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Todas las mentiras

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Antología poética

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TODAS LAS MENTIRAS (Poemas 1990-2005) Javier Benítez Láinez

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POEMAS DEL CONTRABANDO (1990)

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I Frontera y contrabando la calle Buensuceso donde vives. Ilícito es tu cuerpo al despertar, y las noches quisieran suicidarse cada vez que regresas con el corazón sólo, la urgencia en tu hermosura, pues morir deseándote no es una alternativa desdeñable en los tiempos que corren. Más tarde, diferentes caminos olvidados te llevarán allí, a los olivares, a la estación cercana donde siempre te esperan, y sabrás silenciar -el tiempo así lo exige- el piso de ciudad que abandonaste al menos por dos meses y hasta otoño.

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II Aquí, si yo pudiera ofrecerte un viaje de aventuras, navegar por las aguas extranjeras y dejar estas tierras y esta dura ciudad que me asesina, dejar de traficar con la tristeza, con la muerte y el odio que culminan robando tu belleza y mi entereza, si yo pudiera, amor, si yo pudiera desotoñar el tiempo que nos queda llevando a otra calle marinera el juego de la luz por otros labios, renunciar a mis modos temerarios y olvidarme, olvidarme del pasado, y entregarme a tus ojos lacrimosos, tan pequeños, tan vivos, tan hermosos, que mi cuerpo y mi vida te la diera si yo pudiera, amor, si yo pudiera.

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III Me veo en el derecho a preguntarte, después de tanto tiempo navegando en tu mar, por qué ese color verde de tus ojos tan negros, y esa curva oceánica de tus embarcaderos, y la zona intermedia de tus anticiclones no buscan la vaguada, el viento en calma que me lleve a buen puerto, me libre del naufragio, y me nombre de nuevo almirante en funciones de tu barco.

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POEMAS DEL GUIÑO (1991-1993)

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I No quiero perderme la aurora que sobre ti se ciñe, pegada a tu figura, delicada figura femenina, juego de luces, formas, curvas, formas, de nuevo en ti el paraíso, lejana ausencia otra vez entrevista como agotadas páginas de almanaque. …y calles, calles, calles, profusión de esquinas, abandonada esquina solitaria, escondida esquina del deseo, Gran Vía esquina, calle Arteaga, esquina donde me mojó la lluvia, esquina de una zapatería, esquina de unos grandes almacenes, infinitas equinas de ciudad que no nos dejan sitio para amarnos libremente.

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II Definitivamente parece confirmarse que este invierno que viene, será duro.

Jaime Gil De Biedma

Quizás sólo nos falte ser algo menos jóvenes.

Luis García Montero

De tu primera imagen conservo la sonrisa, el nerviosismo y una aburrida clase de francés. Porque fueron los días primeros del otoño, con humo en los pasillos y sin prisas todavía por vernos. Después llegó la cita, la primera. Y la primera vez que te fallaba, y las primeras gotas de un café derramado sobre el foso común del sentimiento. Granada tenía entonces esa complicidad de Celestina, una arrogante forma de mirarme casi al pie de la Alhambra, Paseo de los Tristes, tras ponerte mi abrigo y a conciencia. Cómo también después del primer beso nos quedó cierto extraño sabor de irrealidad,

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y mojaste los labios en mi copa, entera, desprendida. Recorriendo las calles cansadas por los años hicimos nuestro pacto con la historia, enfrentando el viaje con maletas de náufrago, vacías, esperando llenarlas lentamente de la vida que pasará sin duda por mis versos. Supongo que después de algunos años, cuando seamos algo menos jóvenes y el invierno que venga sea duro, podremos seguir juntos las huellas de unos días contados desde ahora, la resaca de tardes de añil promiscuidad, una vez aprobada la última evaluación de estas páginas escritas con mayúsculas y letras góticas y aún por terminar…

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III Esta ciudad de huelga intermitente, sus avenidas largas como látigos, y plazas que recuerdan viejas citas, y nombres que los tiempos han borrado. Esta ciudad con obras infinitas, con bosques de cemento amurallado, con santos, botellón y agua bendita y muertos que descansan solitarios. Esta ciudad que sabe de nostalgias, de poderes, de guerras que han pasado, de copas, de bohemia, de la noche, de música y poetas entregados. Esta ciudad que baila con tu cuerpo a ritmo de boleros o de tangos, que sueña con tus labios, se emborracha y luego llora cuando te has marchado. Esta ciudad sin duda no es la nuestra, o tal vez se parezca demasiado.

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POEMAS DEL CINE (1994-1996)

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Flash back He seguido tus pasos. Te contemplo detrás de unas palomas hasta que caes riendo en tu torpeza sobre el húmedo césped del jardín. Estabas aprendiendo a caminar y con mirada atenta analizabas las sombras de unos padres presuntamente alegres. Creciste suponiendo que la vida era el cuento sin fin del Pato Donald. Te imagino feliz aquellos años, incapaz de sentirte defraudado o engañado por nadie. He seguido tus pasos hasta hoy. Ya poco sigue igual, yo nada te reprocho. Sigue pasando el tiempo y el libro que ahora lees no es ya como el espejo sin magia de tus sueños: te brindará el viaje y un naufragio, la desnuda verdad de todas las mentiras.

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Interiores Interior. Día. Lluvia golpeando de forma intermitente los cristales de una clase de 5º curso. Colegio público. Unos rayos de sol entran por la ventana. El maestro, muy viejo, observa distraído los sueños que produce un arco iris. Tres colores –violeta, amarillo y rojo- destellan en las gafas del maestro. Niñón (nervioso): Tajo, Guadalquivir, Segura... Zoom. Foto fija. Dos lágrimas borran la imagen tricolor de algún recuerdo.

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Travelling Los primeros domingos del verano, antes de que acabaran las clases del colegio, eran tus preferidos. Porque estaban las playas aún con poca gente y algunas extranjeras se bañaban desnudas en la cala. “Son actrices de cine”, gritaban excitados tus amigos camino del paseo, con unos cuantos duros robados del cepillo de la iglesia por aquel monaguillo con cara de angelote. De dos en dos minutos usabais por turnos el mirador azul. Una intensa emoción inconfesable se hacía dueña de ti cuando encontrabas, tras una panorámica fugaz por las hamacas, esos cuerpos sin nombre y piel de caramelo, tendidos en la arena, dorados por el sol. ¿Qué sensación extraña, qué misterio tiraba de vosotros después hacia las rocas, allí donde rompía el mar su calma y las nuevas parejas sellaban, con un beso de amor, su compromiso sin fin, hasta la muerte? ¿Qué castigo de un dios, te imaginabas, sufrirías si fueses descubierto en mitad de esas rocas, con traje de domingo, y en pecado mortal, a pleno día?

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La teta y la luna Lo confieso. Al principio me enamoré de tus enormes pechos, desmesuradamente grandes, redondos, sostenidos. No te enfades si te lo cuento ahora, después de tanto tiempo. No pretendo ofenderte. Sólo quiero que sepas que aquello fue una forma de atraerme, hacer que me fijara en ti, que te pidiese apuntes para el siguiente examen y quedásemos luego citados por la noche, en tu pequeña casa junto al mar. Me gustaba estudiar geografía contigo porque me levantabas la camisa y con tu mano izquierda recorrías mi espalda, buscando la frontera portuguesa o tu pueblo natal en Teruel. Fuimos buenos amigos desde el primer momento y a mi me molestaba quedarme tan colgado al mirarte a los ojos. Fue terrible ir descubriendo cualidades tuyas, tales como el cariño que empleaste al hablarme de tu novio en Madrid. En las noches de luna recuerdo tu perfil de joven diosa aquella madrugada en el acantilado,

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cuando me desnudaste y sin mediar palabras te desnudé yo a ti.. Es nuestro gran secreto, ya lo sé. Y te he jurado que nunca, nunca, nunca lo voy a revelar. Pero te pido un único favor: déjame dedicarte este poema.

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Los lunes al sol Tener la sensación de no ser nadie, sentirse inútil, desplazado, caer en la rutina de las mañanas muertas y de los crucigramas, de las mañanas muertas y de los crucigramas, de las mañanas muertas y de los crucigramas, y no poder,

o no saber, o no querer,

o no poder salir de ahí.

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Cyrano de Bergerac Por morder el perfil de tus labios morados y buscar en tu pecho el refugio caliente de mis noches más tristes, la mirada paciente que ilumine las sombras de mis ojos cansados. Por beber en el mar de tus muslos rosados, y enviarte mil cartas consecutivamente sin que sepas quién es ese amor sorprendente que te invita a probar los placeres vedados. Por tenerte conmigo. Por jugar con el viento que recoge los besos que esa vez rechazaste. Porque no quede en vano este mutuo desgaste de los años perdidos tras aquel juramento: la promesa de ser para ti el cortesano que escribiese estos versos. Por ti, yo soy Cyrano.

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Como agua para chocolate

A la vejez, potajes. Manuel Vázquez Montalbán

A mí me enamoraron con pollo al chilindrón. Como Pepe Carvalho mi amor por la cuisine no tiene límites: me gustan los potajes, el gazpacho, el pan con huevos fritos o la comida rápida del Keback de la esquina. (Había un plato, recuerdo, “Codornices con pétalos de rosa”; nunca las he probado) Según las estaciones del cuerpo en el que vivo, dependiendo también de mi estado de ánimo -piensa cómo me pongo en mis días oscuros: hecho una fiera cuando llegas tarde, tierno, meloso y dulce si te enfadas conmigo-, te dicto las recetas de mi abuela o los filtros de amor de un Arguiñano. Y es que todo es posible, a ver si al fin me entiendes, en la literatura: desde romper la magia que tuvo esa película -yo lloraba por dentro sin que tú lo supieras- hasta vivir conmigo sin estar condenada al dulce paraíso de mi infierno.

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Desayuno con diamantes La luz de la mañana tropieza rigurosa en el espejo que tengo frente a mí. No quiero despertarte pero pienso en tus padres que te esperan con el amanecer. Te beso muy despacio y tu sonrisa grande me propone una batalla más. Preparo el desayuno y entonas la canción con la que siempre se transforma la luz..

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POEMAS DEL BAILE (1996-2002)

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Baile a dos Ella no dice nada. Apenas han llegado a conocerse cuando decide usar su última máscara, cuando asumir los riesgos de una nueva derrota se convierte en el saldo del deseo, porque la noche en fiesta devuelve a la memoria la nostalgia de días más felices, de amores con final en blanco y negro. Ella no dice nada cuando él le pregunta qué vende, dónde vive, por qué lleva en su rostro un gesto de enemiga y la sonrisa boba de los que ya no creen en el futuro. “Si supiera tu nombre, por lo menos. Dime cómo te llamas, qué decides, enséñame qué escondes debajo de la ropa. Es más de medianoche: ya puedo descubrirte”. Ella no baila. Cuando se lo llevó la policía no supo qué contarles, qué decirles, ni por qué sujetaba entre sus brazos una señal de tráfico que su cuerpo besaba.

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Máscaras Ana, Isabel, Diana, Eugenia, Marta la italiana, Camila la irlandesa, aquella a quien llamaban la princesa y por la que aposté todo a una carta. Amparo, Mari Carmen, la lagarta de mi prima, Ramona la traviesa, la negrita ninfómana, Vanesa, la jueza que sin toga no coarta. Mujeres tuve a las que fui sincero; otras cuya traición no me perdono. Las hubo inolvidables cual Lucía, Elisa, Trinidad, Eva y Sofía. Mas de todos los nombres que menciono el único que callo es al que quiero.

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Romeo De pronto, al repasar su antigua agenda para anotar teléfonos y nombres en el portátil que su mujer le ha regalado, el hombre incorruptible, el político honesto que ama a un dios los domingos, a sus hijos los sábados y a su esposa los viernes y otro día -no fijo- a la semana, descubre que en la página de los husos horarios está aquel viejo número, que le dio aquel marine americano, cuando aquello del Golfo, en aquella pensión, y con aquellos labios.

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La madrastra Invoca su presencia con lágrimas de seda. Sobre la piel tan blanca su niñez espejea, y entre las aguas claras de su memoria etérea, de la mano enlutada se derrama una estrella que recoge y que guarda y que muestra entremedias como si fuera ágata con encajes de perla. Pero cuando reclama que la escuchen y entiendan las calladas campanas la despiertan.

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Quijote Siglo XXI Un jinete de fuego cabalga por la noche y persigue el destello dorado de aquel broche de mujer. Un castillo sin foso se levanta entre torres gigantes y un bloque que abrillanta y pule su fachada con manchas de cristal. Oculto en el castillo está el Santo Grial. El loco caballero, eterno enamorado de una mujer que escapa temblando de su lado, saltando las paredes con ojos soñadores ya imagina la lucha, bajo los cenadores, contra los cien guardianes del sagrado tesoro que mueren desangrados por su espada de oro. Pero al trepar los muros de ese antiguo convento el Amadís resbala y cae con un lamento entre los mil zarzales de un jardín en ruinas donde rosas silvestres florecen asesinas. El hombre del subsuelo recobra la conciencia y se marcha asustado de su propia demencia por calles y avenidas de la ciudad moderna para esconder su hazaña cobarde en la taberna. Allí la camarera, que ya bien le conoce, le sirve vino tinto esquivando algún roce de este nuevo Quijote. Él se apoya en la barra, contempla a su doncella, y con dolor nos narra su mísera existencia, su vivir callejero y añora aquellos tiempos en que fue caballero.

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La hada madrina A la salida del supermercado ofrece las noticias de la calle con voz resquebrajada. Casi no se la entiende. Sentada sobre el suelo su cuerpo es un gran atlas de trapos, soledad, tristeza, mugre. Tiene sesenta años. Hay personas que pasan por su lado con las bolsas repletas de comida. No se detienen nunca ni miran de reojo. Ella sigue gritando: “¡Noticias de la calle! ¡Noticias de la calle!” mostrando indiferencia frente a quienes se ríen de su aspecto. “Con el orgullo no se come” parece pensar, cuando cuatro niños que van en bicicleta le escupen en la cara. Una muchacha joven se acerca a la mendiga y la besa en la boca con dulzura, una, dos veces.

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El vagabundo Ayer leí, en el periódico de los sin techo, que todas las iglesias de nuestra ciudad van a ser convertidas en viviendas para nosotros, decoradas por nosotros, pintadas por nosotros. Ya tengo decidido el color de la mía: será roja y azul, y verde claro como los ojos de Emmanuèle, roja como sus labios sucios de carmín, como el vino también, rojo granate, azul como su pelo la casa entera, las paredes, el olor de su pelo en cada hueco de la casa, y tendremos espacio para todo, las latas de sardinas, los periódicos viejos, los cartones de tinto, los Ducados. Regresa pronto, Emmanuèle, nos queda poco tiempo y mucho que vivir en nuestra nueva casa, nuestra primera casa, nuestro hogar para siempre si es que estos señores no se vuelven atrás, deciden lo contrario y yo no vuelvo a verte, pues me temo...

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El pirata Llegó con el bigote recortado y un disfraz imposible de personaje honesto. Invitado por nadie insiste en presentarse allí donde haya fiestas, verbenas populares o bailes de salón. Afirma que no bebe pero siempre lo vemos con la botella encima, mostrándonos su imagen campechana o el fervor religioso de un devoto romero. Viste correctamente y hace tiempo que ocupa un puesto destacado en la Organización. Presiento en su mirada que pretende engañarnos: es un vulgar ventrílocuo que no mueve los labios cuando promete cosas, y temo que algún día desenvaine su espada de terrible pirata y eructe ante nosotros apestando a triste ron barato, a carnaza podrida, a pólvora y cañón.

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El náufrago

Estando de centinela en la colina he mirado del lado de Birman y, acto seguido, me ha parecido que el bosque comenzaba a moverse.

(William Shakespeare, Macbeth, V, 5)

Observemos al náufrago. Está solo. Mirad cómo pasea por la orilla desierta de la isla. Está solo. Parece no querer darse cuenta. Se vuelve hacia la izquierda y no ve a nadie; se vuelve a la derecha y tiene miedo porque de la espesura de los árboles llega la oscuridad del bosque, tiene miedo porque un ojo sangriento le vigila, le acecha, le persigue, se apropia de sus sueños y es ya la pesadilla del que tiene por fin mala conciencia. Se para a meditar. Él sabe todo lo que ocurrió minutos antes de que el barco se hundiera. Había prometido guiar bien esa nave, llevarla hasta buen puerto para llenar con joyas tantas arcas y, lo más importante, mantener lejos del abismo a su tripulación.

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Con los primeros truenos corrió a su camarote, se encerró en la mentira de su sombra, acobardado por la lluvia y su propio destino. Después de la tormenta despierta sollozando en esa orilla desde la que nos hace señales de socorro. No entiendo qué reclama, con quién habla - quizás con un fantasma defraudado - pero sé que esta vez el náufrago del cuento no merece un rescate.

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El pistolero

Amor de mis entrañas, prueba suerte que hoy vengo disfrazado a tu medida y sin pudor te ofrezco una partida que me dé la ocasión para tenerte. No temas a jugar. Cógela fuerte: la bala del amor es recibida por el tambor rugoso donde vida no nacerá jamás, pues todo es muerte. Sostengo la culata entre mis dedos. Levanto el percutor. Respiro hondo. Oigo tu corazón acelerado. En el ambiente flotan nuestros miedos. Pongo en tu boca su calor redondo y si aprieto el gatillo, habré ganado.

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El soldado Se aproxima una guerra. Lo radian en directo, se cuela por las fibras de Internet. En el bar de la esquina sabe a café con leche. Los que vivieron una se quejan por lo bajo. Se aproxima una guerra. Los fantasmas del barrio intentan avisarnos con enfadadas sombras de ambulancias vecinas que silban su agonía de sangre en la cabeza. Se aproxima una guerra. Quizás todo es mentira y esta noche no suenen las sirenas de la muerte, y estés conmigo aquí, bailando entre trincheras la mazurca de amor del buen soldado. Se aproxima una guerra.

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El Patriota

Siempre quise escribir un poema patrístico "Piensa en tu tierra. El pueblo te ha elegido. No mires a la cara de las víctimas. No merece la pena, son traidores. Mantén el pulso firme. Actúa por detrás. Remátalo de un tiro en la cabeza: te ampara tu conciencia de gudari. Es una lucha armada. Que el Señor te proteja. Tienes mis bendiciones. Gora Euskadi. Ejecuta."

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Hombre que dice adiós

Dejé la casa abierta, las ventanas en vuelo. Javier Egea

Como después de un pacto del que no se conocen los detalles, desconcertado y solo el hombre del adiós regresa al mundo. Ya no buscan sus ojos la mirada de nácar de la muerte, las huellas que en el aire reproducen su nombre, la pequeña sonrisa de su reino, su voz azucarada. Camina entre viandantes que con rostros anónimos sugieren nuevas amenazas, sentencias que se erizan por la piel una vez escuchadas y clavan su aguijón de verdad incisiva, de veneno letal allí donde más duele, en esa oscura zona del recuerdo que el hombre del adiós no consigue olvidar. Es por eso que ahora, tras observar los pasos que hasta el momento ha dado, el hombre del adiós regresa al mundo, se arranca el corazón con sus dedos de plomo, y finge que se va sin despedirse.

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El poeta En la estación de trenes, en el panel metálico que anuncia los retrasos y le señala el norte, en las pantallas de los aeropuertos, cuando no sabe si esperar la llegada o iniciar el viaje, en su cuarto vacío, el hombre solo. Es un hombre que escribe cada noche, sobre el mismo papel y con la misma luz, la historia de sus sueños en versos que parecen de verdad y caen como mentiras.

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Martes de carnaval Es martes por la noche. En la plaza de Oriente la muchedumbre baila. Y baila el presidente disfrazado de pueblo, y ríe el comandante, y el empresario cede su puesto al traficante de sueños imposibles, cuando algún desalmado recita aquellos versos de amada con amado y el cura lo festeja blasfemando en francés. Hoy todos olvidamos que el mundo está al revés. Es martes por la noche. Termina el carnaval. Se van formando grupos frente a la catedral para beber la sangre consagrada del hijo mayor del carpintero, que tiene un crucifijo tallado por el padre en su culo pequeño de niñito Jesús. Rescatada de un sueño una vieja preñada con mirada de muerta hacia a mi se aproxima. Con su gran boca abierta -donde florece un diente, podrido testimonio de su antigua hermosura- me pide en matrimonio. Una mano arrugada se posa en mi barriga y no puedo evitar que mi débil vejiga provoque un gran diluvio en las rojas enaguas de la vieja, quien gime, se cree que ha roto aguas y se muere en mis brazos. De su oreja derecha nace un niño eructando. Se extiende la sospecha de que ha vuelto a la vida Gargantúa el Gigante, con cien kilos de peso y la pose elegante de los grandes señores. El pueblo se alborota. Todos quieren tocar al nuevo compatriota, y un obispo avispado se encarga del bautizo con cervezas y vinos y ristras de chorizo que Gargantúa devora con la ferocidad de algunos animales en su primera edad. La fiesta se engrandece. Renacen los insultos alegres y grotescos, ordinarios y cultos

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que recuerdan un tiempo de risas, de canciones y amores consentidos de reyes con bufones. Una monja novicia, disfrazada de fruta del edén, de mi brazo se cuelga y resoluta, me conduce a la Peña de los Enamorados. Suplica que la pele. Yo le doy tres bocados y su joven sonrisa indecente me advierte que es hora de dejaros. Seguid bailando. Suerte.

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POEMAS DE CASA NUEVA (2003-2005)

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Sombra corazón Corazoncito, corazoncito, si tú fueses de plata yo arbolito. Corazón cuerdo, corazón cuerdo, con razón andan sueltos lentos recuerdos. Corazón fuerte, corazón fuerte, después de la tormenta vendrá la suerte. Corazoncito, corazoncito, si yo te amase siempre tú arbolito.

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Sombra olvido ¿Quién anduvo en la casa? ¿quién cambió de lugar el apagado sueño de sus muebles, la cenicienta luz de por las tardes, el resto de esperanza que guardé ayer entre los libros? ¿Quién renovó la amarga herida de mis ojos? ¿Quién borró del espejo los golpes de una vida? ¿Quién olvidó el anillo al lado de la foto? Los inspectores dicen no hallar pistas del robo, pero un vecino atento vio a una sombra que huía arrojando recuerdos sobre el río.

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Amsterdam, 31 diciembre de 2000

Estoy cansado de las casas, prontamente en ruinas sin un gesto. Luis Cernuda

I De golpe, aprender a avanzar humillado por lo que fue tu barrio hasta ese día, saliendo de la casa con la herida amarilla de quien todo arriesgó -los vecinos se asoman tan contentos de poder contemplar otro deshaucio-, de repente, una herida indolora, la grietas de un diciembre fin de siglo Es más diciembre ahora que hace un año. A mi espalda la casa - más diciembre también, más aterida - parece que se queja del expolio que sufren sus paredes, sin tachones de luz por los rincones, sin ropa preparada en los armarios, sin recuerdos de ti, sin tus recuerdos. Por todo el bulevar hombres por cuya edad ya nadie se interesa lanzan con fuerza al aire sus cañas. Quieren rescatar la memoria

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de un tiempo en el que el río no era un río sino puerto de mar con distintos marinos trajinando. El que pierde un hogar no lo ha perdido todo. Mirad, si no, este atardecer distinto, con las luces que anuncian la ciudad después del río. Sobre el perfil dorado de una iglesia católica la estación, que de lejos se parece a un palacio, abre sus puertas centenarias. Veo llegar el barco. En un momento estaré allí.

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II El que pierde un hogar nunca lo pierde todo, porque suma al final un punto de esperanza. Son los últimos latidos del que aún no se rinde aunque diciembre. Es más diciembre ahora que hace un año, y sin embargo nadan todavía los patos por los rincones del embarcadero. Alguien les lanza migas y por cientos acuden al banquete palomas y gaviotas. Insólitas, veloces, descienden desde el cielo. No sé de dónde vienen. Asomado al pretil hay un niño que observa ensimismado el río. Un barco de papel se desliza inseguro por el agua, oscila, se mantiene. No podrá resistir durante mucho tiempo el lamiente vaivén que deshace su frágil armazón, su simple arquitectura. Será apenas un lapso su existencia, pero su imagen flota como un sueño en los ojos del niño. La ilusión justifica su vida y una historia. Y ésta sólo es verdad cuando la cuenta un niño.

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III He perdido un hogar, la casa, los recuerdos. Pero vuelven los trenes que entoces, cuando niño, deseaba coger por ganar aventuras, por cumplir con los sueños. Por eso, hoy, entre sueños robados a mi propia niñez, me acerco a la otra orilla para ser el primero que te escriba unos versos, en esta hora de rápidas campanas que dividen los siglos, en este nuevo mundo, amor, sin ti. Y otra vez cruzo puentes, atravieso canales, dejo calles y plazas, y al acabar los fuegos que como un rito mágico iluminan el cielo abandonado, grito tu nombre fuerte, más fuerte que el estruendo de las celebraciones, y enfrente del palacio alzo mi copa, pobre, como si aún pudiera brindar en la distancia del deseo, como si aún quisieras brindar por mí. Amanece. Y el tiempo

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me traslada al pasado más reciente y me lleva sin trampas al futuro. Pero el pasado es un tren que tiene prisa por olvidar sus días de vieja maquinaria, cansado de volver constantemente a la misma estación, a los mismos andenes, con los mismos viajeros somnolientos y anónimos. Y el futuro es un tren que tiene prisa por estrenar sus días de nueva maquinaria, por conocer estaciones distantes y viajeros alegres y despiertos. Mas pasado y futuro, realidad y deseo, viajan en los mismos raíles que el presente.

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Paredes blancas con salamanquesas tristes Mis queridas salamanquesas: este martes de un julio tan corriente como pocos, un martes que me vale por miércoles o sábado, y ver cómo te alejas sin volver la cara, orgullosa y celeste de apagar un concierto para siempre, queridos animales, igual que se confirman de golpe las sospechas lo único cierto es que no sé qué siento por vosotras, pues aún siendo verdad que os tengo aprecio, a veces me causáis miedos y sobresaltos que estaban reservados al rito de saberte inalcanzable; y aunque es verdad que hay noches por las que os debiera moderada compañía, si veo en tu pupila fosforescente y vértigo algún resto de amor o desafío, me enfado con vosotras, me torno aborrecible, y me pongo a romper fotografías o a lanzar vasos de agua a las paredes, de lo cual me arrepiento siempre siempre al cabo de un momento, y os busco inútilmente para que me perdones, y dejéis de mirarme tan tristes y asombradas, y no escapes de mi, ni tratéis de esconderos,

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como las cucarachas gonzalianas se esconden del que llega borracho y a deshoras. Estimadas amigas, querida compañera que no estás, quizás no me entendáis pero hoy tenía que deciros que te quiero.

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Del cuidado de las plantas A comienzos de junio las primeras semillas germinaron. En la terraza del tercero izquierda, una mujer remueve con sus manos de embarazada, tierra nueva y fértil. “Santiago nacerá cuando estas plantas hayan ya florecido”, piensa Isabel en alto, y a alguien se le ocurre bautizar las macetas con nombres como Bob o Sherezade. “Cuida bien de las plantas. Que no les falte agua, e intenta que también les de la sombra cuando apriete el calor. Buen verano, vecino. Nos vemos en septiembre.” Las plantas florecieron a mediados de julio. Con el verdor de las primeras hojas, de los primeros brotes despuntando, así volvió el amor, despacio y sin ruido, y entró en la casa nueva iluminándola, haciéndola creíble, canción y desafío, tomando su terraza y sus rincones con confianza y familiaridad, la misma confianza de quien reaparece en nuestra vida después de un largo adiós. En verano se pactan las derrotas

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y se detiene el tiempo de los enamorados. Y por eso es posible que agosto no existiera en ciertos calendarios más allá del amor, y que las plantas se quedaran enanas y amarillas, escasas de cuidados, quemadas por el sol. En septiembre los días reivindican la luz cercana del otoño. Bajo la claridad de sus amaneceres los amantes rubrican indefinidas treguas, temporales contratos del corazón. Descienden los termómetros. Coincide que intimamos con las lluvias primeras de septiembre. Tú no dejabas de hablar del futuro perfecto que deseas, del futuro perfecto, un tiempo indeclinable pero tal vez real. Las plantas, con las lluvias, cogollaron. Contemplando el milagro de repente me hablaste de tus cuarenta nombres, de tus cuarenta vidas, tus cuarenta ladrones del pasado. Y yo te supliqué que me nombraras capitán de ladrones, Alí Baba de un sueño submarino.

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Y así pasó el verano. Los vecinos volvieron a final de septiembre con su niño en los brazos, e Isabel se alegró de que las plantas estuvieran con vida pues cuidarlas, parece, no es sencillo.

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Índice POEMAS DE CONTRABANDO Frontera y contrabando 5 Aquí, si yo pudiera 6 Me veo en el derecho a preguntarte 7

POEMAS DEL GUIÑO No quiero perderme la aurora 11 De tu primera imagen 12 Esta ciudad de huelga intermitente 14

POEMAS DEL CINE Flash back 18 Interiores 19 Travelling 20 La teta y la luna 22 Los lunes al sol 23 Cyrano de Bergerac 24 Como agua para chocolate 25 Desayuno con diamantes 26

POEMAS DEL BAILE Baile a dos 30 Máscaras 31 Romeo 32 La madrastra 33 Quijote Siglo XXI 34 La hada madrina 35 El vagabundo 36 El pirata 37 El náufrago 38 El pistolero 40 El soldado 41 El patriota 42 Hombre que dice adiós 43 El poeta 44

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Martes de carnaval 45

POEMAS DE CASA NUEVA Sombra corazón 50 Sombra olvido 51 Amsterdam, 31 de diciembre de 2000 52 Paredes blancas con salamanquesas tristes 57 Del cuidado de las plantas 59

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