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Todos los personajes que aparecen en esta obra son ficticios. Tampoco los nombres y motes de los personajes fueron escogidos para hacer referencia a ninguna persona real. ¿Eres una de las miles de personas que se llaman Pedro Martínez en todo el mundo? Pues lo siento, pero no lo escogí por ti… a no ser que alguna vez hayas viajado a otro sistema solar, claro. Simplemente sonaba bien y necesitaba una P. ¿Te llamas Hermano 27351? Pues no, tampoco es por ti. Pero pide explicaciones a tus padres. Bienvenido a una historia singular. Más que a una historia singular, sea usted bienvenido a un mundo singular. Al presentarle dicho mundo le haré, implícitamente, la siguiente pregunta: ¿Qué tal sería estar en ese mundo? Su primera reacción será, probablemente, la de sonreírse. Se trata de un mundo tan ridículo y absurdo que dicha reacción sería la más normal. Unas páginas más adelante, cuando haya comenzado a adentrarse en la trama que le planteo, vuelva a preguntarse: ¿Qué tal sería estar en ese mundo? Esta vez su diversión se tornará en preocupación. Las consecuencias de la singularidad de ese mundo son, en cierto sentido, inquietantes. Y unas páginas después, cuando la historia que le planteo se haya desplegado completamente ante usted, por favor vuelva a preguntarse: ¿Qué tal sería estar en ese mundo? Quizá lo que sienta entonces sea cierto pavor. El mundo que en su momento le hizo sonreír le parecerá, en aquel momento, un lugar terrible y cruel. Para terminar, cuando estas páginas

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Todos los personajes que aparecen enesta obra son ficticios. Tampoco los nombres ymotes de los personajes fueron escogidospara hacer referencia a ninguna persona real.¿Eres una de las miles de personas que sellaman Pedro Martínez en todo el mundo?Pues lo siento, pero no lo escogí por ti… a noser que alguna vez hayas viajado a otrosistema solar, claro. Simplemente sonaba bieny necesitaba una P. ¿Te llamas Hermano27351? Pues no, tampoco es por ti. Pero pideexplicaciones a tus padres.

Bienvenido a una historia singular. Másque a una historia singular, sea ustedbienvenido a un mundo singular.

Al presentarle dicho mundo le haré,implícitamente, la siguiente pregunta: ¿Qué talsería estar en ese mundo?

Su primera reacción será, probablemente,la de sonreírse. Se trata de un mundo tanridículo y absurdo que dicha reacción sería lamás normal.

Unas páginas más adelante, cuandohaya comenzado a adentrarse en la trama quele planteo, vuelva a preguntarse: ¿Qué tal seríaestar en ese mundo?

Esta vez su diversión se tornará enpreocupación. Las consecuencias de lasingularidad de ese mundo son, en ciertosentido, inquietantes.

Y unas páginas después, cuando lahistoria que le planteo se haya desplegadocompletamente ante usted, por favor vuelva apreguntarse: ¿Qué tal sería estar en esemundo?

Quizá lo que sienta entonces sea ciertopavor. El mundo que en su momento le hizosonreír le parecerá, en aquel momento, unlugar terrible y cruel.

Para terminar, cuando estas páginas

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estén finalizando, pregúntese por última vez:¿Qué tal sería estar en ese mundo?

Entonces comprobará que la peculiaridaddel mundo singular trasciende lo horrible hastallegar, extrañamente, a lo divino. Percibirá unmundo en el que un individuo cualquiera(cualquiera en el sentido más literal) puedemorir y resucitar, destruir el mundo yreconstruirlo, ser el bien y el mal a la vez, ytodo ello siendo terriblemente mundano,humillantemente anónimo, vulgarmenteconforme a la razón.

Pero antes de presentarle dicho mundo,comenzaremos la historia conociendo unmundo normal. Algo soez y vulgar, salpicadode adolescencia histriónica, pero normal.Puede que al principio no comprenda quépudiera tener que ver dicho mundo normalcon un mundo supuestamente singular. Noobstante, puede creerme, cada detalle de estemundo normal será determinante en elmundo singular que conocerá después. Enmuchos casos, determinante hasta un nivelbochornoso y esperpéntico.

Bienvenido al mundo singular. Sóloespero y deseo que nunca le toque estar en él.

—Hey, ¡pásame esos mocos! —dijo Zum,mientras se apartaba las greñas de la cara conla mano—. Notó que sus dedos estabanpegajosos, y se los limpió con el pantalón.

—Sssshpera —respondió Tarao, pegandouna última calada. Hizo una mueca, y cerró losojos en un reflejo— joooder como tira.

Tarao miró al resto de los presentes conuna sonrisa entre burlona e idiota. Ya nadierecordaba si tenía los ojos pequeños denacimiento o se le habían quedado así a basede mostrarse ido con tanta frecuencia.Después de lo que le había costado encenderla húmeda y pastosa mezcla, no permitiría quenadie le quitara el placer de echar la primeracalada con calma. Solía disfrutar permitiendoque los olores de lo que se fumabaimpregnaran su camiseta preferida, que raravez se quitaba. Se trataba de una camisetanegra sobre la que había impreso una foto quehabía encontrado en Internet. La foto

mostraba un hombre de edad avanzada conlos sesos reventados y con una pistola en lamano con la que se acababa de suicidar. Taraosolía insistir en que la foto era auténtica. En unlateral de la camiseta, bajo el brazo derecho,había pegadas cuatro chapas de cerveza de lamarca del supermercado AhorraPlus. Él decíaque se pegaba una chapa por cada uno de loséxitos que alcanzaba en su vida. Tenía cuatrochapas: tres se debían a los tres tripis que sehabía tomado alguna vez, y la cuarta se debíaal momento en que, durante unaaglomeración en el metro, consiguió tocar unateta con la palma de la mano extendida.

—Venga, te toca—intervino Fideuá.

La ceja izquierda de Fideuá comenzó amoverse compulsivamente, como cada vezque se encontraba ansioso o nervioso. El motede Fideuá se debía a que Paella no describíadel todo las protuberancias de su rostro. Paracubrir su faz pintoresca y mostrar un aspectomás varonil, se había dejado crecer la barbadurante los últimos cuatro meses. El resultadoera una desigual pelusa de pelos dispersospuestos en punta. Algunos de ellos seinsertaban en la carne del mentón a modo defolículo, que junto a la grasa de la frente solíacrear un cierto aspecto grimoso. Durante elprincipio de la adolescencia, Fideuá habíaestado acomplejado por el crecimientodesigual de sus dos brazos, si bien esteproblema se había reparado casi por completodurante los últimos años. Las burlas recibidashabían provocado en él un carácter rencorosoy vengativo hacia cualquiera que le ofendía. Suincipiente carácter misógino era recordadopor los populares motes con los que bautizabaa las chicas de su clase que le habíandespreciado, los cuales habían tenido un granéxito para infortunio de éstas: Estropajo,Relleno y Pez Globo le estarían eternamenteagradecidas.

—No sé como podéis fumaros eso—intervino Mos.

Mos acostumbraba a mostrarse como unexcéntrico paladín en contra de los vicios demoda y las drogas en general (salvo la bebida).Ni fumaba ni esnifaba, y siempre reprobabaestos comportamientos en otros. Ya nadierecordaba si su mote procedía de ode debido a su aversión porlas aglomeraciones. No obstante, su aspecto y

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su comportamiento tenían cierto punto desiniestro sociópata. Rapado al cero salvo elmechón de pelo que le colgaba del cogote,solía pasar las horas muertas buscando enInternet maneras de construir un explosivocasero, y confesaba haberse masturbadoimaginando cómo explotaba el instituto. Trassu impoluto comportamiento callado y formaly sus habituales buenas notas, a veces, derepente y sin venir a cuento, sorprendía atodos delatando sus extrañas habilidades,como la de alcanzarse el pene con la boca (noprobada públicamente) o la de explotarse lasespinillas con unos alicates y disfrutar con eldolor provocado (sí probada).

—¡Joder, como pega! —intervino Tarao,elevando extasiado sus ojos hacia el techo.

—¡Qué panda de pringaos! —dijo Mos,mientras meneaba la cabeza—. Os creéis todaslas paridas que dice el Chinas...

—¡Te digo que pega! —replicó Tarao.Entrecerró los ojos y sonrió con gesto ido. Conla boca muy abierta, como preparado a decirespiró los gases de la extraña mezcla que élmismo había preparado. El olor erafundamentalmente de tabaco, si bien conteníaun nuevo matiz algo repulsivo que recordabaal de las flemas.

Mos frunció el entrecejo.

—Los bulldog proceden de Australia,así que los aborígenes australianos nunca loscriaron para fumarse sus mo...

—¡Toooooma! —interrumpió Fideuácerrando el puño. Los dados ante él mostrabanun 99. El tic de la ceja se aceleró visiblemente.

Tras echar un último vistazo de asco alporro de mocos, Mos volvió a centrarse en lapartida. Fideuá bebió un largo trago de suvaso de whisky con ColaPlus. Observó que elvaso había dejado un redondel húmedo sobrela mesa y se encogió de hombros. Esto irritó aZum, que estiró la camiseta de Fideuá hasta lamancha y la restregó con fuerza. CuandoFideuá se disponía a protestar, Mos intervino.

—A ver... doble destrucción craneal poraplastamiento —dijo mientras leía lentamentede una tabla. Solía retrasar sus veredictos paradisfrutar algo más de sus diez segundos degloria. Durante las partidas, su posición deárbitro le daba una cierta sensación de poderque le satisfacía enormemente. Observaba con

una mezcla de orgullo y desprecio laexpectación con la que los demás esperabansus palabras. “Así deberían obedecerme todoslos lamentables seres de este puto mundo”,pensaba secretamente. Por fin intervino—. Lasvísceras te salpican, y son venenosas. Debesbuscar un antídoto antes de 24 horas.

—¡¿Qué mierdas dices!? —exclamóFideuá mientras golpeaba el tableroviolentamente con su puño. Se le marcaba unavena junto a la frente— ¡Un 99! ¡Una tirada deputa madre y me vienes con eso! ¡Si deberíasdarme 100 puntos de experiencia por esto!

—Hey, a lo mejor el veneno te quita losgranos, tío —respondió Mos con sornamientras hacía unas anotaciones en un papel.Después quitó un muñeco verde con unaespada del tablero.

Fideuá se levantó de la silla, y se dispusoa decir algo. Apretó los dientes, lanzó unamirada recelosa a Mos, y se volvió a sentar enla silla. Mientras miraba para abajo, hacia lamesa, murmuraba en voz baja frases que sóloél entendía.

—Bueno, Tarao, ¿tú qué haces? —dijoMos mientras sonreía. Entonces hizo unamueca de rechazo— Jodeeeer. Deja esa revistade una puta vez....

—¡Diooos! ¡Qué tetas! —gritó Tarao sinlevantar la vista de la revista— ¡Mejores quelas de la Rocío! Aunque no sé si esta tira tanto...—añadió. Entonces trató de pasar de página.Las dos páginas siguientes estaban pegadas.

—Tío, deja de pasarte con Rocío...—intervino Zum bajando la voz y mirando alsuelo.

—¡El Paco dice que le ha dicho el Robque no tiene límite...! —dijo Tarao, mientrasdesistía de su intento de despegar las páginasde la revista.

—Joder con el Rob, qué potra... Desdeque tiene moto no para. Puto chulo de mierda,ni se lo cree... —opinó Fideuá. Zum puso unacara de desagrado. Se hizo el silencio.

—Joder, Zum, no te lo tomes así...—intervino Tarao— Si la pillaras no tendrías nipara... —pasó a sonreír. Mientras se atragantabacon un amago de risa, continuó— ¿20segundos?

Hubo risas generalizadas.

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—¡¡¡¡Zzzzzzzzum!!! —intervino Fideuámientras agitaba su mano ostensiblementecon el puño cerrado, para terminar elevándolay abriendo todos los dedos a la vez— No,hombre, no... Todavía no sabemos cómoreaccionará en Mmmm... ¿10segundos?

Más risas.

—Venga, hombre, no te pongas así y traemás whisky... —terció Tarao.

—¡Que no, joder! ¡Que mi vieja lo va anotar! Ya ha bajado a la mitad —dijo mientrasseñalaba la botella a la altura de la etiqueta.

—Bueno, será más bien su novio el quese dará cuenta... —dijo Tarao.

Todos callaron y permanecieron inmóviles.Zummiró aTarao con desprecio.

—Muuuy bocazas. Te va a volver a contaralgo tu puta abuela. Venga, piraos todos—señaló con el dedo la puerta de su cuarto.

—Joder, no es para... —intervino Mos.Entonces observó el gesto grave de Zum y selevantó de la silla mientras ponía la mano en elhombro de Tarao— venga chicos, vámonos.

Fideuá tomó una última calada al porro yse levantó. Recogieron sus cosas y salieron dela habitación. Zum les acompañó a la puertadel piso. Apareció Charlie, y corrió a ponerse ados patas sobre Fideuá.

—Mira, Fide, a lo mejor quiere tu pus. Esun trato justo—dijo Mos.

Tarao abrió la puerta y los tres salieronpor ella. Zum se les quedó mirando mientrasentraban en el ascensor.

—Hasta mañana, Zum.

—Hasta mañana—respondió Pedro.

Se quedó unos segundos pensativo.Justo cuando se disponía a cerrar la puerta,algo le llamó la atención. Por debajo de lapuerta del vecino de enfrente salía una extrañaluz azulada. Se estremeció.

Enfrente vivía Gómez, un pirado deverdad, no un amago de tarado como Tarao. Setrataba de un tipo de 150 kilos de carne quesiempre entraba en su casa con bolsas llenasde yogures y cajas de clips pisapapeles. Alpoco de entrar, siempre se oía RadioLé en todala escalera. Hacía algún tiempo, Zum observó

una extraña escena desde el balcón de su casa.Gómez salió muy excitado del portal ycomenzó a gritar: “¡No estamos solos! ¡Hayotros seres en el universo! ¡No estamos solos!¡¡No estamos solos!!” La gente que pasaba porla calle le ignoraba. Él siguió gritando lomismo durante un rato. Al observar que nadiereaccionaba a sus palabras, redujo el volumende su potente voz, hasta que finalmente secalló por completo. Entonces un tipo le tiróunas monedas. Gómez miró las monedas yluego al que las había tirado, incrédulo. Éstecontinuó su camino, impasible. Gómez agachósu pesado cuerpo, cogió las monedas, ycabizbajo se volvió a meter en el portal. Enrealidad, Zum no sabía si sentía miedo o penapor aquel hombretón.

De repente, la puerta de la casa deGómez se abrió. Surgiendo desde lapenumbra, Gómez se adentró en el descansillocon sus movimientos pesados. Zum se volviócomo un resorte e hizo un movimiento rápidopara cerrar la puerta y evitar saludarle.

—¡Chaval, espera! ¿Te llamas Pedro, no?¡Espera!

Zum hizo una mueca de dolor mientrasapretaba los dientes. Después trató deaparentar normalidad y volvió a abrir la puerta.

—¿Sííí...? —respondió en un susurro.

—¡Chaval! ¿Te gustaría ir a ? Estáen... bueno... —paró durante un instante, ydespués añadió— forma parte de... Casiopea...

Zum frunció el entrecejo y cerró lapuerta de un portazo.

—¡Es una estrella! ¿no... no quieres?Bueno, seguiré buscando... seguiré... —oyótras la puerta. Después oyó unos pasospesados y el sonido de la puerta del vecino alcerrarse.

Dentro de una hora llegaría su madre.

Volvió a su cuarto y cogió el cenicerosobre su cama. Observó que había cenizassobre la colcha de

que le regaló su abuela poraprobar cinco. Las quitó de un manotazo. Vioque había un agujero a la altura del brazobiónico de Anikilator.

—Qué pedazo de cabrones.

Miró el resto de la habitación. Tenía quedarse prisa en recoger.

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Zum se concentraba en la imagen de lapantalla mientras ejercitaba su mano. Sumadre golpeó la puerta de la habitación. Zumse apresuró a cerrar un par de ventanasmientras se enfundaba a toda velocidad.

—Pedro, me voy, que he quedado. Tedejo cena para calentar en la cocina —dijo sumadre al entrar.

Zum observó a su madre muymaquillada y torció el gesto.

—Mamá, tienes que limpiar un poco—dijo Zum en todo reprobatorio, señalandolas pelusas del suelo.

Su madre miró el suelo.

—Sí, cariño... Bueno, me voy —respondiódistraída—. Ah, y ventila un poco lahabitación, que huele a tigre.

—Sí...

Su madre salió y cerró la puerta. DespuésZum oyó cómo se cerraba la puerta de la casacon llave. Como tantas veces, volvía aquedarse solo en casa. En aquellos momentos,Pedro solía recordar lo que le gustaba no tenerhermanos. Siempre había pensado que odiaríatener a su lado a un bicho en miniatura igualque él que le imitara en todo. Le gustaba estarsolo, como estaba. Bueno, solo con su madre.

Pedro volvió a mirar la pantalla, perodecidió que se había desconcentrado.Entonces encendió la tele de su cuarto.Echaban Tras un buen rato en queno ocurrió nada interesante, sintióaburrimiento, recogió unos auriculares delsuelo y se los puso. Pulsó play. Comenzó asonar su grupo preferido.

rezaba la letra de la canción. Extasiado, Zum sepuso de pie y se puso a pegar botes mientrasmeneaba sus greñas hacia delante y haciaatrás. Mientras lo hacía, la caspa caía de sucabeza, lo que le daba el aspecto de un árbolde navidad. Tras la frase

comenzaba el solo de guitarra. Zum comenzóa menear su mano como si tocara la guitarra,mientras ponía posturas forzadas. Entonces,surgió en el monitor del ordenador una nuevaventana. Zum se acercó y comprobó quecontenía un mensaje instantáneo de Mos.

Mos le pedía que le ayudara a propagarpor correo electrónico un nuevo bulo que seacababa de inventar. Zum recordó el último delos bulos que había iniciado Mos. Éste advertíadel peligro que se corría si se pulsaba el botónde “planta baja” de los ascensores durante másde tres segundos seguidos. Según lostestimonios aportados por ciertas institucionesinventadas, esto podía provocar que elascensor se descolgara al vacío por culpa decierto defecto de fabricación. Un anciano yuna embarazada de cierta ciudad inexistentede USA habían muerto de esa maneracayendo de un quinto y séptimo pisorespectivamente. El correo finalizabarecomendando el reenvío a las personas másqueridas por su propia seguridad. El día queMos recibió ese mismo correo de un primosuyo fue uno de los días más felices de su vida.Según él mismo dijo en su habitual tonorecargado, “había conseguido demostrar quela patética imbecilidad humana la hacíaindigna de la existencia”.

Al otro lado del canal, Mos se afanaba enexplicar su nuevo bulo. Transmitiría el mensajede que, si se introducen diez monedas de uneuro en una máquina de refrescos, entoncesésta devuelve once. Al leer la idea, Zum se rió agrandes carcajadas y añadió que, si el bulo setransmitía, beberían a cuenta del créditoacumulado por los pardillos durante meses.Mientras Zum reenviaba el correo escrito porMos a toda su lista de contactos, semaravillaba de lo fácil que resultaba manipulara la gente, al menos cuando se contaba con unplan adecuado. Después Mos se despidió ycortó la comunicación.

Zum dirigió su mirada a la tele. En GranPrimo había llegado el momento de la

de un participante. Zum se tumbóen la cama para verlo. Los cuatro participantesque quedaban eran la apodada así porla audiencia porque todas las partes de sucuerpo eran artificiales, el , llamadoasí porque era capaz de aspirar cualquier cosapor la nariz y, como novedad de la presenteedición, los dos concursantes no humanos, lacabra y el canto rodado. Mientras lapresentadora hablaba de sociología, aparecíaun mensaje bajo la pantalla que decía “Manda

Finalmente, la presentadora anuncióque, debido a los mensajes recibidos al 7577,

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abandonaría la casa la cyborg. Ésta, llorando,dio un beso al aspirante, a la cabra y a lapiedra, y salió de la casa. Entonces el aspirante,único superviviente humano, se sentó en unsillón mientras la cabra salía al jardín a seguircomiéndose la hierba y la piedra no hacía nadade nada. La votación del público habíaaclamado a la piedra como favorita. Elaspirante se puso a reflexionar solo y en vozalta sobre el hecho de que el Gran Primoperfecto consistiría en una casa quecontuviera diez copias de sí mismo. Zumimaginó que, entonces, Gran Primo pareceríamás bien una narcosala. “Menudo infierno”,pensó Zum, mientras se estremecía.

Entonces surgió por la ventana deldormitorio una luz azulada y se oyó unaexplosión. Zum se levantó sobresaltado y mirópor la ventana al patio interior. El ruidoprocedía del piso de enfrente, el de Gómez.Zum oyó a Gómez gritar “¡Joder! ¡Los clipsestaban mal colocados...! Vale... Ya sé cómosolucionarlo...” Después se hizo el silencio denuevo.

Zum se estremeció. Tras unos segundosde inquietud volvió a tumbarse en la cama.Aburrido, se dirigió de nuevo hacia elordenador.

Zum tomaba pipas compulsivamentemientras contemplaba absorto la pequeñatelevisión que se encaramaba a gran altura,cerca del techo del bar. Saque de banda.

—Joder, ¿es necesario que llevéispuestas las bufandas incluso aquí dentro? Conel calor que hace en este puto bar... —protestóMos, que no podía ocultar su aburrimiento.

Tarao miró a Mos con indignación y besósu bufanda del Real Fútbol Club. Mientras Zumy Fideuá le imitaban, Tarao observó que subufanda estaba empapada y olía a cerveza,posiblemente debido a pequeños derramesanteriores. Al ver que su jarra estaba vacía, sevolvió a acercar la bufanda a la boca y,fingiendo volver a besarla, la chupó. Elcamarero se acercó.

—Chicos, tenéis que consumir algo más.No podéis quedaros a todo el partido con unasola consumición.

Todos se miraron. Tarao seguía chupandosu bufanda. Al final, Fideuá habló.

—Vale, luego pediremos algo. Por favor,¿podría traerme ahora un vaso de agua?

El camarero frunció el ceño y se dio lavuelta. Los demás se sonrieron. Entonces elárbitro pitó penalty a favor del RFC. Fideuá,Tarao y Zum pegaron un bote en sus asientosy comenzaron a gritar.

—¡Metedlo, por Dios! —gritó Zum a lapantalla mientras se tragaba una pipa.

Mos, aburrido, pensó que eso le daba untema de conversación.

—¿Creéis en Dios?—preguntó.

Todos le miraron con el habitual gestode Luego le ignoraron.Al comprobar que el lanzamiento del penaltyse demoraba porque un jugador estabasiendo atendido, quizá con el objetivo de queuna cámara tomara un plano corto de suszapatillas patrocinadas, Zum respondió.

—Bueno, yo más bien no...

El camarero trajo el vaso de agua quehabía pedido Fideuá. Éste se lo bebió de untrago. Después, echó un vistazo furtivo haciaatrás, se sacó sigilosamente una petaca delbolsillo y vertió su contenido en el vaso. Elnuevo líquido también era transparente, perosu olor delataba su contenido alcohólico.

—¿Cuál es tu motivo para no creer?—preguntó Mos a Zum.

—Bueno... —respondió Zum, pensativo—Si hubiera cielo, ¿qué equipo ganaría la liga? Sise deben cumplir mis deseos, ganaría el RealFútbol Club, pero otro tío podría querer queganara el Fútbol Real Club, y, bueno, nopodrían ganar los dos a la vez... El mundoperfecto de ambos sería incompatible...

Mos frunció el ceño. Decepcionado porla profundidad del argumento, se puso a miraral techo. Al poco rato intervino Fideuá.

—Bueno, cada uno podría tener supropio cielo —dijo—. Quiero decir, tú podríasir a un cielo a tu medida en el que ganaría elReal Fútbol Club, y un tío del Fútbol Real Clubiría a otro cielo en el que ganaría el Fútbol RealClub...

En ese momento, Zurunho, recientefichaje del Real Fútbol Club, lanzó el penalty y

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marcó. El bar se convirtió en un mar de gritos.Tras gritar “Gol”, Zum aprovechó el estruendopara lanzar un estrepitoso y prolongadoeructo que pasó desapercibido más allá de sumesa. Tarao rió sonoramente y trató deimitarle, pero no estuvo a la altura. Al final, losgritos de celebración se apagaron.

—Ya sabéis, comer pipas me da gases—dijo Zum en un susurro.

En ese momento, el camarero apareciójunto a la mesa y cogió el vaso de Fideuá. Loolió.

—Fuera de aquí y no volváis —increpócon gesto grave.

Los cuatro se levantaron lentamente ysalieron del bar.

—Joder, Fide, otro bar al que nopodemos volver a ir —dijo Zum una vez quese encontraba fuera—. Cada vez tenemos queirnos más lejos del barrio para ver el fútbol.

Siguieron andando por la acera ensilencio. De repente Mos habló.

—Tendríamos que volver a ese bar conun bate de béisbol cada uno y destrozarle laspiernas al camarero.

Los demás se quedaron mirándolo conlos ojos muy abiertos.

—O, mejor, —añadió mientras apretabalos dientes— debería ser castigado como losdioses castigaron a Prometeo. Cada día, unáguila se comería su hígado, pero dejaría elsuficiente como para que éste se regenerasehasta el día siguiente. Entonces el águilaregresaría para volver a comer su hígado. Elcastigo se repetiría un día tras otro, sin fin.Todos los días, el hombre volvería a sanar, aresurgir, con el único objetivo de volver a sercastigado.

—Parece que nos ponemos pedantes ypsicópatas a partes iguales, Mos—dijo Tarao.

—¡Éste es nuestro Mos! —añadió Fideuámientras ponía su mano sobre el hombro deMos.

Se volvió a hacer el silencio. Finalmente,Tarao intervino.

—Bueno, al menos no nos han cobradolas cervezas—dijo mientras sonreía.

Zum volvió a eructar.

Mientras Zum sujetaba la bolsa deplástico del súper, Tarao vertió en ella elcontenido del cartón de vino. Una vez que elcartón quedó vacío, Tarao hizo una anchaabertura en su parte superior y vertió en éluna cierta cantidad de ColaPlus. Acto seguidovertió el contenido de la bolsa de plástico.

—Proporciones perfectas —anuncióZum al probar el contenido del de cartónimprovisado. Tarao sonrió.

—Joder, los vasos de plástico no son tancaros. ¿Cuándo vamos a dejar de hacerlo así?—preguntó Mos. El frío hacía que le salieravaho de la boca mientras hablaba.

—Yo, es que esta semana estoy pelado...—respondió Fideuá.

Zum pasó el mini a Fideuá y éste bebió.

—Qué buenos son Kakakulo y Pedopís—dijo Fideuá.

—¿Te acuerdas del episodio en quehacen el concurso de vómitos? —intervinoTarao con los ojos brillantes. Todos hicieron ungesto de reverencia, salvo Mos que miró haciaotro lado— ¿Recordáis cuando Kakakulo lesaca el esófago a Pedopís y se lo conecta alsuyo propio, para poder vomitar más y ganarel concurso?

—¡Qué bueno! —admitió Zum con ungesto casi místico.

—Vaya mierdas os tragáis —interrumpióMos.

—No todos tenemos estómago paratragarnos más de dos páginas de—respondió Tarao—. Algunos le dan demasiadaimportancia a las gilipolleces que les cuentan enclase…

Durante un rato largo, Tarao, Zum yFideuá rememoraron otros gloriososmomentos de Kakakulo y Pedopís. Algodespués Zum comprobó que el contenido delmini estaba cercano a agotarse. Entoncestomó una botella de whisky de oferta delsuelo y se dispuso a abrirla.

—¿Y decís que regalaban la botella deColaPlus con el whisky? —preguntó Fideuá alos demás.

—No, me temo que era al revés—respondió Zum.

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—Jodeeeeer...

Zum comprobó con cierto asco que labase de la botella estaba llena de las mismascáscaras de pipas que se acumulaban en laacera, bajo el banco. Al arrancar la pegatina delsello de los impuestos con las uñas, variosrestos del adhesivo se quedaron pegados a losdedos de su mano derecha. Trató dedespegarlos con su mano izquierda, pero elresultado fue que ahora algunos de esos restosestaban adheridos a los dedos de su manoizquierda. Nervioso, comenzó a restregarseuna mano contra la otra, lo que desembocó enuna extraña masa de pedacitos de papelpegajosos y cáscaras de pipas. Ante elpatetismo de la escena, Tarao arrancó la bolade adhesivos de la mano de Zum y sedesprendió de ella restregando su manocontra el respaldo del banco.

—¡Aaaaatchíííís! —estornudó Fideuá.

—Eso quisiera yo, y no esa mierda democos que fumamos —dijo Zum mientrasacababa de rellenar el vaso de cartón conwhisky. Después se lo pasó a Mos.

—Joder, qué alergia tengo —respondióFide mientras sacaba un pañuelo—. Y no sé aqué...

—Al polvo no puede ser, ¡porque eso eshereditario y sé bien que tu madre no tiene!—respondió Tarao.

Hubo una carcajada general. EntoncesMos comenzó a analizar el rostro de Fide.Después hizo una mueca de desagrado yañadió:

—Entonces no puede ser hereditario. Sinduda, él sí que tiene alergia al polvo.

Más risas. Entonces Fide miró fijamentela camiseta de Tarao.

—Joder, he de reconocer que tucamiseta es superrealista... —dijo mientrasseñalaba con el dedo al tipo recién suicidadoque aparecía en ella. Tarao sonrió. EntoncesFide respiró hondo y añadió—: Incluso puedooler desde aquí que el tipo ése no se lavabamucho.

Las carcajadas se multiplicaron. Mosbebió y le pasó el mini a Zum. Zum lo cogió yse sentó en el banco. Tarao se frotaba lasmanos por el frío.

—¿No es esa la Rocío?

Todos miraron.

—¡Vamos Zum, dile algo!

—¡Rocíííío! —gritó Fide.

—Rocío se dio la vuelta. Dijo algo a susamigas y comenzó a acercarse. Zum seestremeció. Pom, pom. Al llegar, dijo:

—Hombre, los cuatro magníficos...—dijo burlona— El sector freak de la clase...

—¿Quieres un poco? —dijo Mosseñalándole el mini.

—No gracias, tenemos de sobra—señaló a sus amigas y a un grupo de cinco oseis bolsas que tenían en el suelo.

Se hizo el silencio. Rocío miró a loscuatro, y al ver que nadie decía nada hizogesto de despedirse.

“Tengo que decir algo...”, pensó Zum.Pom, pom, pom. Zum notó cómo la sangreinundaba su cabeza. Era capaz de notar que sucara se estaba enrojeciendo.

—¿Qui... Quieres un poco?—dijo.

—Rocío le miró con una mueca deextrañeza.

—Acabo de decir...

— “¡Mierda!”“¡¡Mierda!!” Pom, pom, pom,pom.

—Déjale, se le va la olla —intervinoTarao, poniendo la mano en el hombro deZum.

—Ya... —respondió Rocío— Bueno, mevuelvo con mis amigas —se dio la vuelta ycomenzó a andar. De repente, se paró y sevolvió— por cierto... ¿de dónde viene el motede Zum?

Tarao, Mos y Fide se miraron. Al cabo deun par de segundos, rompieron en carcajadas.Rocío les miró con cara de incredulidad. Fidehizo un gesto muy explícito con la mano.Rocío le miró y se dio la vuelta, mientras decía“¡adiós, magníficos!”

Pom, pom, pom, pom, pom, pom.“¡Mierda! ¡¡Mierda!!” pensó Zum mientrasdirigía una mirada asesina a los demás. Fide lerespondió con un gesto angelical. Mos dijo:

—Mira, ahí llega Rob.

Rob se bajó de la moto y se acercó algrupo de Rocío y sus amigas.

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— —susurró Fide envoz baja mientras concentraba su mirada en elculo de Rocío.

—Dame ese mini —respondió Zum,quitándoselo apresuradamente de las manos aTarao.

Zum pegó un trago muy largo.

La llave no entraba en la cerradura. Eraun hecho. Zum se paró y se quedó mirando lacerradura con los ojos entreabiertos. Mientrasse balanceaba ligeramente, pensó: “Vamos aver. Esta es la llave. Esta es la cerradura.” Volvióa intentarlo. Esta vez tampoco entró. Setambaleó.

“Val lo haría con los ojos cerrados.” Zumpensó en su personaje de la partida.

mitad elfo, mitad enano, y mitad orco,tenía una bonificación de +45 en la aperturade cerraduras. Pero además, pensó Zum, Valera un tipo fuerte, apuesto y decidido. “+68 encarisma y +78 en presencia.” No había falladouna tirada de enmeses. “En cambio yo... ¿qué tendría? ¿Un +15en mezclar ColaPlus y Tinto Ro en una bolsa deplástico de AhorraPlus?” Cerró los ojos, apretólos dientes, y dio un puñetazo contenidocontra la pared.

“Vaya mierda de día. Vaya mierda deciudad y de planeta.” Se sentó en el suelo concierta torpeza. La cabeza le daba vueltas. Elevóla mirada, y miró con agrado la luz de labombilla del techo del descansillo. Noconseguía enfocar la vista, y en lugar de ver unpunto de luz veía todo un disco amarillo.Entrecerró los ojos y los volvió a abrir del todo.Ahora el disco amarillo estaba cruzado por lamitad por una raya horizontal. Sonrió. “Puedocambiar todo lo que me rodea con un gesto.”Imaginó el rostro del capullo de Rob y cerró losojos con fuerza.

En ese momento, Zum oyó algunossonidos mecánicos procedentes del hueco delascensor. Al cabo de unos segundos, elascensor apareció en su planta y su puerta seabrió. Tras la puerta apareció Gómez.

“En el ascensor pone 4 personas ó 300kilos”, pensó Zum. “No saben de qué hablan.”Zum recordó que, cuando Gómez montaba en

el ascensor, en ocasiones el ascensor se parabaen una planta equivocada. Esto se debía alinusual grosor de sus dedos y a su incapacidadde precisar el botón pulsado. No obstante,esta vez Gómez había acertado.

Zum lanzó una mirada risueña a Gómez.Éste se sorprendió de verle tirado en el suelo.No dijo nada, y se dispuso a abrir la puerta desu casa.

“Vaya mierda”, pensó Zum. “Y ahoraaguantar a mi madre. Y mañana la mismamierda.”

—¡Eh! —dijo antes de que Gómez cerrarasu puerta— ¡Lléveme lejos de aquí! ¡Usted diceque puede!

“Al menos evitaré a mi madre un rato. Ymañana podré contar a éstos que estuve encasa del chiflado.” Se dio cuenta de que notenía miedo, sino curiosidad. Gómez volvió asalir al descansillo.

—¿De veras?

Zum asintió con los ojos cerrados.Después trató de ponerse en pie.

Pedro se dio cuenta de que se habíadormido. Al despertar, estaba sentado en unsofá en la casa de Gómez. Pensó que el salónde Gómez era más normal de lo que seesperaba… salvo por la estructura de yoguresvacíos rodeando la habitación y las láminas dealambres hechas por clips colgando del techo.Gómez estaba hablándole. No sabía cuántotiempo llevaba haciéndolo.

—Al principio pensé que podría ser yomismo… Pero eso no encajaba en el conceptode ya sabes… Me sobraun poco de peso…

Pedro miró hacia otro lado con gestodistraído y trató de aguantar la risa. Entoncesse dio cuenta de que su mareo y suincapacidad para enfocar la vista persistían.

—Pero el mensaje era claro —continuóGómez—. Para escucharlo, bastaba con tomarlas palabras que suenan en RadioLé en unaposición que sea un número de ydespués darle un significado numérico a cadauna de ellas…

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“¿De qué coño habla este tío? Está máspirado de lo que parece…”, pensó Pedro,divertido.

—El mensaje incluía una especie de guíade aprendizaje de su cultura. Ésta comenzabamostrando su sistema lógico-matemático.Concretamente, mostraba la notación de susmatemáticas a partir de sencillos dibujos deejemplo de cuentas y operaciones básicas—añadió. Entonces Gómez levantó una cejamientras elevaba la vista—. Es curioso, pues lasfiguras que se mostraban en esos ejemplos deaprendizaje resultaban ridículamente grotescasa los ojos humanos. Espero que ellos mismosno se parezcan a esas cosas... —añadió.

En un intento de imitar el aspecto deaquellas extrañas figuras, Gómez hinchó deaire sus carrillos y bizqueó los ojos. Pedrocomenzó a reírse con estrépito.

—¡Jua, jua, jua, jua! ¡Dios, es la cosa máshorrible que he visto nunca! —dijo Pedroentre risas. Las carcajadas le provocaron hipo.Cuando pudo volver a hablar, exclamó— ¡Quépena no haber tenido a mano el móvil parahacerle una foto! —En ese momento, unamago de hipo provocó que el contenido desu estómago subiera repentinamente por suesófago hasta la boca. En el último instantelogró contener el vómito cerrando la boca ytragando después el contenido acumulado.Mientras saboreaba el amargor de su boca,volvió a reírse ruidosamente— ¡Joder, yomismo me hubiera hecho una camiseta conese careto! —exclamó mientras un pequeñotropezón sólido salía despedido de su boca.

Gómez permaneció callado unos segundos,algo abochornado por la burla de aqueladolescente.

—Bueno, quizá el aspecto de aquellasfiguras no fuera exactamente así... —susurró.

Entonces se dio la vuelta para haceralgunos retoques en las hileras de clips.Después se encogió de hombros. No sepercató de que los ojos de Pedro se estabanentrecerrando de nuevo.

—Bueno —continuó—, el caso es que apartir de las enseñanzas del mensaje pudeaprender su física, y después todo un sencilloidioma que habían creado a propósito paracomunicarse con seres de otros mundos...Entonces, por fin, pude comprender la parte

de su mensaje en la que explicaban elcometido final del mismo.

Visiblemente emocionado, Gómez elevósu mirada hacia el techo de la habitación.Comenzó a caminar en círculos por el salónmientras hablaba. Sus poderosas pisotadasparecían acompañar sus palabras como si setratara de un tambor. Lejos de sentirsecontagiado por la excitación de Gómez, Pedrose sintió adormecido por aquellos golpesrítmicos. Ya apenas escuchaba nada de lo quedecía Gómez.

—En esencia —continuó Gómez mientrasle brillaban los ojos—, ellos proponían unintercambio de conocimientos a quien pudieraescucharles. Según indicaban, dichointercambio debía llevarse a cabo de unamanera muy determinada. Dicha maneraconsistía en enviar un adulto de cadaespecie al hogar de la otra especie. De estaforma, dicho individuo podría transmitir allítodos los conocimientos de su propia cultura.Desgraciadamente, tal y como ellos mismosconfirmaban en su mensaje, no es posibletrasladar materia a la velocidad de la luz. Paraque el envío de un individuo pudiera hacerse adicha velocidad, debería llevarse a cabo deuna manera diferente. En lugar de materia,aquéllos que deseáramos comunicarnos conellos deberíamos transmitirConcretamente, transmitiríamos la posición decada átomo del individuo a transmitir, de talforma que toda su estructura física pudierareconstruirse por completo en el mundo dedestino. Así se obtendría en el destino lainformación necesaria para crear una copiaexacta del sujeto transmitido.

Llegado este punto, Pedro había vuelto adormirse.

Un tiempo indeterminado después,Pedro notó sobresaltado cómo Gómez letiraba del brazo, mientras decía:

—Bueno chaval, es tu turno. Ya sé que noeres un adulto, pero eres lo mejor que heencontrado. Ponte ahí en medio.

—Agarró a Pedro y le sentó en el centrodel salón. Gómez empezó a tirar de las lianasde clips. Después paró y esperó. No ocurriónada.

—Uy, perdón, no he subido la persiana, yclaro... ¿cómo vamos a transmitir luz a la

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estrella α Cas si la luz no pasa ni de lapersiana...? —dijo mientras tiraba de unacorrea. Pedro se dio cuenta de que no era unacorrea, sino una serie de cordones de zapatoatados entre sí— Ahora sí... Veamos...

Gómez volvió a tirar de los clips.

Esta vez surgió de los yogures una luzazulada dirigida directamente hacia Pedro.Otro foco de luz se situaba detrás de él, y ésteapuntaba hacia la ventana. Entonces, Pedronotó un ligero cosquilleo. Tras unos segundos,las luces se apagaron.

—¡Ahora sí! ¡Ya está!

Pedro miró a Gómez con gesto deincredulidad. Se dio cuenta de que la borracherase le había pasado.

—Ya está... ¿qué?

—¡Ya estás en α Cas! Bueno, no ahoramismo... Más bien dentro de unos miles deaños, cuando esa luz llegue a su destino.

Pedro miró las manchas de grasa en elcristal de la ventana.

—Bueno, y no llegarás tú, sino una copiade ti mismo... tal y como eras mientras teiluminaba la luz azul, hace un momento...

—Pero... ¿qué dice?

—Bueno, ya hemos terminado, así queya es hora de que te vayas —respondió Gómezmientras agarraba a Pedro. Le levantó y le llevóa empujones a la puerta de la casa. En esemomento, Gómez se paró en seco—. Porcierto, ¿qué te gusta comer?—preguntó.

Pedro se dio la vuelta, extrañado.

—Bueno, da igual... —añadió Gómezantes de que Pedro pudiera abrir la boca.

Gómez dirigió la mirada en dirección a lacocina mientras se rascaba el mentón.Después, como si recordara de repente unaimportante tarea, volvió a dirigirse a la puertade casa, la abrió, y dio a Pedro un último ybrusco empujón que le sacó del piso.

Pedro se volvió para decir algo, pero enese momento la puerta se cerró con unportazo. Se quedó mirando la puerta,señalándola con el dedo. Poco a poco bajó lamano, mientras se rascaba la cabeza con laotra.

“Sé que esto parece una frase de mi

madre, pero... ¿me habrán echado algo en elmini?”, pensó mientras fruncía el ceño. Sonrió.“¿Quién será el imbécil que te pone esas cosassin cobrarte?”

Esta vez atinó a introducir la llave en lacerradura.

—Uy, perdón, no he subido la persiana, yclaro... ¿cómo vamos a transmitir luz a laestrella α Cas si la luz no pasa ni de lapersiana...? —dijo mientras tiraba de unacorrea. Pedro se dio cuenta de que no era unacorrea, sino una serie de cordones de zapatoatados entre sí—. Ahora sí... Veamos...

Gómez volvió a tirar de los clips.

Esta vez surgió de los yogures una luzazulada dirigida directamente hacia Pedro.Otro foco de luz se situaba detrás de él, y ésteapuntaba hacia la ventana. Entonces, Pedronotó un ligero cosquilleo. Tras unos segundos,las luces se apagaron.

De repente, la sala cambió por completo.No había ni rastro de Gómez. Pedro seencontraba solo en el centro de una estructurametálica. Abrió mucho los ojos. Después,también la boca, en un gesto de asombro.

—¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Ibaen serio! ¡Joder!

Se levantó del suelo y comenzó aobservar la sala. Enfrente había un cristaloscuro, y detrás una puerta. El olor erabastante extraño.

—¿Dónde pelotas estoy?

Casi como respuesta a su pregunta, elcristal se volvió claro y pudo ver unas figurasdetrás de él.

No podía ser.

Había tres figuras tras el cristal. Las trestenían aspecto clarísimamente humano. Nosólo eso... Una de ellas era un tipo bastantemayor, con barba. La segunda guardaba unparecido sorprendente con su tío Ramón, elfontanero... aunque los ojos y las orejas noeran iguales. Podría haber sido perfectamentealgún familiar suyo que no conocía. Pero eltercero...

Las mismas greñas. La misma nariz...

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“¡Joder! ¡¡Soy yo!!”

Antes de que pudiera decir nada, elhombre más mayor habló.

—Bienvenido a Hogar, nuestro humildeplaneta. Y, a partir de ahora, también el tuyo.

Pedro se quedó mirando muy fijamentea los tres individuos. No eran horripilantes, niextraños, ni tampoco ridículamente grotescos.Su aspecto era, simplemente, humano.

—¿No estoy en... la Tierra? —preguntó.

—No.

—Pero... ¿cómo he llegado instantáneamentehastaaquí...?

—No has llegado. Acabas de nacer.

Pedro se estaba poniendo nervioso.Mientras se agitaba, dijo:

—¿Qué mierdas dice...?

En ese momento intervino el hombre demediana edad, que se dirigió al más mayor.

—Este chico no deja de decir “mierdas”.Habrá que cuidar más su lenguaje.

—Deberíamos crear un nuevo programade educación lingüística—respondió el mayor.

Pedro pensó que era la primera vez quedecía “mierdas”delante de aquellos tipos.

—¿De qué hablan?

Los hombres continuaron conversandoentre sí, ignorándole.

—¿Te has fijado en que, cuando tardasdos segundos más en dirigirte a él, ocurre queno dice esa palabra hasta 47 segundosdespués? —dijo el mediano mientras señalabaun panel que debía estar bajo el cristal, al otrolado.

—¡No acabo de nacer! ¡Tengo diecisieteaños! —intervino Pedro.

El más mayor le miró con gesto tierno.

—Por más veces que lo diga, no deja deencantarme eso...

Pedro se sentía aturdido.

—Verás—intervino elmediano, dirigiéndosepor fin a Pedro—, hace muchísimos años una luzque transmitía la información sobre toda tucomposición física salió de la Tierra. Esainformación llegó a Hogar hace muchos años.

Y ahora mismo hemos juntado muchosátomos y les hemos dado exactamente laforma que indica esa información. Unos creantus músculos, otros tus huesos...

—¡Pero qué gilipolleces dice! Hace cincominutos estaba en mi planeta, en la casa delpirado de mi vecino...

—...y otros tu cerebro, tus neuronas, ysus interrelaciones. Y éstas incluyen losrecuerdos más lejanos, y también los máscercanos. Es decir, en tu cerebro recién creadose encuentran todos los recuerdos que tenía elmodelo original a partir del cual procedes...

—¡Estaba en el salón de ese cabrón...!

—...incluido ese recuerdo. Por eso locrees.

Pedro miró a los tres tipos con gestodesolado. No podía creerse lo que oía.

—¿Por qué tienen aspecto humano?¿Por qué tú te pareces a mí? —dijo señalandoal más joven de los tres— ¿Y por qué tú tepareces a mi tío? —dijo señalando almediano— ¿Habéis copiado el aspectohumano para no darme miedo? ¡No es posibleque una especie alienígena sea igual anosotros...!

El más joven intervino por primera vez.

—¡Alienígena lo será tu padre!

Entonces el mayor se dirigió al joven congesto serio.

—Después de un mes deberías haberaprendido ya a no responder a las provocaciones—le advirtió en tono reprobatorio. Después sedirigió a Pedro—. No te preocupes, dentro deun rato verás una película que te lo dejarátodo muy claro. Ahora sal por esa puerta yreúnete con tus hermanos. Esperad a la señalque os dé el guía y seguidle después.

Pedro miró la puerta que tenía tras él.

—¡Hasta luego! —dijo el mediano. Lostres tipos recogieron unos objetos y salierondel campo de vista del cristal.

Aturdido, Pedro abrió la puerta que teníatras él.

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La luz del exterior cegó a Pedro en unprimer momento. Después, a medida que sefue acostumbrando a la claridad, comenzó apercibir lo que le rodeaba. Ante él sedesplegaba una gran explanada repleta deindividuos, en torno a un centenar. Por fin, suspupilas se adaptaron por completo a la luz.

No podía ser. Se frotó los ojos con fuerza.

Todos los individuos que había ante éleran exactamente iguales a él.

—¡Qué mierdas es esto! ¡¡Joder!! ¡Mierda!

Los individuos que estaban más cerca dela puerta se volvieron para mirarle.

Pedro se puso de cuclillas, mirando alsuelo. Brotaron algunas lágrimas de sus ojos.Volvió a mirar al frente.

—¡Quiero irme de aquí! —gritó.

—¿Cómo.... cómo es posible? —dijo unode los individuos que tenía más cerca. Éstetenía los ojos enrojecidos.

—Otro igual —dijo otro. Inmediatamentedespués de decirlo, su rostro delató una súbitasorpresa.

Otros individuos que estaban a másdistancia miraron con amargura. No sólomiraban a Pedro, sino a los otros tipos queacababan de hablar.

Al secarse las lágrimas, Pedro se diocuenta de que cada individuo se mantenía auna distancia lo mayor posible de todos losdemás. No se dirigían la palabra entre sí. Seacercó a una pared y se sentó en el suelo,tembloroso. Continuó llorando.

Pasó un rato. “Quiero irme de aquí. ¿Quécoño hago aquí? Quiero irme a casa”, pensó.

Pasó más rato aún. Se calmó un poco.Miró al cielo. El sol emitía una luz verdosa.Encontró cuatro discos (¿satélites? ¿planetas?)de distintos tamaños. Uno de ellos parecíatener cráteres similares a los de la Luna. Alcabo de un rato se abrió la puerta de la que élmismo procedía.

Salió por ella otro individuo igual a él.Tenía los ojos entrecerrados. Luego los abriómás, y miró con asombro la concurrencia de laexplanada. Se frotó los ojos.

—¡Qué mierdas es esto! ¡¡Joder!! ¡Mierda!

—gritó el recién llegado.

Después se puso de cuclillas y gritó quequería irse de allí.

“Un momento... ¡Eso es exactamente loque dije yo hace un rato!” recordó Pedro.

—¿Cómo... cómo es posible? —dijoentonces Pedro en voz alta.

—¡Otro igual! —dijo otro individuomirando a Pedro.

El tipo recién llegado se apartó a unrincón.

Unos minutos después salió otroindividuo. Al salir, gritó:

—¡Qué mierdas es esto! ¡¡Joder!! ¡Mierda!

—¡Quiero irme de aquí! —gritó.

El individuo que había salido por lapuerta inmediatamente antes que el reciénllegado se quedó mirando a este y preguntó:

—¿Cómo... cómo es posible?

Pedro tuvo la sensación de que la escenase estaba volviendo repetitiva.

—¡Otro igual! —exclamó Pedro. Entoncesse sobresaltó. “¡Un momento!”, pensó muysorprendido, “¡Yo mismo estoy repitiendotambién el mismo patrón!” Se sintió ridículo, yentonces decidió que en adelante permaneceríaen silencio.

La escena siguió repitiéndose una y otravez a intervalos más o menos regulares. Cadanuevo individuo que salía por la puerta repetíael mismo ritual, y era recibido igualmente porlos tipos que habían salido inmediatamenteantes que él.

Pedro miraba a los protagonistas decada escena con tristeza... “Otra vez lo mismo.Los tipos que salen por la puerta pasanexactamente por lo mismo que yo. Seguro queles han echado la misma charla los tipos delcristal.”

Al cabo de un rato le empezó a resultarcargante lo predecible de los sucesos. “¿Quépasa? ¿No pueden decidir? ¿Por qué siemprehacen lo mismo? ¡Yo puedo hacer lo quequiera! Si me comporté de esa manera trassalir fue solamente porque no conocía laescena y no sabía que yo también la estabarepitiendo...”

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Dio una patada a una piedra del suelo.“Puedo mandar esa piedra donde quiera. Nohe visto a ninguno de los demás jugar con unapiedra... ¡Soy libre! ¡Hago lo que quiero!”

Acto seguido, un nuevo individuo saliópor la puerta. La escena comenzó a repetirsecomo siempre.

—¡Qué mierdas es esto! ¡¡Joder!! ¡Mierda!

—¡Quiero irme de aquí! —gritó.

—¿Cómo... cómo es...?

Antes de que pudiera terminar la frase,Pedro intervino repentinamente.

—¡Soy liiiibre! —gritó con toda la fuerzade sus pulmones. El recién llegado calló sufrase a la mitad, muy sorprendido. Pedrosonrió. Se mostraba exultante y triunfal— ¡Estono ha pasado nunca! ¡Hago lo que quiero!

Algunos individuos le miraron y serieron. Aproximadamente la mitad de los querieron rompieron a llorar inmediatamentedespués.

“Les he emocionado”, decidió Pedro.Entonces se sentó en el suelo con unelocuente gesto de victoria en su rostro.

Las escenas en la puerta siguieronrepitiéndose. Pero Pedro se sentía felizdespués de haber demostrado su libertad. Alpoco rato, se relajó un poco. La espera empezóa aburrirle, así que se dedicó a observar suentorno con más detenimiento. Había unatorre en un lateral de la explanada. Subido aella había un hombre que era parecido a su tíoRamón... Más bien se parecía al tipo que vioantes tras el cristal. Mejor dicho, era igual. Sefijó en que estaba comiendo algo.

¿Era eso un bocata de chopped? Pedromeneó la cabeza.

Entonces se percató de que ya noatendía a la escena repetitiva que se seguíasucediendo una y otra vez. Le daba igual. Élhabía demostrado que era diferente. Todo esono iba con él.

Estornudó. Mientras sentía cómo la narizse le llenaba de mocos, pensó “joder, estoyconstipado... Seguro que el capullo del Fideestaba equivocado y no era alergia lo quetenía. Seguro que me contagió sus asquerososbacilos...” Entonces se entristeció y miró alsuelo. No sabía si volvería a ver a Fide jamás. Ni

a mamá, ni a ninguna de las personas que leimportaban.

De repente, al salir un nuevo individuopor la puerta, algo le sobresaltó. Algo estabaocurriendo de manera diferente. Un tiposituado lejos de la puerta comenzó a gritar sinque le tocara intervenir. Se dio cuenta de queese tipo no llevaba demasiado tiempo en laexplanada. Por su posición en el grupo, debíahaber salido por la puerta dos o tres turnosdespués de que Pedro rompiera la cadena derepeticiones con su grito liberador.

Lo que gritaba aquel tipo le estremeció.

—¡Soy liiiibre! ¡Esto no ha pasado nunca!¡Hago lo que quiero!

Pedro reaccionó con una risa nerviosa.Otros a su alrededor rieron con estruendo.Algunos, al dejar de reír, rompieron a llorarcomo niños.

“Yo seré diferente. Yo no lloraré”, decidióPedro con determinación.

Aproximadamente, lloraron la mitad delos que rieron.

Tras una espera insoportable, el hombrede la torre desapareció de su atalaya. Pocodespués salió por una puerta que había en labase de la torre y se dirigió al grupo.

—¡Síganme todos!

Todos obedecieron a la petición, quizápor una mezcla de aturdimiento y hartazgo.Avanzaron por un camino en el suelo pintadode amarillo. La explanada era ancha, y a lo lejosen ambas direcciones sólo se vislumbrabanunos muros blancos que delimitaban elrecinto. A los lados del camino el suelo parecíaestar compuesto únicamente por cementoblanco. No se veía ni una sola brizna de hierba.No se oían pájaros. Tampoco había brisa.

“Muy posiblemente todos estábamos enla casa de Gómez hace unas horas”, dedujoPedro. Los gestos pensativos de los demásindividuos le indicaban que todos habíanllegado a la misma conclusión, más o menos almismo tiempo. Los primeros en darse cuentaeran los primeros que habían salido por lapuerta.

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Tras un rato llegaron a un pequeñoedificio que se erigía en medio de la inmensaexplanada. El guía abrió la puerta y les invitó aentrar.

Dentro había una gran sala repleta dehileras de asientos dirigidos en la mismadirección. Al fondo se veía lo que parecía unapantalla de proyección. Diversas columnas selevantaban a intervalos simétricos a lo largo de lasala. También se distribuían homogéneamentealgunosmegáfonos.

—Siéntense todos, por favor —dijo elguía.

Se formaron varias hileras de individuosque esperaban junto a cada una de las filas deasientos. Pedro se unió a una de ellas. La filafue avanzando mientras los individuos ibantomando asiento. Pedro se acomodó en elasiento que le había tocado mientrasmostraba una actitud similar a la de los demásindividuos, que era la de una mezcla deexpectación y cansancio.

Entonces Pedro observó que tenía justoenfrente de su asiento una de las columnas dela sala. Ésta le impedía ver la pantalla deproyección. Le pareció muy frustrante. “Joder,ya es mala suerte”, pensó. Miró con gestoindignado a los individuos que tenía a suslados. Todos ellos miraban la pantallarelajadamente sin ningún obstáculo que se loimpidiera. Pedro trató de ladear la cabeza.Comprobó que si estiraba mucho el cuellopodía ver la pantalla. La postura era realmenteincómoda.

Cuando por fin se sentaron todos, seapagaron las luces y comenzó la proyección.

Sonó una musiquita de fondo y surgió enla pantalla una imagen en blanco y negro deun planeta en el centro de la imagen. No erauna foto, más bien parecía un dibujo. Despuésde unos segundos la imagen desapareció yapareció un letrero que leía:

“Bienvenidos a Hogar”

La musiquita resultó familiar a Pedro.Intentó recordar. Recuperó una postura másrelajada en la que no veía la pantalla peropodía concentrarse mejor. Ahora que no teníanada que mirar, cerró los ojos y recordó... “¡Yalo tengo! Ésta es la música que sale al final deAnikilation III: Enemigos de la patria morid, lapenúltima entrega de la saga, cuando el

malvado Dogfucker ya había explotado en milpedazos... Eso ocurría después de queAnikilator lo atara a una columna con suspropios intestinos y dejara que la bombaexplotara... Después de salvar la Tierra,Anikilator era invitado al congreso USA y elpresidente lo recibía con gafas de sol ybailando rap... y... sí... sonaba esta mismamelodía...” Pedro sonrió recordando ese granmomento. “Claro, en ningún momento se veque el dedo gordo del pie derecho deDogfucker se queme... Todo cuadra con elcomienzo de Anikilation IV...”, razonó. Pedrorecordaba que aquella misma musiquitatambién aparecía en Anikilation III: elvideojuego, el juego de tiros al que solía jugaron-line muchas noches con Tarao, Fide y Mos.A Pedro siempre le habían llamado la atenciónlos realistas gráficos 3D de aquel juego, asícomo los originales escenarios coloristas delos planetas que visitaba Anikilator en suaventura. Curiosamente, ahora que Pedroestaba en otro mundo, todo resultaba muchomenos llamativo que en aquel videojuego. Sinir más lejos, aquella sala de proyección erabastante fea. La pintura se descascarillaba enalgunos puntos de la única pared que estabapintada, mientras que las otras tres paredeseran de ladrillo visto, ladrillos rojos de arcillacomo los de toda la vida. Los propios asientoseran bastante toscos. Y el equipo de sonidoque estaba emitiendo aquella musiquilla noparecía ser gran cosa, a juzgar por el ruidoestático de fondo.

De repente, sintió un extraño cosquilleo...“Un momento... ¿Qué hace esta melodíasonando a miles de años luz de la Tierra?” Sesobresaltó. “¿Y por qué suena exactamente taly como yo mismo la suelo tararear?” Siguióescuchando. “¿Y por qué se repite el estribillouna y otra vez?” Pedro recordó que la cancióncontinuaba después de manera diferente. Sinembargo, no conseguía recordar cómo...Entonces se dio cuenta de que se estabaperdiendo la película, y volvió a atender.

“...por lo que la luz tarda 5348 años enllegar a Hogar desde la Tierra. Sin embargo,Pedro Martínez estuvo en el salón de la casade Gómez hace 7457 años. ¿Qué ha ocurridoen Hogar durante los últimos 2109 años?”,rezaba un letrero.

El letrero desapareció y surgió unaimagen estática de Pedro (o sea, de cualquiera

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de los presentes). La imagen también estabaen blanco y negro. La musiquita seguíasonando.

“Un momento...”, pensó Pedro.“¡Esta películaes muda! ¿En una civilización extraterrestre sietemil añosmás avanzada que la que conozco el cinees mudo y en blanco y negro? ¿Será una licenciaartística?”, se preguntó.“Qué cosamás cutre...”

Observó los individuos sentados en losasientos contiguos. De repente, la mayoría deellos puso gesto de estar escuchando lamúsica con gran atención. Poco a poco, todosiban poniendo gestos de sorpresa.

“¡Ahora se están dando cuenta delorigen de la melodía! ¡Yo he sido el primero endarme cuenta! ¡Realmente soy diferente!”,pensó exultante. El cuello le dolía, así quevolvió a relajarse unos segundos en la butaca.“Maldita columna...” Cerró los ojos mientrasgiraba el cuello lentamente. Tras unossegundos, abrió los ojos de nuevo y volvió aestirar el cuello.

Mientras se intercalaban imágenes cuyacalidad recordaban a Pedro el vídeo de lacomunión de su primo, pero en blanco ynegro, la proyección iba contando la historiade Hogar. Hace más de dos mil años vivía enHogar una especie alienígena que deseabaentrar en contacto con otros seres inteligentesdel universo. Conscientes de que jamáspodrían desplazarse físicamente a otra estrella,se dieron cuenta de que su contacto con otrasculturas debería limitarse al intercambio deconocimientos e información.

Mandaron mensajes a otras estrellas através de ondas de radio. Dichos mensajestrataban sobre sí mismos, sobre su cultura y suciencia. A su vez, en ocasiones ellos mismosdetectaron señales procedentes de otrosmundos, señales que probablemente nohabían sido emitidas intencionadamente alespacio exterior por sus emisores. Cuando estosucedía, trataban de analizar dichas señalespara conocer la cultura del emisor y leenviaban de vuelta un mensaje en su propiolenguaje. Tras cierto tiempo, llegaron aestablecer diálogos con otras civilizaciones.

Aunque los diálogos fueron fructíferos,pronto se dieron cuenta de que elprocedimiento resultaba rudimentario y muylento, pues cada intervención de uninterlocutor podía necesitar miles o millones

de años para llegar al otro. Los diálogosresultaban muy poco fluidos y nada eficientes.

Entonces decidieron que la únicamanera efectiva de transmitir informaciónsería transmitir un individuo de cada especie ala otra especie. Una vez que el individuollegara al destino, se podrían establecerdiálogos directos con él para acceder a susconocimientos adquiridos. Este procedimientoresultaría mucho más rápido y fluido. Ciertosconocimientos, que al individuo le resultaríanevidentes y triviales, podrían ahorrar a loscientíficos miles de años de espera hasta queuna pregunta se transmitiera y llegara sucorrespondiente respuesta.

No se podría transmitir un individuofísicamente. Sin embargo, podría transmitirsela información suficiente para que unindividuo pudiera ser construido, átomo aátomo, en el destino. Es como si se enviara unplano perfectamente detallado del individuo ydespués, en el destino, se creara una copiaexacta siguiendo las instrucciones del plano.Dado que los pensamientos y recuerdos decada individuo se producen y almacenan dealguna forma en su propia materia, transmitirsu plano implicaría transmitir todos susconocimientos. A pesar de la ingente cantidadde información que hay que transmitir paracomunicar el plano átomo a átomo de unindividuo, transmitir sus conocimientosadquiridos de esta forma resultaba máseficiente que enviando cada dato porseparado. Según parecía, todos los seresinteligentes albergaban dentro de su propianaturaleza (en su cerebro, sistema nervioso, olo que fuera) una forma de almacenarinformación que era más eficiente que la queesos mismos seres pudieran inventarconscientemente por medio del lenguaje, laescritura u otros métodos artificiales dealmacenar sus propios conocimientos.

El individuo a transmitir no podía serrecién nacido, pues en la mayoría de lasespecies el conocimiento de un individuorecién nacido era muy escaso o nulo. Porcontra, debería enviarse un individuo adultomuy sabio que sobresaliera por suconocimiento global de la cultura de sucivilización.

“¡Como yo mismo!”, pensó Pedro orgullosomientras observaba distraído los nudos de los

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cordones de sus zapatos, preguntándoseindignado para qué servía el doble nudo.Después se tocó el cuello con gesto dolorido.“Qué coñazo de columna, de verdad...” Miró lasbutacas contiguas. “¡Y qué morro tienen losdemás!”, pensó con cierto enfado. En realidad,no estaba solo en su desdicha. Otros pocosindividuos adoptaban también posturasimposibles para esquivar sus respectivascolumnas.

Los habitantes de Hogar desarrollaronun método de registrar y transmitir el planocompleto de un objeto cualquiera, incluyendoseres vivos, e incluyeron una descripción delmétodo en cada transmisión que emitían alexterior.

Esta información llegó a Gómez. Surgióen la pantalla un dibujo de Gómez en blanco ynegro, deformado y mal trazado peroinconfundible, lo que hizo reír a Pedro. Y atodos los demás. “El que ha pintado eso dibujaigual de mal que yo”, pensó divertido.

Gómez extrajo un plano de PedroMartínez usando una matriz de yogures depera de AhorraPlus forrados con papel charolazul, y envió esa información en dirección aHogar hace más de siete mil años. Loshabitantes originarios de Hogar recibieron esainformación hace unos dos mil años. Entonces,produjeron la primera copia de PedroMartínez. Nació Uno.

Cuando los alienígenas explicaron a Unocómo y por qué había aparecido allí, éste sesorprendió enormemente. En torno al artilugiocopiador donde nació Uno, los alienígenashabían construido un gran recinto rodeadopor una cúpula. El aire dentro del recinto eraapto para la respiración humana y diferente ala atmósfera de todo el planeta. Pedro se diocuenta de que la imagen de la cúpula en lapantalla consistía en realidad en un bol puestoboca abajo con cajitas en el interior. En una deellas podía verse incluso el nombre delfabricante: “Martínez S.L.”

Los mensajes que los alienígenas habíandifundido por el espacio para solicitar, aaquéllos que pudieran escucharles, que lestransmitieran un individuo, incluían algunasinstrucciones muy explícitas. En particular

indicaban que, junto al plano del especímende intercambio, sus emisores debían transmitirtambién planos de alimentos que pudierannutrirlo. Al poco de enviar los planos de PedroMartínez, Gómez envió planos de lossiguientes productos: Un yogur de pera deAhorraPlus, una bolsa de pipas, media coliflory un bocata de chopped. Esta lista es muyimportante, pues Uno sería alimentado todasu vida por medio de estos productos. En cadadesayuno, almuerzo o cena, los alienígenashacían nuevas copias de estos alimentos apartir de los planos originales, y se la ofrecíana Uno. Conviene por tanto dar algunosdetalles adicionales. La bolsa de pipas llevabaen su interior un cromo de la serie Kakakulo yPedopís. Se trata del cromo 76, en que serecuerda cómo Kakakulo abre las tripas aPedopís después de que éste se haya comidosu ojo izquierdo en un desafortunadodespiste. En realidad, el cromo sólo recuerda lamitad de la escena, pues la otra mitad iría en elcromo 77, que debía ponerse justo a suderecha. Por su parte, el bocata de choppedno estaba completo. Tenía un gran mordiscoque, por la forma de la mandíbula, parecíadeberse a Gómez.

A medida que avanzaba la descripción,Pedro iba poniéndose más y más furioso.“Gordo cutre y tacaño... menudo hijo de puta...”Comenzó a oír los gritos iracundos de suscompañeros.

—¡Menudo cabrón! —gritaban unos.

—¡Métete la coliflor por el culo...!—gritaban otros. Pedro recordó que odiaba lacoliflor.

—¡Tacaño! ¡Pedazo de cutre! —gritabanotros.

“Gritan cosas diferentes”, pensó Pedromientras esbozaba una sonrisa. Tras observardurante unos segundos, descubrió que habíaciertos patrones en los gritos. Los de lasprimeras filas, impactados quizá por lainmensa imagen de la asquerosa coliflor,protestaban contra ésta. Los de las últimas filassolían criticar la tacañería de Gómez. Quizáesto se debiera a su malestar por la falta demedios de la propia sala de proyección (lapantalla estaba realmente lejos y tenían quehacer un gran esfuerzo para leer los rótulos).En las posiciones intermedias, simplementegritaban“cabrón”.

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Los pocos individuos que estabansituados justo tras una columna no gritabannada, y se limitaban a observar condetenimiento a los demás.

La proyección continuó. Durante mesesUno fue sometido a múltiples interrogatoriossobre la cultura terrestre por parte de losalienígenas. Las primeras preguntas secentraron en conocer en detalle las figuras deKakakulo y Pedopís, consideradas por ellosmuy influyentes a juzgar por el papel que lesotorgaba Uno en cada una de sus narraciones.Después trataron de averiguar qué eran enrealidad el chopped y el yogur de pera.

Tras unos meses, los interlocutoresalienígenas transmitieron a Uno una extrañanoticia. Una misteriosa enfermedad estabadiezmando la población de todo el planeta.Según descubrieron, un minúsculomicroorganismo había penetrado en suscuerpos y los estaba matando.

Al cabo de una semana más, Uno dejó derecibir visitas. En previsión de una posibleemergencia, los alienígenas habían introducido elartilugio copiador dentro del recinto de Uno. Deesta forma, Uno podía generar su propia comidaautónomamente y seguir alimentándose.

Al cabo de un mes, Uno llegó a laconclusión de que estaba completamente soloen ese planeta.

Uno había sido provisto de todo tipo deartilugios por sus huéspedes. En poco tiempoencontró un traje presurizado con unabombona de aire y un traductor bidireccionalentre su idioma y el idioma alienígena. Condichos objetos salió de su cúpula y recorrió laciudad alienígena que lo rodeaba.

Sin duda, los alienígenas habíandesaparecido de aquella ciudad. En la soledadmás absoluta y a lo largo de varios meses, Unollegó a conocer en detalle los alrededores de lacúpula. No podía alejarse demasiado, puestenía que volver periódicamente al artilugiocopiador para alimentarse. Tras algún tiempodescubrió un inmenso dispositivo de controldel clima. Aprendió que este artilugio permitíamodificar la proporción de ciertos componentesde la atmósfera del planeta. Observando las

especificaciones del propio aire que élrespiraba dentro de su cúpula, introdujo losmismos parámetros en el artilugio. Según sedescribía en el aparato, los resultados noserían inmediatos, así que debía conservar sutraje por el momento.

Uno aprendió a manejar las máquinas detransporte alienígenas, que estaban muyautomatizadas en su mayoría. Así pudoexplorar los alrededores de la ciudad. Cuandoobtuvo más confianza, comenzó a realizarviajes más largos. En cada viaje generaba unagran cantidad de alimentos, los introducía ensu aparato volador y se alejaba durante unassemanas para explorar los lugares másrecónditos del planeta. Conoció su paisajenatural, así como otras ciudades.

Al cabo de unos quince años en la másabsoluta soledad, el proceso de transformaciónatmosférica terminó y el aire se hizocompletamente respirable, lo que le permitiódeshacerse de su traje. Pasó los siguientes añosaprendiendo todos los detalles posibles sobrela recientemente extinguida civilizaciónalienígena y su cultura. A pesar de su soledad, elconstante descubrimiento de las peculiaridadesde un mundo tan diferente y sorprendente lemantenía entretenido. Pasaron muchos másaños.

Uno se estaba haciendo mayor. Ya nopodía hacer sus tareas con el mismo vigor queantes. Se apoyaba en las máquinas alienígenastodo lo que podía, pero necesitaba más ayuda.

Un día se dio cuenta de un hechotrascendental.

Él había llegado a este planeta a travésdel artilugio copiador. Es decir, el mismoartilugio que utilizaba para reproducir sualimento. El aparato memorizaba todos losobjetos que había generado alguna vez, queeran todos los objetos cuyos planos habíarecibido alguna vez desde estrellas lejanas. Yentre ellos estaba...

Se acercó a sus controles. Los manipuló.Pulsó un botón. Apareció una luz azulada. Alos pocos segundos y con gran estruendo,surgió una figura humana en el centro de laplataforma metálica.

—¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Ibaen serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy? —dijoel recién llegado.

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—Bienvenido a Hogar, mi humildeplaneta. Y, a partir de ahora, también el tuyo—dijo Uno con voz orgullosa, mientras seacariciaba la barba con la mano.

—¿No estoy en... la Tierra?

De esta forma nació una nuevacivilización. Uno generó a Dos, a Tres y aCuatro. Dos generó años después a Cinco, aSeis, a Siete, a Ocho, a Nueve, a Diez y a Once.Y así sucesivamente.

Los nuevos habitantes de la ciudad sedieron cuenta pronto de que los artilugios yherramientas alienígenas no durarían muchotiempo en correcto funcionamiento sin unadecuado mantenimiento. Este mantenimientopodría estar muy fuera de sus capacidades,tanto presentes como futuras. Por lo tanto,debían aprender a crear su propios artilugios,menos sofisticados pero comprensibles,utilizables y reproducibles.

La capacidad de copia de objetos delartilugio copiador no era infinita. Sólo permitíagenerar cierta cantidad de masa al día, así quela cantidad de alimentos que se podíanproducir cada día estaba limitada. Paraaumentar la producción de alimentos, habríaque desarrollar una industria agroalimentariapropia. Esto no resultaba viable con latecnología de que disponían, pues los únicosalimentos disponibles no crecían en el suelo.Ni el bocadillo de chopped ni el yogur de perapodían plantarse, y las pipas estaban tostadas.Dada la composición tóxica del subsuelo, nisiquiera la coliflor podía plantarse de unaforma económicamente viable. Otra posibilidadpara obtener más alimentos sería desarrollaruna industria que permitiera copiar el propioartilugio copiador, pues los nuevos artilugioscopiadores permitirían generar más alimentoscada día. Desgraciadamente, los nuevoshabitantes de Hogar no contaban con unplano de la máquina copiadora.

Cuando la población de la Ciudad eracercana a un millar, el individuo 567 encontróen un antiguo edificio los mensajes que losalienígenas habían enviado a otras estrellas.Entre ellos se incluían las instrucciones queproporcionaban a otras civilizaciones para queestas obtuvieran y enviaran de vuelta los

planos de un objeto cualquiera. Siguiendoestas instrucciones, los habitantes de Hogarconsiguieron obtener el plano del propioartilugio copiador, y acto seguido lo enviaronen forma de luz, como hiciera Gómez desde sucasa muchísimo tiempo atrás, si bien esta vezel destino de dicha luz no era otro mundo,sino un colector situado en la misma sala.Entonces conectaron dicho colector con elartilugio copiador para que le transmitiera,como plano que debía copiar, la informaciónque codificaba dicha luz, que no era otra queel propio artilugio copiador. Pulsaron el botóny... ahí estaba. Otro artilugio copiador. Lacapacidad de producir alimentos se habíamultiplicado por dos. Copiando más máquinascopiadoras, esta capacidad no tendría límites.Es más, ahora que la máquina copiadora podíautilizarse para copiar cualquier objeto, sepodría producir en serie cualquier productomanufacturado sin necesidad de crear unanueva industria.

Una vez superadas las restriccionesalimenticias, los individuos más mayores ya notenían ninguna restricción para generarnuevos individuos que les ayudaran en sustareas. En pocos años, la población de laciudad llegó al millón de habitantes. Todosellos Pedro Martínez, a distintas edades. Todosellos con vivencias idénticas hasta losdiecisiete años (más bien, idénticos recuerdosde vivencias). Y, a partir de entonces, vivenciasdiferentes.

Unas pocas generaciones más tarde, lasociedad humana de Hogar se enfrentó a unnuevo reto. Las máquinas copiadorasconsumían mucha energía al producir materia,y el exceso de máquinas colapsó lasexistencias energéticas. Esto obligó a buscarnuevas fuentes de energía. La capacidad degenerar alimentos ya no sería ilimitada nuncamás. Por otro lado, la fabricación de productosmanufacturados ya no podría basarsesistemáticamente en copiarlos con la máquinacopiadora, pues el coste energético de dichoprocedimiento era prohibitivo y la energíadebía reservase para lo que era primordial yno se podía obtener de otro modo, losalimentos. En adelante, los habitantes deHogar deberían desarrollar sus propiastécnicas de fabricación de artilugios. Enadelante, todos los habitantes de Hogartendrían que trabajar duramente para obtener

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los recursos necesarios para sobrevivir.

Una sociedad eficiente necesita que susindividuos se especialicen. Los conocimientosespecíficos de cada individuo permiten a eseindividuo aumentar la productividad de laslabores que desarrolla. No es fácil especializarindividuos que parten de ser exactamenteiguales. Sin embargo, vivencias ligeramentediferentes introducen deseos y tendenciasligeramente diferentes. Después, el deseo decada individuo de no ser igual a los demás, dediferenciarse y ser libre, anhelo que escompartido en realidad por todos losindividuos, hace el resto. Unos individuostoman una decisión. Los que vienen despuéstoman la decisión contraria para ser diferentesa los primeros y sentirse libres. Y asísucesivamente.

De esta forma, surgieron manipuladoresdel artilugio copiador, transportistas para ladistribución de los alimentos, analistas deartilugios alienígenas, investigadores para lareconstrucción de la ciencia humana...Después, albañiles para la construcción debarracones, ingenieros para su diseño...Políticos para poner normas que coordinen lasactividades de todos, policías para hacer queesas normas se cumplan... Toda una sociedadhumana.

Una sociedad en la que todos losindividuos creerían haber sido algún día PedroMartínez.

“Unos dos mil años después de quellegara Uno, la ciencia y la técnica en Hogarhan alcanzado un nivel similar al de la Tierra acomienzos del siglo XX. No somos genios, ypoco se puede mejorar la capacidad deaprendizaje de un individuo a partir de losdiecisiete años... Pero estamos aquí ysobreviviremos. Como prueba de nuestraprosperidad, somos más de mil millones dehabitantes los que poblamos Hogar en laactualidad. ¡Viva Pedro!”

“Fin”

Las luces se encendieron. La sala estabaen completo silencio. Los individuos semiraban entre sí con gesto incrédulo. Hastaahora, cada uno había pensado que todos

ellos eran iguales por algún tipo de bromapesada. Ahora se daban cuenta de que nohabía nadie diferente. En todo el planeta. Entodo su mundo.

—¡O sea, que no hay pibas! —saltó unavoz desde las primeras filas.

—¡Joder! ¡Mierda! —gritó otro desdeatrás.

—¿He sido generado... he nacido sólopara cuidar viejos en un planeta asqueroso?

—¡Es injusto! ¿Quién vendrá a cuidarmea mi cuando sea viejo?

—¡Joder! ¡¡¡Joder!!!

A Pedro el cuello le dolía horrores. Miró alos demás con desprecio mientras se pasaba lamano por la nuca. “¿De qué se quejan estosgilipollas? Todos ahí, tan cómodos en susbutacas...”

—Acompáñenme a la salida, por favor—dijo el guía.

Fueron saliendo de la sala de proyecciónhacia la explanada exterior. Cuando todosestuvieron fuera, el guía se dirigió de nuevo aellos.

—Por favor, ahora cada uno de ustedesdebe escoger el barrio de la ciudad en el quedesea alojarse. Les llevaremos a todos a suscasas.

“Ya quisiera yo. Mi casa en la Tierra, no enesta mierda de sitio”, pensó Pedro.

—Los que deseen ir al barrio A—continuó el guía—, cercano a las modernascadenas de producción de la ciudad, congrandes estructuras de sofisticado urbanismoy altos rascacielos, sigan a mi compañero—dijo señalando a un recién llegado vestidode uniforme. Éste, de mediana edad, se parecíamuchísimo al propio guía. Les diferenciaba elpeinado y una barba corta.

“Así que así seré yo de mayor... Como mitío Ramón...”, pensó Pedro mirando a ambos.

—Los que deseen ir al barrio B, donde seubican los centros de investigación de laciudad, rodeados de bellos paisajes naturales,vayan con el otro compañero —dijo señalandoa otro tipo—. Los que deseen ir al barrio C,barrio cultural y artístico de la ciudad, con grananimación diurna y nocturna, sigan a aquél—dijo señalando a otro.

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De esta forma, el guía fue describiendolas diversas opciones.

Pedro miró a todos los demás individuoscon cara de asco, mientras se tocaba el cuello.“Corderitos. ¡Beeee! Vamos, seguid al rebaño.¡Vamos! ¡Al matadero! ¡Beee! Cabrones...Pedazo de cabrones...”, pensó.

Terminaron las opciones. Poco a poco,todos los individuos fueron escogiendo elgrupo al que deseaban unirse. Pedro no habíadecidido todavía. Debía reconocer que lapresentación de cada opción hacía que todasellas le resultaran casi igual de apetecibles. Sinduda, eran unas presentaciones creadas a sumedida, a la medida de todos.

Entonces comenzó a decantarse por unade ellas. Echó un vistazo global a toda laescena, con casi todos los individuos yaclasificados en un grupo. Finalmente, se dirigióal grupo del barrio G, donde se ubicaban loscentros de gobierno de la ciudad. Mientras sedirigía hacia ese grupo, sonreía de manerasocarrona.

Al unirse al grupo, observó a los demásintegrantes del mismo. Muchos de ellos sellevaban la mano a la nuca mientras emitíanun gesto de dolor.

—Señores, ahora todos ustedes recibiránun número identificador —dijo el guíadirigiéndose a todos los grupos—. Másadelante recibirán un nombre, que ustedesmismos escogerán...

“Yo soy Pedro Martínez. No necesitoescoger nada”, pensó Pedro con determinación.Después miró a los demás. Mostraban lasonrisa de quien está satisfecho con unadecisión recién tomada. “Aunque quizá no seatan buena idea...”, rectificó molesto.

Los hombres uniformados comenzaron arepartir papelitos entre los presentes. Pedrorecibió el número 95271105. “Genial. Ahorasoy un maldito número.”

Apareció una hilera de autobuses alfondo de la explanada. Los autobuses seaproximaron a los grupos y pararon.

—¡Qué guay, con alerones! —gritóalguien en el grupo del barrio B.

Efectivamente, los autobuses teníanalerones. Pedro reconoció que le daban ciertoaire estético. Después dirigió la mirada hacia elasfalto de la carretera. A lo largo de cada carrilse extendían dos hileras paralelas de placasmetálicas que corrían en la dirección del carril.Las dos hileras estaban separadas por unosmetros. Pedro se dio cuenta de que todos lospresentes se estaban fijando en lo mismo queél.

—Esas hileras transmiten energía a losvehículos —se apresuró a decir el guía demanera casi mecánica—. En Hogar no haycombustibles fósiles. Los vehículos se muevengracias a la energía que captan de las hileraselectrificadas dispuestas en el asfalto. Sólo losvehículos del ejército y de las fuerzas deseguridad utilizan baterías de energíaautónomas.

Algunos miembros del grupo A seacercaron a las hileras y las contemplaron concuriosidad.

—Ahora suban todos a los autobuses,por favor —continuó—. Éstos les conducirán asus apartamentos. El conductor anunciará sullegada al barrio escogido.

—Pedro subió a uno de ellos y se sentójunto a la ventana. Cuando el autobús estabacercano a llenarse, otro individuo se sentójunto a él en el asiento contiguo. Finalmente,el autobús cerró las puertas y comenzó amoverse.

Pedro giró la cabeza para mirar por laventanilla. La explanada parecía continuarindefinidamente, si bien ya no se veían murosen el horizonte. Al poco tiempo, escuchó:

—Hola.

Pedro se dio la vuelta. Se trataba delindividuo que se sentaba a su lado. Le mirócon extrañeza.

—¿Cómo te... cuál es tu... cuál es tunúmero?

Pedro le devolvió una mirada deindiferencia y se dio la vuelta airadamente.

—Yo... —continuó el individuo— yo soy95271199... ¿Qué barrio has escogido?

Pedro frunció el ceño mientras mirabapor la ventana. Se dio la vuelta bruscamente yse dirigió a su acompañante.

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—¿Qué mierdas...? ¿qué... qué necesidadtengo yo de hablar contigo? ¿Por qué voy ahablar con... conmigo mismo? —respondióPedro con visible enfado, mientras se pasaba lamano por la nuca. Emitió un breve gesto dedolor. Continuó— ¡Qué pérdida de tiempo!¡Qué imbecilidad! No necesito pensar en vozalta...

Volvió a darse la vuelta. El extrañocontinuó hablando.

—Yo voy al barrio B —respondió. Parecíaignorar la respuesta airada de Pedro—. ¿A québarrio vas tú...?

Pedro se mantuvo en silencio mientrasmiraba por la ventana. Observó que otrospasajeros estaban estableciendo conversaciónentre sí. Al cabo de unos segundos, respondiócon voz resignada.

—Al barrio G.

Su compañero mantuvo silencio por unmomento. Se mostró dubitativo y respondió.

—Entonces ya no somos iguales.

Pedro frunció el entrecejo. Después sedio la vuelta para volver a mirar por laventanilla. Notó que el asiento no era muycómodo. Se estaba clavando unos hierros a laaltura de la espalda. Volvió a mirar alcompañero.

—¡Vaya mierda de asiento! ¿No te estásclavando algo en la espalda?

—No... – respondió el otro con ciertasorpresa.

Pedro mostró incredulidad. Miró a losdemás pasajeros. Hablaban animadamente,sin aparentar incomodidad. Cambió su gestopor la resignación. Volvió a mirar por laventana. “¿Joder, por qué a mí otra vez?” Sintióenfado. “¿Qué coño he hecho yo?” Decidióconcentrarse en la ventana.

Observó que en la lejanía se erigía unenorme conjunto de edificios. “Nos acercamosa la ciudad”, pensó. En ese momento, un sujetouniformado de mediana edad se puso en piejunto al asiento del conductor.

—Vamos a proceder a ofrecerles unpequeño refrigerio.

Pedro se dio cuenta de que teníahambre. “Bien, una buena noticia al fin.” Elhombre comenzó a repartir bocadillos. Al poco

tiempo llegó a su fila. Pedro cogió su bocadillocon cierta ansia. Lo mordió.

Sintió una gran felicidad al comprobarque el bocadillo contenía una compleja mezclade sabores. “Bien, parece que han conseguidoobtener nuevos alimentos.”Masticó y saboreó.

“Un momento... La carne es chopped... yla salsa... sabe a... yogur con... con... ¿pipas?”Pedro separó el bocadillo de su boca y loobservó con detenimiento. En el extremocontrario al lugar que había mordido, habíaotro mordisco que no se debía a él.“Joooodeeeer...” Cerró los ojos y trató deserenarse. Los volvió a abrir y miró a losdemás.

Todos tenían el mismo bocadillo.

—¡Bien! ¡Bien! ¡Os jodéis, como yo! —dijocon satisfacción.

Varias cabezas se dieron la vuelta paramirarle. No se dio cuenta de que lo habíagritado. Se acurrucó junto a la ventanilla concierta vergüenza, y se concentró en el paisaje.Las demás cabezas se fueron reincorporandopoco a poco.

Pedro se dio cuenta de que la velocidaddel autobús no era muy elevada. El estruendoprovocado por el motor indicaba que lavelocidad nunca podría ser muy superior a laactual. “¿Entonces para qué sirven losalerones...?”, se preguntó extrañado. “El caso esque quedan bien…” Siguió observando por laventanilla.

El autobús estaba adentrándose en laciudad. Pedro observó los edificios. “¡Son comolos de mi barrio! ¿Cómo es posible?” Se tratabade bloques de pisos de ladrillo rojo de cuatro ocinco plantas. De las ventanas colgaba ropatendida. “¿Era eso una camiseta de Kakakulo?”,observó incrédulo. Había terrazas, y algunasestaban acristaladas. Por las aceras caminabanindividuos. Todos ellos eran iguales a él, perode diversas edades. Eso sí, usaban peinadosdiferentes, algunos estaban teñidos, y algunostenían barba o bigote. Algunos tenían inclusotatuajes. Vestían diferente, e incluso andabande manera diferente.

El tráfico en las calles era denso, y elautobús se paraba con mucha frecuencia.

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—Nos adentramos en el centro deCiudad—dijo el hombre uniformado.

Pedro observó que el nombre de lascalles estaba indicado en placas colgadas delas paredes.

“¿Calle Tarao?” Pedro meneó la cabezaincrédulo. Observó otra placa: “¿Calle Abuela?¿Qué es esto...?”

El autobús giró y se adentró en unaancha avenida.

“¡Avenida Rocío!”, leyó con gran sorpresa.Al poco tiempo se abrió una gran plaza. Elcentro de la plaza estaba coronado por unagran estatua de mármol que mostraba unaextraña escena. Consistía en una chica congesto angelical, y un tipo tendido en el suelocon gesto moribundo. El moribundo tenía a sulado un casco, y había una moto tendida sobreel suelo.

Pedro miró el rostro de los personajes.Tenían un vago parecido a... “¡Rocío y elgilipollas del Rob!” Pedro esbozó una sonrisacómplice. “¡Qué bueno!”

El autobús se adentró en una calle másestrecha.

“¿Calle ‘Que le den por culo a papá’?”Pedro cerró los ojos y se estremeció, como siesperase recibir un puñetazo por semejanteosadía. Luego se fue relajando poco a poco yabrió los ojos. Su padre no estaba allí. Hacíamiles de años que debía haber muerto. Notenía que temerle. “El hijo de puta se fue, yahora me he ido yo.” Sonrió. Sintió una granliberación. “Qué le den por culo a papá... ¡Muybueno! ¡Ja!”

El autobús se detuvo en otro atasco.Ante su ventanilla se ubicaba la entrada de uncine. Había el cartel de una película. “Lavictoria de Pedro”, se titulaba. El cartel incluíauna breve sinopsis de la película.

“La bella Rocío es secuestrada por elmalvado Rob, que es ayudado por Gómez, elcientífico chiflado. El valiente Pedro decideliberarla. Para ello, recluta un comando deasalto y los entrena. Éste está formado porFideuá y Mos.” Más abajo, otro letrero rezaba“¡Con la participación especial de Anikilator!”

Pedro sonrió ante semejante argumento.Luego torció el gesto. Empezaba a resultarleextraño este mundo a su medida. “Dios, este

lugar parece una parodia de mí mismo. Estoempieza a ser un poco cargante...”Miró al restode los pasajeros en el autobús. La mayoría deellos observaba todos estos detalles con unelocuente gesto de aprobación y una gransonrisa.

Bajo el cartel de la película, otro letrerodecía: “¡Y a todo color!”

“¿A todo color?”, pensó Pedro extrañado.“¿Y la mierda de película muda que nospusieron antes? ¿No se supone que estábamosmás atrasados? Qué raro...” El respaldo delasiento le estaba destrozando la espalda, asíque se ladeó hacia delante. Pero en esapostura el cuello le dolía más. Se estabairritando. Miró a los demás pasajeros. Observósus sonrisas mientras miraban por laventanilla, y sintió cierto asco.

Volvió a mirar por la ventanilla. Había ungran bullicio en las calles. Al salir de la calle“Mamá”, Pedro pudo ver ante él la entrada delo que parecía ser un gran centro comercial.Sobre una majestuosa entrada, se leía elsiguiente texto en grandes letras amarillas:

“¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba enserio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy? ¡Ahora,por fin lo sabes! ¡En PJR! ¡El Paraíso de losJuegos de Rol!”

Pedro elevó la cabeza. El edificio parecíacontar con unas nueve o diez plantas. “¿Todoeste edificio sobre juegos de rol? ¡Joder, quépasada! Con lo que me costaba encontrartiendas... claro, no éramos muchos”, reflexionó.Observó el rostro maravillado de los demáspasajeros. “Aquí todo es diferente, claro.”Vio unpequeño cartel a un lateral de la entrada:“MMXXIV Campeonato Mundial de Rol, CopaVal Hancín. Con el patrocinio del Ministerio deJuegos de Rol y Cultura.”

Pedro torció el gesto. “Esto empieza aponerse un poco desproporcionado...”, pensó.

El autobús continuó su recorrido. Al cabode un rato, el nombre de las calles comenzó aextrañar a Pedro un poco más. “¿Calle ‘MamáII’? ¿Calle ‘Tarao IV’?” Pedro frunció el ceño.“¿Calle ‘Que le den por culo a papá VI’?” Pedrose inquietó. “¿Tan poco original soy?”

La densidad de edificios se hizo menor, yla calle comenzó una leve cuesta hacia arriba.Poco a poco el relieve se volvió máspronunciado. El autobús comenzó a deslizarse

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por abruptos acantilados desde los que sevislumbraba un bello panorama de la ciudad.El recorrido ascendente continuó hasta que elautobús se paró ante un edificio de extrañodiseño.

—Los que vayan al barrio B puedenbajarse—anunció el hombre uniformado.

Algunos pasajeros salieron del autobús.El compañero de Pedro dijo un breve “Ya nosveremos”, y bajó junto a los demás. Pedroaprovechó para ocupar su asiento. Apoyó laespalda contra el respaldo y se relajó un poco.

El autobús volvió a descender. Al cabo depocos minutos, surgieron grandes edificiosllenos de columnas. El autobús volvió a parar.

—Pueden bajar los que vayan al barrio G.

Pedro bajó del autobús junto a otrospasajeros.

Otro hombre uniformado esperaba a lospasajeros que se bajaban del autobús.

—Les acompañaré a sus apartamentos.Antes les daré cierta cantidad de dinero a cadauno. Hagan una fila, por favor.

Pedro se unió a ella. Cuando le llegó elturno, recibió un paquete de pequeñascartulinas. Pedro observó detenidamente unade ellas. Contenía un extraño dibujoincompleto. “¡Ey! ¡Éste es Kakakulo!” El dibujomostraba una imagen parcial de Kakakuloabriendo las tripas de Pedopís. Pedro dio lavuelta a la cartulina. Estaba escrito el número76. Luego miró las demás cartulinas. Todaseran iguales.

—Cada billete vale 1 KP, la monedaoficial de la República del Hogar. En total, cadauno de ustedes tiene 25 KP.

“Genial. Veinticinco cromos de Kakakuloy Pedopís”, pensó Pedró.

Se le acercó otro individuo que acababade recibir su paquete. Miró a Pedro, y entrerisas dijo:

—¡Qué mala suerte! ¡Todos repe!¿Cambiamos...?

Pedro se le quedó mirando con gestoserio. Luego, súbitamente, rompió a carcajadas.

La risa se prolongó por largo tiempo. Cuandopor fin paró, tenía los ojos llorosos. Se secó laslágrimas con el brazo y miró al cielo mientrasapretaba los dientes. “Todo es una mierda”,pensaba. Sintió una punzada de dolor en elcuello, y volvió a mirar hacia delante. Sumirada estaba perdida.

El individuo que se había dirigido aPedro se distanció de él con cierto miedo.

—Mañana comenzarán sus estudios dereeducación. Ahora, acompáñenme a susapartamentos – intervino el hombre.

Abrió un portal y entró. El grupo le siguiópor el interior del edificio. Algunos se llevabanla mano al cuello con gesto dolorido. “Pero aninguno se os estaban clavando estacas en elasiento del autobús. Hijos de puta...”, pensóPedro con rabia. Al llegar a cada puerta, elhombre daba una llave a alguno de losindividuos, el cual abría la puerta y entrabacon gesto de resignación.

Al cabo de cierto rato, le tocó el turno aPedro. Tras introducirse en su apartamento, seapresuró a cerrar la puerta con llave. Se sentíafeliz de estar solo.

La sala le recordaba a una habitación dehotel en la que estuvo una vez con su madrepor vacaciones. Había una cama, una mesa yuna tele sobre ella. “¿Una tele? Eso vino muchodespués del cine mudo, ¿no?” También habíauna puerta hacia el servicio. Entró. Tenía sed, ytomó un vaso sobre el lavabo para llenárselode agua. “Espero que al menos sepan haceragua.” Antes de accionar el grifo, miró el vasocon detenimiento. Tenía manchas de grasa y¿sangre? Lo dejó con asco donde lo encontró.Echó de menos una bolsa de AhorraPlus.“Incluso cuando se me olvidaba sacar el ticketde compra de la bolsa y nos lo encontrábamosdespués flotando, era menos asqueroso queesto”, pensó. Bebió a morro del grifo. “Esteagua sabe a culo”, reflexionó mientrassaboreaba. Pero era lo mejor que había.

Miró con detenimiento un espejo quehabía sobre el lavabo. Observó que la imagende sí mismo sobre el espejo parecía estarinmóvil. “Un momento, esto no es un espejo...”Tocó con los dedos la superficie del objeto.“¡Esto es una foto mía...!” Se enfureció. “Muy,muy gracioso... Vaya recibimiento.”

Decidió ducharse. Tras desvestirse, entró

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en la ducha y accionó el grifo. El agua estabacongelada. Modificó los controles, pero noocurría nada. “¡Mierda!” Se dio cuenta de queno tenía a quién quejarse. Y tampoco leapetecía salir de la habitación. Ya que estabaen la ducha, decidió ducharse de todas formas.“¡Uaaaa! ¡Joooder que frrríííaaa!” Tras dosinsufribles minutos de aullidos, salió de laducha y se secó con una toalla. Desde el baño,una ventana apuntaba a un patio interior. Laabrió. Salía vapor de las demás ventanas. “Losdemás hijos de puta tienen agua caliente ensus duchas. Una vez más, soy el únicogilipollas.” Su pulso empezó a acelerarsemientras su ira aumentaba. “¿Todos iguales?¡Una mierda! Soy el único imbécil al que leocurren estas putadas. ¿Joder, por qué yo?”Pedro razonó que a alguien le tenía que tocarla columna en el cine, el asiento roto en elautobús y la ducha sin agua caliente en lahabitación. Pero, ¿cuántas casualidades teníanque darse para que le ocurrieran todas esascosas a él?

Su odio hacia todos los demás individuosde ese inmundo planeta crecía por momentos.Volvió a la habitación. Miró la cama con másdetenimiento. “Colcha de Anikilator, cómo no.”Se estaba hartando de tanta chorrada hecha amedida. “A los demás subnormales lesencantará, claro.”

“Tengo que relajarme.” Encendió latelevisión. Se trataba de un gran armatoste. Alsalir la imagen, Pedro comprobó que era enblanco y negro. “Bueno, algo es algo”, pensó.

Parecía que estaban emitiendo una serie.

“¡Rocío! ¡Yo te salvaré!”, gritaba el héroe.Era Pedro, claro.

“¡Socoooorro!”, gritaba una vozafeminada. Bueno, más bien era una voz dehombre imitando una voz de chica, y bastantemal. Pedro se fijó en el personaje. “Soy yomismo con peluca y tetas postizas. Qué cosamás cutre y lamentable”, pensó.

“¡Jajaja! ¡No escaparás!”, gritaba el villanodesde su moto mientras agarraba al personajede Rocío. “Ese también soy yo”, reflexionóPedro. “Menuda mierda...”

“¡Pedro! ¡Yo te ayudaré!”, gritaba unnuevo personaje que apareció en escena.Estaba metido dentro de un grotesco disfraz,con una inmensa cabezota azul y dos ojos

saltones. “Un momento... ¡Ése es Kakakulo!¡Joder! ¡Esto es patético!” Se levantó de la camay apagó el televisor de un manotazo.

“Menudo mundo de lamentablespayasos.” Sentía una profunda ira. Apagó la luz,se tumbó en la cama y cerró los ojos. Hacía yabastante rato que era de noche y estabaagotado. Trató de relajarse, pero sintió que nopodía. Entonces se dio cuenta de que unafuerte luz golpeaba sus párpados cerrados aintervalos irregulares. Incómodo, abrió los ojosy se levantó de la cama para averiguar dedónde procedía aquella luminosidad. Abrió laventana de su habitación y asomó la cabeza.Entonces comprobó con bastante enfado que,justo al lado de su ventana, colgaba de lafachada de su edificio un inmenso letreroluminoso que leía ‘Apartamentos Anikilator’. Elletrero no era intermitente a propósito, sinoque parecía estar estropeado y emitía undesagradable zumbido metálico. “¿Tambiénesto me ha tocado a mí?”, se preguntó irritado.Pedro pegó un fuerte puñetazo contra lapared. Mientras se pasaba la otra mano sobresus nudillos doloridos, volvió a tumbarse.“Vaya mierda. ¡Vaya mierda!”, pensó iracundo.Cerró los ojos y giró su cuerpo en direccióncontraria a la ventana.

Al cabo de unos minutos, oyó un grangolpe procedente de la calle. Había sonadocomo algo blando estampándose contra unasuperficie dura.

Sobresaltado, se levantó y volvió a mirarpor la ventana. En el suelo de la calle yacía unindividuo. Otras cabezas salieron por lasventanas.

—¡Ha saltado por la ventana! —gritó unavoz.

—¡Aaaah! ¡Se ha suicidado! —le siguióotra.

Otras voces de lamentos le acompañaron.

Sin embargo, Pedro se dio cuenta de quese alegraba. “Un payaso menos.” Al principio seasustó por sentir eso. Luego meneó la cabeza.“Bah, no son yo. Son seres patéticos ylamentables. Y si mueren, mejor.”

Pedro volvió a tumbarse con una sonrisaen sus labios. Oyó cómo un vehículo consirena llegaba con gran rapidez, y cómo susvecinos relataban nerviosos y acalorados laescena a sus ocupantes. Las voces de los

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recién llegados del vehículo, sin embargo, nomostraban signos de sorpresa. Oyó cómomontaban el cuerpo dentro del vehículo yarrancaban. Al cabo de un rato, las vocestemblorosas de los vecinos comenzaron aapagarse. Volvió a hacerse el silencio.

Un rato después, se oyó otro gran golpe.Esta vez Pedro no se levantó.

—¡Otro! ¡Ha saltado otro! —dijo alguien.

—¡Oh! ¡Nooo!

—¡No lo hagáis, hermanos! ¡Es duro, perodebemos resistir! —intervino otro vecino.

Pedro volvió a esbozar una sonrisa. Trasunos momentos de confusión, la escena delvehículo se repitió. Y otro rato más tarde losruidos de los vecinos fueron apagándose denuevo. Ya había entrado la noche. Pedrodecidió dormirse.

Cuando Pedro estaba a punto dedormirse, se oyó otro golpe más. Se repitieronlas voces de horror, miedo y aliento mutuo.Esta vez Pedro sintió que tenía que intervenir.

Sacó su cabeza por la ventana, y con unagran sonrisa comenzó a aplaudir.

Los demás vecinos callaron y le miraroncon gesto incrédulo.

—¡Bravo! ¡Un imbécil menos! —gritóPedro socarronamente, mientras no dejaba deaplaudir.

—¡Cómo puedes decir eso! —le respondióuna cabeza asomada con gesto de indignación yasco.

—Está loco… —murmuró otra cabezamás lejana en voz baja.

—¡Bravo! —repitió Pedro. Después dejóde aplaudir y volvió a meter la cabeza en lahabitación. Las voces de indignacióncontinuaban.

“Ya podrían tirarse todos... Así me dejaríandormir.”

Durante un rato pensó en los suicidios.Se dio cuenta de que él no quería suicidarse.

“Odio demasiado a estos anormalescomo para dejarles solos. Me necesitan”, pensómientras sonreía y apretaba el puño derechocon fuerza.

Pedro recordó que al día siguiente

comenzaría sus “estudios de reeducación”.Sería otra soplapollez. Tenía que dormirse.

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