semana era Robert Frost3. Lo

que significa que en los últimos días la escuela ha estado invadida de chicas

2 Marca de gotas refrescantes para los ojos producida por Johnson & Johnson. 3 Poeta estadounidense. (1874-1963)

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nerviosas recitando: “El Camino No Elegido”. Es el poema que las Fillites y

Chicas Abejas eligen. Se han estado entrenando mutuamente toda la

semana, llenando los pasillos y baños con ritmos que dudo que fueran lo que

Frost pretendía.

Durante las semanas de Declamación, en Willing vivimos una vida

como mezclando hip-hop cristiano y un musical de Broadway. Todos

caminan por allí, recitando palabras desconocidas y pasadas de moda. Los

pasillos se llenan de impresiones de poemas doblados en las esquinas.

Brincamos un poco al caminar, como ponis corriendo: bah-dum, bah-dum,

bah-dum, bah-dum. E interminables coletas rebotan por los pasillos.

—Dos caminos divergieron en un bosque y yo,

Yo tome el que menos se utilizaba…

Bah-dum, bah-dum, bah-dum, bah-dum…

Así que quise usar un baño tranquilo. Al salir, mi mirada se dirigió hacia

mis zapatos, y allí vi el libro. Se encontraba cerca de los pies de Cornelius,

con algunas hojas salidas de las páginas dobladas. Me incliné y lo recogí. Y

eso, como diría Robert Frost, marcó toda la diferencia.

Desde la mesa 12, tenía una gran vista de la mesa 2. Alex siempre se

sienta allí (La mesa 1 solamente es para los Fillites de último año)

normalmente en el mismo asiento, con la espalda hacia el salón, viendo por

la ventana. Es el asiento de un chico guay. Dice:

Sé que no lanzaras cosas a mi cabeza porque no te atreverías.

Al igual que hacer muecas y gestos groseros con las manos.

No me preocupa perderme nada que pueda estar ocurriendo en la

habitación.

No me importa si notaste lo que llevo puesto, o que mi cabello está

perfecto hoy.

Adentro nada es más interesante de lo que se encuentra afuera, lejos

de la escuela.

Excepto, obviamente, Amanda Alstead, pero ella siempre se sienta

con medio cuerpo al lado de Alex y la otra mitad encima de él, para que él

pueda verla muy bien.

Hoy, estaba sentada de lado en su silla, como siempre. Podía ver parte

de la habitación (esa parte era la mesa 1, en realidad), casi todo el salón

podía ver su atuendo, su perfil, y el hecho de que sus piernas colgaban de su

regazo. Lo que yo podía ver de él era el perfecto triángulo de su espalda en

un Lacoste verde y el pálido borde de las entradas de su cabello, la línea

que dividía lo último de su bronceado veraniego y su corte de octubre.

—Hola, Alex. —Compuse las palabras en mi cabeza—. Tengo tu libro…

Estaría yo allí de pie, sosteniendo su libro.

—Pensé que quizás querrías esto de vuelta.

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Nop. Sonaba como si lo hubiese robado, lo que sería bizarro, o que él

me lo hubiese dado, lo cual sería ridículo.

—Oye, esto estaba en el piso del pasillo de arriba, y me imaginé que

quizás no supieras donde lo dejaste.

La verdad siempre es buena.

Él estaría perplejo por un segundo (probablemente no tendría idea

que se le había caído; historia Europea era en el primer período), luego

sonreiría agradecido, con sus ojos avellana brillando en las esquinas, y esa

boca curvándose en esa manera tan increíblemente linda.

—Guau. ¡Gracias, Ella! Ni siquiera sabía que se me había caído.

¿Ven?

Y yo se lo entregaría —y si nuestros dedos se rozaban, no me quejaría—

y diría—: Vi las cosas adentro. De verdad son…

—Ella. —Sadie me codeó de nuevo con su botón—. ¿Vienes?

—¿Umm?

—¿Dónde te encontrabas? Oh, sí… —Siguió mi mirada un poco

desenfocada y asintió. Del otro lado, Frankie resopló. Ella le dio un codazo.

No había botón en su otra manga—. ¿Quieres practicar antes de clases?

Digo, sé que no debes hacerlo; está impreso en tu cerebro. Pero hay una

línea al final que simplemente no me sale. ¿Ella?

Mientras miraba, Amanda deslizó sus piernas del regazo de Alex y se

levantó. Mis propias piernas se sintieron un poco débiles mientras hacía lo

mismo. —Te veo en clase —dije rápidamente, dejando a Sadie recordando

que en “La Pared Enmendada” la línea era: Mantenemos la pared entre

nosotros al irnos. Es mi poema favorito de Frost. Sin ritmos de poni, ni rimas. Se

trata sobre las paredes.

Caminé entre las mesas, arreglándome el cabello sobre mis hombros

mientras iba. Alex se encontraba todavía sentado cuando lo alcancé.

—Hola. Esto estaba en el pasillo del piso de arriba…

Me quede de pie detrás de su silla. Completamente helada.

Pude haberme quedado allí por un largo rato si él no se hubiese

apartado de la mesa para levantarse. La silla me golpeó primero en el

estómago, luego en las rodillas. Creo que hice un sonido. Solté el libro.

—Oh. Oh, demonios. ¡Lo siento mucho! —Alex apartó la silla del

camino y se inclinó un poco. Tenía que hacerlo para poder ver mi rostro—.

¿Te encuentras bien?

Logré asentir.

—De verdad. Debí haberte dado muy fuerte. ¿Estás segura que te

encuentras bien?

—Sí, bien —susurré.

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Chase Vere se rió al otro lado de la mesa. —Hermano, ella estaba justo

detrás de ti.

Alex lo ignoró. Me miró fijamente por un largo segundo, luego se

agachó para recoger el libro. Solo que, por supuesto…

—Éste es mi libro.

Asentí nuevamente. —Um, sí. Lo encontré. Arriba.

—Oh, de acuerdo. Iba corriendo a trigonometría. Debió haberse caído

de mi mochila. Gracias. —Ya se estaba girando, olvidando rápidamente el

momento—. Es Freddy, ¿cierto?

Se sintió como si la silla estuviese de nuevo en mi estómago.

Normalmente, el nombre no me molesta. Cuando estoy preparada, de todas

maneras. Pero esta vez no lo estaba. Dejé que más de mi cabello cayera

hacia delante. —Um, no—dije suavemente—. Ella. Es Ella.

Me miró otra vez, luciendo confundido por un segundo. Luego se

encogió de hombros. —Uh. De acuerdo. Ella. Bueno, gracias.

Escuché una risita ahogada. O quizás no era ahogada, simplemente

rápida y en voz baja. No quería girarme. Preferiría mejor gatear debajo de la

mesa, solo que no soy tan lamentable.

Me giré.

Amanda no se había ido en verdad. Fue por una botella de agua.

Otra cosa de Willing: podemos tomar todas las botellas de Poland Spring que

queramos, e introducirlos en contendedores reciclables para ser ecológicos.

Se encontraba de pie a pocos metros, rodeada de su grupo, Hannah y

Anna. Las Hannandas, como las llamamos. No es que se parezcan. Amanda

es lo que los chicos se imaginan cuando escuchan las palabras Masaje

Sueco. Anna es morena, como yo. Hannah tiene cabello castaño dorado y

una apariencia como de chica de granja en Kansas. Pero son parecidas.

Rasgos perfectos, zapatos pulcros, brillo labial luminiscente, y el instinto de

barracudas.

Amanda mostró sus dientes. No era en realidad una sonrisa.

—Vámonos —Le dijo a Alex.

Él fue.

Podía haber contado. A la de tres. Una… dos… Los murmullos

comenzaron, seguidos del relincho. No soy lo suficientemente noble para

llamarlo risa. No cuando se trata de las Hannandas. Con sus faldas y colas de

caballo dando saltos detrás de ellas mientras caminaban. Bah-dum, bah-

dum, bah-dum, bah-dum.

—…Freddy… No lo recuerdas… intenta ocultarlo…

Mientras salíamos del salón, las seguí. Manteniendo una gran distancia

entre nosotras mientras caminábamos.

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La Declamacion

Traducido por Andreani

Corregido por Melii

ebo estar diciendo esto con un suspiro

Que en alguna parte envejece y hace envejecer,

Dos caminos divergieron en un bosque y yo,

Yo tome el que menos se utilizaba…

Y eso ha hecho toda la diferencia.

—Gracias, Hannah. Fue muy agradable. Ahora... ah... Fiorella Marino.

Al frente, por favor, Fiorella. Muy bien. Cuando estés lista...

—Ella.

—¿Perdón? No escuche bien.

—Sólo Ella, Sr. Stone.

—Oh, ¿Es algo nuevo y reciente que estas intentando?

—No realmente.

—Lo siento, no escuche eso tampoco. Silencio, gente, por favor. La

Señorita Marino está hablando.

—Siempre ha sido Ella, Sr. Stone. Desde antes que viniera aquí.

—Oh. Ja. Bien. Está bien, entonces. Continua. Ella. Todos los demás,

silencio. ¡Ahora!

—“Reparación del muro”, por Robert Frost.

Algo hay que no siente amor por un muro,

Que envía... um... que envía...

—Está bien. Ella. Puedes intentarlo nuevamente la próxima semana.

Toma asiento. Ahora. Vamos a ver. ¿Quién quiere seguir? Amanda Alstead.

Bien, genial. Continúa Amanda...

D

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La Cicatriz

Traducido por Annabelle & Vero

Corregido por Melii

ara darle crédito, Alex obviamente no recordaba por qué la

gente me llamaba Freddy.

Era en honor a Freddy Krueger.

No doy miedo. No soy en nada parecida al monstruo de las películas.

Objetivamente, sé que ni siquiera soy fea. Es gracias a la cicatriz.

La mayoría del tiempo no puedes verla. Si uso mangas, incluso las

cortas, y el cuello de mi blusa no es tan bajo, todo lo que puedes ver es mi

cuello.

Los cuellos de tortuga la escondía casi completamente, pero la

mayoría del año Filadelfia es demasiado caluroso para usar cuello de

tortuga. Así que todo el tiempo dejo mi cabello suelto, e intento mantenerlo

frente a mis hombros.

Era conocida como una cicatriz hipertrofia e hiperpigmentada. Lo que

significa que se había elevado y es más oscura que mi piel natural. En mi

caso, es roja y parece un poco como una red, sobre todo mi hombro

derecho, como diez centímetros hacia mi pecho derecho, y como a doce

centímetros por mi cuello. Fue una quemada con agua caliente. Tenía siete

años. Irónicamente, no sucedió en la cocina de Marino’s, o en nuestra

cocina —la de los Marino— donde usualmente hay una olla de sopa o pasta

hirviendo en la estufa. Nop. Esto era producto de una tetera eléctrica en el

sótano de la iglesia. En el Sagrado Corazón hacen juegos de bingo cada

cierto viernes. Los jugadores de bingo toman mucho café y té. La señora

Agnelli se había tropezado con la mesa plegable, la cual se dobló. Luego el

agua se volcó. Papá intentó apartarme del camino, pero no fue lo

suficientemente rápido. Se quemó también, en la mano y muñeca, pero solo

fue de primer grado.

—No es nada —dice tristemente cada vez que habla del tema—.

Nada que no me suceda cada semana frente a la estufa.

Fue feo—la ambulancia y el hospital, y todo lo que vino después. Dio

miedo. También todos los gritos. Algunas veces mamá y papá (¿Por qué no

P

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se te moviste más rápido, por el amor de Dios?), algunas veces papá contra

la compañía de seguros (¿A qué se referían con que no cubren tratamiento

cosmético extensivo, por el amor de Dios?), algunas veces yo (dolía).

Al final dejó de doler, aunque aún es sensible al tacto. Nonna había

dejado de rezar sobre eso, y mamá y papá habían dejado de discutir sobre

el asunto. No había ningún tratamiento cosmético extensivo. Extensivo

significaba costoso, y son diez mil dólares que nadie posee. Creo que papá

tuvo una reunión con algunas de las personas más importantes del Sagrado

Corazón. Luego nunca habló sobre ello.

Todos estos años después, puedo imaginar por qué había ido y lo que

había sido dicho.

—Entendemos que la lesión de tu hija debe ser frustrante, Ronnie. —Lo

habrían llamado Ronnie, no Sr. Marino—. Pero ya que ni la mesa, ni la tetera

eran propiedad de la iglesia… ¿Demanda? Bueno, eres consciente de que

poseemos diecisiete abogados…

El Padre Sánchez y la Sra. Agnelli vienen muy seguido, siempre con

galletas. La Sra. Agnelli ofreció vender su Cadillac de 1986 para darnos el

dinero. El Padre Sánchez aún busca alguien que haga tratamientos a láser

gratis. Creo que es por eso que papá aún acude a misa. Pero sólo en las

festividades. Yo no voy muy seguido tampoco, pero eso tiene que ver más

con las cosas que la Iglesia no quiere que haga que con la quemadura en sí.

Nonna aún va todos los días, y mi hermana, Sienna, en diciembre tendrá su

boda allí.

La vida continúa. Incluso para una niña tímida que se volvió aún más

tímida luego de quemarse. En otra historia, la valerosa heroína llenaría su

guardarropa con blusas de cuellos bajos y colecciones organizadas de ropa

suelta para la sala de quemaduras del Hospital de Niños. Pongo franelas

sobre mi bañador cuando vamos a la costa. Dejé de usar vestidos de

verano. Intentaba ser compasiva con lo de Freddy. Después de todo, la

cicatriz era bastante horrenda y grande para ese entonces. Yo he crecido,

ella no. Creí que el asunto de Freddy sería olvidado cuando conseguí mi

beca en Willing y salí del Sagrado Corazón.

Por supuesto que ocurrió.

Tengo mis teorías sobre cómo el nombre me había seguido. La más

agradable era que la ciudad en realidad no era tan grande. Es un pueblo

para esos de nosotros que vivimos casi en el centro.

No lo escucho tan seguido desde el primer año, cuando todos en

Willing debían probarlo.

No es algo que espere. Y en serio, de verdad que no me gustan las

sorpresas.

Lo cual me hizo ir a casa al final de un inesperadamente catastrófico

día. No hay sorpresa que encontrar allí.

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Me detengo primero en el restaurante. Marino’s ocupa los dos primeros

pisos del edificio; hay tres apartamentos arriba de él. Mi papá y el tío Ricky

crecieron en uno. Cuando se casaron, cada uno se mudó a uno de los otros

dos. Mi abuela se quedó, aún luego de que Poppa muriera, al igual que la

loca señora de al lado, y mamá se cercioró de quedarse con las acciones

para que así ella y papá pudiesen comprar la casa. Finalmente, hace cuatro

años Nonna se mudó con nosotros. Mi hermano, Leo, se mudó a su

apartamento. Ricky y su esposa se mudaron más abajo en la calle, y mi

hermana tomó su apartamento. El tío Ricky se queda en el ático del tamaño

de un clóset cuando Tina lo echa de su casa.

Mi familia no cree en nada a larga distancia. O en silencio, tampoco.

El sonido me golpeó antes de incluso abrir completamente la puerta

trasera de la cocina.

—Así que me encuentro sentado allí, tratando de silenciosamente

comer un bol de cereal —El tío Ricky le gritaba a nadie en particular por

encima del sonido del lavaplatos industrial—. Y ella comienza a discutir

conmigo sobre unos benditos calcetines…

—…seis cajas de tomates ciruela, y un kilo de orégano seco… —Papá

le grita al teléfono. Él y Ricky se parecían bastante —bajos, fuertes y con

serias narices Romanas— pero Ricky todavía tiene todo su cabello. El estrés,

dice papá—,…de acuerdo, de acuerdo, hecha uno de esos también, pero

asegúrate de que esté bueno…

Leo entró por las puertas de servicio, con las cejas fruncidas en la

manera que su última novia le había dicho que lo hacía parecerse a Johnny

Depp. —El Sr. Donato quiere más pepperoncini en su antipasto. —Leo odia

servir las mesas, especialmente cuando Sienna era la anfitriona. Planea

encargarse del restaurante cuando papá se retire. Ella ha estado planeando

su boda por un año y no le molesta mostrarles buques y muestras de ligas a

los clientes para obtener su opinión—. Y hay un idiota de Society Hill que dice

que no tiene mozzarella.

—¡Taci4, Leonardo! ¡Cuida tu lenguaje! —Lo regañó Nonna con una

cuchara de madera. Se encontraba de pie sobre una caja de leche frente a

la gran estufa, como hace cada vez que prepara salsa. Leo sonrió y se movió

solo lo necesario para que la cuchara lo esquivase y lo golpeara en el brazo.

Si hubiese fallado completamente, Nonna subiría la caja y lo intentaría de

nuevo, y por muy animada, de verdad no debería estar subiendo y bajando

de cajas—. Lléva su pepperoncini a Salvatore y al otro caballero una insalata

mista cortesía de la casa. —Golpeó de nuevo su trasero y volvió su atención

a la salsa.

Técnicamente, papá es el dueño de Marino’s. Nonna sabe eso; ella

misma se lo vendió. Solo le encanta ignorar ese hecho. No creo que a él le

importe, está más feliz cuando los clientes están felices. Ricky no tiene ningún

4 Calla en Italiano.

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interés en encargarse de un restaurante familiar de quince mesas en Filly del

sur. Siempre ha tenido grandes planes, el más reciente incluye a Top Chef —

Hace audiciones para cada temporada— y mudarse a Nueva York. A

Nonna le gusta pararse en la cocina y decirle a todos qué hacer. El sistema

funciona.

—¡Eh, Rinaldo, debes poner más anchoas en esa puttanesca!

¡Ancora5! —Como énfasis, Nonna golpeó su cucharón contra uno de los

grandes coladores guindados en la estación de trabajo, haciendo que se

tambalearan un poco.

—Seguro, Ma. —Con el teléfono entre su oreja y hombro, papá lanzó

un puñado de fettuccines frescos a una olla hirviente, detuvo el movimiento

del colador y armó un plato con un trozo de bacalao. Fred Astaire en un

delantal manchado—. ¡Leo! —Mientras Nonna no miraba, deslizó el

contenedor de las anchoas unos cuantos centímetros más cerca de la

estufa. Considérenlas añadidas—. ¡Leo!

—…así que le dije, cuando llegue a Nueva York, Padma Lakshmi no me

reprochará mi jodida ropa interior…

—¡Un poco de servicio por aquí! —Grita papá—. No, no es contigo,

cariño. Mi hijo pone a todo el mundo a esperar por su camarero. Ahora,

¿prometes que esos huevos estarán frescos? Me mantiene despierto por las

noches pensando en la E. coli…

Pensé en retroceder silenciosamente. Pero eso desviaría el propósito,

que era ser vista. De otra manera, alguien iría hasta la casa a buscarme, y

probablemente querría platicar. Necesitaba hacer una aparición para luego

poderme ir a casa para, a regañadientes e impotentemente, revivir en paz

todo el día una y otra vez. Me di valor y caminé sobre la alfombra color miel

del suelo.

Me vieron.

—¡Hola, Ell-a! —El tío Ricky se acercó con una cuchara. Probé ajo y

fresa.

—Mmm —Logré decir.

—¡Eso no está bien! —Regañó papá—. No, no tú, cariño. El camarón

que tengo por hija. Piensa que puede alimentarse con puro pan. ¡Las chicas

de Harvard comen su cena!

Vi como se estiraba para alcanzar un sartén. Sabiendo que me

alimentaría con algo costoso y sin atractivo, y probablemente de pescado,

me le adelanté llenado un tazón de la olla con zuppa di giorno. Luego hice

las rondas, besándolo a él, al tío Ricky, y a Nonna, quien me pinchó las

mejillas, fuertemente, como siempre, luego comencé mi escape. Por entre

las ventanas de la puerta entre la cocina y el comedor, pude ver a Sienna

balanceándose hacia nosotros. Quería irme antes de que...

5 Más.

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—¡Usted encuentre la salida, muchas gracias! —Entró por las puertas

como una fuerza de la naturaleza, con masas de cabello rizado y pestañas,

y su trasero como el de J. Lo metido de una muy ajustada falda negra. Ella es

la anfitriona los jueves y domingos, y en noches como estas, cuando el tío

Ricky y la tía Tina están peleados y ella se rehusaba a venir a trabajar—.

¡Todos nos estamos volviendo grises ahí afuera! —Alguien en el comedor

debió haber dicho algo gracioso porque hubo una ola de risas—. Usted es el

cachorro, Sr. Donato —dijo Sienna sobre su hombro, y luego entró para

comprobar su labial y ropa. Me dio una rápida mirada y rodó los ojos—. ¿Te

mataría ponerte un poco de rímel? Podrías ser una mamacita si solo lo

intentaras… Está bien, está bien —Murmura cuando papá, Ricky y Nonna le

echan una mirada que pretendo no ver—. Sólo digo.

Todos tienen sus propios métodos de querer arreglarme. El de papá

normalmente involucra a la comida. El de mamá son blusas adornadas con

brillos falsos que curarían mi invisibilidad en Willing de formas decisivas e

infortunadas. Los de Sienna involucraban vagas amenazas de cambios de

imagen.

—Oye, no te me escapes —Demandó cuando caminé un poco hacia

la puerta trasera—. Tengo fotos de zapatos que combinan con los vestidos

de las damas de honor. Solo dime cuál te gusta más.

Por fortuna, cuando hay opciones, Sienna hace un círculo en

marcador rosa alrededor de su preferencia. Hace mucho más simple mi

participación.

Leo volvió con el plato de ensalada “sin” mozzarella. —Mira eso. El

imbé… —Nonna siseó—. El idiota se comió casi todo, y luego la devolvió.

Odio a estos tipos. Oye, demente, hay personas esperando ser sentadas.

—Esperarán. —Sienna llevó un tazón de menestrón a la oficina de

atrás. Pude ver a nuestra madre, con su traje color magenta y sin sus tacones

del mismo color, frunciendo hacia una pila de papeles en el escritorio frente

a ella. Normalmente, está en el trabajo desde las ocho hasta tarde,

mostrándole a las personas casas que, la mayoría de las veces, no compran.

Últimamente ha estado por aquí más, estudiando las cuentas e intentado

convencer a papá que camarones y filetes para ciento cincuenta invitados

en una boda no era excesivo. Miré como Sienna cambiaba la sopa por un

brillante catálogo. Lo que sea que haya dicho, probablemente algo sobre

unos zapatos, le brindó una gran sonrisa. Se parecen mucho, mamá y Sienna,

pero no somos exactamente una familia increíblemente exótica.

Yo soy como la fase al final de una oración, lo último de la línea. Todos

tenemos el cabello y ojos oscuro de los Marino, incluso mamá, que nació

siendo una Palladinetti y tiene aspiraciones de ser pelirroja. Todos somos

bajos, aunque Leo jura que mide 1, 78, y que tiene músculos. Incluso Leo y

papá. Eructamos cuando comemos apio, cantamos decentemente, y

nunca hemos tenido nuestros nombres en una placa ni una sola vez. Hay

millones de familias como la nuestra entre al menos veinte cuadras.

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—Ella —Llama mamá desde la oficina—. ¿Usaste de nuevo esos

vaqueros andrajosos para ir a la escuela? No es de extrañar que todavía no

hayas tenido… Oh, de acuerdo, Sienna. Ya lo entendí. ¿Ella? Ven. Debes ver

estos zapatos. ¡Son para morirse!

Justo ahora, no creía poder soportar fotos de tacones llenos de

diamantes. Con mi tazón en mano, salí.

—¡Quédate, quédate! —Llamó papá—. Salmón. ¡Es comida para el

cerebro!

—¡Anchoa! —gritó de nuevo Nonna. Cerré la puerta tras de mí.

Caminé por el estacionamiento de cuatro autos del restaurante hacia

nuestro patio, rodeando la cama de rocas y estanque vacío de peces koi

que mamá había insistido en poner en su período Zen. Personalmente,

extraño el césped sin cortar y el patio de cemento. Era bueno para mojarse

debajo de los rociadores en el verano. Desde el frente, la casa es

básicamente igual a todas las de la cuadra: estrecha, de tres pisos, de

ladrillos abajo y vinilo blanco arriba. Papá no le había hecho caso a la

abuela cuando sugirió la idea de cambiar las columnas del porche por

pilares griegos. Pero siguiendo aún con el tema, había puesto en el frente un

gordo trío de materos de piedra pulida completo con ninfas contorneadas.

Nunca recuerda regar las flores que planta, así que normalmente siempre

hay un grupo de hierbas malas frente al romero que Nonna había cultivado.

Adentro todo era beige y rosa, con los cojines de toile que habían causado

mucho cólera hace tres años, y la ocasional estatua azul de Madonna que,

sí, Nonna ponía.

Mi habitación era rosa, de ese rosa irritante, rosa típico de las princesas,

hasta que comencé en Willing y tuve mi primera clase de arte con la Srta.

Evers. Le dio una mirada a la acuarela que había hecho de la rosa que nos

había asignado y rió. En una muy buena manera. Luego me dio un bloc del

papel más blanco y grueso que había visto, una caja de lápices de carbón,

y me envió a pasear por los pasillos.

—Sé valiente al pensar. —dijo.

Ahora mi habitación está en blanco y negro. —¡Sfortuna!6 —Murmura

Nonna cada vez que mira por la puerta—. No hay buena fortuna en esta

habitación.

Pero le gustan mis dibujos, que remplazaron el rosa del papel tapiz de

flores, y ella misma es parcial al negro. No ha usado ningún otro color desde

que llegó de Calabria hace quince años (Oh, esta ciudad. ¡Tan sucia!).

Nonna está obsesionada con la suciedad, American Idol, y la mala

suerte. Ya que mi cumpleaños en el 17 de Marzo, está convencida de que

nací con la mala suerte guindando de mi cuna. De acuerdo con ella, el

hecho de que a penas mido 1, 53 es gracias al Malvado Numero 17. Mamá

dice que debía nacer el veinte —de abril— y esa era la causa de ser tan

6 Desgracia en Italiano.

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pequeña como un camarón. Papá dice que considerando el hecho de que

solo pesaba 1 kilo y 360 gramos en ese entonces y ahora peso 47, debería

considerarme una campeona del crecimiento. A mamá también le gusta

mencionar que Nonna no llega a los 1, 65 ni en los tacones negros que usa

para ir a la iglesia.

De acuerdo a mamá, yo era un perfectamente hermoso y pequeño

renacuajo. De acuerdo con todos, Nonna se enfurecía cada vez que alguien

me llamaba bebé hermosa.

—¡Malocchio, malocchio7! —le gritaba a los doctores, enfermeras, y

amigos que visitaban, apresurándose a contrarrestar sus bien intencionados

cumplidos (y aparentemente, mal de ojo), agitando los cuernos protectores

—Era su meñique y anular hacia arriba, con los otros dedos doblados— sobre

mi pequeña cabeza.

—Como un arrugado Ozzie Osbourne con vestido —murmura mamá.

Mamá y Nonna no congenian demasiado. Bueno, ambas están

completamente convencidas que cuando se trata de papá, ellas van

primero. Y me aman con el mismo combo de altas expectativas e intensa,

pero equivocada, utilidad, apoyándose en mí como estantes de libros

disparejos. Por un lado está mamá: —¡Es un diamante en bruto! Todos

pueden verlo. Huesos hermosos. Tan inteligente como ninguna otra cosa, con

potencial absolutamente interminable, solo necesita un poco de esfuerzo…

Habla en su voz de agente de bienes raíces. No creo que pueda

evitarlo.

Por otro lado está Nonna: —¡Bellissima! Bella, bella Fiorella. ¡No, no, no

morada! Siempre verde como la primavera…

Pasa bastante tiempo diciéndome lo bella que soy. Aparentemente,

ahora que el daño estaba hecho no había problema. Pone todo su extraño

cuerpo de cuarenta y un kilos detrás de la palabra, así que siempre suena

como si estuviese escupiendo, maldiciendo. Esa es Nonna.

Creo que piensa que si lo dice con suficiente fuerza, se convertirá en

realidad. O yo me lo creeré, como la ropa del emperador.

A Nonna no le importan las cosas falsas. Su bolsa favorita es una que le

compró a un hombre en la calle, que también vendía inciensos y píldoras

dietéticas.

Es recto y negro, lo suficientemente grande para tragarse a personas

pequeñas, y ella pretende no notar que la placa metálica al frente dice

Frada. De acuerdo con Nonna, si ella lo cree y a Dios no le molesta, todo

está bien. Tiene fotos de Jesús, el Papa, y de Robert De Niro sobre su cama.

Yo tengo mis bocetos, mayormente de arquitectura —Como cornisas,

pedimentos y ventanales sobresalientes, aunque últimamente he estado en

una fase de aldabas ornamentales, y la parte de arriba tiene bastantes ojos

7 Mal de ojo en Italiano.

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y bocas abiertas que cubren dos paredes. Sobre mi escritorio tengo un poco

de Edward.

Hay muchas impresiones de su trabajo, pero solo hizo dos autorretratos

(una está en la librería de Willing), y solo una ha sido reproducida, en un

cartel de exhibición en un museo. Es mi pieza favorita, un retrato pintado en

bronce.

Aquí está la cosa. El autorretrato de Edward en la escuela fue como

una primera cita. Durante ella dijo todo lo que quería que yo pensara sobre sí

mismo: que era guapo, sexy, confiado. Todas verdades, pero esas son solo

las cosas obvias. No todo el panorama. Cuando encontré el bronce, ya

había leído la colección de sus cartas que la nieta de Edith había publicado

luego de su muerte. Eso fue después en nuestra relación. Lo conocía.

El bronce era un Edward completamente distinto, era un Edward con

verrugas y todo. Estaba mayor, como diez años mayor. Con la misma frente

amplia y cabello grueso, mostrándose de nuevo. Los mismos ojos un poco

entornados; la pintura hacía que me preguntara si Edward no iba por la vida

luciendo un poco adormecido, y eso probablemente hacía que muchas

mujeres se sintieran muy bien despiertas. Pero hay líneas poco profundas

junto a sus ojos bronce, y unas más profundas delineando su boca, la cual es

más delgada que la de la pintura, y muy triste.

Lo cual tiene sentido cuando ves que en el medio de la pieza, la parte

más importante, era áspera, con un hueco en el medio de su pecho, donde

su corazón estaría. Es llamada El Hombre Devastado, con la fecha de 1899,

que fue el año en que su esposa murió. Diana. Nunca pudo superarla. Me

gusta el bronce. Es verdadero. Ahí, él es verdadero.

—¿Todas las vidas apestan? —Le pregunté al sentarme en la silla de mi

escritorio. Noté que la pintura blanca de mi cuarto comenzaba a

desconcharse. El rosado volvía—. ¿O sólo al tuya?

—La vida apesta —Estuvo de acuerdo. Habla con un pequeño acento

inglés, incluso aunque él no… bueno, no lo era—, Aunque creo que si yo

pude sobrevivir diecisiete años luego que mi corazón fuera arrancado del

pecho, tú puedes sobrevivir otros nueve meses hasta la graduación.

—Lo crees, ¿verdad? Yo no estoy tan segura.

—Lo de Frost no salió muy bien, es cierto.

—Ni siquiera vayas allí —Le advertí—. No puedo ni pensar en eso

todavía.

—De acuerdo. ¿Cómo está el clima?

—Es decir, sabía que lo vería en clases —Dejé caer mi cabeza contra

el escritorio, con un muy merecido golpe seco—. Lo veo en cada clase de

inglés. Pero hoy, luego de…

—¿Luego del inoportuno momento Freddy?

—No vayas allí. No quiero hablar de eso.

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—De acuerdo. —Edward se encogió de hombros. En verdad, sí tenía

hombros.

—Es tan lindo. Y, ya sabes, presiento que es agradable, incluso aunque

esté saliendo con Cruella De Vil... Y los dibujos... Lo siento —Ofrecí—.

Probablemente no debería estar hablando de otro chico.

—Entiendo completamente —Edward es muy comprensivo—. Además,

estoy devastado. No tengo corazón que darte. Y el caballero Bainbridge es

muy talentoso. La sirena fue bastante impresionante.

—Sí, lo fue. —Habían dos páginas sueltas en el libro de Alex. Estaban

cubiertas de figuras increíbles e irreales: animales seductores vestidos como

celebridades de los cuarenta, personas fantasmas que parecían que

viniesen de impresiones xilográficas japonesas, y una sirena sin terminar, con

increíble cabello alborotado y docenas de escamas en forma de lágrimas, la

mitad de ellas estaban llenas de figuras más pequeñas: peces, cámaras,

aviones—. Quería decirle cuán increíble eran sus dibujos, pero me congelé

completamente.

—Eso no es sorpresa.

—Gracias. ¿Por qué me molesto en hablar contigo?

—Porque puedes hacerlo, supongo —Fue su respuesta—. Yo no te

asusto.

—Deberías. Tienes un hoyo gigante en tu pecho.

—Eso es lo que te gusta de mí, cariño.

—Tal vez —Concedí. Edward no había necesitado palabras para

decirle al mundo lo que sentía por Diana—. Entonces, ¿Qué hago con

respecto a Alex?

—Habla con él.

—Sí, de nuevo, gracias. ¿Cómo comienzo?

—¿Con un “Hola”?

—Majestuoso. ¿Y luego?

Edward suspiró. —Por amor a Dios, Ella, eres una chica inteligente.

Piensa en algo. ¿Qué fue lo que Evers dijo? Sé valiente. Dile a Alex que sus

dibujos te recuerdan a Suzuki Harunobu, Hieronymus Bosch, y a Hilary Knight

en uno solo.

—Oh, eso me haría sonar guay y normal —Mis dedos trazaron el borde

de la cicatriz que subía debajo de mi oreja—. Es inútil. Soy inútil.

—Por supuesto. Ríndete ahora.

—No estás ayudando —dije—. ¿Por qué no puedes ser adorable y

darme apoyo, y decir todas las cosas correctas?

Edward se encogió de hombros nuevamente. —Tú prefieres la verdad.

Además, soy una cabeza de metal. ¿Qué esperas?

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Era justo, aunque pensarías que las conversaciones imaginarias con

objetos deseosos serían mucho más agradables.

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El Juego

Traducido por Mery St. Clair

Corregido por Melii

stá bien. Cantar primero, ¿Acaso prefieres Verdad o Reto?

Cantar, ¿verdad? —Frankie había escaneado la multitud en

Chloe. Aparentemente, vio algo que le gusto, porque sabía que

su canto —su entusiasmado y plano canto— Podría llamar la

atención de todo el mundo en la habitación. No reconoce que él no es

Sinatra. “Creemos en la importancia de bailar bien” me informó una vez,

hablando por los millones de homosexuales quienes podrían o no estar de

acuerdo. “Cantar bien no es obligatorio. Todo es cuestión de presencia”.

Yo casi nunca canto en público, por las razones esperadas (Cobardía,

cobardía, cobardía, y más cobardía), y porque, entre el buen canto de

Sadie y todo lo de Frankie, sólo deseo desaparecer otra vez. Cuando estoy

entre Sadie y Frankie es cuando soy casi visible. ¿Por qué me lío con esto?

Para mí, Chloe tiene más que ver con venir a comer y pasar el rato con mis

amigos. Para Frankie, esto es mucho más.

—Verdad o Reto —dije antes de tomar mi primera cucharada de sopa.

—Por favor —murmuró. No sé si esto es porque yo acostumbre elegir

VoR y casi nunca escojo Reto, o porque el tipo delgado y con barba de

chivo en el micrófono está riendo y cantando: “¡Ups!... I Did It Again”.

Nos giramos a Sadie para romper el empate. —Verdad o Reto —dijo

ella, sorprendiéndome un poco. Normalmente y comprensiblemente está

del lado de Frankie en este tipo de cosas, dado que es una pacificadora y es

más probable que él se ponga de mal humor que yo. Luego disculpándose,

agrega—: Me muerto de hambre. Si no como comenzaré a llorar.

Frankie puso mala cara, pero sólo durante unos segundos. Cuando se

trata de Sadie y comida, él es un príncipe. Sobre todo cuando su dieta no va

bien, lo cual es siempre. —Ensalada griega —dijo, deslizando el plato frente a

ella—, tiene tan pocas calorías que las quemas al digerir. En serio.

Asentí estando de acuerdo. Sadie sonrió (No es tonta, pero tiene una

gran habilidad en creer en las hadas y magia cuando es importante) y tomó

una gran porción de ensalada en su plato.

E

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Chloe es un restaurante griego, con karaoke, y es nuestro lugar favorito

para pasar el rato por tres muy buenas razones.

1. La comida es barata y decente.

2. Las canciones para karaoke son muchas.

3. Nadie de Willing viene aquí.

Nos habíamos arreglado para estar en nuestra mesa favorita —una

lejos del escenario, tanto como fuera posible. El escenario es una gran tabla

de madera levantada sobre un montón de bloques de cemento, lo

suficientemente espacioso para poner un micrófono y un cantante (O poeta,

un comediante, o un maestro de ceremonias, dependiendo la noche)

cómodamente. No es raro que una canción pegajosa inspire a otros clientes

a subir al escenario, pero tampoco es raro que haga que no deseen hacerlo,

especialmente si el cantante actual canta la canción “¡Stop! In the Name of

Love” y los clientes no están para nada entusiastas.

—Dios, dispárenle —murmuró Frankie, tomando un trozo de pan y

señalando al escenario—. O dispárenme.

Sadie, claramente sintiéndose más alegre con un poco de comida en

el estómago, fingió dispararle con el dedo índice—. Verdad o Reto.

—Verdad. Estoy comiendo.

—De acuerdo —Ella chupó una aceituna pensativamente, luego

agregó—: Si pudieras cometer un grave delito, quiero decir un crimen que

podría darte varios años en la cárcel, y pudieras seguir adelante después de

haberlo cometido, ¿Qué sería?

—Oh —Frankie entrecerró sus ojos contemplando posibilidades—. Me

gusta la pregunta. Una excursión al departamento de hombres en una

tienda exclusiva, ¿Quizás? ¿Una lenta y dolorosa muerte a ciertos

funcionarios políticos? ¿Pagar con un cheque falsificado? No sé que elegir.

Ah. Lo tengo. Robaría el collar con el Diamante de la Esperanza.

—Está maldito —Le dije—. Todo el mundo quien ha sido su propietario

ha tenido una muerte terrible.

—No me importa. Lo quiero.

—¿Por qué? —Sadie estaba genuinamente curiosa—. No es

exactamente algo que podría usar un hombre.

—Absolutamente cierto. Quizás lo mantenga guardado en una caja

de zapatos. O enviarlo como donativo a Haití. Nadie podría saber donde

estuvo, o quien fue la brillante mente criminal que fue capaz de hurtarlo. Eso

podría ser el eterno “¿Quién?”.

Tengo que darle algo de crédito a Frankie; sus respuestas nunca son

aburridas.

VoR, siempre que lo jugamos, tiene dos reglas: no mentir nunca, y no

hacer retos que podrían causarte una humillación siguiéndote hasta tu vida

adulta. Puesto que sólo somos tres, somos bastante buenos en no salirnos de

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los límites. Después de dos años, hemos conseguido ser bastante creativos.

Uno pensaría que con conocernos todo este tiempo ya sabríamos todo el

uno del otro, haciendo que el juego fuera poco entretenido. Sabemos casi

todo el uno del otro. Pero al mismo tiempo, cada uno esconde algo de los

demás, eso mantiene el juego VoR más refrescante.

Como:

Frankie exagera. Todo. Así que VoR nos ayudó de buena manera a

Sadie y a mí para saber si realmente se topo con Marc Jacobs, como dijo,

después de ir a un viaje a Nueva York (No, pero lo vi saliendo de un

restaurante), o si se besó con el chico lindo que trabajaba en la tienda de

tatuajes (Sí, pero el chico lindo tenía un novio). También es la única manera

en que nosotras sepamos algo sobre su vida en casa. Él nunca lo dice

voluntariamente. Cuando responde nuestras preguntas, incluso pareciera

que las palabras arden en su boca, y parece más forzado cuando se trata

del lado oscuro de su hermano. Y Sadie esta desesperadamente curiosa

sobre Daniel.

Por supuesto, Frankie casi siempre elige Reto. Y la única vez que Sadie

trató de retarlo a que nos dijera lo peor que Daniel había hecho en su

presencia, gruñó: —Esto no es guay. Ni un poco —Y se levanto y salió de

Chloe. Nos esperaba en la escuela a la mañana siguiente, y no nos dijo

nada, por lo cual no nos hemos atrevido a decir o preguntarle sobre su

gemelo desde entonces.

Cuando Frankie hace un reto, es útil saber que en el fondo él es tan

tímido e inseguro como cualquier otra persona. Sí, su pasatiempo favorito es

bailar frente los espejos con ropa que no puede permitirse salir. Es verdad

que canta con frecuencia y entusiasmo en Chloe. También caminó

directamente hacia un grandioso chico en una heladería la semana pasada

y pidió su helado favorito. Resultó que el chico era un chico, (No estaba en el

closet, como Frankie dice comúnmente), pero se aventuró a acercársele,

eso requiere valor. Y después de todo, había sido un reto. Probablemente no

lo hubiera hecho a no ser porque lo retamos. El precio de ser rechazado es

demasiado alto.

Mientras que Sadie, en VoR, nos ayuda a saber que le gusta y saber sus

planes para el futuro. Ella no es, naturalmente, locuaz, y nadie afuera de

nuestro círculo se acerca a ella. Solía a ir con un terapeuta (Uno de

Filadelfia, por supuesto), pero su madre puso un alto cuando Sadie se negó a

decirle lo que ocurría en las sesiones. La Sra. Winslow es bastante narcisista.

Sadie probablemente no necesite ni la mitad de terapia que su madre —O

la mayoría de las personas que conocemos. Es bastante centrada. Pero aún

así, le gusta que le preguntemos sus planes. Nunca le retamos a hablar con

chicos extraños. La única cosa que le asusta más que ese concepto es estar

desnuda frente a alguien.

¿Y yo? Cuando se trata de un reto, en las raras ocasiones que he

tenido que hacerlo, cualquier cosa es posible. Confío en que mis amigos no

me humillen; Se divierten haciéndome hacer cosas que involucran escalar.

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—La vida es corta —A Frankie le gusta anunciar con gran solemnidad,

mientras yo examinó las paredes, árboles, y estatuas patrióticas cuando las

escalo—, ¡Y tu también lo eres!

Las verdades son a menudo un lobo vestido con piel de oveja, con

tanta lana mullida que oculta el peligro. Cosas como, “Si un genio te

concede tres deseos, pero todos implican sexo…” o “Si tuvieras que

confesarle tus más grandes miedos a Amanda Alstead, ¿Cuáles serían?” VoR

y Edward son mi terapia. Lo cual significa que Frankie y Sadie pueden

preguntar cosas terriblemente brutales. Pero interesantes.

Algunas veces VoR es divertido; algunas veces es indiscreto. Algunas

veces es nuestra manera de saludarnos, “¿Cómo estás?” no está en nuestros

diálogos comunes. Bueno, de acuerdo, quizás en Sadie, pero ella es

demasiado centrada, y algunas veces cuando dice alguna palabra extraña

y no sabemos lo que eso significa, ella se molesta.

—¿Por qué crees que terminamos aquí, juntos? —preguntó Frankie una

vez cuando nos sentamos en el almuerzo de la mesa 12. Incluso los invisibles

tienen su mesa, y para sentarte en el 13 debes de tener una admisión de…

bueno, algo. Cuando comencé a señalar mi cicatriz, él apartó mi mano—.

No. No, no, no. Es porque tenemos vidas internas interesantes. Ellos—señaló

hacia los Fillites—, no la tienen.

No estoy segura de si eso es totalmente cierto. Es decir, todos debemos

tener una vida interesante. El pensar que ellos no la tuvieran era demasiado

escalofriante. Pero sé lo que él quiso decir. Se la pasan en las redes sociales,

enviando mensajes en las clases y hablando en secreto de todo el mundo, y

cosas de poco interés. Con los Fillites, todo es apariencias.

Frankie esperó hasta que el siguiente cantante comenzara su

interpretación de “You Oughta Know” antes de girarse hacia mí.

—¿Verdad o Reto? —Siempre pregunta, sólo para recordarnos a todos

—Con amor, por supuesto— que soy una completa cobarde.

—Verdad.

Suspiró, pero es evidente que ya lo esperaba. —Cinco cosas que

encuentres digno de adoración en Alex Bainbridge, y si mencionas sus ojos,

voy a vomitar.

—Difícilmente adoraría…

—Cinco. No cuentan sus ojos. Ahora.

—Bien —Pensé por un segundo—. Uno: Parece ser realmente un chico

medio decente.

Frankie resopló. —¿Medio decente? Que halagador.

—Oh, détente. Muy bien, entonces. Parece realmente agradable —A

pesar de la novia Cruella De Vil—. Dos: Parece un Dios cuando juega

lacrosse. ¡Ah! No pongas tus ojos en blanco. Nosotras, como chicas, estamos

genéticamente programadas para babear ante la combinación de gracia y

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poder. ¿Correcto? —Miré a Sandie por apoyo. Ella asintió con suficiente

entusiasmo como para que su cabello se balanceara salvajemente.

Me volví de nuevo a Frankie, quien, podía decir, estaba ya en modo

sarcástico. —Antes de que me lance ese falso sermón, Sr. Hobbes, le

recordaré que usted ha admitido sentirse atraído por David Beckham, Roger

Federer, y Gene Kelly —Quien está tan muerto como Edward Willing.

—Como sea. ¿Tercero?

—Tercero. Has visto sus dibujos. ¿Necesito explicarlo?

—No —admitió de mala gana Frankie—. Estoy de acuerdo.

—Gracias. Ahora, cuatro…

Cuatro... No era algo para dejarme perpleja, pero estaba renuente a

decirlo. No quería compartir el hecho de que observar a Alex en acción, o

siquiera verlo en los pequeños pupitres de la escuela, no hechos para

personas altas, me hacían quedarme un poco sin respiración —y un poco

furiosa (Sobre todo conmigo misma) ya que Alex Bainbridge no estaba

dentro de mi liga.

No quería mirarlo durante la escuela. En parte, porque mirarlo era

también mirar a Amanda, quien me regresaba la mirada con una

combinación entre diversión y desprecio, como si yo fuera un estorbo.

Freddy… Freddy… Freddy. Pero tenía que mirarlo, impotente, después lo

había visto darle un puñetazo juguetón a Chase en el brazo.

Alex Bainbridge podría ser un poco maravilloso.

—¿No puedes hacerlo? —Frankie me sacó de mis pensamientos—.

Retiro mi pregunta. Él no es un espécimen digno de adoración.

Podría haber estado de acuerdo. Sin duda hubiera sido la cosa más

fácil para mí. Normalmente soy una gran fan de darme por vencida. Pero no

esta vez.

—Me es difícil elegir entre todas las opciones —Me eché hacia atrás—.

¿Cuál es tu problema con él? Incluso admitiste que nunca ha sido

desagradable contigo. Entonces, ¿Qué es?

Frankie hizo esa mueca de molestia, sus labios presionados juntos y sus

ojos entrecerrados. —Soy yo quien hace las preguntas, mi dama. La próxima

vez que yo elija Verdad, usted podrá hacer su pregunta, no malgaste mi

tiempo en sandeces. Finalice la lista. Si puede.

—Bien. Bien. Su impresionante sonrisa. Y su dinero. Si yo tuviera ese

dinero, podría hacer cualquier cosa… cualquier cosa que quisiera.

Acababa de quebrantar las reglas, si no es algo peor. He mentido. No

es todo el dinero que los Bainbridge tienen lo que me abriría el mundo para

mí, pero eso me importaba. Pude ver a Sadie y Frankie mirándome fijamente,

tratando de decidir si me creían o no. Pero lo dejaron pasar. Sadie es rica y,

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no es su culpa, no podría realmente entenderlo. Frankie, viniendo de una

familia incluso con menos dinero que la mía, si lo hace.

—Verdad o Reto —Frankie le ofreció a Sadie. Decidí no mencionar que

era mi turno de preguntar.

—Reto —Sadie no temía a los retos cuando comía.

—Canta. Algo viejo. Decente. Y quiero decir decente.

Ella asintió, y siguió comiendo. —Estoy pensando en “Every Rose Has Its

Thorn.”

—Oh, Dios —Se quejó Frankie—. Demasiado sensible. No creo que

pueda manejar tanta sensiblería por esta noche. Además, es una canción

terrible.

—A ti simplemente no te gusta nada grabado después de los setenta

—dijo ásperamente Sadie.

—Incorrecto. Muy incorrecto. No me gustan las cosas terribles

grabadas después de 1970. A ti solamente te gustan canciones malas —Hizo

una rápida mueca de disgusto—, baladas tristes, deprimentes. Canciones

como: “I Never Love a Man the Way I Love You” o “Try a Little Tenderness”…

—Esas son de los sesenta.

—Estoy seguro de que Christina Aguilera ya las destrozo en concierto.

—¿Qué hay de “I Want to Know What Love Is”?

—Voy a vomitar, Sadie. Realmente lo haré. Todo es tan deprimente.

Nop.

—Tú no eres quien cantará —Señaló Sadie razonablemente.

Frankie parpadeó. —¿Y tu punto es?

—Bien. ¿“You Don’t Have to Say You Love Me”?

—Excelente elección.

La madre de Sadie la había vestido de nuevo. Era un vestido que

parecía un saco sin forma con un dobladillo artísticamente decorado.

—Parece una vieja solterona rodeada de gatos —dijo tristemente

Frankie mientras Sadie subía los escalones del escenario.

Era cierto.

Consiguió un puñado de aplausos. Otros clientes asiduos. Todo el

mundo iba con sus listas de reproducción listas. La mesa detrás de nosotros

estaba llena de chicos hablando en voz alta. “Pobres niños novatos” Había

mencionado Frankie después de ver sus identificaciones falsas y sus

camisetas enormes. Como siempre, nadie era demasiado lindo para él. Así

que cada vez era más y más fuerte las risas y voces de ellos.

La música comenzó. Los universitarios se quejaron al escuchar la

melodía. Los ignoramos. Ellos eran mayores y borrachos, y nosotros éramos

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pequeños (yo), cobardes ante la confrontación (yo, otra vez), y racionales

(Frankie). Sabíamos lo que estaba por venir.

—When I said I needed you —comenzó Sadie. La tranquilizad llegó tan

de repente que no hubo ningún ruido. En el momento en que cantó—, You

said you would always stay —El único sonido era el leve zumbido de los

chicos detrás de nosotros hablando en voz baja.

Aquí está la cosa. Cuando Frankie sugiere Aretha o Dusty Springfield o

incluso Adele a Sadie, eso es lo que quiere decir. Porque cuando Sadie

canta, todo el mundo escucha. Su voz es profunda y aterciopelada, y me

hace pensar en bares llenos de humo en la década de 1940 como en

Casablanca, donde todo el mundo vestía de blanco y bebía champaña. Por

supuesto, no tengo ni la menor idea de si los bares de 1940 eran así como en

Casablanca, pero si da una idea de cuan impresionante es Sadie cuando

canta. Te atrapa.

Ella parece bonita, también. Hace esa cosa donde inclina su cabeza y

medio cierra sus ojos y tiene el micrófono muy cerca de su boca. Cuando

canta, los chicos la observan y ocasionalmente sus ojos parecen vidriosos. He

visto casos donde a mitad de la canción se levantan a aplaudirle mientras

canta media nota. Luego, ella regresa a nuestra mesa, y el momento se fue

totalmente. Sadie no ha tenido una cita desde… bueno, desde que nació,

desafortunadamente.

No lo entiendo. Es fabulosa. Ciertamente no es fea. Tiene una piel

perfecta, las mejores cejas que he visto, y no importa cuánto ella y su madre

insistan en lo contrario, tiene un cuerpo completamente decente. Robusta,

absolutamente, pero sólo en los lugares correctos. Pero viste esos vestidos

que parecen sacos, y cuando no está cantando, supongo que eso es lo que

los chicos ven. La única vez que le sugerí tener una cita, lo único que hizo fue

darle a mi cuello una larga mirada. No creí que se tratara de la misma cosa,

pero tenía su punto.

—You don’t have to say you love me…

Sadie podría superar en una competencia musical a todos los

estudiantes de Willing, haría que todos se levantaran de sus asientos en el

auditorio y le aplaudieran. Pero no lo haría. No en una competencia en

Willing. Ella pone su corazón en los tres minutos de la canción sobre el

escenario de Chloe y luego lo deja allí.

—Sabes —sugerí en voz baja a Frankie durante una larga pausa en la

lirica—. Quizás esta canción no es tan buena como tú crees. Quiero decir,

ella esta diciéndole a algún tipo que no tiene que decir que la ame mientras

regrese a casa. ¿Ese es el mensaje que nosotros queremos enviar?

Frankie tomó un trozo de pan. —¿Quién es “nosotros”? ¿Y quién eres tú,

la Hada de la Censura? Esta es una gran canción. Solo escucha.

Lo hice. Todo el mundo lo hizo. Algunos chicos en la habitación

parecían haber sido drogados. Por supuesto, alguno probablemente lo

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estaban; este no es un lugar de renombre, después de todo, pero un par de

ellos se relajan con la voz de Sadie.

—Por Dios, Marino, ¿No quieres sentir eso? —Frankie golpeó el tenedor

contra su plato—. ¿Amar tanto que ni siquiera te importe si él te

corresponde? ¿Amar tanto a alguien que el orgullo sale por la ventana? —

Cuando conseguí interesarme en el hueso de mi aceituna, suspiró—. Y no

cuenta tú triste, triste cosa con Edward Willing.

—Él no se iría —argumenté, tratando de defenderme.

—No vendría, tampoco.

—Bien.

—La virginidad no es una gran virtud en nuestro mundo, mi amiga

monja.

Quizás no, pero nadie había expresado mucho interés en la mía

recientemente. Hubo un chico, Dieter, un estudiante alemán de intercambio

el primer año, quien paso nueve sorprendentes semanas detrás de mi,

pidiéndome una cita antes de ignorarme por otra chica. Y también estuvo

Bryan, a quien conocí durante mi último verano en la Costa. Tenía su cabello

como zanahoria y llevaba camisas de cuello alto y manga larga porque era

propenso a quemarse la piel. Salí con él un par de veces. Me envió un correo

electrónico desde su casa en Jersey, diez palabras con al menos seis errores

ortográficos. No le respondí. Lo tomé como nuestro rompimiento.

No hablé mucho hasta que Sadie se dejó caer en su asiento.

—Sublime —Le dijo Frankie, y ella brillaba un poco, porque si bien él

podría exagerar, tampoco mentía. Luego dijo—: Mi turno.

Se levantó de su lugar, hizo su cabello expertamente hacia atrás para

llamar la atención de todos a su perfecto rostro, y escuché un silbido detrás

de nosotros. Miré sobre mi hombro hacia la mesa llena de chicos guapos.

Ninguno me era familiar, pero parecían ser del gusto de Frankie: Dioses

Nórdicos, todos rubios y ojos azules.

—Esto va para ti, Marino —dijo Frankie, y mi atención regreso al

escenario.

Sí, lo hizo. Las primeras notas de “Like a Virgen” llegaron, y segundos

después, Frankie imitaba a Madonna. Se salvo de parecer sobre actuado

por el hecho de que él no cantaba mal. A nadie le importaba, y después de

las primeras miradas curiosas, nadie miró mi rostro sonrojado. Porque, por

supuesto, Frankie no cantaba para mí. Cada palabra, cada guiño, cada

sonrisa y movimiento de cadera era para uno de los chicos que estaba

detrás de nosotras. En el segundo verso, casi la mayoría de la audiencia

cantaba con él.

Él terminó con gritos de agradecimiento y apreciación. Se despidió

mientras caminaba de regreso a nosotras, sus ojos deslizándose una y otra

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vez hacia los chicos lindos. Una vez sentado, cruzó sus manos

cuidadosamente en la mesa y nos miró con expectativa.

No había duda de lo que quería. Estaba silencioso y elocuente para

que lo retáramos.

Somos buenas amigas. —¿Verdad o Reto? —preguntó Sadie.

Fingió pensarlo. —Ah… reto.

Sadie fingió pensarlo también. —Te reto a que le pidas su número de

teléfono —dijo con entusiasmo serio. Señaló discretamente—, a ese lindo

rubio.

—Él me parece conocido —dije.

—¿Lo conoces?

—Por supuesto que no.

—Muy graciosa —Se inclinó hacia mí, hasta que sus labios estuvieron a

centímetros de los míos—. ¿Bien?

—Un poco de ajo.

—Una pastilla —murmuró—. ¿Doctor?

Sadie ya estaba en ello. De su enorme bolso (Balenciaga, uno que su

madre odia), sacó un paquete de dulces de menta. También podías ver una

caja de pañuelos, banditas, agua embotellada, y bocadillos nutritivos.

Frankie tomó su píldora, nos enseñó sus dientes para que revisáramos si tenía

espinacas, y luego estuvo en acción. Se movía como un gato. En menos de

treinta segundos, se encontraba sentado al lado del objeto de su deseo.

—Observo —dijo Sadie con asombro—. Observo y tomo notas, y aún

no lo puedo aprender.

—Yo tampoco. —admití alegremente.

—Tiene algo que ver con el hecho de que es hermoso. Tiene que

haberlo. De lo contrario, tendré que darme por vencida.

Apreté su mano. —Por supuesto que hay más. Frankie… es… bueno, él

es…

—Frankie —dijimos al mismo tiempo. Reímos, ambas teníamos mala

suerte, y comimos el resto de nuestros platillos.

Frankie es hermoso. También era peligroso, como vidrios rotos, pero

feroz y carismático, y lejos de los confines de Willing, él brillaba.

Especialmente cuando conoce un nuevo Sr. Quizás. Frankie adora tener

citas. —¿Comprarías un par de zapatos sin probártelos y sin saber son de tu

talla? —Exigió. A él le gustan los zapatos, también. Pero la verdad era que

Frankie estaba realmente buscando un buen par.

¿No lo hacemos todas?

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—Va a suceder —anunció Sadie, como lectora de mente y la eterna

optimista que es.

Las palabras apenas salieron de su boca, mi respuesta apenas se

formaba cuando Frankie se deslizó en su asiento, unos diez minutos antes de

tiempo. Parecía destrozado.

—Oh, cariño —Sadie puso un brazo alrededor de él—. Claramente, es

poca cosa para ti.

—Ni siquiera era demasiado guapo —Fue mi contribución.

—Él es comida chatarra mientras tú eres comida gourmet —Sadie es

muy buena con las analogías de comida. ¿Quién podía culparla?

Frankie nos miró con concentración. —¿Qué? —preguntó vagamente.

—Eres mucho para él —dijo Sadie, apartándose el cabello de su

frente—. Obviamente está loco.

—No me rechazo. Apenas nos presentábamos antes de que me

marchara.

—¿Por qué? —Sadie yo exigimos al unisonó—. ¡Parece un Dios Nórdico!

—agregué.

—Lo sé. Lo sé… Es solo que su nombre es Biff —gimió—. ¡No puedo salir

con alguien llamado Biff!

Le di una palmadita a su espalda. En el escenario, uno de los chicos

universitarios acababa de hacer sonar “U Cant Touch This”.

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La Puerta

Traducido por Andreani

Corregido por Melii

rase una vez, antes de que Willing fuera una escuela, una casa.

No la casa de Willing; ellos siempre vivieron en Society Hill, hasta

que las distintas y diversas sucursales se trasladaron a la línea

principal y la vasta superficie cultivada. La casa-que-se-convirtió-

en-una-escuela fue construida por un hombre de South Philly llamado Vittore

Palladinetti, quien hizo una fortuna en ferrocarriles de construcción.

Literalmente, los construyó. Comenzó como un obrero y terminó por poseer

una gran parte del Ferrocarril Reading (Monopoly, ¿Alguien?). Compró el

equivalente de toda una cuadra de la ciudad y construyó su mansión de

cuatro pisos, sesenta y dos habitaciones, completándola con un acre de

jardines italianos, un aviario para su hija, y un teatro de cien asientos, para su

esposa amante de la ópera.

Poco más de un año después de mudarse, Vittore enfermo de gripe —

probablemente por una de las queridas aves su hija—, y murió. Su esposa y su

hija se mudaron, se casaron, cambiaron de apellidos, y así, mientras que yo

pude haber sido una estudiante en la escuela de Palladinetti, lo cual habría

sido fríamente irónico, ya que mi mamá es descendiente del mucho menos

exitoso hermano de Vittore, Beppo, ¿Verdad?

Edith Willing la limpió, desinfecto, y esta mañana de miércoles en

octubre, yo estaba sentada en el piso, fuera de lo que alguna vez habían

sido el dormitorio de la hija de Palladinetti, y ahora era el salón de Lengua

Romance de Regina Pugh Willing, dibujando la puerta. Es una copia de una

puerta de bronce de la abadía en Roma, llena de ángeles y demonios que

parecen que están teniendo una gran fiesta.

Abajo, sonó la campana del período. Es realmente un gong antiguo

que vive en el salón de atrás. La secretaria de la escuela tiene que dejar su

oficina cada hora para golpearlo con un palo enorme y acolchonado. Se

pone orejeras de construcción para hacerlo. Es fuerte. Un par de veces al

año, estudiantes sin sentido del humor, lo roban hasta que está claro que a

nadie realmente le importa. Ellos siempre lo devuelven. Hasta entonces, la

Sra. Maus alegremente utiliza un cuerno de chivo.

Creo que le gusta ver a las personas cerca de ella saltar.

E

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No me molesté en moverme cuando sonó el gong. Tenía doble AP8 —

Lo que significa que tengo que dibujar, para tener créditos, durante dos

períodos consecutivos. La Sra. Evers muchas veces me permite hacer dibujos

propios en los días cuando considera que no podría beneficiarme lo que

está haciendo el resto de la clase. Cada cierto tiempo, intenta hacerme

dibujar personas.

—Sabemos que puedes hacer puertas, Ella. ¿Por qué no pruebas con

las caras? Hay cosas fascinantes detrás de ellas, también. Apuesta a que

cualquiera al que le preguntes estaría encantado de sentarse para que tú…

Creo que le gusta emparejar a las personas, o al menos intenta

ayudarme a ampliar mis horizontes sociales. Es una ex debutante de Carolina

del Norte que se parece a Jessica Simpson. La odiaría, salvo que es una

pintora increíble y un ser humano decente. Así que asiento y sonrió y salgo

para encontrar una ventana interesante para dibujar.

Supongo que los ángeles tienen caras, incluso si estás son demasiado

pequeñas para dibujarlas, por lo que estuve medio honrada por su

sugerencia. Estaba medio empezando un ala, cuando la puerta se abrió de

golpe, vomitando una multitud mixta de estudiantes de segundo y los de

último año hacia el pasillo. Algunos todavía hablaban en francés. Muchos

revisaron instantáneamente en sus iPhones, comunicándose con sus mejores

amigos de salones del piso inferior o al final del pasillo. Se supone que no

debemos sacar cosas electrónicas durante la jornada escolar. Sí, claro.

Quisiera decir con confianza que 250 de 311 de los alumnos de Willing

pueden mandar mensajes de texto sin mirar el teclado.

Me encogí lo más que pude, doblando mis piernas y empujándome

contra la pared. Aún así, fui aventada y pisada un par de veces por los

inconscientes que mandaban mensajes de texto. Uno de ellos se detuvo por

un segundo. —Oh, bueno, lo siento. No te vi —Ofreció. El resto sólo siguió

caminando.

Mi humilde clase 2A de francés se reúne en el sótano. Traté de tomar

italiano, sin éxito, cuando estaba en primero. —Parece estar más bien... er...

bueno, no exactamente... bien —dijo cuidadosamente el Sr. Donaldson, mi

Asesor de primero, cuando vio mi lista de solicitud del curso—. El objetivo es

aprender un nuevo idioma. ¿No?

Bueno, tal vez, pero ellos no obligaban a todos los Fillites, que había

pasado su verano en Provence desde su infancia, a tomar francés. Y mi

italiano es casi inexistente. De acuerdo con mi papá, eso es lo que pasa con

los nietos de inmigrantes italianos. Él y todos sus hermanos entienden el

italiano, al escuchar a los que hablan alrededor de ellos, pero ninguno de

ellos lo habla. Siena habla Gucci; Leo tiene un arsenal bastante decente de

insultos Sicilianos. Llegué a Willing sabiendo un montón de nombres de

8 Advance Placement, clases inmartidas a estudiantes de último año, normalmente son

clases avanzadas de materias que pueden ayudar en los exámenes de admisión a

universidades. También cuentan como créditos extras.

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comida y un par de maldiciones. Pero el Sr. Donaldson anuló la solicitud de

italiano. Supongo que simplemente asumió que ya estaba influenciada.

Supongo que es porque mi apellido es Marino. Llamaron a Frankie a la

Oficina una vez en primer año para pedirle que le informara a un repartidor

de mantelería que había agujeros en varios de los manteles.

—Era vietnamita —Frankie murmuró al regresar—. Ni siquiera hablo

suficiente coreano como para tener una conversación acerca de

mantelería. Les dije que me llamaran si alguna vez necesitan alguien para

traducir Sánscrito. Eso hará pensar sus cabezas un rato.

Por supuesto, Frankie no habla Sánscrito, tampoco. Toma Español. Su

apellido es Hobbes. Debió a ver sido por sus ojos.

El último de la clase de francés se coló por el pasillo. —Oye, tengo uno

para ti. —Anunció un delgado Chico Abeja, vestía una falda a cuatros y

unos zapatos Timberlands—. ¿Cómo los tacaños terminan con sus notas

suicidas?

—¿Cómo?—preguntó alguien cumplidamente.

—¡J'ai le cafard!9

Hubo tantos gemidos como risas. Una chica, que ya llevaba su equipo

de fútbol, empujo al bromista con su hombro.

Cuando se dirigían hacía la esquina, al final del pasillo, me medio

levante del suelo. Necesitaba cerrar la puerta para poder empezar a dibujar

de nuevo.

De repente, ahí estaba Alex Bainbridge, enmarcado por el jugueteo

de los ángeles. Me congelé.

Ni siquiera miro hacia donde yo estaba agazapada. —Merci, Madame

Grey10 —dijo sobre su hombro—. Salut11

—Ejem. Monsieur Bainbridge. ¿Salut...?

Alex rodó sus ojos, sabiendo que la Sra. Grey no podía verlo en la

puerta, ponderado por el código de fuego, comenzando a cerrarse detrás

de él. —Pardonnezmoi, madame. Au revoir12.

—Très bien. Au revoir13.

Alex sonrió y arrojó su mochila sobre su hombro. Bostezando

abiertamente. No es de extrañar que pierda libros. Entonces, se volvió hacia

mí, y de repente sentí que un foco se había encendido. Tragué. Y me puse

nerviosa. Él parpadeó.

9 Es una expresión en francés que se utiliza para decir que una persona tiene depresión. 10 “Gracias, Señorita Grey.” 11 Es una manera muy informal de saludar y despedirse en francés. 12 “Perdóneme, señorita. Hasta luego.” 13 “Bien. Hasta luego.”

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—Rayos... uh... —Pude ver las ruedas girando. Había pasado, después

de todo, casi una semana—, Ella. No te había visto. Quiero decir, lo hice, me

imagino, pero pensé que eras... —Señala vagamente al final del pasillo. Hay

bustos y estatuas de pie por todas partes en Willing.

Los Willings, por supuesto, eran patrocinadores de las Artes. Algunas de

las esculturas son realmente hermosas: dioses y diosas y ocasionalmente

miembros de la familia. Otras son bastante escalofriantes. Hay un agrietado

Vulcano14 en el pasillo fuera del laboratorio de biología que hace que la

gente camine un poco más rápido. Por un segundo, me pregunté qué tipo

de estatua pensó Alex que yo era.

—¿Vas a pasar? —Me preguntó justo antes de que el silencio se

volviera ensordecedor. Se dio la vuelta para alcanzar uno de los pomos. Se

supone que los chicos en Willing deben ser amables. La mayoría de ellos no

lo son.

—Oh, no —Conseguí decir finalmente—. Yo estoy... um... sentada...—

Señalé el piso bajo mi trasero, como una completa idiota, y lentamente me

volví a sentar—. Bueno, dibujando. La puerta —Hundí rápidamente mi

hombro derecho y bajé mi barbilla, movimiento que he perfeccionado

desde hace mucho tiempo para asegurarme de que mi cabello cubre mi

cara y mis ojos. Alex llevaba puesto unos Adidas de gamuza que parecían

retro. Uno de ellos estaba desatado.

—Dibujando la puerta. Claro. ¿Dibujas un montón de puertas?

Verdad: Sí.

—Um... bueno, sí. Puertas, ventanas. Barandillas —Me oí decir a mí

misma, pero era demasiado tarde, por supuesto. Ella Marino. Fenómeno. Ella

dibuja ventanas.

Levanté la mirada y esperé para que se marchara. O rodara sus ojos, o

lo que sea. Él los entrecerró. Luego, se giró para mirar la puerta. Tocó un

demonio bailando. —Wow. Genial. No puedo creer que nunca lo noté antes.

¿Es igual por dentro?

Me encogí de hombros. —No sé. Estoy en la clase de francés del

sótano. Debería saberlo. Chica italiana.

—¿Sí? ¡Sonno davvero allergico ai palle15! —Volvió a girarse para

verme y me sonrió, claramente encantado con sí mismo. Hay tantas partes

de Alex Bainbridge para mirar. Pero esa boca, la forma en que se curva en

las esquinas...

Casi me mató a decirle: —Lo siento. No tengo idea lo que acabas de

decir.

14 En la mitología romana, dios del fuego y los metales, hijo de Júpiter y Juno y esposo de

Venus. 15 Él trata de decir “Soy alérgico a las nueces”, pero en la pronunciación es algo como “Soy

alérgico a los cojones”

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—¿Sí? Mierda. Es todo recuerdo de nuestro viaje a la Toscana hace

unos años. Mi madre me hizo decirlo, como, mil veces hasta que lo tuve

dominado. Significa, “Soy alérgico a las nueces”.

—Oh. ¿Lo eres?

—Sí. No del tipo de alergia en el que entro en un shock anafiláctico y

muero, pero me pongo muy enfermo. Así que, ¿Es mi acento? Quiero decir,

por lo que no pudiste entender.

—En realidad, no entendí otra cosa que “Sonno”—admito—. Y

alérgico, pero eso fue porque suena como en ingles.

—Espera. Pensé que dijiste que eras italiana.

Y aquí vamos. —Una abuela llegó aquí. Todo el mundo es de la vieja

escuela South Philly. Decimos sólo el menú en italiano —Lo que me dio una

idea bastante buena por la cual Alex le decía a la gente a que era alérgico,

no era por la que él pensaba que era.

No sé que esperaba, pero no era otra sonrisa asesina. —He oído eso.

Mi madre es de Ucrania. Puedo nombrar trece tipos de vodka, pero no

mucho más.

—¿No hay palabras para almendras homicidas? —¿Quién es esta

chica? Casi preguntó en voz alta. Charlando con Alex Bainbridge como si no

fuera la gran cosa. Tuve la sensación de que no la reconocería en un espejo.

—Ni una. La única vez que estuve allí, comimos carne y patatas. Todo

el tiempo. Pero, hombre, la comida en Italia... Impresionante, ¿Verdad?

—Nunca he ido.

—Pero...—Pareció pensar mejor de lo que iba a decir—, irás.

—Lo haré —E hice otra cosa tan completamente diferente a mí que

me mareé un poco. Compartí algo que sólo, tal vez, tres personas sabían

acerca de mí—. Está en la cima de mi lista de cosas que hacer antes de

morir: Ir a Florencia. Por el arte.

—Genial. ¿Y qué más?

—¿En Florencia? Bueno, supongo que me gustaría ver…

—No. En la lista. ¿Qué otra cosa está en ella?

Es una lista larga y en ocasiones noble, pero, por supuesto, todo lo que

surgió en mente fue el mencionable y aburrido: Cortar mi cabello corto

alguna vez, y el humillante: Perder mi virginidad.

—Oh... uh... París —Conseguí decir, que está en algún lugar en el

numero veinte—. Me gustaría ir a París.

—Por el arte —Su boca se curvó.

Bueno, no. Por las luces, cafés y chicos con suave cabello oscuro y

sensuales acentos, pero no iba a decir eso en voz alta. Tan sólo asentí.

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Luego, porque parecía algo que podía hacer bien entonces,

pregunté: —¿Qué significa “J'ai le cafard”?

Alex me miró fijamente. —¿En serio?

—Francés en el sótano —Le recordé. No mencione que yo estaba,

mejor, arreglándomelas bien en francés del sótano, y sólo porque Sadie, de

Francés 3, insistía en revisar mis deberes—. ¿Y?

—Significa que tienes la tristesse16 —Cuando no consiguió más que un

atisbo de mí, repitió—: ¿En serio? —No pretendía ser grosero, solo un poco

burlón—. Melancolía. The blues17.

—Ah —Me pregunté si el Chico Abeja generalmente no tenían sentido

del humor, o solo intentaba llamar la atención—. Está bien.

—Por supuesto que literalmente también significa que tienes una

cucaracha.

—Ah —dije una vez más—, Está bien.

Alex recargo un brazo en la pared, por encima de mi cabeza y se

inclinó hacia adelante, encerrándome entre sus piernas y la pared. Había un

pequeño desgarre en forma de L, en la rodilla izquierda de sus jeans. A través

de él, sólo pude ver un parche de piel sombreada. Él olía como a suavizante

y hierba fresca.

—¿Lo haces?—preguntó.

—¿Qué hago...?

—Avoir le cafard.18

Me reí. No pude evitarlo. —No.

—Eso es bueno —dijo—. Eso es bueno.

Si todo pensamiento racional no hubiera huido de mi cerebro, habría

descubierto que él le estaba echando un vistazo a mi dibujo.

Probablemente, lo habría cubierto.

Así que, simplemente tragué mientras él se inclinó aun poco más y

señaló uno de los demonios que había esbozado.

—Especialmente ese. Parece que va a saltar sobre ese Ángel —Ambos

saltamos cuando su mochila se resbaló de su hombro. La atrapó justo antes

de que me golpeara en la frente. Vi la esquina de un libro tambalearse

precariamente en la solapa abierta—. Tengo que irme —dijo, retirándose de

la pared, lejos de mí.

—He visto los tuyos —Salió antes de que pudiera pensar.

16 Tristeza en francés. 17 Se refiere a una expresión en francés que en ingles se dice “Having the blues”

(Nuevamente haciendo referencia a estar deprimido). 18 Estás deprimida.

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—¿Mis qué? —Sonaba un poco alarmado, y me imaginé lo que él

estaba pensando. Que yo había estado espiando en el vestuario o algo.

—Tus dibujos. Los que están en tu libro de historia.

—¿Qué?

—Son buenos —dije—. No, increíbles. Como Suzuki Harunobu. O

Utagawa Kuniyoshi, quizás. La sirena, especialmente, con todos los detalles.

Pero moderna. Con todas las pequeñas imágenes. Realmente, me gustó el

cohete...

De pronto, me estaba mirando como si fuera una cafard19. Me callé,

rápido, pero era demasiado tarde.

—Son privadas.

—Correcto —Comencé, ese sonido corriendo tranquilo por mis oídos.

Uno que se convertiría en un rugido, las Cataratas del Niágara de la

humillación—, no lo hice…

—¿Qué demonios? ¿Revisaste mis cosas?

No importaba que yo no lo hubiera hecho, que los papeles hubieran

caído del libro y que hubiera sido casi imposible no verlos. No puedo soportar

cuando la gente se enoja así, cerrándose como ostras o puertas de un

congelador. Me dan ganas de doblarme y desaparecer.

—Lo siento —susurré—. No fue mi intención…

—Claro. Como sea. Tengo que irme.

Lo siento, lo siento, lo siento, lo...

Fue el peor momento imaginable. Hasta que se volvió incluso peor.

—Oye, Romeo. Te he estado llamando, como cinco minutos. ¿Perdiste

tu teléfono otra vez?

Amanda Alsted desfilaba por el pasillo, con sus caderas y su cabello

oscilando. Un medio paso detrás de ella estaban, como siempre, Anna y

Hannah. Todas ellas se deslizaron hasta hacer una impresionante parada

junto a Alex. Podría decir que en el instante que Amanda me vio, su sonrisa

vaciló por un nanosegundo, luego se hizo más marcada.

—Oh. Tú. ¿Te caíste?—preguntó, tan dulce.

—Estoy sentada.

Alguien, Anna o Hannah, como si importara, sofocó una risita.

—Sentada. Estaaaa bien —Hannah, angelical en un suéter blanco, me

apunto con su nariz—. Las cosas están un poco... ¿Difícil para ti estos días?

Los pies de Alex todavía estaban tan cerca que podía haber chocado

sus dedos con los míos. Él no dijo nada. Cuando me atreví a levantar la

19 Cucaracha.

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mirada, vi que él ni siquiera me miraba. Estaba mirando a la pared. Luciendo

aburrido.

Amanda arrojó su cabello hacia atrás, mostrando una columna de

perfecta piel pálida. —Sabes, si necesitas hablar sobre... problemas, he

trabajado en la línea de crisis en la escuela desde el primer año.

Casi pude ver a la burbuja gráfica sobre la cabeza de la diosa del mal:

el conocimiento es poder, y lo sé todo. No podía pensar en una sola persona

en la que podría confiar menos. Con las Hannandas en el mundo, no era de

extrañar que hablara con Edward.

—Todo es completamente confidencial —Otro lanzamiento de

cabello, más piel perfecta.

—Estoy bien —conseguí decir, las dos palabras salen dolorosamente a

través de mi apretada garganta.

—Porque errores como drogas y alcohol —Comenzó a decir, como si

yo no hubiese hablado—, ... lo que sea... puede tener consecuencias

perjudiciales aún más que la simple pérdida de funciones de memoria y

motrices. Es decir, puedes echar a perder toda la vida con algunas malas

elecciones.

Como hablar con mi novio.

Entendí eso.

—Estoy bien —repetí.

—Como sea. Sólo intento ayudar —Intercambió miradas con su dúo de

asistentes. ¿Qué esperaba, que intentara ser amable con un perdedor? —.

Vámonos. Odio este pasillo. Es como sacado de una mala película de terror.

Se fueron, Alex y el Hannandas.

Anna no había dicho una sola palabra. No fue de sorprender. Anna no

me ha hablado en más de dos años, desde nuestro primer día en Willing. Lo

cual no sería sorprendente para nadie en la escuela, tampoco, a menos que

se enteraran que Annamaria Flavia Lombardi y yo nos habíamos conocido

desde la infancia y habíamos, a través de nuestros años de secundaría en el

Sagrado Corazón, incluso sido muy buenas amigas, parte de un grupo de

una media docena niñas que se movían como una feliz manada lanuda.

Incluso cuando el negocio de construcción de su papá comenzó una

proliferación y su mamá llegó un día le recogerla de la escuela en una

brillante Escalade enorme, seguimos siendo a amigas. Hicimos las pruebas

para entrar a Willing juntas, bromeamos acerca de quemar nuestros

uniformes del Sagrado Corazón en el bote de basura del patio.

Entonces, el julio antes del primer año, Annamaria desapareció. Resultó

que ella estaba en Loveladies, en la costa de Jersey, en su nueva casa de

una cuadra con cinco habitaciones en la playa, a dos calles de la casa

frente a la playa de los Alsteads, con ocho dormitorios. En septiembre, fue

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Anna Lombardi quien llegó a Willing, bronceada y delgadísima, pagando el

total de la matrícula y ocupándose de chismes.

Sospecho que fue Anna que trajo "Freddy" a Willing. Por supuesto, no

puedo probarlo y nunca le preguntaré, pero es la única explicación que

tiene sentido. En una escuela donde casi todo el mundo tiene un montón de

dinero, los chismes son la moneda asesina. Anna dejó a tras a South Philly y a

su pasado tan fácilmente como su falda a cuadros del Sagrado Corazón. Y

lo quemó todo, como pasar por encima de un puente, sin voltear ni una sola

vez hacia atrás.

Ella no miró hacia atrás, —ninguno de ellos lo hizo— mientras se

alejaban, Amanda se enroscó alrededor de Alex y sus compinches

siguiéndolos detrás. ¿Por qué mirarían? No había nada que ver.

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La Historia

Traducido por Pixie

Corregido por Melii

l Incompleto: Vida y Arte de Edward Willing.

Por: Ash Anderson.

Prensa de la Universidad de Pennsylvania, 1983:

7 de Septiembre

Hotel Ritz

Paris

Queridísima Primavera12,

¿Qué plagas bíblicas caerán sobre mí si escribo una carta maldiciendo

a mis padres? ¿Tendríamos cucarachas en nuestro sótano? ¿Huracanes

arrancando las tejas de nuestro techo en agosto? ¿Agua saliendo de

nuestras cañerías? Pero, espera, ¡Ya tenemos todas esas cosas! Lo deberías

saber bien, habiendo dibujado casi todo con tus pinceles. La tía Edie, por

supuesto, levantó sus cejas y no dijo nada13. Oh Filadelfia, qué adversidades

domesticas se encuentran debajo de tus majestuosos edificios.

Así que, al demonio con ellos, mi amor.

Soy enteramente serio. ¿Por qué debería importarte que mis padres

piensen que tú estás por debajo de mí14? Lo sabemos mejor, tú y yo.

Sabemos que eres para mí lo que el champagne es a la cerveza —superior

en todas sus formas. Si, sé que a tú corazón blando le gustaría que todo sea

flores y gatitos juguetones, pero mi naturaleza es tal que pensaré en avispas y

pulgas. Que dúo perfecto somos, Amada Tren, totalmente incompatibles de

formas tan complementarias.

¿Y qué importa si mi padre odia tu falta de fortuna? Que afortunado es

que generaciones de matrimonios infelices le hayan dado a mi familia más

dinero de lo que posiblemente pueda ser bueno. Hay ironía, también, en mi

madre, menospreciando tu falta de habilidades domésticas cuando no ha

E

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hecho más que arreglar una flor en veinte años. Hay una ama de llaves, una

criada y una pariente pobre o dos, para hacer todo por ella, incluyendo, me

imagino, enfrascarse en un diccionario de sinónimos para encontrar las

palabras adecuadas para expresar su desaprobación. No hay palabras

suficientes en el cielo y la tierra para expresar mi devoción.

¿Debería probar con unas pocas, querida Post16? ¿Inmensurable,

mítica, vertiginosa? ¿Desmesurada, feroz, naranja? ¿Apasionada?

¿Ocasionalmente un poco doloroso?

Me despierto cada mañana, deseando que estuvieras a mi lado.

Luego paso la mejor parte de la mañana, deseando que tú desearas estar a

mi lado cuando despierte. Si, si, lo sé, y te ruego que me perdones si me sentí

algo menos impaciente. Diciembre está muy lejos.

Mi amor, mi amor, es eternamente tuyo.

Edward

(Del archivo privado Willing, cortesía del Museo de Arte Moderno

Sheridan-Brown, Filadelfia. Reproducido con permiso.)

Notas

Capítulo 11 (cont.)

12En sus primeras cartas a Diana, Edward se dirige a ella con una

variedad de nombres, incluyendo “Primavera”, “Penélope” y “Taxi”. No hay

documentación o clave, y la mayoría de las sugerencias, incluida esa en la

cual los nombres eran derivados de historias del día de periódicos (Hearst

1946), han sido desacreditadas. En las cartas de ella, de antes y durante su

matrimonio, Diana a menudo se dirigía a Edward como “Querido Patán”.

13 14 Diana Drummond era descendiente de una respetable familia

escocesa. Hacia mediados del siglo diecinueve, sin embargo, la fortuna de

la familia había sido tan empobrecida que su padre, James, un tercer hijo,

eligió emigrar. Aterrizo en Filadelfia en 1864 y, en sociedad con Scot Gordon

Gibson, se convirtió en almacenero. Para 1912, Drummond y Gibson’s, bajo el

mando de los hijos de los fundadores, era la tercer tienda de comestibles

más grandes en la Costa Este (ahora, como D&G, tiene más de mil

doscientas tiendas, en ocho países), pero en 1887 aún era un pequeño, si

exitoso, negocio local. Diana Drummond, de dieciocho años en ese

entonces, tomo un puesto como maestra de arte en la escuela fundada por

la tía de Edward, Edith Willing Castor. Se asume que ella y Edward se

conocieron ese año durante una de sus visitas a su casa en Filadelfia del

extranjero. Para enero de 1889, su compromiso era oficial, para el inocultable

malestar de sus padres. En una carta a su hermana, Maude Pugh Willing, se

referían al padre de Diana como “ese vendedor de pescados”.

15 Ver12

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16 Ver12

***

(Del articulo “Diamonds on the Muse” en la Revista Jouel, Número 137,

Septiembre de 1999)

“…En la primavera y verano de 1889, Willing estaba en Francia.

Mientras la mayoría de las once semanas las pasó en Aix-en-Provence,

estudiando con Cézanne, se quedó por un período en el Hotel Ritz en Paris.

Fue durante ese tiempo, adquirió un brazalete de platino con diamantes de

veinte quilates de Cartier.

Mientras las grabaciones de Willing muestran que Edward compro

varias piezas finas para su esposa durante el transcurso de su matrimonio,

mayormente de proveedores tales como Tiffany en New York y J.E. Caldwell

en Filadelfia, el brazalete era claramente su pieza favorita. Aparece

prominentemente en seis retratos de Diana Willing (incluyendo, quizás el más

notable, el escandaloso Troie), pintados por su esposo, así como también en

numerosas fotografías.

A la muerte de su esposa en 1899, Edward le dio el brazalete a su

sobrina Julia Drummond Jones, quien subsecuentemente se mudo a

California.

En 1954, fue adquirido en una venta privada por la leyenda del beisbol

Joe DiMaggio como regalo para su esposa, la actriz Marilyn Monroe.

Aparece en muchas fotografías de la pareja durante su breve matrimonio, y

ocasionalmente en Marilyn después de eso, y permaneció en su posesión

hasta su muerte en 1962. Como parte de su patrimonio, fue legado a su

amigo Lee Strasberg, y es parte de la colección que será vendida en una

subasta de Christie’s, en New York, el próximo mes. Se espera que la puja

comience en setenta mil dólares.

“Marilyn estaría horrorizada”, una amiga cercana de la actriz que

desea permanecer sin nombrar, insistió por teléfono desde su casa en Beverly

Hills. “Ella nunca tuvo la intención de que sus cosas fueran vendidas,

¡Especialmente no para beneficiar a la esposa de Lee! Marilyn

específicamente pidió que sus pertenencias fueran distribuidas entre sus

amigos. Me prometió un anillo de Cartier, de la colección de diamante…”

—En serio, ¿Todo se trata del dinero? —Le pregunté a Edward más

tarde esa noche, mientras trataba, otra vez, de pensar en algo de escribir

sobre Paris para mi asignación, algo que no mostrara cuan mediocre era mi

Francés y no hiciera obvio, una vez más, que yo era una de oh, quizás,

cuatro estudiantes en Willing que nunca había estado allí.

Dio una corta risa. —Ya lo creo. Y la pasión, ocasionalmente. Todos los

grandes actores de la historia, y todos los viles, aparentan haber sido

motivados por uno u otro.

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—Oh, vamos. ¿Todo?

—Es estudiante de historia, Srta. Marino —señaló con su barbilla la

desordenada pila de papeles que había empujado a un lado de mi

escritorio a favor de Paris—. ¿Qué dice eso?

—Soy estudiante de historia del arte —Lo corregí—. Y este es mi

proyecto final, el cual, me siento obligada a recordarte, es todo sobre ti.

—Tu elección —respondió de inmediato—.Con toda esa gloriosa obra

que es le maître Cézanne… C’est dommage20 —Fingió hacerme creer que

yo podría haber hecho mejor uso de mi tiempo y mis opciones. Pero no hay

nada modesto sobre Edward. Estoy convencida de que le hace gracia que

esté escribiendo sobre él, incluso si su expresión no lo demuestre—. Trata de

todas maneras. La tía Edie siempre encontraba historias de innecesaria gran

importancia, especialmente si había algún Willing involucrado de alguna

forma. Estoy seguro de que te lo suministrarán en esa escuela.

—Bien. ¿Qué hay de 1066? La Batalla de Hastings.

—Muy fácil, Ella. Francia quería Inglaterra, y toda la riqueza que traería.

—¿La Proclamación de Emancipación?

—Noble como lo era Lincoln, todo se reducía al hecho de que el Sur

no podría sobrevivir sin la mano de obra esclava. La Proclamación solo

liberaba a los esclavos del Sur, después de todo.

Pensé por un segundo. —El aterrizaje lunar. Te pillé.

—¿Qué? ¿Crees que fue una exploración por el bien de la humanidad

o fue algo más que trata del dinero?

—No recaudamos dólares lunares estos días —dije secamente.

—Ah, pero la NASA y la Casa Blanca no tenía forma de saber eso hace

cuarenta años. Supongo que ellos tenían visiones de centros turísticos

vacacionales con suites privadas propiedad de Aristóteles Onassis y Bill

Gates.

—Bill Gates tenía, como, mi edad en ese entonces. Era una incógnita.

—¿Tu punto? —Bostezó Edward.

—¿Qué sabes sobre 1969, de todos modos? Fue después de tu época.

—Yo lo sé todo —Me dio esa sonrisa suya de ojos dormilones —. Amor

o dinero, me temo.

—Genial —suspiré, incapaz de no pensar en Alex y viajes a Europa y las

Hannandas con sus carteras de Prada—. Las dos cosas que no muestran

indicio alguno de llegar nunca a mi camino. Dispárame ahora.

—No puedo, querida muchacha. Sin armas. Además, aún si tuviera la

habilidad, jamás haría tal cosa. Sería vil. Y…

20 Es una lastima.

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—¿Y?

—Ah, Ella. Apreciándote como lo hago yo, no hay pasión en mis

sentimientos.

—Amor o dinero —zumbé.

—Amor o dinero —Concordó Edward.

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El Menu

Traducido por Pixie

Corregido por Phedre

i hermana me enseño el mejor truco. Cuando el vendedor no

está mirando, haces marcas con el plumón en la parte

delantera de todos los demás, así nadie más los comprará.

Quiero decir ¡Qué embarazoso sería que alguien más llegara

al baile usando el mismo vestido! De esta forma, sé que seré la única.

—Dios, yo no tendría las agallas. ¿Qué pasa si te atrapan?

La Fillite, con el marcador en la mano, se estremeció.

—Tendría que pagarlos todos con la tarjeta de mi papá, pero

entonces no podría comprarme los Manolos…

Ella y sus impresionadas amigas se dirigieron hacia el pasillo. Frankie

golpeo su casillero cerrado con una fuerza innecesaria

—Alucinante —musitó—, Todo ese dinero, y no pueden comprar una

idea.

A nuestro alrededor, había un murmullo de excitación casi tangible. El

tema para el Baile de Otoño había sido anunciado en la asamblea. Directo

desde la mente de las intrépidas Abejas que conforman el comité del baile,

este año en Halloween, estaremos todos oficialmente en El armario de Davy

Jones21.

Durante las siguientes dos semanas no habría descanso para los

cansados. Más de una Abeja (chicas y chicos), por no mencionar un par de

estrellas e incluso un puñado de Fillites, iban a trabajar como hormigas para

preparar la escuela. En lo que a Sadie, Frankie y a mí nos concernía, la mejor

parte de todo era que, durante la semana previa al baile, no habría clases

de gimnasia. Aparentemente, al Comité de Decoración le iba a llevar todo

ese tiempo convertir el gimnasio en un paraíso subacuático.

—Corríjanme si me equivoco —nos dijo Frankie, seguro de que nunca

lo hacía—, pero… ¿no es El armario de Davy Jones la antítesis de un paraíso

subacuático, con todos esos marineros ahogados y demonios marinos?

21 Antigua leyenda pirata donde Davy Jones es un demonio que se adueña de los marineros

caídos al mar y los encierra es su “armario” que representa el fondo del mar.

M

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De hecho, no era un mal tema para un baile de Halloween. Era

infinitamente mejor que el del año pasado, Sleepy Hollow22, también elegido

por la brigada de fans de Johnny Deep, y que resultó ser un desastre táctico,

con muchos estudiantes de primer año sin cabeza golpeándose unos a otros.

Esto nos trajo a la mente piratas fantasmas, esqueletos y pez sapos. Pero

hasta ahora, todas las conversaciones eran sobre el contrabando de ron en

la escuela (los chicos Fillite del último año) o los disfraces de sirenas (no

menos de treinta chicas a lo largo del espectro social). Lo que significaba,

claro, que estas chicas aparecerían en los minúsculos vestidos brillantes que

parecían estar últimamente en cada escaparate o, más probablemente,

con diminutos tops de biquinis adornados y diminutas faldas brillantes. Me

pregunté qué afortunada boutique tendría el record de marcas con plumón, algo así como la alternativa de Willing a cubrir árboles con papel higiénico

en Halloween.

—¡Oh Dios! —gimió Sadie—. ¡Trajes de baño!

Este iba a ser el tercer año que ella intentaría, sin mucha suerte,

mantener a su madre desinformada de que habría un Baile de Otoño. Pero

no había duda de que la Sra. Winslow obtendría la información de alguna

manera, probablemente dentro de las seis horas siguientes al anuncio. No

importaba que ella estuviera en el Caribe. Estaba conectada. Por la

mañana, estaría al teléfono con alguien en Nueva York o Paris o Milán,

buscando el disfraz perfecto para su hija.

El último, fue una replica histórica exacta de un vestido del siglo XVIII,

adecuado para la gentileza del Estado de Nueva York, nada menos. Poseía

una peluca, corsé y un trasero acolchado. Sadie, con picores e incapaz de

respirar, por no mencionar comer, beber o sacudir su extendido trasero,

había pasado las cuatro horas del baile sentada en un oscuro rincón. Yo,

llevando un vestido blanco, de cuello alto, andrajoso y salpicado con sangre

y un velo (la novia del Jinete sin Cabeza), me senté con ella. Frankie había

tenido una cita, un guapísimo chico rubio que había conocido en Festival

del Orgullo, y que vino vestido como Cupido, con poco más que unos bóxers

blancos. (—¿Qué? —lo defendió Frankie—, ¡Ponían querubines a todo en

1790!)

—Me conseguirá una cola hecha de auténticas escamas de pescado

—predijo ahora Sadie, solo bromeando a medias—, y con su propio

estanque flotante. O un genuino traje japonés de pescadora de perlas de

Okinawa. Por una vez, ¿no podría el tema ser solamente Halloween? Podría

hacer de bruja. Ser bruja es fácil.

—Bruja no es lo suficientemente sexy —dije, mirando como Amanda

sostenía dos recortes de papel con forma de concha delante de sus senos,

22 (1999) Película dirigida por Tim Burton y protagonizada por Johnny Deep ambientada en

el año 1799. El cobarde agente Ichabod Crane es enviado por sus superiores a la aldea

Sleepy Hollow, un lugar donde un asesino en serie decapita a sus víctimas. Al llegar allí, los

aldeanos le cuentan la leyenda de un caballero sin cabeza que deambula por los

alrededores y que es el culpable de los asesinatos.

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haciendo que cada chico en un radio de seis metros comenzara a jadear, y

reclamando tempranamente su dominio de sirena. —Se una sirena.

Frankie empujó su gorra de tela vaquera hacia atrás y de hecho, dio

un silbido —Marino, eres brillante. Eso es exactamente lo que Sadie debería

ser. Una Sirena.

—¿Y qué aspecto tienen las sirenas? —demandó Sadie, algo suspicaz.

—Sirenas —dijimos Frankie y yo al mismo tiempo

—¡No, no! Sin fruncir el ceño —La regaño él—. Lo importante es lo que

hacen. Teléfono, por favor —Él le tendió la mano. Sadie dio una mirada

furtiva alrededor del pasillo. Los tres cuidadores interinos estaban ocupados

acosando a las Abejas por contrabando de celulares. Nosotros, como era

habitual, éramos invisibles—, Oh, por favor. Son las tres y treinta y tres.

¡Teléfono! —Sadie le pasó su iPhone. Segundos después, Frankie lo agitaba

en nuestras caras con un ademán —.Voilà. Sirenas.

Él lo había buscado en Wikipedia. Algunas eran bellas mujeres con los

senos de Amanda Alstead y colas de sirenas. Algunas eran bellas mujeres

con alas plumosas y sin nada de colas. Algunas, aparentemente, eran

manatíes.

—Genial. Seré un manatí. Puedo usar mi propia ropa —Sadie estaba

llevando el suéter gris otra vez. Yo no estaba segura de si realmente

bromeaba sobre el disfraz—, Al menos seré capaz de respirar.

—Cállate —Frankie agitó la mano hacia a ella para que guardara

silencio y leyó en voz alta —. El único propósito de las sirenas era encantar. Al

escuchar sus voces, los hombres irremediablemente se arrojaban al mar, y

solo les importaba el sonido de la última nota mientras se ahogaban. Tú,

señora, debes ser una sirena.

—Sin cola —dijo firmemente Sadie—. Sin canto.

—¿Y qué clase de sirena poco convincente es esa? —demandó

Frankie.

Ella le ofreció una sonrisa sin rastro de humor. —Preguntado y

respondido, consejero.

Frankie rodó sus ojos. —Alucinante. ¡Eh tú, Marino! —Me dijo—, ¿Vas a

seguir la ruta del cobarde? ¿O, por un segundo, considerarás mostrar ese

pequeño cuerpo ardiente? Trabajarás esa cola.

—No —La idea de desnudar cualquier parte de mí era casi cómica.

Pensé en un vestido de cuello alto, salpicado con sangre y un velo—. ¿La

Novia de Davy Jones?

—¿Para que me molesto? —protestó Frankie.

El torpe impulso de Frankie por salir de allí, fue frustrado sin esfuerzo por

un trío de chicas populares del último año que pasaban caminando. Como

todo el mundo, hablaban sobre el baile. —Mientras mantengamos la música

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fuera de las manos de Adam… ¡Eh! ¡Tal vez podamos tener a la Marmota de

Genghis Khan para tocar!

—O los Razor Apples. ¡Qué enfermo sería eso!

—¡Edith enloquecería!

Conocía a la chica del medio, alta y bonita, con mechas de un

dorado metálico en su cabello y broches de bandas sobre toda su cartera

de Union Jack. No reconocí ninguno de los nombres de las bandas. Ella, sin

embargo, sí me reconoció a mí. Se detuvo.

—Hola, Ella.

—Hola, Cat.

—¿Cómo va la vida con Edward?

—Complicada —respondí—. ¿Y qué tal tú con JMW?

—Incompleto. Gracias por preguntar —Rió y se despidió con la mano

mientras seguían.

Cat Vernon y yo teníamos juntas Historia del Arte avanzada. Ella está

haciendo su proyecto final sobre los retratos de J.M.W Turner. —Él no hizo

suficientes —me dijo alegremente cuando una vez sugerí que quizás podía

estar confundiendo un pintor llamado Turner con otro. Cat es la clase de

persona que es amable, incluso con la gente que dice cosas increíblemente

estúpidas sobre ella. También es la clase de persona que no encontraría

necesario mencionar que la familia de su novio es dueña de varias pinturas

de Turner, incluyendo dos retratos. Yo solo lo sabía porque la escuche

explicándole a la Srta. Evers de dónde provenían las imágenes.

No creo que ella tenga conversaciones con Turner. No parece de ese

tipo. Y tiene a su novio inglés.

—…estoy pensando que quizás debemos ir como The Monkees23 —Le

estaba anunciando a sus amigas —. Ya saben, Davy Jones, Mickey Dolens…

Oh, what can it mean, to a daydream believer and a homecoming

queen...—cantó mientras doblaban en la esquina. Ella podía cantar. Lo que

claramente no la perturbaba en lo mas mínimo.

Envidiaba a Cat. Quería ser Cat. El último año, ella y sus amigas

vistieron pijamas de seda para el baile de Sleepy Hollow. Se veían un poquito

dormilonas y totalmente glamourosas, como las estrellas de cine de los años

treinta.

No se lo habría admitido a ninguno de mis amigos, pero había

disfrutado los dos últimos Bailes de Otoño en los que había estado. Era un

poco como mirar el show antes de los Oscar: la realeza de Hollywood

caminando por la alfombra roja en los mejores vestidos y esmóquines. Solo

23 Banda de rock creada en 1965 cuyo cantante principal David Thomas Jones usaba el

nombre artístico de Davy Jones.

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que yo estaba mirando una extraña combinación hipnotizantes de disfraces

para niños y la noche de apertura en el Met24.

Ahora el pasillo estaba lleno con una mezcla de TGIF25 y ganas locas

de fiesta. Mientras caminábamos hacia las puertas delanteras, escuché

fragmentos de conversaciones de la gente, sobre los planes para el fin de

semana.

—…fiesta en la casa de Harrison…padres están en Múnich…

—…mirar Teigh Bowen en You Tube. ¡Oh Dios mío, es tan lindo!

—¡The Razor Apples están tocando en La Rotunda!

—Tengo que conseguir algunos condones.

—…bañador de Rag&Bone en oferta…

Sadie, Frankie y yo haríamos lo que veníamos haciendo casi cada

semana: ir a Java Company por café y bagels. Tal vez a Chloe’s y a Head

House Books. Desmenuzar la última cita de Frankie con él, cuando tenía una.

Domingo en el museo de arte si podía arrastrar a uno o a ambos conmigo.

De lo contrario, solo nos tiraríamos en frente de una de las numerosas

pantallas de plasma de los Winslow.

—¿Siquiera han escuchado sobre lo The Razor Apples? —pregunté.

Nada. —Rag & Bone, sin embargo… —Frankie suspiró—, Ah, que daño

fabuloso podría hacer con la tarjeta de platino del papá de Rica y Sin Ideas.

Tiendo a no pensar mucho sobre eso, la música que nunca hemos

escuchado o la ropa que no podemos permitirnos. A Frankie le gusta el

extraño lado sarcástico, pero sé que va más allá de eso. Sé que su castillo de

ensueño incluye un enorme vestidor con una estantería con suéteres de

suelo a techo. Sadie mantiene su boca cerrada. Tampoco está muy

preocupada por eso, pero sabe que es mejor no decir nada. Hay poco en la

vida más repugnante que escuchar “¡Dios, no me puede importar menos lo

que me pongo!” de una chica llevando zapatos de cuatrocientos dólares y

un reloj Cartier.

—¿Alguien quiere ir a Calle Sur? —preguntó Sadie mientras salíamos al

exterior—. Mataría por una porción de Lorenzo’s.

La madre de Sadie estaba en St. Bart’s por otros diez días. Sadie

estaba quedándose con su papá, que, entre el trabajo y una cadena sin fin

de novias mucho más jóvenes, raramente llegaba a casa antes de las once.

Su habitual método de alimentar a su hija durante estas visitas era dejar

billetes de veinte dólares y menús para llevar dispersos en el mostrador, sin

uso, de la cocina. Su madre, después de cada viaje, se embarca en una

diatriba de una semana sobre cómo cada vez que Sadie se queda con su

padre, gana dos kilos y medio. Esta vez, el Sr. Winslow persuadió a cualquier

insecto con el que estaba saliendo en aquél momento para llenar la nevera.

24 Museo Metropolitano de Arte. 25 Thank God It´s Friday (Gracias a Dios es Viernes).

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—Fue solo medio kilo la última vez —se quejó Sadie —. Y lo perdí en tres

días. He estado subsistiendo a base de pollo grillado de Lean Cuisine durante

dos semanas. Necesito pizza.

Habría ido, pero estaba en quiebra. Y por más que Sadie siempre

estaba feliz de pagar, realmente, realmente odiaba dejarla hacerlo.

Frankie respondió antes que yo dijera nada.

—No puedo. Es noche de cena familiar. Mamá está haciendo chap

chae, y se pondrá como un basilisco si no estoy allí.

La madre de Frankie es conocida por sus cenas familiares incluso si solo

puede conseguir tener a sus dos hijos en un mismo sitio una o dos veces a la

semana. No es que Frankie y Daniel no se quieran; lo hacen. Es solo que sus

vidas son completamente diferentes. Frankie tiene a Willing, a mí, a Sadie y su

lista de chicos lindos. Daniel va a la escuela pública, sale a zonas de la

ciudad en las que jamás he estado, y tiene…bueno, nunca estaré segura de

qué tiene debajo de los tatuajes y además también algunos amigos poco

fiables.

Sadie lo miró esperanzada, pero todos sabíamos que no iba a haber

invitación. La mamá de Frankie es una persona muy reservada; son una

familia reservada. He estado en su apartamento solo una vez. Es realmente

pequeño, aterradoramente limpio, y el cuarto que Frankie y Daniel

compartían olía como un taxi. —Desagradable, lo sé —murmuró Frankie,

frunciendo su nariz. Yo no había dicho nada—. Dan fuma; Mamá grita.

Luego rocía todo con ambientador.

Nos fuimos poco después a Chloe’s.

Las cenas familiares para nosotros suceden exactamente dos veces al

año: Acción de Gracias y Navidad. El resto de los días, Marino’s está abierto,

y la mayor parte de la familia está ahí, junta, sirviendo la cena a las familias

de otras personas. Los dos días de vacaciones dónde nos juntamos,

inevitablemente involucran muchos Marinos y varios Palladinettis, comiendo

demasiado y por lo menos, tres buenas competiciones de gritos, que no son

necesariamente de enojo. Con Acción de Gracias acercándose, esperaba

pacientemente que este fuera finalmente el año en el que no tuviera que

volverme a sentar en la mesa de los niños.

Sadie pasó la última Navidad en un spa ayurvédico26 con su madre,

que le regaló una inscripción en un gimnasio y un pendiente de diamante

Om.

—Tuvimos lentejas para dos —fue todo lo que Sadie necesito decir

sobre el tema.

Sentí pena por ella. —Ven conmigo. Estoy segura de que papá te hará

una pizza.

26 “La ciencia de la vida larga y feliz” Tipo de medicina/creencia del tipo new age.

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No es que yo tuviera alguna prisa por llegar a casa. Los planes de la

boda habían ido a toda marcha la semana pasada, junto con el drama. Eso

me había llevado a salir corriendo por la puerta trasera del restaurante antes

de huir a casa por un sándwich de mantequilla de cacahuete con

mermelada y el silencio. Nos quedamos en la escuela el tiempo suficiente

para que conjugara, terriblemente despacio, muchos verbos irregulares en

Francés y algunos regulares (Elle a le cafard . . .), para que Sadie hiciera su

tarea de matemáticas, y para que Frankie y yo copiáramos la mayor parte

de ella. En el momento en el que Sadie y yo llegamos a mi calle, el aire era

frío y la pizza, muy atractiva.

Para variar, todo en Marino’s parecía remarcadamente pacífico.

Como siempre, la cocina recibió a Sadie con entusiasmo. —¡Serafina! —gritó

papá, el mote que había inventado para ella y que la hacía reír. Él estaba

picando una enorme pila de ajos con una velocidad imprudente que

siempre hacía que mis dedos se tensasen. Pude ver una hilera de bolas de

masa descansando en el mostrador detrás de él, y una ya aplastada dentro

de un molde.

—Estás de suerte —le dije a ella. Y luego, dirigiéndome a mi padre

confesé—. Sadie necesita pizza. La están matando de hambre en su casa.

—Criminales —dijo él, haciendo una mueca y poniéndose a picar más

fuerte—. Tengo que alimentar al cerebro joven. Así que, ¿qué desean,

damas? ¿Salchichas y hongos? ¿Albóndigas? ¿Pimientos?

Soy una chica de ajo-y-espinaca, con un ocasional y no divulgado

antojo de anchoas. Sin embargo, los ojos de Sadie se habían abierto como

platos ante la mención de albóndigas, por lo que me encogí de hombros.

—Lo que tú quieras —dije.

Vagó por la estación de ingredientes y le echó un vistazo como si

estuviera salpicada por diamantes de Tiffany.

—Albóndigas —dijo felizmente—. Y cebollas y aceitunas y extra queso.

—Hecho —En menos de un minuto, papá tenía la pizza en el horno.

—¡Eh! ¿Eso era para mi mesa? —Leo vino desde atrás, cargando una

polvorienta botella de vino blanco que limpió rápidamente con una toalla—,

Ellos querían pepperoni.

Papá estaba radiante. —Tienes a alguien para comprar el Grizzo ¡Buen

chico! —Tomó la botella de Leo y le dio una limpieza más exhaustiva—. Esta

pizza es para las chicas. Están hambrientas. Tu mesa no sabrá la diferencia

entre cinco minutos y diez.

Leo se encogió de hombros. Aún era lo suficientemente temprano

como para que todo el mundo estuviera tranquilo y animado, y Sienna no

estaba en la cocina.

—Hola, Sadie—saludó Leo.

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Sadie apresuradamente tragó una pequeña bola de mozzarella que

papá le había pasado. —Hola, Leo —Tosió y se sonrojo. Leo es un chico

bastante lindo.

—Say-dee —El tío Ricky se abalanzó, agitando un cargado y

chorreante tenedor frente a ella—. Mi nuevo ravioli. ¡Prueba! —Ella lo hizo, y

masticó lenta y reflexivamente.

—Mmm —dijo—. Es verdaderamente una combinación única. Um.

Carne de res, romero y… ¿Queso azul? —adivinó. Ricky sonrió—. Y algo

más… solo que no puedo…

—¡Calabaza! —Alardeó él—. En una salsa de higo y hongos silvestres.

Son raviolis para el otoño. ¡Voy a quitarte el puesto Rocco DiSpirito27!

Sadie adoraba venir al restaurante. Desde su punto de vista, podía

entender el porqué. Todo el mundo estaba contento de verla, y nadie

actuaba como si el que ella se llevase comida a la boca no fuera nada más

que algo muy, muy bueno.

Discretamente, sacó una ramita de romero de su boca.

Papá chasqueo la lengua. —Raviolis de calabaza —suspiró—. ¿Quién

ordenará eso aquí?

Aún así, estaba arriba de todo en el tablero de los especiales del día.

Es un problema que tienen papá y Ricky. Raro está bien, mientras tenga

buen sabor. Si nadie lo ordena, o alguien se queja, se irá para siempre. O

hasta que llame Top Chef. Hasta ahora, el sistema ha funcionado. La pizza

de salmón ahumado con queso crema y alcaparras se convirtió en parte del

menú y una de las favoritas del vecindario. La Manicotti rellena con almejas,

espárragos, y peras asadas nunca será vista de nuevo.

—¡Mira las ramitas de romero en la mezcla! —Papá llamo a Ricky, que

frunció el ceño y lo apartó, entonces inmediatamente comenzó a mezclar

las hierbas para la próxima preparación.

—Bella Sarah —Era el turno de Nonna. Apretó las mejillas de Sadie, no

muy fuerte, luego le dio una mirada de arriba abajo y suspiró—. Tu mamá es

una hermosa mujer —dijo con tristeza—, pero no tiene idea de cómo ayudar

a su hermosa hija. Comida de verdad y nada de esta tonta… —Aleteó sus

manos, incapaz de encontrar una palabra para el desastre de chaqueta de

lona marrón que usaba Sadie. Parecía como un cruce entre a una camisa

de fuerza y una tienda del ejército.

—Sí, signora —Sadie ha pasado tiempo suficiente con su abuela para

conocer la respuesta más rápida y útil.

—Y tú —Nonna giró sus afilados ojos hacia mi—, en esos vaqueros. Se

ven como si le pertenecieran a Leonardo.

—Es la moda, Nonna. Se los llama jeans Novio —expliqué.

27 Chef italo-americano afincado en Nueva York y famoso por su cocina de fusión.

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—Novio. ¡Magari! Debemos de ser muy afortunadas —Apretó mis

mejillas, fuerte, su manera de suavizar las palabras—. ¡Demasiada sal! —dijo

regañando a Ricky, y volvió a su lugar a eviscerar pollos.

Sadie y yo nos quedamos fuera del camino durante los siguientes

cinco minutos, robando mozzarella y mirando la acción, tal como era. Sienna

se acercó una vez por un plato de antipasto y una revisión de su brillante

pintalabios. Evidentemente, estaba molesta por algo, pero no parecía querer

hablar del tema, y yo no iba a estropear la relativa tranquilidad

preguntando. Ella salió y Leo regresó, encantado de anunciar que su mesa

estaba acabando, con gusto, la última botella de Grizzo, una de las menos

exitosas compras de vino de Ricky.

—¡Adiós, orina de caballo! —cantó papá mientras levantaba un

puñado de cáscaras de camarones a modo de saludo.

—¡Eh! —objetó Ricky, pero era, como mucho, una protesta con poco

entusiasmo.

Papá sacó nuestra pizza del horno, crujiente y burbujeante. Sadie

parecía a punto de desmayarse. Hasta mi boca se estaba haciendo agua.

Esperamos solo lo suficiente para que la deslizara en un plato y nos metimos

en la oficina para comer en paz. Mamá era la anfitriona de una casa abierta

en un edificio de una antigua escuela que había sido convertida en

condominios.

—¡Simplemente ya no los construyen así! —La escuche comenzar su

rollo hacia un potencial cliente en el teléfono—. Un clásico en piedra y

acero, actualizado pero no renovado hasta que sea irreconocible para el

habitante moderno de la ciudad.

Lo que significaba que era un enorme, feo y viejo fuerte que, sin

importar cuanta madera de color claro o cobre le pusieran, sería helado en

invierno, sofocante en verano, e incluso el más sombrío de los burócratas no

habría querido quedárselo. Las unidades no se venderían durante seis meses,

cuando el constructor bajara el precio y saqueara la compañía de bienes

raíces.

Ya había acabado media pizza cuando el teléfono de Sadie chilló,

diciéndole que tenía un mensaje de texto. Suspiró y deliberadamente miró a

lo lejos buscando su cartera. Si un mensaje de texto llega a una chica normal

de dieciséis años, rebuscaría en su bolso como loca lanzando por los aires

cualquier pintalabios que se cruzara en su camino. Pero ni Frankie ni yo

tenemos mensajes de textos ilimitados en nuestros teléfonos (—Era vivir sin

timbres y politonos o conseguir un empleo —explico él—. Pan comido. Sin

politonos), así que cuando oímos ese sonido, Sadie supo que era uno de su

padres.

Dejó su porción de comida a la mitad (un poco triste, un poco

culpable) se limpió las manos, y sacó su teléfono.

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—¡Oh, fabuloso! —suspiró otra vez —Me reclaman. Papá tiene una

cena con Russell Tarrant en Le Bec Fin más tarde y me quiere allí.

Nuevamente, una adolescente típica, invitada al restaurante más

famoso de la ciudad y con un actor dos veces ganador del Oscar… haría

volteretas hacia atrás. O al menos le entraría una prisa vertiginosa para

probarse seis diferentes opciones de vestuario y el último maquillaje

milagroso. En cambio, Sadie se veía como si acabara de descubrir que las

duchas del gimnasio no tenían cortinas.

—Sadie, ¿Cómo es que tu padre conoce a Russel Tarrant? —pregunte.

Su papá conoce a un montón de gente con nombres que aparecen en las

noticias, pero habitualmente no son celebridades internacionales a los que la

reina ha nombrado caballero recientemente.

—Oh, eran compañeros de habitación en Cambridge el año que

papá pasó en Inglaterra —Miraba los restos de pizza con ansias y yo pensé

en cenar con una estrella de cine con un poquito de anhelo.

Nos sobresaltamos un poco mientras la voz de Sienna, conocida por

cortar acero sólido, tronaba a través de la puerta cerrada.—¡Joder! ¡No me

puedo creer esto!

Había estado ignorando deliberadamente el ligero levantamiento de

voces que venía de la cocina. No es infrecuente que una competición de

gritos comience cualquier noche. Y cuando Tina está como anfitriona y

Sienna tiene que atender mesas, está casi garantizada.

Tina estaba siendo anfitriona. Ella es una versión de treinta y cinco años

de Sienna, solo que rubia. El mismo pintalabios cegador, el mismo gusto en la

ropa, el mismo completo desinterés por la opinión ajena sobre cualquier

cosa.

Se odian.

—¡Me odias! —se lamentó Sienna.

No era la voz de Tina la que respondió, sino la de papá.

—Oh, no. No estoy jugando a ese juego contigo. ¿Tienes idea de

cuánto me costarán cincuenta kilos de filetes? ¿Y ahora quieres langosta?

—¡Pero es mi boda! Papi…

—¡No me llames Papi, princesa! ¡Ya tengo cinco mil dólares en el

agujero por el maldito hotel, sin mencionar los dos mil por el vestido, y cada

vez que me doy la vuelta, tú y tu madre han añadido un nuevo invitado,

dama de honor o crustáceo!

Antes que nada, papá estaba gritando. Casi. Segundo, estaba

diciendo palabrotas. Incluso maldecir es un tema de pelea para él. Dejé mi

pizza y debatí la mejor ruta para un escape clandestino.

He visto el vestido. Bonito, de una forma princesa Disney, dieciocho

metros de tul, pechos con forma de misiles... Sienna se veía delirantemente

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feliz en él. Estaba hermosa. Cuanto menos se diga sobre los vestidos de las

damas de honor, mucho mejor, decidí al ver el satén púrpura.

—¡Sin langostas! —grito él.

Hubo un dramático alarido, seguido por el golpe de la puerta trasera.

Cuando me asomé, era como una foto. Todo estaba congelado. Papá

estaba de pie, asomado a una gigantesca olla de pasta, con la cara roja y

frunciendo el ceño, la cuchara de madera blandida como una espada. Leo

y Ricky se habían retirado a la puerta de entrada del refrigerador. Nonna

miraba al cielo, y Tina caminaba a través del comedor, sonriendo un

poquito.

Nadie parecía en lo más mínimo preocupado o avergonzado por el

hecho de que el exabrupto de Sienna podría, posiblemente, haberse

escuchado desde la acera. Nuestros dramas tienden a desarrollarse en la

cocina, ocasionalmente para el entretenimiento de los clientes, la mayoría

de los cuales ya han escuchado todo antes. No hay tal cosa como la

privacidad cuando eres un Marino. No tanto en nuestro pequeño rincón de

Filadelfia, pero nada en absoluto en nuestra familia. Cuando tuve mi primer

periodo, cuando entré a Willing, cuando Dieter me dejo por la chica yo-soy-

mucho-mejor, es allí donde se conocieron las noticias, porque es donde

estaba todo el mundo.

Todo quedó quieto por un instante, entonces papá suspiro y bajó la

cuchara. Tina volvió al comedor, dejando la puerta balanceándose con un

golpe ahogado detrás de ella. Ricky regresó a sus hierbas, y la vida continuó.

—Ella, agarra una camiseta y un delantal —ordenó papá—, y toma la

última mesa de tu hermana. Aún están esperando para ordenar y Leo ya no

puede encargarse de más.

—Papá, no…

—Ella, por favor.

No era verdaderamente una petición. Cuando Marino’s nos

necesitaba, todos contribuíamos. Solo que yo odiaba cuando contribuir

involucraba atender mesas. Tenía que anotar las órdenes para no olvidarlas,

era terroríficamente torpe con platos calientes, y para más humillación, tenía

que pedirle a alguien que trajera el vino o la cerveza cuando los clientes lo

pedían, porque aún no tenía dieciocho, y es ilegal para los menores servir

alcohol.

—¿Puedo ayudar? —pregunto tranquilamente Sadie. Lo decía en serio.

—¡Dios, no! —Le alcancé su cartera y le di un suave empujón hacia la

puerta trasera—. Sálvate. Ve a comer caracoles con Russel Tarrant.

—No, en serio…

—Ve. Hablaremos mañana.

Se fue. Me arrastre a través de la oficina y tome uno de los uniformes

de repuesto de Leo de su cubículo. Él no es un tipo grande, pero era lo

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suficientemente grande como para que termine dejando los botones sin

abrochar, envolviéndolo a mi alrededor y atándolo en la espalda. Eficiente,

pero problemático. Aunque pudiera abrochármelo todo, el cuello no podría

esconder todas las marcas. Peor que eso, para atender mesas había que

llevar cola de caballo. Sin argumento. Ya lo había intentado antes.

—¡Lo sé, lo sé! —Papá finalmente me ha gritado—. ¡Pero el

departamento de salud no entiende de vanidades!

Recogí mi cabello, estilo gitano, sobre mi hombro derecho, y esperé

que los clientes no fueran mirones. Normalmente no lo son. De hecho, diez

minutos después de ordenar, estoy segura de que la mayoría de los

comensales no podrían reconocer a su camarero en una fila. Somos

invisibles. Estoy acostumbrada a eso.

—Mesa tres —dijo animadamente Leo mientras pasábamos por la

puerta de entrada de la cocina—. Mejor tú que yo. Apestan a cuero de

Mercedes.

No es nada raro que en Marino’s haya gente de Society Hill o

Rittenhouse Square. De hecho, muchos se han convertido en habituales.

Hemos estado en Lo Mejor de Filly dos veces en los últimos tres años (Mejor

Berenjena al Parmesano hace dos años, Mejor Lugar Para Comer Mientras Se

Sintoniza Tony Soprano el año pasado.) Lo lógico sería pensar que la

animadversión de Leo por atender a ricos Filadelfianos habría sido templada

por años de buenas propinas. Pero lo cierto es que los únicos que dejaban

propinas abundantes eran los que trataban de probar lo igualitarios y

generosos que eran y que parecían querer decir:

—Por debajo de la calle South, Por encima de la calle South… ¿Cuál es

la diferencia?

Muchas diferencias, de hecho, y son inevitablemente los que te lo

ponen más difícil, solo para demostrar lo importantes que son sus gustos: sin

manteca, manteca fresca, Bolognesa vegetariana… —Oh ¿no tienes

Château du Cochon del 63…?

Por supuesto, los habitantes de Sout’ Philly son igual de malos poniendo

dificultades, pero dejan mejores propinas. La última vez que vino con sus

hermanos, el papá de Anna Lombardi le dejó a Sienna cincuenta dólares por

una cuenta de ciento veinte. Pero también hace que Nonna haga su lingüini

fresco, casi directamente en la mesa, para asegurarse de que ella no intente

darle pasta de la tanda de la tarde.

Las dos personas que pude ver claramente mientras me acercaba a la

mesa no parecían haber venido a South Philly muy a menudo, ciertamente

no por comida. Ella parecía que no comía. Y también me resultaba

vagamente familiar. Su esposo, tenía dientes de un blanco cegador y ella, un

brillante cabello rubio blanquecino. Ambos llevaban relojes de pulsera

combinados que, estaba segura, costaban más que nuestros dos autos. El

comensal número tres estaba oculto tras el alto menú. Todo lo que pude ver

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era un par de grandes manos. Coloqué una canasta de pan fresco a su

alcance.

—Hola, bienvenidos a Marino’s —dije en mi mejor ¿No Es Esto

Encantador? voz —. ¿Puedo traerles algo de beber?

El comensal número tres emergió tras el menú.

—¿Ella?

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La Disculpa

Traducido por Pixie

Corregido por Phedre

o estaba usando maquillaje y llevaba la camisa de mi

hermano.

—Alex. Hola —Solo salió ligeramente chillón.

El hermoso rostro de la mujer se rompió en una sonrisa, y de repente, supe

exactamente quien era: Karina Romanova, co-presentadora del noticiero

vespertino de Canal Cuatro. Vista sonriendo en miles de televisores y

anuncios de quioscos de autobuses. Esposa de Paul Bainbridge: actual

representante de Estados Unidos y candidato al Senado. Madre de Alex.

—¡Se conocen! —dijo alegremente, con suficiente acento ucraniano

en su voz fuera de pantalla para hacerla sonar sexy y un poco exótica—. Y

nosotros que pensábamos que estábamos eligiendo de “Lo Mejor de Filly”.

—Yo…eh…no lo sabía —Los ojos de Alex se movieron de sus manos a

mi cicatriz escondida, bueno, mayormente escondida. Hice que mi hombro

se inclinara, muy automáticamente, preguntándome si él podía ver mi piel, y

si sus padres podían ver mi incomodidad. Después de todo, mi último

contacto con Alex había sido… tenso.

Me pregunté qué adjetivos estaban deslizándose a través de su mente

mientras sus padres lo miraban expectantemente. Esta es Ella. Ella es,

um…bueno, rara, una inadaptada social, intrusiva en el mejor de lo casos, y

una potencial acosadora-psicótica.

Pero se supone que los chicos de Willing deben ser muy corteses. Y

Alex, después de todo, era el chico del póster para la escuela.

—Mamá, papá, esta es Ella… —Miró el menú, y vi la pequeña bombilla

imaginaria parpadear—, Marino. Ella va a Willing también.

Su padre, que, me di cuenta en ese momento, tenía los ojos y

mandíbula de Alex, tendió una mano grande.

—Paul —dijo, esperando pacientemente que yo dejara mi anotador y

bolígrafo para poder estrechársela—. Es un gran placer conocer a una

Marino.

N

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Como si supiera algo sobre nosotros. Como si fuéramos importantes.

Por un segundo, me sentí importante, y entendí exactamente porque él iba a

ganar ese asiento en el Senado en dos años.

—Gracias. Encantada de conocerlo, también.

—Karina —Ella quiso estrechar mi mano también. Tenía un agarre

decente, pero sus huesos se sintieron como una clavija delgada contra los

míos.

—Así que ¿te gusta Willing? —Villink. Sonaba mejor así. Soy una Chica

Villink.

—Me encanta —respondí por hábito—, quiero decir, es Willing.

—Mmm —No estaba segura de si me creyó, pero entonces, estaba

bastante segura de que no le importaba de una forma u otra.

—Bien. Bien —Paul me sonrió—. Gran escuela. Solo genial. Aunque,

cerca de la época de exámenes, pensarías que estamos enviando a nuestro

hijo a un reformatorio por la forma en que se queja y gime.

Me las arreglé con la risa esperada y dirigí una mirada a Alex. No se

veía particularmente avergonzado por la jovialidad estudiada de su papá.

Supongo que cuando dicen papá es jovial en una escala nacional, no lo

estarías. Alex aún no había mirado directamente a mi rostro.

—¿Vives cerca de aquí? —preguntó Karina.

—Al lado.

—Ah, por lo que Willing es la escuela del barrio. Que conveniente.

Bueno, sí. Excepto que no muchos chicos del barrio pueden tomar

ventaja de esa conveniencia. Quizás no sepan eso, los Bainbridge mayores.

Quizás genuinamente creían que había espacio, dinero e interés suficiente

para llevar un montón de niños de South Filly dentro del enrarecido mundo

de Willing. Eso, o ellos asumieron que éramos simplemente una gran familia

feliz (Soprano, Corleone, Scarfo…) por aquí, con un montón de dinero sucio

flotando alrededor. O quizás eran simplemente educados.

Noté que ninguno preguntó si Alex y yo éramos amigos. La mayoría de

los padres lo haría. Pero no una reportera y un político. Ellos conocen cada

peligrosa y cargada pregunta en el libro. Más allá de eso, no podía imaginar

que fuera más obvio que, no, Alex y yo no éramos amigos.

Sonreí. Cortésmente.

—Así que, ¿alguna bebida para empezar?

Karina pidió agua con gas; Paul quiso una cerveza alemana que

combinara con su comida italiana. Me pregunté si podía conseguir que Leo

la sirviera sin sonreír satisfecho. Me giré hacia Alex. —Una Coca Cola. Por

favor —añadió, mirando más allá de la punta de mi nariz.

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—Creo que probablemente deberíamos ordenar —Karina dio un

discreto vistazo a su reloj. Preparé mi anotador—- ¿Cómo es el ravioli

especial?

—Delicioso —mentí automáticamente. Bueno, no mentí, precisamente.

A Sadie pareció gustarle.

—Mmm. Bueno. Creo que ordenaré una insalata mista. Aderezo a un

lado, por favor —Tenía la gracia de verse arrepentida y ligeramente

compungida.

Me giré al papá de Alex. —Tendré un ravioli especial —anunció,

dejando su menú con un ademán—, con la sopa del día.

La sopa del día era zanahoria al curry. No exactamente un esperado

de Tony Soprano.

Así que aquí hay algo que todos deberían saber acerca de los

comensales y los restaurantes de familia italiana. Pedir lo obvio. En las raras

ocasiones en que Sadie, Frankie y yo nos abstuvimos de Chloe’s por el

restaurante Calle Sur, Sadie inevitablemente pedía algo que simplemente no

debía estar en un menú de un restaurante. Osso bucco, lenguado de

almondine, mollejas. Siempre se decepcionaba. ¿Yo? Sándwich de queso

grillado y tomate al trigo acompañado con papas fritas, cada vez.

—¿Cómo sabes que no te gustará, si ni siquiera lo pruebas? —Me

regañó Sadie.

—Si, Francés. Ten algo de pan y mermelada —Es el útil refrán de

Frankie.

Verdad: He visto mollejas en su estado natural. Dame pan y queso

cualquier día.

En común entre restaurante y restaurante italiano: Los asiduos tienen

sus favoritos; los comensales inteligentes van por lo clásico. Las personas

complacientes ordenan los especiales.

Me giré hacia Alex.

—Minestrón. Por favor. Y spaghetti carbonara.

Chico listo. Chico listo que aún no me ha mirado a la cara. Crecer en

South Filly no es gran cosa, dar y recibir órdenes de gente que tú conoces.

Podría haber cualquiera de los niños Giordano detrás del mostrador en la

panadería; la mejor amiga de mamá desde siempre corta su cabello. Los

Ryan, bajando la calle, manejan todo nuestro seguro, y yo compro

demasiadas cosas innecesarias para camuflar los tampones cuando Sam

Nguyen está en la caja registradora de la farmacia de sus padres.

Sé que hay una división al norte de Calle Sur. Tus amigos no son nunca

jamás tus servidores. Pero entonces, Alex no era realmente mi amigo.

—En camino —dije alegremente. Y me fui hacia atrás, de regreso a mi

familia.

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Mantenemos los muros entre nosotros.

Le di la orden de comida a papá. Había debatido no decir nada, pero

no pude. —Persona de interés —le dije.

Es un código. Hablar como policía para los sospechosos; Marino para

los asiduos, sospechosos de ser críticos de restaurantes, y cualquiera que

pudiera estar en una posición de ayudar a herir la reputación del

restaurante. Todos reciben buena comida en Marino’s, las personas de

interés reciben lo mejor.

Me irritó un poco, darle la designación a la familia de Alex. Pero soy

pragmática. Una buena palabra de Paul y Karina podría traer negocios

adicionales. Y mientras más negocios adicionales obtengamos, por menos

dinero tendré que rogar, pedir prestado, o robar para la universidad.

—¿Quién? —preguntó papá mientras escaneaba la orden.

—Karina Romanova de Canal Cuatro y el Congresista Bainbridge. Con

su hijo.

Dejó salir un silbido. —Bien. Bueno para nosotros —Luego—. ¿Olvidaste

algo aquí, cariño? Hay solo dos entradas.

—Ella es flaca —expliqué, entonces, antes de que papá pueda dar

una opinión familiar sobre mujeres que comen ensaladas sin aderezos para

cenar, le conté al tío Ricky—. El Congresista pidió el ravioli.

—¡Demonios! —río, de hecho frotó sus manos, y volvió a la acción. La

harina voló.

—Que el Cielo nos ayude —murmuró papá bajo su aliento—. Ahora,

llévales un plato de antipasto, a cargo de la casa…

—¡Papá, no!

—¿Qué? No podemos dejar que Comosellameanova se siente allí solo

con una pila de lechuga. Confía en mí, tomará un pimiento, mordisqueará

algún prosciutto, y todo estará bien en el mundo.

No exactamente. Karina no tocaría el plato, con su carne, queso y

aceitados pimientos; sabía eso. Y allí estaría, sentado en la mesa delante de

La Familia Más Bella de Filadelfia, como un regalo de un campesino al rey.

Siempre es un cerdo en los cuentos de hadas, transportado desde el patio

del agradecido sujeto y trotando a la colina para convertirse en un

prosciutto real.

—Papá…

Cerré mi boca. No podía decirlo. Mi papá no es un campesino, y no es

un chupamedias. Es un tipo decente que piensa que un estómago vacío

lleva a una cabeza vacía. Miré mientras hábilmente arreglaba los pimientos,

las anchoas, la mozzarella, creando un bonito mosaico en el plato.

Mientras añadía el salame, agarré una cerveza fría y un vaso y se los

agité a Leo, quien estaba de regreso al comedor.

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—No puedo —contestó—. Sobrecargado como ves —Lo

suficientemente cierto. Tenía platos llenos hasta la mitad de sus brazos, y dos

órdenes más saliendo—. Jesús. Sienna y su m…

—¡Leo!

—Scusi, Nonna —Pero aún así se las arreglo para dejar salir una buena

y tranquila maldición, o dos, mientras regresaba cautelosamente a través de

las puertas tambaleantes.

—Aquí. Lo tengo —Tina tomó la cerveza y el vaso de mi—. ¿Los

conoces?

Asentí.

—Ella luce como si la mantequilla no se derritiera. Pero su niño…—Ella

frunció los labios de un color rosa brillante—. ¿Todo eso y una bolsa de

bastones de tofu frito?

Tuve que sonreír un poco ante la imagen.

—No. Él no es…él no actúa como… —No estaba completamente

segura de porque lo estaba defendiendo. No había sido exactamente el

Príncipe Encantado de las Órdenes para Cenar. Pensándolo, no podía

completamente responder por Alex siendo el Príncipe Encantado de Nada.

Excepto mi propia pequeña fantasía Villink—. Tal vez.

—Lindo, sin embargo.

—Si.

—¿Si? —No tengo idea de que vio Tina en mi rostro. Algo—. Aww,

dulzura —suspiró—, ¿Quieres que sacuda un poco la cerveza de Papi?

—No —respondí—,pero gracias por la oferta.

Tomé una bandeja de bebidas y agregué el Pellegrino de Karina. El

dispensador de Coca-Cola escupió un pálido líquido marrón hacia mí. Luego

siseó.

—Y típico. El jarabe está bajo. ¿Les dirías que la Coca-Cola está en

camino?

—Seguro —Tina hábilmente levanto la bandeja a la punta de sus

dedos. Era una mesera de tragos en Delilah’s antes de casarse. Como era

obvio, conoció a Ricky allí. No hablaría mucho del trabajo en absoluto, pero

le diría a cualquiera que escuchara que Ricky se veía tan incomodo cuando

vino de una despedida de soltero, que ella sabía que él tenía que estar bien.

No sé si el club la había contratado por su agilidad, o si ella lo había

aprendido ahí, pero podía, probablemente, esquivar un bombardeo de

balas mientras sostenía dos bandejas cargadas sobre su cabeza. A mí se me

caen los paños de cocina. Es por eso que raramente me dan algo pesado,

caliente, o de valor para cargar.

Normalmente, papá hubiese cargado la máquina de soda. Debo

subirme en una caja y el jarabe es pesado. Pero él estaba en el depósito,

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obteniendo la panceta especial Solo Para la Realeza, de cualquier grieta en

la que la esconde. Mientras yo luchaba con la máquina, tratando de que la

bolsa de jarabe encajara en su lugar, la puerta golpeó otra vez.

—Um… ¿Perdón?

Casi derramo un galón de jarabe de Coca-Cola sobre el piso. Me caí

de mi caja, pero al menos aterricé en mis pies. Alex estaba parado en la

puerta, mitad adentro, mitad afuera de la cocina. No me veía. Me enderecé

en mi posición.

—¿Puedo ayudarte? —Ricky estaba más cerca. Tenía tanta harina

encima que su cabello era gris.

—Yo…eh, quería hablar con Ella.

—Ve a la parte trasera. Enviaré…

Tina, que aparentemente no se había ido a ningún lado aún,

rápidamente golpeó a Ricky en la nuca con su mano libre.

—¿Qué? —Él no tenía ni idea.

Tina sí. Probablemente podía escuchar mi corazón tronando del otro

lado de la cocina.

—Allí está ella —le dijo a Alex, apuntando. Luego, me miró y sacudió su

barbilla hacia la puerta trasera—. Ve. Tomaré la mesa —Recogió el antipasto

y empujó la puerta con su trasero haciendo un rápido cha-cha, con los

brazos levantados y caderas pivotando, con Leo para evitar la colisión.

Tina puede ser una pe…, y es de alta manutención en cada forma

posible. También es propensa a hacer preguntas como si los vegetarianos

pueden comer galletas de animales. De hecho, una vez le preguntó a

Frankie qué tiraban los asiáticos en las bodas, dado que los americanos

tiraban arroz. Él dijo que exámenes de matemática triturados. Pienso que ella

le creyó. Pero es sorprendentemente inteligente en lo que se refiere a las

vidas amorosas y complicadas de las personas (en los últimos seis meses,

predijo correctamente dos matrimonios y tres divorcios entre los asiduos de

Marino’s), y normalmente es bastante amable conmigo.

Tomé la insinuación. Encajé la válvula en el jarabe, presioné el botón, y

un minuto después, tenía dos vasos de Coca Cola en la mano.

—Vamos —le dije a Alex, cruzando la cocina y empujando la puerta

de malla abierta—. Se está más fresco aquí.

Me siguió hasta el pórtico. Alguien había barrido; el pequeño

estacionamiento estaba libre de hojas y los usuales menús para llevar del

restaurante Thai de la misma calle. Había una camioneta Porsche apretada

al lado de la Buick de Luccheses. Asumí que pertenecía a los padres de Alex.

Me senté a la derecha, por lo que él no tuvo otra elección más que

sentarse a mi izquierda. Lo hizo. Llevaba el mismo Lacoste que el día de la

desastrosa proclamación. Podía ver una hilera de migas de pan bajando en

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el frente. Nonna se toma su pane seriamente. Lo hornea en una piedra en el

horno de pizza y lo vaporiza mientras se está cocinando, como si fuera una

especie de extraño helecho tropical. El resultado es bastante sorprendente.

La corteza se rompe como cristal, pero el centro es tan suave que casi no

tienes que masticarlo.

Alex se agachó y descansó sus brazos cruzados en sus rodillas. El

pórtico no es muy alto. Con sus piernas flexionadas, sus rodillas estaban casi

al nivel de sus hombros. Se veía como un paraguas humano realmente

hermoso.

—¿No vas a meterte en problemas por esto, verdad? —preguntó.

—No —Le alcancé su Coca Cola y recé silenciosamente para que no

esté si gas—. Estaré bien por un par de minutos.

No tenía idea de que más decir. Así que bebí. Un poco dulce, pero

plenamente efervescente. Como pensé que probablemente debería ser.

Energética. Alegre. Cívicamente cuidada y amante de los pasteles.

—Realmente no sabía que este lugar era de tu familia —dijo luego de

un minuto—. Fue la revista Filly. Mis padres buscaban autentica comida

italiana. Son conocidos por la autenticidad.

—¿El mejor lugar para comer sintonizando a Tony Soprano?

Hizo una mueca.

—Lo haces sonar tan…cursi.

—Si, bueno, ¿qué podemos hacer? La gente como… —me detuve. La

gente como tú piensa que estamos todos ligados a la Mafia—...la idea del

viejo South Filly. Los manteles a cuadros y las uvas de plástico. Hombres con

sombreros. Tenemos fotos de esas de cuando mis abuelos abrieron el

restaurante.

—¿Alguna vez tuvieron un robo aquí?

¿Ves?

Suspiré silenciosamente. —No en toda mi vida —Entonces, dado que

me estaba sintiendo no muy elocuente, y ¿Qué quieres, Alex? era un poco

demasiado Frankie y para nada Ella, pregunté—: ¿No debería tu mamá estar

en el estudio o algo?

—La están enviando a D.C. para entrevistar al presidente de Rusia, así

que está esta noche no. Si ella está en casa y papá está en casa y no tienen

ningún evento, salimos a cenar.

—¿Sucede a menudo?

—Lo suficientemente a menudo. Una vez al mes o algo así. Les gusta

jugar a la familia feliz.

Oh, me estaba muriendo por preguntar, ¿No son una familia feliz? Lo

sé, por supuesto que sé que el dinero no es suficiente, pero tiene que ayudar.

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No puedo imaginarme ni remotamente cómo es posible ser infeliz pudiendo

hacer viajes a Florencia.

—¿Solo eres tú?—pregunté—. ¿Sin hermanos?

—Solo yo. Las figuras públicas deben tener al menos uno. Los hace ver

confiables —Dio una veloz mirada a mi rostro y rió—. Estoy bromeando.

Confía en mí, no puedes creer la mayor parte de lo que digo.

No tenía absolutamente ni idea de que decir a eso.

Verdad: Quiero gente que diga la verdad.

Verdad: Si, soy así de inocente.

—Los hermanos son…complicados —dije—. Conociste a mi hermana.

—No realmente. Escuché a tu hermana. Quiero decir, no fue mi

intención escuchar, pero era un poco difícil no hacerlo…

Y allí estaba, de repente, el elefante en la habitación. Nos quedamos

completamente quietos. Alex miró su muñeca, como si estuviera controlando

el tiempo. Solo que no llevaba un reloj. Finalmente, suspiró.

—Mira, yo… uh… cuando me contaste que habías mirado mis cosas.

No…no debí…

¿Qué pasa con esas dos palabras -Lo siento- que convierten a chicos

articulados en idiotas balbuceantes? Es decir, Te amo, lo entiendo. Esa es

una difícil, exponiéndote a ti mismo completamente desnudo ahí afuera. Ni

siquiera le he dicho eso a un chico. Otro chico que no sea Frankie o mi papá,

de todas formas. ¿Pero lo siento? Lo digo veinte veces al día. A Nonna,

cuando no puedo enfrentar un desayuno de tres platos a las siete de la

mañana, a la media docena de personas con las que me tropiezo en mi

frenética carrera esas ocho cuadras a la escuela. A Sadie, por tener que

copiar su tarea de algebra por, como, milésima vez porque no llegué a

hacer la mía.

Todavía estoy esperando que Leo se disculpe por destrozar mi bicicleta

hace tres años. Lo perdoné eventualmente. Montar en bicicleta por el medio

de la ciudad es un poco como jugar a la Ruleta Rusa con un autobús. Aún

así, hubiese sido lindo haber tenido un lo siento en lugar de una letanía de

excusas. Me di cuenta que esperaría por siempre.

Dicho eso, yo estaba lista para dejar a Alex descolocado en, oh, cerca

de un segundo.

—Sí —dije. Luego—. Siento haber mirado. O visto, supongo. No espié tu

libro. Las páginas se cayeron.

—Sí. Más o menos me di cuenta de que eso podía haber sido lo que

sucedió —Raspó un talón contra el cemento—- El libro se cayó de mi bolso

de nuevo…y, bien…

Y, bueno, ahí estaba él, perdonado.

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—Cierres —dije—. Uno de los mejores inventos. Tu mochila tiene uno; lo

he visto.

—Ves mucho, Saltamontes.

Parpadee hacia él.

—Vamos. ¿Kung Fu? —Soltó sus rodillas y deslizó ambas manos a través

del aire en un espiral—. ¿El monje Shaolin luchando contra la injusticia

mientras busca a su hermano perdido hace mucho en el Viejo Oeste?

Sacudí mi cabeza. —Nop. Lo siento.

—Triste. Apuesto a que tampoco reconocerías Larga vida y

prosperidad.

—Nop.

—¿Cómo lo sé? Mi papá me metió en las series de TV de los setenta. Es

terriblemente brillante. O brillantemente terrible, quizás —Se había relajado y

se veía monumentalmente complacido con la televisión de los setenta, con

él mismo o con algo.

Eres terriblemente hermoso, Alex Bainbridge.

Me las arreglé para mantener eso para mí misma pero…

—Eres realmente bueno —Esa se me escapó—. Tu dibujo, quiero decir.

Se encogió de hombros.

—No realmente. Además, ¿Qué diferencia hace? No es como si fuera

a hacer algo con ello. ¿Cuál es el punto…? —Hizo una mueca—. Cielos, lo

siento. Probablemente estás encabezando para el MoMA28 a través de la

Sorbona y Bennington.

—UNY, sí soy muy, muy afortunada —Sonreí, dejándolo descolocado.

Todavía no podía hacerme a la idea de que estaba bromeando con Alex

Bainbridge—. Después de eso, ni idea. ¿Tú?

—Yale, después Ley Powell29 —No Con suerte o Espero o siquiera, Si

todo sale como es decretado.

—Guau. Debe de ser muy lindo estar tan seguro con tu camino —No

quise sonar sarcástica. Realmente no—. Sin hambre por lo artístico en tu

futuro, eso es seguro.

Dejando de lado los ocasionales comentarios estúpidos sobre la Mafia,

Alex no es tonto.

—Debe de ser lindo estar tan segura en tus convicciones. Sin caminos

bajos de la moral para ti, eso es seguro.

Me sentí sonrojar, sentí ese Incremento de Sangre de Humillación

comenzar. Pero entonces me di cuenta que tonta era toda la cosa. Suspiré.

28 Museum of Modern Art (Museo de Arte Moderno). 29 Rama del derecho basada en el Memorándum de Lewis Powell Jr.

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—Supongo que me tomo el arte muy seriamente.

No dijo nada por un largo momento. Luego asintió.

—Eso está bien —dijo—. Yo…no puedo.

Hubo una suave tos detrás de nosotros. Me giré para ver a Tina

enmarcada en la mitad superior de la puerta

—Salió tu comida —le dijo a Alex.

—Oh. Si. Bien. Supongo que debo entrar.

—Si —No podía pensar en ningún posible universo donde envolverme

alrededor de sus rodillas para mantenerlo en su lugar sería interpretado

como otra cosa más que psicótica.

—Muy bien —Se desdobló del pórtico, un metro ochenta de esplendor,

y de hecho, extendió su mano.

Por un segundo pensé que quería estrechármela. Me levanté hasta la

mitad antes de darme cuenta que se estaba ofreciendo a ayudarme a

hacerlo. Qué caballeroso. Qué raro. Me puse en cuclillas allí, impotente, me

senté de nuevo un poco, entonces me di cuenta cuan increíblemente

estúpido debe verse eso, comencé otra vez. Para el momento en que

finalmente tome su mano, estaba casi de pie, y si no la hubiera soltado

inmediatamente, me hubiese visto incluso más ridícula de lo que me sentí.

—Así que, te veré el lunes, tal vez —anunció—. En el piso o en algún

lugar.

—No es improbable —Me las arreglé para decir—. Puedo ser

encontrada a menudo en los pisos —Lo que sea que eso signifique. Hice una

mueca internamente. Luego agravé la idiotez—. Miré una maratón de Brady

Bunch30 una vez cuando tuve faringitis estreptocócica.

Él se rió. —Buen intento, Saltamontes, pero no los dados —Mantuvo la

puerta de malla abierta para mí y me siguió a la cocina.

—Gracias —le dijo a una Tina flotando. Asintió con la cabeza a mi

padre y a Ricky, y caminó a través de la puerta tambaleante hacia el

comedor.

Me quedé parada en el medio del piso, insegura de que hacer.

Tina me dio un apretón en mi muñeca mientras pasaba.

—Tengo que volver. Veré si necesitan algo.

—Gracias.

Tina me remplazó por un rato, y nadie comentó. Los Bainbridges

pidieron su cuenta temprano. Sin café, sin postre. Observamos a través de la

puerta trasera como Karina deslizaba sus delgadas piernas en el Porsche.

30 Sitcom americana de principios de los ’70 que contaba la historia de una familia

ensamblada.

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—Apuesto a que nunca ha visto nada como el interior de uno de los

cannoli de tu Nonna —dijo papá un poco triste.

—Los cannoli de Betcha nunca vieron el interior de esa —dijo Tina con

un bufido.

Me contó más tarde que Paul Bainbridge dejó una propina de treinta

dólares sobre una comida de ochenta dólares. Me dio cinco dólares de ella.

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La Oportunidad

Traducido por Pixie

Corregido por Mali..♥

o me importan los lunes, más de lo que es absolutamente

necesario, de todas formas. Después de Historia, que

ocasionalmente disfruto, y Francés, que très no, tengo doble

clase de Arte. El estudio de Arte no ha sido cambiado como en

cien años. Los pisos están maltratados, chirriantes y cubiertos con tantas

capas de pintura seca que se ve como Jackson Pollock Estuvo Aquí31, menos

las colillas de cigarrillos.

Aparentemente, las generaciones pasadas de las Chicas de Arte de

Willing habían arrojado sus cigarrillos por la ventana de azulejos en vez de en

el piso. —Eran más distinguidas —Me dijo Cat Vernon una vez, apuntando

hacia la ventana junto a su caballete. Las colillas se fueron, pero hay marcas

de quemaduras, diseminadas como manchas de leopardo, sobre la

superficie de terracota.

Cat no estaba a la vista. De hecho, el estudio de Arte estaba desierto

excepto por mí y una estudiante del último año vestida de Juicy cuyo

espacio estaba siempre lleno con dibujos de vaporosos vestidos coloreados

con lápices. Estaba en su camino a Paris, había escuchado que le dijo a la

Señora Evers, tan pronto como la tinta en su diploma estuviera seca.

Aparentemente, había un lugar esperando por ella en Dior.

Me ignoró, como siempre. Normalmente, no me importaba, pero

estaba discretamente muriendo por preguntarle si mi labial era muy rosa. Ella

lo sabría.

Tengo un bosquejo de mi puerta en frente mío. Un pequeño demonio

estaba volviéndome loca. Seguía saliéndome lindo, en vez de amenazante.

Las esquinas de su boca seguían curvándose de una forma

inequívocamente adorable. Pensé en borrarla otra vez, pero no podía

molestarme en dibujar otra sonrisa despreciable que realmente no lo era. La

verdad sea dicha, solo mataba el tiempo hasta el final del período, cuando

podía salir al pasillo nuevamente.

31 Jackson Pollock fue un pintor americano cuyas obras abstractas se caracterizaban por

estar compuestas por manchas de pinturas.

N

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La puerta del estudio se abrió de un golpe. La Chica Dior ni se

acobardó. Estaba escuchando Europop demasiado fuerte a través de sus

auriculares que se veían como perlas. La Sra. Evers vino dando zancadas a lo

largo del piso, botas con tacones de casi ocho centímetros chasqueando en

el piso. Se veía como Miss Carolina del Norte. Siempre se ve como Miss

Carolina del Norte, pero esta vez era Miss Carolina del Norte después de

saber que Miss Alaska tenía el mal hábito de la heroína y no haría su camino

a Las Vegas este año.

—Yo —anunció con una sonrisa de mil watts—, ocasionalmente me

sorprendo por mi propio ingenio —Sospecho que mucha gente es

sorprendida por su propio ingenio—. Vamos, Ella. Estoy esperando —

Golpeaba su pie en el piso y me miraba expectante.

—¿Cuán ingeniosa eres? —pregunté obedientemente. Esperé por el

bah dum ching.

Medio que esperé que me dijera que ella había finalmente arreglado

con los directores convertir el polvoriento salón de trofeos en una galería de

Arte. Ha estado tratándolo desde que llegó a Willing. Nadie cree que

sucederá alguna vez. El polvoriento pasado triunfa sobre los collages hechos

con envoltorios de condones.

En cambio, escuché: —Soy tan ingeniosa que te conseguí un pase tras

bastidores al Archivo de Willing.

Tuve un escalofrío. Nadie va al Archivo de Willing excepto ocasionales

septuagenarios del Louvre o candidatos a ser doctorados en Yale. El archivo

pertenece al Museo Sheridan-Brown de Arte Moderno. Es completamente,

ferozmente, inasequible al público general. No conozco a nadie que haya

estado allí. Me imaginaba una bóveda con paredes de acero en algún lugar

a nueve metros por debajo del museo, donde archivistas tenían que

someterse a escáneres de retina o axilas para abrir las puertas.

Aparentemente, la voluntad de Edward era un poco vaga en cuanto

a lugares. Asumiría que él no había esperado morir a los cincuenta y tres. Sin

embargo, sucedió, el contenido de su biblioteca personal estaba en el S-B.

Sus libros estaban allí, los libros que había comprado y tenido y quizás leído

mientras se sentaba al lado de Diana al anochecer. Sus papeles estaban allí,

también. Algunas cartas para Diana. Algunas de Cézanne en francés, y unas

series de Edith Wharton que se suponía debían de ser tan vaporosas que una

demanda sin fin las mantenía permanentemente bajo llave.

—¿Y? —La Sra. Evers todavía golpeaba el piso con su pie.

—Pero ellos nunca dejan entrar a estudiantes —No desde que tres

chicas de Willing accidentalmente activaron el sistema de riego

directamente sobre el set de libros antiguos de primera edición. Eso fue hace

treinta años—. ¿Cómo…?

—Mentí —Solo que sonó como “Sho mentee”, acompañado por una

sonrisa que insinuó que Miss California, Texas y Rhode Island quedaban

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afuera, también—. Les dije que estabas haciendo algo de reconstrucción

preliminar para una cooperativa estudiantil sobre la retrospectiva entre UArts,

la escuela Willing, y, deje entrever, la Fundación Maude Pugh Willing. Que, tal

como sucede, están cargadas.

De hecho, casi tenía sentido. El rédito triunfa sobre el polvoriento

pasado cada vez.

Aun así, esta era yo. —¡Pero no sé nada sobre ninguno de esos! —

admití miserablemente.

—Entonces, fíngelo.

La miré boquiabierta.

—Ella, conoces a Edward Willing mejor de lo que su madre lo hizo.

Recita algunos detalles sobre su inspiración y visión. Y nadie será el sabio. Es

todo sobre el dinero en el mundo de los museos, de todas maneras —Aleteó

sus manos hacia mí—. Ve y usa Google. Memoriza un par de nombres de

administradores. Trabaja en una expresión de completa ignorancia para ser

usada cuando seas cuestionada sobre cualquier cosa relacionada con el

dinero. Por el amor de Dios, arréglatelas como puedas. Maxine Rothaus está

esperándote en el archivo el miércoles a las cuatro.

—Este miércoles. No…

—Absolutamente. Puedes comenzar a agradecerme profusamente

ahora.

—Gracias —Iba a ir al Archivo Willing—. ¡Gracias! —Iba a caminar justo

por los sagrados pasillos en mis desgastadas Chucks y jeans, para sentarme

junto a un libro de primera edición —asumiendo que los restauraron.

Caminaría hacia cualquier guardia de seguridad que estuviera en la puerta

y demandara admisión.

No me dejarían en el umbral. —No estoy segura de poder. Es decir,

tengo dieciséis. No soy nadie…

—Ella —La Señora Evers me miró severamente—, Si tú no aprendes a

carpe el diem32, lo serás, más que ciertamente Nadie, algo menos que un

Alguien. Ahora lárgate. Tengo que hablar con Lucinda aquí sobre

gouache33.

Me largué. Tenía que ir a encontrar a Frankie que, al menos, me diría

que vestir. Mi guardarropa haría que cualquier sugerencia sea discutible,

pero sugerir lo haría feliz.

Lo encontré en su usual rincón de pre almuerzo de lunes en la curva de

las escaleras principales. Estaba en un completo esplendor otoñal: cárdigan

camel, polo rayada, pantalones de franela gris con el dobladillo

arremangado sobre mocasines vintage. Ese día me las había arreglado para

esquivarlo hasta ese momento. No había querido explicar el labial. O la

32 Carpe Diem: Locución latina cuyo significado es Aprovecha el día. 33 Gouache: Aguada, es una acuarela opaca.

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máscara de pestañas. O los jeans pitillos que había tomado de la ropa sucia

de Sienna y que lavé bajo el amparo de la oscuridad, combinado con un

jersey de cuello alto negro que, una excursión por la secadora lo había

vuelto, para ser honesta, de una talla demasiado chica. Pero esta noticia

sobre el Archivo Willing triunfó sobre todo eso.

Me dio una cuidadosa mirada. —Bueno.

Me senté a su lado, apuntando a ser casual. Debí haber apuntado mi

trasero. Me senté en su libro de geometría. —¿Bueno, qué?

—Ni siquiera. El día en que te conviertas en una buena mentirosa será

el día que te dejaré por una de las Hannandas.

—Tengo una cita en el Archivo Willing.

Diré esto por Frankie: Él presta atención. —¿El, completamente-fuera-

de-los-limites-lugar-para-enterrar-tu-cara-en-los-viejos-calzones-de-Edward,

Archivo?

—Lindo. Pero si, ese mismo. La Sra. Evers me hizo entrar.

—Era hora de que alguien lo hiciera —Golpeó un hombro contra el

mío—. Realmente odio pinchar tu burbuja, Fiorella, pero Edward está un siglo

atrasado para apreciar la vista de tus ajustados jeans. Así que dime que

sucede.

Me retorcí un poco.

—¿Qué clase de idiota crees que soy? —Suspiró—. Te ves bien, pero

estoy preocupado por la inspiración.

—No es gran cosa. Es algo de maquillaje.

—Cuando quiero que un chico me mire, sé lo que debo hacer. Para ti,

es algo más. Es una gran cosa.

Escarbó en su bolso por un pañuelo real. Usualmente, los encuentra en

tiendas vintage, gritando a través de los pliegues en sus cajas sin abrir. Sadie

y yo le compramos un set nuevo en Brooke Brothers para su cumpleaños el

último año. Costaban quince dólares cada uno. Compré dos; Sadie los otros

diez. Frankie había tenido que usar uno (reverentemente) para secar sus ojos.

Este espécimen era viejo y suave, con un monograma en forma de J en una

esquina. —Lo hace interesante —Me dijo una vez, luego de encontrar una

caja con un monograma en forma de M por cuarenta centavos en una

venta en la acera—. ¿Era Max o Michael? Quizás Marco…

—Aquí —dijo ahora—. Tienes labial hasta la mitad de tu barbilla.

Humillada, fregué mi rostro.

Frankie extendió su mano, con la palma hacia arriba. —Muy bien,

vamos a hacerlo —Saqué el labial de mi bolsillo—. No es realmente mi cosa,

señora, pero desde que he visto lo que sucede cuando no usas el espejo…

—Estoy segura que ayudó que él estuviera agarrando mi rostro, pero se dio

cuenta como un profesional—. Tenías un espejo.

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—Lo tenía. No tengo remedio.

—Tal vez. Abre —Entrecerró los ojos mientras rellenaba mi labio

superior—. No me gusta esto.

—¿El color? Sabía que era muy rosa…

—Quieta. Te mancharás. El color está bien. Mejor para Sienna, estoy

seguro… —Echó una mirada a su obra—. No me gusta que estés haciendo

esto por él.

—No empieces. Te conté lo amable que fue.

—En insoportable detalle.

Me recordé que Frankie había sufrido algunas serias humillaciones de

mano de los chicos Fillite. Y me di cuenta que no importaba que Alex no

había sido uno de los portavoces. Había estado ahí. Y no lo había detenido.

—Fue a buscarme —ofrecí, una pequeña indicación, tal vez, de que

este era un chico Fillite que había crecido haciendo lo correcto.

—Le daré ese punto. Podría haber chupado sus spaghettis e irse —

Frankie cerró la tapa del labial—. Te ves muy bonita…—Giró el labial y leyó—:

Tienes que estar bromeando. ¿Baya Ponzoñosa? Como sea. Estoy seguro de

que Alex Bainbridge estará de acuerdo.

—Gracias.

—Cuando quieras. Solo ten esto en mente, si puedes, por favor. Sé que

te ves bonita todos los días, con o sin lo productos con nombres ridículos.

—San Francis —bromeé, sintiéndome deleitosamente ponzoñosa en el

resplandor de su aprobación—. Demasiado bueno para este mundo.

—Eso es justo lo que Connor dijo —El chico más reciente de Frankie. Se

conocieron en una tienda de libros.

—¿Connor, el del reino de la fantasía de la tienda de libros?

Detrás de nosotros la campana sonó. Frankie comenzó a recoger sus

cosas. —Cuidado. Sus fantasías no involucran Fillites de una dimensión u

hombres muertos.

Lo golpee en la punta de su perfecta nariz. Odia eso. —¿Cómo lo

sabes? Quizás tiene algo por los Fillites muertos de una dimensión.

—Hablando de…

Los primeros alumnos del penúltimo y último año fluyeron por el pasillo

para ir a almorzar. La mayoría eran Estrellas al principio; tenían comida para

atragantarse, reuniones a las que asistir. Sin darme cuenta de que estaba

haciéndolo, me incliné hacia adelante, esperando.

Primero vi a Chase Vere. En parte porque vestía una sudadera de un

color naranja vibrante con la insignia de Princeton salpicada en el frente. No

era secreto hacia donde aspiraba ir. En parte, también, porque sin tener en

cuenta lo que estaba buscando Chase, sus ojos se posaron en mí. A fuerza

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de hábito, me encontré mirando a otro lado, pero no antes de verlo

guiñarme un ojo. Para el momento en que volví a mirar, él estaba

empujando a otro jugador de lacrosse y sin mirarme en absoluto. De

cualquier forma, no era que me importara. Alex estaba un metro detrás de

él, viniendo derecho en mi dirección.

Me levanté. Sería demasiado fácil perderme completamente en la

muchedumbre, especialmente para alguien como yo; podía ver el momento

de reconocimiento en su rostro. Sonreí, levanté mi mano y comencé a

saludar.

Otro miembro de su pequeño equipo lo empujó desde atrás. Alex se

giró y dijo algo que hizo a todos reír. Me recordaron al ruidoso juego que nos

hacían jugar en sexto grado los ineptos maestros de gimnasia —donde todo

aquel que era atrapado tenía que unirse de manos y moverse como una

unidad, tragando hambrientamente a los lentos de pie (o ansiosos por unirse

al aplastamiento) a su paso. Yo estaba crónicamente entre los lentos, pero

los juegos pasaban enteros cuando podía quedarme en los bordes del

gimnasio y no ser consumida. Siempre había alumnos que estaban

aterrorizados de acercarse a mí arrugada piel cuando estaba a punto de ser

tragada, y ello traía burlas consigo.

Tuve una muy buena vista del perfil de Alex mientras pasaba, rodeado

de sus amigos. Estaba lo suficientemente cerca para ver que se había

afeitado recientemente y apresuradamente. Había un corte en la esquina

de su mandíbula, sanando, pero lo suficientemente nuevo para ver que dolía

un poco.

Puede que me haya quedado allí por demasiado tiempo, con la mano

levantada a mitad de camino como una estatua religiosa, si Frankie no me la

hubiera bajado gentilmente y sostenido.

Se paró detrás de mí, vibrando con ira. —Ese no es un hombre

honorable, Fiorella.

Sin pensar, levante mi mano libre hacia mi cuello. Pero estaba usando

un jersey de cuello alto y mi cabello estaba suelto. No había nada para ver, y

todo lo que las puntas de mis dedos encontraron era la rígida punta debajo

de mi mandíbula.

—No hagas eso —siseó Frankie—. No te atrevas. No es la cicatriz y

absolutamente no eres tú.

Dejé caer mi mano. —Sí, claro —Me hundí contra él un poco. Para ser

tan delgado como es, Frankie es verdaderamente sólido—. Nunca soy yo.

Sentí su suspiro contra mis omóplatos. —“Somos jóvenes; nos

encontramos con decepción tras decepción”

—Déjame adivinar —dije—. Viejo proverbio coreano.

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—Sí, claro. Pat Benatar. “El Amor Es un Campo De Batalla”34

Me reí. Tuve la sensación de que podría llorar después, pero no allí y en

ese entonces. —Gracias.

—No lo menciones —Frankie envolvió su brazo libre a mi alrededor por

lo que mi barbilla se apoyó en su frente—. Suficiente, ¿entendido? Eso fue

suficiente de Alex Bainbridge… para todos nosotros. ¿Lo prometes?

—Sí. Lo prometo.

34 En el original Love Is A Battlefield, canción de 1983 interpretada por la cantante Pat

Benatar.

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El Archivo

Traducido por Panchys

Corregido por Mali..♥

o había escáner de retina o un guardia de seguridad. Sólo una

mujer pequeña, redonda, detrás de un escritorio, en la entrada

trasera del museo, que, cansadamente, registró mi nombre en

una lista escrita a mano y me hizo señas por un largo pasillo. —

Ascensor para el tercer piso, habitación 312.

Así que nada de viaje a las entrañas del edificio, tampoco.

Frankie había planeado un imaginario conjunto para mí, con

cuidado. Lamentablemente, no tenía un vestido asimétrico de punto o

botas. Así que, en su lugar, llevaba una falda. De lana gris, aburrida y con

comezón, incluso usaba las medias que siempre guardaba entre la ropa

interior de sólo-cuando-lo-demás-está-sucio, en el fondo de mi cajón. Mis

tacones resonaban fuertemente sobre la madera de color claro del tercer

piso, haciéndome estremecer mientras caminaba. Pasé una serie de puertas,

indistinguibles, salvo por sus números pintados en dorado: 302, 308. 312. El

Archivo Willing. Tomé una respiración profunda y llamé.

Esperé, mi corazón latía con fuerza. Y esperé.

Volví a llamar.

Al otro lado del pasillo, una puerta se abrió. —¡Oh, por Dios! Yo estoy

aquí.

Ella estaba definitivamente allí, una Amazona de 1.80 metros en un

vestido de lana negra con un dobladillo dramáticamente desigual. —¿Eres tú

la exploradora Willing? —En el segundo que me llevó tratar de decidir

exactamente cómo responder a eso, ella agotó su paciencia—. Dios, los

estudiantes y sus brillantes ideas. Odio los presupuestos.

Desapareció en la oficina. Me paré justo donde estaba,

probablemente buscando la idea más completa de como me sentía.

—Bien, entonces. —Estaba de vuelta, acechando hacia mí, en piernas

interminables y botas altas. De cerca, pude ver que era probablemente de

la edad de mi madre, sólo que no tinturaba el cabello gris, y tenía líneas

alrededor de la boca y sus cejas parecían suficientemente profundas como

para soportar un palillo de dientes. Parecía haber sido hermosa una vez,

N

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antes de que se enojara—. Soy la Dra. Rothaus. Este, desafortunadamente,

es mi dominio.

Giró la llave en la cerradura de la habitación 312, abrió la puerta con

una reverencia.

Se veía como una sala de almacenamiento de Willing. La luz se filtraba

a través de una sola pequeña ventana alta. En una pared, una estantería de

libros desde el piso al techo, se hundía un poco, bajo el peso de cientos de

libros. Un par de antiguos-cajones-de-almacenamiento-de-archivos-y-

documentos se asentó en el centro del piso. En un rincón, un sofá de cuero

competía por el espacio, con un mullido sillón y una mesa lacada en negro.

Se volvió extraño. Lo que se parecía mucho a un atizador de la

chimenea, se apoyaba en un escritorio de caoba, con una esquina rota. Un

reloj de bronce, al parecer pesado, ocupaba una cuarta parte de la

superficie. Estaba hecho de ninfas gordas, de aspecto petulante y

marcando el ritmo con siseo un poco molesto de click-click. Me pregunté si

la Dra. Rothaus venía todos los días para darle cuerda. Me pregunté si

alguien entraba aquí. Todo estaba cubierto por una fina película de polvo.

—Yo… yo… —Estaba sin palabras.

—¿Esperabas algo más, quizás? —dijo la Dra. Rothaus

desdeñosamente. Luego—, Dios, estudiantes. No se trata de Rembrandt35

aquí.

Miré a la pantalla de la chimenea negra y los morillos, el gran taburete

con un gato tallado, la alfombra polvorienta debajo. Era una pequeña

Familia Addams, en realidad. No estaba segura exactamente lo que

esperaba. Fuego, tal vez, por lo menos algo más de él. Estantes y cajas de

cartón con archivos. Libros dispuestos en filas de colores. Fotos enmarcadas

cubriendo las paredes: mapas antiguos de Italia, acuarelas de Cézanne, que

Edward había traído de Francia, sus propios cuadros de Diana. La única cosa

en la pared, además de los estantes, era un gran extintor rojo de fuego.

La Dra. Rothaus debe haber leído la dirección de mi mirada, o

pensamientos. No me habría sorprendido. —El legado era de los contenidos

de la biblioteca de Edward Willing —dijo escuetamente—, y no incluyen las

pinturas. Aquellas fueron… a otros lugares. —Su expresión ya de

desaprobación se hizo aún más apretada con la palabra. Como si a otros

lugares fuera infierno, o extranjero, o Museo de Arte Moderno.

—No puedo ni siquiera empezar a imaginar lo que pensaste que

podrías encontrar aquí. Pero eso es tu problema, no el mío. Tienes acceso a

los cajones. —Se refirió a un conjunto—. No retires nada que esté con una

cubierta protectora. Supongo que puedes mirar los libros, pero asegúrate de

35 Rembrandt Harmenszoon van Rijn fue un pintor y grabador holandés. La historia del arte le

considera uno de los mayores maestros barrocos de la pintura y el grabado, siendo con

seguridad el artista más importante de la historia de Holanda.

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volver a ponerlos donde los encontraste. Son las cuatro con diez. Salgo a las

seis y media. Habrás terminado a las seis. ¿Dónde están tus guantes?

Con la cabeza dándome vueltas, me miré las manos. Se veían más

pequeñas de lo habitual, e incluso en la penumbra pude ver que no había

logrado frotar el carbón desde el lado de mi dedo índice. —No hace frío

fuera…

—Guantes de Archivo. Para la manipulación de objetos. No me

digas… —Dejó escapar un suspiro exasperado—. Voy a buscar algunos. Es tu

responsabilidad remplazarlos.

—Correcto —logré decir—. Gracias. —Vagaba en la habitación y

comencé a poner mi bolso sobre la mesa. Un silbido tranquilo de la Dra.

Rothaus me urgió a ponerlo en el suelo.

—Puedes sentarte allí. —Hizo un gesto a un escritorio mucho más

pequeño con una silla adjunta, la cual parecía pertenecer a una escuela de

caridad de Dickens.

—¿Eso era de Edward? —Le pregunté, tratando de imaginarlo

ahí. Incluso en fotografías formales, siempre se veía relajado, suelto.

—Eso es de una venta en San Ignacio. Lo compré. La gente tiene que

sentarse en algún lugar aquí.

No en el sofá, claramente, o en la silla de cuero de gran

tamaño. Había algo un poco malévolo acerca del antiguo mostrador. Me

imaginé que estaría trabajando en el suelo.

—Regresaré con tus guantes. No toques nada hasta que los tengas

puestos.

Miré a mi alrededor, un poco desesperada. ¿Por dónde empezar? ¿Los

archivos? ¿La fila superior de los libros…?

La Dra. Rothaus volvió demasiado rápido. Pensé en brujas. Me estiró un

par de guantes blancos de algodón y luego preguntó—: ¿Qué es lo que

estás buscando?

Todo lo que había atiborrado retrospectivamente del artista comprimió

por mi mente: los temas perdurables y renacimiento estético, los ingresos por

licencias. Había escrito una línea, Frankie la había perfeccionado. Yo la iba a

decir, si hacía esa pregunta. —Estoy buscando el meollo, la quintaesencia

del arte Americano Post-Impresionista visto a través de los ojos de uno de sus

pintores más prominentes.

En cambio, dije: —Estoy buscando al verdadero Edward Willing.

Se quedó de pie durante un minuto con los brazos cruzados, con el

ceño fruncido hacia mí. Luego se encogió de hombros. —Bien.

Dejó la puerta abierta al salir. Noté que dejó la puerta de su oficina

abierta, también. Así podría mantener un ojo sobre mí, sin duda, en caso de

que decidiera tomar los libros y correr con ellos.

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Me quedé inmóvil por un minuto, absorbiendo todo. No era lo que yo

esperaba en absoluto. Y Edward no había sido ningún tipo de ayuda. —Dios

mío, ¿Cómo debo saber lo que hay allí?

Lo que sea que quedaba después de mi recopilación sobre una

familia descendiente, asumí…

Lo primero que hice fue sentarme en el sofá. El cuero viejo crujió lo

suficientemente fuerte como para hacerme retroceder. Pero valía la pena

correr el riesgo de que la Dra. Rothaus regresara por sentarme donde

Edward se había sentado alguna vez. Sólo que no me sentía muy

importante. Sólo fría y escurridiza.

Pasé los dedos sobre el brazo. Hay un famoso cuadro de Diana

tendida en un sofá, pero ese era de seda de damasco azul. Podría pensar en

una pintura de otro sofá, la señora John Girard Hamilton, una mujer joven y

bonita, pero no particularmente-de-aspecto-feliz, en un vestido de terciopelo

color rosa. A Edward le gustaba el aire libre. Incluso sus retratos eran

usualmente al aire libre. La verdad, es que yo no podía imaginarlo en esta

sala.

Me puse los guantes de archivos. Eran suaves y olían a diario. Luego

me levanté y me dirigí a los archiveros. Parecía el lugar más probable para

encontrar algo que pudiera usar en mi investigación. Parecía el único lugar

donde era probable encontrar algo útil. De rodillas en frente de la más

grande de las cajas, deslicé el cajón de arriba lentamente. Dentro, pude ver

los archivos, separados por delgados separadores de madera, marcados por

año. Pasé mi dedo sobre la parte superior: 1885, 1886, 1887.

El último archivo en el cajón era de 1890. Fue el año en que Edward

pintó Across the Delaware (adquirida en 1961 por Jacqueline Kennedy y

ahora cuelga en el vestíbulo de la Casa Blanca), el año en que se casó con

Diana (Abril), y el año que casi la convirtió en una viuda en su prolongada

luna de miel (Mayo), cuando sobrestimó la temperatura del agua en los

acantilados de Brontallo, Suiza, y tuvo que ser sacado, casi inconsciente y

con hipotermia, desde el agua, por un par de turistas de paso, de Noruega,

en un bote de remos.

Deslicé una página de en medio de la colección. Estaba escrita en

papel cebolla amarillo, una serie de líneas descoloridas. Con el corazón

golpeteando, lo acerqué a mi cara y comencé a leer.

Estimado Sr. Willing,

Gracias por su carta del 3 de diciembre. Estoy muy contento de

informarle que hemos conseguido localizar a siete de los diez artículos que

usted solicitó. Disponibles como sigue:

6 botellas de Mouton Rothschild, 1877

12 botellas de Margaux, 1893

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7 botellas de Yquem. 1895…

Fue por ello. Era una gran cantidad de vino. Lo que significaba casi

nada para mí. Lo puse en la parte delantera del archivo y elegí otro papel.

Estimado Sr. Willing, Adjunto encontrará una factura para el mes de

Noviembre…

Doce metros de muselina de la India…

Estimado Sr. Willing, escribo con mucha humildad para describirle los

esfuerzos caritativos que prevemos para el año siguiente…

…Estoy a su disposición, señor, todos los días de este mes. Y mientras

estoy pensando sobre el asunto, ciertamente no digo que no debería,

generosamente, ofrecerme patrocinar a miembros de su club…

Por lo que pude ver, la mayor parte del archivo eran listas de compras,

facturas, notas de mercader, de obras de caridad y escuelas locales y

arribistas, todos queriendo algo de Edward, normalmente dinero o

tiempo. Ninguno era particularmente interesante, aunque despertó mi

curiosidad una nota del Zoológico de Filadelfia sugiriendo que el tigre no era

del todo fiable alrededor de los seres humanos, tal vez el Sr. Willing

consideraría un leopardo para su pintura. Había sido un animal doméstico

hasta el fallecimiento (natural) de su dueño y podría, si no está bien

advertido, subir en el regazo de una persona, ronroneando, y cayéndosele la

baba abundantemente.

Saqué una hoja de papel de desecho (las Estrellas pasaban mucho

tiempo enviando correos electrónicos a la escuela sobre el reciclaje) de mi

bolso e hice una nota en la parte en blanco: “¿Leopardo en la Dama del

Nilo?” No era mi favorito, Cleopatra Esperando el Regreso de Marco

Antonio. Era un poco abrumador, cargados de oro e imágenes de serpientes

y, por supuesto, el leopardo. A Diana no le había gustado la pintura, ya sea,

al parecer, fue ella quien le dio el apodo de Dama del Nilo. Me pregunté si el

leopardo había babeado sobre ella.

Ninguno de los documentos eran personales, pero eran de Edward y

algunos eran especiales, si uno sabía sobre su vida. Había un billete del Hotel

Ritz, de París, en abril de 1890, y otro de Cartier, dos meses después de un par

de aretes de perlas de Tahití, que Diana estaba usando en mi fotografía

preferida de ellos: feliz y bronceada de forma visible, incluso en blanco y

negro, sosteniendo langostas en una playa en el estado de Maine. —Insisto

en dejarlos ir. —Diana escribió en una carta a su sobrina—. Edward estaba

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siendo muy malvado. Quería una cena de langosta, pero yo no podía tolerar

comer un modelo semejante.

Añadí “Langostas, pendientes, Playa de Trouville, ¿1898?” a mi hoja.

Había un recibo de medias de seda de Londres (Junio) y otra para

“pantalones de ciclismo” en Nueva York (Julio). Me prometí decirle a Frankie

que Edward había pagado setenta y cinco dólares por tres trajes de lino de

encargo y seis dólares por un par de sombreros de paja. Era justo el tipo de

cosas que él agradecería.

Una hoja con un dibujo en ella me hizo recuperar el aliento, antes de

darme cuenta que no era obra de Edward. Era el diseño de un sastre, un

cuadro de un gran abrigo que parecía un oso en posición vertical. Tenía la

esperanza de que Edward no hubiera comprado uno. Puse el papel en la

parte posterior del archivo.

Estaba decepcionada, pero terriblemente sorprendida, para encontrar

más de lo mismo en mi análisis rápido de la gaveta de abajo. En otra

ocasión, me permitiría leer cuidadosamente, pero incluso si lo hiciera, tenía la

sensación de que estaría más que encantada al informarme. Miré el feo

reloj. Eran cuarto para las seis.

—Muy bien, Edward, ¿Dónde estás? —le pregunté en voz

baja. Particularmente, no quería que la Dra. Rothaus me escuchara

conversando con el aire vacío. Siempre había tenido sentido hablar con

Edward sólo cuando lo miraba a la cara. De lo contrario, me parecía un

poco demasiado loco, incluso para mí.

Me levanté y me dirigí a la estantería. —¿Quieres saber algo? —Era el

estribillo de mi padre mientras crecía—, consigue un libro. —Por supuesto, él

es anterior a Google, pero se me quedó grabado.

Bajé un libro azul encuadernado en piel del tamaño de una

lápida. Recordando las palabras de la Dra. Rothaus, noté el lugar exacto. No

es que probablemente se me olvidara cual era de todos modos, pero no

parecía haber un gran orden en las cosas. Sostenía Geografía del Sureste de

Pensilvania: Un Estudio del Gobierno, que había sido apilado en la parte

superior de Mitología Teutónica, en la parte superior de Investigaciones

Experimentales Sobre la Filosofía de los Colores Permanentes.

Abrí Geografía. Estaba lleno de grandes mapas de secciones

pequeñas del estado. Lo puse de nuevo y escaneé los estantes más

cercanos. —Vamos a hablar sobre tu gusto por la lectura de los materiales

más tarde, Sr. Willing —murmuré.

Era una colección bastante aburrida. La A.B.C. Guía para Hacer

Grabados en Pigmentos Permanentes. El Arte de Utah. Musgos y Plantas, Una

Introducción a Sus Estudios, con Matices en Recolección y Preservación. Ni

siquiera me producía un estremecimiento considerar Una Cuenta de los Usos

y Costumbres de Italia, con Observaciones Sobre los Errores de Algunos

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Viajeros, con Respecto a Dicho País. Pensé que la gente había estado

haciendo chistes incluso en 1768.

Edward había sostenido estos libros, me recordé. Los había abierto,

aprendido de ellos. Tal vez hubiera caído dormido mientras los leía. Tomé Las

Manos: Su Mecanismo y Dotaciones Vitales, entre las mías, pero hacía frío y

tenía las esquinas afiladas.

Entonces, me encontré con un pequeño libro de bolsillo, de poesía y

ficción. Jane Eyre. La isla del tesoro. La casa de la alegría de Edith

Wharton. No he leído ese, pero he leído Verano, sobre el sexo y el anhelo y el

crecimiento. Fue publicado en 1917, el año después de que Edward

murió. En la primera carta de Edith a él, lo había hecho imprimir, ella habla

de ello. Por lo menos, está hablando probablemente de ese libro. Traté de

recordar la carta. —Estoy consumida por esta compulsión intensa para

contar una ficción verdadera. —Había escrito. ¿O era “una ficción

honesta”?

Pasé cuidadosamente a través de La casa de la alegría. No había

cartas escondidas en el interior, pero en la página 89, encontré una nota en

el margen. —Qué cierto —leía. No podía estar segura, pero pensé que

probablemente se refería a la línea de “La alquimia realmente consiste en ser

capaz de convertir el oro de nuevo en otra cosa.”

Mi búsqueda cambió. Ahora, con cuidado, desplegué cientos de

páginas y me encontré con notas. La mayoría eran palabras sueltas: “Listo,”

“Basura,” “¡Ah!,” Pero a veces había más. Descubrí “Leer a Diana, pref. en la

cama,” firmado junto a un poema de Ezra Pound llamado “El pescado y la

sombra.” Había una mención de una mujer y la cama, pero lo importante al

parecer, era en francés: —Qu'ieu sui avinen, Ieu lo sai. —No entendí una

palabra de francés. O el poema, para el caso. La notación era bastante

obvia.

Podía sentir cómo me sonrojaba un poco mientras ponía el libro de

vuelta, pero no antes de que hubiera copiado la línea en mi hoja de

notas. Luego volví y me puse en medio de la habitación. Había algo ahí para

mí. Tenía que haberlo.

—Déjame adivinar. —Hice un trompo para encontrar a la Dra. Rothaus

de pie en la puerta—. Estás teniendo una decepción grande. —Arrastró las

palabras, con un poco de disgusto.

Pensé en mentir, pura y simplemente. Pero como estaba medio

decepcionada, con un lado de la auto-compasión, sólo me encogí de

hombros. —No es lo que yo esperaba, pero eso no quiere decir que no estoy

encontrando cosas interesantes.

Recostó un hombro fuerte contra el marco de la puerta. —¿Qué tan

bien crees que conoces a Willing?

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Supuse que “Puedo charlar con él, en mi habitación, con bastante

regularidad” no era la respuesta correcta. —Bastante bien. Él es mi artista

favorito.

—Mmm. Lindo, ¿No?

—¡Precioso! —Tomé la línea, gancho y plomo.

La Dra. Rothaus rodó sus ojos. —Dios, devoto. —Suspiró—. Déjame

darte algunos consejos para tu futuro, niña Willing. Si idolatras a alguien,

mantente alejado de su lugar de residencia. Nunca vas a ver lo que quieres

ver. Cualquiera que sea el bien que producen, están habitualmente en otro

lugar, y siempre hay una mancha de caca en el inodoro. Ahora vete a

casa. Es hora de cerrar.

Recogí mi mochila. Dio un paso atrás para dejarme salir de la

habitación. Unos pocos metros por el pasillo, me detuve. —Gracias —dije.

—¿Por qué? —preguntó bruscamente—. ¿El consejo?

—Por dejarme entrar —le dije—. Estar aquí fue… un honor.

Resopló y cerró la puerta con un chasquido.

***

—Tenía un punto, ya sabes —comentó Edward unas horas más tarde—.

Innecesariamente crudo, tal vez, pero acertado. Nuestros personajes

públicos con frecuencia no coinciden con nuestros seres privados. Tú, de

todas las personas, debe saber eso.

—Esto no es acerca de mí —dije malhumorada—. Se trata de la

necesidad de encontrar más información acerca de la forma privada. Algo

que no sepamos ya.

—Tengo los pies terriblemente feos.

—No era lo que tenía en mente. Y probablemente falso de todos

modos.

Edward bajó la mirada hacia el espacio vacío debajo de su caja

torácica. —Probablemente. Entonces, ¿qué tienes en mente?

—Una carta, tal vez. De Diana. Algo que conecte tu amor con tu

trabajo.

—Prefiero pensar que lo hice a través de mis pinturas.

—Tú lo hiciste. Quiero decir, eso es lo que me atrajo a ti, en primer

lugar. Bueno, no, fue tu sonrisa, probablemente, pero ayudaron los

cuadros. Es sólo que tengo que saber más acerca de tu musa.

—¡Ah, querida Ella, la musa del artista es el ego! Nada más.

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—No quieres decir eso. Te casaste con Diana, porque ella te hacía

sentir como nadie en el universo hizo o pudo.

Él asintió con la cabeza. —Ella era extraordinaria.

—Pero no todo el mundo lo vio. Su familia se volvió loca. La mitad de

sus amigos dejaron de invitarlos, al menos por un tiempo.

—Su pérdida. Ella era una mujer que se presenta una vez en la vida.

—Y… —Yo estaba en una buena racha—. Tus ventas aumentaron

dramáticamente después de su matrimonio.

—Ah, ahora eso no se pone de pie en una tesis, y tú lo sabes. Mis

ventas se incrementaron después de mi programa de 1902 en la academia,

y más después de mi muerte. No era la historia de amor, tal vez, tanto como

el final de la misma.

Por supuesto, me lo imaginaba, pero odiaba decirlo en voz alta.

No lo hice. —Tú has leído mis cartas, Bella Ella. Según tú, la tienda del

museo pone a la venta la sexta edición de la versión ilustrada que mi sobrina

puso en conjunto. Es una verdad muy simple: la gente como tú es mejor si ha

sufrido un poco. Vincent van Gogh no tendría la mitad de tantos calendarios

y tazas de café si hubiera sido más tranquilo en cuanto a sus demonios.

Me incliné a estar de acuerdo, aunque creo que van Gogh era un

pintor bastante sorprendente. Yo nunca le mencioné eso a Edward,

especialmente desde que el Retrato del Doctor Gachet de van Gogh, se

vendió por ochenta y dos millones de dólares, y el Sheridan-Brown de Edward

por cuarenta y dos mil.

—Se podría pensar que la filosofía podría haber dado al traste con

algunas de las cosas de Freddy Krueger. —Reflexioné, inclinando la

mandíbula hasta que sentí el tirón de la cicatriz.

—Y así podría ser, si alguna vez dejaras entrever que te duele.

Me inclino a estar de acuerdo con eso, también, pero hay un límite. —

Así que debería empezar a ir sin tirantes.

—No seas maleducada. No tienes que mostrar tu dolor

literalmente. Insistes en que eres una artista, Ella. Se una artista. Usa tus

alegrías y tus traumas. Dime ¿A cuánto se vendió el Autorretrato con la Oreja

Vendada de Vincent? —Cuando yo mantuve mi boca cerrada, se encogió

de hombros—. Está bien. Simplemente estoy sugiriendo que podría ser sólo un

poco menos de auto-protectora. Muestra algo de la cicatriz.

—Hablas como Frankie.

—Por supuesto que sí. ¿Por lo tanto…?

—Una cicatriz hipertrófica, hiperpigmentada es fea. Un corazón roto es

irrevocablemente hermoso y poético.

—La ruptura no es agradable. —dijo Edward, un poco bruscamente—.

Yo no la recomiendo.

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—Sí. Lo siento.

Él soltó un gruñido. —¿Qué es lo que quieres, Ella?

—Lo que tenías —le contesté en voz baja—, con Diana. Esa conexión

una-vez-en-la-vida, que lo hace todo bueno.

—Está bien. Pero te das cuenta de que para ser amado así, tienes que

dejar que el caballero tenga la suerte de verte. Quiero decir, de verdad

verte, con las cicatrices y todo.

—Sí, Edward, soy plenamente consciente de ello.

—Pero no quieres que nadie realmente te vea.

Me tenía allí. —Bueno, no.

—Buena suerte con eso, entonces —dijo, y luego bostezó y cerró los

ojos, diciéndome que la conversación había terminado.

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La Critica

Traducido por Panchys

Corregido por Mali..♥

e La Correspondencia Recopilada de Edward Willing, editado,

mejorado y con ilustraciones por Lucrecia Willing

Adamson. Compañía Henry, Filadelfia, 1923:

La Ausencia Hace Crecer el Cariño

23 de octubre

El Hotel Plaza

Mí querida,

Pues bien, es reiterado. El Museo Metropolitano procederá a la compra

de Cleopatra. Puedes enviar tus abundantes gracias al Sr. F. W. Rhinelander

por su inestimable ayuda.

Almorcé con él hoy y presentó a su nieta, Edith Wharton, quien se

encuentra de visita. No es especialmente bonita, pero es bastante intuitiva y

lee demasiado bien. Ella prefiere el diseño de jardines, creo yo, al arte, y

salpica en poesía y prosa. No está del todo bien, ella y su esposo van a

regresar a Europa pronto, espera, por lo que puede tomar algunas citas

médicas en Francia. Nos recomendó varios balnearios desde los cuales te

podrías beneficiar.

¿Vamos a París la próxima primavera? Por supuesto que estarás bien

para entonces. Estoy de acuerdo en que el Dr. Tapper es mucho más

inteligente y sensible que muchos de su profesión. Si él le dice que no estás

bien para pasar a través de Wissahickon en este tiempo, debe desistir todos

los días con su golpetazo.

Tus pulmones son frágiles, mi amor. Yo no me arriesgaría. El amor es una

de las dos cosas por las que vale la pena morir. Todavía tengo que decidir la

segunda. Sin duda, no son los hongos de colores.

Estaré en casa tan pronto como se resuelva este asunto, sin duda no

más de una semana. Mi madre se queja de que no puedes cenar con

ella. Bien por ti. Ten piedad de la nueva esposa de Hamilton y toma el

D

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té. Regaña a la cocinera, por favor. No puedo enfrentar otro plato de

mollejas.

Con todo mi amor siempre,

Edward

***

Desde Incompleta: La Vida y Obra de Edward Willing, por Ash

Anderson. Imprenta de la Universidad de Pennsylvania, 1983:

La exposición de la Academia de Abril 1902, marcó un cambio notable

con respecto al estilo de Willing. En lugar de las pequeñas pinceladas y

colores iluminados por el sol, tan característica de sus obras anteriores, esta

colección fue más audaz y más oscura. Perdidas, también, estaban sus

representaciones familiares de personas solteras. Un crítico local escribió:

Mientras que uno podría esperar o bien la total ausencia o la presencia

abrumadora de la difunta señora Willing en esta colección, se podría, tal vez,

justificar el sentirse sorprendido por la ausencia total de cualquier gente. Es

como si Willing hubiera extirpado todo el contacto humano desde su ámbito,

la búsqueda de su musa en lugar del plano gris del río Schuylkill, o los cantos

rodados del Valle Wissahickon. Si bien no hay duda de que el trabajo de

Willing ha sido, a través de los años, alternativamente tolerable y sin

inspiración, su pérdida lamentable de poco más de dos años podría inspirar

un poco de latitud simpática. Sin embargo, por mi parte, me fui de la

exposición porque me sentía muy desanimado y ligeramente abrumado. (9)

Por los próximos tres años, Willing viajó mucho (véase el capítulo 20), y

completó los ocho paisajes abstractos que únicamente llegaron a ser

conocidos como la serie Elysium. (10) El único retrato conocido de aquella

época era un encargo de un amigo de la familia Willing, el coleccionista de

arte y filántropo John Girard Hamilton, antes de la muerte de Diana. Como

sería de la esposa de Hamilton, las sesiones se aplazaron como es

comprensible, y la pintura no se terminó hasta mediados de 1905. Para el

resto de su vida, Willing pintó muy pocos retratos, aunque reanudó el uso de

modelos para estudios de cifra en algún momento en 1906…

Notas

Capítulo 19 (cont.)

(9)Stuyvesant Gumm, The Filadelfia Inquirer, 17 de abril de 1902. Gumm

no era amable en sus comentarios sobre Willing y, de hecho, una vez lo llamó

públicamente un “gay pervertido de mierda.”

(10)Un término algo irónico, ya que los títulos: Limbo, Lujuria, Gula,

Avaricia, Ira, Herejía, Violencia y Fraude son una reminiscencia de Los

Círculos del Infierno de Dante. Si bien no hay pruebas directas de su

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presencia allí, Traición se supone que se ha perdido en la Galería Jordan

Cooper, incendiada en diciembre de 1905.

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La Magia

Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por Mali..♥

stá bien, gente. Estoy lanzando toda la precaución al

viento. Tomando un salto de fe. Y suponiendo que terminaron de

leer Los viajes de Gulliver. Pensé en sacudir las cosas un poco,

alterar el status quo, por así decirlo, y probar algo nuevo. Vamos

a relajarnos aquí y a escuchar sus... criticas. Al igual que en el Book Review36

del New York Times. Díganme lo que piensan... ¿Alguien?... ¿Alguien? Sí,

genial, Alexander. Tú critica.

—Fue algo carente de magia, Sr. Stone.

—¿Cómo dices?

—Bueno, esta clase se llama el mundo mágico. Por lo tanto, si tuviera

que componer una critica, creo que tendría que empezar, "Para un libro

destinado a representar un reino mágico, le falta algo de magia."

—Sr. Bainbridge, yo esperaría tal insensibilidad de algunos de tus...

compañeros, ¿verdad? Pero tú sueles ser un caballero de la sensibilidad.

—Gracias, Sr. Stone. Pero estoy siendo totalmente serio. Los viajes de

Gulliver es a lo mejor una historia de aventuras. Tal vez no es exactamente la

más salvaje y audaz... pero, de todos modos. No es mágica. Es sólo una

sátira, más o menos dirigida al gobierno. Nos dice lo estúpida e ineficaces

que las cosas realmente son. Bueno, algunas de las personas a cargo están

hablando en realidad de cosas inexistentes, pero eso no es magia. Eso es

sólo Washington.

—Tranquilos, gente. Sí, sí, muy inteligente. ¿Y tu punto, Alexander?

—Mi punto es este. En lo mágico, es todo acerca de la manera que las

cosas podrían ser. ¿No? Si sólo las miramos un poco diferente. Y sobre esa

sensación de que todo el mundo ha sido, no sé... repintado. O totalmente al

revés.

—Sigo sin captarte. Por lo tanto...

36 Es una crítica literaria en la que un libro es analizado según su contexto, estilo y merito.

E

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—Por lo tanto, tal vez, Sr. Stone, y lo digo con todo respeto, deberíamos

estar leyendo El Señor de los Anillos. O American God37. Harry Potter. Algo

donde la magia este... bueno, presente.

—Ah. Por supuesto. Harry Potter. Créeme, sé cómo todos se sienten

ante algo más viejo que ustedes, pero establecido y clásico no implica

necesariamente difícil y sin valor.

—Créame, Sr. Stone, lo escucho. Pero, ¿no sería razonable pensar que

si sigue la misma lógica, nuevo y diferente no implica automáticamente

inferior y sin valor?

—Alégrate, Sr. Bainbridge. Vamos a leer El Rey Arturo más adelante. Y

nuestro próximo tema es La Tempestad de Shakespeare. Oh, gente.

Vamos. Se trata de playas y monstruos. Cosas geniales. Simplemente

geniales...

37 Es una novela de Neil Gaiman. El libro fue publicado el 19 de junio de 2001 por Headline en

el Reino Unido y por William Morrow en los Estados Unidos.)

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La Pregunta

Traducido por ♥...Luisa...♥ y rominita2503

Corregido por LuciiTamy

hloe’s estaba lleno, incluso para un sábado. Sadie y yo tuvimos

que conformarnos con una mesa cerca de la parte de

atrás. Sabíamos que Frankie se quejaría, pero no había mucho

que pudiéramos hacer al respecto.

—Queso frito —dijo Sadie, sin molestarse siquiera con el menú—.

Moussaka, tiramisú, y algo con montones y montones de aceitunas.

—Así de mal, ¿eh?

—Hoy —me informó—, me he comido una taza de sopa de miso y tres

hojas de algas tostadas. —Su madre estaba de vuelta—. Ella me peso.

—Oh, Sadie.

—Realmente, me hizo pararme en la balanza en su cuarto de

baño. Después de que ella se pesara en él. —La señora Winslow tiene una de

esas básculas que se ven en los consultorios médicos. Te dice hasta los

gramos.

—Oh, Sadie —Le dije de nuevo.

—Adivina.

—No, no quiero…

—No el mío, tarada. El de ella. —No quería hacer eso tampoco.

—Um. ¿Un veinticinco...? —Sadie resopló.

—Como si...

Es raro verla molesta de esta manera. Cuando Sadie grosera y sin

sentido del humor, es grave. Nunca sé muy bien qué decir para hacerla

sentir mejor, por no hablar de todo. Ese es su dominio.

Gracias a Dios, Frankie llegó justo entonces, una bolsa de papel en su

mano. Se dejó caer en su silla con un resoplido.

—¿Ya que eligieron hasta atrás, no podrían haber conseguido una

mesa en el callejón? —No había visto la cara de Sadie. Bendita ignorancia

momentánea. Sacó un par de clásicos zapatos wingtips de la bolsa y

C

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examino un talón de cerca—. Es bueno —anunció después de un minuto—.

Esquizofrénico, pero bueno, nuestro buen amigo Stavros.

Stavros estaba, por el momento, en algún lugar en los recovecos del

edificio, cocinando. Cuando estoy en Chloe’s, tiendo a no pensar en esas

manos haciendo mi souvlaki y tsatsiki sosteniendo las suelas de los zapatos

de otras personas. Cuando ninguna de las dos dijo nada, Frankie levantó la

mirada. Y suspiró.

—Correcto. —Con los más suaves movimientos, dejó los zapatos

debajo de la mesa y juntó las manos en la cima—. ¿Quién? —Eché la

cabeza hacia Sadie.

—Adivina cuánto pesa mi madre. —lo desafió. Él no se perdía nada.

—Tu madre es una vaca. Una vaca flaca, para estar seguros, pero sin

embargo una vaca. —Eso le valió el fantasma de una sonrisa.

—Cincuenta y tres kilos —dijo Sadie tristemente—. Toda

mojada. Todavía podía ver sus huellas de cuando salió de la ducha. —

Frankie me miró.

—Control de peso —musité.

—Ah. Bueno, ¿Le enviamos una nota anónima que diga que Marino

aquí pesa siete kilos menos que eso?

—Ella es talla extra chica Mi madre es una chica —Ahí nos tenía—. Me

dijo que parezco una patata.

—Eso —Frankie se quebró—, podría ser imperdonable.

—Es cierto.

—¡No lo es! —Más allá del hecho de que, en su chaqueta de tela sin

forma, Sadie realmente parecía un poco como una patata, los dos

odiábamos a su madre muy fuertemente en ese justo momento. Frankie se

inclinó hacia delante y tomó sus manos entre las suyas.

—¿Verdad o Reto?

—Frankie…

—¿Verdad o Reto? —repitió, una orden que, sabíamos, Sadie sería

incapaz de desobedecer.

—Verdad.

—Está bien. ¿Quién murió e hizo a tu madre el árbitro de todo lo que

tiene que ver con nada?

—¿Qué? —Ella parpadeó—. ¿Qué tipo de verdad es eso?

—Una muy importante. —Tiró de ella hasta que quedaron casi nariz

con nariz—. En serio. Por mucho que me duela decirlo, tu madre tiene un

gusto bastante de mierda... —Soltó las manos de Sadie, haciendo comillas

con sus dedos, justo en frente de su cara—. Regalos, hombres, hombres,

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ropa, música, hombres, comida, y crítica constructiva. Todas las cosas que

importan. ¿Fiorella?

—Eres perfecta. —Le dije a Sadie, y hablaba en serio. Ella volvió a

resoplar. Frankie resopló de nuevo.

—Está bien —dijo—. Puede que nunca tomes nuestra palabra para

eso. Pero vamos a dejar una cosa clara, ¿de acuerdo? Los estudios en curso

de la cita de tu madre, muestran que tiene chuecos los dientes, y falso

bronceado.

—¡No es cierto!

—Lo es. Lo cual nos dice todo lo que necesitamos saber acerca de su

gusto. Por lo tanto... ¿Fiorella?

—Eres perfecta —Le dije. Sadie negó con la cabeza, pero estaba

sonriendo.

—Están locos.

—Lo que sea. —Frankie escaneó de pies a cabeza a la Chloe original,

la hija de Stavros. Ella usa labial negro, odia las tablas de espera, y está

haciendo su doctorado en enfermedades infecciosas. Trato de no pensar en

eso cuando me está entregando mi comida.

—Su orden, Srita. Winslow.

—Moussaka —dijo Sadie casi de inmediato. Entonces, un poco triste—.

No. Espera. Brochetas de pollo. Falafel Y una ensalada griega. —Hizo una

pausa, abría y cerraba la boca, y luego añadió—: Extra feta.

—¡Adelante, chica! —Chloe señaló su aprobación con el puño

levantado, y pisando rápidamente hacia la cocina. Sadie suspiró y apoyó la

barbilla en la mano. Su pelo se deslizó hacia adelante sobre su rostro.

—Entonces, ¿por qué todo tiene que ver con la comida?—Me exigió—.

Tu familia está constantemente tratando de alimentarte. La mía de matarme

de hambre. Tu madre —le dijo a Frankie—, le da a cada cena familiar la

importancia de Acción de Gracias. Todo es sobre comida, comida, comida.

—Pero no es así. —No estaba de acuerdo, tratando de no lamentar la

pérdida de la musaka—. La comida es sólo una herramienta conveniente.

—Herramienta conveniente. —Frankie me estaba mirando con la

diversión apenas contenida—. Dilo.

—Mira. Lo que pasa con la comida es que no podemos vivir sin ella,

¿No? Quiero decir, salvo una vida con intravenosa, tenemos que comer.

—Ojalá no lo hiciéramos. —Sadie suspiró—. Cada día, desearía decir

no. Admitir que soy débil, abstenerme, y ser delgada un día a la vez. —Estiré

la mano para apretar la suya.

—¡Oh, Sandie! Creo que dices no con más frecuencia de lo que de

todas formas deberías. Debido a que tus padres te lo dicen. Debido a que

las revistas te lo dicen. Porque es todo sobre el amor o el dinero.

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—Está bien, Fiorella. ¿Has estado bebiendo? —exigió Frankie.

—El amor o el dinero —insistí—. Todo es sobre el amor o el

dinero. ¿Revistas? Todo sobre el gasto de dinero. Champú. Coches. Vestidos

talla dos. Y Sadie dijo: mi familia, la tuya... Quiero decir, Marino no esta

realmente interesado en la comida, se trata de dinero. ¿No? Y la mamá de

Frankie trata de hacer que sus hijos se queden quietos para que ella pueda

amarlos.

—Estoy intrigado. —Frankie se cruzó de brazos—. No puedo esperar

hasta que le expliques a Sadie cómo su madre a lo Joan Crawford38 se

ajusta a la teoría.

—Si la comida es amor, estoy jodida. —Estuvo de acuerdo Sadie.

—Demasiado rica o demasiado delgada. —Suspiré—. Alguien famoso

dijo eso. Nunca puedes ser demasiado rica, ni demasiado delgada.

—La duquesa de Windsor. —Frankie inclinó su cabeza, pensativo—.

Puedes estar en algo. El rey Inglés renunció al trono para estar con ella. Perra

flacucha. Muy parecido a tu madre allí, Sadie.

—¿Así que estás diciendo que mi madre piensa que nadie me va a

querer si no estoy flaca?

—No. —Él puso su mano sobre la mía, y sobre la de ella—. En realidad

no. Ella no puede imaginar cómo alguien podría amarla si no lo fuera. —

Sadie nos dio miradas cariñosas, y un tanto exasperadas.

—Estás loco. El amor o el dinero. Nada es tan simple. —Claro que lo es.

—Por lo tanto, Fiorella la Sabia. Hora de la Verdad. —Esta es la

variación de Frankie en Verdad o Reto, donde llega a preguntar y responder.

Ni Sadie ni yo hemos estado tan enamoradas de un Inicio de Verdades

como él—. ¿Lista?

—Está bien. —dije de mala gana. Es mejor simplemente acabar de una

vez.

—Así que, si todo es el amor o el dinero, ¿qué es Alex Bainbridge? —

Parpadeé.

—¿Qué?

—Es un pedazo de mierda, Ella. Mira a través de ti como si fueras un

fantasma, pero tú todavía tienes una cosa por él.

—Yo no…

—Ni te atrevas. Has pasado toda la semana esperándolo. Entonces,

¿qué es? Realmente me gustaría saber. ¿Amor o dinero?

—¡No he estado esperando por él! —Repliqué. Ah, pero lo hacía, en

cada pasillo, en el almuerzo, cuando me sentaba en el borde de la clase de

38 Fue una actriz estadounidense. Fue una de las pocas superestrellas de la época muda en

adaptarse al cine sonoro en Hollywood.

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Inglés—. Y si lo hago, es sólo para poder mirar hacia otro lado en primer

lugar. —Frankie puso los ojos en blanco.

—¿Te consigo un cubo de agua?

—¿Por qué?

—Tus pantalones están en llamas. —De hecho, miré mi regazo.

—¡Oh, muy divertido! —Le disparé a Sadie una mirada cuando ella se

río.

—Escucha, Mentirosa-Mentirosa, lo prometiste. Basta con Alex

Bainbridge.

El juego de la verdad no es para estar cómodo, lo sé. Frankie también

lo sabe, y por un segundo pequeño, pequeñito, yo lo odiaba sólo un poquito

por saber dónde meter el alfiler. Lo fulminé con la mirada.

—¿Cómo pasó esto de ser sobre la mamá de Sadie a un asalto a mi

honestidad, eh? —Se encogió de hombros.

—Te amo, Fiorella. No tenemos nada de dinero, cariño. Pero tenemos

amor. —Nunca he sido capaz de odiar a Frankie por más de un segundo.

—Cristo. ¿Quién murió? —Todos nos sobresaltamos un poco. Daniel

Hobbes estaba allí, junto a la mesa, cerniéndose sobre nosotros, y nadie lo

había visto llegar. Sadie rápidamente se fue con sus ojos abiertos y

siguió. Frankie sonrió.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Con la misma gracia felina que me

sobrecoge de Frankie, Daniel enganchó una silla y se deslizó en ella, todo sin

mirar, como si no hubiera movido un músculo.

—Ax fue arrestado y, sin nuestro guitarrista, no hay ninguna

sesión. Estaba en mi camino a casa y pensé que estarías aquí. Parecía un

buen lugar para comer como cualquier otro, aunque la compañía podría

dejar mucho que desear. Son un trio bastante aburrido.

—¿Quién te preguntó? —Frankie disparó de nuevo—. Puedes tomar tú

no invitación y tu lamentable cara de culo y esas cosas y meterlo en otros

lugares—Puede ser vertiginoso el afecto que Frankie y Daniel se aventuraban

el uno al otro. Las pocas veces que he estado en presencia de Daniel, le he

oído decir tal vez dos cosas buenas a su hermano. Pero nunca se me ocurrió

por un segundo que fueran fieras, inquebrantables, y completamente

correspondidas.

La gente asume que son gemelos idénticos. —Son los ojos. —decía

Frankie, tirando dardos afilados. Bien, así que más allá del hecho de que él

está convencido de que el mundo no asiático piensa que todos ellos son

iguales, las diferencias son más sutiles. O lo serían, si no fuera por la tinta y

accesorios. Tienen los mismos pómulos asesinos y el pelo negro espeso y

resbaladizo que requiere una cantidad impresionante de gel Hollywood, la

misma boca esculpida. Daniel es más alto, pero a Frankie le gusta el gel, por

lo que agrega unos dos centímetros de pelo. Frankie parece que podría

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romper tu corazón un poco. Daniel parece que podría rasgarlo de tu pecho,

aún latiendo, y morderlo.

—Entonces, ¿Por qué tienes que venir aquí para conseguir una

cerveza? —Las palabras seguían pendiendo sobre su cabeza como una

burbuja de dibujos animados cuando Chloe apareció. Nuestra comida no

estaba a la vista. En realidad, ella bateo sus pestañas hacia él.

—Una cerveza de barril —ordenó. La vi vacilar, dar un paso atrás y

luego hacia delante otra vez. Era un baile que había visto hacer a

camareras con Daniel antes. Identificación o no identificación, ¿valía la

pena arriesgarse a tener su desaprobación? O, en este caso, ¿la licencia de

licor de Stavros? Vi su silenciosa batalla con temor. Daniel esperó,

pacientemente, dándole a Chloe una media sonrisa que no fue una

expresión amable, mostrando los colmillos, que son ligeramente más largos

que los dientes de ambos lados. Lo hace parecer aún más felino que en lo

que realidad parece.

—Oh, adelante. Pídele la identificación —dijo Frankie con cansancio—.

No le importa.

—No, no. Está bien. Estaré de vuelta... —Y se había ido. Daniel enseñó

más dientes.

—Bien, hermano.

—¿Qué? Estás repugnantemente orgulloso de esa ID. —Daniel se echó

a reír.

—Lo estoy —admitió—. Lo estoy totalmente.

Empujó sus mangas, mostrando varias pulseras de cuero fino y la punta

de color rojo y negro de una cola de dragón justo por encima de su codo

derecho. En realidad, nunca he visto la cabeza. Esta en la espalda de

Daniel, Frankie nos dijo una vez, entre los omóplatos.

—Por lo tanto, mis niños, ¿Qué pasa?

—Estamos tratando de averiguar cómo hacerle una extracción de

malos gustos masculinos a la cabeza de Ella. —explicó Frankie.

—Mátalo —dijo Daniel casualmente—, así ya no tendría que pensar en

él, pero no dejes que ella esté cerca, ya que puede atravesarse entre la bala

y su amado y morir también. Eso sería una vergüenza.

Esta es la cosa acerca de Daniel. Siempre me ha asustado un

poco. No me molesto en intentar ocultar la cicatriz, estoy convencida de

que puede verla a través de la ropa. No es que me mire con lascivia. No es

un lascivo. Él tiene dos expresiones faciales: frío y divertido. También tiene un

segundo tatuaje, en el interior de su muñeca izquierda, que se ve

exactamente igual que cómo esperarías que se viera la marca de una

pandilla. Frankie nunca ha dicho una palabra acerca de ese tatuaje. O

mucho acerca de los amigos de su hermano. Quiénes tienen nombres como

Ax y pasan tiempo bajo custodia policial.

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Aquí hay otra cosa acerca de Daniel. Fascina por completo a

Sadie. Ella se inclinaba hacia delante, la boca un poco abierta, observando

cada movimiento que hacía.

Chloe estaba de vuelta con su cerveza en un pestañeo. Él lo aceptó

con una sonrisa lenta, más amplia que la que tenía, buscando un poco

aturdirla, mientras ella acortaba la distancia entre las mesas. Tomó un largo

trago y movió la cabeza. —Hombre, que buen lugar.

En el escenario, una chica flaca cantaba a su manera "Hey There

Delilah".

—Linda puerta, Ella.

Miré de nuevo a Daniel. Hizo un gesto hacia mi regazo.

—Oh. —Dibujo en mis pantalones, cuando no tengo papel. Mi autobús

se había quedado atascado detrás de un camión de basura, justo en frente

de una iglesia antigua—. Gracias. —No estaba segura de cómo me sentía

acerca de Daniel mirando mi muslo, aunque había reconocido el boceto

por lo que era.

—Aquí. —De repente, él tenía una bota en el peldaño de la silla, las

piernas abiertas, una apretada contra la mía—. Dibuja algo.

—Oh, por favor —murmuró Frankie de su otro lado.

Negué con la cabeza. —No tengo un lápiz.

Sadie rápidamente desapareció debajo de la mesa. Podía oír el ruido

metálico de la Marc Jacobs con asas de cadena y tenía un presentimiento

de que en un segundo le preguntaría: —¿Tinta azul o negra?

—No te atrevas, Sadie —dijo Frankie alegremente—. Ella no quiere

escribir en la entrepierna de mi hermano.

Es cierto que no quería. Excepto que ya había tenido la visión más

clara de cómo se vería un pequeño portal italiano endiablado en el

degastado vaquero...

—Muy bien —dijo Daniel, deslizando el pie de mi silla. Pero en realidad

parecía decepcionado. Por un segundo, de todos modos—. ¿Supongo que

hay comida viniendo?

—La hay —respondió Frankie—. Estoy seguro de que llegará un infierno

mucho más rápido si tú haces tu cosa de chico vampiro con Chloe otra vez.

—Tsk, tsk. Los celos.

Se enseñaron los dientes el uno al otro. Fue aterradoramente bonito.

—¿Qué ordenaste? —preguntó Daniel.

Frankie le dijo—: Aún no lo he hecho. Estaba a punto de hacerlo. —

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Su hermano echó un vistazo a la habitación buscando a Chloe. Ella ya

estaba en camino otra vez. —Spanakopita39. —le gritó a ella—. Calabacín

frito. Y un pedazo de ti. —Rió y se dirigió a la cocina, haciendo caso omiso de

una docena de manos que se movían y varios molestos—. Listo.

Frankie rodó los ojos. Daniel se echó a reír y tomo la mitad de su

cerveza. Al otro lado de la mesa, Sadie estaba encorvada en su chaqueta,

viéndose desinflada.

La chica que cantaba terminó con aplausos corteses. Un pálido cliente

habitual, con barba de chivo tomó su lugar y se lanzó con "Buffalo Soldier".

Daniel se levantó y se cernió sobre Sadie. —¿Cantas?

—¿Lo siento?

—¿Quieres. Cantar. Conmigo?

Durante una cuenta de cinco, no pasó nada. Entonces, miles de

alhelíes tristes en un millar de danzas fuertes fueron redimidos en ese

momento. Sadie positivamente se ilumino.

—Sí —dijo, sentada con la espalda recta—, quiero.

—Está bien. —Comenzó a ir hacia el escenario—. Quítate la chaqueta.

Ella hizo una pausa a mitad de camino de su asiento. —¿Qué?

—La chaqueta —dijo sobre su hombro—. Está malditamente fea.

Vi como Sadie se congeló.

—Vamos, Sadie. Estoy envejeciendo aquí.

Sadie se deslizó la chaqueta por los hombros. Se quedó en sus codos

un segundo, luego lo dejó caer en la silla. Debajo, llevaba pantalones

vaqueros y un suéter de cachemira de color rojo. Se veía aterrorizada,

mortificada, y muy bien.

—Excelente —dijo Daniel—. Vamos.

Ella se dobló un poco, pero después se marchó. Frankie agarró la

cerveza de Daniel y tomó un sorbo. Arrugó la nariz y la deslizó de nuevo

donde había estado. Ninguno de nosotros consume alcohol, en realidad,

pero de vez en cuando, Sadie toma una botella de champán de los muchos

envases de su madre. Frankie no rechaza las cosas caras. Toma un sorbo con

gozo reverente, y luego, inevitablemente, tiene un momento Fred Astaire o,

Frank Sinatra. Mi favorita es "The Way You Look Tonight". A Sadie le gusta

"Someone to Watch Over Me".

—Él le sacó su chaqueta. En menos de diez segundos. —Frankie

sacudió la cabeza—. Que Dios la ayude si él intenta sacarle otra cosa.

—Oh, no. Él no lo haría... Tú no se lo permitirías...

39 Spanakopita es un pastel salado griego relleno de espinaca troceada, queso feta (a

veces mezclado con ricota, que es más barato), cebolla o cebolleta, huevo y condimentos

varios.

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—Para que conste, yo estaba bromeando. Pero trata de darles solo un

poco de crédito, si quisieras, por favor.

Mientras él y Sadie esperaban su turno, unas veinte miradas femeninas

se pegaron a Daniel. Yo sospechaba que los chicos lo miraban, también, no

importa lo bien que me parecía que Sadie se veía.

—Sin embargo, contesta la pregunta... —continuó Frankie, llegando a

tocar mi muñeca—, La verdad: ¿Qué pasa con los chicos que son malos

para ti? ¿Eh? Y no me refiero sólo a ti. Me refiero a todas las chicas de otro

modo inteligentes, que han deseado a un hombre que sólo las usa y después

las tira, o incluso que no llama cuando dice que lo hará. Es alucinante.

—De acuerdo. San Francisco —le respondí a esto—. Quien tiene un

excelente historial con...

—¡Ah! Cuidado —Frankie me advirtió, entrecerró los ojos, dándome la

mano—. Es posible que desees pensar antes de terminar la frase. Yo podré

no haber encontrado al hombre perfecto, pero nunca, jamás, iría por el Sr.

Que-hay-en-tu-pensamiento.

—Ay. ¡Caliente, caliente, caliente! —Un humeante plato fuerte

remplazó a la cara de Frankie en mi línea de visión. Chloe golpeó la

calabaza frita sobre la mesa, siguiendo con la spanakopita. Luego se

examinó las manos vacías y rosadas con gravedad—. ¿Algo más?

—¿Los kebabs40 de pollo? —dijo Frankie—. Ensalada. Falafel41.

—Oh. Sí. —Chloe miró la silla vacía de Daniel. Suspiró—. Correcto. —Le

dio a Frankie una palmadita distraída en el hombro y se alejó.

—¿Y bien? —exigió.

Cogí una servilleta de papel arrugada y la agite en señal de

rendición. —Tengo hambre.

Me dirigió una larga mirada, y luego cogió un trozo de calabacín. —

Ay... Caliente. —Conozco a Frankie, yo sabía que era un alivio

temporal. Hubo un chillido desde el micrófono—. Si ellos cantan “Endless

Love” o “No Air”, estoy renegando de los dos.

No lo hicieron. Cantaron "I Got You, Babe" y fue increíble. Daniel

mantuvo sus ojos en Sadie casi todo el tiempo, como si le estuviera cantando

sólo a ella. Y, a diferencia de Frankie, Daniel puede cantar. Para las primeras

líneas, Sadie mantenía la boca abajo, oculta por su cabello extrañamente

elegante y pesado. Entonces, el corazón fabuloso de Sadie, entró en acción

y se enfrentó a él, barbilla arriba, y le correspondió nota por nota.

El aplauso fue atronador. Y pasaron unos buenos minutos antes que

nadie se atreviera a subir al escenario.

40 Kebab o döner kebab significa "carne a la parrilla" en persa. 41 Faláfel o falafel es una croqueta de garbanzos o habas cuyo origen se remonta a los

tiempos de la Biblia y se originó en algún lugar del subcontinente indio.

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Los aplausos los siguieron, de vuelta a nuestra mesa, en el culo del

mundo. En lugar de caminar delante de ella en esta ocasión, Daniel dejo ir a

Sadie primero. Uno de sus brazos en su hombre, pero sin tocarle la espalda,

protegiéndola de sus ávidos fans. Él se las arregló para verse bien y un poco

divertido, como era su costumbre. En el momento que Sadie llegó a la mesa,

se había replegado un poco. Pero estaba sonriendo, y dejó su chaqueta

fuera y mantuvo algo del brillo, incluso cuando una modelo con cara de

palote se movió hasta la mesa y le susurró a Daniel, hasta que él se fue con

ella. Ellos cantaron "No Air".

Frankie se quedó fuera del escenario por una vez, aún cuando Daniel

lo abandonó por la comida. —Sé cuándo quedarme sentado —dijo Frankie,

agitando un tenedor cargado de pollo, por primera vez en la dirección de su

hermano y luego hacia la habitación—. Esta noche voy a dejarlos que vean

y anhelen.

Mantuve mi cabeza abajo y mi boca llena. No quería los agudos ojos

de Frankie y su lengua centradas en mí más de lo necesario. Era mucho más

fácil con Daniel ocupando la mitad de los alimentos y la mayor parte del

aire.

—¿Que hay con Ella? —Se preguntó, cuando todo se había ido,

excepto la guarnición de perejil—. ¿Cuándo vamos a tener el placer de sus

estilos vocales?

—Yo no canto.

—Quieres decir que no quieres cantar —corrigió Sadie. Traté de ser

caritativa con su traición, se pone descerebrada alrededor de Daniel—. Ella

canta muy bien.

—Estoy seguro de que lo hace. —Daniel apuntó con el vaso de

cerveza en mi dirección—. De hecho, apuesto a que podría matar

totalmente "Don´t Stop Believin". —Una canción que es en realidad uno de

mis placeres culpables. Creo que probablemente lo sabía. Luego, me

susurró—: Cobarde.

En otra historia, la pequeña heroína valiente habría golpeado la mesa

con ambas manos, haciéndola tambalearse un poco. A continuación,

habría levantado las dos manos, arrancado la bufanda larga de su cuello, la

barbilla alta y la cicatriz, en el centro de atención, se encaminaría hacia el

estrado, daría un salto, y asesinaría a la audiencia con su versión perfecta de

"Respect". O tal vez " Single Ladies ", por pura satisfacción.

En esta versión, le di a Daniel lo que yo esperaba fuera una mirada

asesina y me puse a doblar mi servilleta.

Él fue, como es lógico, imperturbable. —¿Puedo hacerte una

pregunta?

Suspiré. —¿Mi respuesta a esa pregunta haría alguna diferencia?

—Nada en absoluto.

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—Está bien —me quejé—. Pregunta. —No tenía que responder. No era

mi Verdad.

—¿Por qué hay carreteras interestatales en Hawai?

Lo miré boquiabierta. —¿Esa es tu pregunta?

—No. —Se inclinó hacia atrás en su silla, apoyando un pie en la otra

rodilla—. Esa es una pregunta. Mi pregunta es la siguiente: ¿Cuál es la única

cosa que deberías preguntarte, antes de involucrarte con alguien?

—¿En serio?

—¿Me veo serio?

Tal vez no serio, pero vagamente mortal. Sin embargo, era una

pregunta muy interesante, sobre todo viniendo de Daniel Hobbes. Pensé por

un segundo. —¿Va a hacerme feliz?

—¿Tú crees? —preguntó Daniel, luego se estiró y se puso de pie—. Me

voy de aquí. ¿Quién viene?

Nos llevó a casa en su jeep destartalado. Olía a humo y a canela,

incluso con el agujero, del tamaño de un plato, en la parte posterior, que

permitía pasar ráfagas constantes de aire frío. Daniel y Frankie van

escuchando Be Cruel, la banda de ska que toca covers de Elvis, que Frankie

ama y Daniel tolera. Tenía la esperanza de que fueran capaces de

convencer a Sadie de que vaya con ellos. Yo no tenia ganas. Había tenido

suficientes covers mediocres para una noche, y más que suficiente de Daniel

y sus feromonas embrutecedoras.

Condujo con una mano en la parte inferior del volante y la otra

buscando a través de una pila de CD etiquetados a mano. A mi lado, en la

parte trasera, Frankie tenía su sombrero de Panamá sobre la frente,

deliberadamente sin mirar. En frente, Sadie estaba teniendo un gran

momento de antaño. Daniel encontró algo que le gustaba y lo metió en el

reproductor, que enseguida lo escupió hacia afuera. —Pon tu mano aquí —

le dijo, guiándola—. Sostenlo hasta que arranque. —Ella lo hizo, lo hizo, y una

guitarra llorando empezó a competir con el viento y el motor.

—Marmot de Genghis Khan —gritó a Daniel sobre el ruido—. Estarán

tocando en la Granja el próximo sábado. Deberías venir. Sería, y lo digo con

todo respeto, bueno para ti.

Ninguno de nosotros ha mencionado que el siguiente fin de semana,

estaríamos ocupados. Todos lo sabíamos. Y de, todos modos, Daniel

probablemente también lo sabía por Frankie.

Mi reloj marcaba las 1:10 cuando encendí la luz en mi

habitación. Estaba tranquila por llegar a casa tarde, pero no demasiado

tranquila. Sabía que mi padre estaría medio despierto,

escuchándome. Estaba siempre cansado después de un sábado por la

noche en el restaurante, pero, en realidad, no iba a dormir hasta que

estuviese seguro de que estaba en casa.

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Mi ropa olía a pollo asado y cera de zapatos. Los puse en mi cesto,

saqué una camiseta de chef de primera, regalo del tío Ricky, para dormir y

saqué mi disfraz de confianza de la parte trasera de mi armario. Lo haría. La

sangre pintada parecía lo suficientemente fresca como para la novia de

Davy Jones. A decir verdad, parecía mucho mejor para mí que cuando

había llegado, prístino, dos años antes. —Destrózalo. Píntalo. ¡Llévalo a su

funeral! —Mi prima Alyssa replicó cuando tiró el vestido, brillante y

perfectamente conservado en su bolsa de transporte, en el suelo, al lado de

mi cama—. Solo no dejes que un hombre te prometa una maldita cosa

cuando lo lleves puesto. ¿Lo juras?

Le juré. Entonces lo rayé, lo pinté y lo usé en el Baile de Otoño.

Había decidido no ir a éste en un primer momento. Pensé que no

podía soportarlo, las sirenas ondulantes y sus socios de piratas

borrachos. Pensé que no sería capaz de sentarme con Sadie y Frankie y mirar

a Alex bailando con Amanda, sus conchas aplastadas contra su pecho, sus

manos sobre su cola de lentejuelas.

Había cambiado de opinión, en algún momento, en el medio del lugar

de Chloe. Triste, podía admitirlo, incluso asustada. No estaba dispuesta a

sucumbir a la cobardía.

El vestido de novia rallado era pesado en mis manos. Pensé que podría

añadir un anclaje de papel y una cadena este año, tal vez unas pocas

estrellas de mar marchitas. Las perlas negras habrían sido un buen detalle,

pero las perlas en la casa sólo estaban en la gargantilla de boda de

mamá. Ha habido más perlas, falsas, en el spray de encaje vertical que

había sobre su velo. Más aún, cosidas en sus guantes de encaje, sin

dedos. No es culpa de ella, pensé que cada vez que pasaba la fotografía

de su boda en la sala de estar. Eran los años ochenta.

—¡Oh, ese vestido!

Mi abuela estaba en mi puerta, en la óptica de un peludo traje de

leopardo. No era su estilo, pero un vistazo en la vidriera de Victoria's Secret y

ella se había enamorado. Fue, según ella, exactamente el traje que Robert

De Niro se había puesto en el ring de boxeo en Raging Bull.

—Hola, Nonna. ¿Te desperté?

—Oh, no. Estaba viendo a Steven Tyler en el Saturday Night Live. —Se

dirigió a mi habitación, dando al vestido el mal de ojo—. Mala suerte, eso.

—Sólo para Alyssa.

—Hmph. ¿Tú tienes otra fiesta?

—El Baile de Otoño —le dije—. Nuestro baile de Halloween.

—Ah. ¿Tienes un muchacho con quien ir?

—Por supuesto. Frankie.

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Suspiró y se sentó en el borde de mi cama. Sus pies colgaban unos

quince centímetros del suelo. —Me gusta tu Frankie, pero no va a hacer

lindos bambini42 con usted.

—Nonna…

—Bueno, ¿es verdad? No. —Se inclinó hacia adelante—. Ahora, ese

chico con voz agradable y la madre huesuda. Él podría hacerlo.

Suspiré. —Podría hacer un montón de cosas, Nonna. —No soy uno de

ellos—. Bailar conmigo, no es uno de ellas.

—A él le gustaba mi pane43.

—Así es. A él le gusto.

—Y tú. Le gustas.

—Nop. Eso no es así.

—Hmph. Tienes todas las respuestas acerca de los muchachos.

Eso me hizo sonreír. —Al parecer, ni siquiera sé las preguntas correctas.

—¿Quién lo hace? Incluso los reyes no saben las preguntas

correctas. Eh, ¿sabías que hay una historia de amor entre un rey y una reina

en tu historia? Aquí. —Ella dio unas palmaditas en la cama. —Sube,

cucciola44. Yo te la contaré.

42 Niño en italiano. 43 Pan en italiano. 44 Cachorra en italiano.

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El Cuento

Traducido por Annaiss

Corregido por LuciiTamy

sto, bellissima —comenzó Nonna—, es una historia de amor

verdadero…

—Los Costas, nosotros hemos nacido del mar y muy orgullosos,

muy orgullosos. De padre a hijo, construyeron sus barcos y

siguieron a los peces. Mi bisnonno45, el padre de mi nonno46, es el más

orgulloso de todos. Él es el único hijo de una madre viuda del rey del mar.

Pero él es… ppfftt… —Nonna dejó escapar un suspiro y agitó sus dedos sobre

su cabeza—. Basso47. Piccolo48. Cuando era joven, sus tíos y primos tenían

miedo de llevarlo a bordo. Pensaban que la más pequeña de las olas o los

más grandes tono… tono… ¿Qué es?

—Atún.

—Si. Palabra tonta. Un atún lo volcaría del bote. Pero nadie lo hace

menos. Ah, te ríes, ríete. Vamos, ríete. No son mucho más grandes que él. Él

es tan pequeño, pero está orgulloso, porque sus velas del barco son más

altas que las olas y pronto traerá la mayoría de los peces. Como el oro, que

lo hace rico. Y cuando un hombre se hace rico, tiene que pensar en el

matrimonio, o las mamás del pueblo pensaron en ello por él. ¿Capisci49?

Sonreí. —Sí, lo entiendo. “Es una verdad universalmente reconocida

que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna debe estar en

busca de esposa”.

—¡Ah, si! —Nonna asintió con la cabeza, encantada—. Austen. Tan

inteligente.

—¿Usted conoce Orgullo y prejuicio? —Pregunté. Me jaló la oreja—.

¡Ay!

—¿Crees que eres la única que tienes cerebro en esta familia? ¿Eh?

Ah, Darcy. Mi bisnonno es tan hombre… Bien, ríete de nuevo. No es tan

guapo, yo pienso, sino simplemente orgulloso. Se pavonea por la plaza con

sus zapatos nuevos. Se compra un carruaje. Pero él también les da a los

45 Bisabuelo 46 Abuelo 47 Bajo 48 Pequeño 49 ¿Entiendes?

E

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pobres, a la iglesia, también. Él es amable con sus hermanas; es un amigo

para muchos. Él es raffinato50, un caballero. ¿Y la chica que él elije? ¿Hmm?

¿Hmm?

—No sé, Nonna. ¿Elizabeth Benedetto?

—¡Ah! —Nonna dio una palmada contra su rodilla. Rebotó

silenciosamente sobre su felpa de leopardo—. Elisabetta. Elisabetta, hija de

un hombre que trabaja en otro barco. Elisabetta quien tiene muchas

hermanas y quien está destinada a la iglesia si no se casa. No recuerdo el

apellido de su familia, si es que alguna vez lo supe. Tal vez Benedetto. ¿Por

qué no? Bueno, no importa. Lo que importa es que nadie entiende por qué

Miguel Ángel Costa elige a esta chica. Nadie puede… oh, la palabra… para

hablar de alguien: descrivere.

—¿Describir?

—Si. Describir. Nadie puede describirla. Pequeña, ellos piensan. Café,

tal vez. Tal vez no tan bonita, pero no fea. Sólo una chica. Se sienta en el

dique remendando redes que su familia no posee. Ella es rara, también, sus

vecinos piensan. Piensan que es ella quien deja algunas conchas y piedras

lisas cuando ha terminado con las redes, ¿Por qué a ella? ¿Por qué esta rara,

una don nadie en un vestido feo y con pies sucios?

«Miguel Ángel le envía regalos con sus primas. Un camafeo, pañuelos

de seda, un buen par de guantes. Otra vez, la risa. En ese entonces, no te

reirías por el regalo de los guantes, piccola. Oh, ustedes, chicas ahora. ¿Qué

quieren? ¿Correos electrónicos y ePods?

—Es iPod, Nonna.

—Como sea. Ves, esa es una palabra que conozco. Ahora, Elisabetta

devuelve los pequeños regalos. Así que mi bisnonno envía regalos más

grandes: perlas, metros de tela de seda, un caballo. Esos, también, ella no

aceptará. Y la gente comienza a mirar y preguntar: ¿Quién es ella, esta don

nadie, para negarse? Sin dinero, sin belleza, ni un apellido de familia. Eres

una tonta, le dicen. Acepta. ¡Acepta!

«Y mi orgulloso bisnonno no entiende. Él puede tener a cualquier chica

de la ciudad. Así que otra vez, recoge los regalos y se los queda, y la buscan

en el caballo. Pero Elisabetta no puede ser encontrada. No está en la casa

de su padre o en la plaza o en el malecón. Miguel Ángel teme que se haya

ido al convento. Pero no. Mientras se para en el malecón, un ave marina,

una gaviota, se posa en su hombre y le dice…

—Nonna…

—¡Shh! El pájaro le dice que siga al delfino… ¿dolfin? ¡Delfín! Así que él

mira, y allí, un delfín con su cabeza sobre el agua le dice: “¡Sígueme!”

«Así que lo sigue, el saco de regalos pare Elisabetta en su espalda,

como un vendedor ambulante, el caballo detrás de él. El delfín lo lleva

50 Refinado

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alrededor de la bahía hasta una playa, y ahí está Elisabetta, su viejo vestido

cubierto de arena, sus pies descalzos, sólo dibujando círculos en la arena. Ella

comienza a correr, pero Miguel Ángel le llama. “¿Por qué?” Le pregunta.

“¿Por qué se esconde? ¿Por qué no acepta mis regalos?” ¿Y ella dice…?

Había estado luchando para retener un bostezo durante un tiempo. —

No tengo idea. “¿Estoy enamorada de otra persona?”

Nonna resopló lo suficientemente como para sacudir el colchón. —

¿Con quién? No hay nadie como Miguel Ángel. ¡Él es el rey del mar!

¿Enamorada de alguien más? Bah.

—Está bien. Muy bien. Díme lo que ella dijo.

Nonna se inclinó hacia mí, sus ojos brillantes. —Ella le dice: “Usted no

me ve.” Y mi bisnonno, dice: “¡Por supuesto que la veo! Cada día la veo por

el dique. La veo en mi mente, también, en las perlas y pieles y sedas. Así que,

aquí, aquí le ofrezco éstas cosas.” ¿Y ella dice…?

—“¿Gracias?”

—¡Per carita51!

—“No, ¿gracias?”

—Ah, Fiorella. ¡Creo que usted no es la hija de mi hijo! Rifletti52. Use su

cerebro bien.

—Nonna…

—Ella dice: “¡Usted no me ve!” Y ella lo aleja.

No estaba segura de sí entendía su punto. Una chica normal con ropa

andrajosa que va a acabar de monja si no se casa. A lo largo viene un tipo

decente con dinero, prometiéndole que la llevará lejos de todo… ¿Qué no

era ahí cuando terminaba con un Y Vivieron Felices Para Siempre?

—Así que… —Nonna metió cada una de sus manos en las mangas de

su bata de leopardo—, Miguel Ángel, se va. Por días y noches se mantiene

alejado de Elisabetta. Las otras chicas, las chicas más lindas, tienen

esperanza de nuevo. Y luego, ahí va una vez más, llevando sólo su nonno de

cristal viejo —su telescopio— y una bolsa de higos. Estos los pone a sus pies.

“La veo,” le dice. “Cada día, durante meses, la veo. La veo. Donde usted se

sienta, el mar está en calma y los delfines nadan cerca de usted. Veo que su

red remendada parece un encaje de una dama. La veo bailar bajo la lluvia

antes de correr a casa. Veo el mosaico que deja disperso para rehacerlo

una y otra vez, piu bella que el oro y perlas. Usted es piu bella que cualquier

otra reina del mar.

«“Usted no necesita de seda o perlas. Ya lo veo. Pero son de usted si

así lo desea. Soy suyo si así lo quiere. Si le gusta lo que ve.” Él le da el cristal.

Ella lo toma. Luego pregunta: “¿Qué pasa con los higos?” Mi bisnonno se ríe.

51 Por caridad 52 Reflexiona

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“Puede que tome tiempo para que usted se dé cuenta si le gusto. Traje el

almuerzo.”

Nonna se golpeó la rodilla de nuevo, claramente encantada con el

humor de Miguel Ángel.

Me tragué otro bostezo. —Si, Nonna. Es una buena historia. —No me

pude resistir—. Pero… ¿una gaviota hablando? ¿Un delfín de guía? Eso como

que se pasa de la verdad, ¿no le parece?

Nonna se encogió de hombros. —Toda la verdad, no toda la verdad,

¿realmente importa? Mi nonno, Guillermo, vino a Miguel Ángel y Elisabetta, y

después a mi papá Euplio a él, luego a mí, a tu padre, a ti. —Ella puso sus

pies en el suelo. Después me pellizcó la mejilla. Duro—. Buona notte53,

bellissima.

—Está bien, Nonna. —Bostecé y tiré de la manta hacia arriba. Dibujé

patrones abstractos de remolino por todas partes cuando redecoré mi

habitación. Eran un poco ópticos cuando estaba cansada—. Buona notte.

Mientras me quedaba dormida, la oí rebuscar entre mi armario de

ropa al lado de mi puerta. Reorganizando de nuevo, pensé. Ella hace eso

cuando mamá no puede verla. Ambas doblan las cosas completamente

diferentes.

53 Buenas noches

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El Foso

Traducido por Annaiss

Corregido por Deydra Ann

o hay muchos salones de clase en el sótano de la escuela. La

mayor parte de éste es para el almacenamiento y las

utilidades. En cuanto a uso de los estudiantes, el cuarto oscuro

está allá abajo, junto con el anuario y periódico escolar.

Lugares que no requieren de mucha luz o son utilizados por los estudiantes,

que son tan felices de estar allí, que nos les importa. La única iluminación

proviene de las luces fluorescentes y lo que se filtra desde el pasillo, a través

las puertas. Por lo general, me lleva casi diez minutos en Francés perder mi

concentración por completo.

Esta vez, me tomó menos. Estábamos aprendiendo el tiempo pasado

imperfecto, el cual, además de ser completamente incomprensible, en

teoría describe una acción la cual fue incompleta, insatisfactoria, o se repite

una y otra vez.

Era yo, Sadie, y Frankie, en versión europea.

—Ah, si j’étais riche! —Mademoiselle Winslow (prima lejana de Sadie,

descendiente directo de Abigail y John Adams, que se parece a un Bulldog

francés) recitó—.: ¡Si tan sólo fuera rica!

—Nous croyions aux contes de fées. —Creíamos en los cuentos de

hadas.

—Vous cherchiez… —Usted está buscando…

Para cuando ella tiene a todos en el proceso de arrivaient en alguna

parte, yo estaba en otro lugar por completo. Algún elfo malévolo de la

oficina había arreglado mi horario para este trimestre. En realidad,

probablemente era sólo el subalterno de oficinas, que no escuchaba

campanas, silbatos o el estruendo de una caja registradora ante el nombre

de Marino. Para darme Inglés, con todos los Fillites, después de que acababa

de almorzar en la Mesa 12 —y Francés antes del almuerzo, cuando me

estaba muriendo de hambre, era un poco malvado, por lo que a mí

respecta. Ante el creíamos en los cuentos de hadas, había pensando

rápidamente en su bolsa de higos.

N

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—¿Mademoiselle Marino?

No registré que las palabras se referían a mí, hasta que el Chico Abeja,

detrás de mí, resopló y pateó la parte detrás de mi silla.

—¡Ella!

—Oui, mademoiselle?54

—Dormez vous?55

—Ah… oui?56

Hubo una oleada de risas en el aula. Mademoiselle Winslow cruzó los

brazos sobre su pecho. Tenía un barco de vela en la parte delantera de su

suéter. —D’accord. D’accord. Avez-vous de bons rêves?57

Me tomó un segundo. Después sentí la sangre atacando mi cara. —No.

Non. Digo. No estaba soñando… revoluciones.

Algunas personas ni siquiera se molestaban en amortiguar su risa para

ese entonces. La boca de Mademoiselle Winslow se adelgazó, dándole un

aspecto más de rana que de perro. —Vous me parlerez après la classe —

espetó—. Compris?58

Lo entendí. Apenas. Me iba a quedar después de clase.

Le tomó un tiempo llegar a mí. Esperé miserablemente en mi asiento

mientras que la corriente de estudiantes de primer año, todos los cuales eran

más competentes que yo en el idioma, decían sus au revoirs 59y aceptaban

sus bien faits60. No creo que haya recibido un “bien hecho” por un profesor

de francés. Arte, absolutamente. Matemáticas y ciencia, a veces. Inglés, por

supuesto, antes del Sr. Stone.

—Así que, Ella —Mademoiselle Winslow se dejó caer pesadamente en

la mesa junto a mí—. Así, así. —La historia es que ella vivió en París un año

entre Vassar y viniendo a trabajar a Willing. Aparentemente, cogió el hábito

francés de repetir las palabras de allí, y se ha aferrado a él con fuerza desde

entonces—. ¿Qué vamos a hacer contigo?

Sentí sonrojarme nuevamente. —Lo siento mucho, Mademoiselle.

Tengo cosas en mi mente y no estaba prestando atención. No volverá a

suceder.

Casi parecía comprensiva cuando respondió—: Sucede todo el

tiempo, Ella.

54 Sí, ¿señorita? 55 ¿Estás durmiéndote? 56 Ah… ¿sí? 57 De acuerdo. De acuerdo. ¿Tienes lindos sueños? 58 Hablarás conmigo después de la clase. ¿Entendido? 59 Adiós 60 Bien hecho.

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Eso no era justo, pero tenía una leve sensación de que tal vez si

mantenía la boca cerrada sólo obtendría un regaño antes de que me dejara

ir.

—¿Éstas cosas son algo que podrías compartir conmigo? —preguntó.

Probablemente no. Negué con la cabeza.

—Está bien. Está bien. —Tocó con su fina punta del dedo el escritorio—.

¿Has pensado en hablar con el consejero?

Con Amanda Alstead, ¿la de esmalte de Chanel Rouge-Noir y corazón

negro? Me estremecí. Estaba a punto de confesar y admitir que era sólo

hambre y cansancio, cuando añadió—: Mira, Ella, no puedo obligarte a

hablar con nadie, pero no puedo mentir. Estás tambaleándote al borde de

una C-menos, y mientras que eso sea aceptable para ti, no lo es para mí. Así

que vamos a llegar a un acuerdo. Ya estamos casi en noviembre. Esperaré

para darte una calificación a mitad del trimestre; y tú harás el trabajo.

D’accord?

Estaba dispuesta a jurar por Frankie y mi primer hijo para salir de este

foso en particular. Mataría a mi padre, y posiblemente mi beca, si obtenía

una D en cualquier clase. —D’accord.

—Excelente. Tengo unos alumnos de segundo año que ayudan a

alumnos de mis estudiantes de 1A. Creo que tan sólo una hora a la semana

podría hacer una diferencia, proporcionándole que tú hagas el esfuerzo.

—Bien. —Podía hacerlo. Podía soportar una hora a la semana con una

Estrella, quien me cuestionaría sobre conjugaciones y probablemente trataría

de recluirme al Club de Francés. Hacen un cabaret cada año, el cual

consiste en un montón de camisetas de rayas, mimos y unos como Liza

Minnelli cantando en un micrófono. Suspiré—. Voy a hacer el esfuerzo. Lo

prometo. —Mademoiselle Winslow parecía satisfecha—. ¿Puedo ir a comer

ahora? S’il vous plaît?61

—Reunte primero con el tutor. Hay uno aquí, esperando para usar el

aula. —Señaló hacia la puerta.

Tan pronto como me volví, mi estómago se contrajo. Incluso a través

del cristal manchado, no había duda de quién estaba allí, incluso desde

atrás. Por supuesto. Tendría que ser…

—Oh, no. No —susurré. Entonces, antes de que pudiera detenerme,

dije—: ¿No puede encontrar a alguien más?

Mademoiselle Winslow parpadeó, sorprendida. —¿Por qué?

Oh, no estaba a punto de responder esa pregunta. —Tiene que haber

algo más que pueda hacer. Leeré Dumas. Escucharé a Celine Dion. Me uniré

al Club de Fans de Johnny Depp. Él vive en Francia…

61 ¿Por favor?

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—Ella. Estás actuando tontamente. —El paciente bonhomía62 (Frankie

ama usar esa palabra para Dean Martin; no tuvo nada que ver con ninguna

aptitud francés oculta de mi parte) había desaparecido, siendo remplazado

por una especie de esnobismo con una pizca dulce de impaciencia—. Es

sólo un chico que puede hablar bien el francés. No debes dejar que tu

procedencia te haga sentir… —No creo fue su intención mirar mi cuello—, en

desventaja.

De hecho, sentía el dolor de las lágrimas en la parte trasera de mi

garganta y tragué con rabia. Ella no había tenido la preocupación de que

yo pudiera tener la más pequeña de las razones para no querer aprender

francés de Alex Bainbridge. Todo era sobre el dinero.

Entonces lo hizo mucho peor. —Tienes una ventaja —dijo

alegremente—. Es mucho más fácil desarrollar la facilidad en una lengua

románica si ya sabes otra. Capisce?63

Me sonrió alegremente. Sólo llámeme Scar Fascia, pensé.

—Entonces. —Posó sus dedos sin esmalte en las rodillas—. Por lo tanto,

Ella, teniendo en cuenta que podría ser la diferencia entre el fracaso y tu

futuro, ¿qué será?

Mi estómago gruñó. —Higos y atún, aparentemente —contesté.

Los ojos de Mademoiselle Winslow se abrieron más de lo normal. Antes

de que pudiera explicar que sólo se me había escapado, que no estaba

siendo una listilla y no es que hubiera importado, probablemente, ella gritó—:

¡Alex! Entrez!64

Él pasó por el umbral, pareciendo demasiando lindo y alegre de estar

en un sótano. —…tu me fais chier, il me fait cheir…65—Estaba diciendo poco

a poco a un chico de primer año detrás de él.

—¡Alex! —Mademoiselle Winslow logró parecer indignada y encantada

al mismo tiempo—. ¡En serio!

Él sonrió y se encogió de hombros. Entonces me vio y continuó

sonriendo. —Hola.

—Sebastián, puedes esperar con Ella en el pasillo mientras hablo con

Alex durante un minuto. —Mademoiselle Winslow ahuyentó al chico. Me

levanté a seguirlo—. Ni se te ocurra desaparecer —ordenó severamente—. Y

cierra la puerta detrás de ti.

Colgué mi bolso sobre el hombro y seguí a Sebastián. Él era aún más

bajo que yo, se recargó contra la pared en un estilo desafiando-la-

gravedad, lo que lo hacía parecer aún más pequeño. —¿Está Alex

ayudándote también? —preguntó después de unos minutos en silencio.

62 Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento. 63 ¿Entendido? 64 ¡Entra! 65 Tú me molestas… él me molesta…

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—No. —No era una mentira si lo decía en serio—. ¿Es un buen tutor? —

No pude dejar de preguntar.

La cara del chico se iluminó. —¡Increíble! Me está enseñando todas las

palabras guays. Voy a patear traseros. No. Je démonterai —se corrigió, y

luego se río.

—¿En Francés 1A? —pregunté. No pretendí ser crítica; sólo sonó como

una victoria vacía.

—Chamonix66. —Fue su respuesta—. Vamos para las vacaciones de

invierno y mis padres quieren que converse.

Afortunadamente, la puerta se abrió de nuevo y Mademoiselle

Winslow y Alex salieron. Ella me dio una palmadita en el hombro y se dirigió

por el pasillo en sus zuecos de color azul marino. Alex retiró a Sebastián de la

pared, jalándolo de su camisa. —Adelántate. Estaré allí en un segundo. —

Cuando Sebastián, claramente encantado con ser tratado como uno de los

chicos, no se movió, Alex le mostró sus dientes—. Dépêche-toi!67

Sebastián se fue. Alex se volvió hacia mí, con la enorme sonrisa del

gato de Cheshire.

—No —dije.

—¿No, qué?

—No, no me vas a enseñar todas las palabras guays para que vaya a

Chamonix y participe en conversaciones.

—Bien. —Se inclinó hasta el punto de poder ver las débiles pecas en su

nariz y oler su chicle de menta—. Chamonix es tan 1990. Todos van a

Courchevel68 hoy en día.

Giré sobre mis talones y comencé a alejarme.

—Por Dios, Ella. —Corrió detrás de mí—. ¿Cuál es tu problema?

Conversacional, mi trasero. Hablar contigo es como bailar alrededor de una

fogata con zapatos de papel.

Me detuve. —¿Qué se supone que significa eso?

—Es una expresión que a mi Ucraniana babushka69 le gusta. Te lo

explicaré en nuestra primera sesión de tutoría.

Fruncí el ceño ante su camisa. Ésta tenía lo que parecía un hombre

cabalgando sobre un delfín, en lugar de un cocodrilo o el jugador de polo.

—No habrá ninguna sesión de tutoría.

—Winslow parece pensar lo contrario.

66 Chamonix es una población y comuna francesa, en la región de Ródano-Alpes,

departamento de Alta Saboya, en el distrito de Bonneville. 67 ¡Apúrate! 68 Courchevel es una estación de esquí situada en los Alpes franceses, en Valle Tarentaise,

Saboya, región de Rhône-Alpes. 69 Literalmente, significa “abuela” en ruso.

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—No sería la primera cosa que malinterpreta —murmuré.

Soltó un suspiro. El delfín se tambaleó, pero el pequeño hombre se

sostuvo fuerte. —No quieres reprobar francés, ¿verdad? Eso sería una seria

admisión de debilidad de una chica italiana.

Casi sonreí. En su lugar, dije—: Olvídate de eso. Voy a comprar el

“Aprende francés en diez fáciles lecciones” en línea. Problema resuelto y

Winslow nunca volverá a ser la sabia.

—Sí. Buena suerte con eso. Entonces, ¿Qué te parece este viernes? No

tengo práctica. —Cuando negué con la cabeza, preguntó—: ¿Qué es? Soy

un buen tutor. Pregúntale a Sebastián. Estaba enseñándole como decirles a

los chicos odiosos franceses que apestan.

Eso me hizo reír un poco. —Mira, Alex. Es bastante simple. No quiero hacer

esto; tú definitivamente no quieres hacerlo. Así que…

No había notado que lentamente doblaba sus rodillas hasta que su

barbilla apareció en mi línea de visión, seguida del resto de su cara. Ya no

reía. Parecía bastante serio.

—Ella. Sí quiero hacer esto, en serio. Ayudarte, si me lo permites. —

Suspiró de nuevo. Me encontraba completamente obsesionada con sus ojos.

Son de una combinación, muy guay, entre verde y bronce—. No sé lo que

sucede, peor es extraño, y no debería serlo. Soy un chico decente.

—Por supuesto que lo eres. —Suspiré. Y cedí. Aparentemente, mis

defensas Fillites no tenían ningún valor cuando se trataba de este espécimen

en particular, no importaba que él no pareciese decidirse en si yo valía la

pena o no.

Verdad: Sí, soy así de ingenua.

—Bien. Así será. Viernes, después de clases. Nos podemos encontrar

aquí.

Podía imaginar la cara de Amanda cuando nos pillara en las

profundidades oscuras de la escuela. —No.

—De acuerdo. En tu casa.

—¡Dios, no!

—¿Siempre haces todo tan complicado? —preguntó—. No, no me

respondas eso. ¿Quieres venir a mi casa?

Eso sonaba factible. Si estuviéramos en su casa, podría irme cuando

quisiera. —Está bien.

Mientras observaba, se dejó caer graciosamente de espaldas en el

suelo. —¡Por fin!

Pasé por encima de él y me dirigí a las escaleras.

***

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—Hay un rumor de que el Club Barsky de Química, esta cultivando

algunas bacterias feroces en el laboratorio. —Frankie me informó unos

minutos más tarde, después que le contara el ultimátum de Mademoiselle

Winslow y mis prontas-tutorías con Alex—. Apuesto a que podríamos entrar y

conseguir una buena dosis de algo. Así podrás negarte a la tutoría. Podría ser

un poco de conjuntivitis, podría ser lepra… —Tomó un gran bocado de su

taco.

—¡Frankie! —Sadie lo regañó—. Eso es terrible. —Ella ya había

terminado su manzana. Se volvió a mí—: Si se trata de esto o reprobar

Francés, bien, no lo sabes; Alex podría ser justo lo que necesitas.

—Oh, sí, él es un príncipe —murmuró Frankie—. Abso-jodido-lutamente

garantizado para ser un hombre y hacer lo correcto.

Con eso, él se acercó y me robó papas fritas. Ya se había comido la

bolsita de almendras que Sadie había decidido tenían demasiada grasa.

Aparentemente, ella y yo estábamos obsesionadas con nuestra

apariencia. Me pregunté si estaba a punto de estar a merced del chico que

miraba a través de mí o el chico que me miraba como si nunca hubiera

sufrido en absoluto.

***

—Honestamente, ustedes dos. —Fue la respuesta de Edward. Le quité

las migajas de galletas a mi carpeta de tareas; necesitaba una merienda

después de haber dado la mayor parte de mi almuerzo—. Niños tontos. ¿No

saben que la forma en que se ven no tiene nada que ver con la forma en

que realmente se ven? La belleza está al alcance de la mano. Pregúntele a

Holbein70. O Bobby Brown71.

—Pensé que la Belleza estaba en el Interior —dije con cansancio. Tenía

un dolor de cabeza y tres páginas de francés para traducir.

—Ese es Keats72. No soy demasiado aficionado de Keats. Si no hubiera

muerto tan poéticamente temprano, la gente se hubiera dado cuenta que

no era exactamente lo que pensaban que era.

—Lo mismo se podría decir de ti —le respondí. Estaba un poco molesta

por el comentario de “niños tontos.”

—Oh, tan inteligente. ¿Cuál es el peor escenario posible?, ¿debes

darle al chico Bainbridge una oportunidad?

70 Hans Holbein fue un pintor alemán que nació en Augsburgo (Baviera) en 1465 y murió en

Issenheim (Alsacia) en 1524. 71 Bobby Brown fue una de las mayores estrellas del R&B a finales de los 80 y principios de los

90, popularizando el estilo musical New Jack swing, estilo que acercó al gran público con su

álbum Don't be cruel y convirtió en la tendencia dominante en el R&B de principios de los 90. 72 John Keats fue uno de los principales poetas británicos del Romanticismo.

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—Bien, Dios mío. Déjame ver. —Enumeré algunas de las posibilidades

con los dedos—. Humillación, humillación, mortificación y humillación.

Edward resopló. —Qui craint de souffrir, il souffre déjà de ce qu’il

craint73.

—¿Y qué significa eso? —Lo reconocí de la segunda página de mi

tarea.

—Bueno, Dios, querida Ella. Tendrás que preguntarle a tu nuevo tutor,

¿no? —dijo con voz sedosa. Justo antes de que se volviera a emular a un

trozo de metal.

73 Quién teme a sufrir, sufre de lo que teme.

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La Lista

Traducido por purpleliem

Corregido por Melii

e compré unos guantes de algodón, al día siguiente, en Blick.

En realidad no me quedan bien; la única talla disponible era

grande. Me sentía como el Espantapájaros en los libros de Oz,

torpe y vestido con lo que nadie mas quería. Había dejado de

lado las faldas. Estaba de vuelta en pantalones vaqueros. La Dra. Rothaus los

ignoró, pero le dio a los guantes una inclinación de cabeza casi aprobatoria

cuando me dejó en el archivo.

—No pensé que fueras a volver.

Hice una pausa, el segundo guante a mitad de camino. —¿Por qué?

—La mayoría de las personas no lo hacen. Pasan unas horas siendo

abrumados por esto —Aleteó una mano por los estantes caídos y la variada

colección de muebles—, y deciden que no van a encontrar nada de valor.

Me estremecí. Me había decidido por lo mismo, más o menos. Me dio

una leve sonrisa. —¿Tu también?

—Estoy aquí. —Unas pocas horas entre las posesiones de Edward era

una cosa buena en sí misma. Más allá de eso, la idea de tener que llamar y

explicar a Maxine Rothaus que no venía era infinitamente más terrorífico que

un poco de decepción provocada por libros aburridos. Ella estaba usando

un suéter texturizado en color gris que parecía una cota de malla y un collar

de perlas de vidrio opacas que eran fuertes reminiscencias de dientes

humanos—. He vuelto.

—Lo hiciste. —Se apoyó en el escritorio, sus brazos de cota de malla

cruzados sobre el pecho—. ¿Por qué?

—¿Por qué? ¿Para ser honesta?

—Absolutamente. Se honesta.

—Estoy un poco obsesionada con Edward Willing y un poco

desesperada por encontrar material para mi proyecto de honores.

—Bueno, creo las dos.

Verdad: A pesar de la impresionante cantidad de mentiras que digo

en mi vida, día a día, no soy particularmente buena en ello. Tratar con mi

maestra de francés es una cosa, ella viste pantalones con pequeñas

ballenas. Pero estaba convencida de que la Dra. Rothaus podía oler una

M

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mentira desde diez palabras de distancia. Me encontré a mí misma sintiendo

lástima por los hijos que pudiera tener. Me los imaginaba como figuras en la

sombra con una excelente postura y la habilidad para declamar.

Inclinó su larga nariz y me miró. —Llamé a la Fundación Willing.

—Oh. —Mi estómago se hundió.

—Es curioso. No tenían idea de quién eras.

—No —dije tristemente—. Ellos no lo sabrían. Lo siento.

Agité una punta suelta del dedo nerviosamente y esperé. Me imaginé

que merecía lo que sea que viniera. Por supuesto, habría sido

suficientemente humillante para el guardia de la recepción haber rehusado

mi entrada. Suficientemente humillante para mí, de todos modos. No estaba

segura acerca de la Dra. Rothaus. Miré al collar nuevamente y decidí que

quizás pensaba torturarme.

Me miró con los ojos entornados.

—Bien. Probablemente debería irme ahora —dije, empezando a

quitarme los guantes. No saldría con mis manos de espantapájaros.

—Probablemente —Fue su respuesta suave—, a pesar de que

eliminarías completamente la posibilidad de encontrar algo útil aquí.

Me detuve con los dedos enredados. —¿No me va a echar fuera?

—No. No aún, de todos modos. Y para que conste, no delaté tu

pequeña farsa a la gente de Willing.

—¿Por qué? —No podía dejar de preguntar.

—No me agradan —dijo secamente—. Creen que su dinero los hace

importantes. Y un chimpancé conoce más acerca de arte. Por otro lado,

reorganizaste completamente 1899.

Hice una mueca. —Lo siento.

—¿Lo haces? ¿Por qué? Todos los periódicos fueron puestos de nuevo

boca arriba, lado derecho hacia fuera y escalonados, por lo que no

estuvieron todos hacinados. Estuvieron incluso en orden cronológico. O eres

compulsivamente ordenada. —Le dio un rápido vistazo a mis pantalones

vaqueros llenos de tinta y a mi descolorido cuello de tortuga con cejas

levantadas—. O eres reverente.

De algún modo, veneración no se parecía mucho a un crimen.

—Además —la Dra. Rothaus agregó—: dejaste tus notas —Se acercó

detrás de ella y levantó una hoja de papel azul en el mostrador. Cuando lo

levantó, pude ver el mal dibujado local de submarinos del volante de Fall Ball

de cara hacia mí. Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un par de

gafas de lectura de marco de bronce. Las abrió al estilo en que se abre una

navaja, con un chasquido de su muñeca y las empujó hacia su nariz—.

Langostas —leyó—. Pendientes. ¿Playa de Trouville? —Entonces—, ¿Rosas y

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verano Wharton? —Me estudió por un largo momento—. En realidad pareces

conocer a tu Willing.

De todas las cosas que escondo, esa no es una de ellas. —Lo hago.

Ahora sus cejas se alzaron. —Eso sonó a orgullo. ¿Pintura favorita…?

—¿Pintura? Odalisque —dije.

—En serio. Su no-desnudez desnudo. Interesante.

Lo era, para mí. La pintura más famosa de Diana de Edward es Troie,

donde la pintó como Helena de Troya: desnuda excepto por el brazalete de

diamantes y el zarcillo ocasional de pelo castaño rojizo. Ha causado un gran

revuelo en su exposición. Al parecer, Millicent Carnegie Biddle se desmayó al

verlo. No era exactamente a lo que estaba acostumbrada a ver cuando se

sentaba frente a la señora de Edward Willing cada pocas semanas,

bebiendo té de tazas de porcelana china.

Odalisque fue más audaz en su camino, e infinitamente más

interesante para mí. La mayoría de los pintores post-impresionistas hicieron

una odalisque, o una chica harén, reclinada en un sofá o la alfombra,

prometiendo con sus ojos que lo que fuera que les hicieron a los hombres, lo

hacían bien. Una odalisque era material casi obligatorio. Pero a diferencia

de cualquiera de ellos, Edward había pintado su tema —Diana— cubierta

desde el cuello hasta los tobillos, en una gasa con brillo. Cubierta, pero aun

así, el máximo objeto de deseo.

—¿Por qué esa? —preguntó la Dra. Rothaus.

—No lo sé.

—Oh, por favor. No vayas con eso de la adolescente tonta. Sabes

exactamente por qué te gusta la pintura. Ilumíname y articúlalo.

Me sentí a mi misma comenzar el ubicuo encogimiento de hombros. —

Está bien. Todo el mundo está ocultando algo. Creo que hay una pregunta

interesante ahí.

—¿Qué están ocultando?

Negué con la cabeza. —¿Hace alguna diferencia?

—Ah. —Una esquina de su boca se levantó. Me atrevería a llamarla

una sonrisa—. Eso es interesante. Pero tu pieza Willing favorita no es una

pintura.

—Cómo…

—Titubeaste cuando te pregunté. Permíteme adivinar… ¿El hombre

devastado?

—Cómo…

—Eres una mujer joven. Y —La Dra. Rothaus se apalancó fuera de la

mesa—, pasaste por el archivo 1899. Conozco el archivo.

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—Pero pensé que no le gustaba estar a cargo de él —Su vaga

aprobación me estaba haciendo audaz.

—¿Quién dice que lo hago? —Volteó una esquina arrugada en la

alfombra en su lugar con la punta del pie de un zapato—. Soy la experta

mundial sobre la influencia de Cézanne en los pintores americanos de los

primeros años del siglo XX. Edward Willing fue solo uno de muchos. Quería

este trabajo, venia con él. Por supuesto, los bibliotecarios obtienen los

papeles interesantes. Junto con todos mis deberes curatoriales, obtengo el

kitsch.

Tuve que preguntar. —¿Están sus cartas a Diana escaleras abajo?

Ella suspiró. —¿Qué pasa con las chicas y las cartas? Mi marido me

deja mensajes en el espejo del baño escritos con jabón. Totalmente no

permanente. Realmente maravilloso… —Se interrumpió y frunció el ceño.

Hubiera pensado que parecía un poco avergonzada, pero no pensé que la

vergüenza estuviera en su repertorio—. De todos modos. La mayor parte de

la correspondencia entre los Willing se encuentra en colecciones privadas. Él

tenía sus cartas con él, en París, cuando murió. En un acto noble, pero

equivocado, en última instancia, su abogado las envió a su sobrina. Quien

las puso en un horrible libro que ella ilustró. Su hijo las vendió para financiar la

publicación de seis libros de poesía aun más horribles. Confío en que hay un

círculo del infierno para los poetas terribles, que profanan el arte.

—He visto los libros de poesía en la biblioteca —le dije—, los que tienen

pinturas de Edward en las portadas. No me atreví a leerlos.

—Chica lista. Supongo que cosas peores se han hecho, pero no

muchas. Por supuesto, hubo ese espantoso espectáculo de televisión para

niños que hacia moverse uno de sus paisajes. Pusieron canguros en él.

Canguros. En el este de Pennsylvania.

—He visto ese, también —admití. Lo odiaba—. Lo odié. No tanto como

la naturaleza muerta, donde Tastykakes sustituyó una naranja con una

magdalena, o el retrato de Diana vestida con un sujetador de deportes

Playtex, pero casi.

—Oh Dios. Trato de olvidar lo del sostén. —La Dra. Rothaus se

estremeció—. Bueno, supongo que lo hacen mucho peor que los pintores

muy famosos. Pobre Van Gogh. Todos esos anuncios de ayuda auditiva.

—Sí. —Compartimos un momento de silencio, por respeto a la oreja de

van Gogh. Entonces, después de haber esperado tanto tiempo como pude,

le pregunté—: ¿Alguna sugerencia...?

Se encogió de hombros. —Willing no mantuvo mucho después de

1899. Lo que tenemos son fragmentos, en su mayoría, basura que sus

familiares encontraron, porque estaban en la otra cara de las facturas o en

correspondencia comercial. Pero... —Acechó uno de los armarios. El cajón

del archivador inferior rallado resonó mientras lo sacó—. He encontrado este

en el archivo de 1902, pegado a un recibo de raquetas de nieve. Había

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escrito la dirección de un crítico por el otro lado. Hay un rumor, dicen que el

crítico una vez encontró un montón de estiércol en su escalón de enfrente,

pero nunca lo he visto verificado. De todos modos. —Me dio una sola hoja

de papel amarillenta, provista de una mangua de archivo claro—. Esto

tendría que hablar contigo... ¡No así! ¡Sujeta los bordes!

Me sonrojé y sostuve los bordes. La escritura era familiar: en negrita y

de punta, la tinta se desvaneció un poco a índigo. Stuyvesant Gumm, se leía.

1966 calle Spruce. Todo alrededor de la escritura eran pequeñas líneas en

relieve. La l de “calle” se topó con un desgarro que había llegado a través

del otro lado del papel. Le di la vuelta. Edward había escrito:

1) Ella roncaba como un oso.

2) Dejó sus zapatos en el centro de la pista y justo delante de la puerta.

3) Pensó que era divertido poner espárragos y frijoles en el menú para

entretener a mis padres.

4) Insistió en que la col rizada era buena para mi digestión.

5) Insistió, más firmemente, que los solitarios paseos bajo la lluvia eran buenos

para mi temperamento.

6) Escondió el chocolate.

7) Tiene pies como de ganso.

8) Llenó mis bolsillos del abrigo, con-

La lista se detenía ahí, la ultima palabra terminando en una barra y

con una mancha.

—Wow —dije.

La Dra. Rothaus estaba claramente menos conmovida. Estaba

recogiendo pelusa invisible de su suéter. —Nunca he sido capaz de decidir si

es increíblemente romántica o si es solamente muy lamentable.

Para mi no había comparación. Todo lo que podía pensar era que

Edward estaba tan devastado, que estaba siendo confortado al recordar las

cosas buenas, las cosas acerca de Diana que él amaba. Eso,

probablemente, era la única forma en que podía pasar ese día en particular

enfocándose en las cosas que no tenía.

Así se lo dije. La Dra. Rothaus resopló—: ¿Cómo iba a saber que te ibas

a poner toda rapsódica acerca de esa lista? Dios, la juventud. ¿Estas

enamorada o solo eres una molesta romántica en general?

—Ninguna —dije—, solo pienso que esto es asombroso.

Sosteniendo la lista rompecorazones de Edward, sentí ganas de llorar.

Bien, el tiempo del mes no ayudó, pero sentía mucha lastima por mi misma.

Nonna diría que se trataba de una maldición, me imaginé que debí haber

sido una bailarina de tres tiempos llamada Ginger, en una vida pasada, para

merecer donde estaba en esta época. Adorar a un tipo sin latido cardiaco,

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todo a menos de dos kilómetros de uno vivo, que no tenía absolutamente

ningún interés en hacer que mi corazón lata un poco más rápido.

—¿Por qué es asombroso? —La voz aguda de la Dra. Rothaus me sacó

de mi partido de compasión—. Para tomar prestada una página de tu libro,

¿hace alguna diferencia quién era Edward Willing como artista? ¿O podrían

posiblemente ser sólo tonterías sentimentales?

Pensé que tal vez habría podido ser una buena maestra. Si no hubiera

ahuyentado diferentes opiniones, o solo de cualquiera, quien tuviera una de

Willing. O, tal vez, yo solo estaba lamentablemente agradecida de ser capaz

de tener una conversación real con alguien acerca de Edward.

—Pienso que él pintó del modo que lo hizo —respondí—, porque tenía

algo perfecto con Diana.

Me preparé para su siguiente visión mordaz y casi me caigo cuando se

acercó a acariciar mi mano. Su anillo de boda era una pesada banda de

oro martillada que probablemente podía clavar uñas.

—Nada más que el café ocasional es perfecto —dijo, no sin

amabilidad—. Permíteme compartir algo de sabiduría, chica Willing. Las

relaciones son como el guacamole. Aplastas una molesta deformidad e

inmediatamente otra aparece.

Me pareció bien intencionado, sin embargo, así que pensé que podría

ser un buen momento para informarla. —Um, mi nombre es Ella. Marino.

—Oh, sé quien eres, señorita Marino —replicó—. ¿Voy a mencionar de

nuevo que la Fundación Willing no lo hace?

—No, Dra. Rothaus —dije tímidamente—. No hay necesidad.

—Excelente —La Dra. Rothaus se encabezó a la puerta—. Puedes

llamarme Maxine. Buena suerte encontrando algo que no tengo. Y no llores

sobre los materiales.

***

Tres horas más tarde, lancé la mochila en mi silla de escritorio en casa.

—No digas nada —le dije a Edward—. Hoy me metí a través de otro

archivo de minucias mortales. No quiero saber que tú probablemente olías a

vino tinto y queso azul. ¡Ah! —Levanté una mano—. Ni una palabra.

Estaba cansada, hambrienta y comenzaba a entender por qué todos

los curadores que alguna vez conocí eran todos gruñones. Me quité la

chaqueta y caminé hacia el armario. Estaba colgada al frente al centro, un

flujo largo de satén de algodón azul pálido. Reconocí las sábanas de la

redecoración pre toile de mis padres, así como tomé en cuenta que no era

ropa de cama. Era claramente un vestido. Me acerqué para tocar la parte

superior drapeada y el plisado intrincado.

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—Bonito, ¿eh?

Salté unos centímetros —¡Nonna!

Estaba parada en mi puerta de entrada, sonriendo como un gnomo

demente. —Para tu baile bajo el agua.

—Se ve como… una toga.

—Toga, —Olfateó mientras atravesaba la habitación para sacar el

vestido del gancho—, es para los chicos en las fiestas tontas. Esto es para

una diosa. —Lo sostuvo enfrente de mí—. Serás Salacia, diosa romana del

agua.

Seguía viéndose como una toga, y no una muy grande, aunque casi

alcanzaba el piso. Mis piernas estarían cubiertas lo que seria algo bueno,

excepto que, aparte de que pasara un poco de demasiado tiempo sin

depilarme, no tenía mucho problema con mis piernas. No sabía que esto no

fuera a funcionar. Solo no tenia idea en el momento, de cómo iba a hacer

para que no sucediera.

—Esto es terriblemente... increíble por tu parte, Nonna.

Ella rodó sus ojos. —Ai, dieciséis años, con la boca inteligente y esa

seguridad. ¿Crees que acabo de leer la Biblia? Una diosa, ella se divierte más

que una santo.

—¡Nonna!

—¡Ah! —Me dio un codazo en el centro del pecho con el dedo

medio—. Muy divertido, sí, pero un mal final si piensas que es para mantener

el corazón de un niño que quiere sólo jugar. Salacia, ella dejó a Neptuno

perseguirla y perseguirla para probar que su corazón era verdadero.

No discutí. Mi comprensión de la mitología greco-romana es inestable,

a lo sumo, y se deriva principalmente de los libros de Percy Jackson. Tenía mis

dudas acerca del corazón de Neptuno, pero me imaginé que no seria

inteligente mencionarle eso a mi abuela.

Pasé una mano por el plisado perfecto. —Es increíble, Nonna. Yo

simplemente no creo que…

—No pienses. Pruébatelo. Por mí. Si no te gusta, no lo uses para el baile.

Una vez más, me mordí la lengua. ¿Cual era el punto en tratar de

explicar que gustarte algo y usarlo en público tenia casi nada que ver una

cosa con la otra?

—Está bien. Me lo probaré.

Ella estaba ya de camino fuera de la puerta. —Volveré.

Mientras me quitaba mis pantalones vaqueros y mi suéter, pensé

rápidamente. Me imaginé que podía hacerla feliz y aun así estar cómoda en

mi vestido de novia rallado. Lo guardaría en mi casillero; podía dejar la casa

como la novia de Neptuno y llegar al gimnasio como la novia de Devy. Sadie

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ayudaría. Probablemente Frankie no, pensé mientras me desabrochaba el

sujetador. Él estaría del lado de Nonna todo el camino.

Abrí la puerta de mi armario y levante la bata de baño del gancho

para poder ver por el espejo. Usualmente no hago eso cuando estoy

desvestida. Pero estaba distraída.

Hay un momento que todo el mundo conoce, cuando bajas la mirada

a tu camisa blanca y te das cuenta de que has derramado refresco o yema

de huevo o salsa de espagueti en ella. Esta ese flash de negación, seguido

de la constatación de que la camisa esta probablemente en ruinas y que

ciertamente nunca será la misma. Entonces, para algunas personas es:

“Bueno, así es la vida. Sigue adelante”.

Sigo sin haber alcanzado ese punto con la cicatriz.

Recta, puede verse como una especie de huella de mano cerrada,

como algo infernal que estaba detrás de mí, me agarró del hombro con un

puño enorme, y me estruja. No la enfrento completa, usualmente, sobre todo

no desnuda de la cintura para arriba. Una vez, en luna azul, me pararé de

perfil, de lado izquierdo hacia el espejo. Si pongo mi cabello detrás de mi

hombro y obtengo el ángulo correcto, todo lo que puedo ver, es lo que

pudo haber sido: una piel suave, cuello alargado, senos de los que de hecho

hubiera estado orgullosa.

Como dije, no me molesto a menudo. No dejo a nadie mirar o bien, si

me es posible evitarlo. Porque casi tanto como la propia cicatriz, odio las

mentiras:

—¡Oh, se ve mucho mejor que antes!

—Cariño, no es tan mala como piensas que es.

—Créeme, nadie está mirando.

—¡La cicatriz no tiene nada que ver con lo que eres!

Si, seguro. La gente que pasa el día entero con huevo en la camisa, al

llegar a casa hace la prenda una pequeña bola y la tira a la basura, incluso

sabiendo que hay un bote grande de blanqueador por encima de la

lavadora.

Me volví de espaldas al espejo y deslicé el vestido de Nonna sobre mi

cabeza. Le debía mucho, especialmente teniendo en cuenta el esfuerzo

que había hecho. Había cosido una especie de media manga en el lado

derecho, pero estaba diseñada para cubrir la parte superior de mi brazo. La

tela llegaba a mi hombro, un nudo intrincado que se detenía justo debajo de

mi oreja y luego envuelto abajo a través de mi pecho, dejando a mi brazo

izquierdo desnudo. Había unido unos de los cordones de oro de los días de

pre decoración toile sobre la espalda. Cuando lo até tirando arriba algunos

de los materiales, la falda cayó al piso en una elegante columna.

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—Oh. Oh, Fiorella. Molto carina74 —Nonna había regresado. Se detuvo

en la puerta, sus dos manos sobre su corazón—. Eres hermosa.

Me volví a regañadientes para hacer frente a mi reflejo de nuevo. Lo

poco de maquillaje que me había puesta eso mañana se había ido y

probablemente debí lavarme el cabello esa mañana y, las puntas de mis

calcetines rayados, se estaban asomando por debajo de la orla azul. Pero

me veía bien. Tal vez incluso un poco mejor que eso. El vestido ciertamente

escondía la cicatriz. Seguía sin poder usarlo en el baile pero…

—Grazie75, Nonna. Es hermoso.

Entró a la habitación arrastrando los pies, agarró mi mano y la apretó

hasta que se abrió plana, la palma hacia arriba. —Tu nonno me dio esto el

mes antes de que muriera. Ahora te lo doy a ti.

El calor provenía de su agarre. Lo sentí y supe lo que era antes de

mirar. —Nonna, no puedo. Es tu collar Tiffany…

—Es tuyo ahora, mi niña del mar.

Dobló los dedos cerrados, me pellizcó duro la mejilla y volvió a salir de

la habitación, cerrando la puerta detrás de ella. Abrí mi mano y la cadena se

deslizó entre mis dedos. El colgante de plata de estrella de mar brillaba

suavemente. Se veía completamente diferente contra el beige cálido de mi

piel de lo que siempre lo hizo frente a los rígidos vestidos negros de Nonna.

Había parecido demasiado caprichoso en las ocasiones en que había

llevado puesto, un peculiar y poco práctico regalo de un marido que no

había vivido para verla usarlo. Nunca pensé acerca del hecho de que,

como Estella Marino, ella era literalmente estrella de mar. Que mi abuelo

tuvo.

—Supongo que no tengo muchas opciones ahora —dije en voz alta.

—Lo admirable, querida Ella —Vino la respuesta de Edward—, es que

alguna vez pensaste que la tenías.

74 Muy lindo 75 Gracias

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La Isla

Traducido por purpleliem

Corregido por LuciiTamy

or lo tanto, ¿lo importante es el comienzo de La Tempestad?

¿Alguien? Sí, Chase.

—Bueno, es una isla. Usted sabe. Al igual que en Lost76, con un

montón de gente que estuvo allí primero y luego el grupo que

naufragó, luchando.

—Cierto, ¿Y…?

—¿Y… qué?

—De acuerdo. Tal vez debería ser mas especifica. Vamos a hablar de

por qué el lugar fue importante para la historia de amor de Miranda-

Ferdinand. ¿Nadie? ¿Que hay acerca de ti, Ella?

—¿Honestamente? Es todo. Quiero decir, ella ha estado en la isla casi

toda su vida. Es su mundo. No conoce nada más. Entonces de pronto, es

rodeada de todas estas personas que son como alienígenas…

—Shh, tranquilos. Dejemos a Elena llevar esto. Continua, Ella.

—Así que, bueno, ella ve a Ferdinand y es amor a primera vista. Pero,

¿qué si ellos hubieran sido del mismo mundo o qué si ella hubiera conocido

más hombres además de él? Prácticamente tenían que enamorarse, ¿no?

De lo contrario, toda la historia se cae a pedazos. ¿Pero y qué si hubieran

tenido más información acerca uno del otro? ¿O qué si hubieran estado en

Nápoles cuando su padre era el duque?

—Una buena pregunta. Has estado en Nápoles. Imagínala quinientos

años atrás. ¿Ha hecho una diferencia?

—Nunca he estado en Nápoles Sr. Stone. Pero sí, en cualquier parte

habría sido totalmente diferente. No es acerca de Italia, es acerca del

aislamiento y libertad y querer más de lo que tienes.

—Cierto, cierto. Pero… estaba tan seguro. ¿No hablaste acerca de

Vesubio cuando leímos Los Últimos Días de Pompeya?

—Creo que tal vez me está confundiendo con alguien más.

—No, no. Estoy casi seguro que eras tú, ¿no eras?

76 Fue una serie de televisión estadounidense que emitió American Broadcasting Company

(ABC) entre 2004 y 2010, hasta completar un total de seis temporadas. La serie narra las

vivencias de un grupo de personas en una isla tras sobrevivir a un accidente aéreo.

P

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—No, no era.

—Oh, ahora, Ella. Recuerdo claramente algo acerca de los aspectos

purificantes del fuego… oh.

—Aspectos equivocados, Sr. Stone.

—Cierto, cierto. Por supuesto, mi error. Muy bien, no ha pasado nada.

Por lo tanto, sobre las islas…

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El Bano

Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por Melii

l señor Stone es un imbécil. —Ese fue el saludo de Alex cuando

me encontró en el salón la tarde del viernes.

—Probablemente. —Concordé, haciéndome palanca fuera de

la esquina donde había estado esperando, en nerviosa

Hannanda alerta, hasta que él apareciera—. Pero no creo que él pueda

ayudar.

—Generoso de tu parte. —Alex osciló la mochila del hombro izquierdo

hacia el derecho, entonces, como si fuera la cosa más natural del mundo,

tiró de la mía fuera de mi mano. Estuve demasiado sorprendida para

detenerlo.

Giraron unas cuantas cabezas a medida que avanzábamos. Me

hubiera encantado reunirme con él a una cuadra de la escuela, pero había

precedido a mi cobardía, deslizando una nota en mi casillero en la mañana.

“Vestíbulo, 3:15”. No hice caso de las miradas cuando Alex abrió la gran

puerta delantera para mí, mi bolsa fuertemente sujetada colgando de su

muñeca. Pensé que cualquier especulación sólo duraría el tiempo que

tomáramos para poder salir a la calle en frente de la escuela. Para entonces,

por lo menos un: —Espera. Espera. ¿Alex Bainbridge se fue con Freddy

Krueger? —Se habría encontrado con un—: Sí. Está en su tutoría de francés.

Winslow lo está obligando.

Porque él le hubiera dicho a Amanda, y Amanda le hubiera dicho a

quien fuera que le importara. Esa es la cosa acerca de Willing: Siempre hay

alguien feliz de hacerte saber exactamente cuál es tu lugar.

Empecé a girar hacia la parada de autobús más cercana. Alex se

volvió hacia el otro lado.

—Suivez-moi77 —ordenó. Así que lo seguí—. Bon. Je pensais que nous

irions78.

—Alex. —Se detuvo.

—Ella.

—No hagas eso, lo de la inmersión.

—Mais, c'est très important79. 77 Sígueme. 78 Bien. Pensé que lo harías.

E

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—Alex.

—Ella.

—Por favor. Sé que haces esto con otros perdedores lingüísticos, pero

me hace sentir como si debiera tener una gran P de “Perdedor” pintada con

labial en mi frente con alguna caligrafía francesa cursiva.

—¿A menudo te contemplas decorándote de esa manera? —Me

echó un vistazo hacia abajo. Yo llevaba el cuello alto de Siena de nuevo,

pero mis propios jeans. Con un gran caballo de mar azul de la fuente del

museo de arte que iba desde la rodilla hasta el pliegue de mi muslo.

—Sí —admití—. Lo hago.

—¡Quelle horreur!80 —declaró, sus ojos redondos en señal de falsa

angustia.

—Casse-toi81. —Soltó una carcajada que sonó como un sello.

—Très bien, Mademoiselle Marino82. ¿Tienes más?

—Un par. Frankie me dio una copia de cómo ofender a los franceses

cuando me las arreglé para conseguir una B en el 1B el año pasado.

—Bueno, yo nunca intercambio insultos en una primera cita. No soy esa

clase de hombre. Pero después de dos o tres... —Me gustó que él hubiera

dicho "cita", en lugar de "sesión de tutoría." Incluso si no fuera una por

completo y él no lo dijera en serio. No podía evitarlo.

Él tintineaba sus llaves en la mano mientras caminaba.

—Ya sabes, te he buscado por todos los pisos. No has estado

dibujando en nuestra puerta. —Por supuesto, no había una cosa nuestra. A

menos, por supuesto, que se refiriera a nuestra como en "Nosotros visitamos

Francia con regularidad suficiente como para estar en francés 5.”

—Pensé que debería rendirme —dije brevemente.

—¿Por qué? —Debido a que miraste a través de mí. Porque podría ser

lamentable, pero no soy estúpida. Porque se lo prometí al muchacho aquel

que nunca me decepciona.

—No había manera de que se convirtiera en la forma en la que quería.

—Es una lástima.

—Sí. —Habíamos llegado a una playa de estacionamiento. Alex se

detuvo.

—¿Conduces a la escuela? —exigí. Me hizo un gesto delante de él a

través de la ruptura de la cerca.

79 Pero es muy importante. 80 ¡Que horror! 81 Vete a bañar 82 Muy bien, señorita Marino.

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—No todos vivimos a cinco cuadras de distancia —disparó él.

—Son ocho, en realidad.

—Está bien, ocho. Y a veces camino.

Me imaginé el tramo comprendido entre Willing y Society Hill, donde

sabía que vivía, en algún lugar cerca de Sadie. Era una gran distancia, y no

una particularmente escénica, sobre todo a las siete y media de la mañana.

—¿Sí? ¿Cuándo fue la última vez? —No respondió de inmediato, a la

cabeza ahora entre los coches aparcados. Pasó junto a un jeep grande que

todavía tenía sus placas de distribuidor, un Lexus de baja altura y de dos

puertas, y un rápido BMW negro, todos parecían justo el tipo de coches que

él poseería.

—Abril del año pasado —admitió finalmente—. Pero ha estado

lloviendo mucho, así que eso tiene que contar algo —Se detuvo junto a la

puerta del copiloto abollada de un viejo Mustang de color verde—. Su

coche, mi señora.

—¿En serio? ¿Este es tu coche? —La puerta hizo un sonido terrorífico

cuando la abrió.

—Está limpio —espetó, y me di cuenta que había perdido por

completo mi punto de vista.

—Es increíble.

Y así era. Conozco un montón de nada sobre los coches, pero sí sé que

el día más triste de la vida de mi padre fue el día en que vendió su Mustang

1972 a su sobrino, Paulie. Lo había comprado de su propio tío, el propietario

original, y pasó diez años de sábados por la mañana aspirando el piso y

puliéndolo.

Había fotos de él, la cabeza llena de cabello y una sonrisa enorme,

apoyado en el capó del auto de carreras rayado o sacando la cabeza por

la ventana del lado del conductor. Había una foto de la parte trasera,

"Recién Casados”, escrita con jabón en la ventana, latas de cintas pegadas

atrás mientras llevaban a mis padres para su luna de miel en Atlantic City.

El de Alex era aún mayor de lo que el de mi padre había sido, y en

forma visible más áspero. Pero, como él dijo, estaba limpio y era muy, muy

guay. Se lo dije. Él sonrió. Luego ordenó—: ¡El cinturón de seguridad! —

Mientras guardaba las mochilas en el asiento trasero. Yo estaba intentando

obedecer. Ya había explorado el auto buscando la cinta de seguridad. El

clip donde yo esperaba que estuviera, al lado de mi cadera izquierda en el

asiento.

—Oh, sí. Me olvidé de mencionar que esto un cinturón de seguridad. —

Metió la mano por encima de mí, con su brazo rozando mi pecho, su pelo

apenas rozando mi pómulo mientras ponía el cinturón en la grieta entre el

asiento y la puerta. Me quedé sin aliento. Y me sobresalte un poco cuando él

empujó las piezas con un fuerte chasquido.

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—Piezas antiguas —Se disculpó. Partes temblorosas, pensé, mientras mis

entrañas se calmaron. Un poco.

—Lo encontré —Me dijo, acariciando el volante con afecto. Era de

plástico duro, con abolladuras—. Es un Coupe GT 68, sólo dos dueños antes

que yo. Lo voy a restaurar durante el verano.

—¿Tu solo?

—Me gustaría. No, hay un tipo en el oeste de Filadelfia que se

especializa en Fords. Pero quiero hacer algo por mí mismo. Cualquier cosa

que él me enseñe. —Pensé en hablarle de mi padre y su '72. No lo hice.

—Mira. —Tocó el odómetro—. Sólo ochenta y cinco mil millas. Y —

añadió con evidente orgullo—, es una radio AM. Sólo AM. —Empujó uno de

los botones saltados. Escuchamos estática antes de girar el dial. Una difusa

canción de Real Thing llegó a través de los altavoces. Es uno de los favoritos

de Frankie.

Me senté de nuevo, preguntándome lo qué Frankie diría sobre el

coche. Había sido inhabitualmente reservado, distante, cuando mencioné

que las sesiones de tutoría, de hecho, serían en la casa de Alex, nada menos.

—Mientras el equipo entero de Lacrosse no piense que pueden

conseguir una cita contigo después... —Fue más o menos todo lo que dijo

sobre el asunto. Sadie entró, después de una pausa larga y pesada—: Creo

que su casa es un IM Pei83 —Le había prometido mandarle un e-mail si

sucedía algo interesante. Le dije a Frankie—: Me aseguraré de que estés

CC84 con el equipo.

Había unos pequeños par de palos de Lacrosse cruzados colgando del

espejo retrovisor de Alex. Los toqué y giré en un círculo tambaleante.

—¿Cómo está yendo la temporada? —pregunté. Parecía una

conversación segura: su deporte.

—Está bien. Estamos tres y dos hasta el momento. Pero Chase podría

estar fuera durante unas pocas semanas. Tiene tendinosis.

—Eso es muy malo —murmuré. En lo que a mí respecta, la ausencia de

Chase Vere sólo podía ser una buena cosa. Alex me lanzó una mirada

rápida, pero no respondió.

Condujo en la manera en que parecía hacer de todo: sin problemas,

con confianza, con un pequeño esfuerzo visible. Navegamos hasta la calle

Broad, el asfalto rugoso, vibrando a través de mi asiento, las paredes de

piedra blanca del palacio municipal que se avecina. Hay algo bastante

impresionante sobre la entrada en Center City desde el sur de Filadelfia, algo

impresionante y alentador y hermoso aún.

83 Es un arquitecto estadounidense de origen chino. Nació en Cantón, en China. 84 Significa "copia de carbón". Cualquier persona incluida en el campo CC: del mensaje

recibirá una copia del mismo cuando lo envíes.

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Hay una estatua de William Penn, fundador del estado, en la parte

superior del Ayuntamiento. Durante cien años, no había nada en la ciudad

que se pudiera construir que fuera más alto que el sombrero de Billy.

Entonces, uno a la vez, grandes edificios se elevaron. De cristal azul, acero

negro, arcos y capiteles. Pero de alguna manera, Billy siguió siendo visible

desde una docena de diferentes ángulos, de todo el camino en mi barrio.

Esperé mientras Alex giró justo al lado de la calle Broad. Cada vez que

Leo y su unidad cerca del círculo de amigos del Ayuntamiento, gritan,

"Boner" Tiene que ver con una de las manos de Billy y cómo se ve la estatua

desde determinados puntos de vista. Incluso Frankie ha sido conocido por

saludar de mano. Me emocioné cuando Alex no dijo nada.

Nos dirigíamos al Este ahora. Los grandes edificios comerciales pasaron

para dar paso a los más pequeños, a continuación, a las casas solamente, y

luego a casas grandes. Alex dirigió el coche por una calle estrecha, y luego

otra, esta vez llena de altos muros de ladrillo y grandes puertas de garaje de

madera. Jugueteó con la caja de plástico unido a la visera, y una de las

puertas rodó lentamente, abriéndose para revelar el Porsche que había visto

en el restaurante y suficiente espacio para estacionar el Mustang a su lado.

—Papá estará en DC durante toda la semana —dijo mientras

subíamos—. Así que puedo utilizar el garaje. Aparcar es un infierno por aquí.

—No sabía si poner los ojos en blanco o simpatizar.

—¿Esta tu mamá en casa? —Realmente no sabía lo que sentiría al ver

a Karina Romanova en su propia casa.

La Verdad: me preocupaba cómo se sentiría ella acerca de verme en

ella.

—¿Por qué te preocupa que pueda estar aquí?

—¿Por qué lo haría? —Alex me dio una mirada extraña mientras

empujaba una pequeña puerta a un patio de ladrillos.

—No, ella está en el estudio hasta la medianoche. Somos tú, yo, y el

equipo de lacrosse. —Me veía con una claridad increíble en la enorme

pared de vidrio que era toda la parte trasera de la casa. Yo era pequeña,

oscura y helada.

—Estás bromeando, ¿verdad? —Junto a mí, el reflejo de Alex me

miraba dos veces más grande y justo igual que siempre.

—Bromeas, ¿No? —Asentí con la cabeza. Es evidente que no con

bastante énfasis.

—Cristo, Ella. ¿Quién crees que soy? —Suspiré. Honestamente, no lo

sabía.

—Creo que es probable que un tipo estupendo, Alex. Pero vamos a

decir la verdad aquí. En realidad no nos conocemos.

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—Oh, vamos. Hemos ido juntos a la escuela por dos años y medio. He

estado en Marino... —Se detuvo. Suspiró—. Está bien. Muy bien. Así que

vamos a cambiar de tema. Ahora. —Y abrió la puerta de su casa.

Era enorme, incluso para el barrio. Era sorprendentemente moderna,

sobre todo para el barrio, todos los techos de catedral y grandes extensiones

de suelo de piedra. Todo era de acero y granito y vidrio. Noté una obra de

Calder —una docena de hojas como placas de metal negro unidas por

alambre de plata— sobre la mesa del comedor blanco brillante. Las sillas

eran de plástico negro Eames. Cuando miré más allá del comedor en el

salón palaciego, vi un sofá de cuero y acero, que probablemente tenía un

gemelo en el MoMA85. Este lugar era el sueño de una chica moderna y rica.

No me gusta.

—Bonita casa —Le dije cortésmente.

—Gracias —dijo Alex de plano, y abrió el camino a la negra y

cromada cocina—. Personalmente, creo que es como vivir con demasiada

comodidad.

—Oh, no. No lo es... —Lo observé, y apretó un botón en la parte frontal

de la deslumbrante y brillante nevera. Un panel se deslizó hacia arriba,

mostrando cuatro grifos. Alex arqueó una ceja—. Oh.

—Sí. Nunca se sabe lo que está al acecho. Por lo tanto, puede que te

interese el agua normal, agua con gas, el té verde helado, o ¿Coca-Cola

Light? O... —Abrió la puerta con un gesto, mostrando un espacio que

parecía casi tan grande como el congelador en el restaurante. Estaba

sorprendentemente vacío, a excepción de...—, Coca-Cola regular, leche,

leche de soya, jugo de uva, limón, soda italiana, y tres tipos de champán,

que, por mucho que me gustaría ofrecerte, no son para las primeras citas,

tampoco.

Me sentía más en mi zona de confort aquí de lo que él podría haber

imaginado. Se parecía mucho al frigorífico de la madre de Sadie, desde la

botella de yogur sola y sin grasa hasta las aceitunas verdes, y sin abrir,

envueltas en papel aluminio, la caja de trufas de chocolate belga que

alguien, algún invitado desubicado, había traído como un regalo.

Señalé la soda de limón.

—Chica inteligente —dijo Alex. Me entregó la botella, y luego metió la

mano en un armario cercano para dos vasos. Mi corazón tartamudeó dos

veces, primero, cuando estuve a punto de dejar caer uno, que era muy

pesado, luego otra vez cuando me di cuenta de que el vaso costaba

mucho más que mi mesada.

Por el momento, todo lo había agarrado con fuerza, Alex había

descubierto una bolsa de patatas fritas de soja gourmet en la parte de atrás

85 Museo de Arte Moderno.

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de lo más alto del armario. —Mi madre resiste la tentación —dijo

secamente—. Lo siento. Me comí todos los Doritos.

—No es un problema. —En mi casa, tengo que estar parada en la

plataforma superior de la escalera para llegar a los Doritos, Milanos, y

mantequilla de maní. Mi madre resiste la tentación, también.

—Adelante y hacia arriba. —Con mochilas y chips de soya en la mano,

Alex se dirigió hacia la parte delantera de la casa. Se encontraba en silencio,

ninguno de los sonidos de la calle a los que usualmente estás acostumbrado

cuando vives en una ciudad. Podía oír cada leve gemido de mis Chucks en

el suelo de mármol. Estaba sólo unos pocos grados demasiado frío,

demasiado. Al igual que un museo.

Me hubiera gustado haber deambulado un poco, como en un museo.

Había esculturas esparcidas por el piso de abajo, incluyendo la burbuja

reclinable de tamaño natural que estaba vertiginosamente segura que tenía

que ser un desnudo de Moore. Había cuadros, también, que estoy segura

eran originales y no tenían precio, probablemente, y probablemente de

artistas contemporáneos famosos. No es mi fuerte.

Subimos un enorme escalón de las escaleras, y otro. Y otro. Alex abrió

una puerta a la luz brillante, cálida bienvenida, y un olor muy débil de

calcetines. Se trataba claramente de su habitación.

Aquí, todo era de colores y un poco de desorden: la cama grande,

baja, hecha, pero, evidentemente, a toda prisa, un único zapato deportivo

en el centro de la pista, documentos no identificados y novelas gráficas

dispersas en el mostrador/escritorio que corría toda la longitud de una pared.

Había una enorme televisión incorporada, y un pequeño cubo que sostenía

un iPod Bose, aún más pequeño. Era la habitación de un niño rico. A mí me

gustó. Alex se encogió de hombros de su chaqueta y la echó sobre la cama.

Cuando llegó a la mía, traté de recordar si había tomado el tampón del

bolsillo. Lo imaginaba volando por la habitación. Pero Alex colgó la

chaqueta con cuidado sobre la parte de atrás de su silla de escritorio.

—Está bien. Primero lo primero. Tres cosas que no quieres que yo sepa

de ti.

—¿Qué? —Lo miré boquiabierta.

—Tú eres la que dice que no nos conocemos. Así que vamos a ir al

grano.

Ah, pero esto era muy fácil:

1. Estoy usando mi más vieja y más fea ropa interior.

2. Creo que tu novia es mala y debe ser destruida.

3. Soy una criatura mentirosa, ladrona que habla con los muertos y

piensa que debe ser tu novia, una vez que la mencionada se

encuentre fuera de la imagen.

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Me imaginé que era casi todo.

—No creo…

—No tiene que ser embarazoso o mayor —Alex me interrumpió—, pero

tiene que ser algo que te cueste un poco compartir. —Cuando abrí la boca

para oponerme otra vez, me apuntó con un dedo largo en el centro de mi

pecho—. Se abrió la caja de Pandora. Así que siéntate.

Había una silla de terciopelo, con forma divertida, cerca de mis

rodillas. Me senté. La silla rápidamente se amoldo a mi trasero. Supuse que

eso significaba que era cara, y no peligrosa. Alex se dejó caer sobre la

cama, colocando a su lado su codo doblado y la cabeza apoyada en su

mano.

—¿No puedes ir primero? —pregunté.

—Se abrió la caja...

—Vale, vale. Que estoy pensando. —Me dio unos treinta segundos.

Entonces:

—Tiempo. —Tomé un respiro.

—Tengo una beca completa en Willing. —Una cosa que Verdad o

Reto me ha enseñado que no se puede ser demasiado orgulloso y aun así

esperar obtener nada valioso de este proceso.

—Siguiente.

—Estoy aterrorizada de un montón de cosas, como los relámpagos,

conducir con cambio de marchas, y nadar en el océano. —Su expresión no

cambió en absoluto. Él acaba de tomar mis respuestas.

—La última.

—No te voy a hablar de mi ropa interior —murmuré. Se echó a reír.

—Lamento escuchar eso. ¿Ni siquiera el color? —Quería fruncir el ceño.

No pude.

—No. Pero te diré que me gustan las anchoas en la pizza.

—¿Eso se supone que es consuelo por ocultar la información sobre

ropa interior?

—No es mi preocupación. Pero tú dime algo, ¿es algo que confesarías

por todo el comedor?

—Probablemente no —Concordó.

—No lo creo. —Me acomodé más profundamente en mi silla. No

escapó a mi atención que, una vez más, me sentía muy relajada en torno a

este chico. Una vez más, no me hizo especialmente feliz—. Tu turno.

Pensé en mi promesa de Frankie. Esperaba en silencio que Alex me

dijera algo para que me gustara aunque sea un poco menos. Estaba lista.

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—Lloré mucho durante mi primera vez en el campamento, mis padres

tuvieron que venir a buscarme cuatro días antes. —Yo nunca fui a un

campamento. Siempre me pareció un poco idílico para mí.

—¿Cuántos años tenías?

—Seis. ¿Por qué?

—¿Por qué? —Me imaginé a un muy pequeño Alex en una camisa de

Spider-Man, abrazando el conejo raído, ahora sentado en la plataforma por

encima de su equipo. Suspiré—. Oh, ninguna razón. Siguiente.

—Odio Titanic, The Notebook, y Twilight.

—¿Qué piensas de Ten things I hate about you?

—Oye —me espetó—. Yo no hice preguntas durante tu turno.

—No, no las hiciste. —Estuve de acuerdo gratamente—. Contesta, por

favor.

—Está bien. Me gustó Ten Things. ¿Satisfecha? —No, en realidad.

—Alex —dije tristemente—, ya sea que no tengas totalmente ni idea

acerca de lo que quiero saber de ti, o tu próxima revelación sea que tienes

una reacción desagradable a la kriptonita. —Me miraba como si le hubiera

hablado swahili.

—¿De qué estás hablando? —Sólo llámenme Lois. Negué con la

cabeza.

—No importa. Continúa.

—He sido conocido por bailar delante del espejo —Se encogió un

poco—, Thriller.

Y ahí estaba. Alex ya sabía que yo era una cobarde, sin un centavo,

con una predilección por el pescado apestoso. Yo sabía que él era

oficialmente adorable.

Se levantó de su codo e hizo girar sus piernas alrededor hasta que

estaba sentado en el borde de la cama.

—Y en esa nota humillante, ahora te haré traducir las palabras en

francés del cuarto de baño. —Cogió un fajo de papeles del suelo—. Tengo

estas hojas de trabajo. Son excelentes para los verbos irregulares...

—Hoy no. —Me lanzó una mirada y mantuvo los documentos

arrastrando los pies.

—Está bien —dije—. D’accord. Pas de papiers aujourd’hui. S’il vous

plaît, Alex. Je... je fais les choses la dernière fois86.

—Prochaine87.

86 Muy bien. Sin necesidad de papeles actualmente. Por favor, Alex. Yo... Hago las cosas la

última vez.

87 Próximo.

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—¿Qué?

—La prochaine fois —corrigió—. La próxima vez. Dernière fois es "la

última vez”. Ni siquiera voy a empezar en el uso de tu verbo.

—De acuerdo. La dernière... lo siento... prochaine fois. ¿Cómo se dice

“te estoy pidiendo”?

—Je t'en supplie —respondió. Entonces—: Eres consciente de que para

hablar mejor francés, en realidad tienes que hablar francés.

—Oui, monsieur. Sin embargo, la Torre Eiffel seguirá en pie la semana

que viene, y las papas fritas francesas seguirán siendo americanas.

—Belgas. —Suspiró Alex—. Las papas a la francesa se iniciaron en

Bélgica. Mira, yo no voy a obligarte a trabajar. Es tu elección, y no es mi

trabajo.

—La próxima semana —le prometí—. Te lo prometo.

—Correcto. —Se frotó la nuca, empujando su cabello en una cola de

pato poco gracioso—. Bueno, está bien. ¿Qué tal una película? —

Funcionaba para mí.

—Claro. —Se levantó, cruzó la habitación y abrió un cajón debajo de

la televisión. Dentro había quizá un centenar de películas. Me quedé

impresionada. Hasta que un gruñido—: No —Y abrió el cajón al lado de él,

mostrando otras cien. Por aquel entonces ya estaba simplemente resignada,

y retorciéndome más en mí asiento, esperando. Encontró lo que buscaba.

Me dio una breve visión de la cubierta de cartón mientras cargaba el disco.

Era inconfundible.

—¿Parque Jurásico? ¿Vamos a ver Parque Jurásico?

—Así es... en francés. —Un rato después, mientras que el abogado

horrible salía corriendo del T-rex en el Porta-Potty88, apodado "Aidez-moi!

Aidez-moi!89“, detrás de él, Alex pulió la última sabrosa tofu y suspiró feliz.

—¡Me encanta esta película! —Tuve que admitir que también a mí.

En el momento en que todo había terminado, que había aprendido

todas las palabras correctas para todos los dinosaurios (más o menos igual

como lo fueron en Inglés), y las variaciones múltiples de "¡Ayuda, por el amor

de Dios!", lo que podría venir siendo muy útil para alguna vez en alguna de

las actividades que me asustaban más. También pasaban las cinco. Tiempo

de irme. Me desprendí de la silla, dejando una huella claramente de la forma

de Ella, y recuperé mi chaqueta.

Recorrí las varias puertas cerradas en la periferia de la habitación.

—Um... ¿Cuarto de baño? —Alex señaló hacia las escaleras.

88 Portable toilets - Baños portátiles 89 ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!

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—Piso de abajo, la primera habitación de invitados a la derecha. —Me

dio una sonrisa brillante—. Mi baño está estrictamente restringido para las

chicas.

Me pregunté si mentía, si Amanda llegó a usarlo.

Bajé las escaleras hacia un baño de revista perfecto. Orine. Me lavé las

manos y olí la vela Diptyque. Dos veces. Sadie me había comprado una vez,

un perfume de lavanda, después de que ella me sorprendió yendo de vuelta

a su cuarto de baño tres veces para oler la de ella. Estaba en mi camino

hacia la puerta cuando vi el dibujo.

Era tal vez de ocho centímetros cuadrados, en un marco de oro

labrado. Había visto unos como esos antes, en libros y museos, estudios

rápidos para el placer, o para grandes obras. El Museo de Arte de Filadelfia

cuenta con alrededor de una docena en la pantalla. Este era un desnudo

femenino, visto desde atrás, sentado en lo que podría haber sido un tocador.

Ella se cepillaba el pelo largo. Era claramente el trabajo de Edward, un

modelo distinto al de Diana. Diana era larga y angular. Esta mujer parecía

más pequeña, y sólo los dedos de los pies tocaban el suelo debajo de la

banqueta acolchada. Era más suave, también, más redondeada.

Había algo escrito a lápiz en la esquina inferior, manchada y

descolorida. Me incliné hasta que mi nariz estaba pulsada casi contra el

cristal. Narnia, parecía. Debo haber mirado fijamente durante mucho más

tiempo de lo que parecía. Un toque en la puerta me hizo saltar.

—¿Ella? —Un segundo más tarde—. Um... ¿Ella? ¿Estás bien ahí dentro?

—Alex lucia la cara roja y sobresaltada cuando tiré la puerta abierta. Más

aún cuando le agarré la muñeca con ambas manos y tire de él al cuarto de

baño. En otro tiempo, podría haber tenido la cara igualmente roja. Sin duda

habría sido incómodo, aunque no fue de mala manera. Pero por el

momento, estaba demasiado ocupada en una parte diferente de mi

cabeza. Lo solté y señalé el boceto.

—Esa es una Willing.

—¿En serio? —No se mostró particularmente impresionado. Más

aliviado de que no me había caído y golpeado la cabeza o tenido algún

percance similar.

—Edward Willing. Tienes que saber quién es Edward Willing. —Miró más

allá de mí.

—Un pintor de Filadelfia. De principios del siglo XX, ¿no? Estuve en la

clase de historia del arte el año pasado, ya sabes. —No lo sabía. En realidad

no.

—¿En serio?

—Me senté en la parte trasera. Tú te sentaste en frente. Nunca vi tu

cara durante la clase, pero recuerdo que discutías con Evers sobre Dalí.

Recuerdo. No te gusta Dalí.

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—No mucho.

—¿Si te gusta este tipo?

—Sí. —Tomé un respiro—. Sí. Así es. Y tienes uno de sus bocetos. En tu

cuarto de baño de invitados. —Lucía atrapado. Por lo menos tanto como yo

hubiera esperado que lo hiciera.

—Ella, mis padres compran lo que les dice su decorador que compren,

y lo mostrarán en la sala que les diga que aparezca. —Miró de nuevo—. Este

de hecho pudo haber salido de la casa de mi abuela, la mayoría de cosas

viejas salieron de allí.

—¿Hay más de Edw… de las piezas de Willing? —Me sentía mareada

ahora.

Alex me lanzó una mirada de disculpa.

—No. Estoy bastante seguro de que no las hay. Pero hay un Picasso en

la sala de estar. Y un muy, muy pequeño Matisse en el estudio. —Alargó

ambas manos, como si me estuviera ofreciendo... todo, tal vez—. Mira, voy a

mover este ahora. Voy a ponerlo en algún lugar más visible... —Busco por el

marco. Pero yo se lo impedí.

—No. No puedes. Sin embargo, gracias.

—Claro. —Me di cuenta, entonces, mientras bajaba la mirada con el

ceño levemente fruncido. Estaba de pie casi pecho a pecho con Alex

Bainbridge, en un espacio muy pequeño. Retrocedí un paso y choqué con el

inodoro.

—Me debería ir —dije, un poco temblorosa—, debo llegar a casa.

—Correcto. —Siempre educado, me dejó salir en primer lugar—. La

semana que viene... La próxima semana, podemos tener nuestra sesión de

tutoría aquí. Hablaremos de arte. O accesorios de baño. Te puedes sentar

ahí arriba —Señaló el mostrador—, al lado del Willing. —Ahora, fuera del

baño, y a unos metros de distancia de él, yo podía reír.

—Está bien. Antes de que empieces a pensar que soy obsesiva y loca,

tiene que haber algo, o la señal de algo, que te haga a ti lucir ridículo. —Él

no perdió nada.

—La señorita Winslow con un tutú. No... —Parecía un poco ridículo

cuando dijo—: El Hombre Araña contra el Doctor Octopus. Julio de 1963.

—Eso es un cómic, ¿verdad? —Suspiró.

—Oh, Ella. —Entonces—. Vamos. Te llevaré a casa.

—No tienes que…

—Sí, lo sé.

El sol se ponía cuando se detuvo en frente de mi casa. No había luces

encendidas, pero podía ver en el restaurante. Ya estaba ocupado, Sienna y

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Leo estaban en dos mesas. Salí del coche y cerré la puerta. Luego me eché

hacia atrás a través de la ventana.

—Gracias por traerme. Fue muy amable de tu parte.

—No te preocupes. Dado que estoy aquí, tal vez iré por Geno para un

queso y carne. —Negó con la cabeza—. Viste lo que había en mi

refrigerador.

—Lo hice. Alex... —Podría invitarlo. Sería tan fácil. Una pizza, algunos de

los tallarines de Nonna...—, pasé un rato agradable —dije. Cobarde, me

regañaba—. No lo esperaba.

—Sí, bueno, no puedes vencer a un buen ataque rapaz. La próxima

vez, antes de empezar, te voy a mostrar mi colección francesa de cómics...

—Movió las cejas hacia mí de una manera pervertida—. Entonces vamos a

trabajar.

—Está bien —Estuve de acuerdo—. Me parece bien. —Empecé a

caminar por la acera. En lugar de ir a casa, me decidí ir a Marino. Ofrecer

algo de ayuda. Papá lo agradecería.

—Oye, Ella. —Me volví.

—¿Sí?

—Te veré mañana. —Debí tener la mirada perdida—. En el baile —

agregó.

—Oh. Sí. Nos vemos mañana. —Me volví hacia el restaurante.

—Oye, Ella.

—¿Sí?

—J’ai passé un très bon moment, aussi90. —Cuando me lo quedé

mirando otra vez, soltó un bufido—. Trabájalo.

Lo hice, pero no antes de que se hubiera alejado. Había tenido un muy

buen tiempo, también.

90 También pase un gran momento.

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El Baile

Traducido por ♥...Luisa...♥ & Munieca

Corregido por Vericity & Deydra Ann

l suelo estaba lleno de algas, serpentinas de crepé y piratas en

descomposición. O al menos eso parecía. La mitad de la

población masculina de Willings se pavoneaba en camisas con

volantes, pañuelos en la cabeza y maquillaje horrible. Aunque,

para ser justos, algunos de los rostros contorsionados tenían más que ver con

el esfuerzo, que con el pegote de vestuario de la tienda. Algunos chicos

necesitan concentrarse muy duro si querían mover sus extremidades para

trabajar con la música. Se veía como "Thriller" encontrándose con Titanic.

Por supuesto, la otra mitad era cegadora. Como se predijo, reinaron las

lentejuelas. Además, como se predijo, el traje de la elección fue una especie

de falda (cuanto mas corta sea, mejor) combinada con un top de bikini (lo

mismo). Vi, desde mi asiento en el borde del gimnasio, al tímido profesor de

física vestido con un traje de espuma de caballito de mar teniendo una

discusión, y meneando los argumentos en sus dedos, con una sirena sobre el

tamaño de sus conchas. No pude oír lo que decían, pero los gestos de la

mano, decían un montón.

El maestro ganó; la Chica Concha se marchó en una rabieta. Se

detuvo a mitad de camino del suelo para hacer un enojado movimiento

Hokey-Pokey91 de la pierna para separar un trozo de papel de algas

alrededor de su tobillo. Un grupo de mate-atletas la observaron con

curiosidad. Uno, que llevaba lo que parecía un verdadero traje de buzo

antiguo, incluso trató un movimiento experimental de su propia pierna antes

de que otro le diera un codazo en silencio.

—¿Teddy Roosevelt? —sugerí. Sadie y yo habíamos estado tratando de

averiguar el traje del segundo mate-atleta durante unos minutos. Llevaba un

traje de estilo 1930, con el pelo cuidadosamente peinado hacia abajo, y

luciendo un bigote falso.

—No hay gafas. Y no puedo ni siquiera empezar a imaginar la relación

entre la bodega de Davy Jones92 y Teddy Roosevelt. —Sadie se arrancó un

pelo de oro y suspiró.

91 Hokey Pokey, también conocido como el Cokey okey , TOKEY hokey , o Cokey Cokey , es

una danza de la participación con una melodía distintiva de acompañamiento y letra

estructura. Es bien conocido en los países de habla Inglés. 92 Legendario pirata de historias marinas.

E

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Tal vez su madre no había rematado su triunfo del Jinete sin Cabeza,

pero no fue por falta de determinación. Lo que la señora Winslow no había

logrado en la creatividad (que había ido por el camino de sirena), lo había

hecho en los detalles. La falda de cola era de cuentas intrincadas y

bordadas en una docena de tonos de azul y verde. Era bastante

sorprendente. El problema era el corpiño: no es un bikini, pero no mucho

mejor en cuanto a Sadie se trata. Era verde, muy bajo y con bordes de

aspecto de vieiras93 que causan picazón. Se las arreglaba para estar

cubierta por la peluca, pero eso era un problema en sí mismo. Era enorme,

compuesta por cientos de tirabuzones en un rubio metálico. Para colmo, el

traje incluía una brillante corona de tres puntas y un tridente de seis pies, con

piedras y algas terminadas en seda.

—Sadie —Había preguntado en voz baja, cuando ella apareció en mi

casa, temblando y enredada en su peluca—. ¿Por qué no... —Sólo dile ¿en

donde puede meterse su tridente? Pero eso habría sido malo. Sadie cede y

lleva los trajes, porque es infinitamente más fácil que luchar—, vienes al lado

y vamos a ver si Sienna tiene un chal que puedas pedir prestado? —Sienna

ha sido dama de honor en once ocasiones. Tiene un chal de imitación para

cada ocasión.

Partimos para el baile con Sadie envuelta en brillante plata, Nonna

saludando desde el pórtico. A Nonna le gusta Halloween, pero traza la línea

en un disfraz, a pesar de que ha sido conocida por asustar a los niños

pequeños mientras se cierne sobre ellos en su marcado negro, gritándoles

que se acerquen por M&M’s.

Dentro de la hora, Sadie y yo estábamos sentadas en los bordes del

Willings paraíso/infierno bajo el agua, viendo el espectáculo y teniendo un

tiempo no-malo. Lo hacía bien con mi traje de diosa del agua y Sadie lidiaba

con ello. A diferencia de años anteriores, parecía más resignada que

molesta. Para mí, el tridente a un lado, se veía bastante bien.

Al ver mi disfraz, ella había realmente aplaudido y gritado.

—¡Oh, Ella, eres hermosa!

Cuando nos reunimos con Frankie en el jardín de rosas de la escuela,

había dejó escapar un silbido.

—Muy bien, Marino.

Les hice señas a los dos fuera, murmurando—: Es sólo un vestido. —Un

vestido hecho sólo para mí por una amorosa, engañada, abuela madrina y

el cabello y el maquillaje a una hora de dolor en las manos de una hermana

determinada.

—¡Siéntate y deja de lloriquear ya! —gruñó Sienna, mientras me

retorcía el pelo en espirales largos, sueltos y transfería el contenido de una

93 Los pectínidos, conocidos popularmente como vieiras, son una familia de moluscos

bivalvos, emparentados de cerca con las almejas y las ostras.

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docena de botellas y tubos en mi cara—. ¿Ves? —Me había exigido al final,

arrastrándome por delante de su gran espejo—. ¿Ves?

Era sólo yo. Sólo que, aunque tenía que admitir, no del todo. Me veía

más suave, brillante, un poco luminosa. Ahora, a la luz de cientos de faroles

de barco falsos, todavía podía ver el resplandor de la crema fragante o lo

que sea que Siena había frotado en mis brazos.

A veinte metros de distancia, Frankie se retorcía con elegancia con la

música, sus pantalones de campana balanceándose con él. Su cita, vestido

con un traje de marinero de época coincidente, no era tan gracioso, pero

era igual de bonito.

—Exceso de Naval —Frankie había explicado los uniformes a la

llegada—. Estamos “no preguntes”…

—“No digas” —terminó Connor. Él se veía bien. No decía mucho: “no

digas” lo personificaba. Pero claramente le gustaba bailar, al igual que a

Frankie, y le hizo un cumplido a Sadie por sus zapatos, los cuales eran

sandalias de peces-con-escamas-de-lentejuelas Jimmy Choo (Frankie los

identifico en un latido), y muy geniales.

—¿Tal vez un joven Jacques Cousteau… ? —Sadie seguía trabajando

en el chico del traje—. Pero eso seria simplemente tonto. Quiero decir, ¿un

traje…? Oh. No.

Aparentemente, nuestro escrutinio no le había pasado desapercibido.

Teddy-Jacques-Quien-quiera-que-sea, venía hacia nosotras, con una amplia

sonrisa bajo el bigote que, noté, se estaba soltando de una esquina.

—¡Buenas tardes, señoritas! —Era un estudiante de último año, pensé.

Nosotras no habíamos tenido ninguna clase juntos; era AP de todo, pero

pensé que recordaba haberlo visto durante la Actuación Nocturna en

primavera, parte de un grupo a cappella. Hicieron una canción de los Black

Eyed Peas, muy bien, de hecho. Era lindo también, en una pálida y

larguirucha manera—. Walter Elias Disney —dijo con una reverencia—. A su

servicio.

—¿Walt Disney? —Sadie estaba obviamente muy intrigada para ser

tímida—. ¿Um…?

Él sonrió y agitó el brazo por el espectáculo detrás de él con una

reverencia. —Los múltiples talentos de Johnny Depp a un lado, es discutible si

nada de esto habría tenido lugar sin mí. Me pareció que lo más apropiado

sería hacer acto de presencia.

Asentí con la cabeza. —Voy a comprar eso.

Se inclinó de nuevo, pero sus ojos se quedaron en Sadie. —¿Quieres

bailar?

—Oh. Yo... Oh. —Varias emociones inundaron su cara en un instante: el

terror, el placer, la incertidumbre, y por qué-infiernos-no. Me lanzó una

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mirada. Le hice un gesto rápido, contundente. Yo estaría bien. Ella

absolutamente debería bailar—. Claro —dijo.

Y se fueron.

Los vi durante unos minutos. Sadie lo hizo bien, a pesar de la pesada

falda. Ella observa Dancing with the Stars religiosamente. Walt no era malo, o

bien, no se agitaba demasiado. Dijo algo que la hizo reír. Parecía increíble.

Cerca de allí, Frankie y Connor hacían una versión decente del “Swim” de los

años sesenta.

Recorrí el mar de piernas ondulantes y las caras felices por, bueno,

nada interesante.

No pasó mucho tiempo. Los Fillites se encontraban en el centro de la

pista de baile, un grupo feliz de pelo brillante, dientes centelleantes y piel

expuesta. Las chicas estaban en bikinis y faldas adornadas con brillo. Los

chicos vestían camisas blancas sueltas, abiertas a un punto que hubiera sido

ridículo en cualquier otro momento, pero que ahora parecía

apropiadamente pícaro.

Vi a Ana y Hannah, de púrpura y aguamarina, entonces a Chase, que

llevaba un parche en el ojo y un arete de oro resplandeciente. No fue difícil

encontrar a Alex, era el más alto del grupo. Tuve un vistazo de su camisa

blanca y su mandíbula cuadrada, pero se enfrentaba a la multitud, lejos de

mí. No pude ver a Amanda en absoluto.

Me levanté. Un par de piratas flacos me miraban especulativamente.

Un alhelí que, especialmente sin una pared, era un blanco fácil94. Tratando

de mirar como si tuviera un destino, bordeé el suelo. Pensé que podría hacer

un circuito lento, para luego volver y bailar durante unos minutos con Frankie

y Connor. Sabía que Frankie estaría encantado, a él le gusta verme bailar en

la misma forma que disfruta enviarme a subir árboles.

Había hecho una cuarta ronda, cuando me encontré frente a un

grupo de chicos Abejas. Traté de rodearles, pero me encontré enredada en

un traje de pulpo. —Um. ¿Perdón? —No precisó ninguna respuesta. No pasó

mucho tiempo para averiguar por qué. Amanda Alstead estaba en su línea

de visión directa.

Estaba haciendo la danza universal de las chicas seguras: los brazos

sobre la cabeza, los ojos cerrados, las caderas ondulantes al que era el ritmo

del momento. Sus brazos en alto, sus conchas haciendo su propia danza.

Era, sin duda, fascinante. Observé durante un minuto, preguntándome

si alguna vez tendría las agallas para moverse así en frente de una persona,

por no hablar de varios cientos. Me preguntaba si yo aún tenía la

capacidad. Parecía una cinta de seda sobre cojinetes de bolas.

Cuando mi ego no podía soportarlo más, miré por encima de ella. Ahí,

por supuesto, estaba Alex. Él no miraba a Amanda. Estaba mirando por

94 Hace un juego de palabras, en ingles wallflower. Wall se traduce como pared

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encima de su cabeza, recorriendo su aburrida mirada por la habitación.

Antes de que pudiera alejarse, se encontró con la mía. No sonrió,

ciertamente no hizo ademan. Pero no miró hacia otro lado. Y yo no tenía

absolutamente ninguna idea de qué hacer.

—¡Oye, Ella!

Alguien me empujaba desde atrás. Me volví para encontrarme a mí

misma, cara a cara, con la mascota de Willing. La camiseta de la pista lucía

una familiar abeja estilizada. Somos los Willings Hornets, pero la imagen no

cambió cuando lo hizo el nombre (hasta la llegada de los chicos, los equipos

de voluntarias eran, lo creas o no, los Zumbidos); fue grabado en

demasiadas superficies. Éste había sido provisto de un casco de tinta de

buceo y aletas. El resto del conjunto incluía una máscara de buceo, un par

de medias brillantes para correr, y la pièce de résistance95: un suspensorio

con lentejuelas en la cintura. Dentro de todo, era el gato de Vernon.

Me eché a reír. No pude evitarlo.

—Muy inteligente, ¿eh? —Ella sonrió—. El contenido de la bodega de

Davy Jones. —Detrás de ella, un par de sus amigos estaban vestidos de

manera similar. Todos parecían alegres y relajados—. ¿Qué estás haciendo,

errante? Ven. Vamos a bailar.

Se bajó la máscara hasta los ojos y entrelazó su brazo con el mío.

Entonces, suavemente, pero con firmeza, dejando a un lado a los chicos

todavía jadeando, me hizo entrar al centro de la pista con un grupo de

estudiantes gritones de último año. Había una chica pirata y un chico vestido

como Neptuno, pero ninguna sirena entre ellos.

Bailé. Le di la espalda a Amanda e hice mi propio medio movimiento

de brazos. Incluso oscilé por un minuto con un lindo estudiante de último año

vestido como una langosta. La multitud de Cat estaba ruidosa y animada, y

nadie me miró como si no perteneciera justamente donde estaba.

En el momento en que el tercer baile había terminado, estaba

mareada y sudando un poco. Todos los demás en el grupo saltaron, justo en

la siguiente canción; Neptuno fue haciendo pogo96 por todo lo que le valía

la pena. Le dijo adiós a Cat y me escapé de la pista de baile.

Mientras me dirigía hacia la puerta lateral, vi a Frankie y Connor, ahora

haciendo un sincronizado baile marino de moviendo-ala, rozando-pies.

Tenían un público agradecido. Más allá de ellos, Sadie estaba todavía con

Walt. Parecía absolutamente el mejor momento para desaparecer por un

rato. Estaba sintiendo el impulso.

Sabía que la mayoría de las aulas estaban cerradas, ya sea por los

profesores sospechosos o desde el interior por una pareja con una sola cosa

en mente.

95 El plato fuerte. 96 Baile que consiste en saltar y chocarse en grupo unos contra otros al ritmo de la música en

un concierto.

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No había manera de que la Sra. Evers tuviera la sala de arte abierta.

Pintura disponible era demasiada tentación para el mal, incluso en una

noche que no incluía bromas de Halloween. Por esa razón, cuando ella no

estaba allí, la habitación era cerrada herméticamente y con llave. Por esa

razón, le dijo a un selecto grupo de estudiantes, donde se encontraba

escondida la llave. Yo era uno de los pocos.

Cinco minutos más tarde, armada con un cuaderno de dibujo fresco y

un puñado de lápices de carbón, estaba en mi camino hacia una puerta

lateral, al patio de ladrillos que se extendía a lo largo del sur del edificio.

Pasaba de largo los jardines. En el claro de luna, las ensombrecidas

barandillas y las urnas ornamentales, adquirían formas nuevas e interesantes.

Me instalé en un escalón de piedra y comencé a dibujar.

Conforme pasaban los minutos, las imágenes extrañas tomaban una

forma satisfactoria: la curva de una aleta en el aire vacío, los mensajes que

parecían dientes…

—Me preguntaba dónde estaba la verdadera fiesta. —Di un salto,

enviando mi lápiz en una línea clara a través de la página. Alex estaba a dos

metros de distancia, a un molesto escalón de mí, las manos metidas en los

bolsillos de unos pantalones que parecían demasiado Emos: negros y

apretados—. Lo siento —dijo—. No tenía intención de asustarte.

—No me asustaste —jadeé, la mano izquierda pegada a mi pecho—.

Sacaste toda la mierda de mí con el susto. ¿Con quien te criaste? ¿Lobos?

En realidad sonrió.

—Has conocido a mis padres. ¿Qué piensas? —No iba a tocar eso.

Sólo me encogí de hombros.

—¿Por qué no estás dentro? —Me preguntó después de unos

segundos.

—Hacía demasiado calor —mentí, cerrando mi cuaderno de dibujo

con toda la indiferencia que pude—. Opresivo. ¿Por qué no estás tú?

—Era demasiado... Dios, no lo sé. Angustioso es una buena palabra. Un

poco de aire fresco parecía una buena idea —Miré más allá de él, aliviada

de no ver a nadie más allí.

—¿Todo por ti mismo? Eso es... valiente. —Sus cejas se levantaron. Por

un segundo, pensé que iba a dar la vuelta y marcharse. En su lugar, sacó las

manos fuera de los bolsillos y señaló un escalón.

—Grandes palabras para una persona pequeña. ¿Puedo sentarme?

Tragué saliva.

—Claro.

Lo hizo, para terminar con sus codos apoyados en los muslos y la rodilla

derecha no del todo en contacto con la mía.

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El silencio duró el tiempo suficiente para que fuera incómodo. Pero no

le iba a ayudar con su charla. No soy muy buena en eso, en el mejor de los

casos. Sentada, casi muslo con muslo, con un tipo que me convirtió

mentalmente en un pretzel, era ni de lejos una buena circunstancia.

—Así que... Toda una escena esta noche. —Él sacudió la barbilla hacia

la puerta abierta del patio. La música era lo suficientemente fuerte como

para que yo pudiera oír al cantante destrozando las palabras de "Beyond

the Sea". El original es uno de los favoritos de Frankie. Supuse que

probablemente estaba entrelazado extasiado con Connor en este

momento, en un baile lento. Lo que era bueno por varias razones, entre ellas

el comentario sarcástico que me lanzaría si me sorprendía charlando con

Alex Bainbridge.

—Sí —Estuve de acuerdo.

—Típico en Willing.

—Lo es.

—Bueno —y preguntó—: ¿Qué esperas?

Era tan obvio que era una pregunta retorica que, obviamente

respondí. El impulso de la verdad que sentía parecía más fuerte cerca de

este chico, mi instinto controló todo.

—Esperaría que estuvieras bailando. —Su expresión era inescrutable a

la débil luz.

—¿Es eso una invitación?

—No. Una observación. —Se encogió de hombros.

—Está bien. Necesitaba un descanso. Fue bueno mantener un ojo

sobre Chase mientras vomitaba una quinta parte de ron barato en los chicos

del cuarto de baño o seguía a las chicas al cuarto de baño. —Casi le sonrío y

le digo acerca de los baños de Willing y yo. En su lugar, un impulso

verdaderamente horrible e irresistible me tuvo anunciando:

—Amanda se ve muy guapa esta noche.

—Tu también. —Curiosamente, sentí que mi aliento se entrecortaba en

mi pecho, y por un segundo largo, horrible, pensé que podría llorar. Agarré

bien la parte superior de mi libreta, concentrándome en la cuadernación de

metal en espiral donde se clavó en la piel.

—Es un disfraz genial —dijo—. ¿Una ninfa de agua?

—Diosa del mar —le contesté en voz baja—. Romano.

—Hmm. —Alex miraba hacia fuera, al jardín ahora, luciendo tan a

gusto que salí del nudo del pretzel. ¿Podría realmente ser tan fácil para él?

¿Decir cosas como esas sin pensar? ¿Sin querer nada en absoluto?

—Demasiadas sirenas esta noche. No es que tenga nada en contra de

las sirenas. Las sirenas son ardientes. Quiero decir, tú has visto mi dibujo.

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Asentí con la cabeza.

—Tu sabes —continuó—, ese día en la sala, cuando comparaste mis

cosas con las de los artistas japoneses…

Asentí con la cabeza de nuevo, a pesar de que él ahora estaba

mirando hacia los jardines oscuros y no a mí.

—Suzuki Harunobu y Kuniyoshi Utagawa. Eran en el siglo XVIII y en el

siglo XIX maestros del grabado de madera…

—Ella —me interrumpió él—. Sé quiénes son.

—Oh.

—De hecho, tengo un par de impresiones originales de Kuniyoshi.

—Oh. Guau. Guau. —Se encogió de hombros.

—No son tan raros. Lo que realmente estoy esperando conseguir es

una de la serie “Princesa Tamatori”. ¿Lo conoces? —Cuando negué con la

cabeza, explicó—: Sabes que él hizo todas estas ilustraciones para libros y

cuentos populares. ¿Verdad? Como algunos dibujos animados o novelas

gráficas. La princesa Tamatori se pone en marcha para recuperar una perla

de agua del Rey Dragón. Ella tiene que luchar contra él, y todas estas

criaturas locas en su camino de regreso. Así que tuve esta idea para una

novela gráfica sobre... —Su voz se apagó.

—Una sirena —terminé por él.

—Sí.

Ninguno de los dos dijo nada durante un minuto. Luego:

―Tus dibujos son realmente, muy buenos —dije en voz baja—. Deberías

hacer ese libro.

Gruñó.

—¿Alguna vez has oído hablar de un novelista gráfico rico?

—¿Alguna vez has oído hablar de un abogado feliz? —Le respondí,

menos sorprendida que divertida por lo mucho que Frankie y Sadie me

habían contagiado en dos años. No dije: Tú ya eres rico, que habría sido

demasiado Frankie y no Sadie sin ningún motivo.

—¿Quién sabe? —Alex suspiró, y dejó la pregunta retórica. Desde el

interior, pude escuchar las primeras notas de Come Sail Away—, ¿Por qué es

—preguntó después de unos cuantos compases—, que siempre tocan estas

canciones en los bailes de esquizo? Empieza poco a poco, por lo que todos

estamos emocionados, luego, alcanzan rápidamente la mitad, así que

terminas sintiéndote como un idiota total, tratando de decidir qué hacer.

Una persona siempre elige seguir haciendo la cosa lenta...

—Y el otro retrocede y comienza a bailar.

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—¡Exactamente! Has estado allí —dijo, sonriendo. No mencionaría que

para mí allí siempre había sido el asiento de alhelí—. A mi papá le encanta

esta canción.

Era mi turno de sonreír.

—Lo mismo sucede con el mio.

—Así que…

—¿Así qué?

Golpeó mi rodilla con la suya.

—¿Quieres bailar?

―Estás bromeando, ¿verdad?

Incluso a la luz limitada, parecía ofendido. —No lo estoy.

En un segundo, se había levantado.

—Vamos. Vamos a bailar rápido al principio y más lento cuando la

música se acelere.

—Lento... —Estaba totalmente distraída por la imagen de los dos en el

suelo.

No, aparentemente, por las mismas razones que él.

—Voy a hacer un Quasimodo —dijo él, flexionándose y torciéndose a

la del jorobado de Notre Dame por lo que estaba más cerca de mi altura—.

Vamos, Ella. Es sólo un baile.

—Está bien. —Esta vez, lo tengo bien. Con mi trasero firmemente

plantado aún en el escalón, extendí la mano y tomé su mano. No la aparté

una vez que estuve de pie. De hecho, me aferré a él por lo que

probablemente fue un tiempo demasiado largo; él fue quien se apartó.

No estoy segura de por qué pensé que en realidad podría suceder.

Fue probablemente todo la cosa novedosa de la madera/gráfica japonesa.

Él me tenía con Kuniyoshi.

Sólo llegamos hasta el pasillo interior de la puerta.

—¡Hey, hombre! —Los dos nos volteamos. Chase Vere caminaba hacia

nosotros, tambaleándose un poco y sonriendo.

—¿Dónde estabas? Acabo de hacer una serio Technicolor vomitando.

—Bien por ti —respondió Alex. Metió un brazo protector frente a mí

cuando Chase se detuvo dando bandazos a un metro de distancia. Sentí un

leve olorcillo de alcohol y algo aún menos agradable.

—Oh. Oye —Chase entornó los ojos hacia mí—, tu.

—Ella —dijo Alex con fuerza—. Su nombre es Ella.

—Está bien, seguro. Ella. —Chase asintió. Esta vez, su mirada fuera de

foco hizo un lento deambular desde mi cabeza a los pies. Se volvió a

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descansar sobre mis pechos, que, descubrí, no era de ninguna manera

preferible a mi cicatriz—. Ella se ve sexy.

—Jesús, Vere…

Cualquier otra cosa que Alex iba a decir, se perdió mientras Chase hizo

un giro un poco tambaleante, y gritó por el pasillo. —¡Lo encontré! Con la

chica rara. Sólo que esta noche ella está sexy.

—Vere, tú idiota. —Alex se volvió hacia mí—. Lo siento mucho. Está

perdido.

—Está bien. Tan solo me iré. Ahora. —Las había visto, Alex, no porque

estaba frente a mí. Las Hannandas habían doblado la esquina y caminaban

hacia nosotros, un trío feroz usando bonitas lentejuelas y feas expresiones.

—¿Qué está pasando? —Exigió Amanda, con los ojos brillando de Alex

hacia mí y de regreso.

—Nada —le contesté de forma automática, incluso sabiendo cuando

las palabras salieron de mi boca, que probablemente no debería haber

dicho nada en absoluto.

Por todas las veces que había jugado y reproducido la escena del

salón del almuerzo en mi cabeza, por todas las veces que me había

imaginado cómo podría haber sido si Alex no me hubiera ignorado, si se

hubiera detenido y dicho hola, o incluso acabara de reconocer mi

existencia, me estremecí cuando anunció—: Ella y yo estábamos caminando

de vuelta al baile.

Ni siquiera tuvo que decir que en realidad planeábamos bailar. Las

cejas de Amanda se dispararon, sus fosas nasales se dilataron. Por un

instante, parecía un caballito de mar muy enojado.

—¿Quién hubiera pensado que tenía un cuerpito tan dulce? Cubre la

parte mala, yo así lo haría —murmuró Chase. Entonces, casi en el mismo

aliento—: ¡Oh, hombre, voy a vomitar de nuevo!

—Espero que te duela —murmuró Alex, aún cuando se estaba

moviendo, empujando a Chase de forma rápida y eficiente hacia la puerta

del jardín.

—No aquí, imbécil. —Ellos desaparecieron en las sombras. Un momento

después, los inconfundibles sonidos de arcadas se filtraron a través de la

música.

Empecé a arrastrarme lejos. No tuve la oportunidad. Amanda fue

hacia mí, los ojos entrecerrados, efectivamente fijándome a la pared. Anna y

Hannah marcharon detrás de ella. Pensé en chacales, mirando la muerte.

Amanda se detuvo a pocos centímetros de mí. Era lo suficientemente alta

como para intimidad.

—Mira, Freddy Krueger, si yo pensará que existiera una posibilidad

entre tropecientos que incluso Alex te habría elegido en una pesadilla, no

podría decir esto tan amablemente. Pero lo siento por ti, así que voy a darte

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un tip —La p era fuerte, dura. Se acercó, tan cerca que pude ver el

pintalabios pálido con brillo apelmazado en las comisuras de su boca—. Esta

cosa que tienes por él solo te hace ver como la perdedora más triste del

mundo. ¿De verdad crees que tuviste la más mínima oportunidad con él?

¿Lo hiciste?

No le respondí. Tal vez un “no” la hubiera satisfecho. Tal vez no.

—Eres asquerosa y un monstruo —me espetó, los sonidos duros, haciéndome

estremecer—. No perteneces a este lugar. Vuelve a tu vecindario. ¡Verte me

da asco!

Cualquier chica que siempre ha estado cara a cara con otra chica

enojada, especialmente una infinitamente con más maldad y posición

social, sabe correr. Es innato, desde los conejos a los babuinos. No se metan

con la hembra alfa. Ella abrirá tu garganta. Así que salí corriendo, pero sin

antes recibir un vistazo a la cara de Anna.

El segundo antes que ella se girara, parecía como si alguien la hubiera

abofeteado. Es curioso comprobar que no me hizo sentir mejor.

Llegué a la pista de baile justo cuando el tiempo de la canción

cambió. A mi alrededor, las parejas se tambaleaban, claramente atrapados

en el dilema lento/rápido. Encontré a Frankie y Connor fácilmente. Eran una

columna blanca, sólida, en el centro de la pista, envuelta una alrededor de

la otra y moviéndose apenas. Le di unos golpecitos en el hombro a Frankie.

—Me voy —le dije.

—¿Qué? ¿Por qué?

Pero yo ya estaba caminando. ―Asegúrate de que Sadie llegue a

casa —le dije sobre mi hombro.

Me alcanzó rápidamente. —Oye. ¿Qué pasó? —exigió, con los dedos

tratando de encontrar los míos y tirando de mí para que me detuviese.

—Nada. —Cuando él entrecerró los ojos hacia mí, yo suspiré.

―Hannandas. Nada importante. Sólo quiero irme.

—Vamos a irnos, también —declaró—. Vamos a caminar a casa, luego

volvemos por Sadie. —Hizo un gesto con la barbilla hacia un lado.

Ella estaba sentada con Walt y sus amigos. Se reían. —No puedes

caminar a casa sola.

Bufé. —Es Halloween en el sur de Filadelfia. Las calles están llenas de

pequeños demonios y sus padres.

Me acordé de cuando tenía tal vez ocho, en un traje de hada de

nylon, caminando junto a Anna María Lombardi en su vestido de princesa

también inflamable, nuestras madres detrás, a unos tres metros, charlando

como si se hubieran conocido de toda la vida, porque ellas lo hacían.

—Si me atacan, será por un grupo de duendes pequeños buscando un

dulce a cambio.

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Por un segundo, pensé que Frankie iba a discutir. Luego se encogió de

hombros.

—Está bien. Llámame cuando llegues a casa.

Me fui antes de que pudiera cambiar de opinión. Detrás de mí, me

pareció oír que alguien me llamaba. No me detuve. Una vez en la calle,

recogí mis faldas y corrí, apenas deteniéndome en las intersecciones para

ver los coches. Incluso a esa hora, había trato-o-dulce, todavía afuera.

Esquivé unos cuantos fantasmas, esquivé madres charlando, y estuve en

casa en cuestión de minutos. La casa estaba a oscuras, la luz del pórtico

apagada. Pensé que Nonna había dejado su entrada para ir al restaurante.

Era un sábado, la necesitarían en la cocina.

No encendí ninguna luz en la casa. La ventana de mi habitación es

visible desde la cocina y la oficina del restaurante. Pensé que mis padres

estaban allí, y no quería que supieran que ya estaba en casa. Su decepción

sería tangible.

Me quité los zapatos y busqué el lazo en la cintura. Pero no desaté el

nudo. En su lugar, me senté en mi escritorio, todavía vestida completamente.

Mi celular estaba allí. Tenía un mensaje de voz.

Era Sadie, gritando en contra de la música.

—¿A dónde fuiste? Ví... pensé que había visto... —Todo lo que dijo a

continuación se había perdido—. Quieres que me vaya, está bien. Jared

quiere... afuera. ¡Llámame!

No lo hice. No llamé a Frankie, tampoco. Le envié un mensaje de texto.

No pensaba que fuera a quejarse de la carga.

Llegué a casa bien, escribí. Dile a Sadie. XO.

XOOXOOXOOX, envió de vuelta.

Apagué mi teléfono. Por encima de mí, Edward me miraba, su

expresión indescifrable en la oscuridad.

—Un joven excelente, tu Frankie —dijo.

—Así es. Lo es. —Agotada de repente, crucé los brazos sobre la mesa y

dejé caer mi cabeza sobre ellos.

—Oh, Ella. Me gustaría que hubieses tenido un mejor momento en el

baile.

—Olvídalo —murmuré. Asquerosa. Freddy. Monstruo—. No es como si

ella y yo fuéramos a ser mejores amigas.

—No me refiero solamente a Amanda.

Por supuesto que no lo hacía.

—Voy a intentar —gemí en el hueco de mi codo—. ¡Oh, Señor, voy a

tratar de seguir adelante!

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—Eso suena más bien dramático, incluso para ti.

—Es Styx97 —le dije—. Después de tu tiempo, antes que el mío. No sé

todas las palabras, pero estas valen por el momento. Y para que conste,

estoy siendo irónica, no dramática.

—Si tú lo dices.

Lo ignoré. —He tenido mi última queja sobre Alex Bainbridge. Lo digo

en serio. Frankie tenía razón. ¿Cuántas señales necesito de que nunca, jamás

vamos a tener... nada... antes de que lo entienda? Obviamente, no importa

que nos relacionemos con las mismas canciones esquizo setenta. O que

podemos hablar de antiguos grabados en madera japoneses. O que

cuando se sienta a mi lado, me quita el aliento. Podrías pensar que cuenta

mucho, ¿no?

Edward entiende el concepto de las preguntas retóricas, por lo que

continué.

—Ni siquiera quiero aventurar una conjetura sobre lo que hace que el

pulso de Amanda aumente, pero me apuesto lo que sea que no es Alex. Y él

sigue con ella. No va con ella, pero al parecer siente que le pertenece.

Explica eso, por favor.

―Oh, Ella. Nosotros los hombres no siempre somos los mejores en mirar

más allá de... er...

―Tetas, Edward. Puedes decirlo. Amanda Alstead es toda tetas y

cabello rubio. Más allá de eso, no puedo ver una sola cosa de ella que sea

especial.

—Porque no hay una sola cosa. Más allá de lo... em, evidente. Tú, en

cambio, eres una criatura con una infinidad de encantos. ¿Debo enumerar

por orden alfabético o de arriba hacia abajo?

Fruncí el ceño hacia él. —Ya sabes, estás empezando a sonar un poco

demasiado como Frankie y Sadie, mi iluso coro griego.

—Sí, bueno, más bien pensaba que eso es para lo que los amigos son.

—No se supone que eres mi amigo —murmuré—. Se supone que debes

ser mi príncipe azul.

—Ejem. —Los labios esculpidos de Edward se comprimieron en una

línea sombría—. ¿Me has mirado últimamente? Se supone que debo ser

sorprendente e incluso un poco atemorizante.

—Nop. Tampoco. —Descansé mi barbilla en mi antebrazo—. Para mí,

eres perfecto. Eres leal y fiable y completamente carente de sorpresas.

—¿Eso es algo bueno?

97 Styx es una banda de rock progresivo estadounidense y AOR, formada en Chicago, Illinois,

en 1961 como “The Tradewinds”.

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—Absolutamente. —Le dije—. Es una cosa excelente. No quiero más

sorpresas, nunca.

—Difícilmente un objetivo admirable.

—Tal vez no. —Concordé—. Pero agradable. Entre toda la rara noche,

he encontrado algo nuevo a que temer. Novias malignas.

—Ahora, Ella. No puedes ir por ahí teniendo miedo por siempre.

—Oh, sí, sí puedo. En cuanto a Amanda Alstead se refiere, puedo.

Edward inclinó la cabeza y me miró por un momento. Pareció molesto.

—¿Por qué insistes en tener estas conversaciones conmigo cuando

ignoras todo lo que tengo que decir?

Fue una muy buena pregunta.

—Está bien. —Me senté con la espalda recta y doblé mis manos en mi

regazo. Hora de la verdad—. Adelante. En esta noche en que celebramos

los misterios de la vida y la muerte... Di algo profundo, algo sorprendente.

Hubo un largo silencio. Entonces:

—Boo —dijo Edward.

—Gracias, Sr. Willing.

—No hay de qué, señorita Marino. Estoy a tus órdenes.

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La Mujer

Traducido por Vero

Corregido por ★MoNt$3★

ecidí que el lunes después de Halloween sería un buen día para

faltar a clases. No a todas ellas. Eso habría provocado una

llamada a casa, y no me encontraba con ánimos de explicar a

mis padres por qué prefería no ir a la clase de Inglés del Sr.

Stone, con Chase y las Hannandas, otra vez. Así que fui a Historia, donde

presté poca atención, Francés, donde no presté nada de atención y luego

Arte.

Convencí a la Sra. Evers de que: A) Me beneficiaría del tiempo al aire

libre, y que; B) Debería ser excusada del resto de las clases, porque me

atrasé con el archivo y tenía que estar allí lo antes posible. No tengo ni idea

de si me creyó. Me escribió un justificante de todos modos.

Por lo tanto, mucho antes de que sonara la campana del almuerzo y

de cualquier posible encuentro con Alex o Amanda, iba de camino a

Sheridan-Brown98. Podría haber ido de compras, podría haber ido a casa.

Podría haber ido a cualquier parte. Pero sin Sadie o Frankie, todo era

igualmente aburrido. Además, pasamos juntos todo el domingo, bebiendo

demasiado café, en la Compañía Java y comiendo Cinnabons99 de

contrabando en la habitación de Sadie.

Mi repentina salida del baile había llevado, sorprendentemente, poca

explicación. Una historia tergiversada de un encuentro con Alex en el pasillo,

un breve resumen del atemorizante momento de perra-psicópata de

Amanda, la sugerencia de que Chase Vere es infrahumano, y luego me

dejaron sola. Probablemente, no lo habrían hecho, pero aceptaron mí no-

quiero-hablar-de-eso. Posiblemente, porque no había más asuntos que

tratar. Frankie necesitaba analizar el final de su cita.

—Sí, él me besó, sólo una vez, ¿Eso significa que está viendo a alguien

más? ¿Es "Cena con la abuela" un código para algo? ¿Crees que sus dientes

son demasiado brillantes? —Sadie pensó que posiblemente podría hacerlo,

pero no, realmente, no había tenido un rato muy agradable con Jared Walt,

98

Sheridan-Brown: Es una galería de arte. 99

Cinnabons: Es una cadena americana de kioscos de repostería. Su especialidad principal

es el rollo de canela. También es conocida por vender cafés de diferentes sabores con

crema y licuados.

D

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y no me importa si llamaba, pero no podría llamarlo, de ninguna manera.

Todo esto mantuvo, efectivamente, la atención lejos de mí.

Todavía seguía sufriendo ligeramente por ese cuarto Cinnabon,

mientras tomaba el ascensor hasta el piso de archivo. Podría haber ido a

casa por una botella de ginger ale100 y una tarde de programas de televisión.

Inevitablemente, al menos una habría sido sobre chicas que aman a chicos

muertos o chicos vivos a los que sus novias quisieran ver muertos. Siempre era

así. Pero, a pesar de todos mis defectos, no soy perezosa. Mi proyecto a

largo plazo sobre Edward era apenas una mancha en el papel, y diciembre

llegaría más rápido de lo que debería. Quería tener realizado un muy

completo esquema antes de las vacaciones de invierno. Hasta ahora, tenía

la mitad de un título:

El hombre devastado por: Edward Willing (algo, algo, Diana, algo).

Pensé que tendría mucho tiempo para trabajar en esa parte.

Escuché la música cuando me encontraba a mitad del pasillo del

tercer piso. Era débil, pero no tan débil, para que no pudiera distinguir un

salvaje redoble y una serie de gritos. Unos, pensé, eran las guitarras, los otros,

humanos. Traté de caminar en silencio, para poder escuchar. No pensaba

que estuviera recibiendo la letra correctamente.

“Under armadillo, we are green. . . Under armadillo, we scream.”

Haciendo a un lado las palabras, no era mala. Podía imaginarme a

Cat Vernon y sus amigas bailando en un club. Un poco de Red Bull, una

ferviente, pero mediocre, banda de apertura, y esto podía incluso parecer

bastante bueno. El sonido se hacía más alto, cuanto más lejos iba por el

pasillo. Continué, sin poder creer la evidencia, pero, sabía, que no era

realmente una alternativa.

Vi la puerta de la oficina de Maxine entreabierta. A través de ella,

podía escuchar la música.

“Kick me in a hairy pot”

Y la vi sentada detrás de su escritorio. Hoy llevaba un par de lentes

gruesos de montura negra, con dramáticos bordes afilados. Me quedé en el

umbral, indecisa sobre si debería golpear. Esperé. La letra me dejó

demasiado curiosa.

“. . . under armadillo, feed me the rubber boots. Whenever you kick me,

I know we’re green roots . . .”

Me di por vencida y llamé a la puerta desde el marco. Ella se

sobresaltó visiblemente, luego dio un golpe a un botón de su teclado. La

música se cortó a la mitad de armadillo.

—Oh —dijo al verme—. Ella.

100

Ginger Ale: (o Refresco de Jengibre) es una bebida refrescante, sin alcohol, de origen

inglés fabricada con jengibre, limón, agua y azúcar.

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—Hola. —Respondí, luego esperé, mi rostro ligeramente inclinado hacia

su computadora.

No pasó mucho tiempo.

—La banda de mi hijo —dijo Maxine rígidamente—. Son llamados La

Marmota de Genghis Khan.

—Oh. —De hecho, los había escuchado nombrar, lo que ya quería

decir algo—. He oído hablar de ellos —dije—. Y soy bastante despistada en lo

que respecta a la música local. La gente que conozco en Willing piensa que

son geniales.

—¿En serio? —Por un momento, su rostro se iluminó con placer y pensé

que era orgullo—. Han recibido algo de interés por parte de un par de sellos

independientes. Por supuesto, es un negocio duro la industria discográfica.

Me imaginé que cualquier cosa que Maxine Rothaus llamara duro lo

era, de hecho, vicioso e ilegal y con tendencia a comer su propia juventud.

—Van a conseguir un contrato. —Le dije.

—Es justo el tipo de cosas que mi generación quiere escuchar. —Como

si supiera algo de eso. Pero me pareció, precisamente, el tipo de garantía

que su generación se tragaría.

Golpeó otra tecla con un ademán.

—Dame tu dirección de correo electrónico. Te voy a enviar su demo.

Lo hice. Incluso tarareó un poco mientras escribía. Cuando terminó,

cruzó las manos sobre la mesa y me miró casi agradablemente encima de

sus gafas.

—Así que, ¿Qué esperan encontrar hoy en día?, y ¿Hay alguna

manera de que pueda ayudar en los próximos tres minutos? Tengo una

conferencia telefónica con Berlín. Tienen una fotografía de Man Ray101

original, que podrían considerar vendérnosla.

Pensé en los ojos incorpóreos y de mirada filosa.

—No parece ser...

—¿Demasiado bueno para ser verdad?

En realidad, parecía exactamente lo suyo.

—Yo iba a decir de buena posición.

Se encogió de hombros.

—Man Ray era de Filadelfia. Además, habló más alemán que el

curador Dadá. Entonces, ¿Cuáles son tus planes?

101

Man Ray: Nacido Emmanuel Rudzitsky, (Filadelfia, Estados Unidos; 27 de agosto de 1890 -

París; 18 de noviembre de 1976) fue un artista estadounidense impulsor de los movimientos

dadá y surrealista en Estados Unidos.

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En realidad, no tenía ninguno. No creía que debía hablar de ello.

Pensé que, probablemente, Maxine tenía planificadas de antemano visitas al

baño en coreografiadas eficientes.

—Voy a revisar los archivos una vez más, por si hay algo que se me

haya pasado por alto. A menos que haya más... —dije esperanzada.

Sonrió ligeramente, pero sacudió la cabeza.

—Incluso, si tuviera el tiempo y el deseo de llevarte a la planta baja,

nada que yo pudiera mostrarte sería de mucha utilidad. Su sobrina puso la

mayor parte de lo que tenemos en ese libro horrible, y, créeme cuando te

digo, que hay una razón para que el resto nunca fuera publicado. Es

mortalmente aburrido. —Estuvo a punto de disculparse cuando dijo—: No

puedo permitir que manejes las cartas de Cézanne102. Además, están en

francés, el cual me has dicho que no hablas. La mayoría de las cartas de

Wharton103 están en francés, también, aunque no te las mostraría incluso si

pudiera.

—¿Demasiado subido de tono?

Soltó un bufido.

—Demasiado estúpido. —Para ser una mujer brillante en los demás

aspectos, al parecer, se desconcertaba por completo con el sexo—.

Cuando escribió sobre él, fue mojigata y completamente, con perdón de la

expresión, chiflada. Entre nosotras, las cartas a Willing son descuidadas y

aburridas. Las partes subidas de tono se leen como los viejos cosmopolitans

ahora. El resto son sólo sonrisas tontas y regaños por no haber escrito de ese

modo.

—Por supuesto que él no lo hizo. Amaba a Diana

Maxine barrió un pedazo de papel de su escritorio con un revés rápido.

—Oh, por amor de Dios. —Resopló—. El corazón de los adolescentes.

—Metió la mano en el cajón de su escritorio y sacó una llave de madera

unida a una banda del tamaño de una regla, con un anillo.

Escrito a mano a lo largo de la madera decía: RETORCERÉ SU

PESCUEZO COMO A UN GANSO. La Maldición de la Tumba, 6º Dinastía de

Egipto.

—Tráelo de vuelta, cuando estés lista para salir. —Pensé que podría

haber visto el destello de una sonrisa, mientras añadía—: ¡No lo pierdas! —

Luego se volvió hacia la pantalla de su ordenador, dejando clara la

despedida tanto como podía.

102

Paul Cézanne: Fue un pintor francés postimpresionista, considerado el padre de la pintura

moderna, cuyas obras establecieron las bases de la transición entre la concepción artística

decimonónica hacia el mundo artístico del siglo XX, nuevo y radicalmente diferente. 103

Edith Wharton: Fue una escritora y diseñadora estadounidense. Nació en una familia rica

que le proporcionó una sólida educación privada. Combinó su privilegiada posición con un

natural ingenio para escribir novelas y relatos, que destacaron por su humor, carácter

incisivo y escasez de acción narrativa.

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No tiré de su puerta al cerrarla detrás de mí. Me quedé en la sala

durante un minuto, a la espera. La música no regresó otra vez.

Me metí en la sala de archivos y equilibré cuidadosamente la llave

sobre la manija de la puerta. Luego sopesé mis opciones. Había invertido

bastante en los archivadores. No es que no disfrutara de la cuenta de la

sastrería, pero no me decía nada que no supiera ya.

Una hora más tarde, con las razones absolutamente comprobadas,

deslicé el último cajón cerrado, me senté en el suelo polvoriento y tuve un

buen momento de Lo-siento-por-mí-¿Y ahora qué?

Mis ojos se posaron en las estanterías. No era optimista, pero no tenía

tiempo de sobra y, especialmente, ningún otro lugar donde quisiera estar.

Decidí ser valiente, animarme, cruzar la línea. Me gustaría empezar

desde abajo en este mismo momento. La mayoría de los libros allí, descubrí

rápidamente, eran como los que había en la parte superior izquierda: viejos,

oscuros y aburridos. El calor y la luz: Un libro de texto elemental, teórico y

práctico. La Teoría de los Colores de Goethe. Caminatas instructivas a lo

largo de Londres y los pueblos colindantes, preparados para entretener la

mente y mejorar la comprensión de la juventud.

De vez en cuando, me convenzo de que la porción de mi cerebro,

sobre el que tengo control, podría caber en una cáscara de pistacho.

Teniendo en cuenta de no enviar ningún mensaje, llevo mis ojos justo al

descolorido lomo de cuero verde del libro La Flora de Santa Cruz y las Islas

Vírgenes de Heinrich-Franzfrigging-Alexander. A continuación, el amor, de los

franceses, seguido por las novelas de Alejandro Dumas.

Está bien, me empecé a sentir de mal humor y un poco triste, pero

pensé que, al menos, podría tener un giro suave a través de esto. ¿A quién

no le gusta un buen mosquetero o tres? El libro fue intercalado con firmeza

entre Las Claves Analíticas, El género y especie de Los musgos del Norte de

América, y el completo diccionario Inglés-Ruso de A. Alexandrow, que me

hacía especular sobre los terribles crímenes que pudo haber cometido en

contra del amor y la paz, en una vida anterior, para haberme ganado por

mí misma ésta.

Llegué a los de Dumas. Cuando comencé a sacarlos, mi reloj quedó

atrapado en la unión deshilachada del diccionario Alexandrow. Antes de

que pudiera atraparlo, se había inclinado de la plataforma, aterrizando a mis

pies, con un estrépito, que sonaba como si hubiera sido hecha por un cañón.

Mi corazón dio un vuelco, la columna se había agrietado. Había roto uno de

los libros de Edward. Empecé a agacharme y, a continuación, me quedé

paralizada, segura de que había oído el chasquido de tacones en el pasillo.

Él me perdonaría; Maxine, seguramente, no lo haría. Pero fue sólo el reloj de

la ninfa, que sonaba anormalmente fuerte en el aire inmóvil.

La escena era inquietantemente familiar: un libro pesado tendido en el

suelo, algunos papeles sueltos debajo. Uno pequeño había caído boca

abajo a treinta centímetros de distancia. Sus bordes deshilachados, en bruto,

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como una vieja novela. Recogí el primer libro, con las hojas sueltas debajo

de él. Cuando volví por el papel más pequeño, me di cuenta de que era

una fotografía. Le di la vuelta y sentí el chisporroteo de mi pulso.

Era Edward. No era joven, pero todavía hermoso, su pelo grueso y

ondulado, su mandíbula firme. Se encontraba sentado en el suelo, sobre un

paño, en una especie de parque o jardín, podía ver lo que parecía una

hilera de arbustos de peonías detrás de él. Usaba una camisa con mangas,

un brazo apoyado sobre la rodilla flexionada, la otra pierna estirada hacia

fuera delante de él. Sonreía. Pero no a la cámara. Seguí su mirada hacia la

figura a su lado.

Era una mujer, vestida con una blusa y una falda plisada que flotaba,

muy de la primera década del siglo XX. Incluso sentada, me di cuenta que

tenía una bonita forma redondeada, con curvas como un violín. Al igual que

una foto de Man Ray. El rostro de la mujer quedaba completamente oculto

por la ancha ala y plumas de aerosol de su sombrero. Pude ver parte de un

nudo de pálido cabello. Era imposible saber a ciencia cierta, entre el blanco

y el negro, pero supuse que era rubia, en vez de cabellos canosos. El cabello

rubio de Edward tenía el aspecto brillante de siempre.

Entonces lo enfrentó. Incluso en el perfil, podía leer las expresiones. Era

felicidad, adoración. Lo conocía. Había visto docenas y docenas de

fotografías, ocupando su vida. Había visto la alegría casi ridícula en su foto

de compromiso.

El orgullo, arrogante y adolescente, en la forma de portarretratos de la

boda. Sabía cómo se veía junto a Diana sobre la pasarela de un barco con

destino al Caribe. ¿Cómo la miraba en el jardín de la casa de Aix-en-

Provence, Cézanne? Esta foto no era de ese jardín.

Esta foto no era de Diana, o bien, este cabello había sido de brillante

color caoba oscuro, de las hojas de otoño húmedo.

Pude haberme detenido allí durante mucho tiempo, la imagen de la

otra mujer que Edward claramente había amado, se apoderó de mis dedos.

Sin embargo, el diccionario se hizo muy veloz en mi otra mano. Sabía lo que

debía hacer. Sin lugar a dudas, lo correcto era meter todo de nuevo en el

interior del libro y entregárselo a Maxine con una disculpa y un: ¿No es

increíble?

Me senté en el suelo otra vez. Había tres hojas de papel dobladas que

recogí junto con el libro. No abrí ninguna de ellas al principio. En su lugar,

revisé cuidadosamente para encontrar cualquier otra cosa que pueda estar

escondida en el interior, toda una hazaña, teniendo en cuenta que el

diccionario tenía varios cientos de páginas.

Finalmente, con el corazón todavía a un ritmo un poco demasiado

rápido, desdoblé la primera hoja.

Había cinco palabras allí, en una letra familiar:

Mi Amada, debo expresarme.

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Llegó un poco más lejos en la segunda hoja:

Mi adorada, cuán confuso encuentro estar sin palabras. La

importancia del secreto.

La última sólo decía:

Lo sueño, Dorogaya104.

Miré hacia la puerta que había cerrado detrás de mí, la llave aún en

equilibrio. Me pregunté si Maxine estaba en su oficina. Poco a poco, me

puse de pie. Luego metí el dorso del diccionario justo en el estante, donde

había estado.

Puse la fotografía y las cartas interrumpidas en mi bolso.

El corazón me martilleaba tan fuerte ahora, que pensé que

seguramente era audible, caminé fuera del archivo. Me permití un suspiro de

alivio cuando, temblorosa, vi el cristal esmerilado de la puerta de Maxine a

oscuras, sin luz brillando detrás de él. Llamé de todos modos. Cuando no

obtuve respuesta, empujé la llave debajo de la puerta. La encontraría

cuando terminara con Man Ray.

Luego caminé, rígida, pero no demasiado rápido, por el final del

pasillo, en el ascensor, y más allá de la mesa de seguridad, donde el guardia

apenas levantó la vista.

Cuando regresé, encontré la casa vacía. Aun así, cerré la puerta de la

habitación detrás de mí. Luego, me dirigí tambaleante a mi escritorio. La

almohadilla, que había tomado de la sala de arte, el sábado por la noche,

estaba allí. Al abrirla, elegí el boceto más completo: la base de la urna que,

en la oscuridad, había tomado la forma de una criatura del mar, mitad pez,;

las mitades bestias mitológicas, habían sido tan populares en el siglo XVI, en

los mapas del mundo. Los cartógrafos habían marcado las aguas donde se

encontraban con las palabras: Aquí Los Monstruos. Arranqué el dibujo y lo

pegué en la pared, por encima de Edward, cubriendo su imagen. No podía

enfrentarlo todavía.

Ignoré por completo la débil protesta. Ahora, Ella. No sabes la historia

completa… Diana se había ido… El corazón seguía latiendo.

La callé dentro de mi cabeza. Odiaba esa canción.

Bajé mi bolso, con su contenido incriminatorio, al suelo y a mí sobre mi

silla. En automático, encendí mi laptop, abrí la carpeta de correos. Había tres

nuevos e-mails. Uno de ellos me informó que tenía dos millones de dólares

esperando por mí en un banco búlgaro. Todo lo que tenía que hacer para

reclamarlo era enviar mi nombre completo y dirección, junto con mi cuenta

de ahorros y números de Seguro Social, dentro de las próximas veinticuatro

horas.

104 Dorogaya: Mi querida, mi amada en ruso.

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El siguiente era de Frankie, para mí, para Sadie, y una dirección

desconocida que, me temía, podía ser de Connor.

De: [email protected]

Para: [email protected]

[email protected]

[email protected]

Fecha: 2 de Noviembre

Asunto: Las diez razones (Principales) de por qué los chicos apestan.

1. Ellos (no yo) huelen a queso parmesano, tienen sabor a atún y tienen

pelos en todos los lugares incorrectos.

2. La cima de la lista de "Por favor, Dios, dame…" son: Músculos.

Seguido por grandes objetos metálicos, pequeños aparatos electrónicos, y

miembros del elenco de Baywatch 2015.

3. Están todos convencidos de tener un gran sentido del humor y buen

gusto.

4. Los únicos con buen gusto musical, tienen un gusto horrible en la

forma de vestir. Los únicos con buen gusto en la ropa comen Stilton. Los

únicos que saben que significa Korean BBQ, nunca han escuchado de Dusty

Springfield.

5. Están obsesionados con el gel y el cabello brillante.

6. Si hay algo que odian de ellos mismos, se vuelven completamente

fóbicos de ello en otras personas.

7. Guardan los mensajes de texto de otras fiestas, y luego se enojan

contigo por husmear cuando le preguntas sobre eso.

8. Te persiguen como si fueras tequila sobre ruedas, luego cuando te

consiguen, te dejan como una lata vacía de Colt.

9. Sólo quieren lo que no pueden tener.

10. Mienten.

No había hablado ni con Frankie ni con Sadie en veinticuatro horas.

Algo debió haber ocurrido entre, haberlos dejado en estado de híper

glucemia, alrededor de las cinco, y... —revisé la hora en que había recibido

el correo— cuatro de la mañana, algo no iba bien. Debía haber recibido el

primer correo electrónico de la mañana. Sin embargo, nuestro router

inalámbrico está en el apartamento de Leo. Lo apaga por accidente, al

menos doce veces a la semana. Inevitablemente, me he olvidado de cargar

la batería de mi teléfono.

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Pensé en llamar a Frankie en ese mismo momento, pero me di cuenta

que todavía estaría en química, probablemente provocando pequeñas

explosiones por todo el lugar.

El último e-mail era de Maxine Rothaus. Sin saludo, sin mensaje, sólo un

archivo MP3, con la etiqueta "LOCM". Hago doble clic en él. Unos segundos

más tarde, el grito familiar llegó a través de los altavoces. Miré donde se

había instalado en iTunes.

Suficiente de los armadillos. El título de la canción era: Our Mad Cold

Love105.

105 Nuestro Loco y Frío Amor.

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El Consejo

Traducido por Vero

Corregido por Vericity

e La correspondencia recopilada de Edward Willing, editado,

mejorado y con ilustraciones de Lucrecia Willing Adamson. Henry

Altemus Company, Filadelfia, 1923.

Consejo de un artista para un hombre joven:

31 de Marzo, 1916

Chestnut Hill, Belvoir

Mi Querido Mellon,

Lo mejor sobre el consejo, es que se puede escuchar o tener en

cuenta a voluntad. El porqué de que tu madre me haya elegido para

impartir mi dudosa sabiduría sobre cómo podrías vivir mejor tu vida, todavía

está por verse, pero sospecho que tiene algo que ver con el hecho de que

estoy, en la actualidad, en Filadelfia, con una exposición en la Academia,

mientras tú estás en México —jugueteando como un salvaje—, como ella lo

expresó. Cualquiera que sea la razón, voy a hacer lo mejor posible.

En primer lugar, mi joven amigo, voy a decir esto: cambia tus

calcetines y calzoncillos diariamente. Por si no tienes, he encontrado un poco

de café molido en uno de los bolsillos de una bolsa de malla, es una cosa

maravillosa. Ah, pero la temible Sra. Mellon no quiere que te aburra con esas

pequeñeces. No, quiere que te diga cómo ser un gran hombre y artista.

Preferiblemente, mucho más cerca de casa.

Por lo tanto, voy a aconsejar, de la forma más concisa y útil, como

pueda hacerlo, en este momento de privilegio. Yo digo, ve a Europa siempre

que sea posible, y nunca solo. Yo mismo estaré partiendo a París la próxima

semana. Bebe todo lo que quieras, pero evita fumar en el estudio. No va

bien con la esencia de trementina. Sé paciente y amable con tus modelos,

mantenlos no más de un año, y despídelos con firmeza. Compra cosas

D

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francesas. Todo. Excepto, tal vez los automóviles. Estoy más bien enamorado

de mi Packard Twin Six106.

Nunca concedas entrevistas, e, inmediatamente, desecha toda la

correspondencia de cualquiera con quien no quieras ser visto en público

(¡Confío en que quemarás esto tan pronto como hayas leído la última línea!).

No socialices con las personas que desean hablar de su trabajo. Tu vida no

es tu arte, incluso si tu arte es tu vida pero entiende que ningún patrón,

curador o crítico lo aceptará nunca.

Entiende que nada es para siempre. Nuestras pasiones, nuestras

palabras, nuestras pinceladas sobre lienzo, bien pueden acabar sus días

pudriéndose en un ático abandonado.

Usa buenas sábanas. Come higos.

Por Dios Santo, no regreses antes del verano.

Tu amigo,

Edward Willing

“La belleza es verdad, verdadera belleza y,”—eso es todo lo que

conoces sobre la tierra, y todo lo que necesitas conocer. —Keats.

106 Packard Twin Six era un automóvil de lujo y parte de la marca creada por el fabricante

estadounidense Packard Motor Car Company de Detroit, Michigan, y luego por la

Studebaker-Packard Corporation de South Bend, Indiana.

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El Comienzo

Traducido por Andreani

Corregido por Deydra Ann y Vericity

rankie giró de un lado a otro varias veces frente al espejo de tres

caras. —No tengo absolutamente nada de trasero.

A unos pocos metros de distancia, una mujer, cuyo

aterciopelado vestido de diseñador le quedaba como un

envoltorio de salchicha, dio un divertido resoplido. —Cariño —dijo,

asomándose por encima de un exhibidor de playeras de doscientos

dólares—. Llevo esperando cuarenta años para decir esas palabras.

Frankie caminó lentamente hacia ella, en sus calcetines y pantalones

de Alexander McQueen. Metió las manos en los bolsillos, estirando más la

tela y sacando su trasero. —Honestamente. ¿Esto es lo que quiere?

Ella tardó unos cinco segundos en sonreír, y suspirar al mismo tiempo. —

No, supongo que no.

Él se dio la vuelta, se recargo y le comunicó, de manera conspiradora:

—No hay una camiseta en la tierra que valga la pena.

Ella bajó su mirada hacia el algodón azul claro en sus manos. —Tienes

razón. —La volvió a colocar—. Y con esa cara, amorcito, podrías tener el

culo de un rinoceronte y nadie se daría cuenta. Sólo para que lo sepas.

—¿Qué sabe ella? —Murmuró cuando ella había salido—. ¿Qué cosa

buena ha hecho este rostro por mí?

Aparentemente, Connor no había estado lo bastante disponible como

él quería. Al parecer, aparte del baile, el malabarismo era uno de sus

talentos.

—No puedes saber eso —dijo suavemente Sadie.

—Oh, sí, puedo. Quiero decir, es un chico, ¿Verdad?

No hay mucho que se le pueda decir a un chico cuando hace una

declaración así. Por lo que sólo caminamos, rápidamente, hasta que

estábamos frente a los hombros delgados de Frankie, animándolo.

—Voy a terminar solo —Gimió.

F

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—¡No en algún universo concebible! —Una de las mejores cualidades

de Sadie, es la capacidad de decir "¿Estás loco?" con dulce convicción y

palabras más agradables.

—Voy a terminar solo en un apartamento de una sola habitación sobre

una tintorería.

—¿Una tintorería?

—Él podría haber dicho un bar. —Ofrecí.

—Cierto. —Admitió.

Frankie continuó. —Voy a terminar solo, en un apartamento de una

sola habitación, sobre una tintorería, con un gato. Que me morderá.

—Oh, Frankie…

—Voy a terminar solo, en un apartamento de una habitación, sobre

una tintorería, con un gato que morderá y se meará en mi closet lleno de

suéteres con polillas.

—Bueno, tal vez —dijo Sadie, abrazándonos a los dos—. Pero los

suéteres serán Dolce & Gabbana. —Una de sus otras fabulosas cualidades es

que, debajo de la dulce convicción, tiene sentido del humor.

Frankie rió. Luego dio un suspiro que pude sentir a través de mí. Sabía

que también lo había sentido Sadie.

—Él me gusta —dijo, muy tranquilamente—. Realmente me gusta. Y

pensé que sentía lo mismo. Malinterpreté, torcí y distorsioné todo lo que

sucedió entre nosotros, para que encajara en mi pequeña fotografía. Dios,

me creí mi propia publicidad. Qué estúpido, ¿Cuán increíblemente estúpido

fue eso?

—No fue estúpido. —Presionó Sadie—. Esperanzador. Y si no somos eso,

¿Cuál es el punto? Ella, ayúdame a salir de aquí.

Yo quería. Realmente lo hacía. Pero todo lo que podía pensar, era el

hecho de que en casa, exactamente donde lo puse en mi bolso, tenía la

evidencia de que Edward me había decepcionado. Me guardaba eso para

mí, al menos por el momento. Torciéndolo, para que se ajustara a mi

pequeña fotografía. Creo que no podría soportar la total falta de sorpresa

por parte de Frankie de que un chico, incluso uno muerto, me había

decepcionado, o la simpatía de Sadie. No sobre mi propia ira.

Porque, simple y sencillamente, no vale la pena mirar a otra mujer

como esa, no cuando se ha conocido al amor de tu vida y le das una seña

obscena a la gente que te rodea para que pudieras estar con ella. No está

bien, incluso si estaba muerta, porque yo, Ella, realmente quiero creer que a

veces el amor lo vence todo, y, a veces, algunas cosas, son para siempre.

Verdad: Sí, realmente soy ingenua.

—Eres perfecto. —Le dije a Frankie. Y lo dije en serio.

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Sadie y yo lo esperamos para que se quitara los pantalones. Una vez

fuera del vestidor, cubierto de la ropa que no le gustó, insistió en regresarla

prolijamente a sus perchas, envolvió un brazo firmemente alrededor de los

hombros de Sadie y la guió hacia la escalera mecánica.

—Es tiempo, cariño.

—Oh, Frankie, no…

—Elegiste reto —Le recordó.

—Lo hice. —Aceptó, tristemente, subiendo a la escalera—. Tienes

razón.

No había sido completamente justo, por parte de él, comenzar el

juego en el medio de Neiman Marcus. El rey de Prussia Mall, un millón de

kilómetros de venta al por menor, es la idea de muchas personas como la

terapia perfecta. ¿Yo? Si me dieran a elegir, optaría por nadar con tiburones

en lugar de eso. Pero hoy se trata de Frankie.

—Así que —dijo—, elegiré tres conjuntos, de pies a cabeza. Tú te los

probarás.

—Bien. —Sadie apretó su chaqueta alrededor de ella. Esta era de un

fangoso púrpura y tenía una tercera manga cosida en la espalda—. Pero si

eliges algo parecido a eso —apuntó hacia un diminuto vestido de tartán, al

cual parecía faltarle toda la espalda—, lloraré.

—Ten fe. —Respondió, con una sonrisa ligeramente torcida, y la

arrastró hacia la ropa deportiva femenina—. ¿Cuál es nuestro deporte? —

dijo, debido a un pequeño letrero en la pared—. No tengo ni idea.

Diez minutos más tarde, Sadie se dirigía al vestidor con los brazos llenos

de colores otoñales y la mirada como si estuviera dirigiéndose a un

precipicio.

Frankie y yo nos hundimos en una de las dos sillas que había repartidas

por todo el almacén.

—Muy bien —dijo en el minuto que me senté—. Verdad o reto.

—No es justo. Tú ya tuviste tu turno.

—Corrígeme si me equivoco, pero esta pequeña excursión fue para

hacerme feliz.

Suspiré, sabiendo que ya había perdido. —Tienes razón.

—¿Te perece que estoy feliz? —Se desinfló, visiblemente, en su asiento

y bajó las esquinas de su boca. Parecía un espantapájaros muy bonito—.

¿Bien?

—No, Sr. Hobbes, no te ves feliz.

—Así que...

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Pasé mis ojos por los estantes que nos rodeaban. Parecía haber mucho

de selva y naranja. —Si digo “reto”, vas a hacerme poner algo que tenga

impresión de leopardo, ¿Verdad?

—Podría hacerlo.

—Si digo “verdad”, ¿Prometes no hacer ninguna pregunta más sobre

Alex?

—No lo haré.

Después de toda la insistencia de Frankie, de que él nunca quería

volver a escuchar nombrar a Alex Bainbridge, había sido un poco

implacable tratando de obtener detalles acerca de la tutoría y sobre el

encuentro en el baile. Era como si intentara atraparme en algo. Que aún no

hubiese mencionado el hecho de que, en exactamente veinticuatro horas

más, estaré conjugando nuevamente. Había dado el mínimo de

información, especialmente después de, tan hipócrita que es, Frankie hizo

tales dramáticas mociones mordaces por mi descripción al Mustang, que un

comprador que pasaba preguntó si ella debía llamar al 911.

Así que me abracé. —Reto.

Las cejas de Frankie se levantaron. —Bien. De acuerdo, entonces. —

Analizó el piso—. Te reto a que te pares junto a ese maniquí de allá y listes las

cinco mejores canciones de amor no correspondido de todos los tiempos.

El maniquí, por supuesto, se encontraba en un pedestal. Miré

nerviosamente alrededor, pero no había una vendedora a la vista. Estaban

todas en la sección principal de diseñadores, siguiendo a las personas que, a

diferencia de nosotros, probablemente robarían o comprarían. Me subí.

Entonces pensé por un minuto.

—Uno —dije—, “Wicked Game”, Chris Isaak... Dos: “Someone Like You”

por Adele... Um... —¿Qué tan difícil podría ser? Tres canciones más sobre el

amor no correspondido. Es la columna vertebral de la música country, friki

alternativa y los blues—. Ah. Tres: “You Don’t Have to Say You Love Me”,

Dusty Springfield.

—Excelente. —Aprobó Frankie.

Eché un buen vistazo al maniquí. Tenía una peluca de platino de niño

holandés y llevaba un suéter naranja recortado, una falda corta y botines

rojos muy altos. Supongo que ella se veía elegante, pero no entiendo

completamente su look. ¿Jane de la selva urbana? ¿Preppy con una racha

traviesa? ¿Desesperada, pero nada serio?—. Kanye West, “Love Lockdown”.

—Este soy yo vomitando aquí, señora.

—Bien. "You Oughta Know”, Alanis Morissette.

—Mejor. Ligeramente.

Pensé en Edward y Alex. Pensé en Chloe, en todas las chicas etéreas

con ojos prominentes y dientes salidos, que se levantaban y cantaban lo que

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ninguno de nosotros jamás quiso decir en voz alta: que a veces no importa

cuántas pestañas o dientes de león soples, no importa cuánto tu corazón se

despedace y bofeteé tu rostro, simplemente no va a suceder.

—“I Can’t Make You Love Me”, Bonnie Raitt.

—Oh, Fiorella.

Lo fulminé con la mirada mientras me bajaba. —¿Fue esa una

encantadora lista para tu beneficio o el mío?

Frankie agarró mi mano y, cuando no la aparte lo suficientemente

rápido, me jaló a su regazo, donde él envolvió sus brazos tan estrechamente

alrededor de mí, que yo no pude escapar. A veces su fuerza todavía me

sorprende. Me hizo cosquillas en la mejilla con su nariz.

—No me odies sólo porque soy odioso.

—Nunca lo hago.

Así está la cosa. Frankie ha recibido muchos golpes en su vida. Nunca

se queda abajo por mucho tiempo.

—¡Discúlpenme! —La gemela malvada del maniquí nos lanzaba una

mirada asesina desde sus altos botines de tacón. Su insignia NM nos dijo que

su nombre era Victoria—. ¡Ustedes no pueden hacer eso aquí! —dijo.

—¿Hacer qué? —Contestó Frankie, jugando con su acento.

Abrió y cerró su boca, entonces chilló: —¡Besuqueándose!

Sentí a Frankie preparándose para burlarse. —Estábamos

besuqueándonos, ¿Gatita? —Preguntó—. Pensé que estábamos a punto de

copular como conejos

No pude evitarlo; Me reía a carcajadas. La boca de Victoria se

comprimió en una línea pálida. Todo esto podría haber terminado con

nosotros siendo escoltados fuera de las puertas de la tienda por los guardias.

Sadie, como tantas veces, lo consiguió, momentáneamente, nos salvó de

nosotros mismos.

Ella salió del vestidor y se plantó delante de nosotros. Ignorando

completamente a la vendedora enojada, murmuró: —¡Parezco una

calabaza tallada!

Frankie tomó la chaqueta, falda y la camisa. —No lo pareces, pero

podría estar teniendo un momento de exceso de Michael Kors. Esto no

bastaría para una cita. Quítatelo. —Me dio un codazo y luego agregó—:

Listo. Hasta la última puntada de ella.

Tan pronto como Sadie estuvo de vuelta en su propia ropa y abrigo, lo

que obtuvo un reacio ceño de respeto por parte de Victoria; al parecer ni

siquiera en Neiman Marcus llevan esa línea, nos fuimos. Sadie lo hizo mejor en

la segunda elección de Frankie, un vestido de suéter, con labios impresos de

Betsey Johnson, pero no lo compró.

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—¡Sólo vamos a ver una película! —Protestó—. Además, Jared no es...

no… —Señala sus caderas—. Es práctico, sensato y tranquilo.

—¡Oh, Dios mío! —Frankie estampa ambas palmas al lado de su cara y

se vuelve hacia mí—. ¡Sadie tiene una cita con un Prius!

Tenía que invocar a la santidad de Verdad o Reto antes incluso de

poder meterla en Urban Outfitters.

—A veces te quiero menos que otras. —Murmuro, mientras él llenaba

sus brazos con sus últimas opciones.

—No, no lo haces —dijo alegremente y la mandó a cambiar.

Frankie me guió, a través de la tienda, a la sección de suéter. Sostuvo

un henley blanco que parecía demasiado pequeño, incluso para mí.

—No. —dije.

El siguiente fue un pequeño cárdigan negro con adornos de los

cincuenta.

—Absolutamente no.

Él bufó, pero continuó. Un segundo más tarde, saltó al ataque,

sonriente, con uno apretado de cuello de tortuga con rayas azules y

blancas. —Marino...

—No.

—¿Por qué? —Demandó, sorprendido—. Es exactamente lo que cada

chica en París está usando ahora, si no lleva uno exactamente igual. —

Señaló en mi pecho—. En negro. Esta absolutamente hecho para ti.

Nuevamente pregunto, ¿por qué?

—Porque... —Es exactamente lo que cada chica en París está usando

ahora, y no necesitas recordarme que no soy ese tipo de chica—. Estoy en

bancarrota, y esto, esta…

—Con cuarenta por ciento de descuento. Vamos Ella, es una señal.

—Sí. Detente. —Tomé el suéter de sus manos y lo doblé prolijamente en

tres partes—. ¿Verdad o verdad?

Recargó su cadera en el borde de la mesa. —Dispara.

—¿Para quién me estas vistiendo? Me refiero, ¿En serio? Los tres

hombres que no están relacionados conmigo y juegan alguna parte en mi

vida, ahora mismo, son, y utilizaré tus términos aquí, engendro de la Sociedad

del Infierno, muerto como la rencilla y marica como un murciélago de fútbol.

—Muy poético.

—Muérdeme.

—Hombre equivocado —dijo Frankie, cansadamente—. Eso sería la

inclinación del engendro del infierno.

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Mostré mis dientes. —Así que, ¿Frankie? ¿Para quién es esto? —Agité el

suéter—. Simplemente no entiendo.

—Lo sé, saltamontes —dijo tristemente—. Lo sé.

Parpadeé varias veces. —Donde… —Eso fue la más lejos que llegué.

Sadie había salido del vestidor. Llevaba vaqueros estrechos, una ligera

blusa sin magas, metálica, y un suéter del estilo de un chico. Todavía parecía

Sadie, solamente que en la versión de revista.

—¡Oh, Sades! —Casi dislocó mis pulgares, fui muy entusiasta al

levantarlos—. Te ves increíble.

—Oye —Graznó cuando Frankie alcanzó la espalda del suéter—. ¡Oye!

—Él había arrancado la pequeña etiqueta de la cadena de plástico—. No lo

voy a comprar…

—Sí, lo harás. O lo haré yo. Todo.

—No tienes nada de dinero. —Le recordó Sadie, súbitamente,

pareciéndose mucho más a la vieja Sadie: preocupada y un poco culpable.

—Muy poco —Aceptó—. Ahora ve a buscar tu bolsa y tu ropa al

vestidor. Usará las nuevas. —dijo al hombre detrás del mostrador. Luego, se

dirigió a Sadie nuevamente—. ¿Quieres arrancarle tú las otras etiquetas, o lo

hago yo?

Sadie desapareció, nuevamente. El dependiente me sonrió,

expectante. —¿Eso será efectivo o crédito? —Preguntó.

Bajé la mirada hacia mis manos. Aun seguía sosteniendo el suéter de

rayas. —Efectivo, supongo. —A mi lado, Frankie dio un gruñido poco

presumido—. Podemos vivir sin ti, yo sé. —dije.

—Por supuesto que pueden. Pero, ¿Por qué? Yo estoy aquí para youse,

Marino, forevah y evah.

Una hora y media, y un par de botas de Frye después, Sadie miraba las

opciones de alimentos. —Creo que elegiré sushi.

Frankie y yo habíamos decidido dividir un hoagie de albóndigas. No

era de mi papá, pero era seguro. Había algo acerca de la combinación

entre centro comercial/pescado crudo que simplemente parecía mal.

—Sadie. —Comencé, pero no tenía el corazón.

Frankie sí. —Un hoagie. —Cuando ella protestó, él le dio su ojo de

reptil—. ¿Nunca has oído de la salmonella? Y no me refiero al plato del tío de

Ella que nombró en su honor.

Pensamos que eso podría haber sido lo que mató las posibilidades de

Top Chef de Ricky el año pasado. Muy malo. Nombre desastroso aparte,

realmente ha sido bastante bueno. Frankie nos compró una orden extra de

papas fritas.

• • •

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—Muy bien, tres cosas y una de ellas tiene que ser en francés.

Estaba de vuelta en la silla rara; y Alex tumbado en la cama. Esta vez,

junto con el refresco de limón, había dos bolsas de Doritos, en el piso, entre

nosotros. Él había tenido una esperando. Yo había traído otra.

—No creo que esto sea lo que Mademoiselle Winslow tenía en mente.

—Le digo.

Verdad: A pesar de mis buenas intenciones por mantener feliz a Frankie

y mis esperanzas viniéndose abajo, había estado esperando por esto toda la

semana, esperaba que Alex no lo olvidara. Había pensado y repensado

cosas inteligentes que habría podido decir.

Otra verdad: no quería sonar como si lo hubiera estado deseando toda

la semana y pensando en replantearme lo que decir.

Verdad final: sí, soy así de lamentable.

—Winslow quiere que aprendas esto —Agitó unas hojas engrapadas—,

y eso.

Señaló el libro en mi regazo. Cincuenta conversaciones en francés. Era

uno de nuestros libros de texto. Me había quedado en la decimoséptima:

Mon hamster a mangé trop de fromage. Il a mal au ventre maintenant.107

—El resto es el método de Bainbridge.

—¿Tienes un método?

—Patentado y probado.

Agité el libro.

—¿Incluye hamsters codiciosos de queso, con dolor de estómago?

Él asintió. —Absolutamente. La conversación en francés no es nada sin

roedores y queso. ¿Hay algo vergonzoso en tu pasado que tenga que ver?

—No puedo pensar en nada.

—Tant pis.

—¿Y eso significa que...?

—Fuhgeddaboudit. —Tradujo, sonriente.

Suspiré.

—¿Las personas hacen chistes rusos en tu presencia?

—¿Cómo haces que cinco rusos acepten cualquier cosa?

—¿Cómo? —Le pregunté.

—Disparándole a cuatro de ellos.

Pensé por un segundo. —No estoy segura de que sea divertido. 107

Mi hámster comió demasiado queso. Ahora tiene un dolor de estómago.

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—No hacen muchos chistes rusos en mi presencia.

—Debo iniciar mi lista de tres cosas, ¿eh?

—Sí. Sería bueno.

Hice algunas traducciones rápidamente en mi cabeza.

—Je n ' ai jamais lu Huckleberry Finn, Beloved, ou Moby Dick.

—Ella, nadie ha leído Moby Dick. El francés fue aceptable, pero en

cuanto a las revelaciones, eso apestó.

—Ah, pero hay una parte deux. Tres de esos libros estuvieron el año

pasado en mi clase avanzada de lectura estadounidense obligatoria.

—Bromeas, ¿verdad?

—¿Ves? —Refinadamente, quité las migajas de Dorito de mis dedos—.

Cambia tu percepción de mí, ¿no es cierto?

—No, quise decir: "¿Que es una revelación?” Puedes hacerlo mejor.

—Tal vez. —Estuve de acuerdo—, pero es aún temprano en el juego.

Su habitación tenía dos ventanas abuhardilladas y una claraboya.

Debo haber estado de frente al oeste, porque él se veía rodeado por una

aureola del sol, del final de la tarde. Esto hacía que su pelo brillase como

bronce real y sombreaba sus facciones. Esto hizo todo más fácil de alguna

manera.

—Dos: Anna Lombardi y yo solíamos ser muy buenas amigas antes de

que fuéramos a Willing y de repente ya no lo éramos.

Lo dije rápidamente, uniformemente. No era un alegato de simpatía,

sólo una explicación, una verdad.

—Nous avons été amies108 —añadí—. Listo, esas son dos en francés y

utilizando pretérito perfecto, no menos.

No pude ver su expresión claramente. Sentí que fue mucho tiempo

antes de que dijera algo. —Ella...—Luego, se detuvo—. ¿Qué pasó? ¿Entre tú

y Anna?

—¿Excepto el hecho de que soy una chica pobre. Con problemas de

moda. ¿Que dibuja pomos? No tengo idea.

Alex se inclinó hacia adelante. Ahora podía ver su rostro. Se veía

molesto.

—¿Por qué haces eso? ¿Rebajarte a ti misma?

—Yo no...

—Tonterías.

Pude sentir mis mejillas flameando, y mis hombros curvarse hacia

adentro.

108

Hemos sido amigas.

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—No.

—Cierto. No. Simplemente no, conmigo, de todas formas. Me gustas

más vivaz.

No pude evitarlo; eso me hizo sonreír. —¿Realmente acabas de decir

“vivaz”?

—Lo hice. Es una buena palabra.

—Es una antigua palabra, utilizada por abuelos y piratas.

—Uff. —Alex suspiró.

—Afróntalo. Simplemente eres un chico anticuado.

—Lo que sea. ¿Tres...?

—Tres —dije y cambié de idea durante un pensamiento—. No he

podido decidir si Willing es lo segundo mejor que me ha ocurrido jamás, o lo

segundo peor.

—¿Qué son los primeros?

—Nop. Uh-uh. No es para que lo preguntes, Alexander Bainbridge, si no

para que lo reveles.

Había vaciado su vaso y lo rodaba entre sus manos. —Tuve todas estas

graciosas admisiones planeadas, pero has cagado mis planes. Oye. No

pongas esos grandes ojos heridos conmigo. Es lindo, esa cosa de Bambi que

haces, pero está más allá del punto. Ahora tengo que repensarlo.

—Tú no...

—Tranquila. Uno: mi nombre no es Alexander —Se sentó derecho y se

dio un golpe en el pecho.

—Menya Zavut Alexei Pavlovich Dillwyn Bainbridge. No Alexander. No

creo que nadie fuera de mi familia lo sepa.

—¿Ni siquiera Amanda? —Salió antes de que pudiera detenerlo.

—Ni siquiera Amanda —Se estiró por un refresco—. Dos —murmuró

mientras lo vertió—, ojala más gente supiera que Amanda y yo no somos una

pareja y menos gente sabe que ella me botó temporalmente durante el

verano por un salvavidas en Loveladies llamado Biff. —Mientras yo

procesaba eso, terminó—: Tres. Fracasé totalmente en los PSATs.

—Oh. Bueno, ¿No es el punto de las pruebas preliminares ayudarte a

aprender a hacerlo bien en las siguientes?

—Dile eso a mi papá. Ha decidido que ahora estoy a punto de

reprobar el intentituto.

—Vamos. Estoy segura de que él sabe que es sólo una prueba de

preparación.

—Lo que sabe —Alex me corrigió—, es que el camino Yale, seguido por

la carrera de Leyes y la empresa familiar, esta en la cuerda floja.

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No tenía ni idea qué decir. En mi familia, lo que queramos hacer,

siempre y cuando consiga sacarnos de la cama cada mañana y satisfacer a

nuestras almas, es considerado simplemente espléndido. Y eso procede de

varias generaciones que han luchado para pagar la hipoteca. No podía

imaginar ser capaz de darle a mis hijos: todo y luego exigirles que sigan el

mismo camino que yo hice.

—Así que, dos veces por semana tengo mi propio tutor —dijo

resumidamente—. Quien, confía en mí, hace que mi padre parezca como

un malvavisco. Y en esa nota... —Recogió el fajo de lecciones de francés de

nuevo—, vamos a empezar con el imperfecto, utilizado para expresar

acciones que son…

—Incompletas, incumplidas o repetidas una y otra vez. —Me desplomé

en la silla rara—. Que yo sepa.

Al final de la muy imperfecta sesión, Alex me dio un total de diez

minutos en el baño de abajo antes de aparecer. Todo lo que había

averiguado era que la chica sin rostro de Edward tenía pies anchos, y la

decoración de los Bainbridge tenía una preferencia por el verde que podría

merecer una intervención.

—Probablemente podría darte la estúpida cosa —Alex señala la

imagen cuando llega—. Y mis padres nunca se darían cuenta.

Respingué interiormente.

—No puedo abogar por ti debido a robo —Le dije—. No importa que

tan noble sea la intención.

Sabía que tenía que averiguar qué hacer con la fotografía y las cartas.

Más allá del hecho de que no creía que quisiera tener nada que ver con

ellas, robarlas, probablemente, hubiera sido lo peor que jamás había hecho.

¿Algo que no quiero que nadie sepa, Alex? Soy una romántica irremediable,

ex desilusionada con tendencias de culpabilidad por robo. Pero si fui un éxito

en la parte verbal de las PSATs.

Por la forma en que lo vi, tenía tres opciones:

1. Podía darle las cosas a Maxine. —Oye, mira lo que encontré—.

Confesar robo era opcional y, probablemente, no muy inteligente.

2. Podría regresarlas al libro y fingir que nunca existieron.

3. Podría destruirlas.

La opción dos sonaba simplemente maravillosa.

—Por lo tanto, tengo curiosidad —Alex me arrastró desde mi agradable

contemplación de cobardía, de vuelta al cuarto de baño. Se apoyó contra

la pared, con los brazos cruzados, sus pies casi tocando los míos—. ¿Qué es

eso de que te gusta tanto este chico? Busqué cosas de él. Es bueno, pero

nada fuera de lo común.

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Lo que una semana tan diferente hace a los ideales. Sentí que mi

defensa de Edward se quedaba un poco atrapada en mi garganta.

—Me gustan sus retratos. Realmente veía a las personas. Era su gran

fuerza, esa intensidad.

Alex inclinó su barbilla hacia la imagen.

—No parece crudo, pero ella podría ser cualquier chica con un buen

culo. —Cuando lo fulminé con la mirada, descruzó sus brazos rápidamente y

levantó sus manos en rendición—. Oye, todo lo que quiero decir, es que si

tuviera todo eso de, realmente ver a alguien, no es ese el ángulo que

elegiría.

No importaba cómo lo vieras, probablemente tenía razón.

—Probablemente estas en lo cierto —dije.

Se inclinó. El pequeño espacio, repentinamente se hizo mucho más

pequeño.

—Quédate conmigo, Grasshopper. Yo nunca te llevaré por el camino

equivocado.

• • •

A medianoche, estaba todavía en mi escritorio. El dibujo aún detenido

sobre la cara de Edward. No había escuchado más de sus débiles protestas,

recientemente.

Tenía mi maltratada copia de La Colección de Trabajo de Edward

Willing abierta delante de mí. Por supuesto, no cada una de las piezas que

hizo aparecía allí, pero es una colección bastante completa. El libro en sí no

ha sido impreso desde hace veinte años. Durante la mayor parte del tiempo

en primer año, lo leí en la biblioteca de la escuela, bajo el retrato de Edward.

Amazon y todo el dinero de mi decimoquinto cumpleaños, finalmente hizo

mía una de las copias. Lo he leído tantas veces, que el lomo está a punto de

ceder.

Esta vez, mi búsqueda fue muy específica. Edward utiliza decenas de

modelos para sus pinturas: mujeres, hombres, viejos, jóvenes, amigos,

estudiantes. Buscando una rubia en particular.

La encontré primero en la página 279. Mujer #6, 1906. Era una

acuarela, sólo una figura sentada, anónima y amorfa. Hubo otra acuarela en

la página 298: Verano, 1907. Ella tenía su rostro enterrado entre brazos llenos

de flores. Ese mismo año, fue la figura central, sobre una bicicleta, en un gran

óleo llamado Boathouse Row. La encontré como una envuelta Eurydice,

1908, en una serie llamada Wissahickon, 1910, donde ella se sentaba en el

borde de un montón de rocas diferentes y, una vez más, Marina, Marseilles,

1914. En ese, se encontraba sentada en la playa, mirando hacia el puerto

lleno de barcos de pesca y más allá. No era el mejor trabajo de Edward. Los

paisajes del mar nunca lo fueron.

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La había pintado por lo menos ocho años. Ella había estado viajando

con él a Francia. Sólo Diana había aparecido en tantas pinturas, en múltiples

ubicaciones.

Arranqué el dibujo de la pared.

—Mentiroso.

Edward parecía más devastado de lo habitual.

—Es una palabra terrible, viniendo de ti.

—Sí.

—Y no enteramente razonable.

—Tú tuviste un romance con esta... Mujer número 6... ¿Hubo otras

cinco? ¿Siete, ocho y más?

Cuando no respondió, agité la (ciertamente pequeña) recopilación

de Edward esparcida sobre mi escritorio.

—Ella no es mencionada en ninguna parte. ¿Porque lo hiciste? ¿La

mantuviste en secreto para tu entretenimiento privado?

—Tsk, Ella.

—Oh, no, no vengas con todo eso de lo correcto y la desaprobación

conmigo. ¿Fue que ella no era lo suficientemente elegante para tu círculo

social? ¿O que sólo sabías que traicionaba Diana… con ella? ¿Cuál es su

nombre, de todos modos?

No respondió, sólo me miró con su expresión de angustia.

—Busqué dorogaya. No es un nombre. Es un cariño ruso. No hay

ninguna mención que pueda encontrar en cualquier lugar que tenga algo

que ver contigo y una rusa. Así que, ¿Quién era ella? ¿Una modelo? ¿Era sólo

una de esos clichés?

No respondió a eso tampoco.

—Creía en ti —le dije—. Tengo este proyecto estúpido, todo planeado

en tú musa, cómo Diana te hizo el pintor que eras. Cómo fue todo sobre el

amor.

—¿No decidimos que todo es sobre amor o dinero? Todo.

—Oh, cállate, Edward —Exclamé—. Ahora no sé qué pensar de ti.

Él suspiró. —Estoy un poco confundido aquí. ¿Qué es lo que te molesta

tanto? ¿Que podría haber tenido una relación clandestina deliberadamente

con esta persona que estaba socialmente por debajo de mí? ¿O que no

dediqué los últimos diecisiete años de mi vida solo en un duelo desesperado

por mi esposa?

—Yo... Yo... —Descubrí que no tenía una respuesta rápida. No tenía

ninguna respuesta.

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—Necesitas averiguarlo, querida niña. Estuviste contando con este

apasionado, ampliamente investigado, impecablemente escrito papel para

que fuera tú entrada a la NYU.

Lo había hecho. Lo hice.

—Y —la voz siguió—, realmente necesitas regresar la foto y las cartas al

Museo.

—Oh, genial. Gracias. ¡Dime algo que no sepa ya!

Edward me miró, tristemente, desde su cuadro. —Pero no puedo hacer

eso, Ella. Eso es lo único que nunca he podido hacer.

Y ese pequeño bocadillo fue el glaseado. Porque lo había sabido

desde el principio. Edward no podía decirme nada que yo no supiera ya. El

Edward Willing real había muerto. Mi Edward era un producto de mi

imaginación. Y mientras que tenga una imaginación muy buena, no puedo

conjurar la verdad. Tampoco si es verdad o no.

—Puedes contar con que yo siempre estaré aquí —dijo la cabeza de

metal en la postal—. Más allá de eso... No voy a ofrecerte mucho.

—Sí —dije tristemente—. Eso también lo sé.

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La Comunicacion

Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por ★MoNt$3★

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 17, 9:57 p.m.

Tema: Lo siento.

No puedo hacer francés mañana.

—Alex.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 18, 7:12 a.m.

Tema: Bien.

De acuerdo.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 21, 4:41 p.m.

Tema: Re: Bien.

Ella:

No me siento muy bien, en realidad. Bueno, mejor ahora, pero pasé un

par de días seriamente feos… vamos a decirles "malos." Mi madre está

convencida de que fue el sándwich de atún que tenía para cenar el jueves.

Personalmente, creo que fue algo que comí en la escuela, pero no voy

a decirle eso. La culpa por ser un padre ausente la tendría en el teléfono con

Svichkar.

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Ahora estoy recibiendo una comida diferente de tres platos de Ucrania

entregada todas las noches. El Pollo Kiev no es lo que la cocina de la escuela

cree que es.

De todos modos, realmente siento mucho lo del viernes. Creo que voy

a verte después de Acción de Gracias. Nos vamos mañana por toda la

semana. Iré al viñedo de Martha con la otra familia política.

Un montón de charla sobre pavo.

—Alex.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 21, 8:25 p.m.

Tema: Ahora, lo siento.

Alex:

Me siento mal.

Es probable que te sientas peor.

Mi abuela piensa que las conservas de atún son un desastre esperando

a suceder. Solía pararse en la puerta de la nevera y hacía símbolos de

protección con una mano en los restos de atún sobre la cazuela de mi

mamá. Nosotros ya nunca más guardamos Starkist109 en casa.

Que tengas un gran AG110.

—Ella.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 22, 12:05 a.m.

Tema: Aquí va uno para ti.

Toc, toc.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 22, 10:34 a.m.

Tema: Um. . .

109

Es un importante productor, distribuidor y comercializador de pescados y mariscos de

alacena y congelados en los Estados Unidos. 110

Acción de Gracias.

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¿Quién es?

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 22, 10:56 a.m.

Tema: Re: Um. . .

Atún.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 22, 11:34 a.m.

Tema: Re: Re: Um. . .

¿Atún quién?

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 22, 9:02 p.m.

Tema: Re: Re: Re: Um. . .

Atún calla esa radio. ¡Estoy tratando de dormir aquí!111

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 22, 11:32 p.m.

Asunto: Suspiro.

Muy bien. Ya que estamos en el tema. . .

P. ¿Cuál es el pescado favorito del zar de Rusia?

R. Sardinas, por supuesto.

P. ¿Qué hacen el hijo de una presentadora de noticias de Ucrania y un

congresista de EE.UU. para comer en la cena de Acción de Gracias en una

isla frente a la costa de Massachusetts?

R. ¿?

—Ella.

111

En ingles: Tuna down ya radio. I’m’ a tryin’ to sleep here! Hace un juego de palabras

intraducible al español con la palabra, Atún —Tuna— y la palabra bajar —Turn down—.

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De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 23, 9:59 a.m.

Asunto: AG.

R. Republicanos.

Nah. Estoy seguro de que vamos a tener toda la comida tradicional:

pavo relleno y puré de papas. Espero que pastel de manzana. Nuestros

anfitriones tienen un cocinero que se encarga de tus demandas, pero la isla

es un poco limitada en cuanto a ir de compras. Siete de nosotros

probablemente pasaremos la mañana en un barco, y luego tendremos una

comida civilizada. Mi predicción es Pictionary112. Ganaré.

¿Y tú?

—Alex.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Noviembre 23, 1:11p.m.

Asunto: Re: AG.

Alex:

Voy a tener mi pavo —será uno, pero de alguna forma estará perdido

entre el fettuccini de calabaza, las alcachofas rellenas de chorizo, el ajo con

judías verdes, y al menos cuatro tipos de lasaña, por no mencionar la batata

y el pastel de chocolate cannoli ricota —con al menos cuarenta miembros

de mi familia más cercana, la mayoría pasarán toda la comida gritándose el

uno al otro. Algunos estarán realmente peleando, probablemente acerca de

fútbol.

Tengo la esperanza de estar sentada con los adultos. No es una cosa

segura.

¿Cómo es el viñedo de Martha? He oído que es magnífico. He oído

que es preferida por tipos presidenciales, pasados y presentes.

—Ella.

112

Pictionary es un célebre juego de mesa creado por Rob Angel, que consiste en adivinar

una palabra o frase a través de un dibujo hecho sobre papel. Gana el jugador o el equipo

que más palabras o frases adivine.

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De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: 23 de noviembre, 5:28 p.m.

Asunto: ¿Puedo tener AG contigo?

¿Por favor?? Hay un vuelo a las 6 a.m. fuera de la isla. Puedo estar de

regreso en Filadelfia para el mediodía. Nunca he tenido Acción de Gracias

con más de cuatro o cinco personas. Sólo un niño con otros dos chicos. Mi

abuela recibe generalmente la cena en el Club de Caza. No le gusta el

pavo. El año pasado tuvimos el salmón escocés. Me gusta el salmón, pero…

El viñedo es bastante grande. La casa en la que nos vamos a quedar

se encuentra en Chilmark, que si no fueras tan lamentablemente ignorante

sobre el tema de la televisión extinta, sabrías que es la cuna de Fox Mulder

Fox113. Puedo ver la flota pesquera de Menemsha por la ventana. ¿Has oído

hablar de Blues Menemsha? Debo llevarte una camiseta. Todo el mundo

tiene perros negros, prefiero llevar un buen pescado en el pecho.

P. ¿Cómo se llama un pez sin ojos?

R. Fsh114.

Fuimos en barco esta tarde y de hecho vi una ballena jorobada. Ve las

fotos abajo. Esa protuberancia de color grisáceo en el agua lleno de baches

es una aleta. Un fotógrafo no soy.

Al parecer, ellas se han ido por la época y partieron al Caribe. Es

demasiado frío para nadar aquí, pero increíble en el verano. Te juro que fui

empujado por una tortuga de mar aquí el pasado 04 de julio, pero nadie me

cree.

¿Hay alguna posibilidad de guardarme un cannoli?

—A.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: 23 de noviembre, 8:43 p.m.

Asunto: Algunos barcos.

Alex:

Sé quién es Fox Mulder. Mi madre veía Los expedientes X. Dice que era

porque le gustaban los argumentos de la historia espeluznante. Creo que le

113

William Mulder es un personaje ficticio interpretado por el actor David Duchovny en la

serie de televisión Expediente X. 114

Es un juego de palabras intraducible, donde Alex le pregunta: —What do you call a fish

with no eyes? —La palabra eyes, se pronuncia similar a la letra i, y ya que le falta un ojo, él le

quita la i a su respuesta.

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gustó David Duchovny. Trató con Californication115, pero no creo que su

corazón estuviera en él. Creo que se lo está pegando a la abuela, quien ha

decidido que es el trabajo del diablo. Ella dice que la música más actual,

también lo es, pero Dios ayude a cualquiera que se interponga entre ella y

American Idol.

La ballena borrosa era muy linda, aunque sí es un poco difícil de

identificar. El perfil del hombre entre la ballena y tú en la tercera foto era muy

familiar, también un poco borrosa. No voy a preguntar. No, no. Tengo que

preguntar.

No quiero preguntar.

Mi madre ama los trajes de su esposa.

Busqué en Google. Hay tiburones en la costa de la Viña. Grandes

tiburones blancos. Te creo acerca de la tortuga. ¿He mencionado que hay

tiburones, no? Voy a Surf City por una semana todos los veranos con mis

primos. Puedo comer mucho helado. Juego golf en miniatura… no muy bien.

No me quejo sobre la arena en mis panes para hot dogs o en mis sabanas.

Incluso paso bastante tiempo en la playa, para conseguir arena en más

lugares incómodos. No nado. Quiero decir, yo podría, si quisiera, pero me

imagino que si estuviéramos destinados a compartir el agua con los

tiburones, también tendríamos unas cuantas filas adicionales de dientes.

Te voy a guardar un poco de cannoli.

—Ella.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: 24 de noviembre de 12:44 a.m.

Asunto: Shh.

Fiorella…

Sí, Fiorella. Lo busqué. Esto significa flor. Lo cual, si se combina con

Marino, significa Flor del Mar. ¿Qué tiburón se atrevería a tocarte?

No voy a hacer mención de la incómoda arena, por difícil que sea de resistir.

Tampoco pienso en ti en un bikini —Nota mental: No pienses en Ella en bikini

bajo ninguna circunstancia. Nota de mí mismo: ¿Estás j…damente

bromeando?— Muy bien.

Dos piezas de información para ti.

Uno: Nuestro anfitrión tiene una excelente bodega y mi madre es

Europea. Queriendo decir que no me fastidia el vino ocasional.

115

Californication, era una Serie de televisión Estadounidense de que inició su emisión en el

2007. Está protagonizada por David Duchovny y Natascha McElhone .

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Dos: Nuestra anfitriona dice que le des las gracias a tu madre. La

mayoría de la gente dice cosas desagradables sobre sus trajes.

Tres: Tenemos una casa un poco cerca de Surf City. Tal vez voy a estar

ahí cuando estés allí. Lo mejor será que quemes esto después de leerlo.

—Alexei

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: 24 de noviembre, 8:09 p.m.

Asunto: Feliz Día de Gracias.

Alexei:

Considérala quemada. No te preocupes. No estoy mostrando tus

mensajes de correo electrónico a nadie. Asunto de seguridad nacional, por

supuesto.

Bueno, me tuve que sentar en la mesa para adultos. En medio de mi

tataratatara tía Jo, que tiene noventa y tres años y es sorda, y su hija, JoJo,

que repetía conversaciones de todo el mundo para mí. De manera

escandalosa.

La comida era genial, a pesar de la lasaña de arándano de mi tío

Ricky. De hecho, habría sido un perfecto AG, si las Águilas no hubieran

estado jugando con los Jets. Mi primo Joey —del otro lado de la familia—

vive en Hoboken. Su hermana se casó con un chico de Filadelfia. Comenzó

como un animado debate a través de la mesa: Jets contra Águilas. Terminó

con Joey lanzándose encima de la mesa hacia su cuñado y mi abuela

diciendo oraciones en voz alta a Santa Brígida. Por lo menos, creo que era

Santa Brígida. Es difícil de decir, ya que hablaba italiano.

Me sorprendió tratando de congelar media docena de cannolis. Me

gritó. Al parecer, las cáscaras se ponen realmente empapadas cuando se

descongelan. Supongo que podrás tener uno fresco cuando regreses.

—F / E

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: 26 de noviembre

Asunto: Hola. <Sin enviar>

Sólo pensé comprobar y asegurarme de que no fueras abatido por

una bacteria de pavo sin escrúpulos.

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De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: 27 de noviembre

Asunto: <Sin enviar>

A:

Realmente espero que no lo fueras.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: 27 de noviembre

Asunto: <Sin enviar>

Alex…

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El Mensaje

Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por Maia8

1.

“Ejem. Sé que odias los lunes, madame, pero elegiste el absolutamente

día equivocado para hacer novillos. O estar enferma. Sí, supongo que es

vagamente posible que estés realmente enferma. De todos modos, aquí

estamos en el almuerzo, Sadie y yo, siendo testigos de un total desorden

social. Tu amigo Alexander Bainbridge está sentado en la mesa de

costumbre, pero de cara a la habitación. Amanda Alstead está sentada en

una mesa. O, mejor dicho, sentada más o menos sobre un muchacho mayor

Fillite, cuyo nombre no es importante. Una joven muy agradable en la mesa

de al lado, ya sabes, la que escribe sobre el señor Darcy, acaba de

informarnos que Amanda dejó a Alex durante las vacasiones. En el Día de

Acción de Gracias, no menos. Por e-mail. Es imposible saber cuánta verdad

tiene el rumor, pero yo diría que bastante. Tenemos una bolsa grande con

siete dólares de palomitas de película aquí. Pensé que te gustaría saber.

Llámame.”

2.

—¿Ella? —Mi padre apareció en mi puerta, sosteniendo una bandeja con

una servilleta cubriendo la parte superior de la misma—. ¿Cómo estás,

cariño? —Cubrí mi teléfono con un pañuelo de papel. No es que importara.

Contra todos los dibujos negros sobre la colcha, se mezclaba más o menos.

—Bien.

—Todavía no te ves muy bien. —Dejó la bandeja sobre el escritorio—.

Bonita, pero no demasiado bien. Te he traído sopa.

Era minestrone, y olía muy, muy bien. Él y mi madre no habían sospechado

nada cuando les dije que estaba enferma.

(“Apenas cruzó el umbral el fin de semana”, se lamentó mamá. “No es de

extrañar que parezca una cáscara vacía.”) Ella fue a trabajar, tras las vagas

amenazas de Macy. Papá había tratado de darme de comer. Tenía hambre,

pero pensé que podría descubrirme si comía más de la mitad de un trozo de

pan tostado. Mi estómago se quejaba ahora. Definitivamente me sentía

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como una cáscara vacía. Sólo la parte de ella que tenía que ver con la

comida.

—¿Quieres hablar al respecto, cariño? —Papá sujetaba un tazón y una

cuchara, y me miraba, como solía hacer cuando corría hacia la cocina del

restaurante, llorando, porque me había estrellado en los escalones de

entrada del Greco con la bicicleta. Una vez más.

—No lo creo —Le contesté, tomando la sopa—. No es gran cosa.

—Y yo tengo un puente para venderte. —Suspiró—. ¿Qué tal si te hago

preguntas, y tú respondes las que quieras?

—Está bien. —No podía decirle que no, no cuando su rostro y el olor de los

tomates calientes me recordaban que nunca había llorado por más de un

minuto una vez que entraba en la cocina con él.

—Bien. —Giro la silla del escritorio hacia la cama y se sentó, con las manos

sobre las rodillas. Había dos largas manchas, de color verde en la parte

delantera de su delantal, una a cada lado donde se había frotado los

residuos de albahaca de las manos. Podía oler, detrás, el minestrone—. ¿La

escuela?

—No.

—¿Un chico?

—Sí, en parte.

—¿Un novio? —Sus cejas se juntaron volviéndose una. Rápidamente le

aseguré:

—No.

—Ah. Pero tú quieres que lo sea.

—Un poco.

—Y él ciego, estúpido, y, probablemente, loco como una ardilla, no siente

lo mismo. —Sonreí un poco ante la indignación paterna.

—No. Tal vez. No sé. Ese es el problema. Yo. . . no puedo confiar más que

en lo que creo que sé. —Mi padre no dijo nada durante unos segundos, sólo

se sacudió un poco en su asiento.

—¿Te acuerdas de cuando solías querer que te llevará al museo cada

domingo? —Me sonrió de nuevo—. Siempre querías mirar las pinturas

holandesas de bodegones116.

—¿Qué puedo decir? Me gusta un buen plato de comida. Yo odiaba los

que tenían los conejos muertos.

116 Naturalezas muertas: es una obra de arte que representa objetos inanimados,

generalmente extraídos de la vida cotidiana, que pueden ser naturales (animales, frutas,

flores, comida, plantas, rocas o conchas) o hechos por el hombre (utensilios de cocina, de

mesa o de casa, antigüedades, libros, joyas, monedas, pipas, etc.)

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—Tampoco eran mis favoritos, cariño. Pero realmente amabas esa

habitación, con todas sus cosas excéntricas. La rueda de la bicicleta

atascada en un taburete, el mingitorio.

—La sala de Marcel Duchamp. Guau. No he estado allí en años. —Tomé

un sorbo de sopa de minestrone. Era perfecta.

—Sí, y esa pintura muy famosa. Ya sabes, esa en la que solías pararte en

frente durante más tiempo.

—“Desnudo bajando una escalera”.

—Esa misma. Yo nunca la vi, el desnudo. O la escalera, tampoco. Vi un

montón de formas de color marrón en una fila. Pero tú... tú miraste y miraste.

Cada vez que estábamos allí, me hacías leer el título en voz alta. Entonces,

un día, me agarraste la mano. No sé, tenías tal vez seis. Eras como así… —

Puso la palma de su mano en el aire a la altura de su cintura—. Pequeña,

pero hombre, que tenías un buen apretón. “¡Lo veo, papi! ¡Veo al desnudo

bajando las escaleras!” —Sonrió—. Tardaste unos meses más en aprender

que desnudo no significaba cada persona en una pintura. Sorprendiste a

algunos. Dios, eras una pequeña cosa fantástica. —Casi había terminado la

sopa. Todavía me sentía hueca, pero mucho más viva—. De todos modos,

aquí está el punto... —Llegó y tiró de una oreja. Sus dedos eran de color

púrpura. Pesto y la remolacha en el menú, supuse—. Tenía un punto... Ah,

cierto. Tú, mi pequeño camarón fantástico, sabías lo que había en frente de

ti. Tal vez no era obvio, pero estuviste allí hasta que todo se aclaró en tu

mente y frente a tus ojos. —Dio una palmada en las rodillas y se levantó—.

Ese fue mi punto de vista. Pero, ¿Qué sé yo de eso? Me gustan las fotos de

melocotones que parecen duraznos. —Él tomó la taza y la cuchara que yo

tenía—. ¿Bien?

—Um…

—No me refiero a la sopa, cariño.

—Lo sé.

—Así que… —tomó la bandeja y se dirigió hacia la puerta—, digiérelo.

—No te refieres a la sopa.

—¿Ves? Sabes lo que crees que sabes. —Me dejó galletas de chocolate

como postre. Oí el pitido de la máquina contestando en la cocina. Nonna

siempre bajaba el volumen (“¡Al igual que las voces de los muertos, esa caja

horrible!”). Teniendo en cuenta el hecho de que ella es la única persona que

pasa tiempo real en la cocina de la casa, los mensajes pueden esperar

mucho tiempo para ser contestados.

—Ella —Me llama papá—. Un chico llamado Alex dejó un mensaje.

¿Quieres que lo borre…? —Mi teléfono dio un vuelco al piso cuando me

enredé en la manta tratando de salir de la cama.

3.

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—Ella, um, es Alex. Espero que éste sea el número correcto. Tuve que

conseguirlo de una guía telefónica muy vieja. Habría conseguido tu número

de celular de Sadie Winslow, pero. . . bien, cada vez que me acercaba a ella

hoy, Frankie Hobbes mostraba los dientes. Da un poco de miedo, aunque

sea tan flaco… como sea. No estuviste en inglés hoy. No estuviste en ningún

lugar en el que pudiera verte. Um. . . llámame. Estaba pensando que podría

ir...

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El Beso

Traducido por Munieca y ♥...Luisa...♥ Corregido por Maia8

i armario no cerraba. Empujé. Me incliné sobre él. Finalmente,

noté que la manga de mi bata de baño bloqueaba el

pestillo. Cuando abrí la puerta para hacer frente al problema,

la mayoría de la ropa que me había probado y

rechazado cayó sobre mis pies. Recogí mis jeans, dos de los suéteres

de Siena, y una de sus faldas devueltas. A ella le daría un ataque si lo viera,

pero pensé que tendría más de un ataque si metía sus cosas debajo de la

cama.

Alex llegaba tarde. Lo agradecí. También me sentía increíblemente

nerviosa, y había puesto rímel en mis ojos. Parpadeé un montón mientras

hacía una última comprobación. En realidad, todo se veía muy normal,

incluyéndome a mí. Me limpié la mayor parte de la máscara y todo el lápiz

labial. Llevaba puesto el nuevo cuello alto azul y blanco que Frankie me

había hecho comprar. Pensé que me veía muy poco francesa.

Entré en la sala y miré por la ventana del frente por vigésima vez y me

dije a mi misma “relájate” por quincuagésima vez. No puede ser saludable,

este sin aliento, tonto, y palpitante estado en el que había estado sumida

desde que lo había llamado y dejado un mensaje y él me había llamado de

vuelta, y estoy convencida de que podía escuchar los latidos de mi corazón

a través del teléfono. Todo para que yo pudiera correr hasta mi habitación

como un hámster con crack, tropezando con los pantalones vaqueros sucios

y tratando de averiguar dónde había caído el sostén de ayer.

—Oh, por el amor de Dios —Me regañé a mí misma, citando

a Frankie—. Es sólo una sesión de francés. Es sólo una sesión de francés, con

un chico lindo. Es sólo una sesión de francés, con un chico lindo que ya

no tiene una novia, que, borracho, me envió un correo electrónico acerca

de mi nombre, y que me hace sentir como si me hubiera tragado una

oruga. —Pensé que tal debería sentarme.

El capó del coche de Alex apareció a la vista a las 5:09. Me

lancé fuera de mi habitación, bajé las escaleras, y luego tuve que apoyarme

en el sofá por un segundo para calmarme. Entonces, me puse justo detrás

de la puerta, contando lentamente hasta diez antes de abrirle, justo después

M

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de que él hubiese tocado. No debería parecer demasiado ansiosa, ahora,

¿verdad?

—Hola —dijo.

—Hola. —¿Qué otra cosa podía decir?

El clima se había vuelto realmente frío durante las vacaciones. Llevaba

puesto un gran chaquetón negro con símbolos rusos en los botones. Traté de

recordar si alguna vez había conocido el mundo de Rusia por un “hola”. No

lo creía. Él esperó pacientemente durante un minuto, y luego preguntó—:

¿Está bien, si entro?

Me sonrojé y retrocedí. No tenemos un vestíbulo de entrada. Alex

caminó unos pasos en nuestra sala de estar. Me imaginaba lo que veía: el

juego de sofás de tres piezas (color beige, ligeramente sucio, con algunos

cojines floreados), la escena de la playa en colores pastel (gaviotas en una

cerca rota de las dunas) en la pared, la estatua de la Madonna de Nonna

(azul brillante). Por un segundo fugaz, me dio vergüenza. Entonces, de

repente, no importaba. Era lo que era y no iba a cambiar hasta que mi

madre tuviese otra abeja en su cerebro y decidiera ir al Sudoeste Elegante

con madera en bruto y cráneos de vaca.

—Puedo... ¿guardarte eso? —Le pregunté, señalando a la bolsa de

papel en la mano.

Alex miró hacia el otro lado de la repisa de la chimenea. Las columnas

eran copias de los pilares del Coliseo en Roma. Son grandes.

—Oh, sí. Es pierogi117.De Svichkar. Probablemente frío. Parece... Oh,

mierda. Fue algo realmente estúpido de traer, ¿No? Mi mamá tiene esta

cosa de no llegar con las manos vacías.

Tiré la bolsa de sus manos.

—Es perfecto. Merci beaucoup, monsieur Bainbridge.

—Je t'en prie, Mademoiselle Marino118.

Bueno, así que es sólo la manera semiformal de decir “de nada” en

francés, pero cualquiera que diga que el italiano es el idioma del

romance, es probablemente italiano. Me llevé la bolsa a la cocina y la

puse sobre el mostrador, entre la frescura-garantizada-por Handi-Vac

(“ponga la comida en la bolsa, aspire el aire...”) que mamá compró en

el Home Shopping Network y la jarra de galletas pintada a mano de Nonna

(“¿Qué, crees que permanecerán allí el tiempo suficiente para echarse a

perder?”), que llevaba con ella desde Calabria. Está decorada con hojas de

higuera y, por alguna razón, con pescado. Nunca miré demasiado de cerca

117 Pierogi: plato típico de la cocina polaca, parecidos a los ravioles. 118 Je t’en prie, Mademoiselle Merino: Por favor, señorita Marino.

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cuando hice incursiones; los peces que componen el mango siempre parece

que me dan la grave malocchio119.

Abrí la nevera para conseguir el refresco de limón en espera. Miré de

nuevo a la bolsa de papel y sonreí. Había esperado Doritos. Esto fue mucho

mejor, aunque un poco menos apetecible.

—¿Quieres un pierogi? —Le dije.

—Realmente no —dijo Alex en respuesta. Luego, agregó—: Quiero

decir, son buenos, y si quieres uno...

—¿Galletas?

—Excelente.

Conseguí un plato para galletas. Para evitar el ojo de pez, di la

vuelta a la tapa otra vez en mi mano. Había un librito pintado en el

interior. Nunca había pensado en eso antes. Ahora me miraba de

cerca. Y volví a mirar. Esta vez, en lugar de un diseño bonito, vi a una M,

entrelazada con una E, rodeado por un C. Michelangelo Costa, pensé

en un bisabuelo de Darcy de Nonna. Y Elisabetta. Por otra parte, sólo podrían

haber sido los padres de Nonna: Magda y Euplio.

Puse algunas galletas en el plato, equilibré un par de vasos de plástico

altos sobre el cuello de la botella, y volví a la sala de estar. Alex se puso justo

en frente de la repisa de la chimenea, inclinado hacia adelante, su nariz a

pocos centímetros de una imagen mía.

—Oh, Dios. ¡No mires eso!

Fue en el recital de fin de año de mi único año de clases de ballet. Yo

tenía seis años: piernas flacuchas, una enorme brecha donde mis dos dientes

delanteros habían estado recientemente, y un traje de abejorro. Nonna

había hecho todo lo posible, pero no era mucho lo que se podía hacer con

un spandex amarillo y negro y un trasero de abeja. Papá había

encontrado una de esas bandas elásticas para la cabeza con

antenas unidas. Me encantaban las antenas. Mientras más entusiastas mis

jetés120, más rebotaban. Por supuesto, también había rebotado mi pequeño

pecho plano fuera de mi traje tantas veces durante el recital en sí, que

apenas me había movido en absoluto, víctima de la modestia abrumadora

de los seis años de edad. Ahora, mirando a la niña que había sido, deseaba

que alguien le hubiera dicho que no se preocupara tanto, que dentro de un

año, ese suave, delgado, hombro desnudo se convertiría en la pesadilla de

su existencia. Que ella era absolutamente perfecta.

—Bonitas rayas —dijo Alex casualmente, enderezándose.

119 Malocchio: mal de ojo, es una creencia popular supersticiosa según la cual una persona

tiene la capacidad de producir mal a otra persona sólo con mirarla. De esta persona

afectada se dice que "está ojeada, o que le echaron mal de ojo, o el ojo encima". 120 Jeté: paso de ballet. Rebotan sobre un pie y luego sobre el otro.

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Eso dolió. No debería haberlo hecho —era sólo una foto—, pero lo

hizo. No sé qué esperaba que me dijera sobre la imagen. No era eso. Pero

entonces, no esperaba la amplia sonrisa que se extendió por su cara cuando

consiguió una buena mirada en mí, tampoco.

—Aquellas —Anunció, señalando una foto de mi papá con su peinado

mullet121 apoyado contra el capó de su Mustang—, son rayas bonitas. Eso —

señaló a la abeja—, es seriamente lindo.

—Estás loco. —Murmuré, increíblemente satisfecha.

—Sí, bueno, dime algo que no sepa. —Tomó la botella y el plato de

mí—. Me gusta saber que tienes un poco de vanidad en alguna parte. —Se

puso de pie, las manos llenas, mirando expectante y completamente

hermoso.

La realidad de la situación no había sido verdaderamente tan real

antes. Ahora, cuando comencé a subir las escaleras a mi habitación, con

Alex Bainbridge detrás de mí, me di cuenta. Llevaba a un chico, a este

chico, a mi espacio muy personal.

Entonces, él comenzó a cantar.

—Eres tan vanidoso, apuesto a que piensas que esta canción es sobre

ti. Tú eres taaan vanidoso... —Tenía una voz bastante buena. Era una

canción de radio AM verdaderamente excelente.

Y así como eso, estaba oficialmente En lo Profundo:

1. Interesado en el arte. (Yo, el carbón vegetal; Él, tinta de color)

2. No tiene miedo del amor. Había estado con Cruella de Vil por un

largo tiempo.

3. O diciendo la verdad. “Tres cosas que te cueste confesar.”

4. Caliente. Al igual que, hermoso.

5. Atrevido. Tiburones. Océano. Nada donde Aquí hay Monstruos.

Inciso 5a. Lo suficientemente atrevido como para tener una

oportunidad conmigo.

¡Oh!, ese, siempre el problema en Si Mi Príncipe, De Hecho, Apareciera

Algún Día, Sería Genial si Pudiese Reunir Estos Cinco Criterios. Pero tenía una

cosa cuando se trataba de Alex, que nunca había tenido con Edward.

Esperanza. Bueno, eso y un e-mail borracho.

Así que, subimos las escaleras. En su casa había cuadros subiendo las

escaleras. La mía tiene... Sí, las imágenes de la escuela. Sienna, Leo, Ella.

Sienna, Leo, Ella. Algunas escuelas diferentes, de más de una docena de

años. Sienna luciendo bella e insatisfecha, incluso a los seis. Leo en segundo

grado con los últimos vestigios de un ojo negro de una pelea que había

tenido con tres estudiantes de cuarto grado. Yo con un incisivo menos y el

121 Mullet: es un peinado que se caracteriza por ser corto en la parte superior del cráneo y

largo en la zona de la nuca. Fue un peinado popular en hombres y mujeres en la década de

1980.

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pelo en dos trenzas. Sienna hermosa y aburrida, con enormes pendientes

que había comprado con el dinero de su duodécimo cumpleaños, y que mi

padre continuaba amenazándola con fundir. Leo con el pelo gelificado. Yo

con mi pelo sobre la mitad de mi cara y cubriendo completamente el cuello.

Sienna con tetas y pálida sombra de ojos rosa. Leo con un pendiente que

papá fingía no ver. Yo con mi pelo sobre la mitad de mi cara y cubriendo la

mayor parte de mi pecho.

Esta vez, Alex no dijo nada. Sin embargo, hizo una pausa en

la impresión a tamaño real, enmarcado, que ocupaba la mayor parte del

descanso.

—Guau.

Esa fue una manera de decirlo.

—A mi madre le gusta Klimt —Le expliqué. Tenía este, “El beso”, en

posavasos, un bolso de mano, y un juego de té que se había comprado por

su vigésimo aniversario de bodas.

No era que el pintor Klimt le gustara, tanto como, la combinación de

lotes y lotes de pintura metalizada y una mujer de pelo rojo en los brazos de

un hombre de pelo oscuro. “Soy yo y tu papá”, solía decir ella para nuestra

angustia colectiva. Los niños pequeños no quieren ver a sus padres

besuqueándose. Los niños mayores realmente no quieren verlo.

—Oye, si sigues rodando tus ojos, Sienna Donatella —chasquearía—, se

quedarán así. ¡Y a ver si encuentras a un tipo que te bese! —El Tommy de

Sienna es un buen tipo. Esta de acuerdo con el hecho de que ella quiere

tanto oro metálico en su futuro hogar como sea posible.

—Edward Willing lo llamó “La monstruosidad más bella de la historia del

arte” —Le dije a Alex—. Lo vio en Viena, un año después de que fuera

pintado. Nunca he sido capaz de decidir si le gustó.

—A todo el mundo le gusta “El Beso” —Fue la respuesta de Alex.

Yo no estoy tan segura. Pero sé que mi madre estaría de acuerdo por

completo. Tenía una media docena de versiones, mucho más pequeñas,

enmarcadas. Las pone en las casas que organiza para la venta, convencida

de que nadie puede resistirse a un poco de oro y besos.

Ahora, de pie bajo nuestra hermosa monstruosidad, no pude dejar de

pensar que si Alex fuera a darme un beso, se vería así: yo pequeña y dichosa

y apegada, él mucho más alto, envolviéndome completamente.

Aparté mi cara roja mientras me dirigía por el pasillo.

Mi habitación es un cuarto del tamaño del suyo. Se sentía aún más

pequeña con él en la misma.

—Siéntete como en tu...

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Había dejado caer pesadamente la merienda en mi escritorio,

depositado su mano en mi silla, y ya recorría la habitación, mirando a las

paredes.

—Guau —dijo de nuevo, mirando a un cuarteto de aldabas victorianas

hechas para parecerse a manos—. Genial. Eres seriamente buena. —Se

quedó mirando, durante mucho tiempo, en el único estudio que había

puesto arriba de “La puerta de la Sala de Lenguas Romances Willing: el

diablo burlón”—. Yo pondría eso en mi pared —dijo.

No había dicho nada mientras hojeaba, tragando todas las

negaciones automáticas de mis habilidades.

Él se volvió y me sonrió, viéndose exactamente igual que un pequeño

demonio. No es de extrañar, ya que era esencialmente su rostro en

miniatura.

—Esta es la parte donde remueves la tachuela y me das la imagen.

Para siempre.

—¿Hablas en serio? —No estaba segura.

—Sí, Ella. Lo digo en serio. —Así que quité la tachuela y le entregué la

imagen. La enrolló con mucha suavidad y la metió en el bolsillo de su

chaqueta. Entonces, se acercó a mirar por mi ventana.

—Ese es el restaurante, ¿verdad?

—Sí.

—¿Ese es tu papá?

Fui a pararme a su lado. Irradiaba calor. Fue una distracción.

—Um... Sí. Y mi mamá. —Ella blandía un pedazo de papel. Papá se

había retirado los bolsillos del pantalón por lo que destacaban a ambos

lados de su delantal, como orejas de ratón—. Mi hermana y mi

mamá quieren platillos de mar y tierra122 en la boda. Mi papá no quiere

pagar por ello. Ha sido una larga batalla, y estamos a último momento. La

boda es en tres semanas.

Mamá alzó las manos en el aire y se alejó. Papá cogió un cuchillo de

chef muy grande y se puso a trabajar en cortar una berenjena. Alex le dio la

espalda a la ventana y se apoyó en el alféizar.

—Sólo por curiosidad, ¿Saben que estoy aquí?

—Sí. —Mi madre sabía, de todos modos. La mención de un profesor de

francés fue la excusa para no ir de compras.

—Puedo entender que confían en que no harás nada inapropiado.

No podría decir si hablaba en serio. Supongo que no.

122 Platillo de Mar y Tierra: plato de comida que consta de carne de res y mariscos o

pescado.

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—Por supuesto. De hecho, mi madre probablemente te pagaría

para hacer algo que haga que ellos confíen en mí un poco menos. —Eché

un vistazo a la cara. Parecía un poco aturdido.

—Oh, no. No quise decir...

O tal vez sí. Pero Alex empezó a alejarse de mí, las manos levantadas.

—Está bien.

—J'étais stupide123.

Se sentó en el borde de mi mesa de trabajo, pasando muy cerca del

biscotti.

—Yo no diría eso. Sin embargo, el uso del imperfecto está mejorando.

—Justo lo que siempre he querido —dije con tristeza—, mejorar la

imperfección.

—Mira, Ella... —Bajo la mirada a sus manos, abriendo y cerrando los

puños. Esperé.

Creo que hay un malentendido aquí...

Eres una chica agradable y todo, pero...

Me gustas mucho, pero realmente no me gustas...

Las inconfundibles notas de No Stop Believin, en versión electrónica, de

repente llenaban la habitación, seguidas por el tratamiento visual y sonoro

de mi teléfono, vibrando su camino a través de mi escritorio, hacia la cadera

de Alex. Me lancé sobre él. En un momento de claridad de cabeza, tendría

tan sólo que apagarlo. Tal como iba la cosa, me las arreglé con un “lo

siento” para Alex antes de abrirlo de un tirón.

—¿Estás muerta? —Exigió Frankie desde el otro extremo.

—No. —Me alejé de Alex, que muy cortésmente fingía estar interesado

en los biscotti.

—¿Estás todavía enferma?

—No —Admití.

—Por supuesto que no. Bueno, iré a verte.

—¡No! —Me encogí cuando Alex se sobresaltó un poco. Tomé un

respiro—. Dios, no. No lo hagas. El centro de la boda es aquí. Sienna te hará

atar alpiste en pequeñas bolsas de color púrpura.

Hubo una larga pausa.

—¿Estás bien, Marino?

—Sí —Me las arreglé.

—Hora de la verdad. ¿Dónde estabas hoy?

123 J'étais stupide: Fui una estúpida.

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¿Puedo hacerlo? ¿Podría realmente utilizar la palabra calambres con

Alex Bainbridge de pie a tres metros de distancia? Sólo podía imaginar cómo

sonaría la verdad. Aquí, en la cama, escondida porque pensé que fui la

reina de todos los tontos enviándole correos a Alex Bainbridge durante las

vacaciones, y ni siquiera puedo decir sobre esto porque lo he prometido...

Pero está bien, o quizá no, porque él está aquí ahora, en mi dormitorio. A

punto de decirme que fui la reina de todos los tontos. Claro. Adelante.

Ustedes dos pueden unirse por encima de mi idiotez.

—El archivo. —Le dije, dando un paso más, como si unos pocos metros

fueran a hacer alguna diferencia—. Mira, tengo que irme. Te llamaré más

tarde.

—¿Me lo prometes?

—Por supuesto. Te quiero.

—Te quiero, también. —Apagué mi teléfono antes de meterlo en el

bolsillo—. Frankie —Le dije. Como si a Alex le importara.

—¿Sabe que estoy aquí?

—No salió el tema. —Alex se encogió de hombros. Dejando claro que

no le importaba.

—No es el tipo más amigable.

Podría serlo. Después de aquella mala broma que le hicieron años

atrás. Tal vez yo no hubiera estado allí, pero creía cada palabra de las

historias de Frankie. Y sabía que le había costado algo revivirlas. Así que no lo

hice.

—Sólo tienes que conocerlo. —Le dije en su lugar.

—Correcto. —Alex asintió con la cabeza. Claramente, a él no le

importaba—. De todos modos, quiero decir... Sé que has oído hablar sobre

Amanda y yo. Quiero decir, todo el mundo ha oído hablar de que nos

separamos —Esperé, de pie, la estatua todavía en el centro exacto de mi

habitación—. Es sólo que la historia que circula no es toda la verdad. Pensé

que merecías eso. —Su mirada se encontró con la mía, pero sólo por un

segundo antes alejarse.

—Ah, ¿Quieres sentarte? —Se iba poniendo aún peor. No servía de

mucho haber sido precedido por las variaciones de "Toma asiento." Pensé en

las oficinas de los directores y sillas eléctricas. Me pregunté qué podía decirle

para sacarlo de eso. Alex me estudió por un segundo.

—Te ves asustada. No va a doler mucho. Te lo prometo. —Tengo miedo

de muchas cosas, incluso del miedo, ahora ex novias, tiburones, pitbulls, y las

probabilidades de ser alcanzada por un rayo. La posibilidad de que Alex

pudiera hacerme daño, incluso involuntariamente, una vez más era

petrificante.

—Está bien. —Logré decirle.

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—Está bien. Por lo tanto, aquí está la cosa. Amanda y yo acabamos de

separarnos desde hace unos pocos días. Todo el mundo piensa que es

temporal... —Tal vez si él no hubiera hecho una pausa para tomar una

respiración, no la hubiéramos oído. Pero como así fue, el crujido del suelo

fuera de mi puerta entreabierta llegó en voz alta y clara. Alex se disparó

como si lo hubieran pinchado con un palillo agudo. Crucé la habitación en

un sólo aliento y abrí la puerta.

Nonna, a medio camino por delante de mi habitación y claramente

en dirección a las escaleras, parecía algo salido de una historieta. Tenía los

hombros encorvados, había levantado un pie del suelo, y se encogía.

—Oh, Fiorella. ¡Lo siento!

En un universo alternativo, otra Ella intentaba desesperadamente

tranquilizar a su abuela gritando que no había pasado nada, que no había

puesto en peligro su alma inmortal, y sería una cosa muy buena, por favor, si

el revólver de papá estuviera de nuevo en su caja polvorienta.

En éste, Nonna tenía un dedo como arma en su propia sien. Se metió

el dedo pulgar y puso los ojos en blanco. No sabiendo qué más hacer, me

hice a un lado.

—Um... Nonna, este es Alex Bainbridge. Alex, esta es mi abuela... —

Entró en la habitación con la mano extendida.

—Buongiorno, señora Marino. Piacere di conosceria. —Ella respondió

con una risa encantadora y un torrente de italiano. Cogí "bienvenida" y

"salchichas". Por supuesto, podría haber sido un error de ambos. Alex

escuchó atentamente y luego le dirigió una sonrisa torcida.

—Scusi, señora. Yo no hablo italiano. Bueno, no mucho, de todos

modos. Acabo de practicar un par de frases para... um... la práctica.

—Ah —Nonna pellizcó la mejilla de Alex, no demasiado duro—, no

importa. Me tienes en buongiorno. Ahora, ven, ven.

Fuimos, Nonna liderando el camino, a través de la casa, a través del

patio, y la cocina del restaurante. El auto de mamá no se encontraba en el

lote. Me imaginé que había dejado de estar de mal humor por las langostas

o los zapatos. El lunes es siempre una noche tranquila. Leo limpiaba la

máquina de café expreso y maldecía en voz baja. Es la única cosa que odia

más que servir mesas con Sienna. Ni siquiera levantó la vista cuando

entramos.

En su estación, Ricky tenía hasta en los codos carne de salchicha

picada. Lanzó a Alex un amistoso. —¡Oye, chico! —Y volvió al trabajo.

—Este es Alex —Le dije a todo el que quisiera—, de Willing. —Papá

seguía con el cuchillo grande. Le dio a Alex una larga mirada. Entonces, dejó

el cuchillo, se limpió las manos en el delantal, y le extendió una.

—Ronnie Marino. —Alex casi saltó hacia adelante para tomarla.

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—Alex Bainbridge. —Él hizo una pequeña mueca de dolor, y pensé que

mi padre le había apretado.

—Sí. El chico congresista. Lo recuerdo. —No pensé que se hubieran

cruzado esa noche. Pero papá no se olvida mucho de lo que sucede en su

restaurante.

—Tuvimos una cena increíble —Le dijo Alex. Mientras que empezaba a

preocuparme de que pudiera lanzarse a la clase de adulación que no

funciona en mi padre, su rostro tenía un aspecto un poco torpe y anunció—:

He soñado con un plato de antipasto. —Y eso fue todo.

—¿Tienes hambre? —Preguntó mi padre.

—Estoy muerto de hambre. —Respondió Alex

—Bien. —Papá cogió el cuchillo de nuevo—. Ella, descubre lo que al

joven caballero le gustaría comer, y todo estará bien en el mundo.

—¡Siéntate! —Ordenó Nonna, empujando a Alex por detrás. Todo lo

que se veía de ella era un destello de falda negro detrás de las rodillas.

—Raviolis de remolacha púrpura. —Anunció el tío Ricky a la sala—,

relleno con chorizo, albaricoques secos y queso Asiago.

—Prueba. —Ordenó Nonna, con una mano en el medio del pecho de

Alex ahora para hacer que se sentara en uno de los taburetes de acero

inoxidable, y en la otra lleva un crostini. Ella los hace todas las tardes con el

pan ciabatta de ayer, y varía según la cobertura. Esto se parecía

sospechosamente a una pasta de anchoas, el puré de frijoles y el ajo.

Delicioso, pero no lo primero que le entregaría a un invitado.

Él lo tomó.

—¿Así que un hombre de ravioles? —Preguntó Ricky.

—Um, sí, claro. —Respondió Alex, con la boca llena de pan muy

crujiente y la mano que había levantado para evitar que la miga se

pulverizara—. Suena como algo muy suyo... bueno.

—No es bueno, mi amigo. Es para morirse. Un clásico en ciernes. Por lo

tanto, ¿Alguna vez has visto Top Chef...? —Tina asomó la cabeza por la

puerta del comedor.

—Yo, Leo, ¡Tienes una mesa! Pon tu trasero en marcha. —Ella espió a

Alex—. Hola. Qué quieres saber. —Sus ojos se fijaron en mí por un segundo—.

¿Bolsa de papas fritas? —me preguntó.

Me encogí de hombros. —Lo que sea. ¡Leo! —Corrió por el suelo,

moviendo los granos de café de sus manos.

—¡Oye! —Espetó papá—. Acabo de secar. —Leo agarró un trapo de

cocina y miró más allá de la torre de rizos de Tina.

—Son los Nguyen —Le susurró a ella—. Han estado aquí todos los

malditos lunes por diez años, como de la familia. ¿Simplemente no podías

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208

preguntarle lo que quieren comer? —Tina se encogió de hombros y se

examinó una uña escarlata.

—No es mi trabajo, dulzura.

Leo se marchó para conseguir un delantal fresco. Tina volvió a entrar

en el comedor. Diez segundos más tarde, se podía oír su risa con los Nguyen,

que invariablemente ordenaban ensaladas César y linguini alle vongole. Se

oyó un ruido fuerte mientras papá picaba un puñado de almejas en una

sartén. Fue seguido por un ruido y un silbido. Giré hacia Nonna.

—¡Aiee! San Lorenzo—Saltaba en su lugar, con una mano en el hueco

de la otra—. Tan estúpida. —Papá ya se encontraba a mitad de camino a

través de la cocina.

—Mamá, ¿Estás bien?

Ella le indicó que retrocediera con su codo. —Sí, sí. Cogí una olla

caliente. Tú regresa a tu vongole. Tú... —Me llamó—, ve a buscarme un poco

de hielo en una toalla y miel. ¡Presto! Ah, tan estúpido...

Me quedé helada. Nunca había visto a Nonna tanto como para poner

un dedo del pie en la cocina, y mucho menos a sí misma quemándose. De

repente, me acordaba de la urna y los gritos y el dolor punzante, gritando...

—Fiorella. —La voz de Nonna cortó a través de mi memoria. Tenía la

mano izquierda, sujeta a mi hombro. Ella agitaba las dos manos hacia mí—.

Estoy bien, piccola. Mira. —Una de las palmas de su mano quedo un poco

rosa. Eso fue todo lo que pude ver. Dejé escapar el aliento en un silbido

débil—. El hielo, ahora. Y la miel.

Le lancé una mirada a Alex. Él estaba congelado, medio masticando,

y observando la escena, los ojos muy abiertos. Le dediqué una sonrisa que

era probablemente más una mueca y me dirigí a la despensa. A pesar de mi

calma, me tomó demasiado tiempo encontrar la miel. Alguien la había

puesto en el estante más alto, detrás de un frasco de un galón de aceitunas.

Terminé yendo a la escalera dos veces por separado.

Cuando volví a la cocina, mi corazón casi se detuvo. Papá se

encontraba inclinado sobre la mesa de trabajo de acero inoxidable, sobre

un montón de camarones, casi enfrente de la cara de Alex. Llevaba un

cuchillo nuevo, este era pequeño y muy afilado.

—¿Lo entiendes chico, o debo decirlo de nuevo? —Exigía. Alex

parecía más nervioso de lo que jamás lo había visto. Pero sólo por un

segundo. Entonces, su rostro se endureció, y golpeó con las palmas sobre la

mesa.

—Ya lo tengo —dijo. Se puso manos a la obra y tomó el cuchillo.

Momentos más tarde, evisceraba camarones con mucho entusiasmo y un

poco de habilidad. Papá se volvió y me sorprendió con la boca abierta. Él

inclinó la cabeza en señal de advertencia obvia. Crudo, repulsivo, resbaloso:

Esta fue la tarea que le había dado al chico que llevé a su cocina, y yo no

iba a interferir.

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Pobre Alex. Lo probaban para un cargo que él ni siquiera quería.

Le di a Nonna el hielo y dejé la miel delante de ella. Ya había recogido

un par de paños de cocina limpios y un cuchillo de mantequilla.

—¿Quieres que te acompañe a la casa? —Pregunté.

—No, no. Pongo esto en mi mano, y todo estará bien. —Ella en

realidad untaba miel sobre su palma, luego puso el hielo con una toalla

envuelta sobre él—. Tu muchacho va a hacer el camarón. Tú ve a la ropa.

Los muchachos harán el resto. —Los muchachos, cuarenta y tres y cuarenta

y ocho, respectivamente, se movían un poco más rápido que de costumbre,

pero todo volvió a la calma y alegría. Alex levantó la vista del camarón.

—Mi mamá solía hacer eso, ponerme miel cuando tenía pequeños

rasguños. Decía que previene la infección.

—¿Funciona? —Pregunté. Alex sonrió.

—Quién sabe. Por lo general, iniciaba con Neosporin.

—Leo —gritó papá—. ¡Estas ensaladas no se van a servir solas! Ah, hola,

Huong. —Era la señora Nguyen a mitad de camino a la cocina—. ¡Ah! No es

una casualidad. Siéntese señora, y espere al camarero. ¡Leo!

La Sra. Nguyen saludó y se fue, Leo entró, recogió las ensaladas, y la

siguió. Diez segundos más tarde, se podía oír a todos riendo. Otra familia hizo

otro pedido. Luego otra, y otra, y la noche se puso en marcha. Estaba

ocupado, sobre todo para un lunes. Tina se dignó a servir las órdenes y tomar

las propinas que venían después. Doblé las servilletas y los manteles y

verifiqué a Alex cuando podía. Ricky y papá hicieron lo que hicieron. Nonna

supervisaba desde un taburete alto. Alex pasó de eviscerado de camarón a

limpiar hongos.

Pobre chico. Ellos realmente le dieron el trabajo sucio.

No se quejó, por supuesto. Más que eso, era un poco increíble con mi

familia. Era una víctima muy buena cuando su relato alegre y orgulloso

obtuvo carcajadas y no simpatía. Al parecer, había estado diciéndole a la

gente que era alérgico a la clase de frutos secos que no tienen nada que

ver con la comida. Al parecer, su madre no había leído la traducción inglés-

italiano muy cuidadosamente lo suficiente. Nonna, decidida a rectificar la

situación, le dio la palabra italiana para todo en la cocina entera. Las repitió

con alegría. Discutió con Ricky respecto a la mala temporada de los Filis y

estuvo de acuerdo con papá de que las Águilas se veían bien para el Súper

Bowl.

Se comió todo lo que alguien ponía delante de él. Incluyendo el, sí,

bagna cauda, cuyos ingredientes principales son las anchoas, el ajo, y las

sardinas, y algunos ravioles morados. Papá golpeó a Leo en la cabeza

cuando él se echó a reír. Leo dio a Alex media hogaza del pan de Nonna

directamente salido del horno.

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Sentada junto a él, tenía mi segundo plato de sopa del día, y, sí, bagna

cauda en la bandeja, no quería que la noche terminara. Tan simple como

eso. Porque, si uno ignora el hecho de que estábamos en medio de una

cocina fuerte, rodeados de mi familia, que los dos estábamos llevando

delantales manchados y olía como el camarón, casi podría ser una cita.

Por lo menos, con su cara llena y apestosa y rellena con pan caliente,

Alex no podría dejarme. O lo que un hombre hace con una chica con la que

no está saliendo. Dejémosla bajar fácil, supongo, si es un buen tipo.

A las 10:15, los últimos clientes se fueron. Papá, siempre un paso por

delante, tenía siete budines con un poco de chocolate, en el horno. Nos los

comimos con el caramelo de fresa que la Sra. Nguyen había dejado para

nosotros. Papá no dejó que Alex ayudara con la limpieza. Alex trató de

rechazar el dinero que papá le ofreció.

—¡No me insultes! —Replicó papá—. Esta es una empresa familiar. —

Alex perdió la sonrisa, tratando de meter los billetes doblados en el bolsillo—.

Ahora, te vas a casa con tu familia antes de que crean que has escapado

para unirte a un circo. Tú —señalándome—, a la cama. Estás enferma. ¿Te

acuerdas?

Por supuesto que me había olvidado. Di una pequeña tos. Puso los ojos

y me hizo señas fuera.

Me moví mucho más lentamente mientras Alex salía de la rutina que

tenía cuando él entro en ella. Pensé que tenía algo que decir que yo no

quería oír, y traté de pensar en alguna forma de que pudiera preguntarle

simplemente sin hablar, por favor, sin sonar sombría o ligeramente demente.

Lo acompañé a su coche. El Sr. Greco había subido a una escalera y

aflojaba la bombilla en la farola de nuevo. Se quejaba de que brillaba justo

en su habitación. De modo que desactivaba la luz, pero enviaba un equipo

para arreglarlo, y todo comenzaba de nuevo. Ha estado sucediendo

durante años. Los Greco son buena gente, especialmente la señora

Greco. Si ella está en casa cuando los electricistas llegan, les lleva café y

donas.

Alex abrió la puerta del coche.

—Bueno, buenas noches —dijo alegremente—. Gracias por la cena.

—Oh. Cierto —Di medio paso atrás hacia la casa—. No hay de qué.

—Ella.

—¿Sí?

—Tienes que estar bromeando.

Estaba bastante oscuro donde estábamos parados. No sé cómo sus

manos se encontraron con las mías tan rápido, pero un segundo yo me

encontré pensando en lo mucho que no quería darle las buenas noches, y al

siguiente en contra de su pecho, de pie sobre los dedos del pie con los pies

entre los suyos.

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—¿Estás bien? —Preguntó él, su aliento a chocolate caliente contra mi

frente.

—Sí —contesté, mi propia respiración viniendo en pequeños saltos

rápidos—. Sí.

—Bueno. Tengo algo que decirte. —Esperé.

—No me gusta la pintura de Klimt —dijo—. Realmente la odio.

Entonces, me arropó en su abrigo, con su rostro justo encima del mío y

sólo hubo un beso que importara.

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La Mentira

Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por Mery St. Clair

o quería jugar. Frankie se encontraba de humor por alguna

razón, y cuando Frankie se encuentra de humor, puede ser un

poco malo. Sadie, por el contrario, brillaba un poco, y ni

siquiera había subido aún al escenario de Chloe. Tuvo una segunda cita con

Jared la noche anterior. Le fue bien.

Eché un vistazo rápido a mi teléfono. No hay ningún mensaje, pero no

esperaba uno. Mis planes ya habían sido hechos. Lo que realmente

necesitaba era ver la hora: 08:37.

—¿Por qué no te vas ya? —dijo Frankie mordazmente—. No queremos

detenerte.

—Tengo un montón de tiempo. —Les dije que tenía que estar en casa,

que los planes de boda comenzaban a ir a toda marcha.

Ambas declaraciones eran ciertas, hasta cierto punto. Todo trataba de

la boda en estos días. Pero la verdad era que me mantenía al margen tanto

como me fuera posible. Mi resplandeciente vestido morado de dama de

honor y zapatos estaban listos, y realmente no me importaba lo que estaría

en última instancia en el menú.

Pero tenía que ir a casa. Alex me recogería allí.

Durante dos semanas, nos hemos reunido cuando podemos. Lo cual,

por desgracia, han sido cuatro cortas veces: tres en su casa, una vez en la

mía, hablando un poco del francés para después pasar a un largo rato de

besos. Tuvimos un pequeño interludio furtivo en una sala de música vacía en

la escuela, pero estuve demasiado nerviosa para realmente disfrutarlo. En

casa, nuestros dedos y labios se entrelazaban. En la escuela, apenas y

hablábamos. Todavía era demasiado nuevo, demasiado extraño, tal vez,

hacerlo público. Seguía convencida de que despertaría para descubrir que

había imaginado todo el asunto.

—Sades —Le dije, señalando el pepperoncini que probablemente no

comería—. Verdad o reto.

—Verdad. Estoy comiendo —Ella y Frankie comían, yo no. Alex había

dicho algo sobre ir a comer, por lo que esquivaba la ensalada en mi plato.

N

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—Está bien —Tenía que ser una buena, algo que ella realmente

deseará compartir con sus dos mejores amigos. Tenía que hacer una buena

acción para compensar el hecho de que les ocultaba grandes secretos a

mis amigos en las últimas dos semanas—. Cinco años a partir de hoy.

¿Dónde, exactamente, quieres estar?

Sus ojos se iluminaron. A Sadie le encanta este tipo de preguntas.

—Oh. Guau. Déjame pensar. De diciembre, acercándose a la

Navidad. Voy a tener veintiuno...

—Desmayada en el árbol con una botella de Jack, la mitad de un

pollo asado del 7-Eleven, y un gato que se caga en tus zapatos —Frankie

pareció inmune a nuestras mortales miradas—. Oh, espera. Ese soy yo. Lo

siento.

Opté por ignorarlo. —Cinco años a partir de este día, Sadie.

Echó un vistazo rápido entre Frankie y yo. —¿Puedo pedir tiempo

extra?

—No —dije—. Continúa.

—Está bien. Cinco años. Voy a estar en Nueva York visitándolos a

ustedes, porque, a pesar de que la Universidad de Nueva York es fabulosa,

estaré la mitad de mi último año en la facultad de Clásicos en Cambridge,

tratando de decidir si quiero ser un psicólogo o un chef de repostería. Tú —

dijo con severidad a Frankie—, te la pasarás bebiendo champán con tu

novio, un rubio de Helsinki124 que diseñará para Tory Burch. ¡Ah! No digas

nada. Es mi futuro. Puedes elegir a un diseñador diferente cuando se trate

del tuyo. Quiero que me haga regalos de Tory —Se volvió hacia mí—. Vamos

a estar bebiendo champán, hablando en medio de la Galería Gagosian,

porque es la noche de la inauguración de tu primera exposición individual. Y

todas tus obras se van a vender. —Interrumpió la oración para comerse una

aceituna negra.

—Te amo —Le dije. Luego agregué—: Pero no dices nada de ti.

—Oh, pero claro que sí —Difirió, regresó su atención a la ensalada—. Es

exactamente donde quiero estar. Aunque… —sonrió sobre un tomate—,

podría tener al siguiente David Beckham esperándome en casa.

—El próximo David Beckham es un galés de casi dos metros llamado

Madog Cadwalader. Tiene dientes torcidos y piernas chuecas.

—¿En serio? —Preguntó Sadie. Frankie soltó un bufido.

—No. En realidad no.

—¿Qué pasa con ustedes esta noche? —Exigí antes de que pudiera

detenerme. Ellos se dieron la vuelta, muy lentamente, hacia mí.

—No es nada, solo bromeamos. ¿Por qué no nos dices qué pasa

contigo? ¿Hmm?

124 Ciudad de Finlandia.

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—No hablábamos de mí.

—¿No? —Frankie puso los dedos sobre la mesa—. Bueno, algo no está

del todo bien en estos días, Marino. Y no soy sólo yo quien se ha dado

cuenta. ¿Sadie?

—Oh. Bueno, yo no lo sé... sí... tal vez…

—Así que, ¿qué es? —Exigió Frankie—. No estas comiendo, te has

saltado más clases en el mes pasado que en los últimos dos años, y no has

mencionado a Edward Willing en tres semanas.

—Odias cuando hablo de…

—Más de tres semanas, señora. Y eso es sólo el tiempo que he llevado

la cuenta. Es raro, y estamos preocupados. ¿Sadie? —Sadie se retorcía y

miraba su suéter. Era azul, estrecho, y de su nuevo guardarropa. Era obvio

que tampoco era una de las elecciones de su madre.

—Umm... sí. Tal vez un poco.

—¿Ves? —Frankie señaló hacia Sadie con ambas manos—. Ella está

completamente distraída y lo notó.

—Frankie —Quería extender mi mano través de la mesa y tocarlo, pero

no lo hice. No creo que pudiera aceptar mi apretón, se apartaría—, no hay

absolutamente nada malo conmigo. ¿Sí?

—Sí —Se echó hacia atrás y cruzó los brazos sobre su pecho. Por un

segundo, fue exactamente igual que Daniel, cínico, aburrido, y capaz de

morderte—. Bueno, es divertido —dijo arrastrando las palabras—. Creo que

mientes con todos tus dientes.

Se formó un nudo en mi estómago.

—¿Por qué?

—Porque —dijo con calma—, en todo el tiempo que te conozco,

nunca dijiste una vez esas palabras.

—¿Qué palabras?

—No hay nada malo conmigo.

—Oh, no…

—Nunca. Eres una letanía andante de defectos imaginarios. Así que…

—Frankie descruzó sus brazos y apoyó sus codos sobre la mesa. Sé lo que

vendrá. Lo que hará. Me estudió juntando sus manos—. ¿Verdad o Reto?

—Es el turno de Sadie de preguntar.

—Ella pasa. —Me espetó.

—Oye —Protesté.

—Hola. —Sadie agitó una mano entre nosotros—. Tal vez podamos

hablar de esto mañana.

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—Podemos —dijo Frankie, concordando sospechosamente—, pero yo

quiero hacerlo ahora. Por lo tanto, aquí está la pregunta, Marino. ¿Qué…?

—Reto.

—¿Disculpa? —dijo.

—Reto. Voy a tomar un reto.

—¿En serio? —Exigió.

—Mientras que no tome diez minutos o más. Me tengo que ir —Todo lo

que quería, en realidad, era marcharme. Frankie no dijo nada o hizo algún

movimiento durante un tiempo. Sólo me miró. Entonces, finalmente,

parpadeó, bajó las manos y se encogió de hombros.

—Canta.

—Oh, vamos…

—Canta —Repitió—. Ya sabes cómo. O date por vencida. —Eso,

pensé, sería tan fácil. También se rompería algo precioso. En todo nuestro

Verdad o Reto, ninguno de nosotros se rindió en un desafío.

—Sadie. ¿Cantas conmigo? —Ella asintió con la cabeza, pero Frankie

la señaló acusadoramente.

—No lo harás. Marino, es su reto. —Casi pisoteé mi camino hacia el

escenario. Nic Stavros, hijo, se encontraba a cargo de la máquina de

karaoke. Sus cejas se arquearon cuando me vio.

—La primera vez.

No lo era, en realidad. Frankie me había forzado a hacer un dúo en el

cumpleaños de Sadie. Cantamos —sorpresa, sorpresa— "Feliz Cumpleaños"

de los Beatles. Podríamos haber sido abucheados, pero resultó que un

jugador de equipo de los Flyers celebraba su cumpleaños ese día, también,

así que terminamos compartiendo el escenario con cuatro jugadores

borrachos de hockey, dos fanáticas, y un admirador de Ringo. A la multitud

le encantó.

—Tengo que hacer esto —Murmuré—. Puedo hacer esto. —No me di

cuenta que temblaba hasta que Nic me tocó la mano.

—¿Quieres un consejo?

—Claro.

—Elige una de estas —Pasó a una página maltratada—. Y aprieta

fuerte los botones.

No sabía si hablaba en serio acerca de los botones —sospechaba que

probablemente lo hacía— pero me había dado una página llena de

canciones populares, que a todos les suelen gustar. Pensé en "Good

Riddance", "Forget You" y "Here’s a Quarter, Call Someone Who Cares." Sólo

que no sabía ninguna, y no eran realmente a las que se adhería Frankie.

Bueno, tal vez sólo un poco.

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—Puedo hacer esto. —Me dije.

—Acaba con ellos. —Fue el comentario de Nic mientras yo subía al

escenario.

Le eché una mirada a la cara enfurruñada de Frankie, antes de

colocar la mirada en el fondo de la sala. Podría hacer esto, porque cuando

terminara, me podría ir. La música empezó. Me golpeó la señal. —You

walked into the party like you were walking onto a yacht125...

No iba mal. Un poco vacilante en algunas partes, pero mi voz era

confiada. —I bet you think this song is about you, don’t you?126

Cuando terminé, un grupo de chicas y su multitud aplaudió con fuerza

en la parte de atrás. Sadie silbaba, con sus dos dedos en la boca, el truco

que siempre he querido ser capaz de hacer. Lo usa para detener taxis y para

Chloe. En las raras ocasiones en que me encuentro en un taxi, Sadie está ahí,

también, así que me imagino que voy a vivir sin esa habilidad en particular.

Fue muy agradable, sin embargo, escucharla aplaudiendo cortés.

Frankie, noté mientras dejaba el micrófono en su posición normal, me

miraba con los ojos entrecerrados, aplaudiendo tan despacio que podía

medir el silencio entre los latidos.

Me sentía varios centímetros más alta cuando me bajé del escenario.

•••

—. . . y cayó como una roca. Bam.

—Oh, hombre. ¿Qué hiciste?

—¿Qué podía hacer? —Me encogí de hombros—. Me quedé allí, hice

una reverencia, y salí corriendo. Iba tarde para encontrarme contigo.

Alex frotaba suavemente mi rodilla desnuda. Arremangué los

pantalones sobre mi pierna para mostrarle el hematoma ya floreciendo allí.

—Yo te hubiera atrapado —dijo, deslizando los dedos en mi pierna y

haciendo a mi interior sentirse como gelatina.

—No es probable, galán. El escenario no es muy alto.

—Tengo que ver ese lugar alguna vez.

—Claro.

Sabía que lo diría, de alguna manera. Yo no lo llevaría allí. No podía,

por muchas razones. No es que pudiera incluso imaginarlo sentado allí

mientras la gente canta malos covers en un escenario de madera

contrachapada, con la comida olorosa.

125

Entraste en la fiesta como si estuvieras caminando en un yate... 126

Apuesto a que piensas que esta canción es sobre ti, ¿no?

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Estábamos sentados en el sofá grande, de cuero y agradable olor en

su habitación, con mis piernas entrelazadas con las suyas, un plato

equilibrado en mi regazo. Nos detuvimos en Hikaru, en el camino de mi casa

a la suya. He caminado por allí muchas veces para dirigirme a Head House

Books o Hepburn, la tienda de ropa vintage en la calle. Pero el sushi no es

una parte importante de mi vida, Frankie y yo, votamos inevitablemente en

contra de Sadie a favor de ir a cenar en Calle Sur. Ella siempre se ofrece a

pagar. Siempre le digo que no es el punto. Incluso si medio lo es.

—¿Qué hay bueno? —Preguntó Alex mientras escaneaba el menú.

Entonces dijo—: Sólo pez globo. —Y después de un momento—, Me lo voy a

comprar.

No había oído hablar de la mayor parte de las opciones: congrio,

pargo. Y vi el jurel, abulón y pulpo sin una pinta atractiva.

—Um. ¿Tempura? —Sugerí, pensando que no podía ir muy mal, muy

mal con algo crudo y frito. Él negó con la cabeza.

—¿Lo pide una chica a la que le gustan las anchoas? —Compartió

una sonrisa de simpatía con la camarera, y luego procedió a ordenar pulpo,

jurel, y diferentes tipos de atún. Crudo.

—No comeré eso —le dije en la habitación mientras él tendía sus

palillos, tomando una rodaja de pulpo que tenía tentáculos visibles. Había

estado muy bien con el atún (Soy la tátara-tatara-nieta del rey del Atún del

Mar, después de todo), pero tenía que trazar un límite.

—Confía en mí. Vamos. Se una chica valiente. Abre.

Duh. No soy una chica muy valiente. Pero abrí la boca y deje que me

alimentara.

—Mmm.

—¿Ves? Es comida excelente. —En realidad, era como comer un

borrador de lápiz. Con un vago sabor a pescado.

—Delicioso. —Logré decir después de masticar mucho.

—Está bien. Muy bien. Me doy por vencido. —Alex comió el resto del

pulpo y la mayor parte del jengibre encurtido en salsa. Luego quitó la

bandeja de mis muslos. Enganché la última pieza de jengibre antes de que

se fuera de mi alcance. Eso me gustó.

—Así que, ¿Qué haremos ahora?

Oh, las posibilidades. Moví las cejas. Se echó a reír.

—Sí, absolutamente —Estuvo de acuerdo—. Pero primero... tres cosas...

—Cada vez que estábamos juntos, intercambiábamos revelaciones y

hacíamos un poco de francés. No era por lo general lo primero, pero con el

tiempo llegamos a hacerlo—. Eres un enigma envuelto en un misterio —Se

burló de mí una vez más—. Y estás reprobando francés. —De todas las cosas

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que soy, no creo que enigmática sea una de ellas. Pero me gustó que usara

la palabra. Así que me apoye en el brazo del sofá y pensé.

—No sé qué quieres saber.

—Bueno, eso es fácil. Todo.

—No. No es cierto. Nadie quiere saber todo acerca de... —Me

encontré buscando la palabra adecuada. ¿Su novia? ¿Su alumna con

beneficios? No estábamos en la etapa de sustantivos. No estoy segura de

reconocer el nuestro tipo de relación—, otra persona. El misterio es bueno.

Tamborileó con los dedos en mi muslo.

—Tal vez sí. Tal vez no. Pero voy a dejarlo pasar. Qué tal esto: Si abriera

el cajón superior de tu armario, ¿Qué encontraría?

—¿Hablaremos de mi ropa interior otra vez?

—Sólo en detalle gráfico —Tiró de mi rodilla dolorida, pero no en el

hematoma—. Tengo cambio suelto e historietas muy antiguas en el mío.

Algunas personas tienen revistas o fotografías o premios. . .

—Está bien, está bien —Suspiré—. Ropa interior —Le dije—. Dos trajes

de baño, viejos, y un archivo de revistas.

—¿Por...?

—Las imágenes las saco de revistas.

—Sí, gracias. Me he dado cuenta. ¿Qué hay en ellas? —Me retorcí un

poco y contemplé la mentira. Viajes, zapatos, consejos maquillaje…

—En su mayoría imágenes de modelos con el pelo corto —confieso

finalmente—. Es una especie de meta.

Alex enredó un mechón de cabello alrededor de su dedo.

—Me gusta tu pelo —dijo en voz baja—, pero creo que te ves muy bien

con todo lo que hicieron con él.

Aquí está la cosa. Parecía que hablaba en serio, y como si hubiese sido

la cosa más natural del mundo decirlo. Parpadeé.

—Está bien —dije—. ¿Quieres saber algo sobre mí que yo realmente no

quiero decirte? ¿Qué tal esto? No lo entiendo. Esto. Detesto no hacerlo. Me

gustaría ser el tipo de chica que sale con chicos como tú, como si fueran mi

derecho soberano de vida. Pero no lo hago.

—Sí, también creí eso —Soltó mi cabello y puso su mano en mi cintura,

por lo que el pulgar estuvo en contra de mi piel. Me estremecí—. Esta es mi

primera revelación de la noche. Un día, no hace mucho tiempo, sólo estaba

sentado en el comedor, digiriendo, pensando en mis propias cosas,

literalmente. Tratando de decidir si la segunda hamburguesa había sido una

buena idea y si debía romper con mi novia de un año y medio. Entonces,

traté de ponerme de pie, y, de repente, apareció una chica muy bonita en

el suelo y mirando mí libro como si hubiera sido cubierto con basura…

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—No lo hacía.

—Sí. Lo hacías. Así que allí te vi, con esa cara increíble y tu cabello que

olía a flores, y los dibujos en tus pantalones. Me gustó mucho eso.

—Te gustaron mis jeans.

—Entre otras cosas. Pero, cielos, Ella. Después de eso, si no me hacías

sentir como si tuviera el coeficiente intelectual de una piedra, tus amigos me

miraban como si me arrastraran de debajo de una. Ni siquiera voy a entrar

en lo que, obviamente, piensas de mis amigos.

—Chase Vere es un idiota.

—Chase Vere ha sido mi amigo desde que teníamos nueve. Oye —dijo

cuando yo hice una mueca—, lo que pasa con nuestros amigos es asunto de

ellos y no nos preocupemos demasiado sobre lo que piensan los demás,

¿No?

Entendí el punto señalado, pero no puedo evitar preguntar—: ¿Tienes

amigos que no sean Fillites?

Me miró ceñudo.

—No me gusta esa palabra. Realmente la odio.

—¿Por qué? —Le pregunté, realmente confundida. Señalé la

habitación, con sus muebles de cuero y aparatos electrónicos—. Encaja.

—También los Speedos127, pero no quiero usar esos, tampoco —Se me

quedó mirando con los ojos entrecerrados—. Vamos a probar esto: dime

algo que realmente te gusta de mí.

Me acurruqué en su regazo.

—Me gusta todo de ti.

—Menos mis amigos y el estatus socioeconómico.

Levanté la vista hacia él. —¿Estás loco?

—No, Ella, no estoy loco. —No sabía si creerle. Parecía un poco triste.

Sentí un tirón de preocupación.

—Me gusta tu boca. —Susurré, trazando sus labios con mi dedo,

deteniéndome en una de las esquinas—. Entre muchas cosas, muchas otras.

La boca era un buen comienzo. Me gusta especialmente lo que hacía

con ella. Tanto es así que no me di cuenta de lo que sus manos hacían hasta

que sentí el aire frío.

—Alex…

—Vamos, Ella. Déjame. Por favor. —Me deslicé lejos de él, empujando

sus manos. Mi suéter cayó de nuevo a mi cintura.

—No. Solo… no.

127 Traje de baño para hombres extremadamente ceñido. Lo utilizan los nadadores.

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—Vamos a ver si lo entiendo. Puedo tocar. Aquí. —Su palma estaba

caliente, incluso a través del algodón tejido—. ¿Pero no puedo mirar? ¿Está

un poco arruinado, no es cierto?

—Tal vez, pero esa soy yo.

Suspiró.

—Vas a tener que dejarme ver en algún momento. —No era tan

seguro, pero guardé eso para mí misma.

—No esta noche. —O mañana o después de mañana o después-

después de mañana.

—Está bien. —Envolvió ambas manos alrededor de mi cintura y tiro de

mi hasta que estuve rodeada por él de nuevo—. Pero todavía tienes que

decirme una tercera cosa. Sólo has dicho dos esta noche.

Traté de pensar algo ligero e inocuo. No fue fácil, con sus manos sobre

mí y mi dolor en la rodilla de nuevo. Todo lo que podía pensar era en el

hecho de que, como el piano o el francés, la mentira era más fácil cuanto

más se practica.

—Voy a cambiar… —dije.

—No hagas eso —dijo Alex en mi pelo. Después me abrazó y me

colocó suavemente debajo de él, sus rodillas enredándose con las mías, sus

brazos curvados alrededor de mi cabeza—. No cambies.

Verdad: Cuando me besó de nuevo, no me importó ser una buena

persona. Me sentí increíble.

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La Esquina

Traducido por LizC

Corregido por Melii

adie me sorprendió en la escalera cuando salí de Francés. —¿Y

bien?

—Ochenta y siete. —Balanceé el examen frente a ella.

—¡Yuju! —En realidad, rebotó de arriba hacia abajo por un segundo.

Por un examen de Francés—. ¡Yuju, tú! ¡Yuju, Alex!

—Sí, bueno —Dediqué toda mi atención a doblar el papel

perfectamente a la mitad—. Es un comienzo.

—Es una B+. Vamos, vamos a celebrar. Tengo unas reales y verdaderas

galletas Famous de Calle Sur, en mi almuerzo. Las iba a compartir con Jared,

pero ¿Cuántas veces un mejor amigo saca buena calificación Francés?

—Merci, madeimoselle. Sin embargo, deberías compartirlas con el

chico lindo. Tengo que ir a una clase de carbón en el estudio de arte.

—¿Necesitas ayuda?

—Sades, estás vestida de blanco —Era en serio—. Te ves muy bien.

Jared tiende a correr dentro y fuera del comedor; tenía mundos Willing

a conquistar todos los días. Pero se aseguró de detenerse en la puerta al salir

y darle un enorme abrazo a Sadie, una floreciente reverencia de saludo. Ello

detuvo el tráfico.

Me giré para mirar al otro lado. —No querrás perderte el almuerzo —le

dije, y le di un empujón muy útil.

—Pero, Ella, de verdad. No es gran cosa. Amigos...

Me fui para el otro lado.

—Esto no es exactamente lo que tenía en mente cuando estuve de

acuerdo en perderme el almuerzo —dijo Alex, malhumorado, cuarenta

minutos más tarde. Se movió incómodo y trató de ver lo que hacía.

Le devolví la mirada en sumisión. —Espera.

S

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La sala de arte está por lo general vacía los jueves por la tarde,

excepto por mí. La Sra. Evers se va temprano y cierra con llave. Por supuesto,

soy uno de los pocos a los que les confió la Ubicación Secreta de la Llave.

A pocos metros de donde me encontraba sentada en un taburete,

Alex se plantó en la antigua silla que utilizamos para dibujar figuras. Es una

reliquia, probablemente a partir de los años Palladinetti: de caoba astillada y

polvoriento terciopelo, lo poco que queda de relleno, sobresaliendo de un

millón de agujeros. Probablemente fue lujoso alguna vez. Ahora es como

sentarse en una tabla ligeramente maloliente. Pero quería esbozar a Alex,

como tantas veces lo vi, recostado, con la cabeza apoyada en una mano,

escuchando o hablando, o persuadiéndome a que ponga el vaso abajo, ya,

Ella, y ven aquí.

—No me gusta esto —Se quejó. Se había estado quejando desde que

me deslicé de la mesa diez minutos antes, dejándolo en ella.

—Sólo un poco más. Sé que no es tu sofá, pero no es tan malo.

Hizo una mueca. —Huele a perro mojado. Pero lo que quería decir es

que no creo que me guste posar. ¿Cómo sé que no me vas a dar una panza

de cerveza o un tercer ojo?

—Siempre he pensado que un tercer ojo sería muy útil. —Me imaginé a

la miniatura de arte India del Cat Vernon que me introdujo a un imaginario

Alex azul, con múltiples brazos. Era, probablemente, justo lo que esperaba—.

¿Y en qué universo sería para mí, ni de lejos, una razón convincente para

darte cualquier tipo de entraña que sea? Vas a tener que confiar en mí, Sushi

Boy.

No acostumbro a hacer bosquejos de personas. Demasiados ángulos.

Pero este era Alex, viniendo a través de mi lápiz: las pequeñas elevaciones

en las esquinas de su boca, el bulto casi invisible en su nariz donde una

pelota de lacrosse errante tomó un rebote divertido (“Estaba en las líneas

laterales; me tomó un año entero convencer a mi madre que no tenía la

necesidad de usar un casco las 24/7…”), los delgados músculos en su brazo

doblado. Tenía bastante claro el hecho de que no siempre tendría al

original, por eso aseguraba una copia.

—Baja el lápiz, ya, Ella. Ven aquí.

—Cinco minutos.

—Sólo tenemos diez antes de que finalice el período.

—Por lo que tendremos cinco cada uno. —Pero dejé de dibujar y

reposé el cuaderno de bocetos en mis rodillas—. Voy a ir al museo de arte

mañana. ¿Quieres venir conmigo? Tienen algunas buenas impresiones

japonesas en madera.

Quería hacer una visita a la colección Willing. Había pasado mucho

tiempo. Nada de lo del Sheridan-Brown había sido útil. Pensé que intentaría

la Casa Grande. Pero lo que realmente pensaba era la habitación silenciosa,

escondida en las profundidades del museo, con la casa de té japonesa real.

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Era uno de mis lugares favoritos para ir en el museo, con su suelo de piedra

guayl y agua corriendo. Se sentía privado, aunque no lo era. Quería estar allí

con Alex.

—Ojala pudiera, pero tengo algo que hacer. —Se sentó derecho y

rodó sus hombros.

—¿Así que no te veré mañana?

—No después de la escuela. Pero vamos a hacer algo el sábado, ¿No?

¿Tal vez en mi casa?

—¿Nada de padres otra vez?

Se encogió de hombros. —Últimos días de la sesión del Congreso para

mi papá. Mamá está haciendo un trabajo sobre las compras navideñas.

¿Estamos?

—Por supuesto. Pero nada de sushi.

—Lo que tú quieras —dijo—. ¿Por favor podrías venir aquí ahora?

Deslicé un trozo de tejido protector sobre mi dibujo y di la vuelta al libro

cerrado. Un trozo de papel rayado azul se deslizó hacia fuera, la línea que

había copiado del libro de poesía de Edward. —Oye. Traduce esto para mí,

Monsieur Bainbridge.

Puse el cuaderno de bocetos en mi taburete y me uní a él en la silla. Él

me tiró en su regazo y leyó sobre mi cabeza. —“Qu'ieu sui avinen, leu lo sai.”

“Que soy guapo, lo sé.”

—Muy gracioso.

—Muy cierto —Sonrió—. La traducción. Eso es lo que dice. A la antigua.

Pensé en la anotación de Edward en la página, el recordatorio de leer

el poema a Diana en la cama, y puse mis ojos en blanco. Eres tan vanidoso.

Apuesto a que piensas que esta canción es sobre ti...

—Los chicos y sus egos.

Alex tomó mi cara entre sus manos. —Que tu est belle, tu le sais.

—Oh, no soy…

—Shh. —Me hizo callar, y se inclinó.

La primera campana llegó demasiado pronto. De mala gana aflojé mis

manos en su camisa y pasé las manos por mi cabello. De inmediato metió

ambas manos en él y lo desordenó de nuevo. —Para. —lo regañé, pero sin

mucho esfuerzo.

—Tengo física. —Me dijo—. Estamos estudiando la interacción débil.

Intercalé su mano abierta entre las mías. —No sabes absolutamente

nada acerca de eso.

—No te apresures en aceptar lo obvio. —Me regañó burlonamente—.

La interacción débil, en realidad, puede cambiar el gusto de los quarks.

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El gusto de las peculiaridades, pensé, y recordé vagamente algo

acerca de ser encantada. Me había sentado a través de un período de

introducción a la física, antes de pasar a biología básica. Me había olvidado

de la mayor parte de eso, tan pronto como aprobé la materia.

—Me tengo que ir. —Alex me empujó a mis pies y siguió—. La última

persona en llegar a clase siempre se sale con la primera pregunta, y no leí

nada.

—Ve —le dije—. Tengo historia. Por definición, llegamos tarde a historia.

—Ja, ja. Te hablaré más tarde. —Me besó de nuevo, luego se fue,

cerrando la puerta silenciosamente detrás de él.

Me colgué la mochila encima de mi hombro y tomé mi cuaderno de

bocetos. En el momento en que había cerrado la habitación y re-escondido

la llave en la antigua lámpara de pared, él se había ido hacia rato. Podía

escuchar el golpeteo de pies y voces en otra parte del piso, pero el pasillo se

hallaba vacío a mí alrededor. No hay mucho en el pasillo a excepción de las

salas de arte y un baño de chicas, que por lo general está vacío, excepto

por la ocasional Fillite de ultimo año o dos utilizando un teléfono prohibido (al

parecer, la recepción era excelente y el único maestro en torno era al que

probablemente menos le importaba). Me dirigí a ello.

Llegué justo cuando las Hannandas y Chase Vere daban vuelta a la

esquina. Hubo un momento de dispersión cuando Anna trató de cubrir su

iPad con un libro de texto y yo traté de decidir si debería dar la vuelta y

correr en sentido contrario. Luego Chase levantó la vista.

—Hola. Freddy. —Me saludó con afabilidad.

En el segundo que le tomó a las Hannandas darse cuenta de quién era

yo, y que no era exactamente una amenaza para el nuevo juguete, hice

todo de un paso hacia atrás.

—Fenómeno. —Amanda arrugó su nariz ante la imaginaria fetidez en

su imaginación.

Tomé una decisión rápida y comencé a caminar delante de ellas. En

un mundo de lucha o huida, era la que tenía plumas.

Ella entró en mi camino. —Pensé que te dije que te mantuvieras

alejada de mí, zorra. —Su repertorio era sin duda a la vez limitado y

predecible, pero esa comprensión no la hacía menos aterradora—. ¿Me

estás acosando? No hay ninguna razón para que estés en este corredor.

Me miró expectante. No había planeado decir nada, pero me pareció

necesario. —Estaba en la sala de arte. —Le ofrecí. Con él, no lo dije.

No sé si fue que inconscientemente, levanté mi barbilla, o si había algo

en mi voz que su modo de ataque detectó. Cualquiera sea la razón, los ojos

de Amanda se entrecerraron, y su sonrisa se convirtió en serio malvada.

Antes de que pudiera pensar en protegerme a mí misma, su brazo salió

como una flecha, rápido como una serpiente, y agarró mi cuaderno de

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bocetos. Fui tras él, pero Chase, maestro de defensas como es, me bloqueó

con una mano.

Amanda ya volteaba bruscamente a través de las páginas,

doblándolas mientras se alejaba. Era como si supiera lo que buscaba. Y

entonces lo encontró.

—Oh. Por. Dios. Eres un bicho raro. —Se rió, como un relinche y

ruidosamente—. ¡Eres peor que un acosador!

Ella levantó la imagen de Alex. Sentí que la sangre se desvanecía de

mi cara, mis manos vacías apretándose en puños.

—Por supuesto que voy a copiarlo y publicar esto. Cuando Alex lo

vea…

—Devuélveselo.

Fue una cara o cruz de quien quedo más sorprendida, Amanda o yo.

Las dos terminamos viendo con la boca abierta a Anna. Sostenía en alto el

iPad, su rostro completamente en blanco.

En otra historia, la heroína intrépida hubiera rociado la mente

controlada de Annamaria Lombardi con recuerdos de su pasado, sin tregua,

insistiendo en que era buena en su interior. Que todo lo que tenía que hacer

era recordar. Luego, por supuesto, el rojo brillante se desvanecería de los ojos

de Annamaria con su mente controlada. Se transformaría, literal y

figurativamente, y aplastaría a la Malvada Amanda antes de derrumbarse a

la tierra, irrevocablemente debilitada por el veneno con el que había sido

alimentada durante tanto tiempo. Sus últimas palabras sería una petición de

perdón y: “Siempre tuvimos la fresa…”

—Siempre fue una perdedora. No puede evitarlo. —Anna empujó el

iPad hacia Amanda, quien automáticamente lo tomó. En ese instante, Anna

sacó mi libro de la otra mano de Amanda y me lo pasó a mí. No me miró en

absoluto—. Vamos. La invitación a la fiesta de Harrison está en YouTube. Él

esconde alguna estúpida cosa de contraseña en un video, y tenemos que

encontrarlo. Adam dijo que va a poner a un portero fuera, y es la última

fiesta antes de las vacaciones.

Amanda no se movió de inmediato. Pero entonces tiró su cola de

caballo, hizo la cosa de las fosas nasales una vez más (me pregunté por qué

nunca me había dado cuenta exactamente de lo mucho que se parecía a

un caballo), e inclinó el iPad en mi dirección.

—En caso de que lo dudes, podría arruinar tu vida tan fácilmente. —

Tocó la pantalla con una brillante uña en bronce—. Unas pocas líneas en

Facebook que te acompañarán para siempre. —Entonces, como si hubiera

estado hablando del tiempo, se encogió de hombros y me dio la espalda—.

La señal apesta aquí. Entremos. Tú. —le dijo a Chase—, puedes esperar.

Entraron en el cuarto de baño, Anna y Hannah en sus lugares. La

puerta se abrió con un pesado golpe. Y seguí sin pasmarme.

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Desafortunadamente, Chase rondó por delante. Entró en mi camino,

obligándome a detenerme, de espaldas a la pared.

—Hombre, pensé que ustedes se pelearían como gatos. —Anunció

con una sonrisa—. Ella no te quiere, Freddy. Si supiera que pasas el tiempo

con Bainbridge, te habría despedazado. Te apareces donde Harrison con él

mañana por la noche, y me quedaré de pie atrás para observar.

Inclinó la cabeza y me miró con los ojos inyectados un poco en sangre.

—Sabes lo que estás haciendo, ¿No?

No le respondí.

—Bueno, él te está ocultando un pequeño y sucio secreto. Es ese

pequeño cuerpo ardiente, ¿Verdad? Quiero decir, ¿Qué otra cosa podría

ser?

Con eso, se me acercó, en realidad lanzó las dos manos hacia fuera

como un monstruo de dibujos animados. No sé si realmente me hubiera

agarrado. Quizás no, pero no importaba. Le pegué con el cuaderno de

bocetos, golpeando su codo izquierdo lo suficiente para mandarlo

tropezando a su derecha. Soy pequeña, pero tenía la ventaja de la sorpresa.

A medida que pasé junto a él, lo golpeé de nuevo, esta vez en la cadera. No

esperé a ver lo rápido que recuperaba el equilibrio. Corrí, por los pocos

metros de pasillo y rodeando la esquina.

Casi directo a Frankie. Se encontraba de pie en medio del pasillo,

clásicamente peligroso, desde el sombrero de fieltro al abrigo negro y el

arma que tenía apoderada en las dos manos.

—¿Estás bien? —Preguntó, incluso mientras él daba un paso por

delante de mí, para ver dónde acababa de estar. Oí el ruido de una puerta

cerrarse bruscamente. Chase, pensé, yendo al baño de las chicas con las

Hannandas.

—Sí —dije, después de un segundo inestable—. Gracias.

Frankie no me miró mientras regresaba el extintor de incendios a su

sujetador en la pared.

—Nunca pensé que te vería armado. —Intenté aligerar el momento.

Funcionó como un globo de plomo. Frankie sólo frunció el ceño y metió la

mano en un bolsillo interior por uno de sus usuales pañuelos. Solía utilizarlos

para limpiar algo, el polvo tal vez, de sus manos.

—¿Crees que me iba a enfrentar a tres malévolas chicas con las

manos vacías? Pensé que una buena explosión de esta cosa cerca de sus

Uggs conseguiría moverlas rápido hacia el otro lado. Después pensé que

simplemente podría arrojárselo a la cabeza de Vere.

—Mi héroe. —Le dije. Lo decía en serio.

Se encogió de hombros. —Resulta que no me necesitas. Pero

entonces, decidiste eso hace un tiempo, ¿Verdad?

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—Por supuesto que te necesito. Eres mi mejor amigo.

—Es una clase de declaración interesante teniendo en cuenta las

circunstancias, ¿No te parece?

Podría haberme hecho la tonta. Pero con Frankie, sólo habría

empeorado las cosas. —¿Cuánto escuchaste?

—¿Cuánto preferirías que no lo hubiera hecho? —Disparó él—. Lo he

oído todo. No… —Guardó el pañuelo—, he visto y oído todo, empezando

con Alex Bainbridge silbando todo su camino por el pasillo, cerrando la

cremallera de sus pantalones mientras lo hacía.

—¡Él nunca se abrió la cremallera! —Protesté, antes de darme cuenta

de que Frankie sólo había sido sarcástico. Y que estaba muy, muy enojado—.

Lo siento.

—No me importa realmente.

—Frankie…

—¡Ah! —Me dio la Mano—. Vine a buscarte para ver si querías caminar

hasta historia, me quedé para salvar tu trasero, y ahora me estoy yendo. —

Hizo un giro en marcha sobre sus talones y echó a andar.

Lo alcancé y agarré su muñeca con ambas manos. Él me dejó

detenerlo, pero no se dio vuelta. —No pensé que lo entenderías. Lo odias.

Además, me hiciste la promesa…

Él hizo un gesto con su mano libre y soltó: —De ninguna manera, Ella.

De ninguna manera te voy a dejar que le des la vuelta a esto y lo pongas en

mí contra. Tú me conoces. Me conoces. Él no decirlo ha hecho un daño

infinitamente mayor que romper una promesa medio estúpida. O incluso una

completamente estúpida. Como prometer llamarme de vuelta, oh, un par

de docenas de veces más o menos, y simplemente no hacerlo.

He visto un montón de veces a Frankie enojado. Incluso una vez o dos

conmigo, cuando había tenido un buen momento de autocompasión o

derramado algo en su viejo casimir. Pero nunca lo había visto así.

—Puedo imaginar cómo se ve... —Comencé.

—¿Cómo se ve? —Sacudió la cabeza con incredulidad—.

Conociéndote, no tienes ni idea. Así que déjame decirte cómo se ve. Parece

que optaste por mentirme, y a Sadie, por abandonar por completo la

amistad y el honor por... ¿Qué? ¿El privilegio de estar disponible para las

llamadas calientes de Alex Bainbridge?

—No quieres decir eso.

—¿No quiero? ¿Qué es lo que crees que vas a obtener de él, Ella? ¿Un

asiento en la mesa del almuerzo de los Fillite? ¿Una cita para la fiesta de

graduación? ¿Pequeños niños con buenos dientes y narices pequeñas? —

Torció la boca—. Tal vez quieras reconsiderar esas expectativas, porque

desde donde estoy parado, no lo veo acompañándote entre los salones, y

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mucho menos a casa de tus padres. Afróntalo —dijo con frialdad—. Vere

decía la verdad. Eres un pequeño sucio secreto.

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El Frio

Traducido por Mary Ann♥

Corregido por Melii

i a Frankie caminar lejos de mí, su cuerpo tan rígido que sabía

que si me lanzaba en su espalda, podría rebotar antes de que

pudiera poner mis brazos alrededor de él para sostenerlo. En

una larga lista de buenas salidas, esa era una de sus mejores.

Me salté historia. Y Educación Física. Y algebra. Y de verdad no fui a

clase, ellos no lo notaron esta vez. Los profesores de Willing son famosos por

perdonar la semana antes del invierno o del descanso de verano. Los

exámenes eran terminados, la mitad de los estudiantes estaban ya listos para

su viaje de esquí en los Alpes o listos para irse. Pero entonces, también era

muy probable que mis padres recibieran una llamada telefónica de la

oficina del director. Yo era una chica Willing dispuesta a tomar el riesgo.

Fui hacia el museo, un día antes de lo planeado, y todo por mí misma.

Por el último par de años, siempre empezaba por el mismo lugar. Era

una habitación pequeña, más parecido a un pequeño pasillo, frente a una

de las galerías impresionistas. Eso siempre me ha molestado. Quiero decir,

incluso en mis momentos —centrados en Edward—, sabía que él merecía

una gran habitación.

La ventaja en la habitación Willing, es que suele estar vacía. Hay

dieciocho imágenes en ella: siete lienzos y once dibujos a lápiz. Hay dos

bronces, también, un par de bustos sobre los pilares. Tomé un asiento entre

ellos, en el banco más limpio del lugar. El guardia del museo, de pie en la

entrada entre esta sala y la siguiente, probablemente esperaba un

descanso. Sabía que nadie iba a atraparme por salir de la escuela,

especialmente, no en un museo. (“¡Oye, tú! ¡Que crees que estás pensando,

pasando el rato en una institución cultural! ¡Espera a que tus padres se

enteren de esto!”) Pero todavía me sentía un poco nerviosa.

Más que eso, me sentía triste y bastante miedosa.

Verdad: Ya había hecho un daño real a mi relación con Frankie, y no

tenía idea de cómo iba a solucionarlo.

Esconderse en el museo parecía como un perfecto comienzo.

Tenía obras de Edward cerca de mi regazo. Habían gastado más o

menos su utilidad. Todas las pinturas del museo, excepto una, en la que

había: una escena de la salida del sol —sobre el agua— que ni siquiera yo,

V

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una devota, pensó rayar en OTT. Sin título, la pancarta que acompañaba el

cartel de lectura, 1901, REGALO DE UN DONANTE ANONIMO, 1942.

Alguien que no quería la pintura en la pared, tal vez, y no quería su

nombre en el museo. Yo nunca había prestado mucha atención de dónde

vino la colección antes. Esta vez, lo hice. Las pinturas eran variadas, tres

compradas por el museo, incluyendo una de los ciclistas en Boathouse Row,

que la tenían en primer plano. Dos retratos de la belleza de Willings, fueron

regalos de la familia. Muy arrogante, siempre pensé, donar una pintura de ti

mismo al mayor museo de América. Otra retrato, la bella, infeliz de la señora

John Girard Hamilton en su color rosa, era parte de una gran colección que

había llegado al museo.

Y, por supuesto, era una de las donaciones anónimas.

Todos los once dibujos eran del mismo origen; eran, con triste sofá

Lady, de la finca de Vera H. Erasmus, quien, por las fechas de adquisición,

había muerto en 1997. Yo tendría que saber de ella, esta mujer quien fue una

fan de Edward.

Los bronces, titulados simplemente como Madre y Niño, habían sido

suyas también. Mi libro sugería que eran Mary and Murray, la hermana y el

sobrino de Edward. Él había sido amable. Había visto fotografías de Mary

and Murray Girvan. Ellos no eran tan bonitos. Por supuesto, Edward no había

sabido que algunos años después ellos harían cosas terribles con sus

documentos personales.

En cuanto a los propios bocetos, que eran un montón variados y

abarcaron los últimos quince años de su vida. Dos de ellos eran de los perros,

tres de lo que parecía un jardín (siempre me había gustado la del banco de

piedra), y seis eran de Ella. Por primera vez, me di cuenta que era la misma

mujer en todas ellas. Nunca había pensado mucho en eso en las visitas

anteriores, sólo supuse que eran diferentes modelos, algunas con ropa,

algunas con vestidos, algunas visiblemente más viejas y más delicadas.

Ahora podía ver las similitudes en la curva de su cuello, la línea de su brazo,

la cadera y el perfil. Ninguna de ellas era de una cara. Ninguna tenía

nombres. Ninguna fecha. Sólo la palabra estudio. Se lee como un comando,

aunque sabía que sólo se refirió al hecho que ellos eran rápidos bocetos de

lo que sería un largo trabajo. Pero ahora, por primera vez, me di cuenta que

ninguno de los bocetos eran de Edward. Sabía de las pinturas de Edward —

las que habían sido catalogadas, de todos modos. Estos no se trataban de

estudios para otros trabajos. Eran como instantáneas, pequeñas piezas de su

vida después de Diana. O de lo que fuese su vida con ella.

Verdad: Edward había pintado a esta mujer con amor.

Verdad: Él nunca mostró la cara de ella.

Probabilidad: Ella era su sucio secreto.

Revisé las notas que había hecho. No eran muchas. Unas cuantas

fechas, una rápida descripción de los bocetos, adquisición de información.

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No tenía idea de cómo iba a ayudar. Parecía que Edward no había dejado,

deliberadamente, cualquier pista sobre su identidad, que no sea el arte

mismo.

—Una conexión impopular era suficiente para él, ¿Crees? —Le

pregunté al bronce de Mary encima de mí—. Si los Fillites te asustan ahora,

sólo imagínate como fueron hace mil años atrás.

Sin sorpresa, ella no contestó. El guardia, sin embargo, me dio una

mirada de arriba abajo.

Una pareja entró a través del pasadizo. Eran más viejos que yo, cerca

de los veinte tantos, ambos rubios, ambos llevaban antiparras nerdy negras y

botas y ropa de lienzo que me recordaban al armario de Sadie —sólo que

más adecuado para los que lo llevaban. Sostenían un mapa del museo entre

ellos, hablando en voz baja en un lenguaje desconocido. No entendí mucho,

sólo interrogativo. “¿Villink?” y me pregunté si ellos eran rusos.

No lo creía. El lenguaje me sonaba más a Germánico, tal vez holandés.

Ellos claramente nunca habían oído de Edward Willing. Vinieron a mirar. Yo

los observé. La mayoría de las personas van a través del museo como lo

hacen en Macy’s: ojos amplios, deteniéndose sólo si hay algo que realmente

llama su atención. Estos dos miraban todo. Claramente, a ellos les gustaba la

pintura de la bicicleta.

Sip, holandés, decidí. Él estaba a unos pasos por delante cuando llegó

a mi pintura favorita de allí. Diana y La Luna. Fue sorpresa –sorpresa- de

Diana, enmarcada por una gran ventana, la luna dominando el cielo

exterior. Ella sentada en el alféizar de la ventana, vestida con un abrigo de

gasa que podría haber sido ropa de dormir o un asentimiento hacia su

homónima diosa. Ella se veía hermosa, por supuesto, y feliz, pero, si tú la

mirases más de un segundo, podrías ver que su sonrisa tenía una curva de

burla y una de sus manos, en realidad, envuelta en el marco exterior. Pensé

que parecía que podía mover las piernas sobre el umbral y saltar, convertirse

en una palomilla o un búho o un solo de viento, incluso antes de que ella

estuviera completamente fuera de la sala. Pensé que miraba, también,

como si estuviera retando al espectador a venir. Y al menos intentarlo.

El chico holandés no dijo nada. Sólo alzó su mano. Su novia intervino.

Se quedaron así, frente a la pintura, por un largo minuto. Luego, él

estornudó.

Ella buscó en su bolsillo y sacó un pañuelo de papel. Él lo tomó y, sin

soltarse, hizo una sorprendente gracia con una sola mano. A continuación,

se desplomó el tejido y buscó alrededor por un bote de basura. No había

uno a la vista. Ella tendió su mano libre; él pasó el tejido y ella lo metió otra

vez en su bolsillo. Yo quería vomitar. En cambio, tuve el sorprendente

pensamiento de que realmente quería que alguien hiciera eso: poner mi

Kleenex usado en su bolsillo. Parecía como una declaración de algo muy

grande.

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Finalmente, ellos terminaron su exanimación de Diana y siguieron su

camino. No había mucho más, sólo los arrogantes Willings y la salida del sol

exagerada.

Se acercó a examinar los bronces.

Ella vio mi libro: —Disculpa. ¿Conoces a este artista?

Íntimamente no parecía como una verdad más. —Bastante bien —

contesté.

—¿Era él famoso aquí?

—No mucho.

—Me gusta —dijo ella, pensativamente—. Tiene…oh…la palabra…

¿Personalismo?

—¿Personalidad? —Le ofrecí.

—¡Sí! —dijo ella, encantada—. Personalidad. —Él llegó detrás de ella sin

mirar. Su novio inmediatamente entrelazó sus dedos con los de ella. Se

fueron, desplegando el mapa de nuevo, ella charlaba animadamente. Creo

que le contaba que él tenía personalidad. Puede que ellos podrían bien

haber tenido la exhibición de la información sobre sus espaldas. “PAREJA.”

HOLANDESES COMTEMPORANEOS. CORTESIA DEL ESTADO DEL AMOR, PARA

EL PLACER DE VISUALIZAR (O NO) DE TODOS Y CADA UNO.

Verdad: Cuando Alex y yo nos reunimos —en su casa, mi casa, las

aulas vacías de la escuela, no había nadie alrededor.

Verdad: Él estaba feliz de estar conmigo.

Probabilidad: Él simplemente no quería que nadie supiera eso.

Me pregunté qué haría la noche siguiente y por qué no me contó.

Harrison Kinuye, del video de YouTube y el portero eran parte del

círculo de los Fillites. Él era del equipo de lacrosse. Él y Alex eran amigos. Me

preguntaba si Alex iría a la fiesta. Sacarme de la ecuación, habría sido casi

una certeza.

Recogí mis cosas y me moví. Las Galerías Impresionistas, parecía estar

lleno de parejas turistas: jóvenes y modernos y claramente de lugares lejanos

que yo nunca podría ver.

Sólo había dos personas en mi sala de Duchmap, un par de mujeres de

edad avanzada, con suéteres de lana a juego, de pie, hombro a hombro,

frente a “Desnudo descendiendo por una escalera”.

—Vamos a París —dijo una, soñadoramente.

La otra, rápidamente, sacó un Droid y tamborileó con los dedos. —

Marzo.

—Perfecto.

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Yo podría haberles dicho que Duchmap se había convertido en un

americano, un neoyorquino. Pero eso podría haber traído envidia. Yo quería

recoger mis cosas e ir a París, también.

Subí los escalones hacia el jardín de té reconstruido, donde expulsé

cualquier posibilidad de Zen por un grupo de escolares, cada uno

emparejado con otro, así ellos no podían perderse. Porque eso es, quien está

en un museo de arte a mediodía en un frío viernes, justo antes de Navidad:

ancianas de lana, aburridos chicos escolares, y amantes en día festivo. Me di

por vencida.

Así que ni siquiera tenía 3 años cuando me metieron a empujones en

mi abrigo y me pusieron en marcha. Todo el mundo conocía las escaleras. La

película de Rocky los hizo famosos. Aquí siempre hay unos cuantos

corredores o turistas jugando, solo para decir que ellos podían.

Durante un día frío, las escaleras parecían atestadas. No parecían

estar por cualquier deportista o turista, sino por personas cerca de mi edad.

En la mayor parte, ellos iban abrigados, capas de ropa de camisetas

térmicas o sudaderas, todo en grandes gorros tejidos. Ellos se dirigían hacia

las escaleras, dando vueltas, en el nivel superior, en grupos de cinco o seis

años, encorvados en las balaustradas. Podía sentir algo en el aire —no una

amenaza, pero una excitación palpable. Me moví silenciosamente a un

lado, donde tenía una vista tanto de la plaza, como de las escaleras, y

esperé.

No pasó mucho. A lo lejos, un reloj dio la hora. Frente a mí, la plaza

estalló. Cincuenta personas mayormente hombres, de repente tenían

monopatines en sus manos.

Ir en monopatines está sumamente prohibido en el museo. No me

había dado cuenta de los bolsos de deporte y otras bolsas, que eran ahora

rápidamente plegadas en sí mismas. Con una serie de gritos y estrépitos, los

internos estaban apagados.

Algunos fueron por abajo de las rampas de piedra que flaqueaban las

escaleras, yendo a una velocidad vertiginosa, brincando entre los niveles.

Increíblemente, un puñado de personas intentaron los mismos pasos,

volando cada aterrizaje y a continuación otro salto. La mayoría hizo el

descenso en una combinación de tablas y corriendo en grandes saltos.

Algunos cayeron en saltos; unos más se desviaron y cayeron, tratando de

evitar golpear entre sí y otros en las escaladoras. Algunos de los caídos me

miraron mal. Pero, en un parpadeo, estaban persiguiendo tablas o

finalizando sus descensos.

Vi a una, una chica con docenas de trenzas volando debajo de su

casco, tomando la rampa final.

Ella parecía casi fluida cuando despegó, una mano en la tabla al salir

disparada. Luego, chocó el pavimento en la parte inferior, con un golpe

audible, se desvió bruscamente hacia la derecha, y desapareció de mi vista.

La parte de atrás de su sudadera con capucha decía "¡SÍ!" A través de

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enormes letras y apliques amarillas. Una gran Sí a. . . lo que sea. Todo, tal vez.

Estúpido, sí, probablemente, todo el esfuerzo había sido estúpido. Peligroso,

por supuesto. Pero en cuanto la valentía y la alegría se fueron, fue bastante

sorprendente.

En ese momento, la seguridad salió a la plaza, el show se acabó. Sabía

que había una pareja de internos en los arbustos debajo, curándose lo que

yo esperaba no fueran malas heridas. Nadie los delató. ¿Quién incluso

podría pensar en eso?

Todavía era muy temprano para ir a casa. Terminé en Pat’s King of

Steaks, un usual feliz lugar, donde me compré una Coca cola y un sándwich

de queso. Mi vaso tenía imágenes de bastones de caramelo por toda ella.

La Navidad había llegado a Filadelfia más o menos el día después de

Halloween. Aún quedan tres semanas para el final, y la carta de Santa y los

renos de Santa pegados a las ventanas parecían a punto de llamar a un año

nuevo. A pesar del frío, me senté en una de las mesas en la acera. Se sentía

como un bloque de hielo debajo de mi trasero. Me estremecí, pero me

quedé afuera.

—¡Oye, Chica Loca!

Grité. —Oye, Precioso —o— Einstein —Y no se movió. Pero esta vez me

tenía en el "Loca". Vaya usted a saber. Miré al otro lado de la acera para ver

la cara de Daniel, tanto como la de Frankie, enmarcado en la ventana de su

Jeep. Sentí un triste pequeño tirón en mi pecho.

—Estás consciente de que sólo está a diez grados por ahí fuera ¿No?—

Preguntó. Me encogí de hombros—. ¿Vas a reunirte con alguien?

—No. —Admití.

—Entonces, entra. Tus manos parecen de cera. Enserio, es

espeluznante.

Bajé la mirada, a la mano agarrando el deslumbrante alegre vaso.

Tenía razón.

También salió a abrir la puerta del lado del pasajero para mí. Me puse

un poco encantada, hasta que señaló a mi queso y carne a medio comer,

en su envoltura de papel marchito. —No llevarás esa cosa en mi coche. Es

una abominación.

Miré el cigarrillo que él había dejado en la cuneta. Hizo la cosa de sus

dientes. Arrojé mi comida fría en la basura, sabiendo que no la hubiera

comido de todos modos. El interior del Jeep no era mucho más caliente que

afuera.

—Aquí. —Daniel tomó su chaqueta de cuero negro y me la tendió. Era

pesada y olía un poco como a galleta quemada. Se encendió por encima

de mi propio abrigo; las mangas fueron hasta mis dedos—. Pareces como

congelada…

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—No digas eso. —dije mientras me acomodaba en el asiento

estropeado.

—No tienes idea de lo que iba a decir. —Disparó de regreso,

sonriendo—. ¿Algo huele a podrido en el estado de Marino?

—¿Y preguntas eso por…?

—¿En serio? Son las cuatro de la tarde, y en vez de estar con Sadie y mi

hermano o en casa, comiendo algo colorido, estás sentada sola aquí. No es

exactamente muy difícil de deducir. ¿Algo que compartir?

—¿Tengo que hacerlo? —Había un hueco reconfortante en el asiento.

Me acurruqué en él, con abrigo y todo.

—No. —Había un par de guantes de lana gruesa en el tablero. Daniel

me los pasó, luego se apartó de la acera—. Te llevaré a casa. Estoy en

camino a dejar unas cosas en Fishtown.

Miré alrededor; el asiento del Jeep estaba lleno con cajas de cartón

selladas. Parecía que habían sido cargadas en un apuro. También había un

folleto de música. Y una envoltura vacía de un condón. Tal vez era porque

yo llevaba sus cosas, o sólo porque él se encontraba allí y se veía solo

suficiente como mejor amigo. —Háblame de tu novia —dije.

La música, sorprendentemente irlandesa y tradicional, sonaba tan alta

que tuve que gritar un poco.

—No tengo novia.

—Cierto.

Daniel me miró suficientemente tiempo para hacerme retorcer, y

apenas evitó atropellar a una abuela que cruzaba frente a la luz con su

carrito de compras. —¿Disculpa?

Suspiré. —Déjame adivinar. Ella es tan alta como tú y se ve como si

pasara su tiempo libre en un sostén de encaje y alas de ángel.

—Jesús, Ella, ¿Qué había en ese vaso?

—¿Qué? Los chicos como tú siempre tienes novias como esas.

Extendió la mano y apuntó al tablero. Le llevo dos intentos, pero la

música paró. —Suena bien para mí, pero no hay novia…

Lo capté, un poco tarde. Aparentemente soy lenta en esa forma. —

Ah. Capté ahora. —Me di una palmada en mi frente. Fue

insatisfactoriamente en silencio, su guante era grueso—. Despacio. De

acuerdo.

—Te ves como una chica normal, pero la verdad es….

Le di la mano. Parecía tonta con su guante. —Verdad: Soy

completamente una chica normal. Hay un montón de nosotras alrededor.

Siempre lo he sido.

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Aquí está la cosa sobre el sur de Filadelfia. Mi parte de él es pequeña.

Daniel ya giraba en mi calle. Había un equipo eléctrico arreglando la luz

frente a los Grecos. Ellos tomaban donas.

Faltaba la mitad de camino antes de que Daniel se detuviera. Me

quité su abrigo y los guantes. —Gracias. —Le dije.

—Oye. —Rápido como una serpiente, se inclinó en el asiento del

pasajero y metió su mano, deteniendo el cierre de la puerta—. ¡Oye! Tengo

algo que decirte.

—Por supuesto. Dispara.

—De nada. —dijo.

—¿Eso era?

—No. Eso es algo. Esto es… —Me inmovilizó con esos ojos casi-negros y

no tuve absolutamente duda en cuanto a por qué su chica invisible subió,

felizmente, a la parte trasera del Jeep con él—. ¿Estás escuchando?

—Claro. —Un poco hipnotizados, tal vez, pero sin funcionar.

—No hay una sola cosa normal en ti, Chica Loca. —Cerró la puerta

con un chasquido y se fue.

—Él está en lo correcto, sabes. —Edward decía casi antes de que

entrara a mi habitación—. Tuve que deslizarme a través de la casa sin

necesidad. No había nadie en casa.

—Sus afirmaciones han perdido un poco de valor estos días, Sr. Willing.

—Tú sabes. —Repitió.

Tiré mi abrigo sobre la cama. El decorado blanco y negro de mi colcha

estaba interrumpido por una mancha púrpura ahora, el resultado de un

interludio de paz con jugo de uva, convirtiéndose en un combate de lucha

libre suave. La mancha era del tamaño de la palma de mi mano y la forma,

pensé, un caimán. Alex insistió en que era un mapa de Italia. Más tarde,

nosotros habíamos goteado el resto del jugo en las páginas gruesas de mi

cuaderno de dibujo, la búsqueda de imágenes en las manchas, como las

manchas de tinta de Rorschach utilizados en psicología.

—Bien. —Había dicho en respuesta a mi pagoda, oso hormiguero y

Vikingo—, el veredicto está. Tú estás loca.

Las imágenes fueron añadidas a mi pared, manchas de color. Había

escrito en ella nuestras elecciones. Vikingo (E), piña (A). Linterna (E), queso

(A). Corona (E), tarta de cumpleaños (A) estaban encima de mi escritorio,

encima de Edward.

Me volví hacia mi computadora. Me había embriagado alegría. Tengo

un correo electrónico.

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De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: Diciembre, 15, 3:50 p.m.

Asunto: Deberías aceptar…

Martes. Te recogeré a las 10:00 a.m. No preguntes. No le digas a nadie.

—Alex

—Ah, el subterfugio. —Vino de encima del escritorio.

—Cállate, Edward —dije.

Por mucho que odiara la sensación de guardar secretos, odio ser uno

más.

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La Fiesta

Traducido por LizC

Corregido por Melii

o había portero fuera de la casa de Harrison Kinuye, sólo un

Fillite de ultimo año apoyándose en una urna de piedra

enorme. Se levantó cuando llegué a la puerta.

—Hola. —Me saludó, enviando nubes de aliento condensado y gases

de cerveza—. Pensé que iba a vomitar.

—Está bien —dije. Al parecer, eso le complació, porque abrió la puerta

para mí con una torpe reverencia.

Estaba dentro. Así de simple. Me había pasado todo el camino

preocupada pensando que no iba a conseguir pasar más allá de la puerta.

Había visto el video de YouTube de Harrison (hábilmente publicado bajo el

complicado nombre “Fiesta de Harrison Kinuye”) tres veces, para estar

segura de la contraseña. Todo el vídeo consistió en Harrison sosteniendo un

pedazo de papel con la dirección, la fecha y la hora de la fiesta. Por

supuesto, leído hacia atrás, pero eso no era un gran reto, y sospechaba que

no fue deliberado de su parte. En la marca del segundo dieciocho, abrió la

boca y dejó escapar un eructo masivo, haciéndose eco. Todo se desvaneció

negro. Había tenido miedo de que esa fuera la contraseña y que tendría

que eructar para entrar.

La música era ensordecedora. No podía creer que no la había oído

desde el exterior. Pero me imaginé que esa es la forma en que iba con estas

casas. Harrison, en realidad, no vive del todo lejos de mí… tal vez siete

cuadras, pero sólo había cuatro casas en la suya, todas con puertas y

jardines delanteros. Ninguno de ellos tocaba al de sus vecinos. Podemos

ajustar nuestros relojes para el tema del Canal 6 de las Noticias de las Once

en Punto que traspasa las paredes de los Grecos todas las noches.

La sala se abría en un salón enorme. Había muchas caras conocidas:

en su mayoría Fillite de primer año y ultimo, pero vi a unos pocos estudiantes

de segundo año, también, e incluso un puñado de Abejas. Una de ellas

revoloteaba alrededor de Chase Vere. Me alejé de inmediato. Él parecía

bastante involucrado y bastante intenso.

Escaneé la habitación. Todo el mundo parecía estar teniendo un gran

momento. El chico que me dejó entrar hablaba ahora intensamente a un

grupo de mis compañeros de clase, agitando una botella a medio llenar de

N

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algo claro. Se la ofreció a una de las chicas. Cuando ella se la llevó para dar

un trago, me di cuenta que era Hannah. Me estremecí y me metí detrás de

un conveniente chico de segundo. Donde sea que Hannah se encontraba,

Amanda y Anna no estarían lejos. Había un grupo bailando, con la música

absurdamente escandalosa en una esquina. Estaba bastante segura de que

Amanda se encontraba en el centro del mismo.

No vi a Alex. Es cierto que había muchas cosas que probablemente

me perdí, siendo baja y estando medio oculta, pero también empezaba a

pensar que tal vez esta había sido una persecución salvaje y una idea

realmente estúpida. Él no estaba allí. Me sentía increíblemente incómoda y

ya no muy valiente.

Vagando por el piso de abajo, al parecer sin fin, me asomé a una

guarida, un armario, y lo que parecía un completo gimnasio. Había dos

puertas cerradas, pero pensé que lo que sea que haya detrás de ellas no era

de mucho interés para mí. Él no estaba allí.

Ya era hora de irse a casa. Nada de Alex, nadie a quien conociera lo

suficiente como para charlar, y todavía usaba mi abrigo de todos modos. Por

desgracia, estaba completamente perdida. Me encontré en la cocina.

Tenía dos veces el tamaño de la del restaurante, con muchos aparatos, más

brillante. Había seis kilómetros de mostrador. Algunas pocas personas

sentadas en él, pero no había un tostador o una cafetera o un tarro lleno de

cucharas de madera, que coincidieran con algún indicio de que algo de

cocinar o comer, en realidad se llevara a cabo allí. El barril abollado en el

centro de la habitación parecía fuera de lugar, como yo me sentía.

Harrison tenía a cargo la llave. —Hola, Ella. —Me saludó, viéndose para

nada sorprendido de verme allí—. ¿Cerveza?

—Um... no —dije, sorprendida de que él supiera mi nombre—. Gracias.

Se encogió de hombros y le entregó un vaso de plástico a una chica

de último año que andaba revoloteando. —Hay otras cosas allí. —Él hizo un

gesto con la barbilla hacia el fregadero. Vi unas cuantas latas de Coca-Cola

solitarias y un manojo de apio en una cama de hielo.

En realidad no pensaba quedarme. —Gracias —dije de nuevo, y me

dirigí a otra puerta.

Esta condujo a una sala comedor con una mesa que fácilmente podía

albergar a veinte. Seis Abejas estaban agrupadas en una esquina, jugando

Quarters sobre la superficie brillante. Más allá de ellos, pude ver el pasillo y el

agraciado barrido de una escalera. Mientras observaba el desfile de pies

subiendo y bajando, un par familiar de Adidas de gamuza gris aparecieron a

la vista. Sintiendo frío de repente, fui a su encuentro.

Amanda acababa de golpear el último escalón con Alex detrás de

ella.

Ella me vio primero. Sus ojos se entrecerraron peligrosamente.

Probablemente habría dado un paso atrás, pero un grupo de chicas me

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empujó por detrás, dirigidas al juego Quarters. Tenía una opción:

mantenerme firme, o ir dando tumbos hacia adelante, probablemente

terminando a los pies de Amanda. Me mantuve firme.

—¿Estás jodiéndome? —Ella se cernía sobre mí—. ¿No entiendes las

leyes básicas de la naturaleza? No eres nada. Tú no existes.

Pensé en la chica de la patineta, quien había dado a conocer su

existencia de manera audaz e impresionante. Entonces, pensé en la amante

de Edward, quien nunca llegó a mostrar su cara.

—¿Es tu naturaleza ser desagradable? —Me oí preguntar—. ¿O

conseguiste que te la implantaran?

No era mi línea; sino la de Frankie. A todos nos gustaba muchísimo

antes, y salió tan bien ahora. No miraba el pecho de Amanda

deliberadamente. Pero mi valentía simplemente fue hasta ello, y todavía

seguía un escalón arriba.

—¡Perra! —Espetó ella, y, levantando una mano con garras, se lanzó

fuera del escalón.

Chase estuvo allí antes de que tocara el suelo, con un brazo

deslizándose alrededor de su cintura. —Vamos, princesa —dijo alegremente,

cargándola fuera—. Vamos a bailar.

Ella le propinó algunas patadas y silbidos, pero él era más grande y,

pensé, estaba borracho. No vi a dónde fueron. No me importaba.

Alex bajó el último par de escalones. —¿Qué estás haciendo aquí?

—Buscándote. —Era esa cosa de la honestidad que sacaba de mí.

—¿Por qué?

Esa era más difícil, no para responder, sino para decir en voz alta. —

¿Podemos hablar de esto en alguna parte que no sea aquí mismo?

Se encogió de hombros. —¿Quieres una cerveza?

—No.

—Bien. Yo tampoco. Vamos.

—¿Vamos a dónde? —Pregunté. Él tenía su mano en mi espalda y me

impulsaba por el pasillo.

—A otra parte. —Sacó su abrigo negro, ruso, de una pila en el

vestíbulo—. ¿A menos que te quieras quedar...?

—No.

—Bien. Por lo tanto…

Un minuto más tarde estábamos en la acera. Se puso un gorro de lana

y se abrochó la chaqueta. Esperaba que él alcanzara mi mano, pero no lo

hizo.

Sólo empujó sus manos de vuelta en los bolsillos.

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—Buena fiesta —dije, aplazando lo inevitable.

—En realidad no. Lo hace cada vez que sus padres están fuera del

país.

Dado el sonido de ello, eso era a menudo. —¿Quién limpia?

—Los Kinuyes tienen mucho personal. Están acostumbrados a ello.

—Típico. —Murmuré.

Alex me lanzó una mirada. —Oye. No te enojes conmigo. No hago

fiestas en mi casa.

Empezó a caminar hacia la Calle Sur. Me apresuré a alcanzarlo. —¿A

dónde vamos?

—Eso depende. Responde a la pregunta original. ¿Por qué has venido

a buscarme?

Dejando la verdad a un lado, no parece tener mucho sentido mentir.

Había venido a buscarlo. Fue encontrado, y plenamente consciente de ello.

—Quería saber si estabas allí, si eso era lo que hacías que no me querías

decir.

—¿Por qué simplemente no preguntaste?

—¿Me habrías invitado a venir? —Antes de que pudiera contestar,

espeté—: No lo habrías hecho. Tú no quieres que nadie sepa de nosotros. Yo

sólo... necesitaba verlo por mí misma.

Se detuvo en seco. Pude ver su aliento en el frío aire… cortas

bocanadas agudas.

—Sabes, Ella, si hubieras dicho cualquier otra cosa… que me

extrañabas y que querías verme, o incluso que estabas celosa de... no sé de

qué podrías estar celosa… sería una cosa completamente diferente. Me

daría mucho gusto. Pero esto... esto es una mierda.

En ese momento, sentí que algo se escapaba. Un muy distintivo e

inconfundible sentimiento. —Sin embargo, no te ves exactamente muy

contento de verme, al estar ahí.

Él soltó un gruñido. —No hagas eso. No trates de cambiar esto. Te

encontré en la parte inferior de las escaleras, mirándome como si te hubiera

meado por encima del pasamano. Conozco esa mirada, Ella. Es muy

familiar.

—Estabas con Amanda.

—No estaba con Amanda. Usaba un cuarto de baño arriba. Ella me

esperaba cuando salí. No… —Negó con la cabeza cuando abrí mi boca—.

No voy a decirte lo que dijo. No es asunto tuyo. Pero te diré que toda la

conversación se llevó a cabo en medio de un pasillo y duró unos tres

minutos.

—¿Le has dicho acerca de nosotros?

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—No.

Mi corazón dio una bala de cañón bastante decente. —Así que tenía

razón.

Empezó a caminar de nuevo, rápido. Tuve que correr para alcanzarlo.

—Realmente no quieres que nadie sepa. —Insistí.

Se detuvo de nuevo. No podía mirarlo a la cara, así que miré hacia

abajo, a nuestros pies. Entre nosotros, tallado en la vereda, se encontraban

las palabras Calle Bainbridge. Estaba segura de que era una señal; sólo que

no sabía de qué.

—Lo que no quiero —dijo firmemente—, es restregarle en la cara a

Amanda el hecho de que en menos de una semana después de

separarnos, ya me había involucrado con otra persona. Puede que no te

agrade… podría no culparte; pero ella solía gustarme mucho. ¿Qué clase de

imbécil sería yo si fuera a transmitir el hecho de que la dejé por otra persona,

eh?

—Especialmente alguien como yo. —Respondí. Leí en alguna parte

que las mujeres tardan más que los hombres en poner fin a una discusión.

Que estamos casi garantizadas a decir algo que podríamos lamentar, sólo

porque estamos decididas a hacer nuestro punto. Estaba decidida a hacer

mi punto—. Alguien por debajo de la esfera de los exclusivos Fillite.

Alex sólo me miró durante lo que pareció un tiempo muy largo.

Después suspiró. —Realmente no lo entiendes, ¿Verdad? Yo siendo un snob,

lo cual no soy, no es la cuestión. Es el hecho de que en realidad crees que

podría tener algo acerca de ser snob.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Esto significa, Fiorella Marino, que sólo la persona que piensa mierdas

de ti, eres tú. Eso es muy triste.

Entonces me tocó, me tiró en un abrazo. Justo cuando empecé a

envolver mis brazos alrededor de su cintura, se apartó. Un taxi esperaba en la

acera junto a nosotros. No lo había visto hacerle señas.

Alex abrió la puerta. Subí y me deslicé a un lado, esperando a que se

deslizara junto a mí. No lo hizo. Le entregó al conductor diez dólares y le dio

mi dirección. —Nos vemos más tarde —dijo, y me dejó dentro.

A medida que el taxi se alejaba, me di cuenta que ninguno de los dos

había mencionado el martes. No tenía idea de siquiera iba a aparecer. No

tenía idea de si acababa de botarme en la esquina de la calle que

comparte su nombre.

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La Solucion Traducido por Mary Ann♥

Corregido por Melii

De: Quién es Quién, Señoras de Pennsylvania, ed. Lee Addison Elkins.

Imprenta Elkins, 1958:

Erasmus, Vera Hamilton (Señora Harold N. Erasmus)

Fecha de Nacimiento: Filadelfia, Noviembre 6, 1912. Hija del señor John

Girard y Marina (Kulikovsky) Hamilton. Estudió en la escuela Agnes Irwin y en

la Universidad de Pennsylvania. Casada con Harold Norton Erasmus, en

Marzo 11, 1935; hijos: Thomas, Lillian, Edward, Alice. Afiliaciones: Club de

Bellotas, Cosmopolitan Club, Las Hijas de la Revolución Americana, la

Sociedad Nacional de las Damas Coloniales de América. Patrona de la

escuela Willing, Filadelfia, y el Instituto Barbara Ryan para la Mujer, Bryn Mawr.

Miembro del Consejo de Administración de numerosas organizaciones,

incluyendo el Ateneo de Filadelfia, la Biblioteca Pública de Filadelfia, la

Sociedad Histórica de Pensilvania, y el Museo de Arte de Filadelfia. Dirección

actual: c/o la Embajada de Estados Unidos, de Moscú. Dirección

permanente: Sélavy, Bryn Mawr.

Apagué el ordenador y volvía a mis libros.

De incompleta: La Vida y Arte de Edward Willing, por Ash Anderson.

Imprenta de la Universidad de Pennsylvania, 1983:

Encargados del funeral de Edward Willing, Cementerio Père Lachaise,

Enero 20, 1916. Fotografiado: Edith Wharton (primer plano), Gaston Leroux,

Phillip J. Addison, Sin identificar. La Mujer (en velo), Pablo Picasso…

—Muchas personas vinieron —dije, levantando la vista del libro.

—Era enero en París —replicó Edward—. ¿Qué otra cosa tenían que

hacer?

Estudié la imagen lo mejor que pude. Era borrosa, negra y blanca, y el

libro no era de un impreso costoso. —Esperaba que Edith Wharton fuera más

bonita.

—Bueno, yo esperaba a Picasso con tres narices, por lo cual nunca se

sabe —Giró el hombro, como si estuviera aliviando en una torcedura—.

Tengo que decir, Ella, es agradable tenerte voluntariamente hablándome

otra vez.

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—Es probablemente temporal.

—Como debería ser. ¿Has aprendido lo que querías aprender?

—Tal vez —toqué la foto en el libro—. Creo que esta es Marina

Hamilton, ¿no? —Edward no contestó—. Por supuesto —suspiré—. No me vas

a dar respuestas. ¿Qué hay de esto, entonces? Voy a hablar. Tú escuchas.

Asiente con la cabeza si algo suena bien.

Le dio una pequeña sacudida de su barbilla.

Tomé aire y comencé. —Después de que Diana murió, pintaste un

retrato de la nueva esposa de un amigo. Era joven e infeliz —Miré, pero

Edward no se movió—. Te enamoraste —Todavía nada—. Creo que ella era

rusa. Tú la llamaste “Dorogaya” —Pensé que lo vi retroceder ante eso, pero

podría haber sido sólo la bombilla fundida parpadeando de la lámpara de

escritorio—. Es lo que llamas la persona que tiene tu corazón. Es por eso que

fue amor y no sólo una aventura. Eso y la foto que encontré de los dos. Creo

que los bronces en el museo son de Marina y su hija, Vera, no de tu hermana

y tu sobrino. Creo que tal vez el de Vera era suyo. Dudo que alguna vez

pueda probarlo, pero me imagino que si yo lo encontré, puedo encontrar

fotos de ella, tal vez incluso conocer a sus hijos. Llamó a uno Edward.

¿Coincidencia? Tal vez.

Hay un Edward Erasmus que viven en Radnor. Apuesto a que es él.

—De todos modos, creo que Marina viajó contigo a Europa. Ella podría

o no podría haber dejado a su marido. Estoy bastante segura de que estuvo

contigo cuando murió. También estoy bastante segura de que ella te hizo

feliz. En las últimas fotos de ti, se te veía. Espero que el hecho de que no

sabes su nombre o hablas de ella o muestras su rostro, por el amor de Dios,

fuera una cuestión de discreción y no de vergüenza. Y realmente creo que la

hacías feliz.

Él parpadeo ante esto. Estaba segura de que lo vi parpadear. —¿Es

importante?

—Debería serlo. Toda de nosotros, las niñas invisibles, merecen esto por

lo menos.

—Así que, ¿crees que Alexei Bainbridge te va a hacer feliz?

Me encogí de hombros. —No tengo ni idea. Podría haberlo jodido con

él. Te diré esto, sin embargo, Frankie me hace feliz. Lo mismo sucede con

Sadie. No quiero besuquearme con cualquiera de ellos, pero los amo hasta

la muerte.

—¿Tienes que usar esas palabras en mi presencia?

—Lo siento. Pero. Verdad: Estás muerto como la semilla.

Edward suspiró. —Tienes razón. Tienes toda la razón. Así que supongo

que será mejor que vayas a dormir, querida Ella. Es tarde. Y, al igual que

decía la famosa frase, "mañana...'"

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—¿Es otro día? Gracias, Scarlett O'Hara.

—En realidad —frunció el ceño hacia mí—. Yo iba a decir: “Mañana

viene. Mañana trae, el mañana trae amor, en la forma de las cosas”.

—¿Shakespeare? —pregunté.

—Queen —disparó él—. No tan bueno como 'Bohemian Rhapsody' o

'Fat Bottomed Girls", pero sin duda poética.

—Buenas noches, Edward.

—Buenas noches, niña encantadora.

Apagué la luz y me metí en la cama. —Oh. De todas formas…

—¿Sí?

—Creo que me di cuenta de por qué llamaste a Diana de todos esos

apodos. “Primavera”, “Cabina”, “Poste”...

—¿Sí?

—Son todas las cosas que esperas. Creo que Diana estaba haciéndote

esperar, y te fue volviendo loco. ¿Estoy en lo cierto?

—Oh, Ella. Sabes que yo no puedo decirte eso. Sin embargo, te dejo

con un más hermoso castaño…

—¿Todas las cosas buenas que vale la pena esperar?

—Realmente me gustaría que me dejarás terminar esta noche el

pensamiento. Iba a decir, "No hay nada como la cosa real, nena'".

—Marvin Gaye —le dije.

—El primero y el único.

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La Raya

Traducido por Ro0

Corregido por Melii

legó el martes.

Él se presentó.

Estaba lista, en caso de que él lo hiciera, y esperando en la

ventana a las nueve cuarenta y cinco. Fueron unos largos quince minutos.

Revisé mi teléfono tres veces. Frankie seguía sin devolver mis llamadas. Alex

no había llamado para cancelar. Entonces, su coche apareció, y mi corazón

empezó a dar pequeños latidos felices. No quería hacerlo esperar; estaba

abriendo la puerta principal antes de que él saliera del coche.

Él dio la vuelta para abrir la puerta del pasajero.

—Hola —fue todo lo que dijo.

Me subí.

—Hola.

Ninguno de los dos dijo algo mientras él tomaba la Calle Onceava y

manejaba al norte. Quería desesperadamente hablar con él, decir algo

inteligente y sexy y misterioso todo al mismo tiempo.

—¿Volviste a la fiesta? —pregunté finalmente. Me dio una mirada de

soslayo—. Sólo pregunto.

—Fui a casa.

¿Enojada? ¿Aliviada? ¿No sintiendo nada en absoluto?

—¿Duermes bien?

—Como un muerto —me dijo.

Verdad: Lo que de verdad deseaba desesperadamente era saber que

todo entre nosotros estaba bien.

Pero aquí está la cosa. Si no puedes preguntar directamente, si tienes

que zafarte e insinuar y esperar a que la otra persona lo haga por ti,

realmente no deberías preguntar.

Me callé. Durante cuatro cuadras. Luego: —¿Dónde vamos?

L

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Esto trajo una media sonrisa. Un lado de su boca se curvó. —Me

preguntaba cuánto tardarías en preguntar —Miró su reloj—. Tres minutos.

—¿Así que…?

—Así que, vas a tener que esperar un poco más. Aquí —Él hizo su

incomprensible movimiento con las estaciones de radio, y llegó la estática—.

Encuentra algo.

Pasé algunas estaciones que gritaban las palabras “¡Metas!,”

“¡Espíritu!,” y “¡No en mi casa!,” lo que me dijo que era religión, deportes, o

política. La estación internacional tenía a una pareja haciendo una versión

de “Low” en lo que yo creía era japonés. Me quedé con Elvis cantando

sobre mentes desconfiadas y esperé que no hiciera a Alex pensar

demasiado sobre la escena en la casa de Harrison.

De repente, las vigas azul-cielo del puente a Nueva Jersey estaban

frente a nosotros. Alex se dirigió hacia allá. Metió la mano bajo su abrigo, el

cual se hizo bola en el asiento de al medio, y sacó una bolsa de Macy’s. —

Para ti.

Era suave. Mi corazón dio su pequeño salto otra vez. Mire la bosa y me

imaginé cachemir. Me lo imaginé enrollándolo gentilmente alrededor de mi

cuello y usando las puntas para atraerme hacia él…

Un tejido de nylon con estampado de camuflaje se deslizó en mi

regazo.

Lo levanté con la punta de mis dedos. Era un traje de baño:

técnicamente de una pieza pero compuesta por muchas piezas pequeñas,

unos pocos triángulos de varios tamaños, manteniéndose juntos por lo que

parecían ser anillos.

—Es un traje de baño —dije, lo que no era realmente obvio. Los

pañuelos de Frankie tapaban más—y eran más agradables de mirar.

—Sí, lo es.

—Déjame salir.

—Ella…

—¡Hazte a un lado y déjame salir!

—Estamos en la mitad del puente de Ben Franklin. ¿Qué es lo que vas a

hacer, saltar?

Mi giré en mi asiento para mirarlo. Estaba concentrado en la pista a

nuestro lado. Un remolque del tamaño de Florida lanzo una onda al interior,

haciendo que el coche se sacudiera y vibrara.

—¿Ésta es tu venganza por lo de esa noche? —pregunté inestable—.

¿Humillarme de la manera más efectiva posible?

Calle despejada, Alex se desvió a la derecha. Él no se había afeitado

esa mañana. Se veía un poco duro. Hermoso, pero duro. Y cansado.

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—Mira —dijo—, Sé que no es algo que hubieras elegido ni en mil años,

pero las opciones son muy limitadas en diciembre. Y si decía que la excursión

de hoy requería un traje de baño, ¿habrías venido? —Cuando no respondí,

gruñó—. ¿Lo ves?

Estábamos fuera de la carretera, conduciendo entre las calles vacías

del centro de Camden. Podía ver Filadelfia justo cruzando el río. Quería irme

a casa.

—Ibas a necesitar un traje de baño —continuó—. Éste parecía que te

quedaría —Le eche un vistazo. Era sólo una talla más grande—. No te miraré.

Lo juro. No te veré con eso puesto. Nadie te verá con eso.

Se dirigió hacia un estacionamiento y tomó un lugar. El cartel sobre la

entrada decía ACUARIO AVENTURA. Cuando lo mire de vuelta, estaba

sacándose la camisa con una mano y bajándose la pretina de los jeans con

la otra. Vi cuadros verdes y un cordón amarrado.

—También estoy usando uno.

No podía ni remotamente imaginarme un escenario que me hiciera

sentir nada más que destruida.

—Fuera —se inclinó sobre mí y abrió la puerta del coche. Me llegó una

ráfaga de aire frío—. Te estoy llevando a nadar con tiburones.

***

—¿Hace cuánto tiempo alimentaron a estos tiburones? —preguntó el

tipo a mi lado.

Alex y yo estábamos en una habitación pequeña con un pizarrón, una

animada rubia empleada del acuario, y tres tipos de Rutgers que ganaron el

premio de Navidad de su fraternidad. Cumpliendo la promesa de Alex,

nadie me había visto en mi minúsculo estampado. Otra chica animada me

había pasado un traje de buzo y me había apuntado el vestuario. Así que

mientras escuchaba lo básico de la etiqueta del tanque de tiburones,

estaba completamente tapada desde mis tobillos a mi mandíbula en

neopreno azul. Los chicos de la fraternidad seguían echando vistazos

cuando creía que ni yo —ni Alex— estábamos mirando. Me hizo sentir un

poquito mejor. La promesa de Alex de que no me tenía que meter al agua si

no quería también ayudó. Me había sacado del auto hacia el acuario.

—Puedes hacerlo —Me persuadió.

—Sí —respondí pensando un poco en el patinador y más en “fíngelo

hasta que lo logres”—, puedo hacerlo.

—Ayer —respondió la chica alegre a la pregunta sobre la

alimentación—. Créeme. No están hambrientos.

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Quería saber exactamente cómo sabía eso. ¿Les preguntó a los

tiburones?

—Está bien —dijo alegremente—. Vamos a bucear.

Los cinco de nosotros la seguimos a una piscina poco profunda. Unos

pocos metros más allá estaba el tanque de los tiburones. Se veía mucho más

pequeño de lo que lo hacía desde los puntos de vista privilegiados en los

que había estado en mis visitas al acuario. Y los tiburones se veían mucho

más grandes. De hecho, hicieron que se vieran como un estanque estilo koi.

—Ese es un tiburón toro —pero otro empleado del acuario, esta vez un

tipo optimista, señaló al más pequeño (sí, claro) uno que estaba acechando

cerca de la orilla del tanque.

Me acerqué a Alex. Él sonrío y puso su brazo alrededor de mi cintura.

Eso consiguió meterme a la piscina de práctica. Estaba fría.

—Bien —anunció nuestro guía—, respiren profundo, luego muerdan

fuertemente la boquilla…

Me tomo unos pocos minutos y una buena cantidad de agua poco

atractiva bajando por mi garganta y subiendo por mi nariz. Alex, por

supuesto, lo manejó como si hubiera buceado toda su vida. Lo que, me di

cuenta, era bastante probable—en el Pacífico, el Caribe, el Mediterráneo…

Aun así lo hice más rápido que los chicos de fraternidad, los que parecía

disfrutar de “bombardear,” o soplar fuertemente para disparar el agua del

tubo. Finalmente, todos pasamos la inspección.

—¿Lista? —preguntó Alex cuando estábamos a la orilla del tanque.

El cariñoso y sus amigos estaban al otro lado. No me eso sentir mucho

mejor. Veo Animal Planet. Los tiburones se mueven rápido.

—Dime otra vez por qué estoy haciendo esto —susurré.

—Porque tú querías —me susurró de vuelta Alex—. Enfrenta tus miedos,

Saltamontes, y serás libre. Ahora, adentro.

—Oye —uno de los chicos de fraternidad preguntó mientras yo me

metía al tanque—. ¿Los tiburones siempre comen peces que están ahí

adentro con ellos?

Había docenas de peces más pequeños revoloteando en el tanque

entre los tiburones.

—Claro —llegó la respuesta—. Pero no muy seguido.

La plataforma en la que estábamos tenía una pared baja que nos

separaba de la parte central del tanque, pero también tenía espacios del

tamaño de un tiburón a lo largo. Mientras esperábamos, justo debajo de la

superficie, uno de los tiburones toro empezó a nadar cerca. Me tensé. A mi

lado, Alex estaba inclinado hacia delante, sus brazos asegurados contra la

pared para mantenerlo adentro, pero la cabeza y los hombros lo más lejos

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posible. Se dio vuelta para enfrentarme. Es difícil sonreír con un gran tubo

atascado en tu boca, pero él se las arregló. La estaba pasando muy bien.

Me moví unos cuantos centimetros. Por incontables minutos, vimos a los

tiburones y a los peces moviéndose en espiral a través del agua del tanque.

Empecé a calmarme, casi, casi convencida de que era realmente el tipo de

chica que puede nadar con tiburones. Y entonces, un trío nadó

directamente hacia nosotros.

Se quedaron ahí, balanceándose un poco para seguir moviéndose,

pero nunca acercándose más que a unos pocos metros. Pensé en las

Hannandas. El tiburón del medio hizo un círculo cerrado, terminando con su

hocico un brazo de distancia con la cara de Alex. Agarré su brazo y él lo

empujo, una sólido barrera entre yo y una muerte segura. El resto del tiempo

en el tanque, me dejo estar ahí, presionada contra su omóplato, su brazo

hacia atrás curvado a mí alrededor. Lo sabía, incluso si era sólo por estos

pocos minutos, él se pondría entre mí y una Hannanda rapaz sin pensarlo dos

veces.

Nearby, uno de los sobrexcitados chicos de fraternidad empezó a

mover sus brazos en círculos. Había perdido el equilibrio y ahora se tropezó

directo sobre la pared. En un segundo, el buzo con nosotros agarró su tobillo

y lo jaló de vuelta. Los tiburones, en vez de estar atraídos por el movimiento,

como lo estaban en cada una de las películas de medio bajo el agua,

miraron de reojo e inmediatamente volvieron la cola, yendo al otro lado del

tanque. Se quedaron ahí y no regresaron.

Los amigos del culpable lo golpearon cuando salieron del agua

—Suave movimiento, idiota —murmuró uno—. Aguafiestas.

—Oye —fue la réplica del de cara rojo—, al menos puedo decir que

espanté a un tiburón.

Se fueron a molestar a otra vida marina. Estaba temblando un poco,

no solamente por frío, y el horror de un traje de baño se había atravesado

firmemente en mi trasero. Estaba lista para vestirme otra vez. Por supuesto,

Alex tenía más planeado.

—Mantarrayas —dije, casi resignada, mientras miraba dentro de la

piscina poco profunda a la que estábamos siendo guiados—. Me vas a

meter en un estanque con —leí el cartel— Mantarrayas de nariz de vaca.

—Mira, sin púas —apuntó Alex. Luego puso una cubeta de peces en

mis manos—. Vamos.

Aparentemente, eran familiares de las rayas. Habían rodeado a Alex

en un segundo, aleteando sus alas en el fondo de la piscina y sobre él, como

si llamaran su atención, casi podía escucharlos gritar “¡Yo, yo, yo!”

Alex se estaba riendo y echando al agua pedazos de pez.

Desaparecieron inmediatamente. Algunas de las rayas hicieron pequeños

contorneos, como cachorros felices.

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—Vale—admití finalmente—. Son algo tiernos.

—Son increíbles —dijo, mirando como un niño que recién hubiera

encontrada un cachorro debajo del árbol de Navidad, y extendió su mano.

La tome, intestinos de pez y todo, y me metí con él.

Terminamos de alimentar a las rayas bastante rápido. Me sobresalte las

primeras veces y termine botando el pez. Pero entonces me acostumbre al

movimiento suave en mis dedos.

—Besos —dijo el guía. Era el mismo que llamo a los tiburones toro

“cariñosos.” Esta vez no pensé que estaba completamente loco.

Una vez que toda la comida se había ido, Alex y yo nos deslizamos

hasta la orilla de la piscina, donde seríamos capaces de sentarnos y

observar. Una raya grande seguía chocando con mi tobillo. Trate de salirme

de su camino. Me siguió, chocándome otra vez. Cambié de dirección; y

también lo hizo.

—Lo siento, amigo —le dije—. No tengo más.

—Oh, él no quiere comida —me informó el guía—. Ese es Ferdinand.

Baje la mirada a la sorprendente encantadora cabeza, con sus

grandes ojos y hocico curvado.

—Déjame adivinar. A él simplemente le gusta flotar y oler las algas.

—En realidad, le gusta todo el mundo. Es un amante.

Ese fue mi día, rodeada de cariñosos, besadores y amantes. Y Alex.

Nos sentamos con nuestra comida en el agua. El resto de las rayas se dieron

cuenta rápidamente que no había más comida para ellos, y se movieron

graciosamente alrededor de la laguna. Ferdinand, sin embargo, se quedo

cerca de mis pies, aleteando y empujando. Me agaché y acaricié su

espalda tentativamente. Se sintió un poco como sandalias: firme y flexible y

un poco áspero. Ferdinand dio lo que parecía un inconfundible contorneo

de alegría y empujo por más.

—Reconoce una diosa del mar cuando la ve —dijo Alex,

empujándome con su brazo.

—Es una raya —repliqué—. Su cerebro es del porte de un maní —. Pero

secretamente estaba muy, muy complacida. Estaba genuinamente triste al

salir de la piscina. Los tiburones… bueno, era mejor sin los tiburones. Pero

Ferdinand me había encantado.

Hablamos de todas las cosas sin importancia en el camino de vuelta a

la ciudad: sobre los chicos frenéticos de la fraternidad, las rayas que

aleteaban, el olor a pescado que las mediocres duchas no habían podido

quitar de nuestra piel.

El viaje de vuelta a casa fue mucha más rápido que el de ida. Alex se

detuvo al frente de mi casa pero no apago el motor.

—¿Entras? —pregunté.

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—No creo que…

—Alex. Por favor. Sólo unos minutos.

Él miro el parabrisas por un largo rato, sus manos apretadas en el

volante. Finalmente, él dijo:

—Realmente no me puedo quedar mucho. Papá está en casa, y todos

vamos a ir a ver a mi abuela.

Nos bajamos del coche y nos dirigimos a la casa.

—Entonces, es otra noche de cena familia “Lo mejor de Filly” escoge:

Patsas. Aparentemente es el “lugar para tener algo que ni Zorba podría

pronunciar.”

Mis manos estaban temblando, pero puse la llave en la cerradura y

abrí la puerta. Como siempre, él me dejo pasar primero. Tenía otras cosas

que decir, pero empecé con, —Ordena la moussaka. Hojas de parra,

spanakopita, y uno ensalada con los montones de feta.

—Suenas como una experta en el lugar.

—Nop. Solo una chica que sabe sobre restaurants. Confía en mí. Los

regulares piden sus favoritos; los clientes inteligentes van por lo clásico. La

gente complaciente ordena los especiales.

—Buen consejo. ¿Así que…?

—Así que —me pare un poco más derecha—, ven arriba conmigo.

—Ella, de verdad no puedo.

—Sólo tomara algunos minutos.

Sabía que la casa estaría vacía. Papá y Nonna estarían en el

restaurant. Mamá había salido con Sienna, teniendo el turno final para

torturar a la gente de las flores y a la banda y cualquiera que no fuera lo

suficientemente afortunado para estar involucrado con el día mismo de la

boda.

Camine delante de Alex hacia mi habitación. No pude mirarlo

mientras desenrollaba mi bufanda y desabrochaba mi abrigo. Le seguí

dando la espalda mientras tiraba de mi suéter sobre mi cabeza. Me deje

puestos los jeans, y el sostén pálido de encaje que compré unos días después

de que él me besara y que nunca había usado. Giré mi cabello en un moño

suelto.

Me di vuelta.

—Esta soy yo —le dije—. Esta es quién soy.

Entonces, cerré mis ojos. No podía verlo mientras él me miraba.

No supe cuánto tiempo me quedé ahí, escuchando el golpeteo de mis

latidos en mis orejas y nada más. Un momento. Luego mi piso crujió. Alex

estaba un paso más cerca de mí, pero aun así más cerca de la puerta.

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—Así que… —dije temblorosamente.

—Así que…

Tome un respiro.

—¿Estamos bien?

Lo que quería, todo lo que quería, era que el avanzara todos esos

pocos pasas y me metiera en su abrigo como lo había hecho antes. No

estaba pensando mucha más que eso. Quizás porque sabía que no iba a

pasar.

—Ni siquiera sé que significa bien —dijo—. “Bien.” Nunca hemos estado

bien. Hemos estado mezclándolo. Quiero decir… maldición… Gracias. Por

mostrarme. Sé que te costó. Pero Jesús, Ella, realmente no quiero sentir como

que constantemente tengo que reasegurarte cosas que debes saber por ti

misma. Es agotador y toma toda… No lo sé… satisfacción… acabo de decir

lo que siento.

Cuando termino, se paro en la mitad de la habitación, con la mirada

baja y miserable. Ninguno de los dos dijo algo por mucho tiempo.

—Mira, tengo que irme. Yo… te llamaré.

—Está bien —dije, y lo deje ir.

Escuche sus pasos en las escaleras y golpe sordo de la puerta cerrarse

tras él. Recogí mi suéter con dedos entumecidos. Me lo puse, al revés al

principio. Luego me acurruqué en mi cama y lloré.

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El Cannoli Traducido por Cielo Zafiro

Corregido por Melii

ra cara o cruz, que era peor: que yo estaba sentada en la

cafetería de Anthony, famoso por sus postres, con una caja llena

de cannoli de Nonna en mi bolso en el suelo, o que el cannoli en

el plato delante de mí no eran de Nonna. Ella me habría dicho algunas

palabras bien escogidas, a pesar del hecho de que yo no lo había tocado.

Era parte de una ofrenda de paz.

Frankie me hacía trabajar por el perdón. Había tomado varios días, un

millar de mensajes telefónicos y un seriamente sobrevaluado Vogue Hommes

International empujado a través de su buzón para llevarlo incluso a hablar

conmigo. Él estaba sentado en la mesa frente a mí ahora, con los brazos

cruzados sobre el pecho (para ser justos, hizo mucho al usar ese suéter de

cachemira en particular; cubría la reparación del agujero de polilla en el

punto del cuello en V), frunciendo el ceño un poco. Empuje los cannoli otro

milímetro hacia él. Eran con chispas de chocolate, sus favoritos.

—Así que metí la pata dos veces —Terminaba mi historia de culpa y

pena—. Edward no me importa mucho ahora. Éramos demasiado diferentes

para que al final funcionara —Le eche una mirada a la cara enfurruñada de

Frankie para ver si lo encontró divertido. Al parecer, no. Suspiré y me fui por la

honestidad—. Alex… me llegó de repente.

El dedo de Frankie salió como una flecha y agarró un poco del relleno

del cannoli. Resistí el impulso de arrojarme sobre la mesa y abrazarlo hasta

que chilló. —Los tiburones eran buenos —reconoció, y ni siquiera muy a

regañadientes—. Loco pero bueno.

—Si. Y Ferdinand. Te lo voy a presentar en algún momento.

Frankie arrugo su perfecta nariz. —Voy a pintar mi raya como una

cartera de piel de zapa, gracias.

Me reí. No es que me gustara la idea de Ferdinand como un accesorio,

pero estaba tan feliz de tener a mi Frankie de vuelta.

Él leyó mi mente y agitó un dedo, con la punta llena de cannoli, hacia

mí. —Ah. Aun no estás perdonada, madame.

Me hundí en mi silla. —Lo siento —dije en voz baja—. Realmente lo

siento. Si pudiera volver atrás y hacerlo de cualquier otra manera, la primera

cosa que haría es decirte todo lo que pasaba.

E

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FORO’ Libros Del Cielo

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—Hmph. —Frankie le dio un mordisco a los cannoli, delicadamente se

limpió la boca, tomo un sorbo de café, se limpió la boca. Y examinó el techo

de lata pintada. Luego las filas de estantes de madera. La mayoría tenía

bolsas de café, se podía oler desde la calle. Había un escaparate de listones

y dulces junto a nosotros que era parte de la celebración (rojo y blanco y

rayas verdes) y en su mayoría de Italia (rojo y blanco y rayas verdes). Esperé.

Conocer algún lugar que no sea uno de nuestros lugares de reunión

habituales le había parecido una buena idea. Sadie ya se había ido, en su

trayecto a Londres con su padre. Pasarían la navidad en un castillo.

—Me voy a congelar —dijo mientras me abrazaba fuertemente,

despidiéndose (ella ya había escuchado mi historia abreviada del robo y la

angustia, me abrazó con fuerza y me dijo que devolvería los documentos a

Sheridan-Brown)—, pero al menos voy a comer comida de verdad —La

pegajosa novia insecto se había ido, y hasta que encontrara un remplazo, el

papá de Sadie se comportaría como un niño normal de cincuenta años con

una hija adolescente.

Le había comprado a ella un cinturón para navidad. Tenía un corte de

cuero negro para parecerse a la filigrana. Se lo había puesto en ese

momento. Ella prometió usarlo en Londres.

Ahora, frente de mí, Frankie regresó su atención hacia la calle exterior.

Hacía más calor de lo que había hecho recientemente, suficiente como

para que las personas fueran de compras a pie, pero felices. Quedaban tres

días de compras hasta navidad, alrededor de veintiséis horas hasta la boda.

Ella estaba en un spa con mamá, con la esperanza de perder esos dos kilos

de golpe en el vapor. Yo había tenido que tomar medidas extremas para

evitar ser arrastrada a lo largo. En lo que a mí respecta, reunirme con Frankie

era un millón de veces más importante, aunque resulto ser igual de doloroso.

Nada había tambaleado a Sienna y a mamá hasta que tome las tijeras de

Nonna y amenacé con cortar mi pelo. Incluso había sacado mi artículo de la

revista fuera para demostrárselos.

—No insistan —advertí—. No seré la dama de honor por primera vez

con un cabello picado.

Se fueron sin mí.

Frankie me miraba ahora. Apenas había tocado mi cabello en la

mañana; ni siquiera lo había lavado. Tomé una segunda ducha a media

noche, sin embargo, me preguntaba si aún olía como al tanque de tiburones

del día anterior.

—¿Recuerdas cuando dije que no te necesitaba? —Pregunté. Él

levantó una ceja—. Me equivoque. No encuentro palabras para expresar

que tan equivocada estaba.

—Intenta.

—Espectacularmente mal —dije—. Terriblemente.

—Por favor.

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—Muy bien, estupendamente. Horriblemente. Catastróficamente. —Le

di mí mejor humilde sonrisa—. ¿Me perdonas?

Él rodó los ojos. —Debería haberte comprado un diccionario de

sinónimos para navidad.

Tenía su regalo en mi bolso (una corbata de lazo que podría o no

haber pertenecido a Dean Martin, cortesía de eBay) y tenía una vaga

sospecha de que el gran bulto en el bolsillo de su chaqueta era una bufanda

multicolor que me había hecho babear en Urban Outfitters.

—Sigo pensando que Bainbridge es en asco —añadió—. He estado

ahí, ya sabes. A las afueras del lugar donde vivían, queriendo entrar.

—Lo sé.

—Eres mejor que eso.

—Se eso también. —Un poco, de todos modos. Pensé que Frankie era

increíblemente muy valiente en un centenar de maneras.

Él se inclino hacia delante y luego, tomó mis manos entre las suyas. —

Estoy aquí para ti, cariño. Por siempre y para siempre.

—No importa que tan estúpido me comporte.

—No presiones. Y no me mientas más. Ahora, ¿Qué vas a hacer con las

cosas de Edward?

***

—No quería mostrártelo hasta que hubiera hecho una pequeña

investigación… —Deslicé el diccionario ruso sobre el escritorio de Maxine. Las

cartas y fotos fueron colocadas cuidadosamente en la cubierta, como si

nunca hubieran estado fuera. Yo había ido al archivo para asegurarme de

que todo estuviera en orden, y luego volver a la oficina—. Pero estoy

bastante segura de que hay un artículo que no puedo escribir.

Maxine saco sus gafas de lectura y leyó las tres cartas parciales. Luego

analizó el bosquejo de la estructura para lo que sería mi tesis de honores y,

esperaba, de un artículo de revista de arte. Estudió la fotografía, luego miró

mi bosquejo de nuevo.

—No puedo ni siquiera imaginar por qué alguien se preocuparía de

algo como la vida sexual de Edward Willing, pero… —Ella se encogió de

hombros—. La gente lo hace. Ingeniosa investigación, Ella. Convincente,

aunque intrínsecamente basado en un marco de suposiciones inestables —

Se puso de pie con todos los papeles en la mano—. Espera aquí.

Salió de la habitación. Entre los tacones de sus botas, altas como el

cielo y moño elegante, ella apenas supera el marco de la puerta. Yo le

quería preguntar si había recibido la fotografía de Man Ray. Pensé que

probablemente era una pregunta retórica. Yo no podía imaginar que

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FORO’ Libros Del Cielo

257

alguien no le daría exactamente lo que ella quería, tan pronto como fuese

posible.

Esperé un poco nerviosa. Había una gran posibilidad de que supiera

que no estaba diciendo toda la verdad, pero entonces, de alguna manera,

pensé que no le molestó tanto. Ella parecía un poco del tipo “el fin justifica

los medios”.

Era la primera vez que estaba en su oficina sin ella allí, amenazándome

para que me esté quieta. Aproveché la oportunidad para echar un vistazo

alrededor. No había mucho allí: una estantería alta de madera, el escritorio,

las dos incomodas sillas que los invitados tienen que aguantar.

Me atreví a levantarme de mi asiento para tener una mejor vista de la

fotografía enmarcada en la estantería. Apenas reconocí a Maxine. Llevaba

una camisa blanca y sonriente. Ella estaba afuera, también; parecía que

estaba sobre una tarima de madera en el bosque. A un lado de ella estaba

un hombre alto, flaco, con las cejas locas y los ojos deslumbrantemente

azules. A su otro lado había un hombre más joven, tal vez un par de años

mayor que yo. Tenía las cejas locas de su padre y sus ojos eléctricos. Gran

parte de su cara estaba cubierta por un pelo en punta de color azul y negro.

Tenía un aro atravesando su labio inferior. Los tres tenían sus brazos alrededor

del otro. Todos ellos tenían grandes y tontas sonrisas en sus caras.

—Día del trabajo el año pasado en los Poconos —dijo Maxine detrás

de mí—. Dios, los mosquitos.

—Ustedes parecen… una familia realmente buena —Lo decía en serio.

—Lo somos. Ahora…

Ella desplegó un montón de papeles sobre el escritorio. Vi la foto y las

cartas, cada uno guardado en su propia funda de plástico. El resto eran

fotocopias y mis notas. Maxine separó un juego de copias de cada carta y la

fotografía. Ella escribió algo, luego me pasó las páginas a mí.

Ella había escrito, “Encontrado por Ella Mariano”, junto con el nombre

del diccionario, la fecha actual (lo suficientemente cerca, pensé), y su firma.

—Espera —me dijo—. Voy a poner el original en la caja fuerte del

departamento por el momento, pero si alguna vez alguien intenta

argumentar su procedencia…

—Gracias. —Tenía dos cosas más que hacer, entonces yo estaría fuera

de ahí por las próximas dos semanas. Me senté muy recta—. Um. ¿Me

ayudarías en el artículo? Sé que es probable que tengas demasiadas cosas

que hacer, pero creo que realmente podría marcar la diferencia en mí.

—Oh, Ella, yo no hago ese tipo de cosas…

—Está bien, entiendo totalmente —le dije rápidamente, y salté sobre

mis pies. La última orden del día estaba en la segunda silla. Lo puse sobre la

mesa delante de ella—. Felices fiestas.

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Ella se asomó dentro de la caja, y luego me miró. Por un segundo, me

pregunté si había roto alguna regla de negocios o la propiedad cultural. —

¿Hecho en casa? —Exigió.

—Mi abuela.

Se asomó de nuevo y se quejo en voz baja. —No sé si te odio o te

quiero en este momento. —Cerró la caja con firmeza—. Por supuesto que

voy a supervisar tu artículo.

—Los cannoli no pretendían ser un soborno. Yo sólo… pensé que te

gustarían.

-—Estoy segura de que lo haré —dijo secamente—, un buen negocio.

Tanto como no me gustaran las doce horas extras en la caminadora. —

Entonces su rostro se suavizó—. Gracias. Que delicia. Lo que había

empezado a decirte acerca de la mentoría es que no suelo hacerlo.

Aparentemente asusto a los estudiantes. Pero estaría encantada de

ayudarte en la manera que pueda.

Era mi turno de darle las gracias. Añadí. —No me asustas.

—¿En serio? —Me miraba sobre el marco afilado de sus gafas.

—Bueno, tal vez un poco —admití—. A veces.

—Excelente. Ahora sal de aquí. Tengo una cena que preparar. Mi hijo

traerá a su nueva novia a casa. —Por primera vez, vi en su mirada algo

menos que absoluta confianza—. ¿Supongo que no sabes nada acerca de

cocinar con sustitutos de queso vegano?

Nos estremecimos juntas. —¿Recetas de Google? —Sugerí.

—Lo hice.

—¿Y?

—Tal vez vallamos a cenar afuera.

—Buen plan —Concordé y salí corriendo. Yo tenía mi propia cena con

la cual lidiar. Me preguntaba si podría escapar con jeans. Probablemente

no.

Lo primero que hice cuando llegué a casa fue virar mi ejemplar

marcado de la fotografía de Edward sobre mi escritorio. Entonces, tomé la

postal del hombre devastado. —Bueno, todo salió muy bien —dijo Edward

desde mi mano.

—Así es. —Me senté y apoyé la postal en posición vertical contra mis

libros—. Gracias.

—¿Por qué?

—Por ser real, supongo. —Estoy bastante segura de que este artículo

sobre tu vida me hará entrar a la NYU. Que, cuando se piensa en ello, es un

regalo bastante grande, viniendo de un tipo que nunca he conocido, quien

ha estado muerto por cien años.

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Edward sonrió. Era agradable de ver. —El placer es mío, querida niña.

Debo decir que me gusta esa chispa de confianza en ti.

—Ya era hora, ¿eh?

—Sí, bueno. ¿Has perdonado al chico Bainbridge?

—¿Por…?

—Por ocultarte.

—Él no lo hacía. Yo era la que se estaba ocultando. —Le di una mirada

a Edward antes de que pudiera regodearse—. Sí, sí. Tú siempre has sido muy

sabio. Pero esto no es acerca de mí perdonando a Alex, ¿verdad?

Tenía gracia que mirara un poco avergonzado. —Supongo que no, ¿Y

qué?

—Así que, creo que fuiste un buen chico, Edward. Creo que

probablemente le hubieras dicho al mundo como te sentías por ella si

hubieras podido. Si ella no se hubiera casado, tal vez, o si hubiera vivido más

tiempo. Creo que tal vez todas las fotos que tomaste de ella eran tu

declaración pública. ¿Qué te parece? ¿Puedo escribir eso? ¿Es esa la

verdad?

—Oh, Ella —Tenía la cara triste de nuevo, tal y como había sido

fundido en bronce. Pero era un poco agridulce ahora, no como de un

corazón roto—. Daría mi brazo derecho para poder responder esa pregunta

para ti. Tú sabes que lo haría.

—Tú no tienes el brazo derecho, Sr. Willing. Y el izquierda tampoco —

Tomé la tarjeta de nuevo—. Olvidado —Le dije—. Tengo esto cubierto.

Metí a mi hombre devastado dentro de mis obras recopiladas. Estaría

allí, si yo quería. Tal vez Edward Willing volverá a estar de moda otra vez, y tal

vez volveré a enamorarme de él otra vez.

Mientras tanto, tenía que hacerle frente a otro chico. Me senté delante

de mi computador. Me tomó treinta segundos escribir el e-mail a Alex. Luego

tardé un par de horas—a veces mirando fijamente, a veces estimulándome,

una cena de ensayo interminable en Ralph’s, y un especial de navidad

producida por Simón Cowell y Nigel Lythgoe con Nonna y palomitas de

maíz— para enviarlo.

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La Recepcion Traducido por Mery St. Clair y Annabelle

Corregido por Melii

a banda estaba tocando “Pajaritos a Volar”. Al menos setenta y

cinco Marinos, Palladettis, y Farnesses —por no mencionar

algunos Grecos, Nguyens y Ryans— se encontraban en la pista

de baile sacudiendo el cuerpo como si su vida dependiera de ello. En medio

de todos, hermosa y resplandeciente en un vestido blanco, la nueva Sra.

Thomas Farnese aleteaba distraídamente. Yo me encontraba sentada en

esta canción. Planeaba morirme sin alguien me grababa aleteando en esta

canción.

Eran solo las nueve en punto y ya me sentía cansada. Pasé la primera

mitad del día con Bridezilla, que no fue de mucha ayuda, para las dos Nona

se tomaba un Xanax (Quien sabe donde lo consiguió, pero sospecho que

con Sam Nguyen), y para cuando entramos en la limosina a las tres, Sienna

molestaba a Grace Kelly de gran forma.

Todo estuvo bien, si te gusta esa clase de cosas. La sesión de fotos fue

una pesadilla, dado que la niña de las flores y la de los anillos comenzaron a

patearse la una a la otra con sus nuevos, duros zapatos, y el fotógrafo no

tenía paciencia para eso, no, yo no iba a peinar mi cabello para atrás para

que pudiéramos ver mi hermosa cara, así que supéralo. La cena estuvo

bastante bien.

Ahora la fiesta estaba en su máximo esplendor. Después del “Baile del

Pollo” siguió “No es Fácil ser Verde” de la Rana Rene, Kermit y el Sr. Ryan

cantaban en cada oportunidad que tenían, especialmente el día de

Columbus. Algo sobre estar orgullosos de ser irlandés, a pesar de que los

Connellys, Donnellys, y Metinezes (Ella es de Galway128) estaban en

desacuerdo.

Muy cerca, entrelazados y balanceándose al ritmo de la música,

estaban mis padres. Los pillaba bailando de vez en cuando en la oficina del

restaurante con la radio encendida. Mamá había pasado el día alternando

entre sonriendo y sonando su nariz. La tía Gina se la paso yendo al baño

para retocar su maquillaje. Papá parecía orgulloso y aliviado. No había

128

Ciudad de Irlanda.

L

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dudas de que él ama a Sienna más que su vida, pero creo que sería buena

idea que checara la presión de su sangre.

—Entonces, Leo será el siguiente —dijo Nonna sentándose a mi lado.

Vestía de negro, como siempre, pero tenía una máscara en el cuello—. Sólo

espero que con esta chica no.

La última novia de Leo era una maestra de prescolar, la cual debería

tener a toda la familia encantada, ¿verdad? Pero no era del tipo de

prescolar donde los niños aprenden a pintar, y los maestros usan tinta

especial. Creo que la Venus de Milo en el brazo de Julie se ve increíble.

Nonna estaba convencida de que la tinta de los tatuajes se mete

demasiado profundo en la piel, así como que el mercurio en la tinta causa

un daño cerebral. Quizás ella no sabe que Leo tiene una boca tatuada en su

nalga derecha. Ahora, quizás Leo no es el mejor argumento contra el daño

cerebral por los tatuajes, pero que el cielo los ayude cuando Nonna sepa su

secreto.

Estaba dándole mal de ojo a la banda llena de tatuajes. En realidad,

son los amigos de Julie; El bajista trabaja con ella, enseñando a niños

pequeños como hacer ruido. Hasta ahora, no le había prestado mucha

atención. Sabían quien era Sinatra y Dino, y con humor decidieron tocar la

versión rock de The Chicken.

Nonna y yo nos quedamos sentadas por unos minutos. Deseé que

Sandie y Frankie estuvieran aquí, pero ella estaba en Londres, y Frankie se

rehúsa a ir a alguna boda.

—Pobres enfermos que no saben que firman su muerte por contrato —

dijo—. No hay dudas en que el porcentaje de divorcios es del 50%.

No me hubiera importado tener a Alex cerca, pero al menos pensaba

en él, lo cual era mejor. Dijo que llamaría. Y aunque fue un cliché, una

mentira conveniente, tenía dos semanas hasta que regresáramos a la

escuela. Quizás podría resolver esto para entonces.

Salté cuando la banda comenzó la siguiente canción. Era rápida, fiera

y bastante pegadiza. No era Sinatra. El cantante brincaba detrás de su

micrófono. Luego, el tipo del teclado tuvo un solo rápido. Presté atención, no

por lo que cantaba, pero fue porque conocía esa voz. Él estaba dándome la

espalda y se encontraba parcialmente oculto por una de las luces que

Sienna insistió que era totalmente requerido para las bodas en estos días.

Pero conocía esa voz.

Dejé a Nonna con mi prima Alyssa y caminé al otro lado del salón. Eso

tomó un tiempo. Muchas personas querían admirar mi vestido o pellizcar mi

mejilla. Para cuando vi claramente el rostro del chico, la canción había

terminado. —Gracias, regresamos en diez minutos —Informó la voz del

cantante a la multitud. Uno de los amigos de Leo se detuvo con el DJ. Pasé

después del tecladista.

Lo encontré afuera, fumando detrás de la limo. —Daniel.

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Levantó la mirada. —Ella, me pregunté si me pillarías —Me ofreció un

cigarro. Le di una mirada molestan; él sonrió.

—¿Está es tu banda? —pregunté. Analizándolo bien, ninguno de ellos

parecía como si se llamara Ax.

—Nop, pero voy a la escuela con la hermana del cantante. A un

integrante le cayó mal la cena de navidad de ayer. Toqué con ellos

anteriormente.

—¿Bodas? —Esto definitivamente no era lo esperado.

—Normalmente en clubs, pero lo último fue una fiesta judía. Los

músicos tienen que comer, también —agregó, un poco molesto.

—Lo siento —Quería alejarme del humo, pero imaginé que eso lo

insultaría—. Pensé que tocabas la guitarra.

—Guitarra, piano un poco de violín, pero te mataré si se lo cuentas a

alguien.

Ese era un secreto de Daniel. Obviamente —el violín era un punto

importante— no lo conocía del todo bien, pero parecían aguantar la

situación un poco mejor que Frankie. —Tu secreto esta a salvo conmigo.

Se encogió de hombro, diciéndome que no le importaba realmente.

Luego dijo—: Lindo vestido.

—¿Desde cuando comencé a gustarte un poco…?

Él puso su expresión seria. Pude ver porque eso usualmente

funcionaba. —Me gustas, Ella. ¿Quieres hacer algo cuando esto termine?

—Tentador —dije—. No, quise decir eso. Pero no, gracias. No soy

buena compañía estos días.

—Estás bien —dijo en voz baja, dejando salir el humo—. Estarás bien.

—Sí —me estremecí. Era frío afuera—. Debería entrar.

—Deberías —El frío no parecía importarle en lo más mínimo, ni siquiera

usaba una chaqueta sobre su camisa de vestir blanca.

Me di la vuelta para irme. —Oh, creo que ya sé la respuesta, por si

acaso.

—¿La respuesta a qué?

—La pregunta. La pregunta que deberías preguntarte antes de

involucrarte con alguien. No era “¿Podrá él o ella hacerte feliz?” se trata de

“¿Sacaré lo mejor de mí, estando con él?

—Era “Algo en él o ella” —corrigió Daniel, claramente molesto, luego

agregó—: Nop. De ninguna manera. No fui yo quien te preguntó eso, Marino.

Yo nunca sería tan Emo.

—Claro que no. Pero eres un chico listo. —Me despedí con la mano—.

Abraza a Frankie de mi parte.

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—Lo haré. Oye, ¿Alguna petición para la banda?

—Don’t Stop Believin —grité de regreso. Él rodó sus ojos—. Tengo

curiosidad, en el último coro de la canción, dice en serio las palabras: ¿“I cut

my chest wide open”?129

—Sip. Seguido por, “They come and watch us bleed. Is it art like I was

hoping now?” Avett Brothers. Es demasiado asqueroso para ti.

—No tienes ni idea —Le dije. Ni un poco.

Me perdí cuando cortaron el pastel. Regresé cuando todos tenían sus

platos vacíos y Sienna se frotaba sus cejas. Nunca fue mi parte favorita de la

noche, cuando la novia y el novio se embarran de pastel el uno al otro su

cara. Estoy con Frankie; puede ser un inició extraño.

Me serví un trozo sin la cubierta morada y encontré un asiento en la

orilla de la multitud. La tía Jo estaba dormitando en su silla. La banda no

había regresado todavía. Celine Dion se escuchaba en el fondo. Me senté y

puse toda mi atención en mi pastel.

—¿Quieres bailar conmigo?

Sabía que tenía algo de pastel en mi nariz.

Alex se inclinó y lo limpió con su pulgar. —¿Y bien?

Sólo pude tartamudear. Tenía la boca llena, también. Me levanté,

tragué, y acepté la servilleta que me ofrecía. —Estás aquí.

—Estoy aquí —concordó como si fuera lo más común que decir—. Me

colé a la boda de tu hermana, espero que a ella no le importe.

—No le importa.

Vestía de traje. Uno traje de verdad, con una corbata y saco. —

Supongo que no es rentado.

Sonrió un poco. —No, es mío. Lindo vestido.

Bajé la mirada al ajustado vestido morado que mi hermana escogió. Al

menos tenía el cuello estilo mandarín y mangas.

—Es estilo oriental —había anunciado ella orgullosamente—. Parece un

estilo de Berenjena —fue lo que Frankie dijo. Mi vestido oriental no era

parecido al vestido sin strapless de mi prima Vanesa. Ella si parecía una

berenjena.

—Te ves hermosa —dijo Alex, pero la esquina de su voz estaba

curvada.

—Bueno, tú te ves… como… —suspiré—. De acuerdo, te ves muy, muy

bien. —Luego dije otra vez—: Estás aquí.

—Estoy aquí.

129

Slight Figure of Speech - The Avett Brothers, "Corté mi pecho dejandolo abierto, vienen y

nos observan sangrar, ¿Es este el arte que yo esperaba?"

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—¿Por qué?

—Te extrañe —dijo simplemente.

—Sólo han sido cuatro días.

—Cuatro muy, muy largos días. Pero tu correo ayudo —Alargó su brazo

hacia mi mano—. Ahora, ¿Bailaremos o no?

Lo hicimos, y no fue tan complicado como pensé que sería. Estuve

siguiendo el ritmo que él marcaba, y encajamos bastante bien. La canción

terminó muy pronto.

—Entonces… —dijo Alex.

—Entonces.

—Podemos quedarnos si quieres… o hacer lo que tu quieras. Pero

tengo otra sugerencia. Vayamos a ver el amanecer.

Me pareció una buena idea. Excepto… —Son apenas las diez. Y hace

frío afuera.

—Confía en mí. —dijo.

—De acuerdo.

Fui a decírselo a mi papá. Estaba sentado solo en la mesa principal,

recostado en su silla, con algunos botones de su camisa desabrochados y

estoy bastante segura de que su corbata pronto desaparecería. Había una

copa con líquido ámbar en frente de él. Papá bebía whisky únicamente en

bodas y funerales. El resto del tiempo, era estrictamente un hombre de una

cerveza. Parecía feliz y un poco mareado.

—Papá, me voy.

—¿Sí? ¿Tienes otra fiesta?

—Algo así. Llegaré a casa algo tarde, ¿vale? Buscaremos un lugar

para ver el amanecer.

Ni siquiera parpadeó. —¿Tienes tu teléfono?

—Aquí esta —Lo saqué del pequeño bolso morado que Sienna dio a

las damas de honor como regalo. Aparentemente, la hermana de Tommy

conocía a alguien quien salía con alguien de Kate Spade.

—Bueno. Necesitaras dinero —Sacó su billetera. Me ofreció cuarenta

dólares—. Es suficiente.

—Es suficiente, gracias papá.

—Ella —Sostuvo en mi mano, y me jaló para un beso con esencia a

whisky en mi frente—. Diviértete. Sé cuidadosa. No esperaré despierto.

Probablemente no lo haría, por primera vez.

Mientras íbamos caminando al estacionamiento, Alex me tendió su

chaqueta. No era mucho más cálido dentro del auto. —Dale unos minutos,

—dijo, jugando con las ventanillas.

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Nos alejamos del |hotel. —¿Cómo me encontraste? —pregunté.

—Fácil. Busqué en el directorio del colegio y llamé a Frankie Hobbes

esta mañana.

—¿Tú qué?

—Él estuvo bien, solo me llamó “idiota” dos veces.

Hice una mueca. —Lo siento.

—No te preocupes. Lo merecía desde su punto de vista. —Se encogió

de hombros—. Mejorará. Para el verano, solo me llamará una vez de forma

negativa.

Me di cuenta que no nos dirigíamos a la ciudad, sino más dentro en

Nueva Jersey. —¿A dónde vamos?

—Al este. A donde amanece el sol.

—¿En serio?

Aceleró, no muy fuerte, y en realidad comencé a sentir un poco de

aire tibio.

—Has estado en Long Beach Island, ¿cierto? Me lo dijiste en un e-mail.

—Sí, la ciudad del Surf.

—Tenemos una casa en Barnegat Light. Pensé en ir ahí. Tomaremos el

desayuno en algún sitio y regresaremos. ¿Te parece bien eso?

La playa. A finales de diciembre. En la noche. —Estoy completamente

bien con eso.

—Entonces… —dijo.

—Entonces…

—¿Estamos bien?

—Eso creo —respondí—. Espero que estemos mucho mejor que eso.

—Sí, igual yo.

Esto es lo que sucede con el camino hacia la isla. La mayoría de él es

una larga línea recta, por medio de los Pinos Barrens. Alex no tuvo que

cambiar mucho los engranajes. La cosa con los asientos de un solo cojín es

que también hay un cinturón de seguridad en el medio. Me quedé la

mayoría del viaje pegada a su lado, con su brazo rodeando mis hombros.

LBI es un lugar totalmente distinto en el invierno. Casi no hay autos, y

son muy pocas las luces en las ventanas de las casas. Reconocí algunos

lugares al que habíamos ido: el pequeño mercado, el sitio de pizzas y el

campo de golf miniatura, todos cerrados por la temporada. Alex señaló al

Restaurante de Scojo. —Abren temprano. Podemos tomar allí el desayuno.

Seguimos conduciendo. El distrito de la renta más alta, pensé. Las

casas eran más grandes, con solo pocas en las cuadras. Cuando parecía

que casi estábamos fuera de la isla, Alex giró a una pequeña calle. Condujo

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hasta el final y se detuve en la entrada. Se inclinó hacia atrás, tomó lo que

parecía ser su mochila, y luego salió del auto.

Solo una luz alumbraba el porche. Había esperado algo enorme,

moderno con muchísimos ventanales de vidrio y paredes color pálido. En vez

de eso, caminamos por un camino de piedra hacia un techo de tejas

verdes, oxidadas. No era exactamente una casa pequeña; vi un segundo

piso y un desván, pero era rara y genial. Las tablas de madera en la entrada

chillaban cuando caminábamos sobre ellas.

—No me hubiera esperado esto —le dije a Alex. Él se había detenido a

encender el termostato. Pude escuchar el boom del horno encendiéndose.

—Fue construida en 1890 por el capitán de un braco. Mis abuelos la

compraron cuando papá era un niño. Mamá la odia. Sigue suplicándole a

papá que la destruya y construya algo nuevo.

Dirigió el camino hacia una gran sala de estar. Podía oler cedro y

cuero, y solo un ligero olor a humedad. —No lo hará, ¿verdad?

—Nunca. —Encendió una lámpara de vidrio de plomo que parecía tan

vieja como la casa—. No sé tú, pero tengo que quitarme este traje.

Me levanté, en medio del salón con mi vestido morado, zapatos

estúpidos y su chaqueta, y me congelé.

—Vamos —tendió su mano. Esperé un largo rato. Luego la tomé. Éste

era Alex. Confiaba en él.

Conté seis puertas en el segundo piso, todas abiertas hacia

habitaciones oscuras. Alex señaló una. —La mía. —luego me dio un pequeño

empujoncito hacia otra—. Mamá mantiene un montón de cosas en el closet

para los invitados. Elige lo que quieras.

Encendió la luz, iluminando una moderna cama con una vieja manta

con diseños, y algunas piezas de inmueble que no coincidían, pero aun así

eran hermosas. Cuando me giré, él ya se encontraba caminando por el

pasillo, silbando. Así que me dirigí al closet.

Un “montón de cosas” resultaron ser franelas, shorts, sandalias,

sudaderas, e incluso una pequeña pila de suéteres de cachemira. Estudié

uno con atención. No tenía ni un hueco hecho por polillas. Simplemente

era… uno de más. Iba a usarlo, no cabía duda.

—Vuelve abajo cuando estés lista —llamó Alex luego de un minuto.

Miré mi reflejo en el espejo de cuerpo completo. Los suéteres eran una

talla demasiado grande, la camisa (Pez azul de Menemsha, leí contenta la

parte delantera) más que eso. Pero el suéter se sentía como el paraíso, y

estaba cómoda.

Encontré a Alex agachado frente a la chimenea de piedra, jugando

con palos y cerillas.

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Miró alrededor y sonrió. —Excelente. —Por la parte trasera de su suéter,

se podía leer Menemsha Blues—. Ahora hagamos algo de fuego. —Golpeó

su pecho al estilo cavernícola y encendió lo que parecía un soplete

miniatura—. Oye. Harrison va a dar una fiesta de Año Nuevo. ¿Ya tienes

planes?

—Nop —dije, sintiéndome un poco emocionada por la pregunta. Me

preguntaba si Sienna no había dejado nada interesante en su closet.

—Bien.

Caminé hacia la puerta de vidrio que parecía nueva. Afuera todo se

veía oscuro. Alex alcanzó la perilla frente a mí. —Solo por un segundo —dijo.

Caminamos hacia el final del suelo chirriante. Él se quedo de pie con

su pecho pegado a mi espalda, y sus brazos a mí alrededor. Era lo

suficientemente frío para que mi nariz doliese, y mis pies se encontraban

congelados, pero quería quedarme justo aquí donde me encontraba, por un

largo rato, respirando el olor del océano. —Ahí está el faro —señaló. Podía

ver una alta sombra. Luego la luz en la cima brilló—. En el día, puedes ver

hacia el agua.

—Es increíble.

—Regresaremos. Cuando quieras.

Me gustaba como sonaba eso.

De vuelta adentro, su fuego comenzaba a chirriar. —De acuerdo. —

Frotó sus manos—. Acción. —En dos minutos, ya había apilado cojines y un

par de mantas de los sofás, y había hecho como una especie de nido frente

al fuego. Luego tomó su mochila—. Aperitivos.

Casi esperaba ver una botella de vino o algo parecido. En vez de eso,

sacó un termo. Seguido de una bolsa de mashmallows, una caja de galletas

dulces, y, por supuesto, suficientes barras de chocolate para alimentar a un

ejercito pequeño.

—¡S’mores!130—dije felizmente.

—Y cocoa. Siéntate. —Esperó a que estuviera en medio del nido, luego

desapareció por una puerta. Escuché algunos chasquidos y sonajas. Cuando

regresó, traía consigo una bandeja con tazas, servilletas, y pinchos con tres

puntas de verdad.

—Estas bromeando, —me burlé cuando me tendió uno—. ¿En serio

tienes implementos para hacer s’mores?

—Rostízalos, luego te ríes.

Al final no me reí. Tampoco conversamos por un rato. Luego de la

cena en la boda, solo pude comer tres s’mores. Alex comió ocho. También

130

Es un postre hecho en una fogata noctura tradicional de Estados Unidos y Canadá, que

consiste en un malvavisco tostado y una capa de chocolate entre dos trozos de galleta

Graham.

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se tomaba muy en serio sus malvaviscos, girándolos y examinándolos hasta

que estuvieran perfectos, parejamente marrones. Yo solo esperaba que se

encendieran en el fuego y asumía que estaban listos.

Finalmente, llenos y felices por todo el azúcar, colapsé contra las

almohadas. Esperé que Alex se uniera a mí. En lugar de eso, apartó lo que

quedó hacia un lado, limpió cuidadosamente sus manos, y regresó a buscar

en su bolso.

—Tengo algo que mostrarte.

Se lanzó a mi lado y me tendió un bloc de dibujos. Lo abrí.

Y vi la sirena. Estaba dibujada en tinta de colores, detallada

exquisitamente; cada escama tenía un pequeño dibujo en ella: una

pirámide, un cohete, un pavo real, una oveja. Su torso tenía un patrón en

rojo, como un tatuaje o un coral. Tenía una fina hebra de alga alrededor de

su cuello, con una estrella sosteniéndola en el medio y su cabello era un

manojo de sueltos rizos negros. Tenía mi rostro.

Giré la página. Y otra y luego otra. Había una criatura de lucha que

era mitad humana, mitad octópodo. Explorando una cueva y montando un

tiburón. Riéndose y acariciando una manta raya que se encontraba en sus

piernas.

—La llamo Cora Lia por el momento, —me dijo Alex—. Pensé en

Corella, pero sonaba como una vajilla barata.

—Es… increíble.

—Es una fiera. Peleando con el malo Rey Dragón del Mar y sus

subordinados.

Tracé el tatuaje rojo en su pecho. —Esto es hermoso.

Alex entendió el brazo hasta mi suéter, jaló el cuello suelto de la

camisa fuera de mi hombro. No lo detuve. —A mí se me parece a un coral.

Me tocó, luego, la yema de su pulgar trazó las líneas de la cicatriz. Se

sintió extraño, en parte por la diferencia del tejido, pero más porque en los

últimos años, las únicas manos que me habían tocado allí habían sido las

mías.

Aparté el bloc cuidadosamente. —Supongo que no veo lo que ves tú.

—Es una lástima, porque yo te veo perfectamente.

Me acurruqué en él. —Tal vez tú eres exactamente lo que necesito.

—¿No hay ninguna duda? —Escondió su rostro en mi cuello. No lo

detuve—. Entonces…

—¿Entonces?

—Mataremos un par de horas, veremos el amanecer, comeremos

panqueques, y tú conducirás a casa.

—¿Qué?

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Lo sentí sonreír contra mi piel. —Logré que nadaras con tiburones. Lo

que sigue en la Lista para Conquistar tus Miedos es conducir un auto

sincrónico. ¿Cierto?

—Una cosa a la vez —dije. Luego—: Oh. Haz eso otra vez.

En otra historia, la intrépida heroína habría salido corriendo a surfear,

sin importarle la hipotermia. Ella habría conducido el Mustang a casa, habría

hecho una cita para cortarse el cabello, habría contado chistes en un show,

y habría bailado en el observatorio del edificio del Empire State.

Pero ésta era yo, y yo me movía a mi propio ritmo.

Verdad: Mi historia comenzó hace cien años. Todavía hay tiempo.

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Fin

Traducido por Annabelle

Corregido por Melii

De: [email protected]

Para: [email protected]

Fecha: 19 de Diciembre, 6:54 p.m.

Asunto: Tres Cosas

1. Verdad: Le tengo pavor a un número de cosas embarazosas,

incluyendo las Norias de los parques de diversiones, los clavos oxidados, estar

sola, y estar con alguien.

2. Verdad: Estoy trabajando en ello.

3. Reto: Dame una oportunidad, Alex Bainbridge. Qu’ieu sui precieuse,

Ieu lo sai131.

131 Siempre será precioso, aunque sea una oscura moneda.

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