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¡Todas las cosas redundan en nuestro bien! ¡Una de las cosas más alentadoras y reconfortantes que necesitan aprender y recordar constantemente los cristianos -sobre todo cuando atraviesan épocas difíciles, de pruebas y tribulaciones- es que nuestro Padre celestial nos ama y tiene el control absoluto y total de nuestras vidas y que no nos puede suceder nada sin Su autorización, o que no sea voluntad Suya! De modo que, aunque nosotros por nuestra parte no comprendamos siempre con exactitud por qué tenemos que pasar esas pruebas, ¡Dios sabe lo que hace! Él sabe los objetivos y las razones que hay detrás de cada prueba, batalla, aflicción, etc. El Señor promete en Su Palabra: Rom.8:28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados. Sal.34:19 Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el Señor. ¡T-O-D-A-S, toditas! ¡Como hijo del Señor que eres, Él no permitirá que te pase nada que no sea para tu bien! Claro que tal vez sientas la tentación de pensar: «¡Pues... caramba, han pasado un montón de cosas que no me parecen nada buenas!» Pero me atrevo a decir que tarde o temprano siempre terminaste por comprobar que sí habían sido buenas para ti de alguna manera... ¡o si no, algún día ya lo verás! El relato verídico que contamos a continuación ilustra hermosamente este principio:

!Todas las cosas redundan en nuestro bien!

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Estudio Bíblico y Comentarios sobre Verdades Asombrosas.

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Page 1: !Todas las cosas redundan en nuestro bien!

¡Todas las cosas redundan en nuestro bien!

¡Una de las cosas más alentadoras y reconfortantes que necesitan aprender y recordar constantemente los cristianos -sobre todo cuando atraviesan épocas difíciles, de pruebas y tribulaciones- es que nuestro Padre celestial nos ama y tiene el control absoluto y total de nuestras vidas y que no nos puede suceder nada sin Su autorización, o que no sea voluntad Suya! De modo que, aunque nosotros por nuestra parte no comprendamos siempre con exactitud por qué tenemos que pasar esas pruebas, ¡Dios sabe lo que hace! Él sabe los objetivos y las razones que hay detrás de cada prueba, batalla, aflicción, etc.

El Señor promete en Su Palabra: Rom.8:28 Y sabemos que a los que aman a

Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados.

Sal.34:19 Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el Señor.

¡T-O-D-A-S, toditas! ¡Como hijo del Señor que eres, Él no permitirá que te pase nada que no sea para tu bien! Claro que tal vez sientas la tentación de pensar: «¡Pues... caramba, han pasado un montón de cosas que no me parecen

nada buenas!» Pero me atrevo a decir que tarde o temprano siempre terminaste por comprobar que sí habían sido buenas para ti de alguna manera... ¡o si no, algún día ya lo verás!

El relato verídico que contamos a continuación ilustra hermosamente este principio:

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“Una fría mañana de invierno, una flotilla de pescadores salió de un puertito de la costa este de Terranova. Por la tarde se levantó una tempestad terrible. Al caer la noche, no se había presentado en el puerto ni un solo barco. Las esposas, madres, hijos y novias de los pescadores se pasaron la noche recorriendo la playa de arriba abajo aguantando un viento fuertísimo, mientras se retorcían las manos de angustia y le suplicaban a Dios que salvara a aquellos hombres. Para colmo de horrores, una de las casitas se incendió. Como los hombres no estaban allí, no lograron apagar las llamas y no quedó nada de la casa.

Al despuntar el alba, todos se regocijaron al ver que la totalidad de los barcos regresaban a la bahía indemne. Sin embargo, entre los rostros de las mujeres había uno que era la viva imagen de la desesperación: el de la señora cuya casa se había incendiado. Al poner pie en tierra su esposo, ella lo recibió sollozando: -¡Cariño, estamos arruinados! ¡Nuestra casa se incendió y se quemó todo lo que teníamos! Pero se quedó sorprendidísima cuando su marido exclamó:

-¡Dale gracias a Dios por ese incendio! ¡La luz del incendio de nuestra casa fue la que nos salvó a todos, pues nos indicó dónde estaba el puerto!”

Jesús nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat.28:20). Él también promete: «¡No te desampararé, ni te dejaré!» (Heb.13:5) Hasta en la hora más oscura y en los momentos más difíciles, el Señor es siempre «¡un amigo más unido que un hermano!» (Pro.18:24)

Sal.23:4 Aunque ande en valle de sombra de muerte, ¡no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo! Por muchos recodos y obstáculos que te encuentres por el camino, Jesús te acompaña. Él te quiere, y de

alguna forma hará que hasta las situaciones más sombrías y aparentemente desalentadoras redunden en tu bien; ¡es una promesa Suya!

¡Doy gracias a Dios por ese fuego!

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Algunas veces, en la encrucijada de la vida, Divisamos lo que parece ser el fin de todo; Más Dios ve mucho más horizonte Y nos dice que es sólo un recodo.

¡Pues el sendero sigue y es más llano, Y aquella pausa en la canción es un reposo,

Y el fragmento inconcluso, no cantado, Es el mejor, el más vibrante y melodioso! Descansa, relájate y cobra fuerzas, Deja tu carga; deja en Sus manos tu destino. Tu misión no ha concluido, no ha terminado; ¡Sólo encontraste un recodo en el camino!

Nosotros sabemos que el Señor nos ama, y que siempre quiere hacer todo lo posible por ayudarnos si

nosotros hacemos todo lo posible por seguirle a Él. Por lo tanto, cuando las cosas no van del todo bien, sabemos que no es por culpa Suya, sino que seguramente quiere enseñarnos algo; o tal vez es que estamos descaminados en algún aspecto, fallando en algo o equivocados en nuestra forma de actuar. De modo que lo primero que hay que hacer cuando empiezan a andar mal las cosas es buscar al Señor y orar, preguntarle si hay algo que estamos haciendo mal, o de qué forma podemos hacer mejor las cosas, y averiguar si estamos equivocados en algo.

La Palabra de Dios nos dice que «la maldición nunca viene sin causa» (Proverbios 26:2), ¡lo cual quiere decir que los cristianos no sufren dificultades, accidentes, problemas y demás «así porque sí»! ¡A un cristiano no le ocurren accidentes propiamente dichos! ¡Si nos suceden cosas aparentemente malas, es porque Dios las permite por algún motivo, con algún fin, aunque no siempre nos lo revele ni lo entendamos en el momento!

Todo lo que ocurre a los hijos del Señor No es casualidad, es parte de un plan genial. Todo problema, revés, castigo o dolor Es un toque del Escultor celestial. Todo lo que ocurre a los hijos del Señor No es casualidad, por Su mano está trazado;

Ajustó a Su Hijo todo pormenor Y lo que sucede está todo programado. Lo que a Su pueblo le acontece -sea lo que sea-, Toda prueba de la vida, de Dios es de quien vino; Todo hecho grandioso y toda desgracia fea No son casualidad, ¡siguen un plan divino!

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Muchas veces el Señor permite que nos sucedan cosas que nos parecen «malas» para acercarnos más a Él, para que no nos enorgullezcamos y para obligarnos a apoyarnos más en Él; es lo que la Biblia llama «disciplina», del Señor. Como a todo buen padre, al Señor le duele ver que Sus hijos desobedecen y van por mal camino, porque nos ama y sabe que con nuestras rebeliones y pecados nos hacemos daño a nosotros mismos. Por eso procura corregirnos con amor. Si una oveja se empeña en alejarse del pastor, en apartarse del redil y del buen camino, muchas veces el pastor, para hacerla volver a donde tiene que estar, no tiene más remedio que darle un buen golpetazo con su vara por su propio bien. Claro que cuando nos dan una corrección, la mayoría no consideramos que nos haya pasado nada bueno, pero el Señor dice que,

Heb.12:6-11 Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de Su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.

Aunque a veces nos cuesta recibirlos, son una manifestación de Su Amor, Sus «ásperas atenciones»; forman parte necesaria de nuestra preparación, ¡y sin lugar a dudas redundan en nuestro bien! ¡A veces Dios tiene que permitir que nos sucedan ciertas cosas simplemente para conseguir que le prestemos atención, sobre todo si estamos muy distraídos y pensando en cantidad de otras cosas, en «los afanes, las riquezas y los placeres de esta vida»! (Lucas 8:14) Cuando estamos tan interesados en esto, lo otro y lo de más allá y tan preocupados por esas cosas que dejamos de pensar en el Señor, muchas veces Él permite que sucedan ciertas cosas para darnos como una sacudida y hacer que caigamos en la cuenta de cuáles son los verdaderos valores eternos: ¡Él, Su Palabra y Su Obra!

Señor, por favor, muéstrame porqué me enfermé y lo que debo hacer para ser sanada.

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El rey David, el gran salmista, comprendió esto mismo cuando le tocó a él recibir su castigo y el Señor lo afligió; escribió lo siguiente:

Salmo 119:67,71 Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba, ¡pero ahora guardo Tu Palabra! ¡Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda Tus estatutos!

Claro que otras veces el Señor permite que nos sucedan cosas que para nosotros suponen una decepción o que nos parecen malas, y no en plan de castigo, sino porque misericordiosamente nos quiere evitar peligros o problemas graves en que nos meteríamos si fuera todo como a nosotros nos gustaría. Muchas veces Él no responde nuestras oraciones tal como queremos porque ve lo que sucedería y sabe que si obtuviéramos lo que deseamos, saldríamos perjudicados o heridos. Las respuestas que da el Señor a nuestras oraciones son infinitamente perfectas, y a la larga siempre se ve que cuando le pedimos una piedra que a nosotros nos parecía pan, Él nos dio pan, ¡pan que a nosotros, por nuestra miopía espiritual, nos pareció una piedra! (Mateo 7:7-11) La siguiente anécdota ilustra perfectamente esta realidad:

Una noche de tormenta de 1910, llegó a Riga, a orillas del mar Báltico, una orquesta de músicos cristianos que se hallaba de gira. Tenían previsto dar un concierto aquella noche en la ciudad. Ahora bien, como hacía muy mal tiempo y la sala donde iban a actuar se encontraba muy lejos de la ciudad, el director trató de convencer al gerente del local para que cancelara el concierto, ya que le parecía que nadie se arriesgaría a salir en una noche tan tormentosa y borrascosa. El gerente se negó a cancelar el contrato, pero se comprometió a permitir que los músicos partieran temprano si no se presentaba nadie, ya que les interesaba tomar el barco de la noche para Helsinki (Finlandia). Cuando los músicos llegaron a la sala de conciertos,

descubrieron que sólo había una persona sentada en las butacas: un señor mayor bastante corpulento que parecía sonreír a todo el mundo. La orquesta se vio obligada a tocar todo el concierto para aquel anciano amante de la música, de modo que no pudieron salir temprano para tomar el barco. Al terminar el concierto, el anciano seguía en su butaca sin levantarse. Un acomodador se acercó y le tocó el hombro, pensando que se habría quedado dormido. Entonces por fin descubrieron que aquel anciano no estaba vivo; ¡los

¡Nuestro barco se hundió en la

tormenta!

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músicos habían tocado todo un concierto para un muerto! Ahora bien, eso les salvó la vida; el barco que pensaban tomar para trasladarse a Helsinki se hundió aquella noche tormentosa, y todos los tripulantes se ahogaron. Aunque a aquellos hijos de Dios, a aquellos músicos, les hacía ilusión no tocar el concierto para poder tomar el barco, ¡el Señor sabía mejor que ellos qué era lo más conveniente, y se valió de lo que en principio pareció un chasco para salvarles de la catástrofe!

Otro motivo por el que el Señor permite a veces que nos sucedan cosas que a primera vista parecen malas es simplemente para humillarnos y quebrantarnos, para poder rehacernos y convertirnos en lo que Él quiere que seamos. En muchos pasajes, la Biblia compara al Señor con un alfarero, y a nosotros con el barro que Él trabaja con Sus manos

Isa.45:9 ¡Ay del que pleitea con su Hacedor! ¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?; o tu obra: No tiene manos?

Isa.64:8 Ahora pues, Señor, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros. (Romanos 9:20,21)

¡Barro con el que Él desea modelar una vasija «útil al Señor»! (2Timoteo 2:21) Muchas veces, cuando un alfarero trabaja el barro para modelar una vasija y descubre que está estropeada porque tiene una imperfección, un bultito o una falla, agarra el barro y lo aplasta, le añade un poco de agua para ablandarlo otra vez, y lo vuelve a amasar, trabajar y modelar; lo machaca, aplasta y aprieta hasta que vuelve a ser barro blando, suavecito y moldeable otra vez. Porque entonces puede darle nueva forma y hacer otra vasija mejor, ya que la primera no salió bien.

Jeremías 18:4, 6 Y la vasija de barro que hacía el alfarero se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. “¿No podré Yo hacer de vosotros como este alfarero hace con el barro, pueblo Mío? ¡He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en Mi mano!”

Probablemente, al principio a la vasija no le parece muy bueno eso de que su hacedor se ponga a machacarla, aplastarla, molerla y rehacerla; pero a la larga, gracias a eso, se convierte en una vasija mejor. «¡Redunda en su bien!» Muchas veces el Señor permite que nos sucedan ciertas cosas para ponernos a

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prueba, para limpiarnos, refinarnos y convertirnos en vasijas mejores más útiles para Su servicio, más humildes y más amorosas. ¡Nos hace pasar por pruebas de fuego para quemar la escoria, por las tormentas de las tribulaciones para que se lleven la paja, y por aguas profundas para que aprendamos a nadar! El Señor se vale de esas pruebas para darnos victorias mayores, inclusive a partir de lo que parecen derrotas, porque las luchas nos obligan a vivir más unidos a Él y a recurrir a Él desesperados, buscándole de verdad con todo nuestro corazón. De lo contrario, tendemos a seguir la misma rutina de siempre.

¡De modo que todas esas cosas -las tormentas, fuegos, pruebas y tribulaciones de esta vida- son buenas para nosotros, porque ponen a prueba nuestra fortaleza y resolución! ¡Sirven para ver si vamos a rendirnos y descorazonarnos o si vamos a seguir «peleando la batalla de la fe» y confiando en el Señor pase lo que pase! (1Tim. 6:12) Suele suceder que permite que nuestra fe y paciencia sean sometidas a prueba para ver hasta qué punto vamos a «despertarnos» para buscar al Señor y pedirle Su ayuda y fortaleza (Isaías 64:7).

Naturalmente, cuando el Señor permite que pasemos por una gran dificultad o que tengamos un problema grave, es una verdadera prueba para nosotros y, lamentablemente, muchas veces terminamos protestando y murmurando, ¡y algunos a veces se lo echamos en cara a Dios! En vez de aprender lo que Él quiere enseñarnos con los problemas, enfermedades o lo que sea que Él ha permitido que suframos, nos ponemos a murmurar y preguntamos: «¿Por qué me has hecho esto a mí, Dios?», en vez de decirle: «Señor, ¿por qué me merezco esto? ¿Por qué motivo lo necesitaba?» Casi como que nos ofende que Dios consienta que nos sucedan esas cosas, en vez de darnos cuenta de que Dios quiere apretarnos las clavijas y hacernos ver algo.

Las aflicciones y pruebas o bien nos endurecen y amargan, o bien nos hacen humildes y mejores, ¡una de dos! De modo que cuando encares pruebas, reveses y tribulaciones, ten cuidado para no endurecer tu corazón, para no amargarte ni resentirte con el Señor. Su Palabra dice: «¡Mirad bien, no sea que alguno deje de recibir la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de

amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados!» (He.12:15) ¡La solución no es endurecernos! Dice: «¡No endurezcáis vuestros corazones!» (Hebreos 3:15) Más bien:

«Echa sobre el Señor tu carga, ¡y Él te sustentará! ¡Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle

¡No puedo entender por qué mi trabajo parece tan difícil!

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en tanto que está cercano! ¡Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los contritos y humildes de espíritu!» (Salmo 55:22; 34:18; Isaías 55:6)

Aunque alguien haya experimentado situaciones que no estuvieran bien, y que, en primer lugar, nunca debieron ocurrir ni fueron buenas, el Señor tiene una capacidad sorprendente para tomar las cosas malas que no deberían haber ocurrido y transformarlas en algo bueno para que podamos decir: «Gracias, Jesús, por esas experiencias, pues me instruyeron, enseñaron y fortalecieron y me ayudaron a entender mejor a los demás y compadecerme de ellos». ¡Ese es el milagro de Romanos 8:28! Es ciertamente un milagro, un milagro monumental. Lo transforma a uno cuando acepta lo que surge en la vida y dice: «Señor, sé que has permitido que me pase eso. Te preocupas tanto por mí que no permitirías que me pase nada que no me vaya a beneficiar de una u otra forma y que puedes ayudarme a convertirlo en algo bueno que me ayude a crecer y que me bendiga.»

Todo se reduce a la actitud y fe de uno. Todo depende de cómo se lo tome y cómo reacciones. A todos en este mundo les toca pasar por experiencias difíciles y hasta malas, o les hacen cosas que no están bien. Y cada uno tiene que decidir por sí mismo si va a permitir que esas dificultades lo mejoren o lo amarguen. El Señor puede valerse de ellas para obrar en su vida, ¡si se lo permiten! Y muchos lo han hecho, ¡pues siguen luchando y viviendo por Jesús!

Los problemas se dan simplemente porque están vivos. Así es la vida; surgen problemas. Les pasa a todos, sean niños o adultos, hombres o mujeres, creyentes o ateos. En la vida hay, en efecto, batallas. A todo el mundo se le presentan batallas, pruebas y experiencias difíciles; de lo contrario no se fortalecería su carácter. El Señor se encarga de que toda persona pase por períodos difíciles; uno no puede esperar pasar por la vida sin enfrentar dificultades, batallas o pruebas.

La verdad, en resumidas cuentas, es que no son las circunstancias las que determinan la condición de uno; es la actitud que se tenga frente a ellas. Las personas se resienten y se amargan cuando excluyen al

! Oh, oh, voy por el camino equivocado!

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Señor y la Palabra de su vida, cuando no ven cómo se aplica Romanos 8:28 a su situación. Muchos han pasado por pruebas y batallas sumamente difíciles, pero las han superado y el Señor ha hecho que mejoren gracias a ellas en vez de amargarse. Esa es la diferencia.

Todo lo que Dios hace es siempre con amor. Tal como dijimos al principio, nunca consentirá que te suceda nada que no sea para tu bien, porque está claro que «a los que aman a Dios, ¡todas las cosas les ayudan a bien!» (Romanos 8:28) Así pues, cuando la situación se ponga muy negra, no agaches la cabeza: ¡mira hacia arriba! ¡No murmures y te quejes! ¡Ponte a alabar al Señor, y muchas veces las alabanzas te sacarán del hoyo de dudas, derrota y desánimo al que el Diablo trata de arrojarte! Al Señor le encanta la alabanza y la acción de gracias. ¡Su Palabra dice que mora en las alabanzas de Su pueblo! (Salmo 22:3)

¡Las dudas, el temor, el desaliento y la murmuración son mortales! ¡En cambio la fe, la confianza, el valor y las alabanzas al Señor dan vida! ¡Procuremos, pues, soportar dignamente nuestras pruebas y tentaciones, y hasta agradecidos! El Señor promete que jamás nos dará más de lo que podemos soportar, y que siempre nos dará una salida; si le pedimos ayuda, de una u otra manera hará que nos resulte más fácil o por lo menos nos ayudará a soportarlo. Dice:

1Corintios 10:13 No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana, ¡pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar!

Como «muchas son las aflicciones del justo» (Sal.34:19), ciertamente es un consuelo saber que «¡a los que aman al Señor, todas estas cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados!» (Rom.8:28.) Es más, es imprescindible que convirtamos esta promesa de Romanos 8:28 en un elemento fundamental de nuestra vida, para poder salir victoriosos de las numerosas pruebas, dificultades, batallas y tentaciones que enfrentamos. ¡Tenemos que llegar a tener este principio tan profundamente inculcado en nuestro ser que nos resulte imposible olvidarlo, descuidarlo o pasarlo por alto! Romanos 8:28 debería estar tan presente en nuestros pensamientos conscientes --y hasta subconscientes-- y en nuestra forma de entender las cosas.

Alabanzas

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Si no pasamos todo lo que nos ocurre por el filtro de Romanos 8:28, si no vemos siempre nuestras decepciones, penas, pruebas, enfermedades, persecuciones, batallas y todo lo demás con el enfoque de Romanos 8:28, nos perderemos muchas enseñanzas importantísimas que el Señor quiere transmitirnos, y lamentablemente sufriremos todo eso en vano. Además nos privaremos de la paz que sentimos cuando confiamos totalmente en esa preciosa promesa y principio. Cuando aprendemos esta sencilla ecuación: «batallas = bien», nuestra vida se enriquece, aprendemos más, tenemos más paz interior, y reconocemos más fácilmente la mano del Señor en los acontecimientos de nuestra vida. Es totalmente diferente --como de la noche al día-- contemplar una riada de problemas, batallas, pruebas y tribulaciones esperando que suceda lo peor, o contemplarla con la ilusión y expectativa de descubrir todo el bien que sabemos que el Señor hará que nos traiga.

¡Recuerda siempre, pues, que el Señor te ama, y que muchas veces los momentos más oscuros de la vida se presentan justo antes del amanecer! ¡Por muchas que sean las dificultades que se te presenten, no desesperes, no te rindas, no te des por vencido! Lo que has de hacer es buscar a Jesús en tu hora de angustia, invocar Sus promesas y aferrarte a ellas, y creer lo que dice Su Palabra -que por muchas pruebas que pases, Él siempre hará que redunden en tu bien-, ¡y Él lo hará! ¡Tiene que hacerlo, porque lo prometió! ¡Él nunca falla! ¿Amén? ¡Que Dios te bendiga!

¡Las cosas se ven mucho mejor desde esta perspectiva!

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¡VERSÍCULOS CONFIRMATORIOS SOBRE ALGUNAS DE LAS BENDICIONES QUE TRAEN LAS BATALLAS! «Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda Tus estatutos» (Sal.119:71). «Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto

apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (Heb.12:11). «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de

vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» (Stg.1:2-4).

«Todo pámpano que en Mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto» (Jn.15:2).

«Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra» (2Tim.2:21).

«Él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro» (Job 23:10). «Y me ha dicho: Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me

gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.» (2Cor.12:9,10.)

«Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia» (Heb.5:8). «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación» (Mat.5:4). «El cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que

están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios» (2Cor.1:4).

«Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2Cor.4:17).

«Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a Su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, ¡Él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca!» (1Pe.5:10.)

Tomado del libro, "Tesoros" y de los escritos de Maria Fontaine. Compilación y edición por Gaetan [email protected]