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1 Título de la ponencia: Militarización y “soft power” en la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina: ¿continuidades de guerra fría? Eje temático: Nº 1 “Consecuencias de la crisis mundial”. Ultimo punto: La nueva geopolítica mundial: Poder económico y militar. Imperialismo, disputas hegemónicas y países periféricos. Autora: Silvina M. Romano 1 Palabras Clave: Estados Unidos, América Latina, Seguridad, Iniciativa Mérida, Plan Colombia. Sería conveniente contar con cañón para presentar la ponencia. 1 Doctora en Ciencia Política por el Centro de Estudios Avanzados y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Lic. en Historia y Lic. en Comunicación Social por la UNC. Actualmente, Becaria Posdoctoral del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC)-Coordinación de Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Piso 8, Torre II de Humanidades, Ciudad Universitaria, México 04510 D.F. Tel: (52) 55 56 23 02 11 al 13. Mail: [email protected]

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Título de la ponencia: Militarización y “soft power” en la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina: ¿continuidades de guerra fría?

Eje temático: Nº 1 “Consecuencias de la crisis mundial”. Ultimo punto: La nueva geopolítica mundial: Poder económico y militar. Imperialismo, disputas hegemónicas y países periféricos.

Autora: Silvina M. Romano1

Palabras Clave: Estados Unidos, América Latina, Seguridad, Iniciativa Mérida, Plan Colombia.

Sería conveniente contar con cañón para presentar la ponencia.

1 Doctora en Ciencia Política por el Centro de Estudios Avanzados y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Lic. en Historia y Lic. en Comunicación Social por la UNC. Actualmente, Becaria Posdoctoral del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC)-Coordinación de Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Piso 8, Torre II de Humanidades, Ciudad Universitaria, México 04510 D.F. Tel: (52) 55 56 23 02 11 al 13. Mail: [email protected]

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Desde inicios de la guerra fría, dos de los componentes de la política exterior de Estados

Unidos (EUA) hacia América Latina (AL) han sido la asistencia militar y la asistencia para el

desarrollo. La primera, fue sistematizada a partir de los Programas de Asistencia Militar (1951)

y la Ley para la Seguridad Mutua; la segunda fue planteada por el programa del Punto IV de la

Administración Truman (1949) y sistematizada con posterioridad a la Revolución Cubana en la

Ley Extranjera para la Asistencia Extranjera (FAA, 1961), la creación de la Agencia

Internacional para el Desarrollo (hoy USAID) y la Alianza para el Progreso. Es precisamente

esta última la que encarnó en gran medida lo que hoy se ha definido como “soft power” (poder

blando)2.

Partiendo de tales antecedentes y considerando las relaciones entre EUA y AL luego de la

desarticulación de la Unión Soviética, se entiende que tanto el Plan Colombia (PC, 1998), la

Iniciativa Mérida (IM, 2008) como la Iniciativa Regional de Seguridad para América Central

(CARSI), resultan fundamentales en materia de asistencia militar y para el desarrollo en el

contexto de “guerra contra el narcotráfico”. Estos programas, y sobre todo la IM y el CARSI se

articulan con la política de las “Tres D” (defensa, diplomacia y desarrollo), pilar de la política

exterior de Obama que apunta hacia un aumento del soft power, buscando diferenciarse de

estrategias utilizadas por gobiernos anteriores (sobre todo el de George W. Bush) pero que en la

práctica ha mostrado inquietantes continuidades en un contexto de incremento de la

militarización y de exacerbación de los conflictos por el acceso a recursos estratégicos para el

capital y para los pueblos.

El soft power y la asistencia “para el desarrollo”

Uno de los componentes esenciales de la guerra fría fue el Plan Marshall para la

reconstrucción de Europa, proceso que dejó en evidencia que para EUA la asistencia era una

manera de expandir las inversiones y el mercado estadounidenses (Barnet, 1974). Objetivos

similares se proyectaron con el Punto IV de Truman, programa de asistencia destinado a los

países “subdesarrollados”: “Se espera que las áreas subdesarrolladas de Asia, África y AL

2 El “poder blando” implica el ejercicio del poder “por consenso” en lugar de la fuerza o la presión económica (que en general se asocian al hard power). El “creador” del concepto es Joseph Nye, Subsecretario de Defensa del gobierno de Bill Clinton, quien lo define como “la habilidad para atraer a otros (actores) por la legitimidad de las políticas estadounidenses y los valores que la guían” (Nye, 2004).

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atraigan capital privado estadounidense. Los gobiernos deberán ocuparse del tendido de

ferrocarriles y rutas, deberá haber inversiones previas a la producción de materias primas,

recursos minerales y manufactureras” (Boletín Departamento de Estado EUA, 1949: 376).

A esto se sumaba la necesidad de EUA de colocar exportaciones de producción primaria

excedente y manufacturas, impulsando inversiones y generando nuevos consumidores. Esto se

concretó por medio de instituciones y leyes orientadas a este fin, como el Banco de

Importaciones y Exportaciones (ExImBank) y la entrada en vigencia de la Ley 480 (Public

Law 480). La preocupación residía en el hecho de que en los países subdesarrollados “cada

una de las personas compra 70 centavos de dólar de las exportaciones anuales de EUA,

comparado con 5.8 dólares de compras por persona en áreas desarrolladas” (Departamento de

Estado EUA, Facts About Point IV, 1952). Estos “esfuerzos” de asistencia para el desarrollo

fueron sistematizados en la Ley para el Desarrollo Internacional o Programa del Punto IV

durante la gestión de Truman.

Es interesante leer desde estos intereses la necesidad de garantizar una cierta

“estabilidad” en los países destinatarios de la “ayuda”, la “asistencia técnica para el

desarrollo”, las inversiones, etc., pues de modo paralelo al Punto IV y de la Ley 480 se

propusieron diversos programas y leyes para fomentar la ayuda militar. La ley de Seguridad

Mutua se operacionalizó en buena medida mediante los Programas de Asistencia Militar

(PAM), que debían implementarse para asegurar el suministro de materiales estratégicos y

para contribuir a mantener la estabilidad y la seguridad internas [de los países receptores] de

manera que garantizaran la producción y el acceso a estos materiales (USDS, FR Policy

Regarding Hemisphere Defense 1949-1950. Foreign Rel. Vol I., 633, 636).

La “complementariedad” entre asistencia económica y militar, en la política hacia AL,

tuvo como resultado una canalización de los recursos de asistencia para gastos militares. Si se

tienen en cuenta los programas de EUA en Cooperación Técnica y Actividades Relacionadas

para el período1950-1960, el total asignado fue de aproximadamente 267.8 millones de dólares

(Mecham, 1961:368). En cuanto a la Asistencia militar y ventas militares de EUA a países de

AL, para el período de 1953 a 1965, estas alcanzaron un total aproximado de 1.164 millones de

dólares (Veneroni, 1971: 186). Incluso si se toman como referencia solamente los Programas

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de Asistencia Militar para AL entre 1950 y 1963, la suma es de 374.7 millones de dólares (Ibid,

187).

Pero con el triunfo de la revolución cubana, el gobierno de Eisenhower se vio obligado

a dar un “giro”, otorgando mayor atención a los problemas económico-sociales, y que operó

como antesala del primer programa sistemático de asistencia para el desarrollo, la Alianza para

el Progreso (AP) del gobierno de John F. Kennedy. Este programa se enmarcó en una serie de

cambios institucionales destinados a unificar los planes y proyectos de asistencia para el

desarrollo y asistencia técnica, bajo la entrada en vigencia de la Foreign Assistance Act (FAA)

de 1961. Esta ley constituyó el cuerpo normativo por medio del cual se creó la Agencia para el

Desarrollo Internacional (AID, hoy USAID), que tuvo como uno de sus principales objetivos el

de separar la asistencia económica de la asistencia militar.

Sin embargo, el funcionamiento y los programas de la AID en el marco de la AP dieron

cuenta de que esta meta no sería buscada en los hechos. Esto es así porque la asistencia “para el

desarrollo” era parte de los lineamientos del gobierno estadounidense para expandir sus

intereses en la región, y por ello estaba íntimamente vinculada a la asistencia militar. Según

documentos desclasificados, la AID se encargó del entrenamiento de las policías de las grandes

ciudades de AL y de otras cuestiones vinculadas a garantizar la seguridad interna: “La AID, el

Departamento de Defensa y la CIA deben diseñar un programa conjunto, definiendo las armas,

tácticas y fuerzas que deben recomendarse para el control de revueltas violentas, así como los

medios para asegurar los stocks adecuados de equipos con la finalidad de controlar la

insurgencia y hallar la forma de proveer las armas apropiadas para la policía (…) La AID,

además de prestar asistencia a la policía debe coordinar con el Departamento de Defensa

programas de acción cívica que contribuyan a la seguridad interna” (USDS, FR, 1961-1963,

Vol XII, Doc. 90).

La AP, esbozó a nivel de discurso oficial uno de los programas más “queridos” y mejor

recibidos por América Latina, pues se trataba del impulso al desarrollo y la democracia, tal

como puede leerse en el discurso inaugural de la AP (marzo 1961) o en la Carta Para los

Pueblos de América, firmada en 1961 junto con la ratificación de la ALALC en Punta del Este.

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En ese mismo evento el Ernesto (Che3) Guevara aclaró que la asistencia propuesta por la AP

era una forma más de consolidar la dependencia, al contrario de lo que planteaba el discurso

oficial estadounidense. En la práctica, la AP articuló la asistencia para el desarrollo (el soft

power) con la doctrina de seguridad nacional, al tiempo en que aumentaba la inversión

estadounidense por medio de la expansión de sus transnacionales en la región (Romano, 2011).

Luego del evidente fracaso de ese programa para AL4 y los costos para el gobierno

estadounidense (pues quedó en evidencia que había utilizado la ayuda como herramienta de

presión y extorsión, además de que se comprobó que la ayuda militar había superado la ayuda

para el desarrollo), se decidió promover la multilateralización y despolitización de la asistencia

(Martins, 1973). Para mediados de los ’70, en un contexto de creciente endeudamiento y

paulatina penetración del ideario y las políticas neoliberales, los organismos de préstamo

multilaterales, las Instituciones Financieras Internacionales, fueron adquirieron un rol cada vez

más importante en AL, consagrándose a partir de los ‘90.

Asistencia y securitización a partir de los ‘90

Con la desarticulación de la Unión Soviética se forjaron nuevos discursos que

auguraban “el fin de la historia”, el triunfo de la libertad y la democracia, y el liderazgo

indiscutido del “ganador” de la guerra fría, EUA. En el caso de AL, ya se empezaban a

configurar o reforzar nuevos enemigos internos que había que combatir. Así, al mismo tiempo

en que se daba la transición a las democracias liberales, la consagración del neoliberalismo y la

firma de Acuerdos de Paz en Centroamérica, comenzaba la guerra contra el narcotráfico y se

definían las nuevas amenazas (pobreza, migración, desastres naturales, etc), entendidas como

fuentes de “inestabilidad”. La (peligrosa) securitización de todos estos factores se exacerbó con

la “guerra contra el terrorismo global” impulsada por le gobierno de George W. Bush luego del

11/S, con implicancias tan amplias como el alcance del concepto de guerra global. A nivel

regional, esto fue ratificado por la Declaración sobre la Seguridad de las Américas, OEA

(2003).

3 Discurso completo: http://es.wikisource.org/wiki/Discurso_en_Punta_del_Este,_Uruguay,_8_de_agosto_de_1961 4 Para EEUU no fue un fracaso, debido a que sí contribuyó a lograr el objetivo de evitar “otra Cuba”.

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Las relaciones de EUA con AL, mostraban por un lado el acercamiento en cuanto a

políticas de seguridad (particularmente la zona Andina), pero por otro lado, un rechazo al

programa económico de integración continental, el ALCA. Asimismo, el comienzo del nuevo

siglo trajo consigo cambios fundamentales al llegar al gobierno sectores y grupos que proponen

proyectos de Estado-nación orientados al beneficio de las mayorías históricamente postergadas

(siendo paradigmáticas las experiencias de Venezuela y Bolivia). Esto ha implicado un mayor

protagonismo del Estado en los lineamientos políticos, económicos y sociales, para la

redistribución de ingresos, nacionalización/estatización de recursos, impulso de nuevas cartas

constitucionales, promoción de la inclusión cultural, sobre todo de los sectores indígenas y

campesinos.

Esto llevó a importantes tensiones entre el gobierno de George W. Bush con estos

gobiernos, especialmente con el de Hugo Chávez luego del intento fallido de golpe de Estado

en 2002 (que contó con el apoyo de EUA). Con la asunción de Obama se pensó que tales

tensiones se disiparían, ya que el mandatario estadounidense proponía una política de soft

power5, que buscaba más que nada aceitar las relaciones diplomáticas y limar asperezas, una

“Nueva Alianza para las Américas” (Romano, 2011). Esto se enmarca en la política de las Tres

D, y en la insistencia de una mayor apuesta a los lineamientos de asistencia para el desarrollo.

De hecho, es durante su presidencia cuando se impulsa con mayor énfasis la “reestructuración”

de las políticas de asistencia, a fin de devolver a la USAID su rol de institución privilegiada en

materia de ayuda para el desarrollo (Birdsall, 2009; Radelet, 2009). Sin embargo, esta

herramienta de soft power no implica renunciar a la hegemonía estadounidense, sino que se

trata de reorientarla hacia una mayor coordinación entre asistencia, inversión y defensa. En

síntesis, lo que ha venido haciendo históricamente el gobierno estadounidense en los momentos

de no intervención directa y que adquirió su mayor expresión durante el gobierno de Kennedy.

Lo importante es garantizar la seguridad nacional y los intereses estadounidenses.

Precisamente, en una declaración frente el Congreso estadounidense realizada por Mark

Feierstein (Administrador auxiliar para la política de EUA hacia AL y El Caribe) se dejó en

5 Con la llegada de Obama, se crearon importantes expectativas en la preeminencia del soft power en lugar del hard power impulsado por George w. Bush (Álvarez y Fuentes, 2009: 88)

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claro que el trabajo de la USAID no es la caridad: “cuando ayudamos a la estabilización y

crecimiento de otras economías vinculadas a la nuestra, ayudamos a generar mercados para

nuestros productos” (Feierstein, 2011).

Lo mismo sostiene Mark Lopes (Administrador Auxiliar Adjunto de la USAID)

“Cuando ayudamos a los campesinos y a los pequeños comerciantes de Nicaragua, también

desarrollamos mercados para nuestros productos. Porque cuando aquí prosperan los negocios,

pueden comprar a los EUA maquinaria y otros suministros que necesitan (…) Estamos

quebrando el viejo modelo de desarrollo donante-receptor, porque nos centramos en la

asociación (partnership) que promueve prosperidad y oportunidades para todos” (Lopes, 2011).

Tal como se planteaba desde programas de ayuda tan tempranos como el Punto IV, el

sector privado sigue siendo crucial para que funcione la asistencia, y el objetivo final es

expandir la economía estadounidense: “al trabajar en conjunto con empresas, no solo

aumentamos los recursos, creamos empresas duraderas que promueven dividendos de

desarrollo a largo plazo (Feierstein, 2011). Por ejemplo, según este funcionario, de un fondo de

incentivo creado en conjunto por la USAID y la Fundación Gates, la empresa de

comunicaciones Digicel introdujo el servicio de banca móvil que permitirá a los haitianos

acceder a servicios financieros desde sus celulares (Ibid.). Aquí, la pregunta es si puede

considerarse el servicio de banca móvil como un indicador de desarrollo en el país más pobre

de AL, por cierto, país paradigmático en la articulación de asistencia militar y económica para

la “estabilización”6. Pero, más allá de la discutible definición de desarrollo que descansa tras la

idea de asistencia (y que bien expuso Ernesto Guevara en 1961), vale la pena detenerse en las

cifras, que dejan al descubierto la superficialidad de los discursos de “paz y desarrollo”. La

mayor parte de los recursos siguen destinándose a cuestiones de seguridad (en su mayoría

vinculados a gastos militares), como puede observarse en la tabla nº1.

6 El caso de Haití incluye todos los ingredientes de la estrategia imperialista estadounidense “post-guerra fría”: intervención “humanitaria”, presencia de militares estadounidenses y el control de la economía y la política del país (Chomsky, 2006: 153-155).

Tabla 1

Montos totales de Ayuda militar y ayuda económica de Estados Unidos para América

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Para el presupuesto del año fiscal 2012 se pedía para AL y El Caribe otorgar “prioridad” a los

programas de “seguridad ciudadana” (Valenzuela, 2011). De esa asignación solicitada, la

mayor parte se destinará a “México y América Central, donde el tráfico de narcóticos y el

crimen transnacional son una amenaza para la seguridad ciudadana, marco en el cual se

aumentará el presupuesto de la Iniciativa Mérida” (Ibid.).

Plan Colombia, Iniciativa Mérida y CARSI: ¿qué tienen de “soft”?

El “apoyo” de EUA a la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado se ha centrado en

la detección, monitoreo, apoyo de infraestructura, inteligencia y operatividad, así como en el

emplazamiento del ejército, a lo que se suma el entrenamiento de tropas y fuerzas especiales

(Seelke et al, 2010). Así, esta nueva guerra ha implicado una expansión de las actividades

militares en AL, plasmada en el Plan Colombia (PC), la Iniciativa Mérida (IM) y el CARSI. Es

importante señalar que estos acuerdos de seguridad se articulan a la vez con TLCs y acuerdos

de preferencias comerciales, que contribuyen a garantizar los intereses del sector privado y del

gobierno de EUA y de sus socios menores locales, y nos recuerdan que la “seguridad” no puede

desvincularse de lo económico.

El PC tuvo desde sus inicios como uno de sus principales objetivos la “transformación” y

“modernización” de las fuerzas armadas y policíacas para combatir la guerra interna (con las

FARC y el ELN), a fin de lograr un cambio en la correlación de fuerzas con la guerrilla. Se

consolidaron nuevas tareas para el control del territorio colombiano, y para lograr una mayor

proyección hacia los países vecinos, colocando entre 14 y 17 mil hombres en toda la zona

selvática, especialmente en la región fronteriza del sur (Ecuador) y de oriente (Venezuela), bajo

Latina y el Caribe (1996-2012) en dólares

Tipo de Ayuda Colombia México Toda la región

Ayuda militar y policial 6,895,376,034 1,456,661,709 15,296,964,222

Ayuda social y económica 2,226,816,970 1,027,476,000 20,827,166,812

Fuente: elaboración propia con datos de Just the Facts (2011) (Este organismo está constituido por el Center for

International Policy, el Latin American Working Group Education Fund y la Washington Ofice on Latin America (WOLA)

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la modalidad de despliegue rápido; una forma de bajo perfil impulsada por EU que es parte de

lo que el Pentágono denomina como una “nueva arquitectura militar” (Delgado, 2010). La

ubicación no es algo casual, pues se trata de fronteras con países que han experimentado

cambios relevantes en sus gobiernos y proyectos de nación, sobre todo el caso de Venezuela.

En este mapa estratégico, Colombia es pues el país clave en la zona andina. Para la Fuerza

Aérea de EUA, el asunto es claro: “El acceso a Colombia va a reforzar la asociación estratégica

con Estados Unidos. La sólida cooperación en las relaciones de seguridad también abre la

oportunidad para conducir un amplio espectro de operaciones a lo largo de Sudamérica para

mejorar las capacidades antinarcóticos” (Gollinger, 2009, subrayado propio). Precisamente, a

través del PC, EUA presionó para “regionalizar el conflicto” y la guerra contra el narcotráfico,

que llevó a la militarización no solo de Colombia sino de sus vecinos (Bonilla, 2006: 113, 116),

además de contribuir en el aumento de las tensiones a nivel interamericano (Tokatlian, 2006:

243).

A nivel interno, se ha vinculado la militarización y paramilitarización con el aumento de la

violencia y la criminalidad, situaciones denunciadas por diversos organismos de Derechos

Humanos e incluso se hizo presión en el Congreso EUA para obstaculizar el PC y condicionar

la firma del TLC. Nada de eso funcionó, pues a principios de 2012 entró en vigencia el acuerdo

de libre comercio Colombia-EUA y a pesar de que el PC (al igual que la IM) no han sido

autorizadas por el Congreso para ser renovados, seguirán recibiendo presupuesto hasta por lo

menos 2016 (Seelke, 2012).

Desde la perspectiva del gobierno EUA (y sus asesores externos), se conoce que el PC ha sido

criticado por proporcionar demasiado equipo militar, pero se afirma que ha sido un éxito, y por

ello Colombia exporta hacia México y América Central capacitación (para policía y FFAA) en

la guerra contra el narcotráfico (Seelke, 2012)7

7 A modo de ejemplo, el 13 de agosto de 2009, México y Colombia acordaron la cooperación bilateral en la lucha contra el narcotráfico, que incluye el entrenamiento de tropas. Este acuerdo implicaba el entrenamiento de más de 11.000 agentes de la Policía Federal mexicana entre 2009 y 2011, por parte de la Policía Nacional Colombiana. Además, gran parte del entrenamiento lo imparten las fuerzas de elite colombianas denominadas “Jungla”. Para principios de 2011, se había entrenado a 7.000 mexicanos que “adquirieron experiencia para enfrentar secuestros y tumbar grandes organizaciones de narcotráfico; que han experimentado con explosivos, con la supervivencia en la selva, etc.” (Mexico’s Armed Forces, 21 enero 2011).

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Por su parte, la IM, ha recibido mucho menos presupuesto que el PC, a la vez que –

supuestamente- no ha incorporado emplazamiento de militares EUA en territorio mexicano8. El

principal objetivo de este programa es eliminar la “narco-insurgencia” o el crimen organizado

(no está claro qué abarca cada concepto), mediante una mínima cantidad de presupuesto

asignada por EUA, orientada a la “modernización” del personal de seguridad, incluyendo el

entrenamiento y capacitación de la policía y las FFAA locales, además de la provisión de

equipos y armas “necesarios” para esta guerra (venta de escáners, de equipo móvil no intrusivo

de inspección, de monitoreo-espionaje, de telecomunicaciones, de análisis computacional

forense, para la captura de información biométrica, de hardware y software para diversos

sistemas de datos, para la modernización de puestos de control y vigilancia fronterizos,

helicópteros Bell, Black Hawck, aviones Caza, etc. (Congreso EUA, 2008). Como especifica

Glenn, representante de la sección antinarcóticos de EUA en México, “la IM no dona dinero

sino entrenamiento y equipamiento” (Glenn, 2012).

De esta manera, los que pagan el PC y la IM son los Estados (y por lo tanto, los pueblos) de

México y Colombia. En México el incremento porcentual del gasto en seguridad y defensa,

entre el 2000 y el 2008, fue de 125% y en Colombia fue del orden del 340%, lo que muestra

que quizás tales planes tenían y tienen como uno de sus fines inducir tal gasto a cargo del

presupuesto público de cada Estado. Y es que el monto asignado por EUA a dichos programas

se estima en unos 2,791 millones de dólares para el PC (período2002-2008), y para la IM,

desde el 2008 hasta ahora, en unos 1,330 millones de dólares (Seelke, 2010 et al.). Con datos al

2011, algunas fuentes afirman que la “ayuda” de EUA para el PC fue de 5.000 millones de

dólares en equipamiento y capacitación; mientras que para el caso de la IM, EUA se

comprometió con 1.400 millones de dólares (Infodefensa, 31 mayo 2011). Tomando cualquiera

de estas fuentes, la suma de lo aportado por EUA es muy baja comparada con el aumento del

gasto público en el rubro, especialmente en el caso de México, que por cada dólar

estadounidense invirtió 12 dólares. Además, particularmente en el caso de la IM, no se habilitó

dinero, sino que EUA procura “dar en especie”, y todo tiene que ser comprado en EUA (Rojo,

2012).

8 Se dice “supuestamente”, porque de hecho, en México, están operando la DEA, el FBI y la CIA (ver: La Jornada (México) diversos artículos durante el mes de agosto).

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América Central: el eslabón entre Plan Colombia e Iniciativa Mérida

Según el subsecretario estadunidense de Estado para Asuntos sobre Narcóticos Internacionales,

William Brownfield, Centroamérica “es una víctima de su propia geografía” con respecto al

narcotráfico”, por eso “Estados Unidos busca aplicar mediante la Iniciativa Regional de

Seguridad para América Central (CARSI) los ejemplos aplicados del Plan Colombia y la

Iniciativa Mérida con México, tomando en cuenta sus propias realidades” (El Siglo, 15 junio

2012).

Lo que se plantea desde EUA no puede dejarse de lado, no solo por la injerencia histórica que

ha tenido en Centroamérica y el Caribe, sino por el papel que juega el Comando Sur en la

seguridad regional, que en buena medida opera desde Honduras9. Según declaraciones del jefe

de dicho Comando, Douglas Fraser “Aunque no vemos una amenaza militar tradicional que

emane de la región, las naciones de nuestro hemisferio están luchando con una amenaza

asimétrica a la seguridad nacional e internacional: el Crimen Organizado Transnacional (COT)

(…) En muchas partes de nuestro hemisferio -aunque más gravemente en América Central- el

crimen organizado ha evolucionado hasta convertirse en una amenaza volátil y potencialmente

desestabilizadora para la seguridad ciudadana y nacional (Fraser, 2012: 2-3).

Aquí importa señalar que ya ha sido criticada la vaguedad y ambigüedad del concepto crimen

organizado. Asimismo, vale detenerse en la idea de “estabilización-desestabilización”10, que se

utiliza una vez más, a pesar de que, en especial en Centroamérica, la “pacificación” ha llevado

a una criminalización de la protesta, de modo que todo tipo de participación e irrupción en los

espacios públicos aparece como una acción desestabilizadora y que va en contra de la paz y la

democracia.

Siguiendo con la declaración de Fraser, parece que “América Central se ha convertido en la

zona clave de transbordo para el tráfico ilícito, pues pasa por allí casi el 90% de la cocaína

destinada a EUA (…) hay aumentos alarmantes en asesinatos y brutalidad” (Fraser, 2012). Esto

se asocia directamente con el aumento de la criminalidad y la violencia, subestimando otros 9 De hecho, es llamativa la gravitación de dicho Comando a partir del golpe de Estado al presidente Manuel Zelaya en 2009. Asimismo, vale la pena apuntar que en los últimos años, aumentó el negocio del narcotráfico en dicho país de forma precipitada. 10 Ver Delgado Ramos y Romano 2011.

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factores estructurales como la pobreza, la desigualdad y la concentración de riqueza que forman

parte de las relaciones dependientes y desiguales centro-periferia. El asunto es que “La

creciente ola de violencia y tráfico ilícito, junto con los grandes recursos del crimen organizado

transnacional, están desfiando las capacidades de las fuerzas policiales (…) En consecuencia,

estos países ven a sus militares como las únicas entidades capaces de responder a estas

amenazas” (Fraser, 2012: 3). Este párrafo es ampliamente sugerente, pues pone de relieve la

afirmación de que las FFAA pueden verse como una solución a estos conflictos, como

guardianas del orden interno.

Lo anterior es alarmante si se recuerda el rol jugado por las FFAA en los procesos históricos de

AL (particularmente durante la denominada guerra fría). Además, si se atiende a las

atribuciones más básicas de un Estado de Derecho, está claro que “el empleo de las FFAA

supone siempre una situación de excepción y puede ser un problema que se naturalice esta

excepción, es decir, que se “militarice” la inseguridad” (Tibiletti, 2010: 329). Parte de las

consecuencias de la mayor presencia del ejército en las calles, es que se criminaliza lo que

antes eran derechos ciudadanos, cuestión que además adquiere carácter legal, pues se crea un

marco jurídico para “legalizar” el Estado de excepción.

En Centroamérica, la política de seguridad planteada desde EUA se centra en la “seguridad

ciudadana”, a diferencia del PC y la IM (Seelke, 2012), sería algo así como el cuarto pilar de la

IM. Es interesante esta “nueva” conceptualización, pues en los hechos no difiere de prácticas

anteriores, debido a que se tiende a reducir la “seguridad ciudadana” a la defensa del orden

público, desvinculando el orden de la justicia (y con ello, de la desigual distribución y acceso a

recursos). Con el argumento de defender el Estado de Derecho, el orden y la seguridad tienden

a prevalecer sobre la libertad y las garantías, a la vez que se instala la noción de que sólo con

orden y seguridad se puede alcanzar el desarrollo económico y el bienestar social (Urcuyo

Fournier, 2009). En este punto, vale recordar que buena parte de la DSN se trataba de la

“acción cívica” de las FFAA y su orientación hacia el desarrollo (Tapia Valdés, 1980).

Un reciente informe del BID-WOLA sobre asistencia para la seguridad ciudadana en América

Central, muestra que EUA es el que otorga mayor asistencia no reembolsable (donaciones) en

todos los rubros que hacen a la seguridad ciudadana, destacándose sus donaciones para

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“combatir el crimen organizado” (171.2 millones de dólares). Este monto es mucho mayor al

donado por el gobierno de EUA para el fortalecimiento institucional (131.8 millones) o para la

prevención de la violencia (65.8 millones). Considerando la vitalidad otorgada al rubro

“combate al crimen organizado” conviene aclarar que incluye asistencia para proyectos y

actividades destinadas a combatir el trafico de drogas, personas, inmigrantes, terrorismo, lo que

implica investigación criminal unidades de élite, inteligencia operativa, control de las fronteras

(Villamar, Beltrán y González, 2011).

Esto coincide con lo que ya se expresó sobre el PC y la IM en cuanto a la centralidad del rubro

de seguridad y defensa, el entrenamiento de fuerzas policiales y militares, la provisión de

equipamiento y armamento. Lo interesante es que si bien desde los Acuerdos de Paz en la

región se intentó promover la autoridad civil por sobre la militar –acotar las funciones de las

FFAA y excluirlas del mantenimiento del orden interno- así como educarlas en el marco del

respeto a los Derechos Humanos, con la lucha contra el crimen organizado, las FFAA han

vuelto a ocupar un rol primordial en la seguridad interna.

Por otro lado, buena parte de los policías y militares desocupados han pasado a engrosar las

bandas criminales o han sido empleados por empresas de seguridad privada. Entre 1983 y 1996,

en la ciudad de México, más de 2000 policías salieron de la policía judicial, y en una década

fueron removidos más de 7000 profesionales de las fuerzas de seguridad. La mayoría de estas

personas fueron reclutadas por cárteles (Sotomayor Velázquez, 2010: 407). Ante estas

realidades, es difícil categorizar al crimen organizado como esencialmente extra estatal, cuando

buena parte de sus filas están conformadas por miembros activos o retirados de las fuerzas de

seguridad e inteligencia militar, hombres de negocio y civiles (Urcuyo Fournier, 2009).

A lo anterior se suma la privatización de la seguridad pública, con enormes implicancias, pues

“La diferencia entre ambos tipos de seguridad radica en que la seguridad pública debería tener

un compromiso, de acuerdo con la ley con los derechos humanos y sus funciones deben ser

públicas, independientes y neutrales, al contrario de las privadas que son dependientes y

parciales y por tanto deben tener delimitaciones claras con respecto a la seguridad publica”

(Centro de Estudios de Guatemala, 2005: 9).

¿Seguridad para qué y para quiénes?

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El Departamento Nacional de Planeación de Colombia deja en claro la función de la

seguridad y la estabilidad al precisar que: “…la seguridad estimula la inversión y ésta, con

responsabilidad social, permite avanzar en la superación de la pobreza y la construcción de

equidad”. Y especifica prioridades a partir de lo que la Escuela Superior de Guerra (2009)

denomina el “circulo virtuoso de la seguridad”: 1) Inversión y seguridad; 2) confianza y

estabilidad; 3) inversión privada; 4) crecimiento económico; 5) impuestos e inversión social; 6)

bienestar social y satisfacción de necesidades. Desde esta óptica, se considera entonces que un

orden “seguro” es un orden “democrático” capaz de garantizar la estabilidad del mercado

(Loveman, 2006). Lo que importa es la seguridad del mercado y no la de los pueblos.

Considerando este punto de partida, la guerra contra el narcotráfico no fracasó, pues el

negocio no sólo permanece sino que se multiplica y diversifica. A partir de los ’90, los cárteles

ampliaron sus actividades ilícitas (secuestros, tráfico de armas, robo de autos, tráfico de

personas, asesinato a la carta, etc.) abarcando cada vez a más grupos e incorporando cada vez

más actividades (Sotomayor Velázquez, 2010: 405). Además, esta nueva guerra “olvida” que

las personas y grupos involucrados no tienen por objetivo tomar el poder del Estado para

transformarse en gobernantes, tampoco discuten el sistema imperante. De hecho, al ser un

negocio, más bien se busca cooptar a los gobiernos e influenciar en la toma de decisiones para

favorecer las condiciones que lo beneficien. No es un dato menor que entre el 60 y 70% de las

ganancias del negocio del narcotráfico se quedan en EUA. Tampoco es un detalle que EUA es

el principal proveedor de armas para las FFAA y también para los narcotraficantes, además de

ser Washington uno de los principales escenarios de lavado de dinero (Saxe-Fernández, 2012).

Lo importante es que la situación de violencia en Colombia y México, no sólo no llevó

a una retirada de capitales, sino que han aumentado las inversiones. En Colombia, la IED

aumentó 26,2% en el primer semestre de 2012 (Cronista, 8 agosto 2012) y durante el 2011 la

economía creció en un 5.9%, 1.9 % más que el año anterior. El sector de minas y canteros tuvo

el mayor crecimiento en el PIB, con un 14.3% (Revenue Watch Institute, 2012: 49). Con

respecto a México, en 2011 se mantuvo como el segundo gran receptor de IED en AL captando

19 mil 440 millones de dólares, un 10% más que en el 2010 (Vanguardia, 4 mayo 2012). Es

interesante señalar que más del 25% del territorio nacional está concesionado a empresas

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mineras, y de esas concesiones, el 80% pertenecen a empresas extranjeras, lideradas por las

canadienses (Revenue Watch Institute, 2012: 60).

Esto mantiene una continuidad con la tendencia a nivel regional de incremento de

IED, en especial en el sector primario (CEPAL, 2011: 11 y 58) asociado a la cantidad de

recursos geoestratégicos presentes en AL: reservas de petróleo, gas, aproximadamente la mitad

del total de agua potable del planeta, posee varios de los ríos más caudalosos del mundo y dos

muy importantes acuíferos: el Guaraní y el de Chiapas (Borón, 2011: 8). Además, varios de los

países de AL están en el Top ten de países mineros del mundo como productores mundiales de

minerales estratégicos y metales preciosos (oro, plata, cobre y zinc, antimonio, bismuto, litio,

niobio, torio, oro, zinc y uranio etc.) (Rodríguez Reja, 2010)

En este contexto, EUA es uno de los principales clientes tanto de combustibles como

de minerales. Los principales países exportadores de crudo y derivados hacia EUA (según datos

de 2007) son Canadá (con 19%), Arabia Saudita (15%), México (14%) y Venezuela (12%).

Esto es que en total, Canadá y AL suman el 50% de los cerca de 10 millones de barriles diarios

que importa. Para dar una idea del ritmo de transferencia de crudo, el caso de México es más

que manifiesto pues ha transferido más del 80% del crudo que exporta a EU. Lo mismo sucede

con los minerales. En 1980 EUA dependía al 100% de cuatro minerales y de 16 más en el

orden de un 30% - 99%. En 1992 tal dependencia era de 8 y 22 minerales respectivamente y,

para 2009, de 19 y 26 (Delgado, 2010a).

De este modo, uno de los claros objetivos del despliegue militar y de los planes de

asistencia para el desarrollo es garantizar el acceso a estos recursos, en especial al territorio, a

la vez se necesita una “mínima” estabilidad económico-social que permita el flujo de los

recursos y el funcionamiento del mercado. Seguridad, es seguridad de acceso a recursos por

parte del capital transnacional, en alianza con las oligarquías locales.

Redefiniendo al enemigo interno

Ante el recrudecimiento del despojo debido al creciente protagonismo de la industria

extractivista, se han incrementado los movimientos sociales y organismos dedicados a la lucha

por derechos económicos, sociales y políticos vinculadosa a los recursos, en especial el derecho

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a la tierra. En el contexto de la guerra contra el narcotráfico, se han “confundido” los asesinatos

a líderes políticos vinculados a los movimientos que se oponen a los “megaproyectos”

(hidroeléctricas, minería, etc.) y los asesinados y desaparecidos a manos del “crimen

organizado” (Delgado, 2012).

Esta asociación del narcotráfico con la insurgencia ha contribuido a la criminalización

de la resistencia social y con ello a la posibilidad de violar los derechos humanos, puesto que se

asume que en ciertos casos el uso de la fuerza estatal “no es suficiente” para manejar el

problema del modo en que es “requerido”11. México acumula más de 60 mil muertos, 10 mil

desaparecidos y miles de desplazados asociados a operativos antinarcóticos, al tiempo que se

perfila como uno de los países más peligrosos del mundo para los defensores de los derechos

humanos, movimientos sociales y periodistas. Esto se genera en un contexto en el que entre

2008 y 2010, la cantidad de personas en la pobreza aumentó de 48.8 millones a 52 millones, de

modo que el 46.2% de la población vive en situación de pobreza. Además, 11.7 millones de

personas viven en pobreza extrema, es decir el 10.4% de la población. Por último: 28 millones

de personas tienen carencia por acceso a alimentación (hubo un aumento de 4.2 millones entre

2008 y 2010). Pero el Estado lucha contra el “crimen organizado” por medio de una

militarización cada vez más costosa y perjudicial para las mayorías.

En el caso de Colombia, la denuncia por abuso a los derechos humanos perpetrada

desde las FFAA y fuerzas paramilitares contra campesinos y líderes sindicales, como se

mencinó nateriormente, llegó incluso hasta el Congreso estadounidense. El éxito del Plan

Colombia, no es tan “exitoso” para la mayoría de los colombianos. Si bien para 2011, más de

un millón 200 mil colombianos dejaron de ser pobres y 674 mil salieron de la indigencia,

Colombia sigue teniendo uno de los índices de pobreza y miseria más altos de AL; es el cuarto

país con mayor desigualdad en el mundo y el segundo en AL (sólo lo supera Haití).

Lo fundamental es que la militarización y el conflicto interno desarrollados en el

marco del PC generaron las condiciones para la inversión, pues muchos territorios ahora son

controlados por las FFAA. Por ello no sorprende que en los últimos años, los gobiernos

11 Ver Informe Human Rights Watch sobre México, “Ni seguridad ni derechos” noviembre 2011 http://www.hrw.org/es/reports/2011/11/09/ni-seguridad-ni-derechos

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colombianos promuevan la inversión en la economía primaria y extractiva (González Pozo,

2012)

En América Central, considerando solamente el caso de Guatemala, se pone de relieve

el aumento de la desigualdad y la polarización de los recursos y la riqueza, con la consiguiente

represión y criminalización de la protesta social en contra del modelo económico que pretende

imponerse desde el Estado y las empresas transnacionales. La pobreza sigue siendo estructural.

Para el 2006, de un total de 12.978.829 habitantes, 6.625.892 eran (son) pobres, es decir, la

mitad de la población guatemalteca (INE, 2006). Además, el 74.8% de estos pobres son

indígenas. También se sabe que desde inicios del siglo XXI, Guatemala es uno de los países

con índices más altos de mortalidad en niños menores a 5 años, y que 1/5 de los niños sufre de

desnutrición (UNDP-OEA 2010: 91).

Con los Acuerdos de Paz se instaló también el neoliberalismo. Los gobiernos han

apostado al turismo, la manufactura (maquila), call centers, agroindustria, minería, petróleo y

producción y distribución de energía eléctrica (Yegenova y Veliz, 2010: 260). Para 2011, los

ingresos de IED en Centroamérica aumentaron 36% con respecto a 2010 (Central America

Data, mayo 2012) y en Guatemala, en el 2011, dicha inversión aumentó un 13% en relación al

año 2010 (Central America Data, abril 2012). La IED en Guatemala se asocia al crecimiento de

la industria extractivista y de materias primas, así como a la consolidación de la región como

plataforma de exportación de bienes y servicios baratos. Esta situación ha contribuido a

consolidar los movimientos de protesta en diversas regiones del país, la mayoría encabezados

por pueblos indígenas que basan su lucha en la defensa del territorio, oponiéndose en particular

a los proyectos mineros, hidroeléctricos y de agroindustria para biocombustibles. Esto no ha

sido sin costos, pues en los últimos años, han sido perseguidos, torturados y asesinados líderes

de movimientos sociales y defensores de Derechos Humanos (ver: UDEFEGUA, 2010).

Reflexiones finales

Como se ha planteado, en la experiencia del PC, la IM y el CARSI hay poco de soft power y

mucho de violencia, militarización y represión. Además, para aquellas visiones que celebran el

soft power, es preciso recordar que no tiene presencia por sí mismo, pues su legitimidad

descansa en el respaldo real que pueda brindarle el hard power, es decir, el arsenal militar. No

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hay nada de “soft” en la miseria cotidiana en la que vive gran parte de la gente de AL. Y esto es

lo que no ha cambiado: la desigualdad y la pobreza marcan importantes continuidades con el

proceso de guerra fría, así como los movimientos sociales por una sociedad más justa. Pero

también continúa la dependencia y la injerencia de EUA por medio de diversas estrategias

como la asistencia para el desarrollo y la asistencia militar, como herramientas para expandir

sus intereses.

La (in)seguridad se define entonces según las necesidades de aquellos que poseen las riquezas y

recursos, y consiste en la amenaza a perder (aunque sea una mínima parte de) su propiedad

privada, posible gracias a profundos y continuos procesos de despojo tanto del trabajo como de

los bienes comunes.

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